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Sentidos y significados
El papel y la tinta
Notas a partir de una fábula
Valentina Cantón Arjona
La escritura, que es comunicación, palabra, sólo puede tener existencia cuando se
hace realidad. Esto es, cuando se hace acto. El acto de imprimir un signo sobre
una superficie a fin de que quede en ella como huella, como historia de una voluntad siempre y sólo humana; la acción de dejar un mensaje que puede ser visto,
reconocido, descifrado, leído por nuestros semejantes.
Huellas de manos coloreadas, exquisitas pinturas rupestres, misteriosos jeroglíficos sobre perennes papiros, incisiones cuneiformes —precursoras de los alfabetos— en durables tablillas de barro, perdedizos manuscritos con secretos de la
alquimia, cartas geográficas, religiosos y agradecidos retablos, libros incunables,
cartas de amor, cuentas y escrituras de propiedad, ediciones príncipe, poemas y
trabajos escolares, son todos formas de escritura que nos hablan de distintos personajes y de su historia, de su precisa ubicación en un tiempo y un espacio determinados. Pues la escritura, todas las escrituras, tienen el mismo fin, el mismo
efecto: detener el tiempo en un espacio definido, constituirse en definición del o
los autores; ésos y ésas, que mediante la escritura, se vuelven protagonistas, hacen la historia.
La permanencia de la escritura y la importancia que de ella se deriva, fue expresada con belleza y claridad en una breve fábula titulada El papel y la tinta escrita por Leonardo da Vinci en la Italia del año 1487. Leamos
Una hoja de papel que estaba sobre una escribanía, junto a otras hojas iguales a ella, se
encontró un buen día completamente manchada por unos signos. Una pluma, bañada en
negrísima tinta, había escrito en ella multitud de palabras.
—¿No podías haberme ahorrado esta humillación?— dijo enojada la hoja de papel a la
tinta. —Me has ensuciado con tu negro infernal, me has arruinado para siempre.
—Espera— le respondió la tinta. Yo no te he ensuciado, te he revestido de palabras.
Desde ahora, ya no eres una hoja de papel, sino un mensaje. Custodias el pensamiento del
hombre. Te has vuelto un instrumento precioso.
En efecto, poco después, ordenando la escribanía, alguien vio aquellas hojas esparcidas
y las juntó para arrojarlas al fuego. Pero, de pronto, advirtió la hoja sucia de tinta: y entonces tiró las demás devolviendo a su lugar la que llevaba, visible en negrísima tinta, el
mensaje de la palabra.
* Leonardo Da Vinci,“El papel y la tinta”, en Fábulas y leyendas, Grolier, Madrid, España, 1974, pp. 17.
Correo del Maestro. Núm. 46, marzo 2000.
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El papel y la tinta. Notas a partir de una fábula
Tres son los “personajes” de esta historia: la hoja de papel, la pluma y la tinta. Un
conflicto constituye el motivo central del breve drama: la humillación que sufre la
blanca y pura hoja de papel al sentirse manchada, señalada por la tinta. Un diálogo abre nuevos sentidos transformando el suceso, aparentemente trágico, en un
episodio cotidiano, humano, en comedia. Comedia (triunfo de la vida sobre la
muerte) que es siempre transformación de los personajes a través de la palabra, el
encuentro y la explicación. Se trata pues de la transmutación de la vida inútil (y
por inútil trágica) de la hoja de papel en vida útil, en mensaje, en pequeña historia
a ser descifrada.
Pero, ¿son en realidad hoja, pluma y tinta los verdadero personajes? ¿No es la
fábula una forma de escondernos, para revelarnos, destellos de la naturaleza humana? ¿Quiénes son, en realidad, los protagonistas? Distinguimos de entrada, al
menos dos: el primero, la mano de un hombre que entinta y guía la pluma sobre
el papel, diferenciándola de una vez y para siempre de sus compañeras; el segundo, la mirada de ese otro hombre que, advirtiendo la escritura, leyendo, la devuelve al destino que la distingue de sus semejantes: la conservación.
Y, decimos al menos dos, pues sabemos que son muchos más los que hay detrás. Cada signo, cada huella, cada letra que se revela a través de una mirada que
sea capaz de detenerse y realizar un desciframiento constituye la muestra material de aquello que nos distingue como humanos: la capacidad de crear cultura y
expresarla en bienes morales y materiales.
Así, cada acto de escritura y lectura nos incluye en una cadena en la que podemos distinguir tanto los eslabones en los que nos sostenemos como el hecho de
ser, a través de esta inclusión, un nuevo eslabón capaz de sostener a los que están
por venir; de ahí que podamos adivinar en él muchos y diversos personajes y que
reconozcamos la presencia encadenada de los otros. Pues, cada acto de escritura y
lectura nos incluye en el lenguaje, nos atrapa en su cadena, una cadena que —nos
enseña la fábula— es capaz de salvarnos la vida.
Por último, no quisiera dejar en el tintero una palabra cuyo significado, estoy
segura, nos hará muchos sentidos. Escribanía, el escenario de sobrevivencia donde ocurre nuestra fábula, se utiliza para nombrar tanto al escritorio como al despacho donde trabaja el escribano. Hoy el escribano se conoce como notario, pero,
antiguamente, se daba este nombre a aquél que era capaz de leer y escribir y enseñar a otros a hacerlo, se llamaba escribano al maestro de escuela. Es decir, al que
enseña a los niños y niñas a ensuciar las hojas de papel.
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Correo del Maestro. Núm. 46, marzo 2000.
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