El Cuerpo En El PsicoanÁlisis - Escuela Freudiana de Buenos Aires

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"El Cuerpo En El PsicoanÁlisis"
(*) Escuela Freudiana De Buenos Aires - 2007
Osvaldo Manuel Couso
Un perro / el cual está muriendo / y / el cual sabe / que está muriendo / como un perro / y / el
cual puede decir, / que sabe, / que está muriendo, / como un perro, / es un hombre. (Erich
Fried.)
Durante un primer tiempo de su enseñanza Lacan acentuó – tal vez en exceso - la primacía
de lo simbólico. Ello dio en parte la razón a quienes le criticaron cierto descuido sobre la
cuestión del cuerpo y los afectos. Pero pienso que el nudo borromeo introduce un cambio: voy
a proponerles que uno es tres; que el cuerpo en psicoanálisis es el anudamiento de tres
cuerpos.
LO VIVIENTE
Desde el epígrafe, el poeta nos invita a pensar en un animal, ese "perro" que también somos,
del que la palabra hará surgir un hombre. "No se sabe lo que es un cuerpo viviente. "(1),
porque "... ese cuerpo se reproduce, subsiste y funciona completamente solo. No tenemos la
menor información de su funcionamiento."(2).
Un organismo viviente, un aparato, un campo enigmático, irrepresentable, cercano pero
desconocido, determinado por oscuras fuerzas biológicas, físicas y químicas que nos son
totalmente ajenas.
Esa vida de la que no sabemos nada, podemos imaginarla: "se nos presenta en ella como
algo del orden de lo vegetal".(3).
EL SÍMBOLO
Sin embargo, algo de "ese desconocido" deviene representable: "lo aprehendemos como
forma".(4).
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Lo viviente no alcanza para hacer un cuerpo: la carne es violentada por el símbolo, y sólo por
él, el hombre es hombre. (5).
El símbolo muerde la substancia, la perturba, la ensombrece de muerte anticipada, la
envuelve en la estafa de sus brillos, la vierte en los moldes de sus máscaras, para expulsarla
finalmente al exilio.
Un niño le dice a su abuelo que a veces no comprende las palabras que escucha. Trata
entonces de repetirlas y por ese esfuerzo las palabras le inflan la cabeza. El abuelo, que se
llama Jacques Lacan, dice que el niño ha comprendido qué es el Inconsciente (6): que las
palabras "entran" en la cabeza, que hablar es parasitario. No es por eso que la cabeza crece,
pero es un error que no carece de lógica: para el niño las palabras que "entran" originan
modificaciones en su organismo y de ellas dependen las características de lo que él considera
que es su cuerpo.
Esas palabras que entran en la cabeza son también ellas mismas un cuerpo, una materialidad
sonora, una textura, un espesor que incluye una dimensión temporal. (7). Lo simbólico es un
cuerpo, una organización que se constituye como sistema, con sus propias relaciones internas
y determinaciones.
La articulación del lenguaje y el cuerpo vivo es la tormentosa puesta en contacto de dos
sistemas heterogéneos. El término "intimación" (8) es una de las metáforas que Lacan
produce para connotar la acción de la palabra sobre el humano. Remite (en una acepción
física) a la introducción, por las porosidades de un cuerpo, de otro cuerpo que ejercerá una
influencia o autoridad sobre el primero.
Ese cuerpo de lo simbólico posibilitará a su vez "otro" cuerpo, el imaginario, esa forma que es
lo único que tendremos para captar algo del cuerpo real. ¿Cómo se alcanza a aprehender
como forma al organismo viviente?
EL UNO
En una biología desordenada e inmadura, donde desde diversos puntos pulsan tendencias,
sensaciones y dolores de manera anárquica y despedazada, el significante unifica: introduce,
organiza en la mente, la idea de la unidad. Sólo por eso, en tanto hablantes, podemos decir,
sentir y creer que "tenemos" un cuerpo.
La madre hace falo al niño, lo yergue, lo erecta cada vez que lo alimenta, lo mece o lo abriga.
El niño ingresa en la alienación por doble vía: recibe del Otro tanto una significación como una
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imagen de su ser. Ellas permiten incorporar la idea de una unidad, al precio de pervertir para
siempre el entendimiento: el sujeto cree que él es lo que la imagen y la significación
(provenientes del Otro) le certifican.
El cuerpo es percibido en el exterior, en el espacio virtual del espejo. Sin embargo, existe para
el humano la posibilidad de conectar la imagen que se percibe visualmente, con las
sensaciones perceptivas que provienen del cuerpo real. La experiencia propioceptiva,
sostenida por el sistema neurológico real, posibilita una conexión entre la imagen que se
percibe y las sensaciones.
Ello abre a lo que está más allá de lo aparente. Se sabe así que además de la imagen, hay un
espacio real que está por fuera de ella. El sujeto advierte que cada cuerpo no es sólo una
imagen, una figura de dos dimensiones, sino que incluye el cuerpo real. Esa inclusión del
cuerpo real (que como tal no está, escapa, "le falta" a la imagen), esa articulación de lo que se
presenta en la imagen, con lo que en ella no puede presentarse, es lo que permite diferenciar
real e imaginario.
El cuerpo real "no entra" en la imagen, pero sí tiene una representación imaginaria para el
sujeto. Representación que, de ese modo, incluye tanto la imagen como lo que en ella falta.
Ese es el cuerpo que escribe Lacan en el anillo de lo imaginario (9): la representación del
cuerpo, que incluye el yo y el ego. El yo es la unificación anticipada e ilusoria de un sujeto que
se constituye en el desconocimiento de "creer ser" la imagen que está recubriendo su cuerpo
real. El ego es la idea, el "sentimiento de sí" (10) que tiene el hombre. Aunque Lacan lo toma
irónicamente, puede resultar útil para pensar que no sólo se trata de la imagen, sino de la
articulación con lo que en la imagen está excluido: el cuerpo real.
Perdido el organismo y organizada una representación, el cuerpo real queda como lugar vacío
más allá de toda inscripción. Y sin embargo, desde su exclusión soporta lo más íntimo, lo más
propio, lo más singular de cada sujeto.
LA PÉRDIDA DE GOCE
Además de la unificación, el significante va a operar una esencial pérdida de goce. El lenguaje
mata y ausenta la cosa al representarla. El Otro nombra y con ello intima al viviente a decir y a
decirse, a entrar en el desfiladero de la palabra. El lenguaje (como la fórmula de la pulsión
escribe) pervierte la aspiración de goce: la fuerza a convertirse en demanda, en discurso y en
vínculo social. "Conversión" (siempre fallida e insuficiente) que pasa por el tamiz de "lo que
debe pedirse".
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Así, cada demanda será tanto el resultado de ese pasaje, como un mito de origen: el supuesto
de un goce anterior, para siempre perdido.
El cuerpo real pasa a ser tanto el manantial de donde surge y prolifera el goce, como el
territorio que ha sido "vaciado" del mismo.
Lo que de goce no se pierde, se "recupera" (parcialmente) en una circulación obligada por el
campo de las imágenes y las palabras, organizado por el intercambio de demandas y
respuestas a las demandas entre el sujeto y el Otro. Queda así marcado de límites, de
renuncias y de topes, entrampado en un mercado de intercambios y transacciones.
De un goce supuestamente ilimitado, sólo quedan los objetos del fantasma, sustitutos
decepcionantes (porque no recuperan lo perdido), que tanto satisfacen como in-satisfacen, por
el amargo sabor de pérdida que su gusto no desmiente.
En definitiva, el cuerpo es un efecto hecho en la carne viviente por la palabra que lleva al
intercambio de las recíprocas demandas.
Pero si para salvar la vida se entregó la bolsa, no se termina de llorar la pérdida, ni de intentar
recuperar lo perdido.
Esa nostalgia es la que hace que al contemplar un lactante que se duerme cuando ha
terminado de mamar, surja la idea del reposo en un goce cerrado sobre sí mismo, se imagine
un cuerpo como puro organismo de goce.
La experiencia de satisfacción freudiana, tanto permite imaginar un cuerpo en goce "antes" del
significante, como acentuar que ella deja una inscripción, una huella. Desde entonces la
satisfacción de ese cuerpo sólo será obtenida a partir de esas marcas.
"No hay imagen que nos afecte que no recuerde los gestos que nos hicieron"... (...)..." el
hombre es una mirada deseante que busca otra imagen detrás de todo lo que ve." (11).
Un cuerpo sólo es humano en tanto soporta, como un pergamino, las inscripciones simbólicas
del sistema de transacciones que cambian goce por palabra. Lo simbólico es una máquina
que escribe tatuajes invisibles, cifras del goce perdido, vías por las que necesariamente el
sujeto deberá encarrilar su búsqueda de satisfacción. Como dice Scott Fitzgerald: "Así
remamos, botes contra la corriente,
arrastrados de regreso incesantemente al pasado."
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No sólo tal repetición no reencontrará lo perdido sino que, además, encontrará la pérdida que
el pasaje de goce desde el cuerpo al significante implica: entre la experiencia de satisfacción y
la satisfacción alucinatoria hay una diferencia en menos, una pérdida de goce en relación con
una supuesta satisfacción primera y total. Así, el significante articula pérdida y nostalgia por un
goce que no se tuvo.
Vaciamiento y nostalgia son condiciones para que el sujeto busque algo que "está por fuera"
para satisfacerse. Ellas son estructurales y estructurantes: sólo por ellas habrá búsqueda
libidinal del objeto y satisfacción.
El complejo de Edipo nos lega la idea que sólo la renuncia a la madre posibilita acceder a las
otras mujeres del mundo. Se incorpora una ley que prohibe un goce, que lo desplaza, que lo
estira en una promesa futura.
Entonces: un goce anterior y otro posterior al significante. Mítico el primero, limitado el
segundo. La palabra saca al goce del cuerpo, crea el mito de un paraíso perdido, da cuerpo a
un nuevo goce, y toma luego a su cargo dejarlo pasar reguladamente, para "gozar lo menos
posible".(12).
La palabra es un camino que extravía, que lleva al exilio en la realidad, donde cada cosa es
sólo un nombre que nombra antes que nada la pérdida originaria.
De ese supuesto tiempo primero hacemos mitos: la pulsión de muerte freudiana, voluntad de
destrucción, de ataque al significante, de rechazo a la exigencia de hacer pasar el goce a la
cadena, anhelo de retorno al paraíso perdido, a la nada originaria, para volver a empezar.
Otro mito lo subraya Lacan en Freud: la Cosa, "aquello de lo real primordial que padece por el
significante"(13). Pérdida originaria, real puro, anterior a la simbolización que le dará una
nueva forma de existencia, núcleo de imposibilidad que es a la vez lo más íntimo y lo más
inaccesible para el sujeto. Asiento de un goce ilimitado, de satisfacción plena, de abolición de
la falta en ser y de toda tensión diferencial. Punto absoluto de partida y de llegada del deseo,
en suma Nirvana, muerte, destino final de toda vitalidad.
Lo decisivo es que La Cosa (como la madre) están prohibidos para el hablante.
LOS OBJETOS
El intercambio entre el sujeto y el Otro, por el que el goce es "apalabrado", se ubica
fundamentalmente en torno a los agujeros del cuerpo. Allí se recortan los objetos que median
entre el sujeto y el Otro: seno, voz, mirada y heces. Objetos de los que el niño deberá
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desprenderse, por lo que se constituyen en símbolos de la originaria pérdida de goce, a la vez
que en ellos se localiza la satisfacción libidinal.
A la pérdida de goce que marca el cuerpo se la compensa (sólo en parte), con un consuelo,
con una recuperación de goce que está fuera del cuerpo, en esos objetos recortados. Lo único
que subsiste como goce es la satisfacción pulsional, donde se articulan las marcas
significantes (que trazan el camino por el que el goce circulará de ahí en más), lo que queda
del goce perdido y un cambio de localización: de localizado en el cuerpo el goce pasa a fuera
del mismo.
UN CUERPO ES TRES CUERPOS
Dicho sintéticamente, el cuerpo simbólico modifica al cuerpo viviente, básicamente, en cuatro
aspectos: introduce una esencial pérdida de goce. Inscribe marcas que cifran el goce, y trazan
las vías para la repetición, por donde éste circulará. Introduce el Uno de la unidad y de la
unificación. Luego de la unificación, "despedaza" nuevamente, cortando los objetos que caen
de los agujeros del cuerpo. Despedazamiento que cambia la localización y articula la
recuperación del goce.
El cuerpo real se pierde, queda fuera de lo imaginario (sin consistencia) y de lo simbólico (sin
palabras). Sin embargo, soporta desde su exclusión la "imagen confusa" (14) del cuerpo que
creemos tener, sostiene al yo y también al ego (el sentimiento de sí mismo). Es decir que aún
excluido, permanece anudado, articulado como soporte de lo más propio del sujeto.
A la vez, determina en el saber que porta el significante, un no-saber: Lacan dice del
Inconsciente que es un saber ligado al significante, organizado alrededor de un no-saber
ligado al cuerpo. (15).
Si bien el significante condiciona la pérdida de goce, esa sustancia gozante que es el cuerpo
posibilita, al articularse con los objetos que el significante recorta, las recuperaciones que
Lacan llama plus-de-goce, verdadero arrancamiento a la necesidad de energía pulsional.
También determina la idea de un goce supuesto "total" que condena a la nostalgia (será para
siempre inalcanzable), pero posibilita toda búsqueda, en la pretensión neurótica de unificación
y totalización del goce.
Así, el desgarro inaugural que la palabra corta, cicatriza un ser de ausencias y nostalgias.
Arrancado de supuestos paraísos, el sujeto se precipita y se extravía entre espejismos. Herido
hasta la médula, sus búsquedas desesperadas se niegan a aceptar que el pasado (... que no
fue) se pierda definitivamente.
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Lo simbólico "otrifica" al cuerpo. El organismo viviente queda entretejido por las hebras que lo
desnaturalizan. Como invadido por un parásito, es capturado e infiltrado: sus miembros, sus
movimientos, su piel, sus bordes, devienen pantalla para las inscripciones, reservorios de una
historia y un deseo fundadores. Pierden sus condiciones naturales, dicen y callan mensajes
cifrados, muestran y ocultan la voluptuosidad de las demandas, las oscuras satisfacciones que
buscan en el Otro.
Tenemos entonces:
* El cuerpo de lo simbólico.
* El organismo vivo en que lo simbólico parasita y que deviene cuerpo real.
* El cuerpo que creemos tener: la imagen del cuerpo, y la idea de sí como cuerpo.
Un cuerpo es el anudamiento de tres cuerpos.
PARA FINALIZAR
Clínicamente, el cuerpo se presenta como pregunta abierta a quien quiera - por ella - dejarse
interrogar.
En los mejores casos, cuando la estructura es neurótica, a pesar del pasaje de goce del
cuerpo al significante, algo de ese goce retorna, enquistado como un grano de arena a cuyo
alrededor el significante precipita las letras que escriben un mensaje enigmático, cifrado, en
clave. El síntoma es la piedra preciosa cuya magia puede abrir un interrogante y cuestionar al
cuerpo imaginario en su completud (que sin embargo está conservada). El cuerpo significante
de las neurosis es así la superficie que porta ese mensaje-interrogante.
Al articular la substancia a la significación, el síntoma neurótico goza y habla. Pero no siempre
lo encontramos. También puede darse el déficit brutal de las inscripciones y la unificación, que
hace el cuerpo sin nombre de las psicosis. Camino sin balizas, injuria en carne viva, espacio
de mutilaciones, dolor, despedazamiento y otros espantos indecibles.
En otros casos, aparece un cuerpo segmentado. El déficit de recubrimiento de la significación
fálica, deja al descubierto la carne corroída, incrustada, marcada a fuego por el deseo del
Otro. Horror sordo y mudo que afecta sólo un sector: comarca abandonada, territorio sin Ley,
el borde del órgano afectado o la misma piel, dibujan un precario límite del goce.
También se da el caso en que por un cortocircuito se elude la dimensión del Otro y del falo, se
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esquivan las inscripciones y se burlan las vías que el significante tiende: cuerpo-laboratorio de
las adicciones, máquina metabólica dedicada a alquimias oscuras e incontrolables.
Aún incompleto, el listado justifica que nos preguntemos qué es el cuerpo para el
psicoanálisis...
BIBLIOGRAFÍA
1. Jacques Lacan: El Seminario, Libro XXIV: "L’insu que sait de l’une-bevue saile a mourre".
Inédito, clase 8-3-77.
2. Jacques Lacan: "Conferencias en las universidades de los EEUU". Inédito.
3. Jacques Lacan: "La Tercera". En "Intervenciones y textos 2", Ed. Manantial, Bs. As., 1993,
pág.93.
4. Ibid. de 2.
5. Jacques Lacan: "Función y campo de la palabra y del lenguaje en psicoanálisis". En
Escritos I, Siglo veintiuno editores, México, 1971, pág. 96.
6. Ibid de 1.
7. Jacques Lacan: El Seminario, Libro V: "Las formaciones del Inconsciente". Ed. Paidós, Bs.
As., 1999, pág.17.
8. Ibid de 5, pág. 114.
9. Ibid de 1.
10. Jacques Lacan: El Seminario, libro XXIII "Le Sinthome", inédito. Clase del 4-5-1976.
11. Pascal Quinard: "El sexo y el espanto". Gallimard, Tucumán, 1964, pág. 71.
12. Jacques Lacan: El Seminario, libro XXI "Les non dupes errent". Inédito, clase 2.
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13. Jacques Lacan: El Seminario, libro VII "La ética del psicoanálisis", Ed. Paidós, Bs. As.,
1988, pág.146.
14. Ibid. de 8, clase del 11-5-76.
15. Ibid.
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