A propósito de la Biotecnología

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Publicado en: Horizontes de la bioética. Salud y realidad social, Autores varios,
Bogotá, Academia Nacional de Medicina/Universidad El Bosque, coautor; capítulo:
“Tensión entre la bioética y la biopolítica. A propósito de la biotecnología”, págs. 2746, 2004
TENSIÓN ENTRE BIOÉTICA Y BIOPOLÍTICA.
A propósito de la biotecnología
Carlos Eduardo Maldonado
Introducción
La biotecnología ocupa, cada vez más, un papel protagónico en la vida humana, y sus
implicaciones y consecuencias en toda la vida de las sociedades, de la civilización
occidental, y también en gran escala en el planeta es algo que no escapa a la mirada de
nadie. Incluso, aunque no se tenga una clara comprensión de lo que, propiamente
hablando, es la biotecnología. Un fenómeno no necesita ser comprendido para que sus
efectos sean manifiestos, inmediatamente, y a mediano y largo plazo. De hecho, para la
gran mayoría de los seres humanos, tal ha sido su destino, a saber: vivir los fenómenos
sin comprenderlos y, en muchas ocasiones, incluso sin ser plenamente conscientes de
ellos. En circunstancias semejantes, a lo sumo, los seres humanos logran ser conscientes
de episodios de fenómenos y procesos, y de efectos –generalmente extremos, y por
tanto tardíos-, puntuales.
Ahora bien, no existe una única comprensión acerca de la biotecnología, y sí es posible
destacar varias explicaciones sobre la misma, aun cuando sea en planos y contextos
diferentes. De entre las diversas explicaciones sobre la biotecnología, quisiera
concentrarme en dos, a saber: la bioética y la biopolítica. Esta es precisamente la tesis
que me propongo sostener con este texto: la bioética y la biopolítica constituyen dos
modos de comprensión y explicación de fenómenos tales como la biotecnología, pero
estos dos modos definen una tensión. Se trata de la tensión entre maneras diferentes de
comprender a la vida y hacerla posible, y no tanto de una tensión al interior de la
biotecnología.
En este texto me propongo, por tanto, estudiar la tensión existente entre la bioética y la
biopolítica, a propósito de los temas, retos y problemas que comporta la biotecnología.
2
Para ello, sin embargo, se hace indispensable puntualizar algunos argumentos relativos
al estatuto y la naturaleza de la bioética. Este constituye el primer tema de trabajo aquí.
Seguidamente, se imponen algunas indicaciones concernientes a lo que sea y pueda la
biopolítica, un tema que ha sido ampliamente desatendido por parte de quienes trabajan
temas de bioética, particularmente entre nosotros. Este será el segundo tema de este
texto. Sobre la base de las aclaraciones aportadas sobre la bioética y sobre la biopolítica,
será oportuno distinguir e integrar, de una forma que se indicará en su momento, las
consecuencias de la biotecnología de cara a las dos esferas establecidas, la bioética y la
biopolítica. Esta será la tercera etapa de estas consideraciones. Finalmente, elaboraré
algunas conclusiones, generales por tanto, acerca de las relaciones entre bioética y
política, con lo cual me propongo trazar un mapa de temas y de problemas para futuras
consideraciones, trabajos y tareas – todas las cuales tienen como hilo conductor el
estudio, el cuidado y el posibilitamiento de la vida, que es, definitivamente, aquello de
lo cual se trata cuando se habla de, y se trabaja con, la bioética y la biopolítica.
1-. Precisión sobre la naturaleza y el sentido de la bioética
De acuerdo con un autor clásico en los estudios sobre bioética1, ésta nace en medio de, y
respondiendo a, los fenómenos, retos y problemas originados por la tecnología y la
ciencia. Ahora bien, puesto que la tecnología no es sino una faceta de los desarrollos
recientes de la ciencia, particularmente a partir de los últimos lustros del siglo XX, en
rigor, es preciso decir que no existen dos cosas: la ciencia y la tecnología2, sino una
sola. La categoría que designa esta unidad indisoluble entre ciencia y tecnología es
tecnociencia.
1
2
Cf. G. Hottois (1991).
Es necesario hacer una precisión conceptual y que muchos de los estudiosos de la bioética parecen no
tener siempre presente en sus consideraciones. Sí es posible hablar de dos dimensiones distintas cuando
se habla de ciencia y de técnica. La técnica consiste en cosas, objetos, herramientas; la tecnología consiste
en los programas de computación (software, en inglés; o logiciels en francés). No existe, pues, ninguna
línea de continuidad entre la técnica y la tecnología, puesto que ésta última no es el resultado de la
historia de la técnica, sino, sorpresivamente, el resultado de la crisis del programa formalista de Hilbert en
el Congreso de Paris en 1900. Es posible decir, sin ambages, que el surgimiento de la tecnología es el
resultado –sorpresivo- de la teoría de los conjuntos infinitos de Cantor, los trabajos sobre paradojas de
Russell, el teorema sobre la incompletad de Gödel, y el descubrimiento de la indecibilidad y la
incomputabilidad de Turing a partir de la idea sobre las máquinas universales de Turing (MUT). Como lo
señala G. Chaitin, “The computer and programming languages were invented by logicians as the
unexpected by-product of their unsuccssful effort to formalize reasoning completely. Formalism failed for
reasoning, but it succeeded brilliantly for computation. In practice, programming requieres more precision
than proving theorems!”, (Chaitin, 1999: 1).
3
Existe una contradicción al interior de la comunidad de quienes trabajan temas y
problemas de bioética y, por consiguiente, con tanta mayor razón, por parte de la
comunidad en general hacia la bioética.
La contradicción consiste en el hecho de que existe, manifiestamente, un creciente
interés de parte de profesionales y estudiosos de otras disciplinas científicas hacia la
bioética, y sin embargo, hay numerosos malentendidos acerca de lo que sea y pueda la
bioética. Al comienzo, la comunidad de personas interesadas en la bioética provenía
mayoritariamente de las llamadas ciencias de la salud3, esto es, de la medicina,
enfermería, terapistas con diversas especializaciones (fonoaudiología, fisioterapia, etc.).
Este hecho tiene mucho que ver con las circunstancias que marcan los orígenes de la
bioética, y aun puede indicarse, sin ningún lugar a equivocaciones, que existe una
corriente dominante que identifica a la bioética con los problemas propios de las
ciencias de la salud y, más ampliamente, con la biomedicina y con la biotecnología.
Creo que esta circunstancia hace que el lenguaje dominante en bioética esté cargado de
conceptos, temas, problemas, tratamientos y procedimientos propios de las ciencias de
la salud.
Pero, al mismo tiempo, se pasa por alto el marco en el que se desenvuelve la vida en
general en los últimos años, y cada vez más, marco en el que se inscriben precisamente
las circunstancias –puntuales, por definición-, que dan lugar al nacimiento de la
bioética. Si bien es cierto que la bioética nace en el contexto de los intensivistas que
deben tomar decisiones rápidas que sean racionales –esto es, que favorezcan al paciente,
no lo perjudiquen y tengan en cuenta situaciones propias de la justicia sanitaria-, la base
real está definida por el desarrollo impresionante de la tecnociencia. Pareciera que la
comunidad de bioeticistas sólo tuvieran en cuenta el primer aspecto, olvidándose del
segundo. Esta situación exige una reconceptualización acerca de la naturaleza y el
sentido de la bioética. Para ello, quisiera volver sobre el libro mencionado de G.
Hottois.
3
Hablar de ciencias de la salud es en realidad una expresión de economía de lenguaje, y en manera
alguna un modo riguroso que pretenda hacer coincidir lo que de suyo no lo es, a saber: la ciencia, y la
práctica de la medicina y las demás prácticas que le son conexas (enfermería, etc.).
4
“Aunque los problemas suscitados por las tecnociencias biomédicas ocupan un
lugar importante en [la bioética], la bioética no se identifica de inmediato con la
ética o la deontología médica, sino que éstas constituyen, más bien, capítulos y
aspectos muy importantes de la problemática bioética que incluye, también,
cuestiones relativas a la manipulación (biotecnologías, ingeniería genética…) y a
la preservación de especies no humanas, vegetales y animales, así como
cuestiones relativas, de modo más general, a la gestión de la biosfera. De este
modo la bioética cubre un campo que va desde la deontología y ética médicas,
centradas en problemas a menudo próximos a la filosofía de los derechos
humanos, a la ‘ecoética’ o ‘ética ambiental’ centrada en la solidaridad
antropocósmica y próxima de la naturaleza atenta a las dimensiones
evolucionistas” (Hottois, 1991: 170).
Es fundamental advertir aquí lo siguiente: la anterior no es una definición de la bioética
(pues trabajar con definiciones es tanto arbitrario como banal y forzado), sino, una
precisión, por parte de uno de los clásicos en estudios sobre bioética4, de las
especificidades de la misma, esto es, de sus extensiones y preocupación. La reducción a,
o la identificación, de la bioética con, las ciencias de la salud es algo que podría afectar
negativamente los eventuales desarrollos de la bioética. Esta posibilidad de afectación
ya es evidente y se encuentra en marcha, como lo mostraré posteriormente en este
mismo texto.
Quisiera puntualizar dos cosas acerca de la bioética. En primer lugar, negativamente, se
trata de establecer qué no es la bioética. Sobre esta base, seguidamente, se trata de
avanzar algunos pasos en una comprensión y explicación suficiente de lo que es y puede
ser la bioética.
Con respecto a la primera clarificación, es preciso decir que:
a) La bioética no es ética médica;
b) La bioética no es una ética aplicada;
4
Creo que sin dificultad podría decirse que la lista de autores clásicos en bioética incluye nombres como
los de Gilbert Hottois, Van Rensselaer Potter, Tristram Engelhardt, Beachamp y Childress, Diego Gracia,
y acaso Hans Jonas. Para un cruce entre esta lista y el trabajo adelantado hasta ahora en Colombia, véase
(Programa de Bioética Universidad El Bosque, 2002).
5
c) La bioética no es una ética deontológica.
Desafortunadamente la inmensa mayoría de los textos –¡secundarios!-, y por
consiguiente, la mayoría de las interpretaciones y divulgaciones secundarias incurren en
estas falsas asimilaciones5. No son pocos quienes, quizás ingenuamente, aun incurren en
comprensiones de este tipo. En el primer caso, se trata de un error proveniente
generalmente de los médicos, particularmente entre quienes aún no pueden distinguir
plenamente la bioética de la ética médica. En el segundo caso, es notable el hecho de
que la gran mayoría de filósofos (y filósofas) –y no pocos teólogos y sacerdotes-, que se
acercan a la bioética caen en el error de la segunda identificación mencionada, esto es,
conciben a la bioética como una ética aplicada, a la manera como se habla, por ejemplo,
de ética de la empresa, ética de medio ambiente, y otras semejantes. En el tercer caso, se
trata del error que consiste en identificar a la bioética con temas y problemas relativos a
la normatividad, incluyendo o reduciendo así a la bioética a una esfera eminentemente
normativa; para el caso, circunscrita al mundo de la salud.
A estas tres comprensiones equivocadas es preciso agregar una cuarta y que,
entremezclada ambiguamente con las anteriores, consiste en instrumentalizar a la
bioética como un arma en contra de algunos desarrollos recientes –y previsiblemente
futuros- de la tecnociencia:
d) La bioética no es asunto de catequización.
Esta cuarta postura está presente en un importante argumento de autoridad y, por
consiguiente, en un claro factor de fuerza política, en el más amplio sentido de la
palabra. Me refiero al documento Carta de los agentes de la salud (1995), en el que el
Vaticano toma una clara posición con respecto a la bioética, a saber: frente a los
desarrollos de las ciencias biomédicas, de la biotecnología, y ante los dilemas del
comienzo y del final de la vida, la bioética debe ser abordada como una “nueva
evangelización”. Desde este punto de vista, la bioética es asumida como diferente y en
oposición a la ciencia, y más exactamente, como un medio para definir límites a la
5
Existe una interpretación por parte de uno de los autores clásicos –Diego Gracia-, que, quizás debido a
su formación inicial como médico, y a pesar incluso de su formación adicional en filosofía, sí reduce la
bioética a aspectos vinculados inmediata y necesariamente con el ejercicio de las ciencias de la salud. Es
preciso aprender a tomar distancia con respecto a esta postura.
6
ciencia y a la investigación científica. Así, integralmente dicho, se oponen dos cosas: la
investigación y el desarrollo –I & D-, y la ética (= bioética). La forma extrema de esta
contraposición termina identificando o integrando –según el caso-, bioética y/como
bioderecho, puesto que se trata del establecimiento de toda una normatividad –se dice,
con criterios morales y éticos, y en diálogo con la biomedicina-, para ponerle límites a
los desarrollos que la biotecnología, la ingeniería genética y los trabajos sobre clonación
adelantan actualmente y hacia futuro.
En contraste, en sentido positivo, quisiera sugerir algunos elementos distintivos de la
bioética. Por delimitación del tema de este texto no puedo, sin embargo, entrar en la
consideración de las extensiones o derivaciones de estos aspectos positivos de la
bioética pues ese sería el objeto de otro trabajo.
i)
La bioética es una nueva disciplina científica, cuyo objeto primero
consiste en el estudio, el cuidado y el posibilitamiento de la vida – tres
temas que no tienen más un significado lógico y heurístico, que ético.
Desde este punto de vista, la bioética puede ser comprendida como
formando parte de las ciencias de la complejidad, que son ciencias de la
vida6. La expresión puntual de la preocupación por la vida es la del
cuidado de la salud (un tema sobre el cual volveré oportunamente). En
otras palabras, se trata de distinguir e integrar adecuadamente al mismo
tiempo la “vida” y la salud”;
ii)
La bioética no es, por tanto, fundamental y exclusivamente una ética,
aunque sí incluye reflexiones y tematizaciones éticas. Los contenidos y
las preocupaciones éticas de la bioética coinciden, en la era de la
tecnociencia, plano por plano, con una ética civil. La manera más
desprevenida de afirmar una ética civil es en términos de una ética
6
Una precisión: las nuevas ciencias de la complejidad son ciencias de la vida, dado que el problema de
máxima complejidad conocida es la vida – un problema de frontera que constituye justamente a las
ciencias de la complejidad como ciencias de frontera. Sin embargo, es preciso advertir que lo contrario no
puede decirse en manera alguna, a saber: que las ciencias de la vida son ciencias de la complejidad. Esta
precisión será ampliada mas adelante pues lo que se encuentra en la base es una adecuada comprensión de
la biotecnología.
7
pluralista7. No sin razón, Hottois inscribe a la bioética como una “ética
para la tecnociencia”;
iii)
La bioética tiene como objeto central de sus problematizaciones y
tematizaciones el futuro y, mejor aún, los futuribles que el cuidado y el
posibilitamiento de la vida permitan concebir. De esta suerte, toda la
atención de la bioética está dirigida, no sin el pasado y sin el presente,
hacia el futuro de la vida, esto es, de la vida conocida tanto como de la
vida tal y como podría ser (life as it could be).
Pues bien, antes que sentar unas definiciones –reduccionistas por cerradas, en
consecuencia-, acerca de la bioética, se trata de sentar las bases mínimas suficientes de
lo que es la bioética en el contexto del auge de la tecnociencia y, puntualmente dicho, de
la biotecnología, la ingeniería genética y la clonación. Lo que está en juego es lo que
hemos aprendido, por ejemplo gracias a la sociología, como el estudio de la sociedad
del riesgo. La bioética es al mismo tiempo un producto de, y una respuesta a, la
sociedad del riesgo. Desde el punto de vista científico filosófico, el marco global de la
sociedad del riesgo es la investigación y el desarrollo -I & D-, y sus bases están sentadas
en torno a los estudios culturales sobre ciencia, tecnología y sociedad (CTS). No en
última instancia, lo que se encuentra en el núcleo de las presuntas oposiciones entre
ciencia y ética (= normatividad) son las relaciones entre lo humano y cultural (=
artificial), de un lado, y la naturaleza (= natural), de otra parte.
Quiero subrayar un hecho: las relaciones con el conocimiento tienen consecuencias
serias sobre la vida, y una de las maneras más delicadas como existe y se lleva a cabo el
conocimiento en la sociedad contemporánea es en torno a los temas de la tecnociencia.
7
Entre los clásicos de la bioética, dos posiciones destacan claramente al respecto. Mientras que G.
Hottois defiende la idea de la bioética como pluralista, T. Engelhardt argumenta fuerte y sólidamente a
favor de la bioética como un asunto secular, y que corresponde a la afirmación de una “sociedad pluralista
secular pacífica”. Estas sociedades, dice Engelhardt, son “aquellas sociedad que aceptan en su seno
diversos puntos de vista morales, al tiempo que gozan de libertad para opinar en materias morales sin
miedo a la represión” (Engelhardt, 1995: 35).
Hottois evoluciona en la dirección trazada ya desde 1995 por Engelhardt sosteniendo que es
posible y necesaria la asunción de la bioética como un asunto laico, lo cual coincide, por lo demás, punto
por punto con la filosofía general de la Universidad Libre de Bruselas (U.L.B.), en donde trabaja Hottois.
La secularidad y la laicidad son, en rigor, las posturas más radicales y consecuentes de lo que en otro
contexto es el multiculturalismo, el cual, en contraste, se revela –como se prefiera-, como una posición
más prudente o conservadora frente a aquellas dos.
Como se aprecia, en el seno de los estudios y discusiones sobre la bioética hay un inmenso y
serio tema político. Este tema no puede ser dejado de lado.
8
En otras palabras, quiero defender la idea según la cual los ataques a la tecnociencia
corresponden, así no se quiera, a ataques en contra de posibilidades para la vida. La
bioética consiste, así las cosas, en una defensa del conocimiento, como en una defensa
de la vida, y no –ya no más-, en la oposición entre vida y conocimiento, un tema que
proviene desde la tradición hebrea y que sitúa los peligros en el conocimiento, frente al
cual rescata los parabienes de la moral y la ética.
2-. Explorando el camino de la bioética a la biopolítica
Ahora bien, ¿cuál es el sentido de la distinción anterior entre aquello que no es y no
puede ser la bioética, y lo que sí es y puede la bioética? En la respuesta a esta pregunta
es posible explorar el camino que desde la bioética conduce a la biopolítica.
Cabe distinguir tres planos en los que la distinción entre la errónea –por interesadacomprensión de la bioética, y la correcta –por pluralista- explicación de la misma se
torna a la vez sensible y relevante. Estos tres planos son: uno metodológico, uno lógico,
y otro más, heurístico.
Desde el punto de vista metodológico, es importante atender a dos cosas. De un lado, se
trata del hecho de que la bioética nació y se alimentó originalmente de la clínica, pero
que, al mismo tiempo, de otra parte, evolucionó desde los marcos de la clínica hacia
comprensiones más globalizantes o integrales. Esto es algo que ya ha sido
suficientemente puesto de relieve por parte de Potter (1998). Es evidente que la ética
médica se define, absolutamente, de cara a su finalidad terapéutica. De suyo, la
terapéutica es individual y la clínica es una práctica centrada siempre en el individuo, a
saber: en el paciente. Cada paciente constituye un reto propio, y en esto consiste al
mismo tiempo la grandeza y la debilidad de la clínica. Pero la medicina no puede ser
reducida a los ámbitos de la clínica, no obstante incluso los éxitos tecnocientíficos y
experimentales comprobados recientemente. La medicina se convirtió en experimental y
se biologizó, pero, a la vez, ella es consciente de esta transformación reductiva (aunque
exitosa). Es preciso, por consiguiente, distinguir dos cosas: de un lado, la
medicalización de la sociedad, del cuerpo humano y en general de toda la experiencia
humana en la acepción al mismo tiempo más amplia y desprevenida de la palabra, y de
otra parte, las razones mismas para la ocupación con, y el trabajo en, bioética. Lo que se
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encuentra así en entredicho es el tema de las proporciones entre el cuidado del
individuo, en cada caso, y la socialización y la socialidad de la experiencia individual.
En cuanto al plano lógico, la distinción anotada entre lo que no es y sí es bioética
contiene dos consideraciones delicadas. En primer lugar, se trata de los tipos de relación
entre lo natural y lo artificial y que se encuentra en la base misma de los desarrollos de
la tecnociencia. La tecnociencia, a diferencia de la ciencia clásica, esto es, la de la
modernidad, se caracteriza por que no tiene un objeto propio preexistente al cual se
refiera con criterios como observación, etc., sino, por el contrario, crea su propio objeto,
de tal manera que los desarrollos del objeto –creado- se corresponden perfectamente con
los de la investigación misma, y ambos son esencialmente dinámicos. Este rasgo
comporta una distinción lógica entre el modo de comprender a la ciencia clásica, y el
modo específico en que la tecnociencia construye su objeto. El objeto de la tecnociencia
es a la vez simbólico y físico, y no una cosa más que la otra. Desde este punto de vista,
entre lo natural y lo artificial emerge un tipo de relación nunca antes conocido en la
historia de la humanidad: ambos, lo artificial y lo natural constituyen un continuum
vago.
En segundo lugar, la forma propia en que la tecnociencia existe es en términos de
investigación y, más adecuada y radicalmente hablando, en términos de programas de
investigación. Desde este punto de vista, los retos que se le plantean a la bioética no son
simplemente episodios de aplicación, instrumentalización, experimentación sin más,
sino, auténticos programas de investigación. Este término implica el reconocimiento de
políticas de investigación en el sentido al mismo tiempo más fuerte y amplio de la
palabra, y forman parte nuclear de la investigación y el desarrollo (I & D). El tema del
cuidado y el posibilitamiento de la vida se inscriben por lo tanto exactamente en este
contexto. Es fundamental que la comunidad de quienes están interesados en, o
comprometidos con, la bioética pongan permanentemente y de manera sistemática este
reconocimiento –lógico- sobre la mesa, a plena luz del día.
Ahora bien, desde el punto de vista heurístico, es importante atender al hecho de que las
preocupaciones morales y éticas no siempre tienen ni pueden tener una fuerza pública, y
que, por el contrario, el reto central de todas las preocupaciones morales y éticas
consiste justamente en esto, a saber: cómo hacer para que tengan una fuerza pública y
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que no simplemente actúen al nivel del fuero interno de los seres humanos. Esta
preocupación –hacer de la ética una fuerza pública- es un asunto eminentemente
político; la educación puede hacer contribuciones significativas al respecto, pero lo
mismo podría decirse de la publicidad y la propaganda. Lo que se encuentra así en juego
es el tema perteneciente a la teoría de la acción colectiva. De esta suerte, el tema
delicado es el la consecución de los bienes en términos privados o colectivos, y según
acciones individuales o sociales. Este problema surge de la bioética, pero la desborda
manifiestamente. Puede verse en este problema un punto de encuentro y distinción –
round point-, entre la bioética y, como quiero sugerirlo, la biopolítica.
Dicho de una manera puntual: el motivo de preocupación de la bioética es la salud, un
tema que, globalmente visto, adquiere proporciones macroscópicas en el contexto de la
sociedad del riesgo. Lo que se encuentra en entredicho es, ciertamente, como lo señala
la bioética, la salud de los pacientes –aunque en rigor, desde el punto de vista de las
ciencias biomédicas mejor valdría decir: “la salud del paciente”, es decir, de cada
paciente en cada caso-. Pero las preocupaciones por la salud o el bienestar de los
pacientes no pueden ni deben estar desvinculadas de los problemas de mayor
envergadura relativos a la justicia sanitaria. Pues bien, es justamente a través de los
temas y problemas concernientes la justicia sanitaria como la bioética entra en tensión
consigo misma: que no es sino una expresión para designar la tensión entre la bioética y
la biopolítica. La bioética se ocupa de las consecuencias individuales de la biomedicina
y la biotecnología. Por su parte, la biopolítica se ocupa de las consecuencias sociales de
la biotecnología y la biomedicina. Así, la dimensión social de la bioética se designa, en
propiedad como biopolítica. A fin de precisar esta idea, se hacen necesarias algunas
clarificaciones preliminares. Estas aclaraciones tienen que ver con la biotecnología,
como la expresión más puntual y acabada de la tecno-ciencia.
3-. Distinguir e integrar las consecuencias de la biotecnología
Podemos comprender a la biotecnología como uno de los productos mejor acabados de
la ciencia moderna y, a la vez, como una ruptura radical con la ciencia de la modernidad
y como la apertura a un nuevo horizonte de acción humana. Desde el primer punto de
vista, Grace (1998) establece claramente la manera como la biotecnología corresponde a
una historia que se remonta hasta los trabajos de R. Hooke en su Micrographia (1665) y
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que comprende a los hitos más destacados de la historia de la biología: Darwin, Mendel,
y los descubrimientos de la doble hélice por parte de Watson y Crick (1953). Así,
puntualmente dicho, la biotecnología se condensa como el resultado de la biología que
nace como teoría de la evolución y culmina en la biología molecular. “Lo nuevo en la
biotecnología, sostiene Grace, no es el principio de utilizar varios organismos, sino las
técnicas para hacerlo. Dichas técnicas, aplicadas principalmente a células y moléculas,
hacen posible sacar partido de algunos procesos biológicos de modos muy concretos”.
Mejor aún, como suele decirse en varios otros contextos, lo nuevo de la biotecnología
consiste en condensar los tiempos de los procesos que, normalmente, abandonados a sí
mismos, tomaban cientos, miles y millones de años en llevarse a cabo, a saber: procesos
de combinación y recombinación celulares y moleculares. Con la biotecnología, los
tiempos naturales se han vuelto tiempos humanos.
La biotecnología tiene varias consecuencias en distintos órdenes. Así, por ejemplo, en el
orden social, cultural, científico, filosófico, e incluso cósmico. Quisiera concentrarme
aquí en tres de estas consecuencias: científica, ética y política, ya que son útiles para
ilustrar bien la tensión entre la bioética y la biopolítica. Reconozco que otras
consecuencias pueden ser de igual interés, pero no es ese el foco de mi atención en este
texto. Quisiera poner de manifiesto el hecho de que las tres consecuencias en las cuales
me concentro están fuertemente relacionadas entre sí.
La consecuencia científica de la biotecnología consiste en haber transformado la
naturaleza, esto es, mejor aún, en haber actuado sobre la naturaleza, en lugar de
abandonarnos a ella. Esta es la principal característica de la tecnociencia, esto es, de los
desarrollos más recientes de la racionalidad científica. Pero ello constituye al mismo
tiempo un rasgo de especificidad y diferencia, y de reflexión y preocupación. En
contraste con la modernidad, los más grandes problemas contemporáneos no son
planteados por filósofos, sino por científicos. La ciencia es, en el más amplio y generoso
sentido de la palabra una empresa de problemas. Esta afirmación debe ser estudiada en
su acepción al mismo tiempo heurística, metodológica y lógica, y ética, política y social.
Es exactamente en este sentido como la ética de la tecnociencia o también la ética de la
sociedad del riesgo aparece intrínsecamente vinculada con los desarrollos de la I & D,
un rasgo que la diferencia de absolutamente todas las éticas habidas anteriormente en la
historia de la humanidad. La ética fue y siempre quiso ser patrimonio exclusivo de la
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filosofía; y ello sin olvidar que la filosofía fue, abierta o subrepticiamente, asimilada
como la vía regia hacia la ciencia magna: la teología. “La filosofía, se decía en la edad
media, es el camino a Dios o la Naturaleza, por medio de la razón”, y la razón era el
camino para llegar a la Naturaleza o a Dios cuando la fe estaba ausente o mientras la fe
arribara. Y es preciso advertir que el fundamento último de la fe es la Dogmática
(dogmas de fe).
Pues bien, la razón por la introduzco esta última referencia a la forma en que la edad
media comprendía a la filosofía es debido a que es la expresión más radical de la
pertenencia de la ética a un ámbito especializado y exclusivo, el de la filosofía,
justamente. Así las cosas, la bioética emerge como una preocupación en una de las
esferas más públicas y menos especializadas de la sociedad contemporánea: la
preocupación por la salud, un asunto que no compete tan sólo a unos pocos, y que tiene
como referente primero, aunque no exclusivo a las ciencia biomédicas y la
biotecnología. Aquello de lo cual verdaderamente se trata a propósito de la salud es del
cuidado y el posibilitamiento de la vida en términos de calidad y de dignidad. Pues bien,
por primera vez en la historia de la humanidad hemos logrado comprender que para que
la vida tenga calidad y dignidad es preciso actuar sobre esta dignidad y calidad a fin de
elevarlas, de enriquecerlas, en fin, de llenarlas de contenidos cada vez mayores y
mejores. La bioética es el resultado de, y la respuesta a, esta situación. Pero el
reconocimiento de que se trata de un tema y una preocupación sociales marca un punto
de tensión al interior suyo.
Las consecuencias éticas de la biotecnología tienen que ver con el uso de, y el acceso a,
la biotecnología. Si bien es cierto que el dilema originario consiste en discriminar si
todo lo que es técnicamente posible es éticamente correcto, la expresión más puntual de
las consecuencias éticas de la biotecnología se formula, por ejemplo, en términos de si
cabe no recurrir a la biotecnología aunque ella pueda resolver problemas de nutrición en
escala social –alimentos transgénicos-, o si puede contribuir al tratamiento de
enfermedades y prevenir enfermedades y cadenas de enfermedades durante
generaciones. La ciencia, jamás hay que olvidarlo, es una herramienta para hacer
posible y cada vez más posible la vida, incluso aunque amplios sectores,
particularmente de la base de la sociedad, no entiendan lo que ella es y lo que hace. Este
reconocimiento es tanto más válido, hoy, en el caso de la tecnociencia. El problema
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ético del respeto a la libertad de investigación se corresponde, por tanto, plano por
plano, con el dilema del cuidado de las posibilidades mismas de la vida y para la vida.
Antes que proscribir el conocimiento y limitar la investigación, es preciso reconocer que
los principales problemas del mundo -tales como la pobreza, los problemas
demográficos, las diversa pandemias, la inequidad, el cuidado del medio ambiente, y
varios otros más-, no podrán resolverse sino con mayor conocimiento, investigación y,
desde luego, educación. Una vez más no sobrará insistir sobre lo siguiente: el verdadero
peligro no es la ciencia, la tecnología y la investigación –básica y aplicada-; el auténtico
problema consiste en el empleo discriminado de los productos de la investigación
científica, en su apropiación privada, por ejemplo (= patentes), en fin, en las decisiones
de tipo político sobre las políticas de I & D. Pero ese, que es en verdad un problema
ético, se revela en realidad como un problema político. Desde la bioética, la palabra la
tiene en primer lugar la biopolítica.
Ahora bien, con respecto a las consecuencias políticas de la biotecnología, quisiera
considerarlo inicialmente no tanto de forma conceptual como ilustrativa. Para ello,
propongo llamar la atención sobre un hecho que pasó desapercibido y sobre el cual,
posteriormente, poca o ninguna atención se ha prestado; esto es, poca o ninguna
atención pública. Se trata del hecho de que cuando a finales del año 2000 los
presidentes Bill Clinton de Estados Unidos y el Primer Ministro de Inglaterra, Tony
Blair, informaron al mundo la terminación del mapa del genoma humano –Proyecto
Genoma Humano-, aun cuando estuvieron acompañados –literalmente respaldados (=
sentados a sus espaldas)- por algunos científicos-, se trató de una declaración política,
esto es, sin ambages, de un hecho político. Quisiera insistir en eso: político y no
científico. Las diversa declaraciones sobre la prohibición de la clonación de seres
humanos, las prohibiciones y/o restricciones de trabajo con células madres, en fin, los
debates en torno a los alimentos transgénicos y las terapias génicas, para mencionar los
casos más conspicuos – todos estos han estado abiertamente manifestados por instancias
políticas o bien, en el más sutil de los casos, han sido apoyadas o motivadas por
instancias políticas. La última –en el sentido de la más reciente- frontera en los debates
entre conocimiento y control del mismo sucede en torno a los desarrollos y
posibilidades de la biotecnología. La función de las comisiones nacionales o
internacionales de bioética ha sido –como tiene que ser- meramente consultiva, pero la
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arena es abierta y declaradamente política. La bioética se queda corta. A mi modo de
ver, debe, en consecuencia, ceder el paso a la biopolítica.
La principal consecuencia política de la biotecnología tiene que ver con la identificación
de uno de los principales sectores de la economía mundial, a saber: la industria
farmacéutica y que contiene tres expresiones puntuales de la existencia de los seres
humanos: la salud, la belleza y la longevidad. Y la industria farmacéutica es
eminentemente privada. Desde este punto de vista, el tema que salta inmediatamente a
la vista es el de la economía política. La bioética debe poder decir algo al respecto; pero
suponiendo que ella no pueda –una expresión de esto es el hecho de que, cuando se
aventuran en estos terrenos los filósofos y teólogos deben guardar mutismo y apelar
entonces a otras personas con conocimientos que ellos desconocen-, la biopolítica sí
puede abordar, con propiedad, estos dominios. De esta suerte, temas sensibles como la
tematización de las esperanzas de vida y las expectativas de vida se hacen y deben
hacerse un asunto público y no simplemente personal. La biotecnología ha llegado a
configurar un verdadero sector económico en el que la industria farmacéutica ha logrado
conformar una unidad con una expresión adicional: la nutrición.
4-. Acerca de las relaciones entre bioética y biopolítica
Mediante las elaboraciones precedentes, se yergue así el terreno de trabajo y algunos de
los temas y problemas definitorios de la bioética. Pero, como se ha apreciado
igualmente, se revelan así, igualmente, algunos temas y problemas que interpelando a la
bioética, la desbordan con mucho. Es precisamente esta situación la que abre el camino
para adentrarnos en la biopolítica. Se hace preciso allanar, por tanto, el camino de la
biopolítica. La manera más expedita para ello consiste en abrir el espacio de la
biopolítico al interior de la comunidad de quienes trabajan en bioética. Pero creo, de la
misma manera, que otros caminos, extrínsecos a la bioética pueden también allanar el
terreno de y hacia la biopolítica. Pienso, por ejemplo, en el trabajo en derechos
humanos, el trabajo con temas de gobernabilidad, el trabajo con filosofía social y con
filosofía política, entre otros.
Pero, ¿qué es, al cabo, la biopolítica? No quisiera presentar, en absoluto, una definición,
pues ello no sirve para nada. Como es sabido, las definiciones son autorreferenciales,
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esto es, tautológicas. Sería de una mayor utilidad establecer de qué se ocupa la
biopolítica, con lo cual ganamos un terreno amplio para una comprensión y explicación
de la misma.
El concepto de biopolítica8 es, particularmente entre nosotros, ampliamente
desconocido, por ejemplo entre la comunidad de quienes más directamente deberían
verse interpelados por él, a saber: por parte de quienes trabajan pensamiento político,
tanto como de quienes se dedican a la bioética. Pero creo que esta situación no seguirá
teniendo lugar en lo sucesivo. Las razones son puntuales: de un lado, quienes trabajan
pensamiento, teoría o actualidad política, tienen una deuda grande con respecto al
concepto de política tout court. Y de otra parte, quienes trabajan bioética poco quieren
saber de la biopolítica dado que cifran todas sus esperanzas en la ética (= bioética), pero
se ven interpelados por retos y problemas provenientes de otras esferas para las que la
ética (= bioética) no estaba preparada.
La biopolítica representa un enorme avance en varios campos simultáneamente.
Derivada de la bioética, y preocupada con los temas y problemas políticos en el sentido
primero de la palabra, la biopolítica permanece en diálogo constante con áreas centrales
en la vida contemporánea, como la biología, la ecología y la sociología. La biopolítica
es, en cuanto tal, una disciplina científica de frontera de reciente formación. Dadas estas
características, el estudio de la biopolítica permite arrojar una mirada bastante más
amplia e integradora en los diversos temas y problemas de la vida social y colectiva de
los individuos, los pueblos, sociedades y estados. Pero, al mismo tiempo, gracias a esta
nueva disciplina, es posible tener una visión y una explicación novedosa sobre los
diversos temas y relaciones entre varios campos del conocimiento y de la acción
humana.
El concepto de biopolítica tiene dos acepciones: una negativa, y otra más, positiva. En
sentido negativo, la obra de Foucault es la mejor expresión. La biopolítica –o mejor, en
rigor: el biopoder-, es el resultado mismo de la medicalización de la sociedad y del
cuerpo humano. Las ciencias de la salud y las ciencias biomédicas son al mismo tiempo
8
Los pasajes que vienen a continuación los he tomado de otro texto, pues allí aparecen más elaborados y
al mismo tiempo, para los efectos de este trabajo, aparecen también de forma más sintética: cf.
(Maldonado, 2003).
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agenciadoras y fundamento de un sistema social y político excluyente y marginalizador;
en una palabra: de un sistema político y social que, precisamente por excluyente, es
jerarquizante y panóptico. En esta dirección, la obra de Foucault es un análisis brillante
y lúcido pero reactivo o descriptivo de los ordenamientos que implica el biopoder. Es
indudable que, desde otro punto de vista, y utilizando el argumento de felix culpa, las
razones (negativas) del surgimiento de, y el trabajo con, la bioética responden a dos
circunstancias distintas pero paralelas y fuertemente interrelacionadas entre sí: la
medicalización de la sociedad en general, y la penalización de la acción social y de la
protesta social, esto es, la penalización de (la acción en) el espacio público. Sin
embargo, no es en este sentido que debe entenderse aquí a la biopolítica.
En sentido positivo, la biopolítica se ocupa de las consecuencias sociales y políticas de
la biotecnología, de las ciencias biomédicas y de la ingeniería genética – tres áreas que
preocupan igualmente a la bioética. Esta idea no debe ser entendida ingenuamente en
sentido consecuencialista, sino, hace referencia al estudio tanto de las consecuencias e
implicaciones como de los marcos y significados sociales y políticos que han generado
y en los que se inscriben al mismo tiempo los desarrollos de la biotecnología, de la
ingeniería genética y de las así llamadas ciencias biomédicas. Sólo que mientras que la
bioética permanece (todavía) dentro de los márgenes de reflexiones personales (=
individuales), y por tanto con respuestas y/o propuestas meramente actitudinales, la
biopolítica se ocupa de las dimensiones sociales y políticas, más amplias por
consiguiente, de las mismas preocupaciones que la bioética. Desde este punto de vista,
la biopolítica constituye al mismo tiempo un capítulo de la bioética, y una superación o
realización de la misma. El hilo conductor de la biopolítica está conformado por el
entramado de varias hebras tales como las nuevas tecnologías, las ciencias biomédicas,
la diversidad genética, biológica, ecológica y cultural, la ingeniería genética y la
clonación, así como el estudio de los recursos naturales y el medio ambiente como
problema al mismo tiempo político, económico, tecnológico y militar. En un palabra,
por consiguiente, mientras que la política es y seguirá siendo una preocupación de corte
antropológico y antropocéntrico en el sentido al mismo tiempo más amplio y
desprevenido de la palabra, la biopolítica constituye una redimensionalización de esa
escala humana en un marco inmensamente más amplio y rico, a saber: el de las
preocupación de tipo ético, político y bioético por la vida en general en la acepción más
fuerte y extensa de la palabra. En este sentido, la biopolítica constituye un marco
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obligado de referencia de temas, estudios y discusiones referentes igualmente a la
geopolítica, a las relaciones entre economía y medioambiente (o economía y ecología),
entre tecnología, ética y derecho, en fin, igualmente, entre la geografía humana y la
geografía física. Si la política se ocupa(ba) de la acción humana y de (la organización
de) la convivencia humana, la biopolítica inscribe estas mismas preocupaciones en el
marco más amplio que reconoce que la acción humana es un tipo de acción más dentro
del planeta. Para decirlo en otras palabras: si anteriormente el input y el output de la
acción humana coincidían y eran uno solo y el mismo, a saber: los seres humanos,
ahora, en el contexto de la bioética y de la biopolítica el input y el output difieren. El
input sigue siendo el ser humano, pero el referente de la acción humana ya no es única
ni principalmente el de los seres humanos, sino, además, y principalmente, el entramado
de la vida, el continuum vago entre la vida y la no vida, en fin: los sistemas vivos y el
medio ambiente. Con respecto a (la organización de) la convivencia humana cabe y
debe hacerse un razonamiento análogo. Las formas de organización de los seres
humanos son casos particulares de las formas de organización de los sistemas vivos, las
cuales, a su vez, son casos particulares de los sistemas autoorganizativos. El estudio de
la biopolítica constituye una auténtica aunque no definitiva ruptura con la ética y la
política entendidas en sentido tradicional. Para emplear una expresión cara a los
sociólogos y los filósofos: la biopolítica constituye un genuino nuevo paradigma, esto
es, contiene o presupone, por decir lo menos, las posibilidades de una revolución
científica, en el sentido acuñado por Kuhn.
El nuestro es un mundo preocupado por la salud, y como sostiene con acierto
Engelhardt, la bioética está a punto de desarrollar una lingua franca en este mundo y
frente a esta preocupación. Se trata, puntualmente dicho, de la preocupación por la salud
humana, y más ampliamente la salud entera del planeta. Con razón hemos logrado
tomar distancia con respecto al concepto fisicalista de “Tierra” o “planeta”, por el
concepto más orgánico de “Gaia”. Tal ha sido, notablemente, el mérito de J. Lovelock.
No existe vida en el planeta; por el contrario, el planeta mismo está vivo, y esta vida,
integralmente considerada es Gaia. Así las cosas, la bioética constituye una conciencia
de sí por parte de la humanidad preocupada por temas como sus esperanzas y
expectativas de vida, su existencia en términos de calidad de vida y con dignidad, la
plenitud de la vida y la longevidad de la misma. Sólo que la preocupación por la vida ya
no es –ni podrá serlo ya jamás hacia futuro-, única y exclusivamente la preocupación
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por la vida de los seres humanos. Una tal preocupación es, en verdad, muy poca cosa. El
cuidado –ethos- de la vida –bios-, es consiguientemente la sensibilidad por el oikos; en
otras palabras, no existen dos cosas: la vida y la casa o el hogar de la vida, sino, ambas
son una sola y misma. La confluencia de esta unidad marca la tensión entre bioética y
biopolítica. Pero lo común a ambas consiste en haber elevado la mirada desde el ser
humano –ética-, hacia la vida en general –bios-, y al hogar de la vida. Pero los cuidados
sobre el hogar exigen también de acciones: es ahí donde entra, con derecho propio, y
por la puerta principal, la biopolítica. Esto es, al mismo tiempo que se trata de despertar
actitudes en defensa y promoción de la vida, en fin, en términos de que se haga posible
y cada vez más posible, asimismo es preciso despertar acciones en favor de la vida. En
el primer caso, se trata de las opciones de la bioética; en el segundo, de los
compromisos de la biopolítica.
Bibliografía
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