Estándares internacionales, extracción minera y consulta previa a pueblos indígenas y tribales Por Fernando Vargas Valencia El Convenio 169 de 1989 sobre pueblos indígenas y tribales, entrado en vigor en 1991, suscrito por la Conferencia General de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) reconoce “las aspiraciones de estos pueblos a asumir el control de sus propias instituciones y formas de vida y de su desarrollo económico y a mantener y fortalecer sus identidades, lenguas y religiones, dentro del marco de los Estados en que viven” (en adelante, Convenio 169 OIT). El reconocimiento de la determinación libre de condiciones políticas y culturales respecto de pueblos indígenas y tribales se expresa, entre otras circunstancias, como la consecuencia de situar el discurso de los derechos humanos en un plano de superación de regímenes coloniales, lo cual los trasladará a un ámbito no-occidental cuyos discursos serían el resultado de diálogos transculturales entendidos como parte de un debate “competitivo entre diferentes culturas acerca de los principios de la dignidad humana” (De Sousa Santos, 2012, p. 355). Desde esta perspectiva, el derecho a la consulta previa deviene en un estándar absoluto mínimo de dignidad y libre determinación para pueblos históricamente sojuzgados, entre otras razones, por disputas económicas, incluso violentas, que agentes económicos propiciaban para usufructuar el territorio en el cual se encontraban asentados los pueblos señalados. De allí que pueda decirse que, históricamente, la consulta previa no se desliga de la reivindicación del derecho al territorio. Desde este enfoque puede abordarse la consulta previa como mecanismo de garantía de los derechos humanos especialmente reconocidos a los pueblos originarios, indígenas o tribales a partir de la formalización jurídica de la autodeterminación y la autonomía1. En este caso, se hace referencia a la emergencia de que, como expresa Clavero (2006), “el derecho a la libre determinación, implícito o explícito, pueda guardar, aunque todavía se desactive y neutralice, no sólo sentido, sino también virtualidad como principio constitucional” (p. 117). 1 Dentro de los derechos especialmente reconocidos como humanos de los pueblos tribales o comunidades étnicas desde el enfoque de la autodeterminación y la autonomía cultural, se cuenta el derecho a poseer, ocupar, controlar, desarrollar y usar el territorio, cuyo titular es un sujeto colectivo de carácter cultural. También se cuenta entre los derechos señalados, el de acceso a los recursos naturales, el cual no puede desligarse del anteriormente destacado de posesión, ocupación, control o uso del territorio. A su vez, el derecho a la identidad cultural se expresa como un derecho fundamental que se desprende del reconocimiento de la integridad cultural de los pueblos y comunidades aborígenes, indígenas o de carácter étnico. Al tiempo, de dicho derecho se desprenden otros como, por ejemplo, los de carácter lingüístico (derecho a usar la propia lengua) y a la educación propia, que buscan el mantenimiento de la especificidad cultural propia de los pueblos y comunidades. También puede destacarse un derecho a tener un plan de vida o un proyecto colectivo de desarrollo comunitario acorde con la cosmovisión y espiritualidad propias. Conforme a lo anterior, la consulta previa como ejercicio de diálogos interculturales, además de ser un derecho en sí mismo, contribuye a garantizar el goce efectivo de los derechos anteriormente enunciados, cuya titularidad es de carácter colectivo, lo cual extiende la igualdad de los pueblos aquí referidos no sólo al terreno político sino también al económico y social. 1. El derecho colectivo al territorio como hábitat cultural el reconocimiento del territorio como derecho humano de los pueblos y comunidades de carácter étnico, entiende que los territorios “son espacios geográficos en los que florece la sociedad y la cultura, y que por lo tanto constituyen el espacio social en el cual una cultura se reproduce de generación en generación” (Stavenhagen, 2003, § 17). En este orden de cosas, no se puede hablar de la existencia de un derecho único y unidimensional como el de propiedad individual tan central en la gubernamentalidad jurídica occidental, sino de múltiples derechos territoriales colectivos por cuanto no se satisface con su solo mantenimiento sino que involucra el fortalecimiento de relaciones multidimensionales sujeto/ espacio de enfático contenido espiritual. De allí que se pueda hablar de saneamiento espiritual del territorio conforme a las tradiciones culturales y ancestrales de cada pueblo, encaminado a salvaguardar la relación colectiva y espiritual entre el sujeto colectivo y su hábitat cultural, entendido como “factor esencial para el equilibrio y la armonía con la naturaleza, la permanencia cultural y la pervivencia como pueblos” (Art. 8 del Decreto ley 4633 de 2011). El reconocimiento de la posesión ancestral, en este caso, obliga a los Estados a trascender y superar la visión relativista y limitada de los derechos territoriales asimilables a la propiedad superficiaria. El territorio o hábitat no puede circunscribirse al suelo sino que involucra otros elementos del territorio como el subsuelo y los recursos naturales e intangibles que hacen parte de la vida comunitaria de los pueblos y que tienen un significado espiritual clave para la cohesión social y la reproducción de la cultura propia. Así lo ha establecido la Corte IDH (2007, en CIDH, 2010) cuando expresamente ha señalado que “los derechos territoriales de los pueblos indígenas y tribales y de sus miembros se extienden sobre la superficie terrestre, y sobre los recursos naturales que están sobre dicha superficie y en el subsuelo” (§ 39). De allí que la Declaración de las Naciones Unidas sobre los derechos de los pueblos indígenas, no sólo circunscriba el derecho al territorio de los pueblos tribales a la posesión y uso de los mismos, sino a su control y desarrollo, realizados conforme a sus usos y costumbres, a su cosmovisión y en ejercicio pleno y efectivo de su autonomía política y organizativa. I. ESTÁNDARES INTERNACIONALES DE LA CONSULTA PREVIA La consulta previa es un derecho transversal al reconocimiento de la dignidad o identidad cultural y al territorio, por cuanto desde la perspectiva occidental el territorio puede ser entendido como el espacio vital en el que se ejerce el derecho a tener derechos y se construye la comunidad política como espacio de autonomía y participación en las decisiones que afectan la vida individual y comunitaria, al tiempo que la identidad cultural de los pueblos indígenas y tribales presupone el reconocimiento de una subjetividad política multicultural que admite ciudadanías plurales y el derecho a la diferencia como premisa de la titularidad jurídica de los derechos humanos. Con base en lo anterior, el Convenio 169 de la OIT ordena a los Estados lo siguiente: “Artículo 6. 1. Al aplicar las disposiciones del presente Convenio, los gobiernos deberán: a) consultar a los pueblos interesados, mediante procedimientos apropiados y en particular a través de sus instituciones representativas, cada vez que se prevean medidas legislativas o administrativas susceptibles de afectarles directamente; b) establecer los medios a través de los cuales los pueblos interesados puedan participar libremente, por lo menos en la misma medida que otros sectores de la población, y a todos los niveles en la adopción de decisiones en instituciones electivas y organismos administrativos y de otra índole responsables de políticas y programas que les conciernan; c) establecer los medios para el pleno desarrollo de las instituciones e iniciativas de esos pueblos, y en los casos apropiados proporcionar los recursos necesarios para este fin. 2. Las consultas llevadas a cabo en aplicación de este Convenio deberán efectuarse de buena fe y de una manera apropiada a las circunstancias, con la finalidad de llegar a un acuerdo o lograr el consentimiento acerca de las medidas propuestas.” El artículo destacado del Convenio 169 OIT establece un estándar mínimo de derecho internacional, cuyo rasero tiene que ver con lo que Rodríguez y Orduz (2012) denominan “condiciones de posibilidad de la consulta” de decisiones susceptibles de afectar a los pueblos indígenas y tribales, a saber: 1) existencia de mecanismos de contrapeso que mitiguen o eliminen las diferencias de poder existentes entre quienes tienen el deber de consultar y las comunidades (garantía de libertad)2, 2) concurrencia de mecanismos de circulación de información para evitar barreras por opacidad de la misma (garantía de información), 3) uso adecuado del tiempo que se traduce en la suficiente anticipación del inicio del proceso de consulta (garantía del carácter previo). Cabe agregar que la variable tiempo se encuentra presente tanto en el carácter previo como en la garantía de libertad de la consulta, toda vez que no se puede predeterminar un tiempo específico para el desarrollo de la misma ni tampoco pueden imponerse límites temporales sin haberlos concertado Un ejemplo de un mecanismo de contrapeso es la adecuada interlocución lingüística entre los pueblos y el Estado, de manera que existan protocolos de consulta en los que se contemple el desarrollo de audiencias, diálogos, intercambios de información y discusiones participativas en las lenguas de los pueblos concernidos o en su defectos, que en estos espacios se garantice la asistencia de traductores idóneos, independientes y autorizados. 2 previamente con los pueblos, porque dicha imposición deviene en una forma de coacción o presión para obtener decisiones precipitadas. Desde esta perspectiva, sólo se ajusta al estándar mínimo aquella consulta que garantice el carácter previo de la misma, la libertad en la toma de decisiones por parte de las comunidades, la existencia de debida y adecuada información para ello y la búsqueda sincera del consentimiento mediado por dichas circunstancias en un plano de amplia anticipación de los procesos consultivos en relación con las intervenciones o decisiones que deben ser debatidas u objeto de diálogo. II. EXPLOTACIÓN DE RECURSOS NATURALES, PROPIEDAD ESTATAL Y CONSULTA PREVIA la Corte IDH (en CIDH, 2010) ha establecido tres reglas contundentes en la materia, a saber: a. Los Estados, al otorgar concesiones de exploración y explotación de recursos naturales para utilizar bienes y recursos comprendidos dentro de los territorios ancestrales, deben adoptar medidas adecuadas para desarrollar consultas efectivas, previas al otorgamiento de la concesión, con las comunidades que puedan ser potencialmente afectadas por la decisión (§ 289); b. Los pueblos indígenas y tribales que carecen de títulos formales de propiedad sobre sus territorios también deben ser consultados respecto del otorgamiento de concesiones extractivas o la implementación de planes o proyectos de desarrollo o inversión en sus territorios (§ 293); c. Existe no solamente un deber estatal de consultar sino de obtener, en casos específicos, relación con los el consentimiento planes o de proyectos los de pueblos desarrollo, indígenas inversión en o explotación de los recursos naturales en territorios ancestrales (§ 290). Con base en dichas reglas, se puede concluir que la intervención territorial basada en decisiones y proyectos de exploración y explotación de recursos puede constituirse como una forma de restricción de una pluralidad compleja de derechos individuales y colectivos de los pueblos tribales, de manera que requiere del consentimiento libre, previo e informado de los pueblos afectados. la exigencia del consentimiento tiene un enfoque preventivo en el que la información es determinante. En la información que debe anteceder a dicho consentimiento, el Estado debe demostrar la necesidad y proporcionalidad sustancial de los proyectos, lo cual no se satisface con aspectos pro forma como sucedería con la sola invocación de las leyes o decretos con base en los cuales se toman las decisiones por cuanto, según la Corte IDH (2005), será “insuficiente que se demuestre, por ejemplo, que la ley cumple un propósito útil u oportuno” (§ 145). tanto para el sistema universal como para el interamericano de Derechos Humanos, la exigencia de consentimiento es una salvaguarda reforzada de los derechos de los pueblos indígenas y tribales ante proyectos de inversión y de explotación de recursos naturales, específicamente los de carácter minero que afecten sus territorios o hábitats culturales o sus derechos colectivos, por los múltiples, profundos e incluso irreversibles efectos negativos de dichas decisiones. En especial, los estándares internacionales universales y regionales coinciden en exigir indefectiblemente el consentimiento libre, previo, informado y de buena fe en casos específicos que se presentan en proyectos de explotación minera, a saber: a. Cuando los planes o proyectos de desarrollo o inversión impliquen el desplazamiento de los pueblos o comunidades indígenas o tribales; b. Cuando la ejecución de los planes de inversión o desarrollo o de concesiones de explotación de los recursos naturales priva o amenaza con privar a los pueblos indígenas o tribales de la capacidad de usar y gozar de sus tierras y otros recursos naturales, como el agua, que son necesarios para su subsistencia personal y grupal, y para su supervivencia cultural como sujeto colectivo; c. Cuando los derechos territoriales y la integridad cultural de los pueblos se ve afectada por el depósito o almacenamiento de materiales peligrosos o desechos. Lo anterior quiere decir que aquellos proyectos de exploración, explotación, licenciamiento ambiental, permisos y concesión minera que no hayan contado o que no cuenten a futuro con el consentimiento previo, libre, informado y de buena fe por parte de los pueblos tribales cuando éstos se vean afectados en los términos aquí compartidos, deben considerarse a la luz de los estándares internacionales como inconsultos, es decir como violaciones al Convenio 169 OIT, la Declaración de Naciones Unidas sobre los derechos de los pueblos indígenas y la CADH. Igualmente, el carácter previo e informado de la consulta con consentimiento exige, además de lo señalado en relación con la consulta en sentido general, que sea realizada incluso antes de la iniciación de actividades de exploración, toda vez que éstas implican un acceso y tránsito de personas ajenas a los pueblos en sus territorios ancestrales, lo cual les afecta directamente.