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¿Por qué el juez que discrepa del
dictamen no acusatorio no puede
*
ser juez de la sentencia?
Constante Carlos Avalos Rodríguez
¿Por qué el juez que discrepa del dictamen no
acusatorio no puede ser juez de la sentencia?*
Constante Carlos Avalos Rodríguez**
1. INTRODUCCIÓN
En palabras de BINDER: “lo que llamamos ‘justicia penal’ es un conjunto de prácticas (no
siempre apegadas a los códigos) que se sustentan en la fuerza de la rutina, la adhesión de
los operadores y las funciones reales que ellas cumplen”1.
El proceso penal que rige en la mayor parte del país -excepción hecha de los Distritos
Judiciales de Huaura y la Libertad, donde se encuentra en vigencia el Código Procesal
Penal 2004- se ha configurado en nuestra realidad también por medio de prácticas, las que
a raíz de su permanente repetición, muchas veces irreflexiva y carente de cuestionamientos,
ha dado lugar a actos que tenemos por normales cuando en algunas ocasiones una revisión
mínimamente seria de su legitimidad nos dice que son actos que se contradicen con
referentes básicos de nuestro ordenamiento jurídico, como, por ejemplo, son los derechos
fundamentales de la persona humana.
El presente trabajo trata sobre una de las prácticas a las que su cotidianeidad ha hecho que
tengamos por normales, cuando su análisis al socaire del derecho humano a ser juzgado
por un juez imparcial nos dice que resulta ilegítima. Nos estamos refiriendo a la capacidad
de fallo que se le reconoce en el proceso sumario al juez que por haber discrepado con el
dictamen no acusatorio del Fiscal Provincial hizo que se remita la causa al Fiscal Superior
logrando que este último obligue a su inferior jerárquico a que formule acusación. Nos
referimos al hecho de que el juez que discrepa con el dictamen fiscal no acusatorio sea el
juez de la sentencia.
2. DERECHO AL JUEZ IMPARCIAL
2.1. Fundamentación Normativa
Pese a su importancia, el derecho al juez imparcial no se encuentra consagrado de manera
expresa en la Constitución Política de 1993. No se le puede hallar ni entre los derechos que
aparecen explícitamente mencionados en su artículo 2º, como derechos fundamentales de
la persona, ni tampoco entre los que aparecen expresamente mencionados en su artículo
139º, como principios y derechos de la función jurisdiccional.
En la doctrina nacional, SAN MARTÍN CASTRO2, BURGOS MARIÑOS3 y CUBAS
VILLANUEVA4 fundamentan el reconocimiento del derecho al juez imparcial por parte de la
*
Este trabajo fue publicado con el mismo nombre en Actualidad Jurídica Nº 151. Lima, Junio - 2006, Gaceta
Jurídica; para la presente publicación sólo se ha alterado la introducción por considerar el autor que la que se
redactó para ser difundida en papel ha perdido actualidad con el paso del tiempo.
**
Profesor en la Universidad Privada Antenor Orrego y en la Academia de la Magistratura [Trujillo Perú].
1
BINDER, Alberto. “¿Qué significa cambiar la justicia penal?”, en: CENTRO DE ESTUDIOS PARA LA
REFORMA DE LA JUSTICIA DEMOCRACIA Y LIBERTAD - CERJUDEL. Reforma del proceso penal en el Perú.
Trujillo, Ediciones BLG, 2005, p. 25.
2
Cfr. SAN MARTÍN CASTRO, César. Derecho procesal penal, I. Lima, Grijley, segunda edición, 2003, pp. 85 a
90.
3
Cfr. BURGOS MARIÑOS, V. Derecho procesal penal peruano, pp. 76 a 87.
4
Cfr. CUBAS VILLANUEVA, Víctor. El proceso penal, Teoría y práctica. Lima, Palestra, quinta edición, 2003, pp.
48 a 51.
2
norma jurídica de máxima jerarquía en la consagración del derecho al debido proceso
(contenido en el inciso 3 del artículo 139º de la Constitución de 1993), en el entendido que a
este último derecho se le debe concebir como “aquella garantía general mediante la cual se
va a dotar de rango constitucional a todas aquellas garantías específicas que no han sido
reconocidas expresamente en la Constitución, pero que se encuentra destinadas a asegurar
que el proceso penal peruano se configure como un proceso justo (conforme con los fines
constitucionales)”5.
En cambio, ORÉ GUARDIA6, ROSAS YATACO7 y DOIG DIAZ8 fundamentan el
reconocimiento constitucional del derecho al juez imparcial en la consagración del principio
de independencia judicial en el inciso 2 del artículo 139 de la Ley Fundamental de 1993.
Por su parte, SÁNCHEZ VELARDE9 -quien afirma seguir, para ello, la doctrina del Tribunal
Constitucional español así como la del Tribunal Constitucional peruano- fundamenta el
derecho al juez imparcial en el derecho al juez legal o predeterminado por la ley, pues es
dentro del acápite dedicado a este último derecho que brevemente se ocupa del derecho al
juez imparcial. Esta posición cobra mayor evidencia cuando se repara en que, en otros
pasajes de su “manual”, se pueden encontrar frases como: “la recusación está íntimamente
vinculada la principio de juez legal, pues exige del juez no sólo la predeterminación de su
jurisdicción y competencia con anterioridad al hecho que conoce, sino también la
ecuanimidad, rectitud e imparcialidad en su actuación funcional”10, así como que el proceso
penal sumario “infringe el principio del juez natural o predeterminado por la ley, al permitir
que la misma autoridad encargada de la investigación sea la que posteriormente emita el
fallo o sentencia final”11.
Las posturas glosadas nos parecen discutibles. La formulación de nuestro planteamiento
parte de precisar que el derecho al juez imparcial se encuentra consagrado en el artículo 10º
de la Declaración Universal de Derechos Humanos (“Toda persona tiene derecho, en
condiciones de plena igualdad, a ser oída públicamente y con justicia por un tribunal
independiente e imparcial, para la determinación de sus derechos y obligaciones o para el
examen de cualquier acusación contra ella en materia penal); en el artículo 14º. 1 del Pacto
Internacional de Derechos Civiles y Políticos (“Toda persona tendrá derecho a ser oída
públicamente y con las debidas garantías por un tribunal competente, independiente e
imparcial, establecido por la ley, en la substanciación de cualquier acusación de carácter
penal formulada contra ella o para la determinación de sus derechos u obligaciones de
carácter civil”); en el artículo 8. 1. de la Convención Americana sobre Derechos Humanos
(“Toda persona tiene derecho a ser oída, con las debidas garantías y dentro de un plazo
razonable, por un juez o tribunal competente, independiente e imparcial, establecido con
anterioridad por la ley, en la sustanciación de cualquier acusación penal formulada contra
ella, o para la determinación de sus derechos y obligaciones de orden civil, laboral, fiscal o
de cualquier otro carácter”).
5
Cfr. BURGOS MARIÑOS, V. Derecho procesal penal peruano, p. 77. En el mismo sentido: SAN MARTÍN
CASTRO, C. Derecho procesal penal, p. 86. Por su parte, CUBAS VILLANUEVA, V. El proceso penal, p. 49;
postula una concepción mucho más amplia del debido proceso (“comprende a todas las garantías que estén en
concordancia con el fin de dotar a una causa penal de los mecanismos que protejan a la persona sometida a
ella”), pero sin que ello afecte lo que es materia de nuestro interés (“comprende incluso a derechos que no se
encuentran expresamente positivizados, pero que en virtud de esta garantía se pueden invocar por responder a
sus fines”).
6
Cfr. ORÉ GUARDIA, Arsenio. Manual de Derecho procesal penal. Lima, Alternativas, segunda edición, 1999,
pp. 96 a 99.
7
ROSAS YATACO, Jorge. Manual de Derecho procesal penal. Lima, Grijley, 2003, p. 73.
8
DOIG DÍAZ, Yolanda. “Inhibición y recusación”, en CUBAS VILLANUEVA, Víctor / DOIG DÍAZ, Yolanda /
QUISPE FARFÁN, Fany (coords.). El nuevo proceso penal, Estudios fundamentales. Lima, Palestra, 2005, pp.
215 a 217).
9
Cfr. SÁNCHEZ VELARDE, Pablo. Manual de Derecho procesal penal. Lima, Idemsa, 2004, pp. 262 a 265.
10
SÁNCHEZ VELARDE, P. Manual de Derecho procesal penal, p. 111.
11
SÁNCHEZ VELARDE, P. Manual de Derecho procesal penal, p. 905.
3
De esta manera, no resulta necesario recurrir -como lo hacen SAN MARTÍN CASTRO,
BURGOS MARIÑOS y CUBAS VILLANUEVA- al debido proceso como “cláusula de carácter
general y residual o subsidiaria; (que) por tanto constitucionaliza todas las garantías
establecidas por la legislación ordinaria -orgánica y procesal-, en cuanto ellas sean
concordes con el fin de justicia a que está destinado la tramitación de un caso judicial penal
o cuyo incumplimiento ocasiona graves efectos en la regularidad -equitativa y justa- del
procedimiento”12, ni como “derecho utilizado para amparar derechos no expresamente
reconocidos en otros apartados de la Ley Fundamental”13; puesto que, en nuestro
ordenamiento jurídico el derecho al juez imparcial posee la naturaleza de derecho
fundamental (de jerarquía constitucional) como consecuencia del reconocimiento de los
derechos fundamentales no expresos que hace el artículo 3º de la Norma Suprema de 1993,
que prescribe: “La enumeración de los derechos establecidos en este capítulo (‘derechos
fundamentales de la persona’) no excluye los demás que la Constitución garantiza, ni otros
de naturaleza análoga o que se fundan en la dignidad del hombre, o en los principios de
soberanía del pueblo, del Estado democrático de derecho y de la forma republicana de
gobierno”.
La consagración del derecho al juez imparcial en diversos Instrumentos Internacionales de
Derechos Humanos, como los citados en un párrafo anterior, donde se le reconoce
expresamente como derecho que se funda en la dignidad del hombre deja claro su inclusión
entre los derechos a los que se refiere el indicado artículo 3º de la Constitución Política del
Estado.
La posición de ORÉ GUARDIA, ROSAS YATACO y DOIG DÍAZ, cuando pretenden
fundamentar la vigencia del derecho al juez imparcial en el principio de independencia
judicial14, resulta inadecuada ya desde la simple lectura del artículo 10º de la Declaración
Universal de Derechos Humanos, el artículo 14º. 1 del Pacto Internacional de Derechos
Civiles y Políticos o el artículo 8. 1. de la Convención Americana sobre Derechos Humanos,
que al exigir entre otras garantías un juez “independiente e imparcial” dejan en claro que se
trata de dos exigencias distintas.
No sólo lo dicho, si negar que se trata de dos garantías que guardan una estrecha relación
funcional, lo cierto es que en la doctrina más extendida la independencia y la imparcialidad,
son tratadas -nos parece que de modo correcto- como conceptos con un contenido
distinto15.
La independencia se encuentra dirigida a evitar la intromisión de terceras personas (o
instituciones) en el ejercicio de la labor jurisdiccional, tanto cuando dichas intromisiones
provengan del externo como del interno de la propia estructura del Poder Judicial16. La
12
SAN MARTÍN CASTRO, C. Derecho procesal penal, pp. 85 - 86.
SAN MARTÍN CASTRO, C. Derecho procesal penal, p. 86.
14
Pareciera que este planteamiento proviene de seguir al sector de la doctrina procesal española que incluye la
garantía de imparcialidad dentro de la garantía de independencia judicial (refiriéndose a la “independencia
respecto de las partes procesales y del objeto litigioso”), aunque en algún momento de su discurso -de manera
contradictoria- exprese: “junto a la imparcialidad de cada juzgador respecto del objeto litigioso y de las partes
procesales, en el moderno Estado constitucional se ha implantado la garantía de la independencia del juez.. El
juez tiene ahora garantizada también la independencia, como conquista irrenunciable y exigencia política del
modelo de Estado implantado en las sociedades occidentales, aunque no sea esencial al concepto de juez ni de
jurisdicción”, MORENO CATENA, Víctor, en ÉL MISMO / CORTÉS DOMÍNGUEZ, Valentín / GIMENO SENDRA,
Vicente. Introducción al Derecho procesal. Madrid, Colex, 1997, p. 94 (el subrayado es nuestro).
15
Incluso, para algún sector de la doctrina, es del derecho al juez imparcial de donde se deriva la exigencia de
independencia judicial, por todos: CAFFERATA NORES, José. Proceso penal y derechos humanos. Buenos
Aires, Editores Del Puerto, 2000, p. 30.
16
En este sentido, el artículo 139º de la Constitución prescribe: “Son principios y derechos de la función
jurisdiccional: (…) 2. La independencia en el ejercicio de la función jurisdiccional. / Ninguna autoridad puede
avocarse a causas pendientes ante el órgano jurisdiccional ni interferir en el ejercicio de sus funciones. Tampoco
13
4
imparcialidad, por su parte, busca evitar que en la resolución de los casos concretos
(incidentales o de fondo) quien ejerza la función jurisdiccional se guíe por algún interés
distinto a la adecuada aplicación del Derecho, imponiendo la necesidad de que el
funcionario judicial se conduzca como un tercero ajeno a los específicos intereses de las
partes17.
El planteamiento de SÁNCHEZ VELARDE de fundamentar el derecho al juez imparcial en el
derecho al juez legal o predeterminado por la ley también es poco satisfactorio. Del mismo
modo que sucede con del planteamiento de ORÉ GUARDIA, ROSAS YATACO y DOIG
DÍAZ, la simple lectura del artículo 14º. 1 del Pacto Internacional de Derechos Civiles y
Políticos o del artículo 8. 1. de la Convención Americana sobre Derechos Humanos permite
apreciar con facilidad que nos encontramos ante exigencias que -si bien se encuentran
relacionadas funcionalmente- resultan diferentes.
Por otro lado, si bien el profesor SÁNCHEZ VELARDE afirma seguir la jurisprudencia de los
tribunales constitucionales español y peruano al formular su planteamiento, surgen fundadas
dudas sobre ello cuando se repara en que en la literatura española se pueden encontrar
frases como: “Exigencia ésta de imparcialidad que es distinta a la de que decida el Juez
predeterminado por la Ley, como ha destacado la STC 164/1988, de 26 de septiembre, al
tratar del tema de que hasta que punto el ejercicio de las funciones de instrucción y de
juzgar atentan contra la imparcialidad exigida al juez”18 y que el Tribunal Constitucional
peruano de común procede diferenciando entre el derecho al juez imparcial y el derecho al
juez predeterminado por ley y cuando establece relaciones entre ambos establece una
relación inversa, en el sentido de que la predeterminación legal del juez se encuentra
llamada a asegurar la imparcialidad de quien actúa como órgano jurisdiccional19 (cfr. Exp. Nº
1934-2003-HC/TC. Lima. Juan Roberto Yujra Mamani; Exp. N.° 1013-2003-HC/TC. Lima.
Héctor Ricardo Faisal Fracalossi; Exp. N.° 0290-2002-HC/TC. Lima. Eduardo Martín Calmell
Del Solar Díaz)20.
Habíamos dicho que el derecho a la imparcialidad busca evitar que en la resolución de los
casos concretos (incidentales o de fondo) quien ejerza la función jurisdiccional se guíe por
algún interés distinto a la adecuada aplicación del Derecho, imponiendo la necesidad de que
el funcionario judicial se conduzca como un tercero ajeno a los específicos intereses de las
partes. En cambio, según ha dejado sentado el propio Tribunal Constitucional peruano “El
derecho a la jurisdicción predeterminada por la ley está expresado en términos dirigidos a
evitar que se juzgue a un individuo en base a ‘órganos jurisdiccionales de excepción’ o por
‘comisiones especiales’ creadas al efecto, cualquiera sea su denominación" (cfr. Exp. N.°
1013-2003-HC/TC. Lima. Héctor Ricardo Faisal Fracalossi; Exp. N.° 0290-2002-HC/TC.
Lima. Eduardo Martín Calmell Del Solar Díaz; Exp. N.° 2145-2004- HC/TC. Lima. Dora Julia
Beatriz Escudero Centurión) 21.
puede dejar sin efecto resoluciones que han pasado en autoridad de cosa juzgada, ni cortar procedimientos en
trámite, ni modificar sentencias ni retardar su ejecución. Estas disposiciones no afectan el derecho de gracia ni la
facultad de investigación del Congreso, cuyo ejercicio no debe, sin embargo, interferir en el procedimiento
jurisdiccional ni surte efecto jurisdiccional alguno”.
17
En sentido similar: BINDER BARZIZZA, Alberto. Introducción al Derecho procesal penal. Buenos Aires, Adhoc, 1993, p. 299; PEDRAZ PENALVA, Ernesto. Derecho procesal penal. Madrid, Colex, 2000, pp. 207 - 208.
18
GONZÁLEZ PÉREZ, Jesús. El derecho a la tutela jurisdiccional. Madrid, Civitas, tercera edición, 2001, p. 165,
consignando en la nota de pie de la p. 167 la glosa de la parte pertinente del texto de la sentencia en mención,
FJ 1º.
19
Por todos, en sentido similar: MAIER, Julio B. J. Derecho procesal penal, Tomo II. Buenos Aires, Editores del
Puerto, 2003, p. 554; BOVINO, Alberto. “Proceso penal y derechos humanos: la reforma de la administración de
la justicia penal” en ÉL MISMO. Problemas del derecho procesal penal contemporáneo. Buenos Aires, Editores
Del Puerto, 1998, p. 16.
20
Cfr. AVALOS RODRÍGUEZ, Constante / ROBLES BRICEÑO, Mery. Jurisprudencia penal del Tribunal
Constitucional. Lima, Gaceta Jurídica, 2006, pp. 167 a 188.
21
Cfr. AVALOS RODRÍGUEZ, C. / ROBLES BRICEÑO, M. Jurisprudencia penal del Tribunal Constitucional, pp.
167 a 191.
5
De esta manera, cuando dentro de un proceso penal se solicita el apartamiento de la
persona que ejerce la función jurisdiccional por existir fundadas dudas respecto de su
imparcialidad, se está cuestionando al juez que ha asumido competencia en el conocimiento
del caso por hallarse predeterminado por la ley22.
2.2. Especial trascendencia
No obstante la importancia que de manera general se le debe reconocer a los derechos
fundamentales y, dentro de ellos, a los que poseen relevancia penal o procesal penal, el
derecho al juez imparcial posee un lugar primordial en el plexo de los derechos que se
fundan en la dignidad de la persona humana (lo que incluso ha llevado a que algún autor lo
califique -nos parece que con cierta exageración23- como “principio supremo del proceso”24).
En palabras de MORENO CATENA: “El primero de los requisitos estructurales que ha de
cumplir necesariamente cualquier juez o tribunal, para poder ser considerado como tal, es el
carácter o condición de tercero ajeno al conflicto que ante él planteen las partes procesales
demandando su resolución”25. Es que, precisamente, la razón de ser de los jueces y
tribunales radica en la necesidad de que alguien distinto a las partes y a sus intereses sea
quien decida respecto del conflicto social que se ha suscitado declarando la existencia de un
hecho e imponiendo la consecuencia jurídica que resulte adecuada al Derecho, potestad
que en materia de delitos se encuentra entregada -por la gravedad general de los conflictos
sociales y de las consecuencias jurídicas aplicables- en monopolio a los órganos
jurisdiccionales estatales.
En consonancia, MONTERO AROCA ha dejado sentado que no existe un verdadero
proceso si es que no existe un juez imparcial26. En lo que creemos tiene absoluta razón,
puesto que es el proceso el escenario que se ha construido normativamente para que los
titulares de las pretensiones en conflicto tengan la oportunidad de demostrar la corrección
de sus posiciones ante el tercero imparcial instituido por el Estado como funcionario
competente para tomar la decisión que exprese la respuesta del Derecho al conflicto social.
Lo que no ocurre cuando el funcionario a quien le corresponde tomar la decisión representa
alguno de los intereses en disputa, como sucede en lo que se acostumbra denominar como
“proceso penal peruano” (denominación que mantenemos por necesidades de
comunicación), en el que, no obstante lo que establece la Ley Orgánica del Ministerio
Público en su artículo 14º (“Sobre el Ministerio Público recae la carga de la prueba en las
acciones civiles, penales y tutelares que ejercite”), prima la interpretación del Código de
22
En este sentido: ARMENTA DEU, Teresa. Lecciones de Derecho procesal penal. Madrid, Marcial Pons, 2003,
p. 76.
23
Es que si bien se trata de un principio de primera importancia, junto a él se pueden encontrar otros principios
también de primerísimo orden, por su trascendencia incluso para la efectiva protección de otros derechos
fundamentales que han sido configurados como principios del proceso penal, lo que ocurre, por ejemplo, en el
caso del derecho de defensa. En este último derecho, nos encontramos ante una garantía tan básica que si no se le
da cumplimiento las restantes garantías quedan en letra muerta o dejan de cumplir su función específica. El derecho
de defensa desempeña, dentro del proceso penal, un papel particular: por una parte, actúa en forma conjunta con las
demás garantías; por otra, es la garantía que torna operativas todas las demás (BINDER, Alberto M. Introducción al
Derecho procesal penal. Buenos Aires, 1993, p. 151), puesto que, al fundamentar la participación del imputado en
el procedimiento penal en calidad de sujeto procesal, le asegura las condiciones para que éste pueda exigir el
respeto de la totalidad de garantías que la normatividad jurídica ha previsto en su favor, las cuales en las más de las
veces quedarían en letra muerta en caso no tuviera el procesado la posibilidad de controlar o peticionar su plena
observancia.
24
ARAGONESES ALONSO, Pedro. Proceso y Derecho procesal (Introducción). Madrid, Editoriales de Derecho
Reunidas, segunda edición, 1997, p. 127.
25
MORENO CATENA, V. Introducción al Derecho procesal, p. 94.
26
Cfr. MONTERO AROCA, Juan. Principios del proceso penal, Una explicación basada en la razón. Valencia,
Tirant lo blanch, 1997, pp. 28 - 29 (razón en la que se apoya para concluir que no se puede hablar de un proceso
penal inquisitivo, pues -en esta forma de aplicar el Derecho penal- al no existir juez imparcial no existe un
verdadero proceso).
6
Procedimientos Penales de 1940 por los operadores del Derecho en un sentido que hace al
órgano jurisdiccional corresponsable del éxito de la persecución.
Esto cobra mayor y grave evidencia cuando, por ejemplo, se aprecia en la realidad que,
salvo honrosas excepciones, el Ministerio Público desempeña un papel de mera comparsa,
correspondiéndole al Juez Especializado en lo Penal la responsabilidad de dirigir la
instrucción (cuyos actos, según criterio dominante en la jurisprudencia nacional, no tienen
mayor problema para fundar válidamente una sentencia condenatoria), materializada
principalmente en la responsabilidad de disponer de oficio los actos necesarios para
recolectar elementos probatorios que digan de la efectiva realización o no en la realidad de
la hipótesis fáctica que constituye el objeto del proceso penal. Todo esto en el contexto
ideológico que fija el código de procedimientos vigente que en su Exposición de Motivos
expresa: “El instructor no puede ni debe ser el magistrado pasivo e imparcial que se requiere
para el juzgamiento, porque de colocarlo en esa situación peligraría la obra que estuviera a
su cargo. Su labor investigatoria debe distinguirse de contrario por una efectiva
espontaneidad e iniciativa en la persecución del delito, como representante de la sociedad y
de la parte agraviada”27.
En la doctrina se señala que el proceso es un método heterocompositivo de resolución de
conflictos, que se diferencia de la autocomposición en razón a que en el primero es un
tercero quien establece la solución para el conflicto y, en cambio, en el segundo son las
propias partes quienes fijan la respuesta “a través del acuerdo de voluntades o del voluntario
sacrificio o resignación de una de ellas”28; un proceso penal en el que el juez no es
imparcial, sino que representa los intereses insitos en la persecución, ni siquiera puede ser
calificado como expresión de un método de carácter autocompositivo, se trata de una
manifestación de la que ha sido calificada como “la más primitiva, injusta y peligrosa” forma
de resolución de conflictos, la autotutela, que “se caracteriza por la solución coactiva del
conflicto por la parte más fuerte o que ocupa en él una situación hegemónica”29.
No sólo lo dicho, sino que -con palabras de BOVINO- “El efectivo respeto de las demás
garantías fundamentales se tornaría ilusorio si no se garantizara la imparcialidad del tribunal
que habrá de intervenir en el caso”30.
Esto en razón a que una de las principales funciones del órgano jurisdiccional -consustancial
a su posición como sujeto procesal necesario- es precisamente velar por el irrestricto
respeto de los derechos fundamentales y garantías de los ciudadanos que de alguna
manera intervienen en el proceso penal, sea que dicha intervención tenga lugar a título de
sujetos procesales o de terceros (v. gr. testigos, titular del domicilio que se habrá de allanar,
etcétera). Evidentemente un juez parcializado, por ejemplo, con los intereses propios de la
persecución, no ofrece ninguna garantía de adecuado respeto y tutela de los derechos
fundamentales de los ciudadanos, pues, dicha parcialidad le hará que tienda a actuar en
función del interés en conflicto al cual se ha adscrito, lo que indudablemente le puede llevar
a, por ejemplo, efectuar o autorizar ingerencias en los derechos fundamentales de las
personas que vayan más allá de los límites de lo jurídicamente admisible, todo en tanto
resulte necesario para lograr que el interés que representa resulte finalmente triunfador.
Pero, también en razón a los efectos que dicha parcialidad va a surtir en el momento de
construir la sentencia que ponga fin al proceso, puesto que de nada habrá servido el
aparente respeto que se pudiera haber tenido de las garantías previstas en favor de los
27
Extracto de la Exposición de Motivos del Anteproyecto de Código Procesal Penal de 1939 glosado por MIXÁN
MASS, Florencio. Derecho procesal penal, juicio oral. Trujillo, BLG Ediciones, sexta edición, 2003, p. 24.
28
GIMENO SENDRA, Vicente en MORENO CATENA, Víctor / CORTÉS DOMÍNGUEZ, Valentín / GIMENO
SENDRA, Vicente. Introducción al Derecho procesal, p. 24.
29
GIMENO SENDRA, V. Introducción al Derecho procesal, p. 24.
30
BOVINO, A. “Proceso penal y derechos humanos: la reforma de la administración de la justicia penal”, p. 17.
7
sujetos procesales dentro de la sustanciación del proceso si finalmente son criterios
interesados los que orientan el sentido de la decisión final.
2.3. Contenido
El Diccionario de la Lengua Española define la imparcialidad señalando: “Falta de designio
anticipado o prevención a favor o en contra de alguien o algo, que permite juzgar o proceder
con rectitud”31.
En sentido similar, el maestro Julio MAIER señala que: “El sustantivo imparcial refiere,
directamente, por su origen etimológico (in - partial), a aquel que no es parte en un asunto
que debe decidir, esto es, que lo ataca sin interés personal alguno. Por otra parte, el
concepto refiere, semánticamente, a la ausencia de prejuicios a favor o en contra de las
personas o la materia acerca de las cuales debe decidir”32.
La imparcialidad es una de las pocas categorías del Derecho procesal penal contemporáneo
en que reina consenso doctrinario respecto de su significado e incluso existe
correspondencia entre el significado normativo que se le acostumbra otorgar y el significado
que le otorga la convención social que hace posible la comunicación entre personas no
especializadas en temas jurídicos. La imparcialidad significa lo mismo tanto para los
teóricos, magistrados, abogados, que para el común ciudadano de a pie.
Hemos dejado sentado en párrafos superiores que, por su parte, el “derecho al juez
imparcial” importa la exigencia de que la persona que habrá de ejercer la función
jurisdiccional lo haga libre de cualquier tipo de interés distinto a la adecuada aplicación del
Derecho, hallándose equidistante de los intereses de las partes en conflicto.
Nos encontramos frente a una exigencia de carácter general que encuentra su funcionalidad
frente al específico caso concreto33, pues es en relación a cada caso particular que se
tendrá que exigir, controlar y garantizar que quien habrá de impartir justicia,
desempeñándose como funcionario jurisdiccional, no se encuentre contaminado por
intereses ajenos a la legitima resolución del caso que ha sido puesto en su conocimiento.
A. Imparcialidad subjetiva e imparcialidad objetiva
El Tribunal Europeo de Derechos Humanos ha establecido una dicotomía (Caso Piersack C.
Bélgica [STEDH 1 Octubre 1982]) que suele ser recurrentemente aludida por la doctrina
nacional y comparada en el momento de desentrañar la capacidad de rendimiento de la
garantía del juez imparcial34.
Ha señalado dicho Tribunal que en el magistrado que habrá de conocer y resolver un caso
concreto deben verificarse dos tipos de condiciones, unas que hacen a su convicción
personal respecto del caso concreto y a las partes, acuñadas bajo la denominación de
imparcialidad subjetiva, y otras que hacen a si el juzgador ofrece las garantías suficientes
para excluir cualquier duda razonable respecto de la corrección de su actuación, acuñadas
bajo la denominación de imparcialidad objetiva.
31
REAL ACADEMIA ESPAÑOLA. Diccionario de la Lengua Española. España, vigésima segunda edición, 2002,
p. 848.
32
MAIER, Julio B. J. Derecho procesal penal, Tomo I. Buenos Aires, Editores del Puerto, segunda edición, 1996,
pp. 739 - 740.
33
Expresamente: VÁSQUEZ ROSSI, Jorge. Derecho procesal penal, Tomo II. Buenos Aires, Rubinzal Culzoni,
1997, p. 153; BOVINO, Alberto. “Imparcialidad de los jueces y causales de recusación no escritas en el nuevo
Código Proceso Penal de la Nación”, en ÉL MISMO. Problemas del derecho procesal penal contemporáneo, p.
51; PEDRAZ PENALVA, E. Derecho procesal penal, p. 213.
34
Por todos: SAN MARTÍN CASTRO, C. Derecho procesal penal, p. 95; BURGOS MARIÑOS, V. Derecho
procesal penal peruano, p. 128.
8
En lo que corresponde a la imparcialidad subjetiva, el TEDH ha señalado que la
imparcialidad personal de un magistrado se presume hasta que se pruebe lo contrario, por
tanto, para dar lugar al apartamiento del juez del conocimiento del proceso tiene que
haberse corroborado que el magistrado ha adoptado posición a favor de alguno de los
intereses en conflicto.
Por el contrario, en lo que respecta a la imparcialidad objetiva, se tiene que determinar si
existen hechos (ciertos) que, por fuera de la concreta conducta personal del juez, permitan
poner en duda su imparcialidad. No se exige la corroboración de que el juez haya tomado
partido por alguno de los intereses en conflicto, basta la corroboración de algún hecho que
haga dudar fundadamente de su imparcialidad.
En este último extremo, el TEDH ha señalado que hasta las apariencias son importantes,
puesto que lo que está en juego no es sólo el derecho fundamental subjetivo de una
persona a ser juzgado por un juez imparcial, sino además la confianza que los tribunales de
una sociedad democrática deben merecer a los que acuden a ellos, y sobre todo, en
cuestiones penales a los acusados35. En el mismo sentido se puede hallar en ROXIN: “un
juez cuya objetividad en un proceso determinado está puesta en duda, no debe resolver en
ese proceso, tanto en interés de las partes como para mantener la confianza en la
imparcialidad de la administración de justicia”36.
B. El apartamiento del juez cuya imparcialidad se encuentra en duda
Los ordenamientos jurídico-procesales penales contemporáneos acostumbran prever
instrumentos específicos para propiciar el apartamiento del juez que no garantice la
imparcialidad de su proceder.
Nuestro Código de Procedimientos Penales de 1940, aún vigente, ha previsto en este
sentido el mecanismo de la “recusación” para que el inculpado o la parte civil puedan
solicitar el alejamiento del juzgador materia de cuestionamiento (cfr. artículo 29º)37. El
apartamiento del conocimiento del caso que se debe a la propia iniciativa de quien se
desempeña como órgano jurisdiccional ha sido denominado “inhibición de oficio”.
Por otro lado, si bien no se le otorga -nos parece que en expresión de una política procesal
de corte inquisitivo que no le reconoce como parte procesal- al Ministerio Público, titular de
la persecución penal, la posibilidad de recusar a quien se desempeña como juzgador, el
35
“Para resolver si en un determinado caso hay un motivo legítimo para temer que un juez no sea imparcial, ‘el
punto de vista del acusado es importante, pero no es decisivo. Lo que sí será decisivo es que sus temores estén
objetivamente justificados’. / En el caso concreto el temor a la no imparcialidad procedía de que el Magistrado
que presidía el Tribunal en primera instancia y, después, los que tomaron parte en la apelación de la causa,
habían intervenido ya en una fase anterior y, habían tomado, antes del juicio, algunas resoluciones sobre el
(ahora) demandante. / El TEDH acepta que es comprensible que una situación así planteada pueda suscitar
dudas, pero, ello no es suficiente para considerarlas objetivamente justificadas, sino que para resolver la cuestión
han de examinarse las circunstancias concretas del caso. / Aquí (Caso Hauschildt C. Dinamarca [STEDH 24
mayo 1989]) ya parece que es observable un punto de inflexión en la doctrina del TEDH. Hasta esta sentencia el
Tribunal había utilizado un examen objetivo bastante abstracto: se examinaba el sistema judicial desde un punto
de vista objetivo, pero de una manera abstracta sin que fuese muy esencial la situación concreta. Sin embargo, a
partir del caso Hauschildt el Tribunal aunque parte de un examen objetivo afirma que no es suficiente sino que es
necesario un análisis de la situación concreta” (LÓPEZ BARJA DE QUIROGA, Jacobo. Tratado de Derecho
procesal penal. Navarra, Thomson - Aranzadi, 2004, p. 361).
36
ROXIN, Claus. Derecho procesal penal. Buenos Aires, Editores del Puerto, traducción de la vigésima quinta
edición alemana, 2000, p. 41.
37
Esta norma no ha previsto la posibilidad que quien plateé la recusación pueda ser el tercero civilmente
responsable o la persona jurídica que ha sido incorporada al proceso -para que ejerza su derecho a la defensacon la pretensión de que se le imponga las consecuencias accesorias que prevé el Código Penal; pero ello
resulta no sólo posible, sino imperativo, a consecuencia del efecto directamente vinculante de las normas
constitucionales (conocido también como eficacia normativa directa).
9
artículo 31º del C. de P. P. le establece la posibilidad de pedir al juez que se inhiba posibilidad que pareciera no encuentra fundamento en su reconocimiento como parte
procesal, sino que se configura sobre una función de guardián de la regularidad del
procedimiento-.
Es importante puntualizar que el alejamiento del juez (mediante la recusación o la inhibición)
no requiere necesariamente que dicho funcionario haya incurrido en un comportamiento que
sea expresión de un proceder parcializado, sino que dicho apartamiento se debe producir ya
con el solo hecho de que existan circunstancias objetivas que hagan que no se pueda
garantizar que el juzgador vaya a proceder con imparcialidad. Esta es la posición que,
aunque a veces parece no ser advertida por nuestros órganos de impartición de justicia, ha
recogido el Código de Procedimientos Penales al decantarse por un sistema mixto de
causales de apartamiento, estableciendo un catálogo de causales específicas en los siete
incisos que conforman su artículo 29º y una causal general contemplada en su artículo 31º,
que prescribe: “También podrá ser recusado un juez, aunque no concurran las causales
indicadas en el artículo29º, siempre que exista un motivo fundado para que pueda dudarse
de su imparcialidad”.
Siendo en este sentido que la doctrina procesal penal contemporánea señala que para que
la recusación resulte procedente, generando el apartamiento del magistrado cuestionado,
basta con que exista un temor razonable de parcialidad38, una sospecha fundada39, una
sospecha según una valoración razonable40, que se ponga en duda la imparcialidad41, que
se trate de un iudex suspectus42.
No parece, por tanto, correcta la afirmación de MIXÁN MASS al señalar que: “cuando un
juez se vea en el trance de no poder superar una situación concreta que amenaza su
rectitud de criterio, tiene el remedio de la inhibición”43 que, contrario sensu, lleva a concluir
que cuando dicho juez, a pesar de encontrarse en una situación en que su imparcialidad
queda puesta en duda, cree poder superar la situación concreta que amenaza su rectitud de
criterio, debe seguir conociendo del proceso.
No resulta correcta la afirmación de MIXÁN MASS en razón a que la recusación o inhibición
no se funda en que el magistrado mantenga o no la rectitud de su criterio, sino en la
existencia de circunstancias ciertas que puedan poner en cuestionamiento la imparcialidad
en el proceder del juzgador.
En palabras de MONTERO AROCA: “La ley no entra a considerar cuál sería el ánimo de
cada juez determinado si se encuentra en una de esas situaciones, sino que le basta con
que se constate que concurre la causa para llegar a la conclusión de que ese juez no puede
ser considerado imparcial”44; resultando procedente el apartamiento “independientemente de
que en la realidad cada juez sea o no capaz de mantener su imparcialidad”45.
38
VÁSQUEZ ROSSI, J. Derecho procesal penal, p. 153.
Cfr. CORDERO, Franco. Procedimiento penal, Tomo I. Santa fe de Bogotá, Temis, traducción de la segunda
edición italiana, 2000, p. 150; MONTERO AROCA, Juan en ÉL MISMO / GÓMEZ COLOMER, Juan-luis /
MONTÓN REDONDO, Alberto / BARONA VILAR, Silvia. Derecho Jurisdiccional, tomo I. Valencia, Tirant lo
blanch, décima edición, 2000, p. 357; BOVINO, Alberto. “Imparcialidad de los jueces y causales de recusación no
escritas en el nuevo Código Proceso Penal de la Nación”, p. 53; VÁSQUEZ ROSSI, J. Derecho procesal penal, p.
153; MAIER, J. Derecho procesal penal II, p. 559.
40
ROXIN, C. Derecho procesal penal, p. 43; MAIER, J. Derecho procesal penal I, p. 752.
41
GONZÁLEZ PÉREZ, J. El derecho a la tutela jurisdiccional, p. 170.
42
BACIGALUPO ZAPATER, Enrique. El debido proceso penal. Buenos Aires, Hammurabi, 2005, p. 93.
43
MIXÁN MASS, Florencio. Derecho procesal penal. Trujillo, Marsol, segunda edición, 1990, p. 181.
44
MONTERO AROCA, J. Derecho jurisdiccional I, p. 357.
45
MONTERO AROCA, J. Derecho jurisdiccional I, p. 114.
39
10
Bastará la aparición de las circunstancias generadoras de la duda para que el apartamiento
del magistrado sea procedente, pues, como señala BURGOS MARIÑOS: “El derecho al juez
imparcial se debe configurar para funcionar antes que se haya producido la parcialización
efectiva del juzgador, para actuar frente a los casos en que existe el peligro que la
parcialización se verifique”46.
Más aún, la aparición de las causales en mención no sólo hacen que resulte procedente la
inhibición, sino que la hacen obligatoria, puesto que como señalamos líneas arriba lo que
está en juego no es sólo el derecho fundamental subjetivo de una persona a ser juzgado por
un juez imparcial, sino además la confianza que los tribunales de una sociedad democrática
deben merecer a los que acuden a ellos, correspondiéndole a los magistrados garantizar
dichos ámbitos de proyección del derecho fundamental referido47.
Para finalizar este apartado, es necesario realizar una aclaración: en muchos magistrados
existe la convicción que cuando se interpone una recusación en su contra se está
cuestionando su rectitud de criterio, su honestidad, su honorabilidad (gobernando ideas
similares el apartamiento de oficio).
Incluso esta posición se puede encontrar de alguna manera reflejada en un sector de la
doctrina patria; así, por ejemplo, CUBAS VILLANUEVA señala: “La inhibición, en estricto, es
el acto jurídico procesal, mediante el cual el funcionario judicial, por exclusivas razones de
índole ético legal se aparta del conocimiento del proceso”48, señalando MIXÁN MASS en el
acápite que dedica a la “imparcialidad del juez penal”, que “la imparcialidad, la probidad es
una de las exigencias ineluctables para la función jurisdiccional”49.
Este es un grave error, como se ha podido apreciar, para la procedencia de la recusación
basta que existan circunstancias que generen dudas o temor fundado de no encontrarse
suficientemente garantizada la imparcialidad del proceder de quien habrá de desempeñarse
como juzgador, “no significa ningún reproche personal hacia el juez”50, “representa, tan solo,
el intento del justiciable de lograr la mayor posición de imparcialidad posible por parte del
juzgador”51.
Las exigencias que dirige el derecho al juez imparcial al proceso penal peruano son muy
diversas, no resultando por tanto posible en este pequeño trabajo ocuparnos de cada una de
ellas, por lo cual solo habrán de quedar mencionadas a efectos de pasar al tema sobre el
cual hemos querido incidir.
En este sentido, la doctrina y jurisprudencia comparadas enseñan que son exigencias de la
imparcialidad las reglas: “quien instruye no puede juzgar”52, “no hay juicio sin acusación
46
BURGOS MARIÑOS, V. Derecho procesal penal peruano, p. 84. Por lo cual también resulta afectada de
inexactitud la frase “contra el juez que se parcializa corresponde a las partes excluirlo del proceso mediante la
recusación” (MIXÁN MASS, F. Derecho procesal penal, p. 181), para que la recusación resulte procedente no se
requiere que el juez se haya parcializado, basta el simple peligro de ello, basta que el juez no ofrezca garantías
de su imparcialidad.
47
En su particular modo de plantear las cosas, decía el malogrado profesor Enrique RUIZ VADILLO (“Apuntes
sobre el perfil del juez penal en cuanto creador de la sentencia”, en Estudios de Derecho procesal penal.
Granada, Comares, 1995, p. 474) “Nadie ha de ser más sensible al espíritu y a los mandatos constitucionales
que los jueces… El Juez es el realizador de la justicia según los parámetro constitucionales y del resto del
ordenamiento jurídico”.
48
CUBAS VILLANUEVA, V. El proceso penal, p. 126 (el subrayado es nuestro).
49
MIXÁN MASS, F. Derecho procesal penal, p. 180 (el subrayado es nuestro).
50
En este sentido: BOVINO, Alberto. “Imparcialidad de los jueces y causales de recusación no escritas en el
nuevo Código Proceso Penal de la Nación”, p. 54.
51
MAIER, J. Derecho procesal penal II, p. 557;
52
FERRAJOLI, Luigi. Derecho y razón, Teoría del galantismo penal. Madrid, traducción de la edición italiana,
1995, p. 567. El TC español declaró en la Sentencia Nº 145/88, de 12/07/88 que “el problema no se relaciona con
la rectitud personal de los jueces que interviene en la instrucción, sino, antes bien, con el hecho que la actividad
11
previa”53, “quien acusa no puede juzgar”54, “quien con anterioridad se ha pronunciado sobre
el mérito probatorio no puede juzgar”55, “interdicción de medidas cautelares dictadas de
oficio”56, “quine juzga no puede hacer suya la carga de la prueba”57.
3. EL JUEZ QUE DISCREPA DEL DICTAMEN NO ACUSATORIO NO PUEDE SER JUEZ DE
LA SENTENCIA
Habíamos señalado que, de manera general, quienes participan del quehacer diario del
sistema procesal penal peruano tiene por algo “normal”, que no formulan el menor reparo al
hecho de que en el procedimiento penal sumario una vez finalizadas las diligencias propias
de la instrucción y, consiguientemente, remitidos los actuados al Fiscal Provincial para que
emita su dictamen, en caso que éste sea no acusatorio, solicitando el archivo, el juez que
discrepó de dicho sentido no acusatorio y generó el pronunciamiento revisor del Fiscal
Superior, mantenga su capacidad de emitir pronunciamiento final (sentencia) en caso que el
Fiscal Superior haya resuelto ordenándole al Provincial que emita el correspondiente
dictamen acusatorio.
La doctrina nacional calla respecto de este tema. En los manuales de SAN MARTÍN
CASTRO58, SÁNCHEZ VELARDE59, CUBAS VILLANUEVA60, BURGOS MARIÑOS61, por
citar los más representativos, no hemos podido encontrar ningún cuestionamiento a lo que
para nosotros resulta una grave infracción del derecho al juez imparcial.
“El principio de imparcialidad exige una estricta separación de funciones requirentes y
decisorias”62, cosa que no se cumple cuando es el mismo juez que ha discrepado con el
instructora, en cuanto coloca a quien la lleva a cabo en contacto con el acusado y con los hechos y datos de la
causa, puede provocar en el ánimo del instructor, incluso a pesar de sus mejores deseos, prejuicios e
impresiones a favor o en contra del acusado que influyan a la hora de sentenciar”. En palabras de Andrés DE LA
OLIVA SANTOS: “Este fenómeno nada dice en contra del ánimo o intención con que la investigación se dirige:
puede ser, en todo momento, de la máxima imparcialidad y objetividad. Pero parece del todo natural, inevitable,
que quien dirija la investigación se forje una idea concreta de los hechos, adquiera una prevención o prejuicio,
porque el avance del proceso implica enjuiciamientos provisionales sobre conductas” (en ÉL MISMO / DÍEZPICAZO GIMÉNEZ, Ignacio / VEGAS TORRES, Jaime. Derecho procesal, Introducción. Madrid, Centro de
Estudios Ramón Areces, 1999, p. 64).
53
Cfr. BOVINO, Alberto. “Proceso penal y derechos humanos: la reforma de la administración de la justicia
penal”, p. 11 (especialmente p. 13).
54
FERRAJOLI, L. Derecho y razón, p. 580; CAFFERATA NORES, J. Proceso penal y derechos humanos, p. 92;
55
En este sentido: BOVINO, Alberto. “Imparcialidad de los jueces y causales de recusación no escritas en el
nuevo Código Proceso Penal de la Nación”, p. 51; BACIGALUPO ZAPATER, E. El debido proceso penal, p. 94.
56
Es bastante gráfico: “Supongamos que un juez civil se entera de que el sujeto ‘A’ le debe dinero al sujeto ‘B’, y
que este juez demanda de oficio a ‘A’, lo cita a contestar la demanda, y hace comparecer a ‘B’ como testigo.
Imaginemos ahora que el sujeto ‘C’ demanda al sujeto ‘D’ ante el mismo juez, y que el juez, de oficio y sin pedido
alguno de ‘C’, dicta una medida cautelar a su favor, embargando los bienes de ‘D’. A nadie se le ocurriría
sostener, en ninguno de los dos ejemplos mencionados, que este juez imaginario ha actuado imparcialmente,
pues él, de modo manifiesto, ha intervenido en interés de una de las partes. A pesar del reconocimiento de esta
circunstancia indiscutible, nuestra valoración cambia completamente, y sin fundamento racional alguno, cuando
se trata de un juez penal que inicia la investigación de oficio -en el primer ejemplo, que demanda personalmente
en ‘representación’ del acreedor- o que ordena, sin requerimiento del acusador, la detención preventiva del
imputado -en el segundo ejemplo, que embarga los bienes del deudor-. En estos casos, el juez penal a cargo de
la investigación representa, indudablemente, al interés persecutorio y, al mismo tiempo, debe controlar ese
interés, es decir, sus propias decisiones” (BOVINO, Alberto. “Proceso penal y derechos humanos: la reforma de
la administración de la justicia penal”, pp. 18 – 19).
57
“Se deberá excluir a los jueces de la tarea de procurar por sí (ex officio) las pruebas que les proporcionen
conocimiento sobre los hechos de la acusación, sobre la que deberán luego decidir” (CAFFERATA NORES, J.
Proceso penal y derechos humanos, p. 94).
58
Cfr. SAN MARTÍN CASTRO, C. Derecho procesal penal, II, pp. 1248 a 1261.
59
Cfr. SÁNCHEZ VELARDE, P. Manual de Derecho procesal penal, pp. 903 a 909.
60
Cfr. CUBAS VILLANUEVA, V. El proceso penal, pp. 401 a 410.
61
Cfr. BURGOS MARIÑOS, V. Derecho procesal penal peruano, pp. 124 a 134.
62
BOVINO, Alberto. “Proceso penal y derechos humanos: la reforma de la administración de la justicia penal”, p.
17.
12
dictamen no acusatorio quien, después de lograr que el Fiscal Superior revoque dicho
dictamen y ordene al Fiscal Provincial formular acusación, conserva la capacidad de emitir la
decisión final, esto es, la sentencia.
Resulta claro que quien discrepó del sentido no acusatorio del dictamen fiscal63,
consiguiendo que el Fiscal Superior ordene que se formule la acusación, ya tiene una
posición respecto del caso, la misma que será muy difícil de cambiar (más aún cuando, de
manera general, por la estructuración del proceso penal sumario, luego que el Fiscal
Provincial cumple la orden de emitir la acusación ya no se podrá realizar actividad
demostrativa alguna, sino que sólo queda llamar a alegatos para posteriormente emitir
sentencia).
Lo dicho queda en evidencia cuando refiriéndose al proceso penal ordinario ROSAS
YATACO señala: “Si de plano la Sala Penal considera que está comprobada la existencia
del delito y, a su criterio, existen suficientes elementos de juicio que propician a pasar al
juzgamiento, eleva los autos directamente al Fiscal Supremo en lo Penal”64. El Juez que
discrepa del dictamen no acusatorio es un juez que considera comprobado el delito.
En este sentido, la resolución mediante la cual el Juez discrepando eleva los actuados al
Fiscal Superior, es en si un pedido de acusación; el Juez le está pidiendo al Fiscal Superior
que acuse, porque el Fiscal Provincial se ha equivocado al no acusar. Porque no tendría el
menor sentido que el juzgador eleve los actuados al Fiscal Superior sobre la base de que el
Provincial habría acertado al no acusar.
Del mismo modo, el juzgador que le solicita al titular de la persecución penal pública que
emita acusación lo está haciendo porque tiene interés y la intensión de condenar. No tendría
el menor sentido que el Juez generé tamaño incidente, remitiendo los actuados al Fiscal
Superior, cuando al recibir el dictamen no acusatorio sea de la idea que se trata de un caso
en el que no cabe emitir sentencia condenatoria.
En casos como el que es materia de crítica en el presente trabajo aparece claro que no hay
nadie más interesado en la condena que el propio juez, incluso en el Ministerio Público ha
existido discrepancia (entre el Fiscal Provincial y el Fiscal Superior), pero la idea se ha
mantenido sólida en el juez.
Podría plantearse en contra de lo que decimos el hecho de que después de recibido el
dictamen acusatorio (ordenado por el Fiscal Superior) el juzgador habrá de llamar a las
partes a la formulación de sus alegatos finales; y, en tal sentido, se enervarían las
consecuencias de la posición asumida por dicho funcionario al discrepar del inicial dictamen
no acusatorio.
Respecto de esta posible salida hay que señalar que el llamar a alegatos y escuchar o
estudiar los mismos no enerva el vicio advertido; pues el juez que ha discrepado participa
del acto de alegatos finales con una posición ya decantada, no es imparcial, interviene
convencido de que en el caso se debe condenar; consecuentemente el acusado participa en
dicho acto en inferioridad de condiciones, teniendo por misión -casi imposible- convencer al
juzgador que la convicción con que ingresa a los alegatos finales de que es culpable es una
convicción equivocada.
63
Quede claro que nos referimos a los casos en que el juez expresa su discrepancia sobre el fondo, sobre el
sentido no acusatorio del dictamen fiscal, no a los casos en que ejerciendo su capacidad de saneamiento el
órgano jurisdiccional observa algún vicio sustancial en el dictamen fiscal y lo devuelve para que se subsane
dicho vicio.
64
ROSAS YATACO, J. Manual de Derecho procesal penal, p. 509 (el subrayado es nuestro).
13
La doctrina acostumbra señalar la parcialidad y necesidad de apartamiento del jugador
cuando ha adelantado opinión sobre la resolución final del caso65. Esto ocurre cuando el
juez ha discrepado del dictamen no acusatorio, pues ha expresado opinión respecto de la
necesidad de una sentencia condenatoria.
Expresa, con mucho asidero fáctico, CUBAS VILLANUEVA que: “El juez que ha dado
parecer, es llevado por su amor propio a ser consecuente con ese parecer”66. Esto ocurre
cuando el juez ha discrepado del dictamen no acusatorio.
Es más quedaría fuertemente desacreditado aquel juez que después de discrepar con un
dictamen no acusatorio termine finalmente absolviendo al acusado, pues por un lado podría
decirse que ha postergado inútilmente la decisión final del caso, cuando desde un primer
momento pudo haberlo sobreseído (más aún cuando es proceder común en los magistrados
nacionales que antes de emitir la resolución en que discrepan llamen a las partes a
alegatos); del mismo modo que podría pensarse que razones que importan corrupción le
llevaron a cambiar la posición que desde un inició tan decididamente defendió,
discrepándole incluso al Fiscal Provincial, al titular de la persecución penal. Esto hace
altamente probable la emisión de una sentencia condenatoria.
La única salida para supuestos como este, en que no se encuentra garantizada la
imparcialidad de quien se desempeña como órgano jurisdiccional, es el alejamiento del caso
del juzgador sospechado67; porque el juez que discrepa del dictamen no acusatorio no
puede ser juez de la sentencia.
65
PEDRAZ PENALVA, E. Derecho procesal penal, p. 214 (nota de pie 555); MAIER, J. Derecho procesal penal
II, pp. 569 - 570; VÁSQUEZ ROSSI, J. Derecho procesal penal, p. 154.
66
CUBAS VILLANUEVA, V. El proceso penal, p. 129.
67
Recuérdese que el alejamiento del juez (mediante la recusación o la inhibición) no requiere necesariamente
que dicho funcionario haya incurrido en un comportamiento que sea expresión de un proceder parcializado, sino
que dicho apartamiento se debe producir ya con el solo hecho de que existan circunstancias objetivas que hagan
que no se pueda garantizar que el juzgador vaya a proceder con imparcialidad; que basta con que exista un
67
temor razonable de parcialidad, una sospecha fundada, una sospecha según una valoración razonable , que se
ponga en duda la imparcialidad, que se trate de un iudex suspectus. Todo lo que ocurre cuando es el juez que
discrepa del dictamen no acusatorio quien se habrá de ocupar de dictar la sentencia.
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