dictamen - Consejo Consultivo de Castilla-La Mancha

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DICTAMEN Nº 9
# Nº. 9/1998, de 10 de febrero
Expediente relativo a la consulta efectuada por el Ayuntamiento de La Solana (Ciudad Real)
sobre la propuesta formulada por la empresa H., S.A., de modificación del contrato de concesión
del servicio de agua potable y saneamiento a dicho término municipal.
ANTECEDENTES
El Excmo. Sr. Consejero de Administraciones Públicas remite a este Consejo Consultivo consulta
formulada por el Ayuntamiento de La Solana en los siguientes términos:
"En su día, y previos los trámites oportunos, este Ayuntamiento formalizó contrato de Concesión
Administrativa para la gestión del Servicio de Agua Potable y de Saneamiento. Tal contrato es por
cinco años, prorrogable salvo denuncia previa por alguna de las partes contratantes. La empresa
concesionaria es en la actualidad, por subrogación, H., S.A.
De otra parte, este Ayuntamiento ha de aportar el 17% de los costes de construcción de
renovación de tuberías de conducción y ampliación de la estación de agua potable, obras que
llevará a efecto la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha y que supone un total de
430.808.000 pesetas, proponiendo la empresa concesionaria, H., S.A., asumir el pago del importe
a cambio de modificar el plazo de la concesión que pasaría a quince o veinte años en lugar de los
cinco antes mencionados.
A la vista de lo dispuesto en el artículo 102 de la vigente Ley 13/1995, de Contratos de las
Administraciones Públicas o en los correspondientes de los anteriores Ley de Contratos del Estado
de 1965 y Reglamento de Contratación de las Corporaciones Locales de 1953, ¿es posible que el
Ayuntamiento pueda renunciar a denunciar el contrato durante un período de 20 años, en los
términos antes expuestos, dado el interés público y las necesidades nuevas o causas imprevistas
comentadas?".
EXTRACTO DE LA DOCTRINA
Nos encontramos ante una relación contractual constituida bajo el imperio de la normativa
precedente a la citada Ley 13/1995, de 18 de mayo y cuyos efectos se extienden en el tiempo a un
momento posterior al del inicio de la vigencia de esta Ley, ante lo cual surge la necesidad de
acudir a normas de derecho temporal y transitorio con el objeto de dilucidar si los actos realizados
bajo el imperio de la ley antigua y las situaciones nacidas o creadas bajo su vigencia deben
continuar siendo reguladas por la ley antigua o deben, en cambio, ser reguladas por la nueva ley.
En relación con la problemática planteada, el Consejo Consultivo ya ha tenido ocasión de
pronunciarse en sus dictámenes números 2, 3, 24 y 61 de 1997, en el sentido de que al no existir
en la Ley de Contratos de las Administraciones Públicas una regulación general de derecho
transitorio deben considerarse de aplicación analógica las normas de derecho común contenidas
en las Disposiciones Transitorias del Código Civil.
De acuerdo con las Disposiciones Transitorias Segunda y Cuarta del Código Civil, ha de
concluirse que, respecto al procedimiento para ejercitar los derechos que surjan de la relación
contractual que nos ocupa, es de aplicación la normativa vigente al tiempo de iniciarse aquél; y lo
material o sustantivo, esto es, sobre los aspectos relativos a ejecución y desarrollo del contrato,
resulta de aplicación la normativa vigente al tiempo de su adjudicación anteriormente señalada.
La doctrina que se acaba de exponer resulta confirmada en el ámbito las modificaciones
contractuales si atendemos al carácter de dicha facultad y a los presupuestos que justificarían su
ejercicio por parte de la Administración. En efecto, se trata de una de las prerrogativas o
potestades exorbitantes reconocidas a la Administración cuyo fundamento no se encuentra en el
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contrato sino en la ley; no es manifestación, por tanto, de un derecho subjetivo sino de una
potestad atribuida por la ley para atender a los intereses públicos; y, en segundo lugar, su
ejercicio se encuentra supeditado a presupuestos sobrevenidos o apreciables en el momento de su
aplicación, por lo que habrá de regirse por la legislación vigente en el tiempo que se haga uso de
tal prerrogativa, es decir, atendiendo al supuesto que nos ocupa, por la Ley 13/1995, de 18 de
mayo, de Contratos de las Administraciones Públicas y por el Reglamento General de
Contratación de 25 de noviembre de 1975, en lo que no se oponga a la misma.
El interés público que justifica las modificaciones contractuales constituye una causa primaria,
presupuesto real enunciado mediante un concepto jurídico amplio e indeterminado, de definición
más que difícil, pero que en la realidad tendrá que apreciarse a la vista de las circunstancias
concurrentes en cada caso concreto, teniendo en cuenta que se concibe para servir una necesidad
general o colectiva y que no cabe confundirlo con el particular de la persona a la que se atribuyó
la gestión de un servicio, inspirado en el logro y consecución de esa proyección pública, ni velar
tampoco una subyacente finalidad real de protegerlo, por más que siempre suscite dificultades la
desvinculación absoluta entre un interés de esta última clase y cualquier otro comprendido dentro
de la amplia gama que forman los de carácter general, social o colectivo. Por otra parte, no es
posible desconocer el sentido teleológico de la exigencia, que impide atribuir al contrato
modificado fines distintos a los que la Ley le atribuye, por su incidencia evidente sobre los
elementos objetivos y causales, dadas las previsiones del artículo 13 de la L.C.A.P.
Las modificaciones contractuales por razón de interés público requieren que sean debidas a
necesidades nuevas o causas imprevistas, exigencia que comprende tanto a las necesidades
sobrevenidas, como a todas las causas imprevistas, ya fueran previsibles o imprevisibles al tiempo
de la contratación; circunstancias que deberán apreciarse en sentido estricto como determinantes
de un privilegio reconocido a la Administración y que operan igualmente como presupuesto de
hecho que procede a apreciar a la vista de las notas características propias y específicas de cada
supuesto en particular. Además, las necesidades motivadoras tienen que encontrar satisfacción en
el ámbito propio del contrato a modificar, pero no en otro foráneo respecto al mismo porque,
además de su inadecuación, supondría también un desplazamiento del juego y valoración sobre el
interés público que inspiró e inspira la actuación administrativa en el contrato concreto cuya
modificación se pretende.
En el supuesto contemplado, la modificación unilateral a introducir en el contrato anterior,
basada en la prerrogativa de la Administración, aun contando con la conformidad del
concesionario, quedaría limitada al aumento de tiempo de la concesión en la medida importante
ya comentada. Esta consecuencia representa una carga obligacional mayor para la
Administración Pública, que al proyectarla no prevé ninguna otra disposición complementaria a
su favor. Vista así la situación, no puede identificarse el interés público que origine, motive o
imponga ampliación tan notable del término contractual, pues no se olvide que ese interés clama
también por el equilibrio económico-financiero de las prestaciones de la Administración y que
ésta no puede ser de peor condición que el concesionario en la observancia adecuada de la
exigencia. Además, podría implicar una adjudicación directa a la concesionaria actual durante
muchos más años de los previstos inicialmente, vulnerándose con ello los principios de publicidad
y libre concurrencia que inspiran la contratación administrativa.
En el supuesto consultado, la obligación de financiar de la concesionaria derivaría de un nuevo
acuerdo de voluntades con el Ayuntamiento, que comprendería, por parte de éste, la carga de
producir la transformación ampliatoria del término de vida del contrato de concesión
administrativa, lo cual supondría la celebración y existencia de un nuevo contrato y la
desnaturalización palmaria del ejercicio del "ius variandi" en que se traduciría la actuación
administrativa sobre la articulación obligacional de la relación contractual de referencia. Aunque
las partes pretendan estructurar en un solo contrato el negocio complejo o mixto propuesto, la
realidad es que se trataría de una nueva relación contractual, corroborando así la ausencia de
auténtico interés público que justifique el cambio e incremento en el término de vida del contrato
de concesión, contemplado en su más propio, estricto y natural sentido, régimen jurídico,
naturaleza y marco de las prestaciones económico-financieras que lo caracterizan, como impone
la concepción legal de la prerrogativa invocada. Además, la obligación de amortizar la
financiación que el contratista asumiría, corresponde a la de un contrato ajeno a la concesión; de
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donde sigue que no se trata de unas inversiones derivadas del ejercicio del "ius variandi", sino de
la utilización de éste para la financiación precedente de otro contrato distinto.
CONSIDERACIONES
I
El presente dictamen ha sido solicitado con carácter facultativo y al amparo de lo dispuesto en el
artículo 57.2 de la Ley 7/1997, de 5 de septiembre, del Gobierno y del Consejo Consultivo de
Castilla-La Mancha, a tenor del cual las Corporaciones Locales de Castilla-La Mancha podrán
solicitar dictamen facultativo, a través de la Consejería de Administraciones Públicas "cuando así
lo acuerde el Pleno de la Corporación Local".
En este caso debe excluirse la preceptividad del dictamen atendiendo al objeto de la consulta, esto
es una modificación contractual, que vendría impuesta por lo establecido en el artículo 57.1 de la
Ley 7/1997, de 5 de septiembre, en relación con el 60.3.b) de la Ley 13/1995, de 18 de mayo, de
Contratos de las Administraciones Públicas, al exigir el dictamen del Consejo de Estado u órgano
consultivo equivalente de la Comunidad Autónoma en las modificaciones contractuales cuando la
cuantía de las mismas aislada o conjuntamente, sea superior a un 20 por 100 del precio original
del contrato y éste sea igual o superior a 1.000.000.000 de pesetas.
De acuerdo con los términos en que aparece formulada la consulta, procede por tanto emitir el
presente dictamen con carácter facultativo en virtud de lo dispuesto en el artículo 57.2 de la citada
Ley 7/1997, de 5 de septiembre.
II
Con carácter previo al análisis de fondo de la cuestión sometida a dictamen, procede realizar una
precisión o clarificación previa sobre la naturaleza del contrato que sirve de base a la consulta
formulada.
A estos efectos, el artículo primero del pliego de condiciones económico-administrativas, cuyo
contenido se incorpora al contrato formalizado entre el Ayuntamiento de La Solana y la empresa
H., S.A., expresa lo siguiente en cuanto al objeto de aquél: "La adjudicación que mediante
concurso se otorgue tendrá por objeto la gestión del Servicio Municipal de Agua Potable y del
Saneamiento del Ilustre Ayuntamiento de La Solana, en la modalidad de concesión, prevista en el
punto 2 del Art. 114, del Reglamento de Servicios de las Corporaciones Locales, aprobada por el
Decreto de 17 de junio de 1955, en relación con el Art. 66 (1º) de la Ley de Contratos del Estado y
Art.201 (1º) del Reglamento de Contratos del Estado y Disposiciones aplicables".
Atendiendo a dicho objeto resulta evidente que nos encontramos ante un contrato de naturaleza
administrativa, lo cual se confirma igualmente por lo dispuesto en la normativa de régimen local
aplicable al citado contrato; concretamente el artículo 112.2 del Texto Refundido de las
Disposiciones Legales vigentes en materia de Régimen Local, aprobado por Real Decreto
781/1986, de 18 de abril, establece que "los contratos cuyo objeto directo sea la ejecución de obras
y la gestión de servicios públicos a cargo de las entidades locales, así como la prestación de
suministros a las mismas, tienen el carácter de administrativos, y su preparación, adjudicación,
efectos y extinción se regirán por la presente Ley y sus disposiciones reglamentarias, así como por
la restante legislación del Estado y, supletoriamente, por las demás normas del Derecho
administrativo. En defecto de este último, serán de aplicación las normas del Derecho privado"; y
en el mismo sentido se expresa la legislación actual a tenor de lo establecido en los artículos 5.2.a)
y 7.1 de la Ley 13/1995, de 18 de mayo, de Contratos de las Administraciones Públicas.
Resulta irrelevante a estos efectos la errónea denominación como contrato privado que se efectúa
en la escritura pública de subrogación de la empresa "H." en los derechos y obligaciones de "I.".
Concretamente en el expositivo primero, y en las cláusulas primera y segunda de dicha escritura,
se alude al "contrato privado suscrito entre el Ayuntamiento de La Solana e I.". No obstante,
dado el objeto del contrato y su regulación por normas de derecho administrativo, resulta evidente
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que se trata de una denominación errónea para una remisión clara e inequívoca al contrato de
concesión administrativa celebrado entre la Corporación municipal y la empresa concesionaria, y
sin que en ello pueda detectarse intención novatoria alguna, que en todo caso, resultaría inviable
ante la naturaleza manifiesta e inalterable del contrato que por su evidente objeto es
administrativo, y no privado. Y ello, no obstante, aparecer equivocada la fecha del contrato tanto
en dicha escritura pública como en el acuerdo municipal por el que se autorizó la mencionada
subrogación, donde se alude al contrato suscrito entre el Ayuntamiento e "I." el 4 de abril de
1989, en tanto que la fecha del contrato objeto de remisión no puede ser otra que la de 31 de
marzo de 1989, al ser éste el remitido por el Ayuntamiento y al cual se vienen ateniendo los actos
coetáneos y posteriores de las partes interesadas.
III
Examinada la naturaleza del contrato, procede en este momento analizar desde el punto de vista
temporal la normativa aplicable al mismo y a la modificación que se plantea, por cuanto el
contrato administrativo se adjudicó definitivamente en febrero de 1989, esto es con anterioridad a
la vigente Ley 13/1995, de 18 de mayo, de Contratos de las Administraciones Públicas, y la
modificación objeto de dictamen se plantea cuando está plenamente vigente la citada Ley.
La contratación de las Corporaciones Locales, con anterioridad a la entrada en vigor de la citada
Ley 13/1995, de 18 de mayo, venía rigiéndose por la Ley 7/1985, de 2 de abril, reguladora de las
Bases del Régimen Local; el Texto Refundido de las Disposiciones Legales vigentes en materia de
Régimen Local, aprobado por Real Decreto Legislativo 781/1986, de 18 de abril, que a tenor de lo
dispuesto en su artículo 113 recogió aquellas reglas de la legislación anterior necesarias "para la
aplicación a las Entidades locales de la legislación estatal"; el Reglamento de Servicios de las
Corporaciones Locales de 17 de junio de 1955, en cuanto estableció una serie de normas
reguladoras de la gestión de los servicios de las Corporaciones Locales; y el Reglamento de
Contratación de las Corporaciones Locales aprobado por Decreto de 9 de enero de 1953, con
remisión en lo no previsto en dicho texto reglamentario "a las disposiciones aplicables a la
Administración General del Estado y, en su defecto, los preceptos pertinentes del Derecho
privado", según expresa su Disposición Adicional Segunda.
La legislación actual descansa sobre dicha Ley 13/1995, de 18 de mayo, de Contratos de las
Administraciones Públicas, de aplicación a las Entidades que integran la Administración Local
por disposición de su artículo 1.2.c), habiendo sido objeto de desarrollo parcial por el Real
Decreto 390/1996, de 1 de marzo. La citada ley ha derogado además expresamente la Ley de
Contratos del Estado de 8 de abril de 1965, el Reglamento General de Contratación del Estado de
25 de noviembre de 1975, en cuanto se oponga a lo establecido en la misma, y el Reglamento de
Contratación de las Corporaciones Locales de 9 de enero de 1953, debiendo entenderse que el
resto de las disposiciones citadas en el párrafo anterior continúan vigentes en cuanto no se
opongan a su contenido por aplicación de lo previsto en el apartado segundo, de la Disposición
Derogatoria única.
La Administración consultante invoca en su solicitud de dictamen el artículo 102 de la vigente Ley
13/1995, de 18 de mayo, de Contratos de las Administraciones Públicas, para fundamentar la
posible modificación de la duración del contrato de concesión administrativa para la gestión del
Servicio de Agua Potable y Saneamiento. A este respecto ha de tenerse en cuenta que conforme ya
se ha indicado, el citado contrato fue adjudicado definitivamente el 24 de febrero de 1989 y
formalizado con fecha 31 de marzo de 1989, estando actualmente vigente la primera prórroga por
cinco años que prevé el pliego de condiciones económico-administrativas, por lo que el contrato
está en vigor hasta el 31 de marzo de 1999. Nos encontramos por tanto ante una relación
contractual constituida bajo el imperio de la normativa precedente a la citada Ley 13/1995, de 18
de mayo, y cuyos efectos se extienden en el tiempo a un momento posterior al del inicio de la
vigencia de esta Ley, ante lo cual surge la necesidad de acudir a normas de derecho temporal y
transitorio con el objeto de dilucidar si los actos realizados bajo el imperio de la ley antigua y las
situaciones nacidas o creadas bajo su vigencia deben continuar siendo reguladas por la ley
antigua o deben, en cambio ser reguladas por la nueva ley.
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En primer lugar, debe tenerse en cuenta que la entrada en vigor de la citada Ley 13/1995, de 18 de
mayo, tuvo lugar a los veinte días de su publicación en el B.O.E., en virtud de lo dispuesto en el
artículo 2.1 del Código Civil, y que al carecer de efectos retroactivos por aplicación de lo dispuesto
en el artículo 2.3 del mismo Código, en principio habría que entender que los contratos pactados
con anterioridad a la entrada en vigor de dicha Ley quedarían sujetos a la legislación anterior;
sin embargo el problema surge a la hora de determinar qué normativa resultaría aplicable a los
procedimientos para ejercitar los derechos que de dichos contratos se deriven en la actualidad.
En relación con la problemática planteada, el Consejo Consultivo ya ha tenido ocasión de
pronunciarse en sus dictámenes números 2, 3, 24 y 61 de 1997, en el sentido de que al no existir
en la Ley de Contratos de las Administraciones Públicas una regulación general de derecho
transitorio deben considerarse de aplicación analógica las normas de derecho común contenidas
en las Disposiciones Transitorias del Código Civil. Dicha postura ha sido admitida pacíficamente
por la jurisprudencia, y en concreto, y por lo que se refiere a la contratación administrativa, el
Tribunal Supremo ha declarado de aplicación las citadas normas por cuanto el modelo de
transitoriedad que establecen "rebasa la simple oportunidad de su nacimiento, para erigirse en
derecho intemporal común, a falta de norma específica, extensión que además viene
fundamentada por lo dispuesto en el artículo 4.3 del propio texto legal" (Auto de 22 de noviembre
de 1989, RJ Aranzadi 7947).
Las citadas normas de derecho común encuentran su fundamento en la máxima "tempus regit
actum" a tenor de la cual, si el acto o contrato era válido en el momento de celebrarse, el cambio
de legislación no puede afectar a su validez y eficacia; a estos efectos la Disposición Transitoria
Segunda del Código Civil, determina que: "Los actos y contratos celebrados bajo el régimen de la
legislación anterior, y que sean válidos con arreglo a ella, surtirán todos sus efectos según la
misma, con las limitaciones establecidas en estas reglas". Por su parte, la Disposición Transitoria
Cuarta se refiere a la legislación aplicable a los procedimientos para ejercitar los derechos que de
esos actos o contratos se deriven, disponiendo al efecto que: "Las acciones y los derechos nacidos
y no ejercitados antes de regir el Código subsistirán con la extensión y en los términos que les
reconociera la legislación precedente; pero sujetándose, en cuanto a su ejercicio, duración y
procedimientos para hacerlos valer, a lo dispuesto en el Código".
Dicha distinción entre los actos y contratos realizados con anterioridad al cambio normativo, que
surtirán todos sus efectos con arreglo a la legislación anterior, y los procedimientos para ejercitar
los derechos que de esos actos o contratos se deriven, que se regirán por la normativa vigente en el
momento de su ejercicio, aparece confirmada en el orden procedimental por lo dispuesto en la
Disposición Transitoria Segunda de la Ley 30/1992, de 26 de noviembre, norma de aplicación
supletoria a los procedimientos en materia de contratación administrativa según establece a su vez
la Disposición Adicional Séptima de la Ley 13/1995, de 18 de mayo; y en el orden sustantivo por el
principio general que consagra el valor de la voluntad de las partes como ley de lo convenido.
Los criterios que se acaban de exponer han de entenderse aplicables a la contratación
administrativa dentro de los parámetros que ofrecen las Disposiciones Transitorias de la Ley
13/1995, de 18 de mayo, y de la ultra actividad de determinados preceptos anteriores
comprendidos en las Disposiciones Transitorias 2ª., 4ª., 5ª. y 9ª. y de las situaciones específicas que
se contemplan.
Concretamente la Disposición Transitoria Primera de la Ley 13/1995, de 18 de mayo, determina
que los expedientes de contratación en curso en los que no se haya producido la adjudicación se
regirán por lo dispuesto en la dicha ley, sin que en ningún caso resulte necesario reajustar las
actuaciones ya realizadas, precepto éste que, interpretado "a contrario sensu", permite afirmar
que los contratos ya adjudicados a la entrada en vigor de la Ley, como es el supuesto que nos
ocupa, se regirán por la normativa vigente el día de su adjudicación.
Por su parte, la Disposición Transitoria Octava, referida a los efectos de la falta de pago por la
Administración establecidos en los apartados 4,5 y 6 del artículo 100, -precepto éste que supone
una novedad significativa introducida por la nueva Ley, en relación con un aspecto concreto
surgido bajo la legislación anterior-, resuelve las situaciones que contempla con criterio idéntico
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al que inspira la Disposición Transitoria primera de tal forma que las reglas sobre demora de la
Administración en el pago de sus deudas contractuales, sólo serán aplicables a los contratos
adjudicados a partir de la entrada en vigor de la Ley de Contratos de las Administraciones
Públicas.
Finalmente, la Disposición Transitoria Sexta se refiere a la aplicación de la Ley a los sectores del
agua, energía, transportes y telecomunicaciones que han sido objeto de la Directiva Europea que
cita (93/38/CE de 14 de junio), posterior en todo caso al procedimiento, adjudicación y
formalización del contrato aducido, aludiendo el apartado primero a determinadas normas sobre
publicidad, y el apartado segundo a la actividad contractual de las entidades de Derecho Público
comprendidas en el artículo 1.3 de la Ley, por lo que no suscita en nuestro caso dificultad alguna
respecto a la doctrina apreciada.
De acuerdo con lo expuesto ha de concluirse que respecto al procedimiento para ejercitar los
derechos que surjan de la relación contractual que nos ocupa, es de aplicación la normativa
vigente al tiempo de iniciarse aquél; y lo material o sustantivo, esto es, sobre los aspectos relativos
a ejecución y desarrollo del contrato, resulta de aplicación la normativa vigente al tiempo de su
adjudicación anteriormente señalada.
La doctrina que se acaba de exponer resulta confirmada en el ámbito las modificaciones
contractuales si atendemos al carácter de dicha facultad y a los presupuestos que justificarían su
ejercicio por parte de la Administración. En efecto, se trata de una de las prerrogativas o
potestades exorbitantes reconocidas a la Administración cuyo fundamento no se encuentra en el
contrato sino en la ley, no es manifestación, por tanto, de un derecho subjetivo sino de una
potestad atribuida por la ley para atender a los intereses públicos; y en segundo lugar, su ejercicio
se encuentra supeditado a presupuestos sobrevenidos o apreciables en el momento de su
aplicación, por lo que habrá de regirse por la legislación vigente en el tiempo que se haga uso de
tal prerrogativa, es decir, atendiendo al supuesto que nos ocupa, por la Ley 13/1995, de 18 de
mayo, de Contratos de las Administraciones Públicas, y por el Reglamento General de
Contratación de 25 de noviembre de 1975, en lo que no se oponga a la misma.
IV
El postulado "pacta sunt servanda, contractus lex inter partes...", básico y esencial en la
institución contractual, conforme consagra el artículo 1.258 del Código Civil con carácter
general, quiebra, excepcionalmente, en el ámbito de la contratación administrativa, donde el
artículo 4 de la Ley 13/1995, de 18 de mayo, de Contratos de las Administraciones Públicas
(L.C.A.P.), coincidente, esencialmente, con el 111 del Texto Refundido de disposiciones sobre
Régimen Local de 18 de abril de 1986, dispone que la Administración podrá concertar los
contratos, pactos y condiciones que tenga por conveniente "y deberá cumplirlos a tenor de los
mismos, sin perjuicio de los privilegios establecidos en la legislación básica a favor de aquella".
Reconoce así que la Administración Pública, justificada por la posición jurídica que ocupa y por
la tutela que el derecho dispensa al interés público, materializando el principio de su absoluta
prevalencia, goza de determinadas facultades unilaterales que el ordenamiento le reconoce,
proclamadas, las más significativas, por el artículo 60 de la citada ley, en términos análogos a los
de la legislación anterior, del tenor siguiente:
"Artículo 60.- Prerrogativas de la Administración.
1. Dentro de los límites y con sujeción a los requisitos y efectos señalados en la presente Ley, el
órgano de contratación ostenta la prerrogativa de interpretar los contratos administrativos,
resolver las dudas que ofrezca su cumplimiento, modificarlos por razones de interés público,
acordar su resolución y determinar los efectos de ésta.
Los acuerdos correspondientes pondrán fin a la vía administrativa y serán inmediatamente
ejecutivos.
En el correspondiente expediente se dará audiencia al contratista.
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2. En la Administración General del Estado, sus Organismos autónomos, las Entidades gestoras y
Servicios comunes de la Seguridad Social y demás entidades públicas estatales, los acuerdos a que
se refiere el apartado anterior deberán de ser adoptados previo informe del servicio jurídico
correspondiente, salvo en los casos previstos en los artículos 42 y 97.
3. No obstante lo anterior, será preceptivo del informe del Consejo de Estado u órgano consultivo
equivalente de la Comunidad Autónoma respectiva en los casos de:
a) Interpretación, nulidad y resolución, cuando se formule oposición por parte del contratista.
b) Modificaciones, cuando la cuantía de las mismas, aisladas o conjuntamente, sea superior a un
20 por 100 del precio original del contrato y éste sea igual o superior a 1.000.000.000 de pesetas".
Una primera aproximación a la norma genérica anterior pone de manifiesto que reconoce
facultades regladas, no discrecionales, o caprichosas o arbitrarias, que sólo pueden atribuirse por
Ley, sometidas a los presupuestos y requisitos que autorizan y legitiman su aplicación, ya que,
cuando de ellos se habla, se alude a las exigencias de orden formal y sustantivo dentro de las que
la Administración puede actuar y obligar a quienes contratan con ella. En definitiva, la
Administración ostenta prerrogativas suficientes para hacer valer la preponderancia del interés
general, pero deberá utilizarlas, a los dictados del artículo 103 de la Constitución, con
sometimiento pleno a la Ley y al Derecho.
Esto explica que se hagan efectivas a través de una decisión administrativa, justificada y motivada
adecuadamente en Derecho, que culmina la necesaria substanciación del procedimiento
correspondiente, que pondrá fin a la vía administrativa, con carácter ejecutivo y posibilidad de
impugnación ante los Tribunales del orden contencioso-administrativo.
V
Entre esas prerrogativas se encuentra la que tradicionalmente y por la mayoría de la doctrina
viene denominándose "ius variandi", -"potestas variandi" en el dictamen profesional que obra en
el expediente-, caracterizada por ser una facultad que deriva sin duda alguna de la Ley y no de la
relación jurídica contractual generada y regida por la voluntad de las partes como, expresión de
un derecho a modificarla unilateralmente, prevalente ante la regla general derivada del principio
que reconoce la inmutabilidad de lo pactado.
El profesor Martín Rebollo afirma que "los motivos que justifican esa potestad son de diversa
índole pero todos ellos vinculados con la idea finalista del interés público". Se remite a la larga
enumeración de Villar Palasí en sus "Apuntes de Derecho Administrativo" y entre ellos destaca
los siguientes: "las exigencias potencialmente cambiantes del interés general, la complejidad de
ciertos contratos (sobre todo los de obras) que puede hacer difícil determinar concretamente la
obra o la prestación en que consiste el contrato o generar errores iniciales de apreciación, la larga
duración de muchos contratos que propicia cambios sobrevenidos de circunstancias que inciden
en el contenido de las obligaciones, la necesidad de atender a la rápida prestación real de que se
trate que se vería frustrada si hubiera que acudir absolutamente siempre a nuevas licitaciones". Y
agrega por su parte "la propia configuración del contratista, que se ha ido consolidando en la
evolución doctrinal no ya como un contrario sino como un colaborador de la Administración, lo
que impone la prevalencia de interés general y una cierta flexibilización de la relación
contractual" (Luis Martín Rebollo, "Modificación de los contratos y consecuencias patrimoniales
irregulares (con especial referencia al contrato de obras)", en la obra de varios autores
"Comentario a la Ley de Contratos de las Administraciones Públicas" página 457 y siguientes.
Editorial Civitas, 1996).
El mismo autor afirma, con meridiana claridad: "si la modificación de los contratos constituye
una prerrogativa de la Administración el ejercicio de esa prerrogativa debe, sin embargo,
ejercerse dentro de las previsiones legales, siguiendo un procedimiento y con la contrapartida del
mantenimiento del equilibrio económico-financiero del contrato si como consecuencia de la
modificación éste resulta más oneroso para el contratista".
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Por otra parte, el principio general que impone la primacía del interés público sobre lo pactado en
el contrato, inspirador de toda la actuación administrativa, no oculta los riesgos evidentes de una
inflexión sobre el recto fin de los objetivos determinantes de una posible modificación, ni justifica
que se pretenda incidir en ellos, dando lugar a nuevos y auténticos contratos, diferentes al inicial
sobre el que debe recaer y limitarse la operatividad del cambio, con patente exclusión del
procedimiento adecuado e ilegal inobservancia de garantías y principios inexcusables. De ahí que,
ante la posibilidad de su eventual ejercicio, conviene prestar previa y especial atención a la
concurrencia de los presupuestos y requisitos que lo regulan, así como cuidar también el uso
moderado y prudente que demanda la naturaleza excepcional de tan relevante privilegio.
En orden a su régimen jurídico, la potestad que nos ocupa aparecía regulada con carácter general
en el artículo 18 del Texto Articulado de la Ley de Contratos del Estado de 8 de abril de 1965 y
específicamente para el contrato de gestión de servicios públicos en su artículo 74 y artículos 221
y 222 del Reglamento General de Contratación del Estado.
La nueva L.C.A.P., junto a la previsión genérica del artículo 60 ya citado, contiene una normativa
general en el artículo 102 y, fiel al método que utiliza de completarla para cada modalidad
contractual, la concreta y precisa en su artículo 164 para el contrato de gestión de servicios
públicos.
El artículo 102 dispone literalmente:
"1. Una vez perfeccionado el contrato, el órgano de contratación sólo podrá introducir
modificaciones por razón de interés público en los elementos que integran, siempre que sean
debidas a necesidades nuevas o causas imprevistas, justificándolo debidamente en el expediente.
2. Las modificaciones del contrato deberán formalizarse conforme a lo dispuesto en el artículo
55".
Y el artículo 164:
"1. La Administración podrá modificar por razones de interés público las características del
servicio contratado y las tarifas que han de ser abonadas por los usuarios.
2. Cuando las modificaciones afecten al régimen financiero del contrato, la Administración
deberá compensar al contratista de manera que se mantenga el equilibrio de los supuestos
económicos que fueron considerados como básicos en la adjudicación del contrato.
3. En el caso de que los acuerdos que dicte la Administración respecto al desarrollo del servicio
carezcan de trascendencia económica, el contratista no tendrá derecho a indemnización por razón
de los mismos".
La aplicación conjunta de los tres preceptos invocados, sistemáticamente integrados e
interpretados, diseña los presupuestos y requisitos básicos a los que debe ajustarse su ejercicio, a
saber:
- Titularidad, atribuida al órgano de contratación.
- Fundamento o existencia de un interés público.
- Objeto, en cuanto debe afectar a los elementos o características del contrato.
- Concurrencia de necesidades nuevas o causas imprevistas.
- Substanciación y decisión justificada en procedimiento adecuado.
A todo ello hay que añadir la exigencia legal de mantener el necesario equilibrio económico del
contrato, cuando las circunstancias del caso hagan necesaria su justa y debida adecuación.
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VI
El interés público que justifica la modificación constituye una causa primaria, presupuesto real
enunciado mediante un concepto jurídico amplio e indeterminado, de definición más que difícil,
pero que en la realidad tendrá que apreciarse a la vista de las circunstancias concurrentes en
cada caso concreto, teniendo en cuenta que se concibe para servir una necesidad general o
colectiva y que no cabe confundirlo con el particular de la persona a la que se atribuyó la gestión
de un servicio, inspirado en el logro y consecución de esa proyección pública, ni velar tampoco
una subyacente finalidad real de protegerlo, por más que siempre suscite dificultades la
desvinculación absoluta entre un interés de esta última clase y cualquier otro comprendido dentro
de la amplia gama que forman los de carácter general, social o colectivo. Por otra parte, no es
posible desconocer el sentido teleológico de la exigencia, que impide atribuir al contrato
modificado fines distintos a los que la Ley le atribuye, por su incidencia evidente sobre los
elementos objetivos y causales, dadas las previsiones del artículo 13 de la L.C.A.P., que dice:
"El objeto de los contratos deberá ser determinado y su necesidad para los fines del servicio
público correspondiente se justificará en el expediente de contratación".
Y de forma bien expresiva y precisa, el artículo 13 del derogado Reglamento de Contratación de
las Corporaciones Locales expresaba lo siguiente:
"La causa de los contratos deberá ser el interés público, determinado, según los casos, por la
mejor calidad, mayor economía o plazo más adecuado en la realización de las prestaciones".
En lo que se refiere a la materia modificable, su estimación nos sitúa ante cualquiera de los
elementos que configuren o formen parte del objeto y alcance de lo convenido, según los pactos
propios de la relación contractual, dentro, pues, de unos parámetros más estrictos que el de los
requisitos esenciales exigidos para todos los contratos por el artículo 1.261 del Código Civil y
además de los que el artículo 11 de la L.C.A.P. señala específicamente para los de naturaleza
administrativa. No hay que olvidar, se trata de modificaciones objetivas, ya que las de índole
subjetivo, como son la cesión del contrato contemplada en el artículo 115 y la subrogación de
herederos o sucesores del contratista recogida en el artículo 113.3 de la citada ley, no tienen el
carácter de las modificaciones a que se refiere su artículo 102. La expresada idea se corresponde,
en lo que al contrato de cesión de servicios públicos afecta, con las características que definen al
que se quiso encomendar al concesionario o contratista, entendidas como notas o atributos
particulares que lo distinguen y diferencian de los demás.
A fines clarificadores de la anterior coincidencia en nuestro caso, interesa resaltar, como afirma
Gaspar Ariño: "... el servicio público es siempre de carácter temporal, mientras siga siendo
servicio público. Y por eso el título por el cual uno ejerce esa actividad no es permanente, sino que
tiene un plazo de tiempo al final del cual se produce la extinción de esa relación o de ese contrato,
y el servicio revierte a su titular y el patrimonio o instalaciones, sobre los que el servicio está
montado, revierte igualmente al titular del mismo. Por tanto, el servicio es también temporal. No
hay servicios públicos permanentes como lo son actividades libres económicas". (el contrato de
gestión de servicios públicos. Su trascendencia en la problemática del servicio público. En
"Monografías Jurídicas. Contratación Pública-II", página 174.- M. Pons 1997).
Consecuente con esa nota característica, el artículo 158 de la L.C.A.P. establece:
"El contrato de gestión de servicios públicos no podrá tener carácter perpetuo o indefinido,
fijándose necesariamente su duración y la de las prórrogas de que pueda ser objeto, sin que pueda
exceder el plazo total, incluidas las prórrogas, de setenta y cinco años".
Es decir, el contrato de referencia puede tener una duración de setenta y cinco anos, incluidas las
posibles prórrogas, lo cual supone una novedad respecto a la legislación anterior que no fijaba
ningún plazo máximo de duración, si bien el Reglamento de Servicios de las Corporaciones
Locales lo limitaba a cincuenta años y la doctrina reconoció la libertad de prórrogas hasta un
máximo de noventa y nueve años.
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En conclusión sobre este particular resulta evidente que el plazo inicial y las prórrogas
establecidas pueden ser objeto de modificación siempre que no rebasen el límite general señalado
y que con ello no se dé lugar a la celebración al mismo tiempo de un nuevo contrato.
Las modificaciones contractuales por razón de interés público requieren además que sean debidas
a necesidades nuevas o causas imprevistas, exigencia que comprende tanto a las necesidades
sobrevenidas, como a todas las causas imprevistas, ya fueran previsibles o imprevisibles al tiempo
de la contratación; circunstancias que deberán apreciarse en sentido estricto como determinantes
de un privilegio reconocido a la Administración y que operan igualmente como presupuesto de
hecho que procede a apreciar a la vista de las notas características propias y específicas de cada
supuesto en particular. Además, las necesidades motivadoras tienen que encontrar satisfacción en
el ámbito propio del contrato a modificar, pero no en otro foráneo respecto al mismo, porque
además de su inadecuación, supondría también un desplazamiento del juego y valoración sobre el
interés público que inspiró e inspira la actuación administrativa en el contrato concreto cuya
modificación se pretende.
Las mismas modificaciones precisan, en fin, su justificación en el expediente correspondiente,
conforme exige el artículo 60 de la L.C.A.P., con audiencia del contratista y dictamen del órgano
consultivo en su caso, cuantía superior al veinte por ciento del precio original y que éste sea igual
o superior a 1.000.000.000 de pesetas, circunstancias que no se dan en el expediente, y además su
formalización en los términos del artículo 55.a) que se remite el artículo 102.2 en la normativa
general de la ley.
VII
Por lo que respecta al aspecto formal del tema, no ofrece cuestión la competencia del Pleno del
Ayuntamiento consultante para considerar la modificación unilateral e iniciar el expediente
correspondiente. Los artículos 60 y 102 de la L.C.A.P. ya citados atribuyen y reconocen la
prerrogativa al órgano de contratación, el cual sería, en este supuesto, el Pleno de la Corporación
Municipal, que ya actuó como tal en la contratación de la gestión del servicio público, en su
modalidad de concesión administrativa, materia ahora de la posible modificación consultada, en
virtud de las competencias previstas en el artículo 88 de la Ley 7/1985, de 2 de abril, en relación
con el 113.1ª. del Texto Refundido aprobado por Real Decreto 781/1986, de 16 de abril. Y,
evidente la competencia del Pleno del Ayuntamiento de La Solana para promover el expediente de
modificación y acordarla en su caso, hay que avanzar hasta examinar los aspectos sustantivos y
esenciales que ofrece la consulta, que son los que plantean realmente una difícil problemática
inherente a la identificación del interés público y concurrencia de causas nuevas o imprevistas
determinantes, extremos que habrán de apreciarse a través de los términos que configuran la
consulta y de los hechos conocidos por medio del expediente.
La duración del contrato a modificar, objeto de la consulta, aparece convenida y fijada en los
términos siguientes: "la concesión se otorga por un tiempo de duración de 5 años, prorrogables
tácitamente por períodos de 5 años, si ninguna de las partes manifiesta lo contrario, de manera
fehaciente, por lo menos con un año de antelación a la fecha que deba concluir el mismo o
cualquiera de sus prórrogas".
Es clara la fijación de un tiempo inicial de cinco años, con prórrogas tácitas e inequívocas de
igual duración, que conllevan la continuación del mismo contrato, salvo manifestación en
contrario de cualquiera de las partes dentro del año anterior a la conclusión o a la de cualquiera
de sus prórrogas. En estos momentos, formalizado mediante documento administrativo de 31 de
marzo de 1989 en que comenzó a regir, ha sido ya objeto de una primera prórroga que finalizará
el 31 de marzo de 1999, asistiendo a ambas partes la facultad de manifestar en forma su voluntad
contraria a la continuación antes del 31 de marzo de 1998, por lo que, caso de no producirse,
quedaría prorrogado de nuevo hasta el 31 de marzo del año 2004.
La consulta planteada, partiendo de la existencia del anterior contrato de concesión
administrativa y que el Ayuntamiento ha de aportar el 17% de los costes de las obras de
construcción de renovación de tuberías y ampliación de la estación de aguas potables, -obras que
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llevará a efecto la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha y supondrán un coste total de
430.808.000 pesetas-, proponiendo al concesionario asumir el pago de esa aportación a cambio de
modificar el plazo de concesión que pasaría a quince o veinte años en lugar de los cinco antes
mencionados, pregunta, a la vista de lo dispuesto en el artículo 102 de la L.C.A.P. o preceptos
correspondientes de la legislación anterior, si es posible que el Ayuntamiento pueda renunciar a
denunciar el contrato durante un período de veinte años, en los términos antes expuestos, dado el
interés público y las necesidades nuevas o causas imprevistas comentadas. La propuesta de la
concesionaria ofrece esa financiación a fondo perdido y dice que para poder amortizarla, con
anualidades que se puedan absorber de forma asumible, se requiere por parte del Ayuntamiento
que establezca la continuidad de la concesión durante veinticinco años. Y el dictamen profesional
facilitado, -al margen ahora de la calificación jurídica que le merece-, dice que el término
extintivo del contrato de cinco años se amplía a veinte. En presencia de esos antecedentes se
imponen unas reflexiones breves y esenciales como punto de partida para su estudio y valoración.
Se habla literalmente de renunciar a la facultad de denunciar la prórroga del contrato, pero esta
renuncia supondría en realidad un aumento considerable del término fijo convenido para la
concesión. Bien es verdad que no parecen coincidentes plenamente en lo que a ese tiempo
concierne, pues por limitarnos sólo a la consulta, si llegara a producirse la denominada renuncia
a denunciar el contrato, según tuviera lugar antes o después del 31 de marzo de 1998, al proyectar
sus lógicos efectos de cara al futuro, conllevaría un plazo fijo de veinticinco o treinta años, en
lugar de los cinco señalados inicialmente a la concesión. En todo caso, interesa resaltar que
cualquier interpretación posible produciría el efecto de establecer la continuidad de la misma
durante un término fijo mucho mayor que el establecido a su comienzo.
Aumento tan considerable no viene acompañado de ninguna otra medida de carácter económico
dentro del ámbito de la relación contractual precedente; sin embargo, fuera del mismo, como ya
hemos visto, el contratista aportaría, a cambio, el 17% que incumbe al Ayuntamiento en la
construcción de unas obras para nuevas instalaciones y mejora de las anteriores que se afirma
llevará a efecto la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha, mediante la oportuna
contratación, participando así en una financiación que rebasa los parámetros de las prestaciones
que pueden tener cabida en el contrato inicial y que más parece responder a una conveniencia
que a una necesidad del Ayuntamiento, llamado, lógicamente, a acompañar su actuación de las
necesarias previsiones presupuestarias.
La pregunta que formula se refiere a la posibilidad de ejercer una facultad unilateral que deriva
de la Ley al amparo del artículo 102 de la L.C.A.P., diferente del acuerdo bilateral que emana de
la voluntad de las partes como fuente de las obligaciones, ya sea para extinguirlas creando otra
nueva o sólo para modificarlas, si bien respecto a la primera potestad el contratista puede ser o no
anuente a ella.
Nota esencial del contrato de concesión es la del tiempo determinado, sin que se oponga a ello la
posibilidad de prórrogas sucesivas hasta el máximo legal, por lo que el cumplimiento del término
inicial o de sus prórrogas es causa normal de la terminación de este contrato.
VIII
Reiterando la doctrina expuesta, conforme se indicó también en nuestros dictámenes número
68/1997 y 7/1998, el denominado "ius variandi" o poder de modificación unilateral de los
contratos se configura como una excepción frente a la regla de inalterabilidad de los contratos
por la sola voluntad de una de las partes, establecida por el artículo 1.256 del Código Civil. Tal
potestad no surge de la relación jurídica contractual sino directamente de la ley, y su justificación
hay que buscarla en las exigencias que el interés público impone a la contratación administrativa,
habiéndose afirmado por el Tribunal Supremo que tal potestad "debe ejercerse atendiendo al
interés público que demanda la prestación del servicio y que constituye su causa y finalidad, no
estando autorizada la Administración a ejercer el "ius variandi" en aras de un interés particular
como es el económico del concesionario, en detrimento del propio servicio o de los derechos de los
demás interesados en su prestación" (Sentencia de 29 de junio de 1986, RJ Aranzadi 6779). Se
trata además de una potestad reglada, que sólo puede ejercerse si se dan los presupuestos
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establecidos por la Ley y que en todo caso "requiere una singular motivación de hecho [...] que de
no existir, impide la alteración del contrato o de sus pliegos de condiciones regidos por el
principio ne varietur" (Sentencia del Tribunal Supremo de 11 de abril de 1984, RJ Aranzadi
1920).
En el supuesto contemplado, la modificación unilateral a introducir en el contrato anterior,
basada en la prerrogativa de la Administración, aun contando con la conformidad del
concesionario, quedaría limitada al aumento de tiempo de la concesión en la medida importante
ya comentada. Esta consecuencia representa una carga obligacional mayor para la
Administración Pública, que al proyectarla no prevé ninguna otra disposición complementaria a
su favor. Vista así la situación, no puede identificarse el interés público que origine, motive o
imponga ampliación tan notable del término contractual, pues no se olvide que ese interés clama
también por el equilibrio económico-financiero de las prestaciones de la Administración y que
ésta no puede ser de peor condición que el concesionario en la observancia adecuada de la
exigencia. Además, podría implicar una adjudicación directa a la concesionaria actual durante
muchos más años de los previstos inicialmente, vulnerándose con ello los principios de publicidad
y libre concurrencia que inspiran la contratación administrativa.
No obstante, procede ponderar también que el contratista, fuera del contenido obligacional del
contrato a modificar, asumiría la obligación de satisfacer el porcentaje indicado sobre el coste
futuro de las obras de renovación y mejora de las instalaciones que el Ayuntamiento ha de
aportar.
Este cometido nos hace recordar, con nuestro dictamen 7/1998, que en el ámbito local, por lo que
respecta a las concesiones administrativas, como modalidad del contrato de gestión de servicios
públicos, las normas relacionadas con el tema que nos ocupa se encuentran reguladas en el
Reglamento de Servicios de las Corporaciones Locales de 17 de junio de 1955; en concreto, la
regla general de inalterabilidad de los contratos que se contenía en el artículo 51 del Reglamento
de Contratación de las Corporaciones Locales, experimentó una importante atenuación en el
campo de la concesión de servicios públicos, derivada del criterio fundamental que domina la
concesión administrativa como es el mantener la continuidad del servicio público, "y así, cuando
no se sostiene la honesta equivalencia entre lo que se da al concesionario y lo que se le exige, para
evitar el abandono de la concesión o el deterioro del servicio, será preciso restablecer el equilibrio
financiero de la concesión [...] en definitiva, el interés público de la continuidad del servicio
prevalece sobre la doctrina clásica de la inalterabilidad del contrato" (Sentencia del Tribunal
Supremo de 2 de diciembre de 1988, RJ Aranzadi 9451), siendo muestra de ello lo establecido en
los artículos 115.4, 126.2.b) y 129.3 del citado Reglamento de Servicios, que consagran
claramente esta flexibilización del contrato, al establecer una equivalencia entre el término de la
concesión, la amortización de inversiones y la obtención de un razonable beneficio industrial por
el concesionario. En atención a lo dispuesto en estos preceptos la equivalencia de las prestaciones
exige que, cuando la Administración obliga al contratista a la realización de nuevas inversiones
mediante el ejercicio del "ius variandi", el contratista tenga derecho a la prolongación del plazo
para la amortización de la inversión, y podría igualmente admitirse la posibilidad de que el
concesionario solicite la prórroga de la concesión cuando, justificadamente, acredite la necesidad
de la misma para asegurar el equilibrio económico-financiero del contrato.
Y que cuando la Ley impone unos condicionamientos y la Jurisprudencia los interpreta y aplica,
los está situando, obviamente, sobre un contrato singular, preexistente, específico y determinado,
identificado por su clase régimen jurídico, regulador de su causa, objeto y contenido obligacional;
es decir, lo centra y exige, sin duda alguna, sobre el contrato anterior, autónomo y concreto a
modificar. Asimismo, cuando la doctrina habla de colaboración y flexibilización, no desconoce
que el poder unilateral de modificar sólo cabe en función del interés público y demás postulados
que justifican la actividad administrativa proyectados todos ellos sobre ese contrato en particular
a variar.
Mas en el supuesto consultado, la obligación de financiar de la concesionaria derivaría de un
nuevo acuerdo de voluntades con el Ayuntamiento, que comprendería, por parte de éste, la carga
de producir la transformación ampliatoria del término de vida del contrato de concesión
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administrativa, lo cual supondría la celebración y existencia de un nuevo contrato y la
desnaturalización palmaria del ejercicio del "ius variandi" en que se traduciría la actuación
administrativa sobre la articulación obligacional de la relación contractual de referencia. Aunque
las partes pretendan estructurar en un solo contrato el negocio complejo o mixto propuesto, la
realidad es que se trataría de una nueva relación contractual, corroborando así la ausencia de
auténtico interés público que justifique el cambio e incremento en el término de vida del contrato
de concesión, contemplado en su más propio, estricto y natural sentido, régimen jurídico,
naturaleza y marco de las prestaciones económico-financieras que lo caracterizan, como impone
la concepción legal de la prerrogativa invocada. Además, la obligación de amortizar la
financiación que el contratista asumiría, corresponde a la de un contrato ajeno a la concesión; de
donde sigue que no se trata de unas inversiones derivadas del ejercicio del "ius variandi", sino de
la utilización de éste para la financiación precedente de otro contrato distinto.
Con la misma óptica, teniendo en cuenta que el tan citado contrato de concesión tiene por objeto
la gestión de servicio municipal de aguas y su saneamiento, para lo que el Ayuntamiento puso a
disposición y uso temporal del concesionario las instalaciones que conformaban la
infraestructura actual del servicio, -con carácter reversible las esenciales e irreversibles
determinados útiles o accesorios con abono de su valor, y concretas previsiones en cuanto a la
conservación, pero sin llegar a contemplar una renovación v mejora del calado e importancia de
la que ahora se propone-, cabe apreciar que tampoco concurren, al presente, necesidades o causas
que impongan la sola ampliación temporal de aquel contrato en vigor. Confirma este aserto que
en lo propuesto no aparece adición o proyecto alguno relacionado con los efectos económicos que
puedan derivarse en su día, llegado el caso y momento, de una eventual sustitución de las
instalaciones actuales y entrada en uso de las que ahora se trata de proyectar, lo que supondría
ciertamente la implantación de una nueva situación y la necesidad de un nuevo tratamiento
jurídico que la regule, de no quedar garantizado por el contrato vigente, para cuya concesión el
ordenamiento concede a la Administración interesada atributos suficientes y a ambas partes
garantías adecuadas para todos sus derechos e intereses legítimos; circunstancia que no escapa a
la atención de la concesionaria, vistas las reservas que contiene su oferta sobre la modificación en
los gastos de explotación con las nuevas infraestructuras y con el nuevo sistema de tratamiento de
agua por ósmosis inversa.
El negocio jurídico proyectado, en toda su amplitud y complejidad, ya sea un contrato atípico,
oneroso y sinalagmático, o la donación dineraria, desde luego onerosa y sub-modo, que se atisba,
-respecto a la que no existe base suficiente para comparar la aportación en metálico de la
concesionario y la cuantificación real de la obligación o gravamen que representa para el
Ayuntamiento- y que, desde los efectos derivados de una relación jurídica distinta habría de
materializarse en la modificación unilateral del anterior contrato de concesión, llevaría consigo,
como ya se ha dicho, la desnaturalización de la prerrogativa del "ius variandi" aplicable sobre el
contrato anterior y desplazaría las valoraciones sobre interés público y causas determinantes a un
marco jurídico y obligacional muy diferente, respecto al propio, natural y característico del
contrato precedente al que debe circunscribirse, eludiendo al mismo tiempo la substanciación del
procedimiento de contratación adecuado y las exigencias de los principios esenciales sobre la
materia que debe garantizar.
Y todo ello sin necesidad de considerar a fondo la posible condición de someter el nuevo contrato
al caso de que se adjudiquen a la concesionaria el proyecto y ejecución de las futuras obras de
renovación, mejora y saneamiento de las instalaciones, porque ese extremo no figura en los
términos de la consulta, si bien parece subyacer en el expediente y el dictamen profesional
aportado alude a ella en su enunciado, aunque ciertamente pueden haber sido tachados los
términos correspondientes. En caso afirmativo, vendría a evidenciar la significación del interés
particular del contratista como básico de lo convenido, y no serviría para desvirtuar la
argumentación anterior, toda vez que, por una parte, el contrato de obra sigue siendo diferente al
de concesión administrativa y, por otra, la compleja relación contractual propuesta, sometida a un
hecho futuro e incierto, por probable o posible que pudiera ser, pugna con la certeza y seguridad
que los presupuestos de toda modificación unilateral.
En mérito de lo expuesto, vistos los términos de la consulta y antecedentes que obran en el
expediente, el Consejo Consultivo de Castilla-La Mancha es de dictamen:
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"Que la modificación unilateral del contrato de gestión de servicio público, en su modalidad de
concesión administrativa, a que la consulta se contrae, no resulta ajustada a Derecho".
Este es nuestro dictamen, que pronunciamos, emitimos y firmamos en el lugar y fecha indicados
en el encabezamiento.
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