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CATALINA DE ARAGÓN (1485-1536)
Wenceslao Calvo (29-06-2015)
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Catalina de Aragón, reina de Inglaterra, hija de Isabel y Fernando, nació cerca de Toledo el 15 de diciembre de
1485 y murió en Kimbolton el 7 de enero de 1536.
Pasó los primeros añosCatalina
de su vida
en el campamento de Granada, en cuya ciudad se estableció después con sus
de Aragón
padres, que le dieron una educación esmerada. En 1560 Enrique VII de Inglaterra pidió la mano de Catalina
para su primogénito Arturo, príncipe de Gales, y habiéndose accedido a la demanda del monarca inglés, la
princesa se embarcó en La Coruña, llegando a Plymouth el día 2 de octubre de aquel año y celebrándose al cabo
de un mes con gran pompa la ceremonia del enlace. Arturo falleció en abril del año siguiente a los catorce años
de edad, sin consumar el matrimonio, y Catalina continuó viviendo en Inglaterra, estableciéndose negociaciones
poco después para casarla con Enrique, hermano de Arturo, a cuya muerte había pasado a ser heredero del reino.
Catalina, que ya contaba 18 años, se mostró al principio poco dispuesta a contraer matrimonio con un
adolescente de trece, pero accedió por fin, y en 1503 se celebró la ceremonia de los esponsales, y seis años más
tarde el matrimonio, cuando Enrique era rey de Inglaterra. Aunque Enrique no era un modelo de fidelidad
conyugal y su carácter discrepaba bastante del de su esposa, no dejaron de ser felices en los primeros años.
Enrique era dado a las aventuras fáciles y amigo de la ostentación y la popularidad, y en cambio Catalina, que
no contrariaba en nada sus aficiones, vivía en una rigidez de costumbres casi conventual y entregada a las
prácticas religiosas, mereciendo por su bondad ser querida y respetada por todos sus súbditos. En 1513,
hallándose ausente Enrique por un viaje que había emprendido a Francia, Catalina, quedó encargada de la
regencia, cumpliendo su cometido con gran entereza y dignidad. Enrique, aunque hacía muchos años que ya no
amaba a su esposa, le profesaba una afección respetuosa, habiéndola tratado siempre con deferencia, pero,
habiéndose enamorado de Ana Bolena a quien vio por vez primera en 1522, comenzó a manifestar hipócritas
escrúpulos sobre la validez de su matrimonio con su cuñada, instruyéndose en secreto en 1526 un proceso para
examinar la legalidad del mismo ante un tribunal presidido por Wolsey. Clemente VII se negó a acceder a los
deseos del rey, pero designó al cardenal Campeggio para que, en unión de Wolsey, examinara la causa del
divorcio y aun nombró legado suyo al mismo Wolsey, quien se portó con gran delicadeza, lo que ocasionó su
caída.
La reina rehusó defender la validez de su matrimonio ante los dos prelados, compareciendo únicamente el 29 de
mayo de 1529 para negar la legitimidad y competencia del tribunal. Enrique VIII había acariciado la esperanza
de que Catalina, muy dada ya a las prácticas religiosas y de un carácter tímido y obediente, con facilidad se
resignaría a su suerte renunciando al título de reina e ingresando en un convento; pero la digna actitud de su
esposa, echó por tierra todos sus cálculos, ya que no consintió en modo alguno que se la ultrajara, calificando su
matrimonio legítimo de unión incestuosa, ni para ceder, en los más mínimo en los derechos de sucesión de su
hija María, única que entre cinco había sobrevivido. Thomas More, nuevo favorito, tampoco fue partidario del
divorcio, que también desaprobaba el pueblo, a pesar de lo cual Enrique se empecinó en ello. El rey, que había
consultado el caso de su matrimonio a varias universidades, algunas de las cuales habían fallado en su favor,
contestó con altanería al papa, que le había citado en Roma, que las prerrogativas de la corona no le permitían
acudir a la citación, ni personalmente, ni por medio de un representante, y amenazó a los eclesiásticos, quienes
atemorizados, le reconocieron, según él pedía, imbuido por su consejero Thomas Cromwell, como jefe supremo
de la Iglesia de Inglaterra. De este modo, se casó el 25 de enero de 1533 con Ana Bolena, que pronto dio a luz a
Isabel I, y en mayo del mismo año, Cranmer, nombrado poco antes arzobispo de Canterbury, declaró,
presidiendo un tribunal reunido en Dunstable, nulo y sin efecto alguno el matrimonio de Catalina y Enrique.
Pocas semanas después llegaba a Inglaterra la sentencia del papa declarando válido el matrimonio; pero el
parlamento, presidido por Cranmer, mantuvo el divorcio, excluyendo a María del trono y declarando herederos
legítimos a los hijos de Ana, obligando a todos los ciudadanos a prestar juramento sobre ello, conminando con
la pena capital al que hablase lo contrario y considerando cómplice al que, sabiéndolo, no lo delatase. Catalina,
obligada a abandonar el castillo real de Windsor, vivió desde entonces sometida a estrecha vigilancia en el
castillo de Ampthill, en el condado de Bedford, en el Burckden y finalmente en el de Kimbolton, no queriendo
salir del reino ni abandonar el título de reina, por no perjudicar a su hija, a la que nunca pudo ver a pesar de sus
súplicas. Aunque despojada de toda pompa real y acompañada sólo de algunos fieles servidores, conservó hasta
sus últimos momentos la energía moral necesaria para protestar con entereza de la injusticia de que había sido
víctima, si bien no guardó nunca a su esposo el menor rencor, escribiéndole en uno de los últimos días de su
vida una carta de perdón, en la que sin el menor despecho y aun sin asomo de reconvención, le hacía atinadas
advertencias. Aunque el rey se conmovió, continuó persiguiendo a los que habían sido partidarios de Catalina si
no aceptaban el nuevo estado de cosas.
Catalina de Aragón
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