Beneyto. Hacedor Poliédrico

Anuncio
Antonio Beneyto:
Uno de los nuestros
C
on este número consagrado a Antonio Beneyto, BARCAROLA trata de hacer
justicia al artista y compañero que durante décadas ha iluminado nuestro
quehacer. Beneyto, último exponente vivo del Postismo, ha sido y es un
ejemplo de honradez intelectual, de energía y de vitalidad en el convulso mundo
del arte en España. Nacido y criado en Albacete, fue uno de los pocos que, en
los difíciles años sesenta, se atrevió a romper amarras y lanzarse a la aventura,
primero en Mallorca, como secretario de Camilo José Cela, y, posteriormente, en
Barcelona, que, co su generosidad proverbial, supo acogerlo como a uno de sus
hijos. Enamorado hasta la médula del barrio Gótico, Beneyto asentó allí sus reales, hasta identificarse con él, como la ostra con su concha. Su casa fue siempre
centro de acogida y albergue para quienes lo visitábamos desde la provincia. Toda
su amplia trayectoria artística y literaria es imposible de explicar sin el concurso
de ese entorno: allí halló su inspiración, allí adquirió la videncia y allí se hizo
catalán de adopción sin olvidar jamás sus raíces manchegas y quijotescas, omnipresentes en su obra.
Vanguardista de corazón, tal y como se puede apreciar en este amplio
dossier, su trayectoria ha sido avalada y apadrinada por los grandes creadores
del siglo XX, desde Arrabal, Topor y Jodowroski, pasando por sus maestros, Cela,
Cirlot, Gimferrer, Gil de Biedma, Carlos Barral, A. F. Molina, Carlos Edmundo de
Ory, Guinovart y un largísimo etcétera. Fiel durante toda su carrera a su estética
entre el postismo y el surrealismo patafísico, no dudamos en definirlo como un
“raro”, un visionario, un adelantado a su tiempo en la línea de Lautréamont, Rimbaud o Jarry. Todo ello, unido a una honestidad, una perseverancia y una calidad
artística heredada de los grandes innovadores impresionistas que tanto tuvieron
que bregar para abrirse paso en un mundo burgués y conservador.
Sabíamos de la existencia de Beneyto como un rara avis de la generación
anterior a la nuestra atraído como Ulises por el azul inmenso del Mediterráneo en
una época todavía de miseria intelectual y oscurantismo, por más que, ya para
entonces, aquí y allá brotaran vestigios esperanzadores, en la medida en que la
censura empezaba a relajar su garra implacable sobre los creadores y artistas.
Que un joven de veintitantos años renunciara a un brillante porvenir en la banca
para entregarse de lleno a su vocación artística lejos de Albacete, su patria chica,
era algo que no podía menos de despertar nuestra admiración. Nos conocimos,
por fin, en 1981, con motivo de una exposición celebrada en el Museo de Albacete, e inmediatamente se estableció entre nosotros un vínculo que bien pronto
iba a trascender lo puramente artístico para adentrarse en el ámbito personal.
BARCAROLA, que, para entonces, tenía dos años de vida y tendía sus redes en
busca de apoyos un poco por doquier, encontró en Beneyto al compañero ideal
en su recién iniciada aventura. Nos encantó de él su sapiencia, su tesón, su inquebrantable fe en el arte, su entusiasmo contagioso, su amplitud de miras, su
cosmopolitismo. Era el compañero que nos faltaba para dar un nuevo impulso a
nuestra empresa. Desde entonces, Beneyto se constituyó en un miembro importante de nuestro Consejo de Redacción.
Nuestra amistad desde entonces no paró de robustecerse. Juntos, hemos
ido más allá de lo que nuca pudimos soñar. Fueron muchos los que en el transcurso de los años se unieron a BARCAROLA apoyándola fielmente –dar nombres
sería empresa inacabable y siempre correríamos el riesgo de omitir alguno– y
haciendo lo que BARCAROLA ha llegado a ser en el entorno cultural español actualmente, pero justo es reconocer, en medio de esa pléyade de colaboradores, la
labor ingente de este pionero. Por eso consideramos que tanto su propia ciudad,
Albacete, como esta revista le debían este homenaje y este reconocimiento que
sin duda contribuirán a consolidar su prestigio como pintor vanguardista y como
escritor en España.
Juan Bravo Castillo y José Manuel Martínez Cano.
Directores de BARCAROLA
Beneyto, J.M. Martínez Cano, Damíán García Jiménez, Aurora Navarro, Guillermo
García Jiménez y Juan Bravo Castillo en el Museo Provincial de Albacete.
8·
·· 8·
BENEYTO
HACEDOR POLIÉDRICO
(CINE-LITERATURA-PINTURA)
Antonio Beneyto con su madre en un parque de Albacete
· 10·
· 11·
Autorretrato, 1994/1998
BENEYTO
· 12·
Liminar
Beneyto, hacedor poliédrico
Jaime D. Parra
H
ace unos lustros, en 1996, publicamos en la revista Hora de Poesía de
Barcelona1, un artículo en defensa de la poesía viva española, aquella
que nos parecía una vía abierta hacia la actualidad, la de los heterodoxos
y vanguardistas de posguerra –surreales y experimentales, esencialmente– y pedíamos su necesaria recuperación. Nos referíamos a ciertos autores del Postismo,
Realismo mágico, Dau al Set, el círculo de Alfonso Buñuel, el círculo de Camilo
José Cela, Lo Pardal, el movimiento pánico, o la poesía concreta, con notoria voz:
Carlos Edmundo de Ory, Ángel Crespo, José Corredor-Matheos, Juan Eduardo
Cirlot, Joan Brossa, Miguel Labordeta, A. F. Molina, Cristóbal Serra, Guillem Viladot, Francisco Pino, Fernando Arrabal y Antonio Beneyto. Una de las características de aquellos autores era que buscaban una síntesis de las artes –como quería
Novalis– ; que perseguían la unidad de un orden perdido, de una nueva escritura,
de una nueva gramática, pues como recordara Boso, γραμμα (gramma), de donde
viene gramática, significa tanto letra como literatura, cuadro, pintura y hasta nota
musical. Se trataba de una expresión primigenia, total, amplia, plural, en varias
direcciones: poliédrica, abierta, levantada, salvaje, viva.
Felizmente, en estos últimos años hemos asistido a la recuperación de varios
de estos heterodoxos de posguerra2, y el objetivo se ha convertido en una realidad.
Se ha hecho justicia así a unos autores que retornan para quedarse en el lugar que
merecen y les corresponde. Ha habido un momento Cirlot, un momento Brossa, un
Hora de poesía, núm. 100, Barcelona, enero de 1996, pp. 173-180. Artículo firmado por Francisco Ruiz y Jaime D. Parra
Ver sobre ello mi libro Místicos y heterodoxos (Barcelona, March Editor, 2004), en especial los artículos sobre Cirlot, Ory,
Chicharro, Corredor-Matheos, Arrabal y Beneyto.
1
2
· 13·
Jaime D. Parra
momento Labordeta, un momento Ory. Todos han venido teniendo su momento.
Toca ahora el turno a Antonio Beneyto. Sobre Beneyto nunca había aparecido –
pese a la amplísima bibliografía3 sobre su obra– una antología crítica de conjunto
como la presente. Esta será, pues, la primera, tan justa como necesaria.
La obra de Beneyto4, manchego de nacimiento y catalán de adopción, como
él mismo dice, es una de las más originales de la escritura viva. Nacido en Albacete, donde recibió el entusiasmo por la literatura y el arte gracias a Francisco Pérez
González, profesor de Ciencias Exactas, Victoria Gotor Perier –a quien dedicara
la novela El subordinado (1966)– y Ramón Barce, pronto empezó a destacar; en
especial, al trasladarse a Palma de Mallorca y tomar contacto con el grupo de Cela
y Papeles Son Armandans, donde se encontraban Cristóbal Serra y un filopostista
informado, A.F. Molina, quien lo introdujo en el surrealismo. Luego, en febrero
de 1967, se desplazó a Barcelona, donde reside, libre e independiente, y desde
donde supo mantenerse en contacto con lo más significativo del mundo intelectual
español e hispanoamericano: entre otros, los poetas y críticos de arte Juan-Eduardo
Cirlot, Josep Iglesias del Marquet y José Corredor-Matheos; la poeta y dibujante
Alejandra Pizarnik, el poeta visual Joan Brossa, el cineasta José Mª Nunes; y los
narradores Julio Cortázar, Joan Perucho, Manuel Vázquez Montalbán y, esencialmente, Joan Marsé.
Allí, en el barrio Gótico de Barcelona, nacieron sus personajes lunares, sus
héroes terrosos de mirada egipcia, sus tintas de perfil que semejan ofidios o alientan ouroboros alquímicos, y sus infantes oniritas al contacto con Henri Michaux,
el Conde de Lautréamont y Marcel Schwob. Beneyto en la noche barcelonesa de
amarillo cadmio, Beneyto en el Café La Opera, en el Bar London, en El Paraigua,
en El Ascensor, o pisando la araña de luz que se proyecta en una callejuela sin luna.
Beneyto narrador y pintor lírico: todo en uno. Eran los tiempos de los paseos o
tertulias con unos entonces desconocidos poetas chilenos Roberto Bolaño y Bruno
Montané, con un extraño Mario Lafont, con el filósofo Arnau Puig, con un entendido Joaquín Marco y con un alucinado Juan-Eduardo Cirlot. Beneyto realista y
surrealista, lúcido y selenita.
En la antología de textos críticos que aquí presentamos, queremos acercar
al lector a un creador singular, forjado por sí mismo, irrepetible, auténtico, actual.
Remitimos a su página web http://www.antonio-beneyto.com y a algunos de nuestros prólogos y presentaciones a sus obras,
como los situados frente a Beneyto, els noranta (Ajuntament de Girona/ Fundació Caixa de Catalunya, Girona, 1996), Tiempo de Quimera (Biblioteca Golpe de dados/Libros del innombrable, Zaragoza, 2001), Beneyto creador postista (Barcelona,
March Editor, mayo 2002), Còdols en New York (March Editor/ Col. Biblioteca íntima, Barcelona, 2004), o Un Bárbaro
en Barcelona (March Editor / Col. Petits Llibres, Barcelona 2009); o los publicados en diarios de Albacete y en Místicos y
heterodoxos,op.cit.
4
Sobre la vida y obra de Beneyto, además de su página web, ya mencionada, resaltamos el libro de Domingo Henares: Beneyto: La otra realidad (Diputación Provinvial, Albacete, 1983), el citado Beneyto, creador postista (March Editor, Barcelona,
2002), prologado por Javier Tomeo, Jaime D. Parra y Josep Vallès Rovira, y el libro de Ricard Ripoll: Los Cuerpos Imaginarios (March Editor, Barcelona 2005); así como el film reciente de Adriana Hoyos: Beneyto desdoblándose (La huella
del gato/ Ministerio de Cultura, Madrid, 2010) con testimonios de Pere Gimferrer y José Corredor-Matheos, entre otros.
3
· 14·
Jaime D. Parra
La escala de Jacob, 1990/1995
· 15·
Jaime D. Parra
La escala de Jacob, 1990/1995
· 16·
5
Sobre la euritmia, ver mis artículos publicados en Místicos y heterodoxos (op. cit.) Chicharro y la Antroposofía de Steiner
y Beneyto, el arte eurítmico. El término euritmia, de origen musical, procede de Rudolf Steiner y fue utilizado por Chicharro
para explicar la armonía de la estética postista. Basándome en él y en los manifiestos de Chicharro, seguidos por Beneyto,
di entrada a los títulos Beneyto, creador postista y Beneyto, el arte eurítmico, porque el postismo es euritmia y Beneyto
siempre se ha considerado un autor postista.
6
No debe extrañar aquí el primer término Cine, que se justifica tanto por el aspecto cinético de algunas obras de Beneyto
–Tiempo de quimera, Libros del Innombrable, Col. Golpe de dados, Zaragoza, 2001, por ejemplo, es para mí un poema
cinematográfico–, como por Beneyto, desdoblándose, donde Adriana Hoyos lo convierte en personaje vivo de su film, o la
obra también fílmica, Amphitrite dans Rull, donde Gemma Ferrón lo lleva a través de un viaje alucinante por el mundo de
su personalizada biblioteca.
· 17·
Jaime D. Parra
Para ello, establecemos tres secciones. Una primera, argumental, de artículos generales, amplios, que definen el contexto del autor y las tendencias de su época o
algún aspecto nuclear de alguna de sus vertientes, idea a la que corresponden los
diez primeros trabajos. Una segunda sección, temática, sobre aspectos particulares
y concretos de la obra o poética del autor, y sobre sus distintos impulsos artísticos:
los apócrifos, la cadencia onírica, la tentación de Eros, etc., como serían los quince
siguientes trabajos. Y, por último, una tercera sección, testimonial y creativa, a
modo de semblanza u homenaje, fundamentalmente recreada con misivas y rápidos
trazos. En suma, una visión sobre las distintas filiaciones beneytianas y su modo
de proceder como artista poliédrico y creador eurítmico5. En cuanto al enfoque, es
tripartito también, según el título de este monográfico, y se tratan tres áreas: CineLiteratura-Pintura6. Pero no se dan en este orden, sino que se barajan, para evitar la
monotonía. El lector podrá fácilmente recomponer el puzzle. No sobre un creador
cualquiera, sino sobre uno que no puede hallarse en ninguna otra parte: es único.
Antonio Beneyto con su madre
· 18·
El hombre
que habla por espejos
Jaume Pont
hablará por espejos
hablará por oscuridad
por sombras
por nadie
A
(Alejandra Pizarnik, Los pequeños cantos, XVI)
ntonio Beneyto es un raro devorador de escritores raros, de esos especímenes marginales que transitan o transitaron por la otredad de la heterodoxia y la vanguardia. Como su admirada Alejandra Pizarnik, tiene el don
de la palabra nunca dicha: escribe y pinta o arma sus objetos como quien habla por
espejos, por oscuridad, por sombras, por nadie. Ama, pues, aquel encuentro fortuito donde reina, por encima de todo, señoreando su altiva e indomable presencia,
la imaginación creadora. Quien le haya acompañado en ese viático personal que
son sus bellísimos Escritos caóticos (2009) se habrá dado cuenta del insobornable
goce con el que clama, a los cuatro vientos, su pasión desbordada por la estirpe
de los rara avis, de los fetiches extraños de una iconoclastia que va del conde de
Lautréamont a Henri Michaux, Witold Gombrowicz y Boris Vian; de Macedonio
Fernández, Oliverio Girondo y Alejandra Pizarnik a Ramón Gómez de la Serna;
de Eduardo Chicharro a Joan Brossa, Cristóbal Serra, Juan Eduardo Cirlot, Carlos
Edmundo de Ory, Francisco Ferrer Lerín, Antonio Fernández Molina o Manuel
Pacheco. Con todos ellos, y con tantos y tantos otros que han hecho de su silencio
la maravillosa afirmación de su ser en extranjería, Beneyto se muestra en cercanía
provocadora e insultante.
En esa atracción, impulsada por lo que he llamado un insobornable goce, se
juega lo esencial de la identidad creadora de nuestro artista. Una identidad desdoblada, como las iconografías de su obra plástica, en tres quehaceres fundamentales
· 19·
Jaume Pont
que se complementan y que, a la sazón, forman parte indivisa de una misma (sin)
razón creadora: el escritor, el artista plástico y el editor. Ahí también, firmemente
adherida al rizoma surrealista, toma cuerpo su orgullosa afirmación como creador
postista. Esa es, para decirlo con la expresión de Valle Inclán en La pipa de kif,
la conciencia hipostática de Beneyto. Naturaleza humana y aura divina o, lo que
es lo mismo, caos, imaginación, expresión, técnica y palabra se aúnan en la rara
propuesta beneytiana: Considero escritor raro aquel que construye sus textos, sus
poemas, bajo el signo del caos y de la imaginación. Haciendo que el verbo sea el
instrumento en el juego, en el trabajo. / El escritor debe barajar también, con sus
ideas, sus conceptos, para componer y si es necesario descomponer, destrozar la
realidad a través de la palabra, de la imagen: verla diferente, y que él mismo una
vez realizada, la obra, la desconozca y esto significará que tomó distancia para
desarrollar su objetivo y nunca el lector sabrá de donde salió el material.
Sabido es que una y otra vez Antonio Beneyto ha gritado a los cuatro vientos
su deuda para con el Postismo, el movimiento estético-literario de vanguardia que
a mediados de los años cuarenta removió con desplante provocador las aguas del
marasmo cultural español. Recordemos que los postistas se declararon desde sus
mismos orígenes como firmes seguidores del Surrealismo. Sus cuatro manifiestos
admiten pocas dudas a este respecto. Su postsurrealismo confeso, sin embargo, se
proponía más como un ideario espiritual que como un seguidismo de escuela. Un
supuesto, pues, hecho a la medida de Beneyto. No en vano Eduardo Chicharro,
Carlos Edmundo de Ory y Silvano Sernesi, los postistas fundadores, se esforzaron
en afirmar que más que crear o inventar el Postismo ellos lo habían descubierto y
que en realidad aquella “nueva” efemérides había existido siempre. Con este gesto,
al igual que sus antecesores del cenáculo surrealista, los postistas retrotraían la
savia histórica de su ismo a una genésis universal, ahistórica e intemporal. El Postismo llega –decía Chicharro en el Primer manifiesto postista de 1945– arañando
y exhalando gritos de contento hasta los fósiles para ir buscando, patas arriba y
con ruedas, y andando retrógradamente ‘lo redondo del Postismo’. Con tales palabras, refrendadas un año más tarde en el Segundo manifiesto, firmado esta vez por
Chicharro, Ory y Sernesi, la huella postista –con mayor o menor calado en artistas
como Ángel Crespo, Gabino-Alejandro Carriedo, Francisco Nieva, Nanda Papiri,
Juan Eduardo Cirlot, Félix Casanova de Ayala, Fernando Arrabal o A. Fernández
Molina, entre otros– se vinculaba por encima de todo a una dialéctica intemporal
del espíritu. O lo que es mismo: lo fundamental consistía en mirar el pasado para
descubrir en él la manifestación de la vanguardia permanente. Sólo así era posible la relectura de la tradición; una relectura que se afirmaba en el presente y se
proyectaba, trasformada, hacia el futuro. Se trataba, como leemos en el Segundo
Manifiesto, de ser el poso, filtro y experiencia de buena parte de los ismos, aunque
reflejando y devolviendo esta enseñanza primordial, a lo clásico, a lo de todos los
tiempos. Es […] lo último y, al propio tiempo, lo eterno y universal. El Postismo
siempre existió y se ha descubierto hoy, no se ha inventado. Una voz que tenía sus
antecedentes inmediatos en la palabra de André Breton y su círculo. ¿Es preciso recordar que los surrealistas descubrían asimismo los vestigios de su identidad
· 20·
· 21·
Jaume Pont
creadora en las huellas del Dante, de Shakespeare, Sade, Swift, Gérard de Nerval,
Poe, Baudelaire, Rimbaud o Mallarmé? Son sus afinidades electivas, como lo serán
para los postitas las de algunos pasajes de la Biblia, de nuevo el Dante, Rabelais,
las iconografías del Bosco, Quevedo, Valle Inclán, Kafka, Gómez de la Serna, Jarry
y la patafísica o el Oulipo, las vanguardias y, en su vértice dominante, la palabra
surrealista.
En esta cadena del ser filopostista se inscriben Antonio Beneyto y su galería de afinidades electivas. Con él viajan en el tiempo sus iconografías pictóricas,
larvadas de sueño y representaciones fantásticas; sus emblemas característicos que
estallan cromáticamente en un abanico de grises, arcillas, verdes, rojos y azules
turquesa que parecen adheridos a las soluciones alquímicas de los elementos primordiales; su pansexualismo, que toma forma en pozos, en raíces o extensiones
arboriformes y filiformes; sus figuras desdobladas, metamórficas, al límite entre
la realidad consciente y el espacio sólo hollado por los fantasmas que nos habitan;
su desacralización de tabúes, su proliferación, en suma, de seres monstruosos y
objetos surrealistas en perpetua crisis. Ese monstrorum artifex es también el mismo
Beneyto postista que atraviesa como un estilete las páginas de sus libros, siempre
suspendido de un trapecio volante balanceándose entre el humor y el dolor, entre
el estallido provocador, grotesco, de un mundo abyecto y la herida sangrante de
una existencia redimida, aunque sólo sea por un instante, por la escritura y el gesto
resistente del artista. No en vano, la transgresión de los límites de la realidad es la
misma, sin solución de continuidad, que transgrede el lenguaje y lo hace añicos.
Porque para Beneyto, autor de una novela mutante como El otro viaje (2003) o los
poemas en prosa insertos en Dentro de un espejo morado (2010), la belleza –haciéndose eco de la palabra surrealista y postista– o será convulsiva o no será. Sólo
la transformación en el/lo otro, que es uno mismo, nos compensa de tanta vida
cumplida en sofocante quietud; sólo con la metamorfosis en el ojo del huracán
–como la del personaje kafkiano que se transforma en insecto en El otro viaje, pongamos por caso, o la identidad continuamente escindida en seres, objetos olvidados
y reencontrados, mamíferos, himenópteros y ofidios en Dentro de un espejo morado– vislumbramos una medida real de ese otro lado de la existencia humana que se
nos hurta a diario. Y, no nos engañemos, descubrir la maravilla que subyace en la
apariencia misma de la realidad es también una forma de metamorfosis creadora,
como querían los postistas y como quiere nuestro autor, el irreverente alquimista o
descubridor de seres imposibles de Un bárbaro en Barcelona (2009).
En su estudio Posología y uso, texto quintaesenciado de los cuatro manifiestos postistas y escrito hacia 1947, Eduardo Chicharro nos acerca a las claves
determinantes de su poética personal y por extensión del Postismo. Según él, el
hecho artístico ha de observar cuatro condiciones o factores previos que se nos
antojan aquí, y en rigor, el marco de confluencia de la poética beneytiana respecto
al enclave estético-literario postista. Decía ahí Chicharro que a) el tema, en arte
no debe ser necesariamente el principal elemento; que b) todas las cosas, por su
esencia misma, por su función, o por su relación con otras, adquieren un mayor
poder imaginativo si hábilmente se las descentra de su valor convencional; que
Jaume Pont
c) en la obra artística debe haber movimiento y este movimiento es dado por una
conjunción y un alternarse de contraste y semejanzas; y por fin, que d) el primer
elemento emotivo brota de la excelencia de la técnica. Es precisamente ese carácter
que excede el factor temático el que proyecta la estética de Beneyto, como la de los
postistas, hacia el lenguaje, de tal manera que éste acaba constituyéndose al fin, por
sí mismo, en tema de contemplación. Michel Foucault, en Distancia, aspecto y origen, argumentaría esta cuestión con suma claridad: No es que haya ficción porque
el lenguaje esté a distancia de las cosas, sino que la distancia de éstas es el lenguaje, y éste es además la luz de la inaccesibilidad de las cosas, el único simulacro de
su presencia. Y todo lenguaje que, en lugar de olvidar esta distancia, se mantiene
en ella y la mantiene en sí, todo lenguaje que habla de esta distancia avanzando
en ella es un lenguaje de ficción”. O como dice Chicharro, en pura y provocadora
radicalización del hallazgo verbal: el nombre de la cosa es, pues, la cosa en sí.
Desde dicho enclave se potencian en la poética beneytiana, escrita o pintada,
todos aquellos elementos que a través de la imagen, el factor sorpresa, el sueño,
la dislocación de lo pretendidamente estético, la impertinencia o el disparate, nos
acercan, como querían postistas y surrealistas, a lo inusual y contradictorio de la
realidad. Lo caótico revierte entonces en una unidad tonal (lírica, onírica, mágica)
que otorga naturaleza concordante a las rupturas del discurso plástico o literario.
El concierto en la mirada de críticos como Ricard Ripoll, Pere Gimferrer, Manuel
Guerrero o Jaime D. Parra es en este aspecto suficientemente significativa. Pocos
artistas actuales pueden presumir de una pintura literaria que hable como la de
Beneyto; pocos también como él, retomando de nuevo las bellas e imperecederas
palabras de Simónides, hacen de la poesía un campo abierto a la infinita mudez
pictórica. No ha de extrañar, por tanto, que la mediación expresiva del factor sorpresa alcance un valor tan definitivo en la poética de Beneyto. En esto coincide
con la mirada postista de Eduardo Chicharro, para quien en su ensayo Poesía: la
aproximación y la exactitud (1959) el factor sorpresa se advierte en tres tipos de
manifestaciones: en lo inmediato, por selección de léxico; en lo distintivo total
(repeticiones-clave, imágenes surrelistas o rotundos cambios en la forma y en el
tono); y, en tercer lugar, en el carácter sorprendente de sus concepciones.
Ese es el Antonio Beneyto que primero hace suyo el círculo de fuego postista, transgrede luego el umbral que guarda sus más secretos sortilegios y, una vez
allí, enriquecido por su lección, se hace abiertamente singular. El círculo, pues, no
se cierra, sino que en llama viva avanza hacia el porvenir y, al tiempo, hace más
esencial el hontanar de su centro. Esa es la mano, también, que funde en un solo
acto creador, pintura y literatura, escritura y materia plástica, libro y soporte pictórico o escultórico. Porque el acto creador beneytiano es un querer ser indefinible,
totalizador, que como leemos en Segundo manifiesto del Postismo desentraña lo
raro y misterioso, proyectando el arte sobre lo intuitivo o subconsciente del espíritu; convierte el lenguaje no sólo en un medio, sino en una fuente de inspiración;
destierra lo convencional para adentrarse en el territorio de la belleza del desequilibrio de formas y valores; profundiza en ciertas zonas cuyo espesor acercan dicho
querer ser a lo mesiánico, al arte de los enajenados, los niños o los salvajes; in· 22·
· 23·
Jaume Pont
funde a sus manifestaciones un humor turbador, a veces en el filo del humor negro,
para deconstruir el hieratismo de las normas y convenciones al uso; y vuelve, en
fin, a la espontaneidad, para así oponer a un arte frío, pobre y académico, las maravillas de la imaginación y la libertad.
Ese es el Antonio Beneyto que, como aquel barbare à Barcelona llamado
Henry Michaux, ansioso por encontrar el rastro que el poeta André Pierre de Mandiargues dejó en “Le bain de la Mauriac” del Barrio del Raval, busca también las
huellas de su Otro postista perdido-reencontrado. Lo dejó escrito en los poemas de
Un postista en el Gótico y pintado en sus sueños imposibles de ayer, de hoy y de
siempre. Él: Antonio Beneyto, erecto, rígido / por el cubre-cama / de la imaginación”. Mírenlo, con una soez pedrada / en el ojo izquierdo / y saliendo del cajón.
Vuélvanlo a mirar: el cuerpo escondido / debajo del sombrero: / mientras él ríe,
ríe, ríe.
Ricardo Senabre
Jaime D. Parra, Ricardo Senabre y Tesi Rivera en Barcelona
· 24·
Los lenguajes
de Antonio Beneyto
Ricardo Senabre
L
as exposiciones y catálogos de Antonio Beneyto dejan claro desde el primer
momento que nos hallamos ante un creador plural, cuya inquietud artística
no se reduce a un solo ámbito, sino que experimenta sin cesar con modalidades expresivas diferentes: dibujo, pintura, escultura, cerámica, literatura narrativa, ilustración… Podría pensarse que se trata de una obra dispersa, heterogénea,
sometida exclusivamente al capricho libérrimo del artista. Sería, sin embargo, una
impresión engañosa, porque lo que da sentido a este variadísimo conglomerado de
productos artísticos es precisamente su profunda unidad; la misma que tendría el
individuo polígloto, capaz de expresarse en varias lenguas sin variar por ello sus
pensamientos o su espíritu. Pensemos, por ejemplo, en esos extraños personajes
de muchos dibujos de Beneyto –y no sólo de las llamadas pinturas negras– cuyos
dedos de pies y manos se prolongan, con un afán de ser más, en imposibles ramificaciones, en arborescencias y transformaciones que desrealizan a los sujetos y los
acercan al mundo vegetal. Y recordemos el arranque de un texto literario del autor,
titulado Algunos niños, empleos y desempleos de Alcebate: Aquel niño que había
nacido sin padres en vez de uñas tenía flores y por eso se las comía. O bien, sin
salir del mismo libro: De sus largos y gruesos dedos salían por debajo de sus uñas
como una especie de látigos que él usaba para domesticar a los clientes que proferían palabrotas. Pero ya mucho antes, en el texto Las hormigas me hacen cosquillas (1968) se leía: Me encuentro mejor […] En vez de extremidades tengo ramas
de naranjos con hojas violetas. También mi cuerpo está cubierto por una rugosa
corteza por la cual suben largas hileras de hormigas. ¿No estamos ante visiones
semejantes? ¿No responden las imágenes plásticas al mismo principio que gobierna
retratos literarios como estos? Dos lenguajes tan aparentemente dispares no logran
· 25·
Ricardo Senabre
ocultar la esencial unidad de la mirada. Por si fuera poco, algunas exposiciones del
autor –como la más reciente, que ha recorrido varias poblaciones del sur de Francia
entre 2010 y 2011– exhiben no sólo pinturas o dibujos, sino también libros de la
biblioteca personal del artista; obras de Stendhal, Pieyre de Mandiargues, Gaudí,
Arrabal, Corredor Matheos, Cela, Tadeusz Kantor, Robert Desnos, Breton, Topor,
Michaux, Cirlot, Jaime D. Parra y otros autores, en ejemplares cuyo denominador
común es la ilustración que Beneyto ha dibujado en la portada o portadilla de su
volumen. La verdadera lectura es un diálogo con la obra, como ha recordado Steiner, y las intervenciones del lector en ese diálogo se manifiestan con frecuencia en
anotaciones marginales –a veces extensas e incluso prolijas, como las que practicaban los humanistas del Renacimiento–, observaciones o marcas de naturaleza
diversa que dejan constancia en el ejemplar de las reacciones del lector, de sus
acuerdos o discrepancias, de sus deseos de colaborar con el texto mediante notas
encaminadas a completar o rectificar algún pasaje. Pues bien: esos dibujos únicos
que ostentan muchos libros de la biblioteca de Beneyto representan exactamente lo
mismo: su reacción como lector, su impresión acerca de la obra, su interpretación
personal; constituyen, en suma, su parte del diálogo necesario entre autor y lector,
sólo que, en lugar de acudir a anotaciones verbales, este lector peculiar ha traducido
sus sensaciones a imágenes, lo que prueba asimismo que, para él, ambos lenguajes
son equivalentes o intercambiables. Es significativo que en la prosa titulada La
habitación sin espejos de la dama morada (1970), el sujeto se encuentre de pronto
con que de las paredes de su cuarto han desaparecido los cuadros, sustituidos por
narraciones que se dedicaron a vivir y andar por el techo, y dormían en los ángulos
de la habitación, como telarañas, de modo que la habitación aparecía forrada con
un sentido muy digno y equilibrado de la estética con textos un tanto disparatados,
misteriosos y extraños en los que se entrecruzaban lo fantástico y lo real tejiendo
un mundo maravilloso, poético y auténticamente sorprendente, palabras que parecen sintetizar muy bien la impresión de cualquier desprevenido contemplador
enfrentado a la obra pictórica de Beneyto. No será ocioso mencionar, a propósito
de este intercambio de percepciones, el pasaje del libro El otro viaje en que el narrador contempla un paraje rural y se le antoja el fondo de una pintura o un anuncio
publicitario.
Bastará recordar un ejemplo más. Una multitud de obras de Beneyto presentan figuras de cuyo cuello emergen lo que a simple vista podrían parecer dos
cabezas, pero que son, en realidad, los dos perfiles del rostro, siempre desiguales y
disimétricos. El cuadro titulado Nina Hagen (1982) funde dos figuras, masculina
y femenina, una de las cuales surge de la otra. Una tabla de 1983 lleva como título
En el país de los hermafroditas, y Andrógino es un óleo de 1982. Esta dualidad
dispar, que es uno de los motivos más frecuentes en la pintura del artista, no trata
de sugerir la existencia de dos sujetos –de hecho, lo habitual es que sólo haya dos
piernas–, sino la duplicidad de espíritu del ser humano –una moderna visión del
Jano bifronte–, las dos caras de la realidad, y, apuntando por elevación, el intento
de mostrar que toda apariencia es sólo superficie, y que el deber del artista es sacar
a la luz lo que esta capa oculta. Pues bien: no es difícil tropezar con el traslado de
· 26·
· 27·
Ricardo Senabre
esta idea y esta imagen al lenguaje verbal. En el ya citado libro Algunos niños,
empleos y desempleos de Alcebate se describe así a un fantástico personaje designado como el muevecafé: Del perfil derecho era chato y tenía un color whisky; del
otro perfil, o sea del izquierdo, se le veía la punta de la lengua y el color de su piel
parecía una tijera pintada de rojo; y viéndolo de frente daba la sensación de ser
un ovario cualquiera recién intervenido. Este descoyuntamiento de la figura, estos
perfiles divergentes que acaban por reducirse a un ovario, a una forma primitiva y
genital, expresan perfectamente la raíz profunda del problema.
El motivo de la dualidad ofrece otras soluciones en los textos escritos. Por
ejemplo, en las alteraciones de topónimos y antropónimos. Albacete se convierte
en Alcebate, y la Irene destinataria de algunas cartas apócrifas será Eneri. En este
mismo plano cabe añadir los usos de palabras inexistentes –como inexistentes son
muchos objetos y criaturas de cuadros y dibujos– cuyo significado deberá dilucidar
el lector apoyándose en el contexto. Sólo en unas páginas de El otro viaje brotan
repílforo, jundunare, popetas, grollar, trepetales, billota, tamajosa, pizorrera, alugerado, quilochas, lluecura o circar(se), entre diversas formas. En otros casos, los
vocablos existen, pero se utilizan con un significado imaginario: autópsido, cachumbo, pizote, cándalo. Naturalmente, estos desvíos son limitados, porque en la
narración se imponen las exigencias del lenguaje ya dado –con sus propios valores
significativos– y de su configuración de la realidad, y es preciso respetarlas mínimamente, mientras que en las creaciones plásticas no existen condicionamientos
previos y sí un campo abierto para albergar las más libérrimas creaciones. Pero
la actitud es análoga en unos casos y otros. No hay que olvidar que en un pasaje
de Algunos niños… se habla de uno que estaba partido por la mitad, a pesar de lo
cual aún tenía medios y formas de pensar. Y por esto se entretenía en componer, en
fundir algunas palabras. Palabras rotas, malolientes. Se trata siempre de provocar
la sorpresa ante lo inesperado, requisito indispensable para aspirar a la creación de
orbes autónomos, cuya existencia no reproduzca forzosamente un mundo real o
reconocible, sino que tengan vida y significado propios por sí mismos. Porque esto
es lo decisivo, independientemente de que algunos recursos desrealizadores puedan
compararse con los del surrealismo o el postismo. Y las marcas que subrayan este
deliberado alejamiento de lo consabido son múltiples. El libro El otro viaje se titula
así porque, aun amoldándose externamente a los cánones del género vivificado por
Cela en su Viaje a la Alcarria –sin duda el modelo del que Beneyto pretende ofrecer el envés–, se aparta deliberadamente del dechado de relato itinerante –de igual
modo que las figuras de los cuadros se alejan de cualquier modelo real– al crear el
personaje de un viajero que se transmuta en gorgojo o larva según las ocasiones y
que transita por un paisaje hosco sin topónimos reconocibles.
En este mundo insólito, repleto de figuras monstruosas o grotescas, de personajes que se retuercen, traspasan los objetos, vuelan, expanden sus extremidades
con inesperados alargamientos e incrustaciones que los liberan de la cárcel del
cuerpo, se utilizan también, sin excluir un ribete humorístico que rebaja la posible
trascendencia y reivindica el papel lúdico del arte, símbolos tradicionales (como
la manzana que aparece en el ángulo inferior derecho de Autorretrato, 1994-1998)
Ricardo Senabre
que dejan entrever, por muy reelaboradas que aparezcan, algunas de las raíces pictóricas y literarias de las que brota el arte de Antonio Beneyto.
· 28·
Zut! Beneyto
Zut! desprecio,
despecho, indiferencia
Arnau Puig
D
e pronto, en 2011, justo cuarenta y tres años después del parisino mayo
del 1968, me llega una carta de Jaime D. Parra rogándome que me acuerde, a propósito de un monográfico que se piensa dedicar a Beneyto, de lo
que fue y significó un pliego de papeles impresos sin permiso ni solicitud oficial
alguna –en un tiempo en el que todo (y desde mucho ya, hasta llegar a olvidarnos
de cualquier legalidad) tenía que declararse previamente, incluido (oh ironía, para
los tiempos que corremos ahora) el amor–, cuadernillo de hojas sueltas (ampliado a
una muestra expositiva plástica) que llevaba, o le pusimos como recuerdo del mayo
del año anterior puesto que ya estábamos entonces en el 1969, el nombre de ZUT.
(Según recuerda Antonio Beneyto, por entonces, para nosotros, esa exclamación
significaba: ¡no! ¡basta! ¡a la mierda!).
De pronto emerge de una aparente nada una realidad. He mirado el pliego, y
he intentado recordar las dos exposiciones –en el Bar Taita (lugar público abierto a
quien en él entre para consumir, sin que se le requiera identificación) y en el Cercle
Artístic de Sant Lluc (espacio cerrado en donde cualquiera allí presente está previamente fichado y controlado)– y lo primero que he pensado ha sido, ¿qué caramba
quería decir ZUT en aquellas circunstancias? La palabreja me bailaba en la mente
como francesa, de haberla oído y haberla empleado yo mismo. Efectivamente, así
ha sido. Zut! (con indicación de signo admirativo e intención interjeccional) es una
palabra francesa que quiere expresar: despecho, desprecio, indiferencia.
Ahora caigo en ello: esa era nuestra situación personal, sensible e intelectual
respecto de nuestro entorno político en la España dominadora (recuerdo de Antonio
· 29·
Arnau Puig
Machado) de aquel tiempo. Para nosotros el mundo, la realidad, era de otra manera, aunque en este ser otro diferente que éramos (nos hallábamos) estaba incluido
aquel del que huíamos. Para nosotros la realidad de acá era zut!
A lo sumo nosotros veníamos, nos sentíamos identificados en aquel entonces, con la realidad del mayo del 68 parisino; aquella realidad que había escrito
la filosofía en los muros de las calles, de las Universidades, en los laboratorios
de investigación y llegó a escribirlo incluso en las fábricas y cobertizos en donde
se ejecutaba el trabajo manual. Una realidad y unas proclamas en las que eran los
muros los que tenían la palabra.
Pero, ¡cuidado!, sabíamos por donde pisábamos; en uno de los muros de la
facultad de ciencias de París se había escrito: “el sueño es la realidad”. Con ello
se significaba que lo que no se aceptaba era lo que se nos ofrecía, porque lo que
deseábamos era lo que pensábamos, que, por aquel entonces –y aun desgraciadamente aun hoy– no podía tener realidad porque si así lo intentamos, ayer y hoy, se
nos envía al manicomio.
Digamos, pues, que de entrada eso fue ZUT, dar la espalda a lo que no queríamos, no por capricho sino por principio de creatividad, que eso es y significa
realidad, no significa estancamiento sino acción, paso hacia delante, aventura hacia
el infinito siempre. Si queréis que lo manifieste con una palabra propia de la estética: surrealismo, no el que retiene, esconde, enferma al individuo, sino aquel que
lo libera, que lo pone en contacto con el atrevimiento, con el paso hacia delante.
Un paso que entonces –mayo del 68– nos instalaba en la calle y nos invitaba
a hacer un arte abierto, sin tropiezos e integrado a la circunstancia subjetiva (la personal) y objetiva (lo colectivo y lo científico), donde queríamos encontrarnos pero,
por ello y al mismo tiempo, provocando que así sucediera.
Las artes, entendíamos, son subjetivas porque reflejan la visión y la acción
desde quien la ejecuta. Pero al mismo tiempo el arte no será factible, viable ni válido, si no recoge el entorno en el que se produce y desde el que se genera; el arte
ha de ser integrado, contenerlo todo en forma. Así funcionaron los textos –escritos
personalmente, por supuesto, pero anónimos para que si bien la subjetividad estaba
presente el efecto debía ser generalizado, de todos y para todos– y las imágenes,
sin firma aunque mostrando la manera de cada cual justo en el punto en el que
la idiosincrasia se confunde con una integración en la que todo lo convenido y
sano cabe. En el pliego catálogo entonces publicado la cuestión de las imágenes se
resolvió mediante el procedimiento del grabado, en el que la línea grasa permite
mantener lo subjetivo y lo colectivamente aceptable sin perjudicar en absoluto la
sensibilidad y la inteligibilidad. Aun más, aparte de las efigies, artistizadas por el
grabado, de todos los intervenientes, las imágenes aludían claramente a actitudes
de comportamiento cívico en las que entonces, se entendía, en todo y para todo, el
· 30·
lado izquierdo. Todo ello respondía perfectamente a algo escrito en el muro del
teatro Odeón de París: “solitario al principio, solidario inmediatamente”.
Pero acercando ahora un poco más el motivo al recuerdo, allí, en Zut, Antonio Beneyto escribió un poema en dos partes titulado: La calle desde mi ángulo
izquierdo, La calle desde mi ángulo derecho. El primero es un canto admirado al
mayo parisino y, al final, recuerda: escurridizas a las miradas [las barricadas] /
siguen levantándose por todos los rincones. En el segundo apunta: la calle lo es
todo:… / La calle es, el cobijo falso del mundo. Y concluye (a la manera como lo
hiciera Salvat-Papasseit en algunos de sus calígramas), después de marcar abiertamente y sucesivamente calle, / ¿y qué?
Se ha dicho de Beneyto, escritor de gran belleza y profundidad intencional y
léxica –amén de plástico (preguntado responde, aun ahora, que lo uno o lo otro le
sale según sale, que no se propone escribir o pintar, que es el contenido del impulso
el que le inclina hacia las letras o hacia las líneas, los colores o las materias– que
es un artista postista. De pronto esto puede sonar un poco marginal; pero Carlos
Edmundo de Ory, creador del postismo, más o menos lo definía como “juego dionisíaco”, “vivencia interna, sintonía de las partes con el todo”, “visión pánica del
placer y la alegría de los sentidos”. Pues bien todo ello se halla en la obra integral
de Beneyto. Y ello está aun presente en su obra actual pictórica y literaria. Constantemente pasa de su más profunda y estricta subjetividad a la objetividad que
permita asumirla. No creo que sea en balde que actualmente Beneyto cuando pinta
parece que escriba y cuando escribe parece que pinta. El calígrama lo permite. El
calígrama habla a los oídos y se entrega a los ojos. Un elemento más aun en pro de
Beneyto: casi correspondiendo con el mismo tiempo en que en el área anglosajona
imperaba entre los inconformistas la actitud beatnik, aquí él seguía on the route, en
el camino, y su palabra, luego su pintura, estigmatizaba, señalaba indeleblemente.
Su tipo o estética realista, que automáticamente se convertía en surrealista.
En ZUT, además, había compromiso total con el entorno que quería romper
estancamientos y prohibiciones. “Prohibido prohibir” clamaba otro grito mural del
mayo 68 parisino.
Ese es mi recuerdo actual de aquella realidad de entonces.
· 31·
Arnau Puig
Hay que reconocer, desde la lejanía de los tiempos, que el conjunto resultaba un poco panfletario; aunque así voluntariamente, dadas las circunstancias, se
quería. No obstante la intención y dados los recursos respondía más a otro de los
clamores callejeros del mayo 68 parisino: “¡tened ideas!” (Facultad de Farmacia).
Antonio Beneyto de niño
BENEYTO
· 32·
La necesidad
del arte de Beneyto
Josep
M. Cadena
H
ace veinticinco años –a finales de 1986, pronto hará un cuarto de siglo–
descubrí los primeros dibujos de Beneyto. Él ya llevaba años haciéndolos
y yo lo sabía por haber leído algo sobre ellos, pero nunca los había visto
al natural. La oportunidad la tuve al visitar una exposición titulada “Grandes formatos”, que ofrecía una sala de arte llamada Greca, existente en la calle Ganduxer
de Barcelona. Su directora y propietaria, Estela Casas, era una mujer culta y entusiasta del dibujo, entonces activamente dedicada a montar muestras de arte plástico
con predominio de obras sobre papel. Coincidía con sus gustos y, atraído por un
catálogo en que se mencionaban obras de August Puig, Romà Vallès, Gastó, Will
Faber, Genovart y Mateo Villagrasa –y junto a ellos Beneyto-, acudí a contemplar
la muestra. La misma había sido muy seleccionada y consideré que podía ser la
base de una colección privada en tiempos en que no existían la crisis, ni las reticencias de ahora. Por ello, la elogié y en mi ánimo quedó fijado el interés por aquel
artista al que dedico ahora el presente trabajo.
Pocos meses después, en enero de 1987, supe que en la galería Maeght,
entonces situada en la calle de Montcada, Beneyto exponía el dibujo más largo
del mundo. Así se declaraba y lo fui a ver, movido por la curiosidad que siempre
despierta lo singular, pero también porque lo conocido anteriormente me había gustado. Y en aquel centro de la modernidad y de la experimentación, que dirigía un
galerista tan avezado como era Paco Farreras, me encontré con la obra de un artista
que, sobre el soporte de una pieza de papel para pianola, había trazado una larga
y original secuencia de seres que iban unos detrás de otros, que se buscaban y que
se perseguían, que establecían una cenefa de rostros y cuerpos en fila. El soporte,
· 33·
Josep
M. Cadena
conseguido en algún viejo almacén de música, presentaba puntos y rayas que eran
para producir determinada música –en concreto La tempestad, valses sobre varios
motivos– del maestro Ruberto Chapí–, lo cual demostraba otro acierto de fondo o
una casualidad bien aprovechada, si se utilizaba con el fin para el que estaba pensada. Pero allí, lo que importaba, era relacionarse lo más íntimamente factible con el
curso de los dibujos, río que no cesaba de fluir y que nos conducía hacia un mundo
situado entre el cielo y el infierno –me parece que aún se admitía la existencia del
Purgatorio, pero no era precisamente aquello– y que, con apariencias demoníacoangélicas, resultaba intensamente humano.
Luego, a través de los años, seguí siempre con interés todas las exposiciones
de Beneyto de las que tuve noticia. Y nos conocimos personalmente, aunque nuestras conversaciones (aunque cordiales) siempre fueron breves. Creo que a ambos
nos interesaba, más que el intercambio de puntos de vista y la búsqueda de coincidencias en los criterios, el hallazgo de nuevas interpretaciones respecto a su obra:
a él, para hacerla en soledad; y a mí, para sentirla próxima. Nuestra formación
siempre ha sido muy distinta y no podíamos coincidir en todo. Incluso más: cuando
yo le veía algo que me parecía banal o fruto de unos momentos de diversión –bien
hecho e intencionado siempre, pero con poca hondura– se lo decía y, le gustara o
no, lo aceptaba.
Así, le seguí a través de exposiciones –en la citada Greca le vi tres veces
más– en salas como Estol, Matisse (la actual Carme Espinet), María Salvat, Tres
Punts (cuatro veces, primero en la calle de Avinyó y luego en la de Aribau, cuando
creció y se trasladó) y en las salas municipales de Girona. Él cambiaba de lugar
expositivo por razones varias –es inquieto y mutante, aunque tiene un estilo y lo
sigue– y a mí me parecía bien porque la riqueza de su pensamiento se difundía y,
particularmente, hallaba motivos para explicarlo a quienes no sabían a qué carta
quedarse sobre lo que Beneyto cuenta.
Porque es un artista muy complejo y que, siempre dentro de una turbulencia
imaginativa, ha buscado su propio lugar. En principio, a mí, como quizás les pasara a otros, me pareció un dibujante de las profundidades infernales –¿por qué el
Infierno ha de tener necesariamente abajo, si es que hay?– acabado de llegar y que
aún conservaba algo de sus anteriores plumas celestiales. Influido por la educación
judeo-cristiana que me habían otorgado sin yo pedirlo –mis tiempos, lo siento, son
de postguerra civil– pensaba en Luzbel y en el arcángel San Miguel, enzarzados en
descomunal y perpetua batalla. Y aunque también sabía de elfos, gnomos, dioses
lares y otros seres mitológicos que rodean a los hombres y suelen tendernos trampas, pensé en unos primeros momentos en algo religioso y basado en las creencias
que nos transmitían.
Sería luego, a medida que iba entrando en la obra dibujística de Beneyto,
cuando empecé a notar que su imaginación se movía en el plano de lo humano. Su
· 34·
mente no había de salir en busca de lo ajeno, sino que se movía, con gran ligereza
en lo propio, dispuesta a vivir de sus propias raíces.
En Beneyto hay humor, buen humor, sentido de la risa y de la ironía. Pienso que se lo mira todo a beneficio de inventario porque, de otro modo, se sentiría
demasiado implicado en lo que representa. Y es que, muy tierno en el fondo, se
protege para poder explicar de la mejor manera su verdad.
Como se abre a varios campos –a todos los que le llegan– a algunos les
parece que Beneyto no tiene oficio, porque se vierte en diversidad de inquietudes,
se piensa que se desparraba. Y a mi entender no es así. Hablo aquí de él como dibujante –también lo podría hacer como singular escultor que es– pero pienso que,
junto con el trazo, dentro del mismo, encarnándolo, existe el pensamiento vario del
ser humano que es y que siempre se halla vigilante, al acecho de la propia presa.
Humor, y también erotismo. Porque Beneyto utiliza el tono amable para
situarnos frente al gran objetivo reproductor que tiene el ser vivo y al que la Humanidad sirve a lo largo de toda su vida. De distintos modos y con distintas fases,
pero siempre en actitud de servicio a través del goce de saberse útil a la continuidad
máxima de las potencias.
Por todo ello, pienso que Beneyto es un creativo que, con su modo de hacer,
se estimula y nos mueve a los demás a crear en la medida que podamos. Y por ello,
es un artista necesario.
· 35·
Josep
Aparentemente circunspecto como es e incluso, distante en la forma de hablar y de comportarse, consiste en una mirada que no para de observar, de captar y
reciclar. Nos contempla como individuos, pero también como grupo al que pertenece y del que no quiere salirse. Quizás podría situarse como espectador, pero no
quiere. Desea implicarse, mantener un permanente diálogo con nosotros y consigo
mismo. Y lo hace a través de unos personajes con doble cara, que se oponen entre
ellos y que buscan una tercera dimensión delimitada por sus respectivos trazos.
Porque una característica que advierto en sus dibujos es que pertenecen a espacios
muy concretos; los de su corporeidad, si así puede decirse.
M. Cadena
Porque Beneyto, persona despierta, artista que sabe expresarse con la pluma, el pincel y la materia, transita por su propia selva de pensamientos, rumores y
colores. En su figuración –todo es muy concreto y, a la vez, extraño- estamos él y
los demás; lo particular y lo general; la vivencia que surge y el mundo que no para
de dar vueltas…
Antonio Beneyto, Joan Soler y Robert Llimós en Galería Ariel, de Palma de
Mallorca, 1966
BENEYTO
· 36·
Beneyto a través del espejo:
una lectura
Joaquín Marco
A
ntonio Beneyto publicó en el mes de octubre de 1975 una serie de poemas
o prosas creativas, si se prefiere, que tituló felizmente Textos para leer
dentro de un espejo morado en la colección barcelonesa Ocnos, que yo
había fundado y dirigía entonces y que, itinerante, circuló con pie de diversas editoriales. Por aquel tiempo andaba cobijada bajo el ala protectora de Barral Editores.
En abril del mismo año y en la misma colección había aparecido ya El deseo de
la palabra, de Alejandra Pizarnik, acompañado del breve prólogo de Octavio Paz,
fechado en París en 1962. El libro reunía casi toda la producción conocida de la
escritora argentina, cuya correspondencia con Beneyto ha sido ya publicada. Desde
1968, éste había dirigido la significativa, por el repertorio de autores elegidos, colección La Esquina, que duró hasta 1973, en aquel tiempo un verdadero éxito. Uno
de sus proyectos frustrados fue la edición del libro de su amiga Alejandra que no
pudo llevar a término por circunstancias ajenas a Beneyto y que él amablemente me
sugirió para Ocnos. No es, pues, de extrañar que el libro de Beneyto se abra con una
cita de Alejandra, que se había suicidado en Buenos Aires en septiembre de 1972.
Si alguien conserva todavía aquella edición, descubrirá al final unas páginas del
propio Antonio que conforman un Epílogo. Destaca en ellas el carácter heterodoxo
de la antología, de su autora y detalla cómo se conformó y cómo hubiera deseado
ella que apareciera, lo que entonces no fue posible. He visto algunos dibujos de
Alejandra y he podido tener en mis manos las cartas que envió a Antonio Beneyto.
También él ha alternado la literatura (no sólo la poesía o la prosa creadora, documental o diarista) con la pintura. Desde 1964, se dedicó a la literatura y a partir de
1968 compaginó esta actividad con la pintura. Cabe aplicarle también, como él
mismo hiciera a la obra de Alejandra, el calificativo de heterodoxa, aunque poco
· 37·
Joaquín Marco
añade el término al conjunto de su obra. En la edición bilingüe castellano/francés,
publicada en la colección Petits Llibres (March Editor, 2010), añade en su reedición una breve Nota marginal de lectura de Galvarino Plaza, fechada en 1976,
quien apunta a su característico humor y el perfecto equilibrio entre la invención
de un mundo poético y su constante y lúcido aniquilamiento.
La obra, ya sea poética o pictórica, procede no sólo de una estética, cuyos
hitos literarios esenciales son Lewis Carroll, el Conde Lautréamont o aquellas figuras que le permiten trazar, a modo de autobiografía literaria, sus propias raíces:
Macedonio Fernández, Oliverio Girondo, Cristóbal Serra, Joan Brossa, A.F. Molina, Boris Vian, Manuel Pacheco, Henri Michaux, Julio Cortázar, Fernando Arrabal
y Camilo José Cela que aparecen en su Espejo. Faltan otros muchos, aunque el
repertorio supone una determinada posición ante el hecho literario y la vida misma.
Su surrealismo queda lejos de la ortodoxia de escuela, sin dejar su esencialidad.
Antonio Beneyto ha elegido una forma estética, plasmada recientemente en el imaginativo vídeo documental de Adriana Hoyos, producido por La Huella del Gato,
donde figura como actor-protagonista, acompañado de Mariona Tena, con intervenciones sobre su obra de Pere Gimferrer, Glòria Bosch, Jaime D. Parra y José
Corredor Matheos. Se ha aludido en ocasiones a su naturaleza postista, pero resulta
difícil, como ya precisaron sus creadores, distinguir entre postismo y surrealismo
y creo que Antonio Beneyto se halla más vinculado al postsurrealismo o al surrealismo de siempre, sin tintes excluyentes, que a un movimiento fugaz surgido en el
Madrid de la postguerra. El espejo en el que se refleja muestra también, al fondo, el
antiguo barrio –hoy remodelado- de una Barcelona que mantiene en algunos de sus
rincones todavía cierto misterio. Si Alicia pretendió alcanzar el otro lado del espejo, Beneyto prefiere mantenerse dentro de él. Y, como buen pintor, sabe añadirle el
color adecuado, un morado tal vez penitencial. En La estólida manera de entrar en
el espejo (1974), que cierra el libro, descubre también el enigma vital que le conduce tan a menudo cerca del espejo deformante. No sin oportuno dramatismo alude
a esta angustia que me sube por las venas desde la punta de los dedos de mis pies
hasta la mismísima mente. Cabe descubrir, pues, el origen no exento de un tema
fundamental del existencialismo, aunque en su caso no contradice su surrealismo.
Porque la mayor parte de los postistas abandonaron pronto su posición y se
instalaron en otras actitudes, pero Beneyto ha seguido fiel en su espejo. Su libro
Textos para leer dentro de un espejo morado se inicia en una fecha significativa:
1968, la del mayo francés, la de la imaginación al poder, la del prohibido prohibir,
siguiendo la estela de las anteriores protestas juveniles de las universidades californianas, en un mundo que parecía destinado a los jóvenes. Y nada más joven que
la ruptura de los cánones, evadirse a través de la imaginación de un mundo como
el español de entonces, dominado por el nacionalcatolicismo y el sociorrealismo.
No era éste su primer libro: Una gaviota en La Mancha, publicado en Palma de
Mallorca en 1966, puede entenderse como libro de viajes. Pero dos años más tarde
descubrimos ya al escritor en la serie titulada Mamíferos, himenópteros y ofidios
que viene a constituir la primera parte del libro que analizamos. En ella se asume el
irrealismo y aparece ya en primer término el complejo y filosofado tema del espejo:
· 38·
· 39·
Joaquín Marco
Tú, como siempre, estabas delante del espejo. Querías verte el rostro reflejado y no
podías. Los cabellos largos y negros, demasiado negros, te cubrían cínicamente….
Cuando este tú acaba rompiendo el espejo se transforma –metamorfosis ovidiana o
preferentemente kafkiana– en una asquerosa mona. Se produce, pues, el deseo de
observar la propia imagen, pero el protagonista resulta el espejo mismo que refleja
lo que no desea verse y tal vez ni siquiera esté delante: la desaparición del cabello o
un rostro agujereado. Cuando se rompe aquél se produce la transformación. No es
la única de las metamorfosis que se operan. En Las hormigas me hacen cosquillas
son los cristales, atravesados por el sol (en realidad una estufa), los que transforman al personaje. Aquí le desaparece no sólo el cabello sino también las uñas y tras
vomitar libros, manuscritos de mi amigo el escritor, las pipas y las macetas que
en el balcón se riegan ellas mismas con el agua de la lluvia sus extremidades se
convierten en ramas de naranjo de color violeta. El realismo cotidiano se mezcla
con lo imaginario y gracias al contraste mágico se acentúan los efectos. La primera
serie aparece fechada, en esta primera edición (no así en la francesa) en Albacete,
5 mayo 1907/ Barcelona, 13 febrero 1968. ¿La primera fecha supone una errata y
debería decir 1967?. Así cabe entenderlo o en caso contrario traduciría un tiempo
que podría resultar histórico, alejado de sus parámetros existenciales. Cada poema,
sin embargo, viene titulado con las personas del verbo. Las situaciones se convierten en imágenes donde el absurdo no evita cierta crueldad. Así, Nosotros, cabrá
calificarla de erótica o transgresora y Vosotros como denunciatoria. Se perciben
nítidamente los mecanismos de lo surreal. En Ellos, por ejemplo: Y harán que
comas la manzana, como si fueras una auténtica Blancanieves, y harán también
que tu mejor paloma te picotee millones de veces en la pupila del ojo derecho. A
la utilización de la mencionada crueldad, derivación histórica surrealista (con el
divino marqués de Sade al fondo), cabe añadir también la utilización trasgredida
del cuento folklórico infantil y la precisión del daño que ha de conferir al texto un
sentido más verosímil e hiriente.
La segunda parte del volumen, fechada en 1969, lleva por título Base por altura partido por dos o Notas para iniciar una biografía. La fecha del 31 de diciembre de 1873 es previa al nacimiento de Macedonio Fernández, autor argentino (nacido en 1874), tardíamente incorporado a las vanguardias y reconocido maestro de
Borges y, en efecto, próximo a Gómez de la Serna, aunque mucho más dadaísta y
ajeno en gran medida, como el propio Beneyto, a la vida social literaria. Es, en esta
breve referencia, donde figura una de las palabras clave que habrán de caracterizar
la obra de Beneyto: magia. El aún no nacido establecía con el argentino una relación a través del cable de la magia. En el espejo morado habita, como en el Breton
de los manifiestos, a quien se menciona, también la magia, como Cristóbal Serra o
Joan Brossa, a quien alude como papel de periódico que no lees. Es sabido que el
suelo del oscuro, descuidado y pequeño estudio del poeta estaba alfombrado con un
palmo de papeles de periódico. Franceses como Boris Vian o Henri Michaux (casi
un desconocido por aquellos años) alternan con otro oscuro pintor y, asimismo,
poeta que se estableció en Zaragoza, tras pasar por Palma de Mallorca, a la vera de
Cela, como Beneyto: Antonio Fernández Molina. Su evocación y algunas peripe-
Joaquín Marco
cias comunes son puro surrealismo. O un olvidado Manuel Pacheco y, naturalmente, Julio Cortázar, amigo también de Alejandra Pizarnik, en paralelo con el Conde
de Lautréamont. Le sigue la figura de Fernando Arrabal, postista este sí en sus orígenes, de quien señala: me gustaría saber cómo escribiste ese texto que ibas a enviarme sin haber escrito y una equívoca evocación de C.J. Cela. Fechado en Hellín
(Albacete) en septiembre de 1970, es otro texto que el propio autor califica de puro
disparate que, en su mayor parte, está formado por títulos de una posible biblioteca
popular. Las narraciones –como las califica– parecen cobrar vida propia y dormían
en los ángulos de la habitación, como el arpa becqueriana. No es necesario recordar la recuperación del folletín por los surrealistas o determinada literatura mágica
(Joan Perucho en su editorial Taber intentó recuperar, en estos años, algunos títulos
sin demasiado éxito). Pero la biblioteca, tal vez familiar, enumerada por Antonio
Beneyto no deja de ser un organizado caos de naturaleza literaria diversa. Los nueve textos de 1971, fechados en Valencia, como el dibujo final, con el título de Amoríos, mariposas, cumplidos y otras cosas, resultan más personales, autobiográficos,
como el resto del libro, fruto de íntimos laberintos, aunque se enmarquen dentro del
irrealismo. El poeta juega con términos antagónicos: mamás estériles o cacofonías
y reiteraciones: papeles y pisapapeles, y Pisamorena, y papeles escritos, y use esta
papelera… Aparecen signos de la crueldad surrealista, sin descartar los frecuentes
rasgos de humor y hasta un gracioso juego de cacofonías: locuras que locamente
caen en las cunas de las dunas. En el conjunto domina, sin embargo, la imaginería.
Pero más personal e íntimo habrá de ser el texto de 1972, El paraguas olvidado en
el ascensor de la barraca, en el que se menciona El Paraguas, local frecuentado
por el escritor por aquellos años. La cita final de Sade, en el primer texto, culmina un episodio cuya cotidianeidad, realismo vivido, se tiñe de un aire surreal. De
igual modo, aunque más críptico –y no menos autobiográfico– resulta el segundo
texto de la breve serie, donde aparecen las Ramblas barcelonesas, núcleo vital y a
la vez otro espejo de difícil contemplación. La mención de García Márquez puede
ser real, menos lo parece la de Dalí y Gala, junto a la calle Tuset, en los años de la
fugaz gauche divine barcelonesa, que Beneyto no frecuentó. El tercer fragmento,
en el que se mencionan, como en los anteriores, algunas de las mujeres que pasaron por su vida, se menciona otro local emblemático, El Ascensor, y Alejandra
Pizarnik. El texto cuarto reproduce un fragmento, aunque en catalán, de Alicia, así
como otro local, La Barraca. Y neologismos que parecen derivar del creacionismo:
seudrogadizo, seudodromediario, seudodroseráceo. Pero, una vez más, se inicia
con la descripción objetiva de una acción (objetivación que no ha de ser antítesis
de lo imaginario y, a la vez, surreal). Un solo texto fechado en 1973 alude a Cirlot,
poeta heterodoxo apreciado tardíamente y, a la vez, crítico de arte que mucho tuvo
que ver con la reaparición del surrealismo a finales de los años cuarenta del pasado siglo. En unas breves líneas podremos advertir toda la compleja teoría, que no
pretendo agotar, de Beneyto sobre los espejos: Quizá algún día y quién sabe dónde
tú y yo nos reencontraremos reflejados en el espejo sin fondo. Y fecha en el año
siguiente La estólida manera de entrar en el espejo. Aquí aparece descrito el sueño
de una compañera, así como la reacción de quien observa las gentes del barrio: mi· 40·
· 41·
Joaquín Marco
rar sin mirar. Narra también el horror por encontrarse fuera del espejo y, al tiempo,
alude al uso y el efecto que le produce el cannabis y una clave que consistirá en
el descubrimiento de unos espejitos ovalados y sin marco que le han de permitir
evadirse de la angustia. El epílogo del libro es un dibujo característico de esta etapa
de Beneyto que, en la traducción francesa es distinto –responde a los más recientes,
estilizados y con menor influencia surrealista de escuela– y se reproduce a doble
página. Constituye el cierre adecuado a una obra que supone referencia obligada
en el descubrimiento y supervivencia del surrealismo en el ámbito español, una
promoción posterior a Dau al Set, y que perdura hasta hoy; literatura que refleja,
asimismo, otra forma de concebir la realidad: combinación de poesía y pintura en
materiales diversos y originales: pintura poética, original, y poesía de imágenes.
Fruto de una compleja elaboración verbal, imaginativa, audaz, irreverente y,
al tiempo, autobiografía oscurecida.
Antonio Beneyto y Argenis Rodríguez en Plaza Cataluña,
de Barcelona, 1969
BENEYTO
· 42·
La narrativa hiperbreve
de Antonio Beneyto
Irene Andres-Suárez
A
ntonio Beneyto es uno de los más destacados representantes del postismo,
movimiento artístico y literario nacido en 1945 que proclamó una renovación total del arte y de la literatura y que desempeñó un papel importante en la renovación del microrrelato español. De talante iconoclasta, transgresor
y rebelde, tanto sus fundadores (Carlos Edmundo de Ory, Eduardo Chicharro y
Silvano Sernesi) como sus seguidores (Ángel Crespo, Fernando Arrabal, Antonio
Fernández Molina, Juan-Eduardo Cirlot, Joan Perucho, Cristóbal Serra o Ignacio
Aldecoa, en su primera etapa productiva) rechazaron de plano el realismo mimético
dominante en la literatura española de aquella época y manifestaron su determinación de explorar los límites de la realidad y del lenguaje, cuyo andamiaje tradicional intentan desmontar para lograr un mundo propio organizado a través de una red
asociativa de imágenes y de símbolos. Además, apostaron por las formas breves,
esenciales, algo que fue determinante para el desarrollo del microrrelato en España.
Ese anhelo de depuración formal y expresiva así como la pasión por la brevedad
se percibe principalmente en los relatos de Antonio Beneyto, Fernando Arrabal y
Antonio Fernández Molina,1 pero también en los sueños de Juan Eduardo Cirlot,
los diarios de Carlos Edmundo de Ory, los fragmentos escénicos de Joan Brossa o
en los microtextos de Cristóbal Serra. Por razones de espacio, aquí nos ocuparemos
únicamente de los relatos hiperbreves de Antonio Beneyto, un artista muy completo puesto que ha cultivado con éxito la pintura, la escultura –una amplia visión
de su trayectoria pictórica y escultórica figura en el libro Beneyto creador postista
Me he ocupado de sus relatos hiperbreves en El microrrelato español. Una estética de la brevedad, Palencia, Menoscuarto,
2010, pp. 177-187.
1
· 43·
Irene Andres-Suárez
(2002)– y la escritura; en este último ámbito, es muy conocido por su magnífica
labor de antólogo (Manifiesto español o una antología de narradores, 1973; 10
narradores catalanes. Antología, 1977; 10 narradores españoles. Antología, 1977
y Narraciones de lo real y lo fantástico, 1977, 2 vols.2) y de editor (fundó en 1968
la colección “La Esquina”, en la que publicaron escritores eminentes), pero ha cultivado asimismo con gran fortuna el ensayo (Censura y política en los escritores
españoles, 1975, 1977;3 Escritos caóticos, 2009), la novela (La habitación, 1966;
Tiempo de Quimera, 20014 y El otro viaje, 2003), el libro de viajes (Una gaviota
en la Mancha, 1966; Còdols en Nueva York, 2004), el cuento clásico (Los chicos
salvajes5, 1971; Cartas apócrifas y otros cuentos, 1994) y el relato hiperbreve (Algunos niños, empleos y desempleos de Alcebate, 1974 y Textos para leer dentro
de un espejo morado,1975). Aquí nos centraremos únicamente en los dos últimos
volúmenes por su importancia para la historiografía del relato hiperbreve español y
por la poca atención que han recibido hasta el presente por parte de la crítica, pero
antes es necesario recordar que este artista genial y polivalente bebe en múltiples
fuentes culturales y artísticas, principalmente en el expresionismo kafkiano (en
su obra abundan las situaciones absurdas y la presencia constante de animales:
serpientes, aves, cucarachas, gatos, camaleones u hormigas, inmortalizadas por Buñuel, Lorca o A. Fernández Molina), el surrealismo (perceptible, entre otros rasgos,
en la liberación del discurso; la fascinación por los objetos dotados de una fuerte
carga simbólica, algo que comparte con de Ramón Gómez de la Serna, Antonio
Fernández Molina, Pere Calders o José María Merino, por ejemplo; el predominio
del mundo onírico; las imágenes visuales especialmente inquietantes6 y la quiebra
de los principios morales) el postismo (visible en el humor, la exaltación del placer,
la alegría y el erotismo; la exploración de todas las posibilidades del lenguaje y la
voluntad de destruir todo tipo de prejuicios) y la literatura fantástica (además de dar
vida a algunos motivos característicos de este género, como el doble o los sueños,
cuestiona los parámetros de conocimiento que solemos utilizar para descifrar la
realidad y el individuo).
Consta de 2 volúmenes, con introducción, notas y dibujos del propio Beneyto, y es su mayor contribución al estudio del
microrrelato de lengua española.
3
Se trata de un estudio sobre la censura en la época de Franco a través de los más significativos escritores españoles, entre
otros, Antonio Buero Vallejo, José Luis Aranguren, Josep Pla, Luis Goytisolo, Carmen Martín Gaite, Manuel Vázquez
Montalbán, etc.
4
Calificada por Beneyto de novela, me parece un libro inclasificable compuesto de poemas en prosa engarzados por un
escenario y un tema comunes. Para Jaime D. Parra, nace como un desvío de los cánones aceptados, pero también como una
ética: la visión pánico-postista del placer y la alegría de los sentidos, en Místicos y heterodoxos, Barcelona, March Editor,
2003, col. Biblioteca íntima, p. 83.
5
Jaime D. Parra califica esta obra como una de las creaciones más atrevidas del autor, en la línea de las de Carlos Edmundo
de Ory, Antonio Fernández Molina y Cristóbal Serra, op. cit., p. 83.
6
Un buen ejemplo son esos “cuchillos afilados” que le crecen a un hombre inválido, sin brazos ni piernas, en los muñones,
con los que tortura a los animales (VIII) o el “hierro caliente que tenía en la punta una estrella y la letra P”, alusión al miembro viril del hombre y a la estigmatización de las prostitutas (XII), o bien esos “polluelos de hermoso color rojo y azul” que
bajan piando por las piernas de un hombre (XVI) (Ejemplos extraídos del libro Algunos niños, empleos y desempleos, pp .
22, 26 y 33 respectivamente).
2
· 44·
Era rubio y empezaba a salirle el bigote y por esto y otras cosas un mediodía de mucho
calor decidió abandonar la ciudad.
El padre al notar la ausencia del hijo que empezaba a salirle el bigote y que además se
preocupaba en leer en los periódicos los artículos de fondo, las noticias bélicas, y los sucesos, sintió
hondo malestar y enseguida dio parte a la policía. Transcurridas unas horas la policía le notificó que
habían encontrado a su hijo en la ciudad de los niños ciegos.
– ¿Pero está bien? –quiso asegurarse el padre.
– Sí –le respondió el policía–, se sacó los ojos y ahora juega con los otros niños a la gallinita
ciega
(Algunos niños, empleos y desempleos, V, p. 18)
Además de ser muy breve y de estar escrito en prosa, en este microrrelato se
nos cuenta, en clave surrealista, la tragedia de un adolescente abrumado por la concienciación de los problemas del mundo adulto. Partimos de una situación inicial: el
despertar a la conciencia del adolescente, para llegar a otra distinta: su incapacidad
para sobrellevar el peso de los horrores del mundo y su decisión de mutilarse para
protegerse de tanta vileza. El texto reúne todos los ingredientes de una narración, la
presencia de un sujeto actor (el muchacho) y una acción sustentada en un conflicto
y en un cambio de situación y de tiempo. Es evidente que aquí la parte omitida tiene
mucho más peso que la visible y, por tanto, el lector se ve obligado a reconstruir los
huecos que faltan, a efectuar la descodificación de los sentidos ocultos, sobreentendidos, lo que supone un gran acierto narrativo. En cambio, el microtexto que sigue
es descriptivo y en él la sustancia narrativa está ausente a la vez que la progresión
dramática y el flujo temporal, imprescindibles en todo microrrelato:
Aquel hombre me contó que se entretenía en conservar anotadas en su mente la salida
de las cucarachas nocturnas. Me decía: “Corren sedientas de sexo. Otras veces se detienen en una
esquina y piensan en la llegada del primer macho hambriento. Y el frío las transforma en fratricidas
y horripilantes.
(Textos Para leer dentro de un espejo dorado, p. 48)
Hecha esta salvedad, pasemos ya a presentar ambos volúmenes. Algunos
niños, empleos y desempleos de Alcebate consta de dos trancos; el primero, titulado Niños, empleos, está conformado por veinticinco microtextos y, el segundo, Desempleos, por diecinueve. Los del primer bloque son todos microrrelatos
y están protagonizados por niños misteriosos y extraños, –algunos son hijos de
homosexuales o de prostitutas y sufren las consecuencias de la desviación social– ,
maltratados a menudo o incomprendidos por los adultos –poseen notables simili7
Cf. Irene Andres-Suárez, El microrrelato español, op. cit.
· 45·
Irene Andres-Suárez
Volviendo a los dos libros mencionados, hay que resaltar que los textos del
primero son en su mayoría microrrelatos7, es decir, textos hiperbreves escritos en
prosa que nos cuentan una historia, mientras que en el segundo predominan los
microtextos no narrativos, como por ejemplo, el poema en prosa, la estampa, el
microrretrato, o el miniensayo. Veamos la diferencia con dos textos suyos:
Irene Andres-Suárez
tudes con los niños tontos de Ana Mª Matute– , o bien por jóvenes adolescentes
atormentados ya sea por problemas sociales o existenciales o por sus pulsiones
sexuales irrefrenables y el remordimiento derivado de una educación religiosa especialmente represiva; en cambio, los del segundo bloque indagan en el mundo de
adultos desarraigados y marginales que desempeñan oficios modestos y extravagantes (son mirarrodillas, rompecristales, ponemultas, coleccionistas de senos de
múltiples tamaños y colores, claro guiño a Ramón Gómez de la Serna, etc.) o bien
carecen de empleo no porque lo hayan perdido, sino porque rechazan las normas de
la sociedad en la que viven así como los parámetros racionales que solemos utilizar
para descifrar la realidad optando por el mundo de la imaginación y del ensueño.
Otra particularidad de estos diecinueve textos es que empiezan todos con
una preposición adelantándose en el tiempo a los experimentos lingüísticos del
grupo OULIPO, experimentos visibles asimismo en el título del libro (el topónimo
Alcebate es una alteración silábica –metátesis– de Albacete, la ciudad natal del
escritor) o en la abundancia de neologismos (unicofagía, disforia, izquierdabajonista, blancas-azules-blancas-azules palomas, etc.). Y estos juegos persisten en el
volumen Textos para leer dentro de un espejo morado, ya que consagra seis piezas
a los pronombres personales y en el título de una de las secciones se advierte asimismo la fascinación por las matemáticas (Base por altura partido por dos…), otro
rasgo característico del grupo francés mencionado arriba.
En Textos para leer dentro de un espejo morado Beneyto recoge microtextos publicados entre los años 1968 y 1975. El primer apartado, Mamíferos, himenópteros y ofidios8 (1968), gira en torno al mundo animal y a las metamorfosis de
los humanos; así, en uno de los textos, un hombre se transforma en un árbol (Las
hormigas me hacen cosquillas) y, en otro, a un limpiabotas le salen serpientes por
los ojos (Las serpientes y los tañidos). Base por altura partido por dos o notas
para iniciar una biografía”(1969) es tal vez el bloque más atractivo y novedoso
del volumen, pues recoge once magníficos minirretratos surrealistas de escritores y
artistas admirados por Beneyto tanto españoles (C. J. Cela, Joan Brossa, Fernando
Arrabal, A. Fernández Molina, Cristóbal Serra o Manuel Pacheco) e hispanoamericanos (Macedonio Fernández, Oliverio Girondo, Julio Cortázar), como franceses
(Boris Vian y Henri Michaux).9 Consciente de que a los hombres se les conoce por
sus obras, bucea en ellas en busca de su alma y de su estética y poética y, mediante
una técnica expresionista y el uso de la caricatura amable, consigue unos retratos
memorables de gran agudeza e ingenio en los que plasma todo aquello que la biografía canónica en strictu sensu no logra transmitir.
Estos textos, escritos en 1968, vieron la luz por primera vez en la antología Narraciones de lo real y lo fantástico, II, op. cit.
En el segundo volumen de su antología, Narraciones de lo real y lo fantástico, recoge textos de estos autores de lengua
española y añade más nombres, entre otros, Guillermo Cabrera Infante, Alejandra Pizarnik, amiga del antologador, José
Antonio Ramos Sucre, Severo Sarduy, Carlos Edmundo de Ory, Francisco García Pavón, Luis Goytisolo o Javier Tomeo, y
en un volumen reciente que no tiene desperdicio, Escritos caóticos (Barcelona, March Editor, 2009, col. Biblioteca íntima)
efectúa una valoración crítica muy sagaz sobre la obra de la mayoría de los artistas ya mencionados, todos ellos, cada uno
en su estilo, rupturistas e innovadores.
8
9
· 46·
10
Op. cit., p. 88
· 47·
Irene Andres-Suárez
La fascinación por el mundo de los objetos, especialmente por los espejos,
símbolo de la identidad escindida y fluctuante del individuo, está presente en cuatro de las secciones de este librito: La habitación sin espejos de la dama morada
(1970), El paraguas olvidado en el ascensor de la barraca (1972), Nadie en el
espejo y se contempla (1973) y La estólida manera de entrar en el espejo (1974).
En La habitación sin espejos… un alter ego del escritor, relata la transformación
súbita de los objetos de su cuarto tras recibir la visita de los poetas Henri Michaux
e Isidoro Ducasse y, muy especialmente, de las narraciones de su biblioteca que,
de pronto, cobran vida y llevan a cabo la aspiración estética soñada por Beneyto: el
mestizaje, la mezcla con textos un tanto disparatados, misteriosos y extraños en los
que se entrecruzaba lo fantástico y lo real tejiendo un mundo maravilloso, poético
y auténticamente sorprendente. Nadie en el espejo… es, a su vez, un bello homenaje a Juan Eduardo Cirlot y al mundo de los sueños y de la música, y La estólida
manera de entrar en el espejo (1974) un sueño casi en estado puro, acompañado
de una reflexión del narrador sobre su manía por los espejos, símbolo aquí de la
realidad polifacética y cambiante a la vez que un instrumento eficaz para acceder
al otro lado y desvelar la parte oculta de la realidad. Por último, la sección titulada
Amoríos, mariposas, cumplidos y otras cosas (1971) agrupa nueve microtextos
más bien descriptivos, algunos de los cuales podrían leerse como poemas en prosa,
sobre asuntos diversos: la infidelidad, el instinto, la identidad, etc., y el volumen se
cierra con un dibujo surrealista sobre el deseo, la pasión amorosa. La parte izquierda del mismo está presidido por una mano abierta de cuyos cuatro dedos surgen
como unos hilos que conforman en su extremo un gran ojo abierto, similar al que
se ve en la palma de la mano, y del pulgar sale otro filamento que desemboca en el
seno de una mujer desnuda y recostada, sobre cuya rodilla se apoya la cabeza de un
hombre del que sólo se ve la boca, la nariz y los ojos, ocultos éstos por unas lentes
redondas y opacas, como queriendo sugerir que la pasión es ciega y que privilegia
sentidos como el tacto, el gusto y el olfato. Como ha indicado Jaime D. Parra, Beneyto gusta desarticular el mundo del objeto y en sus lienzos abundan las manos
inquietas y delirantes, como pinzas o pájaros, las lenguas bífidas y otras figuras
zoofomórficas.10
En definitiva, es urgente rescatar para la historiografía del microrrelato español la narrativa hiperbreve de A. Beneyto y releer sin anteojeras toda su obra
literaria, oscurecida tal vez por el éxito de su pintura y de sus antologías, pues es
un verdadero regalo para los sentidos y en ella se percibe una cosmovisión centrada en preocupaciones existenciales y metafísicas, así como una firme voluntad de
subversión de las relaciones tradicionales entre el individuo y la sociedad, entre el
hombre y las cosas que le rodean. En suma, todo un compromiso humanista y un
imperioso deseo de renovación estética.
Antonio· Beneyto
en el café El Paraigua de Barcelona, 1972
48·
Beneyto
en los espejos de los ciegos
Isabel Navas Ocaña
C
uando leo los escritos de Antonio Beneyto, cuando contemplo sus pinturas, sus esculturas, siempre hallo los versos, los trazos de otros, que sin
embargo ya no son ellos porque un mago los ha transmutado, se los ha
apropiado sin pudor haciéndolos suyos para dar a luz a unas criaturas extrañamente
cautivadoras.
Beneyto es un espejo en el que puedo ver desdibujados rostros a los que yo
también he perseguido, a los que tiempo atrás pretendí atrapar en sesudos ensayos
como si fueran insectos disecados, fantasmas que se pasean imperturbables por los
lienzos, por los poemas, por las prosas, y que se ríen de tantos afanes vanos.
Y esos que el Beneyto-espejo refleja, que el Beneyto-antropófago ha devorado con auténtica delectación, ya sólo irradian la luz con la que el mago generosamente los ha obsequiado. Figuras dobles, grotescos seres con dos cabezas, que son
a un tiempo el propio Beneyto y el otro, aquel a quien el artista ha convertido en
una parte de sí mismo, cuerpos imaginarios1, criaturas oníricas por obra y gracia
de una poderosa imaginación combinatoria, dualidades funestas. Así le han definido, y se han definido, algunos de los artistas sometidos a semejante proceso de
metamorfosis, desde Cristóbal Serra, el grabador de signos2, sobrecogido por las
1
Precisamente con el título Beneyto. Los cuerpos imaginarios, la editorial March publicó en 2005 un libro de dibujos realizados entre 2001 y 2004, con una introducción de Ricard Ripoll en la que la cuestión del doble, de las dualidades, ocupa un
importante lugar: Seres dobles que pueblan toda la obra de Beneyto como referencias a los elementos masculino y femenino,
al Yin y al Yang, pero en un principio con rostro humano, con perfiles reconocibles, inscritos en un género bastante definido
que se modificará a lo largo de los años, hasta dejar entrever el monstruo, el híbrido, poniendo frente a frente lo humano y
lo animal, lo blando y lo duro…
2
Antonio Beneyto, «Cristóbal Serra o el grabador de signos», Base por altura partido por dos o notas para iniciar una
autobiografía, Barcelona, La Esquina, 1969. Reedición en Dentro de un espejo morado, March Editor, 2010.
· 49·
Isabel Navas Ocaña
dualidades funestas de beneytianas3, hasta Pere Gimferrer, a quien aún asombra
la poderosa imaginación combinatoria, el don de la inventiva del manchego, sus
imágenes selenitas4. Gimferrer nos devuelve a un Beneyto transfigurado en Apollinaire; en Picasso, atormentado por unas luciferinas señoritas de Rull que como las
de Aviñón son feroces y feraces, y tienen a la postre mucho de retrato metafórico
del pintor5, un Beneyto surrealista, entusiasta incluso del automatismo psíquico,
como el que emerge de las páginas escritas por Josep Vallès Rovira6, José Luis Giménez Frontín7 y J. Corredor-Matheos8, un Beneyto postista que Jaime D. Parra ha
ido desvelando con la tenacidad y la fe del erudito, del iluminado: desde el impulso
frenético de la imaginación, el absurdo, la exaltación del juego, la euritmia9, la
infancia10, hasta el erotismo.
Y, en efecto, el erotismo es una de las claves de la estética de Beneyto,
además de una de las constantes del Postismo y de sus secuelas, cuyos escritores
más representativos –Carlos Edmundo de Ory y Fernando Arrabal– siempre le han
rendido culto bien a partir de Tanatos o de Dionisos, como atinadamente se ha
afirmado11. Pues bien, Ory y Arrabal son dos de los ángeles custodios de Beneyto,
dos de los artistas bajo cuya sombra se guarece y a cuya advocación se encomienda
asiduamente Beneyto, en cuyo espejo se mira para construirse a través de ellos,
para construirlos a ellos.
En Escritos caóticos no duda en definir a Arrabal como un gran asimilador
de ismos, de culturas12, definición que bien podría haber empleado para sí mismo,
que le encaja al propio Beneyto como un traje hecho a medida, de la misma forma
que los atributos que le adjudica al Movimiento Pánico son los que presiden su
quehacer artístico: la confusión, el humor, el terror, el azar, la euforia13. Hasta la
disidencia política de Arrabal se refleja en la del propio Beneyto, en la instantánea
que de Beneyto ofrece Antoni Serra14, en la que Beneyto captura de Arrabal a principios de la década de los ochenta, cuando la memoria del franquismo es aún muy
reciente15.
Beneyto se complace mucho en la dualidad funesta. Es un pintor de figuras duales. Pitágoras no le hubiera dejado entrar
en la secta pitagórica, enemigo como era de la dualidad, a la que tenía por demonio y maldad (Beneyto, creador postista,
Barcelona, March Editor, 2002, p. 32).
4
Ibídem, p. 70.
5
Palabras de Gimferrer en el prólogo al catálogo de la exposición que Beneyto realizó en 2009 en la galería 3 Punts, de
Barcelona. Ver también el film Beneyto desdoblándose (La Huella del Gato, 2010).
6
«Paseo imaginario», Beneyto, creador postista, ibídem, p. 10.
7
«Los falsos apócrifos de Beneyto», La Vanguardia, Barcelona, 17 de diciembre de 1987.
8
«Espai i Temps de Quimera», Avui, Barcelona, 28 de noviembre de 2002.
9
Jaime D. Parra, «Beneyto, creador postista: el arte eurítmico», Beneyto, creador postista, op. cit., pp. 5-8.
10
Jaime D. Parra, «Beneyto, en las espaldas de Brueghel», en Antonio Beneyto, Un bárbaro en Barcelona, March Editor,
2009, pp. 9-12. Destacan al respecto en la producción de Beneyto los textos protagonizados por niños del volumen Algunos
niños, empleos y desempleos de Alcebate, Barcelona, Lumen, 1974.
11
Jaime D. Parra, «Prólogo», en Antonio Beneyto, Tiempo de Quimera, Zaragoza, Los Libros del Innombrable, 2001, pp.
IX-X. Yo misma he estudiado la vertiente dionisíaca de Arrabal en «El movimiento Pánico y el Postismo», Almunia, nº 6-7,
primavera de 2003, pp. 65-70.
12
Antonio Beneyto, Escritos caóticos, March Editor, 2009, p. 74.
13
Ibídem, p. 73.
14
Pronto hizo amistad con el grupo que por aquel entonces, plena dictadura franquista, era considerando disidente e
izquierdoso por los jerifaltes policiales (Antoni Serra, «Semana trágica», Última hora, Palma de Mallorca, 31 de julio de
2005).
3
· 50·
Isabel Navas Ocaña
El cuerno hurdano, 1990
· 51·
Isabel Navas Ocaña
Por otra parte, iconoclastia y heterodoxia son los dos principios rectores de
los que a menudo se vale Beneyto para retratar a sus artistas predilectos, a Ory, a
Arrabal, a Juan Eduardo Cirlot, a Joan Brossa. Y entre todos ellos descuella un
Ory heterodoxo, Ory iconoclasta, Ory incitante, Ory provocador, que se recrea
audazmente en lo maravilloso16, y que para Beneyto es antes que nada el poeta del
Eros, del amor: pienso que a Carlos Edmundo de Ory, sobre todas las cosas lo que
verdaderamente lo desborda es el amor. El amor aparece por todas las páginas
de sus libros: en sus cuentos sorpresivos, insólitos, en su novela Mephiboseth en
Onou17. Este Ory-Beneyto dominado por la pasión amorosa me anima a hermanar
Técnica y llanto y Tiempo de quimera, a leer los dos poemarios como si fueran
uno, mezclando sus versos al azar: Como estatuas de lluvia con los nervios azules
/ Cuando dos amantes se abrazan se convierten en transparentes.
Pero, además de Eros, Beneyto ha emulado los aerolitos de Ory, esas greguerías muy misteriosas que caen como piedras silenciosas18, y que proyectan la
figura del manchego sobre el espejo de otro de los hitos de la vanguardia en nuestro
país: Ramón Gómez de la Serna. A él acude Beneyto cuando en Còdols en Nueva
York describe su grotesca experiencia en el MoMa:
Si Ramón aún viviera y estuviera aquí, en la 5 Avenue, se hubiera encaramado de nuevo
al trapecio del circo y repetido su célebre conferencia, al tiempo que haría aguas sobre la entreabierta boca del gordo blanco americano que ahora duerme y duerme en la Cathedral y no se sabe
ciertamente si accedió a tal situación, porque el narrador así lo deseó o porque tomó un tazón de
adormidera para combatir el insomnio. Todo un performance: el MoMa19.
Por lo demás, a Ramón Gómez de la Serna y a Carlos Edmundo de Ory les
ha rendido homenaje Beneyto en varias ocasiones, editando en la colección «La
Esquina» Caprichos póstumos de Gómez de la Serna (1969) y El alfabeto griego
de Ory (1970), e incluyendo en el catálogo titulado Des peintures. Des dessins. Des
livres (2010-2011) un dibujo de El circo de Ramón y otro de Miserable ternura.
Cabaña de Ory, con la figura de Airun, la amante de Tiempo de Quimera. En este
catálogo Beneyto ilustra algunos libros predilectos. Su devoción por el surrealismo
y las vanguardias queda patente en los títulos escogidos para su biblioteca delirante: Los manifiestos del surrealismo de Breton, la Antología de poesía postista de
Raúl Herrero, los Poemas en prosa de Picasso, el Diccionario de las vanguardias
en España de Juan Manuel Bonet, la Carta al general Franco de Fernando Arrabal,
el Teatro de Joan Brossa, Tornado de Pere Gimferrer, Pisando la dudosa luz del
En febrero de 1983 Beneyto presentó en Granollers el estreno del film de Arrabal Yo iré como un caballo loco de la siguiente guisa: Durante el proceso que el franquismo hizo a Arrabal (estuvo tres meses en la cárcel de Carabanchel) Samuel
Beckett declaró que este autor era el verdadero embajador del teatro español. Sin embargo, Arrabal fue a partir de este
encarcelamiento el más prohibido de los prohibidos escritores españoles. En aquellos días el cofundador de la Falange en
el desaparecido periódico Arriba afirmó que habría que castrar a Arrabal para que, incapaz de ser padre, no diera hijos que
renegasen de la Patria. Así estaban entonces las cosas para este artista de fibra ibérica. (Escritos caóticos, op. cit., p. 72).
16
Ibídem, pp. 60-61.
17
Ibídem, p. 60
18
Antonio Beneyto, Escritos caóticos, op. cit., p. 59.
19
Còdols en Nueva York, Barcelona, March Editor, 2004.
15
· 52·
Te pedí el otro día un texto y me dijiste que ahora escribes con ceniza y en grandes planchas
de hierro fundido y el envío por avión es muy costoso. Yo lo comprendí y por esto no quise explicarte mi manera de escribir porque pienso que a nadie le interesa: pero en este preciso momento,
no sé por qué, tengo apetencia de aclarar que lo primero que hago es buscar un papel en blanco
(este trabajotrabajo-trabajotrabajo me lleva bastante tiempo; suficiente para contemplar por unos
segundos aquella fotografía en la que estás sentado en la taza del retrete y escribiendo una pieza…
ca… cho… ca… ca….); luego, digo en voz baja alguna palabrota y sigo llenando líneas. Por otra
parte me gustaría saber cómo escribiste ese texto que ibas a enviarme sin haber escrito. También me
gustaría saber si alguna vez firmaste en un talón de banco. O quizás estuviste un día sentado en un
banco esperando que el guarda del jardín te formara un expediente por haber ido de juerga la noche
anterior20.
Un proceso creativo que Juan Eduardo Cirlot, otra presencia constante en la
escritura de Beneyto, definió en los siguientes términos:
Domina por entero en Beneyto un factor irrealizante (idealizante + nihilismo) que es lo
que delata en él al poeta, no al buscador de calidades ni al plasmador de texturas o de formas por su
cerrado valor tectónico y plástico. (…) Un arte imaginativo, pero sometido a una reflexión estética
que muestra una pureza innata mejor que adquirida en el crisol de la ciencia artística. Esto es lo que
vemos en Beneyto, junto a un anhelo de permitir que algunas zonas de su iconografía se acerquen a
la crítica social, con más ironía, apenas perceptible, que acritud21.
El primer Manifiesto del Postismo resuena en mis oídos cuando leo estas
palabras de Cirlot22, y también los postulados del introrrealismo íntegro que Ory
habría de fundar con el pintor Darío Suro en 195123: imaginación, control lógico
y técnico, preocupaciones existenciales y sociales. Más espejos, pues. Y en ellos,
imágenes desdibujadas, vagas, imprecisas, de Chicharro, de Ory, del propio Cirlot,
y en última instancia, de Beneyto…
Dentro de un espejo morado, op. cit., p. 40.
Beneyto, creador postista, op. cit., p. 24.
22
El postismo es el resultado de un movimiento profundo y semiconfuso de resortes del subconsciente tocados por nosotros
en sincronía directa o indirecta (memoria) con elementos sensoriales del mundo exterior, por cuya función o ejercicio la imaginación, exaltada automáticamente, pero siempre con alegría, queda captada para proporcionar la sensación de la belleza
o la belleza misma, contenida en normas técnicas rígidamente controladas y de índole tal que ninguna clase de prejuicios
o miramientos cívicos, históricos o académicos puedan cohibir el impulso imaginativo», «Primer Manifiesto del Postismo.
Postismo, 1945, en Isabel Navas Ocaña, El movimiento postista. Teoría y crítica, Almería, Servicio de Publicaciones de la
Universidad de Almería, 1997, p. 25.
23
El introrrealismo posee un carácter subjetivista y romántico, con un importante componente existencial que arranca de las
catástrofes bélicas acaecidas en esos años. Además, concibe el arte como manifestación de la realidad interna del hombre y
pretende una poesía esencial significada en esa realidad interior de la existencia dolorosa y por medio de formas desprendidas
de todo elemento sintomático o referente a la anecdótica realidad exterior, Nuestro tiempo: poesía. Nuestro tiempo: pintura,
Madrid, Imprenta Farero, 1951.
20
21
· 53·
Isabel Navas Ocaña
día de Camilo José Cela, Del no mundo y Confidencias literarias de Juan Eduardo
Cirlot.
De igual forma, en 1969 publica en «La Esquina» el poemario Base por altura partido por dos con poemas en prosa sobre sus artistas favoritos: Joan Brossa,
Antonio Fernández Molina, Camilo José Cela, Fernando Arrabal. Precisamente el
dedicado a Arrabal dice mucho del proceso creativo del propio Beneyto:
Un Cirlot demoníaco, contradictorio, inclasificable, sagazmente ordenado,
heterodoxo, iconoclasta, surrealista, maldito, raro, creador auténtico24, un Cirlot
capaz de clavar la punta de su paraguas en el entrecejo de Beneyto y de observar
con él la luz en el espejo de los ciegos:
Isabel Navas Ocaña
Cirlot recuerdas cuando juntos observábamos la luz en los espejos de los ciegos allá en
lo más alto de nuestra ciudad. Quizás algún día y quién sabe dónde tú y yo nos reencontraremos
reflejados en el espejo sin fondo25.
24
25
Antonio Beneyto, «Juan Eduardo Cirlot, arador del tridente», Escritos caóticos, op. cit., pp. 39-40.
Antonio Beneyto, Nadie en el espejo y se contempla», Dentro de un espejo morado, op. cit., p. 69.
· 54·
Antonio Beneyto: un bárbaro
hispanoamericano en Barcelona
Consuelo Triviño Anzola
A
ntonio Beneyto se define como postista del Gótico con las connotaciones
que los dos términos arrastran, entre otras, postura ética y estética y arraigo en un lugar con su historia. Heredero de las vanguardias de entreguerras, el postismo en el que se circunscribe su obra retomó el aliento del surrealismo
hacia 1946, en un momento en que España vacilaba entre el concepto purista de la
poesía y el compromiso social. Los postistas, en cambio, defendían el impulso de la
imaginación libre, en el arte, y el sentido lúdico de la vida. Humor, disparate, absurdo y locura, alimentan la poesía de autores como Carlos Edmundo de Ory y Eduardo Chicharro, fundadores del movimiento, junto con el italiano Silvano Sernesi.
El poeta Jaime D. Parra, en su prólogo al libro de Beneyto Un bárbaro en
Barcelona, define el postismo con gran precisión: Porque el postismo es un ismo
singular, fraterniza. Euritmia es su definición como Eureka es su resolución. Euritmia entre los ismos, armonía, exaltación. Espontaneidad, líneas, enderezamiento,
juego, enigma y morfología. Nadie atinará a ver el postismo si no es un iniciado, si
no tiene ojo y oreja. Y es que gracias a la agudeza de los sentidos y a una apertura
mental, es posible acoger al otro y enriquecerse con sus aportaciones; renovarse
con lo inesperado, como ocurre con ciertas figuras clave que, sin proponérselo,
se fusionan con extrañas materias sin temor al contagio, alimentando su obra de
diversas influencias.
El hecho es que los poetas españoles de finales de los cuarenta se desviaban de la tendencia hegemónica canalizando su inspiración hacia las propuestas
vanguardistas, relegadas tras la guerra civil. Por el contrario, el surrealismo en
Hispanoamérica seguía una línea de continuidad en un terreno tan propicio como el
del Río de la Plata donde produjo fantásticos frutos. Allí una importante nómina re· 55·
C o n s u e l o Tr i v i ñ o A n z o l a
novaría las formas, agrupados primero en torno a publicaciones como Que (1928),
revista fiel a las propuestas de Breton y posteriormente de Ciclo (1948-49), abierta
a otras estéticas vanguardistas; o A partir de 0 (1952-1956), dirigida por Enrique
Molina, figura emblemática del surrealismo en aquella región. Humor, erotismo,
absurdo, imaginación y pulsión rupturista, definirían su poesía.
No hay que olvidar que fue un uruguayo nacido en 1846, el conde de Lautréamont, quien presintió, gestó y conjuró en sus Cantos de Maldoror el surrealismo. Tampoco podemos pasar por encima de esa rareza inclasificable que ilumina
nuestro horizonte intelectual, Macedonio Fernández, maestro de Borges, filósofo
ajeno a toda erudición libresca y de una deslumbrante sabiduría. En el modesto
lugar, en el que se situó él mismo, fue mucho más lejos que ninguno en sus búsquedas, quebrando las categorías filosóficas para instalarnos en una nueva visión
del cosmos y una propuesta vital que formula en obras como No toda es vigilia la
de los ojos abiertos. Estos dos nombres explican la fascinación de Beneyto por
los personajes, los temas y las locuras de “la otra orilla”, de donde llegan los aires
renovadores que necesitaba una parte de juventud española de los sesenta y setenta.
Como es sabido, desde Rubén Darío, a España solían arribar los intelectuales con cargos diplomáticos, o como estudiantes. Recordemos en los cincuenta a
los integrantes del grupo de la revista Mito en Colombia los poetas Eduardo Cote
Lamus, Jorge Gaitán Durán, o el crítico Rafael Gutiérrez Girardot, fundador de la
editorial Taurus. También al novelista Eduardo Caballero Calderón, fundador de la
editorial Guadarrama. Destaca entre ellos el poeta Eduardo Carranza, mimado por
el régimen, cuya presencia marcaría un momento en las relaciones intelectuales
entre España e Hispanoamérica con la creación del Instituto de Cultura hispánica.
Fuera de ese circuito podemos mencionar al narrador y poeta Darío Ruiz Gómez
del que diría su amigo y compañero de estudios, Rafael Conte, que ya había leído
todos los libros del mundo.
De otra naturaleza serán las redes que fue tejiendo Antonio Beneyto en Barcelona en torno a afinidades y elecciones, al margen de la cultura oficial. Si bien
la posguerra había condenado al exilio a sus intelectuales, la relación con los compatriotas no se rompió. Ahí estaban las revistas, los libros que podían colarse en
el equipaje de los viajeros y la relación epistolar que hoy se ha perdido con las
tecnologías. Entonces, gracias a las cartas que iban y venían, se concretaban los
proyectos. Así contactaron por primera vez Alejandra Pizarnik y Antonio Beneyto,
quienes no se conocieron personalmente.
También hay que tener en cuenta el impacto de boom que en los setenta
trajo a la Península a autores de la dimensión García Márquez, Julio Cortázar, Juan
Carlos Onetti y Vargas Llosa, quienes revolucionaron el arte de narrar con sus propuestas vanguardistas. Estos ponían en cuestión la noción de la realidad, rompiendo la secuencia lineal del tiempo, trastocando la percepción del espacio, abordando
desde distintas perspectivas al personaje o borrando las fronteras entre el sueño y
la realidad, como si el fluido surrealista hubiese contaminando la novela. Con ellos
Barcelona se llenó de “salvajes” escritores que querían matar al padre. Eran posmodernos tras las huellas de Cortázar, el niño gigante que nos devuelve al encantado
· 56·
1
El motivo era invitarlo a unos encuentros culturales de la revista Barcarola, en Albacete; encuentro que quedó pospuesto
para el año siguiente.
· 57·
C o n s u e l o Tr i v i ñ o A n z o l a
jardín de la inocencia donde quedara presa del asombro Alejandra Pizarnik.
Gracias a la dinámica teoría de los vasos comunicantes, del puerto de Buenos Aires al puerto de Barcelona, Beneyto, poeta, pintor, ensayista, narrador y editor, tiende una red que alcanza a Venezuela, Colombia, Uruguay, Chile o Cuba. Las
luces del surrealismo encienden su imaginación, afinan el oído y la vista para las
visiones nocturnas que salpican sus telas y que evocan las pesadillas del conde de
Lautréamont, o los desgarros de Pizarnik. El punto de encuentro, insisto, es la ciudad condal; el vínculo entre ellos es el surrealismo, como espiral que se concentra
en torno a Maldoror y se expande hacia otras épocas y geografías.
Servirá de puente el poeta y pintor Antonio Fernández Molina, ligado a la
revista dirigida por Camilo José Cela, Papeles Son Armadans, quien le dio a leer a
Beneyto –también colaborador de esa revista– el libro inédito Nombres y figuras,
de Pizarnik, que lo deslumbró, por lo que se propuso publicarlo en la colección
La Esquina. A partir de ese proyecto se inicia una relación epistolar en la que se
intercambian libros, dibujos, fotografías y poemas, a la vez que se comparten lecturas, y que culminará con la primera edición de Pizarnik en España. La relación
traerá a otros argentinos como el poeta Arturo Carrera, que venía a visitar a García
Márquez y Dalí, pero sobre todo a Beneyto; a Julio Cortázar, con quien Beneyto
mantiene correspondencia y a quien despide en su último viaje a Barcelona1, en el
aeropuerto del Prat, tres meses antes de su muerte.
También está en esa red el poeta y traductor patafísico argentino, Norberto
Gimelfard, Adolfo Bioy Casares y Silvina Ocampo, así como Raúl Núñez, del que
Beneyto en sus Escritos caóticos dice: Raúl Núñez ya llegó enganchado, enganchado a lo beatífico o para mejor decir, a lo beat: él sabía de los Kerouac, Carrady,
Ferlinghetti, Corso, Orlowsky, Burroughs, Gysin, Ginsberg y por algo traía entre
su equipaje los poemas de los ángeles náufragos. (pág. 28). La cita es en El Paraigua en el Barrio Gótico de Barcelona donde lo espera leyendo Los Cantos de
Maldoror. En Escritos caóticos Beneyto también da cuenta de su fascinación por
Macedonio Fernández y Oliverio Girondo, entre otros, como ya lo había hecho en
muchas ocasiones.
De otras geografías, acaso enmarañadas, abruptas y anegadas de sueños,
viene el venezolano Arturo Uslar Pietri, paisano de José Antonio Ramos Sucre
prevanguardista suicida, ignorado por décadas al no poder ser clasificado, y que
Beneyto da a conocer en España; o Argenis Rodríguez, también suicida a quien
considera un “loco de la escritura” y del que refiere frases memorables de su diario,
en el que se pone en evidencia su pasión por autores como Strindberg, Hölderlin,
Kierkegaard o Tolstoi, lo que nos puede dar una idea del personaje.
A la lista de amigos, conocidos o leídos, han de sumarse el peruano Américo Ferrari, los cubanos Severo Sarduy y Guillermo Cabrera Infante, los chilenos
José Donoso, Bruno Montané y Roberto Bolaño; las uruguayas Cristina Peri Rossi
y Marosa di Giorgio; los colombianos Óscar Collazos, Rafael Humberto Moreno
C o n s u e l o Tr i v i ñ o A n z o l a
Durán, Helena Araújo; y Mario Lafont, poeta y pintor, autor de Poemas podridos,
considerado por Octavio Paz como el máximo exponente del surrealismo poético
hispanoamericano actual (1970). Queda constancia de la relación de Beneyto con
este particular personaje enfermo de bohemia en los escritos de Jaime D. Parra,
amigo de ambos.
Lo anterior demuestra la predilección de Beneyto por los autores de las zonas del Plata, del Orinoco y de la Amazonía, así como su atracción por los pintorespoetas y los narradores vanguardistas: breves, fantásticos y heterodoxos que su capacidad de asombro y disposición para lo fantástico le permitieron escuchar. Gracias a tan beneficiosas atmósferas Beneyto ha vivido como un hispanoamericano
en el Barrio Gótico de Barcelona donde escribe y pinta. En definitiva, un bárbaro,
tal y como se define en su Apòcrif autoretrat: Ahora, cuando aún caminas, / caminas por el dédalo de callejas / de tu barrio gótico: Barcelona. / ¡Pozo de alegría!/
¡Tantos, tantos años!/ La vida insistente, / sigue abrazándote, / echando la garfa.
· 58·
El irrealismo lírico de Beneyto
Juan-Eduardo Cirlot
E
l Pop art, que comenzó su auge en Estados Unidos e Inglaterra ya en 19581960, ha tenido repercusiones amplias en el mundo. Pero como producto
de una sociedad determinada, mucho más influida que la nuestra por el realismo y la oferta de felicidad a poco precio de la propaganda, en otras comarcas ha
cambiado de signo, pudiendo incluso transformarse en algo esencialmente distinto
que, paradójicamente, se expresa a través de la imaginería Pop.
En España es donde las versiones de ese arte se han modificado más profundamente. Un ejemplo perfecto de metamorfosis lo ofrece la obra actual de Antonio
Beneyto, residente en Barcelona, pintor y escritor que liga íntimamente ambas actividades (incluso en alguna obra pictórica sugiere el mundo literario por inserción
de signos gráficos y otros). Aficionado al color y a la forma desde antes que a las
letras, adquirió, en cambio, más rápida profesionalidad en éstas y solamente en los
tres años últimos su pintura, sobre tela y papel, ha adquirido una densidad notable
y un estilo auténticamente propio. Tras una fase (1967-1968) experimental intensa,
con todos los medios y procedimientos, trabajando lo mismo en amplios lienzos
que en pequeños soportes de papel, acercándose a veces a formas monumentales y
haciendo proliferar en otras ocasiones mundos microcósmicos que pululan como
los gestos de un Michaux, Beneyto llegó a principios de 1969 a cristalizar dos corrientes dominantes en su obra: la serie azul y la serie negra.
A nuestro juicio, ha conseguido más claridad de imagen en la primera. Trabajando por reservas obtiene imágenes negativas que danzan en espacios celestes,
dominados por el azul claro, pero en los que se varía del azul oscuro al gris blancuzco. Círculos negros, discos, trazos y triángulos, alternan con personajes espectrales, ingrávidos, que proceden del mundo de la poesía tanto como del pictórico,
· 59·
Juan-Eduardo Cirlot
y que se aparecen entre fulgores apagados y destellos neutralizados en parte. En su
versión tan sublimada del Pop art, que casi huye de la clasificación, Beneyto no
mantiene de dicha tendencia sino el sentimiento gráfico de la imagen y la compo-
Serie azul, 1969
sición, junto con la plenitud de las neofiguraciones incorporadas en un espacio que
ha heredado del romanticismo informalista la vaguedad tonal y la fluctuación de
fondos imaginarios, sugerentes, nebulosos.
Si Beneyto partió de una libertad absoluta en su enfrentamiento con la realización pictórica, la palabra serie significa que ha canalizado su fuerza en trayectorias disciplinadas, no que trabaje con criterio de obra cuyo valor dimana de
su pertenencia a un grupo. La serie es constituida sólo por la persistencia de unas
formas y colores, junto con la idea de variar al máximo, en el interior de tal sistema,
los ritmos y los elementos figurativos o dibujísticos. Hay pinturas que representan
filas de bustos de personajes que parecen tomados de un catálogo, o que evocan
el vaivén de los juegos circenses en la presentación especial de los personajes, eso
· 60·
Juan-Eduardo Cirlot
Serie azul, 1969
· 61·
Juan-Eduardo Cirlot
cuando éstos no adquieren un significado netamente correspondiente a la época de
los alunizajes y de las experiencias humanas del espacio exterior. Pero Beneyto no
busca el pavor del encuentro con lo ignoto, ni siquiera parece interesarse gravemente por la búsqueda de ese factor desconocido que viene desde el futuro. Lúcidamente, hace que sus imágenes desarrollen una teoría de variaciones no sometidas
a otra constricción que la de la técnica y la del concepto que dirige cada una de sus
series. En la negra, que subtitula paisajes humanos ni por el título se acerca a esa
confusión de la tierra y los cuerpos que vimos hace años en un Dubuffet.
Domina por entero en Beneyto un factor irrealizante (idealizante + nihilismo) que es lo que delata en él al poeta, no al buscador de calidades ni al plasmador de texturas o de formas por su cerrado valor tectónico y plástico. Un juego
de vuelos y danzas que penetran en laberintos de espacios abiertos al infinito. Un
arte imaginativo, pero sometido a una reflexión estética que muestra una pureza
innata mejor que adquirida en el crisol de la ciencia artística. Esto es lo que vemos
en Beneyto, junto a un anhelo de permitir que algunas zonas de su iconografía se
acerquen a la sátira social, con más ironía, apenas perceptible, que acritud. No es
esta ocasión para hablar de la vida del pintor-escritor, pero sí diremos que está en
plena consonancia con el impulso dominante en su obra: rechazo de las contricciones objetivas, busca viajes, movimiento, capacidad para fijar las propias leyes.
Unido esto a un gozoso interés por lo que, algo paradójicamente, pudiéramos llamar anecdótico-significativo: el encuentro inesperado, lo concentrado por breve, lo
inventivo que se diría gratuito y no lo es porque brota del fondo de una actitud de
disponibilidad auténtica, de entrega a lo inmediato.
Por eso las imágenes de su serie azul son únicas cada una de ellas, aunque
hayan dado realidad a una colección de apariciones que, por medio de una alquimia
tan heterodoxa como el Pop de este artista de hoy, transmutan la materia prima no
en oro, sino en un humo tintado de anilina, capaz de adensarse, aligerarse, fluir,
derramarse, figurar, desfigurar, fulgurar y silenciar a la postre cuanto en el hombre
es desesperación y lucha estéril.
1969
· 62·
El sorprendente
y estricto realismo
José Corredor-Matheos
A
nte las obras de Beneyto no se me ocurre pensar que sean fruto de la
imaginación –instrumento peligroso, contrario a la intuición y que suele
perdemos–, sino verdaderas aproximaciones a lo real. En la vida cotidiana, engolfados en nuestros asuntos -que no son en realidad tan nuestros como creemos–, no advertimos lo maravilloso e increíble que es eso que hay tan afuera como
dentro de nosotros. Con el rabillo del ojo –que es como Juan Ramón Jiménez creyó
ver una sirena en un viaje a América, si es que la imaginación no le engañó– podemos sorprender los seres y las cosas tal como son y se nos ocultan. Con el rabillo
del ojo, o volviendo la cabeza de pronto, o, por el contrario, fijando la vista muy
atentos, sin pestañear, hasta que el mundo salta hecho pedazos. Beneyto, lejos de
inventarse nada, actúa como un notario y deja que las cosas hablen por sí mismas.
Lo primero que advertiremos en sus pinturas, dibujos y obras tridimensionales es
la transformación en que se presentan seres y cosas. Seres parahumanos, animales
nunca vistos, objetos que están entrelazados y en mutación constante. Abandonamos la visión de la vigilia y asomamos la atención al mundo de los sueños. Todo
puede ser cierto ahí, y todo se nos escapa en cuanto tratamos de fijar la vista. Hemos de estar dispuestos a contemplarlo como algo único de mil rostros distintos,
que aparecen y desaparecen.
En los últimos años, y podemos partir desde 1986, la pintura de este artista
ha seguido un proceso de creciente complejidad y concreción. Se ha habituado a la
penumbra de su mundo interior, rota de vez en cuando como un relámpago, y empieza a ver claro. La visión sigue transformándose, pero las figuras se recortan más
y empiezan a distinguirse los fondos. Al mismo tiempo, el color va cobrando nuevo
valor. En los primeros años ochenta, las figuras y los fondos eran muy coloristas,
pero este color, feliz como era, estaba puesto por el creador. Ya en algunas obras de
· 63·
José Corredor-Matheos
1985, los rojos se entreveraban de azul, se producían transiciones de unos a otros
y la coloración de los fondos era más matizada. Todo, en resumen, se volvía más
sutil. Las cosas sencillamente surgían y se nos mostraban como sin intervención
del creador.
Entre 1985 y 1990, la pintura pasa a ser de negros y grises. Se hallaba entonces bajo las impresiones recibidas por el ambiente y la atmósfera de Nueva York,
donde estuvo varios meses en 1985 y donde le impresionará también la belleza de
las mujeres negras, al igual que había ocurrido a García Lorca, según dejó constancia éste en sus cartas. Los personajes resultan más identificados y como iluminados
en su interior, y se recortan con nitidez sobre los fondos. Hacia 1988, el negro se
rompe, haciéndose muy matizado y los objetos que aparecen en las obras de ese
momento (1988-1989) son inquietantes y encierran extraños significados. En esos
dos años se desarrolla un nuevo gusto por la pintura, como una más amplia matización de los tonos y un goce muy directo en la aplicación de la pasta. Las formas,
alargadas, son ahora las correspondientes a un mundo de objetos: cucharas, tenedores, cuchillos, copas, extraños tridentes, libros, clavos, una mesa de largas patas,
además de algún plato, con el oleaje turbulento de la materia y el pigmento.
En 1990 todavía se abre una nueva etapa, que considero no se ha cerrado
todavía. El cambio que se produce es muy acusado. Vuelve a diversificarse el color
de manera más generalizada. Este sigue siendo mezclado y se aplica en manchas
o dejándolo correr, más líquido, en los fondos. Personajes y objetos quedan muy
recortados, unas veces en blanco roto y como en negativo, y otras sólo con los
perfiles dibujados, de modo que el color pasa a través de ellos, como si las formas
estuviesen sumergidas en coloreadas aguas. Estos personajes tienen cuerpos con
inesperadas ramificaciones o surgen de una mesa, a su vez humanizada. Los identifica, sobre todo, la cabeza, que depara también sus sorpresas. Todo tiene relación
con todo. Cada ser, cada objeto, se halla siempre en tránsito a otro estado. El mundo
se desarrolla, se expande, y correlativamente se condensa y reajusta. Se nos sugiere que nada de lo que vemos es, y que hemos de mantener bien la atención para
descubrir el vado revelado que permanece oculto. El juego de Antonio Beneyto es
simbólico. En varios cuadros aparece una escalera, como en el biombo La escala de
Jacob, de 1990-1995, con su ambiguo significado de ascensión y de descenso, que
resulta contrarrestado por el desplazamiento horizontal de las formas animaloides,
o el hecho de que las parahumanas inclinen la cabeza hacia el suelo, curvando sus
extraños cuerpos. Y es simbólico, sobre todo, el carácter de juego con que crea su
mundo, gratuitamente, como porque sí.
Al poeta, narrador, pintor y dibujante Antonio Beneyto ha venido a sumarse
el escultor. Las primeras esculturas contemporáneas de las pinturas negras –y negras son también estas esculturas– tienen el carácter ascendente de algunas de sus
pinturas de 1988-1989. Hay varias mesas, de altísimas patas, en lo alto de las cuales
aparecen, surgidas de esa zona límite, una mano –la mano, la del propio artista,
tiene una presencia destacada en la escultura–, unas figuritas humanas, completas o
fragmentos suyos, como esas dos piernas que bailan sobre una mesita, que descansa a su vez en la gran mesa, en significativa repetición.
· 64·
José Corredor-Matheos
Cuando Airun se adentraba, deliciosamente, 1998
· 65·
José Corredor-Matheos
Sin título, 2000. Bronces
· 66·
· 67·
José Corredor-Matheos
La escultura de Beneyto ha alcanzado ya, tras el brevísimo desarrollo, plena
madu­rez. Anteriormente sólo había realizado algún ensayo tridimensional que no
cabe considerar escultórico, ya que se trataba de yuxtaposiciones de objetos, como
aquel lejano Señorito travestido tocado con un abanico de 1983, que tenía como
elemento básico un maniquí. Este juego, entre dadaísta y surrealistizante –de objeto
postista lo ha calificado su crea­dor–, a partir de objetos encontrados, con­tinuó con
otro maniquí, que se enfrentaba aun tablero de ajedrez (El jugador de ajedrez era su
título), de 1987. En general le atraen los objetos gastados, cuya carga vivencial es
capaz de cambiar de signo tras su manipulación. Pienso también en los ensamblajes
de trozos de madera y aque­llos que contienen hormas de zapato –así el de 1985,
pintado de rojo y amarillo intensos–. A 1984 pertenece un gran montaje realizado
con cintas de distintos colo­res en cuyos extremos había también hormas de madera
pintada. Y aún ahora, cuando está tan entregado a formas propiamente escultóricas,
se sigue sintiendo tan atraído como antes por las asociacio­nes insólitas de objetos
cotidianos, y ejem­plo de ello es la postita Máquina con flores del poeta masoquista,
de 1994.
Estos objetos postistas exploran, efectiva­mente, las tres dimensiones y tienen verda­dero interés. Pero a partir de 1990 lo que lleva a cabo es ya otra cosa:
escultura fundida en bronce. Este dato es decisivo para la evolución del concepto, y
sin embargo existe clara continuidad entre aquellas ante­riores experiencias y estas
realizaciones más ambiciosas. También ahora asocia objetos diferentes insólitos,
pero la integra­ción de los distintos elementos es tan intensa que, con el carácter
unificador del bronce, da como resultado criaturas en efecto nue­vas. Reconocemos
la importancia de las manos y el interés por los pies –del cual la horma de hierro
transmutado en bronce es nuevo ejemplo–, y al mismo tiempo todo acaba teniendo
cabeza, acaba por ser un cuerpo.
El erotismo constituye un factor que apa­rece de manera intermitente, y cuando lo hace puede cobrar el carácter que tenía el falo en las antiguas culturas. No
se trata de una provocación: forma parte del juego simbólico. Y como tal símbolo
tiene antiguas raíces. Por ello, este arte se nos presenta tan actual, es decir, tan fragmentario, tan como inacabado, con tantas ansias de recompo­ner la imagen cultural,
social y trascendente perdida. Pero a la vez, y lo que es tan nece­sario y profundo
como esto, logra cierto valor de intemporalidad. Las palabras de siempre son las
más nuevas cuando aciertan a decirse a nueva luz, como las imáge­nes, las formas y
colores, resultan nuevos cuando están encarnados en criaturas plás­ticas realizadas
por un artista tan creativo y personal como Beneyto.
· 68·
· 69·
Antonio Beneyto en el teatro Lliure de Barcelona con la galerista Bózena y el autor
de teatro Josef Szajna
BENEYTO
· 70·
El sueño eterno
Enrique Granell
H
ace veinticinco años que Antonio Beneyto expuso en la galería Maeght
de Barcelona El dibujo más largo del mundo. Para poder colocarlo sin
dobleces en la sala tuvo que construirse un soporte curvado que dibujaba
en el aire algo parecido a un baldaquino soportado por dos delgados soportes. El
dibujo medía entonces treinta metros y medio de longitud por cuarenta centímetros
de ancho.
Beneyto señaló entonces como referencia el manuscrito de Juan Benet para
Una Meditación. Este consistía en un rollo de papel continuo que no permitía volver sobre lo ya escrito. De esta manera el escritor se veía obligado a una atención
exacerbada para con las repeticiones que pudiesen producirse en el texto.
El soporte de El dibujo más largo del mundo no era un soporte neutro, liso,
blanco. En una de sus incursiones por los encantes viejos de Barcelona Beneyto había encontrado unos rollos de pianola ofrecidos por un extraño paradista. Estaban
embalados en cajas de cartón rotuladas con los nombres de las piezas de música
que contenían. De vuelta al estudio y tras examinar el cargamento decidió dibujar
sobre esas partituras mecánicas. Las escogidas fueron el pasodoble torero El gato
montés de Manuel Penella y La tempestad del maestro Chapí. La cinta de papel que
hace sonar el falso piano presenta una serie rítmica de perforaciones acompañadas
de líneas grafiadas en varias direcciones pautadas con notaciones musicales diversas. Su aspecto puede ser relacionado tanto con una partitura musical convencional
como con un largo fragmento de poesía concreta.
Sobre esta accidentada superficie va a trabajar Beneyto. Walter Pater en su
ensayo sobre la escuela de Giorgione había escrito algo que pudiéndose confundir
con una maldición se convertía aquí en profecía: Todo arte aspira constantemente
a la condición de música1. Así, El dibujo más largo del mundo podría volver a la
pianola y hacerla sonar. Pero seguro que no como antes, el piano mecánico leería,
además de la serie de perforaciones que lo hacen funcionar, las pestañas, las cejas,
· 71·
Enrique Granell
las punteras de las botas, el tacto de los vestidos, la densidad de los colores y el
gesto de esa variopinta saga de personajes con los que Beneyto ha colonizado el
papel. Sonaría, suena, diferente.
Hace siglos que los hombres han querido relatar con larguísimos dibujos
sus hazañas sobre la tierra. Dejando aparte los incontables jeroglíficos egipcios
compuestos durante siglos y que todavía no sabemos descifrar del todo, han llegado
hasta nuestros días ejemplos memorables. Alrededor de la cela del Partenón Fidias
esculpió el friso de las Panateneas. A lo largo de ciento sesenta metros vemos como
van llegando desde la ciudad los carros, los animales, el público participante y
finalmente las vírgenes atenienses que han tejido el peplo nuevo para Atenea. Sin
ese friso tan largo pero tan insignificante en el conjunto general del monumento no
podríamos comprender casi nada de la Acrópolis de Atenas2.
Los emperadores romanos, además de las inscripciones y de los relieves de
los arcos de triunfo, inventaron las columnas rostrales, soportes de cintas continuas
de relieves envueltos helicoidalmente alrededor de su fuste. En ellas se relataban
las victorias de los emperadores. Hoy todavía conservamos dos, la columna trajana
y la columna antonina. Ambas, de dimensiones casi idénticas, desarrollan frisos de
algo más de doscientos metros. En la primera se narra la historia de las dos guerras
dacias y de la victoria de Trajano. En la segunda el relato nos explica las guerras
marcomanas y sarmáticas y la victoria final de Marco Aurelio3.
El tapiz de Bayeux nos relata la conquista de Inglaterra por los normandos.
El dibujo se acompaña con inscripciones que nos ayudan a seguir los prolegómenos
y la batalla de Hastings en 1066. La historia ocupa una pieza de lino bordada con
lanas de ocho colores. Su longitud actual es de setenta metros y treinta y cuatro
centímetros4.
Tal vez la inconsciente y fantasmal presencia de estos ejemplos del pasado
haya hecho que Beneyto en estos últimos meses haya vuelto sobre ese formato
queriendo alargar sus anteriores tentativas. Ha montado sobre la mesa los rollos
de Invitación al vals de Weber, Les cloches de Corneville de Planquette, La favo-
Walter Pater. El Renacimiento. Barcelona. Iberia-Joaquín Gil, editores. 1945. P. 128.
Arnold von Salis. El arte de los griegos. Madrid. Revista de Occidente. 1926. Pp. 182-187.
3
Antonio García Bellido. Arte Romano. Madrid. CSIC. 1972. Para la columna trajana pp. 364-372 y para la columna antonina pp. 489-491.
4
AA.VV: La Tapisserie de Bayeux. Paris. Flammarion. 1957. Para la técnica y materiales especialmente el capítulo de
George Wingfield Digby. Pp. 34-53.
1
2
· 72·
No son tampoco ruinas históricas y trascendentales estas cosas del
Rastro, ¡eso sería demasiado! Porque en las ruinas queda siempre algo que
pervierte, un resto de su jactancioso, de su supersticioso pasado, de su hipócrita dominación, por lo congregadas que están, como persuadidas aún
de su objeto común y tiránico, sin la suficiente persuasión y rebeldía privada en cada una de las piedras. Las ruinas del Rastro, por el contrario,
disgregadas, abandonadas a su soledad y su última conciencia, entran en
razón, se llenan de sencillez, y como la sencillez es comparable con todo,
resulta que con la cultura del pequeño espacio corrigen las ideas extensas
y soporíferas y vacuas de las grandes imágenes, esas grandes imágenes que
relajan el espíritu dándole la enfermedad tremenda de las dilataciones, “la
dilatación del dolor”, “la dilatación de la ansiedad”, “la dilatación de la
idea humana del tiempo convertida en inhumana y traspasadora de dolores
agudos y largos”, etcétera. Las ruinas del Rastro muestran pegadas, enjutas, inculcadas a sus añicos, las ideas más inauditas y curativas, resultando
así en su pequeñez, como restos mayores, pedazos de catedral, pedazos de
trascendencia incalculable ante los que se adquiere la seguridad de que
entre esas piedrecitas menudas, está la piedra filosafal, vulgar piedra de la
calle6.
Ese espíritu es el que había impulsado a que la Comuna de París derribase
la copia napoleónica de la columna trajana en París. El decreto de la Comuna de-
Jacinto Antón “El pintor Beneyto presenta al libro Guinnes un dibujo de más de 30 metros”. El País. 15 de enero de 1987.
P. 28.
6
Ramón Gómez de la Serna. El Rastro. Valencia. Editorial Prometeo. S.f. (1915), pp. XIII-XIV.
5
· 73·
Enrique Granell
rita de Donizetti y Marina del maestro Arrieta. Las diferentes piezas van a formar
después de dibujadas una sola, habitada por monstruos, seres humanos, vegetales
e híbridos de todo lo anterior, realizados en gouache y tinta china5. Los rollos
provienen todavía de la compra antigua, son objetos del Rastro. Y es en esto en lo
que la nueva obra se va a diferenciar radicalmente de los ejemplos de la historia
que inevitablemente tienen el carácter de ruina. El mejor conocedor de los rastros,
Ramón Gómez de la Serna, alguien próximo a Beneyto, nos ha dejado en las notas
prologales a su mejor obra, la definición de la diferencia fundamental entre la gran
historia y el sueño cotidiano:
Enrique Granell
cía: “considerando que la columna imperial de la plaza Vendôme es un monumento de barbarie, un símbolo de la fuerza bruta y de la falsa gloria, una afirmación
del militarismo, una negación del derecho internacional, un insulto permanente de
los vencedores hacia los vencidos, un atentado perpetuo a uno de los tres grandes
principios de la República francesa, la fraternidad, DECRETA: Artículo único. La
columna de la plaza Vendôme será demolida. Y así se hizo el 16 de mayo de 18717.
Aquí comenzará el nuevo friso de Beneyto. No será un nuevo documento de
barbarie, no nos relatará la realidad histórica porque su registro está en el estrato surreal del mundo, un lugar alejado de la gravedad de los tiempos presentes, habitado
solamente por seres sin cuerpo, definidos por líneas y por brillantes colores. Esos
seres se moverán nuevamente entre las signos musicales, entre las perforaciones
del papel de música del piano mecánico.
Paralelamente al ritmo en el que la obra vaya avanzando Antonio Beneyto
debería ir pensando en cómo va a ser mostrada una vez la acabe ¿La acabará alguna
vez? Ya hemos visto como en los ejemplos históricos ese punto fue capital. Tal vez
tendría que reconstruir uno de esos viejos panoramas y colgar el dibujo alrededor
de su plataforma para que la imagen se cerrarse sobre sí misma iluminada por una
luz de tienda de campaña. O tal vez debería colgarse el dibujo de un globo cautivo
que acercase e hiciese desaparecer a un tiempo a estos personajes fantásticos en
la inmensidad del espacio sideral. O tal vez debería ser arrastrado por un zeppelin
sobre el cielo artificial de la gran ciudad como el anuncio de una vida futura. O tal
vez debería ser enrollado en el monumento a Colón de Barcelona y reconstruir el
andamio metálico que permitió su construcción en 1888 dotándolo de ascensoresmirador para poder ver sus formas y sus colores.
Pero seguramente Beneyto haya pensado ya en otras soluciones. Tal vez
decida sumergir su dibujo en la profundidad del océano y pedirle al capitán Nemo
que su submarino panorámico recorra sus veinte mil leguas de viaje mostrando
su dibujo también de veinte mil leguas. O tal vez haya decidido filmar el dibujo y
convertirlo en una película protagonizada por esa extraña fauna de animales y hombres pertenecientes a mundos desconocidos en nuestra tierra vestidos con colores
brillantes y peinados con melenas como estelas. En se caso tendrá que pensar en
la velocidad, tanto en la de la filmación como en la de la proyección ¿Cuánto dura
una ensoñación? También deberá pensar en si es una película enteramente en color
o si tiene, intercalados, fragmentos en blanco y negro ¿Soñamos en blanco y negro
o en color? Y también deberá requerir que su amiga Patti Smith le componga una
música –interpretada por ella misma– para que con su voz la proyección adquiera
la dimensión profunda. Esa película no debería, como la música que la acompañe,
tener –como Beneyto pretende con su obra– ni principio ni fin, debería ser una
película infinita acompañada por un infinito canto de sirena. Esa película, ese El
dibujo más largo del mundo, debería ser, como Las mil y una noches, el cuento de
nunca acabar: un sueño eterno.
Sobre la columna: Achile Murat. La Colonne vendôme. Paris. Ëditions du Palais Royal. 1970. Sobre su derribo: La chute de
la colonne Vendôme. Paris. Éditions du Ravin Bleu, 1998. El decreto está en la p. 9, la traducción es mía.
7
· 74·
Los falsos apócrifos
de Antonio Beneyto
José Luis Giménez Frontín
C
aso insólito el del pintor y poeta Antonio Beneyto, porque, sin que su pintura sea literaria ni su escritura pictórica, ambas son expresión de un mundo personal que sólo puede manifestarse en plenitud desde una estética en
la que el arte se interrelaciona sin compartimentos estancos, Caso insólito, porque
esta estética, pese a hincar históricamente sus raíces en movimientos perfectamente
delimitados –el Surrealismo y sus espléndidas epifanías barcelonesas de los años
cincuenta–, en manos de Beneyto adquiere caracteres de una contemporaneidad
perfectamente al día; recuérdense sus más recientes pinturas negras o léanse sus
Cartas apócrifas1, que han aparecido en la colección de poesía Devenir que edita
y dirige Juan Pastor.
Las cartas de Beneyto son, también, insólitas en muchos sentidos. Porque
son cartas, en una sociedad en la que los escritores rara vez exponen en vida a la
luz pública su correspondencia; porque son apócrifas, pese a estar escritas desde
la más desencamada intimidad de su autor; y porque son falsos apócrifos, desde el
momento en que, a través del juego o recurso literario del apócrifo, los textos de
Beneyto desmienten las reglas del juego de todo apócrifo. Es como si la falsa vida
de Josep Torres Campalans, de Max Aub, resultara al fin y a la postre la vida auténtica de un auténtico genio llamado Josep Torres Campalans. Con la diferencia de
que aquella biografía tenía por objetivo el escarnio de la critica de arte, y las cartas
de Beneyto están escritas desde un registro autobiográfico y, lo que es más importante, lírico. Dentro, pues, de lo insólito del caso, lo menos insólito es precisamente
que esta colección de cartas haya sido publicada en una colección de poesía, junto
a los poemas de Siles, Bernier, Lasse Söderberg o Artur Lundkvist.
1
Ed. Devenir, Barcelona, 1987.
· 75·
José Luis Giménez Frontín
Un registro antilírico
Ocurre, sin embargo, que el registro lírico de Beneyto es un registro elaborado desde el prosaísmo y el antilirismo, desde el desplante, la agresión, el insulto incluso, que alcanzan su mayor efectividad precisamente al estar sabia y astutamente
combinados con la expresión de los matices anímicos y sentimentales más íntimos.
La fórmula, de tan antigua –se remonta a la poesía urbana de los latinos– se hace
irreconocible y absolutamente novedosa. La prosa antilírica de Beneyto a algún
lector podrá recordarle los mejores textos breves de Cortázar, y entonces Cortázar
puede impedirle el recuerdo de Catulo, y viceversa. No es, en cualquier caso, una
escritura común entre nuestros poetas, ni entre nuestros prosistas, pero, sobre todo,
no es común entre quienes practican eso que se ha dado en llamar poema en prosa.
Un poco al azar, selecciono un fragmento acaso ilustrativo: De no haberte hablado
con el lenguaje soez de Capnión, pienso que tú ahora estarías aquí a mi lado leyendo Capnión sirve de verbo mirífico y acariciando los lunares de mi espalda por
aquello de tu vieja afición al dibujo (Carta a Dra).
Pero quizás el texto más mirífico de este breve libro sea la espléndida y
estremecedora Carta a Protágoras, en la que su autor, muerto y resucitado tras
una insistente meditación con una soga al cuello, colgado de una viga, le explica
al ser amado por qué no va a cantarlo-maldecirlo con poesía de versos, y concluye:
Y ahora, Protágoras, ya experimenté bastante rato colgado de la viga y por ello
estoy dispuesto a bajarme y lo hago: mira, cuando me llegue la muerte de verdad
pienso que no la voy a sentir porque cada vez que me subo a la viga es como morir
un poco, aunque yo me crea que estoy solo ensayando con la muerte.
Pienso que es una lástima que Beneyto pintor nos robe a los lectores la posibilidad de más originales, y no porque no disfrute su pintura, sino porque en este
instante defiendo el punto de vista de los lectores. Pero sospecho que una mayor
productividad del escritor, una mayor profesionalidad, estaría en contradicción con
la autenticidad de un artista que nunca ha escrito por escribir y que, precisamente
por ello, escribe lo que escribe y en la forma en que escribe, desde una cierta marginalidad que constituye la esencia y la garantía del valor de su obra. Valor en el
sentido de valioso y en el sentido de valiente.
1987
· 76·
Impulso surreal
J o s e p Va l l é s R o v i r a
P
roducción plástica Antonio Beneyto recala imaginativo incentivo desprendido rémora realista estricta; significa conceptual liberación proyectado espíritu desgajado mediático sujeción.
Realismo comporta cotidianidad. Fantasía exprime libertad.
Línea recta supone directo itinerario, trayecto más corto entre dos puntos es
bien sabido, desenvuelve conceptos estáticos. Curva proclive efervescencia, expansión, rotación, eurítmico embeleso. Emotiva maravilla dimensionada.
Beneyto circunda probabilidades, posibilidades activas, curvilínea proyección delata proximidad, presencia, línea infinita, amplio círculo donde levitan seres
ingrávidos, enardecidas sugerencias definidas originales imágenes, sugestivos perfiles acunados diáfana armonía plástica– poética.
Trazo curvo dúctil retazo femenino desenvuelto rítmica plástica atracción.
Caprichosos, peculiares, personajes híbridos remansados remota cadencia onírica,
recónditos paraísos desvelados nacidos más allá esferas, redimidos recovecos mundos íntimos entrañables apetencias desentrañadas.
Intramundo Antonio Beneyto proyecta potencialidades ignotas, íntima vibración replegada aspavientos corazón, creativa punzada atada fantasiosa enjundia
no desprendida emotivo candor expresivo.
Plásticas revoluciones Beneyto emana plena autenticidad alcance más allá
cotidiano, resabido, si queréis irredento, tipos ornamentados sensible transparencia,
sereno mirar, sugerente faz, conceptiva nitidez lineal; absoluto lirismo perceptivo
aliñado superación contrafueros encumbrados bajo atractiva impulsión surrealista.
· 77·
J o s e p Va l l é s R o v i r a
Desdén rutinario ensalzado categoría mito; personal condicionamiento plástico evadido burdo trajinar, estereotipado acontecer encadenado procaz rutina.
Imágenes pinceles Beneyto flotan mundo transmutado, trocado vivo sentimiento alumbrado profundidades tensa incógnita humana.
Motivos, enredos, evocaciones pinturas Beneyto cruzan atmósferas distantes veladuras, pálpito andariego trasiego, ancestro legado etéreo mercurial ígnea
contrarréplica fulgor sulfúrico, rebis alquímico incubada piedra filosofal, traducida
vigoroso personalísimo estilo pictórico Antonio Beneyto, bien bien suyo.
Vía recta suele engendrar pensamiento único; polivalencia curva espacio
abierto ensanchado fines varios; círculo, esfera acceden inmensidad circuito infi-
Sin título, 1999
nito allende astros, amplia incentivación propulsada fecunda fantasía conceptiva.
Recta circunscrita tierra: línea arqueada sideral órbita espacial promotora
trasplantados destellos, imaginarias particularidades beneytianas.
Beneyto figuras retozan rítmicas pasos baile vetustos ritos, acongojadas penurias afloradas transcurso tiempo fenecido, resurgido, artístico cántico aventu· 78·
Principios recogidos pontífice Surrealismo André Breton (I Manifiesto,
1924): Todo hace suponer existencia un punto del espíritu donde vida vida-muerte,
real-imaginario, comunicable-incomunicable, arriba-abajo, pasado-futuro dejan
percibirse contrariamente.
· 79·
J o s e p Va l l é s R o v i r a
radas cuitas, goces reflotados través melifluo cromatismo vivaz acento replegado
hondura revividos desvelos.
Producción Beneyto canta, gime, sobrevive, exalta existencia cual variopinta se manifiesta: atemperada, agraz, versátil, original, trágica, cómica según
apropiado término exigido.
Consolidado recio arabesco, soltura, desenvoltura, danzarina cadencia, contraprestaciones surreal introspección, perspectivas aparcadas fondo atenazados
delirios, pugnas, sobresaltos, embates recatados Tablas Esmeraldinas fundador
Alquimia Hermes Trismegisto (tres veces grande– número tres fuente inspiración
creación): Lo de arriba es igual a lo de abajo, lo de abajo es igual a lo de arriba,
fin conseguir el milagro de una sola cosa.
J o s e p Va l l é s R o v i r a
Perspectivas Antonio Beneyto prendidas dúctil acentuación expresiva, libre
interpretación, transparente contenido; dominio curvilíneo simbólico juego oca
fértiles envites esotéricos, ensoñaciones plásticamente resueltas. Evocación ánade
amada Zeus.
Pintura Antonio Beneyto avistadas naturales sinrazones converge entusiasta
clima propio pródigos Campos Elíseos: azaña Jasón recuperación Toisón Oro; Hércules liberando auríferas naranjas Jardín Hespérides, tránsito placer vivir acuerdo
regla Tao: para que el hombre goce serenidad espíritu todas sus actividades deben
estar en armonía con lo oculto… Beatífica punción creativa.
Sin título, 2000
· 80·
Beneyto no se suicida,
se desdobla
Adriana Hoyos
A
l acercarme a la obra de Beneyto, siento en él ese alejamiento de lo ordinario, tan propio de su personalidad, apartada de las modas y de los cánones sociales. Beneyto me sugiere soledad, color, extravagancia a través
del color y del trazo de unos seres que se deforman y se alargan saliendo de sus
límites, como él en su estudio de Códols o de Rull, en el Gótico de Barcelona. Así
empiezo a pensar en cómo enfocar una película que bien puede partir de su pintura,
de sus escritos o de sus esculturas. Pronto surgen cuadros, textos, autores que van
sirviendo de enlace y de todo ello aflora inesperadamente un personaje femenino
bellamente llamado Airun.
Airun escapa de un libro de Beneyto, Tiempo de quimera, y quizás represente su visión específica de la amada: una mujer hermosa que emerge del mar o
cruza la calle con una bicicleta azul celeste o se sienta en el Café de la Ópera, muy
cerca de él.
Beneyto es un enamorado de la belleza, de la perfección, de la juventud; y
Airun obedece a ese canon, debatiéndose entre la realidad y el sueño, idealizada,
con una luz delicada y con movimientos de cámara lenta arropados por primeros
planos. Además, Beneyto ama la inteligencia y la busca, y busca su doble. Y como
recuerda Jaime D. Parra, el doble literario para Beneyto es Alejandra Pizarnik. Los
une la intensa dedicación a la obra, dejando de lado incluso los matices de sus relaciones emocionales. Se perpetúan a través de su labor artística. Así, los personajes
amputados y extraños de las pinturas beneytianas nos llevan a pensar en su fascinación por lo perverso, en la misma figura de La condesa sangrienta sobre la que
Alejandra Pizarnik escribió unas prosas extraordinarias. Ambos creadores han sido
marcados intensamente por el movimiento surrealista y por autores como Michaux,
Artaud y Lautréamont, entre otros.
· 81·
Adriana Hoyos
Así que Alejandra Pizarnik podría ser esa presencia ausente. Presente a través de su correspondencia y de los dibujos y objetos que manifiestan su mutuo
afecto. En su libro Místicos y heterodoxos, Jaime D. Parra hace una exégesis de la
última carta que aquella escribió a Antonio Beneyto, pocos días antes de su muerte;
carta, en donde ella enmarca, en un cuadrado plateado, un círculo rojo que une dos
letras: AA, iniciales de los nombres de ambos. Todo eso, nos conmueve, y parece
significativo y misterioso, por lo que intento mimar con la cámara las fotos y dibujos de la poeta (y también los de Beneyto) y reservo la carta para la última parte del
filme. Acudo entonces a los poemas de Pizarnik:
¿Tendré tiempo para hacerme una máscara cuando emerja de la sombra?
Alejandra Alejandra
debajo estoy yo
Alejandra
Escudriño en el taller de Beneyto y descubro pequeños objetos que ha elaborado consciente y afectuosamente para ella, como esa cajita de color amarillo
verdoso intenso que se abre cual camafeo y revela una imagen femenina de época,
titulada La condesa sangrienta. Beneyto reutiliza los objetos que encuentra en los
anticuarios y les da los usos más bellos, más precisos; los arma con amor y con gusto exquisito. Al observar las fotos de Alejandra Pizarnik y de la madre de Beneyto,
colgadas y cercanas, en las paredes, me invade cierta emoción sin nombre:
Quieta inmóvil
Frente a la cámara
Apenas sonrío
Que parezca que estoy viva
Que parezca que estoy muerta
Sólo soy carne de foto.
Así siento la presencia de esas fotos en el estudio de Beneyto. Con él habíamos pactado no contar a la cámara lo que él siente, o no decir quién es o qué hace,
sino acudir directamente a imágenes, textos o silencios.
Jaime D. Parra escribe una primera escaleta muy precisa con una frase final
sugerente y evocadora: Beneyto no se suicida, se desdobla. Con todo esto empezamos a trabajar. Parra es un ser intuitivo, y a la luz de sus palabras indagamos
en algunas de las claves de beneytianas. Francesc Cornadó, también amigo y de
parecido ritmo, aporta los diálogos disparatados y la aparente incoherencia, pero
muy a propósito de lo que pretendemos, ligado con la esencia postista de Beneyto.
El juego, el sentido del humor y del absurdo serán algunas de nuestras pautas. Para
delinear mejor la figura Beneyto recurro al Nosferatu de Herzog, pues pienso en él,
abandonándose en las calles del Gótico, en las noches solitarias de la ciudad, donde quizás se refugia en los escaparates, en las zapaterías antiguas, en las tiendas de
· 82·
Adriana Hoyos
ropa de segunda mano. ¿Detrás de los portales vislumbrará en plena noche a Airun
o tal vez se encontrará con Alejandra? Beneyto es un mago y como tal debe caminar, y así surge el Stop Motion, para que camine por encima del suelo, dotándolo a
la vez de un aire cómico y de movilidad ambigua.
La música, que es una de las piedras angulares de esta apuesta, la compone
Leonardo Federico Hoyos1. En tono humorístico y desenfadado, y a veces inquietante, retoma el aire gitano del violín eslavo, con matices judíos, y compone la
Danza burlesca de Beneyto. Otro de los temas es Bolero, in memoriam Alejandra
Pizarnik, más íntimo y con tonos graves que sostiene la imagen. Y por último, Vo-
Antonio Beneyto con Adriana Hoyos, directora del film Beneyto desdoblándose.
Fotografía de Judith Vizcarra, 2010
calise de Airún, leitmotiv de la obra. Hay algo que alude a lo que no vemos, pero
que está ahí; y que se debate entre dos mundos, lo tangible y lo intangible. El tema
de la muerte, también presente, nos recuerda las Bachianas de Villa-Lobos, por la
voz; y en la imagen de la nieve cayendo se remarca esta idea. La nieve silenciosa
de la ausencia.
Leonardo Federico Hoyos es uno de los violinistas y profesores más reconocidos de su generación en Colombia. Estudió en
la Academia Especializada del Conservatorio Tchaikovsky de Moscú. Posteriormente se radicó en Alemania y se especializó
en el Conservatorio de Colonia y la Folkwang-Hochschule de la ciudad de Essen. En este país fue miembro de la orquestas
Filarmonía Clásica de Bonn, y la Nueva Filarmonía de Colonia, con la cual realiza giras por Alemania, Francia, España y
gran parte de Australia. En la actualidad es docente de violín y música de cámara de la Universidad Juan N. Corpas en Bogotá
y ocupa el cargo de Principal de los Segundos Violines de la Orquesta Sinfónica Nacional de Colombia.
1
· 83·
Adriana Hoyos
Reviso los estantes de su estudio, abro sus libros y descubro su dedicación,
su amor por Cirlot, Rubén Darío, Cristóbal Serra, Gimferrer, Michaux, Cela, Isidore Lucien Ducasse o Comte de Lautréamont. En cado libro hay un dibujo a manera
de los ex libris, hasta contar con miles de dibujos que componen su caprichosa y
delirante y biblioteca con ediciones de todos los tiempos y autores.
¿Y su pintura? ¿dónde están sus cuadros? -Los encuentro perfectamente ordenados de cara a la pared. No se pueden ver: no se deben ver. Así que, en lugar
mostrar sus cuadros, quizás sea mejor atraparlo a él, en ese momento en el que
realmente está cómodo, ese momento en que se crece y sale de sus límites como ser
humano para convertirse en Osiris, en escarabajo, en gallo, en silla, en huevo, en
lengua, en almanaque, en bicho raro.
Así Beneyto se desnuda en cuerpo y alma, se impregna de rojos, de azules,
de amarillos: saturamos la imagen y la cámara lo sigue en medio del bosque de
colores; componemos la melodía estridente para este estrépito de movimientos,
casi estertóreos y orgásmicos con que el artista nos sorprende cuando, por fin, es él
quien domina el espacio y el momento, afinado por lo que mejor sabe hacer, pintar,
pintar, pintar. Todos permanecemos mudos ante el efecto del color en sus manos:
Beneyto entonces no se suicida, se desdobla.
· 84·
Beneyto último
Pere Gimferrer
F
eroces y feraces como las de Aviñón son sin duda estas señoritas de Rull;
unas y otras, o criaturas de un burdel totémico y luciferino o dríadas druídicas que en la Provenza papal espió Apollinaire: el gallo, la fruta, la sierpe
en la mano, las uñas pintadas, el drago tocado con tul en la boca, los peces, la
copa: Beneyto. Como en este óleo tríptico, donde justan el blanco, el negro y el
rojo, podemos también presenciar otras lides de seres y de objetos, hasta las copas,
cuchillos y formas ovoides sobre fondo bermejo (¿quizá de Bartolomé Bermejo?)
o el pasmo bimembre de los dos cuerpos apaisados sobre verdiazul en De copas
en el cielo.
Lo más obsesivo son sin duda los ojos y las bocas, de voracidad a la vez
cósmica y sexual. Al enfrentarse, los personajes se interrogan y quieren devorarse
mutuamente o autodevorarse; en todos hay algo de retrato metafórico de Beneyto,
y todos participan a la vez del asombro, del horror y de la ironía. Este mundo tiene
su propia lógica, y dicha lógica es enteramente plástica: un cacharro de bodegón
zurbaranesco puede rematarse en un zapato de tacón, pero esto no es literatura, ni
siquiera metáfora visual; es acaecimiento pictórico, y no nos subyuga por ser una
imagen literaria, sino por su estricto poderío óptico, en virtud del cual asentimos al
silogismo de los volúmenes en la composición.
Podría hablarse por igual, si quisiéramos, de Ponç y de los romances de ciego con sus viñetas, del arte primitivo y de lo surreal; yo mismo, tiempo atrás, pude
hacer memoria de J.V.Foix, y de modo expreso es convocado aquí el ectoplasma
de Lautréamont. Pero todo ello nos llevaría acaso a una nueva γιγαντoμαχια περι
της ουσιας (gigantomaquia de conceptos ), sin acarrearnos probablemente mayor
· 85·
Pere Gimferrer
Les senyoretes de Rull I, 2007
· 86·
Pere Gimferrer
Les senyoretes de Rull II, 2007
· 87·
Pere Gimferrer
ganancia de conocimiento: lo que en sí no se dilucide desde el lienzo o desde la
cartulina, en el conciso campo de batalla de lo visivo, no nos imantaría como lo
hacen las creaciones de Beneyto, anteriores a cualquier reelaboración conceptual y,
stricto sensu, independientes de ella, ya que no están ahí para suscitarla, sino para
suplirla. Precisamente en eso –en aludir a algo que sólo existe en sí– conocemos de
verdad qué es arte.
Les senyoretes de Rull III, 2007
· 88·
Un poema cinematográfico
Silvia Rins
E
l objetivo se aproxima a Beneyto, el hombre enmascarado, el artista sin
máscaras. No es la primera vez, de hecho, que posa para las cámaras. Hace
casi treinta años, en un programa de televisión de Robert Saladrigas, aparecía con una chistera, se la sacaba de la cabeza con elegancia y se sentaba encima
¿Acto de humor absurdo o rebeldía simbólica? Y luego ha aparecido diversas veces.
En su actual aparición en el cine, Beneyto pasea con un abrigo azul eléctrico,
el rostro pintado de blanco, los labios rojos, por las calles del Gótico. Barcelona es
su ciudad de adopción: la calle Rull, donde se ubica su estudio actualmente o la calle Còdols donde estuvo tiempo atrás, la Plaza de la Mercè, la playa de la Barceloneta, el bosque de Collserola, el jardín de la casa de Jacinto Verdaguer, conforman
el decorado exterior por el que deambula el personaje. Como el poeta bohemio de
El lado oscuro del corazón, de Eliseo Subiela, busca a una mujer que sepa volar
–la musa inspiradora– encarnada por la bella Airun. Un hombre. Una mujer. Una
habitación. El póster colgado en el Café de la Ópera representa más que un guiño a
su novela Tiempo de Quimera.
No obstante, Beneyto desdoblándose es, además de una ficción alegórica y
metarreferencial, un documental, y la oportunidad de descubrir a uno de los últimos exponentes del Postismo, movimiento que surgió en 1945, ligado al Dadaísmo, al Cubismo y al Surrealismo y cuyos fundadores fueron Carlos Edmundo de
Ory, Eduardo Chicharro y Silvano Sernesi. El también llamado ismo de todos los
ismos se definía como una síntesis de las vanguardias, reivindicando el poder de
la imaginación, lo inconsciente, lo lúdico, lo sensorial y la voluntad de destruir
prejuicios. En este sentido, las entrevistas a eruditos, artistas, escritores cercanos al
· 89·
Silvia Rins
protagonista muestran una doble vertiente: se integran en el hilo narrativo de la historia –Pere Gimferrer y Beneyto discuten en la mesa de El Paraguas sobre la fecha
exacta de estreno en Barcelona de Ditirambo, de Gonzalo Suárez, evento donde se
conocieron en 1967, junto a otros compañeros de generación como Joan Brossa,
Fernández Molina o Ángel Carmona, y que se resuelve con una llamada telefónica
y mucho sentido del humor– ; o bien se ruedan como formulaciones objetivas en
plano medio. José Corredor Matheos convierte a Beneyto en la prueba fehaciente
de que el Surrealismo, aparte de un movimiento concreto, es una constante estética.
Para Gimferrer se trata de un postvanguardista, en la línea de Brossa, Ponç, Miró,
Tàpias, erigido en clásico con el paso del tiempo, puesto que su obra ya no recibe
tratamiento de excéntrica o marginal. A Gloria Bosch, directora de la Fundación
Vilacasas, le admira la capacidad expresiva de su mundo interior, un automatismo
psíquico impermeable a influencias de la sociedad actual. Por su parte, Jaime D.
Parra destaca el carácter hermafrodita de sus creaciones, con alusiones a la flor azul
–búsqueda– al huevo fénico –renovación– y a los hijos de la noche.
Decía Buñuel que el misterio, elemento esencial de toda obra de arte, no se
ha desarrollado en el cine. Éste ha cogido prestada su estructura tradicional de la
literatura narrativa, y el punto de vista del neorrealismo, pero siempre ha habido
quienes lo han acercado a la poesía: Vertov, Buñuel, Cocteau, Godard. Quizá por
su brevedad y su capacidad de síntesis, el cortometraje, igual que el relato breve,
ha tendido hacia lo lírico. Sin embargo, ¿cómo revelar la esencia de un artista si
no es rompiendo con los moldes lógicos, dramáticos y genéricos de una narración
tradicional?
Desde esta perspectiva, el film Beneyto desdoblándose, que puede catalogarse como un corto largo, es también una apuesta de su directora, Adriana Hoyos, de
investigación del lenguaje visual, con vocación de documentalista esteta y experimental: un poema cinematográfico. En el cine, las imágenes son las rimas del poeta
en verso, las reiteraciones del poeta en prosa. La organización de estas imágenes las
dota de ritmo, poniendo en marcha su mecanismo de sugestión. El montaje lima las
barreras entre el exterior –la recepción crítica de la obra– y el interior del artista –su
universo creativo-, no menos real. La alternancia entre dos dimensiones, con sus
vasos comunicantes, no agota la sensación de autenticidad, de cierta improvisación
y frescura. Los planos se metamorfosean en palabras oportunamente ensambladas:
la técnica del stop motion es una elipsis, una anáfora, una personificación cuando
unos dedos invisibles teclean la máquina de escribir de Beneyto –la Remington
que compró de segunda mano en un mercadillo polaco y que por azar tengo exactamente igual en mi casa, herencia de mi padre–. Estructura dispersiva, de tonos
heterogéneos y materiales híbridos, tal cual es la poesía moderna, el arte moderno,
la obra de Beneyto.
La cámara se detiene en unos cuantos planos detalle de Les senyoretes de
Rull: un tríptico antropomórfico en blanco y negro, donde bocas y crestas, picos y
lenguas, vaginas, uñas y pezones resaltan en rojo –junto al azul uno de los colores
favoritos de Beneyto– , incluido el bodegón que ocupa la parte inferior central de
una composición que es un claro homenaje a Las señoritas de Aviñón de Pablo
· 90·
· 91·
Silvia Rins
Picasso, y a la vez una réplica: los pasos de puntillas que hay del Cubismo al Postismo. En la siguiente escena, el cuadro cobra movimiento en una farsa teatral, y
la protagonista, Airun y dos muchachas más, entablan un diálogo poético-burlesco
sobre animales fantásticos y tortugas de caparazón duro. Goya, Brueghel y el conde
de Lautréamont. El espectador se asoma al bodegón cerrado, una metonimia donde
los estilizados peces, frutas y hortalizas de la pintura adquieren el color y textura de
lo vivo, sometido a la tiranía del tiempo, y por tanto abocado a la podredumbre, a
desintegrarse ante nuestros ojos.
En la biblioteca los volúmenes se ordenan, se engarzan, se llaman o se ignoran. Durante años, Beneyto ha personalizado el interior de las portadas de sus
libros, la mayoría dedicados por escritores conocidos o amigos. Allí viven agazapados cientos de esos seres deformes, alados, bifrontes, caricaturescos pero de
sagrada belleza, habitantes del imaginario del artista. Espirales verdes. Serpientes
cornudas. Arácnidos escarlatas. Criaturas zoomórficas, premoniciones arquetípicas, en las que el plano se detiene unos segundos y que, junto a algunas fotografías
significativas, reafirman el ritmo interno del cortometraje: un viejo retrato de su
madre, y cómo no, una fotografía de Alejandra Pizarnik, la poeta argentina que
desapareció en 1972, y que Jaime D. Parra define como su alma gemela, ambos
concomitantes a la estética del sueño. Desde una bañera de aguas –lágrimas– azules, Airun lee con tristeza una de las cartas de Pizarnik a Beneyto, testimonio de la
amistad que comparten y de su deseo de visitar Barcelona, que jamás tendrá lugar.
Los símbolos, el cromatismo, los mitos, nos adentran en un espacio muy
íntimo. En la habitación azul, el dormitorio del propio Beneyto, la pareja conversa
sobre recuerdos azules, monstruos azules, pájaros azules. Airun, acostada con un
yoyo en la mano, sonríe como una parca adolescente. Hermes y Afrodita. El sueño
de la razón produce monstruos. Ojos, zapatos, abanicos, hormigas, andróginos.
Desde Rimbaud se tratan las palabras como colores y volúmenes, sentencia Pere
Gimferrer situando al artista, nombrador de irrealidades, en ese grupo heterodoxo
de los pintores que escriben y los escritores que pintan.
La música refuerza el poder de yuxtaposición de las imágenes. Los violines que acompañan el momento del afeitado en una peluquería paquistaní traen
reminiscencias de la escena de la barbería de El gran dictador. Y sobre todo, la
intensidad del violín y el piano cuando Beneyto se enfrenta a un inmenso plástico, como si con su pintura pudiera derribar el muro o emerger de la placenta que
lo separa del mundo exterior. ¿No es esa la lucha intensa e inconfesable de todo
verdadero artista? Desnudo, empieza racionalmente, trazando con un pincel líneas
negras, rojas, y poco a poco se va dejando llevar por el impulso de la inspiración
hasta que, extasiado, lanza con los ojos cerrados los cubos de pintura rojos, azules,
amarillos… La creación estalla, el caos se manifiesta, el cine se revela como arte
de fusión. La gran sinestesia. Beneyto no se suicida en su vida, con seconal, como
la poeta argentina: se suicida en su obra, gracias a la cual vence la angustia de la
existencia, y resucita a través de ella como un Ave Fénix burlón.
Beneyto se desdobla, se reinventa, se revela, se oculta. La otredad. Un último recurso poético para poner punto final a una estructura circular: la metáfora.
Silvia Rins
Se prueba, una detrás de otra, esas máscaras de colores que él mismo forja con sus
manos, embellece, a partir de materiales viejos, olvidados, reciclados. El Arcano
I del tarot: el niño, el artesano, el alquimista, el mago capaz de insuflar alma a los
objetos inanimados que halla a su alrededor. La creación es un juego libre, extrañas
criaturas emergiendo de una chistera, sin reglas aparentes. De nuevo cae la nieve,
como un telón plácido, intermitente, sobre las letras emborronadas de la última
carta que Alejandra Pizarnik escribió al artista. Cierto que nos quedamos con ganas
de más, cuando se saca la última máscara, pero el resultado se sostiene en el aire,
del mismo modo que un buen poema se yergue ante nuestros ojos –un armazón de
relaciones secretas, de reflejos con variaciones, de ecos y susurros– y no se derrumba como un castillo de naipes.
· 92·
Adentrándonos
en los espejos de A.B.
Carlota Caulfield
A
mundos insólitos de la imaginación nos lleva siempre un mago-cohenzahorí pintor/escritor llamado Antonio Beneyto. Su obra plástica es un
sorprendente universo de seres zoomórficos, hermafroditas, siameses, personajes desdoblados y toda una fauna fantástica. Lo lúdico de sello esencialmente
surrealista-postista marca también el original trazado de la obra literaria de este
artista-autor. Sus diarios, novelas, cuentos, poemas en prosa y epistolario exhiben
frenesí vital y códigos estéticos muy peculiares.
¿Quién puede escapar de sus espejos oníricos, de sus claves eróticas, de
sus còdols/cantos rodados singulares, de sus absurdos y de sus sensuales festines?
Beneyto escribe para lectores gourmet, amantes de euforias infantiles y travesuras
perversas condimentadas con ingenio y agudeza. Soy una gastrónoma muy peculiar
y entre mis placeres favoritos está el deleitarme con sus Textos para leer dentro de
un espejo morado (Ocnos, Barral Editores, 1975), Cartas apócrifas (y otros cuentos) (Madrid, 1994), Tiempo de Quimera (Zaragoza, 2001), Còdols en New York
(Barcelona, 2004) y Un bárbaro en Barcelona (Barcelona, 2009).
Las leyes benéyticas de las transformaciones crean en estos libros un bestiario y un humanario. Para deleitarnos, Beneyto, no vacila en ponerse un espejo de
obsidiana a manera de pie, como el dios azteca Tezcatlipoca, mientras nos guiña
el ojo (¿derecho o izquierdo?). También se cambia el espejo por zapatos italianos
y sandalias polacas para saltar cómodamente en compañía de Lewis Carroll, bailar
al compás del clarinete de Woody Allen, abrazarse con su amante y volverse transparente, recorrer geografías de lo imposible montado en su tortuga, transformarse
en A de Alejandra, en A de Airun, en A de los retratos múltiples de Antonio, y entre
ellos el favorito, el del Alfons cardinale de Catalunya pintado por el polaco Mirek
· 93·
Carlota Caulfield
Sikorski. Y ¡ay!, que la A se vuelve Isidore Ducasse, Henri Michaux y hasta Patti
Smith, fascinada por A en túnica de seda, allá en Sant Feliu de Guixols del Baix
Empordà. ¿Artes in heaven? Sí, AB se transforma en gato, en paraguas, en ladrón
de encajes azules, y es hasta capaz de destrozar corazones.
En los espejos morados de Beneyto encontramos hormigas que hacen cosquillas, serpientes verdes que habitan en ojos, y esas otras criaturas tan cambiantes
como Yo, Tú, Él, Nosotros, Vosotros, Ellos, siempre peligrosas. Y hay que añadir
más nombres en la lista de listas. Y así Macedonio Fernández, Oliverio Girondo,
Cristóbal Serra, Joan Brossa, A.F. Molina, Boris Vian, Manuel Pacheco, Henri Michaux, Julio Cortázar, Fernando Arrabal y Camilo José Cela reflejan sus reflejos.
Antonio Beneyto en New York, 1995
Metafóricamente, Beneyto nos hace consultar espejos a manera de objetos
de sabiduría literaria. Al entrar en ellos encontramos intimidades cóncavas y convexas, cuentos de cuentos, diarios de diarios, en los que la mirada benéytica es una
cámara fotográfica. Los peculiares códigos que el autor despliega en Textos para
leer en un espejo morado se liberan aún más en Cartas apócrifass (Y otros cuentos), libro de juegos múltiples en los que el autor crea y recrea una vida de acrobacias personales y estéticas. ¿No es acaso Beneyto muchos Beneytos? Sus apócrifos
andan sueltos. Las voces gritan insultos y ternuras. Y así nace una autobiografía
camuflajeada. Je suis un Autre, n’est-ce pas?
Un peculiar lirismo aparece en Tiempo de Quimera. En otra clase de ágape
participamos, en el que Eros, Tánatos y Cronos son los principales invitados. Hay
en estas páginas miradas atrevidas, deseantes, lúdicas, perversas, celebratorias, penetrantes y tiernas. En ellas el olfato se agudiza con el derrame de esencias. El
· 94·
1
Jaime D. Parra, Prólogo a Antonio Beneyto, Tiempo de Quimera. Zaragoza, Libros del Innnombrable, 2011. IX-XII.
· 95·
Carlota Caulfield
oído con rumores de pasos y cuerpos. El tacto con presión y temperatura. El gusto
es hijo de una lengua hambrienta de sabores. Aquí nos encontramos con una serie
de vignettes que conforman un pequeño poema cinematográfico1 de erotismo. Los
còdols que aquí corren por la corriente de las venas del autor siguen rodando en
Còdols en New York.
Beneyto, flâneur por excelencia, con prosa colorida y fotográfica, consigue
hacernos ver con extraordinaria nitidez gestos y movimientos de vendedores, putas
callejeras, turistas, hombres de negocios, y toda una gama de personajes peculiares.
Su mirada lo escudriña todo. No se pierde ningún rincón de la ciudad, y tampoco
rechaza ser un voyeur cuando las circunstancias se lo ofrecen. Beneyto se une a la
multitud, visita cafés, night clubs, parques, museos, monumentos, librerías, y nos
regala un caleidoscopio urbano visto con ojos vanguardistas y rebeldes.
No obstante, aunque Beneyto ama muchas ciudades, y a pesar de que New
York es una de sus favoritas, Barcelona es su ciudad, lo cual queda bien expresado
en Un bárbaro en Barcelona. Pero el bárbaro no es él, sino Henri Michaux, quien
en lugar de irse a Asia, se apareció un día por el Barrio El Raval, lo recorrió acompañado de murnios y emanglones, criaturas transformistas que le robaron los zapatos y se los regalaron a un postista del Barrio Gótico barcelonés llamado Antonio
Beneyto. En estas páginas volvemos a retozaduras en vignettes y poemas. Beneyto
ríe, ríe, ríe. Beneyto cuenta, cuenta, cuenta. Beneyto camina, camina, camina. Y
yo, traductora al inglés de este petit llibre, olfateo descaradamente sus palabras y
me transformo en A, with the gaze hanging, / hanging from the letter’s edge (con
la mirada al borde, / al borde de la letra) en una de sus deliciosas Deformaciones
Benéyticas.
· 96·
Amphitrite dans Rull.
Collage dans la Bibliothèque
d´Antonio Beneyto
Francesc Cornadó
E
l Barrio Gótico de Barcelona se asienta sobre la urbs romana. Un poco
ampliada respecto a la Barcino romana, la ciudad medieval de Barcelona
sigue, casi invariablemente, el trazado de la civitas tal como la construyeron y fortificaron las huestes romanas. Los trazados urbanos de fundación romana
eran rectangulares, adaptándose a las características topográficas del terreno. En
el caso de Barcelona, la Colonia Iulia Augusta Paterna Fauentia Barcino, por su
adaptación al relieve adquirió una forma sensiblemente elíptica, que poco a poco,
ya en el medioevo, se fue acercando a un trazado más o menos circular.
El Barrio Gótico, donde vive Antonio Beneyto, es un espacio urbano circular, atravesado por el Decumanus Maximus, que sigue el eje montaña-mar, y por el
Cardo Maximus, que es perpendicular. Beneyto transita por este espacio circular
del Gótico, sale y se sitúa en la tangente: siempre se situó en la tangente, vivió en
Còdols y ahora en Rull, ambas calles tangentes al círculo romano. Y desde sus
tangencias, como si de una abeja se tratara, va construyendo un panal de celdas
caprichosas. Va edificando su biblioteca circular, a semejanza de su barrio gótico.
Beneyto es un militante del Gótico y su biblioteca es el código de sus tangencias.
Cuenta con unos cinco mil ejemplares y en más de mil quinientos, el aguijón
postista ha dejado su señal dolorosa e indeleble. Ha pintado guardas, ha manipulado cubiertas, ha dibujado increíbles zoologías sobre las tapas de los libros, ha
manoseado encuadernaciones y en los lomos de sus volúmenes ha dejado la huella
postista de la tangencia. Con todo esto, dibuja el círculo de sus intereses poéticos y
temáticos: como en un giratutto van surgiendo los círculos de Palma de Mallorca,
los círculos de poetas malditos y de autores filopostistas, y de las mujeres poetas que Alejandra Pizarnik encabeza. Son ciclos con intermitencias de metralleta,
· 97·
Francesc Cornadó
como balas disparadas una tras de otra, como el rasgueo de una guitarra de rock and
roll, más de rock que de roll: son círculos que giran al ritmo del sonido que produce
el movimiento de un serrucho de dientes equivocados. Así son las secuencias de
Amphitrite dans Rull.
La biblioteca de Beneyto sigue el gesto de la mano de su profesor de Matemáticas, que girando el brazo traza una circunferencia en el aire: ¡Mira! Mi biblioteca circular. Creación literaria y plástica. Precisión y poesía, que sorprende por su
rigor y orden, pues se escapan de la realidad por la rigurosa tangencia, dejando el
círculo allí, en el mundo raro. El gesto del profesor de Exactas trazaba una directriz alada, pero la biblioteca de Beneyto no se queda sólo en un círculo trazado al
aire. El círculo es una figura plana, pero la librería de Beneyto no se limita a una
topología bidimensional: se trata de un mundo con volumen que da vueltas y que
envuelve. Es ni más ni menos que una superficie tórica, sí, un toro de revolución,
tiene la misma forma que un ouroboros, este fabuloso pez o serpiente que se muerde la cola, que al autoengullirse adquiere forma de retorno, redondeada, rotativa,
fénica: es el ser acuático de naturaleza cíclica que comienza cuando concluye: es
el renacimiento eterno.
Toro revolución
Ouroboros
Circular o tórica, auto-fagocitación, serpiente o pez, el mundo raro de la
biblioteca de Beneyto ha sido interpretado perfectamente por Gemma Ferrón en
su documental Amphitrite dans Rull. Collage dans la Bibliothèque d´Antonio Beneyto (2010). En secuencias intermitentes, fotograma a fotograma, se suceden los
círculos que componen la superficie tórica de las estanterías.–La actriz Paulina
Jadwiga– interpretando a la reina del mar Anfitrite fagocita o escupe un pez, un
eglefino (melanogrammus aeglefinus). Anfitrite, según la etimología, la que rodea
el mar, rodea también el círculo interior de la superficie tórica de la biblioteca y, por
la tangente, aparece Beneyto con máscara de esgrima, que blandiendo un libro se
pone un eglegino por corbata. Anfitrite con velos de espuma marina, engulle peces,
enlaza las manos del creador postista y sentada en la silla roja y azul de Rietveld
dirige la ceremonia de circunvalación de las tangentes.
Unidos Beneyto y Anfitrite reproducen la figura tórica de la biblioteca sobre
el azul del suelo. Unas hormas azules de zapatos, como si fueran peces postistas,
interrumpen bruscamente la unión del océano con mundos raros, mientras desapa· 98·
Francesc Cornadó
Escenas de Amphitrite dans Rull, de Gemma Ferron, 2010
· 99·
Francesc Cornadó
recen los puntos de tangencia y se suceden como disparos de metralleta las imágenes de los libros manipulados. Círculos de revolución girando en directriz circular.
Giro, revolución y cópula del mar. ¿Y qué será de la revolución, sin una universal
copulación? se preguntaba Peter Weiss en Marat-Sade. Desde las estanterías de
madera polaca van apareciendo los libros que Beneyto ha acariciado, que ha leído
y que ha digerido como los peces súbditos. Pastas dibujadas de libros, de autores
amigos, de Alejandra Pizarnik y de mujeres poetas, de los grandes creadores plásticos –Miró, Picasso, Tàpies, Balthus, Schiele, Duchamp, Antonio López, Braque,
Dalí, Goya–.
Desde la ciudad romana, saliendo por las calles tangentes, van provocando
Les senyoretes de Rull y las de la calle Avinyó –Les mademoiselles d’Avignon–.
La mirada del creador postista con máscara secular retiene antologías con insectos
incisivos. La cámara, como un giratutto, va rotando, mostrando libros manipulados: Lautréamont con sus grullas de pelo azul, el circo permanente con Gómez
de la Serna y una bicha de caligrafía reptante y Le Théâtre de Pantomime con Tomaszewski o metamorfosis con cilindros de Tadeusz Kantor o de Gregorio Samsa
travestido de Kafka, Flores Árticas con zapatos y follajes, poetas visuales de hormigas en las guardas, los surrealistas y suprematistas. Aparecen las Huellas Vacías
con J.D.P. que pasea sobre un puente que en sus extremos tiene sendas cabinas de
fielato. El perfil egipcio de Antonio Beneyto saluda a sus amigos los filopostistas, a
sus amigos poetas y a los peces que nadan en el estanque de jardín patafísico. ¡Oh,
gran Jarry!
La caprichosa y delirante biblioteca, tal es su título, es el Elogio de la Locura que Erasmo desplazó por las tangencias del imperio y que la poesía del rigor
devolvió al Averno.
· 100·
Tiempo de Eros
Roser Amills
El profeta dijo: Señor, tú dices uno y yo entiendo dos.
Meister Eckhart
Le dije que mi número preferido era el once y que nos encontrábamos
otra vez en domingo y once. Para ella su número predilecto era el siete, aunque
también sentía el placer cuando la rozaba un capicúa; cuando mi lengua lamía
con suavidad una y mil veces los dedos de sus pies y los labios rojizos y húmedos
de su coño. Era entonces la hora de excitarse y de sentir el cosquilleo a través
de la piel; y también de ver erizarse el vello de la pelvis... y compartir los placeres, los frutos de la carne con delicada naturalidad.
La miel es más dulce que la sangre me hace reflexionar en este nuevo
miércoles y once
(oh, mi número, cómo nos persigue, kochanie).
Entretanto, tú y yo, reencontrándonos con el bombón de licor entre los
labios, y con tus senos erectos al aire (mis labios los absorben, los cautivan, y
mi lengua percibe el dulce sabor, deleitándose, deleitándote.) ¡Cuánto amor,
cuánto amor, kochanie! Hasta que el maldito tiempo nos deja su herida con los
ojos pegados, con los cuerpos también pegados (y empalmados) y con la despedida a la isla, tu isla, mi isla, nuestra isla. El viaje, tu viaje.
Antonio Beneyto
· 101·
Roser Amills
B
eneyto es surrealista, postista y sobre todo muy Beneyto cuando dibuja,
cuando escribe, cuando esculpe, cuando pinta, cuando toma la palabra. Y
erótico. Es un susurrador de invitaciones a saltar por encima de los prejuicios, un defensor vocacional de la descripción pura y simple de los placeres
carnales. Del cuerpo.
Más aún. Como proclamaba el Primer anuncio del postismo al mundo, publicado en la revista Postismo en 1945, este movimiento es una herencia inmediata
e inevitable de los demás movimientos que se han dado en llamar ismos [...] Por
eso se llama postismo, es decir, el ismo que viene después de los otros ismos. Un
ismo que no es inventado sino descubierto, como subrayan los buenos postistas,
para los que existe involuntariamente y espontáneamente, va en el aire y fecunda
la opinión. Y como proclamaba el Segundo manifiesto postista: queremos retornar
como punto de partida allá donde se interrumpió el cubismo, y llegar a donde los
cubistas no pudieron llegar.
Beneyto tiene en común con el postismo y el surrealismo que está abierto a
los hallazgos del inconsciente, que luego son manipulados por su arte, pero es sobre
todo un perfecto intérprete de sus mejores dos instrumento: la imaginación real y
la realidad imaginaria.
Podemos afirmar que Tiempo de Quimera (2001) es Antonio Beneyto y también un libro sobre sexo, sobre sexualidad y su relación imposible con la realidad
convencional que vivimos: la de la libertad, la ingenuidad, la pureza y la bondad de
las pulsiones naturales cuando están regidas por lo prohibido, y cómo esto afecta a
nuestras vidas. Como bien escribe Jaime D. Parra en el prólogo, nos encontramos
en este libro con El cuerpo como festín de placeres, sin más, libre de ataduras.
Pero hay más. Beneyto sabe bien que para librarnos de las ataduras primero
tendremos que conocerlas, tantearlas. Reconocer de entrada que no somos libres,
que venimos de muchos siglos de represíón –a él le tocó vivir la del franquismo,
buen ejemplo de la fuerza de ciertas cadenas– sino que poseemos una pulsión natural a querer serlo pase lo que pase, algo que Beneyto no deja mirar de frente un
instante, en este libro que transcurre entre cuatro paredes prestadas y nosotros en
el centro.
Lo observa todo, cierra los ojos y lo sueña, lo digiere a ratos y lo cuenta
mediante las herramientas de que dispone: su rico léxico para el sexo –que va del
inventario a la invención– , el talante estrambótico, festivo y burlón, su capacidad
para partir del juego –sólo en apariencia intrascendente– hacia cualquier parte, su
profundo conocimiento de los resortes de la mujer y del hombre cuando pretenden
bailar juntos la danza del sexo, de los cuerpos, de la realidad.
Todo esto, yuxtapuesto, es un coro que canta a viva voz que hemos nacido
del amor y la diversión pero que luego, si no tenemos cuidado, tendemos a dejarnos
aburrir con lo que sea: con nuestros miedos, con las convenciones sociales siempre
tan cobardes, con un empacho cualquiera de realidad y las marranas sombras que
nos anulan.
· 102·
Performance (Beneyto-Vizcarra). Fotografía Judith Vizcarra, 2010
103·
·· 103·
Roser Amills
Hay que cantarlo todo. Como cantan los testigos en un juicio. Sólo que aquí
no hay juicio ni prejuicio que valgan. Aquí hay declaraciones de amor, olores, revolcones, turbación, búsqueda, recuerdos y autoconocimiento.
Y para expresar todo esto, que no es poco, en tan pocas páginas –Tiempo
de Quimera ocupa 75– las palabras concurren con delicados y sugerentes dibujos
del autor, una mesurada o desmesurada sintaxis alógica –según se mire-, rupturas
temporales, enumeraciones caóticas de preguntas, de versos, de citas, de flujos, de
cosquilleos.
Todos estos elementos, en su avance imparable hasta la última página, sacan a la luz como una excavadora urbana cuanto hay de verdadero y de falso en la
unión de dos cuerpos con todo al aire y, lo que resulta más significativo, en la locura
inventada por una relación amorosa y pasional cualquiera, en todo aquello que no
solemos mirar cuando nos sentamos al banquete de las sensaciones.
Tiempo de Quimera es un festín al que el lector está invitado, desde la primera página, a participar. Desde la representación crítica y emancipadora de la
realidad nuestra de cada día que nunca es tan real como nos gustaría hasta el fondo
de la suprema hermosura sin nadie, sin nada, que todos contenemos.
Él cuenta lo que ve y se encargan del resto las raíces surrealistas y postistas
del escritor que reverberan por todas partes. Como su estado de ánimo, su forma de
ser y de expresarse, su capacidad para quitarse de encima pesos superfluos heredados. Todos estos elementos, pues, son aprovechados al máximo y luego reducidos
a espoletas siempre a punto de estallar: vemos, gracias a su traducción plástica y
literaria de cuanto distingue, cómo de encuentro en encuentro con la protagonista,
Airun, los objetos cotidianos transportan, cada uno, una obra de arte hacia nosotros
que nos increpa, que busca rebelarse contra lo establecido.
Viajamos, con Beneyto y sus páginas, desde la risa a la contradicción, desde
el mundo que conocíamos o creíamos conocer al mundo al revés que ya quisiéramos, nos enerva en todos los sentidos de la palabra con sus palabras en libertad, con
los caprichos del azar que tan bien seduce e incluso enamora para hacerlos suyos
como si él mismo los hubiera inventado –los números, los encuentros, las palabras
que no venían a cuento– , con un factor sorpresa perenne que envuelve cada fragmento y que nos azuza a saltar al siguiente sin pensárnoslo mucho. Libera al lector,
por un rato, de los elementos sensoriales del mundo exterior. Y qué bien sienta.
Por otro lado, debemos señalar que lo que sucede en estas páginas no es inventado. Porque Beneyto vive lo que imagina e imagina cuanto vive, argumentando siempre sus particulares revulsivos neológicos y sus ganas de vivirlo todo con
plenitud. No crea un mundo que no existe, no, sino que nos muestra el que existe
para él con desinhibida sinceridad.
Lo apela todo por su nombre, juega al morbo natural, al morbo nuestro de
cada día para ayudarnos a ver lo que hay debajo, detrás, por dentro: Cuando dos
amantes se abrazan se convierten en transparentes. Por su imaginación, por su
humor y por su relación, estrechísima, con la brujería postista, el autor excede con
creces el estricto argumento de su historia y progresa desde la ingeniosidad verbal
a lo profundo y más allá, a lo íntimo, al mestizaje de lo erudito con lo bárbaro, de
· 104·
Eréctil, 1993
· 105·
Roser Amills
lo sublime con lo grotesco, para finalmente estallar la realidad científica y conscientemente.
Y estallamos nosotros en toda esa gloria: la de alcanzar un estado de lucidez
suficiente como para mirarse dentro del libro directamente el ombligo de la historia
que se nos quiere contar, de la rebeldía y el compromiso para aunar el mundo real
con el imaginario del artista. Así, logra que la protagonista pase de cuerpo a espíritu
sin necesidad de sermones ni aburridas teorías metafísicas, nos lleva del presente a
lo intemporal con juegos como el de que Airun lea Tiempo de Quimera desde dentro de Tiempo de Quimera, coyuntura de espejos, punto de inflexión que aboca al
lector a olvidarse de sí mismo en un regodeo cada vez más íntimo y erecto.
Hasta que Airun aparece tocando las páginas del libro que se está escribiendo en tiempo real, tocando al autor por todas partes, tocando al lector cuando
menos se lo espera, tocando el arte en sí y las cuerdas de cada ser místico, idílico,
sexual y libre que busca liberarse de ataduras innecesarias leyéndose con ella, con
Beneyto, y sobre todo con esto tan simple que no sabíamos que sabíamos en mente
y que ya de por sí es toda una enseñanza vital: lo mucho que nos gusta que nos
follen con la imaginación.
Antonio Beneyto con Beatriz Pottecher en Radzyn (Polonia)
BENEYTO
· 106·
Las efusiones postistas
de Beneyto
Conxita Oliver
L
a vanguardia que convivió con el noucentisme fue de difícil aceptación
por parte del público catalán, hasta que hacia los años treinta la dimensión internacional del movimiento fue una evidencia. El carácter revolucionario del movimiento surrealista, desarrollado en Cataluña con anterioridad a la
Guerra Civil (1924-1936) y que supuso una contundente brecha con los esquemas
establecidos, abrió el camino que debía conducir hacia lenguajes de innovación
e investigación. A pesar de la ruptura provocada por el conflicto bélico, una serie
de figuras salvaguardaron el espíritu de la vanguardia haciendo de puente entre el
antes y el después. Hombres como Miró, Dalí, J.V. Foix o Joan Prats, entre otros,
transmitieron como legado su espíritu y ejercieron positivas influencias entre los
jóvenes artistas.
En este panorama, la influencia de la tradición surrealista ha tenido y sigue
teniendo un peso decisivo en Cataluña. Desde los años 50, con Dau al Set a la
cabeza, numerosos artistas han releído y reactualizado esta fuente de inspiración
subjetiva para adaptarla a unas imágenes propias. El esfuerzo de sus miembros por
salir del arte oficial y la recuperación vanguardista llevada a cabo por este grupo de
artistas fue seguido por un sector de la pintura catalana contemporánea que, bajo
una constante referencia figurativa, ha desarrollado y sigue desarrollando lenguajes de contenido mágico-surreal. Mundos imaginarios y oníricos donde se mezcla
el sueño y la sinrazón, territorios de libertad donde tienen lugar las escenas más
misteriosas.
Antonio Beneyto (nacido a Albacete pero instalado en Barcelona desde el
1967) ha sabido integrar en una feliz síntesis una tradición genuinamente catalana
· 107·
Conxita Oliver
con una voz personal y singular. Una recapitulación particular, la suya, de muchas
de las aportaciones de les vanguardias: la ascendencia surreal y metafísica se fusionan en unos relatos que, bañados de sarcasmo, adquieren aquella dimensión entre
lúdica y angustiosa, orgiástica y festiva, turbadora y serena, ingenua y misteriosa
que no esconde un presentimiento último de caprichoso destino.
Es importante destacar que su expresión plástica bebe de su bagaje literario.
Su faceta de escritor y, especialmente, su vinculación con el Postismo le ha posibilitado una mayor exploración introspectiva y la creación de un universo pictórico imaginario. Recordemos que este movimiento literario -surgido en Madrid el
1945 y que se prolonga hasta 1950– pretendía una radical renovación de la poesía
a través de nuevas fórmulas de lenguaje y una exploración de las posibilidades
expresivas del subconsciente. Su nombre procede de la contracción de la palabra
postsurrealismo, aunque quiso significar el ismo que viene tras todos los ismos. Fue
calificado por Carlos Edmundo de Ory– uno de sus impulsores– como “la locura
controlada” frente a la escritura automática surrealista. Con esta denominación
querían constatar que este movimiento tenía la voluntad de compendiar las vanguardias literarias precedentes, rechazando todo dogmatismo o imposición.
Lo imprevisto, fortuito y sorprendente configura la característica esencial
del vocabulario beneytiano, un discurso hecho de encuentros inesperados, de oscuras transgresiones y de sorpresas imposibles, cercano a una suprarrealidad que
limita con mundos extraños, irreales y ficticios. Beneyto ha desarrollado un lenguaje propio basado en un mundo interior de signo fantástico que explora la dualidad
entre el universo como totalidad y el mundo como individualidad. Ha construido
una mitología personal de naturaleza autobiográfica que se nutre de seres obsesivos, personajes extraños, eróticos y esotéricos en unas composiciones precisas y
virtuosas que parecen surgidas de un sueño.
Cielo e infierno
El reino de la imaginación ha estado siempre presente en la obra de Antonio
Beneyto; una pintura, la suya, intensamente vivida que traduce en forma de experiencia plástica sus sentimientos y sus emociones más interiorizadas, fruto de una
determinada manera de entender la existencia. Pero, estas efusiones subjetivas están cargadas de componentes lúdicos e irónicos, extraídos de las diferentes facetas
del entorno humano que tiñen su obra de un planteamiento humorístico e irónico
bien característico. Crea unas criaturas formadas y deformadas por cargas simbólicas que delatan sus crudas vicisitudes internas. Fluctuantes siluetas de cuerpos
contorsionados hasta el límite, seres extravagantes y excéntricos metamorfoseados
en las más extrañas alusiones humanas, forzados dolorosamente a posiciones difíciles, danzan al son de una música entre mágica y amable, alegre y dramática para
esconder realidades y miserias humanas.
Turbador y enigmático, mágico y misterioso, el origen de su arte se sitúa en
la tradición medieval de los bestiarios, los libros de alquimia y en las profundidades
esotéricas de la magia y del ritual. Básicamente, su lenguaje iconográfico mezcla
· 108·
Conxita Oliver
Máquina con flores del poeta masoquista, 1993
· 109·
Conxita Oliver
lo racional y lo instintivo, el sueño y la vigilia, la vida y la muerte, une lo inescrutable del consciente y el malestar del inconsciente y funde lo real con lo irreal.Una
iconografía metafísica que surge del mundo teatral y literario, de la relectura de
las leyendas y de la revisión de los autores clásicos, para describir atmósferas que
manifiesten las permanentes inquietudes del hombre e ironicen sobre la verdadera
condición humana.
Ahora más que nunca queda patente su capacidad para fabular a través de la
distorsión de la realidad, creando unos personajes deformados por escorzos juguetones y rostros difíciles con el fin de transgredir las fronteras de la razón y la lógica.
Ricas elucubraciones mentales, asociadas a una afirmación de la subjetividad que
defiende la ironía mistificadora y la fantasía lúdica. Un humor enigmático y magicista, entre festivo y sarcástico, conforma el discurso del pintor y el hilo conductor
de tota su obra.
Vidente de escenografías delirantes, fabulador de misterios, interlocutor de
fantasmas, fantaseador de divagaciones... éste es Antonio Beneyto, un artista con
una innegable maestría y con una capacidad imaginativa sorprendente.
· 110·
Carta desde la cama
Carlos Edmundo de Ory
A
ntonio Beneyto:
Me leí tu libro en la cama hace unas noches.
Claro que no lo conocía porque te hubiera escrito. Por lo visto piensas republicarlo ya que me invitas a decirte algo para encabezar estos cuentos; es decir,
un prólogo. Sin duda, sabes de sobra que, de cualquier modo, yo no te haría un
prólogo académico. Y otra razón más está en los lazos de familia que unen a los
vanguardistas ¿no es verdad? Lo tajante es pisar terreno a pie firme y no meterse en
un berenjenal de definiciones y clasificaciones que vayan de la literatura violeta al
humor negro. La erudición en estado de gracia suele ser fascinante, pero la pedantería nunca es graciosa. Un discurso didáctico sobre tus cuentos sería asesinarlos.
Lo que me molesta de los prólogos es su talante protocolar. Los prologuistas son
ujieres unípedes o unalbos.
Bueno, un libro con los guantes puestos es una cursilería. Yo prefiero escribirte esta carta y tu haz lo que quieras con ella.
Los chicos salvajes1 es un relato que narra salvajadas de chicos de barrio.
Esto salta a la legua. Por así decirlo: está lleno de argumento. La anécdota es fácil
de resumir. Se meten en una casa vieja y como tienen sangre –hay que entender
cubas de sangre de matadero con trozos de carne y algún que otro corazón de burro, pues ya se está viendo venir. Que se ponen en cueros y se untan de sangre el
cuerpo sin excluir los cabellos. Hasta aquí el eje de la acción. Hacen eso y otras
atrocidades porque sí. ¿Qué van a hacer los inocentes? Rezar el rosario no. Bien
1
Los chicos salvajes, Ediciones Picazo, Barcelona, 1971.
· 111·
Carlos Edmundo de Ory
está por los galopines. Pero lo interesante es saber la cara que pone el lector. Si es
sádico se satisface con el relato. Se indigna el bienpensante; el curioso espera a ver
qué pasa luego, y así. Existe la literatura para monjas y para todos los justos –quise
decir gustos–. Pero tú pisas suelo duro y no te andas por las nubes. Aparte de que
asumes el mito de la transgresión y todo eso, está bien claro que se trata de una cura
de reminiscencia de un tipo clásico. En suma, aquí presentas tu vudú.
Otro relato de angustia clásica esta vez, es El cajón. Y el hombre ese que vio
el cajón de madera a la puerta de una tienda, y va y se lo pide a su presunto dueño
que lo destinó a la basura, pues es también el autor. No hay vuelta de hoja. Pero
es que ya estamos sobreaviso y sabemos que a este autor le pica siempre la misma
mosca. De todas maneras la angustia es como un piojo. Si el lector no se rasca
es porque ya está leproso. Para comprender tus cuentos de este tipo no hace falta
estar iniciado en Kafka. Basta con saber interpretar la multidimensionalidad de los
aspectos de la angustia y del absurdo existencial. Ahora tú presentas el hombre
megalopolita hambriento de una isla. Ya encontró su cajón. Es porque posee una
biblioteca ingente, muchos libros, tantos como interminable es la lista de autores
heterogéneos. Sin otros títulos que el de los diccionarios, resulta evidente por los
nombres que cita –y que todos caben en el cajón– que su traslado de la isla primitiva u otro lugar conlleva la angustia de la alineación intelectual resumida en un
todo revuelto. Los libros se mezclan con las monedas que llevaba en el bolsillo:
monedas de todos los países. Como los libros de autores multinacionales de distintas épocas y siglos. Todo se lo lleva de mudanza de la isla y cuando ya se sirvió
del cajón, como el basurero de la nueva ciudad exige una propina para llevárselo…
Vamos al baile. El baile es un relato en el que desde la primera línea se entra
en el baile. Y como ya conocemos al autor –que no se anda con trucos– estamos
al cabo de la calle de la situación. El autor es el baile. Y si el lector no se pone a
bailar es que está cojo ¿Quién puede substraerse a la multitud? La alineación es flagrante. Como la angustia anónima y nominal del movimiento-objeto y de la mezcla
de cuerpos-objeto –trajes, vestidos, Joan, Casilda, Ramón y cada quisque– y esa
concha de tortuga marina colgada del techo que es lo único que no se mueve, y a
la que al final va a adherirse un billete de banco. La significación es clara y oscura.
Depende, una vez más, del lector.
Los números es otro relato que describe la sempiterna angustia de la incidencia babilónica: el absurdo socio-apocalíptico de la confusión callejera; esto es
la multialineación ecológica. Un niño, un hombre, una mujer. Y el misterio divino
de los números en el desquiciado cerebro matemático de un escolar megalopolita.
Toda esta humanitud bajo el tumulto mecanicista de ruedas que giran insomnes
dentro del sueño de las obsesiones mentales y sexuales de la convivencia colectiva.
Pero siempre, quieras que no, el protagonista es el autor polifacético, pero decapitado, cristalizando en síntesis fermentos del azar y de la memoria. Por veces su visión
es pánica y un tanto delirante hasta desbarrar. En otros momentos se aplaca, recoge
velas y se enfrasca en los cuadros de costumbres grises.
El autobús es el cuento de la angustia del autobús. No hay que ir más lejos.
Teniendo en cuenta que el autobús es el autor por pura empatía. Y este cuento se
· 112·
· 113·
Carlos Edmundo de Ory
pudiera muy bien titular Las ratas. Las ratas presentes a miles y tan humanizadas,
no menos que el mismo autobús trotando como haciéndose el vaquero. Una verdadera historia cotidiana fantásticamente sin fantasía. Cosas naturales de la urbe
vividas en la órbita desorbitada. La visión sigue siendo pánica y por lo tanto ceremonial. Reina la confusión y no faltan los lisiados en medio del runrún del motor.
Convénzanse que esto es así, si uno no ha vivido en una isla o en el monte que sería
lo contrario de la magalópolis. Es, de todos modos, la misma angustia-absurdo de
la capital alienante –Barcelona o París– que hizo decir a Cyril Connolly que El surrealismo es un movimiento típico de delirio de las grandes ciudades, una violenta
explosión de claustrofobia urbana.
Siguen historias grises de la rutina temporal cívica con sus climas específicos invariables concentrados en los adentros locales y cerebrales de la monotonía
y la frustración. Lo que no impide el ruido estrepitoso de alguna motocicleta que
pasaba veloz por la calzada. O de otras músicas que se dejan oír, muy lejanamente
(como) el sonido que emitía el birimbao. O cuando bajo el cielo oscuro de París,
en el Square de Notre-Dame, un niño persigue una paloma azul, roja y verde. Para
matarla. Mientras pasa por allí la misma pareja de novios abrazados que recorren,
de vez en cuando, estos cuentos prudentes o enloquecidos. Sin filigranas ni artificios. Directos, contables y credibles. Zócalos mojados por alguna lluvia torrencial
de pronto asoleados. Y una semisorda angustia los hace cuasi crueles. Ello se debe
a la visión más que a la pluma. Ésta es obediente, fidedigna y domada por la memoria instrumental, optómetra. La fiebre de la mano es atermométrica. Entre las
manchas de tinta quedan siempre gotitas de sangre, un poquito de sudor, sabores
salinos, un sueño de rosas y besos y el vuelo de las mariposas de Lautréamont.Y
ya curado de espanto, impertérrito y agresivamente neutral, los ojos del autor contemplando como una puesta de sol sangrienta la caída irrefrenable de los NIÑOS
MUTILADOS. Sí señores: El niño estaba partido por la mitad (Instantes). Sí, respetables burgueses: La televisión está dando su fetidez y el gato, la gallina, o lo
que sea, ladran desesperadamente (Nenúfar). Se va a morir una niña que apenas
tenía dos años, y se murió: Por qué va a morir...Dios está allá arriba y comprende
las cosas y sabe que ella es muy pequeña. Que no conoce la vida todavía… (El sol
de media tarde).
Usted, lector, que se compromete quizás a leer estos cuentos tan tiernos y
picantes, ¿Qué me dirá –o mejor se dirá– de esos niños zambos y zurdos? –a uno
se le cae el ojo izquierdo y no le importa nada– ¿qué? Por lo demás, son niños que
lloran sangre. Pero sin tragedia. Lean y no se asombren demasiado; no teman ser
agredidos. Se lo digo yo. La imaginación del autor descarría a veces; por lo demás
sus textos son inofensivos. Pequeñas fábulas clarividentes.
Hasta la próxima carta. Te abraza. Carlos.
Amiens, 12 Abril 1974
Antonio Beneyto y Jaime D.Parra. Sitges, 2009
· 114·
La otra narrativa [1]
(Perspectivas)
Jaime D. Parra
J
unto a una narrativa vanguardista, de tono surrealista, postista e incluso expresionista, existe en Antonio Beneyto, otra línea de corte más realista, inmediato y referencial, altamente significativo, social o testimonial, que agrupa
su publicación primera desde Una gaviota en La Mancha (Palma de Mallorca,
1966), La habitación (Madrid, 1966), El subordinado (Madrid, 1981), hasta Eneri, desdoblándose (Albacete, 1998), ésta última escrita muchos años antes y luego
reelaborada. Esta otra narrativa forma un corpus especial dentro de su escritura,
pues enlaza, vista en su conjunto, con la mejor tradición del realismo y neorrealismo hispánico, en su visión más honda y pesimista (sic): el mundo marginal de La
Celestina, con sus ámbitos prostibularios y sus criados descontentos; la tradición
crítica del Lazarillo, con sus niños pícaros y vitalistas y sus seres luchando contra
la miseria; las Novelas Ejemplares de Cervantes, con sus marcos urbanos y sus
cuadros concretos, y, a veces, sus experiencias itinerantes –¿no es también Beneyto
un creador de la novela corta? –; los cuadros de pilluelos de Murillo, Velázquez
y Goya; los tintes especiales de Solana y Palencia; el mundo colorista, cansino y
crepuscular de los del 98 –Machado, Azorín, Baroja o Valle-Inclán–; el tremendismo y existencialismo de posguerra de un Camilo José Cela (La familia de Pascual
Duarte) o una Carmen Laforet (Nada); el realismo y objetivismo de los cincuenta
de un Rafael Sánchez Ferlosio (El Jarama), un Camilo José Cela (La colmena) o
el neorrealismo fílmico italiano. Sin embargo, debido, quizás, a la notoriedad del
resto de su obra, de matiz más imaginativo y lírico, el estricto realismo de Antonio
Beneyto con frecuencia ha quedado tapado.
· 115·
Jaime D. Parra
No es extraño, pues, que las pocas veces que la narrativa de Antonio Beneyto
ha entrado en la Historia de la Literatura –José Domingo: La novela española del
siglo XX (2) (Barcelona, Ed. Labor, 1973)– haya sido desde una óptica surrealista
y entonces el narrador parece haber sido únicamente el autor de Los chicos salvajes (1971), eso sí, reconociendo que ha demostrado poseer excelentes cualidades
para la práctica de este género, en el que es posible relacionarlo con Kafka, Borges y Cortázar. Pero existe en su obra otra narrativa, como decimos: antes de ser
surrealista Antonio Beneyto ha sido y es un escritor realista. De hecho, él nunca
se aparta de la realidad, lo que sí hace es transformarla. Su imaginario no sólo no
abandona la verosimilitud sino que hace alarde de ello: Yo siempre parto de lo real
y lo verosímil, dice; yo me baso en lo que veo en el día a día, en lo cotidiano, en lo
posible, y a partir de ello trabajo, asegura1. No es un escritor del otro mundo, sino
de este, según el precepto de Dalí2, –otro creador en el que subyace una realidad
casi fotográfica, detallista, deformada, pero reconocible, de aquí–: Hay otros mundos, pero están en este. De ahí, que como recuerda Manuel Andújar3 –prólogo a El
subordinado– existe en Antonio Beneyto un narrador plural, vario, autor de Una
gaviota en la Mancha, La habitación, o El Subordinado, libros a ras de tierra, a la
vez que creador de Los chicos salvajes (1971) y Algunos niños, empleos y desempleos de Alcebate (1974).
Una gaviota en La Mancha es, como recuerdan algunos estudiosos, un libro
de viajes, cuyo modelo puede hallarse en la escuela de Camilo José Cela (Viaje
a la Alcarria) y en ciertos apuntes carpetovetónicos de escritores del 98 –Azorín
en La ruta del Quijote, por ejemplo, que es otro viaje por la Mancha–, aunque el
primer viajero, en este sentido, fue don Quijote mismo. Por eso, no es extraño que
Manuel Andújar tire de El caballero de la triste figura, caballero sin el rústico
sanchesco y de los anales cervantinos para explicarse Una gaviota en La Mancha –bello título– beneytiano. Una gaviota en La Mancha es un relato itinerante
sobre la España cambiante de los sesenta, a dos luces entre la modernidad –que
quiere imponer la industrialización del campo e impone el exterminio de una forma de vida tradicional, la desertización y la emigración. Es un viaje crepuscular,
guiado por un también poeta crepuscular –de lo viejo, de los atardeceres-, Antonio
Machado, cuyas citas –la soledad, el camino, las tierras tristes, las siluetas de los
viejos– orientan cada uno de los tres apartados (con sus fotografías). Es la muestra
o denuncia de una España cansina, de niños y de viejos, una geografía mustia, árida y sedienta, que el andariego, el narrador testigo, atraviesa –muerto de sed y de
fatiga– a pie, mientras cruzan embalados los proyectiles de la civilización –coches,
camiones, motos infernales– que rompen la paz y siembran la amenaza, como en
el Adiós Cordera de Leopoldo Alas, Clarín. De ahí, el fondo crítico y social bajo
la apariencia de un amable relato de viajes o una peregrinación a una ciudad con
historia: Chinchilla de Montearagón.
En conversaciones con el autor.
Al que Beneyto valora sobre todo como escritor.
3
Pero también Domingo Henares en La otra realidad, Diputación Provincial, Albacete, 1983.
1
2
· 116·
Con El subordinado (1981) –que más bien se debería llamar La amante– se
da un paso más en el dominio de la técnica narrativa. En primer lugar, se reduce el
espacio y el tiempo y se concentra la acción en un marco muy concreto, aunque con
un enfoque dual: la doblez del protagonista, un gris empleado de banco, acosado
por la penuria económica y la incapacidad para mantener a su esposa y sus hijos,
que desemboca en la entrega total a una camarera de un club de alterne, quien, al
final, enferma y arruinada, regresa a casa de su madre (y resulta que era otra pobre
emigrada, perdida en la ciudad). Tema de la emigración: o un exilio a lo pobre.
¿Una hermosa historia de amor furtivo entre un señor casado y una ramera, al margen de los cánones sociales? ¡Demasiado tierno! Más bien el encuentro fébrico de
dos seres hundidos en un mundo de miseria, incomunicación, de injustas relaciones
económicas, de falsos papeles, de apariencia y de sufrimiento. De nuevo el puntiagudo escribir de Beneyto –así lo denomina Manuel Andújar– el tremendismo, el
acercamiento al mundo prostibulario y nocturno de la tradición negra del realismo
hispano –La Celestina, Luces de bohemia, Tiempo de silencio– , el ataque a la falsa
modernidad (finanzas, burocracia), la crítica de un materialismo ciego (afán de
lucro, de apariencia), la comprensión y humanidad hacia los desfavorecidos). De
estas novelas se desprende una ejemplaridad como de las de Miguel de Cervantes.
Antonio Beneyto, caballero manchego, Barón de Chinchilla de Montearagón, deshacedor de entuertos, valedor de los débiles, esforzado veedor.
Son estos textos, dentro de su realismo, cruzados incluso de simbolismo;
pensemos por ejemplo, en su pasión por los reptiles y los insectos, asociados al
mundo diabólico e infernal. Así, esa serpiente con la que los chicos quieren azotar
a las chicas en Una gaviota en La Mancha, esas cucarachas que invaden las paredes y el techo de La habitación o aquel gorgojo de El otro viaje. Y es el que el
· 117·
Jaime D. Parra
La siguiente obra, ya una verdadera novela corta, La habitación (1966)
–cuyo título original, medio en francés, medio en castellano, dada la doble ambientación, era La chambre con cucarachas– supone un paso adelante, pasando del
mundo rural al urbano y concretando el marco –la habitación y la calle–. Se trata,
como dice Manuel Andújar, de una obra de índole neorrealista, de contrapunto,
con enfoques distintivos y entreveros poéticos. Efectivamente, en ella asistimos a
la alternancia, de dos mundos, el pícaro de la España de la niñez, y el dramático de
la Francia de madurez, donde el narrador protagonista, casado, arruinado e incapaz
de mantener su familia, se ve, repentinamente abandonado por su mujer que huye
con su progenie a su rincón español de origen. Se satiriza así el mito de el Dorado
de la emigración, a la vez que se ponen en solfa las delicadas relaciones humanas y
los lazos matrimoniales en la nueva sociedad urbana de la era industrial. Es como
dos novelas en una, donde la vertiente picaresca se cruza con la vertiente expresionista, o, vale decir, tremendista. De ahí, el realismo social y testimonial, cercano al
mundo de Ignacio Aldecoa, Camilo José Cela y Rafael Sánchez Ferlosio. Novela
también de iniciación, donde hay retazos que recuerdan las aventuras de Tom
Sawyer o el Lazarillo.
Jaime D. Parra
universo narrativo de Antonio Beneyto, como sucede a veces en la pintura, muchas
veces se animaliza, como esa imagen de tintes negros, goyescos, de los clientes
del club nocturno, apicolados, babosos, encorvados sobre la barra devorando a las
muchachas recién llegadas de los campos de miseria de las provincias, o las viejas
mujerucas: Ellos, aquellos asquerosos clientes, dejaron escapar de sus ojillos la
sensualidad, la brutalidad, el deseo (…) Ellos nos miraban de cuando en cuando
enseñándonos sus rostros cansados tristes y de pupilas brillantes. Luego se volvían
hacia el mostrador y pegándose a él como sanguijuelas y bebían como bestias. La
ciudad no tiene nombre. O poco importa. Puede ser cualquiera, si no fuera porque
menciona la patrona del lugar. Beneyto realista, se va a acercando poco a poco al
expresionismo de El otro viaje, situado bajo el mundo de Kafka, pero, mientras
tanto, va a desempolvar y rehacer otra vieja novela, Eneri, desdoblándose (1998),
en cuyos capítulos aparecen esos títulos tan largos, que recuerdan a los del Quijote
de la Mancha. De nuevo el viaje, de nuevo el camino y en narrador ambulante.
· 118·
La otra narrativa [2]
(Semántica)
Te s i R i v e r a
E
neri desdoblándose (1998, aunque escrita quince años antes) es la última
novela realista de Antonio Beneyto. De estructura circular y con el viaje
como hilo conductor, se inicia con un proceso de ida hacia el exterior, hacia
París, ciudad que deslumbra al protagonista sobre todo cuando la compara con su
país, del que hace una profunda y permanente crítica social resaltando el retraso
que había en la sociedad de la época (1969-1970); y cierra el círculo con el regreso
otra vez a España, con un continuo análisis introspectivo hacia el interior; recorrido
que le lleva a descubrir el amor e, inesperadamente, también, el desamor. Dualidad,
en este caso, amor/desamor, que se vuelve a manifestar en otros temas, como el
contraste Francia/España, realidad/sueño o riqueza/pobreza.
Eneri, desdoblándose es una novela compuesta de catorce capítulos, precedidos por otros tantos títulos introductorios que, por su larga extensión, recuerdan
a los del Quijote. A través de ellos, se entretejen dos historias: la de Eneri, una
americana rubia y pálida, muy bella (…) de cabellos de oro, y la de un joven español que va a París huyendo de su vida familiar, del ambiente y de las costumbres
atrasadas de su país, en busca de independencia y libertad. Será en el sexto capítulo
cuando Eneri traspase el relato onírico de los títulos y pase a formar parte, de la
trama, como esa muchacha real, rubia y espigada que viaja a España, realizando
un romántico recorrido por el arte románico de Cataluña, en un Renault recién estrenado, que conduce con el protagonista.
Con persistente reproche a la sociedad de la época y notorio menosprecio de
la tierra que ha dejado atrás, el narrador personaje recorre calles, alberges, monu· 119·
Te s i R i v e r a
mentos y bares de París, donde se encuentra con amigos de nacionalidades diferentes, para terminar descubriendo que los españoles son más avispados que la mayoría de los turistas, y reconociendo que el idioma español, como dice poniéndolo en
boca de Eneri, es una lengua muy rica gracias a la nitidez de sus expresiones y a la
variedad de su vocabulario.
En el doble argumento de Eneri, desdoblándose destacan algunos temas
recurrentes como los estudios que el protagonista ha abandonado en su país; el
trabajo que va a buscar a París y la descripción exhaustiva y reiterada de las chicas
que encuentra en su camino, alguna de ellas, con rostro limpio y hermoso; alguna
otra, alta, hermosa, demasiado hermosa; una tercera, negra, de labios caídos y muy
rojos; y las restantes, jóvenes (que estaban) arrebatadoramente buenas, aunque,
a veces, la imaginación le juega malas pasadas al protagonista, cuando de cerca,
descubre detalles desagradables. Existe una intromisión permanente en mundos
oníricos (empecé a sentir… como un aguijón que me arrastraba hacia el sueño) y
en el ámbito de la memoria, con el recuerdo de anécdotas pasadas que se sitúan en
un tiempo real, a modo de flahs back; con alusiones a diferentes religiones (debían
ser protestantes o de alguna secta religiosa), a veces por la vestimenta (podían
ser seminaristas o curas vestidos de paisano) o con la referencia a las huelgas
universitarias, tan habituales en aquellos momentos, en señal de protesta contra el
régimen franquista, o a la costumbre de hacer auto stop, que le sirve para llevar a
cabo una constante crítica social (¡que se jodan los capitalistas! –dice).
En contraposición con el ambiente de pícaros, en el que robar en los supermercados se justifica por la necesidad, Antonio Beneyto, haciendo alarde de su
cultura y preparación, evoca numerosas referencias culturales, bien sea al recordar
escritores como Pavese, Joyce, Malraux, Kosytler, Larra o de la Generación del 98
(Machado, Azorín), o bien sea al rememorar figuras de artistas como Joan Miró,
al que llama poeta de la pintura, o Pablo Picasso; así como las de los directores
de cine Fellini o Buñuel, o autores de teatro, como Ionesco y Beckett; sin olvidar
ciertos movimientos pictórico-literarios, como el postismo (Carlos Edmundo de
Ory), o el prepostismo (Benjamín Palencia); o, incluso, aludiendo directamente a
referentes como La Gioconda, de Leonardo da Vinci, o el Museo del Louvre.
El lenguaje de Eneri, desdoblándose es rico y variado, con diálogos rápidos
y ágiles, con frases cortas y lacónicas. Así, la protagonista femenina era delgada,
alta, como una espiga. El léxico está plagado de expresiones coloquiales del tipo
está roscao, como cada quisque, los muy desgraciaos, ¡ahí va éste!; de expresiones
vulgares: el toqueteo, es un asco la jodienda, aquí el cognac cuesta un huevo, he
pasado un miedo de pelotas; o despectivas: éste es medio imbécil, un callo con
treinta años sobre sus espaldas (que) apenas tenía cuello y usaba unas medias muy
bastas que le afeaban aún más las piernas, con sus velludos brazos al aire y (…)
medias de vieja, su cara era como tener delante un tomate, pero un tomate maduro; aunque también utiliza vivos y alegres piropos: viva la madre que te parió; o
· 120·
Destacan por su expresividad las descripciones físicas de personas, o prosopografías, con aires de caricatura: el hombre del mostrador era de ojos saltones
y bastante grueso, el muchacho de la cabeza rapada y del bigote negro (en cuya
visión se podrían vislumbrar alusiones autobiográficas) o el hombre de la perilla
de chivo. A veces, identifica a los personajes con una fórmula, o giro épico, como
ya hicieran Homero en La Odisea, el juglar del Mío Cid en El Cantar o Sánchez
Ferlosio en El Jarama: el chico inglés que usaba la mano ortopédica, la chica delgada y rubia; otras veces se sirve de gentilicios para describir a los personajes cercanos, secundarios: el sevillano, la americana; y también son frecuentes los símiles
del tipo las palmas sonaban como latigazos, vigilaban como bestias hambrientas, o
bebiendo cognac y ginebra como una bestia; sin olvidar la frecuencia de préstamos
de otras lenguas, en especial las románicas, como ragazza, clochards, foie-gras.
En síntesis, una gran labor léxica y semántica, y una preocupación por el valor de
la palabra.
Eneri desdoblándose, escrita en su primera etapa y reescrita años después,
cierra así el ciclo de la narrativa realista de Antonio Beneyto, a la que se suman
también diferentes cuentos no recogidos en libro4: la otra narrativa. Es un final,
pero también el inicio que enlaza con sus otras artes –la pintura y la escultura– , que
se adentran y se desenvuelven, de una manera definitiva, en el mundo surrealista.
4
Nos referimos a una serie de relatos primerizos publicados en periódicos y revistas de provincia.
· 121·
Te s i R i v e r a
apreciativos y frecuentes calificativos, como cara blanducha o adolescencia enfermiza; e incluso barbarismos: París, la nuit; y expresivos verbos dicendi: contestó,
inquirió, musitó, masculló; sin dejar de lado la utilización de catalanismos: no me
agradaba como cantaba, ahora vengo,
Antonio Beneyto en Varsovia con unos amigos, 1986
BENEYTO
· 122·
La otra narrativa [3]
(Demonios y ángeles, cucarachas,
mariposas y ratas se disputan
el alma quijotesca
de Antonio Beneyto)
Manuel Andújar
E
l Subordinado, ceñida expresión de profundo disentimiento con un tipo de
sociedad purulenta y convencional, dentro de una época restrictiva, es también, y quizá preponderantemente, una neta, nítida y característica historia
de amor, que paso a paso, trance a trecho, en secuencia brotada, nos cuenta, primera
persona mediante, su agonista, angustiado por el doble vivir, de lo permitido y lo
vedado, que lo exalta y colma hoy para corroerlo –a través de su frustración y añoranza– en un mañana inexorable.
Debo apuntar –volveremos a la novela misma como tema y trama– que otra
especialísima virtud literaria de El Subordinado es albergar, en sueltos gérmenes,
los múltiples y variados registros artísticos que en circunstancias anteriores, simultáneas o siguientes a esa realidad-ficción, confieren a Beneyto sus punzadas y
retadoras singularidades. (Añadidas las de antólogo de fuste, víctima de la censura
con Verano en París y Varados, pero victimario de sus ejecutores merced a la muy
representativa encuesta, 1975, Censura y política en los escritores españoles).
El puntiagudo escribir de Beneyto se trasvasa a la rápida coloración de sus
pinturas y a los estilizados y mordientes rasgos con sus dibujos. Ello determina
sus presteza y su destreza para ofrecernos –pirotecnia, acrobacia– una cosmovisión
giratoria… Alguien afirmaría sin riesgo de grave yerro, que Beneyto usa estiletes
y punzones en vez de plumas y pinceles. Además, aseguran, carga su bolígrafo patentando con tintas ácidas, en cuya composición subyacen (¡bioquímica, señores!)
robinsonianos grumos de la más pudorosa y arisca piedad.
· 123·
Manuel Andújar
Sucedió por los sesenta, que Antonio Beneyto presa fue (y aún lo sufre y
padecerá) de incurable dolencia, rareza manchega al igual que él y tan española
que aún conserva raleado número de adeptos. Socarrados sus cascos juveniles, de
cocción alfarera, por los modernos libros de caballerías, nuestro autor se desató de
cordeles oficinescos y terrícolas, lanzándose –misionero del espíritu, andariegos
los pies y el corazón– a los caminos del mundo, dispuesto a romper su lanza y a
molerse los costillares contra los actuales molinos de viento: la rutina, la mecanización, la injusticia serializada, la terrible dialéctica de la miseria y del derroche, las
diversas robotizaciones. Y lo cumplió y verifica en los últimos años, bajo disfraz
rabínico –sombrero de redondo vuelo, barba mesiánica, encapada indumentaria de
luto, un claro mirar irredento, que casa de maravilla con su fajín, teñido por sangre
de metáforas.
Desde su salida, que generó el certero relato de viajes Una gaviota en La
Mancha, con el propósito de deshacer entuertos de ramplones y falsarios, Antonio Beneyto ha probado mayúscula fidelidad a la dama de sus pensares y sentires,
D.N.I. Dulcinea de la Originalidad, villa labriega o portuaria, tanto monta, ubicada
en móvil confín.
Caballero, sin rústico sanchesco que atempere sus pinos ideales, pero dotado
de superávit lúdico y de versátiles talentos, que le facilitan la navegación costera, a
recaudo de ensotanados, marchantes, amas, bachilleres y aristócratas hueros, Antonio Beneyto logra sus objetivos estéticos (la ética va por dentro) sin descrismarse
mayormente.
Sustituye Beneyto los extremosos y estructurados discursos cervantinos, cifrados en su ilustre y paradigmático paisano, por breves párrafos –entroncarían con
la definitiva espontaneidad de los trazos goyescos y la gravitación oleaginosa de
los cuadros de Solana– que desgravados por el humor y moteados de sádica terapia,
más apoyaturas de cabriolo excéntrico, presentan lo inverosímil y aparentemente
ilógico rebozados de verosimilitud, gracias a una dicción sobria que normalidades
sugiere.
En el tremendismo, mostrenca tendencia que en gran medida, dada su proliferación, lastra la narrativa española, sobre todo la peninsular permanecida, pone
Antonio Beneyto una esperanzadora nota diferencial. Pues hasta sus incursiones de
índole neorrealista y colateralidades testimoniales de lo social, tal el caso, contrapuntístico, de la novela La habitación, publicada en 1966 aportan enfoques distintivos y entreveros poéticos:
…y la luna jugaba a caen sobre nosotros.
Allí, las eslabonadas escenas del bar –incidentes, fisonomías, talantes– que
constituyen el eje argumental, acreditan sobradas sensibilidad e inteligencia para
· 124·
La inspiración de Algunos niños /Empleos y desempleos de Alcebate (Lumen, 1974) intensifica los precedentes, esbozados sarcasmos, adheridos a la paradoja, en aforísticas suertes, sui generis, y en las interrelaciones de nuestro ser que
conjetura y perjura zoomórfico y vegetalizable. Y lo hiperbólico, frecuente, suena
a trallazo.
Tratado ensayístico requería la partitura de prosa manifiesta y adentrado verso de Textos para leer dentro de un espejo morado (colección Ocnos, 1975), pero
lo que importa ahora es consignar la no exclusiva ni excluyente decantación surrealista, a su aire, de Beneyto, con esguinces post-ramonianos, ya que nos remite, de
oblicua manera retrospectiva, a uno de los fundamentos de su actitud emocional y
conceptual, de rebeldía contumaz, que los recuerdos inefables y las ásperas memorias configuraron: la nostalgia de la difícil, extrañada infancia que perdió, más bien
que le cercenaron. Y a la que retorna con óptimas alternativas, para reconstruir-se
(sic). Comparable a un equilibrista que arriesga el pellejo, los huesos y el espectro
al cruzar de nuevo, cada noche, la cuerda floja de la lejana experiencia ensombrecida.
Esa niñez pretérita y reunida, en destellos y resquemores, significa, a mi
catar, el punto de partida y el concebible repertorio de finalidades entrañables en
el signo existencial de Antonio Beneyto que letras y plástica revelan. Inventario de
biblioteca esparcida o encajonada, enumeración de pintores y dibujantes dilectos,
atisbos infantiles de la sexualidad, las reminiscencias de los miedos que injertadas
quedan: ruidos imprevistos o en acecho, sima de la oscuridad, abismo de los sueños.
Siempre, el tejido de incógnitas y pálpitos que la infancia presupone. Y más
aún si no es avatar simple, abstracción en suma, por emplazarse en aquella época
despiadada, al término militar de la guerra civil con hartas cicatrices de privaciones
y de represión, de penurias intelectuales y morales, sometida al siniestro círculo
que había de trasponer toda individualidad recia e incipiente. Entre los numerosos
trasuntos de tales fijaciones, éste de Beneyto:
· 125·
Manuel Andújar
contar y ambientar, lo que halla particular refrendo en El subordinado, de pareja
data su escritura.
Cuando en Los chicos salvajes (de 1971, la edición) se conjuga la sustancial
directriz de Beneyto, aunar fantasía y cotidianidad, y así reza el subtítulo, resulta
necesario mitigarla tensión acarreada por un episodio de malograda crueldad infantil (El niño en el Square) y que después advenga sin brusquedad la constancia
de una timidez, premonición de indeleble acomplejamiento, Beneyto interpola un
texto dialogado, sedante, casi de balada: Whisky &Rosas.
EL SOL DE MEDIA TARDE
Manuel Andújar
Era un pueblo importante, con aires de ciudad. Tenía cuartel para el Ejército de Tierra y seis iglesias. En la última guerra el pueblo fue muy castigado por los
bombardeo. Si acaso quedaron dos iglesias en pie y el cuartel medio destrozado.
También fueron destruidas muchas casas y sobre todo las que se levantaban alrededor del cuartel. Los puentes quedaron partidos, hechos pedazos por la metralla,
por las bombas.
Pero todo continuaba como aquel primer día que la gente se echó a la calle
gritando: ¡Acabó la guerra! ¡Llegó la paz…! Sin embargo, muchos hombres no
disponían de trabajo. Las fábricas no funcionaban. En los campos faltaba el agua.
Apenas corría el dinero. Se pasaba hambre y la sangra aún seguía cayendo contra
el suelo. Como un símbolo o tal vez como una venganza.
De ahí provienen los demonios y ángeles, cucarachas, ratas, mariposas y
uñas que se disputan la voluntad y la palabra de Antonio Beneyto. Desembocan o
se insinúan en El subordinado, larvario y declarado conflicto triangular, de cierto
regusto costumbrista, que impulsa, al liberado de una comunidad sórdida, peyorativamente provinciana, a reseñar sus muñones con objetiva tristeza, en persarosa
descripción del tiempo tullido y de entes fantasmales a fuerza de embotamiento.
El ordenanza de un Banco, que hubiera sido cruda encarnación del fracaso y
del tedio, unidad borrosa en la rueda de las gentes vulgares de un entorno opresor,
reglamentado, sin horizontes, exterior e interior. (El equis Don Nadie, la Nulidad,
el Cero a la Izquierda). Pero se estremece en él, a ratos, una protesta difusa, que
exige la porción de ideal, el afán de saberse enajenado en propio deliquio. Pero
pertenece a la clase de los esposos y padres ordinales.
Una Nochevieja descubre a la Dora, camarera de tránsito equívoco. El encuentro cambia sus vidas, afloran soterrados anhelos, alcanza insólita dimensión en
corto transcurso. Y la unión se convierte en hábito y embeleso, corresponde a lo
predestinado. Él ya no se creerá un frustrado.
Mientras, trasfondo de mujer sumisa y abnegada, que se mustia con los trajines y encierros del hogar, consagrada a los hijos, desprovista de hechizos y abrumada por las escaseces económicas, María. Que acepta las ausencias vagamente
pretextadas. Presumible es que sospeche pero una fatiga anímica integral le induce
a desentenderse, a no averiguar.
¿El desenlace? ¿El clima de estos seres corrientes e irrepetibles? ¿Los indicativos detalles i tics de sus conversaciones; de sus esperas, notícula de quienes los
rodean, todavía más absortos y matinales?
· 126·
Manuel Andújar
Acompañamos a Antonio Beneyto en la aventura de El subordinado. Estampa de lugar y de amormada fase histórica, creaturas que al lector atraen y conduelen. Ante todo, y eficazmente lineal, una historia de amor que a no pocos identificaría. Nada más, pero nada menos, salmodiamos.
1981
· 127·
Antonio Beneyto y Benet Rossell
BENEYTO
· 128·
El blanco y negro de la melancolía
o la página recomenzada
Ricard Ripoll
Calmo techo surcado de palomas,
palpita entre los pinos y las tumbas;
mediodía puntual arma sus fuegos
¡El mar, el mar siempre recomenzado!
¡Qué regalo después de un pensamiento
ver moroso la calma de los dioses!
Primera estrofa de El Cementerio Marino de Paul Valery
en versión De Javier Sologuren
U
nos ojos de lágrimas grises –como luciérnagas de derilección que iluminan el deambular de espacios aún por crear– observan en lo más profundo
de los libros. Se trata de una fina mirada, cual escalpelo, que corta lo más
cerca posible el cuerpo de la página, que inventa rodeos, que avanza a medida que
se dibuja un atajo, con las palabras como cruces. Encrucijadas de dolor, entre noche
y día, en un blanco y negro que evoca los perfumes de un nuevo arcoíris. Beneyto,
haciendo de la hoja blanca una paleta donde inscribir su imaginario, causa alborotos de colores: los ojos, poco a poco, iluminan un espacio ya habitado por distintas
historias. Son relatos de otros tiempos –allende de las quimeras– donde la sangre
crea la precisión de un río de deseos oníricos. Y, tal nueva Ofelia olvidadiza de sus
amores contrariados, más allá del espejismo mortal en el cual se precipita, pasando
a ser la pesadilla de la imagen que hubiese deseado obviar, Isabel Báthory, en su
túnica resplandeciente, surge como la condesa sangrienta, reverso y anverso, gris y
sol, en medio de las lecturas inevitables. Pero si Valentine Penrose acude a la cita
es sobre todo la condesa sangrienta de Alejandra Pizarnik que se nos revela en cada
trazo, en cada guijarro abandonado en el bosque de los enigmas infantiles. Es la
mirada ennegrecida de Pizarnik, el humo de un cigarro que construye, en un baile
· 129·
Ricard Ripoll
La condesa sangrienta, 2009
· 130·
· 131·
Ricard Ripoll
lento y caprichoso, las nubes de los torbellinos del olvido. Sus ojos despejan el
horizonte de lluvia, este blanco y negro de la melancolía. El creador, ante las palabras, es de nuevo un niño ante lo desconocido: es necesario trazar la vía láctea con
fangos lechosos. En Beneyto, las hormigas astrales mencionan un microcosmos
inagotable. Representan la señal infinitesimal de la salvajada, como el paso secreto
hacia un bestiario más extenso. Se perciben allí, mientras pasan sin alboroto las
horas apacibles, los ladridos de los perros de Lautréamont, la gesticulación de los
piojos, la ligera transparencia de la hembra de tiburón… La obra de Beneyto, en la
encrucijada de las palabras y de las imágenes, propone una lectura en espiral. Es
necesario leer la casualidad de los encuentros: el título y el trazo, el color y el detalle. Para crear el palimpsesto. Puesto que lo que se dibuja, a lo largo de los años,
al compás de las hojas de cortesía, es realmente una superposición de sentido. La
presencia de una materia que se enriquece a cada adición. Como una lejana memoria que vuelve de nuevo, y que a partir de ese momento ya no cesa: una adicción
de fosforescencia, de voces. Flujo y reflujo de la letra. Bajo el color, las palabras
que laten aún remiten a un pasado de lectura, a una biblioteca enamoradiza, entre
zarzales babélicos y cegueras borgeanas. En autodidacta, Beneyto construyó su
universo de referencia en torno a autores que se expresan en francés, en español y
en catalán. Es en medio de estas lenguas que el pintor se alimenta, él que no tiene
necesidad de palabras. Sus frases, retomadas de una infancia de juego universal,
entre rayuela y escondite, se nutren de la lengua de Arthur Rimbaud (como un
antojo de flores árticas, que sí existen), de la lengua de Camilo José Cela (hambre
de colmillo y miel), de la lengua de Joan Brossa (en fondos de maletas mágicas y
de naipes manipulados) y con ellas, con estas lenguas, con este femenino plural,
de las imágenes híbridas de una crueldad indispensable. En el sentido de Antonin Artaud, el suicidado de la sociedad. Se accede entonces, lentamente como una
marea discreta y lejana, a un universo de gestos, de cuerpos intranquilos. Porque
lo que sabemos de mirar los cuadros de Beneyto es que hay cuerpos debajo de las
imágenes y debajo de las palabras. Hay palpitaciones y pulsaciones. Una vida que
muestra –que indica, que imprime– los límites del texto como un océano de deseos
inverosímiles: la página, la página siempre recomenzada.
Antonio Beneyto con La Bicha de Balazote en Albacete
BENEYTO
· 132·
Beneyto, cereza, la mentira
y las niñas Blancafort
To m á s P a r e d e s
C
uando uno se mete en palabras y sus significados puede suceder todo.
¡Veamos, qué es la mentira? Para el DRAE, en una primera acepción: expresión o manifestación contraria a lo que se sabe, se cree o se piensa. En
una segunda: errata o equivocación material en escritos o impresos. Se usa más
tratándose de lo manuscrito. En la tercera, con sentido coloquial: manchita blanca
que suele aparecer en las uñas. Y en al cuarta, también coloquial y antes de que
comiencen los giros y expresiones: chasquido que producen las coyunturas de los
dedos al estirarlos. ¡Curioso, no?
Más directo, mentira es aquello que se escapa de nuestra certidumbre, lo que
no obedece a lo que es o debe suceder. En realidad, no sólo el de Beneyto, todo el
arte es mentira, porque es algo que excede nuestro saber, algo que inventa alguien,
con sus normas particulares.
En la crónica sentimental y espléndida que escribió Ana María Moix, La
Vanguardia, 28.IV.2011, de la entrega del Cervantes de este año, concluía: La
muerte es la gran enemiga de la vida y de la imaginación. Cuando, ayer, en el
discurso de recepción de su premio Cervantes, Ana María Matute pronunciaba un
elogio de la imaginación, no sólo hablaba de un ardid literario. Hablaba también
de un arma de perfección y de sobrevivencia. Un arma que a veces puede ser subversiva, como en el caso de las niñas Blancafort. Como refirió ayer la escritora,
una de las hijitas del músico catalán le decía a la otra: No te creas la música de
papá. Es mentira, se la inventa él.
¡Está claro! Lo mismo que pasa con la obra de Beneyto, es mentira, porque
se la inventa él. Incluso hubo un libro, que escribió Domingo Henares y publicó la
Diputación de Albacete, 3.V.1983, que identificaba su obra como La otra realidad,
· 133·
To m á s P a r e d e s
cuando todos sabemos que es mentira, una deliciosa mentira, que él ha construido
con imaginación subversiva, convulsa, durante más de cuarenta y cinco años, aunque su primera individual fuera en 1968, en Palma de Mallorca. Luego han venido
muchos otros libros.
¡Vamos con cereza! En lo más remoto su nombre lo hemos adaptado del
griego kerásion, que ya era el fruto del kerasos: una drupa con cabillo largo, casi
redonda, de unos dos centímetros de diámetro, con surco lateral, piel lisa de color
encarnado más o menos oscuro, y pulpa muy jugosa, dulce y comestible. ¡Qué
cosas dice el diccionario! Estoy seguro que de haberla definido Beneyto hubiera
apostado, apoyado en la imagen de la baya, por un culo de rubíes, prieto, rojo y
luciente, en miniatura. Pero, Cereza no es una cereza, sino un enano negro, con los
labios rojos, de ahí su mote, que decían era el negro de Beneyto, pues siempre ha
hecho tantas cosas que se rumoreaba que disponía de varios negros y no sólo uno y
enano. Claro, eso lo decían los ignorantes absolutos, porque un pintor/escritor/editor siempre suele estar más tieso que la mojama y lo más que puede tener, adunia,
son deudas y pellas por aquí y por allá. Nunca pasta para un negro.
En verdad, el negro de Beneyto es un blanco, que yo conocí hace muchos
años, cuando aún no se había rasurado la testa. Un blanco, más bien rostro pálido,
porque trabaja de noche como los murciélagos. Durante el día, o parte de él, Cereza vigilaba su descanso y lo alimentaba por una sonda con sueños. Sueños que
trastornaban su tiroides y le convertían en una serie de personajes, que formaban su
mundo, decidido y nítido.
Cuando uno habla de Beneyto, como ahora, ¿a quién se está refiriendo? Al
escritor, al pintor, al poeta de la grafía, al ilustrador, al editor, al animador cultural,
al prestidigitador, al mago. Oriundo de La Mancha-sur-Mer, eviterno, nunca ha
escondido su albacetez, aunque de allí huyó, en 1964, no por la persecución de una
dona ni de su burlado marido, sino tras el sueño de la creación literaria, recalando
en Palma de Mallorca, donde había una ancha familia de enanos, entre los que se
encontraba el amigo de Camus. Y de allí, ya con las bendiciones camilianas y de
Doña Endrina, a Barcelona, en 1967.
En 1968, en las Galerías Costa de Palma de Mallorca, expone por vez primera sus dibujos y pinturas, cabe las de Fernández Molina. En Barcelona, se rodea
de Cirlot, que será quien le identifica como pintor, aunque él no le hizo caso, como
sabemos por Cereza. Frecuenta a Alejandra Pizarnik, Ory, Brossa…
En el fondo, lo que más me gusta de Beneyto, no es ni su historia, ni sus
ninfas, ni su cabeza de Buda manchego, ni su lazarillo Cereza, sino la forma que
tiene de estigmatizar sus libros, el libro, o cuando te dedica alguno y lo florea con
textos y dibujos tocados por su factor irrealizante.
Yo le robaría un libro, aunque pensándolo bien, yo soy un bibliófilo impuro
y no estaría a gusto con un libro birlado. En mi biblioteca de poesía no hay ningún
libro mangado, por eso y por que los guarreo con dibujos, notas, glosa y escolios,
soy impuro. Pero, Beneyto los purifica, con su mentira, que es su verdad.
· 134·
· 135·
To m á s P a r e d e s
Si las niñas de Blancafort tuvieran que hablar de la obra de Beneyto, diría lo
mismo que dijeron de la música de su padre, gritarían a todo el mundo: No se crean
la música de Beneyto, es mentira, se la inventa él.
Pero, ¿cuál es la música de Beneyto? ¿La escritura, la plástica, la edición?
Muchos le llaman poeta, y muy pocos, polaco, excepto en su barrio. Pero lo cierto
es que se ha ocupado de los poetas polacos, de la cultura de Polonia, de forma más
allá de la mera curiosidad por una cultura ajena.
En las librerías de viejo, ya comienzo a ver libros dedicados por Beneyto, ha
poco, vi dos en la Librería El Astillero. No los compré y eso que los ansiaba, pero
me produce un inmenso dolor que alguien venda un libro dedicado con fervor, para
recibir a cambio unos céntimos.
Decía, hace un instante, que lo que adoro y envidio son los libros dedicados
e iluminados por Antonio Beneyto. Esa exposición reciente, con periplo francés,
fue un gozo bretoniano y un sufrimiento, al ver tanta agudeza, tanta belleza, tanta
presteza, cerca, y no poderla ni tocar. Pero, no sólo eso, también su energía. Esa
fuerza que le ha hecho siempre vencer la fuerza del viento, volar con él, sin dejarse
arrastrar por las corrientes, por las modas.
Con todas las de la ley, Beneyto sólo hay uno y aunque lo que haga se lo
invente, no me importaría ser un personaje suyo, transformarme en un beneyto,
quedarme a vivir en ese cosmos caótico y gustoso que le privilegia. ¡Beneyto es un
camino, recórranlo, les auguro sorpresas, a través de fruir de su idiosincrasia, cuajada de particularidad y de chispeante cromatismo que nos conduce a un paraíso, a
la medida de cada percepción!
Antonio Beneyto. Foto de Judith Vizcarra
· 136·
· 137·
Antonio Beneyto. Foto de Judith Vizcarra
· 138·
Como un tigre con cien dardos
clavados en los huevos
Camilo José Cela
B
eneyto habla con la mano, pinta con el corazón y gesticula con el alma que
gime como un tigre con cien dardos clavados los huevos. Ante sus rayas,
sus formas y sus colores sólo cabe una actitud honesta: la del pasmo y la
de la firme convicción de la evidencia de que las artes se supeditan al milagro de la
vida. Van Gogh sabía mucho de este y Beneyto es pariente próximo de Van Gogh.
A Beneyto, con sus barbas fluviales, lo barrerá el vendaval que diseca el
tiempo y lastra el calendario. Pero la venganza del fiel Beneyto es su sola evidencia, su existencia y su presencia: porque su arte es evidente, existe y se presenta en
cueros como el milagro.
1980
· 139·
Antonio Beneyto con Fernando Arrabal, Luce Moreau, Raúl Herrero, Antonio F. Molina
y Ana Torres
Fernando Arrabal, Tesi Rivera y Antonio Beneyto
· 140·
Beneyto
Joan Perucho
A
ntonio Beneyto es uno de nuestros pintores de expresión más intensa y
original. Nacido en Albacete, frente a las extensas llanuras de la Mancha,
es un catalán de adopción, enamorado de Cataluña, de sus hombres y de
sus cosas. La suya es una una pintura nerviosa, llena de misterio y de poesía. Ahora descubre el mundo de los abanicos y el hálito de sus puntillas y sus brocados
siniestros. Detrás de un abanico puede haber, evidentemente, una sonrisa; puede
encontrarse, también (con sorpresa y espanto), la mueca pútrida de la muerte. La
muerte, tal como afirman los poetas, es una dama, fastuosamente enlutada.
Estudiando la obra de Antonio Beneyto, encontramos, para un público lector
interesado por los temas generales del arte, la monografía de Domingo Henares La
otra realidad. En este libro se dice que en las pinturas de Beneyto “se presiente
una soledad que nos aferra por todas partes, una soledad que iba con nosotros
a cualquier sitio (pero siempre disimulada) y ahora descubierta, reencontrada,
como nosotros frente a frente y sin testigos. Así, nada más que la belleza de un
dibujo puede salvarnos, porque estamos de cara a lo irrealizable, a lo puramente
imaginativo, rodeados de gusanos y de monstruos, de duendes y de hombres rotos,
nosotros desconocidos, pero idénticos. Solos”.
Antonio Beneyto pinta unos monstruos en cuya eclosión tiene mucho que
ver la caligrafía. Hay una pulsación rítmica, intensa. Visiones extraordinarias y seres (más bien maléficos) aprovechan para corporizarse en aquello que encuentran a
su alcance. Plumas de gallo, papeles arrugados, pelusa de colchones, latas, cristales
rotos, la supuración de heridas por largo tiempo infectadas. Con eso crea un mundo
· 141·
transitado por elementales, seres errantes que fluctúan por aquí por allá en busca de
algo que los fije a una identidad de la que hasta el momento ciertamente carecían.
Aquel extraordinario poeta y crítico que fue Juan Eduardo Cirlot, dijo de él
que lo dominaba un factor irrealizante, pero también le veía un juego de danzas y
de vuelos que penetraba en un laberinto de espacios abiertos al infinito.
Antonio Beneyto mira las cosas. Detrás de ellas siempre hay algo que las
1986
Joan Perucho
delata.
· 142·
El mágico inadjetivable
Cristóbal Serra
I
nadjetivable Beneyto: tus libros algo tendrán de mágico, porque se escapan de
los estantes, los tengo que dar por perdidos días y días y, si aparecen, es para
esconderse de nuevo en algún espacio mínimo que pueda quedar en mi biblioteca prieta. Eso no es apócrifo, delirante Beneyto. Y eso explica tanta tardanza, que
no es desvío, por mi parte.
Este epistolario tuyo debió escribirlo tu libélula. Debes tener una libélula domesticada, como yo tenía, en tiempos idos, un cocodrilo que paseaba por el Borne.
Practicas la literatura salteada, que propugnaba el gran Macedonio, aquel jurista
que abjuró de la jurisprudencia y se volvió imprudente, como todos nosotros. Yo he
dado a leer tus Epístolas Apócrifas al Deán de Babilonia que cada domingo viene
a visitarme para echar algún que otro parrafito. Y el muy jesuita me ha dicho: Este
Beneyto de bendito nada. Está levemente poseído y padece erotomanía. Tiene en su
favor que es un lírico y un artista de la pluma. Qué más quieres, tienes el veredicto
de un hombre que procede, por su linaje, de Babilonia.
Sin embargo, ¿sigues con tu sombrero negro, tu barba negra, y tu traje negrizante? Una chica egipcia de los tiempos de Ramsés me preguntó hace poco por
ti, por tu barbón negro y por tu aire judeo-polaco? No lo creerás, pero es así. Yo le
dije que seguías tan prolífico como siempre, como pintor, y que, en estos días, Cela
copia tus dibujos. Es un copión este Cela. Después de copiar a los clásicos en su
lenguaje copiosísimo, dibuja a lo Beneyto. Hay que ver qué cara tiene, copiándote.
En su nueva Revista escribe y dibuja; es aquí donde hace tales pecadillos.
· 143·
La Sofovich también copia a su ausente Ramón, que, en el otro mundo,
se encuentra más aburrido que en éste. Pero esta mujer es un “caso” distinto al
celiano: la copia la hace con sobra de talento propio y con mucho encanto. Me ha
interesado muchísimo este libro donde aparecen dibujos de Cocteau miméticos.
Digo miméticos, porque te imita el muy maestro y Gran Prior del Priorato de Sión.
¡Que no bromeo, Beneyto!
Cristóbal Serra
Con toda mi admiración y sentida amistad, Cristóbal Serra
1997
PD: te he colocado junto a las Cartas de Guerra de Vaché, que dicen tenía su demonio…
· 144·
Carta desde Lausana
Helena Araújo
A
cabo de terminar El otro viaje1 y te mando estas líneas antes de que me
agarre la semana con mil variantes de la vida familiar, profesional y qué
sé yo.
Me pareció muy interesante tu experimento de anti-novela anti-comercial
y de algún modo anti-fascista, pues hay algo de Guardias franquistas en los tales
jundunares y de atentado contra la libertad en quienes encierran a este gorgojo andariego y nómada, con ancestros de Lazarillo y un sabor manchego que algo tiene
del Ingenioso Hidalgo. A la vez picaresco y cervantino, el viajero tiene sin embargo
andamiaje kafkiano y su narración un tinte absurdo que me recuerda de pronto a
Arrabal o a Beckett. De todos modos, colega, es un tour de force lo que has logrado
en este relato que está en el tiempo (de Oro), pero también fuera del tiempo, pues
las fondas y posadas son de una España literaria, pero los destartalados autos y aún
más destartalados buses me recuerdan las películas de Buñuel. Del mismo modo, el
Gorgojo desciende de tus duendecillos y gnomos, de tus coleópteros fantasmales.
Y por Dios, hay algo profundamente intelectual y al mismo tiempo irónico en esa
sexualidad mecánica y matemática, programada y ordenada, que a veces puede
ser, sí, sadeana, del Sade que comentó Roland Barthes en el libro que dedicó al
Marqués y a Fourier y a Ignacio de Loyola; fíjate qué coincidencia, ese Loyola tan
español, con su manía de ordenar matemáticamente las meditaciones de los Retiros
Espirituales, midiendo cada impulso del alma y cada meditación. Entonces, estos
coitos tuyos que me hacen pensar también en Bataille, absolutamente conceptua-
1
El otro viaje, March Editor, Col Biblioteca Íntima, Barcelona, 2003.
· 145·
les, ya sea con gentes de la aristocracia provinciana o de esa plebe tan auténtica,
que surge y resurge en cada pueblo; los tenderos y las posaderas y las criadas de la
época Cervantina y Quevedesca y Lazarillesca y qué sé yo […]
Helena Araújo
18 de mayo de 2003
· 146·
Sus huéspedes, sin duda
Federico Gallego Ripoll
· 147·
Federico Gallego Ripoll
Palma de Mallorca, Domingo de Ramos de 2002
· 148·
Díptico
Carmen Borja
A
l principio, el trazo. El trazo, más que la línea, se hizo mundo. Y los trazos explicaron el mundo, hecho lienzo, hecho libro. Misma mano, mismo
impulso hecho tinta, palabra o color.
El amor y sus recovecos, sus recorridos. Libro del aire, de Formentera (de
las hormigas), del amor (con secreto), hermético (de la guerra) de Nueva York.
Rastros de arena, café, una comida en la playa, el eco de cartas y fotos, de amor
sublimado en garras y garfios, de espejos rotos. Piedras como aves, pestañas de
sepia, candado y clavos en el corazón.
Allí los ojos, los ajos, piernas, penes, ganchos o raíces, mesas, vulvas, abanicos, bodegones, tubérculos, pájaros, copas, cabezas de monstruo, todo el caos
que cae, aquella nostalgia que llora en rincones oscuros de una ciudad madame.
Allí la vida, las heridas, las máscaras. Y la silueta fugaz de una adolescente, siempre a punto de girarse. Herencia de una guerra naval.
· 149·
· 150·
· 151·
Carmen Borja
· 152·
Beneyto. Fotografía Judith Vizcarra, 2005
Los frontispicios proliferantes
Adrien Le Bihan
U
na foto firmada por Judith Vizcarra exhibe el rictus de un hombre de pecho
desnudo, cráneo afeitado, ojos protegidos por gafas negras, y los dedos de
sus manos cruzados, palpando, aprensivos, su garganta.
Debajo de esta imagen, uno se queda estupefacto al leer Isidore Ducasse.
Comte de Lautréamont, si no ha notado antes, dentro de ese mismo catálogo, al pie
de la foto del joven Ducasse (de pelo muy tupido, por cierto), la inscripción: Antonio Beneyto. Baró de Chinchilla de Montearagón. Este pueblo de la Mancha recordará a los iniciados que el pintor, escultor y escritor de Barcelona mantiene con su
tierra de Albacete unos vínculos más estrechos (la revista Barcarola, de la que es
Jefe de Redacción, por ejemplo) que los que Isidore Ducasse mantenía con Tarbes.
Isidore metamorfoseado en Lautréamont invita a Beneyto a convertirse en
Ducasse para mejor aparearse con el Conde – así como Lautréamont se aparea con
la hembra del tiburón. Su Homenaje a Lautréamont es el reflejo pintado, o hecho
bronce, de esas cópulas que en nada son monstruosas: No siento horror, mi querido,
le escribe Alejandra Pizarnik, pues todo está perfectamente hecho (o deshecho)
para que sintamos horror, pero no tú…
El bestiario de Beneyto, al cual pertenece el mencionado homenaje, va poblándose día tras día de seres aéreos, o submarinos, de picos acerados, uñas puntiagudas, alas de ángel, cuerpos deshuesados, que –alabadas sean las apariencias–
comparten con él cierto aire de familia. Delante de ellos, Beneyto se contempla,
retoca su silueta y lleva los escritores de su jaula a hacer lo mismo. Puesto que un
doble de Plume, que no puede eludir el encuentro del pico, de la tinta y del copete,
entroniza a Michaux, bárbaro no en Asia, sino en Barcelona (donde reside, cercano
al lugar donde estuvo el antiguo taller de Pablo Picasso, en las proximidades del
· 153·
Adrien Le Bihan
Parque Zoológico). Un lugar en la web de Beneyto convida a circular por todo ese
mundo suyo de metamorfosis constante http://www.antonio-beneyto.com/obra_plastica.html
Y en un texto sobre Lautréamont mismo, que recoge en sus Escritos caóticos,1 confiesa :
...las imágenes salen de mi cerebro automáticamente, desde siempre,
desde que empecé a crear, que va para largo: concretamente, desde que
estaba en el útero de mi madre.
Recuerdo que las últimas semanas de gestación, el feto, o sea yo, había crecido tan rápidamente que giré la cabeza hacia abajo y así, bocabajo,
empecé a crear mis primeras obras en el reducido espacio-estudio del útero
de mi madre. El feto creador de Beneyto da pruebas, en su prolífica madurez, de una incansable actividad, no faltándole nunca la memoria, no para de recordarles a los
escritores, más olvidadizos de sus orígenes que los pintores, de qué tipo de caverna,
como él, proceden. Echemos, en la web, un vistazo a sus pinturas, dibujos, objetos
postistas, esculturas y cerámicas, y detengámonos en su biblioteca, mejor dicho
en una sección de esta denominada caprichosa y delirante (http://www.antoniobeneyto.com/caprichosa_delirante05.html): Aquí están los libros donde Beneyto se
empadrona, iluminándolos de espacios imaginarios; por ejemplo, el Ars Quimérica, de Cristóbal Serra (aquel mallorquín sorprendido Dentro de un espejo morado
paseando un cocodrilo por el Born de Palma de Mallorca); Las once mil vergas, de
Guillaume Apollinaire ; Gestos y opiniones del doctor Faustroll, de Alfred Jarry;
Las 622 caídas de Bungo o la mujer diabólica, de S. I. Witkiewicz, llamado Witkacy ; Mrs. Caldwell habla con su hijo, de Camilo José Cela ; o los Problemas de
doblaje, de la poeta almeriense Aurora Luque.
De las copulaciones del pintor escritor con libros favoritos de su biblioteca,
surgen, al margen del pie de la letra, guirnaldas vaporosas, pícaras, atrevidas, que
se siembran, leves e ingrávidas sobre las páginas de título; objetos vagabundos,
dedos afilados, serpientes untuosas y behemothes bonancibles. Cuando la obra va
dedicada al artista, entonces dibujo y caligrafía se miden, se desean, se entrelazan
como pulpos enamorados. En muchos de esos tan acogedores como descarados
frontispicios, se insinúan los autorretratos del invasor, con su pija (pluma, buril o
pincel ¿ quién sabe ?) o sin ella, tendido sobre la página cuando le da la gana – hermafrodita o mujer a veces, por pasión de desdoblarse.
1
Antonio Beneyto, Escritos caóticos, March Editor, El Vendrell, 2009.
· 154·
Las máscaras del artista
y sus personajes
Alberto Tugues
D
1
ice la crónica que sucedió ayer noche(22:00 hs. del Viernes, 26 de Noviembre de 2010), y así fue. Todo ocurrió en el cine de las Galerías Maldá, de Barcelona, entre las butacas y la pantalla del cine Maldà: a través
de la pantalla fueron apareciendo los personajes y las personas de la performance
que había filmado Adriana Hoyos, con el título Beneyto desdoblándose (guión de
Adriana Hoyos, Jaime D. Parra y Francesc Cornadó).
En la primera secuencia descubrimos a Beneyto poniéndose y quitándose
una máscara, iniciando el desdoblamiento, la doble vida de pintor y escritor, el
artista y su doble, como diría Artaud.
Más tarde, sale a la calle y entra en una peluquería paquistaní del barrio Gótico, en la calle Rull, esquina Còdols (dos nombres emblemáticos en la vida y en la
obra del artista), donde el barbero le afeitará con navaja la cabeza, y con máquina
le perfilará la perilla.
Una vez travestidos, el pintor, con la cabeza rapada, y el escritor, con perilla, saldrán a merodear por las calles del barrio, en busca de otros personajes y
escenarios; en busca, por ejemplo, de Airun, la desconocida (que en el documental
interpreta la actriz Mariona Tena).
2
De pronto, en la Plaza de la Merced –donde estuvo el antiguo estudio de
Picasso– , el autor, el artista paseante, descubre a una joven que pasa en bicicleta,
¿será tal vez Airun, el personaje de su obra?, se pregunta. Pero será más tarde, en
otra secuencia –el autor escribiendo a máquina en la playa de la Barceloneta, en una
escena surrealista– cuando volverá a ver a la desconocida saliendo del mar; y poco
después, en otra secuencia, aparecerá de nuevo entrando en el altillo del Café de la
· 155·
A l b e r t o Tu g u e s
Beneyto 1990. Fotografía Ángela Bonadies
Máscara. Fotografía Judith Vizcarra, 2010
· 156·
A l b e r t o Tu g u e s
Máscaras. Fotografía Judith Vizcarra, 2010
· 157·
A l b e r t o Tu g u e s
Ópera, donde también vemos al artista escribiendo y a tres personas más, también
desconocidas. Se miran el autor y la desconocida aparecida: ella fuma un cigarrillo,
se vuelven a mirar, ella se tomá un café y abandona el local, indiferente, como la
sombra de un personaje recién salido o escapado quizá de una obra.
Beneyto (que en esta secuencia aparecerá con el rostro pintado, como otra
máscara más) sale detrás de ella, pues ya intuye que la desconocida, que la aparecida podría ser Airun: el autor sale en busca del personaje, el autor persigue a Airun,
su personaje. Recorren unas calles y por fin la alcanza, el autor ahora se identifica,
se presenta a su personaje, hablarán los dos con palabras misteriosas que no podemos escuchar bien, pero adivinamos que se reconocen mutuamente. Y así es como
ambos empezarán a entrar y salir del ámbito de una serie de pinturas, de la ficción
a la realidad, de la realidad otra vez al espacio de la ficción: el cuadro pintado y
despintado y vuelto a pintar, en busca de la desconocida.
Ambos probarán la fruta prohibida en el escenario de un bodegón –visión
representado y filmado en el jardín de la casa-museo del poeta Jacint Verdaguer– ,
donde otros dos personajes, Hermes y Afrodita, andróginos y burlones, parodiarán
el encuentro mágico del creador y su personaje: representación al aire libre de la
belleza y el deseo (y su parodia), personificaciones que han surgido del espacio de
la pintura para encarnarse aquí, en el jardín de las apariciones y de los encuentros,
en el jardín de los poetas exorcistas.
3
Tiempo después, el personaje Airun desaparecerá en el agua azul de una
bañera, disuelta en el líquido azulado, y dejará como mensaje cifrado una postal
escrita, semejante a aquellas postales que el autor recibía de su amiga Alejandra
Pizarnik.
Pero ahora, Beneyto, solo, desaparecida Airun, penetrará desnudo en un laberinto de paredes transparentes, encerrado entre muros de plástico, prisión translúcida, ¿o quizá una placenta de la que intenta salir el artista desnudo, más desnudo
que nunca? Lienzos de plástico, muro alto que lo aprisiona, pero que él, el artista
minotauro, pintará a brochazos y arrojando cubos de pintura contra las paredes
transparentes, hasta rasgar el plástico, el lienzo que lo aprisiona, y derribar el laberinto con la acción agresiva, purificadora, de la pintura. Y salir a la luz y al color de
la calle, libres al fin, el autor y sus personajes, del dominio de las voces espectrales.
Travestido, desnudo, el rostro cubierto de pintura, enmascarado otra vez, así
finaliza la performance filmada sobre Beneyto, poniéndose y quitándose máscaras
y pinturas, desdoblándose otra vez en la sala oscura del cine Maldà, abarrotada de
público y de personajes de ficción.
Y para confirmarlo allí estaban también, en la pantalla y físicamente, José
Corredor-Matheos, Pere Gimferrer, Glòria Bosch, Jaime D. Parra, Francesc Cornadó y la directora del documental, Adriana Hoyos, entre otros, comentando el postismo, el postsurrealismo, las máscaras, los zapatos, la vida y la obra de Beneyto,
dentro de un espejo cóncavo y morado.
· 158·
Memorias de un retrete
José Luis Gracia Mosteo
A
quel 25 de octubre de 2010, la editorial March presentaba en Madrid los
nuevos fichajes de su colección Biblioteca Íntima. La cita era en el Centre
Cultural Blanquerna, a pocos metros de la Cibeles; allí nos reunimos el
editor Francesc Sánchez, el director de la colección Antonio Beneyto y los escritores Jorge Cela Trulock, Adriana Hoyos, Daniel de Lima, J. Leyva, y Montse Solé,
del grupo musicopictórico Salmaldon, que realizaría una performance, además de
quien esto firma.
No había dudado mucho a la hora de entregar mi manuscrito a la editorial
March, pese a defraudar con ello a mis editores habituales y ganarme tal vez su
antipatía, pues la presencia de Beneyto, a quien no conocía personalmente, era la
garantía de que se trataba de una colección exigente, no en vano hay en ella libros
de Ferrer Lerín, Joan Perucho, Alejandra Pizarnik o Javier Tomeo, aparte de recuperaciones como Las Gestas y Opiniones del doctor Faustroll, patafísico, de Alfred
Jarry. Ahora, Íntima anunciaba la próxima aparición de nuevas obras, entre ellas
Treinta motivos para reencarnarse en mosquito, antología personal de literatura
friki, ridícula y escondida, donde reviso en clave de humor a una treintena de autores buenos, malos y espantosos. Ahora, tenía la ocasión de conocer al artista.
Tras veintisiete años dedicado a la crítica literaria y una docena a la escritura, no negaré que tengo una actitud irónica y descreída ante la literatura. Sé que
nunca seré otra cosa que un francotirador literario, un raro, gordo y excéntrico,
de modo que puedo permitirme ciertos lujos, esos que da el estar libre de ataduras
comerciales y conveniencias; por ello, no suelo asistir a demasiados actos como
hacía en la juventud cuando coordinaba junto a Pilar González España y Francisco
Carpio la Sección de Literatura del Ateneo de Madrid, engolfado como estoy en
· 159·
José Luis Gracia Mosteo
un ménage à trois con mi sofá y mi nevera; sin embargo, la presencia de Beneyto
era una tentación lo suficientemente irresistible como para echarme a las calles de
este poblachón manchego, inabarcable y divertido que es Madrid, y no tener que
inventarme una excusa.
Ya conocía la obra pictórica y literaria de Beneyto, el último postista, como
lo había definido Carlos Edmundo de Ory. Ya conocía la obra de ese creador de
aires mefistofélicos y hechuras renacentistas que hace bueno el ut pictura poesis
de Horacio, algo que aún me sorprende, pues manejar las semióticas de artes tan
distintas, y hacerlo además con destreza, es exclusivo de los maestros (pienso en
Giorgio de Chirico, en Salvador Dalí o en Leonardo da Vinci); sin embargo, poco
imaginaba que estaba a punto de topar con el Beneyto más humano y romperme la
crisma.
El salón de actos del centro de la Generalitat Blanquerna es un espacio amplio y diáfano situado en los bajos de la librería donde el lector ávido puede encontrar las nuevas creaciones de los escritores y artistas catalanes, como había podido comprobar unos meses antes en las conferencias y presentaciones de Eduardo
Mendoza o Enrique Vila-Matas con el que acabamos tomando café en el Círculo
de Bellas Artes junto a Ignacio Martínez de Pisón y Javier Tomeo. Allí esperaban
vestidos de gris y naranja (la corbata) el editor Francesc Sánchez, con sus ojos
azulísimos y su cabellera plateada; y de bonzo y ceniza, el artista Beneyto, con su
tonsura y delgadez. Allí descargué una distraída soflama contra el todo y la nada de
la literatura, tras las presentaciones de rigor y comprobar, asombrado, que Beneyto, lo decían sus ojos, no estaba muy contento de verme.
Como soy aragonés, no temo a los dragones, pues sé enarbolar la lanza de
San Jorge de la ironía e incluso los puños; pero algo me decía que aquel tipo al que
no conocía, estaba dispuesto a atacar, así que cuando me indicó que quería hablar
conmigo, me dispuse a enfrentarme a lo inesperado.
-Mira, Mosteo… -avisó.
Yo lo observé con prevención.
-Esa filípica que nos has echado ha estado muy bien, es decir, como para
echarse a correr, pero tu libro…
Me quedé desconcertado. El tipo había leído mi ensayo, le había gustado e
incluso estaba ya en maquetación, de modo que, me pregunté, qué coño pasaba con
el libro.
-¿Qué coño pasa con el libro? –repliqué poniéndome a la defensiva.
-Que te pasas.
-¿Eh?
Hay que joderse, gruñí para mis adentros, ahora me venía con que no le
gustaba. Pero, ¿a qué cojones estaba jugando?
Pero las sorpresas no acababan ahí.
-¿Por qué no vamos al baño y hablamos tranquilamente? –dijo mientras yo
empezaba a temer lo peor.
Espié a aquel tipo de mirada jupiterina y genio incendiario, y me dije que
por mucho que perteneciera a la estirpe de Ricardo Corazón y Alejandro Magno;
· 160·
· 161·
José Luis Gracia Mosteo
por mucho que fuera inmortal y valiente, conmigo lo iba tener crudo. Entramos al
cuarto de baño, nos estudiamos como dos ciervos a punto de embestirse y, entonces, él me señaló una de las cabinas.
-Oye, Antonio, –me defendí extrañado y dispuesto a defender mi culo– si lo
que quieres es que te la chupe o darme por el culo, te vas a joder, porque a mí no
me va. Así que, si tienes algo que decir sobre el libro, me lo dices, y si no, que te
den por donde amargan los pepinos.
La madre que parió a Marcel Proust, García Lorca o Gil de Biedma, pensaba, mira por dónde a este, en vez de por los jóvenes apolos, le da por los rellenos.
Antonio Beneyto me miró desconcertado y estalló en una carcajada.
-¡Si a mí tampoco, Mosteo! –desveló– ¡A mí tampoco! Lo que ocurre es que
no me gusta la solapilla de tu libro, el texto que has enviado.
Acabáramos.
-¿Cómo que no te gusta?
-Eso de inventarte títulos de libros imaginarios y críticas... Joder, que en esta
colección somos serios.
-¿Y lo del retrete?
-Pero, ¿no te das cuenta de que estás sordo y hablas a gritos? ¿No te das
cuenta de que ahí fuera hay una conferencia?
Olía a mierda y orina mientras hablamos largo tiempo de literatura, frecuentemente lo mismo. Olía a mierda y orina, cuando le descubrí que aquella decena de
libros de la solapilla, aquellas jodidas críticas, no eran precisamente los fantasmas
de mi deseo. Olía a mierda y orina cuando descubrimos que si había algo de lo que
cabía dudar que existiera, era de nosotros mismos en aquel marco irreal (un centro
cultural ya semivacío), aquel rincón (un cubículo perdido donde descubrir que somos meramente animales que nacen, defecan y mueren) y aquel instante en que el
absurdo se mezclaba de forma surrealista con la creación.
Creo que fue allí, al borde de la violencia y la mentira, donde descubrí la
grandeza insobornable de Antonio Beneyto, el soñador que se sabe soñado, el loco
lúcido que ha elegido vivir libre, el artista que huyó de los infiernos, el hombre que
juega con el tiempo, el creador exigente, el nigromante de la belleza. Allí, en el sitio
más prosaico y extremadamente humano, en aquel retrete.
Pensé entonces en el retrete de Duchamp, en el del músico Franz Zappa, en
aquel donde Juana parió al emperador Carlos. Pensé en el retrete de J. D. Salinger
que se acababa de subastar; en los consejos de Erasmo de Rótterdam sobre cómo
disimular con toses los ruidos que el cuerpo emite en los retretes; en Henry Miller
que se refugiaba a leer en el retrete; en Borges que solía orinarse fuera de la taza
cuando visitaba la casa de Bioy Casares, según declara innoblemente éste. Pensé en
esa alegoría del ser humano que realizó Oscar Wilde con Dorian Grey, donde nos
descubre que el arte descubre lo que la realidad miente. Pensé que tal vez debería
llamarse El retrete en lugar de El retrato.
Ahora, mientras remuevo en mi memoria aquellos instantes que el tiempo aventará al retrete, repaso un catálogo con las pinturas, abanicos, esculturas y
objetos de Antonio Beneyto, y compruebo que aquel tipo seco, enjuto y corajudo
José Luis Gracia Mosteo
será sin duda arrastrado al retrete de la tierra, pero su trabajo, ese arte que me
emociona y deslumbra, permanecerá. Entonces, como Rimbaud en el desierto de
Harar, no puedo sino decirme que acaso no somos sino gusanos de seda y arte que
pasamos haciendo capullos de óleo y papel mientras la solapilla de nuestras vidas
se difumina como una mentira, como aquella solapilla que aquel día me protestó
Beneyto, como aquella vida contada en el margen de un libro que era verdad pero
que el tiempo tornará en mentira; de modo que no puedo sino exclamar como el
poeta francés: Merde pour la poésie. Y es que el mundo es un retrete azul y rojo
bellamente decorado; un instante mágico y recreado; un cuadro de Beneyto.
· 162·
El vigía
Raúl Herrero
L
o que Antonio Beneyto señaló sobre el movimiento pánico en su artículo
Arrabal o yo iré como un caballo loco –texto recogido en su libro Escritos
caóticos, 2009– podría aplicársele al propio Beneyto: Precursores pánicos
se podrían enlazar desde los dadaístas y surrealistas (no hay que olvidar que cuando Arrabal llegó a París empezó a asistir a las tertulias de André Breton), pasando
por los patafísicos (Alfred Jarry, Vian y mis amigos y colegas Juan Esteban Fassio
y Norberto Gimelfarb), y cómo no, los postistas españoles (1945) Sernesi, Eduardo Chicharro, Carlos Edmundo de Ory, Paco Nieva… entre otros. Y un precursor
pánico auténticamente de lujo y en solitario fue el también heterodoxo Raymond
Roussel (autor de obras tan significativas como Locus solus e Impresiones de África) porque el dramaturgo y novelista francés escribió sus obras siguiendo tres
premisas pánicas: El azar de las similitudes fonéticas, las matemáticas hasta la
paranoia y la confusión. Luego, Beneyto añade que Arrabal es un asimilador de
ismos, de culturas. Pues bien, en Escritos caóticos nos encontramos con un autor
que aglutina, limpia y concede esplendor a lo que dice, un autor que pasea por la literatura del siglo XX. Pero no sólo en ese libro, también en otros. Cuando Beneyto
viajó a Grecia se trajo bajo el brazo una antología de poetas del lugar, cuando se
trasladó a Polonia hizo lo mismo con autores del país… Y cuando llevó al postismo
a Nueva York escribió otro libro imprescindible, Còdols en New York (2004) con
final de Woody Allen.
Por lo que sé, Antonio Beneyto aterrizó en los años sesenta del pasado siglo
con sus barbas floridas en Palma de Mallorca de Camilo José Cela. Y digo de Camilo José Cela, y digo bien, puesto que se movió en esos ambientes heterodoxos,
por gracia y obra del entonces secretario de Papeles de son Armadans, que dirigía
· 163·
Raúl Herrero
el autor de La Colmena. Me estoy refiriendo Antonio Fernández Molina, poeta y
pintor, que, según confesión de ambos, fue quien introdujo a nuestro admirado
Beneyto en el Postismo: Yo conocí el Postismo y parte de lo que sé del Surrealismo
gracias a A. F. Molina –dice Beneyto– , que fue como mi hermano mayor entonces,
con él y con Papeles de Son Armadans me puse en contacto con el grupo de Palma,
el de Madrid, los de Barcelona, y con escritores hispanoamericanos: Cela, Serra,
Arrabal, Ory, Brossa, Cirlot, Pizarnik, muchos de los cuales recogí luego en la
colección La Esquina. Durante esta etapa ambos autores compartieron vivencias
e inquietudes. Por esos mundos circula una fotografía donde aparecen Molina y
Beneyto sentados, con una máquina de escribir sobre los muslos: Estábamos en la
playa con una máquina de escribir sobre una mesita contestando a un cuestionario
de un diario de la ciudad. Fernández Molina era manchego como yo (aunque él era
de Ciudad Real y yo de Albacete) y eso facilitó la comunicación. Con Fernández
Molina compartí también el mundo de la pintura e incluso expusimos juntos en
varias ocasiones.
Beneyto abrazó el Postismo como forma de vida y sus textos, artículos y
novelas han caminado en esa misma dirección en buena medida. Tras la muerte de
Carlos Edmundo de Ory podría decirse que él es el único postista vivo que merece
serlo, como si fuera el último tigre de Bengala de una especia en extinción. Si bien
es cierto que existen estudiosos del movimiento y amamantadores de sus enseñanzas (entre los que se cuenta un servidor), sólo Beneyto posee el evangelio carnal
del Postismo de primera mano.
Antonio Fernández Molina y Antonio Beneyto compartieron además querencias literarias como la del Conde de Lautréamont, Henri Michaux, Juan Eduardo
Cirlot, César González Ruano, Eugénio de Andrade, Joan Perucho o Lucebert, entre otros. Y, precisamente, éste último coincide con otra particularidad de Molina y
Beneyto, la unión de la pintura y de la poesía. Ambos se estrenaron en el mundo de
las exposiciones en la Galerías Costa de Palma de Mallorca en 1968. Una fotografía los recoge a los dos sentados a las puertas de la exposición como si estuvieran en
el pórtico de la gloria. No viene al caso ahora proseguir con el mundo de la pintura,
pues otros glosarán al pintor con mayor pericia que el que redacta estas líneas.
No quiero pasar por alto los quehaceres, ya mencionados, de Beneyto en su
faceta de editor. En su colección La Esquina publicó en los años setenta a Ramón
Gómez de la Serna, Carlos Edmundo de Ory, Juan Eduardo Cirlot, Max Aub, Juan
Ramón Jiménez, a Alejandra Pizarnik, y al propio Férnández Molina, entre otros.
Con Cirlot y Pizarnik mantuvo además una estrecha amistad. Por los océanos de las
letras caminan esas cartas que la poeta le escribió a Beneyto, unas cartas desgarradoras y eternas, merecedoras de auparse a los más altos niveles del género epistolar.
Hace unos años, cuando la editorial Libros del Innombrable se encontraba
aún en paños menores le propuse a Beneyto la publicación de su antología 16 poeta
polacos. Su tarea superó la de mero transmisor de un documento. Gracias a sus
conocimientos contribuyó a la creación de la editorial con valiosas sugerencias.
Ha pasado el tiempo y, a menudo, recibo noticias epistolares con sus exposiciones,
· 164·
· 165·
Raúl Herrero
su libro hermosísimo Beneyto Creador Postista y nuevas obras narrativas que se
suman a su amplio caudal de autor.
Ahora que los tambores del texto breve o el microrrelato resuenan por las
cabezas mandatarias del mundo cultural –una excepción son los trabajos de Irene
Andres-Suárez– es el momento de reconocer los amplios méritos de Beneyto en
este campo. Léanse los indoctos su obra Algunos niños, empleos y desempleos de
Alcebate (Editorial Lumen, Barcelona, 1974) o sus significativas Cartas apócrifas
(y otros cuentos) (Ediciones Huerga y Fierro, Madrid, 1994). En la contraportada
de cierto libro, Beneyto se describe de tan singular manera: He nacido en un lugar de La Mancha y desde 1967 deambulo por esta singular ciudad que lleva por
nombre Barcelona. Llegué al mundo de las letras allá por 1964 y al de la plástica
desde que descubrí en un arcón viejo una caja de óleos de mi abuelo paterno, que
además de ser ingeniero agrónomo también pintaba sorprendentes paisajes. Tanto
la literatura como la pintura las cultivo paralelamente.
En la etapa inquietante de la transición española Antonio Beneyto publicó
algunos libros candentes. Uno de ellos fue Censura y política en los escritores
españoles (Euros, Barcelona, 1975). El volumen alcanzó varias ediciones y, entre
sus páginas, se incluyen interesantes entrevistas a escritores como José María Pemán, Dionisio Ridruejo, Camilo José Cela, Luis María Anson, Carlos Edmundo de
Ory, Miguel Delibes, Manuel Vázquez Montalbán, Salvador Pániker, Joan Brossa,
Antonio Buero Vallejo, Carmen Martín Gaite, Mercé Rodoreda, Baltasar Porcel…
Consideramos ese libro como una mixtura postista de hombres de letras de diverso
signo y complexión literaria. También acertó con su intuición preclara en la antología de Narraciones de lo real y lo fantástico (Ediciones Picazo, 1971; y segunda
edición en Bruguera, 1977). Sin olvidar el Manifesto español o una antología de
narradores (Ediciones Marte, 1973) Los más avispados literatos de hoy buscan estos volúmenes en las librerías de viejo como arqueólogos iluminados por la piedra
de la locura.
En el mismo instante en que vislumbré la pintura La creu mediterrànea de
Beneyto, la vocación de literato suicida comenzó a crecer en mi vientre. Desde
entonces me hinco de rodillas todas las mañanas frente a ese símbolo que luce con
el azul cobalto de un verso de Machado.
Antonio Beneyto en el café Zurich de Barcelona
BENEYTO
· 166·
Beneyto, un ser humano
Norberto Gimelfarb
A
Beneyto lo conocí en 1978, a finales de octubre de 1978. Bueno, antes de
octubre de 1978 me había cruzado con un libro suyo: Los chicos salvajes, una colección de relatos que me había impresionado. En esa época
yo enseñaba en la Universidad de Lausana, Suiza, y había elegido el relato Los
chicos salvajes para un curso de análisis de textos. No solo me había cruzado con
el libro, sino, meses más tarde, también con un comentario elogioso sobre Beneyto
de boca de Helena Araújo —la narradora y crítica feminista colombiana que reside
en Suiza—, hoy nuestra común amiga: Norberto, tienes que ir a Barcelona: hay un
artista que pinta y escribe locuras que te van a gustar. Se llama Beneyto y lo tienes
que conocer. En ese entonces, iba de vacaciones a Ibiza en septiembre-octubre, de
modo que al final de las vacaciones de 1978 me trasladé a Barcelona desde Ibiza,
antes de volverme a Suiza. Fui a Barcelona con mi segunda mujer, Marie Brack, y
nuestra hija Leonor, que entonces tenía poco más de dos años. Y conocí a Beneyto.
No recuerdo si nos dimos cita en su estudio de la calle Còdols, 16 o si fue en otro
lugar. Sí recuerdo que el entusiasmo, el ímpetu de Beneyto me impactaron, como
me impactaron su generosidad y su bondad. Y sus variados y diversos talentos: /
el de artista plásticamente plástico / con garra y con garras / —pintor, dibujante,
grabador, escultor, ceramista, creador de objetos / (en esto encontró, con hormas y
zapatos, / una de las hormas de sus zapatos / ((porque plástico como es / no le tocó
una única horma de zapato)) / y las demás hormas / son tan innumerables / como
lo son sus obras)—; / el de artista escritor / (otra horma de sus ubicuos zapatos)
/ —novelista, cuentista, poeta, erotógrafo, / cuentoeta y poetista—; / el de artista impulsor / (nueva horma de su garra) / —editor, traductor, antologista, crítico,
ensayista, periodista—; / el de artista vividor / (nueva garra de su horma) / que lo
· 167·
Norberto Gimelfarb
aprovecha todo para amar / sus amores, sus amoríos, sus ríos de amor, / sus propias
vidas / (tiene varias como los gatos), / sus quereres, sus cariños, / sus amistades,
/ sus aficiones, / sus definiciones e indefiniciones, / sus obras ; / el de artista total
/ o sea el de ser un ser humano / digno de ese nombre / y digno del suyo propio /
Antonio Beneyto/ al servicio del arte de ser / plenamente… [continuará].
· 168·
Entrevista a Adriana Hoyos,
directora del film
Beneyto desdoblándose
Silvia Rins
A
driana, tras estudiar dirección de cine en Barcelona realizaste diversos cortometrajes, que fueron proyectados en Festivales de cine
internacionales, tanto en España como en Brasil, México o Bogotá.
¿Puedes hablarnos de estas producciones previas a Beneyto desdoblándose?
Son ejercicios que tienen algo de onírico y quizás poético en la imagen. Vistos ahora tienen en común que son una mezcla de realidad y de ficción. La música
también juega un papel fundamental y ha sido compuesta especialmente para cada
corto, siempre en colaboración con mi hermano Federico.
¿Cómo decidiste embarcarte en un corto documental sobre la vida y
obra de Antonio Beneyto? ¿Desde cuando te interesaba su obra y el Postismo,
movimiento donde ésta se suele inscribir?
En la pintura de Beneyto me interesan esos seres deformes, alargados, extraños, que me inquietan y me invitan al juego mental. Es esa combinación de realidad
y fantasía en su pintura, esa locura del lienzo con seres lunares que lo acompañan
en la cabecera de su cama y salen del cuadro para alojarse en las paredes convulsos
e inquietantes. El Postismo es un movimiento poco nombrado, a veces olvidado,
pero que va más allá de la irreverencia, del sentido del humor, del disparate. Me
atrae ese sustrato de lo inconciente y me conmueve profundamente cuando enlaza
con la poesía de Juan Eduardo Cirlot y el grupo Dau al Set, de Barcelona.
· 169·
Silvia Rins
¿Cuándo conociste personalmente al artista? ¿Resultó fácil o difícil
convertirlo en actor? ¿Cómo fue su interacción con el resto de los actores, en
concreto con Mariona Tena, la actriz que interpreta a su personaje de ficción,
Airun?
Conocí a Beneyto en el año 1993. Hacía poco que había vuelto de Bogotá,
y vivía en Barcelona, tenía aún su estudio en el carrer dels Còdols, donde siempre
me invitaba a un vodka, que solía traer de Polonia, y a una charla en la que ambos
compartíamos el entusiasmo por el mundo eslavo y por los poetas suicidas. Yo, que
por aquellos días leía a Bryce Echenique, disfrutaba muchísimo con su personaje
Martín Romaña y los fracasos a los que se veía abocado. Beneyto tenía fotos con
Echenique. Había casualidades que nos unían. Me dedicó también algunos de sus
libros con dibujos y textos cortos, con dedicatorias extrañas, como para Adriana
la mujer que vive al borde del papel de fumar. Yo fumaba entonces de forma compulsiva y estaba un poco perdida –era quizás demasiado joven aún– . Cuando leyó
mis poemas, me sugirió que dejara el trabajo de técnico ocular que tenía; y con el
tiempo le haría caso.
Beneyto es muy exigente y a veces un poco neurótico y obsesivo, pero con
Mariona Tena se volcó, y ella fue muy compresiva y cariñosa. Conectaron perfectamente y se ayudaron mucho mutuamente durante el rodaje.
Beneyto desdoblándose puede ser visto como un documental sobre su
obra y también como una ficción sobre su vida, y ambas facetas –documental
y ficción– , se hallan mezcladas o ligadas. ¿Cómo te sentiste trabajando en
esta doble dimensión y qué papel tuvo el montaje en un film con partes tan
diferenciadas?
Me interesa partir de la realidad para poco a poco ir construyendo otra realidad quizá un tanto subjetiva. Creo que así es como veo a Beneyto, como alguien
que busca el amor y lo encuentra en su propia obra. Como un vampiro solitario de
las calles del Gótico que danza y vuela con su pintura y su escritura. Su rostro me
recordaba al Nosferatu de Herzog y partiendo de ahí lo grabé con su abrigo azul y
rojo descubriendo a Airun en la Plaça de la Mercé. También me atrajo su correspondencia con Alejandra Pizarnik y el misterio que encerraba esa relación epistolar
mantenida durante más de tres años.
En cuanto al montaje, es un juego en el cual debes renunciar a momentos
que te atraen por el bien del conjunto, del ritmo, de la tonalidad. Con Izaskum
Escandón pasamos más de dos semanas dándole forma, haciendo versiones hasta
conseguir la que creímos definitiva.
· 170·
Beneyto es considerado el artista del Gótico y toda la gente del barrio lo
conoce desde hace más de cuarenta años: Beneyto en las estrechas y oscuras calles
del Gótico, Beneyto en la playa de la Barceloneta mirando al mar; en el Café de la
Ópera, donde solía escribir; en el Cervantes y otros restaurantes, donde come habitualmente; en las galerías, cuando se pierde mirando los escaparates; en los pasajes
secretos y nocturnos, ávido de experiencias; en los garitos del carrer dels Códols,
que va a dar a la Plaça de la Mercé, donde tuvo su casa Picasso, a unos pasos de su
estudio. En el carrer Avinyó, imaginando a las senyoretes de Picasso, al que rinde
homenaje con sus Senyoretes de Rull.
Algunos de los diálogos tienen un tono marcadamente surrealista. ¿Puedes hablarnos del trabajo de los guionistas: os interesaba acercar de este modo
la obra de Beneyto a su vida, otorgándole un tono fantástico o maravilloso?
Jaime D. Parra elaboró la escaleta sobre la cual yo empecé a trabajar, aportando claves y símbolos sobre la figura de Beneyto. Parra es un ser muy creativo
y fue para mí un placer trabajar junto a él. Para empezar me leí su libro Místicos y
heterodoxos, donde habla de los filopostistas, de Beneyto y de Pizarnik, entre otros
creadores, que me pareció apasionante, una referencia. Nos reunimos en Barcelona,
proyectamos y esbozamos el recorrido de calles y rituales cotidianos de Beneyto,
como la barbería en la esquina de Rull con Códols.
Los diálogos los escribió casi en su totalidad Francesc Cornadó, en muy
poco tiempo, del que me fascinó su habilidad en el juego de la palabra, el disparate,
lo inconsciente, su aparente incoherencia perfectamente coherente.
Asimismo, desde el punto de vista técnico, son varios los recursos que
utilizas para dotar a la acción de un tono onírico.
Sí. El equipo estuvo compuesto por gente muy profesional y creativa y
curiosamente de muchos países –polacos, argentinos, alemanes, colombianos, franceses– casi sin proponérnoslo. Gracias al stop motion, técnica que maneja y lleva a
cabo Oriol Sánchez, amigo y artista experimental, parece que Beneyto no camina
sino que se desliza en algunas de las secuencias como un mago, lo que le imprime
ligereza y comicidad; estos detalles fueron un poco laboriosos y llevaron su tiempo,
paralelo al rodaje con la Red One.
· 171·
Silvia Rins
El film posee muchos exteriores, pequeñas estampas representativas de
la ciudad condal. ¿Quisiste destacar la estrecha relación de Beneyto con Barcelona, y, en concreto, con el barrio Gótico, en donde tiene su estudio?
Silvia Rins
Adriana, escribes poesía y eres autora de La torre sumergida, un libro de
título tan sugestivo como simbólico. ¿Crees que tu sensibilidad poética aflora
en este corto?
Creo que hay momentos bellos como el de la playa o algunos trozos del
jardín o la nieve, las fotos, las panorámicas sobre los dibujos de Alejandra, de
Beneyto.
Durante el rodaje cayó una de las mayores nevadas de la historia de Barcelona que colapsó trenes y metros, pero todo fluyó y más bien confirió algo mágico
al rodaje.
Una vez acabado el trabajo me llamó la atención que varios de los personajes que aparecen el corto fueran poetas y que eso se diera de forma bastante casual:
desde la figuración en la que estaban Albert Tugues y Francesc Cornadó, pasando
por el personaje de una de les senyoretes Rull, que es Nicole d’ Amonville, hasta
las voces testimoniales –Pere Gimferrer, José Corredor-Matheos…– Imagínate.
Incluso el jardín que se localizó para rodar fue el de casa Vila Joana donde murió
Jacint Verdaguer. Pero todo fue por azar, eso fue lo bello, no se buscó.
Dedicas a la poeta argentina Alejandra Pizarnik, que fue gran amiga de
Beneyto, un pequeño homenaje al final del documental. ¿Te parece importante
la referencia a ella para comprender mejor la obra de Beneyto?
Creo que completa tanto la obra como la vida de Beneyto. Pero, para mí,
también es un personaje importante, y como poeta me atraía el nexo entre los dos.
Me sedujo su correspondencia con Pizarnik y el misterio de esa relación que va más
allá de lo puramente literario. Se adivina claramente en alguna carta, esa voluntad
mutua de conocerse más profundamente : En cuanto a tu promesa de venir aquí:
maravilloso te esperaré, te recibiré, te pasearé, te compraré goma de mascar…
es más que una amistad. La delicadeza con la que Beneyto atesora sus cartas, los
dibujos, los objetos dedicados a ella, la obsesión por su obra es suma. La correspondencia entre ambos dice mucho y sobre todo esa última carta lacrada con una doble
AA, que es muy evocadora y misteriosa. Sabemos, además, que Beneyto ha llevado
a cabo una interesante labor como editor publicando a autores amigos como Cirlot,
Cela o Brossa, y que estuvo a punto de publicar en su colección La esquina el libro
El deseo de la palabra de Alejandra Pizarnik, que finalmente ofreció a Joaquín
Marco, para Ocnos/Barral, donde apareció en 1975.
Procedes de una familia de músicos y tocas el violín desde niña. ¿Cuándo decidiste, que tu trayectoria profesional debía realizarse en el cine y en la
escritura y no en la música?
Más que una decisión fue un avatar en mi vida. El cine es algo que me apasiona, pero no me siento aún realizada con él. En cambio, vislumbro un camino
en la escritura. De todas maneras, la música y el cine me ayudan en mi forma de
· 172·
Silvia Rins
Cartel film Beneyto desdoblándose, 2010
· 173·
Silvia Rins
Entrada cine Pequeño cine estudio de Madrid
Cartel film Beneyto desdoblándose en el cine Pequeño Cine Estudio de Madrid, 2011
· 174·
expresarme a través de lo literario, y viceversa. El poema aspira a ser música, es su
verdadera esencia, ir más allá del sentido y llegar directo al corazón. Escribo desde
la música: creo que todo está unido.
Mi hermano ha escrito e interpretado junto a Jorge Pinzón y Catalina Rodríguez, las tres obras que componen el corto, que son Bolero, Vocalise de Airún
y Danza burlesca de Beneyto. Fuimos trabajando a través de Internet: yo le enviaba las referencias de músicas y las imágenes del corto, e íbamos ajustando la
idea a distancia. La música que debía acompañar a Beneyto en su caminata se iría
perfilando a partir de la referencia de Minor swing de Django Reinhard y para los
momentos de Airun tomé como base el leitmotiv de la banda sonora de In the mood
for love de Michael Galasso y Shigeru Umebayashi. Federico Hoyos hizo un magnífico trabajo. Se acercó en el vocalise de Airun a las Bachianas de Villalobos con
ecos de In the mood for love y en el tema de la Danza burlesca partió de un violín
gitano de los países del Este con aires judíos, que me encantó. El Bolero lento está
dedicado a Alejandra Pizarnik: es una evocación amorosa y nostálgica.
Para algunas imágenes de la secuencia del jardín de Les senyoretes de Rull
se utilizaron escalas de tonos enteros, que dan una sensación mágica y maravillosa
de irrealidad, como una espiral etérea. A pesar de la distancia funcionó de maravilla. Es una lástima que no esté aquí porque nos entendemos perfectamente: posee
gran sensibilidad y enorme talento.
Como directora, ¿qué recuerdos conservas del proceso de rodaje? Dos
momentos que guardes en la memoria: el más inquietante y el más entrañable.
La secuencia con Gimferrer, fue cómica y difícil para mí, pues ha sido uno
de mis maestros desde mi adolescencia y yo quería hacerlo lo mejor posible. Siempre me ha fascinado su figura imponente, su sombrero, sus gafas de pasta negras y
su habitual paraguas y así lo imaginé entrando al café El Paraigua. Gimferrer es
extraordinario, brillante y de repente sientes que su pensamiento y su mirada van a
la velocidad de la luz y tú te vas quedando atrás. Por supuesto, no quiso prepararse
nada, me pidió que le lanzara las preguntas en el momento y más bien le di un tema
para que hablara sobre Beneyto y él lo hacía de manera fluida, precisa, como si tuviera un cronómetro interno, con la intención de facilitarme el montaje. Así que resultó fácil; sin embargo, tanta presión me puso nerviosa y, al acabar la secuencia, la
mesa de los cafés saltaba por los aires, aunque por arte de magia todo volvió intacto
a su lugar. Estuve a punto de convertirlo todo en un desastre, cómico por otra parte.
¿El más entrañable? -Beneyto pintando desnudo; ahí se despoja de toda interpretación y se siente cómodo, seguro, es él disfrutando con los colores, manchado de rojo, de azul, en su bosque nave de plástico espacial.
· 175·
Silvia Rins
En este corto, habéis tenido muy en cuenta la adecuación de la música a
la acción. ¿Fue compuesta ex profeso para cada una de las escenas?
Si tuvieras que resumir la esencia del corto en una escena o en un plano,
¿cuál escogerías?
La escena de la playa y la imagen de Beneyto escribiendo con la torre al
fondo y la mujer que emerge misteriosa del mar.
Silvia Rins
Cuando acabas de ver Beneyto desdoblándose, en el minuto treinta, el
espectador se puede preguntar ¿por qué no un largometraje?
Creo que hubiera podido continuar, seguir adelante. Primero pensé que se
harían muy largos esos treinta minutos, y después del estreno del corto en los cines
Maldà de Barcelona, sentí que podíamos haber continuado, que había cosas que
podían haberse desarrollado más. Pero el tiempo, que a su vez va regido por el
aspecto pecuniario, son determinantes para rodar más y tener una obra más larga.
A la gente, en general, se le hace muy corto, a pesar de tener una duración más que
razonable, y eso me satisface.
Aunque colombiana de nacimiento, actualmente te has instalado en Madrid donde has fundado la productora La huella del gato. ¿Qué tipo de producciones realizáis? ¿Apostáis por un cine independiente, de fuerte sensibilidad
artística, o Beneyto desdoblándose es una excepción?
La huella del gato surge con la idea de hacer una película, “Muerta de la
risa”, que nunca se llevó a cabo, se quedó muerta de la risa en un cajón. Esa fue
mi apuesta por el cine independiente, en una coproducción con Colombia. Luego
se fue convirtiendo en una productora de publicidad y trabajos, para poder vivir
de algo dentro del medio audiovisual; y estoy contenta de este proyecto, creado
junto a David Egea, compañero y socio. Pues, poco a poco, vamos logrando una
trayectoria sólida, que, además, me permite escribir y dedicarme a lo que me gusta,
a veces, en el terreno del cine. Hemos coproducido otros largometrajes. Hemos
ganado algunos premios con los trabajos habituales de promoción para canales de
TV. Ahora estamos trabajando en el guión de El viaje del violinista, un largometraje
de ficción que se sucede entre Bogotá, Madrid y Barcelona.
La huella del gato es mi trabajo diario, mi contacto con la realidad, me
gusta, disfruto con ella y vamos creciendo tranquilamente, viendo qué nos depara
el día a día, y, por ahora, es bonito. Es un proyecto común que se nutre de dos corrientes que se complementan y se completan.
· 176·
Antonio Beneyto
Bibliografía y webgrafía
Jaime D. Parra
LIBROS DE VIAJE
Una gaviota en La Mancha, Colección Galilea, Palma de Mallorca, 1966.
NOVELAS
La habitación, Ediciones Alfaguara, Madrid, 1966.
El subordinado, Emiliano Escolar Editor, Madrid, 1981. Prólogo de Manuel Andújar.
Eneri, desdoblándose, Papeles de la Diputación, Albacete, 1998. Prólogo de Luis Martínez Falero.
El otro viaje, March Editor, Colección Biblioteca íntima, Barcelona, 2003.
TEXTOS EN PROSA Y POEMAS
Los chicos salvajes, Ediciones Picazo, Barcelona, 1971.
Algunos niños, empleos y desempleos de Alcebate, Editorial Lumen, Barcelona
1974. (Reedición en versión digital HakaBooks.com, Barcelona, 2010, con dibujos
en color).
· 177·
Cartas apócrifas, Ediciones Devenir, Barcelona, 1887 (Reedición con el título
Cartas apócrifas (y otros cuentos) en Huerga y Fierro, Madrid, 1994).
Cartas apócrifas, Ediciones Devenir, Madrid 2012, 2ª edición.
Jaime D. Parra
Textos para leer dentro de un espejo morado, Barral Editores, Colección Ocnos,
Barcelona 1975.
Dentro de un espejo morado/ Dans un miroir violet, March Editor, Colección Petits
llibres, Barcelona, 2010. Edición revisada y ampliada. Prólogo de Galvarino Plaza
y traducción al francés de Norberto Gimelfarb.
Códols en New York, March Editor, Colección Biblioteca íntima, Barcelona 2004,
con prólogo de Jaime D. Parra. Versión inglesa en InteliBook, California, USA,
2003. Edición y prólogo de Carlota Caulfield.
Un bárbaro en Barcelona, March Editor, Colección Petits llibres. Barcelona 2010.
Limen de Jaime D. Parra.
Un bárbaro en Barcelona, Edición digital en www.HakaBooks.com, Barcelona
2012.
A Barbarian in Barcelona, Edición digital en www.HakaBooks.com (traducción:
Carlota Caulfield con Stacy Mckenna). Barcelona 2012.
Tiempo de quimera, Libros del Innombrable, Colección Biblioteca Golpe de dados,
Zaragoza, 2001. Prólogo de Jaime D. Parra.
ENSAYOS
Censura y política en los escritores españoles, Ediciones Euros, Barcelona, 1975
(2 ediciones). Y 3ª edición ampliada y revisada en Plaza y Janés, Colección El Arca
de papel, Barcelona, 1977.
Mensa, Edición del Servicio de Publicaciones del Ministerio de Educación y Ciencia, Colección Artistas Españoles Contemporáneos, Madrid, 1977.
Escritos caóticos, March Editor, Colección Biblioteca íntima, Barcelona, 2009.
Frontis: texto de J. E. Cirlot.
· 178·
ANTOLOGÍAS
Ha preparado y publicado las siguientes obras:
Luisa Sofovich: La vida sin Ramón, Huerga y Fierro, Madrid, 1994. Edición de Antonio Beneyto. Con cuatro cartas manuscritas de la autora.
Manifiesto español o una antología de narradores, Ediciones Marte, Barcelona,
1973.
16 poetas polacos, Libros del Innombrable, Colección Golpe de dados, Zaragoza,
1998. En colaboración con Krystyna Rodowska.
Alejandra Pizarnik: El deseo de la palabra, Barral Editores, Colección Ocnos, Barcelona, 1975. En colaboración con Alejandra Pizarnik y Martha I. Moia. Con prólogo de Octavio Paz y epílogo de Antonio Beneyto.
Poetas griegos, Antología, 2000, inédito.
Polonia, Conversaciones retrospectivas (Disidentes, comunistas, católicos, heterodoxos), 1977, inédito.
Además, ha sido incluido en las varias antologías, entre otras:
La mano de la hormiga (Los cuentos más breves del mundo y de las literaturas
hispánicas), Ediciones Fugaz, Madrid, 1990. A cargo de Antonio Fernández Ferrer.
Antología Poética de autores albacetenses, Publicaciones de la Diputación, Albacete, 1983. A cargo de José Manuel Martínez Cano.
Narrativa albacetense del siglo XX (2 vols.), Ediciones de la Diputación, Albacete,
1985. A cargo de Juan Bravo Castillo.
Antología de Poesía Postista, Libros del Innombrable, Col. Golpe de dados, Zaragoza, 1998. A cargo de Raúl Herrero.
Erato bajo la piel del deseo. Antología de poesía erótica. Selección y edición de
Pura Salceda, Sial Ediciones, Contrapunto, Madrid, 2010.
Paraules d´amor, Angle Editorial, Barcelona, 2011. Edición de Víctor Amela y
Roser Amills.
· 179·
Jaime D. Parra
Narraciones de lo real y lo fantástico, Ediciones Picazo, Colección La Esquina,
Barcelona, 1971. (Reedición en Editorial Bruguera, Colección Libro amigo, Barcelona, 1977 (2 volúmenes).
Antología del microrrelato español (1906-2011). El cuarto género narrativo. Edición Irene Andres-Suárez. Cátedra, Madrid, 2012
OBRA PLÁSTICA, ESCULTÓRICA Y FÍLMICA (SELECCIÓN)
Jaime D. Parra
Su creación artística y la valoración sobre la misma ha sido seleccionada y recogida
entre otras, en las siguientes obras:
Beneyto. Dau al Set, Galeria d´Art, Barcelona, 1982. Presentación de Baltasar Porcel.
Beneyto, malarstwo, rysunek. Biuro Wystaw Artistycznych w Lodzi (Polonia), Galería Balucka, Lódz, 1984. VV.AA.
Fans (1881/1985). 101 Wooster Street, New York, 1985. Textos de Beatriz Pottecher y Carlos Edmundo de Ory.
Pinturas/esculturas negras. Galería Luis Adelantado, Valencia, 1987. Textos de
Pere Gimferrer y Manuel Vázquez Montalbán.
Beneyto. Pinturas. Esculturas Negras. Galería Matisse, Barcelona, 1990. Presentación de José Luis Giménez Frontín y también presentación oral de Josep Vallés
Rovira.
La pintura de Beneyto a la década dels 80, Tecla Sala / Ajuntament de L´Hospitalet,
Barcelona, 1992. Introducción de Gemma Romagosa.
Beneyto. Els noranta. Pintures i escultures. Fundació Caixa de Catalunya/ Ajuntament, Girona, 1996. Presentación de Jaime D. Parra.
Beneyto nel paese de ventagli, Torino (Italia), 1998. Texto de Maryse Volet.
Un New York que sólo puede visitarse en una exposición de Beneyto, Centro Cultural La Asunción, Albacete, 1998. Introducción de Enrique Granell.
Beneyto, Creador Postista, March Editor, Barcelona, 2002. Estudios introductorios de Javier Tomeo, Jaime D. Parra y Josep Vallès Rovira. Con índice de toda su
obra, artística, exposiciones, obras en colecciones y museos, y la más completa bibliografía hasta ese momento.
Los cuerpos imaginarios, March Editor, Barcelona, 2005, edición y prólogo de
Ricard Ripoll.
· 180·
Beneyto, el arte eurítmico, en Jaime D. Parra: Místicos y heterodoxos, March Editor, Colección Biblioteca íntima, Barcelona, 2003.
Bestiari Beneytiàno: Homenatge a Lautréamont, Residencia d´Investigadors/
CSIC, Barcelona, 2006. Presentación de Susanna Rafart. Fotos con textos en inversión: Lautréamont-Beneyto, Barón de Chinchilla de Montearagón/ BeneytoLautréamont, Comte de Lautréamont.
Adriana Hoyos: Film Beneyto desdoblándose, La Huella del Gato/Ministerio de
Cultura, Madrid, 2010. Protagonizado por Antonio Beneyto, Mariona Tena, Anna
Casas y Nicole D´Amonville. Con la colaboración especial de Pere Gimferrer, Gloria Bosch, Jaime D. Parra y José Corredor-Matheos.
Gemma Ferrón: Amphitrite dans Rull. Collage dans la bibliotheque d´Antonio Beneyto, Barcelona-Paris, 2010. Obra digital protagonizada por Antonio Beneyto y
Paulina Jadwiga.
Juan Manuel Bonet: Beneyto. Dibujos con llagas. Sd. edicions, Barcelona, 2012.
Francesc Cornadó: Sa Ximbomba, Cela/Beneyto. Sd. edicions, Barcelona, 2012.
También pueden consultarse sus obras en la página web: www.antonio-beneyto.
com
EPISTOLARIO
Alejandra Pizarnik: Dos letras, March Editor, Colección Biblioteca Íntima, Barcelona, 2003. Presentación de Carlota Caulfield.
Alejandra Pizarnik: Dos letras. Edición en versión digital HakaBooks.com, Barcelona, 2011. 2ª edición revisada y aumentada.
Alejandra Pizarnik: From the forbibden garden: letters from Alejandra Pizarnik to
Antonio Beneyto, Lewisborg, Bucknell University, London, 2003. Traducción al
inglés y presentación de Carlota Caulfield.
COLABORACIONES (SELECCIÓN)
Ha colaborado, entre otras publicaciones, en Papeles de Son Armadans (Palma de Mallorca),Turia (Teruel), La Estafeta literaria (Madrid), Bajarí (Palma de
Mallorca), Hora de poesía (Barcelona), Quimera (Barcelona), Cal y Canto (Albacete), Punto y coma (Barcelona), Escandalar (Nueva York), Índice (Madrid),
· 181·
Jaime D. Parra
Beneyto, Tres Punts Galeria, Barcelona, 2009. Presentación de Pere Gimferrer.
Jaime D. Parra
Nuevo pensamiento (Atenas), Mon amour (Marseille), Ínsula (Madrid), Literatura na Swiecie (Warszawa, Polonia), Cuadernos de Tàmega (Amarante, Portugal),
Arte omega (Barcelona), El Mono-Gráfico (Valencia), Cuadernos del Matemático
(Getafe), Cuadernos Hispanoamericanos (Madrid), Asimetría (Barcelona), Poiesis (Barcelona), El Extramundi (Ira Flavia, Padrón, A Coruña), Correspondance
(Cáceres), El taller (Villa de Adeje, Tenerife), Adentros (Albacete), Luz en arte y
literatura (Tarzana, California, EE.UU.), Cartas de san Lucas (Valencia), Barcarola (Albacete)…
También ha participado en diversas publicaciones como dibujante y ha sido
asesor artístico de la desaparecida Hora de poesía (Barcelona) y en la actualidad es
redactor jefe de Barcarola.
EXPOSICIONES (SELECCIÓN)
Sus obras han sido expuestas en Chinchilla de Montearagón (Albacete),
Barcelona, Palma de Mallorca, Valencia, Madrid, Lublin (Polonia), A Coruña, Londres, Alcoy (Alicante), Burgos, Albacete, Sabadell, Lausana (Suiza), New York
(EE.UU), Hospitalet de Llobregat (Barcelona), Warszawa (Polonia), Mahón (Menorca), Andorra la Vieja, Oporto (Portugal), San Cugat del Vallés (Barcelona),
Reus (Tarragona), Ciudad Real, Santander, Granada, Girona, Figueras (Girona),
Granollers (Barcelona), Lódz (Polonia), Zaragoza, Cuenca, Torino (Italia), Londres, Kraków (Polonia), Saus-Camallera (Girona), Vilagarcía (Pontevedra), Vigo
(Pontevedra), Orense, San Sebastián, Kazimierz (Polonia), Ginebra (Suiza), Toledo, Lleida, Tarrasa (Barcelona), Berlín, París, Manresa (Barcelona), Barolo (Italia), Tarragona, Radzyn (Polonia), Santiago de Compostela (A Coruña), Marseille (Francia), Aranda de Duero (Burgos), Guinea Ecuatorial, Pontevedra, Alpicat
(Lleida), Amadora (Portugal), Concepción (Chile), Montpellier (Francia), Santa
Coloma de Gramanet (Barcelona), Senago-Milano (Italia), Amberes (Bélgica),
Nicaragua, Stuttgart (Alemania), Logoa (Portugal), Santa Maria del Poblet (Tarragona), Blackheat-Londres, Sabiñanigo (Huesca), Greenwich (Inglaterra), Coimbra
(Portugal), Torroella de Montgrí (Girona), Tarbes (Francia), Nay (Francia), Oloron
St. Marie (Francia), Pau (Francia), Santiago (Chile)...
TRADUCCIONES
Ha sido traducido al polaco, inglés, griego, italiano, portugués, lituano y francés.
ESTUDIOS (SELECCIÓN)
Joan Perucho: Museu d´ombres, Edicions 62, Barcelona, 1981.
–Els miralls, Edicions de la Magrana, Barcelona, 1986.
Domingo Henares: Beneyto, la otra realidad, Diputación de Provincial, Albacete,
1983.
· 182·
Rubí Sanz Gamo: Pintores albacetenses contemporáneos (1900-1983), Edición
Instituto de Estudios Albacetenses, Albacete, 1984.
Salvador García Jiménez: Franz Kafka y la literatura española, Ediciones Myrtia, Murcia, 1987.
Gérard Xuriguera, Estela Casas y Henry Périer: Art catalan contemporain, 43 congrès de la CFDT, Montpellier (Francia), 1995.
J. Corredor-Matheos: História de l´art catalá, volum IX, La Segona meitat del
Segle XX, Ediciones 62, Barcelona, 1996.
Gianna Prodan : Historia del Arte de Castilla-La Mancha en el siglo XX (dos volúmenes), Edición Junta de Castilla-La Mancha, Toledo, 2003.
Nancy Armstrong: Fans in Spain, Philip Wilson Publishers, London, 2004.
Irene Andres-Suárez: El microrrelato español. Una estética de la elipsis. Menoscuarto Ediciones, Colección Cristal de cuarzo, Palencia, 2010.
Amador Palacios: Dos veces Beneyto. Cultural Artes y Letras Castilla-La Mancha,
ABC, Toledo, 2011.
· 183·
Jaime D. Parra
Gérard Xuriguera: Le dessin. Le pastel/ L´aquarelle dans l´art contemporain. Editions Mayer, Paris, 1987.
Antonio Beneyto. Foto de Martí Català
·· 184·
184·
BENEYTO
Pinturas negras, 1986
· 185·
BENEYTO
Dibujo, 1986
· 186·
BENEYTO
Sin título, 2004
· 187·
BENEYTO
Pinturas negras, 1986
· 188·
BENEYTO
Sin título, 2007
· 189·
BENEYTO
Sin título, 1999-2007
· 190·
· 191·
BENEYTO
Sin título, 2004
· 192·
BENEYTO
Sin título, 2004
· 193·
BENEYTO
Sin título, 2007
· 194·
· 195·
BENEYTO
Sin título, 2008
· 196·
BENEYTO
Sin título, 2008
· 197·
· 198·
Pinturas negras, 1986
· 199·
BENEYTO
Sin título, 2004
· 200·
· 201·
BENEYTO
Sin título, 1999-2007
· 202·
BENEYTO
Pinturas negras, 1986
· 203·
Pinturas negras, 1987
· 204·
BENEYTO
Sin título, 2007
· 205·
BENEYTO
Sin título, 2007
· 206·
· 207·
BENEYTO
Sin título, 1979
· 208·
Autorretrato, 1994/1998
Sin título, 1976
· 209·
BENEYTO
Sin título, 2007
· 210·
BENEYTO
Pinturas negras, 1986
· 211·
BENEYTO
Sin título, 2004
· 212·
· 213·
BENEYTO
Niño saliendo del zapato, 1993
· 214·
BENEYTO
Mesa con parejas, 1990
· 215·
Ventall lautréamoniano, 2005
Ventall, 2004
· 216·
BENEYTO
Ventall lautréamoniano, 2005
· 217·
BENEYTO
La dama de verde, 1984
· 218·
BENEYTO
· 219·
BENEYTO
· 220·
BENEYTO
· 221·
THE END
Este número de Barcarola se terminó de imprimir
el 7 de Noviembre de 2012,
en los talleres de
Grupo Gráficas Campollano
de Albacete
Este número de Barcarola se terminó de imprimir
el 28 de Noviembre de 2012,
en los talleres de
Grupo Gráficas Campollano
de Albacete
· 223·
Descargar