Pueblos indígenas contra la mercantilización de la tierra

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ALAI, América Latina en Movimiento
2013-08-08
PUEBLOS INDÍGENAS CONTRA LA
MERCANTILIZACIÓN DE LA TIERRA
Jesús González Pazos
El 9 de agosto se celebra un año más el Día Internacional de los Pueblos
Indígenas, jornada que como la mayoría de estos días internacionales, así
declarados generalmente por las Naciones Unidas, pasará prácticamente
inadvertida. Posiblemente algún acto en algunas sedes del organismo
internacional, quizá alguna declaración de algún alto funcionario y, puede que
diversos actos, más o menos folklóricos, en no muchos países del mundo. Y el
día pasará.
Aunque esta es, en gran medida, la
tónica
general
de
los
días
internacionales, en esta ocasión se
hace necesario, junto a muchas
organizaciones y pueblos indígenas del
planeta,
salirse
del
guión
políticamente correcto (expresiones de
parabienes y de buenas intenciones y
deseos) y ejercer el derecho a la
denuncia
radical.
Los
pueblos
indígenas, más de 350 millones de personas en el mundo, siguen un año más
sufriendo la discriminación y el racismo; continúan siendo violados la práctica
totalidad de sus derechos como personas y como pueblos; y se les persigue,
detiene y asesina. Además, son criminalizados por sus justas protestas y
demandas ante estas situaciones, dando lugar a nuevas persecuciones y a más
represión por parte de gobiernos y poderes económicos que consideran, entre
otras cuestiones, que la tierra está para ser explotada al máximo posible y sus
recursos para ser comercializados sin control alguno. Y esto último conlleva la
misma consideración para quienes la habitan y para quienes tienen otras
concepciones sobre ella: se les explota, se les expulsa de sus territorios y se
reconocen sus derechos solo en la retórica de los discursos. Si son un obstáculo
para los intereses políticos y económicos dominantes, se les elimina.
No vamos a remontarnos en este día a los siglos de dominación, a la cantidad
enorme de pueblos desaparecidos, a los millones de personas muertas en el
pasado. Sin embargo, denunciamos con fuerza y determinación que esas
situaciones no son casos únicamente del pasado, aunque la escasa memoria
histórica de muchos tampoco quiera recordarlos. Al contrario, afirmamos que
hoy, día internacional incluido, esas situaciones se siguen produciendo en
demasiados puntos del planeta y que los gobiernos, en la inmensa mayoría de
los casos, no solo no hacen nada para evitarlo, sino que son cómplices de los
responsables últimos de estas actuaciones de violación continuada de los
derechos.
Podríamos dejar esta denuncia en lo etéreo, sin señalar culpables. Esto, tal y
como ocurre en la crisis actual que vivimos en los países periféricos europeos,
donde sus verdaderos responsables tratan de hacernos creer, cuando aluden a
los mercados, a las burbujas o a otros eufemismos, que no hay culpables
identificables. Sin embargo, ocultan que esos mercados están dirigidos por los
consejos de administración de las grandes empresas y entidades bancarias y
financieras que, junto a la complicidad de la mayoría de la clase política, están
usando la crisis como excusa para retrotraernos en el tiempo a sociedades sin
derechos sociales, políticos, laborales, sin derecho, en suma, a una vida digna.
Pero esos poderes, los mismos que señalamos como responsables de la crisis,
lo son también de la violación continuada de los derechos humanos individuales
y colectivos de los pueblos indígenas, como parte de un engranaje más del
sistema dominante. Los mismos consejos de administración que presionan para
el recorte y privatización de las pensiones, para el despido masivo de personas
de sus puestos de trabajo, para la precarización de la vida laboral y de la propia
existencia humana; esas élites económicas y financieras, son las que dictan las
nuevas condiciones de mercados y explotación de la minería a cielo abierto con
enorme daño a la naturaleza y a la salud de las personas, los mismos que dan
cobertura para la explotación petrolera incontrolada en selvas y desiertos, los
mismos que construyen hidroeléctricas allá donde la rentabilidad de la
explotación posterior les reportará enormes beneficios aunque esto suponga la
expulsión de comunidades de sus históricos territorios. Y todo esto y mucho
más está ocurriendo hoy en día en las tierras indígenas. Como decíamos
anteriormente, esos poderes económicos, además cuentan con la complicidad
de la mayoría de los sistemas políticos, ya hablemos de sus más directos
servidores, como son los gobiernos locales o de las grandes estructuras
internacionales.
Tanto unos como otros encuentran en la mercantilización de la tierra uno de los
últimos paradigmas de la obtención rápida y fácil de grandes y jugosos
beneficios. Por esta razón los últimos años han sido intensos en la entrada de
intereses económicos y empresariales en los territorios indígenas. Por eso, es
en este campo en el que se libran los últimos ataques al proceso de
supervivencia de estos pueblos. Diariamente en las redes sociales (y en algunos
pocos medios masivos de comunicación) circulan casos de violaciones de los
derechos indígenas por parte de transnacionales que abren nuevos frentes de
conflicto y represión. Y, por eso en este camino los pueblos y organizaciones
indígenas se erigen, una vez más, en su mayor obstáculo por la defensa
consciente de sus derechos a la tierra, al territorio y a su identidad como
pueblos. Son conscientes de que ésta última no es más que una consecuencia
natural de la vida en el territorio y, por tanto, la pérdida de éste acarrea la
práctica desaparición física y cultural de su existencia como pueblos sobre este
planeta.
Por lo tanto, resumiendo y uniendo la situación de épocas pasadas y de la
actual, nos hacemos eco de las palabras de la socióloga argentina Maristella
Svampa, cuando recientemente decía: “los indígenas son los primeros
desaparecidos de nuestra historia, fueron invisibilizados bajo la generalización
del mito de la nación blanca y es necesario quebrar con esa narrativa
dominante. Sin embargo, la cuestión indígena en 2013 hay que leerla desde la
memoria larga, la realidad del despojo, la confiscación de los territorios, la
persecución y criminalización a través de la expansión de la frontera del
extractivismo y la política de acaparamiento de tierras”.
Precisamente en este contexto, los pueblos y organizaciones indígenas llevan
muchos años luchando, además de por sus derechos, por el ejercicio de los
mismos. Pero también planteando la existencia de alternativas reales al modelo
dominante; es decir, alternativas que son viables no solo para ellos, sino
también para las sociedades no indígenas. Y si en la que hasta recientemente
se identificaba como sociedad dominante, es decir la nuestra, la occidental, la
misma que hoy está inmersa en la crisis civilizatoria (política, social, económica,
ecológica, de valores...), dejáramos de mirarnos el ombligo, posiblemente
tendríamos que reconocer que hay muchos elementos propios de otros pueblos
que plantean la posibilidad verdadera de opciones al sistema dominante. A
modo de ejemplo evidente, hoy en día en América Latina junto con los
movimientos campesinos, urbanos, de mujeres, etc., estos pueblos demuestran
que se pueden dar pasos más allá de la teoría, prácticos, que permiten avanzar
hacia nuevas sociedades y muchos de los procesos políticos, económicos y
sociales que allí se están originando nos prueban, en parte, esta afirmación.
Por todo lo anteriormente dicho, aprovechando la celebración de ese Día
Internacional de los Pueblos Indígenas, señalamos que, al igual que a los
poderes económicos y a la mayoría de la clase política dominante les une su
interés por mantener y reforzar este sistema que garantiza sus privilegios, a los
pueblos, indígenas y no indígenas, nos une el interés por acabar con él y
construir, desde la diversidad, otras sociedades más justas y equitativas.
Sociedades que respeten la igualdad de derechos entre hombres y mujeres, y
también la igualdad de derechos entre pueblos, así como la relación armónica
de éstos con la naturaleza. Al fin y al cabo, solo tenemos una tierra y el modelo
capitalista dominante está acabando con ella; y luego, ¿qué dejaremos a las
generaciones venideras? Debemos pretender construir sociedades en las que la
brecha de la desigualdad, que cada día se amplia más, se estreche hasta que
pueda cerrarse; así no tendremos que sentir la vergüenza y la indignación como
seres humanos por la constatación diaria del despilfarro de unos/as pocos/as a
costa del empobrecimiento de las mayorías
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