“Los filósofos en el banquillo: la polémica en torno al significado y valor de la filosofía alemana en el Juicio de Nuremberg” Héctor Ferreiro UNSAM-CONICET El 8 de agosto de 1945, las cuatro potencias que ocupaban Alemania desde su derrota en la Segunda Guerra Mundial, a saber: Estados Unidos, Inglaterra, Francia y la Unión Soviética, deciden oficialmente en Londres la creación de un Tribunal Militar Internacional −el International Military Tribunal (IMT)− para juzgar a los principales responsables de los crímenes cometidos bajo el régimen nacionalsocialista. Las sesiones del juicio contra 24 jerarcas y funcionarios centrales del régimen nazi comienzan el 20 de noviembre de ese mismo año y se prolongan por 218 días. En su extenso discurso inaugural, el 17 de enero de 1946, el fiscal principal por la República Francesa, François de Menthon, sostiene que el juicio que se está llevando a cabo debe ser considerado tan sólo como un punto de partida y como un primer aleccionamiento para que Alemania pueda ser incorporada en la comunidad internacional, pero afirma que resulta además indispensable una readaptación de la misma en el plano cultural. La asociación directa del juicio por los crímenes cometidos durante el período nazi con la exigencia de una reeducación radical del pueblo alemán en general la fundamenta el fiscal francés en la etiología particularmente ideológica que le atribuye al nazismo. “En el día de hoy −sostiene de Menthon− me propongo mostrarles que todo este crimen masivo y organizado ha resultado de, como quiero denominarlo, un “crimen contra el espíritu”. (...) Este “pecado contra el espíritu” −continúa el fiscal francés− es el vicio originario del nacionalsocialismo del que derivan todos sus crímenes.” El “pecado contra el espíritu” al que se refiere aquí de Menthon es lo que denomina de un modo general “teoría racial” (en la versión alemana: Rassentheorie). La transposición de la teoría racial en el plano político es caracterizada correlativamente como una “biología autoritaria o dictatorial” (autoritäre oder diktatorische Biologie). Los componentes fundamentales de esta teoría y de la praxis política resultante serían, por un lado, el mito de la raza, con la que debe identificarse en cada caso el concepto de “nación” y a la que deben subordinarse completamente cada ciudadano y el Estado mismo, y, por el otro, el germanismo (Germanentum), esto es, la idea de que la raza llamada por naturaleza a dominar a las demás es la germánica. Para poder explicar cabalmente de qué modo Alemania terminó abandonando los ideales de la libertad, la igualdad y la justicia social, la “herencia del Humanismo occidental”, para recaer en la barbarie y la brutalidad, es imprescindible, según de Menthon, sondear en las fuentes remotas de la historia alemana del siglo XIX. Una rápida industralización que, a diferencia de lo que sucedía en otros países de la Europa occidental, no era acompañada en Alemania de una unidad cultural y un equilibrio político sólidos, habría provocado en el ámbito de las ciencias naturales y humanas un movimiento general de relativismo y escepticismo respecto de los valores tradicionales de Occidente. En este contexto, de Menthon pasa revista, aunque sin mencionarlo de forma explícita, al ideario del movimento romántico y recrea con ello la tradicional contraposición de Ilustración anglo-francesa y Romanticismo alemán. Fichte y sus “Discursos a la nación alemana” son nombrados como la expresión palpable del nacionalismo pangermanista al que se habría volcado el pueblo alemán como reacción a esta crisis. La apología y la apoteosis de la guerra y el militarismo también remitirían a Fichte, aunque no menos a Hegel y a la tradición prusiana de la disciplina. Hegel es presentado asimismo como el promotor de la desaparición del individuo en el espíritu del pueblo o del Estado y, en esa medida, como el inspirador del sistema estatal totalitario (das totalitäre Staatensystem). En el discurso del fiscal francés aflora también el nombre de Nietzsche como aquel pensador que emprende por vez primera una crítica radical a la religión y a los valores fundamentales de la tradición humanista. Se le atribuye además a Nietzsche la tesis de la existencia de una raza dominante y de que, por su alma joven y fuerzas inagotables, este privilegio le correspondería naturalmente a la nación alemana. Si bien aclara que no pretende identificar la última filosofía nietzscheana con la versión simplificada de la misma que adopta el nazismo, de Menthon sostiene, sin embargo, que Nietzsche es uno de los pensadores al que los nazis han podido remitirse con toda legitimidad. La conclusión final del discurso inaugural del fiscal francés será que “el mito de la comunidad racial emana de las profundidades del alma alemana” y −de modo más terminante aun− que “el nacionalsocialismo no es en modo alguno un fenómeno repentino de la Alemania actual, surgido como consecuencia de la derrota de 1918, ni tampoco una invención de un grupo de hombres decididos a tomar el poder. El nacionalsocialismo es el resultado de una larga evolución teórica: aparece como una utilización por parte de un grupo de hombres de uno de los más profundos y trágicos aspectos del alma alemana. El crimen de Hitler y sus secuaces fue precisamente aprovechar esa barbarie ya presente antes de él en forma latente en el pueblo alemán y desatarla hasta sus últimas consecuencias.” En los meses siguientes al discurso de de Menthon, cuatro abogados defensores alemanes, a saber: Alfred Thoma, defensor de Alfred Rosenberg (el editor del “Völkischer Beobachter” y encargado principal de la instrucción del Partido Nazi en materia ideológica y filosófica), Otto Stahmer, abogado de Hermann Göring (el mariscal de la Luftwaffe), Gustav Steinbauer, abogado de Arthur Seyss-Inquart (el comisario del Tercer Reich en Holanda) y Otto von Lüdinghausen, abogado de Constantin von Neurath (el Protector del Tercer Reich para Bohemia y Moravia), aprovecharán sus intervenciones para referirse a las palabras de de Menthon en un tono crítico. De este modo, el discurso inaugural del fiscal francés dará en la práctica lugar a una polémica que se extiende solapadamente a lo largo del Juicio de Nuremberg bajo la trama principal de las acusaciones y alegatos de los diferentes fiscales y abogados defensores. En principio, la lectura que de Menthon hace de los orígenes intelectuales del nazismo es una particularidad específica de la argumentación de la fiscalía francesa. En efecto, Auguste Champetier de Ribes, el otro fiscal principal por Francia, avalará a su tiempo el discurso de Menthon, y Pierre Mounier, uno de los fiscales ayudantes, no dudará a su vez, cuando le toque intervenir, en recordarla y calificarla de “magistral”. Meses más tarde, al promediar el Juicio, Charles Dubost, suplente de los fiscales principales franceses, insistirá por su parte −en buena medida en respuesta a las críticas de los abogados defensores alemanes a las palabras de de Menthon− en evocar la antítesis entre las categorías “civilización” y “cultura” e “intelectualismo” y “vitalismo”, que atribuirá a las tradiciones culturales anglo-francesa y alemana, respectivamente. La fiscalía americana y la inglesa acompañarán esta lectura de la fiscalía francesa sólo parcialmente, evitando en general recurrir a nombres propios. La crítica tenderá en este caso a concentrarse menos en la filosofía que en la concreta actitud antisemita, nacionalista y militarista de los acusados mismos. En términos generales, estas dos fiscalías se mostrarán también menos dispuestas a remitir a predecesores intelectuales remotos de esa actitud. Los representantes de la fiscalía soviética son, por último, los que más distancia parecen tomar de la estrategia francesa. Ahora bien, en el caso de Alfred Rosenberg, considerado unánimemente como el filósofo e ideólogo principal del nazismo (pero también, aunque en menor medida, en el caso de Baldur von Schirach, el encargado de la educación de la juventud alemana y luego director general de la Hitler-Jugend, la Juventud Hitleriana), las cuatro fiscalías coinciden en trazar una línea directa de responsabilidad jurídica entre su pensamiento y los crímenes fácticos perpretados bajo el régimen nazi. En esta medida, no es de extrañar que sea precisamente en el contexto de los discursos de acusación y defensa en torno a estos dos procesados en donde se concentra y agudiza la polémica desatada por el discurso inaugural de de Menthon. Esto es particularmente cierto en lo que concierne a Rosenberg, ya que su imputación en el juicio se centra fundamentalmente en su papel de instigador ideológico antes que en su intervención como autoridad ejecutiva de los crímenes juzgados. De este modo, Alfred Thoma, el abogado defensor de Rosenberg, sostiene ya el 4 de marzo de 1946 que la filosofía de su defendido surge en el seno de la corriente intelectual del neorromanticismo, corriente compartida por numerosos pensadores de la época, tanto en Alemania como fuera de ella, y avalada en parte por descubrimientos de la ciencia empírica. Semanas después, Thoma reanuda la misma línea argumentativa, vuelve a recordar la influencia de pensadores ingleses, franceses y americanos, y menciona aquí expresamente a Henri Bergson, con su teoría de la intuición y su defensa de lo irracional, y a Martin Buber, como defensor del vínculo entre “nación” (Volkstum) y “espacio vital”. Finalmente, el 10 de julio, Thoma vuelve a insistir en que la teoría racial de Rosenberg surge como resultado de la influencia de obras internacionales, entre otras, de las de Henry Fairfield-Osborne, profesor de la Columbia University, y de las de su mentor, el investigador racial norteamericano Madison Grant. Recuerda aquí también que este tipo de teorías habían sido fuente efectiva de legislación eugénica en otros países antes que en Alemania, en concreto, por ejemplo, de la ley inmigratoria de Estados Unidos del 26 de mayo de 1924, que favorecía abiertamente la inmigración germánica de los habitantes del Oeste y Norte de Europa respecto de los de origen latino y eslavo de los países del Sur y Este europeos. Es en verdad el mismo Rosenberg quien había explicitado en los interrogatorios de mediados del mes de abril la influencia en su pensamiento de las tesis de Buber, del naciente movimiento sionista y de los demás movimientos nacionalistas del siglo XIX, que apoyaban el ideal de unificar sangre, nación y suelo. En esa ocasión, Rosenberg cita también entre sus fuentes inspiradoras, además de a Goethe, Herder y Fichte, a Thomas Carlyle y a Emerson, y aclara que jamás utilizó en sus obras la fórmula “raza superior” (Herrenrasse) que le imputan los diferentes fiscales, sino que ese concepto proviene en realidad del investigador estadounidense en teoría racial Madison Grant y del francés Vacher de Lapouge. En esta misma línea, Baldur von Schirach aprovecha también la oportunidad de su interrogatorio del 23 de mayo para dejar en claro que las fuentes teóricas de su antisemitismo, como por lo demás de la de muchos otros nazis, fueron principalmente los escritos del pensador británico Houston Stuart Chamberlain y el libro „El judío internacional“ del industrial estadounidense Henry Ford. Estas obras gozaban de gran popularidad en Alemania al menos desde los años 20. También Gustav Steinbauer, abogado defensor de Seyss-Inquart, recuerda en explícita referencia a las tesis del discurso inaugural de de Menthon que la teoría racial no es propiamente de origen alemán, sino francés, y menciona aquí al Conde de Gobineau con su ensayo “Sobre la desigualdad de las razas humanas” y a Georges Sorel con su “Reflexión sobre la violencia”. En cuanto al nacionalismo pangermanista, menciona la influencia ejercida en este punto por las obras del pensador francés Maurice Barrès. Finalmente, Otto Stahmer, el abogado de Göring, discute a la fiscalía francesa la interpretación de los “Discursos a la nación alemana” de Fichte, a los que concibe, por el contrario, como una obra escrita en el espíritu de la Revolución Francesa y precisamente como reacción a la invasión de Alemania por las tropas napoleónicas. Stahmer remite en este contexto al abandono progresivo de la imagen religiosa del mundo y del hombre a partir del Renacimiento, proceso que se habría potenciado con el auge de la idea imperial en el siglo XIX y que habría encontrado su resultado más extremo precisamente en el nazismo alemán. Aquí, Stahmer no olvida mencionar al Imperio Británico y al Imperio colonial francés, el cual, según aclara, posee hoy como espacio vital (Lebensraum) más de la mitad de la superficie de la Tierra. En fin, un análisis más detallado de los pormenores de esta polémica en torno al significado y rol concretos del pensamiento alemán en la formación de la ideología del nazismo sobrepasa ampliamente los límites impuestos a este trabajo. A modo de conclusión cabe señalar en todo caso que, en términos generales, las fiscalías de las potencias vencedoras se orientan en su análisis del fenómeno nazi en la línea de las posteriores tesis estructuralistas o funcionalistas. Sobre la base general de la acostumbrada contraposición entre Ilustración occidental y romanticismo alemán, los fiscales aliados −el caso de los franceses es el más evidente− tienden a apoyar una variante simplista de la tesis del Sonderweg alemán, cuya versión más radicalizada la ofrecerá décadas más tarde el politólogo de la Universidad de Harvard Daniel Goldhagen. No sólo el abogado de Rosenberg (esto resultaba de antemano previsible por razones estratégicas de la defensa), sino, en general, el conjunto de abogados defensores alemanes propulsan, por el contrario, una lectura más compleja y matizada de las fuentes ideológicas y políticas del nazismo. En este sentido, apoyan tesis más afines a las que poco después del Juicio propondrán, por ejemplo, Max Horkheimer y Theodor Adorno en “Dialéctica del Iluminismo”, Hannah Arendt en “Los orígenes del totalitarismo”, o bien, más recientemente, el historiador italiano de las ideas Enzo Traverso en sus obras sobre el carácter ideológico del concepto de totalitarismo y sobre la genealogía panoccidental del Holocausto.