cronicas agudas jorge luis pellegrini

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CRONICAS AGUDAS
JORGE LUIS PELLEGRINI
(Año 2002)
INDICE
PRESENTACION ................................................................................ 3
PROLOGO .......................................................................................... 4
ALCOHOLISMO: ¿UN PROBLEMA DE QUIEN?............................... 6
LOCURA E INCURABILIDAD............................................................. 8
¿A QUIEN PERTENECEN LOS ENFERMOS MENTALES? .............10
DE LOCURAS Y CORDURAS ...........................................................11
LOCURA Y ENCIERRO .....................................................................12
LOCURA Y PELIGROSIDAD.............................................................14
LOCURA Y FAMILIA .........................................................................15
LOCURA Y CONDICION HUMANA...................................................17
¿TIENEN DERECHOS LOS ENFERMOS MENTALES? ...................19
QUE LOS OJOS VEAN Y LOS CORAZONES SIENTAN..................20
DESTAPAR EL ALCOHOL................................................................22
ALCOHOL Y LIBERTAD ...................................................................23
MANICOMIOS:¿QUE HACER CON ELLOS? ...................................25
LOCURA E INCAPACIDAD...............................................................26
LOCOS EXPIATORIOS .....................................................................28
HOSPITALES Y ASILOS ...................................................................29
SOBRE ALCOHOL, TEQUILA Y OTRAS CRISIS .............................31
LO QUE HAY DENTRO DE LAS BOTELLAS ...................................35
ALCOHOLISMO, UN HIJO DE LA VIDA COTIDIANA.......................39
PREJUICIO, LOCURA Y POLITICA ..................................................42
¿EL HUEVO DE LA SERPIENTE OTRA VEZ? .................................45
VIOLENCIAS COTIDIANAS Y RESPUESTAS SOCIALES ...............49
¿EXISTE EL INTERIOR?...................................................................52
INTERIOR – EXTERIOR .................................................................53
ALGUNAS DE LAS COSAS QUE SE PRODUJERON FUERA DE
BUENOS AIRES...............................................................................54
RESCATE DE LA HISTORIA Y DESARROLLO CIENTÍFICO........55
LOS SABORES DEL ENCUENTRO ..................................................56
¿SON PERSONAS LOS ENFERMOS MENTALES?.........................59
¿SERES HUMANOS O EXPEDIENTES? ..........................................61
MONSEÑOR DE NEVARES: UN AÑO MAS .....................................63
CUESTIONES DE CONCIENCIA.......................................................64
LAFINUR Y LOS ORIGENES DE LA PSIQUIATRIA ARGENTINA...65
SALUD HUMANIZADA ......................................................................67
POR LA SALUD, LA VIDA Y LA ESPERANZA.................................68
DE ESO NO SE HABLA ....................................................................72
MUÑECAS Y NOTICIAS ....................................................................74
LO QUE ES NO SABER….................................................................76
24 DE MARZO:¿LO PASADO PISADO? ..........................................78
¡SALUD, DON RAMON! ....................................................................79
¿CUANTAS CONSTITUCIONES HAY? ............................................82
¿POR QUE HOSPITALES?...............................................................85
ESOS “ELEMENTOS”.......................................................................87
ENTRE LOQUERO Y VIALIDAD .......................................................88
FEDERICO GARCIA LORCA ............................................................90
SOBRE LA NO EXTRADICION DE ASTIZ ........................................91
EL VALOR DE LAS PALABRAS.......................................................92
“AY, PATRIA MIA…” ........................................................................94
SALUD MENTAL Y DERECHOS HUMANOS....................................95
DE PLOMEROS Y DE CARPINTEROS .............................................96
SALUD DIVINO TESORO..................................................................98
LOCURA Y PELIGROSIDAD.............................................................99
OBJETOS Y SUJETOS ...................................................................102
EL VOTO MISTERIO .......................................................................103
EL VOTO MIEDO .............................................................................105
LA PELIGROSIDAD ........................................................................107
¡QUE DE CENSOS! .........................................................................109
PARA SEGUIR CREANDO PAJAROS............................................110
EL GRAN FANTASMA ....................................................................112
INSULINA ........................................................................................114
ME DA PENA VERTE…...................................................................116
MAQUILLAJES................................................................................117
ALGO SOBRE LA VIOLENCIA .......................................................119
NUESTROS NERVIOS ....................................................................121
PRESENTACION
Este libro recoge una serie de artículos publicados entre 1994 y 2002 en
diarios y revistas de nuestro país. Cuando los volví a leer, advertí que reflejaban
tres momentos diferentes de mi tarea en esos ocho años.
El primero está directamente ligado al proceso de transformación institucional
realizado a partir de noviembre de 1993, en el entonces Hospital Psiquiátrico de
San Luis. Esos escritos, publicados entre 1994 y 1996, salían al encuentro del
gran debate que se generó en la sociedad puntana a medida que avanzaba el
proceso de cambios institucionales, cuyo objetivo fue terminar con el manicomio y
construir un hospital digno de tal nombre. Se observará que los temas tienen que
ver con la relación entre Salud y Libertad; Derecho y Salud; el papel de las
instituciones en juego: Justicia, Hospital, Acción Social y Familia. También se
abordan temas relacionados con la humanización del trato con los pacientes
mentales.
El destinatario de estas notas fue la sociedad sanluiseña, toda vez que el
proceso de cambios generó resistencias y alineamientos basados en el
desconocimiento, el prejuicio y la “natural” conducta de practicar el encierro de los
enfermos. También proporcionaba argumentos a quienes advertían que la
reinserción social apoyada por la acción comunitaria del hospital lograba
resultados humanos impensados hasta entonces.
El segundo momento, notas aparecidas entre 1994 y 1997, refleja una lectura
de los hechos sociales que impactaban por mostrar las ideas que sobre la locura y
la cordura y los procesos del enfermar, tienen distintos sectores sociales. Los
primeros síntomas de la actual crisis llegaban a nuestra práctica cotidiana y
estaban presentes en nuestro pueblo, por lo cual leerlos resultó una extensión del
trabajo en Salud Mental, y una necesidad de interpretar también algunos
fenómenos institucionales desde una visión más amplia. El proceso de
transformación del Hospital había concluido en lo esencial, por lo cual su
continuidad se daba en la difusión de sus ideas en el campo comunitario. El
manicomio es una institución presente en el imaginario colectivo, y resulta esencial
generar cambios, debates que cuestionen esa construcción social.
El tercer momento, desde 1999, son notas que abordan la crisis, los
discursos que la convalidan, sus efectos en la vida cotidiana y los aspectos
económicos y políticos del marco social en el que estamos incluidos como sujetos
e instituciones. Mi preocupación era en cada día desentrañar el carácter de esta
crisis, en un país donde las crisis son componente habitual de la vida institucional
y comunitaria. No busco ampararme en la “objetividad” (taparrabo de la hipocresía,
según expresión de Antonio Gramsci) sino que lo hago desde una posición que
reivindica los derechos del pueblo argentino, la autonomía de las provincias y la
responsabilidad ineludible de quienes detentan el poder en los sufrimientos de los
argentinos.
Diría que es un libro cuya totalidad es para intervenir en polémicas. Los
procesos sociales no avanzan sin ellas. Los partidarios del statu quo raramente
responden porque cuentan a su favor con antiguos prejuicios, versiones históricas
falsificadas que el sistema educativo cronifica, y el poder que decreta la muerte del
crítico a partir de ni nombrarlo. Pero otros escuchan, aportan, apuestan por lo
nuevo, necesitan del cambio social. A ellos los pensé como interlocutores.
Los dibujos de Roberto Tessi, gran artista puntano, son una ampliación
magnífica de cuanto quiero expresar en este libro. Sus motivos, su realización,
aportan esa cuota de creatividad necesaria para darle vida de pueblo a esta obra.
La generosidad de la Dra. Diana Kordon hace algo más que prologar la obra.
Le da el sello de su compromiso social con las luchas populares argentinas que
hoy han logrado un protagonismo propio de los hechos que marcan un antes y un
después en la historia de nuestra patria.
Adriana Toledo, sensible plástica de San Luis, aportó su vasto oficio al
desempeño de tapa. Decir que representa lo que he querido escribir me llena de
alegría.
Que ellos tres acompañan esta aventura –publicar un libro en la Argentina de
su mayor crisis histórica– los aproxima aún más al afecto y reconocimiento que les
profeso.
DR. JORGE LUIS PELLEGRINI
PROLOGO
Una aproximación a las reflexiones de los últimos años de Jorge Pellegrini es como
recorrer los caminos transitados en la asunción de una posición comprometida en la que
se intenta abordar la articulación entre el proceso social y la subjetividad.
Las ideas que desgrana no son producto de la mirada de un observador externo que
intenta comprender fenómenos que le son ajenos, sino que son el resultado de una relación
de interioridad con el sufrimiento humano, de una experiencia de vida que intenta
comprender y transformar la realidad.
Jorge Pellegrini piensa e hilvana desde una inserción personal y profesional que lo
ha llevado a animarse a poner sus conocimientos, sus instrumentos técnicos y teóricos, al
servicio de generar mejores condiciones para abordar la asistencia en salud mental. Por
eso, porque está enraizado en su experiencia personal, puede encontrar palabras y un
modo de articular el lenguaje, profundo y sencillo.
“Crónicas Agudas” se presenta como una obra impresionista, no se trata de un
dibujo preciosista sino de pinceladas, cargadas de luz y vitalidad que nos conectan
simultáneamente en el plano racional y emocional con una visión de conjunto.
Al desarrollar sus ideas, el autor también asume sus sentires, exponiendo su
subjetividad. Y suscitan correspondencia, en quien lo lee, anhelos, emociones, deseos,
temores, cuestionamientos, contradicciones.
Su percepción crítica de la realidad, su convicción en la posibilidad de la acción
transformadora, el rescate del valor de la palabra y del vínculo, encuentran eso y
movilizan nuestra voluntad y espíritu creativo. Estos efectos no requieren como condición
necesaria compartir la cosmovisión de Pellegrini.
La relación entre formas del poder que privan de los derechos básicos a las grandes
mayorías, que avasallan el derecho a la libertad, se articulan con concepciones que
colocan la problemática de la salud mental también en el campo de lo que debe ser
controlado y castigado.
Interpretar, comprender el sufrimiento y la enfermedad de los hombres, resignificar
el lugar de la “locura” o la enfermedad mental nos confronta con nuestros propios
prejuicios que no son otra cosa que la anécdota particular con la que internalizamos y
naturalizamos las ideas dominantes.
Cada crónica, a veces polémica o incisiva, funciona como un verdadero analizador
social en el que despliega una crítica lúcida al sistema institucional y a las formas del
poder que hoy nos oprimen, crítica que recorre desde la problemática de la salud mental
hasta las condiciones del macro contexto.
Vale la pena tener en cuenta que estas reflexiones abarcan un período en el que las
ideas de la posmodernidad, su efecto individualista y descalificador de la acción colectiva
han sido hegemónicas.
Por eso también, recordar a García Lorca, como poeta y símbolo, a Jaime de
Nevares, como sacerdote comprometido con una ética al servicio de los desposeídos y de
los represaliados, a Lafinur o Cosme Argerich, como padres de la psiquiatría en la
Argentina, imbuidos por las ideas revolucionarias de la Bastilla, es recuperar modelos de
identificación, es hacer justicia con la cultura. Es nombrar en ellos a todos los que la
historia oficial intenta ocultar.
Los últimos artículos preanuncian aquello que estalló el 19 y 20 de diciembre de
2001. La pueblada de esos días fue, como podría decir Pellegrini, un verdadero
Fuenteovejuna y abrió una nueva situación no sólo en la escena social sino en el campo de
la subjetividad.
Del escepticismo, la desesperanza y la sensación de parálisis, se abrió una
perspectiva de protagonismo y nuevas condiciones en el movimiento social y en la
subjetividad, que alojan las fuerzas de la esperanza
“Crónicas Agudas” por su confianza en la práctica social, y en las gigantescas
condiciones de la existencia humana, son aunque crudas en el análisis, profundamente
esperanzadoras.
Creo que este libro es un necesario aporte a la comprensión de los procesos
psicosociales de nuestra época. Quizá ocurra algo parecido a “Gerónima” dejar de ser
enteramente propiedad de su autor para pasar a pertenecernos.
Dra. DIANA KORDON
Abril 2002
ALCOHOLISMO: ¿UN PROBLEMA DE QUIEN?
Suele considerarse el alcoholismo como una enfermedad que padece quien
consume bebidas alcohólicas en exceso, y que –por esa causa– sufre daño en su
cuerpo, en su siquismo, en sus vínculos personales, en su vida cotidiana. Una
extensión de esa visión del alcoholismo es considerar a esa persona peligrosa
para el conjunto social (“para sí y para terceros”), lo que deriva en
encuadramientos legales que pueden agravar o disminuir (hasta la
inimputabilidad) su responsabilidad social.
Esta manera de pensar el alcoholismo tiene un fuerte contenido médico, a
partir de la definición de enfermedad que incluso los organismos internacionales
vinculados a la Salud (O.M.S.; Asociación Médica Norteamericana; etc.) hicieron
hace cuatro décadas. Esa calificación de enfermedad fue una respuesta avanzada
respecto del prejuicio social aun dominante que vincula al proceso de
alcoholización con la noción de “vicios”, degeneraciones, o taras genéticas. A la
vez, ese concepto de enfermedad en general fue instrumentado según el modelo
de la epidemiología de enfermedades infecto-contagiosas, donde se individualiza
el agente etiológico, el huésped, las formas de contagio. Y desde un criterio
restrictivo se considera que las enfermedades son padecidas por los portadores
del agente etiológico patógeno que desplaza el proceso salud/enfermedad hacia el
polo de esta última.
Así el alcoholismo queda estrechamente relacionado al consumo excesivo de
alcohol por parte de un ser humano que, a partir de esta situación, sufre daños
somáticos, modifica su conducta y se vuelve progresivamente anti-social. La fuerte
connotación moralizante que surge de lo cultural, lo ideológico y lo social trae
consigo la estéril discusión de si ese ser humano alcoholizado es victima o
victimario de su familia, de sus amigos, vecinos o compañeros de trabajo. La
estrecha visión que sólo considera al individuo aislado, y al consumo excesivo
como signo fundamental del diagnóstico, determina que los tratamientos se hacen
sobre seres humanos desvinculados de su mundo cotidiano; ese mismo enfoque
individualista termina anunciando al conjunto social que el problema es de ese ser
humano, y que “el daño” debe ser reparado en él. A lo sumo se trata a las familias
para que ellas puedan cargar tamaña cruz, o se las llena de consejos y tablas de
mandamientos que no permiten comprender lo que ha sucedido y suceda,
indicando dogmáticamente “que hacer y qué no hacer”. Así cada recaída o fracaso
terapéutico queda determinado por el no cumplimiento familiar de los consejos
dados, o –lo que es condenante– a la “incurabilidad” del proceso de
alcoholización. Nuevamente, en ese desenlace, el éxito o el fracaso quedan como
responsabilidad individual del que deja de tomar o lo sigue haciendo.
Nuestra experiencia desde febrero de 1984 en los Grupos Institucionales de
Alcoholismo fue pasando por distintas etapas, cada una de ellas vinculadas a un
mayor conocimiento del fenómeno médico-social llamado alcoholismo. Partimos
de una consideración teórica: trabajar con los afectados directos en una
experiencia clínica concreta que permitiera comprender el proceso de
alcoholización, que siendo padecidos por individuos, familias y grupos sociales es
reflejo en ellos de procesos socioculturales que inducen al consumo progresivo de
bebidas alcohólicas en sociedades cada vez más permisivas frente a dicho
consumo. Este trabajo comenzó rescatando la historia de vida de cada ser
humano que consultaba, quién era, cuál era su identidad individual, familiar,
étnica, cultural y social.
El rescate de cada una de esas historias de vida, en el marco de un proceso
grupal, nos fue enseñando que en la “novela familiar” de cada uno se
encontraban fragmentos de las historias de todos; similitudes y diferencias. Como
en un juego de espejos, el trabajo diario grupal le devuelve a cada uno imágenes
distintas y parecidas de sí mismo en el seno de un proceso colectivo que es el de
alcoholización. Al comienzo (año 1984) los componentes del grupo eran “los
afectados directos”, pero la visión del proceso del enfermar como un proceso
social, y el mismo recuperar las historias identificatorias de cada uno, nos llevó
naturalmente a incluir en el mismo grupo (año 1986) a familiares, amigos, vecinos,
compañeros. Es decir: un trabajo con las redes sociales de las cuales cada ser
humano es una parte, y que configuran su propio mundo interno de un modo
original e irrepetible. Aquello que Enrique Pichon Riviere definiera como la
verticalidad y la horizontalidad en cada sujeto, aparece diariamente en el trabajo
clínico grupal.
También ese proceso nos llevó a comprender que el alcoholismo no
comienza cuando el individuo levanta su primer copa, sino que hay todo un
proceso previo en el que la bebida alcohólica aparece adherida a la estructuración
de la identidad, y que el grupo es el instrumento y escenario ideal para descubrir
qué le fue sucediendo a cada uno y a sus grupos de pertenencia. Habilitar ese
espacio de palabras, silencios, escuchas y dramatizaciones es el primer logro,
porque socialmente se niega la existencia del proceso de alcoholización; y si se lo
afirma es presentado como algo fatalmente inmodificable. Aquí como en el SIDA y
otras enfermedades de connotación prejuiciosa no se sabe si es más grave el
padecimiento o el diagnóstico-etiqueta que condena a la exclusión social.
La pregunta que abre este capítulo: Alcoholismo: ¿un problema de quién? se
responde para los Grupos Institucionales de Alcoholismo (G.I.A.) diciendo que es
un problema social, con definidas responsabilidades colectivas y estatales, y que
la noción de daño individual no alcanza a dar cuenta del conjunto del fenómeno.
Pero esto no debe comprenderse como una definición ética-moral, que nos
obligaría a los profesionales médicos a modo de ejercicio sacerdotal. Basta leer
las crónicas policiales de los periódicos (donde dice Eduardo Galeano mejor se
refleja hoy nuestra realidad social) para ver que accidentes de tránsito, de trabajo,
delitos diversos, violencias sociales, etc. aparecen vinculados al consumo reciente
de bebidas alcohólicas, para comprender que la vida cotidiana hoy en su creciente
conflictividad nos marca la necesidad de abordarla, de enfrentar el alcoholismo
como una construcción sociocultural que nos implica a todos, y que configura un
proyecto de sociedad y de nación en la que los conflictos sociales lejos de
enfrentarse colectivamente desde organizaciones comunitarias se silencian y
niegan a través, por ejemplo, del consumo excesivo del alcohol. La palabra y la
reflexión silenciadas pasan a actuarse –incluso violentamente– impidiendo la
lectura de la problemática subyacente, y agravando el padecimiento colectivo.
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Artículo publicado en “El Diario de la República”, de San Luis.
LOCURA E INCURABILIDAD
Suele tenerse la idea que es poco lo que podemos hacer frente a la
enfermedad mental. Se piensa a la locura como un proceso que una vez
comenzado sólo termina con un ser humano crónico, que ha perdido todas sus
capacidades, no puede valerse por sí solo, y carece de toda razón.
Se ve a la locura como algo fatal e irreversible, frente a la que poco o nada
es posible hacer. Se la suele ver como una enfermedad irrecuperable, un viaje de
ida sin regreso posible. Un mal que inevitablemente acompañará de por vida,
agravándose cada día más. Se considera como un proceso que va a la cronicidad
inevitablemente, progresivo e incapacitante de modo definitivo.
Nada más lejos de la verdad científica que esa creencia que señalamos
arriba. La llegada de los psicofármacos en la década del cincuenta; el desarrollo
de las psicoterapias en la década anterior; el psicodrama o las técnicas de
creatividad posteriormente –por citar sólo algunos adelantos– han mostrado que
es mucho lo que podemos hacer para resolver un problema que durante mucho
tiempo se consideró insoluble.
Lejos han quedado las épocas de los asilos manicomiales en que se
desconocía mucho sobre los orígenes de las enfermedades mentales y sus
tratamientos posibles. Eran años en que la tarea principal era acompañar a los
seres humanos afectados, observándolos y atendiéndolos sin mayores recursos ni
conocimientos. Así miles de personas quedaban encerradas, desgajadas de sus
familias, separadas del mundo en el que habían nacido y al que extrañaban
dolorosamente por años.
Hemos aprendido que nada es para siempre, que ninguna pérdida de la
salud es inmodificable. Y hemos aprendido también que así como nadie vive
solo, nadie enferma solo. La enfermedad mental es producto de situaciones y
conflictos que se viven con otros: en la pareja, en la familia, en el trabajo, en la
vida diaria.
Nos resulta más fácil y tranquilizante pensar que el enfermo mental es el otro
que tengo al lado, y que no tengo nada que ver con su padecimiento. Que toda la
locura la porta el otro, y no yo. De modo que si él enferma, con apartarlo a través
de las internaciones prolongadas e indefinidas, el problema parece resolverse.
Pero se olvida el sufrimiento del que es segregado, y el sufrimiento de
quienes de ese modo pierden contacto con el familiar que padece. No es una
conducta sana abandonar al enfermo. No es sana para los que están de un lado
de las paredes de los hospitales psiquiátricos, ni para los que están del otro lado
de esas paredes.
Resulta impensable que alguien pueda mejorar de sus sufrimientos y de su
enfermedad si queda sin la posibilidad de ver, conversar, o saber sobre sus seres
queridos. Es justamente cuando se producen esos abandonos que la enfermedad
se cronifica. Resulta cómodo, pensar que la enfermedad es incurable en lugar de
reflexionar sobre todo aquello que podríamos haber hecho para evitar el
agravamiento de esa enfermedad.
Un enfermo mental en un grupo familiar no se está diciendo que algo no anda
bien en ese grupo. Que algo que no se ve o no se habla está generando angustia,
tristeza, o dolor en alguno de los miembros de la familia. Segregar a ese miembro,
y considerarlo incurable es la antesala de su cronificación y condena.
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Artículo publicado en “El Diario de la República” de San Luis.
¿A QUIEN PERTENECEN LOS ENFERMOS MENTALES?
Pensar en el enfermo y en la enfermedad mental nos pone en contacto con
los sentimientos que dichos seres humanos nos producen: miedo, rechazo,
angustia. Como si se tratara de personas cuya condición fuera diferente de la
condición humana.
Existe un gran prejuicio sobre los enfermos mentales. En general se los
piensa como individuos peligrosos, capaces de producirnos mal. Hay algo de
misterio difícil de comprender que suele rodear a la locura. Y ese misterio hace de
estos seres humanos sujetos impredecibles. Cuya conducta no puede ni
comprenderse ni preverse.
Así es que muchas veces se niega la facultad de pensar, de sentir o de
actuar en quienes padecen enfermedad mental. Se trata a estos seres humanos
como si no lo fueran, se duda o se niega que posean sentimientos e ideas. Vale
decir: se pone en cuestión que tengan aquello que a los hombres nos define como
tales.
Esta deshumanización de las personas que padecen una enfermedad
mental, pasa a transformar a esos seres en cosas, en objetos que pueden ser
segregados de su medio natural y familiar, el ambiente que todos necesitamos
para crecer, desarrollarnos y vivir. Aunque en ese medio haya conflictos, y
teniendo claro, como la vida nos enseña diariamente, que el conflicto es parte
inseparable de la vida con otros seres queridos.
Existe socialmente la tendencia a segregar al enfermo mental, a esconderlo,
a negarlo. A destinarlo a instituciones alejadas del hogar o del barrio como una
manera de negar su existencia. El refrán popular dice “ojos que no ven corazón
que no siente”. Si no vemos a los portadores de la locura hacemos de cuenta que
ella no existe, que no está. Y entonces sucede que seres humanos que al padecer
la enfermedad mental sufren enormemente, quedan excluidos y encerrados. Lo
cual sólo contribuye a agravar su situación y a separarlos del mundo.
El contacto humano con quién está mentalmente enfermo nos despierta
nuestros propios miedos, nos pone en contacto con un difícil interrogante: dónde
termina la cordura y dónde empieza la locura. Una línea difícil de precisar, donde
las opiniones que todos tenemos suelen ser muy diferentes.
Ese miedo que sentimos frente al paciente mental nos impide actuar bien,
nos impide acompañar a quien está necesitando de nuestra aceptación y ayuda,
nos hace buscar muchas veces la manera de segregarlo de lo que más quiere y
necesita.
Resulta no fácil aceptar que los enfermos mentales nos pertenecen como
todos los enfermos, que son una parte de nosotros mismos que está buscando
ayuda, que está denunciando conflictos y problemas humanos ocultos y no
resueltos. La locura y la cordura no son un problema de “ellos”, de los pacientes,
sino un problema de todos, que todos debemos reflexionar, sabiendo que así
como podemos tener conductas que agravan el sufrimiento de los enfermos,
también podemos conducirnos de manera que el proceso del enfermar pueda
revertirse más rápido, devolviendo a la vida en sociedad a quienes nunca deberían
haber sido excluidos de ella.
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Artículo publicado en El Diario de la República, de San Luis, el día 16/01/94.
DE LOCURAS Y CORDURAS
Nuestra formación cultural nos hace ver a la salud y a la enfermedad como
dos conceptos separados, inconexos. O se está enfermo o se está sano. O
tenemos salud o tenemos enfermedad.
Los refranes populares suelen encerrar una sabiduría amasada durante
siglos. Refranes que expresan de un modo sencillo hondos saberes. Uno de esos
refranes dice: “De tontos, sabios y locos todos tenemos un poco”. Y así es.
Aún aquellos seres humanos más deteriorados y enfermos, mantienen algo
de sano en ellos. Eso sano que preservan, pueden permitirles valerse por sí
mismos, trabajar, vivir en sociedad. Es frecuente ver personas afectadas por
grandes padecimientos que nos muestran cómo aún en esas condiciones pueden
desarrollar capacidades nueva, o lograr mejores desempeños entrenando sus
antiguas capacidades.
Así sucede con la enfermedad mental también. Estamos acostumbrados a
ver al loco, como alguien que todo lo que hace o piensa es producto de la locura,
de la irracionalidad, del absurdo o del peligro. Nada en él es saludable, según este
tipo de idea tan difundida.
Se le niega al enfermo mental toda capacidad: es incapaz.
Todo en él pertenece a un concepto abstracto y prejuicioso: la locura. Nada
de cordura le pertenecería a estos seres humanos, a quienes la sociedad
proclama desprovistos de toda capacidad.
Sin embargo, el contacto con seres humanos que padecen y sufren la
enfermedad, nos muestran la capacidad de amar que tienen, la capacidad de
trabajar, de pensar, de actuar. A veces creaciones de enorme belleza salen de sus
manos. Dolorosos recuerdos de abandonos familiares y sociales, se transforman
en poemas, obra de teatro, cerámicas o canciones.
Es que la salud y la enfermedad son parte indisoluble de la vida humana.
Nuestra experiencia nos muestra que aún en momentos en que más sanos nos
sentimos, algún pequeño padecimiento puede aquejarnos o preocuparnos.
Diríamos que en esos casos estamos más sanos que enfermos y que
apoyándonos en nuestra salud podemos combatir y resolver nuestros aspectos
enfermos.
Y también es cierto que cuando alguna enfermedad se ha declarado en
nosotros, nos apoyamos en nuestras ganas de curarnos, en nuestras experiencias
previas, con ésa u otra enfermedad, para –en acuerdo con otros seres humanos
(profesionales o trabajadores de la salud, parientes o amigos) – lograr nuestra
recuperación. Diríamos que aún enfermos hemos mantenido recursos de salud
que nos han permitido salir adelante.
Nunca existe la locura apoderándose de todo el ser humano. Existe crisis,
pérdidas del inestable equilibrio humano que en un determinado momento pueden
dominar nuestra conducta.
Pero aún en esos difíciles procesos, las personas preservamos aspectos
sanos en los que es posible y necesario apoyarse para trabajar por la salud.
Aunque la enfermedad mental genere discapacidades transitorias o definitivas,
siempre es posible ver cómo se mantienen aspectos sanos y capacidades, de
cuyo desarrollo depende en gran parte el futuro de quién sufre. Porque es cierto lo
que dice el refrán: “De tontos, sabios y locos…”.
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Artículo publicado en El Diario de la República, de San Luis, el día 30/01/94.
LOCURA Y ENCIERRO
Se olvida con demasiada frecuencia que la enfermedad mental implica
sufrimiento, tristeza, angustia, dolor, miedo. El que padece, y los familiares o
amigos están inundados por esos sentimientos tan angustiantes. No es fácil –ni
nos han enseñado– convivir con la enfermedad mental, aproximarnos a ella, tener
una conducta de ayuda, de solidaridad, de aceptación, de tolerancia.
Más bien lo que caracteriza la actitud de la familia y de la comunidad es el
rechazo a la enfermedad, el miedo a la locura, la separación del diferente, el
desentenderse del problema, el marginar y negar al loco. Para ello se pone en
duda que dicho ser humano sienta algo, piense algo o sea capaz de actos útiles a
sí mismo y a sus semejantes.
En este sentido los diagnósticos médicos suelen usarse, como rótulos
definitivos, que sirven para marcar para siempre al individuo que así queda
etiquetado. Como si se dijera; el que alguna vez padeció una enfermedad mental
es loco para siempre. Parece que las etiquetas puestas en otros seres humanos
nos tranquilizarán y nos dieran cierta comodidad: Éste es bueno, aquél es malo,
éste es cuerdo, aquél es loco. Y así quedan encerrados en rotulaciones
inmodificables aunque pasen los años.
Se niega lo que es característico de la vida y del universo: que todo cambia,
que nada es para siempre y que los seres humanos son capaces de transformar
aquello que nos hace mal.
De estas ideas sobre la locura, tan difundidas en nuestra comunidad, surgen
los manicomios. Lo que vulgarmente se llaman los loqueros. Lugares de encierro
y abandono, que generalmente están alejados del centro de las ciudades, porque
es mejor no ver ni saber sobre la vida de los que allí quedan congelados y
depositados. Parece calmarnos creer que cuanto más lejos y negado el problema,
mejor nos podemos sentir.
En una nota anterior recurrimos a un refrán popular. En ellos se sintetizan
sabidurías de siglos. Volveremos hoy a citar uno: “ojos que no ven, corazón que
no siente”. Así se describe en el saber popular ese mecanismo psicológico y
social, de hacer de cuenta que si no veo algo doloroso, ese algo deja de existir.
Sin embargo aquello que se niega, tarde o temprano sale a la luz, pero
agravado. Porque: “No se puede tapar el sol con un pañuelo”.
Todos sabemos de la existencia de los loqueros. Pero hacemos de cuenta
que no sabemos. Todos sabemos de la vida de sufrimiento que se lleva en ellos.
Pero nos negamos a reflexionar sobre las alternativas de cambio para humanizar
la condición de quienes sobreviven en dichas instituciones.
Como si el familiar que padece una enfermedad mental dejara de pertenecer
a la familia. Como si el vecino que sufriera dicho padecimiento dejara de
pertenecer a la comunidad. Es decir: para no ser abandonado, separado de los
seres queridos y del barrio o del medio, el requisito sería no enfermar. No parece
ésta una conducta sana o justa para nuestros semejantes en situación de
sufrimiento y desventaja.
Podemos revisar estas conductas. Podemos modificarlas. Aprender la
tolerancia hacia nuestros enfermos mentales, practicar la solidaridad, tener
aceptación combatiendo nuestros miedos y rechazos. Tratar de comprender y no
de juzgar o culpar al loco. Tener en cuenta su sufrimiento, al que no podemos
agregarle la marginación y la exclusión.
A la vez transformar los manicomios en hospitales eficientes y humanizados,
que trabajen con la familia y la comunidad para generar redes por la salud, apoyos
para quienes requieren de nuestra ayuda y tratamiento. En eso estamos.
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Artículo publicado en El Diario de la República, de San Luis, el día 06/02/94.
LOCURA Y PELIGROSIDAD
Está muy metido en nuestras cabezas, el concepto de que los enfermos
mentales son peligrosos. En el habla cotidiana aparece frecuentemente esta idea:
“Fulano de tal andaba por la calle hecho un loco”, se dice cuando alguien conduce
un vehículo a alta velocidad o no respetando las normas de tránsito. Y como este
ejemplo otros muchos podrían ponerse, mostrando el modo en que ligamos locura
y peligrosidad.
Y esa peligrosidad, en general se refiere a la certeza que el enfermo mental
ataca, agrede, lastima o lesiona a los que los rodean. Aún a sus familiares. Por lo
tanto peligrosidad, agresividad y violencia serían características de la enfermedad.
Podemos preguntarnos: ¿Es esto así?.
Un viejo maestro de la medicina y la psiquiatría argentina, el profesor
emérito de la Universidad de Córdoba, doctor Exequias Bringas Núñez, realizó
un interesante trabajo sobre este tema. Dicho profesional fue director durante
trece años de la colonia “Emilio Vidal Abal”, situado en Córdoba (en la ciudad de
Oliva). En dicho trabajo explicaba que en ese período ese hospital alojaba cuatro
mil pacientes, a los que podían sumarse unos dos mil profesionales, empleados y
trabajadores. En total unas seis mil personas conviviendo estrechamente en los
distintos pabellones de ese establecimiento. Una cantidad de individuos similar a
la que puede tener una pequeña ciudad del interior de cualquier provincia.
Pensemos cuántos pueblos puntanos llegan a esa cifra de habitantes. Pues
durante ese período de trece años, se había registrado un solo hecho de sangre.
El profesor Bringas reflexionaba comparando este dato con los datos que
las páginas policiales nos reflejaban diariamente y se preguntaban cuántos
pueblos cordobeses con similar cantidad de habitantes podían mostrar una
estadística criminal baja como ésa.
Es tan grande el prejuicio que pesa sobre el loco y la locura, que los hechos
adquieren una magnitud y una valoración diferente según los produzca un enfermo
o un sano. Si un loco comete un delito o amenaza la seguridad individual o
colectiva, este hecho adquiere una repercusión muy alta y nos produce un temor
muy superior a saber que ese mismo hecho lo protagonizó un titulado sano.
Incluso cuando se producen actos antisociales, es muy frecuente que
aparezca el comentario: “Debe haber sido un loco el que hizo esto”. De nada vale
que luego se demuestre lo contrario: ya que queda nuevamente conectada la
locura con la peligrosidad.
Sucede que la locura nos da miedo. Un miedo poco racional que es el
miedo a lo desconocido, a lo que no comprendemos, a lo que nos parece
imprevisible. Y ese miedo nos lleva a maltratar, abandonar o huir, de quienes
padecen la enfermedad. Muchas veces el así maltratado reacciona haciendo lo
propio: maltratando o huyendo. O pidiendo auxilio y compañía a los gritos. Ese
individuo que padece se llena de terror y hace cosas sin sentido o agresivas.
Como nos pasa a todos los seres humanos cuando nuestra conducta está dictada
por el miedo o la tristeza. Pensemos desde nuestra infancia a lo que siempre
hemos necesitado para calmarnos: que nos ayuden tranquilizándonos. A veces
con palabras, a veces con actitudes y gestos. Para lo cual queríamos que no nos
abandonaran. Quizás podamos recordar el sufrimiento que nos causaba que en
esos casos nos encerraran en esa pieza o en el baño. ¡Cómo necesitábamos en
ese momento una palabra, una sonrisa, un gesto de tranquilidad y
apaciguamiento!. Quienes padecen la enfermedad mental –seres humanos al fin–
necesitan lo mismo que a nosotros nos sirvió: ayuda, comprensión, tolerancia y
compañía.
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Artículo publicado en “El Diario de la República” de San Luis, el día 13/02/94.
LOCURA Y FAMILIA
Cuando aparece un enfermo mental en el barrio o en el hospital, enseguida
se piensa en la familia de la dicho enfermo forma parte. El grupo familiar es un
referente inmediato para poder entender la conducta enferma o crisis del individuo.
Esta relación entre familia y persona enferma suele plantearse en términos
de culpabilidad: el hogar, los padres o el cónyuge serían los culpables del
padecimiento de la persona afectada. Se responsabiliza entonces a los familiares
como productores de la enfermedad y se recuerdan los malos tratos recibidos, o
las faltas de afecto, o los abandonos sufridos por el paciente, quien como
respuesta a ello se enferma.
Frente a esa verdadera acusación, los familiares suelen reaccionar
disculpándose o construyendo explicaciones en las que buscan aparecer como
bien intencionados y víctimas de la conducta desviada del familiar enfermo.
Esto nos hace preguntarnos: ¿es la familia víctima o victimaria del individuo
enfermo mental? ¿Es el enfermo mental víctima o victimario?.
Nada más erróneo que este planteo que nos lleva siempre a tomar parte
por uno o por otro de los términos en cuestión: o por la familia o por el enfermo. Y
así se dividen los vecinos, los amigos y hasta técnicos o profesionales, que pasan
a tomar partido en un enfrentamiento que agrava los problemas de salud de todos.
Esa culpa que surge cuando enferma un miembro de la familia, es un sentimiento
que persigue e intranquiliza. No se puede vivir mucho tiempo con esa sensación y
cada persona trata de manejar su culpa alejándola de sí mismo. Disculpándose,
sacándosela de encima y proyectándola en otros. En el enfermo, en profesionales,
en instituciones, etcétera.
Nuestro planteo es pensar en el enfermo mental como producto de una
situación grupal, de una situación social en la que los vínculos con otros son
esenciales. Por supuesto que la familia forma parte de esas redes vinculares, pero
a su vez ella misma integra parte de otras redes: barriales, comunitarias,
laborales, institucionales, etcétera. Este enfermo genera influencias recíprocas,
donde los actos y conductas de cada uno aparecen determinados por esas
relaciones mutuas. Nadie vive solo aunque esté en una isla desierta como
Robinson Crusoe, porque los seres humanos con los que creció y se desarrolló los
lleva en su mundo interno. ¡Cuántas veces conversamos con nuestros padres que
ya no están en este mundo, pero siguen estando en nosotros como presencias
fundamentales en nuestro vivir!
De ahí que veamos a la familia como núcleo humano en el que las
conductas de sus miembros pueden ser entendidas y corregidas. No como un
grupo victimario o víctima, sino como una estructura que requiere ayuda,
comprensión y que puede proporcionar claves para la comprensión del fenómeno
de la locura de uno sus miembros. A su vez ese enfermo nos está diciendo que
algo funciona mal en el circuito familiar. Ese loco, sin quererlo ni saberlo está
denunciando una situación de enfermedad colectiva, de la que él se hace
portavoz.
Trabajar entonces con la familia y con el enfermo es el único camino capaz
de darnos explicaciones y descubrimientos aptos para entender lo que está
sucediendo, y producir cambios en esas relaciones cuyo resultado sea la salud de
todos.
Es obvio con esto que separar al individuo del medio del que proviene es
una solución que no soluciona nada porque deja al afectado en el abandono y la
imposibilidad de resolver los conflictos que padece. Y a la familia con la idea de
que separado el enfermo se acabó la enfermedad, dejando intactos los
mecanismos grupales por los que uno de los miembros se enfermó. Y así es como
tantas veces vemos que quedan en las instituciones psiquiátricas pacientes por
años y en sus casas familiares con trastornos psicológicos tantos o más graves.
Como decía un gran maestro de la psiquiatría argentina: “En los
hospitales psiquiátricos no son todos los que están, ni están todos los que
son”.
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Artículo publicado en El Diario de la República, de San Luis, el día 27/02/94.
LOCURA Y CONDICION HUMANA
Como hijos o como padres, todos hemos tenido experiencias de miedo,
tristeza o angustia. Estos sentimientos son parte de nuestra condición humana, y
los conocemos bien desde la infancia. Podemos recordar momentos en que por
distintas razones hemos padecido estas difíciles situaciones. Y también sabemos
que muchas veces desconocimos las causas por las que nos sucedía todo eso,
pese a lo cual el miedo o la tristeza igual nos acompañaron sin que encontráramos
explicación consciente de ello.
Sucede como así como en ocasiones conocemos los orígenes de un
padecimiento, en otras los mismos están en nosotros de modo inconsciente. Están
ocultos en nuestro mundo interior, han sido reprimidos por el dolor que nos
causan.
Ya sea que las causas nos aparezcan claras y conscientes, o que ellas
permanezcan inconscientes, sus consecuencias en nuestro psiquismo son las
distintas formas de sufrimiento que ya hemos señalado.
Nuestra vida nos señala multitud de experiencias en este sentido. Ellas nos
permiten recordar también cuales han sido los auxilios más inmediatos y valiosos
que hemos recibido.
Cuando niños nos bastaba que alguno de nuestros padres o familiares se
aproximara, nos abrazara o acunara, nos hablara con tranquilidad, o se sentara a
nuestro lado para acompañarnos. Hablar. Escuchar. Comunicarnos. Estar juntos.
Hacer compañía. Contactarnos físicamente. Ser rodeados de un ambiente seguro
y confiable. Recibir algún presente o regalo. Contarnos un cuento o un chiste.
Caminar de la mano.
Todas éstas y otras muchas, han sido las formas en que fuimos auxiliados
más de una vez por un familiar, un amigo, o un ser querido. El resultado fue
tranquilidad, sedación, consuelo, alegría, esperanza, relajación, descanso. En esta
época tan caracterizada por la moda de psicofármacos y otros productos de
laboratorios, hemos olvidado el enorme recurso terapéutico que la propia
condición humana nos brinda.
No hay inyección o pastilla capaz de lograr resultados tan rápidos y
saludables como el acompañamiento, la solidaridad, el encuentro, la ayuda. Ese
niño que llora logrará calmar su angustia de un modo insuperable por fármacos si
un regazo materno lo cobija y ampara.
Así es en los propios hospitales psiquiátricos. El contacto con la familia y la
comunidad forma parte del tratamiento de los enfermos. Y muchas veces una
parte esencial.
El acercamiento de la población a sus enfermos integra la tarea de
asistencia y rehabilitación, como la reconexión de los pacientes con su medio, con
su barrio, con sus plazas, sus vecinos y familiares.
Resulta imposible creer que podemos recuperar a nuestros enfermos
mentales si los despojamos de todo aquello que hace a su condición humana:
afectos, seres queridos, querencias, tierra natal, canciones y leyendas que le dan
identidad personal, y razón de existencia.
No hay remedio milagroso, o psicofármaco promocionado que pueda
suplantar la savia insustituible que es la relación con el mundo que nos rodea.
Dejemos a los medicamentos el papel de ayudantes efectivos si los usamos por
tiempos breves y en dosis adecuadas. Pero es mejor aprender a vivir sin bastones
ni muletas toda la vida.
Como en nuestra primera infancia; pudimos erguirnos y caminar
apoyándonos en otros. Aprendimos, hicimos nuestros propios descubrimientos
escuchando los corazones sentir y desplegando las alas del pensamiento.
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Artículo publicado en El Diario de la República, de San Luis, el día 28/02/94.
¿TIENEN DERECHOS LOS ENFERMOS MENTALES?
Esta pregunta aparece con frecuencia en nuestra sociedad. Es posible ver
seres humanos mentalmente afectados que son maltratados, denigrados,
encerrados, abandonados o víctimas de burlas. Rebajados, en fin, en su propia
condición humana.
Por lo tanto es válido preguntarse si tienen o conservan derechos atinentes
a esa condición humana. Cuando es tan habitual observar que el trato que reciben
es un trato propio de cosas y no de individuos, es legítimo hacerse esa pregunta
que encabeza la nota. Cuando familiares, profesionales y distintos sectores de la
comunidad se vinculan con los enfermos mentales como si fueran objetos casi
carentes de vida propia, el interrogante surge con claridad.
El primer derecho que tiene un enfermo mental es el derecho, o la serie de
derechos que se derivan de su condición de ser persona. Una condición que no
pierde –o no debería perder– por el hecho de padecer una enfermedad mental.
Su ser persona y poseer los derechos que como tal le caben, significa que
debe recibir los cuidados profesionales necesarios sin menoscabo de su dignidad
y de su libertad. Y que cualquier restricción a su plena libertad debe ser seria y
científicamente evaluada para que no se transforme en un nuevo recorte de sus
derechos humanos. A la vez esa restricción debe tener carácter transitorio, estar
fundada seriamente en principios médicos de probada utilidad y evaluada y
reevaluada de modo de levantar progresivamente esas restricciones de su
libertad individual.
Lo enunciado hace también al derecho de los pacientes a no ser objeto de
castigos físicos o humillaciones morales por su condición de enfermos, o a que su
conducta sea motivo de escarnecimiento. Las mismas condiciones de internación
hospitalaria deberán proveer al paciente de alimentación, vestimenta, utensilios,
recreación, descanso y trato humano acorde con su situación de desvalimiento, y
no señalar ningún menoscabo respecto de las condiciones de vida o internación
de otro tipo de pacientes.
Estos derechos derivados de la condición de persona del enfermo mental
hacen a que sobre él no deban practicarse formas de tratamientos indignas o
contrarias a su ser persona. Exigen poner a cubierto su vida privada, su
sexualidad, su seguridad personal, proteger sus habilidades y capacidades,
respetar todo lo que concierne a sus necesidades. Determina también la clara
información al paciente sobre su situación, sobre los tratamientos que va a recibir
y resguarda el derecho a expresar su consentimiento sobre la terapéutica que se
le va a aplicar. Este consentimiento debe solicitarse siempre, aún cuando haya
situaciones transitorias que hacen al resguardo de su integridad física y personal
que exijan por un tiempo breve actuar para proteger al individuo contra su
consentimiento. Esto debe ser seriamente fundado en bases científicas y
humanísticas, por un tiempo breve y determinado.
Quedaría mucho para hablar sobre este tema. Muchas reuniones
nacionales e internacionales de médicos, juristas, sociólogos y políticos han
abordado estas cuestiones. La Conferencia Regional sobre la Reestructuración de
la Atención Psiquiátrica realizada en Caracas (Venezuela) en noviembre de 1990
fue un hito importante. Convocada por la Organización Mundial de la Salud y otros
institutos de importancia mundial, produjo resoluciones a las que nuestros países
de América han adherido y reglan con precisión sobre el resguardo de los
derechos de los enfermos mentales.
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Artículo publicado en El Diario de la República, de San Luis, el día 06/03/94.
QUE LOS OJOS VEAN Y LOS CORAZONES SIENTAN
En la nota de la semana pasada hicimos referencia a la Conferencia
Regional para la Reestructuración de la Atención Psiquiátrica que se realizó en
Venezuela durante noviembre de 1990.
La misma fué organizada por la Organización Mundial de la Salud, la
Oficina Sanitaria Panamericana, el instituto “Mario Negri” de Italia y de diversas
instituciones científicas de todo el mundo. Asistieron juristas y legisladores, incluso
de nuestro país.
Esta trascendental reunión sanitaria produjo resoluciones y definiciones que
han transformado en lineamientos para el accionar de gobiernos y políticas de
salud. Respecto de los manicomios definió con claridad la crítica científica, iniciada
ya hace doscientos años en Escocia con los trabajos médicos de Connolly, que
transformaron y humanizaron las condiciones de vida y trabajo en los hospicios,
terminando con los encierros, las internaciones prolongadas e indefinidas y el
maltrato de los internados.
La Conferencia puso en tela de juicio la existencia de los manicomios tal
como aún subsisten en algunos países desde cuatro puntos de vista:
-Desde lo ético-jurídico: señalando la frecuente violación de los derechos
humanos que implica la existencia y funcionamiento de los manicomios y la
ausencia de legislación que proteja los derechos de los enfermos.
-Desde lo clínico: señaló que la internación prolongada e indefinida en
manicomios es nociva, contraria a la posibilidad de recuperar la salud y factor
esencial en la cronificación de las enfermedades mentales. Desde este punto de
vista, el manicomio genera más enfermedad y agrava la existente en los
pacientes.
-Desde lo institucional: durante todo este siglo, sociólogos, antropólogos y
médicos han señalado en múltiples trabajos y publicaciones científicas que la
institución manicomial produce relaciones de sumisión y violencia física y afectiva.
Se produce un círculo vicioso donde el que está obligado a sufrir hace sufrir al
más débil.
-Desde lo sanitario: la organización de una institución dedicada al custodio
de locos recluidos produce la locura organizativa, administrativa y ejecutiva de esa
institución. Se produce un dispendio de recursos humanos, bienes materiales y
espacios físicos que no resuelve la creciente miseria de las condiciones de
existencia de los internados.
Así el manicomio se presenta como el principal obstáculo para organizar
una asistencia humana y acorde con las verdaderas necesidades de la población,
que no encuentra atención adecuada para sus grandes problemas de salud
mental: alcoholismo, adicciones, problemas de las familias, de los niños y
adolescentes, violencia social, etcétera.
Esta síntesis crítica, emanada de la máxima institución sanitaria del mundo,
tiene plena vigencia en nuestro país.
Las instituciones manicomiales, centradas en la reclusión indefinida y por
años, han mostrado fehacientemente que resultan incapaces para resolver los
problemas de la enfermedad mental de quienes son allí depositados. Pero también
resultan ineficientes y contraproducentes para lograr que la comunidad reflexione
sobre las conductas que tenemos con nuestros enfermos mentales. La existencia
de estas instituciones de reclusión hace que la sociedad se desentienda del
prójimo que sufre la penuria de la enfermedad mental, y esto sucede aún cuando
la mayoría de la población sabe que las condiciones de existencia en esas
instituciones suele no ser adecuada ni humana.
Mientras existe el manicomio –siempre alejado del centro de las ciudades–
podemos hacer de cuenta que el problema no existe, que no nos pertenece, que
es de otros seres humanos anónimos y abandonados. “Ojos que no ven…”
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Artículo publicado en El Diario de la República, de San Luis, el día 13/03/94.
DESTAPAR EL ALCOHOL
Tres millones de argentinos afectados (según la fundación Favaloro).
Principal causa de muerte de los argentinos entre 15 y 64 años de acuerdo a un
Informe de la Organización Mundial de la Salud (1988). Causa de 30 a 50% de los
accidentes de tránsito. Causa de 30% de los accidentes de trabajo.
Estamos señalando algunos datos sobre el alcoholismo en nuestro país.
Podemos agregar que el 30% de las consultas hospitalarias argentinas de 1988
estuvieron causadas por dicha enfermedad, y que la mitad de las camas para
pacientes psiquiátricos están ocupadas por alcoholistas crónicos.
Dijimos enfermedad. Muchas veces se ha anunciado que lo es. Sin
embargo debemos preguntarnos si realmente actuamos convencidos de estar
frente a una enfermedad, o si lo que rige nuestra conducta es la convicción que se
trata de un delito, una vergüenza, un motivo de marginación.
Existe un marcado prejuicio social respecto de los seres humanos
alcohólicos. Se los asocia con la maldad, la suciedad, la vagancia, la violencia, el
crimen. Son motivo de miedo, rechazo, asco, agresión, y descalificación. Vale
decir: son tratados con los sentimientos más negativos.
Cuesta asociar al alcoholismo con el sufrimiento. Se piensa que el que
sufre es otro: el familiar, el vecino, la comunidad, pero se tiene muy poco en
cuenta el enorme sufrimiento que padece el individuo alcoholizado. Más bien
tiende a considerarse que es el responsable de los males colectivos. El victimario.
Este prejuicio y desconocimiento sobre la enfermedad impide acercarse a
estos seres humanos que van quedando aislados, marginados y despreciados.
La estadística nos muestra que un ser humano adicto al alcohol vive ocho
años menos (promedio) que un ser humano que no padece la enfermedad. Se
trata entonces de un proyecto de muerte que ha ido ganando cada vez a más
sectores de nuestra población.
Cabría preguntarse ¿de quien este padecimiento? ¿Es un problema de
ellos o es un problema de todos? ¿Es un problema de los alcohólicos o es un
problema del conjunto social?. Pensemos es un hecho que se repite con
frecuencia: un conductor alcoholizado produce un accidente de tránsito en el que
mueren personas que no padecen directamente la enfermedad. El alcoholismo, en
ese caso, cobró nuevas víctimas, y sin embargo ninguna de ellas era adicta al
alcohol. El consumo excesivo de cerveza en nuestros hijos ¿no es también un
problema nuestro? ¿No nos afecta? ¿No nos angustia?.
Esto nos hace pensar que estamos frente a un padecimiento colectivo, del
que colectivamente debemos dar cuenta. Es necesario y posible que como
sociedad nos preguntemos qué podemos hacer con este presente pensando en
nuestro futuro inmediato y a largo plazo.
Todos tenemos algo para hacer, y un lugar en esta lucha de todos.
Los que trabajan en Salud, ocupándose de un problema largamente
negado. Los educadores, ayudando a reflexionar sobre esta realidad a sus
educandos y familias. Los comunicadores sociales, ayudando a difundir
conocimientos y debates en la comunidad, promoviendo el desocultamiento del
problema. Los legisladores, haciendo avanzar las legislaciones protectoras de la
salud y la seguridad individual y colectiva.
Podemos sumar esfuerzos y saberes para resolver un problema que nos
llega a todos. Solos no se puede: con otros quizás.
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Artículo publicado en El Diario de la República, de San Luis el día 20/03/94
ALCOHOL Y LIBERTAD
“Yo soy libre de tomar cuando quiero”. Este argumento se escucha con
mucha frecuencia y sirve para justificar el consumo excesivo de bebidas
alcohólicas. “Yo soy dueño de tomar y no le hago mal a nadie”. Esas frases que
ligan el consumo excesivo de alcohol con la libertad para hacerlo, se escuchan
con frecuencia en todos los sectores sociales.
Es bueno pararse a reflexionar en las ideas que presiden esas frases. Si
algo caracteriza al ser humano alcohólico es su dependencia respecto de la
bebida. Más exactamente: su dependencia respecto de la droga que contiene la
bebida que es el etanol. Se trata de una droga dependencia, la más difundida y
naturalizada en nuestra sociedad.
Esta dependencia se caracteriza por el hecho que el sujeto pierde la
facultad de decir “no” y de decir “basta” frente a la bebida alcohólica.
Una vez que comienza a beber no puede detenerse, y no puede prescindir
de la ingesta permanente de alcohol. En eso consiste un aspecto fundamental de
la enfermedad denominada alcoholismo.
Si esto es así, cabría preguntarse de qué libertad individual puede hablarse
cuando se depende de una sustancia que se transforma en necesaria para la vida
cotidiana. Es preciso pensar si se puede ser libre siendo dependiente.
La respuesta obvia a esa pregunta es que no se puede hablar de libertad
de elección cuando la propia voluntad individual ha sido doblegada por el consumo
permanente de alcohol. Cuando la bebida es consumida, no puede pensarse en
que dicho individuo disponga libremente de lo que ingiere. Ha perdido su libertad
individual y se ve compelido a beber sin pausa ni medida.
La compulsión a beber lo pone en la situación de no poder dirigir sus actos
y de estar dirigido por impulsos que no puede controlar.
¿De qué libertad se habla en ese caso?
Pero también es posible pensar sobre otro aspecto de aquellas frases tan
escuchadas en distintos ámbitos de nuestra sociedad. “Cuando bebo no le hago
mal a nadie”. ¿Es esto así?
El alcoholismo genere daño individual y daño social. Por esa razón no es
un problema de “ellos”, de los alcohólicos sino un problema de todos. Afecta a la
seguridad individual y colectiva.
Representa una lesión a nuestro futuro como pueblo y como Nación: resulta
imposible pensar en un porvenir mejor con sectores cada vez más amplios de la
población afectados por esta dependencia psíquica y física.
Los conceptos de libertad individual no pueden desprenderse de los
conceptos de responsabilidad social.
Cada uno tiene la libertad para elegir lo que ingiera, pero esa libertad tiene
el límite de la responsabilidad hacia los otros.
El consumo excesivo de alcohol al minar nuestra voluntad y nuestra
conciencia anula la facultad y el deber de cuidar y ayudar a nuestros semejantes,
sean ellos familiares, amigos o vecinos.
Por esta razón es que planificar una lucha contra el alcoholismo como
enfermedad, es también una tarea que preserva libertades y derechos individuales
y colectivos.
Y apunta al mejoramiento de la calidad de vida en todos sus aspectos.
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Artículo publicado en El Diario de la República, de San Luis el día 27/03/94.
MANICOMIOS: ¿QUE HACER CON ELLOS?
En nuestro país y en todo el mundo se viene discutiendo sobre la función y
destino de los manicomios. ¿Qué hacer con ellos?, ¿dejarlos como están?,
¿cerrarlos?, ¿transformarlos?.
Cada una de esas respuestas implica definiciones científicas, posturas
frente al hombre, elecciones éticas y planteos técnicos de los que se desprenden
experiencias y resultados diversos.
Veamos estas tres elecciones un poco más detenidamente.
Conservar la estructura de los manicomios tal como nuestra sociedad los
conoce es seguir sosteniendo una institución inhumana, ineficaz, anacrónica,
cuyos resultados han sido la marginación, abandono, cronificación y maltrato de
los seres humanos. Una institución que le ha permitido a la comunidad no hacerse
cargo de un problema colectivo: el respeto y el cuidado solidario de sus enfermos,
para transformar en algo natural que sus familiares y vecinos depositen a sus
enfermos mentales en un espacio de olvido. Así es que primero se llega a pensar
en los problemas de los familiares que muchas veces dicen no tener tiempo, lugar,
dinero o ganas para ayudar a un miembro de la familia, quien por su enfermedad
mental es expulsado del lugar en el que nació y al que de alguna manera
contribuyó. En esa forma manicomial de pensar ¿quién se acuerda también de
los derechos y problemas del enfermo segregado? Todos conocemos bien los
escasos resultados positivos del manicomio, pero parece hacer a nuestra
comodidad mantenerlos como están. Y en lo posible bien lejos.
Cerrarlos ha sido una consigna más propagandística que científicamente
fundada, planteada en los últimos años. Se habla del cierre de los manicomios
como si de ese modo se resolvieran los problemas de la locura. Se olvida que la
enfermedad existe más allá de los manicomios, y que éstos sólo han contribuido a
cronificar y agravar algo ya existente en el medio social. Se mencionan
experiencias de cierre manicomial europeas, a las que se idealiza sin pensar que
en la propia Europa se está abriendo una reflexión crítica de esas supuestas
clausuras. Supuestas porque aún en el caso de Italia (país al que se refieren estas
experiencias) el cierre no se ha operado como se dice en nuestro país. Plantear el
cierre de los manicomios como solución al problema de la locura, es volver a
desentenderse de la atención, cuidado y solidaridad con los enfermos, y no
entender que parte esencial del trabajo hospitalario es lograr que la comunidad
revise sus conductas equivocadas respecto de la enfermedad.
Transformar los manicomios en hospitales eficaces, humanos, abiertos,
dignos para quienes allí se atienden y allí trabajan es el camino que debe
recorrerse. Un hospital abierto hacia la comunidad, que logre ubicar al
padecimiento del que sufre como tema del que todos podemos y debemos
hacernos cargo. Un hospital que muestre que no es con la exclusión del enfermo
como se resuelven los problemas surgidos en el núcleo familiar y social. Desterrar
la idea de “muerto el perro se acabó la rabia” en la relación con quienes sufren,
temen y se angustian por una enfermedad que se ha producido y agravado en el
vínculo con los demás. Un hospital que pueda trabajar con los medios de
comunicación para abrir reflexiones humanas y humanizantes sobre el modo en
que tratamos a nuestros semejantes desvalidos. Un hospital que se vincule con la
Justicia para que también se contemplen los derechos que surgen del enfermo
mental como persona: sus derechos al trato adecuado, a no sufrir discriminación,
a disfrutar de libertad individual.
Construir un hospital como el que se merecen la dignidad y la seriedad
cientí-fica, implica que éste se ocupe de los grandes problemas de salud mental
de la po-blación: la atención de la niñez y la adolescencia, de la familia, de las
víctimas de vio-lencia, del gran problema del alcoholismo, de las dificultades
escolares, de la recuperación de quienes sufren discapacidades. Estos problemas
que afectan a mi-les de seres humanos en nuestra provincia, deben ser la tarea
diaria –junto al trata-miento de la locura– de un hospital transformado, eficiente,
humano y abierto.
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Artículo publicado en El Diario de la República, de San Luis el día 03/04/94.
LOCURA E INCAPACIDAD
Es muy frecuente escuchar la pregunta ¿los locos tienen alguna
capacidad?, ¿conservan alguna de las habilidades o capacidades que son propias
de los seres humanos?.
Más bien se los considera incapaces. Vale decir: desprovistos de toda
capacidad, como si la enfermedad mental los hubiera despojado de los atributos
creativos, productivos o elaborativos que distinguen al género humano en la
naturaleza.
De este modo locura e incapacidad quedan entrelazados en el modo
habitual de ver las cosas. Hasta tal punto llega esto que también suele
considerarse que los enfermos mentales no sienten, no extrañan, nada les
importa, no piensan, no saben ni reconocen. Aparecen como objetos o cosas
robotizadas más que como seres humanos. Su incapacidad llegaría entonces
hasta la pérdida del sentir, el pensar y el actuar, los pilares del ser hombre.
Allí es cuando uno recuerda a Vincent Van Gogh, que llevó a las
imágenes, la vida de su pueblo, los soles del mediodía de Francia, los rostros de
sus allegados. Creador de una estética transformadora y de un arte que ha
perdurado más allá del paso del tiempo. ¿Se lo puede considerar un incapaz?.
Uno tiene la tentación de creer que su enfermedad debe haberle sido útil a los
comerciantes o compradores de creaciones artísticas para adquirir por monedas lo
que luego vendieron por millones.
O al gran poeta argentino Jacobo Fichman, asilado durante treinta años en
el manicomio de Buenos Aires, el Borda, desde donde publicó maravillosas
poesías surrealistas, hoy revalorizadas y leídas por miles de hombres y mujeres
en el mundo. “Poco poeta ha de ser quien se rinde ante el dolor” decía en uno de
sus escritos. ¿También él era incapaz?. Y aquel deportista genial, el más grande
en su puesto de wing izquierdo, Félix Loustau. La hinchada lo había bautizado
“Chaplin” porque divertía y emocionaba cada domingo con sus gambetas alegres y
de filigrana. Componente de aquella genial delantera del fútbol argentino que se
llamó “La Máquina” la más creativa y productiva que dio el deporte argentino
¿también era incapaz?.
Incapaces. Sin capacidades. Carentes de capacidades. ¿Cuántos ejemplos
más podemos dar de seres humanos que a diario nos muestran las capacidades
que preservan y pueden desarrollar a pesar del pasado rótulo de enfermos
mentales?.
Basados en el prejuicio seguimos poniéndoles sellos a los locos; sellos
como este de incapaces, cuando la realidad nos muestra que cada ser humano
enfermo conserva aspectos sanos en su persona, mantiene capacidades que
también puede ampliar y desarrollar. Que tienen, por su condición de hombres, un
mundo interno de imágenes, recuerdos, sentimientos e ideas. Un mundo interno al
que expresan en actos creativos, palabras, gestos, músicas.
Por eso es que corresponde abandonar esa anacrónica idea, también
presente en la legislación, que sigue definiendo a los enfermos mentales como
incapaces. Con propiedad científica debemos hablar de discapacidades. Vale
decir: de capacidades diferentes, distintas. De capacidades que se han perdido o
no se han desarrollado en un ser humano que ha preservado y desplegado otras
capacidades, por las cuales ha ido armando una vida, una obra, un sentir y pensar
con los que enfrenta al mundo según las medidas de sus posibilidades.
Posibilidades que se amplían si en lugar de segregar al discapaz lo ayudamos y
acompañamos.
En eso también los enfermos y los sanos nos parecemos. Cada uno de
nosotros reconoce sus capacidades e incapacidades. Cada uno de nosotros sabe
lo que puede y lo que no puede hacer. Para qué servimos y para qué no servimos.
Cada uno tiene sus propias discapacidades. A veces las vencemos con la ayuda
de los demás. Otras veces preferimos desarrollar aquellas habilidades que
conservamos.
Pero en cualquier caso la pregunta se impone: ¿nos sirve a nosotros que
nos traten como inútiles o incapaces? ¿Nos sirve que nos recluyan o segreguen
por lo que no podemos hacer?. A los enfermos mentales, humanos como
nosotros, tampoco les sirve.
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Artículo publicado en El Diario de la República de San Luis, el día 24/04/94.
LOCOS EXPIATORIOS
Hace doscientos años, en nuestro país, los locos eran encerrados en los
calabozos del Cabildo de Buenos Aires. Esas celdas estaban en los subsuelos y
allí los enfermos compartían sus largos cautiverios con prostitutas y delincuentes.
Aún en este siglo, las comisarías de la provincia de Buenos Aires alojan en sus
instalaciones a enfermos mentales en función de una antigua legislación.
Ya desde la historia el destino de los enfermos mentales ha sido compartir
un espacio de reclusión y exclusión con aquellos seres humanos a los que la
sociedad separa por diferentes. Una diferencia dada porque esas personas no se
ajustan a la disciplina de las tareas productivas o con su conducta cuestionan las
normas habituales.
De tal modo las instituciones manicomiales han ido siendo el lugar de
depósito de abandonados sociales. “Los que no tienen donde ir a parar”.
Carentes de afectos, de vivienda, de ingresos económicos. Así el hospital dejó de
ser tal para convertirse en asilo de individuos cuyo diagnóstico se hace luego de
ser encerrados. Más bien se diría que el diagnóstico de locura depende más de
estar internado por años e indefinidamente que del análisis científico del cuadro
clínico que presenta cada sujeto.
Las paredes y alambradas de estos asilos sirven para que de un lado –el de
adentro– queden circunscriptos la locura y sus portadores. Y del otro lado –el de
afuera– la cordura y los totalmente sanos. Nos tranquiliza que la enfermedad
mental esté lejos y encerrada; nos confirma que si estamos de este lado de los
muros es porque somos cuerdos.
La misma legislación –apoyada en códigos antiguos– sigue sosteniendo
criterios ajenos a los avances que las ciencias han registrado. Se limita a
considerar el individuo enfermo sin ver que la locura es un producto de la vida de
relación y que el enfermo es el emergente de una familia afectada. Así se ordenan
internaciones de sujetos padecientes sin reparar que el núcleo familiar está
necesitando deshacerse del loco para negar el conflicto colectivo. Y que muchas
veces el familiar que más promueve el pedido de internación es el que de ese
modo niega y oculta su propia patología. Lo cual no impide –lamentablemente–
que se disponga de la vida y de los bienes del internado.
Es esa realidad que todos conocemos de los manicomios. Que conocemos
y hacemos de cuenta que desconocemos. La irracionalidad aislada y encerrada
entre las paredes del asilo. La racionalidad y la cordura reinando de este lado.
¿Se corresponde esto con la verdad que a diario vivimos? Cuando uno
piensa en el Holocausto que costó la vida de millones de seres humanos en
hornos crematorios. O cuando se horroriza por la explícita promoción de la
violencia en los medios de comunicación que deberían educar a niños y jóvenes.
Cuando nuestra vida diaria está plagada de irracionalidades incomprensibles y
generadoras de sufrimiento. Es allí cuando advertimos que por altas y alejadas
que estén las paredes de esos asilos-depósitos llamados manicomios, no
alcanzan para delimitar locura y cordura y nos hacen ver que ambas conviven a un
lado y otro, dentro y fuera de cada uno de nosotros. Y que descubrir esto nos
produce inseguridad, temor o angustia.
En la antigüedad existían pueblos que una vez al año se reunían para que
cada habitante hablara públicamente de sus males y defectos. Estos eran
adjudicados a un chivo que estaba atado a un poste en la plaza central.
Terminada la confesión pública de cada uno, el chivo era soltado y expulsado de
la aldea hasta desaparecer de la vista de todos. Con él se alejan los pecados de
cada uno y los vecinos de la aldea quedaban liberados de sus culpas y errores. Se
los llamaba chivos expiatorios.
Hoy los asilos manicomiales están llenos de chivos expiatorios. Con una
diferencia, son seres humanos. Como nosotros.
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Artículo publicado en El Diario de la República, el día 09/05/94.
HOSPITALES Y ASILOS
Es muy corriente encontrar ideas en nuestra comunidad que convierten a
los hospitales, y a los hospitales psiquiátricos, en espacios para indigentes
sociales. Muchos carentes de viviendas o alimentación, muchos enemistados o
abandonados por la familia con la que compartían un techo son enviados a
hospitales psiquiátricos “porque no tienen dónde vivir”.
Seres humanos que deambulan en condiciones de precariedad son
llevados a hospitales psiquiátricos porque allí van a encontrar casa y comida, dado
que no la tienen. Muchas veces esto es hecho “por unos pocos días” hasta que el
hospital les encuentre vivienda, trabajo, alimento. Y si el hospital no encuentra
todo esto (que según los encargados de enviar el carente sería una obligación del
hospital) dicha persona va quedando alojada, pensionada, porque la institución no
resuelve dicha carencia social.
Todavía existe un número importante de personas que ve en los hospitales
psiquiátricos verdaderos asilos. Asilos de carenciados sociales, asilos de
menores, asilos de ancianos. Se supone que como “no tienen donde ir” ¿qué
mejor que ir a un psiquiátrico? Por lo menos tendrán sus necesidades resueltas. Y
apenas pasan unos días, las personas o instituciones que han derivado al asilo a
quien no tiene necesidades básicas satisfechas, se olvidan de él, quizá pensando
que ya han cumplido con su deber de encontrar una solución.
Esta idea de hospital psiquiátrico como asilos de carentes o marginados
sociales y familiares, tiene que ver con los orígenes de los manicomios, cuando
los enfermos mentales eran alojados en las instituciones y cuidados u observados
durante años para tratar de comprender su enfermedad. Eran épocas ya
superadas hace décadas en que las posibilidades de curar los cuadros
psiquiátricos eran escasas, y todo se limitaba a alojar por años a los internados.
De esa manera hospitales psiquiátricos, depósito de personas y asilo fueron
siendo lo mismo.
Pero el desarrollo científico experimentado por la psiquiatría y la psicología
ha ido transformando aquella situación. Mucho hemos aprendido sobre la salud y
la enfermedad mental, sobre sus formas de presentación, sobre los distintos
tratamientos posibles, sobre la importancia de un hospital preparado para
proporcionar distintas alternativas frente al padecimiento mental, sobre lo
anacrónico y contraproducente que son los encierros y restricciones indefinidas de
la libertad de los seres humanos internados.
Sin embargo persiste con fuerza la idea del hospital como asilo, pese a la
reiterada demostración científica de lo nocivo que ello es. Es que a través de
considerar al hospital como asilo de carentes o marginados se canaliza una
errónea idea de beneficencia. El que envía a un sin techo o comida a dicha
institución aparece como “una persona buena” que se “ocupa” de otra en estado
de necesidad. Y el hospital para no ser rotulado como “malo” tiene que alojar al
pensionista. Total ¿qué cuesta? Es el hospital público y se puede ser “generoso”
con los recursos del Estado. Recursos que todos sostenemos, pero que a veces
no consideramos necesario defender.
Esta idea de beneficencia no resuelve el problema del afectado,
simplemente lo posterga y lo envía para su solución a una institución que no lo
puede resolver.
Esta idea de beneficencia complica al hospital sacándolo de su misión
social que es la de prevenir, asistir y rehabilitar la enfermedad promoviendo salud.
Ese es el objetivo que dicha institución debe concretar para hacer su aporte al
bienestar general.
Quienes por distintas razones y en nombre de la bondad siguen tratando al
hospital como asilo deben saber que ni a los asilados, y mucho menos al propio
hospital lo ayudan a resolver los problemas colectivos. Y que la práctica del
principio de solidaridad exige a cada uno de nosotros preguntarnos: ¿qué puedo
hacer yo frente a este problema de mi semejante? Y en la búsqueda de esa
respuesta trabajar con otros individuos e instituciones. Hacerse cargo, poner el
cuerpo, a cambio de derivar. Y tejer redes solidarias para enfrentar los problemas
colectivos.
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Artículo publicado en El Diario de la República, de San Luis, el día 04/08/94.
SOBRE ALCOHOL, TEQUILA Y OTRAS CRISIS
En enero de este año se produjo la crisis mejicana, y rápidamente sus
características y consecuencias acuñaron un nombre. Se la llamó el “efecto
tequila”. Se utilizó para bautizarla el nombre de una bebida alcohólica popular de
México. Creo útil pensar en ello.
La crisis de aquel país americano trajo una serie de vivencias nada
agradables. Reaparecían muy bruscamente la inestabilidad, el miedo, la
incertidumbre. El futuro inmediato se volvía –otra vez– impredecible. Los
referentes cotidianos que proporcionan pautas de seguridad y certeza (el valor del
dinero, el costo de las mercancías, las remuneraciones laborales) parecían
volatilizarse. La palabra de los representantes del Estado –siempre investida de
una necesidad de ser creída– volvía a significar poco, y como en momentos de
crisis y confusión retornaba, fortalecido, el rumor. Los factores económicos, los
números, los valores parecían al borde –otra vez– de la evaporación. La
irracionalidad de caídas en la bolsa (un juego desconocido para el grueso de la
población) aquí o en países distantes, ponía en movimiento reapariciones
fantasmales amenazantes. Parecía una nube tóxica cuyos efectos –malos sin
duda– no se sabían cómo ni cuándo nos llegarían. ¿O ya habrían comenzado sin
nosotros saberlo?
Retornaba bruscamente y del modo menos previsible, con la mecha
encendida a diez mil kilómetros, la vivencia de lo siniestro. Algo parecido -¿o
peor?- a un pasado siniestro estaba allí, como si nunca se hubiera ido. Entonces:
¿no era cierto que habíamos logrado escapar a la crisis? ¿Cómo será esta crisis?
¿Qué novedades traerá? ¿Cuánto durará? ¿Llegará? Y si con todo lo que hicimos
y nos pasó no pudo evitarse el regreso, ¿qué es lo que hay que hacer?
A esa crisis, con modo de vivirla sobre lo que cada lector de La Marea
podrá abundar, se la bautizó con el nombre de una bebida alcohólica. En lugar de
crisis se habló de “efecto”. ¿El efecto de la bebida alcohólica será similar al de la
crisis? Yo creo que si hacemos el esfuerzo de repasar lo escrito podemos
respondernos esta última pregunta.
No nos contó demasiado saber de qué nos hablaran cuando titulaban de
ese modo a la debacle mexicana. Más bien, lo supimos de inmediato. Porque la
borrachera –“efecto”– rompe la estabilidad, estalla la crisis, apareja angustia,
miedo, desazón, tristeza. Porque desorganiza los recursos individuales y
colectivos parar pelearle a la vida; produce el retorno de lo temido y las conductas
irracionales; instala la sensación de peligro inminente e inevitable; genera parálisis
y sentimiento de impotencia: otra vez la alcoholización. Es decir: otra recaída
¿Sería el efecto tequila o una recaída? ¿Un destino inmodificable?
Y así quedó instalado (como gustan decir los politólogos) el efecto tequila
como modo de denominar la crisis mexicana. Nada ingenuo sin duda, porque
siempre cuesta leer lo que hay en la confusión alcohólica. No es fácil para los
enfermos, familiares, vecinos, amigos, tomar la distancia necesaria para
comprender el fenómeno adictivo. La inundación de sentires es de tal intensidad
que obnubila muchas veces la comprensión y la reflexión. Y sin esa tarea
esclarecedora es imposible buscar una salida al problema. Sólo cabe repetirlo.
Otra vez.
Similar al “efecto” alcohólico, la crisis vivida tenía algo de loco, de reír y
llorar igual que en las películas de terror. Como en las crisis alcohólicas, esa
confusión aisló y dificultó los encuentros esclarecedores. A la vez, cuando los
grupos humanos mantuvieron o rehicieron sus vínculos y se organizaron para
enfrentar la amenaza colectiva, ésta pudo ser más analizada y comprendida.
Los comentaristas de los medios de comunicación actuaran de similar modo
a como actúan frente al proceso de alcoholización: ocultándolo, desviándolo,
negándolo. Lo mostraron como algo mexicano, sin vinculación con la crisis
argentina, obstruyendo la posibilidad de comprender, con lo cual las vivencias de
lo siniestro fueron más hondas en los seres humanos. Habría que analizar el modo
en que esa amenaza de regreso de las peores experiencias de crisis económica,
determinó la conducta electoral de los argentinos.
Otro elemento a pensar es que para referirse a una nación se recurrió a la
bebida alcohólica emblemática de ese país. De qué manera la identidad de un
pueblo también es apoyada por los hábitos de beber. El carácter nacional de las
bebidas juega el mismo papel identificador que las leyendas, los mitos, las
historias, las luchas colectivas, las melodías y los aromas típicos. No podría haber
sido “efecto vino”, o “efecto pisco” o “efecto cachaca” porque son bebidas de otros
pueblos. Tampoco –por lo que hemos visto– podría haber sido “efecto mariachi”:
esos músicos del pueblo mexicano no producen crisis sino que ayudan con su
mensaje popular a retemplar el ánimo para enfrentarlas.
Parece que el alcohol está metido hasta en las metáforas que nos arman
para ocultarnos la comprensión de la realidad. Incluido en historias personales y
familiares, de regiones y naciones. Madejas y galletas que buscamos hilar en la
diaria actividad de los Grupos Institucionales de Alcoholismo (G.I.A). Pero esa es
otra historia que quizás sea contada otro día, en otro artículo.
Releyendo lo escrito, veo que me refería a la crisis del tequila –el “efecto”
que le dicen– como algo pasado. Seguramente será objeto de la crítica por
quienes lean este artículo. En mi defensa sólo puedo decir que quizás esto
exprese mi deseo de que no haya otra vez.
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Artículo publicado en la Revista La Marea. Bs. As. Año II nº 4 – Agosto – octubre de 1995.
“Los Piqueteros”
Profesor Roberto Tessi
LO QUE HAY DENTRO DE LAS BOTELLAS
Cuando se realizó el paro y la movilización de la C.G.T. el día 6 de
septiembre, hubo distintos hechos y mensajes que crearon una expectativa previa
a esa fecha.
Los medios de comunicación registraron declaraciones, advertencias y
dudas sobre si la movilización decretada se haría en orden. El propio Presidente
de la República señaló su preocupación porque los acontecimientos se
desenvolvieran en paz. Las fuerzas de seguridad aconsejaban a los organizadores
que tuvieran cuidado con provocadores o agitadores que –infiltrados– alteraran el
orden. Los comunicadores sociales –esos que predicen con tanta lucidez lo que
los argentinos deseamos y necesitamos– reflexionaban sobre los riesgos de una
protesta social; incluso la palabra protesta no les parecía demasiado adecuada:
mejor es propuesta. Diríamos que es más armónica y posmoderna.
El hecho fue que a medida que se acercaba el 6 de septiembre se
registraba una especie de Prode social, dónde ganaría aquél que acertara la
apuesta ¿habrá desmanes? ¿será pacífica? ¿se producirán infiltraciones
inmanejables? ¿los organizadores podrán controlar los reclamos de los
manifestantes? ¿la conducta de los trabajadores será tranquila?.
Me tocó seguir los acontecimientos frente a un televisor, que retransmitía
para las provincias el acto que tenía lugar en Plaza Congreso de Buenos Aires.
El canal –parte del grupo clarín–fue enviando imágenes y reportajes desde
una hora antes a la señalada para el discurso del Secretario General de la CGT.
Mientras las distintas columnas llegaban se escuchaban declaraciones, cánticos y
lemas en pancartas.
A poco de iniciarse la transmisión se informó que el operativo de seguridad
tenía la participación de un número importante de efectivos de la Policía Federal y
de unos quinientos hombres con brazalete de la CGT. Algo así como un doble
cordón, en el que estaban instituciones que es por su preparación y profesión
conocían el modo de canalizar pacíficamente el reclamo –la policía– junto a
quienes por su condición de miembros de la organización convocante –CGT–
podrían reconocer la presencia de personas extrañas al reclamo, y por tanto
pasibles de sospecha en cuanto a motivos de su participación en la marcha.
Casi inmediatamente a que el periodista diera a conocer esta disposición de
fuerzas de seguridad en el acto, otro de ellos –desde un móvil– informó que era
preocupación de los organizadores la presencia de un grupo de muchachotes
alcoholizados que se movían entre los manifestantes y en proximidades del palco.
Parece que no se sabía bien qué hacer con ellos.
No pude menos que ligar este hecho con el resultado de aquel Prode social
al que me referí párrafos más arriba. ¿Qué pasaría? ¿Sería éste el modo en que
se desorganizaría el reclamo? ¿Propiciaría esto la violencia de la que se había
hablado?.
Durante varios minutos se siguieron emitiendo imágenes y notas de los
distintos contingentes y de los preparativos alrededor del palco.
Nuevamente otro móvil dio cuenta del movimiento errático e imprevisible de
los jóvenes alcoholizados. Como en el mensaje anterior, no se los veía, sino que
el periodista transmitía su preocupación sobre lo que el estaba viendo.
Nada más peligroso que un borracho. Nada más violento. Nada más
imprevisible. Nada más irracional. Nada más ajeno a las normas de convivencia
social.
Esto era lo que estaba dando vueltas y lo que se disparaba a partir del
comentario televisivo. También estaba que el gran número de personas dedicadas
a garantizar el orden y la seguridad no sabían qué hacer con el grupo de
alcoholizados.
Otra vez apareció en mí la vivencia de amenaza y el recuerdo de los
interrogantes. ¿Se quebraría la paz? ¿este grupo provocaría la intervención
violenta de quienes cuentan con los elementos legales y materiales para reprimir
desórdenes? ¿Cuántos hombres y mujeres sufrirían en carne propia las
consecuencias del accionar irresponsable de estos muchachos alcoholizados?.
Llamaba la atención –y el periodista lo subrayaba– que nadie intervenía
preventivamente sobre ese grupo. También era significativo que eso sucediera a
pesar de la enorme diferencia numérica entre los que garantizaban la seguridad y
el grupito juvenil que la amenazaba.
El peligro estaba allí. La explosiva mezcla de juventud y alcohol ponía en
riesgo el acto de miles de personas cuidadas por otras miles. ¿Podría ser así?
¿Qué fuerza especial investía al grupito potencialmente riesgoso?. Para colmo se
hablaba de ellos pero no se los veía.¿Serían inmostrables? ¿Tendrían una figura
no apta para su difusión? ¿Cuántos eran?.
El acto siguió desarrollándose. La imagen apoyaba –como sucede siempre
en el medio televisivo– los textos. Discursos o pancartas adquirían dimensión y
significado por la fuerza de lo visual. Pero la amenaza de la que se había hablado
no era mostrada. Se sabía de su existencia por el relato, más la palabra no se
acompañaba de la imagen, lo cual favorecía el temor flotante e indefinido. Como
percibir que nos acechaban desde la oscuridad.
Fin del acto. Desconcentración. Se anuncia el cierre de la transmisión en
directo. Callao va quedando desierta, mientras los últimos manifestantes se
desconcentran. Los periodistas y los distintos móviles finalizan su labor.
Es en ese momento –en que salieron al aire las últimas tomas del acto y de
su escenario callejero– que la cámara encuentra a los jovencitos. Avanzan
abrazados adolescentes con el torso desnudo, pelo largo, despeinado, cara y
cuerpos sudorosos, miradas perdidas. En una mano llevan latas, aparentemente
de cerveza. Caminan primero desde Yrigoyen a Rivadavia para volver luego
sobre sus pasos. Van por el medio de la calle sin que nadie se les aproxime ni se
ocupe de ellos. Pantalones a media asta, parecen marchar vociferando.
El locutor hace una breve referencia a ellos. Son los que desde el comienzo
del programa han sido mencionados. La cámara hace un primer plano de la
pareja. Y luego, poco a poco, la imagen se va alejando, dejando en el centro de la
toma a los adolescentes, sus tristes figuras y las latas de bebida alcohólica en
cada mano. Fin.
No pueden juzgarse intenciones de quienes armaron el programa, aunque
la calidad de ese canal nos permitiría partir de la base que nada aquí fue gratuito.
Como para dar cierto margen al poco probable error casual, tomaremos la
sucesión de hechos, imágenes, comentarios y notas como un producto del
sistema representacional que el equipo productor del mensaje tiene, y que no es
sino un reflejo de las ideas dominantes, aceptando que pueda haber cierto grado
de conflicto secundario con ellas.
La existencia de un grupo de personas alcoholizadas en un espacio publico
tiene un contenido diferente al que podría tener ese mismo grupo en una
borrachería, quemando, una a una, las copas en la mesa o el mostrador. Con más
razón si se trata de jóvenes, porque se suma la valoración de díscolos y exaltados
que pasa sobre ellos. Por tanto, su anunciada deambulación en el mismo espacio
que los manifestantes, adquirió el contenido de un peligro inminente para la propia
realización del acto.
Como venimos planteando y mostrando en estos años, el proceso de
alcoholización es un corrosivo social, toda vez que puede destruir la posibilidad
de organizarse para un objetivo común. La tarea que convocaba a los
concurrentes era expresar su repudio a la política económico –social del Gobierno
Nacional, pero podía perderse dicha tarea si aunque sólo fuera que una parte de
los presentes tuviera que enfrentar una situación violenta provocada por un grupo
excitado y alcoholizado.
Y al perderse total o parcialmente, por un momento o por toda la tarde,
dicha tarea, sin duda que se resentirían la organización colectiva y la propia fuerza
del reclamo.
Así sucede en muchas actividades laborales donde el sector patronal hace
correr botellas y damajuanas con una generosidad que difícilmente se exprese en
el monto de los salarios pagados. Desde la misma Conquista de América, el
alcohol ha sido un excelente medio de control social que mella las posibilidades
de encuentro organizado de quienes tienen derechos comunes a reivindicar. Por
otro lado: ¿qué conciencia de derechos propios puede tener quién está obnubilado
o dependiente de la bebida? ¿o qué aporte de disciplina y resguardo de la
organización de pares puede brindar alguien en tal situación?.
Llama la atención que un dispositivo de seguridad –la misma seguridad que
el grupo juvenil alcoholizado amenazaba– tan importante en su número, no haya
intervenido de algún modo para resolver el problema. Es posible que no haya
sabido qué hacer, como sucede en el conjunto social frente a los seres humanos
alcoholizados. El rechazo, el miedo, el asco, la ignorancia, el prejuicio, nos
impiden aproximarnos para ayudarlos, y quedan entonces abandonados a su
desgracia. Marginados, generando y recibiendo violencia.
También es posible que se haya dejado correr la situación, porque quizás
en algún momento fueran usables para un objetivo que esos chicos no podían ni
elegir ni discriminar, pero que otros más claros y conscientes si podían hacer. El
alcohol como instrumento de manipulación de grupos humanos, de conflicto
violento entre potenciales pares y como generador de “crímenes perfectos”, en los
que quedan inculpados verdaderas víctimas sociales junto a quienes sufren en
carne propia las consecuencias del proceso de alcoholización.
Accidentes de tránsito, que más de la mitad están mediados por el alcohol
(la Argentina marcha a la cabeza en la estadística mundial de accidentes). Causas
penales, en las que dos terceras partes están dadas por la existencia de bebida.
Accidentes de trabajo, en lo que la tercera parte tiene como origen la
alcoholización. Violencia familiar y social, enfermedades venéreas, fracasos
escolares, etc., que reconocen la misma causa.
De todo ello se responsabiliza a los que conducen en estado de ebriedad; a
los que delinquen alcoholizados; a los que se suben a un andamio, generan
violencia social y familiar o se infectan padeciendo alcoholismo; a aquellos
enfermos cuyos hijos terminan expulsados del proceso educativo. Crimen
perfecto en el que víctimas y victimarios son las mismas personas, mientras los
responsables y beneficiados sociales acumulan poder calladamente dictando
clases de moral y buenas costumbres. O manejando cámaras de televisión.
Porque hay algo que en el armado del programa fue técnicamente elegido
con clara conciencia: el cierre. Los muchachos abrazados alcoholizados,
denigrando o mejor dicho: siendo usados para denigrar el acto. Seres humanos
que seguramente viven en el mismo barrio, padecen las mismas carencias,
caminan las mismas calles movidos por la misma desocupación.
Casualmente allí si se los mostró. Se los pudo ver cuando caía el telón,
cuando las historias encuentran su desenlace. Que dos chicos alcoholizados
equilibraran las imágenes de quienes con gran esfuerzo y convicción solidarios
llevaron su voz para hacerla escuchar.
Dos imágenes. Dos caminos. Y el alcohol respaldando uno de ellos.
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Artículo publicado en la revista Temas de Psicología Social. Buenos. Aires. Año V Nº 17. Diciembre
de 1995.
ALCOHOLISMO, UN HIJO DE LA VIDA COTIDIANA
La vida cotidiana de los argentinos ha experimentado cambios gigantescos
en poco tiempo. Los acontecimientos corren con una velocidad muy superior a la
posibilidad de comprenderlos. El escenario social registra cambios que traen
nuevas costumbres, nuevas convicciones y procesos culturales también nuevos,
cuyas consecuencias y cristalizaciones en el mundo interno de los individuos
todavía desconocemos.
Sobre este fondo se vienen desplegando los procesos adictivos. Y cuando
hablamos de adicciones parece que hablamos sólo de drogas ilegales. Sin duda
que éstas quedan incluidas en el gran tema de la farmacodependencia, pero en la
vida diaria comprobamos que el alcohol, el tabaco y los psicofármacos son las
sustancias de mayor consumo. Aun en países como Colombia tan asociado en
nuestro imaginario al consumo de drogas ilegales, la estadística muestra que por
cada adicto a la cocaína existen 6 adictos al tabaco y 10 a las bebidas alcohólicas.
Sin embargo, aunque en todos esos casos estamos hablando de
adicciones, la consideración social que existe sobre cada uno de ellos no es igual.
Drogas “son las pesadas”. Los psicofármacos parecen más “científicos”. Y el
alcohol o el tabaco son “naturales”. Este modo de ver y concebir a cada sustancia
define bastante el trato que se le da al problema. En ese marco el alcoholismo, se
ha ido naturalizando, como si se tratara de una conducta habitual de los seres
humanos que en los últimos tiempos se habría ido acentuando. De ahí que las
respuestas desde el sistema de salud sean tan fragmentarias y que los planes
educativos o los medios de comunicación no lo incluyan como tema a abordar.
Sería necesario entender que el alcohol no es una sustancia adictiva por si
misma. Se lo describe como un “monstruo”, como un “flagelo”, con lo cual se lo
dota de vida propia. En verdad se trata de una sustancia a la cual se requiere –un
ser humano la requiere– para cubrir determinadas necesidades psicológicas,
culturales y sociales. Por tanto la mirada debe estar puesta en comprender ese
proceso por el cual grupos humanos requieren de la botella, la que puede llegar a
ser eje estructurante de una vida. Es necesario investigar los fenómenos de la vida
cotidiana observar en ella los factores productores de adicción y articular un basto
movimiento que genere conciencia sobre este problema sanitario y social.
Hay quienes creen que decir “no” a través de decretos u ordenanzas
resuelve por sí solo el problema. Todos sabemos lo incumplibles que son las
ordenanzas que tocan intereses económicos como sucedió en Roca, donde salvo
el caso de los concejales Alejandro Gorsky y Alicia Cerutti no existió voluntad
política para hacer cumplir la ordenanza sancionada en 1993, que normalizaba
horarios y lugares de ventas de bebidas y obligaba al municipio a organizar
campañas permanentes de educación para la salud que dejaran de ocultar el
problema llamado alcoholismo. El “no” deben decirlo los hombres y mujeres de
nuestra sociedad y para ello es preciso que vean este problema como colectivo.
Mientras se lo vea como un problema de “ellos”, de los alcohólicos, los esfuerzos
lograrán recuperar a algunos enfermos, mientras miles seguimos padeciendo un
sufrimiento que nos concierne. Los accidentes de tránsito mediados por el alcohol
son el 75% del total. Y el dato tiene relevancia si se piensa que nuestro país ocupa
el primer lugar en el mundo en este tipo de accidentes. (La reciente medición de
alcoholemia en las calles de la Capital Federal mostró que la tercera parte de los
conductores tenían cifras de alcohol en la sangre, incompatibles con manejar
automóviles). Como sabemos, en los accidentes los afectados pueden ser quienes
estaban alcoholizados y quienes no lo estaban; pero en ambos casos el
alcoholismo cobró nuevas víctimas.
En la misma dirección, un trabajo reciente realizado en el Poder Judicial de
San Luis, mostró que el 80% de las causas penales actualmente tramitadas lo son
por delitos en los que media el alcohol.
Vivimos una sociedad en la que las inducciones a beber en exceso son
múltiples. En principio la ola consumista que empuja a consumir más allá de
nuestras posibilidades adquisitivas reales. No es sólo consumir: hay que hacerlo
más allá de lo posible. Beba. Tome. Fume. Compre. Siempre el modo imperativo
del verbo. Usted debe hacerlo si quiere tener un lugar en el mundo. En “Clarín” del
1º de abril, el periodista Luis Varela explica: “El circo que envuelve a las
competencias automovilísticas de Fórmula 1”. Y dice más adelante “…entre los
sponsors que más pesan están las empresas que aconsejan vivir rápido a fondo, o
sea las tabacaleras y las fabricantes de cerveza”.
Ochocientos millones de personas ven por lo menos un minuto de cada
carrera de F1. la publicidad sostiene “el circo”, que le cuesta a una sola casa –
Ferrari– 130 millones al año.
En otro plano –pero en la misma dirección– podemos observar un modelo
similar. La construcción y el manejo de la noticia. Recordemos, Gabriela Oswald,
el padre, la madre. Uno de los primeros en lanzar la cuestión fue el periodista
Hadad, en su programa televisivo. Día a día el tema ocupó más y más espacio. Se
fue aumentando la dosis una vez creada la necesidad. Necesidad apoyada en
cuestiones trascendentes de la vida humana (paternidad, maternidad, identidad,
filiación). Progresivamente se hizo necesaria una cantidad mayor de lo mismo
para mantener la expectativa. Hasta que se produjo la saturación.
Una desconfianza inundó a los consumidores, ¿qué se tapaba con todo
aquello? Como con la droga. Finalmente el producto fue retirado del mercado para
ser suplantado por otro. En ese momento el mismo periodista que contribuyó a
venderlo dijo –ante hechos que no dejaban bien parada a la madre–, que si él
“hubiera conocido esos datos antes, no hubiera hecho eco del caso”. Algo que
también se recoge con frecuencia de quienes promueven la venta de alcohol y
tabaco. “Si yo hubiera sabido”. El juego del distraído siempre después que se
vendió el producto.
Ante esta dimensión social y colectiva del problema resulta errado centrarse
en la sustancia en lugar de descubrir los distintos caminos que llevan a buscarla. Y
también lo es parcializar el tema. Hoy esa parcialización suele expresarse
hablando de los jóvenes y su relación con el alcohol como si ella fuera algo
desligado de lo que socialmente sucede. Sin duda existen preocupaciones
juveniles: en tal caso es necesario dejar de hablar por los jóvenes y escuchar lo
que ellos dicen. Muchas veces lo hacen con otras palabras y con hechos. Pero se
trata de que cada sector de la sociedad y cada uno hable en primera persona, sin
desplazar la pregunta a terceros. ¿Qué me pasa a mí respecto de este problema
también mío?. ¿Qué puedo hacer yo?
Estas y otras cuestiones cotidianas son la tarea de los Grupos
Institucionales de Alcoholismo (GIA) que creáramos en General Roca (Río Negro)
en 1984 y que hoy han conformado una red nacional con actuación en doce
provincias argentinas.
El 19 de abril organizará su segundo encuentro nacional juvenil en
Avellaneda (Provincia de Buenos Aires), donde mil jóvenes de todo el país tendrá
la palabra y seguramente nos ayudarán a desentrañar causas: inquietudes y
caminos para encontrarnos. Cada generación con sus palabras, melodías y
sueños.
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Artículo publicado en el diario Río Negro de Gral. Roca el 10/04/96 y en el Diario de la República
de San Luis, el 26/04/96
PREJUICIO, LOCURA Y POLITICA
“Al regresar de Mar del Plata, sin perder el humor, Alfonsín salió a responder al titular del
Palacio de Hacienda, quien había dicho que la UCR tiene influencia sobre algunos jueces, entre los
que mencionó a la polémica Maria Servini de Cubría.
– ¡Ah!, bueno, muy bien… está cada vez más loco–, señaló Alfonsín ante una pregunta de
los periodistas que lo aguardaban en el aeroparque.
–También comparó la economía del radicalismo durante su presidencia con la de Hitler–, le
señalaron los periodistas.
–Entonces está absolutamente loco–, retrucó.
Horas más tarde, Cavallo le contestó a Alfonsín:
–Si lo dijo, le iniciaré querellas por calumnias e injurias–”
(Diario Clarín de Buenos Aires, 27/04/96 pág. 17)
Hasta aquí lo que transcribimos textualmente del periódico porteño.
El objeto de esta nota no es participar del debate o de las posiciones
políticas de tan encumbradas figuras de la vida nacional, sino reflexionar sobre las
ideas que este cruce de palabras refleja. Hace medio siglo Sigmun Freud decía:
“Quien concede en las palabras concede en los hechos”.
Por otra parte, es sabio que los dichos y actos de los grandes referentes
sociales muestran en gran medida los conceptos y pensamientos dominantes en
una comunidad en un momento histórico dado. Y no hay duda de que tanto el ex
presidente como el actual ministro de Economía son referentes y potavoces de
importantes sectores de la sociedad argentina.
Hay una polémica entre ambos dirigentes: la misma no es sobre salud
mental o psiquiatría, sino sobre política y economía ¿Por qué entonces surge la
locura como argumento polémico?.
La respuesta la da el ministro de Economía: se siente calumniado e
injuriado. Vale decir: el mensaje es que rotulándolo como loco queda
descalificado. La enfermedad mental sirve para desvalorizar las opciones del otro.
Un diagnóstico medico es utilizado para terminar con este caso con una
discusión política. Y no se usa el diagnostico del cáncer, neumonía o gastritis. Lo
que injuria es ser motejado de loco.
Porque pensamos a los locos como irracionales, tontos, incapaces. Su
palabra carece de sentido.
Sus actos carecen de coherencia. Su lugar no puede ser el mismo que
disfrutamos los “normales”, sino aquel espacio tan desvalorizado como los mismos
locos: el manicomio.
Recordamos también el año pasado ante un crimen horrendo como fue el
explosivo en la AMIA, algunos funcionarios nacionales dijeron que el mismo era
obra de “psicópatas”, una forma de enfermedad mental.
En aquella ocasión también aparecieron posiciones favorables a la
aplicación de la pena de muerte. ¿Puede pensarse y aun entenderse un hecho
social de dimensión mundial como fué ese atentado refiriendo a su autoría a un
enfermo mental?.
En estas palabras de tanto alcance –teniendo en cuenta la alta magistratura
de la cual provienen– es dable encontrar otra idea ligada a la locura: la
peligrosidad, el crimen, la insensibilidad.
Los locos son capaces de adquirir violencia. Sobre todo de cualquier
violencia irracional, misteriosa, sin motivos. Sin embargo parecería que el no
esclarecimiento de aquel atentado tiene poco que ver con un diagnóstico
psiquiátrico de autores que no se conocen.
Colocar a la locura como explicación de los hechos mencionados –y de
tantos otros que podríamos agregar– es sacar a esos hechos del ámbito que les
corresponden: el del debate político o la investigación policial. Pero al referirlos
como parte de la enfermedad mental se lo sumerge en una atmósfera de prejuicio,
de peligrosa marginalidad y de sin razón.
La locura sirve en estos casos como diagnóstico encubridor que impide
investigar y conocer las verdaderas causas y responsabilidades sociales, políticas
o judiciales.
Estos ejemplos, tomados de palabras de tan importantes personalidades
argentinas, forman parte del discurso sobre los locos y la locura.
Les tememos, los marginamos, los abandonamos bajo cerrada custodia,
nos desentendemos para que “alguien” se ocupe de ellos, porque crimen y
enfermedad mental están unidos en nuestro prejuicio.
Ante los recientes y reiterados casos de “gatillo fácil” en provincia de
Buenos Aires, se ha propuesto como forma de evitar esos crímenes hacer tests
psicológicos a los postulantes. Nuevamente la psicología asociada a la
peligrosidad.
Parece existir una psiquiatrización de la sociedad, por las que las
responsabilidades políticas, económicas o judiciales se diluyen tras un seudo
diagnostico médico o psicológico.
En cuyo caso cabe preguntarse ¿cuál sería el tratamiento adecuado?
¿La pena de muerte?
Se olvida que existen principios en los cuales cada sociedad forma a sus
componentes, que hay una ética que conduce los actos humanos y las mismas
disciplinas científicas.
Que esa ética define las los métodos, los objetivos y los destinatarios de
toda actividad humana, profesional y académica. Que los hechos políticos o
judiciales se explican por los fundamentos mismos de esas disciplinas y no deben
ser encubiertos con rotulaciones prejuiciosas.
Sin duda que la psicología o la psiquiatría pueden aportar a la comprensión
de algunos fenómenos de la vida cotidiana, pero los horrores del nazismo no se
explicaran por la psicopatía de Hitler –como algunos autores han postulado– sino
por las características ideológicas, económicas y sociales de ese movimiento
político.
Puede pensarse que tal corriente alemana necesitara de alguien con las
características personales deL Fuhrer, lo cual contribuye en todo caso a entender
mejor al fascismo. “Por sus frutos conoceréis al árbol”.
Lo que hemos venido exponiendo contribuye a pensar la enorme carga
ideológica que existe tras un diagnóstico médico como el de locura; de qué
manera el mismo está teñido de consideraciones prejuiciosas, deshumanizantes,
descalificadoras o marginantes.
Son esas ideas las que condicionan nuestra conducta frente a nuestros
enfermos mentales. Todos las tenemos de una u otra forma. Todos las podemos
modificar, también de una u otra forma.
Cuando uno observa –y sufre– las actuales crisis sociales, cuando se nos
ha hecho tan difícil la vida cotidiana, no sabe si temerle más a la locura y los locos
o a la cordura y los cuerdos.
Lo que en todo caso si resulta claro, es que todos vivimos en el mismo
mundo y que puestos a definir la línea divisoria entre salud y enfermedad lo único
que con certeza encontramos son los muros del hospicio.
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Artículo publicado en el diario Río Negro, el día 15/06/96.
¿EL HUEVO DE LA SERPIENTE OTRA VEZ?
En los últimos años se ha producido un interés por el estudio de la
década del ´30 en diversas áreas del quehacer científico. Como tantas veces,
han sido artistas y hombres de la cultura los que adelantaron –y alentaron–
esa búsqueda. ¿De qué modo fueron aquellos años tan decisivos en la
historia del siglo XX? Es probable que este interrogante venga impulsado
por el retorno de fenómenos sociales que luego de la Segunda Guerra se
creyeron definitivamente pasados. El retorno de los enfrentamientos bélicos
en el corazón de Europa, el resurgimiento de corrientes fascistas, la
xenofibia y la tolerancia racial, la crisis de los modelos familiares, el
crecimiento de la desesperanza y el pesimismo sobre el futuro, recuerdan
aquellos años cuya oscuridad y pesada atmósfera recogió para el cine
Ingmar Bergman en “El huevo de la serpiente”. O el proceso de ruptura de
valores organizantes del individuo y la familia como condición y sustento del
triunfo nazi en Alemania que tan bien describió Gunter Grass en “El tambor
de hojalata”.
Así he leído el artículo de “Río Negro” (2/5/96) titulado “buscando el gen
rojo” cuyo autor es Rodolfo Serrano y que hace referencia a un libro de reciente
aparición escrito por los catedráticos españoles Javier Brendés y Rafael
Llavona. Estos –a su vez– recuperan artículos del profesor Antonio Vallejo
Nájera, quién fue jefe de los servicios psiquiátricos del Ejército de Francisco
Franco, publicados hace 60 años. Terminada la guerra civil española, este médico
analiza “las relaciones que pueden existir entre las cualidades biopsíquicas del
sujeto y el fanatismo político-democrático comunista”, para lo cual contó con los
prisioneros alojados en el campo de concentración de San Pedro de Cerdeña,
siendo secundado en su labor por la Gestapo alemana “que tomaba mediciones
antropométricas e interrogaba a los prisioneros”. Las conclusiones del doctor
Nájera le permiten afirmar: “Son revolucionarios natos los esquizoides místicos
políticos y los sujetos que inducidos por sus cualidades biopsíquicas
constitucionales y tendencias instintivas, movilizadas por complejos de rencor y
resentimiento o por fracaso en sus aspiraciones, propenden en cierto modo
congénitamente a trastrocar el orden social”. A ese diagnóstico se correspondía –
parece que con escaso éxito terapéutico– la reeducación de los prisioneros
“obligándolos a desfilar, entonar cantos franquistas y recibir un cursillo religioso de
seis semanas”. Hasta aquí el artículo mencionado.
No me interesaría tomar como plano de análisis el político, puesto en juego
en el enfrentamiento de aquella guerra civil. Las películas “Morir en Madrid”, “Ay,
Carmela” o la más reciente “Tierra y Libertad” lo han hecho con arte y claridad. O
con belleza dolorosa León Felipe, Miguel Hernández y Marcos Ana en su
poesía.
Me interesa la manipulación de la psicología o la psiquiatría, y aún del
conocimiento científico, desde un discurso ideológico y político que necesita
hacerle decir a esas disciplinas lo que ellas no pueden ni formular ni demostrar
con un método fiel a la búsqueda de la verdad. Una verdad científica que como
todas ellas nunca es punto de llegada sino lugar de partida para nuevos
descubrimientos.
También interesa incluir la relación entre investigación y ética. Los médicos
conocemos que el libro sobre hepatología quizás más importante y minucioso
tiene como autor a Von Eppinger, médico que estudió los hígados de presos de
los campos de exterminio cuya vida infrahumana era un penoso y horrendo
“sobrevivir” cotidiano, igual al título del libro que escribió el psiquiatra Bruno
Bettelheim, sobreviviente de esos campos.
¿Cuáles son los límites éticos que deben enmarcar la investigación
científica? Porque suponiendo que las ideas de Vallejo Nájera –a las que conozco
sólo por este artículo– puedan rotularse como científicas, si el método de
recolección de datos fue el interrogatorio de esos condenados a infame vida y
segura muerte hecho por la Gestapo, millones de víctimas del Holocausto son
testigos acusadores de tal práctica criminal.
“La indisoluble alianza de la sangre y el suelo es la condición indispensable
para la vida sana de un pueblo (…) Sólo un campesino, ciudadano alemán y de
sangre alemana puede poseer una finca. Cualquiera que tenga entre su
ascendencia masculina o entre sus antepasados hasta la cuarta generación una
persona de orígen judío o de color, no es de sangre alemana. Todo matrimonio
contraído en lo sucesivo con una persona que no sea de sangre alemana
incapacita a la descendencia para poseer una propiedad agraria”.
Esto escribía Hitler en “Mi lucha”. La teoría racial que sustenta fija también
su criterio de salud y de enfermedad: para ser sano, “la sangre” no debe contener
impurezas de razas decadentes.
Ello mismo se transforma en una especie de certificado de garantía de
pertenencia nacional y de identidad alemana. Sangre pura, salud y nacionalismo
se sustentan uno a otro. Pero este burdo biologismo forma una cobertura
ideológica para definir lo que parece realmente interesar: ser propietario de tierras.
Tal como comenta Willhelm Reich en “Psicología de las masas del fascismo”,
esta convicción de la superioridad racial no opera con argumentos sino con juicios
de valor afectivos que “recubren con un manto biológico las tendencias
imperiales”.
Podemos agregar: estas teorías tienden a encubrir que lo que está en juego
es proclamar quienes tienen derecho a la propiedad y quienes deben ser
despojados de ella.
Preservar la pureza de la sangre como garantía de ser reconocido persona
de pleno derecho y miembro de una comunidad nacional identificatoria, implicaba
luchar contra el envenenamiento de la sangre: “Paralelamente a la contaminación
política y moral de nuestro pueblo, se propagaba ya desde muchos años antes un
envenenamiento no menos horroroso del pueblo por la sífilis”. (A. Hitler “Mi
lucha”).
Cruzamiento racial, envenenamiento de la sangre, pérdida de la identidad
alemana, incapacidad de los descendientes para ser propietarios, forman una
construcción ideológica que se apoya en el terror que producía en aquella época
la sífilis una enfermedad con connotaciones prejuiciosas que impidieron por
muchos años su conocimiento científico y su tratamiento médico. Una enfermedad
que se esgrimió como castigo de pueblos y que en sus padecimientos agregó
conflictos y prejuicios en el plano de la sexualidad. La sífilis dejaba de ser una
patología para ser un envenenamiento de la sangre, cuyo origen se atribuyó –el
Furher lo decía– a los negros y los judíos, quienes pasaban a ser los chivos
expiatorios de miedos, terrores y afectos negativo. Esta construcción ideológica
apoyada en enunciados seudocientíficos tendía a transformar en victimarios a las
víctimas del asesinato en masa. Esa matriz irracional en la que los enunciados se
apoyaban, fue retomada décadas después en Argentina: “En algo andarían esos
muchachos”; un “algo” nunca aclarados por quienes lo anunciaban pero que desde
la duda afirmaba que los peligrosos eran los disidentes y no sus verdugos.
Esta noción de salud y enfermedad –en la Argentina las que reclamaron por
sus hijos fueron “las madres locas”– está presente en el artículo de “Río Negro”
que reproduce a Vallejo Nájera. Nada parece más científico que una serie de
diagnósticos psiquiátricos. Nada más anticientífico que apelar a ellos para
descalificar a los disidentes sociales. El médico franquista apela al miedo, rechazo
u odio que produce la locura. Lo que él hace es desplazar esos sentimientos hacia
“revolucionarios”, “marxistas”, “comunistoides”, “antifascistas” o “demócratas”,
velando el debate político-ideológico con juicios de valor apoyados en viejas
irracionalidades humanas. Pero en todo caso queda deslizado que el trato para los
disidentes políticos debe ser el mismo que para los locos: el encierro. En
manicomios o en campos de concentración.
Que el diagnóstico realizado por Vallejo Nájera, carece de todo
fundamento científico lo muestra “el tratamiento” que él propone: desfiles, cantos
franquistas y cursillos religiosos. ¿Pero dónde? En un campo de exterminio, de
torturas sistemáticas y de muerte horrenda. Porque “los muertos no cuentan la
historia”, según dijo el yerno de Mussolini. Quizás los muertos no la cuenten, pero
los vivos podemos reconstruirla para que esa historia no se repita.
Por la misma época que Vallejo Nájera escribía sus conclusiones, el
Congreso de Alienistas y Neurólogos de lengua francesa celebrado en Bruselas
escuchó al profesor Porot explicando que “el indígena norafricano, cuyas
actividades superiores y cerebrales están poco evolucionadas, es un ser primitivo
cuya vida en esencia vegetativa e instintiva no está regida por el cerebro”.
Toda la Escuela de Argel, que dirigía las cátedras universitarias y los
hospitales psiquiátricos, tenía esa idea. El negro de las colinas francesas era
vago, asesino y primitivo.
Ese era el problema y no el maltrato, discriminación, humillación y violencia
que el colonialismo practicaba en África. Las teorizaciones de Porot tendían a
ocultar esta situación y legitimarla, desde un biologismo sin pruebas y un
seudoconocimiento sacralizado por la condición de profesor francoparlante del
expositor.
Es más allá de la voluntad y la mayor o menor conciencia que exista sobre
ello, la concepción del mundo, la ideología de los hombres de ciencia orienta sus
búsquedas y valora sus logros. Si bien esta relación entre ideología y ciencia no
es ni lineal, ni mecánica, el modo de pensar la realidad y de ubicarse en el tiempo
histórico que viven determina en gran medida el método y los objetivos de los
científicos. En otro plano, un gran poeta argentino –Homero Manzi– supo decirlo
con claridad: “Antes que ser un hombre de letras, elegí escribir letras para los
hombres”.
En el caso de Vallejo Nájera su tarea se basa en el prejuicio y encubre lo
que el poder político necesita que se diga para legitimizar el genocidio, utilizando
seudo-diagnósticos psiquiátricos como “esquizoides místicos políticos” o
tendencias “congénitas a trastocar el orden social”. Con la cual el modelo de lo
mentalmente sano era preservar el régimen social franquista. Ser revolucionario y
ser enfermo mental son hechos sinónimos para justificar entonces el “tratamiento”
indicados según ya vimos.
El franquismo, el fascismo y el nazismo alentaron la teoría racial, el
Holocausto y el etnocidio como aspectos necesarios de su política expansionista.
Vallejo Nájera y otros como él psiquiatrizan esos objetivos presentándolos con
débil barniz científico. El prejuicio en el que se basan (la existencia de razas
superiores, el antisemitismo, la discriminación de negros, judíos y mujeres, etc.)
impide justamente adquirir un juicio científico en el campo de la psicología o de la
psiquiatría, disciplinas que aún no tienen 200 años de vida y que han debido
abrirse paso desde la magia, la religión y pensamientos irracionalistas.
El cine alemán produjo un filme ejemplarizador, “Mefisto”. Es la historia de
un magnífico actor teatral cuyo papel más aplaudido era encarnar a Mefístófeles,
aquél que vendía su alma al diablo por la gloria terrenal.
El sistema nazi le brinda su apoyo y progresivamente lo incorpora a la elite
cultural hitleriana, a despecho de un pasado y algunas amistades antifascistas. Su
arte fue cada vez más manipulado por el régimen.
En determinado momento Mefisto pide por un viejo amigo al que apresan
por sus ideas desidentes (un “revolucionario nato” según la calificación del
psiquiatra franquista). Y allí la Gestapo indignada le recuerda al actor que él no es
nadie al margen del régimen que lo ha promovido. Aprendida la lección, continúa
su carrera ascendente hasta que le construyen un teatro-estadio para sus
representaciones dentro del marco de la propaganda oficial. Observando
deslumbrado las graderías, dicen: “En definitiva, tan sólo soy un artista”.
Quizás Vallejo Nájera haya dicho en el campo de exterminio: “Tan sólo soy
un científico”.
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Artículo publicado en el diario Río Negro el día 08/07/96.
VIOLENCIAS COTIDIANAS Y RESPUESTAS SOCIALES
Hacia fines del año pasado algunos jóvenes fueron golpeados seriamente
en las puertas de los boliches por custodios que habitualmente hacen de porteros
y seleccionadores.
Lo que un Ministro del Interior llamó mano de obra desocupada parece
haber ido encontrando ocupación, justamente cuando el resto de los habitantes
del país sufre creciente desempleo.
En aquella oportunidad, los atacantes argumentaron por los medios de
comunicación que los jóvenes estaban alcoholizados, lo cual –obviamente– hace
legítimo que se los golpeara.
De tal modo los hematomas, fracturas de costillas y heridas cortantes
equivaldrían a un tratamiento que se les administraba. En respuesta las víctimas
de la violencia aclararon que ellos no estaban alcoholizados, con lo cual se
cambiaba el eje del problema y el mismo pasaba a ser algo de difícil
discriminación: si estaban o no ebrios.
Los atacados quedaron a la defensiva dando explicaciones insuficientes
sobre lo que no era la cuestión principal, y los atacantes –los victimarios–
devenidos ahora en especialistas sobre alcoholismo, daban vuelta la situación. Por
otra parte ¿no se está asociando globalmente a los jóvenes con cuanta adicción
hay en nuestra sociedad?
Meses después un adolescente de 17 años fue “levantado” por una
comisión policial en Mar del Plata y su cuerpo apareció calcinado. Los medios de
comunicación tomaron la noticia y –con esa delicadeza que suele caracterizarlos
para respetar las privacidades de la gente– comenzaron a preguntar. ¿Por qué
este hecho tan inexplicable? ¿No habría pasado algo antes? ¿Tenía antecedentes
el joven? ¿Cómo era? ¿Salía de noche? Todas preguntas a familiares y amigos
que eran puestos a la defensiva a tratar de dar explicaciones, con lo cual los
reportajes se transformaron en interrogatorios.
El centro ya no eran los victimarios sino otra vez las víctimas. Son ellas las
que deben explicar y hallar racionalidad al ataque sufrido. Con el agregado de que
aquí la víctima principal no puede hablar: está muerta.
Y pienso en el juicio sobre el asesinato de María Soledad. Un tema central
no fue encontrar al asesino y sus motivaciones sino nuevos y jugosos detalles de
la privacidad e intimidad de la víctima. Como si los argentinos que necesitamos
justicia debiéramos ser reducidos a perversos espiones esperando nuevas
revelaciones de sesudos jueces que se interesan por la moralidad de quien ya no
les puede aclarar nada: también la han asesinado.
¿Los victimarios? Al ataque ¿Las víctimas? O muertas o dando
explicaciones. ¿La población? Escéptica porque advierte que el desenlace puede
ser otra vez la impunidad.
“En algo andarían” los jóvenes golpeados en la puerta del boliche. Claro
que sí: tomaban alcohol, hecho que “justifica” los malos tratos y la violencia contra
ellos.
“En algo andaría” el joven casi niño de Mar del Plata. Parece que andaba
de noche por la calle, era jodón y hasta tenía una novia con un embarazo
avanzado.
“En algo andaría María Soledad”. Parece que salía con un hombre casado y
era una hermosa joven.
“En algo andaría”… Cuántas veces escuchamos esa frase que siembra la
sospecha sobre la víctima ocultando la otra pregunta que nos hacemos
necesitados de justicia: ¿En qué andan los asesinos de tantos jóvenes? ¿En que
andan los asesinos de la muchacha catamarqueña? ¿Por qué conocemos las
identidades y hasta las vidas privadas de las víctimas y nunca las de los
victimarios? ¿Por qué los medios de comunicación no interrogan a los que
generan tanto dolor impune? ¿Por qué no los ponen a la defensiva? ¿Por qué no
les piden datos a sus vecinos y familiares? ¿Por qué tantos hombres de derecho
han invertido el principio de la prueba? ¿Por qué son las víctimas las que tienen
que demostrar que no debían ser asesinados? ¿Por qué cuando “un demonio”
actúa violentamente contra estos jóvenes, los medios de comunicación indagan
buscando si la víctima no tendría también algo de “demonio”?.
“En algo andaría”. “La teoría de los dos demonios”. Sobre esos discursos
legitimadores del asesinato masivo en épocas de la dictadura se apoyan hoy éstas
y otras palabras que tienden a perpetuar la impunidad. O sugerir que en última
instancia somos todos iguales: víctimas y victimarios.
Enfermos afectados por su adicción al alcohol y mercaderes que lucran con
la salud colectiva. ¿Qué nos vamos a quejar si en el fondo todos somos o
alojamos un demonio?
Incuban un huevo de la serpiente en Argentina. Como en la película de
Bergmann sobre la Alemania del ’30, donde la crisis disparada en lo económico
exigió un nuevo orden y entonces la violencia que no se podía entender
contemplando exclusivamente los hechos aislados adquirió sentido y explicación.
Una violencia que alumbró un orden social con seguridad a cambio de libertad.
La seguridad fue después la de los campos de exterminio. El orden, el de
los cementerios.
Envuelto por las finas membranas que dejan traslucir el interior, el embrión
se mueve y crece. Se adivinan sus formas futuras y se presienten sus peligros.
Ejerce la fascinación de lo siniestro y alumbra un sentimiento extraño: esto ya lo vi.
Dos jóvenes son baleadas a quemarropa por un gendarme. Increíblemente
se salvan de la muerte. Días después una de ellas dice frente a las cámaras: “Lo
que más miedo me da es saber que en la calle hay mucha gente como ésta”.
Se refiere al agresor. El espacio común, el espacio público, el espacio social, lleno
de asesinos.
Allí afuera me asecha la muerte: lo seguro es quedarse aquí adentro, en
casa, de este lado de la puerta, desde donde puedo conectarme con el resto del
mundo gracias al televisor. Lo prendo y lo apago. También hago zápping.
Todos estos hechos se han producido en la calle, espacio compartido de
encuentros sociales para aprender, crecer, circular o ejercer derechos. Para
divertirse con otros. Hasta las canchas de fútbol con barras bravas impunes y
amparadas son un espacio lleno de “gente como ésta”.
Inseguridad y amenaza tiñendo los espacios cotidianos del encuentro y el
aprendizaje. El encierro dentro de lo conocido y familiar –por el revés de la trama–
aparecería como claustro protector.
El huevo de la serpiente. Y también Fuenteovejuna. Aquella de Lope de
Vega y de tantos de nosotros. Donde las gentes del pueblo se movían “todas a
una”. Marchas que hoy parecen en cámara lenta, cámara cauta. Tanteando y
también creciendo. Esperando. A veces desesperando por la escasez de
proyectos y las amenazas del futuro. Marchas que aparecen cuando parecían
haber desaparecido y que no llegan hasta donde prometían hacerlo. Seres
humanos que muchas veces en silencio nos dicen que no siempre la calle está
“llena de gente como ésta”.
En todo el país columnas pequeñas o mayores se unifican por el silencio
exigiendo igualdad, fin de las discriminaciones, vigencia de la memoria y basta de
violencia “fácil”, de impunidad e injusticias. Resultan llamativos el silencio de esas
columnas tan cargadas de palabras y la ausencia de figuras conocidas del
quehacer social. Aun en una muestra tan masiva como la del 24 de marzo –un
verdadero “nunca más”– esas figuras no encabezaron: más bien acompañaron.
En Fuenteovejuna actuaban “todas a una” para que no hubiera represalias
sobre nadie en particular. Eran todos en general, y allí estaba su defensa y su
fuerza.
Piqueteros en Cutral Có. Hijos que reclaman una generación después por el
destino de sus padres. Formas de Fuenteovejuna que también traen aquel
sentimiento: esto ya lo viví.
Y sin embargo todo esto es nuevo.
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Artículo publicado en el Diario Río Negro de Gral. Roca y El diario de la República de San Luis el
05/09/96.
¿EXISTE EL INTERIOR?
“La conocida comparación de la capital
con el cerebro es vulgar por lo mismo
que es tan exacta.”
Dr. José María Ramos Mejía
(Año 1896)
¿Qué nos perdemos al no conocer otros desarrollos científicos, otras
soluciones para problemas similares a los de la capital, que se han dado en
otras ciudades de nuestro país?
Una ciencia que no tome vigorosamente el conjunto de respuestas
que se dan a lo largo de la Nación también tendrá dificultades en dar
respuestas locales, particularmente con la gran migración interna que se
produce en nuestro país.
El progresivo interés que van teniendo en nuestro país los estudios sobre la
historia y el pensamiento psiquiátrico argentino genera publicaciones y lecturas
interesantes. Entre ellas pueden ubicarse “La locura en la Argentina”de Hugo
Vezzetti (Ed. Paidos, Bs.As., 1985) y el más reciente “Cuéntame tu vida” de Jorge
Balán (Ed. Planeta, Bs. As., 1991). Se trata de dos obras de indudable nivel
científico que, si bien abordan una el psicoanálisis y la otra la psiquiatría y la
locura, ambas desde su título se refieren a la Argentina. (el libro de Balán es una
historia del psicoanálisis en la Argentina).
Orientadas ambas hacia analizar los fenómenos psiquiátricos y/o
psicoanalíticos en nuestro país, sus páginas recogen de un modo exclusivo la
historia transcurrida en la ciudad de Buenos Aires.
Es por ello que se me ha ocurrido formular la pregunta del título ¿Existe el
interior?
INTERIOR – EXTERIOR
Si nos ajustamos a las palabras, interior (del latín) significa “lo de más
adentro” (así da cuenta la etimología). El otro término del par contradictorio
respecto de interior, es exterior. Lo de más afuera.
Está claro que interior en nuestro país tiene una acepción dada por la
historia, referida al sector del país que está en las provincias, “más allá de la Gral.
Paz”. Lo exterior radicaría entonces en la Capital Federal.
La Argentina como totalidad, nuestro país, abarca el interior y la capital.
¿Qué noción de país implica hablar del desarrollo de una ciencia, o de un
conocimiento en Argentina, y referirlo a lo sucedido en Buenos Aires, con total
ausencia de la historia, los aportes, las construcciones teóricas, las luchas y el
devenir de las instituciones en las provincias?
Es preciso aclarar que estas preguntas surgen no sólo, –ni principalmente–
a partir de las dos buenas obras mencionadas: lo que a propósito de ellas señalo
es característico de un muy vasto sector de profesionales y trabajadores de la
Salud y la Salud Mental de Buenos Aires y también de ciudades del interior. Hace
a un modo de concebir el país, a una descalificación de la tarea más ligada a las
realidades regionales, a un desconocimiento de los problemas sanitarios
nacionales, a una desvalorización de los artistas y hombres de la cultura de las
provincias. Es parte de una modalidad dominante para la que se está pendiente de
los aportes exteriores como verdades novedosas, que solamente hace falta
demostrar o redescubrir en nuestro país. En la relación dialéctica exterior-interior,
se excluye este último término con ignorancia sobre el mismo. Y muchas veces lo
interior es conocido previo su paso por el exterior, reingresando como aporte
consagrado y aprobado en aquellos países de cuyos modelos sociales, culturales,
científicos, se depende.
ALGUNAS DE LAS COSAS QUE SE PRODUJERON FUERA DE
BUENOS AIRES
Esto sucede, curiosamente, en el ámbito universitario, técnico, profesional y
científico argentino. Y digo curiosamente porque uno de los movimientos
renovadores de consecuencias más profundas en nuestro país durante este siglo,
se originó en Córdoba. La Reforma Universitaria de 1918 cuestionó en
profundidad los cimientos de la institución universitaria, de las instituciones
científicas y profesionales no sólo cordobesas.
Un movimiento que recorrió la Argentina y desde allí se proyectó al
continente. “Estamos pisando una hora americana…” decía el Manifiesto Liminar.
Y ese movimiento generó corrientes, elaboraciones, producciones
culturales y científicas, que arraigaron en todo el país. Si tomáramos solamente el
campo de la psicología y la psiquiatría dos nombres, que no son los únicos, sirven
para mostrar una historia negada cada vez que se habla de esas ciencias “en la
Argentina”: don Gregorio Bergmann, y don Exequías Bringas Nuñez.
El primero –uno de los fundadores de la Organización Mundial de la Salud–
generó una tarea científica, investigativa y clínica que aportó durante medio siglo
al avance de los conocimientos en nuestro país. La Clínica que él fundara cumple
este año su 60º aniversario. Y desde su práctica concreta en su tierra, buscó
conocer los avances científicos de la época. Como lo exige un método acertado,
sus aportes pueden ser sometidos a crítica, pero no negados en su existencia.
Son parte de la Argentina.
El segundo participa del conocimiento de una institución de ochenta años:
la colonia de Oliva en Córdoba (“Dr. Vidal Abal”) de la que fue director por trece
años. Epocas en que dicha Colonia tenía cinco mil internados. Escuchar y conocer
los escritos y las palabras de este hombre de nuestro país, es adquirir una noción
histórica de cuánto se ha andado y cuánto desandado en las ciencias de la salud y
la psicología argentina.
El respeto por la tarea clínica, el papel del hospital público, el estudio
sistemático, la búsqueda de regímenes más abiertos en la internación, el rol del
trabajo en la recuperación, la capacitación permanente, fueron partes de la tarea
del Dr. Bringas en Oliva por la década del treinta.
Y nos hemos referido a algunos protagonistas de la Reforma Universitaria.
Habría que reflexionar sobre las condiciones regionales que la originaron los
movimientos sociales y científicos que le dieron base. Porque deberá recordarse
que cincuenta años después otro formidable movimiento social –el Cordobazo–
abría reflexiones, forzaba cambios, y se expandía por el país.
¿Cuál ha sido la experiencia en Rosario, Tucumán, Mendoza, en lo que va
del siglo? Es preciso estudiarlo y rescatarlo para aportar al conocimiento de lo
argentino.
Y todo lo referido hace a la historia de la ciencia universitaria, de las
profesiones oficialmente reconocidas, del conocimiento sistematizado en las casas
de estudios, del sistema formal de enseñanza.
Pero la Argentina no nació en el siglo pasado. Desde antes de la llegada
del conquistador español, existió una medicina practicada popularmente, y una
medicina practicada por miembros de la comunidad en los que se delegó la
responsabilidad de diagnósticos y curas. De esas prácticas milenarias existen en
el presente convicciones, técnicas, normas, curadores, que siguen encargándose
de aspectos importantes de “la locura en la argentina”.
RESCATE DE LA HISTORIA Y DESARROLLO CIENTÍFICO
De modo que el rescate histórico implica siempre una concepción de país,
una concepción de la práctica en salud, un modo de considerar a los protagonistas
de la acción terapéutica.
Hablar de la historia de la locura, de la Psiquiatría, de la Psicología, de las
diversas técnicas terapéuticas en nuestro país implica conocer lo que ha sucedido
y sucede en las distintas regiones que conforman lo nacional. Con sus pasados,
sus raíces, sus protagonistas, sus creencias, sus instituciones, sus culturas, sus
descubrimientos, aportes y errores.
Ello exige mirar para adentro, superando la descalificación que pesa sobre
todo aquello que es producto del esfuerzo y la creatividad argentina. Muchas
veces esa descalificación asume ropajes eruditos y hasta “progresistas”.
Se trata de instalar una dialéctica interior-exterior que permita aprovechar
los avances de las ciencias en otros países articulándolos con el movimiento
científico y profesional que nos pertenece. No por un falso orgullo chovinista, sino
por aquello tan profundo que señalara Tolstoi: “Pinta tu aldea y serás universal”.
Los esfuerzos transformadores en las ciencias de la salud en nuestro país,
han logrado frutos desde el conocimiento cierto de las condiciones objetivas de
existencia de nuestra población. Ello está presente en las luchas que han
atravesado a las distintas instituciones universitarias, académicas, sanitarias de la
Argentina.
Cuando uno piensa que una de las bibliotecas de Salud Mental más
completas de nuestro país se encuentra en la Colonia de Oliva (Córdoba) se
pregunta por las causas de ese hecho. Fue regalada a esa institución por
Domingo Cabred, el sanitarista argentino que orientó en buena medida la
Psiquiatría de principios de siglo.
Existe el interior. Como Buenos Aires. Como Argentina.
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Artículo publicado en la Revista Boletín de Temas de Psicología Social. Bs. As. 1996.
LOS SABORES DEL ENCUENTRO
Hay quienes creen que el alcohol y aún las drogas, son malos. Le dan
al alcohol carácter de ser animando, de sustancia activa por sí sola. Estas
ideas hacen que todo el esfuerzo esté centrado en controlar, decomisar y no
buscar respuestas en la cabeza de la gente.
En el suplemento económico del periódico “Página 12” (Año 2, Nº 101,
marzo 1992), se publicó una interesante opinión del señor Héctor Solanas,
responsable de la agencia de publicidad de la cervecera Quilmes. Dijo en aquella
publicación el señor Solanas:
“Pretendimos refundar la cerveza a nivel comunitario, revalorizar puntos de
encuentro como el pub y extender el segmento de consumo a la gente joven”.
Si observamos el creciente consumo de cerveza entre la juventud,
podemos aseverar que la política comercial anunciada por la empresa líder ha
dado sus frutos. Así surge del informe oficial, “Análisis del consumo de alcohol a
partir de datos de producción”, del Ministerio de Salud y Acción Social de la
Nación en 1995.
En base a los datos aportados por la Cámara de la Industria Cervecera
Argentina, la producción de cerveza pasó de 797.700.000 litros en 1991 a
1.130.593.900 litros en 1994. Vale decir: en apenas cuatro años aumentó un
41,7% en un país donde la producción industrial tendió a estancarse o disminuir.
Ninguna otra bebida alcohólica registra cifras de aumento en su producción anual
comparable con las de la cerveza. En el caso de la cerveza los datos de
producción son prácticamente los mismos que los datos de consumo, dado que se
trata de un producto de salida inmediata al mercado para su venta. Porque no se
añeja ni estaciona. Además, en la Argentina la demanda supera a la oferta, por lo
que incluso han crecido las inversiones de capital en esa industria: Quilmes ha
invertido 70 millones en su nueva planta de Zárate, Bieckert 10 millones ampliando
su fábrica e Interbrew Leven radicó un capital de 40 millones en Pilar. Más
recientemente se anunció la instalación de Budweiser y Brahma en nuestro país.
Si se considera que la actual situación económica nacional está caracterizada por
un achicamiento del mercado interno, resulta llamativo el diferente
comportamiento de esta rama de expansión de la industria alcoholera.
Un dato epidemiológico muy ilustrativo es el consumo “per cápita” que
muestra con escaso margen de error el índice de aumento en la ingesta de
cerveza: de algo menos de ocho litros por habitante en 1980, pasó a 32,97 litros
en 1994.
Estos datos del gran aumento de producción y consumo de cerveza
muestran claramente que la promoción a la que se refiere el señor Solanas, de
Quilmes, ha logrado “revalorizar” –como él dice– a dicho producto en el mercado.
Y si nos atenemos a la observación clínica y social cotidianas, no hay dudas
tampoco de que esa “revalorización” se logró “extendiendo el consumo a la gente
joven” tal como se lo propusieron.
Aquí cabe preguntarnos de qué instrumentos se sirvieron para inducir al
aumento del consumo entre los jóvenes y las mujeres. Campañas sistemáticas por
distintos medios audiovisuales fueron construyendo mensajes adaptados a las
necesidades de los futuros clientes. Sabido es que la adolescencia representa un
momento en que los seres humanos necesitamos como instrumento socializador
juntarnos con nuestros pares. Es la época de la “barra”, de las patotas, de las
pandillas, de las amistades intensas; de descubrimientos sociales trascendentes
compartidos con iguales; de confidencias plenas; de amores y odios vividos como
definitivos; de críticas familiares hechas con “amigos del alma”. Es la necesaria
época del contacto social educador y sostén del desarrollo humano. La edad del
encuentro, y ahora gracias a una cerveza sabemos que ese encuentro tiene sabor:
naturalmente que a dicha bebida. Es la que se introduce entre los jóvenes para
identificarlos como tales en esta época, tomándola en barra, haciendo concursos
en barra e intoxicándose en barra. Porque así es el “sabor del encuentro”.
Masiva campaña de inducción a beber explotan necesidades que todos los
seres humanos tenemos: encontrarnos, alegrarnos, destacarnos en competencias,
abrazarnos con nuestras familias, triunfar socialmente como galanes o como
deportistas. Desde las propagandas, las imágenes nos ligan la ingesta de alcohol
a todo ello: seremos personas socialmente exitosas por nuestro poder o el
reconocimiento colectivo. El rubio de Gancia aparece como el prototipo del bello,
atractivo, poderoso económicamente, irresistible ante el sexo opuesto. Todo un
modelo que se propone a niños y jóvenes que en épocas como éstas buscan
referentes ideales capaces de expresar sus necesidades de éxito.
El deporte es una actividad en la que la salud se cuida y promueve. Los
griegos decían: “Mens sana in corpore sano”, mente sana en cuerpo sano. Pero
cada vez más se están asociando esas actividades con promociones de bebidas
alcohólicas. En nuestra psiquis va quedando asociado el alcohol que promueve la
prueba deportiva con la destreza y la exigencia del deporte, en un doble discurso
donde importa hacer creer que el alcohol y el esfuerzo sano pueden ir de la mano.
En esta línea se ha llegado a promover cigarrillos con pruebas al aire libre, un aire
necesario para la vida siempre que no lo contamine el humo de tabaco y su droga:
la nicotina. Estas propagandas son verdaderas desmentidas a las afirmaciones
científicas que nos advierten contra el consumo excesivo y sostenido de alcohol o
tabaco. Gracias a estas imágenes y textos que nos bombardean a diario creemos
que es natural alcoholizarse, fumar en exceso, consumir diariamente
psicofármacos. Se ha ido naturalizando en nuestra cultura y ello impide que se
los vea como agentes capaces de enfermarnos.
Esta actividad de propaganda y promoción muestra claramente que el
consumo de bebidas alcohólicas aumenta si se gana el pensamiento y el
sentimiento de las personas. Que cuando por distintas razones sociales, grupales
y familiares la propuesta de ingerir bebidas en exceso penetra, es porque ha
encontrado un camino preparado por discursos sociales muy permisivos. Tan
permisivos, que instituciones dedicadas al control de botellas y bebidas, o de
horarios de boliches, o de especialistas en el decomiso de cajas y cajones, no
advierten que mientras ellos retiran de circulación la sustancia, la idea y la
necedad de tomar siguen circulando por la cabeza de los jóvenes a los que una
intensa campaña de inducción ha ido condicionando para buscar alcohol allí
donde éste esté.
Hay quienes creen que el alcohol y aun las drogas son “malos”, “son un
flagelo”, hablan de “las garras del alcohol”. Vale decir: le dan al alcohol carácter de
ser animado, de sustancia activa por sí sola, como un flagelo que tiene
movimiento propio capaz –gracias a sus “garras”– de atrapar a mujeres y jóvenes.
Estas ideas hacen que todo el esfuerzo esté centrado en controlar, decomisar,
buscar alcohol en todos lados menos donde más está: en la propia cabeza de la
gente. Centrarse en el control habilita un juego del gato y el ratón que sólo logra
mejores escondites para las botellas y hace imposible un diálogo franco sobre el
problema entre proveedores y consumidores.
Ninguna botella de alcohol camina hacia una persona, le abre la boca y se
mete en su estómago. Es un individuo que siente la necesidad de beber el que
busca la bebida, y otro ser humano el que la ofrece. Sobre esa situación sí es
posible operar, generando debates, haciendo pensar, reflexionando juntos,
desmontando los ocultamientos, habilitando tiempos y espacios para hablar. Suele
desestimarse el valor de las distintas formas que ha adquirido la promoción de
alcohol. En algunos casos por ignorancia. En otros por conveniencia. Al resto, el
informe oficial de 1995 ya citado en sus páginas 21 dice: “El impacto formidable
de la publicidad desde los medios de comunicación que promueve el
consumo de bebida, llega con una profundidad y alcance diferentes cuando
no hay presupuesto suficiente, ya no para un programa de educación
preventiva sino para la educación básica que debiera formar valores y
actitudes”.
Vale decir que las condiciones actuales de crisis del sistema nacional
público de Salud, sumado a las campañas inductoras a beber, hacen más
penetrante el mensaje.
Son millones de pesos los que anualmente –cada vez más– se dedican a la
propaganda de bebidas alcohólicas. El objetivo de cualquier marketing es generar
el aumento de consumo de la mercancía promovida. En este caso, lograr mayor
consumo de alcohol. Si las campañas por tevé financiando espectáculos
deportivos, regalando promociones, no lograrán aumentar la venta del producto en
el mercado, pues sencillamente se levantarían. Ellas buscan ganar la voluntad, el
deseo de consumidor potencial, crearle la necesidad, que se expresará en
aumento del consumo. Por supuesto que es ley de buen marketing disimular el
afán de lucro y entonces las campañas se presentan por ejemplo como
adhesiones a fiestas comunitarias (preferentemente de los jóvenes). De tal
manera, van metiendo la marca y el producto: lo hacen familiar. Y además lo dotan
de promesas e ilusiones. Poco importa la fórmula química del producto: con él se
puede volar, se puede ganar, se puede triunfar, se puede amar sin inhibiciones, se
puede…todo. Así lo dijo el señor Marc Brohet, uno de los compradores de vino de
la cadena de distribución Delhaize (Bélgica): “Uno no vende solamente una botella
de vino como se vende una lata de arvejas, uno vende historia, arte, tradición en
resumen: una joya para los sentidos” (Diario “Uno” 2/6/96).
Finalmente, de las múltiples causas que confluyen en el alcoholismo he
querido centrarme en una de ellas, que se muestra cada día más importante.
Paradójicamente, es la causa frente a la cual existe más tolerancia social, quizá
porque se subestiman los aspectos culturales y psicosociales que posibilitan el
alcoholismo.
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Artículo publicado en el diario Río Negro, el día 30/12/96.
¿SON PERSONAS LOS ENFERMOS MENTALES?
Todo el mundo, ante una pregunta como la del título, seguramente
responderá de modo afirmativo. Muy pocos serán los que nieguen condición
humana a los individuos que presentan un padecimiento mental. Pero aquí
aparece también la conocida diferencia entre lo que públicamente se anuncia y lo
que la realidad concreta muestra.
Aceptar que los enfermos mentales son personas es afirmar que tienen los
derechos que como seres humanos les caben. Fuerza es reconocer que el simple
diagnóstico de enfermedad predispone muchas veces a negar distintos derechos
individuales. Uno de ellos –no el único– es el derecho a vivir en sociedad, en
uso de libertad. Desde hace siglos el encierro indefinido se ha transformado en
una respuesta a la locura. Basta recordar las épocas en que los locos eran
abandonados en barcos de alta mar. O la aún vigente conducta de ordenar el
encierro en instituciones en las que se encubre la privación ilegítima de la libertad
con resoluciones judiciales de internación por años, sin fundamentación sería de
carácter científico.
Como señala el jurista Santos Cifuentes: “La internación del enfermo
mental debe ser excepcionalísima y sólo por la circunstancial necesidad de algún
episodio que la haga necesaria hasta superarlo. Prolongada es dañina;
despreocupada de la persona y de sus libertades es contraproducente en la mayor
parte de los casos. La hospitalización tiene que ser el medio inmediato para
obtener la externación bajo control médico y medicinal apropiado” (Congreso
Internacional –Venezuela 1991).
Muchas veces la orden judicial de internación se ha transformado en una
indicación obligatoria que recluye indefinidamente al paciente contra la opinión de
especialistas quienes con reiteración informan a los Tribunales en cuanto a lo
nocivo de tales resoluciones judiciales sobre la salud de los forzosamente
internados.
Se confunde así internación con tratamiento y se muestra al encierro
como único modo de tratar a los enfermos mentales. La internación no es
“excepcionalísima” según la recomendación de Cifuentes, sino rutinaria y en
general de escaso fundamento científico. Se transforma de esa manera en una
violación expresa de Convenios Internacionales –como el Pacto de San José de
Costa Rica– incorporados a nuestra Constitución nacional desde la última reforma.
Curiosamente muchas de estas disposiciones judiciales suelen basarse en
reclamos familiares sobre molestias que ocasionarían los enfermos, los cuales –a
partir de ser considerados pacientes mentales– pierden su condición de miembros
de la familia y de miembros de la comunidad. En general no se pierde su
atención médica sino su reclusión. A partir de conseguida ésta, los problemas
“se solucionan” para algunos familiares que no tienen inconvenientes de usar en
beneficio propio propiedades, pensiones, y otros bienes de los internados de por
vida (cuyos derechos e intereses no son tenidos en cuenta para ser defendidos).
De esta manera a la condición de enfermos, los pacientes mentales deben
sumar la condición de individuos despojados de derechos, intereses, propiedades
y familias, que pasan a ser usufructuados por quienes exigen su reclusión. Esos
seres humanos ingresan a la lista de “más peligrosos que los delincuentes”
aunque nunca hayan delinquido. El encierro se cronifica y ni siquiera tiene el
beneficio de conocer su finalización en el tiempo, como es el caso de quienes
purgan un delito que saben qué día y a qué hora recuperarán su libertad. Para
esos enfermos mentales su peor delito es justamente ser enfermos.
En futuras notas ahondaremos más en esta temática proporcionando
incluso datos de nuestra realidad que permitirían la comprensión y –esperamos–
facilitarán un debate abierto de esta dolorosa cuestión. Es que, como dice la
Organización Panamericana de la Salud, “la manera como una sociedad trata la
anomalía y la enfermedad mental refleja e influye en su concepción y respeto
hacia todos sus miembros”.
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Artículo publicado en El Diario de la República, de San Luis, el día 21/05/97.
¿SERES HUMANOS O EXPEDIENTES?
Un resiente estudio de H.P. Label sobre los hospitales psiquiátricos “Borda”
y “Moyano” de Buenos Aires mostró que casi la totalidad de las camas de
internación de esos hospitales estaban ocupadas por seres humanos que
transcurrían allí durante casi siete meses; vale decir que cada cama permanecía
ocupada por la misma persona más de la mitad del año, y que por consiguiente
cada lecho apenas cambiaba una vez por año de ocupante. En la época en que
las modernas terapéuticas con medicamentos, terapias, técnicas de creatividad,
expresión corporal, abordajes grupales, etcétera, están indicando que ninguna
internación puede prolongarse seriamente más allá de los veinte días, estos datos
de los manicomios porteños llenan de preocupación.
¿Pero qué pensar cuando en nuestra provincia algunas internaciones
judiciales logran que seres humanos internados pasen tres, ocho o más de diez
años recluidos, sin que los tribunales intervinientes se interesen por el destino de
los seres humanos encerrados por su orden o por las condiciones de vida a las
que dichas órdenes los obligan? Quizá cueste creer que esas resoluciones
judiciales –a veces de escasos renglones– no fundamentan seria y científicamente
la indicación de internación, y se limitan a emitir una orden del tribunal, que no
explica para qué, por cuánto tiempo ni para hacer qué tratamiento se interne a ese
ser humano. Simplemente se emite la orden determinando el ingreso del individuo
en un lugar que nunca se visita, cuyo funcionamiento se desconoce y cuyos
profesionales sólo se tiene en cuenta para obedecer la orden judicial.
El distinguido jurista y académico argentino Alfredo Kraut dice que este
modo de funcionamiento del sistema judicial hace que “resulte más fácil entrar que
salir de un hospital psiquiátrico”. A esto se llega por la convicción de indicar sin
ninguna consulta a los que saben, la internación lisa y llana, sin objetivos, sin
fundamentos científicos serios, ni plazos en el tiempo. Es habitual la absoluta falta
de consulta previa a los profesionales de salud mental, o el trabajo conjunto para
buscar caminos basados en modernos conceptos realmente útiles a la salud del
paciente y de la comunidad. Suele referirse el simple trámite de la internación
compulsiva sin explicar el para qué. Se olvida –tal como lo señala el catedrático
del derecho argentino E. J. Cárdenas– que la “internación por sí sola no
constituye un tratamiento”. Se debería entender que si la preocupación es la salud
del individuo motivo del expediente, sería necesario solicitar tratamientos
adecuados en las múltiples técnicas y abordajes actuales y no limitarse a una
indicación de reclusión por meses y años que sólo logra la cronificación del
paciente, su separación de su medio ambiente y su privación ilegítima de la
libertad. Y decimos privación ilegítima de la libertad porque con las actuales
técnicas de tratamiento nadie puede justificar seriamente internaciones más allá
de los veinte días. En San Luis hay personas recluidas desde hace doce, ocho,
cuatro años, etcétera, por ordenes judiciales inmutables pese a reiterados y
fundadísimos informes profesionales, en varios de los cuales se contó con el
asesoramiento de funcionarios internacionales de la Organización Mundial de la
Salud.
Es que el prejuicio contra los pacientes psiquiátricos es difundido en
algunos sectores de nuestra sociedad, que todavía creen que el mejor destino de
los enfermos mentales es el encierro de por vida, la marginación definitiva y su
muerte civil. ¿Total, quién defiende los derechos humanos de los locos, si no
parecen humanos?
Tal como sucede con los muebles viejos y en desuso, se piensa en ellos
como objetos que hay que poner en algún lugar alejado de los cuerdos. Extraña
cordura ésa, que no preserva la libertad, los bienes, las familias, los derechos de
aquellos que por su sufrimiento mental están desvalidos y en inferioridad de
condiciones. Así es como se van transformando en expedientes, y pierden su
condición humana. Como expedientes tardan meses en tramitarse al margen del
doble sufrimiento que padecen: el de su enfermedad y el de su abandono. Como
seres humanos deben aprender –si es que pueden– que es justo que pierdan su
libertad, sus bienes, sus propiedades y su familia en nombre de la custodia
judicialmente ordenada.
Una última pregunta ¿a quién cuida esa orden judicial?
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Artículo publicado en El Diario de la República, de San Luis, el día 02/06/97.
MONSEÑOR DE NEVARES: UN AÑO MAS
Don Jaime: lo ando recordando. Ha de ser porque usted sigue
hablándonos. No importa que el 19 de mayo se cumpla otro año de su muerte. En
verdad nunca nos ha dejado.
Lo recuerdo por los años setenta enarbolando su sonrisa burlona y serena,
poniendo en ridículo a tantos cobardes prepotentes ordenando el asesinato
masivo.
¿Se acuerda usted aquel septiembre de 1979 cuando le aguó a Videla y
compañía los festejos del siglo de la Campaña del Desierto? Su imagen Don
Jaime, sigue unida a la de sus hermanos mapuches en regativas y marchas,
señalando sin índices levantados tanto atropello impune.
¡Cuántos familiares como los míos paraban en su Obispado a tomar aliento
en la demanda de Justicia! El tiempo siempre le alcanzaba a usted para sentarse
con su gente, estirando mates amargos y ensayando algún chiste corto (ésos que
a De Nevares le gustaban).
Desde este país serrano de la misma Argentina por usted tan amada,
vuelvo a nombrarlo.
Supo caminar solo y acompañado, y siempre abriendo sendas. Sin
estridencias, como cuando dejó la Constituyente porque debía cumplir su
convicción. Claro, tenía que volver a resguardar el máximo tesoro del que usted
fue poseedor: su palabra. Esa que nos orientó, nos acompañó, nos animó y nos
hizo reír. Y lo sigue haciendo.
La verdad Don Jaime: lo andamos extrañando.
Pero no crea que con tristeza. Será tal vez que en cada 19 de mayo no
quiero tener que despedirlo porque quedaron muchas cosas por decirle. Por
ejemplo: que en los años de la dictadura usted nos dio ganas de volver a respirar
cada día.
Y bueno: ahora se lo digo, porque entre recuerdo y mates, seguro es que
no estará leyendo estas líneas, sino adivinando las que siguen: la vida es digna de
vivirse, la lucha digna de lucharse, y la esperanza una flor criolla para cuidar todos
los días.
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Artículo publicado en El Diario de la República, de San Luis, el día 10/05/98.
CUESTIONES DE CONCIENCIA
En la ciudad correntina de Goya, un joven de 18 años fue asesinado para
robarle un peso. Entre los autores había un adolescente de 15 años y otro de 17.
En la ciudad bonaerense de Wilde, un hombre fue baleado por otros dos
robándole dos pesos.
En la ciudad mendocina de Guaymayén, un menor fue asesinado por otro,
por no prestarle treinta centavos.
Estos datos sobrecogedores fueron registrados por el periodismo el 21 de
junio. Todos sucedidos el mismo día en distintos puntos del país.
Un conocido comunicador social reflexionó sobre esos hechos con legítima
angustia, y se preguntaba si ese mínimo dinero causante de tanto dolor,
sufrimiento y muerte, no sería representativo de lo que vale la vida en nuestra
Argentina, treinta centavos, un peso, o dos pesos serían, según esta mirada, el
valor de la existencia humana hoy por aquí.
Quizá sea exagerada la evaluación. Y no me refiero al análisis preocupante
realizado por el periodista, sino al monto económico con que tasa la vida de los
argentinos, porque esas pocas monedas con su escaso valor significan casi nada.
Y eso que ofende la dignidad humana nos hace recordar cuando decenas de
niños recién nacidos fueron dados y sus madres asesinadas, tal como con
renovado espanto hemos sabido a partir de la detención del ex presidente Jorge
Rafael Videla.
Es decir: las escasas monedas que mediaron en aquellos tres hechos
policiales de un día de la semana pasada resultan pálido y trágico reflejo de la
sustracción y entrega de recién nacidos hechas de modo sistemático, no ya por
patotas marginales o a sueldo, sino por quienes desde la conducción del Estado
manejaron niños como mercancías, vidas como monedas.
Y frente al actuar de un Juez de la Nación se habló de la “inquietud
castrense”. ¿Aparecerá también esa inquietud frente a estos datos alarmantes de
la realidad cotidiana, en que la violencia homicida entre pares se ha hecho parte
de la vida de los sectores más castigados por la crisis?.
Una multitud de argumentos jurídicos han sido escuchados en estos días
torno del juicio al ex Presidente de la Nación, y una polémica entre hombres del
Derecho muestra que las opiniones especializadas están divididas. Lo que se
presencia es que mientras para juzgar aquellos tres hechos policiales tan brutales
se exige aplicar “toda la fuerza de la ley” –lo cual es justo y necesario– respecto
de Videla duele la sensación de estar contemplando una afanosa búsqueda para
desresponsabilizarlo. Resulta alarmante que no se esté discutiendo la veracidad
de los hechos denunciados –sustracción de menores, negación de su identidad–
sino la posibilidad de ser condenado por ello. Quizá técnicamente esto sea
posible; ¿pero lo es desde el punto de vista de la ética?. Cuando están en juego
estos valores que hacen a la vida y a la identidad de tantos seres humanos ¿es
valido decir: lo pasado pisado?.
Hoy la psicología, la psiquiatría –como muchos campos del conocimiento–
están atravesando por dudas, cuestionamientos y planteos éticos. Pero está fuera
de toda cuestión que el ejercicio de la Justicia plena resulta imprescindible para el
crecimiento sano de los individuos. Y que sepamos que existen garantías de
aplicación de “todo el peso de la ley” particularmente a aquellos que han ejercido
cargos de la mayor responsabilidad social. Que los niños y los jóvenes tengan
clara noción ética de lo que se debe y de lo que no se debe, y crezcan en una
sociedad donde lo justo destierre a lo impune.
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Artículo publicado en El Diario de la República, de San Luis, el día 27/06/98.
LAFINUR Y LOS ORIGENES DE LA PSIQUIATRIA ARGENTINA
Sabido es que Juan Crisóstomo Lafinur fue designado el 16 de julio de
1818 en la cátedra de Ideología del Colegio de la Unión del Sur de Buenos Aires.
Tenía por entonces 22 años, y con él llegaba por primera vez al estado académico
de esa materia un hombre no perteneciente al ámbito eclesiástico. A su juventud
sumaba su clara adscripción a las corrientes evolucionarias de la época. Conocía
a los autores franceses liberales como Cabanis Condillac y Testut de Tracy, y
difundía ese pensamiento entre sus alumnos. Hechos todos que entrañaban
conflicto en un espacio regido por ideas dogmáticas, y sumamente críticas hacia
ideas progresistas.
Uno de los temas de su preocupación fue la teoría del conocimiento. “Sentir
es todo para nosotros. Es lo mismo que existir”. Debe entenderse que la palabra
sentir que usa Lafinur hace referencia al mundo de las percepciones. Por tanto
tomó aquí una actitud materialista y científica, en polémica con corrientes
espiritualistas y religiosas. Hay que tener presente que eran éstas, épocas en las
que la psicología empezaba a esbozarse como disciplina científica en pugna con
la magia y las religiones.
La denominación de la cátedra –Ideología– hacia referencia al mismo
término utilizado por los teóricos y dirigentes de la Revolución Francesa, quienes
apostaban a la lucha contra oscurantismo desde una posición optimista en el
avance de las ciencias, y el progreso de la razón en su lucha contra los dogmas.
Lafinur se había formado junto al doctor Cosme Argerich, también de
ideas liberales, y un estudioso de la filosofía. Por tanto desde la cátedra de
Lafinur los conocimientos que se impartían hacían a los cimientos de la psicología
y la psiquiatría, vistos desde un espíritu renovador de los ideólogos franceses. Su
maestro Argerich, es el autor de lo que puede considerarse la primera pericia
psiquiátrica solicitada por la Justicia argentina. Y uno de sus alumnos, Diego de
Alcorta, es el autor de la primera tesis sobre psiquiatría en nuestro país, además
de docente sucesor en la misma cátedra.
Diego de Alcorta accede al estrado académico seis años después que lo
debiera dejar Lafinur. Es médico y llega a la psicología desde la fisiología. En las
clases de Lafinur había conocido las tesis asentadas en el valor de las
percepciones. Y con su maestro había integrado grupos intelectuales que luego
cristalizarían en el Salón Literario de Echeverría y Alberdi. Y Cosme Argerich –
profesor de Alcorta en su carrera de medicina– también le había presentado las
modernas enseñanzas de los grandes psiquiatras Pinel y Esquirol, quienes
revolucionaron el pensamiento médico europeo eliminando las humillaciones y los
encierros con los que se trataba a los enfermos mentales en los hospicios de La
Salpetriere y La Bicetre.
Diego de Alcorta es el primer psiquiatra en la historia argentina. Su tesis
sobre la Manía Aguda, se inspiraba claramente en las teorías de Pinel y de
Esquirol, médicos franceses consustanciados con la Revolución Francesa,
quienes convivían con sus pacientes en los hospicios, y habían puesto fin al
maltrato, las cadenas y los castigos que sufrían los enfermos mentales. Hacia la
época de Alcorta, Esquirol había incluso legislado sobre el régimen del tratamiento
hospitalario a través de una ley de reforma hospitalaria que organizó durante todo
el siglo XIX y una parte del XX a las instituciones de salud mental francesas y
algunas europeas.
La breve vida de Lafinur en Buenos Aires fue parte de un campo renovador
del pensamiento científico argentino, y aparece –como vemos– en las raíces de
nuestra psiquiatría. Quizá por aquello que él enunciaba en sus “Cursos”: “La
lógica es una disciplina normativa y práctica, que enseña al hombre a hacer
buen uso de su razón, y de reglas seguras para hallar la verdad”.
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Artículo publicado en El Diario de la República, de San Luis, el día 03/07/98.
SALUD HUMANIZADA
La palabra hospital aparece siempre asociada a la Salud Pública. Si nos
remitimos a lo que dicha palabra expresa, hospital es “que se prepara y recibe
huéspedes”, huésped es una persona a la que se espera y aloja amablemente.
Por algo cuando se dice de alguien que es hospitalario, se quiere dejar la noción
que tiene virtud de atender a quienes lo visitan.
¿Son así nuestros hospitales? Todos en algún momento de nuestra vida
sufrimos una crisis que requirió de ayuda. Cuando ello afectó nuestra salud
pedimos ayuda médica y en tal caso lo que primero nos llegó es el buen o mal
trato. Un paciente no consulta para saber el nombre del microbio que lo infectó o
la fórmula química de la droga del medicamento indicado. Sus dudas y temores
tienen que ver con el futuro esperable, con el sufrimiento posible, con sus
posibilidades de vivir o morir.
Esas preguntas son las que inundan y buscan respuesta en los
consultorios. ¿Son respondidas en nuestros hospitales? De lo que estamos
hablando es de lo que se ha dado en llamar el factor o el recurso humano en la
salud Pública, denominación esta última más de un enfoque contable que de una
idea médica.
Son épocas las actuales en que las máquinas valen más que las
personas. Y ni qué decir de lo que cuestan. La aparatología médica parece serlo
todo. Siempre hay un nuevo modelo “de última generación”. Lo real es que cuando
uno de ellos aparece en el mercado, ya se está fabricando el que lo remplazará.
Por supuesto más sofisticado y caro. Un excelente médico pediatra, Director del
Hospital de Hurlingham, en Provincia de Buenos Aires, me contaba que su primera
investigación institucional fue averiguar por qué los consultorios externos de
atención a la comunidad tenían una sola silla: la que detrás del escritorio le
correspondía al médico. En un Hospital con un buen equipamiento se registraba
esa curiosidad. Se tomó la medida de agregar una silla, en este caso para la
persona que consultaba. Al poco tiempo ese humilde mobiliario había
desaparecido. No era útil porque el contacto con el profesional era tan breve e
impersonal que la silla estaba simplemente de más. Este hecho simboliza
claramente no sólo la ausencia de asiento, sino la despersonalización del vínculo
médico-paciente.
En tiempos como los presentes en que los objetos valen mucho más que
los sujetos, la aparatología médica es más valorada que los seres humanos
asistidos y asistentes. Y esto ya es parte de la cultura popular: es difícil que una
mujer embarazada deje de solicitar un ecocardiograma, como si el informe de ese
aparato fuera parte del ajuar para el futuro bebé.
La deshumanización de la práctica médica y de las instituciones
hospitalarias vacía de contenido al propio acto de curar, que es por esencia
un producto construido por personas.
La palabra curar significa cuidar, acompañar, y esto afortunadamente, sólo
es posible gracias al encuentro de seres humanos.
Los inmensos adelantos de la técnica –adelantos producto del ingenio
humano– son un medio y no un fin en sí mismos. Un medio que debe potenciar la
alianza entre enfermos y médicos. Las consecuencias políticas de este enfoque
hacen al sistema sanitario y a los hospitales públicos que queremos tener. Con la
infraestructura y tecnología adecuados, y personal bien remunerado en
capacitación permanente.
La deshumanización de la labor sanitaria no es una cuestión de bondad o
maldad de las personas que trabajan, o una simple decisión de voluntades
individuales. Hace a una política de salud que jerarquice y revalorice la relación
terapéutica de asistentes y asistidos.
El significativo que el nomenclador vigente en las prácticas médicas
privadas renumera pobremente la visita profesional en beneficio de las
prestaciones apoyadas en la aparatología sofisticada. Esa misma valoración
está presente en nuestros hospitales, y hace a una política sanitaria de mayor
contenido humano equilibrar esta situación dándole al equipamiento el importante
rol de auxiliar del vínculo médico-paciente. Esa poderosa herramienta que busca
el padeciente para su alivio y consuelo, que revaloriza el rol social de los
profesionales y trabajadores de la salud.
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Artículo publicado en El Laberinto. Año 1 Nº 2 San Luis. Diciembre 1999.
POR LA SALUD, LA VIDA Y LA ESPERANZA
Con esta convocatoria se realizó el 10 de diciembre en el Aula Magna de la
Facultad de Medicina de Buenos Aires un Encuentro Nacional organizado por el
Decanato de dicha casa de estudios y por la Mesa Nacional de Conducción de la
red de Grupos Institucionales de Alcoholismo (GIA).
Acompañaron el lanzamiento de esta actividad personalidades de la cultura
como Víctor Heredia, Jaime Torres, Suma Paz, León Gieco, Luisa Calcumil;
figuras científicas: Dr. Elías Neuman, Lic. Ana P. de Quiroga, Dr. Emiliano
Galende, Dr. Fidel Moccio; instituciones académicas: Maestría de Salud Mental de
la Universidad de Entre Ríos, Rectorado de la Universidad de Jujuy; Ministerio de
Salud (Formosa, Mendoza, Buenos Aires y Santa Cruz) Colegios de Psicólogos
(San Luis, Jujuy y Buenos Aires) Asociación de Psiquiatras (de Córdoba, de San
Luis y la Asociación de Psiquiatras Argentinos). La lista es muy larga y los
nombrados sólo algunos de los convocantes. El Senador Antonio Cafiero,
sindicalistas; bancarios de Mendoza, Sanidad de San Luis, Municipales de Jujuy
con su secretario general Carlos Santillán, Organismos de Derechos Humanos,
Asociación Argentina de Actores. La legislatura de San Luis y el Ministerio de
Salud de Buenos Aires habían declarado de interés provincial al Encuentro.
El ámbito no fue casual: el Aula Magna tiene una historia científica,
académica y de compromisos sociales con la salud de nuestro pueblo que arranca
en el siglo XIX. Y tampoco el día: 10 de diciembre, Día de la Identidad Nacional.
Porque así como es imposible pensar la salud sin la libertad, también la
recuperación y recreación permanente de nuestra identidad como sujetos partes
de una familia, una comunidad y una Nación en un momento histórico concreto,
signada por la crisis y la confusión, es cimiento del proceso salud-enfermedad. La
conciencia de las propias raíces, la recuperación de la verdadera historia, iluminan
el presente y permiten proyectar el futuro.
La esperanza es un sentimiento de cara al porvenir. No es una mercancía
que se reparte a domicilio; es parte de una espera con fuerza y reservas que es
preciso organizar en cada individuo y en los grupos sociales. Cuando se habla
tanto de superar el mal humor y el malestar como si eso fuera algo etéreo y simple
producto de la voluntad, nosotros planteamos sostener la esperanza apoyándonos
en el conocimiento de un pasado pleno de conflictos y luchas por resolverlos, en el
que conviven debilidades y fuerzas, solidaridades y egoísmos. Sólo una práctica
constante que despliegue en cada uno de nosotros aquello más fraterno, más
conciente, puede iluminar y sostener esa espera activa de realización cotidiana de
proyectos de vida y de sociedad, con mayor libertad, seguridad, justicia e
independencia.
Esa mirada desde el presente hacia el mañana que atraviesa a los
procesos esperanzadores, puede nuclearnos y también signar nuestro crecimiento
personal.
Durante el año 2000 en Avellaneda, Puerto Madryn, Santa Fé, Neuquén,
San Luis, Santa Cruz, realizamos encuentros y caminatas por la Salud, la Vida y la
Esperanza. Se congregaron miles de personas de distintos quehaceres que a
diario desde la educación, la cultura, la creatividad, el deporte, los hospitales,
construyen salud como fuerza transformadora capaz de enfrentar la grave
situación social que atravesamos.
El encuentro Nacional en la Facultad de Medicina de Buenos Aires coronó
todo ese trabajo. Y lo hizo rindiendo homenaje al maestro doctor Ramón Carrillo,
sanitarista que enorgullece a nuestro país. Con la presencia de su señora esposa
y de su hijo, cerramos el acto junto a la legisladora porteña Irma Roy, quien hizo
vibrar a los presentes con palabras sentidas y profundas.
Tuve el honor, como presidente de la Mesa Nacional de Conducción de los
Grupos GIA de cerrar el homenaje. Recordé aquella enseñanza de Carrillo:
“Hemos considerado siempre que no puede haber pueblo sano mientras su nivel
de vida se mantenga bajo, y que era un triste sarcasmo inyectar a un pueblo
sueros y vacunas o darle medicamentos contra las enfermedades, por un lado, si
por el otro era explotado y mantenido en la pobreza”. Esto decía el ministro de
Salud Pública de la Nación en 1947.
San Luis estuvo presente con una delegación de cincuenta personas:
profesionales, trabajadores de la Salud, pacientes, familiares. Se apoyaron en su
propio esfuerzo y en la ayuda de personas, instituciones y comercios que
solidariamente ayudaron para el viaje y la estadía. Ello es consecuencia de una
tarea llevada a cabo por el Estado provincial desde 1993, como parte de sus
políticas sociales.
La convocatoria al encuentro fue suscripta en San Luis por el doctor Jesús
Liberato Tobares, Perico Ojeda, Gerónimo Ortíz, profesor Alejandro Jarpa
Salgado, doctora Emilse Sasiain, Colegio de Psicólogos, señora María A.
Mazzarino de Rodríguez Saá, licenciada Claribel Barbenza, profesor Ernesto
Turco, legisladora Adriana Bazzano, señora Patricia Funes, Teatro Independiente
de Villa Mercedes, profesor Roberto Tessi, Sociedad de Poetas de San Luis, entre
otros.
Con los tres paneles que trabajaron desde distintas disciplinas científicas,
se articularon espacios creativos en los que actuaron Perla Santalla, María Fux,
Luisa Calcumil, grupos folclóricos y el grupo creativo del GIA de San Luis,
coordinado por la profesora Nuris Quinteros.
Finalmente el millar de personas presentes depositamos una ofrenda floral
en el busto de Carrillo frente a la Facultad en la Plaza Bernardo Houssay, en torno
a la cual nos despedimos haciendo una caminata de cuatro cuadras.
No podíamos pedir mejor cierre del año 2000. Y a la vez tampoco luz más
clara para proyectar esperanzadamente el 2001.
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Artículo publicado en El Diario de la República, de San Luis, el día 25/01/01.
Dibujo: Profesor Roberto Tessi
DE ESO NO SE HABLA
Con este título la directora cinematográfica argentina María Luisa Bemberg,
ya fallecida, hizo vivir una bellísima película por la que desfilaron, en un pueblo de
la pampa húmeda, Marcelo Mastroiani, Luisina Brando, los paisanos del lugar, y
una enana, hija de la mujer más adinerada que caminaba esos pagos, justamente
la Brando.
Se historiaba una parábola argentina: un silenciamiento cruel sin palabras,
le ocultaba a aquella niña de casi impiadosa fealdad, su verdadero origen.
¿Cuál era su identidad? ¿Por qué de una madre tan bella y arrolladora
había nacido esa enjunta mujercita, cuyos ojos barrían diariamente el horizonte
buscando el fin de su interrogante? ¿Quién soy yo en realidad? ¿Por qué no tengo
palabras que me expliquen?
De eso no se habla.
Es como saber que el lavado de dólares con aromas adictos pasa por el
Banco Central de la República Argentina ya que la confianza, país, o país
confianza, o Argentina sin fianza, caería estrepitosamente.
Para que el riesgo país se mantenga en los honrosos peldaños actuales ni
siquiera soplar la brasa de la desconfianza, o resentir las hipocresías de decencia.
De eso no se habla.
A veces alguna de esas “espontáneas” fotos en las que el audaz lavador
nos sorprende en estudiados segundos planos de periódicos distraídos, con
veterano cálculo para la hábil manipulación.
De eso no se habla.
Algo apestoso hay con la aftosa. Esa enfermedad de las vacas. Lo primero
que a uno se le ocurre es si un funcionario nacional sabe de vacas, es quien hace
flamear tres apellidos tan importantes: Bulrich- Pueyrredón- Luro. Rancia mezcla
de rematadores en el Mercado de Liniers, políticos tente en pie y proveedores del
Ejército en la Guerra de la Triple Alianza (o triple infamia, según decía Jauretche).
Patricia con esos tres apellidos puede hablar donosamente sobre el sufrimiento de
las pobres bestias que cimentan su modesto pasar.
Sin embargo le tocó otro escenario, igualmente sudoroso, pero menos
distinguido: decirles que no a los desocupados, jubilados y otros gauchos de estas
pampas que siempre duermen contando estrellas por las goteras de sus ranchos.
La diferencia no es pequeña: los miles de morochos hablan, mientras las dóciles
vaquitas mugen creativamente. Recuerdo que allá por las épocas de Videla y Viola
aparecía una lustrosa revista de tilinguerías varias cuya directora era Patricia
Tres Apellidos. Veinticinco años menos, la misma sonrisa de tener los deberes
recién hechos, acompañada de otras damas a las que apenas se les traslucían
blondos vestidos verde olivo, y algún borceguí caqui insinuándose en el estribo de
aquellos Falcon con vidrios polarizados. El viernes la proletaria ministra no quiso
sentarse con uno de los sudorosos que hacía 18 horas esperaban conversar con
ella. Creo que hizo bien: la coherencia hay que mantenerla ¿Qué son aquellos 30
mil desaparecidos al lado de los 30 pesos que parece haber cobrado el Sr. D’Elia
tratando de mantener su Villera organización off shore? Hurgando en mi biblioteca
encontré aquella revista y se la envié a la ministra de Trabajo para que recuerde
aquellos viejos buenos tiempos.
De eso no se habla.
Patética cara y patético anuncio de Berhongaray ¿Hay aftosa o no hay? No,
no había hasta que nuestro canciller, perdón, el canciller brasileño, hace el
anuncio. Entonces el ministro Berhongaray aclara rotundamente tanto misterio
emitiendo un rotundo ni.
Sobrellevando fatiga y pena amplía sus zoológicos desvelos sobrevolando
patagónicos calamares a los que condecora desde el avión iluminado por
centenares de luces internacionales que acuden de todo el orbe a presenciar
tamaña destreza soberana. (Como se sabe dichos mariscos no articulan palabra).
De ahí que de eso tampoco se habla.
Volvamos a la película de la Bemberg.
¿Qué pasó con aquella mujer tan poderosa, con el melancólico Mastroiani,
y con esa enana enancada en el corazón de los espectadores?
Una noche de hastío, de esas en que los visillos flotan y los aromas
aturden, oyó brotar del horizonte una musiquita circense. Años de infancia,
recuerdos, nostalgias.
Para ella mucho más: de allí viene, esa es su historia, de eso va a hablar. Y
con la serenidad de los que encuentran el camino y las palabras para nombrarlo,
se une a la caravana de los carromatos que en su niñez le habían señalado quién
era realmente.
Bailando, riendo, cantando de eso sí habló.
Las crónicas de estos días no abundan mayor información: si los calamares
retribuyeron saludos al ministro antes de viajar estibados a Taiwan. O si los
dólares lavados los tiene algún gerente en almidón. O si exquisitos efluvios
franceses descongestionaron las fosas nasales de Patricia.
Lo que ha quedado flotando, reminiscente, es la musiquita que permitió a
muchos negados en su identidad juntarse, saber quiénes son, y hablar de eso.
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Artículo publicado en El Diario de la República, de San Luis, el día 2/3/01.
MUÑECAS Y NOTICIAS
Se llaman “mamuskas”: son esas bellísimas muñecas huecas, en madera,
que se abren por su parte media. Y adentro de cada una, hay otra apenas más
pequeña: lo suficiente como para quedar encerrada en la más grande. Cuando
uno cree que ha llegado al final del juego, por diminuta que sea la “mamuska”, en
su interior aloja a otra todavía más pequeña.
Representan mujeres campesinas rusas, de muy sencillo ropaje, plenas de
colores contrastados, pintadas con ingenuidad seductora, trazos simples y rostros
que nos miran desde el fondo de pueblos cuya historia nos es relatada por estas
sencillas figuras de cara a las que nada les sobra, salvo ascuas de sabiduría, en
sus ojos puntiformes.
Son parte de la cultura popular, y en muchas tiendas de artesanías nos
llaman la atención por su aparente simpleza. Las hay de todos los tamaños y
números imaginables, pero su esencia no se corrompe: las más grandes
contienen a las más chicas hasta llegar a piezas casi moleculares.
Advertimos una fascinación en este juego con encajes, quitar y poner.
Serenamente entramos en ceremonias de tapar y de destapar, de cubrir y de
descubrir, de intuir que algo está escondido y luego comprobarlo…o no, porque
así como cada “mamuska” se aloja en el seno de otra, también puede haber
quedado sola, afuera hasta regresar al pequeño regazo de madera que la va a
ocultar.
Atrae eso tan infantil y a la vez misterioso. ¿Encontraré lo que creo que hay
dentro de la muñeca escondedora? ¿La escondida estará o me deparará otra
ausencia?... o quizás la muñeca más grande ya tenga en su seno a todas las
demás sin que la cara le cambie en lo más mínimo (experta en el oficio de ocultar,
esa “mamuska” me mira con su cutis lavado y pañuelos campesinos).
Un día todas las noticias están en la calle porque se investiga “hasta las
últimas consecuencias” hechos que son de dominio público, cuya gravedad
institucional sorprenderá por su magnitud, mientras la población conocerá la
verdad de los hechos ocurridos a medida que el curso de los acontecimientos
revele resonantes y definitorias culpabilidades en las que están implicadas
poderosas y conocidísimas figuras del quehacer político, económico, militar,
judicial, bancario.
Como las “mamuskas”: promesas de sorpresas y novedad, lindos colores,
entretenimientos. Así aparecen y desaparecen las noticias: unas metidas adentro
de otras. Varias a la vez sobre la mesa, parecidas, de cutis lavado, para que
luego no se recuerde cuál es cuál.
Para tapar una muñeca pequeña alcanza otra pequeña, o un olvido. Para
una grande hace falta un gasto mayor, porque el tamaño y el precio suben juntos,
eso ya se sabe.
Parece que Pou necesita una “mamuska” más grande que algún otro
directivo del Banco Central de la República Argentina. En caliente como estamos
ahora nos parece que no habría tienda de artesanías capaz de ofrecer tamaño
muñecón encubridor. ¿Pero no pareció lo mismo hace ocho meses con el
escándalo del Senado?
Sabemos que éste es un juego milenario, y hay quienes lo manejan (se
puede también decir manipulan) con harta ciencia. De modo que no debe ser
motivo de preocupación el tamaño de la muñeca: solamente es necesario prever
los escribas y las técnicas adecuadas.
Otro recurso a mano es, también, adecuar la “mamuska” que quiere
comprarse, al cadáver o noticia que quiera enterrarse. Por ejemplo: si en el pago
de sobornos del Senado los recursos no te alcanzan para una muñeca que
también contenga a los sobornadores, es decir: a quienes nos gobiernan desde
Casa Rosada, se pueden adecuar tamaños, tarifas, y discursos de uso exclusivo
para sobornados, más alguno que otro oficialista dormido que se quedó en su
banca después de hora.
En fin como se verá el juego tan milenario de las “mamuskas” sigue
atrayendo por las múltiples variaciones que la actualidad ofrece. Y a la vez suma
un toque necesario de originalidad eslava y campesina. Que no todo debe ser tan
de rascacielos, paraísos fiscales caribeños, o serias comisiones senatoriales
norteamericanas.
De paso: si se investiga el lavado de narcodólares ¿cómo puede aparecer
ligado a ello un banco tan serio y –sobre todo– no argentino como el Citibank?
¿Cuál es la razón del movimiento de tantos millones provenientes del tráfico
de drogas? ¿No es que Estados Unidos es el principal consumidor mundial de
drogas?
Si, me parece que para Pou van a necesitar una “mamuska” más grande
que para Moneta, y para el Citibank otra muñeca pero ésta con piscina y ascensor
de servicio.
(Por hablar sólo de tres nombres que están en los diarios de hoy y que
quizá ya mañana no estén en las noticias).
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Artículo publicado en El Diario de la República, de San Luis, el día 7/3/01.
LO QUE ES NO SABER…
Tal como sucede frecuentemente fuimos con mi familia a hacer las compras
al supermercado, y se repitió lo que ya habíamos visto en semanas anteriores. Un
cierto malestar que también nos inundó a nosotros nos hizo ser cautelosos frente
a cada góndola. Nos pareció que en lugar de ganas de gastar nuestro dinero, lo
que estábamos tratando era guardarlo en los bolsillos y comprar lo estrictamente
necesario, pero el sentimiento era no invertir nuestra plata más allá de una suma
bien prudente. ¿Qué para eso están las ofertas, no?
Ir al supermercado no deja de ser una salida, casi un paseo en el que
nuestro carrito se cruza con otros cuyos choferes son amigos, conocidos,
compañeros de trabajo. Y allí aparecen los saludos, la charlita corta o el
intercambio de chismes. Digamos vida social fresca, al paso y muchas veces
imprevista.
Últimamente los encuentros me hicieron ver que esa reticencia a gastar,
esa desconfianza, también les sucede a los amigos de los encuentros ocasionales
entre las góndolas. Incertidumbre, temor y más de una bronca los cargué en mi
carrito. Seguramente yo debo haber depositado mercadería similar en la compra
de los conocidos que me crucé.
En la cola de la caja pude escuchar a una vendedora charlando por lo bajo
con un peón de limpieza. Ellos veían lo mismo que yo, pero desde otro lado.
Estaban preocupados –ella casi atemorizada– porque presentían perder su trabajo
por la caída de las ventanas. Sus caras no mostraban otra cosa que ceños
fruncidos y futuros de anuncios funestos.
Cuando sin preverlo nos falta algo que necesitamos pronto, alguno de
nosotros va al mercado del barrio. Mercado o mercadito, siempre es una discusión
en mi familia, pero para el caso es lo mismo. También he visto y escuchado el
mismo clima incierto. Palabras, gestos, diálogos, retacean todo optimismo y
confirman algo que va desde el desánimo hasta la rabia abierta.
Así que mi sensación es que lo menos que existe en los mercados es
tranquilidad, euforia o confianza.
Por eso me desorienta cuando los medios de comunicación reflejan el
apoyo y la alegría de los mercados por la marcha de la economía. Recuerdo que
cuando designaron al anterior ministro Machinea, como ahora con Lopez Murphy,
diarios y noticieros anunciaron el contento y respaldo de los mercados. Eso me
confunde, porque también mis vecinos del barrio hacen comentarios como los
míos. ¿Podemos estar tan fuera de la realidad?
Hay que pensar también que uno no es economista, no sabe bien el asunto
éste de la macroeconomía. Ni menos sobrelleva la pesada carga de los
funcionarios nacionales, que frente a nuestra ignorancia realizan tamaño esfuerzo
para explicarnos lo que no vemos, no oímos, no entendemos, pese a tenerlo frente
a nuestros ojos.
Así que tomé coraje y le pregunté a uno de esos técnicos que saben de
estas cosas. Me explicó que en realidad yo no hablaba de los mercados sino del
mercado interno. No esperó que le preguntara qué es el mercado interno: me
simplificó con una palabra: “Es la gente”. Es decir: mis vecinos, los amigos de las
góndolas, mi familia, yo mismo, somos lo que vendría siendo el mercado interno,
el de aquí, no sólo los argentinos sino todos los que sobrevivimos el país. Este
licenciado me dijo que así visto era cierto que la gente no está ni eufórica ni nada
por el estilo, y que eso se debe a su escasa comprensión de las leyes que rigen la
economía, y a que no nos damos cuenta que todo este perjuicio es en nuestro
beneficio.
Entonces –le pregunté– ¿cuáles son los mercados que están contentos?
Allí me quedé sin entender. Me lo explicó en inglés. Y ese es un idioma que yo no
manejo.
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Artículo publicado en El Diario de la República, de San Luis, el día 19/3/01.
24 DE MARZO:¿LO PASADO PISADO?
En la década del 70 el psicólogo social norteamericano Stanley Millgram
publicó un libro titulado “Obediencia al mal”. En él afirmaba la tesis de que ante
situaciones de dominación las personas responden a órdenes extremas que quizá
rechazarían en caso de no existir esa presión. La obra está basada en un
experimento de dudosa base científica y de cuestionable ética.
Se contrataba a voluntarios a los cuales se les pagaba por participar. Ellos
debían responder a órdenes que les impartía el jefe de la experiencia quien se
encontraba a sus espaldas. El voluntario manejaba un instrumento eléctrico que
transmitía descargas a un tercer participante, quien sufría los desgarradores
efectos en todo su cuerpo, ya que todo él estaba conectado al generador de
electricidad.
Quién comandaba la prueba ordenaba al voluntario incrementar
progresivamente la intensidad de sus descargas, con el consiguiente aumento del
sufrimiento de la víctima. En algunos de los casos la obediencia a las órdenes
hacía que la víctima muriera; en otros los voluntarios después de sucesivos
aumentos intentaban resistir las órdenes que les exigían acrecentar el sufrimiento
de la víctima. Otros se negaban a continuar con el experimento a poco de andar.
En todos los casos al final se mostraba que el sometido a tanto sufrimiento en
realidad era un actor que fingía, y que la máquina manejada por el voluntario era
una simple carcaza vacía que no tenía ninguna acción.
La conclusión de Millgram fué que los seres humanos sometidos a la
presión del poder pueden realizar actos atroces aun contra su voluntad, por lo que
su responsabilidad queda absolutamente fuera de toda consideración, habida
cuenta las circunstancias de subordinación al poder ordenante.
Quienes han visto la película “I como Icaro” protagonizada por el gran Ives
Montand, recordarán que exactamente esta experiencia aparece en un momento
de filme.
La obra de Millgram no fue editada en castellano. Su autor visitó la
Argentina en 1972 y dio conferencias en distintos ámbitos de la especialidad,
incluso algunos de ésos que gustan titularse progresistas.
Según ha escrito el Profesor Angel Fiasché, al retornar el régimen
constitucional a la Argentina, quienes tuvieron la responsabilidad de conducir la
política nacional de salud mental, hicieron llegar al presidente Alfonsín esta obra,
que junto a otra serie de falseamientos de la ciencia y del derecho, sirvió para
elaborar la vergonzosa Ley de Obediencia Debida. Quizá sea ésta una de las
razones que le hizo decir al ex presidente que era peligroso retroceder a veinte
años atrás, cuando recientemente el juez Cavallo decretó la inconstitucionalidad
de las leyes de Obediencia Debida y Punto Final.
En una magnífica película alemana –“Mefisto”– un actor teatral que
adquiere fama con el nazismo luego de sostener posiciones progresistas, intenta
justificarse diciendo “yo soy sólo un artista”. Cuarenta años después en otro país –
Argentina– Menotti diría que él sólo se limitó a dirigir futbolísticamente la selección
nacional cuyos goles se gritaban a escasos metros de la Escuela de Mecánica de
la Armada. Para no saber no hay nada mejor que no querer saber.
A 25 años de aquel 24 de marzo de 1976 no quiero solamente recordar.
Quiero traer al presente el papel de muchos intelectuales que pusieron su oficio al
servicio del silenciamiento, a un embellecimiento de la masacre. Aquel Mariano
Grondona –el mismo de hoy– que entre citas indigestas de clásicos latinos y
griegos acunó la teoría por la cual ante los crímenes de la dictadura “todos éramos
responsables”. Víctimas y victimarios son culpables por igual, y al ser todos
finalmente no es nadie.
Aquí no existe eso de “lo pasado pisado”. Ese pasado es tan presente
como para hacer que el general Brinzoni retome el camino de justificar lo
injustificable, y los hijos reclamen diariamente su derecho a recuperar su propia
identidad e historia.
Sé que este artículo va a generar adhesiones y odios. Eso vuelve a mostrar
que a 25 años ese pasado es tan presente que sigue despertando pasiones.
Hasta que la Justicia sin atajos ni agachadas cierre ese período histórico que
pondrá a cada uno en su lugar.
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Artículo publicado en El Diario de la República, de San Luis, el día 24/3/01.
¡SALUD, DON RAMON!
Cuando la Mesa Nacional de Conducción de la Red de Grupos
Institucionales de Alcoholismo decidió cerrar el Encuentro Nacional por la Salud, la
Vida y la Esperanza en el día de la Identidad Nacional con un homenaje al Dr.
Ramón Carrillo, surgió que era necesario fundamentar porqué llevaríamos
adelante esa propuesta. Y en esta necesidad de explicación apareció para
nosotros una reflexión: ¿Por qué debe ser argumentado hoy en nuestro país un
acto de homenaje a este ilustre compatriota? ¿Por qué no resulta casi un
desenlace natural de un Encuentro Nacional por la Salud, que recordemos al más
grande sanitarista de la Argentina? ¿Cuánto de su obra, de sus ideas, de sus
escritos (más de veinte libros publicados) y de su vida conocemos? ¿Los
programas de enseñanza en Ciencias de la Salud incluyen las elaboraciones de
este ilustre catedrático, investigador, primer ministro de Salud que tuvo la
Argentina en 1946?
Estos y otros interrogantes nos ayudaron a ver que cuanto hace a la figura
y tarea de este maestro de la Salud Pública, ha sido rodeado de un prolijo
silenciamiento, que nos impide valorar y recorrer un camino de enseñanza y
absoluta vigencia actual. Manuel Ugarte, un ilustre argentino y latinoamericano,
decía hace ochenta años que el ocultamiento y negación de muchos patriotas,
busca acabar con su vida y evitar que sus ejemplos orienten nuevas
generaciones. Y comentaba Ugarte: “En Europa al menos se fusila. Es más
noble…”.
Y también la muerte de Carrillo en el exilio, a fines de 1956, luego del golpe
militar del 55 que lo llevó a Belén en Brasil, terminando sus días a los 50 años
ejerciendo la Medicina entre los más necesitados, lejos de su Argentina, de su
familia, de sus compañeros y de sus hospitales. Duro oficio el del exilio dice el
poeta americano, inspirándose quizás en aquella carta del General San Martín,
cuando desde su ostracismo en Bruselas escribe: “La enorme tristeza que siento
estando lejos de mi patria me impide ver todo lo que Europa ofrece con el
progreso”.
¿Cuál había sido el derrotero de Ramón Carrillo? ¿Por qué homenajeamos
en él a tantos argentinos que luchan por hacer de los hospitales públicos espacios
dignos, científicamente actualizados y al servicio de los más desprotegidos?
Nacido en 1906 en Santiago del Estero abrazó tempranamente la carrera
médica. Dirigió la Revista del Centro de Estudiantes de Medicina de Buenos Aires
y del Círculo Médico Argentino. Sus méritos académicos lo llevaron a ganar una
beca de tres años en Europa, donde se perfeccionó en el campo de la Neurología
y la Neurocirugía y estudió a fondo el sistema sanitario de los más avanzados
países. A su regreso en 1939 continuó sus estudios y frecuentó la amistad y el
pensamiento de Scalabrini Ortíz. Cultivó el diálogo con su comprovinciano
Homero Manzi, el gran poeta que había elegido no ser un hombre de letras sino
escribir letras para los hombres. Participa protagónicamente del 17 de octubre de
1945 y al producirse la llegada del peronismo al gobierno, se transforma en el
primer ministro de Salud Pública de nuestra historia. Comienza allí con una
revolución sanitaria que durará ocho años. Nuestro país pasa de tener 60 mil
camas hospitalarias a tener 130 mil. Se construyen más de 4500 establecimientos
sanitarios. De 300 mil casos de paludismo en 1946 se pasa a 153 casos
denunciados tres años después. Se funda el primer laboratorio de productos
medicinales estatal produciendo medicamentos a muy bajo costo para uso
hospitalario (incluso sulfonas y la recién descubierta penicilina), se realiza el
primer estudio epidemiológico nacional y relevamiento a muy bajo costo de las
condiciones de salud de la población, que llega hasta los parajes más aislados de
nuestro país, se jerarquiza la capacitación profesional de recursos humanos, se
crea una arquitectura hospitalaria adaptada a nuestra identidad regional y
nacional, y se crea el sistema y pertenencias de todo el país.
Todas estas acciones surgen de una tarea planificada a nivel nacional y
regional, a través del Plan Analítico de Salud Pública y el Plan de Ejecución, que
en sus cuatro mil páginas incluyen de un modo detallado, preciso y minucioso las
acciones a realizar en todo el territorio nacional. Avanzado para la época, incluye
el principio de centralización programática y descentralización ejecutiva del Plan.
Al tener una visión social y nacional de los problemas sanitarios, establece la
responsabilidad del estado en tranzar normas y programas que unifican criterios,
regímenes de trabajo, administración presupuestaria y manuales de
procedimiento. A la vez la descentralización ejecutiva dio posibilidad de amplia
participación local y regional a las instituciones sanitarias de todo el país, que a tal
efecto fueron organizadas en áreas geográficas que progresivamente tomaban en
sus manos la ejecución y enriquecimiento del Plan Global.
“En medicina social –decía Carrillo– entendida como materia de gobierno,
no interesa tanto el problema individual de la enfermedad como el problema
colectivo de la salud, pues la enfermedad es un problema episódico y evitable en
gran parte, si los estadistas y los hombres que dirigen la salud pública piensan
más en los sanos que en los enfermos”. Y agrega más adelante “Si bien la
medicina ha hecho que la vida en esta época sea menos peligrosa que en la
antigüedad, todavía tenemos situaciones como las que ofrece nuestro país, en
que cerca de la mitad de la población vive aún en condiciones sanitarias
defectuosas sin poder recibir directamente los beneficios del progreso médico.
Hemos considerado siempre que no puede haber pueblo sano mientras su nivel
de vida se mantenga bajo y que era un triste sarcasmo inyectar a un pueblo
sueros y vacunas, darle medicamentos contra las enfermedades por un lado, si
por el otro era explotado y mantenido en la pobreza y la miseria”. Esto escribía el
ministro de Salud Pública de la Nación en 1947.
Es muy probable que entre nosotros estén aquí don Ramón Carrillo, Carlos
Alvarado y algún otro miembro de aquel enorme equipo de patriotas que ligaron su
vida a la lucha por la vida, la salud y la esperanza. Los sabemos junto a nosotros
integrando esta larga marcha llena de avances y retrocesos. Nos convocan
aquellas reflexiones de Carrillo, cuando escribía en 1946: “Los médicos debemos
pensar socialmente, así iremos atenuando esta tremenda mecanización en que se
vive hoy en el campo de la medicina, excesiva bioquímica, excesiva física,
excesivo desmenuzamiento de la personalidad orgánica del enfermo. Debemos
pensar que el enfermo es un hombre, que es también un padre de familia, un
individuo que trabaja y que sufre, y que todas esas circunstancias influyen a veces
mucho más que una determinada cantidad de glucosa en la sangre. Así
humanizaremos la medicina. Mientras los médicos sigamos viendo enfermedades
y olvidemos al enfermo como unidad psicosocial seremos simples zapateros
remendones de la personalidad humana”.
Quizás parezca absurdo hablar hoy de la historia, cuando existen discursos
poderosos que han decretado el fin de la historia. Seguramente hay quienes
recuerden el final de la Segunda Guerra Mundial, justamente la época en que
comenzara la gestión de Carrillo. Luego de aquel conflicto global que costara
millones de vidas humanas, hubo también discursos poderosos que ilusionaron a
los pueblos anunciando que no habría más guerras en Europa, que no habría más
conflictos bélicos en el mundo. Ese sueño acariciado por millones de seres
humanos no depende de seductores anuncios, sino del fin de las injusticias
sociales, de las desigualdades entre grandes potencias y un número cada día
mayor de países empobrecidos, y del fin de la carrera armamentista. ¿Hace falta
recordar que el costo de cualquier sofisticación bélica supera largamente los
presupuestos sanitarios de los países americanos? Por eso decía entonces
Carrillo: “No se puede vivir plenamente si el trabajo es una carga, si la casa es una
cueva, y si la salud es una prestación más del trabajador”.
Creer en el fin de la historia, sería aceptar que las ideas, realizaciones y
enseñanzas de los grandes maestros de la salud pública argentina también han
muerto. Y la realidad cotidiana nos muestra que siguen siendo necesidades y
deberes de la hora tener planificaciones sanitarias nacionales capaces de terminar
con el cólera, el alcoholismo, la tuberculosis, el sida, la irracionalidad
presupuestaria o el deterioro de las condiciones de vida de nuestra población.
Hace pocos días conmemoramos en la plaza Pringles el Día Mundial de la
Salud. Centenares de hombres y mujeres de la cultura, la educación, la salud, de
instituciones comunitarias, nos reunimos para reafirmar que no hay salud sin
libertad, sin justicia, sin derechos humanos, sin trabajo, sin solidaridad, y la
imagen de Don Ramón Carrillo sobrevoló permanentemente el espacio de este
encuentro que culminó con una cadena humana solidaria.
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Artículo publicado en El Diario de la República, de San Luis, el día 12/4/01.
¿CUANTAS CONSTITUCIONES HAY?
El gobierno nacional baja los salarios de los empleados públicos. Para la
Alianza política que ocupa la Casa Rosada es una medida necesaria.
Ningún dirigente de esa fuerza duda de la constitucionalidad de esa
decisión.
Bajar los ingresos de los empleados públicos es constitucional.
El 45 por ciento de los trabajadores argentinos en relación de dependencia
están empleados “en negro”. Carecen de cobertura social, estabilidad, marco
jurídico que los encuadre, y ni pensar en aportes jubilatorios.
Para el gobierno nacional, en el mejor de los casos, esto es motivo de
alguna queja o lamento vacío de sentido, como aquellas lágrimas que hace
algunos años “vertió” Domingo Cavallo por la suerte de los jubilados.
Estos millones de empleados despojados de derechos conquistados hace
más de medio siglo han pasado a ser un componente normal del paisaje social
argentino. Quienes dirigen el país parecen ni haberse interrogado sobre la
constitucionalidad de esto que todos conocemos.
El trabajo “en negro” es constitucional.
Se bajan jubilaciones obtenidas de pleno derecho después de una vida. Se
mantienen congeladas miles de jubilaciones cuyo monto serviría para pagar una
cena con amigos (no muchos) de funcionarios nacionales del área social. Se ha
naturalizado que la jubilación ya no sea un reconocimiento social a una vida de
trabajo y aportes mensuales, sino una burla que castiga a los productores de la
riqueza nacional (que en cantidad cada vez mayor disfruta un número cada vez
menor de familias). Ahí está otra vez nuestra constitución esperando ser cumplida
para resguardar los derechos de nuestros viejos.
Bajar jubilaciones, y hambrear a millones de seres humanos mayores de
edad es constitucional.
Cada cuatro minutos un trabajador argentino pierde su empleo, y el estado
nacional da el ejemplo dejando en la calle a miles de personas con sus angustias,
sus familias sufriendo, su incertidumbre destructiva. Eso que cómodamente los
funcionarios nacionales transforman en un porcentaje de desocupados,
semiocupados o seres humanos que buscan ese peso con el cual “se arreglan”
cada vez más familias argentinas, es el taparrabo matemático del aumento
creciente de delitos, enfermedades evitables, y desesperanza para millones de
compatriotas que no pueden entender que en el granero del mundo esté faltando
pan para la mayoría. El Estado nacional condena “constitucionalmente” a la
desesperación a los empleados públicos que expulsa y a los que aún mantiene no
se sabe por cuánto tiempo.
El desempleo creciente y el despido de trabajadores incluso por el propio
Estado es constitucional.
¿Para qué seguir con la lista de decisiones políticas que condenan a la
pobreza, la miseria, o la indigencia a un número cada vez mayor de seres
humanos en nuestro país? ¿Para qué seguir si son constitucionales? Ya se sabe
que nuestra Carta Magna es la Ley de Leyes…
En el mismo país, en una provincia de esas que llaman chicas –hablo de
San Luis– se toma una decisión luego convertida en ley provincial que restablece
el salario mínimo, vital y móvil, que en los hechos significa para los empleados
públicos un aumento significativo de los salarios más bajos. En lugar de despidos
o rebajas salariales se restablece una vieja conquista laboral, que parecía ya
integrar la lista de desaparecidos. Tan importante ha sido este hecho que la
oposición política de San Luis presentó un proyecto alternativo de minoría.
Sancionada la ley con los aumentos salariales y garantías que legisla, se la
empieza a atacar con el argumento de su anticonstitucionalidad. La misma
oposición que participó del debate parlamentario con su propuesta luego cae en la
cuenta que todo no ha sido un incumplimiento inconstitucional. Lo mismo dicen
otros sectores económicos que disfrutan de la inconstitucionalidad de los despidos
masivos, los vaciamientos con trabajadores en la calle, el trabajo “en negro”, el
incumplimiento de sus aportes jubilatorios, las inseguridades laborales y otras
etcéteras.
Esto hace necesario, o casi inevitable que uno se pregunte: ¿cuántas
constituciones hay? Porque pareciera que existe una que avala y garantiza las
injusticias sociales y otra que garantiza derechos, particularmente a los
desprotegidos y explotados.
No parece casual que hoy en San Luis se use la Constitución Nacional para
descalificar una ley provincial que favorece a los más humildes, y los argumentos
leguleyos olviden que hay un sufrimiento humano producto de una política
económica para la cual la timba de la Bolsa o del nuevo entretenimiento al que
bautizaron riesgo país, es más importante que la pobreza, la Salud Pública, la
vivienda popular, la educación y los derechos humanos.
Pongamos esto en el centro del debate público, y entonces volverá a
escucharse a Juan Bautista Alberdi: “Ninguna Constitución puede estar por
encima del bienestar y felicidad de nuestros pueblos; lejos de ello, la Carta Magna
debe servir para garantizarlos”.
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Artículo publicado en El Diario de la República, de San Luis, el día 7/5/01.
¿POR QUE HOSPITALES?
“El que concede en las palabras,
concede en los hechos”
Sigmund Freud
Los tiempos históricos y sociales construyen diversas formas de lenguaje.
Así como los adolescentes se expresan distinto de los viejos, los momentos que
las sociedades viven, determinan también las palabras que cotidianamente
usamos.
En estas épocas de crudo economicismo nos ha ido sucediendo que el
habla diaria fue recogiendo expresiones y giros verbales directamente importados
de la macroeconomía y las tareas contables. Así por ejemplo se nos ha hecho
común que cuando algo no nos resulta convincente o comprensible, decimos:
“Eso no me cierra”. Lo que cierra o no son las cuentas económicas que como hoy
vemos rigen a la vida de los hombres prescindiendo de lo humano. Es tan habitual
escuchar discursos oficiales que nos convencen sobre la necesidad imperiosa de
“que las cuentas cierren” –aunque no haya salud, educación, seguridad– que ese
tecnicismo se nos ha pegado en el habla diaria.
Esto mismo ha ido sucediendo en el campo de la salud. La palabra paciente
ha sido reemplazada por “cliente”, o “usuario”. Si denominamos al enfermo como
cliente, de hecho estamos definiendo al acto médico como una transacción
comercial, donde el médico pierde su condición de profesional de la salud para
transformarse en expendedor de una mercancía.
Usuario es una persona que usa un servicio u objeto que le es
proporcionado por otro al que en general se llama proveedor. Este lenguaje propio
de tenedores de libros ha inundado la medicina, destruyendo el instrumento
terapéutico principal: la relación médico paciente. En estas épocas en que la salud
ha pasado a ser un formidable negocio es lógico que se use este lenguaje
deshumanizante, al que se suele presentar como progresista y actualizado
científicamente. En realidad se niega de este modo el acto solidario y humano que
es esencia de la práctica médica, y se lo deja como una transacción más, al lado
de la compra irracional de aparatología médica. No puede pensarse en una
medicina humana cuando se jerarquiza más a la sofisticación tecnológica que
debiera estar aliada a la relación médico-paciente. Olvidando el papel esencial del
diálogo, el contacto o la escucha humanos: ¿Quién contiene la angustia, la crisis
vital, la tristeza, que producen la enfermedad y el sufrimiento?
Esta marea economicista trasladada al campo de la salud busca “que las
cuentas cierren” aunque así los enfermos sean “acompañados” por moderna
tecnología frente a la que los profesionales quedan reducidos al papel de simples
lectores de informes técnicos sobre pacientes que no conocen.
Estas reflexiones me surgieron gracias a un amigo con el que cada tanto
nos obsequiamos mutuamente momentos de charla nutritiva y él me decía: “Hay
que cambiar la denominación de los hospitales. Esa palabra está muy
desprestigiada”.
Yo le decía que a mi parecer lo que hay que hacer es recuperar el sentido
de la palabra hospital: originariamente es “el lugar donde se alojan huéspedes o
amigos”, y ser hospitalario es “prepararse para atender bien a huéspedes o
visitantes”. La pregunta podría ser ¿son hospitalarios nuestros hospitales?
Seguramente que sobre ello hay polémica, pero es difícil responder
afirmativamente si lo que sigue rigiendo la vida sanitaria son las leyes de mercado,
que entre otras cosas han forzado a adquirir aparatología costosísima y de corta
vida, porque siempre aparece algo de “ultima generación” dejando obsoleta
maquinaria todavía útil. El mismo marketing ha ganado a los “usuarios” o “clientes”
que suelen exigir al profesional les sea realizada una práctica sofisticada de alto
costo para considerarse bien atendidos, aunque eso no esté médicamente
indicado.
La rehumanización del acto médico, depende no sólo de los profesionales.
Es una batalla cultural que exige abrir este debate a la comunidad, en las
instituciones y poderes públicos, sabiendo que se está hablando de una de las
consecuencias de la mercantilización sanitaria impuesta por poderosos intereses
económicos que lucran con la enfermedad, mientras que nuestro deber es hacia la
salud de la población, su preservación, su promoción y eventualmente su
recuperación.
Por eso nuestras instituciones sanitarias deben ser hospitales.
Al amigo que generó este diálogo le debo agradecer haberme estimulado a
escribir estas líneas. Le pido que también participe del debate que quizás abra
esta nota.
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Artículo publicado en El Diario de la República, de San Luis, el día 12/5/01.
ESOS “ELEMENTOS”
“Hay elementos políticos involucrados en esto” dijo el señor presidente
Fernando De la Rua en tono descalificador. Es muy probable que cuando el señor
presidente dice “elementos” se refiere a seres humanos, sus representados,
ciudadanos, personas, es decir: cosas.
La frase presidencial no está referida a los centenares de ñoquis de Franja
Morada que gracias al favor deshonesto reciben planes Trabajar para hacer
política en la Universidad, o al escándalo de los sobornos en el Senado, donde
como sabemos hubo tantos “elementos políticos involucrados en esto”. Se refiere
según los diarios del 16 de mayo al reclamo de jubilados, desocupados y
agricultores en distintos puntos del país.
Por lo que uno sabe, el señor presidente de la República ha ocupado
diversos cargos en el Estado en los últimos cuarenta años, gracias a ser también
un “elemento político”, en este caso de la Unión Cívica Radical. Por ello es que
resulta extraño que para descalificar a quienes se oponen a su política, el señor
presidente diga que se trata de seres humanos (elementos) políticos. Es cuando
uno recuerda los bellos discursos oficiales en los que se convoca a la población a
participar en política, y a ocuparse de los destinos de la Patria tomando cada uno
en sus manos iniciativas también políticas. Quizás sin proponérselo, el doctor De
la Rua haya desvalorizado su propia condición de hombre político, o haya
supuesto que la política es algo que pueden ejercer los que no protestan.
Seguramente ha influido que hoy por hoy quienes gobiernan no sean los políticos
sino los ministros de Economía.
Sobre el mismo tema se expidió también la ministra de Trabajo, de tan
lúcida intervención en el conflicto de Aerolíneas Argentinas. La doctora Patricia
Bullrich Luro Pueyrredón Cantilo –la proletaria de los cuatro apellidos– corrió en
ayuda de tan convincentes argumentos del señor presidente diciendo: “Es un
fenómeno absolutamente organizado”.
Esto naturalmente no haría sino desacreditar a esos “elementos” dado que
los mejores ejemplos deben tomarse de quienes dirigen los destinos de la Nación.
Y como ellos no se caracterizan justamente por su organización, estar frente a
este tipo de “fenómenos” representa un mal ejemplo. O, por lo menos, visto desde
la Casa Rosada, de algo totalmente envidiable.
Para coronar tanta sensibilidad popular y deseo de brindar soluciones
contra la desocupación, la miseria y la angustia de los humildes de nuestro país, al
señor ministro del Interior, doctor Ramón Mestre dijo: “el Ministerio del Interior
puede enviar la Policía Federal, la Gendarmería Nacional o la Prefectura de
acuerdo al hecho”. Uno podría pensar que el gobierno nacional tomaría estas
medidas frente al contrabando de ganado que aparentemente introdujo la aftosa
en nuestro país, o para terminar con la impunidad que genera tanta desesperanza.
Lo que enuncia como posibilidad es que estos reclamos sean “resueltos” por
instituciones instaladas en la desconfianza social, dado que las páginas policiales
de los diarios hoy registran más delitos cometidos por uniformados que por civiles.
¿Pueden no reclamar los jubilados con la humillante retribución que
reciben? ¿Pueden quedarse de brazos cruzados los desocupados frente a sus
familias, a sus hijos? ¿Los agricultores que sufren inviernos crudos y cosechas sin
valor, deben callarse la boca?
¿Y si se probara un pequeño cambio?
En lugar de Gendarmería: empleo.
En lugar de Policía Federal: jubilaciones dignas.
En lugar de Prefectura: defensa de la producción agrícola.
Quizás en ese caso estos “elementos” podrían ser tratados como seres
humanos y la economía puesta al servicio de los hombres y mujeres que aún
creen en nuestra Patria (y no en otras). En el trabajo (y no en la corrupción o los
negociados) en que llegar a viejo en la Argentina es un título de valor humano.
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Artículo publicado en El Diario de la República, de San Luis, el día 20/5/01.
ENTRE LOQUERO Y VIALIDAD
Por error ha llegado al hospital de Salud Mental de San Luis la factura de la
Dirección de Asistencia Social, correspondiente al suministro eléctrico prestado
por EDESAL en el mes de mayo de este año. El domicilio al que se envía la
factura es “Acceso Eva Perón N1 Puerta 0032”. Como aparentemente esa
dirección es imprecisa, para ayudar al correo que distribuye la factura se le indica
que el domicilio al cual debe dirigirse está ubicado “entre Loquero y Vialidad”. Con
el fin de prestar nuestra colaboración y hacer llegar la factura a su destinatario
buscamos en un plano de San Luis una calle que se llame “Loquero”. No la
encontramos.
Luego se nos ocurrió que pudiera ser algún accidente geográfico dentro de
la ciudad, cercano al Barrio Eva Perón. Ni en Catastro ni en la Municipalidad nos
pudieron dar alguna respuesta para encontrar ese preocupante lugar, paraje,
sendero, o grupo de viviendas llamadas “loquero”. Como se construyen casas de
planes provinciales, sucede que muchas veces uno se asombra de encontrar
barrios nuevos donde antes no había nada. Pero tampoco pudimos encontrar este
enigmático “Loquero”.
Entonces nos ayudó reparar en que la otra referencia que se daba en la
factura era vialidad. Y resulta que Vialidad es una institución vecina nuestra en el
barrio Eva Perón. Por lo tanto “Loquero” debía ser alguna casa o institución que
hace años estuvo en donde ahora está el hospital. Sin embargo la cuenta de
EDESAL está fechada –como ya dijimos– en mayo de 2001. Por lo tanto la
conclusión es obvia: “Loquero” es nuestro hospital, que paga regularmente su
cuota de electricidad. No quisiéramos tener que pagar también la factura de
“Loquero”.
Es tan torpe el uso de esta palabra para designar un hospital, que uno se
pregunta ¿Cómo se llamarán así mismos quienes son responsables de tan
ofensiva discriminación? ¿Cómo llamarán a la institución a la que pertenecen?
¿Cuerdero? Señores de EDESAL: ustedes reflejan preocupación por el avance y
actualización científica y cultural a través de sus Becas al exterior. ¿No es
momento de recordar que la caridad bien entendida empieza por casa? ¿No será
oportunidad de aprender que aquí se entienden y trabajan seres humanos, diarios
luchadores contra el sufrimiento de la enfermedad, y la descalificación humillante
de algunos sectores de la comunidad?
Seguir creyendo (casi digo pensando) que hay un lugar que deposita a los
locos –un loquero– solo sirve para creer que la locura colectiva está depositada y
encerrada en un lugar, y que afuera de ese depósito están los cuerdos y sanos. Es
una paradoja que una empresa moderna acepte ideas tan medievales.
De todos modos me cabe el agradecimiento: gracias a ésta factura he
podido volver a aclarar humillantes prejuicios, también a tranquilizarlos a ustedes
porque no están solos, hay todavía gente retrógrada que habla y piensa así.
La factura esta a vuestra disposición en el hospital de Salud Mental de San
Luis.
Post Data: Según enciclopedia Salvat 1996 la palabra loquero significa
barullo molesto por ruidoso. También significa Jaula para locos.
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Artículo publicado en El Diario de la República, de San Luis, el día 6/6/01.
FEDERICO GARCIA LORCA
Si muero…
¡Déjame el balcón abierto!
El segador siega el trigo
desde mi balcón lo veo.
Si muero
¡Déjame el balcón abierto!
Federico García Lorca
Soy lector habitual del suplemento dominical de “El Diario”. Creo que
representa un esfuerzo por ofrecer un espacio cultural y de intercambio merecedor
del más franco reconocimiento. Con este espíritu de diálogo escribo en torno de
una nota publicada el domingo 24 de junio titulada “Mueren contentos: hicieron
arte suficiente”.
El autor habla de artistas que luego de producir una obra trascendente
murieron jóvenes. Músicos contemporáneos del rock, Mozart, Gardel, Esteban
Echeverría, Arlt, Gilda, Rodrigo y Marylin Monroe, entre otros, figuran en
heterogénea lista. A llegar a los poetas españoles menciona dos: Gustavo Adolfo
Bécquer y Federico García Lorca. Allí dice: “También coinciden en que sus
muertes se produjeron antes de los cuarenta con sus carreras poéticas ya
absolutamente consolidadas” y luego agrega sobre Lorca: “Los cantos del
segundo (García Lorca), siempre atormentado y sufrido porque su amor, Salvador
Dalí prefirió Gala, dejaron de ser a los treinta y siete”.
Hasta aquí el párrafo de la nota en el que me detuve.
Lo de Lorca no fue una muerte: fue un asesinato. Cayó fusilado por el
fascismo español. En ello nada tuvo que ver algún desengaño amoroso, sino el
carácter del poema lorquiano, que se atrevió a incorporar a la cultura universal lo
más profundo del arte popular, el canto, la historia, el baile, el lenguaje del pueblo
del sur de España. Tuvo Federico la misma suerte del pueblo gitano que cantó.
Uno y otro fueron asesinados por los nazis. La reciente y dolorosa −también
necesaria−exposición sobre el Holocausto, en San Luis, nos volvió a mostrar la
diferencia entre muerte y genocidio.
Cuando en lugar de asesinato se habla de muerte, se oculta al responsable,
a la vez de descalificar a la víctima. Lorca no fue preso de los tormentos y
sufrimientos amorosos, sino de un pelotón fusilador para el cual rescatar la secular
resistencia del cante jondo, era un modo de enfrentar al franquismo.
Difícil imaginar qué sintió en su final el poeta. La versión oficial escrita por
Franco intentó justificar el crimen fabricando una historia íntima de Federico, pero
esa “muerte a los 37”, formó parte del bombardeo al pueblo vasco en Guernica, y
fue uno de los hechos “culturales” fascistas españoles junto a la prisión y muerte
de Miguel Hernández, el exilio forzoso de Jiménez de Asúa, la expulsión de Mira y
López o Picasso.
Quien lee a Federico García Lorca, sabe que cantó a la libertad y a la
justicia sin sufrimiento ni tormento, sino con alegría popular milenaria.
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Artículo publicado en El Diario de la República, de San Luis, el día 1/7/01.
SOBRE LA NO EXTRADICION DE ASTIZ
El Poder Ejecutivo Nacional, con una celeridad para tomar decisiones que
no es lo que justamente lo caracteriza, ha expresado que no extraditará a Astiz. Y
lo ha anunciado antes que el pedido formal de Italia o Francia se haga efectivo.
Millones de desocupados, indigentes y desamparados, sin duda desearían igual
velocidad y ejecutividad para instrumentar políticas sociales que contemplen sus
angustiantes necesidades.
El Ministerio de Defensa, doctor Horacio Jaunarena, acaba de anunciar, en
nombre de los principios de soberanía nacional, que Astiz debe ser juzgado por
jueces argentinos. “El gobierno mantiene este principio convencido de que ésta es
la manera de preservar un principio esencial de soberanía” expresó el Poder
Ejecutivo Nacional.
Como es sabido, están planteados en este campo dos principios: uno que
jerarquizando el valor de los crímenes de lesa humanidad, define la necesidad que
los mismos sean juzgados y condenados por la comunidad internacional, más allá
de los límites establecidos por la territorialidad.
De otro lado, en función de la defensa de la soberanía de las naciones, se
plantea que esos crímenes deben ser juzgados por los jueces del país.
No es objeto de esta nota desarrollar las diferencias o fundamentos de uno
y otro principio, sino señalar que ambos lo que enuncian es que los crímenes,
juzgados por uno u otros tribunales, deben ser condenados, tal como ya lo ha
hecho la sociedad argentina, la cual no acepta que estos genocidios reciban como
máximo el castigo de un arresto domiciliario sospechable de liviandad, o el destino
de alguna “reclusión” en ámbitos de distintas fuerzas de seguridad, donde lo
esperable no es justamente que los criminales sean tratados como tales.
No deja de ser un dato curioso, que el gobierno nacional se pronuncie tan
claramente en defensa de la soberanía nacional, toda vez que las cuentas
argentinas, los votos en organismos internacionales, o la defensa del propio
territorio, son decididos fuera de la Argentina por los centros de poder mundial que
prolijamente monitorean y dictan cualquier decisión gubernamental.
Pero lo que es tan grave como ello: el anuncio del señor ministro de
Defensa Nacional no explicó porqué a veinticinco años de los crímenes cometidos
los jueces argentinos no han condenado a Astiz. Lo que no explica el doctor
Jaunarena, es que el principio de soberanía se aplique al militar que entregó una
parte de nuestro territorio sin pelear, tal cual es su función. Aún están frescas en
nuestra memoria fotográfica de un engominado y elegante marino rubio enfundado
en su uniforme militar almidonado, firmando la entrega sin defensa y con cobardía
de una parte de nuestro territorio. Claro, él estaba preparando para otra cosa: tal
cual lo afirmara en un reportaje él es el más capacitado para matar a cualquier
hombre que moleste por sus ideas.
Lo que el doctor Jaunarena ha comprometido es que continúa la
impunidad. Lo hace en nombre de un sentimiento muy caro a los argentinos: su
soberanía y autodeterminación. Impunidad para quienes transformaron a nuestra
patria en cárcel y a Martínez de Hoz en prócer.
Impunidad y lealtad con viejos amigos.
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Artículo publicado en El Diario de la República, de San Luis, el día 9/7/01.
EL VALOR DE LAS PALABRAS
“Las palabras sirven más para ocultar que para definir”
Josep Goebbels. Jefe de la propaganda nazi
Hace algo más de siete meses una palabra inundó nuestros sentidos:
blindaje. El entonces ministro de Economía nos anunció la alegre llegada de miles
de millones de dólares a nuestro país, para hacer de la Argentina un país
acorazado, con gruesas planchas de acero, invencible, remaches indestructibles, y
un futuro esplendoroso. El serio y analítico comunicador social Daniel Hadad lo
definió como un verdadero “regalo de Reyes” para nuestro país.
Pocas (poquísimas) semanas después sólo nos quedaban remaches.
Pero escaso fue el tiempo que transcurrió hasta la próxima buena nueva:
estábamos logrando el megacanje. La avasallante figura del ministro de
Economía había logrado que el ingenuo Fondo Monetario, los novatos financistas
españoles (esos de Aerolíneas), a los filántropos banqueros que lavan, secan y
almidonan narcodólares, nos pidieran que postergáramos para algunas décadas
más adelante el pago de la deuda. Ahora si: enseguida vendría la salida de la
crisis.
¿Se acuerda usted del mágico megacanje? Fue este año.
Afortunadamente pronto se agregó otra solución: el factor empalme. Esta
palabra a uno le surge líneas ferroviarias, cruces y trabajo para miles de personas.
Pero viendo lo que hoy queda de esos empalmes entre óxidos y yuyos, este
vocablo novedoso no podía estar inspirado en algo tan decrépito. Pasados los
días aprendimos que gracias a este recurso inédito, antes 1 dólar valía un peso, y
ahora 1 dólar valía un peso con cuatro centavos, pero que igual la paridad
cambiaria seguía 1 a 1. Son las leyes económicas de David Copperfield.
Bienvenidas, porque con esto el futuro se despejaba definitivamente.
Pero no: en estos días el gobierno nacional anunció la rebaja de sueldos en
los empleados públicos, las bajas de las jubilaciones y la prioridad absoluta que
tienen los centros financieros internacionales para no hacer cola mensualmente
frente a la ventanilla de cobro, porque se les mandan los dólares a domicilio.
Dichos anuncios podrían hacer pensar en lo que antes se llamaba ajuste. Esa
antigua palabra no es correcta ahora. El Poder Ejecutivo nacional nos ha
enseñado que el término correcto es déficit cero: se gasta lo que se recauda.
Por ejemplo si usted disfruta del privilegio de un Plan Trabajar nacional
puede derrochar 4,50 pesos por día, o si prefiere toda junta la mensualidad en un
día, y luego tiene sobrado tiempo para la meditación trascendental. O si usted es
un desocupado queda libre de preocupaciones: no debe recaudar nada ¿Se da
cuenta?
Blindaje, Megacanje, Empalme, Déficit Cero.
Don Arturo Jauretche, poderoso esgrimista de la sátira, decía que cuando
“los gobiernos usan palabras raras para hablarle al pueblo, es porque hay gato
encerrado”
Hoy, ese gato debe estar flaco de hambre.
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Artículo publicado en El Diario de la República, de San Luis, el día 21/7/01.
“AY, PATRIA MIA…”
Esas fueron las palabras con las que dejó este mundo, el revolucionario
Manuel Belgrano.
No pudieron dejar de retumbarme interiormente cuando leí el diario “Clarín”
del 29 de julio.
En su página 20, el señor secretario de Finanzas del gobierno nacional,
Daniel Marx, se refiere a lo que él y todo el Poder Ejecutivo llaman el “aporte
patriótico”. Dice el funcionario:
“Ya tenemos el compromiso de poner la plata de buena parte de las
empresas. Pero todas están a la espera de que se defina la tasa de interés”.
En días posteriores ha trascendido (nunca se sabe del todo) que esa tasa
sería del 7 al 8 %, juntándose mil millones de pesos.
Según reza el diccionario la palabra patriotismo significa amor a la Patria.
En este caso se trata de un amor al 8%. Ya supimos en épocas del canciller Di
Tella lo que fueron las “relaciones carnales”. Ahora este generoso cariño –no lo
podemos llamar desinteresado– me hace temer por esa gran Dama ultrajada
llamada Patria.
Daniel Marx en su condición de funcionario de De la Rúa y Cavallo, que es
compatible con ser empleado del JP Morgan, la misma empresa que para timbear
en mejores condiciones dibuja todos los días el famoso “riesgo país”, que a la luz
de los hechos también podría llamarse “riesgo Morgan”.
En la página 26 del mismo diario se lee: “Diferencia récord: los ricos ganan
26 veces mas que los pobres”. En Europa y en EEUU –eterno ejemplo del equipo
gobernante de la Rosada–, nunca sobrepasa el 10%.
La noticia aclara que es la peor desigualdad de la historia en nuestro país.
Para ser más claros: mas de medio millón de seres humanos en Capital y Gran
Buenos Aires (eso es la Argentina para “Clarín”) gana entre 5 y 145 pesos por
mes. Este informe no ha sido elaborado por delincuentes piqueteros, sino por el
INDEC, una organización estatal la cual aclara que las diferencias son aún
mayores (cuarenta veces) por el llamado “efecto vergüenza”. Este consiste en que
los ricos declaran ingresos menores para poder evadir impuestos, y los pobres
abultan algo las cifras porque se sienten mal declarando su miseria.
Como se verá lo que el Poder Ejecutivo Nacional llama “vergüenza” de los
ricos se puede traducir al castellano básico como desvergüenza evasora; y la
“vergüenza” de los pobres como hipocresía de funcionarios nacionales que ocultan
los resultados de su saqueo sistemático a familias desesperadas y hambreadas.
¿Las reiteradas rebajas de sueldos a los más pobres, los despidos, la
miseria y la humillación diaria que sufren millones, forman parte del “patriotismo al
8%”?
¿El gobierno nacional está dispuesto a devolver con interés el préstamo
forzoso que tomó de empleados y trabajadores en los sucesivos (y futuros) ajustes
y bajas de salarios? ¿Va a pagar indemnizaciones a las familias que diariamente
pierden un promedio de cincuenta niños por causas evitables si el Ministerio de
Salud cumpliera con sus obligaciones?
Hace una semana dos hombres sencillos de San Luis, ex combatientes de
Malvinas, nos visitaron en el Hospital de Salud Mental, y fueron emocionadamente
reconocidos en su patriotismo por todos los que allí trabajamos. Nos hablaron de
su orgullo, del pedazo de tierra argentino por el cual lucharon y siguen adelante.
No hablaron de ninguna tasa de interés. Compartieron una tasa de
chocolate caliente y alguna torta que orgullosamente hicieron muchos
profesionales y trabajadores de la salud en sus casas.
Ahora recuerdo que tampoco ninguno de ellos pidió alguna tasa “patriótica”
de interés por aportar a ese fondo.
Señor Marx: usted desconoce estos humildes hechos que a diario siguen
sucediendo en nuestra Argentina. Y si los conociera se reiría de ellos, porque no
dan puntaje para el riesgo país que fabrica JP Morgan, banca heredada de esos
hombres que surcan los mares con un ojo tapado. Se llaman piratas.
Quizás haya llegado la hora de hablar de “riesgo gobierno nacional”.
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Artículo publicado en El Diario de la República, de San Luis, el día 7/8/01.
SALUD MENTAL Y DERECHOS HUMANOS
¿Puede pensarse en que haya Salud sin libertad?
Bien sabemos los Argentinos que no. Nuestra historia nos lo enseña
reiteradamente. Poder expresarse, escuchar, debatir, estimular nuestra capacidad
de pensar, de sentir, de crecer como personas.
El silenciamiento, la censura, ofenden la condición humana.
El ataque a la dignidad de los hombres y mujeres abre heridas y genera
tensiones grupales o sociales cuyo resultado es un malestar que busca
expresarse pero se agrava al no encontrar posibilidades de expresión.
Como vivimos hace 25 años, cuando se impone la censura, en la realidad
se busca que cada uno se autocensure, se amordace, y vaya empobreciendo el
campo de las ideas.
Finalmente aparece el miedo: no se sabe hasta dónde y hasta cuándo se
puede hablar y decir.
De ahí que trabajar la relación entre Derechos Humanos y Salud Mental,
significa habitar un espacio necesario y saludable para toda la comunidad.
Que visite San Luis la doctora Diana Kordon, docente universitaria en
nuestro país y el extranjero, médica psiquiatra que ha trabajado clínicamente en el
campo de los efectos psicológicos de la censura y la falta de libertad, y de una
amplia participación en los movimientos de derechos humanos, todo ello,
responde a una necesidad de cimentar el estudio científico, fundamentar los
campos teóricos y enriquecer el conocimiento.
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Artículo publicado en El Diario de la República, de San Luis, el día 15/8/01.
DE PLOMEROS Y DE CARPINTEROS
Personajes
-Mister Paul O’Neill, secretario del Tesoro de EEUU.
-Un numeroso e impreciso grupo de carpinteros
norteamericanos con sus atuendos característicos.
y
plomeros
Escenografía
Un enorme local de Mc Donald’s, acorde con la multitud de personajes. La
ambientación del citado local puede ubicarse en cualquiera de los estados de
USA: Pensilvania, Michigan o Argentina.
Acción
Al levantarse el telón, mister Paul O’Neill trata de explicar a la enorme
concurrencia de ruidosos carpinteros (con o sin overol) y plomeros (con o sin
plomo) el destino de 50.000 dólares que cada uno de ellos viene entregando
anualmente al altísimo funcionario para obtener intereses y custodiar su capital. El
griterío y los reclamos de cada personaje van creciendo e inundan la escena,
mientras el interpelado sufre porque su voz no alcanza a escucharse. No obstante
el espectador advierte que le exigen conocer el destino de sus ahorros (obtenidos
gracias al aserrín y las goteras). Se llega a un clima dramático cuando mister
O’Neill dice que las inversiones se hicieron en el estado más conflictivo de la
Unión: Argentina. Mientras el desconcierto y el furor ganan a los artífices de
cañerías y maderas, el telón cae dubitativamente al ritmo del riesgo país, que a
veces sube y a veces baja.
Fin
Esta obra, en realidad obrita, está próxima a estrenar en Broadway rodeada
de gran expectativa, dado que es un reality show con gran repercusión en la
prensa de todo el mundo. Incluso en San Luis, El Diario de la República del
sábado 18 de agosto, en página 14, reprodujo declaraciones de mister O’Neill: “Se
trabaja para encontrar un camino que cree una Argentina sustentable, no sólo uno
que continúe consumiendo el dinero de los plomeros y carpinteros en EEUU que
hacen 50.000 dólares al año y se preguntan qué diablos estamos haciendo con su
dinero”.
Debemos aportar argumentos a mister O’Neill para que siga contribuyendo
a nuestra salvación. Mientras se juega la escena, él puede explicarles a esos
proletarios de la usura que con su dinero están haciendo (en Argentina) lo
siguiente:
-Reduciendo sueldos de jubilados o empleados públicos que son algo
inferiores a los 50.000
-Que están logrando récords de desocupación para publicar en el libro
Guiness.
Que en los desmantelados e inútiles edificios de escuelas y hospitales se
organizarán carpinterías para serruchar a quienes se les crucen, y plomerías para
darles con caños a los sobrevivientes.
Que con la Antártida que Argentina les regale habrá whisky “on the rocks”
casi gratis para todo el mundo.
Que todo esto es posible porque en Argentina cuentan con la inestimable
colaboración de un reality show llamado “El gran hermano” o “El gran cuñado”
según los canales que lo emitan. (En Miami se retransmite como “The big
Fernando”).
También podría ser que esos ahorrillos hayan sido invertidos en otros
países.
En ese caso las explicaciones tranquilizantes para los ahorristas podrían
ser: Invertimos para quedarnos con Colombia y armar allí planes más ambiciosos
tipo Vietnam.
Organizaremos los festejos de los 40 años de bloqueo a Cuba para vender
los derechos de televisación mundial de dicho espectáculo.
Bombardearemos parques de diversiones sospechosos en Irak, Irán,
Bosnia, Kosovo o La Matanza.
Continuaremos con el liderazgo mundial en el consumo de cocaína, heroína
y otras golosinas.
No sé bien porqué recuerdo una frase escrita hace unos años: “Mister
O’Neill, no nos dé una mano, sáquenos las manos de encima”.
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Artículo publicado en El Diario de la República, de San Luis, el día 23/8/01.
SALUD DIVINO TESORO
Hace pocos días el líder sudafricano Nelson Mandela decía que estamos
en un mundo en el que tres mil millones de seres humanos viven con casi dos
dólares diarios, y que la mitad de esos tres mil millones son niños.
“Es una afrenta a la moral de nuestra sociedad”. Y agregaba más adelante
que hoy en Sudáfrica de cada dos niños que nacen, uno de ellos nace infectado
de SIDA. Sus llamamientos a permitir que Sudáfrica produjera drogas para tratar
esta desgarrante realidad chocó con el sagrado derecho de propiedad sobre los
medicamentos.
Ya hemos hablado en estas columnas que mister Paul O’Neill, secretario
del Tesoro de EEUU respondiendo a Mandela publicó en el diario “The New York
Times” lo siguiente: “Drogas para el tratamiento del SIDA en Africa? Una pérdida
de dinero, porque los africanos no tienen el concepto del tratamiento del tiempo, lo
cual se necesita para tomar las píldoras en los intervalos del tiempo necesario”.
Como para que mister O’Neill no padeciera de soledad, otro funcionario, el
Administrador de la Agencia Internacional de Desarrollo, mister Andrew Natsios,
declaro al diario “Boston Globe” algo como para hacerle dúo a su jefe del Tesoro.
Así dijo esto: “Muchos africanos no pueden decir la hora porque sólo conocen la
mañana, la tarde y la noche. Además no tienen reloj”. Luego agregó: “¿Cómo
podrían tomar los remedios en hora?”.
No hay duda que las grandes víctimas de este nuevo siglo –donde víctimas
son lo que sobra– deben encontrarse entre los niños. Esto también lo remarcaba
Mandela en la nota publicada por el diario “Clarín” de Buenos Aires hace pocas
semanas.
Casi podría asegurar –preferiría no hacerlo– que el ministro de Salud de la
Nación, el doctor Lombardo no ha leído al líder sudafricano, pero sigue al pie las
afirmaciones de los funcionarios norteamericanos que he transcripto. Por la falta
de dignidad del Gobierno de la Alianza, caben pocas dudas que las opiniones de
O’Neill y de Natsios son inspiradoras de las medidas que el ministro de Salud
toma.
O mejor dicho: cuanto le sirven estos argumentos racistas para seguir
dejando sin atención a miles de seres humanos infectados de SIDA en la
Argentina. Quizás el ministro de la Alianza crea que no sabemos la hora, y esto es
un error de su parte.
Sabemos que ha llegado la hora de dejar de ser empleados genuflexos de
políticas genocidas dictadas por los organismos internacionales de la usura.
Sabemos que ha llegado la hora de acabar con el hambre, la miseria, la
desocupación, el maltrato, la discriminación, la violencia. Quizás muchos pobres
hayan vendido su reloj para comer un día, pero saben qué hora estamos viviendo.
Esta Alianza era la que venía a enseñarnos un nuevo modo de hacer
política.
¿Se acuerda usted? Este es el modo. La novedad ya la conocían hace
siglos los esclavos traídos a América para enriquecer a los mercaderes. (Hoy se
llaman así los mercados).
Doctor Lombardo: no copie en todo a mister O’Neill, no lo tome como
consejo porque usted lo sabe todo, en especial cuando Mirtha Legrand le arma
algún programita especial. Pero no lo siga en todo, porque mister O’Neill esta
siento investigando: su empresa de aluminio Alcoa no pagó impuestos pese a
haber ganado 399 millones de dólares. Eso entre otras bicocas similares.
Y creo que usted no debería seguir este ejemplo, porque todos los
argentinos sabemos muy bien con cuánta preocupación su gobierno está
terminando con los grandes evasores. ¿O no?
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Artículo publicado en El Diario de la República, de San Luis, el día 9/9/01.
LOCURA Y PELIGROSIDAD
Prejuicio es lo que está en un espacio previo al juicio, entendiendo éste
como conocimiento científico y fundado de lo que se habla. Un campo doloroso en
el que esto se expresa es el vinculado al origen étnico o social de los seres
humanos. Ser judío, ser negro, ser pobre, tiene una connotación más allá de las
palabras y de la comprensión.
Algo del campo de la ideología impide el conocimiento, hay un
prejuzgamiento que ya condena de antemano, descalifica, y reduce todo a una
división entre el bueno y el malo.
Así es que resulta inevitable que el prejuicio conduzca a la segregación,
humillación, exclusión de aquellos seres humanos a los que una creencia
infundada ya condenó sin conocerlos o evaluarlos científicamente.
Los malos, que en general son peligrosos, deben ser discriminados,
aislados en ghettos, campos de concentración o manicomios.
El prejuicio ya los ubicó entre las amenazas sociales, y disfrazado de
prevención se impone un castigo deshumanizante a quienes por su origen racial,
religioso, o social, a sus disidencias o enfermedades deben quedar marginados.
Con alta cuota de hipocresía muchas veces este pisoteo de derechos
humanos se lleva a cabo “para proteger” o “cuidar mejor” a los segregados. La
libertad –tan necesaria como el oxígeno que respiramos– desaparece llevando
ahogo y asfixia al espíritu de los excluidos.
Así sucede –entre otros– con los enfermos mentales. Muchas veces se los
rotula por quienes carecen del más elemental conocimiento. Y trae ese rótulo
quedan de por vida señalados como las víctimas de los campos de exterminio,
que aún sobreviviendo llevan en su piel el número con el que se sustituyó su
identidad humana.
Porque todos los locos son malos, irracionales y –sobre todo– peligrosos.
Y en nombre de la racionalidad se les habilita el más indigno enclaustramiento,
donde a su sufrimiento se le agrega la pérdida de dignidad, de libertad, de
propiedades, de familia y de Derechos Humanos.
Con una carencia total de fundamentación siguen siendo definidos como
“peligrosos para sí y para terceros”. Lo hemos vuelto a leer en días recientes.
Basados en un Código Penal próximo a cumplir un siglo, prejuiciosos intérpretes
deciden el futuro de familias enteras.
No importa que los avances científicos hayan cambiado radicalmente la
visión y el tratamiento de la enfermedad. Parece más importante insistir en la
oposición entre ciencia y derecho, cuando éste mismo es un conocimiento
científico que ha evolucionado con el devenir histórico.
En “Homicidios cometidos por enfermos mentales. Mitos y realidades”,
publicado en el British Journal of Psychiatry Nº 32 de 1999, los prestigiosos
académicos británicos Taylor Gunn J. dicen: “En el Reino Unido las posibilidades
de acertar la lotería y las de morir en manos de un enfermo mental son similares: 1
de cada 55 millones de personas por semana… Como se ha comprobado los
individuos con patología mental que asesinan a otros o a sí mismos, presentan
trastornos de la esfera de la personalidad combinados con consumo abusivo de
alcohol y drogas.
El resto de la población con enfermedades mentales no implica riesgo para
sí mismo ni para los demás, por lo que no existen razones para que el énfasis de
los medios masivos de comunicación se ponga sobre estos sujetos.
Este accionar crea ansiedad en la comunidad en general que incrementa la
creencia popular de la existencia del peligro… En síntesis la violencia por parte de
enfermos mentales no constituye una amenaza para la comunidad.
Se dirá que esto es válido para un pueblo culto como el ingles (otro
prejuicio). Sin embargo en Argentina el gran maestro Exequias Bringas Núñez,
profesor emérito de la Universidad Nacional de Córdoba y director durante trece
años de la Colonia “Emilio Vidal Abal” en un trabajo “Peligrosidad de los enfermos
mentales” (Rev. Arg. De Psiquiatría Vertex. 1992) dice: “Mantener el encierro de
una persona por el “acaso” que pueda dañarse a sí y a los demás, constituye una
flagrante violación de los derechos humanos por parte de quienes tienen la
obligación de respetarlos y hacerlos respetar”.
Tomando veinte años de la Colonia, a la que ingresaron 17.890 pacientes,
con una población promedio de 4.230 pacientes, hubo una incidencia de suicidio y
tentativas de suicidio del 2,3%. Un solo homicidio. Cuatro agresiones graves de
asilados contra empleados y cuatro casos de autoagresiones que no llevaron a la
muerte. El autor se pregunta ¿qué población argentina de 4.230 personas por
donde pasan otras 17.380 puede exhibir un índice tan bajo de delitos? Y termina
diciendo: “en la época de la última dictadura que vivimos los argentinos, nos
hubiéramos sentido más seguros viviendo con la peligrosidad de los locos que con
los “buenos”del régimen político impuesto por los normales”.
Peligroso para sí y para terceros. Es el caso por ejemplo de los fumadores.
Mueren diez por día de cáncer de pulmón, y obligan a los no fumadores a respirar
aire de humo de tabaco, produciendo también cáncer y otras enfermedades. Debe
agregarse que la nicotina es una droga que genera adicción. Típico caso de
peligrosidad para sí y para terceros. En la Argentina hay diez millones de
fumadores ¿Alcanzará todo el Poder Judicial para librar oficios de internación a
todos estos peligrosos?
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Artículo publicado en El Diario de la República, de San Luis, el día 18/9/01.
OBJETOS Y SUJETOS
Fui uno de los tantos millones. Frente a la pantalla veía repetidas las
increíbles imágenes de aviones estallando contra las Torres Gemelas.
Una y otra vez. Desde distintos ángulos, en cámara lenta, en velocidades
normales, el inminente derrumbe: hasta que ambas moles gigantescas se
desplomaron desapareciendo del paisaje natural de la isla de Manhattan. Todo
parecía un horrible juego electrónico.
Y enseguida la imagen de ese inexpugnable Pentágono derrumbándose
parcialmente, montañas de polvo, auxilios con barbijos, horror en las caras de los
que corrían a ningún lado. Cada secuencia ya vista volvía a ser mostrada con
comentarios y periodistas distintos.
Una sensación que no alcanzaba a precisar dentro de mi daba la impresión
de que algo faltaba. Seguí mirando, hacía záping, oía a expertos de ocasión que
disparaban comentarios de las noticias hechos en serie para decir poco y nada.
Seguía sintiendo –a medida que transcurrían los días– que algo esencial
estaba fuera de la noticia, de las pantallas y de las imágenes.
El fin de semana leí el comentario del periodista J. Elías en el diario “La
Nación” que me ayudó a ver lo que faltaba en esta avalancha informativa. Elías,
partiendo de la hipótesis que en esta guerra no hay neutrales, fundaba su opinión
en hecho que se había destruido los dos emblemas de la cultura occidental: las
torres Gemelas y el Pentágono. Allí me di cuenta que faltaba en la nota del diario
porteño lo mismo que en las pantallas televisivas: seres humanos, el pueblo
norteamericano, los que han sufrido y siguen sufriendo, en carne propia la
violencia creciente del mundo que nos toca vivir.
Los edificios, los esqueletos de acero, los lingotes de oro bajo los
escombros, las paredes tambaleantes del Pentágono. Pero ¿qué pasó con los
seres humanos? Freud enseñó que no hay muerte sin cadáver, y que sin éste, la
difícil tarea psíquica de superar la muerte de los seres queridos ingresa en un
proceso lleno de incertidumbres, de angustias, producto de la falta de certezas por
duras que ellas sean, en una larga y penosa espera de regreso del ausente, que
nunca vuelve, pero sigue estando fantasmalmente en el seno familiar. Los
argentinos conocemos esto por la experiencia de la dictadura militar y sus treinta
mil desaparecidos.
Hoy las noticias desde EEUU no hablan de muerte, hablan de
desaparecidos. Un largo calvario a recorrer por los que nunca van a dejar de
esperar.
Faltó y falta en las pantallas lo principal: el pueblo norteamericano. Ese que
contribuyó a la cultura occidental con Abraham Lincoln o Martin Luther King, aún
llorando por su pueblo. La cultura occidental se enriqueció gracias a Albert Sabín,
Hemingway, Charles Chaplin al generoso trato recibido por nuestro Jorge Luis
Borges, el asilo dispensado a Bertolt Bretch, Einstein, Marc Chagall, o Nureyev.
Esos aportes del pueblo norteamericano siendo occidentales contribuyeron –entre
muchos otros– a la cultura universal.
Dylan Thomas, Mark Twain, George Gershwin, Louis Armstrong, el pueblo
norteamericano del que todos ellos son y fueron parte, no está en las pantallas
informativas. Lo están los objetos del culto a un poder que justamente se olvidó de
sus hombres y mujeres.
Habíamos visto el bombardeo de Irak, la guerra de Bosnia, las masacres de
Kosovo. Miles y miles de seres humanos con sus hogares destruidos, cadáveres
de todas las edades, caravanas pidiendo ayuda, el horror humano de la
destrucción.
Todo eso es lo que más nos llega a la conciencia y el corazón para que
seamos millones los que activamente luchamos por la paz.
Nos dicen que los desaparecidos son diez mil, quince mil, cinco mil. Son
números. Sus familiares que no viven de ese modo el drama, pegan fotos en
hospitales, paredes, terminales, buscando a familiares, amigos y vecinos.
Ellos siguen tras lo que parece no ser noticia, ni contribución a la cultura
occidental, ni sentido último de la sociedad y la civilización: los seres humanos que
componen su pueblo.
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Artículo publicado en El Diario de la República, de San Luis, el día 23/9/01.
EL VOTO MISTERIO
Conocíamos el voto positivo. Es ése al que el Sr. Presidente de la
República pidió respaldar pocos días antes de la elección. Así como De la Rua no
escucha, el pueblo argentino tampoco escuchó.
Conocíamos el voto anulado, el voto en blanco, la abstención. No son
nuevos en la política argentina. Cuando el año pasado la Alianza ganó en Capital
(lo que ahora se llama Ciudad Autónoma de Buenos Aires), el Dr. Aníbal Ibarra
obtuvo casi el 50% de los votos emitidos, y esto fue ampliamente festejado por los
formadores de opinión porteños, sus diarios, sus canales televisivos y un puñadito
de parejas de baile de la Alianza UCR-Frepaso alrededor del Obelisco. Tal como
en el ´99, los festejos no los hizo el pueblo en las calles, sino los nuevos
funcionarios en los medios.
Pero lo que se ocultó ya en la elección de Ibarra, fue que la tercera parte
del padrón electoral se abstuvo de votar, y que el intendente gobernador obtuvo la
mitad de los dos tercios restantes. Vale decir: que ganó con algo más de la tercera
parte de las voluntades humanas empadronadas. Esa señal tan clara no se quiso
ver, y alegremente se continuó con un modelo económico social de sometimiento,
indignidad, miseria y sufrimiento. Cavallo vino a remachar la propuesta con su
venta de ilusiones.
Ese tercio de seres humanos que ni concurrió a votar entonces, eran
también seres humanos ausentes en las urnas, vivían en la Ciudad de Buenos
Aires, bastión inexpugnable del aliancismo, tan inexpugnable como el ocultamiento
de la realidad que practicaron desde el gobierno nacional. Había ganado aún a
ese costo. Con eso bastaba.
Hoy nacionalmente diez millones de argentinos se abstuvieron, votaron en
blanco o anularon su sufragio. Los mismos medios de desinformación que sólo
hablaron de aquel triunfo de Ibarra, hoy llaman a tener prudencia con la
interpretación política de esta realidad inocultable. ¿Qué clase de analistas
políticos, o expertos en medios son, que no entienden las causas –seguramente
varias– de lo que expresan casi la mitad de los habilitados para votar? Ahora hay
que tener cuidado, investigar bien previo a emitir opinión ¿Antes no? Parece que
este pronunciamiento electoral trajo el parto de un nuevo tipo de voto: el voto
misterio. Hay que esperar, consultar mucho, escuchar expertos que inventen
palabras desconocidas para este hecho tan raro e inexplicable.
Pero aún “sin entender” (o no querer entender) para este fenómeno tan
masivo ya aparecen las soluciones que evitan futuras “cobardías” o “comodidades”
cívicas como las denomina el periodista Claudio Escribano. El vocero del
Presidente de la República plantea que debe terminarse con el voto obligatorio. El
Dr. Baylac que estudió derecho desde 1968 hasta 1983 pagándose sus estudios
como asesor de la Policía Bonaerense del General Camps (como él contó a la
Revista “Veintitrés”) lanzó esa idea, según los diarios del martes 16. Es como el
que cierra las fábricas de automóviles para evitar los accidentes de tránsito, sin
reparar en que con el modelo económico-social que defienden ya cerraron miles
de industrias y las muertes accidentales siguen creciendo…
Esos millones de “votos bronca”, como se los llama, son personas, seres
humanos cuyo malestar no es tan misterioso. Más de cuarenta niños argentinos
mueren por día a causa de la miseria. Cuántos de nuestros ancianos ya no están
entre nosotros porque la política social los abandonó. ¡Cierre el Instituto Malbrán,
Dr. Lombardo, total la investigación bacteriológica y la producción de vacunas y
antibióticos no tienen importancia! Ya lo vemos con el pánico por el ántrax.
Desde la lógica sorda, ciega y cruel que expresa el gobierno nacional a
través de su vocero, se dirá que esos argentinos definitivamente ausentes ya no
votan. Pero debería agregarse a sus familias, sus vecinos, sus compatriotas,
conocemos bien ésa y otras realidades. Por ejemplo entendemos que la verdad
informativa –obligación ética del Estado– está en la lista de desaparecidos.
A propósito: ¿Usted ha visto en algún medio nacional que el domingo 14 de
octubre entre las ocho y las dieciocho hubo elecciones también en la provincia de
San Luis?
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Artículo publicado en El Diario de la República, de San Luis, el día 20/10/01.
EL VOTO MIEDO
Un acto eleccionario nacional suele ser fuente de enseñanzas, reflexiones,
aproximaciones a la realidad, pulso de sentimientos, decisiones y voluntades
colectivas. La experiencia muestra que nada de esto es inmutable, que las
lecciones que pueden extraerse cambian con los tiempos y con los vientos
históricos que corren. Son estos justamente los que deciden la elección que los
pueblos hacen, mientras que sus ideas, silencios, reclamos y sueños también van
buscando hacer la propia historia.
Los análisis y conclusiones de los hechos políticos y sociales masivos
también dependen del lugar en el que cada uno se situó, y cuando estos se hacen
claros ayudan al debate y al enriquecimiento de la conciencia social. No hay –no
puede haber– un balance único respecto de las elecciones del 14 de octubre
pasado. En todo caso lo que persisten son las diversas lecturas que de esa
realidad se están haciendo. La historia en su devenir mostrará cuáles fueron las
conclusiones más correctas, y las que mejor representaron la decisión colectiva.
Vale decir: en el futuro se irá develando quiénes supieron y pudieron interpretar lo
que en las urnas se expresó. Todavía es hora de conclusiones y debates, que no
son nada abstractos porque de lo que se trata es de comprender el
pronunciamiento de un pueblo con enormes urgencias por la desocupación, la
miseria, la discriminación, la desprotección social y las faltas de respeto de las que
es objeto.
En ese marco debe leerse el análisis que hace el diario porteño “La
Nación” en su edición del 21 de octubre respecto a la elección sanluiseña. Es
pública la posición de apoyo explícito al gobierno del doctor De la Rúa que dicho
periódico sostiene. Quizás ello fue lo que le hizo definir al señor José Escribano
(editorialista del Diario) al “voto bronca” como muestra de “cobardía” y
“comodidad” ya que en la Capital Federal, baluarte aliancista por excelencia, dicho
voto superó el número obtenido por Terragno, Bravo y Béliz sumados.
Pero en el caso de San Luis, según dicho medio de comunicación, el
resultado tuvo que ver con “millonarias inversiones en políticas sociales” lo cual
habría hecho sentir al pueblo que podía quedar fuera de las consecuencias del
desastre nacional. Luego agrega que el voto castigo no tuvo peso en la provincia,
y que “reinó el voto miedo” porque los sanluiseños, habida cuenta el autoritarismo
gobernante, serían castigados “retirando algunos beneficios”. Hasta aquí “La
Nación” de Buenos Aires.
Los tiempos cambian pero la visión del país que este medio tiene no. Las
provincias estamos pobladas por gentes que no tienen principios, llenas de temor,
custodiando los beneficios que obtenemos. Solo servimos como soldados de la
Independencia, como levas forzosas para la vergonzosa Guerra de la Triple
Alianza (sobre la cual tanto puede decir el diario “La Nación”) o como carne de
cañón en la matanza llamada “Conquista del desierto”, por mencionar sólo algunos
hechos.
Somos un pueblo de miedosos, y éste es el motivo del resultado electoral.
Y como en Buenos Aires no se votó como hubieran deseado el diario de los Mitre,
allí son cobardes y cómodos.
Hubiéramos deseado una reflexión racional, un análisis completo que
abarcara a todo el espectro político puntano. En lugar de ello se volvió a echar
mano del prejuicio contra los provincianos, que presos del temor canjean sus
convicciones por beneficios de los que gozan. Obviamente los derrotados
electoralmente pasan a ser las víctimas valientes del autoritarismo dominante.
No fue esto lo que dijo ese diario cuando en 1999 el doctor Ponce triunfó en
la capital de San Luis. Allí se había impuesto la sensatez y el comienzo del fin de
un régimen político que perimía. Entonces el pueblo puntano seguramente era
valiente. Ahora que se pronuncia respaldando una política social es por miedo a
perderla. En algo podemos coincidir: viendo al desastre al que llevaron a la
Argentina, yo, como parte de esos miedosos, no quisiera que San Luis y su pueblo
padecieran la misma miseria, la misma desesperanza y el mismo sufrimiento de
nuestros hermanos de la mayoría de las provincias. Y de la misma Capital, cuyos
barrios de la Boca o Patricios, por ejemplo, tienen índices de mortalidad infantil
superiores a la media nacional. Es a cinco minutos de la Casa Rosada.
Pero algún consejo puede sacarse a partir de estas experiencias tal como
las refleja el diario porteño. Los mismos periodistas que hicieron este análisis le
pueden arrimar al Presidente la fórmula ganadora: haga doctor De la Rúa,
“millonarias inversiones en políticas sociales”. Entonces no tendrá voto castigo y
ganará por amplio margen. Usted sabe que este no es un pueblo de miedosos:
sus consejeros de seguridad ya se lo aseveraron y la Gendarmería también se lo
trasmitió.
Mientras escribo, los informativos anuncian la renuncia del doctor Juan
Pablo Cafiero, ministro responsable de las políticas sociales. Se va porque no le
dan fondos.
Señor Presidente: ¿recuerda cuando usted triunfó con la consigna “somos
más”? Bien, ahora usted debe aceptar que somos más los que exigimos el fin de
este modelo económico y social que desangró al pueblo y al país. Así de simple.
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Artículo publicado en El Diario de la República, de San Luis, el día 25/10/01.
LA PELIGROSIDAD
Hace tres años, escuché al profesor Norman Sartorius, presidente de la
Asociación Mundial de Psiquiatría, definir un loco. Para él es el resultado de tres
prejuicios: que son personas malas, que son incurables y que son peligrosas.
Sobre la base de esos preconceptos asentándose en viejas ignorancias y
creencias que no resisten ser revisadas críticamente, se ha construido un
personaje social llamado loco, que reuniendo cualidades tan rechazadas, temidas
y asqueantes, recibe el trato social reservado a los réprobos: la exclusión, el
abandono, el mal trato y la discriminación en lugares de arbitrario encierro sin
objetivos terapéuticos, sin plazos de tiempo, y sin fundamentación científica.
Muchas escuelas de Derecho en nuestro país siguen justificando la reclusión
indeterminada, indefinida e irracional fundándose en un principio ajeno a la ciencia
médica y a cualquier enfoque fundamentado desde la disciplina siquiátrica o la
disciplina que basa a la justicia. Nos referimos a la peligrosidad.
A través de él se siquiatriza el delito y se transforma a los hospitales en
cárceles encubiertas, cuya crueldad es aún mayor que la de los institutos
penitenciarios, dónde el delincuente cumple alguna vez su pena y se va; sabe cuál
es el plazo de su estadía en el régimen de privación de la libertad: y se ve objeto
de una norma legal que le permite distintos recursos. Nada de eso sucede con los
locos: su peligrosidad dispuesta de una vez y para siempre los transforma en
muertos civiles, y la revisión de su estado y su seudo condena son un laberinto
borgeano.
Eber Rechudi, de 19 años, vive en Berisso. El 17 de diciembre de 2000
estaba en la puerta de un boliche de su barrio, al cual había llegado en bicicleta
para esperar a su hermana. Realizaba tratamiento ambulatorio por una psicosis,
antecedente peligrosísimo sin duda. Un patrullero de la comisaría lo llevó a la
seccional arrestado por dos policías. Le iniciaron sumario por “tentativa de hurto
de automotor”. Eber Rechudi no sabe conducir vehículos, lo cual lo hace aún más
peligroso.
Cuando el Fiscal Gabriel Sagastume, lo visitó en la Comisaría, el detenido
presentaba una crisis sicótica. Como se sabe el temor, el encierro y el desamparo
desencadenan estos brotes en personas aún sanas. En este caso debe agregarse
que, como parte del hacer justicia, la policía lo había golpeado prolijamente. En
ese lugar y en esas condiciones, sin delito alguno investigado o judicialmente
probado el médico forense lo declara “peligroso para sí y para terceros”. No era
para menos: joven, en tratamiento psiquiátrico y pobre. Un verdadero peligro
social.
El fiscal pide su inmediato sobreseimiento por no existir “elementos para
comprobar la autoría del hecho que lo imputa”. El juez de Garantías doctor Néstor
De Aspro deniega el pedido y lo envía al penal que funciona en el hospicio de
Melchor Romero. Doblemente encerrado: en un manicomio y en el penal mismo.
Menos mal que el juez es de Garantía.
El peligroso no puede declarar durante ocho meses por su estado de salud.
Mientras tanto no gozó de los privilegios del arresto domiciliario de pacíficos
ciudadanos como Videla, Massera o Nicolaides. Su muerte civil fue decretada por
la propia Justicia que durante diez meses ni lo procesó, ni lo declaró insano. El
juez De Aspro, en un alegato de onda filosofía del Derecho afirmó: “Una testigo
asegura haber visto a Rechudi apoyado en un auto en actitud sospechosa.
Además se le secuestró una trincheta y un cable”. Como se ve pruebas
irrefutables que, sin embargo, no le permitieron al juez mostrar delito alguno.
El caso fue a la Cámara, donde tres médicos dictaminaron la ausencia de
impulsividad y peligrosidad. Solicitaron su urgente libertad dado lo nocivo que
resultaba el alojamiento. Hubo que liberarlo. Hoy continúa su peligrosa senda:
vuelve a estudiar busca trabajo y juega al fútbol en Villa San Carlos.
Como se sabe para que haya delito, debe demostrarse un hecho
antijurídico. Nada de eso existió. Los únicos hechos son la enfermedad en
tratamiento de Rechudi y su humilde condición social. “Peligroso para sí y para
terceros”. ¿Y no lo son acaso miles de conductores de autos que conducen a altas
velocidades en calles y rutas? ¿No lo son los fumadores? La lista es todavía más
larga. Pero la prejuiciosa, anticientífica y arbitraria definición se sigue aplicando
para los Rechudis que llenan manicomios argentinos con la complacencia de
profesionales del Derecho, de la Salud, policías, y retrógrados sectores de la
sociedad.
¿Investigará el juez de Garantía el mal trato policial de la Bonaerense?
¿Reparará el daño causado por encierro enfermante? ¿Quién es el peligroso?
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Artículo publicado en El Diario de la República, de San Luis, el día 4/11/01.
¡QUE DE CENSOS!
La costumbre suele jugarnos malas pasadas. Hasta ahora, uno tenía la idea
que un Censo Nacional de Población y Vivienda, era algo que formaba parte del
funcionamiento casi rutinario de un Estado Nacional en el siglo XXI. Sin embargo,
nada de ello es cierto. El operativo es algo de enorme complejidad, y exige cuotas
de sabiduría impensadas.
Esto lo hemos sabido a partir de las declaraciones del ministro del Interior
Ramón Mestre, quien declaró que “hasta los ministros” pueden llegar a ser
censistas. El ministro de Justicia Jorge De la Rúa ofreció la estructura de su
cartera para la exitosa realización del censo. La inefable Patricia garantizó: “El
censo se hace”.
La habitual guinda en el postre la colocó el vocero doctor Juan Pablo
Baylac: “Hasta el Presidente si es necesario” participará como censista. Todo el
gobierno nacional irá planilla en mano, casa por casa, habitante por habitante,
recogiendo los datos estadísticos de una década argentina. Conmovedor.
Desgarrante. Tanto, que convoca a ayudar la mayúscula tarea de estadistas tan
creativos y decididos. Desde aquí nos animamos a sugerir, solamente a sugerir,
algunas ideas.
Por ejemplo el Ministro de Economía aportará en nombre del operativo,
porque de eso depende en mucho el éxito. Se me ocurre que podría ser Censo
Cero, Megacenso, Canjecenso o Minga de Censo. El ilusionismo y la creatividad
del doctor Cavallo superará sin dudas, estos simples aportes.
Por su estirpe y linaje, Patricia Bullrich Pueyrredón Luro Cantilo, sería
de gran eficacia en las llanuras bonaerenses ¿Quién sino ella provista de equipos
de buceo, podría censar todo lo que hay bajo agua en la Provincia de Buenos
Aires? Apenas diez millones de hectáreas con unos pocos metros del líquido
elemento no harán mella en la combativa ministra. Incluso podría apoyar el
operativo con alimentos para los carentes, repartiendo ñoquis marca Sartor. Son
productos de afanosa producción.
El ministro Mestre aportará su esfuerzo sonriente y bondadoso en las zonas
serranas, que tan conocidas le son. En su apoyo podría actuar la flotilla de
helicópteros comandados por el ingeniero Walter Ceballos, que tan destacada
actuación cumplió en las inundaciones de Los Cajones y Lafinur a principios del
2000.
Al presidente debería proporcionársele una brújula y una guía para indicarle
más o menos donde queda la Argentina.
En fin son tan sólo ideas. Los equipos de los altos estadistas pueden
ampliarse a ministros y amigos de la Alianza provincianos. La intendencia
capitalina de San Luis tiene gran experiencia censando baches, cráteres e
inundaciones urbanas. El doctor Ponce debe ser consultado al efecto: es un
experto.
Los
miembros
del
Frepaso
puntano
podrían
ofrecerse
desinteresadamente contando a los habitantes que los votaron el 14 de octubre. A
simple vista parece poco, pero lo que vale es la intención.
¡Qué de censos! ¡Qué descenso! ¿¿No??
Desde sus tierras inundadas; desde sus estómagos vacíos, desde sus
enfermedades desatendidas, desde sus viviendas míseras, desde el maltrato
cotidiano y desde la peor de las incertidumbres; millones de argentinos los miran
¿Hasta cuándo? ¿Hasta dónde?
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Artículo publicado en El Diario de la República, de San Luis, el día 12/11/01.
PARA SEGUIR CREANDO PAJAROS
Lucerna es una bella y apacible ciudad, que reúne todo lo seductor del
paisaje Suizo. Antigua, bordeada por el verde y el agua, todo transmite serenidad.
Allí, hace quinientos años, una joven adolescente quinceañera, tuvo el
atrevimiento de decir que ella era capaz de fabricar pájaros.
La Santa Inquisición decidió su suerte: con los cargos de ateísmo y
brujería fue enviada a la hoguera.
El Santo Oficio actuaba a partir de denuncias anónimas que se recogían en
una pequeña ventanita lateral del edificio eclesiástico. La detención del acusado
era inmediata.
El paso siguiente tenía como escenario los instrumentos de tortura. La
lógica que seguía el Alto Tribunal era sencilla: si el acusado no reconocía su
condición de ateo, brujo o hereje, ello era prueba incontrastable de su condición
de tal, porque sólo quienes lo eran podrían soportar el suplicio. Y si, en caso
contrario, cedía a la presión de la tortura y confesaba, se había logrado el fin
propuesto: descubrir en este mundo a los que debían ser purificados por el fuego.
Se condenara o no, se confirmara o no la acusación, el resultado no
variaba. Al fin del camino siempre esperaba el patíbulo. Luego de ello los bienes
del incinerado se repartían entre la Santa Inquisición, y el anónimo denunciante, si
éste daba prueba de haber sido el indicador del proceso.
Esto le sucedió a la adolescente de Lucerna que decía fabricar pájaros.
Esta historia recordé hoy a la mañana en el centro de San Luis cuando
recogí un pequeño papel sin firma, anónimo. Allí rezaba como acusación grave
que un alto funcionario del gobierno provincial es ateo.
Nada más republicano que discutir abiertamente, desde una
responsabilidad asumida con nombre y apellido los actos de gobierno y el papel
de cada funcionario.
Nada más oscurantista que descalificar y acusar sobre la base de las ideas
y convicciones que cada ser humano libremente tiene.
Nada más temible que hacerlo desde el anonimato, en el que todos y nadie
somos responsables; todos y nadie acusamos, todos y nadie dictamos lo que debe
pensar, sentirse o profesarse como convicción.
En un país, además, como el nuestro, en el que una denuncia anónima
equivalió a un pasado muy presente, a la pérdida de la libertad y de la vida.
Porque todos intuimos que tras ese anonimato hay nombres capaces de
instalar la violencia, la persecución por las ideas, la intolerancia y la
discriminación.
Porque todos sabemos que tras esa acusación y ese anonimato, se
despiertan en nosotros los fantasmas más negros del prejuicio, y se convocan
fundados miedos apoyados en historias como aquella de la muchacha de Lucerna.
Las sombras son acogedoras cuando el sol ilumina el paisaje. Cuando por
la noche son el refugio desde el que se anuncian ataques, lo único que se busca
es que haya un pensamiento único y convicciones regimentadas.
Cada uno de nosotros piensa: ¿seré yo el próximo atacado por campañas
anónimas que explotan prejuicios antiguos? El anonimato busca paralizar el
pensamiento, la reflexión y el conocimiento libre. En ese anonimato se amparan
los que se anuncian como víctimas.
En verdad: han sido los victimarios de muchos seres humanos que soñaban
con crear pájaros.
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Artículo publicado en El Diario de la República, de San Luis, el día 9/12/01.
EL GRAN FANTASMA
“Diario de la República”. Jueves 13 de diciembre de 2001. Página 7:
“Postergaron el pago de jubilaciones”… “Por una determinación del Ministerio de
Economía de la Nación que aduce no tener fondos, la Administración Nacional de
la Seguridad Social debió postergar por una semana el pago de jubilaciones y
pensiones”.
“Diario de la República”. Viernes 14 de diciembre de 2001. Página 7: “Las
jubilaciones se pagarán hoy”… “Ahora el Ministerio de Economía de la Nación
decidió adelantar 3 días hábiles el pago de las jubilaciones y pensiones”.
En un país donde la crisis social y política se ha instalado como ingrediente
“natural” de nuestra vida, todos tenemos la vivencia que esta crisis tiene algo
conocido y algo desconocido. Un algo que la hace diferente, porque malestares,
incertidumbres, sentimientos nuevos, conviven en nosotros con ya viejos sufrires.
Hace pocos días realizamos en Tilcara (Jujuy) un encuentro nacional sobre
alcoholismo. Cuando salí a caminar para conocer ese pedazo de nuestra tierra,
una mujer de habla calma y sencilla me dijo: “Está bien que ustedes se junten,
porque hoy nadie nos cuida. Hay que cuidarse cada uno”.
Este papel indelegable del Estado nacional, el de amparar y hacer sentir
protegidos a los seres humanos que fundan la propia existencia de la Nación a la
que el nivel estatal representa y organiza, ha desaparecido. Ello tiñe la vida
cotidiana de las personas con el tono de la inseguridad, la desconfianza, la
frustración y el descreimiento. Estas vivencias ya están dentro de cada uno de
nosotros, de nuestros vínculos personales, familiares, vocacionales, sociales.
Volviendo a las dos noticias con las que abrí este espacio: para el propio
Estado nacional resulta igual adelantar que retrasar, decir no que decir sí. Cumplir
o incumplir. Todo eso el mismo día. Pero no se trata únicamente del falseamiento
de la palabra: está diciendo y desdiciéndose sobre considerar a los habitantes del
país como seres humanos. Lo somos, y también no lo somos. Debemos ser
reconocidos y también debemos ser desconocidos.
Cobrar un sueldo, una pensión o una jubilación es una retribución individual
por haber trabajado, prestado un servicio social y exige ser compensado con
aquello que simboliza la sustentación de hasta lo más elemental de la vida: el
dinero. Este representa la posibilidad o no de acceder a lo que confiere estabilidad
emocional en cuanto se traduce en alimentos, vestimentas, educación, vivienda.
Cuando su existencia se hace incierta todo es un tembladeral, las funciones
básicas de la vida quedan amenazadas o destruidas. Y a veces no sabemos por
quién. Mas allá de aquella compatriota jujeña: no nos amparan y además nos
atacan en la propia raíz humana ¿Quien? ¿El empleado del Banco? ¿El cajero
automático? ¿El señor POS? ¿Los tesoros bancarios? ¿Cavallo?.
Esta desrresponsabilización absoluta nos pone a merced de las impávidas
tarjetas magnéticas y no hay una cara humana que se haga cargo de tanto
malestar. La delegación que los seres humanos hacemos en el Estado de
garantizarnos apoyos básicos para la subsistencia y sobre todo fijar normas
claras, cumplibles, que organicen la vida en común estableciendo
responsabilidades individuales o colectivas, resulta indispensable para el
desarrollo normal de las personas, para su salud, para su comprensión de la
realidad.
La ausencia de este marco normativo, o su desmentida permanente –lo que
se llama anomia– genera confusión, tristeza, angustias, enormes malestares, crea
condiciones para el suicidio, lo cual explica ya que en Buenos Aires por cada
homicidio cometido se producen tres suicidios. La violencia que el mismo Estado
genera desconociendo la condición humana de quienes debieran ser sus
amparados, se vuelve contra las propias víctimas. No se sabe donde meter tanta
bronca, incertidumbre o tristeza, y se la vuelca contra sí.
Esta anomia, esta ausencia de normatizaciones ordenadores del psiquismo
debidamente respetadas por el que las dicta, tiene una cara inefable. La del
ausente doctor De la Rua, ese presidente en el que se delegó la confianza de
atender las necesidades que los seres humanos no podemos satisfacer solos.
Cuando digo ausente no me refiero a su condición de viajero impenitente.
Digo que ha decidido correrse a un espacio de borramiento, donde no se lo
encuentra ni siquiera para pelearse con él.
Rodeado de asesores de imagen (¿tendrá asesores de ideas para acabar
con los privilegios?) Estos seguramente le alcanzaron las sábanas para épocas
duras y críticas.
No son sábanas para acostarse a dormir. Las usa en su rol protagónico del
Gran Fantasma. Está y no está. Y eso convoca nuestros peores fantasmas.
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Artículo publicado en El Diario de la República, de San Luis, el día 17/12/01.
INSULINA
Hace medio siglo, dos investigadores de la Universidad Nacional eran
reconocidos mundialmente por sus descubrimientos del páncreas, posibilitando así
el tratamiento científico de la diabetes, enfermedad que causaba la muerte de
millones de seres humanos en todo el mundo. El Premio Nóbel concedido a los
doctores Houssay y Biasotti, fue un orgullo para la educación y la ciencia
argentina. Generó la legítima esperanza de poblaciones enteras: gracias a la
insulina se dignificó la condición de vida de los enfermos.
Por esa misma época, el Ministerio de Salud a cargo del doctor Ramón
Carrillo, inició la fabricación de insulina en la Argentina, entregándosela
gratuitamente en los hospitales públicos. Esa experiencia inaugurada por nuestro
gran sanitarista continuó luego del golpe de Estado de 1955 por un tiempo más.
Hace medio siglo.
Los diarios de estos días nos traen la noticia de un canciller argentino
mendicante, feliz de la donación de doscientas setenta mil dosis de insulina para
trescientos mil diabéticos argentinos insulinodependientes. Cuando las mismas, a
corto plazo se terminen, habrá que ver adónde se recurre para una nueva limosna
y allí irá el Dr. Ruckauf a traer lo máximo a lo que su conducta indigna puede
llegar: aceptar donaciones.
Debe saberse que la producción de la enorme mayoría de las insulinas no
requiere sofisticación técnica alguna. La Argentina pudo hacerla hace medio siglo.
Y que esto es así lo confirma el propio copresidente de la República, el doctor
Alfonsín, quien hace unos años puso a la insulina como ejemplo de lo que nuestro
país había dejado de hacer por su política de sumisión ante los intereses
económicos usureros de la enfermedad popular. Pero no nos alarmemos: aquellas
palabras del cogobernante fueron como tantas otras, un simple arresto de buen
jugador de póker. Las cosas siguieron igual, y continuamos importando insulina a
los precios más altos del mercado, previa destrucción de los laboratorios
argentinos que la fabricaban.
Seguramente si profesionales de la desinformación como Luis Majul,
Llamas de Madariaga o Grondona –por citar sólo a tres– leyeran estas líneas
sonreirían despectivamente. Para ellos, estos molestos recuerdos de lo que puede
la creatividad de un pueblo cuando asume su propio destino, son imágenes
melancólicas de quien sigue atado al pasado. Lo moderno es la entrega de
decisión al capital sin banderas ni fronteras, la “sabiduría” con que el señor Aznar
le indica a su virrey en la Argentina cómo debe manejar la economía; lo
actualizado es la globalización de la usura, la miseria y la discriminación. Todo lo
que huele a historia es anacrónico: los pueblos carecen de ella, desde que
Fukuyama proclamó seria y modestamente su fianlización.
Tener presente la historia, es poder pararse en las propias piernas. En este
caso mostrar que la investigación y las universidades públicas fueron capaces de
logros que produjeron bienestar social, desarrollo científico e independencia en la
política de medicamentos. Lo que cambió no es la meteorología o los genes
nacionales. Lo que cambió fue la decisión política. Décadas de
desnacionalización cultural, de privatización del conocimiento y de ausencia de
dignidad nacional en el manejo del Estado argentino han transformado en hazaña
la triste anécdota colonial del canciller Rukauf. Con lo que el Estado nacional le da
a la provincia de Buenos Aires en concepto de Fondos para el Conurbano
bonaerense durante dos días, se puede montar una industria farmacéutica que le
garantice a trescientos mil seres humanos argentinos el alivio de saber que tienen
el medicamento del cual dependen para sobrevivir. Vale decir: que el Estado se
ocupa de ellos, los reconoce como personas y acompaña a sus familias.
Ello implicaría que el doctor Ruckauf resignara su turismo pordiosero, y
nuestro país recuperara algo de independencia. Por lo menos para bien atender a
sus necesidades.
Los serios y sensatos comentarios periodísticos del dolor ajeno hablan de
“la gente” (de la cual ellos no parecen formar parte).
La palabra pueblo sigue existiendo, y basta pronunciarla para ver la
realidad tal como ella es, y querer transformarla.
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Artículo publicado en El Diario de la República, de San Luis, el día 13/1/02.
ME DA PENA VERTE…
Así inicia su poesía un viejo tango dedicado a San José de Flores, barrio de
Buenos Aires, Pugliese y Morán hicieron de él algo inolvidable.
Sin embargo esta nota trae otros recuerdos más cercanos y también
muchos más lejanos.
Hace unos tres meses, luego de una reunión entre los doctores Duhalde y
Ruckauf, uno de ellos declaró, como al pasar, “hay que revisar el Pacto de San
José de Flores”. El periodismo serio e independiente, tal como se llama en
nuestro país a los grandes aparatos de desinformación y manipulación de la
opinión pública, dejó la frase como dato más.
Aquel pacto de noviembre de 1859 marcó la reincorporación de la provincia
de Buenos Aires al resto de la Confederación Argentina. En el mes de agosto
previo, el ejército confederado había derrotado en Cepeda a las fuerzas
bonaerenses. Pero esta derrota militar fue transformada en victoria política por
estancieros y mercaderes porteños, reservándose la facultad de revisar la
Constitución Nacional de 1853. El poder económico concentrado y el apoyo de los
inversionistas extranjeros determinaron que en su reincorporación a la Nación el
“Estado de Buenos Aires” (como lo llamaban mitristas y alisinistas) impusiera
progresivamente sus condiciones a todas las provincias. Hasta constituirse, como
sigue repitiéndose hoy, que Buenos Aires es la Nación. La única discusión
entonces era entre dos bandos porteños: uno que intentaba subordinar el resto de
las Provincias al Puerto, y otro que planteaba lisa y llanamente la autonomía
porteña.
Hoy ambas posiciones siguen estando avenida General Paz hacia adentro.
Con la connivencia de algunos gobernadores provinciales, Buenos Aires ha
instalado su sede en la Casa Rosada. Y a la vez, luego del Pacto de Olivos,
Buenos Aires es “ciudad autónoma”.
Así la foto histórica registra en un mismo marco de lujo al Dr. Duhalde (ex
vicepresidente y ex gobernador de Buenos Aires), el Dr. Carlos Ruckauf (ex
vicepresidente y ex gobernador de Buenos Aires), el Dr. Raúl Alfonsín (ex
presidente y senador por la provincia de Buenos Aires), Aníbal Ibarra (intendente
gobernador de la ciudad autónoma).
Para no ser injustos deberíamos incluir, aunque más no fuera en un
discreto segundo plano, a otros ilustres representantes bonaerenses y porteños:
Juampi Cafiero, D’Alessandro, Remes Lenicov, Vanossi. Faltan apenas Pedro de
Mendoza, Juan de Garay y Graciela Fernández Meijide.
El Pacto de San José de Flores, Pacto de Unión Nacional como se llamó,
está siendo revisto. Las provincias irán al pie o al cementerio. Tal como hoy, en
1859 hubo varios De la Sota. Así les fue a sus provincias y así se unitarizó la
Nación.
En una carta a Juan María Gutiérrez, decía entonces Juan Bautista
Alberdi: “Se introduce la deuda pública de Buenos Aires en las provincias, y se le
truecan sus recursos reales en cambio de un papel de crédito que nada promete,
por esa medida las provincias son las que vienen a prestar sus fondos a Buenos
Aires, que presenta las cosas como si ella fuera la que auxiliara”. Escrito en 1859,
no en el 2002.
Los programas televisivos han vuelto a llenarse de hombres de Estado y
dirigentes que no se ocupan de los problemas inmediatos y vitales del pueblo, sino
de comentar educadamente el palabrerío que ellos mismos construyen para tapar
la realidad. Las caras y discursos gastados esquivan “populismos exuberantes y
desenfrenados”. Toda la normalidad ha sido restituida. “Demagogias” como
miseria, fuentes de trabajo, salarios mínimos y vitales, no pago de la deuda
externa, eliminación del corralito, han sido juiciosamente sacados de pantallas y
periódicos. La “normalidad” ha retornado y con ella la realidad social está
proscripta.
La revisión prometida del Pacto de San José de Flores, único promesa
cumplida, va restableciendo la normalidad en nuestro país.
La misma normalidad que existía hasta el 19 de diciembre de 2001.
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Artículo publicado en El Diario de la República, de San Luis, el día 15/01/02.
MAQUILLAJES
Esta nota debe comenzar por una sincera autocrítica. Días atrás, cuando
quise significar que la Provincia de Buenos Aires había establecido su sede en la
Casa Rosada mencioné a sus ex-gobernadores (ambos ex-presidentes ejecutores
de las políticas entreguistas de la última década, y gobernadores orgullosos de
tener la “Mejor policía del mundo”) y también el actual legislador y ex-presidente
Raúl Alfonsín, como emblemas del poder portuario. Con ellos –otra vez– Buenos
Aires es la Nación.
Y al citar la lista de inmostrables que aportaran el Mercado de Liniers, el
Mercado Central, la City Porteña, las distintas Bolsas y lobbis vacunos dije: “Sólo
faltan Juan de Garay, Pedro de Mendoza y Graciela Fernández Meijide”.
Pues bien: me equivoqué. La vetusta profesora secundaria y fiscal de la
ética hipócrita, ha ofrecido sus “desinteresados” servicios a la Señora Hilda de
Duhalde. La va a aconsejar en el área de Acción Social.
Todo un símbolo. Siendo legisladora por el pueblo de la Capital (perdón: de
la Ciudad Autónoma de Buenos Aires) la Sra. Fernández Meijide se presentó a
elecciones legislativas para representar al pueblo de la Provincia de Buenos Aires.
Total es lo mismo vivir en la bacana Recoleta capitalina que en la proletaria Gran
Buenos Aires o en las diez millones de hectáreas inundadas del Centro
bonaerense.
En aquel entonces enfrentó a la invicta Chiche Duhalde. Invicta porque
nunca había sido candidata electoral. Y triunfó. Con ella ingresaron al Parlamento
los pobres, los marginados, los desocupados de Buenos Aires, tal como antes lo
habían hecho los de la Capital Federal, que nunca se enteraron que bien estaban
defendidos sus intereses. Graciela tampoco tuvo tiempo de explicárselos ocupada
como estaba en votar cuanta ley de ajuste, privilegios para los poderosos y
agravamiento de la desigualdad social se pusiera a tiro. Lo hizo con estilo señorial
y soberbia de peluquería aristocrática.
Aquella vieja dama del “progresismo” distinguido, hoy se alinea con su
antigua “contrincante”. Una fe representante de porteños y bonaerenses. La otra
pasó de amarga derrotada en su provincia a primera dama nacional. Se sacaron
las etiquetas engañosas para mostrar que son lo mismo.
Está en la memoria cuando en sus ratos libres, la Sra. Fernández Meijide
obsequió a San Luis con unas horas de su lucidez política, y desembarcó en estos
pagos feudales para conducir la derrota del proyecto puntano desde el gorilismo
racista hacia las masas plebeyas del interior argentino. Los paisanos ignorantes
aferrados a caducas identidades nacionales no la entendimos y debió volverse
derrotada.
La Sra. Duhalde desde los country bonaerenses mira con los mismos ojos a
quienes por miles se envuelven en colores celeste y blanco, para reclamar por su
dignidad, con una ventaja; no debe hacer largos viajes porque las multitudes de
argentinos que se pusieron de pie para decir ¡basta! abarrotan el conurbano
bonaerense. Ese mismo conurbano que quisieron corromper con punteros y
matones pagados por las provincias gracias al Fondo Nacional de 2 millones
diarios, ofreciendo dádivas humillantes y negando trabajo dignificador.
Uno recuerda que cuando el grupo “Clarín”, que produjo y maquilló a la
Sra. Fernández Meijide –tarea ardua, sin duda– inventó la gran competencia
Chiche versus Graciela. El mismo monopolio periodístico conduce hoy a las dos
de la mano. Como aquellas peleas arregladas de “Titanes en el Ring” jugaron para
que el público las viera como contrincantes feroces. Así aparecieron en la elección
de hace cuatro años.
Hoy en el libreto es el “Diálogo Nacional”, con su mejor y más beatífica cara
se presentan ante cómplices cámaras y periódicos fabricantes de noticias.
Es que como declaró Hilda de Duhalde algo fundamental los une a todos
ellos: “Los poderes pueden esperar”.
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Artículo publicado en El Diario de la República, de San Luis, el día 17/01/02.
ALGO SOBRE LA VIOLENCIA
El viernes 25, miles y miles de argentinos en 100 ciudades de todo el país
produjeron otro hecho histórico, juntando cacerolazos, cortes de rutas, y marchas.
Ningún funcionario oficial utilizó alguno de los medios de comunicación en los que
viven cama adentro para dar señal que los mensajes del pueblo llegaban a sus
destinatarios. Desde las 17 horas la Casa Rosada quedó desierta encerrada en
otro corralito: el corralito policial.
Ya desde el día anterior, juiciosos, sensatos y sesudos comentaristas de la
historia nacional, le daban consejos a un pueblo que no les pide opinión.
Graciela Romer, “analista social” (según la presentan los medios de
desinformación y manipulación de la opinión pública), miraba desde la pantalla con
ojos de honda sabiduría. “Está bien el reclamo, pero cuidado con la violencia”.
Estará bien el reclamo, pero nunca se la vió en ninguno. Y en cuanto a la
violencia, señora Romer, todavía esperamos que los asesinos de más de treinta
argentinos el 20 de diciembre de 2001 sean conocidos por el pueblo, procesados y
condenados. También que se explique porque los muertos de Plaza de Mayo
fueron asesinados con los tiros de escopeta disparados desde adentro del Banco
HSBC, uno de los que se robó millones de dólares que ya sacó del país.
Seguramente los “analistas políticos” muestran este salvaje saqueo a
millones de argentinos como manifestación pacífica. Violentos con los hambrientos
que exigen trabajo y comida.
Así dan vuelta las cosas los que buscan titularse “periodistas
independientes”. Como el diario “Clarín” cuya edición del sábado 26 comienza
anunciando que el argentinazo del día anterior fue un triunfo… de Duhalde. La
causa: no hubo violencia. Omiten decir que si no hubo violencia fue porque miles y
miles de personas así lo decidieron. Pero no: hay que invertir los términos, y
adjudicarle sabiduría a quien no tiene la menor idea de cómo gobernar el país. Los
tontos somos los hombres y mujeres de pueblo que necesitamos balas de goma (y
de las otras) atropellos, bastonazos, detenciones, para aprender lo que es la paz.
Ese mismo sábado, otro comentarista radial con programa propio y que
también trabaja de presidente en la Casa Rosada, decía desde radio Nacional:
“Con lío y barullo se puede llegar a generar una tragedia mayor”.
En ello se halló la razón: cada marcha y contramarcha del Gobierno, el lío
de todos los días frente a los bancos, el barullo de anunciar medidas opuestas a la
mañana y a la tarde genera “tragedias mayores”: diabéticos sin insulinas, ancianos
sin atención, sidosos sin medicamentos, enfermos terminales abandonados a su
suerte y miles de etcéteras. El comentarista Duhalde con microprogramas en
Radio Nacional debería explicarle esto al gobierno nacional.
La movilización del viernes 25 mostró en sus imágenes desde Plaza de
Mayo que se puede salir del corralito rápidamente y para miles de personas. Eso
se vio claramente a la medianoche, cuando se abrió el corralito que rodeaba la
Casa Rosada, y salieron raudos y veloces, centenares de personas cuyos rostros
no se veían. Dado que llovía copiosamente se pusieron cascos y escudos para no
mojarse y para combatir el frío distribuían gases con armas de fuego. Incluso a
muchos manifestantes empapados por la lluvia los metieron en patrulleros y
celulares, llevándolos a comisarías donde seguramente los secaban y abrigaban.
Como dice “Clarín” una muestra de paz social sin represión.
Me pareció percibir que el periodista Duhalde en su programa del sábado
aconsejaba solamente a los que protestan y no dijo nada sobre los delincuentes
saqueadores del ahorro nacional, lavado de dinero, hambreadores de seres
humanos, funcionarios de la coima y el privilegio, manipuladores de la opinión
pública y fundidores de las provincias.
Quizás el próximo programa se ocupe de ellos, y los amenace sutilmente
como hizo con los miles de argentinos que reclaman dignidad, justicia, trabajo, paz
social, y respeto por sus ahorros.
A sus justos, debo expresar mi acuerdo con una frase del comentarista
Duhalde el sábado a la mañana: “Los temas se solucionan cuando se tiene un
gobierno atento a las necesidades de la gente”.
Eso piden los cacerolazos que exigen que el Gobierno, la Corte, los
legisladores, los banqueros y demás buitres responsables se vayan.
Usted dirá, señor presidente de la República.
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Artículo publicado en El Diario de la República, de San Luis, el día 29/01/02.
NUESTROS NERVIOS
Los centros y hospitales argentinos dedicados a trabajar con los trastornos
psicológicos de la población están informando que han crecido en porcentajes
desmesurados todo tipo de consultas. A la vez los cuadros de enfermedad se
caracterizan por su progresiva gravedad, violencia y destructividad. Buenos Aires,
el mayor conglomerado urbano del país y el estadísticamente más violento de la
Argentina, registra un dato trágicamente revelador: por cada homicidio que se
produce, hay tres suicidios. Esto significa que la hostilidad, la agresión y el
malestar que padecemos, lo estamos descargando contra nosotros mismos. La
violencia se canaliza más contra el que la siente que contra el prójimo, en un país
en donde la destructividad entre seres humanos alcanza niveles cada día más
intolerables. Lo que callan, deforman u ocultan las páginas de actualidad política
de los medios de información, aparece descarnadamente en sus secciones
policiales.
Conocimos la violencia atroz de la Dictadura Militar, que generó heridas aún
sin cerrar, en un dolor que siempre retorna. Vivimos la crueldad de la guerra con
nuestros muertos en la causa de Malvinas. De todo aquello en su momento,
mientras el sufrimiento más grande transcurría, no pudimos hablar. Los estudios
psicológicos de la década del ochenta mostraron con claridad que ese
silenciamiento se transformó en padecimientos físicos graves y fatales, o en
cuadros psiquiátricos de igual magnitud. Eran productos de una doble violencia: la
de un régimen que transformó el horror y lo siniestro en práctica diaria. Y también
el silenciamiento que se imponía a cambio de sobrevivir. Trabajos científicos de
gran seriedad producidos por equipos nacionales e internacionales mostraron
claramente que quienes pudieron enfrentar esa destructiva imposición de no
hablar fueron los que más preservaron su salud y su calidad de vida. Una película
argentina estrenada en 1981 llenó cines porque justamente mostró los distintos
modos de sortear la censura, la autocensura y la represión impuestas a sangre y
fuego. Se llamó “Tiempo de Revancha”, su personaje principal llegaba a cortarse
la lengua para no hablar ni siquiera dormido, pero seguía practicando modos de
resistencia, encuentro y solidaridad que estaban perseguidos o prohibidos.
Hoy la violencia entronizada no es el silenciamiento de la palabra, sino el
taponamiento de la escucha. Usted puede peticionar, hablar, gritar, llenar la Plaza
de Mayo, ocupar bancos, cortar rutas, hacer marchas con pancartas y cánticos.
Pero el destinatario de este mensaje –el gobierno nacional– no lo va a escuchar.
Porque simplemente no quiere. Está empeñado en el diálogo con otros
interlocutores: los que engordaron la injusticia social y produjeron la crisis. No se
crea que se trata de un diálogo así nomás. No. Están planeando conscientemente
medidas para mayor dolor y padecimiento colectivo.
Por eso suena a bofetada que el Sr. Ministro de Economía de la Nación
haya dicho por todos lo medios, como terapéutico consejo, “salgamos de la
situación sin crisis de nervios”.
Venga a los hospitales, Dr. Remes Lenicov. Es el lugar donde va a parar la
crisis que ustedes agravan. Sr. Ministro, si quiere, puede enterarse de “los nervios”
de nuestros desesperados compatriotas. Son sentimientos que no cotizan en
bolsa, pero que ustedes meten en otro amargo encierro: el de la sordera, la
indiferencia y un cinismo disfrazado de realismo inmutable.
Aunque dudo que pueda usted aceptar la invitación a trabajar en un espacio
de sufrimiento tan humano y popular, porque allí es imprescindible oír, escuchar,
responder y abrir las tranqueras de los corralitos.
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Artículo publicado en El Diario de la República, de San Luis, el día 8/2/02.
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