Discurso del secretario general adjunto, Ángel Acebes

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Discurso del secretario
general adjunto,
Ángel Acebes
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1, octubre, ´04.- Es de estricta justicia que mis primeras palabras al presentar
este informe de gestión sean de agradecimiento.
En primer lugar a Mariano Rajoy, que me ha dado su confianza y afecto para
cumplir la tarea por la que ahora os rindo cuentas.
En segundo lugar, a Javier Arenas, a quien han correspondido las
responsabilidades de la secretaria general hasta el pasado año, habiendo realizado una
tarea formidable al servicio del Partido, con la entrega, la generosidad y el acierto que le
caracteriza. Gracias, muchas gracias Javier.
También a todos los que, calladamente, con mayores o menores
responsabilidades han hecho posible, con su trabajo inagotable y desinteresado, que el
Partido sea hoy, sencillamente, la mayor organización democrática de España.
Y, en fin, a todos vosotros, que representáis en este XV Congreso a tantos miles
de personas de nuestro Partido, y también, como olvidarlo, a los centenares de miles de
españoles que esperan que el Congreso sirva para que reafirmemos y actualicemos,
todavía con más fuerza, más entusiasmo y más entrega, el proyecto de libertad, de
bienestar, de progreso y de honestidad que hemos puesto al servicio de la sociedad y que
vamos a fortalecer para ser todavía más útiles a todos los españoles en el inmediato
futuro.
Estoy seguro de que en este largo fin de semana vais a concluir una tarea
excelente, mostrando a España una vez más el modo de entender la política que
caracteriza al Partido Popular. Gracias por vuestro trabajo, por vuestra impagable
colaboración y por vuestras aportaciones.
Este es el primer Congreso que celebramos tras la salida del Gobierno de España,
después de ocho años muy fructíferos, y tras haber renovado, como consecuencia de las
últimas elecciones municipales, autonómicas y europeas la confianza de los ciudadanos
en innumerables instituciones y en el Parlamento Europeo.
Han pasado muchas cosas desde el último Congreso y quiero daros cuenta de las
más relevantes con toda claridad.
Desde enero de 2002, el Partido ha afrontado seis procesos electorales, todos
ellos en un ambiente de creciente dificultad, muy vinculado al avance del “pancartazo
socialista” en sus diversas manifestaciones, unas más radicales que otras, luego
reconvertido al diálogo modélico, incluso entre civilizaciones, y al no menos modélico
talante.
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No me detendré en los insultos y descalificaciones personales, agresiones de todo
orden, infamias, e incluso ataques a nuestras sedes o nuestros militantes que hemos tenido
que sufrir en este tiempo. Diré, tan sólo, que nunca como en esas horas ha hecho este
Partido mayor servicio a España y a nuestra democracia y mayor ejercicio de templanza,
responsabilidad y sacrificio al servicio de los intereses generales. El ejemplo que habéis
dado las mujeres y los hombres del Partido Popular nos hacen sentirnos muy orgullosos.
Y diré también que muchos que hicieron entonces bandera de la provocación no
han entendido todavía que no se trataba de un ejercicio de civismo democrático, ni de una
respuesta democrática legítima ante las actuaciones más o menos afortunadas del
Gobierno, sino de una práctica patológica y perversa de la política, que repudiamos
entonces y que vamos a seguir repudiando y combatiendo, con la fuerza y la limpieza de
nuestras ideas y con el método democrático.
En semejante escenario se celebraron las elecciones municipales y autonómicas
de mayo de 2003. A pesar del ambiente, presentamos 7.401 candidaturas, cubriendo más
del 91% del censo electoral, y superando en 317 al PSOE.
En el País Vasco doblamos el número de candidaturas del año 95, cubriendo el
98% del censo electoral. Pero, sobre todo, tuvimos la gran alegría de poder concurrir por
primera vez a unas elecciones sin la participación del brazo político de ETA. En
aplicación de la Ley de Partidos que impulsamos un año antes, Batasuna, con todos sus
numerosos rostros, fue declarada ilegal y disuelta por unanimidad por el Tribunal
Supremo.
Qué formidable sensación, queridos amigos, la de ver a nuestros compañeros en
el País Vasco votando y siendo elegidos en su primera elección sin papeletas de los
asesinos. Cuantos nombres nos vinieron en esas horas al corazón; nombres de hombres y
mujeres que hoy, como en cada Congreso, vuelven especialmente a nuestro recuerdo y a
nuestra pena más íntimos y más profundos. A ellos, a sus familiares y amigos, y a los
compañeros que hoy seguís en la misma lucha por la libertad, os digo que hemos
conseguido celebrar en la tierra vasca elecciones sin verdugos, que hemos hecho todo lo
que sabíamos y podíamos para terminar con ETA y que vamos a seguir haciéndolo,
estemos donde estemos, luchando desde la Ley contra todo tipo de terrorismo.
Algunos confiaban en que los desórdenes, los hostigamientos y la intimidación
desplegados en toda España, tendrían un reflejo electoral. Pero se equivocaron
completamente porque los ciudadanos respondieron a tanta desmesura con su voto en las
urnas, y depositaron nuevamente en nosotros un enorme caudal de confianza y el Partido
Popular obtuvo un resultado sobresaliente, ganando las elecciones.
Es así que, gracias al apoyo de millones de españoles obtuvimos 23.615
concejales, 391 más que el PSOE, gobernando numerosos municipios grandes y
pequeños, y gobernando en 9 de 13 Comunidades Autónomas y en Ceuta y Melilla. Hoy,
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frente a las graves incertidumbres abiertas por el nuevo gobierno socialista, estas
Comunidades constituyen la verdadera esperanza para miles de ciudadanos
justificadamente preocupados por su sanidad, su vivienda, o la educación de sus hijos,
entre otras muchas cosas.
En una de ellas, la de Madrid, se vivió, como recordaréis, un episodio
particularmente revelador. Nuestra Presidenta, Esperanza Aguirre, ganó las elecciones.
Pero como en tantos otros sitios de España, se formó una coalición para evitar un
gobierno Popular. Las intrigas y el reparto de poder de los coaligados generó, sin
embargo, un enfrentamiento y una disidencia bochornosos, que provocó un grave daño
institucional. Acentuado por la apariencia que quisieron crear, con comparaciones incluso
con golpes de estado, de que la culpa de su propio disparate era, naturalmente, y como
siempre de los demás, en especial del Partido Popular.
Los jueces, una comisión de investigación en la Asamblea de Madrid, y, sobre
todo, los madrileños en una segunda elección, pusieron a cada cual en su sitio, otorgando
a quien debía tenerlo el alto honor de presidir esta Comunidad.
El otoño pasado hubo otras elecciones que fueron muy significativas, las
elecciones al Parlamento de Cataluña. Brevemente os recordaré que nuestro Partido
obtuvo un 33% más de votos y avanzó en número de Diputados.
No hace falta que os recuerde que entre la primera y la segunda elección de
Madrid, el hombre de palabra que cumplió todos los compromisos que había contraído
con los españoles, José María Aznar,
nuestro presidente durante estos años
extraordinarios, cumplió también a carta cabal su promesa de no perpetuarse en el poder.
Hasta el último minuto, insistieron quienes no acostumbran a cumplir sus compromisos
en cuestionar lo que no son capaces de entender, ni menos de practicar. Luego se han
esmerado en devaluarlo con una bajeza que, cuanto más perdura, más engrandece el
valor del gesto y la talla de la persona. Mal que les pese, el hecho está ya en las páginas
de los libros de historia para orgullo de su protagonista y de este Partido y como guía de
comportamiento democrático, radicalmente opuesto a la demagogia de baratillo que nos
invade.
Con el apoyo, la confianza y la satisfacción de todos, Mariano Rajoy, un gran
líder, un extraordinario político con mayúsculas, asumió entonces la Secretaría General
del Partido y la candidatura para afrontar las elecciones generales, con legítimas
expectativas de triunfo, confirmadas por todas las encuestas hasta la horrible matanza del
día 11 de marzo.
Como resultado de las elecciones celebradas el pasado 14 de marzo, hoy no
estamos en el gobierno de España. Hemos repetido con insistencia que aceptamos sin
reservas el veredicto de las urnas. Pero sabemos, como reconocen hasta en las encuestas
del Señor Rubalcaba la mayoría de los españoles, que la fructífera etapa de gobierno
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iniciada en 1996 se ha interrumpido de forma abrupta en unas elecciones afectadas por el
atentado más grave de la historia de Europa. Una circunstancia extraordinaria que va
mucho más allá de las causas habituales que suelen confluir en la alternancia de mayorías
y de gobiernos.
De hecho, ya expliqué en el Congreso de los Diputados que el atentado del 11 de
marzo, por su dimensión, que ha afectado a tantas vidas, por el momento buscado para
producir la conmoción, y por sus efectos políticos evidentes, que incluyen un cambio en
la mayoría de Gobierno, ha provocado un antes y un después en nuestra historia moderna.
No hace falta enumerar aquí todo lo que los días 11 a 13 van a suponer para la
democracia española. Pero debe quedar muy claro el contraste clamoroso de
comportamientos.
Tras el atentado, el Gobierno de la Nación, entonces del Partido Popular, actuó
con honestidad, pensando en las víctimas y en sus familias, a los que enviamos nuestro
recuerdo, afecto y solidaridad, y en la seguridad de los españoles, sin regatear ningún
esfuerzo. Y mientras el Gobierno gestionaba la mayor tragedia de la historia de España,
en un atentado terrorista, otros hacían cálculos electorales y desarrollaban una campaña
para socavar la fiabilidad del Gobierno, explotando la sacudida emocional provocada por
el atentado y multiplicando temeraria e irresponsablemente las dificultades ya muy graves
de ese momento.
Llegaron a acusarnos de todo, de mentir, de ocultar pruebas, de presentar a S M
El Rey decretos de suspensión de las elecciones, de golpes de estado o de inmediatas
medidas extraordinarias de emergencia como la supresión de autonomías o las
detenciones masivas.
Todo era falso y se propagó insidiosamente a sabiendas de que era falso. “España
-concluyó el Sr. Pérez Rubalcaba, el mismo día de reflexión- no se merece un Gobierno
que mienta”. El Gobierno no mentía, pero hubo quienes consideraron esencial en una
estrategia electoral contra el reloj, sembrar todas las dudas e infamias posibles y aún las
imposibles sobre nuestro comportamiento. Y con el SMS, el pásalo, enviado incluso
desde organismos oficiales, el quién ha sido o la condena de la guerra de Irak,
convocaron a cientos de personas en la calle y ante nuestras sedes, violentando de forma
increíble el día de supuesta reflexión electoral.
En todo caso, no puedo dejar de resaltar el emocionante apoyo proporcionado
por casi 10 millones de españoles, en las circunstancias más difíciles que imaginarse
puedan y el estímulo que nos siguen brindando para que sigamos trabajando por
establecer la verdad. Nunca tendremos capacidad bastante para agradecerles su confianza.
Tras su inesperado triunfo electoral, pretendieron nuestros adversarios que las
inmediatas elecciones al Parlamento europeo supusiesen una confirmación algo más
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airosa de su exigua y frágil supremacía. Pero, nuevamente, en las condiciones más
adversas para el Partido Popular, tras un impresionante esfuerzo de todo el Partido,
dirigido con gran acierto por Mariano Rajoy, y una magnífica campaña electoral
encabezada por Jaime Mayor, los ciudadanos nos reiteraron masivamente su apoyo,
provocando un resultado electoral de práctico empate, allí donde normalmente podía
esperarse una importante derrota, nacida del lógico desánimo y la inevitable frustración,
particularmente explicable en este caso.
Con toda certeza, lo mas valioso que yo puedo transmitiros en este balance es,
sencillamente, que ni el desánimo ni la desesperanza tienen cabida alguna en esta
organización. Hemos conocido en nuestra historia, días felices y días de preocupación,
pero nuestra gente siempre ha estado ahí, dando la cara, asumiendo cualquier
responsabilidad, trabajando para mantener el proyecto Popular y el compromiso con la
sociedad cada vez mas vivos y mas fuertes.
Y os puedo asegurar que hace falta una fortaleza y una solidez muy fuera de lo
común para encajar el golpe de marzo y proponer en mayo a los electores, a nuestros
propios simpatizantes y votantes, un panorama ilusionante y creíble, capaz de movilizar
al electorado y de recabar y recibir lo que, en definitiva, ha sido el gran apoyo del 25 de
mayo.
Quienes han ganado las elecciones autonómicas o municipales, quienes han
conseguido el aval de 10 millones de ciudadanos en las elecciones generales, quienes han
propiciado el excelente resultado en las últimas elecciones europeas, quienes han
sostenido este Partido firme y bien firme en días muy complicados, son cada uno de los
interventores, apoderados, más de 120.000, representantes, responsables de voto por
correo, miembros de comité de campaña, pegacarteles, organizadores de actos,
responsables de megafonía y demás oficios de muy mal vivir y menos dormir, que se han
dejado la piel, algunos literalmente, en el empeño.
Ellos son el único secreto de la fortaleza tremenda del Partido Popular. La única
explicación de que, en un Congreso que se celebra tras haber salido del Gobierno de
España, se respire esperanza y compromiso, ganas de acertar, de encontrar y corregir los
errores y ganas de trabajar, para poder ofrecer desde hoy mismo a la sociedad española un
panorama mucho más alentador y una alternativa mucho más segura y fiable que las que
proporcionan un Gobierno de opereta y la asociación de los señores Zapatero,
Llamazares, Maragall y Carod Rovira.
Encaramos esta nueva etapa acompañados de un especial calor y también de una
especial exigencia de millones de votantes, de millones de españoles que han vivido con
intensidad los últimos cambios políticos. Un número muy llamativo de ellos han pasado a
ser ya militantes, 21.000, tras el 14-M, tan comprometidos con nuestro empeño como los
más veteranos. Y empiezan a ser muchos también los que no habiéndonos apoyado hace
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escasos meses, nos han hecho llegar su preocupación, tras comprobar bien pronto, por
sobrados motivos, las carencias terribles y los riesgos de la nueva mayoría.
Pero lo encaramos también llenos de credibilidad, porque el legado de nuestro
trabajo pasado, bajo el liderazgo de José María Aznar, no puede ser más sólido:
Un gran Partido, que se ha forjado a sí mismo y que ha resistido con
una fortaleza extraordinaria adversidades y conmociones muy fuertes. Y la
más fructífera tarea de gobierno de la España moderna, plena de
estabilidad y de progreso. Sobre esto último no me extenderé todo lo que
podría porque lo conocéis sobradamente.
Los años de Gobierno Popular han propiciado lo que un buen cronista no afecto
al PP ha calificado, me imagino que para euforia de Rodrigo Rato, como el más
formidable progreso económico europeo desde los tiempos de la postguerra francoalemana. Con un crecimiento, sin tensiones, y sostenido de 30 trimestres, con una media
superior al 3% y un incremento de la renta que ha acercado el nivel de vida de los
españoles a la media europea en casi diez puntos. Se han creado más de 4 millones y
medio de empleos y oportunidades para nuevas empresas. Se han bajado los impuestos,
se han reducido los gastos públicos y eliminado el déficit estatal. Se ha dado un salto
histórico en inversión pública y en infraestructuras.
Se ha desarrollado la mejor y más eficaz política social de nuestra historia,
creando empleo y riqueza y fortaleciendo un sistema de pensiones que está hoy más
consolidado y garantizado que nunca. Se ha trabajado muy duro en el desarrollo de las
libertades reales. Desde el establecimiento de las bases para salir de un sistema atrasado
de enseñanza, al derecho al agua, pasando por la eliminación de zonas tradicionales de
discriminación, especialmente en lo relacionado con las mujeres, con su empleo, con la
conciliación de la vida familiar y laboral, o con su capacidad efectiva de participar en los
asuntos públicos.
Se ha avanzado de manera gigantesca en la lucha contra el terrorismo,
acorralando a ETA con nuevas leyes, con la labor excelente de las Fuerzas y Cuerpos de
Seguridad, y con mejoras impensables en la cooperación internacional.
Debo recordar también el avance del prestigio de España en el mundo y de su
credibilidad internacional. De hecho, la imagen de España ha sido hasta hace bien poco
un fervor de realidades, de iniciativas, de palas mecánicas en las periferias de las
ciudades. Tenemos los consumidores, los ahorradores y los turistas más entusiastas de
toda Europa. Empresas con una creatividad y una capacidad estratégica extraordinarias.
Y todo ello fruto de un trabajo común bien encauzado, de una voluntad
modernizadora imparable, de un trabajo dirigido al máximo bienestar. Y de una política
sencillamente razonable, seria y reformista.
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Desgraciadamente, aunque han pasado pocos meses desde que dejamos el
Gobierno, muchos de estos logros y otros tantos que no puedo citar con detalle, empiezan
a diluirse, cuando no a entrar en riesgo grave de desaparición.
Lo cierto es que tras los resultados electorales, el 18 de abril de 2004, Rodríguez
Zapatero formó un Gobierno con dos rasgos muy acusados que en estos cinco meses han
marcado la política nacional: debilidad y radicalismo.
DEBILIDAD
La minoría socialista está en manos de los nacionalismos excluyentes por una
doble vía. Por una parte, por la dependencia de los Grupos Parlamentarios que
le han dado su apoyo para la investidura.
Por otra, porque el PSC es un partido ajeno a la disciplina estatal del PSOE, que
ha renunciado a ser un partido nacional, lo que le debilita extraordinariamente y
crea una nueva dependencia interna. Conviene no olvidar que el tripartito catalán
depende de Carod, y que el PSC antepone la estabilidad del tripartito catalán a
la estabilidad y solidez del Gobierno de Zapatero y a los intereses de España.
RADICALISMO
Zapatero ha llegado al Gobierno con tal hambre de poder que las purgas políticas no se
han hecho esperar y apenas quedan cargos de responsabilidad en la administración, las
empresas o los medios de comunicación públicos, que se hayan librado del relevo, en
contra del espíritu y las letras de nuestras normas reguladoras de la función pública y de
su propio programa electoral.
Zapatero detrás de su sonrisa amable y de su imagen tranquilizadora, esconde un
revanchismo sin precedentes desde la restauración democrática.
Entre otras las características de este radicalismo son:
1.- La recuperación del recuerdo de la discordia civil. Tanto en la campaña electoral,
como después de formar Gobierno, el espíritu del 78 esta siendo sustituido por la
incitación a recordar el 36, fomentando incluso con iniciativas institucionales, el recuerdo
del escenario que desembocó hace 70 años en una guerra civil.
2.- La ocupación de la Justicia, cambiando las reglas de juego a mitad de partido
para que no se realicen los más importantes nombramientos de Jueces y
Magistrados, sin la autorización del PSOE y los partidos nacionalistas e
independentistas, destrozando la división de poderes en un auténtico atentado a
la democracia.
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3.- El acoso a la Iglesia. Del que cada día nos trae un nuevo capítulo, sea de amenaza o de
descalificación.
4.- El linchamiento de Aznar y del Partido Popular.
Gobernar, para Zapatero y su gente, consiste en buscar o inventar algo con
que culpabilizar a Aznar y al Partido Popular aunque sea con un argumento tan
salvaje como responsabilizarle de la muerte de 200 personas en un atentado.
Recuerde, señor Zapatero, que no es con el Presidente Aznar con quien se ha
practicado en España terrorismo de Estado, ni tenía que salir el Señor Rubalcaba cada
viernes a justificar y explicar la corrupción y los desmanes de su Gobierno hasta
convertirla en una de las principales preocupaciones de los españoles, preocupación hoy
desaparecida de las encuestas, gracias a 8 años de gobierno del Partido Popular.
Sepa señor Zapatero que no vamos a tolerar un día más la represión política
contra el PP, o contra todo aquello que en la sociedad no se someta dócilmente al Partido
socialista.
Los socialistas, además, manejan el miedo para frenar apoyos al PP y esto debe
saberse. Intentan atemorizar a determinados e importantes sectores sociales para restar
apoyos al PP, para aislarle, para imponer su voluntad. Este juego se ha terminado. Lo
denunciaremos cada día y tomaremos las medidas necesarias contra esta estrategia de
degeneración democrática.
Ni Adolfo Suárez, ni Calvo Sotelo, ni González fueron sometidos al
linchamiento que ahora tiene organizado Zapatero.
Cuando se llega a las responsabilidades de Gobierno en las
circunstancias conocidas, no puede extrañar que la ausencia de proyecto político
brille con fuerza, para abrir camino a iniciativas que persiguen un solo fin: borrar
de la memoria colectiva todos los logros de los gobiernos del PP en los últimos
ocho años.
Lo poco de cosecha propia que se mantiene, no resulta precisamente
una buena referencia de progreso:
- La anulación del Plan Hidrológico Nacional para sustituirlo por programas de
desaladoras, que van a contaminar aún más el ambiente.
- La sectaria reforma del sistema de nombramientos de jueces.
- Las reformas estatutarias para discriminar negativamente a la mayoría de las
Comunidades Autónomas.
- El modelo de educación de Zapatero que es la vuelta a la fracasada LOGSE en
perjuicio de la calidad y la libertad en la educación.
- La mala negociación en Europa que nos hace perder peso y que dificultará la
defensa de nuestros intereses.
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- O la ruptura de la estabilidad presupuestaria con las graves consecuencias que
tendrá para el empleo y la seguridad social.
- O que los presos de ETA vuelvan a estudiar a la Universidad del País Vasco.
En resumen, ni el mismo Zapatero se creyó las posibilidades de victoria,
y ahora recogemos las consecuencias de las circunstancias de su llegada al
Gobierno. Tenemos un Gobierno débil, con un talante radical, sin rumbo político
y dedicado principalmente a desacreditar los ocho años del Gobierno del Partido
Popular y a linchar a José María Aznar.
No es exageración, es simplemente la verdad y mientras esto ocurre,
atención, algunos nos invitan a que nosotros mismos contribuyamos al
desestimiento de nuestro proyecto político.
Qué mejor contribución a la desaparición del programa del Partido
Popular, de su ideología, de las realidades eficaces de sus Gobiernos locales,
autonómicos y de la Nación que nuestra propia renuncia. Llevamos meses
recibiendo invitaciones individuales y colectivas a abandonar nuestros principios,
a renegar de nuestros logros en aras a emprender el camino hacia el
progresismo y la modernidad, títulos, cuya expedición, se reserva, eso sí, a
nuestros adversarios.
En estos años, hemos cometido errores, claro; Tenemos cosas que
mejorar, sí. Tenemos que hacer un esfuerzo de cercanía a los ciudadanos, de
proximidad de comunicación, un partido de puertas abiertas que sirva de
interlocutor con la sociedad, sus problemas y aspiraciones. Pero sin abdicar de
nuestras convicciones y nunca, nunca en la dirección de los que buscan
divisiones internas, debilitamiento general y amnesia colectiva.
No vamos a cambiar comportamientos que nos identifican: la confianza,
previsibilidad y fiabilidad de que se cumple lo que se promete.
La coherencia de mantener un discurso nacional homogéneo, que
responde, obvio es decirlo, a un proyecto nacional, que ofrece políticas muy
claras a la sociedad sobre el modelo económico, el modelo de estado, la política
antiterrorista, el modelo judicial, etc…
La seriedad, honradez y ética de nuestras actuaciones, con un hablar claro y un
hacer limpio y un buen manejo austero de los caudales públicos y privados
Si estamos siendo capaces de transformar, modernizar y mejorar, Congreso tras
Congreso, nuestra organización, es además porque contamos con una comunidad de
personas que hace creíbles y operativos todos los esfuerzos. Y no sólo por su capacidad,
su ilusión y su entrega; también porque trabajar en equipo, sin buscar protagonismos
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individuales, es un estilo que impone, hasta sus últimas consecuencias, la renuncia a los
deseos y a los intereses particulares.
Con seguridad, este XV Congreso va a sentar sobre nuevas bases, no menos
sólidas, con el liderazgo consolidado de Mariano Rajoy sobre un partido que, firmemente
unido y con sus viejas virtudes, es plenamente consciente de la necesidad de introducir
cambios para actuar con toda la potencia posible en este tiempo de oposición y recuperar
cuanto antes la confianza mayoritaria de los españoles y que Mariano Rajoy sea en las
próximas elecciones el Presidente que España necesita.
Este partido, centrado, va a adecuar su organización, su proyecto y sus equipos
humanos, va a promover todo un programa completo de reformas de progreso real y va a
multiplicar su presencia en la sociedad y su comunicación con la misma, preocupándonos
por escuchar lo que de nosotros se demanda, y de captar y resolver las necesidades y los
problemas reales de la gente. Vamos a plantearnos nuevas reformas desde el
protagonismo de la persona y su libertad.
No olvidéis que en ningún otro momento hemos tenido mayor oportunidad de ser
útiles a la sociedad española, que en éste de confusión máxima, en el que se ponen
alegremente o calculadamente en cuestión, segun los casos, unos por su ideología
rupturista y otros por pura conveniencia de partido, hasta los fundamentos mismos de
nuestra democracia de reconciliación y consenso de los últimos 25 años. Los ciudadanos
conocen bien nuestro proyecto inequívoco de convivencia común para todos los
españoles y van a conocer todavía mejor, con toda la energía que va desarrollarse tras este
importantísimo Congreso, los proyectos que para el progreso, el pluralismo, la
estabilidad, la prosperidad y la modernidad de nuestra sociedad, vamos a hacer llegar a
todos los ciudadanos de a pie, siempre con las mismas palabras, en cualquier parte del
territorio nacional.
Finalizo, pidiendo excusas por la amplitud del informe, y os pido muy
especialmente en esta ocasión el voto favorable para la gestión del Comité Ejecutivo
Nacional y de la Junta Directiva Nacional desde el último Congreso.
Gracias a todos, muchas gracias
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