El problema jurídico de la eutanasia Cuidados paliativos: una

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PA M P L O N A O C T U B R E D E 2 0 0 7
Revista trimestral editada por la Universidad de Navarra para
sus empleados, graduados, alumnos, Asociación de Amigos
y otras personas vinculadas con la Universidad.
Director: Santiago Fernández-Gubieda.
Editora y directora de Arte: Ana Eva Fraile.
Diseño y maquetación: José Antonio Pérez Caro.
Redacción: María Salanova, María Isabel Solana,
Laura Juampérez, Paula Marco Villate,
Natalia León Pérez y David Iglesias.
Administración y Secretaría: Mª Dolores López.
Archivo Fotográfico: Mª Carmen Salvador,
Manuel Castells y Andrea Arruiz.
Documentación: Gabriela Uruñuela.
Ilustradores: Jordi Celaya y Alberto Ponce.
Impresión: Dédalo Altamira.
Edita: Servicio de Publicaciones de la
Universidad de Navarra, S.A.
Depósito Legal: NA. 526-1960. ISSN 1136-8713
Tirada: 105.000 ejemplares.
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FE DE ERRORES
En el reportaje sobre el Servicio de Bibliotecas publicado en el número de abril se
menciona de forma errónea a una de las
personas que integran el equipo del Fondo
Antiguo. Donde dice María Teresa Zandueta,
debería decir María Teresa Alli.
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02 OPINIÓN
REDACCIONOCTUBRE2007
DOBLE VENTANA EL FINAL DE LA VIDA
El debate actual presenta la eutanasia con unas pretendidas garantías éticas que, sin embargo, son
cuestionadas por las objeciones jurídicas a esta práctica y la intervención de la Medicina Paliativa.
El problema jurídico
de la eutanasia
ELENA ÍÑIGO
PROFESORA ADJUNTA DE DERECHO PENAL
El debate sobre la destipificación de la eutanasia es periódico. Cada cierto tiempo, coincidiendo con algún caso
que salta a los medios de comunicación, se vuelven a oír voces que
piden reconocer la eutanasia como un derecho de los enfermos. El
Código Penal español regula aquellas conductas del que ayuda a
quitar o quita directamente la vida a otro cuando éste se encuentre en un “contexto eutanásico”. El legislador español establece
que esto consiste en que una persona sufra una “enfermedad grave
que conduciría necesariamente a su muerte, o que produjera graves padecimientos permanentes y difíciles de soportar”.
El problema esencial de la destipificación de la eutanasia es su
fundamentación jurídica. Las proposiciones de ley presentadas
hasta el momento defienden la libertad de decisión por encima incluso
de la propia vida. Pero esta racionabilidad no es tan evidente.
En primer lugar, porque no todos los
bienes jurídicos son disponibles, pero
además ningún ordenamiento reconoce un derecho sin más a la muerte.
Los marcos legales que permiten la
eutanasia, como el belga y el holandés, admiten que la vida no es totalmente disponible. Por tanto, no se
trata de que en el conflicto entre libertad y vida siempre tenga prioridad
la libertad. Estos países otorgan este
derecho a personas con un contexto
eutanásico, y esto es lo que se pide
en nuestro país.
¿QUIÉN DECIDE QUIÉN PUEDE MORIR?
Aquí es donde radica la principal dificultad del razonamiento. ¿Por qué
sólo algunas personas en circunstancias especiales tendrían este
derecho? ¿Cuáles son los argumentos jurídico-penales por los que el
legislador discrimina entre las conductas de ayuda al suicidio?
Según las proposiciones de ley, serían las condiciones del sujeto que solicita la muerte las que determinarían
una vida indigna. Pero, ¿quién establece qué es una ‘vida indigna’? ¿El
Estado o cada sujeto? En ese caso,
podría suceder que algunas personas
consideren su vida indigna aunque no
sufran una “enfermedad grave que
conduciría necesariamente a su muerte (...)”. Dejar este dictamen en manos
del ámbito subjetivo o del legislador
conduce a una pendiente resbaladiza con un desenlace desconocido y
muy peligroso.
Por otro lado, si se aprobara la destipificación de la eutanasia, en la
práctica los problemas se prevén muy
numerosos y difíciles de resolver. ¿Qué pasa con los enfermos en
coma, con los ancianos dementes, con los niños sin capacidad
de decisión? ¿Quién decide por ellos?
Lo que parece claro, y la experiencia en otros países lo demuestra, es que su aplicación no es tan pacífica como se quiere hacer
ver. Puede ocurrir lo mismo que con la regulación del aborto. Al
destipificar algunos supuestos, el fraude de ley es constante; estamos ante una ampliación de los casos a situaciones en las que
no se dan los requisitos que la ley exige. Ese es el temor que inspira esta cuestión, que abramos la compuerta a un torrente de homicidios libres sin sanción. Sólo considerando la dignidad de la
persona como valor absoluto al margen de circunstancias especiales podremos evitar la muerte de sujetos que no quieren, en
absoluto, morir.
ALBERTO PONCE
REDACCION
Cuidados paliativos: una
respuesta biomédica
CARLOS CENTENO
UNIDAD DE MEDICINA PALIATIVA Y CONTROL DE SÍNTOMAS DE LA CUN
Se ha definido la ética como el esfuerzo por optimizar
nuestra conducta. Esta interpretación es adecuada para
aplicarla a nuestra relación –como profesionales de la salud– con
aquellos enfermos que se encuentran en un estado terminal, donde
no cabe plantearse una “ética de mínimos” sino una “ética de máximos” que nos lleve a dispensarles la mejor atención posible. Si
nos planteamos optimizar nuestros cuidados hacia los pacientes
y sus familias, tendremos una conducta ética: eso es justamente
lo que procura la Medicina Paliativa.
Evidentemente, ante una persona que se halla en la fase final de
una enfermedad incurable, cabe reaccionar con respuestas muy
variadas a las que ofrece la Medicina Paliativa. Cuando uno no
sabe bien cómo ayudar al paciente,
o cuando sólo se observa su muerte segura sin considerarle digno de
apoyo en su último tramo de vida
–“no merece la pena”, se escucha
a veces decir–, se puede optar por
el abandono: es lo que se denomina
nihilismo terapéutico. Esto es algo
que les puede ocurrir a algunos profesionales que estén poco formados
o entrenados para atenderles en una
etapa tan compleja.
Otros ven en la eutanasia o el suicidio asistido la única salida para
abordar esa situación; pero es una
‘solución’ sólo aparente y poco creativa porque más que resolver un problema se decide eliminar al que lo
padece. Y, por último, hay quienes
consideran la muerte como un fracaso propio o de la medicina, en
lugar de admitirla como algo natural cuando ya es irremediable. Estas
personas pueden caer fácilmente
en el abuso de medios terapéuticos
poco proporcionados o incluso en
el ensañamiento: son los que intentan retrasar la muerte a toda costa,
con fármacos y otras técnicas a su
alcance, sin considerar los nuevos
sufrimientos añadidos que suponen
para el enfermo o sin contar con su
consentimiento ni con una causa
que lo justifique.
LA VERDADERA SOLUCIÓN ÉTICA
Frente a todo esto, los cuidados paliativos constituyen un modo especial de atender a los pacientes con
enfermedades avanzadas y se caracterizan por tres elementos: el
abordaje global del sujeto con el fin
de aliviar su sufrimiento y las necesidades de cualquier tipo (físicas,
emocionales, espirituales y sociales) que se presentan en el curso del
proceso; la dedicación de sus profesionales en equipos interdisciplinares centrados especialmente en la asistencia; y la atención
a la familia con el objetivo propio del cuidado, también después
del fallecimiento.
Parece claro que en las otras respuestas citadas, aunque se quieran justificar con argumentos de diversa índole, existen elementos que son contrarios a la ética porque no se ajustan a lo que de
verdad necesitan esos enfermos y la ética nos habla precisamente
del ‘deber ser’. Sólo la Medicina Paliativa reúne, por tanto, esos
componentes éticos (“lo que debe hacerse”, “lo que es correcto
en una determinada circunstancia”, “lo que está bien”...) que dan
sentido real a las necesidades de los pacientes. Por eso, podemos afirmar que la Medicina Paliativa es la verdadera solución
ética ante la situación terminal.
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