Término: HONOR Autor: Eduardo Luna Cervantes

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Término: HONOR
Autor: Eduardo Luna Cervantes
Fecha de publicación: 2012-09-20 - Última actualización: 2012-10-01 17:57:20
I.
FUENTES. El derecho al honor se encuentra recogido en los principales instrumentos
internacionales de protección de los derechos humanos. Así, figura en el artículo 12 de
la Declaración Universal de Derechos Humanos (1948), en el artículo 17 del Pacto Internacional de
Derechos Civiles y Políticos (1966), en el artículo V de la Declaración Americana de Derechos y
Deberes del Hombre (1948) y en el artículo 11, inciso 1, de la Convención Americana de Derechos
Humanos (1969). No figura en el Convenio Europeo de Derechos Humanos (1950), ni en la Carta de
los Derechos Fundamentales de la Unión Europea (2000).
De igual modo, podemos encontrarlo en buena parte de los textos constitucionales de Europa [arts.
18, incisos 1 y 4, de la Constitución Española; art. 5, inciso 2, de la Constitución Griega (1975); art.
10 de la Constitución de Finlandia (1999); entre otras] y América [art. 21 de la Constitución de
Bolivia (2009); art. 60 de la Constitución de Venezuela (1999); art. 2, inciso 7, de la Constitución de
Perú (1993); art. 19, inciso 4, de la Constitución de Chile (1980); art. 4 de la Constitución de
Paraguay (1992); art. 7 de la Constitución de Uruguay (1997); art. 5, inciso X, de la Constitución de
Brasil (1988); Art. 15 de la Constitución de Colombia (1991); entre otras].
II.
CONTENIDO Y SUJETOS.
1.
Contenido. El derecho al honor ampara la buena reputación o fama de una persona,
protegiéndola de expresiones o mensajes que pudieran menoscabar su valía en consideración ajena
(por ejemplo, la Corte Interamericana de Derechos Humanos ha considerado que el tratamiento
como “terroristas” que recibieron las víctimas recurrentes ante sí, por parte del Estado Peruano,
sometiéndolas a ellas y a su familia al odio, desprecio público, persecución y a la discriminación,
constituyó una violación del artículo 11 de la Convención Americana relativa a la protección de la
honra y de la dignidad. Por lo que dispuso, entre otras medidas, actos de desagravio público de las
víctimas. Sentencia del 8 de julio de 2004 Caso de los Hermanos Gómez Paquiyaury vs. Perú. FJ.
82). Por lo tanto, su vulneración dependerá, en buena medida, de lo que en cada contexto histórico se
considere un atentando contra la reputación o la buena fama; sin que la susceptibilidad del sujeto
ofendido sea determinante para ello.
Habría que distinguir en este sentido la honra de la reputación. La primera, se relaciona con la estima
y valía que una persona tiene de sí misma; mientras que la segunda, está relacionada con la opinión
que tienen los demás respecto de la persona; de allí que la doctrina constitucional al respecto
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también opte por diferenciar un denominado “honor interno” de otro “honor externo” (el El Tribunal
Constitucional Peruano, por ejemplo, hace referencia a esta cuestión: “(…) el honor interno de cada
persona, es decir la apreciación de sus propios valores y virtudes tiene, debe diferenciarse del honor
externo, que es la percepción que tienen los demás respecto a los valores y virtudes de esa persona.
La injuria, a diferencia de la calumnia y la difamación, incide sólo sobre el honor interno, que es
muy subjetivo, pues depende de la escala de valores particular del individuo y de la comparación
que sobre su propia conducta y su escala de valores, el mismo individuo realiza, sin que interese, a
estos efectos, la apreciación externa de terceros (…)” STC. Exp. Nº 00018-1996-AI, FJ 2). El
derecho al honor protegería ambos ámbitos [así lo ha considerado por ejemplo el Tribunal
Constitucional Español en abundante jurisprudencia. Para dicho Colegiado, el derecho reconocido en
el artículo 18.1 de la Constitución Española comprende la buena reputación de una persona frente a
expresiones o mensajes que sean tenidos en el concepto público como afrentosos (STC 107/1988, de
8-6; 185/1989, de 13-11; 171/1990, de 12 a 11; 223/1992, de 14-12; 170/1994, de 7-6; 139/1995, de
26-9; 3/1997, de 13-1; 180/1999, de 11-10)].
Es importante subrayar la vinculación estrecha de este derecho con la DIGNIDAD humana; ya que
la protección que éste otorga busca, en buena cuenta, que este valor inherente a la condición humana
no se vea menoscabado por el escarnecimiento o la humillación a la que la persona puede verse
expuesta por la acción o palabra de otro individuo. Como sintéticamente lo explica Espinar Vicente,
la dignidad “(…) hace referencia a los merecimientos del ser humano en cuanto tal, con total
independencia de su conducta. Desde una perspectiva jurídica, nadie puede perder la dignidad haga
lo que haga. El derecho a la dignidad expresa el respeto que nace de la esencia común del ser
humano y que se proyecta sobre cada individuo por el hecho de pertenecer a la especie. El honor,
en cambio, es una cualidad que puede ejercerse o no; y que, según como se ejerza, crea una
determinada consideración social que puede ir, desde un juicio de valor consistente en que tal
individuo incumple habitualmente sus deberes respecto del prójimo y a sí mismo, hasta una
reputación de heroicidad que da fama a la persona, a su familia y a sus acciones por cumplir
habitualmente sus deberes con resolución e integridad.” (1992, p. 57).
La protección que otorga este derecho también alcanza frente al ejercicio arbitrario de las libertades
de expresión o información (así lo ha precisado también el TC Peruano en, por ejemplo, las
sentencias recaídas sobre los expedientes Nº 2790-2002-AA/TC, FJ 3 y Nº 00253-2008-AA, FJ 7)
(LIBERTAD DE EXPRESION).
Algunos ordenamientos como el español han sido particularmente precisos al referirse a las
intromisiones. Resultan legítimas, evidentemente, si son autorizadas por ley, cuentan con el
consentimiento del titular del derecho o se trata de opiniones manifestadas por diputados o senadores
en el ejercicio de sus funciones; lo cual, como sabemos, es una de sus prerrogativas (art. 2 de la Ley
Orgánica 1/1982). Por el contrario, resultan ilegítimas la divulgación de hechos relativos a la vida
privada o familiar de una persona que afecten su reputación o buen nombre, así como el contenido
de cartas, memorias u otros escritos personales de carácter íntimo que produzcan el mismo efecto.
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De igual modo, se considera como ilegítima la imputación de hechos o la manifestación de juicios de
valor a través de acciones o expresiones que, de cualquier modo, lesionen la dignidad de otra
persona, menoscabando su fama o atentando contra su propia estima; o la divulgación de datos falsos
sobre hechos delictivos, cuando ello suponga un menoscabo a la dignidad de las víctimas (art. 7 de la
Ley Orgánica 1/1982). Algunos otros ordenamientos optan por una configuración más genérica de
las intromisiones; aunque explicitando criterios para determinar lo que sí y lo que no califica como
ofensa contra el honor. Es el caso de la Ley de Responsabilidad Civil para la Protección del Derecho
a la Vida Privada, el Honor y la Propia Imagen en el Distrito Federal de México, de 2006 (arts. 14 y
15).
La Corte Interamericana de Derechos Humanos ha sido prolífica en la identificación de
intromisiones ilegítimas a la honra y la reputación de las personas. Así por ejemplo, ha considerado
que la divulgación de conversaciones privadas (de las cuales podía relacionarse negativamente a las
víctimas con la práctica de actividades delictivas) por agentes del Estado, que se encontraban además
bajo secreto de justicia, sin respetar los requisitos legales, constituía una violación a la vida privada,
a la honra y a la reputación (Caso Escher y otros vs. Brasil. FJ. 147 y ss. En este caso, los agentes del
Estado violaron el derecho a la vida privada, honra y buena reputación de los demandantes ante la
Corte en dos ocasiones: a) cuando, por medio de un agente estatal no identificado, se entregó a la
Red Globo de Televisión cintas que contenían los audios grabados producto de la interceptación
telefónica debidamente autorizada por un juez, en las cuales se basó un reportaje televisivo que fue
propalado el 7 de junio de 1999; y, b) cuando, a través del ex secretario de seguridad, se entregó
partes transcritas de las grabaciones a los periodistas presentes en la conferencia de prensa realizada
el 8 de junio de 1999, y se propaló en la misma conferencia extractos en audio de las cintas
grabadas). En igual sentido, se ha pronunciado respecto a la divulgación de una grabación, por parte
de un funcionario público, que contenía una conversación privada en la que intervenía el demandante
(de la que el funcionario extraía como conclusión –la cual manifestó públicamente– que los
protagonistas planificaban una campaña de difamación en su contra y en contra de la Procuraduría
General que recaída bajo su jefatura), ante auditorios de relevancia para la vida profesional del
demandante (Caso Tristán Donoso vs. Panamá. FJ. 72 y ss. En este caso, el agente del Estado, un ex
Procurador General de la Nación, difundió la conversación telefónica que sostenía la víctima (un
abogado que se desempeñaba como consultor jurídico de la Iglesia Católica, con un tercero que
patrocinaba). El audio se difundió en presencia de dos auditorios de relevancia para la vida
profesional de la víctima: Obispos de la Iglesia Católica Panameña y directivos del Colegio Nacional
de Abogados. La difusión fue acompañada de expresiones del ex Procurador que la Corte consideró
lesionantes para la honra y la reputación de la víctima; tales como “un plan de difamación” o “una
confabulación en contra de la cabeza del Ministerio Público”).
La jurisprudencia constitucional también informa de algunas intromisiones ilegítimas detectadas en
los casos tramitados bajo su jurisdicción. El Tribunal Constitucional de Perú, por ejemplo, ha
entendido que la facultad discrecional de la administración pública de pasar a retiro por renovación a
oficiales de la Policía Nacional y las Fuerzas Armadas mediante resoluciones no motivadas y
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arbitrarias, lesiona el honor y la dignidad de los mismos; puesto que las causas de cese no
explicitadas quedan sujetas a la interpretación individual y subjetiva de cada individuo; además de
truncar intempestivamente sus proyectos de vida (STC, Exp. Nº 0090-2004-AA/TC, FJ 44 y 45).
2. Titulares. A decir de la generalidad de los ordenamientos jurídicos analizados, la titularidad de
este derecho alcanza a todas las personas, sean éstas nacionales o EXTRANJEROS, personajes
públicos o privados, menores o incapaces; y las diferencias más significativas destacan cuando nos
referimos a personas fallecidas y PERSONAS JURIDICAS.
En efecto, la doctrina constitucional comparada parece convenir en que toda persona tiene derecho al
honor; que los personajes públicos, no obstante la exposición manifiesta de su vida –y por ende, el
control más “riguroso de sus actitudes y manifestaciones” (STC Español 336/1993) que los
privados– no están exentos de gozar y ejercitar este derecho; y que la INFANCIA y las personas con
DISCAPACIDAD gozan de un nivel superior de protección, puesto que a pesar de prestar su
consentimiento expreso –ellos o sus representantes–, por ejemplo, para la utilización de su imagen,
pueden accionar contra aquél –normalmente a instancia del Ministerio Público, que podrá actuar de
oficio– que, con dicha difusión de imágenes, se entrometa ilegítimamente en su intimidad, honra y
buena reputación o atente contra sus intereses (STC Español 134/1999). En España, la Ley Orgánica
1/1996, de Protección Jurídica del Menor, de 15 de enero, establece en su art. 4.3 que “Se considera
intromisión ilegítima en el derecho al honor, a la intimidad personal y familiar y a la propia imagen
del menor, cualquier utilización de su imagen o su nombre en los medios de comunicación que
pueda implicar menoscabo de su honra o reputación, o que sea contraria a sus intereses incluso si
consta el consentimiento del menor o de sus representantes legales”. También en España, esta
protección alcanza incluso en ámbitos en los que se regula la responsabilidad penal de menores,
dado que la legislación de la materia no permite a los medios de comunicación social obtener ni
difundir imágenes, el nombre u otros datos que permitan la identificación de menores involucrados
en hechos delictivos, ni la difusión de cualquier emisión en la que se discuta su tutela o filiación (art.
35.2 de la Ley Orgánica 5/2000, de 12 de enero, reguladora de la responsabilidad penal de los
menores y art. 7.1 de la Ley 7/2010, de 31 de marzo, General de la Comunicación Audiovisual). Este
tipo de prohibiciones o censuras también son moneda común en la jurisprudencia constitucional; por
ejemplo, frente a la difusión de información –por parte de MEDIOS DE COMUNICACION– que
permita la identificación del menor (nombre, imagen, domicilio, etc.) que es parte en un proceso de
filiación (v. Sentencia de 3 de abril de 2001 de la Corte Suprema de Justicia de la Nación Argentina
recaída en el caso S., V. c/ M., D. A. s/ medidas precautorias, Fallos: 324:975, FJ. 14).
En relación a difuntos o personas jurídicas, algunas jurisdicciones han tenido ocasión de fijar
posición. Por ejemplo, el Tribunal Constitucional Español admite la titularidad de este derecho a los
difuntos, aunque no sin haber oscilado de parecer. Ciertamente, este Tribunal rechazó inicialmente
que los difuntos sean titulares de este derecho (STC 231/1988); no obstante, en jurisprudencia
posterior, reconoció la titularidad de este derecho a las personas fallecidas, aunque indicando que la
intensidad de la protección disminuye en la medida en que “con la muerte de las personas su
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reputación se transforma en gran medida, vinculándose sobre todo a la memoria o al recuerdo por
parte de sus allegados” (STC 51/2008).
Respecto a las PERSONAS JURIDICAS, habría que hacer una distinción entre personas jurídicas de
derecho privado y personas jurídicas de derecho público. A las primeras, suele reconocérseles la
titularidad del derecho al honor (STC Español 139/1995 y 183/1995); mientras que a las segundas,
no, o al menos no en esos términos. Y es que el honor es un valor referido a las personas
individualmente consideradas, por lo que resulta más apropiado, desde un punto de vista
constitucional, emplear los términos de dignidad, prestigio y autoridad moral cuando se refiere a
esta cualidad de las instituciones públicas o de clases determinadas del Estado –y sin negar que en
algunos casos puedan ser titulares de él– (STC Español 107/1988, de 8-6; 51/1989, de 22-2; y
121/1989, de 3-7).
III. LÍMITES Y GARANTÍAS. Sólo puede divulgarse información respecto a una persona que
ponga en tela de juicio su honor y buena reputación, si ésta es veraz, se ha obtenido lícitamente, y se
hace bajo el amparo de derechos como el derecho a la información o a la LIBERTAD DE
EXPRESION. Respecto a la exigencia de veracidad o exceptio veritatis, como la doctrina suele
referirse a ella, se constituye en la generalidad de los ordenamientos jurídicos penales en una causa
de exclusión de responsabilidad penal en el trámite de un proceso por el delito de calumnia. Ello
quiere decir que si el imputado por este delito prueba la veracidad de los hechos delictivos que
atribuye –normalmente contra el querellante–, queda exento de responsabilidad penal.
La verdad, entonces, es el límite principal entre el honor y la información; lo cual, como bien ha
afirmado el Tribunal Europeo de Derechos Humanos, no siempre autoriza la divulgación, puesto que
subsiste, por ejemplo, la obligación de respetar la vida privada de las personas (STEDH Markt Intern
Verlag GmbH y Klaus Beermann vs. República Federal de Alemania, de 20 de noviembre de 1989,
párrf. 35. En igual sentido, STC Español 172/1990, de 12 de noviembre, FJ 3), en aquellos aspectos
–añadiríamos nosotros– que no resulten de genuina trascendencia o relevancia pública por la
actividad o servicio que realiza la persona en cuestión. Por ejemplo, resultará de público interés
conocer acerca de las sanciones disciplinarias que se ha impuesto a abogados por el ejercicio
indebido de la profesión (Sentencia Nº C-060/94 de la Corte Constitucional de
Colombia: “Considera la Corte Constitucional que el derecho al honor, a la intimidad y al buen
nombre, no pueden constituir obstáculo alguno para que a través de procesos judiciales o
expedientes administrativos seguidos con todas las garantías, se investiguen y sancionen conductas
ilegales de los profesionales de cualquier especialidad, en este caso del derecho, pues el daño que a
tales bienes se puede causar, no se origina en estos procedimientos, sino en la propia conducta, y ni
la Constitución ni la ley pueden proteger al individuo contra la mala imagen, o el deshonor que
nazca de sus propios actos. La publicidad de las sanciones disciplinarias que se imponen a los
abogados (excepto la amonestación), también tiene fundamento en el derecho a informar y a recibir
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información veraz e imparcial a que alude el artículo 20 constitucional, pues se trata no de dar
opiniones sino de suministrar información sobre hechos que son ciertos, cumpliéndose así el
requisito de veracidad.”). Por otro lado, no resultará de interés público conocer acerca de si
determinada persona ejerce o no la prostitución (STC Español 121/2002) (INTIMIDAD).
Y es que a pesar de que la libertad de expresión tiene un valor preponderante en cuestiones de interés
público, no puede prevalecer siempre y en todos los casos sobre la necesidad de proteger el honor y
la reputación, sea de personas privadas o de funcionarios públicos (STEDH Caso Mamére vs.
Francia, de 07 de febrero de 2007, párrf. 27).
Cuando se falta a la verdad y se agravia el honor de una persona por la información o los juicios de
valor vertidos, cabe el ejercicio del derecho a la rectificación. Si bien la Declaración Universal de
Derechos Humanos, la Declaración Americana de Derechos y Deberes del Hombre y el Pacto
Internacional de Derechos Civiles y Políticos no se refieren de forma alguna a la rectificación, y se
restringen a la salvaguardia del honor, el Artículo 14 de la Convención Americana sobre Derechos
Humanos sí lo reconoce expresamente y su jurisdicción lo identifica plenamente con el respeto a los
derechos y a la reputación de los demás(En palabras de la Corte Interamericana de Derechos
Humanos, “(…) la rectificación o respuesta por informaciones inexactas o agraviantes dirigidas al
público en general, se corresponde con el artículo 13.2.a sobre libertad de pensamiento o expresión,
que sujeta esta libertad al "respeto a los derechos o a la reputación de los demás" (…); con el
artículo 11.1 y 11.3 según el cual 1. Toda persona tiene derecho al respeto de su honra y al
reconocimiento de su dignidad. 2. Toda persona tiene derecho a la protección de la ley contra esas
injerencias o esos ataques; y con el artículo 32.2 de acuerdo con el cual: Los derechos de cada
persona están limitados por los derechos de los demás, por la seguridad de todos y por las justas
exigencias del bien común, en una sociedad democrática”. Opinión Consultiva OC 7/86 del 29 de
agosto de 1986, párr. 23). De allí que en el ámbito americano exista la obligación jurídica de los
Estados Parte de la Convención de regular el ejercicio de este derecho, como expresamente lo ha
señalado la Corte Interamericana de Derechos Humanos (OC 7/86, párr. 32). Y de ahí la regulación
de este derecho en diferentes países americanos: En el Perú: Ley Nº 26775 (1997), Ley de
Rectificación; en Argentina, Ley Nº 23.054, que aprueba la Convención Americana de Derechos
Humanos (1984); En Colombia, Art. 20 de la Constitución (1991) y Art. 30 de la Ley 182 (1995); en
México, Art. 6 de la Constitución (Reforma del año 2007), Art. 27 de Ley sobre Delitos de Imprenta
(1917) y Art. 38 del Rgto. de la Ley Federal de Radio y Televisión (2002); entre otras.De igual
manera, en el ámbito europeo no son escasos los ordenamientos jurídicos que han previsto una
legislación específica sobre la materia (sobre la evolución y el reconocimiento normativo de este
derecho en los principales países europeos, cfr. Farré López, Pedro, 2008).
En términos generales, y valiéndonos de acertados desarrollos jurisprudenciales (STC Peruano Exp.
Nº 0829-98 AA/TC, FJ.5), podemos señalar que el ejercicio del derecho a la rectificación busca, “a
la par de contribuir con una correcta formación de la opinión pública libre, el de corregir
informaciones sobre hechos inexactos que hayan sido propalados mediante el ejercicio de la
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libertad de información, esto es, informaciones cuyo carácter material permita determinar que se
trata de informaciones no veraces, o que hayan sido formuladas como consecuencia de no
observarse una conducta razonablemente diligente para agenciarse de los hechos noticiosos que
podrían ser objeto de información”. Como correlato, el derecho de rectificación “no comprende la
posibilidad de que en ejercicio de dicho derecho subjetivo se pueda pretender corregir, enmendar,
suprimir o simplemente rectificar juicios de valor u opiniones que a través del medio de
comunicación social se hubieran trasmitido, (…), pues por su propia naturaleza abstracta y
subjetiva, éstas no pueden ser objeto de una demostración acerca de su exactitud, lo que no exime ni
justifica, por supuesto, que so pretexto de ello se utilicen frases o palabras objetivamente injuriosas
o insultantes”. Por cierto que no es así en todos los ordenamientos jurídicos. El derecho de respuesta
ante medios impresos en Francia puede ejercerse ante cualquier tipo de alusión, sea ésta hecho u
opinión, y sin necesidad de que sea perjudicial u ofensiva (Ley francesa de 1881, artículo 13, párrafo
1º).
Es así que ante injurias, calumnias o difamaciones, la persona que se considere afectada en su honor
y buena reputación puede promover –en la generalidad de los ordenamientos jurídicos– una acción
penal (querella) ante instancias jurisdiccionales para que pueda verse resarcida por la violación de su
derecho. Y es que, normalmente, es ante el ejercicio abusivo de la libertad de expresión e
información, que una persona puede ver mellado su honor. Ello se advierte también del texto de la
propia Convención Americana de Derechos Humanos, art. 13.2: “El ejercicio del derecho previsto
en el inciso precedente no puede estar sujeto a previa censura sino a responsabilidades ulteriores,
las que deben estar expresamente fijadas por la ley y ser necesarias para asegurar: a) el respeto a
los derechos o a la reputación de los demás, (…)”. Las responsabilidades ulteriores por el ejercicio
abusivo de la libertad de expresión “(…) no deben de modo alguno limitar, más allá de lo
estrictamente necesario, el alcance pleno de la libertad de expresión y convertirse en un mecanismo
directo o indirecto de censura previa.”(Caso Herrera Ulloa vs. Costa Rica, Sentencia de 2 de julio
de 2004, párr. 120).
Cabe señalar, sin embargo, que hoy en día se cuestiona la penalización de conductas que sean
entendidas como ejercicio abusivo de la libertad de expresión y en contra del honor de las personas
(cfr. Declaración de Principios sobre la Libertad de Expresión de la Comisión Interamericana de
Derechos Humanos y, en igual sentido, la Relatoría Especial para la Libertad de Expresión en su
Informe Anual 2010, pág. 363).Desde estas posiciones, se aboga porque la honra y reputación de las
personas sea resguardada por sanciones civiles. No obstante, la Corte Interamericana de Derechos
Humanos no ha considerado que la penalización de inconductas en el ejercicio de este derecho sea
per se contraria a la Convención Americana de Derechos Humanos; mas sí –por la vulneración del
principio de legalidad y la seguridad jurídica– las imprecisiones que pueden contener los tipos
penales bajo cuestión. Textualmente precisa, en el Caso Kimel vs. Argentina, Sentencia de 2 de
mayo de 2008, párr. 76, 77 y 78: “La Corte ha señalado que el Derecho Penal es el medio más
restrictivo y severo para establecer responsabilidades respecto de una conducta ilícita. La
tipificación amplia de delitos de calumnia e injurias puede resultar contraria al principio de
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intervención mínima y de ultima ratio del derecho penal. En una sociedad democrática el poder
punitivo sólo se ejerce en la medida estrictamente necesaria para proteger los bienes jurídicos
fundamentales de los ataques más graves que los dañen o pongan en peligro. Lo contrario
conduciría al ejercicio abusivo del poder punitivo del Estado. Tomando en cuenta las
consideraciones formuladas hasta ahora sobre la protección debida de la libertad de expresión, la
razonable conciliación de las exigencias de tutela de aquel derecho, por una parte, y de la honra
por la otra, y el principio de mínima intervención penal característico de una sociedad democrática,
el empleo de la vía penal debe corresponder a la necesidad de tutelar bienes jurídicos
fundamentales frente a conductas que impliquen graves lesiones a dichos bienes, y guarden relación
con la magnitud del daño inferido. La tipificación penal de una conducta debe ser clara y precisa,
como lo ha determinado la jurisprudencia de este Tribunal en el examen del artículo 9 de la
Convención Americana. La Corte no estima contraria a la Convención cualquier medida penal a
propósito de la expresión de informaciones u opiniones, pero esta posibilidad se debe analizar con
especial cautela, ponderando al respecto la extrema gravedad de la conducta desplegada por el
emisor de aquéllas, el dolo con que actuó, las características del daño injustamente causado y otros
datos que pongan de manifiesto la absoluta necesidad de utilizar, en forma verdaderamente
excepcional, medidas penales. En todo momento la carga de la prueba debe recaer en quien formula
la acusación. (…)”. En igual sentido se ha pronunciado el Tribunal Europeo de Derechos Humanos.
Así, en el Caso Castells vs. España, de 23 de abril de 1992, párr. 46,el Tribunal Europeoafirmó que:
“permanece abierta la posibilidad para las autoridades competentes del Estado de adoptar, en su
condición de garantes del orden público, medidas, aún penales, destinadas a reaccionar de manera
adecuada y no excesiva frente a imputaciones difamatorias desprovistas de fundamento o
formuladas de mala fe”. En un caso más reciente, Caso Cumpana and Mazare vs. Rumania, de 17 de
diciembre de 2004, párr. 115, sostuvo que: “la imposición de una pena de prisión por una ofensa
difundida en la prensa será compatible con la libertad de expresión de los periodistas tal como está
garantizada en el artículo 10 de la Convención sólo en circunstancias excepcionales, especialmente
cuando otros derechos fundamentales han sido seriamente afectados, como, por ejemplo, en los
casos de discurso del odio o de incitación a la violencia”.
Adicionalmente a la vía penal, la salvaguarda de este derecho al honor viene reforzada por la
jurisdicción especializada en lo civil o lo constitucional y la reparación que ella pueda ofrecer;
normalmente, estas vías se caracterizan por su celeridad y preferencia para el juzgamiento de
conductas lesivas al derecho (es el caso, por ejemplo, de la regulación española a través de la
referida Ley Orgánica 1/982, art. 9).
En estas vías la víctima busca resarcirse del daño y los perjuicios causados a través de la publicidad
de una sentencia condenatoria contra el demandado; además de la indemnización correspondiente
por los mismos conceptos y la prevención de ulteriores intromisiones.
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2008; García Ramírez, Sergio. La Jurisprudencia de la Corte Interamericana de Derechos Humanos
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