¿Qué hacer? Problemas candentes de nuestro movimiento V. I. Lenin ¿Qué hacer? ¿Qué hacer?: Problemas candentes de nuestro movimiento por V. I. Lenin Publicado por Boltxe Liburuak en 2014 Tabla de contenidos I. Introducción ......................................................................................................................... 1 ¿Por qué editar el ¿Qué hacer? en Euskal Herria? ..................................................... ii Presentación ........................................................................................................... ii Bases teóricas en Marx y Engels .......................................................................... v Aportaciones del último Engels ............................................................................. xi Crítica, fetichismo y burocracia ........................................................................... xiv Pacifismo y socialdemocracia ............................................................................. xvii Contextualizando el ¿Qué hacer? ....................................................................... xxi ¿Qué dice realmente el ¿Qué hacer?? ........................................................... xxviii Profundizando en el ¿Qué hacer? .................................................................... xxxv Lenin, bolchevismo y burocracia .......................................................................... xli La actualidad de la revolución ........................................................................... xlvii Resumen ................................................................................................................ lii Conclusión ............................................................................................................. lvi II. ¿Qué hacer? Problemas candentes de nuestro movimiento .......................................... 57 Prólogo ........................................................................................................................ lviii Dogmatismo y «libertad de crítica» ............................................................................. 61 ¿Qué significa la «libertad de crítica»? ............................................................... 61 Los nuevos defensores de la «libertad de crítica» .............................................. 64 La crítica en Rusia ............................................................................................... 68 Engels sobre la importancia de la lucha teórica .................................................. 73 La espontaneidad de las masas y la conciencia de la socialdemocracia .................... 78 Comienzo del ascenso espontáneo ..................................................................... 78 El culto a la espontaneidad. Rabóchaya Mysl ..................................................... 81 El Grupo de Autoemancipación y Rabóchei Dielo ............................................... 87 Política tradeunionista y política socialdemócrata ....................................................... 94 La agitación política y su restricción por los economicistas ................................ 94 De cómo Martínov ha profundizado a Plejánov ................................................. 100 Las denuncias políticas y la necesidad de «infundir actividad revolucionaria» .................................................................................................... 103 ¿Qué hay de común entre el economicismo y el terrorismo? ........................... 106 La clase obrera como combatiente de vanguardia por la democracia ............... 108 Una vez más «calumniadores», una vez más «embaucadores» ....................... 118 Los métodos artesanos de trabajo de los economicistas y la organización de los revolucionarios ............................................................................................................ 121 ¿Qué son los métodos artesanos de trabajo? ................................................... 121 Los métodos artesanos de trabajo y el economicismo ...................................... 124 La organización de los obreros y la organización de los revolucionarios .......... 128 Amplitud de la labor de organización ................................................................ 138 La organización «de conspiradores» y la «democracia» ................................... 141 El trabajo a escala local y a escala nacional ..................................................... 147 «Plan» de un periódico político central para toda Rusia ........................................... 154 A quién ha ofendido el artículo «¿Por dónde empezar?» ................................. 155 ¿Puede un periódico ser organización colectiva? ............................................. 158 ¿Qué tipo de organización necesitamos? ......................................................... 166 Conclusión .................................................................................................................. 171 A. Anexo ..................................................................................................................... 174 Intento de fusionar Iskra con Rabócheie Dielo .................................................. 174 B. Enmienda para ¿Qué hacer? ................................................................................ 179 iii Parte I. Introducción ¿Por qué editar el ¿Qué hacer? en Euskal Herria? Repetir a Lenin al pie de la letra es la mejor manera de traicionarlo […] Lenin nunca se repitió a sí mismo […] es un hombre que se hace autocríticas en la medida en 1 que la realidad critica su teoría . Presentación De la mano de Boltxe Liburuak tenemos a nuestra disposición una edición vasca de este odiado y desconocido libro que lleva el título de ¿Qué hacer?, obra sin embargo admirada por quienes lo han estudiado con rigor suficiente, ubicándolo en su contexto sociohistórico e integrándolo en el proceso revolucionario mundial. Para cuando lo redactó con 32 años de edad, Lenin tenía una base teórica superior a la media de las personas que luchaban contra el zarismo aunque por imponderables históricos y políticos desconocía obras marxistas muy importantes, algunas de las cuales no llegaría a leer nunca. Una de las cosas que llaman la atención del ¿Qué hacer? y en general de toda la obra del «joven» Lenin es precisamente su capacidad para compensar esas limitaciones objetivas e insuperables en aquella época con el desarrollo de un método esencialmente marxista a pesar de las inevitables lagunas de su pensamiento. Lenin militaba en grupos ilegales con muchas dificultades para crear una visión teórica que hiciera de hilo de Ariadna a pesar de que la intelectualidad académica reformista publicaba textos abstrusos e inofensivos, tolerados en buena medida por la censura zarista. Fue en este caldo de cultivo, en medio de la represión y la clandestinidad, siempre entre debates y discusiones, en donde tras casi una década de estudios socioeconómicos y políticos, redactó el ¿Qué hacer?: aquí radica uno de los secretos de su fuerza y a la vez del odio que suscita. Las obras marxistas que delimitan las fronteras insalvables con la burguesía, han sido escritas en estas condiciones, o en peores. Mientras que la clase dominante dispone de rebaños de intelectuales asalariados «progresistas» e incluso «críticos» que fabrican las mercancías ideológicas de usar y tirar, las clases y naciones explotadas han de elaborar sus teorías y estrategias en las peores condiciones imaginables. Algo parecido sucedía medio siglo después en un contexto muy diferente. Leamos lo que dice un documento de 1968 en el que se narra el origen de ETA: En 1952 un grupo de estudiantes de Guipuzcoa y Bizkaia se reúnen en Bilbao. Absolutamente solos sin ningún apoyo, sin ninguna ayuda, se plantean el problema vasco. […] Y desde esta primera charla se exigen unos métodos de seguridad (incógnito, puntualidad, trabajo metódico, etcétera) que hoy nos parece el ABC de la organización clandestina, pero que entonces eran radicalmente nuevos en los ambientes abertzales y no solamente en los juveniles. Desde los primeros tiempos se comenzó a redactar un órgano interno EKIN (padre del KEMEN actual) para uso exclusivo de los militantes que se confeccionaba también 1 J. L. Acanda González: «Mesa redonda: Lenin», Paradigmas y Utopías, Lenin, México, nº 7, mayo/julio 2003, pp. 160-207. ii ¿Por qué editar el ¿Qué hacer? en Euskal Herria? a máquina. Por eso al principio se nos conoció «como los de EKIN» y después simplemente como EKIN. Durante los primeros cuatro años, nuestra actividad fue totalmente cerrada, de pura formación, sin ninguna propaganda y menos aún, sin ninguna acción. Nuestra actividad se centraba en crear grupos y más grupos (abiertos y cerrados) con una doble misión: 1) formación intelectual de los miembros de la organización; 2) comienzo de la creación de las bases de un movimiento vasco 2 verdaderamente clandestino . Aquí aparecen parte de los rudimentos de la teoría marxista de la organización. No tenemos suficientes datos, pero nos extrañaría mucho que aquellos estudiantes tuvieran acceso a una copiosa y plural bibliografía marxista que les permitiera disponer de un conocimiento más profundo de la problemática organizativa. Posiblemente sin saberlo, o en base a una muy pequeña base teórica, los miembros del grupo EKIN acertaron con componentes de la teoría marxista del partido. Tal vez alguno de ellos o varios leyeran el ¿Qué hacer? pero el problema radicaba, como ahora, en que este texto de Lenin solo es plenamente comprensible si se estudia bajo el prisma dialéctico de lo particular y de lo general, es decir, en su contexto histórico particular y a la vez en su contenido nuclear que permite y obliga a trascender lo particular, lo específico de la situación rusa de entre 1893-1902, incluso 1905 como fecha del salto cualitativo que no podemos detallar aquí, y a comprender el innegable aporte general del libro. Algo parecido debemos hacer, por ejemplo, con la teoría de J. Martí sobre el Partido Revolucionario Cubano escrita en 1892 en la que aun manteniéndose dentro de una 3 concepción democrático-radical se acerca a algunas tesis marxistas . Todavía más próximo está el sistema organizativo llevado a la práctica por, entre otros, Babeuf, Buonarrotti y Blanqui, representantes del comunismo utópico que defendían la necesidad de la dictadura del proletariado y de una organización clandestina que llevase a cabo la insurrección 4 revolucionaria pero sin contar apenas con el pueblo explotado . Incluso podemos retroceder hasta las sectas secretas que organizaban las insurrecciones populares en el norte de Italia, como la de los Ciompi en la Florencia de 1378, contra las 5 que solo la tortura más salvaje podía destrozar el secreto de la insurrección, aplastándola . Queremos decir que la experiencia de lucha clandestina y política más o menos organizada recorre la historia de la lucha contra la explotación desde los antiguos tiempos, como narra Tucídides sobre las tácticas represivas espartanas para acabar con la resistencia 6 clandestina de los pueblos esclavizados . Como veremos, en el ¿Qué hacer? Lenin reconoce abiertamente la capacidad del pueblo para aprender formas de lucha política clandestina más o menos efectivas ante la represión, antes de que apareciera el marxismo. En un libro de próxima aparición se expondrá con más detalle esta problemática con efectos directos sobre la capacidad no solo de lucha práctica, como es obvio, sino también sobre la capacidad de crear teoría revolucionaria que argumente el porqué de los objetivos históricos por los que se lucha. Dicho lo anterior, volvamos a los estudiantes vascos que en lo más duro de la represión franquista crearon EKIN. Podemos resumir en cinco puntos los rudimentos de la teoría de la organización que aparecen en el párrafo citado: el origen de clase de los primeros militantes, es decir, el debate sobre el «origen exterior de la conciencia revolucionaria»; la importancia de la clandestinidad; la importancia de un órgano central de lucha teórico-política; la importancia 2 «Introducción», Documentos Y, op. cit., tomo 7, p. 270. R. Valdés Galarraga: Diccionario del pensamiento martiano, Ciencias Sociales, La Habana 2012, pp. 494-497. 4 J. Bruhat: «El socialismo francés de 1815 a 1848», Historia General del Socialismo, Destino, Barcelona 1976, tomo I, pp. 390-398. 5 V. Rutenburg: Movimientos populares en Italia (siglos XIV-XV), Akal, Madrid 1983, p. 138. 6 Tucídides: Historia de la guerra del Peloponeso, Akal, Madrid 1989, p. 310. 3 iii ¿Por qué editar el ¿Qué hacer? en Euskal Herria? de la formación teórica y política; y la importancia del trabajo estratégicamente planificado. En el texto de próxima aparición veremos cómo EKIN acertó de pleno en lo básico de la teoría marxista aunque lo hiciera en sus embriones y parcialmente, y también cómo la evolución posterior de las formas tácticas organizativas desarrolló y adaptó estos puntos a la realidad vasca cambiante. Sin duda este fue uno de los grandes logros del decisivo proceso histórico que ya se está definiendo como «largo V Biltzar». Logro porque la base que recorre los cinco puntos no es otra que la teoría de la organización como instrumento decisivo para la existencia de la conciencia política teóricamente asentada. Poco después en otro documento en el que se expone brevemente el por qué, el para qué y el cómo de la revolución vasca, y tras explicarse tres normas básicas de la práctica militante en aquella época -formación, disciplina y clandestinidad- se argumentan cinco razones que demuestran la necesidad de la conciencia política, de la «politización» del militante: una, porque la no politización hace la «cabeza inmóvil y dura como las rocas»; dos, porque la no politización crea «militantes-veletas» que se dejan llevar por cualquier idea; tres, porque la no politización incapacita al militante para pasar buena información a la dirección; cuatro, porque la no politización frena la iniciativa ya que impide la formación, y «la formación nos da objetividad en grandes dosis»; y cinco, porque «el militante no politizado es mucho más peligroso que el politizado en las caídas y en los interrogatorios». En síntesis, concluye el 7 texto: «La respiración es al hombre como la politización es al militante» . Es difícil encontrar una síntesis tan exacta de partes fundamentales del ¿Qué hacer? y del pensamiento de Lenin en su generalidad. Sin profundizar ahora mucho en el enriquecimiento teórico del «largo V Biltzar» en lo que º concierne a la teoría del partido, sí debemos detenernos en el Zutik! n 65 de 1975, en el que, de nuevo, se confirma el marxismo profundo del «largo V Biltzar» en esta cuestión, es decir, integrar la teoría del partido dentro de la teoría de la revolución como práctica presente, como táctica cotidiana y no solo como estrategia a largo plazo. Efectivamente, en este Zutik! se debate con la corriente p-m escindida de ETA, y se debate sobre cómo ha de ser la organización atendiendo, antes que nada, a la previa definición del proceso revolucionario en el contexto de la época. O sea, primero hay que definir el «frente antioligárquico» que ha de aglutinar a la mayor cantidad posible de fuerzas democráticas, progresistas y revolucionarias que se oponen a la dictadura de la oligarquía franquista, y después ha de caracterizarse la organización que debe impulsarlo, y no a la inversa. Es muy significativo que la primera condición del partido revolucionario ha de ser la de poseer una teoría asentada en el 8 materialismo dialéctico . Al margen de las grandes diferencias espacio-temporales que separaban a los reducidos y débiles grupos bolcheviques de 1902 de los débiles y reducidos grupos abertzales medio siglo más tarde, sorprende la identidad sustantiva con el leninismo tal cual lo ha resumido muy correctamente C. Bértolo en un texto que luego veremos: información-formación y acción clandestina. En las condiciones represivas brutales de 1952 el solo hecho de realizar cursos clandestinos de información-formación era ya una acción combativa. Pero lo más significativo en la confirmación práctica de las tesis leninistas es que esa juventud vasca no había recibido previamente ninguna formación teórico-política sobre la clandestinidad, porque el nacionalismo burgués de la época apenas lo sentía en sus carnes debido a su pasividad, y porque las organizaciones marxistas y socialistas apenas existían. Fue, en primera instancia, un aprendizaje empírico reforzado al poco tiempo por la lectura de textos adecuados, pero también impulsado desde un inicio por la memoria antirrepresiva y 7 8 «Boletín Interno», Documentos Y, op. cit., tomo 7, pp. 326-329. Documentos Y, op. cit., tomo 16, pp. 102-104. iv ¿Por qué editar el ¿Qué hacer? en Euskal Herria? de lucha del pueblo vasco construida tras mucho tiempo de sacrificio. Y sorprende también el que la evolución de la izquierda abertzale posterior siguiera las mismas pautas de las organizaciones bolcheviques de abrirse a las masas, de relacionar permanentemente la «organización» con el «movimiento» a pesar de todas las dificultades y errores. Empleo ambos términos entrecomillados y en cursivas porque es así como lo hace Lenin cuando dice en el ¿Qué hacer?: «La centralización de las funciones clandestinas de la organización no implica en modo alguno la centralización de todas las funciones del 9 movimiento» . En las estrictas exigencias de clandestinidad la imprescindible centralización organizativa de la vanguardia no debía suponer la correspondiente centralización estricta del movimiento obrero, popular, cultural, social, etcétera, sino que debía respetar su libertad de acción como única garantía de avance revolucionario. Cuando se atenuaba la represión y la burguesía toleraba más libertades bajo la presión movilizada de las masas, entonces la «organización» se abría al «movimiento», estrechaba lazos con este pero manteniendo su originalidad y especificidad política y los suficientes hábitos clandestinos, porque el militante que se guía por el ¿Qué hacer? «está siempre en primera línea, excitando el descontento político en todas las clases, despertando a los dormidos, espoleando a los rezagados y proporcionando hechos y datos de todo género para 10 desarrollar la conciencia política y la actividad política del proletariado» . El ¿Qué hacer? es parte de la historia y de la naturaleza del independentismo socialista vasco aunque ahora haya sectores del soberanismo y del independentismo interclasista que renieguen del pasado. Por esto y por más hay que releer a Lenin, y no solo el ¿Qué hacer?; pero antes de pasar directamente a este libro es muy conveniente fijar algunas bases. Bases teóricas en Marx y Engels Determinadas corrientes políticas contrarias a la necesidad del partido revolucionario han criticado que exista una ligazón interna entre babeuvismo, jacobinismo, blanquismo, marxismo 11 y leninismo en lo concerniente a la teoría de la organización . No es este espacio para desbaratar esta tesis cuyo principal error es desconocer el cambio cualitativo introducido por el marxismo con respecto a la creencia anterior de que las revoluciones las pueden organizar, realizar y dirigir reducidas minorías organizadas en sectas secretas no implantas en el seno del pueblo. Las breves citas arriba ofrecidas, que podemos ampliar hasta el cansancio, sobre las relaciones entre las clases explotadas y las organizaciones revolucionaras deben ser suficientes para desautorizar ese tópico, pero conviene releer lo que explica G. Procacci sobre qué entendían por jacobinismo los marxistas de esta época para comprender la total diferencia entre la definición oficial, académica y burguesa de jacobinismo, y la marxista, sobre todo 12 la de Lenin y Gramsci , en la que lo fundamental radica en la ágil interacción permanente 13 entre el partido y las masas. G. Achcar , por su parte, demuestra cómo Marx y Engels conocían las diferencias entre la versión dominante del jacobinismo y los aspectos positivos del babeuvismo, desautorizando toda superficialidad a la hora de meter estas corrientes en un mismo saco. 9 V. I. Lenin: ¿Qué hacer?, Obras completas, Progreso, Moscú 1981, tomo 6, p. 132 V. I. Lenin: ¿Qué hacer?, op. cit., p. 104. 11 D. Guerin: «Del club revolucionario al partido único», Partido y revolución, Rodolfo Alonso Editor, Buenos Aires, Argentina 1971, p. 76. 12 G. Procacci: El partido en la URSS. 1917-1945, Ediciones Bolsillo, Barcelona 1977, pp. 56-57. 13 G. Achcar: «El liberalismo y el neobabuvismo en las fuentes del marxismo», Marx Ahora, La Habana, Cuba, nº 14, 2002, pp. 49-67. 10 v ¿Por qué editar el ¿Qué hacer? en Euskal Herria? Determinadas corrientes políticas contrarias a la necesidad del partido revolucionario han criticado que exista una ligazón interna entre babeuvismo, jacobinismo, blanquismo, marxismo 14 y leninismo en lo concerniente a la teoría de la organización . No es este espacio para desbaratar esta tesis cuyo principal error es desconocer el cambio cualitativo introducido por el marxismo con respecto a la creencia anterior de que las revoluciones las pueden organizar, realizar y dirigir reducidas minorías organizadas en sectas secretas no implantas en el seno del pueblo. Las breves citas arriba ofrecidas, que podemos ampliar hasta el cansancio, sobre las relaciones entre las clases explotadas y las organizaciones revolucionaras deben ser suficientes para desautorizar ese tópico, pero conviene releer lo que explica G. Procacci sobre qué entendían por jacobinismo los marxistas de esta época para comprender la total diferencia entre la definición oficial, académica y burguesa de jacobinismo, y la marxista, sobre todo 15 la de Lenin y Gramsci , en la que lo fundamental radica en la ágil interacción permanente 16 entre el partido y las masas. G. Achcar , por su parte, demuestra cómo Marx y Engels conocían las diferencias entre la versión dominante del jacobinismo y los aspectos positivos del babeuvismo, desautorizando toda superficialidad a la hora de meter estas corrientes en un mismo saco. Antes de pasar a lo esencial de la teoría de Marx y Engels sobre la organización, hay que decir que en su tiempo el sentido de la palabra «partido» «…era el de tomar partido en un conflicto, participar en una corriente de ideas, a menudo ligada a una publicación más que a una forma 17 de organización bien definida» . En aquella época todavía no existía el sistema parlamentario actual, ni sus instituciones y sistemas legales correspondientes, y el sufragio universal estaba restringido a la burguesía y a las fracciones más integradas y alienadas de la clase obrera, las que cobraban determinados sueldos, estando excluidas las mujeres, etcétera. Es muy frecuente leer que «existe un vacío» en Marx sobre tal o cual cuestión; en el caso de la teoría del partido también se sostiene lo mismo aunque esta generalización excesiva se corrige al advertir que: «La equivocidad del término partido en el discurso de Marx debe tomarse en cuenta para no incurrir en lecturas anacrónicas, es decir, para no atribuir al vocablo 18 valor semántico diferente al que tiene en el uso que el autor le asigna» , error garrafal muy frecuente en quienes desconocen o rechazan la flexibilidad conceptual de la dialéctica marxista. Pese a esto, ya en los primeros textos de Marx y Engels podemos encontrar ideas básicas de la función del sistema organizativo, lo que explica una de las bases permanentes de la teoría marxista de la organización o del partido. Al margen, ahora, de que se aplique en una nación oprimida o no, radica en salvar los problemas y obstáculos que impiden o retrasan que la «conciencia para sí» de la clase trabajadora se una con su «conciencia en sí». Esta dificultad recorre toda la obra de Marx y Engels y aparece nítidamente expuesta en La ideología alemana, a pesar de las limitaciones de este texto, en la insistencia que hacen sus 19 autores en que «lo que al verdadero comunista le importa es derrocar lo que existe» . Sentada esta base esencial que recorrerá toda la obra posterior, afirman: La ausencia de verdaderas luchas de partido, prácticas y apasionadas, en Alemania, hizo que el movimiento social se convirtiera también, al principio, en un movimiento puramente literario. El verdadero socialismo es el movimiento literario social más 14 D. Guerin: «Del club revolucionario al partido único», Partido y revolución, Rodolfo Alonso Editor, Buenos Aires, Argentina 1971, p. 76. 15 G. Procacci: El partido en la URSS. 1917-1945, Ediciones Bolsillo, Barcelona 1977, pp. 56-57. 16 G. Achcar: «El liberalismo y el neobabuvismo en las fuentes del marxismo», Marx Ahora, La Habana, Cuba, nº 14, 2002, pp. 49-67. 17 D. Bensaïd: Marx ha vuelto, Edhasa, Barcelona 2012, p. 99. 18 C. Pereyra: La idea de partido en Marx, 30 de marzo de 2013 (www.kmarx.wordpress.com). 19 K. Marx y F. Engels: La ideología alemana, Grijalbo, Barcelona, 1972, p. 45. vi ¿Por qué editar el ¿Qué hacer? en Euskal Herria? acabado, que, habiendo surgido sin ningún interés real de partido, se empeña, ahora que se ha formado el partido comunista, en subsistir a pesar de él. Es fácil de comprender que, desde que existe un verdadero partido comunista en Alemania, los verdaderos socialistas irán convirtiéndose cada vez más en pequeños burgueses como público y en impotentes y encanallados literatos como representantes de ese 20 público . Este voluminoso texto fue escrito en 1845. Nos hemos limitado a exponer lo que entendemos como las características centrales que en él aparecen escritas sobre lo básico de la teoría del partido: una, su objetivo histórico irrenunciable; y otra, y a partir de aquí, la tendencia histórica a que cualquier movimiento o partido «socialista» degenere en una canalla pequeño burguesa impotente si abandona la lucha práctica y deriva en simple acción propagandística. Tengamos en cuenta que en 1845 lo que Marx y Engels denominaban «movimiento puramente literario» era lo mismo que lo que ahora denominamos «movimiento puramente propagandístico», es decir, un movimiento exclusivamente dedicado a la propaganda ideológica, en vez del dedicado a la lucha práctica y teórica orientada a «derrocar lo que existe». La propaganda culturalista, al estilo del socialismo utópico, no debe ser el método del partido comunista, sino que este debe ser las luchas prácticas y apasionadas. Aparece aquí una característica que será mil veces negada por las creencias reformistas y positivistas: que la pasión, la ilusión, la dedicación plena, no deben ser componentes de la vida partidaria. Por tanto, cualquier idea del partido que rompa la unidad entre las emociones y las luchas prácticas, y que únicamente se centre en la propaganda, como la socialdemocracia y el reformismo en general, esta idea no cabe en la teoría de la organización. Pero como sucede con la problemática de las clases sociales, del Estado, del poder, de la dialéctica, por ejemplo, en la extensa obra de Marx y Engels no aparece sistematizada una especie de «teoría del partido revolucionario». Sin embargo, sí existen abundantísimos comentarios, análisis y sugerencias que, sintetizadas y reforzadas por las también muy abundantes aportaciones de Engels al respecto, permiten elaborar al menos la esencia de una teoría marxista de la organización revolucionaria. De hecho, parte de esta esencia ya aparece expuesta en el segundo capítulo del Manifiesto del Partido Comunista, parte que según M. Johnstone consiste en «la pretensión de los comunistas al liderazgo de la clase trabajadora 21 sobre la base de su conciencia teórica, lo que pertenece a la esencia de esta concepción» . Durante estos pocos años, van perfilando el núcleo de la teoría del partido, núcleo que L. Magri en su célebre y necesario texto expone así: «Que el problema de la organización de un partido revolucionario -decía Marx- solo puede abordarse a partir de una teoría de la revolución», y por tanto, ha de mantenerse siempre una permanente interacción entre la teoría y la práctica, «nunca pueden fijarse dogmáticamente» exigiendo siempre una reelaboración 22 continua y un desarrollo permanente . Pero este núcleo no es inmóvil, pétreo, sino que lleva en su interior una muy rica flexibilidad que le permite desplegar una compleja dialéctica de esencia y fenómeno, de contenido y continente respondiendo a las necesidades de cada período, apareciendo nuevos modelos organizativos que nos remiten a las expresiones del núcleo básico. Según M. Johnstone estos momentos o modelos concretos son: «a) la pequeña organización internacional de cuadros comunistas (la Liga de los Comunistas (1847-1852); b) el «partido» carente de organización (durante el reflujo del movimiento obrero - década de 1850 y principios de la de 1860); c) la amplia federación internacional de 20 K. Marx y F. Engels: La ideología alemana, op. cit., p. 546. M. Johnstone: « Marx y Engels y el concepto de partido», Teoría marxista del partido político, PyP, nº 7. Córdoba, Argentina 1971, p. 108. 22 L. Magri: Problemas de la teoría marxista del partido, Anagrama, 1975, p. 21 21 vii ¿Por qué editar el ¿Qué hacer? en Euskal Herria? organizaciones obreras (Primera Internacional - 1864-1872); d) el partido marxista nacional de masas (Socialdemocracia alemana - décadas de 1870, 1880 y principios de la de 1890); e) el amplio partido nacional de los trabajadores (Gran Bretaña y los Estados Unidos - década 23 de 1880 y comienzos de la de 1890) basado en el modelo cartista» . Desde una perspectiva algo diferente, Balibar viene a decir lo mismo que M. Johnstone al analizar la teoría del partido en Marx y en Engels. Según él, en ambos revolucionarios coexisten dos modelos no contradictorios sino complementarios de partido político: el real, cogido de los partidos y organizaciones existentes en su época, y el que hay que construir, el necesario política y teóricamente para hacer la revolución. Esta visión dialéctica del partido es inseparable de la visión crítica que ambos tenían del Estado burgués, al que también analizan dialécticamente. De este modo, la teoría del partido y la teoría del Estado están unidas inextricablemente, dando paso a la dialéctica entre el «partido-conciencia» 24 y el «partido-organización» . Un componente de esta dialéctica, el de la conciencia, tiene la función de acelerar el salto de la conciencia-en-sí a conciencia-para-sí, y el otro componente, el organizativo, el de acelerar el avance de la conciencia-para-sí, conciencia política revolucionaria, hacia la toma del poder y la destrucción del Estado burgués. D. Bensaïd sostiene que ambos amigos concebían el partido como algo intermedio entre la rigurosa seriedad militante, teórica, política, clandestina, etcétera, de las organizaciones revolucionarias que ellos habían conocido y en la que habían militado, La Liga de los Justos, y la forma organizativa de la socialdemocracia de su época. Un algo intermedio que fuese la resultante de la negación de sus limitaciones y la síntesis dialéctica de sus cualidades. Además, no hacían un fetiche pétreo e intocable de la forma externa de ese modelo, propiciando los cambios que fueran necesarios al variar las condiciones de la lucha de clases, pero en esta ágil flexibilidad nunca renunciaron al derecho de la libertad de crítica y a la necesidad del rigor y firmeza teórico-política, porque, según el autor: «Para Marx y Engels 25 las formas pasan y permanece el espíritu» . Las aparentes diferencias absolutas que incomunicarían entre sí a estas fases, momentos o modelos, a estas «formas», anulando toda posibilidad de una teoría básica, de un «espíritu», desaparecen cuando comprendemos que es la permanente interconexión entre «despotismo 26 del capital, revolución política y emancipación social del trabajo» la que nos explica la importancia clave de la teoría de la organización que llega a expresarse y materializarse en las formas organizativas político-estatales y económicas antagónicas a las burguesas, como fue la Comuna de 1871. Apreciamos las insalvables diferencias que separa la teoría marxista del partido de la teoría burguesa leyendo a A. Penabianco, en especial el capítulo dedicado a la historia de la socialdemocracia alemana y de los partidos comunistas francés y 27 alemán , en donde no se hace ninguna referencia a los criterios teóricos arriba expuestos, desconociéndolos u olvidándolos. En la obra de estos dos revolucionarios, la cuestión de la organización, aunque parcializada, sí mantiene la constante de la esencia y el fenómeno, de lo general y de lo particular. Según A. Prior Olmos la constante radicaría en que: 23 M. Johnstone: «Marx y Engels y el concepto de partido», op. cit., pp. 106-107. E. Balibar: «Marx, Engels y el partido revolucionario», Cuadernos Políticos, ERA, nº 18, octubre-diciembre de 1978, pp. 35-46. 25 D. Bensaïd, Marx ha vuelto, Edhasa, Barcelona 2012, p. 106. 26 G. Rametta y M. Merlo: «Poder y crítica de la economía política en Marx», El poder. Para una filosofía de la política moderna, Siglo XXI, México 2007, pp. 305-309. 27 A. Panebianco: Modelos de partido, Alianza Universal, 1990, pp. 139-169. 24 viii ¿Por qué editar el ¿Qué hacer? en Euskal Herria? El partido no es para Marx el heredero del «salvador supremo» burgués, propio de los utopistas, es la vanguardia del proletariado que lucha por emanciparse; es el instrumento de la toma de conciencia y de la acción revolucionaria de las masas. Su papel no es el de obrar en lugar o «por encima» de la clase obrera, sino el de orientar a esta hacia el camino de su autoliberación, hacia la revolución comunista de masas. Cabe entender el partido como instancia intermedia entre el individuo y la clase. El individuo no puede referirse a la totalidad de la realidad. Solo la clase puede hacerlo. El partido, en tanto portador de la conciencia de clase, puede mediar entre el individuo y la clase. De esta forma, la voluntad colectiva puede ser un factor activo y consciente de desarrollo histórico. […] con la intervención del partido, el proceso histórico cobra nuevas perspectivas, lo que no deja de tener relación con el propio 28 método dialéctico . En este asunto, como en todos, lo genético-estructural de la organización revolucionaria se mantiene en lo básico, pero apareciendo con formas específicas según momentos y circunstancias, es decir, debemos descubrir la esencia de la teoría investigando las constantes que aparecen en lo histórico-genético. Por ejemplo, tenemos el silenciado Mensaje del Comité Central a la Liga de los Comunistas, de 1850, en el que desde el primer párrafo se reconoce la efectividad práctica de la «primitiva y sólida organización de la Liga» que actuó como «vanguardia», pero que sin embargo se fue debilitando mientras se fortalecía la organización política de la pequeña burguesía. No dicen en qué medida ese debilitamiento fue debido a la represión y/o a otros factores pero sí hablan de los muertos en combate, de los huidos y refugiados en Londres y de su reorganización posterior tras la derrota; pero sí argumentan críticamente que gran parte de los comunistas «creían que ya había pasado la época de las 29 sociedades secretas y que bastaba con la sola actividad pública» . Siguen diciendo que por este debilitamiento interno, el «partido obrero perdía su única base firme, a lo sumo conservaba su organización en algunas localidades, para fines puramente locales, y por eso, en el movimiento general, cayó por entero bajo la influencia y la dirección de los demócratas pequeñoburgueses», e insisten en que hay que reorganizar el partido obrero sobre una base firme, «de la manera más organizada, más unánime y más independiente 30 si no quiere ser de nuevo explotado por la burguesía» , y que para poder vencer en la oleada revolucionaria que se avecina y no ser aplastados por la traición de la pequeña burguesía, el pueblo debe estar armado y tener su propia organización, con la «creación de 31 una organización independiente y armada de la clase obrera» . Todo el documento está recorrido por una lección aprendida en la derrota de 1848-1849: la decisiva independencia política de la clase trabajadora, del pueblo en su conjunto, porque también se integran los proletarios agrícolas, está unida a la existencia de un partido obrero de vanguardia, la Liga de los Comunistas, organizado de tal forma que no pueda ser debilitado por los ataques represivos, y dotado de una conciencia política y teórica clara que le impida caer en el canto de sirena de la democracia burguesa: «Para nosotros no se trata de reformar la propiedad privada, sino de abolirla; no se trata de paliar los antagonismos de clase, sino de 32 abolir las clases, no se trata de mejorar la sociedad existente, sino de establecer una nueva» . 28 A. Prior Olmos: El problema de la libertad en el pensamiento de Marx, Biblioteca Nueva. Universidad de Murcia, 2004, pp. 241-242. 29 K. Marx y F. Engels: Mensaje del Comité Central a la Liga de los Comunistas, Obras escogidas, Progreso, Moscú 1978, tomo 1, p. 179. 30 K. Marx y F. Engels: Mensaje del Comité Central a la Liga de los Comunistas, op. cit., tomo 1, p. 180. 31 K. Marx y F. Engels: Mensaje del Comité Central a la Liga de los Comunistas, op. cit., tomo 1, p. 186. 32 K. Marx y F. Engels: Mensaje del Comité Central a la Liga de los Comunistas, op. cit., tomo 1, p. 183. ix ¿Por qué editar el ¿Qué hacer? en Euskal Herria? Engels apura la investigación crítica sobre las causas de la derrota para encontrar lecciones revolucionarias en dos vibrantes artículos escritos a finales de junio de 1848. En el primero de ellos, adelanta magistralmente una de las constantes propagandísticas justificadoras de todas las represiones posteriores: la descalificación ético-moral absoluta de la causa revolucionaria: «La burguesía no declaró que los obreros fuesen enemigos comunes a los que hay que vencer, sino que los consideró enemigos de la sociedad, a los cuales se destruye. Difundió la afirmación absurda que a los obreros -a los cuales ellos mismos habían empujado violentamente a la insurrección- solo les habría interesado el saqueo, el incendio y 33 el asesinato» . En mayor o en menor medida, todas las represiones concretas por pequeñas que sean se basan en esa acusación: las personas reprimidas son enemigas de la sociedad y deben ser destruidas. La demagogia burguesa sobre el supuesto objetivo humanitario de «reinserción social» del sistema carcelario, es una mentira. Inmediatamente después Engels hace un comentario de permanente valor histórico, al que volveremos luego, sobre el error desastroso del pueblo insurgente al ser débil en su respuesta a la barbarie burguesa. En el este mismo artículo, Engels adelanta también una constante que reaparece siempre que las represiones se endurecen: la formación de grupos de matones y asesinos de extrema derecha, extraídos de las capas sociales más empobrecidas y embrutecidas: «La Guardia Nacional, reclutada en su mayor parte en los lumpen de París, se ha transformado ya, al poco tiempo de existir, gracias a los buenos sueldos que recibe, en la guardia pretoriana de los gobernantes actuales. Los lumpen organizados han dado su batalla contra los proletarios desorganizados […] solo algunos grupos de la Guardia Móvil, compuestos de obreros 34 verdaderos, se pasaron al otro lado» . En el segundo artículo, Engels aplaude el efectivo sistema organizativo del pueblo antes de la 35 revolución , sistema casi para-militar que le facilitó responder desde el inicio de la lucha. Sin embargo, cuando Engels analiza la especial ferocidad de la contrarrevolución, afirma que: «El pueblo no estaba preparado para luchar contra tales procedimientos. Se encontraba indefenso y rechazaba la única reacción eficaz, el incendio, porque contrariaba sus nobles sentimientos. El pueblo desconocía hasta entonces este método argelino de hacer la guerra en el corazón de 36 París. Por eso cedió, y su primer retroceso significó su derrota» . Aunque Engels no estudia explícitamente el problema represivo, sí abre tres vías de investigación teórica decisivas: una, que el pueblo debe conocer los sistemas represivos burgueses para no ser sorprendido y derrotado, para vencerlos; dos, que no hay que retroceder nunca, repitiendo lo que había dicho ya en el artículo precedente; y tres, que su directa referencia a la ferocidad francesa contra el pueblo argelino nos prepara para lo que luego veremos acerca de las doctrinas de contrainsurgencia y de su directa relación con las represiones. Se ha sostenido que Marx y Engels, impactados por el fracaso de sus expectativas, abandonaron deliberadamente la militancia política organizada durante la década de 1850 y comienzos de la de 1860 para dedicarse al estudio del capitalismo, con lo que se demostraría que no es necesario pertenecer siquiera a un pequeñito grupo organizado políticamente para poder seguir definiéndose como revolucionario. En realidad, nunca abandonaron las relaciones políticos-intelectuales con un eficaz grupo, pero sobre todo volcaron su vida en la militancia teórico-política en grupo con disciplina interna asumida por sus miembros, ya que 37 sin esta disciplina interna «todo se irá al demonio…» según el propio Marx . 33 F. Engels: «El 25 de Junio», Temas militares, Escuela Social, Madrid 1968, p. 53. F. Engels: «El 25 de Junio», Temas militares, Escuela Social, Madrid 1968, pp. 57-58. 35 F. Engels «La marcha del movimiento en París», Temas militares, Escuela Social, Madrid 1968, p. 45. 36 F. Engels: «La marcha del movimiento en París», op. cit., p. 48. 37 K. Marx: «Carta a Engels» del 18 de mayo de 1859, Correspondencia, Edit. Cartago, Buenos Aires 1973, pp. 107-108. 34 x ¿Por qué editar el ¿Qué hacer? en Euskal Herria? Muchos años después Engels se vengó de quienes les habían criticado por «traidores» recordando que: «La democracia vulgar esperaba que el estallido volviese a producirse de la noche a la mañana; nosotros declaramos ya en otoño de 1850, que por lo menos la primera etapa del período revolucionario había terminado y que hasta que no estallase una nueva crisis económica mundial no había nada que esperar. Y esto nos valió el ser proscritos y anatematizados como traidores a la revolución por los mismos que luego, casi sin excepción, hicieron las paces con Bismarck, siempre que Bismarck creyó que merecían ser tomados en 38 consideración» . Ese «no había nada que hacer» se refiere a las muy penosas condiciones en las que tendría que realizarse una muy limitada acción política en un entorno tan hostil y podrido internamente como el de la emigración forzada tras una derrota aplastante. Ambos amigos, sobre todo Marx, conocían las condiciones de la emigración, endurecidas por la realidad de la derrota. Alguna correspondencia epistolar entre ellos mantenida en aquel tiempo leída sin contextualizar, puede dar la sensación de que abandonaron toda militancia, pero F. Mehring, el mejor biógrafo, se ha encargado de demostrar que: «Marx y Engels no tenían, ni por asomo, la intención de apartarse totalmente de las luchas políticas, aunque no quisieran mezclarse en las discordias de los emigrados. No abandonaban su colaboración con los órganos cartistas ni pensaban tampoco, ni mucho menos, en resignarse a la desaparición de la Nueva Revista 39 del Rin» . No hace falta decir que los servicios policiales estaban muy al corriente de sus actividades. Marx dejó claro lo decisivo que había sido este tercer período para su militancia intelectual, y lo que había sacrificado durante años. Contestando a la carta de un viejo amigo, dijo: «… ¿Qué por qué nunca le contesté? Porque estuve durante todo este tiempo con un pie en la tumba. Por eso tenía que emplear todo momento en que podía trabajar para poder terminar el trabajo al cual he sacrificado mi salud, mi felicidad en la vida y mi familia. Espero que esta explicación no requiera más detalles. Me río de los llamados hombres “prácticos” y de su sabiduría. Si uno resolviera ser un buey, podría, desde luego, dar la espalda a las agonías de la humanidad y mirar por su propio pellejo. Pero yo me habría considerado realmente no práctico si no hubiese 40 terminado por completo mi libro, por lo menos en borrador» . Aquí tenemos una explicación brillante de lo que es la militancia teórico-política. Aportaciones del último Engels Para no extendernos demasiado vamos a dar un salto hasta enero de 1882 cuando en una carta a Bernstein, Engels sostiene que «nunca he ocultado mi opinión de que las masas alemanas son mucho mejores que los señores que las conducen, en especial desde que el manejo de la prensa y la agitación había hecho que el partido se transformase en una vaca lechera que les proveía de manteca; y esto en el preciso instante en que Bismarck 41 y la burguesía carneaban repentinamente a la vaca» . La necesidad de la organización revolucionaria de vanguardia aparece expuesta de forma indirecta en la carta de Engels a Bebel de agosto de 1883: No se deje engañar a ningún precio creyendo que aquí hay un verdadero movimiento proletario. Sé que Liebknecht trata de engañarse a sí mismo sobre esto y a todo el 38 F. Engels: «Introducción de 1895» a la Lucha de clases en Francia de 1848 a 1850, Obras escogidas, tomo I, p. 194. F. Mehring: Carlos Marx, Grijalbo, Barcelona 1973, p. 218 40 K. Marx: «Carta a S. Meyer» del 30 de abril de 1867, Correspondencia, op. cit., p. 184. 41 F. Engels: «Carta a Benstein del 25-I-1882», Correspondencia, op. cit., p. 341. 39 xi ¿Por qué editar el ¿Qué hacer? en Euskal Herria? mundo, sin fundamento alguno. Los elementos actualmente activos pueden adquirir importancia desde el momento en que han aceptado nuestro programa teórico adquiriendo así una base, pero siempre que surja un movimiento espontáneo entre los obreros y que logren obtener su control. Mientras tanto seguirán siendo seres individuales, tras los cuales no hay otra cosa que una mezcolanza de sectas confusas, restos del gran movimiento cartista. Y, aparte de lo imprevisible, aparecerá aquí un movimiento obrero realmente general, solo cuando los obreros se den cuenta que el monopolio mundial ejercido por Inglaterra se ha quebrado. La participación en el dominio del mercado mundial fue y sigue siendo la base de la incapacidad política de los obreros ingleses. Cola de la burguesía en la explotación económica de ese monopolio, pero compartiendo con todo sus ventajas, en política son naturalmente la cola del «gran Partido Liberal», que por su parte les dedica pequeñas atenciones, reconoce que los sindicatos y las huelgas son factores legítimos, ha abandonado su lucha a favor de la jornada de trabajo ilimitada y le ha concedido el voto a la mayoría de los obreros de buena posición. Pero una vez que Norteamérica y la competencia combinada de los demás países industriales hayan provocado una buena brecha en este monopolio (y en el hierro esto está sucediendo rápidamente, pero por desgracia todavía no ha ocurrido en el algodón) usted verá 42 algo aquí . En verano de 1884 Engels le dice por escrito a Kautsky que no supondría problema alguno el cierre de la revista oficial del partido Neue Zeit porque se ha convertido en el medio de expresión de una casta intelectual que escribe lo que quiere en medio de la represión, mientras que las fuerzas revolucionarias no pueden hacerlo al estar fuera de la ley, por lo que la revista oficial del partido ha sido «gradualmente infectada de filantropía, humanitarismo, sentimentalismo y todos los demás vicios contrarrevolucionarios […] Gente que no quiere aprender nada a fondo, y que solo quiere hacer literatura sobre la literatura y con motivo 43 de la literatura» . Pocos meses después arremete de nuevo contra los «cultos» pequeño burgueses e intelectuales que copan aparatos y direcciones del partido; se congratula de que en las elecciones recientes hayan sido elegidos muchos obreros, y sostiene que si hay que elaborar programas para legislar se realicen «sin consideración alguna con los prejuicios pequeñoburgueses», proponiendo que los cambios tácticos que habrá que introducir cuando desaparezca la Ley antisocialista faciliten «la conducción de las masas sin que, con ello, 44 queden en sus puestos los malos dirigentes» . O sea, Engels propone la depuración de los dirigentes reformistas. Una exposición adelantada en diecisiete años de lo que será la teoría leninista del partido de vanguardia, aparece en una carta de Engels a Sorge de finales de 1886. En ella Engels estudia la evolución de la lucha de clases en los Estados Unidos; advierte que: «Las masas deben tener tiempo y oportunidad para desarrollarse y únicamente pueden tener la oportunidad de hacerlo si tienen su propio movimiento -no importa en qué forma siempre que tengan su propio 45 movimiento- al que hacen progresar por sus propios errores y aprendiendo de sus heridas» . Compara la situación norteamericana con la francesa y recuerda el papel de la Liga Comunista en las asociaciones obreras de 1848, y dice: Pero es precisamente ahora que se hace doblemente necesario tener ahí unas pocas personas que estén de nuestro lado, bien firmes en lo que respecta a la 42 F. Engels: «Carta a Bebel, 30-VIII-1883», Correspondencia, op. cit., pp. 339-340. F. Engels: «Carta a Kautsky del 19 de julio de 1884», Correspondencia, op. cit., p. 343. 44 F. Engels: «Carta a Benstein del 11 de noviembre de 1884», Correspondencia, op. cit., pp. 346-347. 45 F. Engels: «Carta a Sorge del 29 de noviembre de 1886», Correspondencia, op. cit., p. 361. 43 xii ¿Por qué editar el ¿Qué hacer? en Euskal Herria? teoría y a la táctica, y que también sepan escribir y hablar en inglés; porque, por buenas razones históricas, los norteamericanos son un mundo remoto en todas las cuestiones teóricas, y si bien no arrastran instituciones medievales europeas, siguen estando en cambio bajo el peso de cantidad de tradiciones medievales, religión, derecho inglés común (feudal), supersticiones, espiritismo: en una palabra, toda clase de imbecilidades que no perjudican directamente a los negocios y que son ahora muy útiles para volver estúpidas a las masas. Y si hay cerca gente de mentalidad teóricamente clara, que pueda explicarles a tiempo las consecuencias de sus propios errores y hacerles comprender que todo movimiento que no tenga en vista constantemente y como objetivo final la destrucción del sistema asalariado está destinado a descarrilarse y fracasar, entonces pueden evitarse muchas tonterías y 46 puede acortarse considerablemente el proceso . En enero de 1887 Engels es aún más preciso sobre la teoría de la organización aplicada, también en este caso, a la lucha de clases en Estados Unidos: tras insistir en que la clase obrera norteamericana en formación ha de aprender por ella misma, con la ayuda de otras experiencias europeas más desarrolladas, afirma que: «Creo que toda nuestra experiencia ha mostrado que es posible trabajar junto con el movimiento general de la clase obrera en cada una de sus etapas sin ceder u ocultar nuestra propia posición e incluso nuestra organización, y temo que si los alemanes norteamericanos eligen una línea distinta cometerán un grave 47 error0 ». Siete años más tarde, Engels sigue manteniendo la misma teoría sobre la organización de vanguardia. En una carta a Turati reconoce que el partido socialista italiano es aún demasiado joven y demasiado débil en una economía con fuerte presencia campesina y un proletariado pequeño, y añade: En consecuencia, los socialistas toman parte activa en todas las fases de la lucha entre las dos clases, sin perder de vista con ello el hecho de que esas fases son tan solo otros tantos pasos preliminares para el gran objetivo primordial: la conquista del poder político por el proletariado, como medio para organizar una nueva sociedad. Su puesto está al lado de quienes luchan por la obtención de un progreso inmediato que al mismo tiempo sirva a los intereses de la clase obrera. Aceptan todos esos pasos políticos o sociales progresivos, pero únicamente como cuotas. Por lo tanto, consideran a todo movimiento revolucionario o progresista como un paso más en el logro de su finalidad propia; y es tarea especial de ellos impulsar más hacia adelante a otros partidos revolucionarios y, en el caso de que uno de ellos resulte vencedor, cuidar los intereses del proletariado. Esta táctica, que nunca pierde de vista el gran objetivo final, nos ahorra a los socialistas el desengaño a los cuales los demás partidos de menor visión -sean republicanos o socialistas sentimentales que confunden lo que es una mera etapa con el objetivo final del avance- sucumben 48 inevitablemente . Elvira Concheiro, que presta especial atención a las aportaciones de Engels, sostiene que este revolucionario, y también Marx, desarrolla una teoría del partido en dos niveles, la del «partido en sentido efímero» y la del «partido en sentido histórico» La autora describe el contexto socioeconómico del capitalismo industrial europeo de la segunda mitad del siglo XIX y sostiene que en estas condiciones la forma efímera del partido responde a las necesidades tácticas, cambiantes, de modo que esas formas aparecen, se adaptan y cambian, y desaparecen, 46 F. Engels: «Carta a Sorge del 29 de noviembre de 1886», Correspondencia, op. cit., p. 361. F. Engels: «Carta a F. Kelley Wischnewstski del 17 de enero de 1887», Correspondencia, op. cit., p. 364. 48 F. Engels: «Carta a Turati del 26 de enero de 1894», Correspondencia, op. cit., p. 415. 47 xiii ¿Por qué editar el ¿Qué hacer? en Euskal Herria? extinguiéndose para dejar espacio a nuevas formas efímeras. Sin embargo, las formas fugaces y caducas, cambiantes, del partido tienen en su interior tres constantes que dan cuerpo al «partido en sentido histórico»: «1) la conceptualización del proletariado como una clase específica del capitalismo, con intereses definidos pero de proyección universal; 2) el análisis de los partidos políticos como expresión de intereses materiales que se confrontan en la sociedad, y 3) el reconocimiento de la capacidad propia de los trabajadores para organizarse 49 y actuar con el fin de superar el orden social prevaleciente» . La autora sostiene, con razón, que lo esencial del «partido en sentido histórico» ya está enunciado en los primeros textos de Engels. Si nos fijamos, la triple caracterización del partido en su sentido histórico se centra en un punto decisivo que marca la diferencia insalvable entre la teoría revolucionaria y la reformista en su esencia básica: existe un antagonismo irreconciliable entre la clase burguesa y la clase trabajadora que afecta a la totalidad de las formas de expresión, aunque estas se muestren con apariencias tan distintas que, a simple vista, sea muy difícil descubrir su denominador común, su identidad sustantiva. A lo largo de su vida, Engels, y Marx, insistieron incansablemente en esta contradicción irresoluble y en sus efectos políticos y organizativos, y en la necesidad de que cualquier «forma efímera», transitoria y pasajera de organización política tenía sin embargo que partir de esa contradicción objetiva y volver a ella. El papel de la conciencia revolucionaria organizada políticamente tiene como objetivo fundamental mantener visible en todo momento esa contradicción objetiva en cualquiera de las múltiples formas diferentes de expresión externa. Crítica, fetichismo y burocracia Ahora debemos estudiar otra característica esencial del concepto marxista de partido que aparece como constante irrenunciable a lo largo de toda la vida de Marx y de Engels, y que Lenin asumió y desarrolló. Nos referimos a la organización como instrumento clave en la lucha contra el fetichismo, contra la mentalidad burocrática y sumisa, obediente, contra la alienación, por decirlo de manera harto comprensible. Desde el inicio de sus obras, desde sus críticas a la monarquía, a la religión, a la burocracia, el derecho/necesidad de la libertad de crítica es un elemento consustancial al marxismo, y por tanto a todas y cada una de las formas tácticas y transitorias de organización política. No es casualidad que el llamado «joven» Marx escogiera a Epicuro como modelo de sus reflexiones críticas. F. Markovits ha mostrado la relación entre la praxis atea, crítica y científica 50 -salvando las distancias- de Epicuro , perseguido por todos los poderes más reaccionarios, y la posterior praxis marxista que fusiona la ciencia con la política y la ética. Sin duda, la teoría de la organización de Marx y Engels se basa también en este epicureísmo de digna y ética lucha radical contra la oscuridad supersticiosa. Y si bien el epicureísmo posterior nunca fue un 51 movimiento de resistencia política , también es cierto que la crítica epicureana «a la totalidad 52 de las supersticiones» es un elemento vital en la política marxista organizada. La teoría del partido de Marx y Engels, incluye por tanto e inevitablemente una radical crítica de la inercia burocrática presente incluso en la personalidad colectiva e individual, y también en las organizaciones revolucionarias. Desde muy pronto Marx escribió: 49 E. Concheiro: Federico Engels y el Partido, 10 de octubre de 2012 (www.kmarx.wordpress.com). F. Markovits: Marx en el jardín de Epicuro, Madrágora, 1975, p. 113. 51 P. Charbonnat: Historia de las filosofías materialistas, Biblioteca Buridan, 2007, p. 116. 52 P. Charbonnat: Historia de las filosofías materialistas, op. cit., p. 120. 50 xiv ¿Por qué editar el ¿Qué hacer? en Euskal Herria? La burocracia es un círculo del que nadie puede escapar. Su jerarquía es una jerarquía de saber. La cúspide confía a los círculos inferiores el conocimiento de lo singular, mientras que los círculos inferiores confían a la cúspide el conocimiento de lo general; y así se engañan mutuamente […] La burocracia posee en propiedad privada el ser del Estado, la esencia espiritual de la sociedad. El espíritu general de la burocracia es el secreto, el misterio guardado hacia dentro por la jerarquía, hacia fuera por la solidaridad del Cuerpo. Mostrar el espíritu del Estado, incluso la convicción cívica le parece así a la burocracia una traición a su misterio. La autoridad es por tanto el principio de su saber y la divinización de la autoridad su convicción. Solo que en el seno de la burocracia el espiritualismo se convierte en craso materialismo, en el materialismo de la obediencia pasiva, de la fe en la autoridad, del mecanismo de una acción formal fija, de principios, opiniones y costumbres inmobles […] El Estado solo existe en la forma de diversos espíritus 53 burocráticos fijos, cuya única coherencia es la subordinación y la obediencia pasiva . Cambiamos la palabra «Estado» por las de «partido» u «organización» y apenas notaremos diferencias sustanciales. Como vemos, una de las características de la burocracia política es el secretismo informativo, el control del conocimiento y del saber, su monopolización. Otra, unida a la anterior, es que la burocracia solo funciona con gente de orden, en definitiva, con seres despersonalizados y carentes de voluntad que obedecen y callan, pero que también defienden sus intereses de casta. La experiencia muestra el enorme poder de la burocracia de los partidos; peor, muestra cómo va seleccionando a los miembros elegidos para trabajar a sueldo del partido, asalariados de la burocracia; cómo va de-formando su mentalidad antes crítica hasta volverlos sumisos y egoístas debido a los sueldos que cobran. La «postración supersticiosa ante la autoridad», además de recordarnos a Epicuro, nos remite a la asunción pasiva y obediente de la autoridad en general, o por decirlo crudamente, de «la figura del 54 Amo» . ¿Cómo vencer a la burocracia desde el instante en que empieza a surgir en el seno de la organización, del partido? De varias formas, todas ellas interrelacionadas y a la vez inseparables de la máxima potenciación de la democracia socialista en la sociedad, en las clases explotadas y en el partido, cuestión que por obvia y extensa no la desarrollamos aquí. Ambos amigos sabían muy bien por experiencia propia que siempre es necesaria una disciplina consciente para el buen funcionamiento de una organización, para que esta no sea una jaula de grillos y en 1859 Marx insiste en la disciplina interna «o todo se irá al 55 demonio…» . Pero la disciplina interna no puede basarse en la obediencia sumisa, en la ausencia de crítica constructiva, al contrario: En 1868 Marx fue contundente: «Donde el obrero es burocráticamente disciplinado desde la infancia y cree en la autoridad y en los organismos 56 ubicados por encima de él, lo más importante es enseñarle a actuar con independencia» , independencia sin la cual no romperá con la «figura del Amo» que pudre su conciencia. Actuar con independencia es actuar con libertad, es superar mediante la praxis la disciplina burocrática a la autoridad superior, burocracia mental introducida desde la infancia. Marx y Engels eran muy conscientes del terrible poder de deglución y asimilación del capitalismo ya que, entre otras muchas razones, «junto a las miserias modernas, nos agobia toda una serie de miserias heredadas, fruto de la supervivencia de tipos de producción antiquísimos y ya caducos, con todo su séquito de relaciones políticas y sociales anacrónicas. 53 K. Marx: Crítica de la filosofía del Estado de Hegel, OME Crítica, 1978, tomo 5, p. 59. D. Sibony: «De la indiferencia en materia de política», Locura y sociedad segregativa, Anagrama, 1976, p. 108. 55 K. Marx: «Carta a Engels del 18 de mayo de 1859», Correspondencia, op. cit. pp.107-108. 56 K. Marx: «Carta a Schweitzer del 13 de octubre de 1868», Teoría marxista del partido político, PyP, Córdoba. Argentina, p. 126. 54 xv ¿Por qué editar el ¿Qué hacer? en Euskal Herria? 57 No solo nos atormentan los vivos, sino también los muertos. Le mort saisit le vif!» . La organización revolucionaria ha de propagar la consciencia lúcida y crítica que supere las miserias heredadas. Para aprender a actuar independientemente, liberada de la disciplina burocrática, de la creencia en la autoridad y en los poderes superiores, el movimiento 58 revolucionario ha de impulsar «una revolución dentro de las cabezas de las masas obreras» , como afirmaba Engels tras analizar muchas experiencias anteriores y constatar la limitada efectividad concienciadora de medidas incluso progresistas como las nacionalizaciones de empresas por el Estado burgués. En 1877 Marx vuelve sobre el mismo problema de la obediencia a la autoridad y haciendo extensible a Engels su opinión afirma que ellos nunca han buscado la popularidad, que sienten repugnancia por todo culto a la personalidad, que siempre se negaron a dar publicidad a las numerosas loas que recibieron, y que desde que iniciaron de jóvenes su militancia comunista pusieron la condición de que se eliminarían de sus Estatutos todo lo relacionado con el «culto a la autoridad»: […] No me enojo (según dice Heine) y Engels tampoco. No damos un penique por la popularidad. Como prueba de ello citaré, por ejemplo, el siguiente hecho: por repugnancia a todo culto a la personalidad yo, durante la existencia de la Internacional, nunca permitía que llegasen a la publicidad los numerosos mensajes con el reconocimiento de mis méritos, con que me molestaban desde distintos países: incluso nunca les respondía, si prescindimos de las amonestaciones que les hacía. La primera afiliación, mía y de Engels, a la sociedad secreta de los comunistas se realizó bajo la condición de que se eliminaría de los Estatutos todo lo que contribuía a la postración supersticiosa ante la autoridad. (Lassalle procedía más tarde de modo 59 exactamente contrario) . A. Prior Olmos es autor de una profunda investigación sobre el problema de la libertad en el marxismo, y concretamente en Marx. En un momento de su obra afirma que: «Marx hubiera rechazado sin duda el aberrante culto a la personalidad a que ha sido sometida su figura durante generaciones enteras y que tiene mucho que ver con el estancamiento y aun retroceso (por las deformaciones tan comunes) que la metodología “marxista” ha sufrido durante el siglo 60 XX, al punto que son contadas las obras originales y frescas producidas por sus seguidores» . Aunque aquí la anuncia, desgraciadamente este autor desarrolla poco la maligna conexión entre burocracia y culto a la personalidad, el empobrecimiento teórico y político, y la deriva primero reformista y luego frecuentemente reaccionaria de la burocracia aduladora de la «figura del Amo» antes referida. En 1882, Engels reivindica la necesidad de aprender y atreverse a estar en minoría cuando lo que está en juego es la esencia revolucionaria de la organización amenazada por la burocratización pacifista y reformista: «Hallarse por un momento en minoría con un programa correcto -en tanto organización- es mejor que tener un gran número de seguidores, que 61 solo nominalmente pueden ser considerados como partidarios» . Y en 1889 insiste en que «el partido obrero se basa en las críticas más agudas de la sociedad existente; la crítica es su elemento vital; ¿cómo puede, entonces, evitar él mismo las críticas, prohibir las 57 K. Marx: El Capital, op. cit., tomo I, p. XIV. F. Engels: «Carta a Oppenheim de 24 de marzo de 1891», Marx/Engels Cartas sobre «El Capital», Edit. Laia, Barcelona 1974, pp. 282-283. 59 K. Marx: «Carta a Guillermo Bloss de 10 de noviembre de 1877», Obras escogidas, op. cit., tomo 3, p. 307. 60 A. Prior Olmos: El problema de la libertad en el pensamiento de Marx, Biblioteca Nueva, Universidad de Murcia, 2004, p. 203. 61 F. Engels: «Carta a Bernstein del 28 de niviembre de 1882», Teoría marxista del partido político, PyP, Córdoba, Argentina, p. 129. 58 xvi ¿Por qué editar el ¿Qué hacer? en Euskal Herria? controversias? ¿Es posible que demandemos de los demás libertad de palabra solo para 62 eliminarla inmediatamente dentro de nuestras propias filas?» . La defensa de la libertad y de la necesidad del debate colectivo se expresó en la crítica 63 «bastante acerba» que Engels hizo al borrador del Programa de Erfurt cuyo Congreso se celebró en 1891, crítica que fue suavizada por la burocracia del partido, la misma que censuró y ocultó imprescindibles opiniones de Engels sobre la valía de la violencia revolucionaria a pesar de las transformaciones externas en los sistemas de dominación capitalista escritas en 64 1894-1895, pese a las protestas de aquél . Estas y otras muchas referencias a la libertad y al pensamiento crítico dentro de la militancia revolucionaria entroncan directamente con el problema de la represión en su globalidad, ya que hacen referencia a que el ideal de vida de un revolucionario es la lucha por la libertad, a que la sumisión es una desgracia, a 65 que el servilismo es el peor defecto humano según Marx , es decir justo lo opuesto que la acomodaticia tranquilidad politiquera que acepta la «normalidad democrática» tal cual la define el orden burgués. Sin duda, es la multi-causal mezcolanza astuta y perversa entre miedo, tranquilidad, sumisión y servilismo, normalidad y disfrute pasivo de los «derechos democráticos», la que explica la facilidad con la que triunfa la infiltración policial en la dirección de las organizaciones, sindicatos y partidos de la oposición legal para impulsar en su interior el pacifismo sociopolítico, cultural y ético. El embrión del partido socialdemócrata alemán estaba controlado políticamente por los servicios secretos de Bismarck que habían infiltrado al pintor 66 Eichler nada menos que en el cargo de presidente del comité organizador del primer Partido Socialista alemán en 1863. Este agente infiltrado propagó la idea de que el Estado era un instrumento neutral que podía y quería ayudar al proletariado a mejorar su suerte por medio del cooperativismo y otros métodos, de manera que la instauración de la «justicia social» se realizaría pacífica y normalmente. Pacifismo y socialdemocracia Aprovechando los efectos de este cáncer pacifista, Bismarck, en representación de la burguesía alemana, recurrió a la provocación mediática para reprimir a la socialdemocracia alemana entre 1878 y 1890. Dos revolucionarios no socialistas pusieron algunas bombas 67 dando así la posibilidad a la prensa para que, «fomentando el histerismo» , exigiese un golpe represivo ilegalizador de la socialdemocracia en un contexto de creciente lucha de clases por los efectos de la crisis socioeconómica. Bismarck se había adelantado a los acontecimientos instigando el miedo y la histeria en sectores conservadores y poco concienciados, pillando 68 desprevenida a la socialdemocracia . Además, fue una ley que puede definirse como «golpe blando» si por «golpe duro» entendemos el terror nazi de medio siglo más tarde. Ahora se mantuvieron abiertas las «instituciones democráticas básicas» del «Estado social» como el parlamento, los ayuntamientos, la vida sindical, toda la prensa excepto la ilegalizada, etcétera. 62 F. Engels: «Carta a G. Triers del 18 de diciembre de 1886», Teoría marxista del partido político, PyP, Córdoba, Argentina, p. 136. 63 M. Mcnair: Las lecciones de Erfurt: La Segunda Internacional ¿se basó en «partidos de toda la clase»?, 13 de octubre de 2013 (www.sinpermiso.info). 64 E. Mandel: Crítica del eurocomunismo, Fontamara, Barcelona 1978, p. 83. 65 K. Marx: «“Confesiones” a Antoinette Philips», Marx, su vida, su obra, J. Elleinstein, Argos Vergara, Barcelona 1981, p. 285. 66 J. Droz: «Los orígenes de la socialdemocracia alemana», Historia General del Socialismo, Destino, Barcelona 1976, tomo 1, p. 481. 67 M. Galceran: La invención del marxismo, IEPALA, Madrid 1997, p. 246. 68 M. Galceran: La invención del marxismo, op. cit., p. 247. xvii ¿Por qué editar el ¿Qué hacer? en Euskal Herria? Sin embargo, el que fuera un «golpe blando» no impidió la «rápida desorganización del partido, así como de los sindicatos sospechosos de ideas socialistas. Pero la represión fue mucho más amplia, puesto que numerosos hombres de empresa encontraron en dicha ley el pretexto para despedir a obreros socialistas o para hacerles firmar, amenazándoles con el despido, 69 declaraciones condenatorias del socialismo» . El partido socialdemócrata, pasados los primeros golpes, respondió de varias formas, de las cuales vamos a citar dos: una, fue organizar grupos clandestinos que formaban una organización ilegal que distribuía entre la militancia y los grupos obreros simpatizantes la prensa del partido, sus periódicos y revistas, repartidos «por hombres de confianza a los que un servicio de seguridad, la «Máscara de Acero», protegía contra los agentes de la policía 70 imperial y los esquiroles» . Y la otra, consistió en impulsar la mayor cantidad posible de movimientos sociales, populares, culturales, etcétera, que formaron una densa y extensa red de clase en la que los militantes clandestinos podían actuar con suma facilidad: «Se multiplicaron las asociaciones corales y deportivas, los clubs de jugadores de cartas y fumadores, y las cajas de socorro voluntario, a la vez que una gran cantidad de literatura aparentemente recreativa, como Unterhaltungsbaltt (Periódico Recreativo) de Brunswick, mantenía en las conciencias el concepto de socialismo. Los métodos de lucha clandestina fueron perfeccionados en los congresos de Zurich (1882) y de Copenhague (1883). Y así como las elecciones de 1881 habían supuesto un grave retroceso de los votos socialistas (312.000), 71 las de 1884, con 550.000 votos y 24 escaños, constituyeron un resonante éxito» . Engels ha dejado varias opiniones sobre este largo período represivo. En la carta a J. P. Becker muestra su júbilo por el hecho de que la represión ha alejado del partido a buena parte de la casta intelectual que crecía en su interior y ha servido para que la juventud obrera que: «es mucho mejor que casi todos sus líderes» demuestre su capacidad logrando así que «las 72 cosas van mejor que nunca» . Nueve meses más tarde, Engels envía otra carta a Becker en la que sostiene que: La policía le ha abierto a nuestra gente un campo realmente espléndido: la ininterrumpida lucha contra la policía misma. Esta se realiza siempre y en todas partes con gran éxito y, lo que es mejor, con gran humor. Los policías son derrotados y obligados a buscar desesperadamente una transacción. Y yo creo que esta lucha es la más útil en las actuales circunstancias. Sobre todo mantiene encendido en nuestros muchachos el odio al enemigo. Peores tropas que la policía alemana no podrían enviarse a nuestro encuentro; incluso allí donde tienen todas las posibilidades de ganar sufren una derrota moral, y entre nuestros muchachos crece 73 día a día la confianza en la victoria . Todo indicaba que la juventud obrera y las masas trabajadoras estaban desbordando la muy estrecha legalidad tolerada por el «golpe blando» a pesar de que, como hemos visto, la patronal aprovechase el miedo al desempleo y a la represión para imponer abjuraciones del socialismo. El gobierno alemán se basó en la misma política patronal pero a escala de todo el Estado, al exigir a la socialdemocracia que abjurase del derecho a la revolución para poder ser legalizada. Engels se opuso frontal y decididamente a semejante claudicación, explicando que aceptar esa exigencia supondría un golpe demoledor para el ascenso de la conciencia radical de la clase trabajadora. Sostuvo además que «el derecho a la revolución existió -de lo 69 J. Droz: «La socialdemocracia alemana (1875-1914)», Historia General del Socialismo, Destino, Barcelona 1979, tomo 2, p. 27. 70 J. Droz: «La socialdemocracia alemana (1875-1914)», op. cit., p. 28. 71 J. Droz: «La socialdemocracia alemana (1875-1914)», op. cit., pp. 28-29. 72 F. Engels: «Carta a J. P. Becker del 22 de mayo de 1883», Correspondencia, op. cit., p. 339. 73 F. Engels: «Carta a J. P. Becker del 14 de febrero de 1884», Correspondencia, op. cit., p. 341. xviii ¿Por qué editar el ¿Qué hacer? en Euskal Herria? contrario los gobernantes actuales no serían legales- pero a partir de ahora no podrá existir 74 más» si se acepta la exigencia burguesa. Y tras explicar quienes son los burgueses y cómo han llegado al poder, continúa: Y esos son los partidos que nos exigen que nosotros, solo a nosotros de entre todos, declaremos que en ninguna circunstancia recurriremos a la fuerza, y que nos someteremos a toda opresión, a todo acto de violencia, no solo cuando sea legal meramente en la forma -legal según lo juzgan nuestros adversarios- sino también cuando sea directamente ilegal. Por cierto que ningún partido ha renunciado al derecho de resistencia armada, en ciertas circunstancias, sin mentir. Ninguno ha sido capaz de renunciar jamás a ese derecho al que se llega en última instancia. Pero una vez que se llegue a discutir las circunstancias en las cuales un partido se reserva este derecho, el juego está ganado. Entonces puede hablarse con claridad. Y especialmente un partido al que se ha declarado que no tiene derechos, un partido, en consecuencia, al que se ha indicado directamente, desde arriba, el camino de la revolución. Tal declaración de ilegalidad puede repetirse diariamente en la forma en que ocurrió una vez. Exigir una declaración incondicional de esta clase de un partido tal, es totalmente absurdo. Solo el poder es respetado, y únicamente mientras seamos un poder seremos respetados por el filisteo. Quien haga concesiones no podrá seguir siendo una potencia y será despreciado por él. La mano de hierro puede hacerse sentir en un guante de terciopelo, pero debe hacerse sentir. El proletariado alemán se ha 75 convertido en un partido poderoso, que sus representantes sean dignos de él . A mediados de la década de 1880 era todavía reducido el sector del partido dispuesto a cumplir la exigencia burguesa de abjuración del derecho a la revolución para poder volver a la legalidad, pero ese sector ya existía y con el tiempo iría creciendo hasta salir en defensa del imperialismo alemán en 1914. Su aumento iba unido al fortalecimiento del revisionismo. Una de las bases sociales del legalismo revisionista y claudicacionista era el aumento de los parlamentarios socialdemócratas de extracción pequeñoburguesa en las condiciones represivas de la ley antisocialista: «Pero el “elemento pequeño-burgués” en sentido propio se hallaba representado sobre todo en la fracción parlamentaria. Sus componentes habían alcanzado su posición dentro del partido en la época de la ley contra los socialistas ya que a ellos no les afectaban las represalias en forma de despidos dada su independencia 76 económica» . Una independencia económica que les permitía disponer de tiempo libre y de cierta 77 experiencia administrativa , dos ventajas que les facilitan acceder a puestos internos en el partido, funcionarizándose. Ventajas decisivas reforzadas por la casi inexistente formación teórica marxista del partido: en 1905 apenas el 10% de sus miembros poseían algún 78 conocimiento de marxismo , mientras que los subscriptores a la revista teórica Neue Zeit no sobrepasaba el 1,5% de la militancia. Para los objetivos de nuestra investigación, lo fundamental del problema que tratamos, la relación entre revisionismo, represión y derrota, radica en que el aumento del revisionismo 74 F. Engels: «Carta a Bebel del 18 de noviembre de 1884», Correspondencia, op. cit., p. 344. F. Engels: «Carta a Bebel del 18 de noviembre de 1884», Correspondencia, op. cit., pp. 345-346. 76 B. Gustafsson: Marxismo y revisionismo, Grijalbo, Barcelona 1975, p. 31. 77 J. Droz: «La socialdemocracia alemana (1875-1914)», Historia General del Socialismo, op. cit., tomo 2, p. 48. 78 B. Gustafsson: Marxismo y revisionismo, Grijalbo, Barcelona 1975, pp. 34-35. 75 xix ¿Por qué editar el ¿Qué hacer? en Euskal Herria? en el partido socialdemócrata alemán no se debió tanto a las medidas de reforma social decididas por la fracción dominante de la burguesía, como sobre todo a la misma fuerza integradora que empieza en el reformismo parlamentarista y acaba en el revisionismo práctico que apoya al imperialismo y que asesina a los excompañeros de militancia en 1918. Tiene razón J. Droz cuando argumenta que la causa determinante de la victoria del revisionismo fue la creciente voluntad de alianza parlamentaria con la pequeña-burguesía para obtener mejoras sociales, en una fase de expansión económica y de tensiones interimperialistas en aumento 79 a comienzos del siglo XX . El nacionalismo colonialista y luego imperialista alemán fue otra fuerza que aceleró la deriva revisionista: ya en 1871 Wilhelm Liebknecht se vio obligado a 80 declarar que: «Nos acusáis de no tener patria, vosotros que nos la habéis quitado» , en denuncia de la propaganda nacionalista burguesa que acusaba al socialismo de ser enemigo de Alemania. Por último, la represión también jugó un papel central en el fortalecimiento del legalismo y del pacifismo parlamentarista, como ha demostrado M. Galceran al explicar que la controversia con Engels, en la que el partido censuró y manipuló su pensamiento, demuestra los límites de la democracia burguesa de la época y «saca a relucir el miedo constante a un nuevo 81 período de excepción» que destrozaría el aparato burocrático reinstaurando la dura lucha clandestina. La política del miedo y la represión física se mantuvieron después de 1894, cuando Guillermo II abandonó las «veleidades reformistas» y volvió al conservadurismo, de modo que «el inmovilismo político y la represión contra los sindicatos y el partido socialista fueron rasgos dominantes de la nueva etapa. Su efecto, la extensión del descontento, visible tanto en el incremento de la conflictividad social y en el fortalecimiento de las filas sindicalistas 82 y socialdemócratas como en las campañas promovidas por los sectores progresistas» , aunque sin resultados significativos debido a la cerrazón burguesa. Recordemos que fue en este período cuando tuvo lugar la oleada revolucionaria de 1905. Pues bien, el miedo a la represión, si bien no paralizó la lucha de clases sino al contrario, sí reforzó la burocratización revisionista y legalista del partido socialdemócrata. Las corrientes pacifistas intelectualistas eran mayoritariamente dominantes, si no totalmente, en los grupos que se definían socialistas y «marxistas» en Rusia e Italia a finales del siglo XIX. Como ha explicado B. Gustafsson en la dirección del partido socialista italiano no había ningún obrero antes de 1890 y después siguió siendo ampliamente mayoritaria la tesis pacifista de que «a muchos les parecía llegar al socialismo “con l’accordo di tutti, con la persuasiones e con l’amore”». Y en Italia como en Rusia se consideró en esta época al marxismo «como 83 una forma pacífica y legal del socialismo» . Y si del pacifismo avanzamos a la función del sindicalismo y del cooperativismo en socialistas de la época como Sorel, Croce, Sombart y otros, nos encontramos con que, para esta poderosa corriente: «el núcleo del socialismo era 84 precisamente la lucha económica del movimiento obrero y no la lucha política» . Las tesis pacifistas y apolíticas dominantes en esta época en el movimiento socialista europeo venías reforzadas por el comportamiento anterior del partido socialdemócrata durante su ilegalización. Entre 1879 y 1890 la dirección del partido alemán ilegalizado tomó la vía de la desmovilización y del apaciguamiento: «En ningún momento hay llamamientos concretos, ni referencias a la precariedad de la legalidad alemana de la época, como si realmente existiera un Estado de derecho que ahora se veía amenazado por el decreto y como si el sufragio 79 J. Droz: «La socialdemocracia alemana (1875-1914)», Historia General del Socialismo, op. cit. tomo 2, pp. 40-42. H-J. Steinberg: «El partido y la formación de la ortodoxia marxista», Historia del marxismo, Bruguera, 1980, tomo 4, (2), p. 108. 81 M. Galceran: La invención del marxismo, op. cit., p. 399. 82 C. García Montoro: «El imperio alemán, de 1870-1918», Gran Historia Universal, CIL, Madrid 1986, tomo 22, p. 160. 83 B. Gustafsson: Marxismo y revisionismo, Crítica, Barcelona 1974, p. 246. 84 B. Gustafsson: Marxismo y revisionismo, op. cit., p. 342. 80 xx ¿Por qué editar el ¿Qué hacer? en Euskal Herria? universal fuera una realidad que hubiera que preservar por encima de todo, sin ningún análisis de los modos y objetivos políticos con que en su momento había sido introducido. Bebel, y lo mismo la prensa, hablaba en el mismo espacio político que la burguesía, a la cual, claramente 85 iban dirigidos sus discursos» . Este lenguaje hueco y pomposo servía también para reforzar la integración en la «normalidad democrática» del aparato interno y del aparato institucional, incluido el sindicalista, cada vez más absorbido por la política burguesa, por los acuerdos, 86 pactos y cesiones permanentes en parlamentos y alcaldías , y cada vez con mejores sueldos y condiciones de trabajo comparados con el resto de la clase obrera. Contextualizando el ¿Qué hacer? El ¿Qué hacer?, y la entera obra de Lenin, solo es comprensible si se le analiza en el proceso general de enriquecimiento del marxismo en las nuevas condiciones de la lucha revolucionaria rusa y mundial en pleno tránsito de la fase colonialista a la fase imperialista. Conforme estudiaban más profundamente el capitalismo, Marx y Engels fueron dándose cuenta de que la revolución comenzaría no en Inglaterra, como habían creído en un principio, sino en Oriente. En 1877 Marx advirtió a Sorge que: «Esta vez la revolución empezará en Oriente, que ha sido 87 hasta ahora fortaleza inexpugnable y ejército de reserva de la contrarrevolución» . Según Levrero, ambos amigos: Supieron descubrir correctamente el significado del progresivo desplazamiento del núcleo del movimiento socialista revolucionario del centro hacia la periferia del mundo capitalista: no solo no se opusieron, en nombre de alguna ideología obrerista, a dicho desarrollo, sino que, al contrario, supieron indicar a la totalidad del movimiento los profundos motivos -el desarrollo desigual y la crisis del capitalismo- que presidían esa histórica evolución. [...] Marx y Engels reconocieron abiertamente y teorizaron que el desarrollo del movimiento revolucionario señalaba la tendencia de que «el campo» asediaba las «ciudades» del capitalismo. Deducían de esta tendencia la certeza de la crisis del capitalismo y la ineluctabilidad de la revolución socialista. Los hechos 88 posteriores a 1917 han confirmado plenamente su previsión científica . Una mezcla de deliberada mentira e ignorancia docta oculta interesadamente este decisivo acierto estratégico del marxismo que explica la evolución mundial de la lucha de clases. Los reducidos grupos de marxistas rusos reciben sobre sus espaldas y sus conciencias la ingente tarea de luchar en un contexto minado por todas las contradicciones posibles del modo de producción capitalista a finales del siglo XIX. Lenin es consciente de esta realidad y la asume casi desde que inicio mismo del ¿Qué hacer?: Al proletariado ruso le esperan pruebas inconmensurablemente más duras: tendrá que luchar contra un monstruo, en comparación con el cual parece un verdadero pigmeo la ley de excepción de un país constitucional. La historia nos ha impuesto ahora una tarea inmediata, que es la más revolucionaria de todas las tareas inmediatas del proletariado de cualquier otro país. El cumplimiento de esta tarea, la demolición del más poderoso baluarte no solo de la reacción europea, sino también (podemos decirlo hoy) de la reacción asiática, convertiría al proletariado ruso en la vanguardia del proletariado revolucionario internacional. Y tenemos derecho a 85 M. Galceran: La invención del marxismo, op. cit., p. 249. J. Droz: «La socialdemocracia alemana (1875-1914)», Historia General del Socialismo, op. cit., tomo 2, pp. 34-53. 87 Carta de Marx a Sorge, octubre de 1877, Correspondencia, op. cit., p. 286. 88 R. Levrero: Nación, metrópoli y colonias en Marx y Engels, Anagrama, 1975, pp. 86-87. 86 xxi ¿Por qué editar el ¿Qué hacer? en Euskal Herria? esperar que conquistaremos este título de honor, que se merecieron ya nuestros predecesores, los revolucionarios de los años setenta, si sabemos infundir a nuestro movimiento, mil veces más vasto y profundo, la misma decisión abnegada y la misma 89 energía . Fue precisamente en esos años setenta del siglo XIX cuando Marx y Engels comprendieron que la revolución se desplazaba a Oriente desarrollando así lo esencial de la teoría que más adelante desarrollaría Lenin, como hemos visto, insistiendo en otra idea básica igualmente marxista: De la revolución misma no debe uno formarse la idea de que sea un acto único (como, por lo visto se imaginan los Nadezhkin), sino de que es una sucesión rápida de explosiones más o menos violentas, alternando como períodos de calma más o menos profunda. Por tanto, el contenido fundamental de las actividades de la organización de nuestro partido, el centro de gravedad de estas actividades debe consistir en una labor que es posible y necesaria tanto durante el período de la explosión más violenta como durante el de la calma más completa, a saber: en una labor de agitación política unificada en toda Rusia que arroje luz sobre todos los 90 aspectos de la vida y que se dirija a las más grandes masas . La teoría del partido revolucionario que Lenin pergeña embrionariamente en el ¿Qué hacer? esta pensada para una larga época revolucionaria en la que se intercalan fases explosivas o de ascenso de las luchas y fases de calma profunda o de retroceso de las luchas y de aparente victoria burguesa. Los militantes del partido han de guiarse, consiguientemente, por una teoría capaz de asumir esa dureza, sus fluctuaciones y sus cambios pero también la persistencia de una explotación que forma la esencia del capitalismo al que se combate. Por esto, Lenin rechaza la blanda y reformista tesis de Martov sobre que cualquiera puede pertenecer al partido con tal de reconocerlo. Con las vulgarizaciones simplificadoras posteriores, se ha reducido este debate estratégico al choque entre dos modelos de partido, el del «partido 91 militar» supuestamente teorizado por Lenin, y el del «partido de masas» de Martov . Se ha abusado interesadamente de la terminología de combate empleada por Lenin para, desde un pacifismo rendido, quitarle carga y potencial teórico y fuerza política y ética al ¿Qué hacer? Los mencheviques «sostenían que el partido, cuyos miembros se reclutarían por adhesión, debía estar ampliamente abierto a los simpatizantes; desde el punto de vista teórico, se inclinaban hacia la democracia liberal y creían que debían mostrarse “acogedores”, sin exigir que cada afiliado perteneciese efectivamente a una organización del partido […] 92 querían formar un partido similar a la socialdemocracia alemana» . Según N. Geras: «En la concepción de Lenin, el partido no es un cuerpo amorfo y difuso de simpatizantes ocasionales, es un partido de activistas, de cuadros, que pretende, dicho de otro modo, reunir a la vanguardia proletaria con conciencia de clase, y no simplemente disolverse en el nivel de 93 conciencia de la clase tal cual es» . Pensamos que no es casualidad que la forma organizativa menchevique atrajera más a los intelectuales progresistas que a los obreros revolucionarios, y viceversa, que la bolchevique atrajese más a los obreros revolucionarios que a intelectuales 94 progresistas . 89 V. I. Lenin: ¿Qué hacer?, Obras completas, Progreso, Moscú 1981, tomo 6, p. 30. V. I. Lenin: ¿Qué hacer?, Obras completas, op. cit., tomo 6, p.187. 91 V. Strada: «La polémica entre bolcheviques y mencheviques sobre la revolución de 1905», Historia del marxismo, Bruguera, Barcelona 1981, tomo 5, pp. 157-168. 92 R. Portal: «El socialismo ruso hasta la revolución de 1917», Historia General del Socialismo, Destino, 1979, tomo 2, pp. 426-427. 93 N. Geras: Masas, partido y revolución, Fontamara, Barcalona 1980, p. 112. 94 E. Mandel: La teoría leninista de la organización, op. cit., 1974, p. 76 y p. 82. 90 xxii ¿Por qué editar el ¿Qué hacer? en Euskal Herria? Lenin propone algo totalmente distinto: «La concepción de partido de Lenin tenía dos polos unidos dialécticamente: a) una estricta selección de los miembros del partido sobre la base de su conciencia de clase; b) la total solidaridad con y el apoyo a todos los oprimidos y explotados en el seno de la sociedad capitalista. Lenin insistía en que no había que mezclar cosas distintas: era militante de la organización el que efectivamente asumía un compromiso político 95 organizado» sabiendo que se enfrentaba a una muy larga y compleja lucha revolucionaria en la que podía ser detenido, torturado y desterrado, o asesinado. Partiendo de esta realidad, la teoría que se elabore debe ser ágil, flexible, adaptable a los cambios de fases, a los avances y retrocesos, o sea una teoría elaborada con el método dialéctico, o lo que es lo mismo, los militantes bolcheviques han de tener una especial formación filosófica, política y ética. Como veremos, este esencial contenido dialéctico hace que el ¿Qué hacer? fuera solo el inicio de una teoría más amplia y en permanente adaptación y enriquecimiento hasta la muerte de Lenin, no pudiéndose reducir su teoría del partido solo a este libro como tan frecuentemente se ha hecho, y menos aún al término de «partido militar». Tiene, por tanto, plena razón F. Vercammen cuando sostiene que: En el Tercer Congreso (1905), Lenin polemizó con violencia contra los que, en nombre del mismo texto -(el ¿Qué hacer?)-, se oponían a la afiliación masiva de trabajadores y a la elección democrática de los órganos de dirección. En 1907, aceptó que se reeditara el folleto en una colección de artículos, Doce años, pero añadiendo un prólogo que lo sitúa totalmente en el pasado. Cualquier intento posterior de reimprimirlo con fines educativos tropezó con su rechazo. Así, en 1920, cuando en los círculos dirigentes de la Internacional Comunista (IC) se volvió a proponer la reedición para educar a los «jóvenes» comunistas, prefirió, en medio de la guerra civil, escribir otro folleto: El izquierdismo, enfermedad infantil del comunismo (primavera de 1920), más circunstancial pero con algunas síntesis maduradas durante veinte años. En 1921, en el Tercer Congreso de la IC, el comunista alemán Koenen, con el apoyo de Lenin, presento e hizo aprobar una resolución sobre La estructura, los métodos y las actividades de los partidos comunistas, que un año más tarde Lenin (auto) criticará 96 duramente . Lo dicho por F. Vercammen ha sido también adelantado por otros historiadores, de entre los cuales ahora solo recurrimos a N. Geras al afirmar que «en 1905, cuando Lenin quería abrir el partido en el sentido de que había a la sazón masas de obreros en lucha que en su opinión debían tener un lugar en un partido más abierto y mayor, encontró oposición entre los cuadros bolcheviques, los hombres de los comités, educados en los argumentos del ¿Qué hacer? que acusaban a Lenin de querer jugar a la democracia. Otro ejemplo, la reacción sectaria de muchos cuadros bolcheviques al surgimiento de aquellas instituciones espontáneas, no97 partidarias, que fueron los soviet» . Hemos escogido esta cita de este investigador, entre las muchas idénticas de otros estudiosos, porque esta anuncia una constante que reaparecerá en los años posteriores y que no podemos analizar en este texto: los frecuentes choques entre la mayoría de la dirección bolchevique y una minoría dirigida por Lenin, que a veces fue una minoría muy minoritaria, o sea, el apego de la mayoría de la dirección a las tesis del pasado y su dificultad para comprender y aceptar las nuevas ideas del grupito de Lenin. Sobre la tan manipulada historia del bolchevismo es necesario leer a P. Broué cuando advierte de que han existido tres organizaciones distintas bajo la denominación de «partido 95 R. Sáez: «La vigencia del ¿Qué hacer? en nuestra época», Lenin en el siglo XXI, Socialismo o Barbarie, diciembre 2009, p. 325. 96 F. Vercammen: Lenin y la cuestión del partido, 27 de abril de 2014 (www.sinpermiso.info). 97 N. Geras: Masas, partido y revolución, Fontamara, Barcelona 1980, p. 117. xxiii ¿Por qué editar el ¿Qué hacer? en Euskal Herria? bolchevique»: el partido entre 1903-1911, la fracción bolchevique interna a este partido, y el partido desde 1912 que daría un salto en 1917 al cambiar de nombre e integrar otras fuerzas 98 políticas . Insiste en el debate de 1905 sobre si abrir o no el partido a los obreros sin partido, entre Lenin partidario de hacerlo y Rykov partidario de no hacerlo: el debate lo perdió Lenin pero la dinámica revolucionaria en la calle va convenciendo al partido que hay que abrirse 99 a la clase obrera . La formación clandestina, y la adaptabilidad y capacidad de aprender de sus errores y de abrirse a lo nuevo permitirá a los bolcheviques superar uno a uno los devastadores golpes represivos, de modo que: «El partido que toma el poder en octubre de 1917 es la prolongación del partido nacido en 1912 y de la fracción posterior a 1903. Es sin embargo completamente distinto […] Los bolcheviques muestran buena cara a las corrientes extrañas que se unen a su organización. Es verdad que ellos mismos no forman un bloque monolítico: sobre quince titulares que vienen directamente de la organización propiamente bolchevique, siete por lo menos, han, en el pasado, estado en conflicto con Lenin sobre tal 100 o cual cuestión» . Si la evolución del partido socialdemócrata ruso es mucho más compleja y enrevesada de lo que se cree, otro tanto sucede con el pensamiento de Lenin sobre el partido. Dicho a muy grandes rasgos, es innegable que existen tres grandes fases generales en la evolución teórica de su práctica organizativa: la primera, la que se expresa en el ¿Qué hacer?, escrito en la primera mitad de 1902; la segunda, la que se expresa en el aprendizaje tras la revolución de 1905 y los cambios posteriores; y, la tercera y última, la que se expresa en el aprendizaje de la revolución de 1917, que se mantiene hasta su muerte a comienzos de 1924. Pero en las tres se mantiene una identidad básica: cerrarse ante la represión en los momentos de reflujo y abrirse a la clase obrera y a otras izquierdas revolucionarias con las que se ha discutido en el pasado en los momentos de ascenso de la lucha de clases. Por eso, si tuviéramos que sintetizar en dos palabras su aportación, diríamos forzando un poco el símil, que es un «partido acordeón» en su forma externa, es decir, flexible, dúctil, adaptable a las necesidades de cada momento, capaz de cerrarse como un puño frente a la represión que está a punto de exterminarlo, y de abrirse al poco tiempo a las nuevas necesidades, integrándolas, pero manteniendo su identidad de vanguardia centralizada. También podríamos hacerlo diciendo que, desde otra perspectiva, es una «organización red» ya que incluso en los peores momentos represivos, en el inmenso y mal comunicado imperio zarista, los escasos grupitos bolcheviques actuaban como nudos de red en el débil flujo de informaciones, propuestas, críticas y acciones clandestinas. Pero en el interior y al margen de esas adaptaciones, conserva unas constantes fundamentales. Así se comprende que: Es sin duda el carácter de masa del partido en los centros industriales la confianza que le dan la mayoría de los obreros conscientes lo que explica la atmósfera ultrademocrática que prevalece en sus filas durante los meses que preceden y los que siguen inmediatamente a la toma del poder. El partido bolchevique -hay que admitirlo aun si eso contradice la imagen de Epinal- conoce y acepta la indisciplina: Zinoviev y Kamenev divulgan y desaprueban la decisión de pasar a la insurrección: el Comité Central los intima… a no volver a empezar. Recomienzan sin embargo, y Kamenev encabeza durante algunos días, una oposición más amplia contra la decisión de constituir un gobierno puramente bolchevique: comisarios del pueblo y miembros del Comité Central votan en el Congreso de los soviets contra las posiciones de la mayoría, las posiciones del partido. No es sino después de esta extravagancia que el Comité Central toma la iniciativa de reemplazar a Kamenev por Sverdlov 98 P. Broué: «Observaciones sobre la historia del partido bolchevique», Partido y revolución, op. cit., p. 84. P. Broué: «Observaciones sobre la historia del partido bolchevique», Partido y revolución, op. cit., p. 87. 100 P. Broué: «Observaciones sobre la historia del partido bolchevique», Partido y revolución, op. cit., pp. 88-89. 99 xxiv ¿Por qué editar el ¿Qué hacer? en Euskal Herria? en la presidencia del Comité ejecutivo de los soviets. Los ataques más violentos de Lenin caerán sobre los «desertores», los que renuncian: no se trata de excluir, sino de atraer de vuelta al partido a los indisciplinados. Los mismos fenómenos se reproducen durante la discusión sobre la paz y las tratativas de Brest-Litovsk en 1918. La oficina regional de Moscú y su diario combaten públicamente la posición gubernamental, Bujarin y su grupo de «comunistas de izquierda» publican un diario que ataca con balas rojas a la dirección del partido y de los soviets. El Comité Central les garantiza la libertad de expresión total en el interior: esperará, sin tomar sanciones, que los opositores abandonen por ellos mismos su iniciativa exterior y se esfuerza por convencerlos. En realidad, durante ese período revolucionario, la política bolchevique es sometida todos los días a la crítica o a la aprobación de los obreros, de los soldados y de los campesinos en las asambleas generales, los mítines, las reuniones de sindicatos o 101 de soviet . V. Serge escribe que en los peores momentos de 1918-1919, el partido «se adapta rigurosamente a las necesidades del momento […] Pero su pensamiento continua vigoroso y libre. Acoge a los que hasta el día anterior habían sido anarquistas y socialrevolucionarios de izquierda […] Era tan poco forzada la autoridad de Lenin, y las costumbres democráticas eran tan vigorosas dentro de la revolución, que nadie discutía el derecho de cualquier revolucionario 102 recién llegado a manifestar rotundamente su pensamiento frente al jefe del partido» . La capacidad de adaptación se verá confirmada poco tiempo después, cuando haya que responder con extrema urgencia a la debacle socioeconómica causada por la guerra, por el sabotaje y el terrorismo blanco, por el secular atraso cultural, etcétera. Hay que abrir el partido al exterior para movilizar todas las fuerzas democráticas y por eso la consigna en verano de 1921 es: «Más iniciativa e independencia local, más fuerzas para las localidades, más 103 atención a la experiencia práctica» . No es posible activar un plan así sin una organización suficientemente preparada para absorber creativa y autocríticamente el tsunami de nuevas críticas, reproches y aportaciones de todo tipo que le llegaran del exterior. Lenin sustentó la teoría del partido en un profundo estudio del modo de producción capitalista en general y de la formación económico-social rusa en concreto, estudio realizado en los años anteriores a la publicación del ¿Qué hacer? no con un fin abstractamente teoricista, al estilo de los realizados por los «marxistas legales», sino con un objetivo estratégico para la práctica política: definir el sujeto revolucionario y el carácter de clase de la revolución, o sea, dilucidar si el sujeto era el campesinado abrumadoramente dominante o el muy reducido proletariado, y si, por tanto, la revolución sería estrictamente democrático-burguesa o socialista en esencia, al margen de sus fases internas. El ¿Qué hacer? no podía ser escrito antes de haber resuelto ese problema decisivo. Para ello Lenin se embarcó en una sistemática investigación y a la vez en un implacable debate político con las corrientes populistas y legalistas, ambas cosas a la vez porque van unidas dentro de la definición del marxismo como filosofía de la praxis, dentro de la teoría marxista del conocimiento en suma. Siendo cierto que en aquella época Lenin tenía en muy alta estima a Plejanov, Kautsky y otros, caracterizados por su mecanicismo economicista barnizado por una muy débil pátina de dialéctica mal comprendida, no lo es menos que también desarrolló un «original» método dialéctico que anulaba el determinismo: «Desde su primera intervención teórica, por consiguiente, Lenin toma una posición de cierta originalidad. Aunque en sus trabajos se 101 P. Broué: «Observaciones sobre la historia del partido bolchevique», Partido y revolución, op. cit.., pp. 89-90. V. Serge: El año I de la revolución rusa, Siglo XXI, Madrid 1972, pp. 439-490. 103 V. I. Lenin: Nuevos tiempos. Viejos errores de nuevo tipo, Obras completas, op. cit., tomo 44. p. 108. 102 xxv ¿Por qué editar el ¿Qué hacer? en Euskal Herria? advierte la influencia del enfoque cientista, positivista […] la marca de esta influencia coexiste 104 en Lenin, contradictoriamente, con una dialéctica viva, muy marxiana» . Fue esa dialéctica viva la que le permitió demostrar que la clase obrera era el sujeto revolucionario, que aun siendo una reducida minoría portaba en su interior todos los valores sociales, por lo que podía guiar al campesinado y al resto del pueblo al socialismo: «La distinción que ahí hace Lenin entre la figura del obrero (el proletariado fabril) y el conjunto de la masa proletaria es esencial 105 para ver que esa visión estratégica tiene una sólida fundamentación sociológica» . Al definir al campesinado como el aliado esencial de la clase obrera Lenin se distanció del marxismo academicista, «legal», para acercarse a los populistas rusos, abriendo así una muy fructífera vía que demostraría su efectividad práctica y teórica en las revoluciones campesinas 106 y de liberación antiimperialista en las que el llamado «populismo» jugó un papel clave . Sustentó este logro en una muy acertada aplicación del método marxista a la expansión capitalista en Rusia, insistiendo en el papel del Estado-nación burgués en la expansión del 107 capitalismo y a la vez en la ciega necesidad del capitalismo de desbordar los estrechos límites del Estado-nación para expandirse colonizando, explotando y subyugando otros pueblos como elementos consustancial a su «misión histórica». Lenin da tanta importancia a este segundo componente de la depredación capitalista que dice que su investigación requiere 108 de otra «obra especial» . Sin duda, nos encontramos aquí ante la primera exposición embrionaria pero sistemática del vital papel de la liberación nacional de los pueblos oprimidos para el triunfo socialista, como se confirmará muy poco después, en 1900, cuando la invasión de China por Rusia, que además de ser una agresión inaceptable contra el pueblo chino, 109 también iba en detrimento del «pueblo trabajador» ruso . La originalidad de la viva dialéctica de Lenin choca frontalmente con el rechazo total de la 110 dialéctica materialista por el «marxismo legal» que acepta un neokantismo y el positivismo cientista; la originalidad de Lenin aparece también en su permanente atención al denominado «factor subjetivo» mediante un estudio crítico de las contradicciones sociales insertas en 111 la «herencia» cultural y política de las masas oprimidas en las duras condiciones de la explotación dictatorial zarista. El valor dado al «factor subjetivo» como fuerza material es reafirmado en el ¿Qué hacer? justo cuando reflexionaba, debatía y escribía sobre el potencial liberador de la «larga historia» de la experiencia clandestina antizarista que había forjado 112 pautas de comportamiento válidas . Semejante reflexión no fue casual ni única, sino que se inscribía en una comprensión dialéctica del marxismo en la que, como veremos, facultades del pensamiento humano menospreciadas como «subjetivas» tienen un fundamental papel en la teoría del conocimiento. Comparado con los marxistas rusos de aquella época, Lenin fue un adelanto en todos los sentidos, aunque ahora sea puesto en cuestión hasta su marxismo sobrevalorando su acercamiento al populismo y reduciendo prácticamente a nada la originalidad de su viva 113 dialéctica , denuncia realizada desde una perspectiva exterior y descontextualizada. Sin embargo, fueron las contradicciones sociales las que facilitaron a Lenin su distanciamiento 104 F. Claudin: «Presentación general», Lenin. Escritos económicos (1893-1899), Siglo XXI, Madrid 1974, tomo 1. p. 39. F. Claudin: «Presentación general», Lenin. Escritos económicos (1893-1899), op. cit., tomo 1, p. 49. 106 F. Claudin: «Presentación general», Lenin. Escritos económicos (1893-1899), op. cit., tomo 1, pp. 51-55. 107 V. I. Lenin: El desarrollo del capitalismo en Rusia, Obras completas, op. cit., tomo 3, pp. 55-57. 108 V. I. Lenin: El desarrollo del capitalismo en Rusia, Obras completas, op. cit., tomo 3, pp. 646-659. 109 V. I. Lenin: La guerra con China, Obras completas, op. cit., tomo 4, pp. 397-402. 110 V. Strada: «El “marxismo legal” en Rusia», Historia de marxismo, Bruguera, Barcelona 1981, p. 69. 111 V. I. Lenin: A qué herencia renunciamos, Obras completas, op. cit., tomo 2, pp. 527-575. 112 V. I. Lenin: ¿Qué hacer?, Obras completas, op. cit., tomo 6, p. 149. 113 S. Clarke: «¿Era Lenin marxista? Las raíces populistas del marxismo-leninismo», A 100 años del «¿Qué hacer?», Herramienta, 2003, Buenos Aires, pp. 71-108. 105 xxvi ¿Por qué editar el ¿Qué hacer? en Euskal Herria? teórico del populismo: por un lado, las aportaciones de Martov en 1894; por otro lado, la inutilidad política de la heroica oleada de luchas en 1895-1896; y, por último, las 114 conversaciones con Axelrod sobre la evolución capitalista . Estas reflexiones fueron simultáneas a la elaboración de sus escritos económicos entre 1893 y 1899 en los que el populismo y el «marxismo legal» son criticados implacablemente. Aquí tenemos un ejemplo del método intelectual de Lenin una y otra vez aplicado: recoger toda la información posible sobre las contradicciones de la realidad, sumergirse hasta la raíz en ellas y en su mismo interior elaborar una alternativa sintética superior que era de nuevo sometida a autocrítica. Resultado de este método fue que acertó como nadie lo hizo en las líneas tendenciales fuertes que se agudizaron hasta estallar en 1905, viéndose confirmada en la impresionante modernidad del muy concentrado foco industrial ruso que formaba un archipiélago en un océano capitalista: «Las grandes empresas con mil o más trabajadores empleaban solo al 18 por 100 de los trabajadores en Estados Unidos, pero más del 41 por 115 100 en Rusia» , y esta concentración y modernización se intensificó hasta la revolución de 1917. El ¿Qué hacer?, escrito en la primera mitad de 1902, es producto de ese método, y por eso Lenin sometió a autocrítica su propia obra nada más aparecer realidades nueva en 1905 y posteriormente, como hemos dicho arriba. Teniendo en cuenta todo esto, J. Salem puede afirmar que para Lenin, «una revolución está hecha por una “serie” de batallas; corresponde al partido de vanguardia facilitar en cada etapa una consigna adaptada a la situación objetiva; a él incumbe reconocer el “momento oportuno” 116 de la insurrección» . El ¿Qué hacer? es la base sobre la que descansará la flexibilidad del partido para captar los «momentos oportunos» e incidir en ellos; sobre todo en la era de las masas, en la que la política comienza allí donde se encuentran millones de hombres, incluso decenas de millones, lo que produce un «desplazamiento tendencial de los focos de 117 la revolución hacia los países dominados» . El poderío praxístico de Lenin se sustenta a su vez en lo decisivo, en lo que ni la burguesía ni el reformismo perdonan a Lenin: «La revolución es una guerra, y la política es, de manera 118 general, comparable al arte militar» . Es esto exactamente lo que sostiene D. Bensaïd al definir la teoría de Lenin sobre el partido como la teoría que eleva lo político al centro del problema, por lo que el partido ha de ser una realidad organizativa permanente que actúe 119 como «partido estratega» , y también es idéntico en el fondo a la muy conocida tesis de 120 que el partido leninista es un «instrumento de combate» . Ahora bien, las relaciones entre guerra, estrategia, poder y política, que son ciertas, en modo alguno autorizan a cometer el error simplificador de reducir el partido bolchevique a «partido militar». Muy pocos marxistas hasta entonces tenían una concepción tan lúcida y radical, es decir, correcta, de lo que es, cómo se organiza tácticamente y se piensa estratégicamente la revolución comunista. Arriba hemos hablado de la necesidad de la formación teórica, política y ética del militante necesario para la teoría de Lenin de la organización revolucionaria, veamos por qué es así leyendo al propio Lenin precisamente en esta cuestión de la «guerra» y de la «estrategia militar» en su profundo sentido político: «Las denuncias políticas son precisamente una declaración de guerra al gobierno, de la misma manera que las denuncias de tipo económico son una declaración de guerra al fabricante. Y la importancia moral de 114 F. Vercammen: Lenin y la cuestión del partido, 27 de abril de 2014 (www.sinpermiso.info). N. Faulkner: De los neandertales a los neoliberales, Pasado&Presente, Barcelona 2014, p. 283. 116 J. Salem: Lenin y la revolución, Península, Barcelona 2009, pp. 58-63. 117 J. Salem: Lenin y la revolución, op. cit., pp. 89-101. 118 J. Salem: Lenin y la revolución, op. cit., pp. 39-52. 119 D. Bensaïd, Marx ha vuelto, Edhasa, Barcelona 2012, p. 110. 120 F. Lizarrague: El partido leninista como instrumento de combate, 12 de diciembre de 2013 (www.ft-ci-org). 115 xxvii ¿Por qué editar el ¿Qué hacer? en Euskal Herria? esta declaración de guerra es tanto mayor cuanto más amplia y vigorosa es la campaña de denuncias, cuanto más numerosa y decidida es la clase social que declara la guerra para 121 empezarla» . ¿Qué dice realmente el ¿Qué hacer?? Una lectura del ¿Qué hacer? sin gafas de plomo, sin ninguno de los dos errores típicos del dogmatismo, el que le idolatra y el que le odia, muestra que: Primero, Lenin elaboró su primera versión de la teoría organizativa, el ¿Qué hacer?, pensando en aplicar a la Rusia de entonces lo básico del marxismo sobre todo en lo relacionado con la dirección revolucionaria de un amplísimo bloque social compuesto por las amplias masas trabajadoras y explotadas, por el pueblo trabajador, por todas aquellas personas que sufren cualquier forma de opresión, represión y dominación, que pasan hambre y miseria porque son la «plebe» de las ciudades, que sufren incultura, que padecen persecución religiosa, malos tratos en los cuarteles y el «trato cuartelero» a estudiantes e intelectuales, etcétera, es decir, contra «todas estas manifestaciones de opresión y miles de otras análogas que no tienen 122 relación directa con la lucha “económica”» . Es muy importante reseñar que son luchas contra injusticias no directamente relacionadas con la lucha «económica» porque así se insiste en el concepto clave de la totalidad social formada por realidades que si bien en último análisis nos remiten a la estructura económica, también tienen otras características específicas pero no opuestas a la lucha económica; entendido esto, comprenderemos más fácilmente el papel decisivo de la conciencia política como quintaesencia de todas esas injusticias, vejaciones y oprobios. Sobre todo entenderemos que la conciencia política es imprescindible para dirigir las alianzas con la pequeña burguesía, clase emocionalmente inestable, económicamente egoísta y políticamente conservadora. Mientras que Lenin redactaba el ¿Qué hacer? también escribía que: «Podemos (y debemos) señalar de forma positiva el carácter conservador de la pequeña burguesía. Y únicamente en forma condicional debemos hablar de su carácter revolucionario. 123 solo tal formulación responderá exactamente a todo el espíritu de la doctrina de Marx» .Pero el mayoritario carácter conservador de la pequeña burguesía, y su minoritario carácter revolucionario, no debe ser obstáculo para intentar integrar esta clase en la estrategia de las masas trabajadoras y explotadas. La condición que exigía Lenin menos de un mes después del texto citado no era otra de que se demarcarse con rigor e insistencia en que era el proletariado, la clase obrera, la que debe dirigir clara y decididamente al pueblo y a los 124 pequeños productores . Pues bien, esta misma preocupación básica sigue estando presente dos décadas más tarde aunque en un contexto diferente. En marzo de 1922, con el poder estatal en manos de un partido y un proletariado agotados por las sucesivas guerras y desastres naturales sostenidos desde 1914, Lenin insiste en varias cuestiones que nos remiten siempre al estrechamiento de relaciones entre la organización proletaria y las amplias masas explotadas, incluso sectores de la burguesía: formación teórica y estudio de la nueva realidad, capacitación, lucha contra la 125 burocracia y sobre todo, integrar en el partido a los que no militan en él . Nada sustancial a 121 V. I. Lenin: ¿Qué hacer?, Obras completas, op. cit., tomo 6, p. 95. V. I. Lenin: ¿Qué hacer?, Obras completas, op. cit., tomo 6, p. 62. 123 V. I. Lenin: Observaciones al segundo proyecto de programa de Plejanov, op. cit., tomo 6, p. 242. 124 V. I. Lenin: Observaciones complementarias al proyecto de programa de la comisión, op. cit., tomo 6, pp. 269-272. 125 V. I. Lenin: XI Congreso del PC (b) R. , Obras completas, op. cit., tomo 45, pp. 73-147. 122 xxviii ¿Por qué editar el ¿Qué hacer? en Euskal Herria? la teoría organizativa ha cambiado en veinte años, aunque sí lo han hecho aspectos concretos que adquieren o pierden importancia según las circunstancias. Segundo, como ya hemos dicho arriba, en ningún momento quiso imponer su modelo organizativo al resto de partidos y movimientos revolucionarios, sino que varias veces insistió en que era la aplicación de la teoría marxista a las excepcionales condiciones concretas de la lucha en el imperio zarista. Un ejemplo muy ilustrativo y esclarecedor lo tenemos en el temas de las relaciones entre la organización revolucionaria, o partido -Lenin emplea indistintamente ambos términos, y en un momento hasta llega a decir que «para mí la denominación 126 127 no tiene importancia» -, y los sindicatos, precisando que el «yugo de la autocracia» impone condiciones especiales que no existen en países con democracia burguesa más o menos asentada; y otro lo tenemos cuando poco antes, al hablar de las relaciones entre la clandestinidad de los revolucionarios y la no clandestinidad de las organizaciones sindicales 128 y populares, insiste en que se refiere «claro está, solo a la Rusia autocrática» . Podríamos citar una docena, como mínimo, de precisiones idénticas de Lenin sobre la especificidad rusa de su propuesta organizativa, lo cual no anula el que sí asumiera los principios generales de la teoría organizativa desarrollada desde Marx y Engels, así como las lecciones que podían extraerse de la memoria de lucha de los pueblos. Una de las razones de fondo que explican por qué Lenin rechazaba toda dogmatización sagrada e inmovilista del ¿Qué hacer? no es otra que su radical oposición a toda burocracia, más en concreto: «Si hay un objetivo que cruza permanentemente el itinerario de Lenin es el combate contra todos los obstáculos burocráticos que se interponen al desarrollo revolucionario del movimiento obrero 129 y de las masas. Es una lucha contra todo tipo de regimentación» . Hemos leído abundantes tesis del «último Engels» sobre la necesidad de respetar las experiencias y necesidades de cada pueblo en el momento de crear sus organizaciones, y Lenin era total y conscientemente engelsiano en esta cuestión, como en todas: al igual que el resto de marxistas, ellos sabían que toda imposición organizativa degenera rápidamente en el burocratismo, y por eso se negaron siempre a imponer falsas soluciones mágicas. Tercero, en contra de lo que se afirma, el ¿Qué hacer? se basa en una noción marxista nada cerrada, ni mecánica, ni dogmática, sino precisamente en todo lo contrario, en una visión de la praxis revolucionaria en la que la valentía intelectual e investigadora sirven para crear nuevas realidades. Criticando el miedo a pensar y hacer que se esconde en el culto a la espontaneidad, afirma: «El culto a la espontaneidad origina una especie de temor de apartarnos un poquitín de lo que sea “accesible” a las masas, un temor de subir demasiado por encima de la simple satisfacción de sus necesidades directas e inmediatas. ¡No tengan miedo, señores! ¡Recuerden ustedes que en materia de organización estamos a un nivel tan 130 bajo que es absurda hasta la propia idea de que podamos subir demasiado alto!» . Hay que perder el miedo a pensar más allá de lo visible y de lo permitido entrando en lo invisible y prohibido, en lo real en definitiva. Lenin rezumaba heurística: escribió «¡Hay que soñar!», y sigue diciendo: «He escrito estas 131 palabras y me he asustado» para de inmediato parodiar ácidamente la cuadratura mental y cegata de quienes no aceptan la vital tarea de la imaginación y del sueño, del deseo, en la elaboración teórica, denunciando la pobreza mental y la impotencia en la imaginación de un 126 V. I. Lenin: ¿Qué hacer?, Obras completas, op. cit., tomo 6, p. 112. V. I. Lenin: ¿Qué hacer?, op. cit., p. 119. 128 V. I. Lenin: ¿Qué hacer? op. cit., p. 118. 129 J. Dal Maso y F. Royo: Pensar Lenin, 6 de agosto de 2013 (www.ips.org.ar). 130 V. I. Lenin: ¿Qué hacer?, op. cit., p. 141. 131 V. I. Lenin: ¿Qué hacer?, op. cit., p. 181. 127 xxix ¿Por qué editar el ¿Qué hacer? en Euskal Herria? mundo nuevo que ahoga al movimiento revolucionario en aquel tiempo. Años después, vuelve a insistir en el papel de la imaginación, la fantasía y hasta la capacidad onírica en el proceso 132 de pensamiento al leer a Aristóteles , como elementos necesarios para el método dialéctico. Y más tarde: «Debemos estudiar minuciosamente los brotes de lo nuevo, prestarles la mayor atención, favorecer y “cuidar” por todos los medios el crecimiento de estos débiles brotes […] Es preciso apoyar todos los brotes de lo nuevo, entre los cuales la vida se encargará de 133 seleccionar los más vivaces» . Cuarto, la capacidad heurística tiende a fallar, o a ser muy limitada en las organizaciones revolucionarias. Al inicio del ¿Qué hacer? critica el conservadurismo de las izquierdas: «En efecto, parece que nadie ha puesto en duda hasta ahora que la fuerza del movimiento contemporáneo reside en el despertar de las masas (y, principalmente del proletariado industrial), y su debilidad en la falta de conciencia y de espíritu de iniciativa de las direcciones 134 revolucionarias» . Marxistas anteriores ya se habían dado cuenta de que la activación de las masas desborda a las débiles direcciones carentes de iniciativa; luego, en otras muchas ocasiones volvería a repetirse el retraso de las organizaciones con respecto a la iniciativa popular. Lenin acierta en un punto crítico y advierte de sus demoledores riesgos; para evitarlos, para corregirlos: «Cuanto más crece la lucha espontánea de las masas, incomparablemente mayor, es el imperativo de elevar con rapidez la conciencia en la labor teórica, política y 135 orgánica de la socialdemocracia» . El ¿Qué hacer? reitera la necesidad de que las organizaciones tengan iniciativa, tomen la dirección de los procesos, aporten soluciones revolucionarias a las preguntas de las clases explotadas, no tengan miedo a pensar, y es tremendamente duro en esa crítica: «Pero los revolucionarios se han rezagado de la creciente actividad de las masas tanto en sus “teorías” como en su labor, no han logrado crear una organización permanente que funcione sin 136 interrupciones y sea capaz de dirigir todo el movimiento» . Lenin entrecomilla la palabra «teorías» para ridiculizar precisamente eso, las «teorías» que van por detrás de las masas. Quinto, no hay que echar nunca las culpas de los errores y limitaciones del partido al pueblo. Más aún: «Debemos culparnos a nosotros mismos, a nuestro retraso con respecto al movimiento de las masas, de no haber sabido aún organizar denuncias lo suficientemente amplias, sugestivas y rápidas contra todas esas ignominias. Si lo hacemos (y debemos y podemos hacerlo) el obrero más atrasado comprenderá o sentirá que el estudiante y el miembro de una secta religiosa, el mujik o el escritor son vejados y atropellados por esa misma fuerza tenebrosa que tanto le oprime y le sojuzga a él en cada paso de su vida […] Hemos hecho todavía muy poco, casi nada, para lanzar entre las masas obreras denuncias de actualidad y en todos los dominios. Muchos de nosotros ni siquiera comprendemos aún esta obligación nuestra y seguimos espontáneamente tras la «monótona lucha cotidiana» en el estrecho marco de la lucha fabril […] Y nuestra misión de publicistas socialdemócratas 137 consiste en ahondar, extender e intensificar las denuncias políticas y la agitación política» . Sexto, uno de esos dogmas era el de que la teoría del partido hasta ese momento dominante no tenía apenas relación con los objetivos revolucionarios y con la evolución del contexto histórico-político, siendo en cierta forma intemporal, estática, válida siempre al margen de los cambios sociales. Lenin destruye este dogma y vuelve a lo básico de Marx y Engels: 132 V. I. Lenin: «Resumen del libro de Aristóteles «Metafísica»», Cuadernos filosóficos, Obras completas, tomo 29, p. 336. V. I. Lenin: Una gran iniciativa, Obras completas, op. cit., tomo 39, pp. 21-22. 134 V. I. Lenin: ¿Qué hacer?, op. cit., pp. 30-31. 135 V. I. Lenin: ¿Qué hacer?, op. cit., p. 56. 136 V. I. Lenin: ¿Qué hacer?, op. cit., p. 56. 137 V. I. Lenin: ¿Qué hacer?, op. cit., pp. 75-76. 133 xxx ¿Por qué editar el ¿Qué hacer? en Euskal Herria? la organización ha de evolucionar dentro de la evolución real, y lo teoriza desde el inicio del ¿Qué hacer?, mostrando la lenta construcción del partido, sus dificultades, la exigencia de una visión internacional de la teoría organizativa y de la formación teórica para superar las dificultades que surjan, y es muy significativo que recurra al ejemplo de la represión de 138 la socialdemocracia alemana . En las páginas posteriores Lenin vuelve a la permanente evolución de las cuestiones que propone a la vez que denuncia la pasividad y quietud intelectual de los populistas. Al final del libro sintetiza el recorrido histórico en tres períodos de lucha política explicando sus peculiaridades, acertando en el resultado último: Ignoramos cuando acabará el tercer período y empezará el cuarto (que anuncian ya, en todo caso, numerosos presagios). Del campo de la historia pasamos aquí al terreno de lo presente y, en parte, de lo futuro. Pero tenemos la firme convicción de que el cuarto período ha de conducir al afianzamiento del marxismo militante, que la socialdemocracia rusa saldrá vigorizada de la crisis, que la retaguardia oportunista será «relevada» por un verdadero destacamento de vanguardia de la clase más 139 revolucionaria . Lo más significativo es que Lenin es consciente desde el inicio de que ese cuarto período o fase histórica que comienza va a someter a las clases explotadas rusas a brutales situaciones y pruebas que ha de superar organizándose porque se enfrenta a lo más poderoso de la reacción europea y asiática, y que esta lucha podría convertirlas «en la vanguardia del proletariado revolucionario 140 internacional» . Séptimo, por tanto, su teoría organizativa busca adaptar al especial contexto zarista lo esencial del marxismo. Y aquí aparece el crucial debate sobre los límites del «economismo», es decir, de reducir la lucha de clases a la simple lucha por las reformas estrictamente económicas, de mejoras salariales y sindicales, las que se ciñen a las cuestiones laborales entre la patronal y el proletariado, desdeñando y rechazando totalmente otras formas de lucha, fundamental y decisivamente la lucha política por la toma del poder y por la destrucción del Estado opresor. Lenin insiste machaconamente en que el partido ha de politizar la lucha obrera y popular, ha de mostrar a las clases explotadas que la simple acción sindical reformista, siempre necesaria 141 pero subordinada a la lucha revolucionaria como la parte lo está al todo , no conduce a nada decisivo si está aislada porque el problema clave es la posesión del «Estado como fuerza política organizada», porque lo decisivo es «destruir el régimen social que obliga a los desposeídos a venderse a los ricos», para lo cual «debemos emprender una intensa labor de 142 educación política de la clase obrera, de desarrollo de su conciencia política» . Lenin no había leído las obras de Marx y Engels sobre la ideología como visión invertida, falsa pero «históricamente necesaria» de la realidad, y debido a la influencia del positivismo economicista tampoco prestó atención a la fundamental crítica marxista del fetichismo de la mercancía, por lo que es comprensible su creencia de que el apego a la lucha salarial, economicista, sindical-reformista y apolítica se basara en el poder de la ideología burguesa y 143 en la debilidad de la ideología socialista , tesis insuficiente pero comprensible en su contexto teórico e histórico. Sin embargo, esta debilidad -que ha traído efectos negativos en los que no podemos entrar ahora- es parcialmente contestada en partes desconocidas del ¿Qué hacer? como la extensa nota en la que insiste en la necesidad de estudiar los datos legales y oficiales para denunciar la explotación obrera por debajo de la primera impresión parcial y aislada, ya 138 V. I. Lenin: ¿Qué hacer?, op. cit., p. 30. V. I. Lenin: ¿Qué hacer?, op. cit., p. 193. 140 V. I. Lenin: ¿Qué hacer?, op. cit., p. 30. 141 V. I. Lenin: ¿Qué hacer?, op. cit., p. 66. 142 V. I. Lenin: ¿Qué hacer?, op. cit., p. 60. 143 V. I. Lenin: ¿Qué hacer?, op. cit., pp. 42-46. 139 xxxi ¿Por qué editar el ¿Qué hacer? en Euskal Herria? 144 que los obreros «solo conocen una sección de una gran fábrica» . Aquí Lenin se acerca mucho al proceso de concienciación antifetichista que, entre otras cosas, busca aprehender la totalidad contradictoria lo que exige superar la parcialidad superficial y por ello engañosa, falsa, ideológica en el sentido marxista de ideología como «conciencia invertida», como «falsa conciencia necesaria». Para poner sobre sus pies a la conciencia y para superar la postrada adoración fetichista al salario, al reformismo sindicalista y al apoliticismo, la clase obrera ha de conocer el proceso entero de su alienación vital, que no solo su explotación económica, también su opresión política y dominación cultural. Lenin no se cansa de insistir en esta alternativa aún desconociendo que así se acerca a la crítica marxista del fetichismo. Si bien en esta época Lenin todavía no ha estudiado plenamente la dialéctica de la totalidad -lo hará desde 1914-, sí la emplea en la práctica: Al obrero se le puede dotar de conciencia política de clase solo desde fuera, es decir, desde fuera de la lucha económica, desde fuera del campo de las relaciones entre obreros y patronos. La única esfera de que se pueden extraer esos conocimientos es la esfera de las relaciones de todas las clases y sectores sociales con el Estado y el Gobierno, la esfera de las relaciones de todas las clases entre sí. Por eso, a la pregunta de qué hacer para dotar de conocimientos políticos a los obreros no se puede dar únicamente la respuesta con que se contentan, en la mayoría de los casos, los militantes dedicados a la labor práctica, sin hablar ya de quienes, entre ellos, son propensos al «economismo», a saber: «Hay que ir a los obreros». Para aportar a los obreros conocimientos políticos, los socialdemócratas deben ir a todas las clases de 145 la población, deben enviar a todas partes destacamentos de su ejército . Lenin habla de esferas separadas, la económica, la política, etcétera, sugiriendo que existe exterioridad entre ellas, lo que da pie a una interpretación facilona en el sentido de absoluta incomunicación. Como ahora nos centramos en el ¿Qué hacer?, más adelante volveremos al problema de las esferas. Una lectura de principio a fin del párrafo muestra que no es así, que Lenin plantea claramente la existencia de una totalidad englobante de cada una de las esferas en particular. El falso problema del «afuera» se resuelve entendiendo que Lenin se refiere a unas sub-esferas con autonomía relativa pero integradas, subsumidas en una esfera superior que las determina fundamentalmente gracias al poder del Estado y del gobierno, que garantizan con su poder que la burguesía siga siendo la propietaria de las fuerzas productivas. Visto el falso problema desde la dialéctica de la totalidad, Lenin está en lo cierto, como lo ha demostrado la historia. Aquí nos encontramos ante el mismo método tramposo que emplean con Marx en el crucial tema de si la clase obrera tiene patria o no: trocean el párrafo completo, aíslan el que les conviene y excomulgan al enemigo. Por si fuera poco, en el ¿Qué hacer? sí aparecen explicaciones más abiertamente basadas en la dialéctica de la totalidad: «Pues también los obreros cultos de nuestro país han desplegado en estos últimos años “de modo casi exclusivo una lucha económica”. Esto por una parte. Por otra, tampoco las masas aprenderán jamás a desplegar la lucha política mientras no ayudemos a formarse a los dirigentes de esta lucha, procedentes tanto de los obreros cultos como de los intelectuales; y estos dirigentes pueden formarse exclusivamente enjuiciando de modo sistemático y cotidiano todos los aspectos de nuestra vida política, todas las tentativas 146 de protesta y lucha de las distintas clases y por diversos motivos» . Queda claro aquí que Lenin tiene una visión totalizante de la realidad social, que no separa e incomunica 144 V. I. Lenin: ¿Qué hacer?, op. cit., p. 160. V. I. Lenin: ¿Qué hacer?, op. cit., p. 84. 146 V. I. Lenin: ¿Qué hacer?, op. cit., p. 171. 145 xxxii ¿Por qué editar el ¿Qué hacer? en Euskal Herria? arbitrariamente sub-totalidades, sub-esferas, sino que siempre las ve como partes de un sistema superior. Octavo, guiándose por el método dialéctico y antes de profundizar en la propuesta organizativa, Lenin insiste en dos cosas interrelacionadas: que siempre hay condiciones para aumentar la conciencia política porque siempre existen varios tipos de conciencia espontánea, de espontaneismo, ya que «en el fondo, el “elemento espontáneo” no es sino la forma 147 embrionaria de lo consciente» ; dicho de otro modo, siempre existen posibilidades de concienciación y lucha política porque ésta late embrionariamente en el espontaneismo de las masas, por lo tanto, la organización ha de estar capacitada para intervenir en el interior del espontaneismo. Unido a esto y recalcando lo que ya se ha dicho, la segunda cosa en la que insiste es que la organización ha de estar presente en todas las realidades en la que el pueblo y todas las clases son explotadas, sufren injusticias y opresiones: «…por el derecho de huelga, por la supresión de todos los obstáculos jurídicos que se oponen al movimiento cooperativista y sindical, por la promulgación de leyes de protección de la mujer y del niño, por el mejoramiento de las condiciones de trabajo mediante una legislación sanitaria y fabril, 148 etcétera» . Noveno, Lenin es muy preciso al insistir en que el partido revolucionario ha de impulsar el «desarrollo polifacético de la conciencia política del proletariado [...] Debemos “ir a todas las clases de la población” como teóricos, como propagandistas, como agitadores y como 149 organizadores» . Quiere decir esto que la organización ha de ser polivalente y su militancia polifacética, multilateral, capaz de practicar todas las expresiones de concienciación política en formas teóricas, propagandísticas, agitadoras y organizadoras, porque sus militantes han de ser «líderes políticos en todas las manifestaciones de la lucha múltiple, que sepan, en el momento necesario, “dictar un programa positivo de acción” a los estudiantes en efervescencia, a los descontentos de los zemstvos, a los miembros indignados de las sectas 150 religiosas, a los maestros de escuela lesionados en sus intereses, etcétera» . Arriba hemos hablado del militante omnisciente y ubicuo, y volvemos ahora sobre este mismo asunto pero con más profundidad. Décimo, el partido leninista no rechaza la lucha por la reforma, por la conquista de derechos democráticos y mejoras de todo tipo: «La socialdemocracia revolucionaria siempre ha incluido e incluye en sus actividades las luchas por las reformas. Pero no utiliza la agitación “económica” exclusivamente para reclamar al gobierno toda clase de medidas; la utiliza también (y en primer término) para exigir que deje de ser un gobierno autocrático. Además, considera un deber presentar al gobierno esta exigencia no solo en el terreno de la lucha económica, sino a sí mismo en el terreno de todas las manifestaciones en general de la vida sociopolítica. En una palabra, subordina la lucha por las reformas, como la parte al todo, a la 151 lucha revolucionaria por la libertad y el socialismo» . Undécimo, llegado a este punto de su estudio sobre la organización, Lenin añade que «la 152 policía, como es natural, conoce casi siempre a todos los dirigentes principales» , debido sobre todo a los «métodos artesanales» de la lucha clandestina. Sostiene que los obreros dan ejemplos de energía y abnegación prodigiosas, que pueden decidir y son los únicos que lo pueden hacer, el proceso revolucionario, pero que la «lucha contra la policía política exige 147 V. I. Lenin: ¿Qué hacer?, op. cit., p. 32. V. I. Lenin: ¿Qué hacer?, op. cit., p. 65. 149 V. I. Lenin: ¿Qué hacer?, op. cit., p. 87. 150 V. I. Lenin: ¿Qué hacer?, op. cit., p. 91. 151 V. I. Lenin: ¿Qué hacer?, op. cit., p. 66. 152 V. I. Lenin: ¿Qué hacer?, op. cit., p. 107. 148 xxxiii ¿Por qué editar el ¿Qué hacer? en Euskal Herria? 153 cualidades especiales, exige revolucionarios profesionales» , y hace hincapié en que el partido ha de preocuparse de que su militancia especializada surja precisamente de esos obreros tan combativos y enérgicos. ¿Qué entiende Lenin por revolucionarios profesionales y cómo es y debe ser el proceso de su surgimiento desde el interior de la lucha obrera y popular?: Una huelga secreta es imposible para quienes participan en ella o tengan relación inmediata con ella. Pero para las masas de obreros rusos, esta huelga puede ser (y lo es en la mayoría de los casos) «secreta» porque el gobierno se preocupará de cortar toda relación con los huelguistas, se preocupará de hacer imposible toda difusión de noticias sobre la huelga. Y aquí es necesaria «la lucha contra la policía política», una lucha especial, una lucha que jamás podrá sostener activamente una masas tan amplia como la que participa en las huelgas. Esta lucha deben organizarla, «según todas las reglas del arte», personas cuya profesión sea la actividad revolucionaria. La organización de esta lucha no se ha hecho menos necesaria porque las masas se incorporen espontáneamente al movimiento. Al contrario: la organización se hace, por eso, más necesaria, porque nosotros, los socialistas, faltaríamos a nuestras obligaciones directas ante las masas si no supiéramos impedir que la policía haga secreta (y si a veces nos preparásemos nosotros mismos en secreto) cualquier huelga o manifestación. Y sabremos hacerlo precisamente porque las masas que se despiertan espontáneamente destacarán también de su seno a más y más «revolucionarios profesionales» (siempre que no se nos ocurra invitar a los obreros 154 de diferentes maneras, al inmovilismo) . Aunque aquí Lenin hable en un contexto de represión y dictadura zarista, en la que las huelgas están prohibidas y las ilegales que se realizan son silenciadas e invisibilizadas por los medios de prensa burgueses y por el gobierno, sin embargo, no por ello pierde vigencia lo esencial de su tesis: la organización revolucionaria es necesaria incluso dentro de una democracia burguesa. Pero Lenin no se limita al ejemplo de la huelga, valioso por sí mismo, extiende su argumento a la totalidad de la lucha de clases sintetizándolo en cinco puntos: 1) no puede haber movimiento revolucionario sólido sin una organización revolucionaria estable; 2) cuanto más amplio sea el movimiento más necesaria es la organización; 3) esa organización ha de estar compuesta, «en lo fundamental», por revolucionarios profesionales; 4) en una dictadura la organización ha de ser selecta para no dejarse «cazar» por la policía; y 5) tanto «mayor» será entonces el número de personas que puedan colaborar de alguna forma con 155 el movimiento revolucionario . Dicho de otro modo: «Un ejército de hombres obligados “por oficio” a ser ubicuos y omniscios. Y nosotros, partido de lucha contra toda opresión económica, política, social y nacional, podemos y debemos encontrar, reunir, formar, movilizar y poner en 156 campaña un ejército así de hombres omnisapientes ¡pero eso está todavía por hacer!» . Y duodécimo, la teoría leninista de la organización también abarca el decisivo problema de las organizaciones legales, sean sindicales u otras, abiertas a todos los sectores, sosteniendo que debe existir una dialéctica entre la amplitud de masas de estas organizaciones con la rigurosa selectividad de la organización revolucionaria. Lenin critica implacablemente la idea de los 157 economicistas de regular hasta el mínimo detalle -«consta de cincuenta y dos artículos» la forma y el contenido de estas organizaciones legales, confiando por su parte en la sabia experiencia de las masas en lucha; pero sí insiste en crear organizaciones intermedias, más 153 V. I. Lenin: ¿Qué hacer?, op. cit., p. 116. V. I. Lenin: ¿Qué hacer?, op. cit., p. 117. 155 V. I. Lenin: ¿Qué hacer?, op. cit., p. 131. 156 V. I. Lenin: ¿Qué hacer?, op. cit., p. 158. 157 V. I. Lenin: ¿Qué hacer?, op. cit., p. 123. 154 xxxiv ¿Por qué editar el ¿Qué hacer? en Euskal Herria? selectas que las de masas y menos que la revolucionaria estricta, que sirvan de puente entre 158 las luchas autoorganizadas y la organización comunista . Aquí Lenin vuelve a demostrarnos su enorme capacidad de aprender de la experiencia colectiva y de otros tesis incluso enfrentadas a las suyas, pero de las que aprende, ya que esta propuesta tiene su basamento teórico incuestionable en el análisis realizado por dos obreros sobre los tres niveles de conciencia en la clase explotada: revolucionarios conscientes; sector intermedio, que a menudo se interesa más por los problemas políticos que por los económicos; 159 y el resto de las masas explotadas . Una de las funciones de este sector intermedio es crear organizaciones puente entre el partido y la clase trabajadora menos consciente. Profundizando en el ¿Qué hacer? Podríamos hacernos una idea de la naturaleza dialéctica del método de Lenin en el concreto problema de la organización revolucionaria, si estudiásemos los debates sostenidos con los mencheviques a raíz la revolución de 1905 que puso a prueba el ¿Qué hacer? V. Strada ha estudiado este período y precisamente en el aspecto de la flexibilidad de Lenin lo extiende hasta 1917 cuando Trotsky comprende la valía de las tesis organizativas de Lenin y Lenin la valía de las tesis de Trotsky sobre la revolución bolchevique: «…las posiciones de Lenin 160 estaban en continuo movimiento, aunque eran fieles a una rigurosa lógica interna» . Semejante capacidad de adaptarse a los cambios formales manteniendo su riguroso método de pensamiento, su lógica interna, era y es la que sostiene la corrección de las tesis de Lenin. La elasticidad y adaptabilidad de la forma organizativa bolchevique, respetuosa siempre hasta lo máximo posible en cada contexto de lucha de las discusiones más abiertas y democráticas en su interior, exceptuando, lógicamente, la imprescindible seguridad interna en cada período, fue uno de los secretos de su decisiva capacidad de recuperación práctica, política y teórica después de cada período de debilidad causada por la represión, por el bajón de las luchas sociales y populares, etcétera. La propia Rosa Luxemburg reconoció esta virtud 161 bolchevique . Para sintetizar lo esencial de la teoría leninista de la organización antes que nada tendríamos que llegar hasta el «último» Lenin para disponer de la suficiente perspectiva histórica, objetivo que desborda a este ensayo. Solo con esta panorámica general podríamos captar la hondura de su pensamiento, y tendríamos además que recurrir siempre a su dominio de la dialéctica de 162 los contrarios «como principio destructivo» , de la ley de la negación de la negación, de su 163 visión «no mecanicista ni economicista de la realidad -compleja, movible, contradictoria », ya que Lenin sabía perfectamente que «la revolución es la negación de una negación que se 164 llama capitalismo» . Según Raya Dunayevskaya un mérito de Lenin fue aplicar la negación 158 V. I. Lenin: ¿Qué hacer?, op. cit., pp. 120-130. V. I. Lenin: ¿Qué hacer?, op. cit., p. 78. 160 V. Strada: «La polémica entre bolcheviques y mencheviques sobre la revolución de 1905», Historia del marxismo, Bruguera, 1979, tomo 5, p. 170. 161 M. Jhonstone: «Un instrumento político de nuevo tipo: el partido leninista de vanguardia», Historia del marxismo, Bruguera, 1983, tomo 7, (I), pp. 447-456. 162 E. V. Iliénkov: La dialéctica antigua como forma de pensamiento, Universidad Central «Marta Abreu» de Las Villas, Cuba, 2009, p. 19. 163 C. Bártolo: Lenin, El revolucionario que no sabía demasiado, Catarata, 2012, pp. 40-42. 164 C. Bártolo: Lenin, El revolucionario que no sabía demasiado, op. cit., p. 66. 159 xxxv ¿Por qué editar el ¿Qué hacer? en Euskal Herria? de la negación como núcleo de su método dialéctico, sin el cual no hubiera elaborado sus teorías del imperialismo, de la opresión nacional, del Estado, de la filosofía revolucionaria, 165 166 etcétera, desde 1914 hasta su Testamento pasando por la teoría de la «organización» . Tampoco podemos extendernos en el significado de la ley de la negación de la negación, y por tanto en el sentido de la negación del capitalismo como «negatividad absoluta». Dicho de otro modo, la dialéctica de la organización es la práctica de la negatividad absoluta del capitalismo, su negación radical, y es así por la misma esencia del método, o en palabras de Raya Dunayevskaya: «¿Qué es la dialéctica sino el movimiento tanto de las ideas como de las 167 masas en movimiento para lograr la transformación de la sociedad?» . La autoorganización de las masas en movimiento es inseparable del movimiento de la organización inserta en las masas, como demuestra el ¿Qué hacer? F. Jameson también plantea las relaciones entre la negación de la negación y el ¿Qué hacer? Para este autor la «insidiosa negatividad hegeliana» es «ese poder de la negación que para Hegel es el motor mismo de la historia -el “trabajo y el sufrimiento de lo negativo”- y el corazón de la contradicción, el principio ontológico de Hegel, para decirlo de algún modo, que es 168 la fuerza primaria del mundo» . Más adelante, tras explicar que la teoría de Lenin sobre el partido debe ser adecuada al capitalismo contemporáneo, sostiene que sin embargo es 169 sometida a un silencio y ocultación sistemática por las fuerzas políticas e intelectuales . La respuesta a las razones que explican semejante cerco asfixiante contra Lenin en general y contra su teoría del partido, nos la ofrece F. Jameson un poco más adelante al decirnos que «la lección del ¿Qué hacer?» es una lección estratégica que consiste en «captar el valor continuo de una estrategia que consiste en subrayar incansablemente la diferencia entre objetivos sistémicos y graduales, la milenaria diferenciación (¿y hasta dónde se remonta la historia?), 170 entre revolución y reforma» . El valor crucial de la negatividad ha sido expuesto por A. Prior Olmedo en su núcleo: Lo esencial de la teoría de Marx procede de su consideración del proletariado como negatividad, como elemento consciente que puede alterar, con su actividad, la base objetiva en la que se halla inserto […] De su propia negatividad, de su contestación del estado de cosas existentes (incluidos sus amos, la burguesía), el proletariado obtiene su fuerza y pone las condiciones que permitirán la construcción de la nueva sociedad sobre las ruinas de la actual. […] En la lucha de clases, el proletariado se convierte en sujeto histórico, produciendo la negación de su existencia y su 171 reemplazo por otro estado de cosas» . Si el proletariado es la negatividad absoluta del orden explotador, su sistema organizativo ha de ser la negatividad absoluta de la organización burguesa. A partir de esto, sí podemos sintetizar a Lenin en esta cuestión diciendo que, primero, es una teoría para la concienciación política revolucionaria que, como tal, no puede surgir automáticamente de la conciencia reformista de la clase trabajadora, sino que requiere y exige una preparación teórico-política especial; en sí misma, esta teoría ya estaba elaborada en 165 R. Dunayevskaya: Filosofía y revolución. De Hegel a Sartre y de Marx a Mao, Siglo XXI, 2009, pp. 105-106. R. Dunayevskaya: Filosofía y revolución. De Hegel a Sartre y de Marx a Mao, op. cit., p. 111. 167 R. Dunayevskaya: El poder de la negatividad, Escritos sobre la dialéctica en Hegel y Marx, Biblos, Buenos Aires 2010, p. 241. 168 F. Jameson: Valencias de la dialéctica, Editora Tierna Cadencia, Buenos Aires 2013, p. 135. 169 F. Jameson: Valencias de la dialéctica, Editora Tierna Cadencia, Buenos Aires, 2013, pp. 333-334. 170 F. Jameson: Valencias de la dialéctica, op. cit., p. 342. 171 A. Prior Olmos: El problema de la libertad en el pensamiento de Marx, Biblioteca Nueva, Universidad de Murcia, 2004, p. 232. 166 xxxvi ¿Por qué editar el ¿Qué hacer? en Euskal Herria? 172 el marxismo de finales del siglo XIX . Y segundo, como hemos visto al hablar de la teoría de Marx sobre la dialéctica entre partido y Estado, en Lenin esta dialéctica avanza un paso más, profundiza hasta el núcleo del problema organizativo como problema revolucionario, es decir y empleando aquí la tesis de Lukács, el partido como el medio organizado para hacer presente entre las clases explotadas el problema de «la actualidad de la revolución», es decir, 173 que «la revolución se ha convertido en el problema crucial del movimiento obrero» aunque la revolución concreta en un país concreto no esté en ese período inmediato a la vuelta de la esquina. Volveremos al final a esta cuestión nada su importancia estratégica. Pero esta realidad objetiva no es subjetivamente visualizada en un principio por la mayoría de la clase explotada sino solo por sectores concienciados relativamente pequeños. Para acelerar la concienciación de la mayoría hacia la toma del poder, la organización revolucionaria se ha de caracterizar, primero, por «la claridad teórica y la firmeza suficientes» para no desviarse del camino aunque se quede en minoría, y segundo, el partido «debe seguir siendo elástico y receptivo» para iluminar todas las situaciones ambiguas, confusas y nuevas, porque «en la esencia de la historia radica la producción constante de lo nuevo» por lo que «todo dogmatismo en la teoría y toda rigidez en la organización sean funestas para 174 el partido» . 175 Lukács, además de demostrar que Lenin fue el primero y durante mucho tiempo el único revolucionario que se atrevió con la tarea de adecuar, a las condiciones del capitalismo de comienzos del siglo XX, las ideas socialistas, marxistas y socialdemócratas sobre el partido, sobre la teoría de la organización revolucionaria, valentía y mérito teórico-político apenas reconocido, también aclaró que existen, entre otras, dos grandes diferencias de su teoría del partido comparada con el resto: una, que la leninista insiste en la creciente «diferenciación económica» dentro del proletariado, es decir, en la complejización creciente de las fracciones que forman la clases obrera en su conjunto; y, otra, que la teoría del partido de Lenin insiste en la necesaria «cooperación revolucionaria del proletariado con las otras clases en el marco de la 176 nueva perspectiva histórica trazada» . Y más en concreto: «Si el proletariado quiere vencer en esta lucha, debe apoyar y sostener toda lucha, debe apoyar y sostener toda corriente que coadyuve a la descomposición de la sociedad burguesa, procurando integrar todo movimiento elemental, de cualquier capa oprimida, por poco claro que sea, en el movimiento revolucionario 177 general» . Por su parte, M. Johnstone expone la degeneración economicista de los partidos de la II Internacional, de su visión «casi fatalista, de un crecimiento inexorable», y la contrapone a la de Lenin: «Por contraste, en la concepción del partido por parte de Lenin hubo siempre un fuerte elemento activista al que el propio Lenin atribuía una gran importancia teórica y práctica. Tal como en Marx y Engels, en Lenin es posible encontrar también más de un “modelo” de partido, aunque todos ellos consideran la existencia de una vanguardia centralizada que trabaje 178 para fundir la teoría y la conciencia socialista con el movimiento obrero espontáneo» . No hace falta forzar la lógica para encontrar los estrechos lazos que conectan la pasión con el activismo; como tampoco es necesario para descubrir los que existen entre la insistencia en la organización pública y secreta a la vez que plantean Marx y Engels en su célebre Mensaje al Comité Central arriba citado y la vanguardia centralizada propuesta por Lenin. Y en otro texto Johnstone afirma: 172 E. Mandel: La teoría leninista de la organización, ERA, 1974, p. 70. G. Lukács: Lukács sobre Lenin (1924-1970), Grijalbo, 1974, p. 13. 174 G. Lukács: Lukács sobre Lenin (1924-1970), op. cit., 1974, pp. 50-51. 175 G. Lukács: Lukács sobre Lenin (1924-1970), op. cit., 1974, p. 35. 176 G. Lukács: Lukács sobre Lenin (1924-1970), op. cit., 39. 177 G. Lukács: Lukács sobre Lenin (1924-1970), op. cit., 42. 178 M. Johnstone: «Partido», Diccionario de pensamiento marxista, Tecnos, Madrid 1984, p. 576. 173 xxxvii ¿Por qué editar el ¿Qué hacer? en Euskal Herria? Sería un error grave considerar a Lenin como un simple «organizador», o reducir su modelo de partido a un simple modelo organizativo. Como veremos más adelante, en Lenin, como también en Marx y Engels, los modelos de partido son más de uno. Basándose en sus análisis teóricos y en su valoración política de las diversas condiciones predominantes en un momento dado en un determinado país, Lenin se orientó unas veces hacia un partido restringido de cuadros y otras hacia un gran partido de masas, con estructuras internas que fueron desde el verticismo conspirativo hasta la más amplia democracia. Aun conservando siempre sus características de fondo -escribía Lenin en 1913-, el partido «ha sabido adecuar sus formas a las condiciones cambiantes, ha sabido modificarlas según las exigencias del momento». Común a todos estos modelos era la idea de una vanguardia centralizada comprometida con la tarea de fundir la teoría y la conciencia socialista con el 179 movimiento espontáneo de los trabajadores . 180 Mandel habla de «”vicios” del bolchevismo» presentes ya en los marxistas anteriores a Lenin, que podemos resumir en varios puntos: la necesidad de una organización centralizada y disciplinada; la necesidad de la independencia política del partido obrero; la necesidad de la lucha político-teórica del partido contra la ideología pequeño-burguesa; la necesidad de seleccionar a la militancia en base a su formación político-teórica para que no se diluyan los objetivos revolucionarios y reforzar la disciplina consciente y centralizada en los períodos de represión y cerco político-policial. Este mismo autor sostiene que Lenin basa su teoría de la organización en tres teorías concretas: que la revolución estallará temprano o tarde, y que hay que prepararse para ello; que la conciencia revolucionaria se desarrolla de forma discontinua y contradictoria; y que el marxismo fusiona el método científico de pensar con la práctica de 181 la lucha de clases mediante la praxis paciente de la organización revolucionaria . L. Magri también insiste en las aportaciones específicas de Lenin, en su capacidad para dar 182 una respuesta «mucho más radical» que la de Marx al problema de la fusión entre la conciencia política revolucionaria que la aporta el partido y la conciencia reformista-salarial, economicista, de la clase obrera. La radicalidad de la respuesta y su acierto histórico innegable confirman que «los principios que regularon el partido leninista, de modo coherente con las premisas teóricas de las que este parte, son sobre todo los siguientes: partido de clase, partido de vanguardia, partido de lucha y, por lo tanto, unitario y disciplinado. Pues bien, a nuestro juicio, estos principios, en forma renovada, no solo pueden continuar rigiendo el partido revolucionario de nuevo tipo, sino que incluso pueden encontrar en él una aplicación 183 práctica más amplia y coherente de la que era posible en el pasado» . Partiendo de estas bases podemos ya reflexionar sobre el falso problema de la supuesta «conciencia desde fuera» tan achacado a Lenin, conciencia que penetraría en la esfera económica desde la esfera política, etcétera. Antes que nada es necesario aclarar qué se entiende por «esfera política», como hemos dicho arriba, porque la ideología burguesa nos lleva a un grave error. J. P. García Brigos define así el concepto marxista de «esfera política»: La esfera política identifica procesos complejos (conjunto de procesos políticos) de aprehensión (identificación, valoración, sistematización,…) de las necesidades sociales (de un grupo sector, estrato, clase, institución, organismo social en general) y de organización y dirección de los recursos (objetuales y humanos) de los actores 179 M. Johnstone: «Un instrumento político de nuevo tipo: el partido leninista de vanguardia», Historia del marxismo, Bruguera, 1983, tomo 7 (I), p. 426. 180 E. Mandel: Construir el partido, Schapiro Editor, Argentina 1974, pp. 21-27. 181 E. Mandel: La teoría leninista de la organización, Era, 1974, pp. 7-8. 182 L. Magri: Problemas de la teoría marxista del partido revolucionario, Anagrama, 1975, p. 43. 183 L. Magri: Problemas de la teoría marxista del partido revolucionario, Anagrama, 1975, p. 80. xxxviii ¿Por qué editar el ¿Qué hacer? en Euskal Herria? sociales (individuos, grupos, organizaciones, partidos, instituciones de todo tipo, organismos sociales en general) para dar respuestas a esas necesidades, sobre las bases de las posibilidades del sistema dado y el cumplimiento de los objetivos del 184 proyecto colectivo en cuestión . Como se aprecia, por un lado, el concepto de esfera política es tan amplio y a la vez concreto que a la fuerza tiene interrelaciones e interconexiones con otras «esferas exteriores» como la estrictamente económica, cultural, etcétera, y, por otro lado, plantea directamente el problema de la solución de las necesidades sociales de toda índole, lo que le convierte en el punto central que cohesiona a todas las sub-esferas restantes. Desde esta perspectiva, entendemos mejor a A. Shandro cuando desmenuza las críticas antileninistas y plantea la solución en el nudo gordiano de la lucha de clases como choque mortal entre fuerzas políticas irreconciliables en su unidad y lucha de contrarios, nivel éste en el que tanto el partido revolucionario como la clase trabajadora deben ser conscientes de que se juegan su futuro. Vista así la historia, desde la negatividad absoluta del sistema explotador que supone la revolución comunista, el partido juega un papel clave en el interior de las masas: Cualquier limitación de la perspectiva estratégica del movimiento obrero puede conceder a sus adversarios no solo objetivos políticos cruciales, sino también las materias primas necesarias para el duro trabajo de la autodeterminación política. Cualquier limitación en las posibilidades de preocupación política del proletariado le da a sus adversarios estratégicos la posibilidad de realizar una actividad política e ideológica que podría refractar la dinámica del antagonismo de clases hacia una reconciliación inestable o más o menos provisional de los «antagonismos irreconciliables» de los intereses proletarios con «el todo de la política moderna y el sistema social». Es imposible escapar a la influencia de la ideología burguesa en una sociedad capitalista. El punto de Lenin es que la formación teórica es condición necesaria pero no suficiente para una lucha efectiva en su contra. Segundo, puesto que el proceso espontáneo que se presenta al analista político marxista no refleja simplemente la lógica de la lucha de clases económica, las limitaciones de este proceso no pueden definirse simplemente en términos de esta lógica. También están relacionadas con la lógica de la lucha política, o tal vez sería mejor decir que son relativizadas por la segunda: así como no hay un umbral antes del cual se origina un movimiento absolutamente espontáneo, no puede haber ningún punto fijo más allá del cual pueda decirse que el movimiento obrero haya superado definitivamente la espontaneidad. El proceso de lucha es entonces un proceso abierto, puesto que cualquier nuevo movimiento puede alterar de manera significativa el contexto sociopolítico de la respuesta del adversario, puede proveer material para la innovación. Dado que el antagonismo de los intereses de clase es el principio que subyace en el juego, los jugadores pueden no tener razón para obedecer las reglas existentes; y dado que son capaces de innovación, no hay razón para asumir que el próximo 185 movimiento estará sujeto a las mismas reglas que el último . Es decir, dado que la lucha de clases está en permanente alteración en su decisivo nivel político, del problema del poder, del Estado y de la propiedad privada de las fuerzas productivas, por esto mismo la acción concienciadora del partido revolucionario a la fuerza ha de ir un poco por delante del nivel medio de conciencia de las masas. La experiencia histórica ha dado la razón a esta tesis de forma aplastante, y a la vez alarmante. Ahora bien, ir un poco por delante de las masas exige al partido una capacidad interna de debate, de discusión y de 184 J. P. García Brigos: «El genial discípulo de Marx: guía para la acción y la teoría revolucionaria», Paradigmas y Utopías, Lenin, México nº 7, mayo/julio 2003, p. 239. 185 A. Sandro: La conciencia desde fuera: Marxismo, Lenin y el proletariado, 7 de enero de 2005 (www.rebelion.org). xxxix ¿Por qué editar el ¿Qué hacer? en Euskal Herria? «pensamiento colectivo» que no puede existir si está bajo el control burocrático. En un extenso y profundo texto, Sanmsartino y Socca destrozan el mito del «partido leninista monolítico», pétreo, de acero, y afirman que: Como el marxismo para Lenin es la «ciencia de lo concreto» no hay tampoco aquí un modelo universal de partido. Que los desplazamientos entre el ser social y la conciencia puedan expresarse de manera más compleja que la que parecía evidente en el siglo XIX, no autorizó a Lenin a recetar al movimiento socialista de la época alguna fórmula definitiva; después de todo, sin la disposición de masas a la lucha revolucionaria no hay ni puede haber acontecimiento revolucionario. El ¿Qué hacer? está restringido, por este motivo, a una polémica muy precisa, que en realidad no tiene un efecto real más que durante dos años y algo más, hasta que un ascenso de masas y la formación de los soviets le exigen un tratamiento mucho más «luxemburguiano» de la cuestión de la socialdemocracia rusa, e incluso, no hay que olvidarlo, Lenin pensaba que el partido Alemán, tan distinto a las medidas propuestas en su folleto de 1902, era un «modelo» para los socialistas. ¿Qué Lenin debemos resaltar? ¿Qué costado, qué momento de la historia bolchevique precisamos destacar? ¿El que supo aprender de las masas en los soviets, el de la intransigencia en los fines perseguidos y flexibilidad táctica y organizativa, el de la astucia y perspicacia en los momentos críticos de la toma del poder? ¿El Lenin libertario de El Estado y la revolución, y el que denuncia las tendencia a la burocratización del partido al final de su vida? O por el contrario aquel que desprecia durante meses los soviets de 1905, de las expulsiones del extremismo bolchevique de 1910, el que avala la separación de líderes alemanes o italianos en la Internacional Comunista y prohíbe las fracciones y los grupos en los terribles y excepcionales días de 1921? ¿El democrático y pluralista revolucionario o el monolítico y autoritario conspirador? Los héroes míticos se encuentran solo en el género de la literatura fantástica, no en el de la historia viva. Encontraremos rastros de ambas perspectivas, fruto de las contradicciones y vicisitudes de la historia de aquel período. Pero en la medida en que encaramos un balance, una evaluación de su legado, no es posible hacerlo mediante sumas y restas. Sobre todo porque la recuperación histórica está impregnada de lucha teórica y política. ¿Fue el bolchevismo, como método, cómo sistema político, un movimiento monolítico, sectario y organizativamente implacable? Nuestra respuesta es que no, aunque Lenin 186 haya atravesado períodos monolíticos y sectarios . Entonces, siendo verdad que hay cambios y tensiones dentro del modelo, que no es estático, y que el propio Lenin tiene facetas diferentes, partiendo de esta verdad ¿qué modelo básico, mínimo pero general de organización aplicable al capitalismo actual existe en Lenin? La respuesta nos la ofrece C. Bértolo: En realidad, el modelo de partido que Lenin tiene en la cabeza se estructura alrededor de las dos tareas fundamentales que se le adjudican: la información-formación y el combate. El partido que Lenin diseña en el ¿Qué hacer?, más allá de las características que se proponen para el momento histórico concreto, es un organismo vivo por el que debe circular la mayor cantidad de información relevante posible al tiempo que trata de conservar su estabilidad protegiéndose contra las amenazas externas o internas, físicas o ideológicas. Una organización que se estructura en «tela de araña», combinando una composición en red con la consistencia que le otorga 186 J. Sanmartino y P. Socca: Pasado y Presente de la teoría socialista del partido, 23 de octubre de 2005 (www.rebelion.org). xl ¿Por qué editar el ¿Qué hacer? en Euskal Herria? un filamento maestro que funciona como canal jerarquizado que criba, transmite y redirecciona la información relevante hacia los puntos de red que tienen relación directa con el entorno. Esa estructura dual pero simultánea, en red pero con una línea central que la recorre, recibe y elabora información sobre y para el entorno al tiempo que atiende al mantenimiento de la necesaria tensión, fiabilidad y resistencia de los hilos procurando la combinación de conexiones estables y flexibles capaces de adoptar las configuraciones más convenientes. Lo que Lenin pretende es una organización capaz de responder a la emergencia de lo nuevo. El partido como un sistema de comunicación diseñado para recoger, analizar, elaborar y transmitir información significativa de cara a la puesta en práctica de las acciones evaluadas como más convenientes para actuar sobre el entorno. Redes, agentes, nudos, un lenguaje que nos hace imaginar el interés con que Lenin analizaría las posibilidades organizativas que las actuales tecnologías de la comunicación permiten. En este sentido, el partido de Lenin responde o se aproxima al concepto de «intelectual 187 orgánico» que más tarde acuñará Gramsci . Lenin, bolchevismo y burocracia C. Bértolo dice también que «en sus escritos últimos Lenin hace hincapié en “la necesidad de no saber”, es decir, en el reconocimiento de la necesidad de estudiar, de aprender, y subraya con insistencia que el partido debe buscar nuevas formas de dirigir las luchas a través de la organización multiforme de las masas. Lenin insiste incluso en la necesidad de que las masas controlen el partido a través de la incorporación a las tareas y órganos de control de miembros 188 del proletariado no militante» . Todo depende de lo que entendamos como sus «escritos últimos» pues, en realidad, la insistencia en la exigencia de aprender y estudiar recorre toda la obra de Lenin desde su primerísima página cuando habla sobre la necesidad de estudiar 189 las estadísticas sobre los campesino porque «ofrece de por sí un interés inmenso» hasta la última. Y para que pueda crearse una teoría revolucionaria debe existir una libertad de debate teórico, una democracia organizativa que facilite la creatividad teórica colectiva: «Un ingrediente vital de la teoría leninista de la organización es la democracia interna más vibrante 190 en el partido» . Por esto, según constata que el partido se anquilosa, pierde creatividad, conforme va cerciorándose de que la revolución empieza a torcerse hacia la burocratización y el desaliento, desde ese mismo instante Lenin multiplica sus esfuerzos para reconducirla hacia la izquierda, no mediante un desesperado acto desconocido en su vida política, sino precisamente porque esa es su permanente idea de organización. No es este el momento para analizar exhaustivamente la larga lucha de Lenin contra la burocratización, por lo que ofrecemos solo algunos ejemplos significativos sobre sus ideas al respecto de estrechar las relaciones entre las clases explotadas y el partido: ya en enero de 1920 Lenin planteó la necesidad de que fueran los obreros «no calificados y sobre todo 191 las mujeres» quienes reforzaran la inspección obrera que debía vigilar el funcionamiento de las instituciones. El feminismo reformista y el burgués, con todas sus infinitas escuelas, huyen del estudio de la lucha de Lenin a favor de los derechos socialistas de la mujer, pero aquí tenemos uno de tantos ejemplos sobre la radicalidad del feminismo bolchevique. Al igual 187 C. Bértolo: Lenin, El revolucionario que no sabía demasiado, op. cit., p. 26. C. Bértolo: Lenin, El revolucionario que no sabía demasiado, op. cit., p. 63. 189 V. I. Lenin: Nuevos cambios económicos en la vida campesina, Obras completas, op. cit., tomo 1, p. 3. 190 N. Geras: Masas, partido y revolución, Fontamara, Barcelona 1980, p. 119. 191 V. I. Lenin: Directriz del Buró Político del CC del PC(b)R sobre la Inspección Obrera, Obras completas, op. cit., tomo 40, p. 67. 188 xli ¿Por qué editar el ¿Qué hacer? en Euskal Herria? que en los debates en 1905, que hemos visto arriba, en los que la mayoría de los bolchevique no comprendían las tesis de Lenin sobre la necesidad de abrir el partido a la nueva, fresca y crítica militancia obrera, ahora sucede otro tanto. En noviembre de 1920 Lenin explica con exquisito detalle por qué «se ha producido un resurgimiento del burocratismo. Todos lo reconocen. Es cometido del partido soviético desguazar pieza a pieza el viejo aparato, destruirlo como fue destruido en octubre, y transferir el poder a los soviets; pero reconocemos ya en nuestro programa que se ha producido un 192 renacimiento del burocratismo» . Lenin reconoce que la lucha contra la burocratización es 193 «asunto difícil» por las extremas dificultades que atraviesa Rusia. Pero una vez más vuelve a aparecer el papel central que Lenin otorga a la crítica constructiva dentro del partido, ahora en la decisiva lucha contra su burocratización interna: Y al llegar a este punto preciso es necesario reconocer algo lamentable: no se ve el contenido de la crítica. Visita uno un distrito y piensa en cuál es el contenido de la crítica. Las organizaciones del partido no pueden vencer el analfabetismo utilizando viejos métodos burocráticos. ¿Qué otro método puede haber para acabar con el burocratismo que no sea el de la participación de los obreros y campesinos? Pero en las reuniones distritales el contenido de la crítica concierne a minucias, mientras no he oído ni una palabra sobre la Inspección Obrera y Campesina. No he oído que este o aquel distrito recabe la participación de los obreros o campesinos en este trabajo. Un trabajo de auténtica construcción consiste en aplicar la crítica y cuidar de su contenido […] Si queremos combatir el burocratismo debemos requerir la participación común de la gente […] Es hora de plantear no solo la libertad de crítica, sino también el contenido […] Porque ahora ni al obrero ni al campesino se le puede convencer con 194 palabras, no hay más que el ejemplo para convencerles . Para estas fechas empezaba a ser frecuente hablar de la burocracia, pero pocas personas como Lenin habían llegado tan lejos en sus propuestas para combatirlas. A comienzos de 1921, en los debates del X Congreso del partido, A. Kolontai en representación de la Oposición Obrera, critica los superficiales análisis de Zinoviev que solo veía una causa de la burocratización al alza: la miseria y atraso de Rusia, olvidando otras más como los efectos no controlados de la militarización, la política sindical, la penetración en el partido de grupos 195 extraños al comunismo, etcétera, porque en sí la burocratización es un fenómeno profundo , y afirma: La esencia de la burocracia y su mal no consisten solo en la lentitud, como pretenden nuestros camaradas que llevan la discusión al terreno de la «reanimación del aparato soviético», sino en que todos los problemas se resuelven no por el intercambio de opiniones, ni por la acción directa e inmediata de las personas interesadas sino por una vía formal, por decisiones desde arriba, por un individuo y un colegiado reducido al extremo, en ausencia completa o casi completa de las personas interesadas. La esencia de la burocracia es que una tercera persona decide nuestra suerte […] La iniciativa de los obreros nos es indispensable. Pero le cerramos los caminos. El temor a la crítica y al pensamiento libre, unido al sistema burocrático llega a veces, entre nosotros, a la caricatura. ¿Qué iniciativa es posible, sin embargo, sin libertad de 192 V. I. Lenin: Directriz del Buró Político del CC del PC(b)R sobre la Inspección Obrera, Obras completas, op. cit., tomo 42, pp. 32-33. 193 V. I. Lenin: Directriz del Buró Político del CC del PC(b)R sobre la Inspección Obrera, Obras completas, op. cit., tomo 42, p. 35. 194 V. I. Lenin: Directriz del Buró Político del CC del PC(b)R sobre la Inspección Obrera, Obras completas, op. cit., tomo 42, pp. 37-38. 195 A. Kolontai: «La oposición obrera», La oposición en la URSS, Shapiro Editor, Buenos Aires 1975, p. 65. xlii ¿Por qué editar el ¿Qué hacer? en Euskal Herria? opinión y de pensamiento? […] Para curarnos de la burocracia que anida en las administraciones del Estado tenemos que curarnos ante todo de la burocracia que alienta en el seno del Partido. Para combatir la burocracia hay que combatir a todo 196 el sistema» . En junio de 1921 Lenin propone endurecer en extremo las condiciones de admisión en el partido a todos aquellos solicitantes que no sean proletarios y campesinos, pero a la vez propone «reducir al mínimo el formalismo cuando se trate de auténticos obreros, que 197 realmente trabajen su fábrica, y de campesinos que trabajen en su parcela» para facilitar su afiliación. La apertura al pueblo trabajador, el aumento de los controles para evitar la entrada de arrivistas y oportunistas, la insistencia en la formación interna y en el debate crítico constructivo, estas y otras medidas antiburocráticas tendrían poca eficacia si no van acompañadas de otras que Lenin propone en agosto de 1921, entre ellas, la explicación pedagógica y muy entendible de los enormes atrasos sociales ya existentes antes de la revolución de 1917 y su agravamiento posterior por los ataques contrarrevolucionarios y por el cerco imperialista mundial; y, también, unido a lo anterior: «Más iniciativa e independencia 198 local, más fuerzas para las localidades, más atención a la experiencia práctica» . En septiembre de 1921 Lenin escribe el opúsculo Acerca de la depuración del Partido que define como «labor seria y de gigantesca importancia» la tarea que hay que hacer «apoyándose principalmente en la experiencia y en las indicaciones de obreros sin partido, guiándose por ellas, tomando en consideración a los representantes de las masas proletarias sin partido. Y eso es lo más valioso, lo más importante, y hay que hacerlo “sin 199 contemplaciones”» . Como siempre, Lenin reafirma su confianza en el pueblo trabajador: «La masa trabajadora percibe con extraordinaria sensibilidad la diferencia entre comunistas honrados y fieles y los que inspiran repugnancia al hombre que se gana el pan con el sudor de 200 su frente, al hombre que no tiene ningún privilegio ni “acceso a los jefes”» . La sensibilidad crítica del pueblo trabajador ha de ser integrada en el partido. El «acceso a los jefes» ha de ser directo para las masas trabajadoras no afiliadas al partido. Como siempre, Lenin va a la raíz del problema: […] de los mencheviques que han ingresado en el Partido después de comenzar el año 1918 habría que dejar en él no más de una centésima parte, aproximadamente, y eso después de probar tres y cuatro veces a cada uno de los que dejemos. ¿Por qué? Porque los mencheviques, como tendencia, han demostrado durante el período de 1918 a 1921 dos cualidades propias: primera, la de adaptarse hábilmente, la de «pegarse» a la tendencia dominante entre los obreros; segunda, la de servir más hábilmente aún, en cuerpo y alma, a los guardias blancos, la de serviles de hecho renegando de ellos de palabra. Ambas cualidades dimanan de toda la historia del menchevismo […] Todo oportunista se distingue por su capacidad de adaptación (pero no toda adaptabilidad es oportunismo), y los mencheviques, como oportunistas, se adaptan, digámoslo así, «por principio» a la tendencia dominante entre los obrero, 201 cambian de color para protegerse, como la liebre que se vuelve blanca en invierno . En octubre de ese año, Lenin llegó a la conclusión básica de que el partido debía volcarse en la lucha cultural contra el burocratismo, la ignorancia y el atraso, contra las costumbres 196 A. Kolontai: «La oposición obrera», La oposición en la URSS, op. cit., pp. 66-67. V. I. Lenin: Propuestas para verificar y depurar la composición del PC(b)de Rusia, Obras completas, op. cit., tomo 43, p. 368. 198 V. I. Lenin: Nuevos tiempos, viejos errores de nuevo tipo, Obras completas, op. cit., tomo 44, p. 108. 199 V. I. Lenin: Acerca de la depuración del partido, Obras completas, op. cit., tomo 44, p. 124. 200 V. I. Lenin: Acerca de la depuración del partido, Obras completas, op. cit., tomo 44, p. 125. 201 V. I. Lenin: Acerca de la depuración del partido, Obras completas, op. cit., tomo 44, pp. 125-126. 197 xliii ¿Por qué editar el ¿Qué hacer? en Euskal Herria? reaccionarias heredadas del pasado, utilizadas como poderosas armas contrarrevolucionarias por el capitalismo. Para vencer en la lucha cultural son imprescindible «las mismas masas populares», pero el partido está debilitado por «tres enemigos principales» que limitan sobremanera la posibilidad de fusión entre los comunistas y las masas populares. Los tres 202 enemigos son: la altanería comunista, el analfabetismo y el soborno , y procede a criticarlos con radical coherencia. Además, advierte al partido que no debe cometer el error de aplicar el mismo método a las tareas militares que a las culturales, que requieren «mayor tenacidad, 203 perseverancia y consecuencia» . Lenin seguía fiel a lo esencial de la doctrina bolchevique sobre la organización elaborada desde hacía veintidos años: la militancia revolucionaria ha de ser altamente cualificada en todos los aspectos, teóricos, éticos, políticos, militares. Un Lenin enfermo redobla en 1922 la lucha contra burocratización del partido, y por ello se opuso a la pretensión de la corriente reformista de reducir los controles de admisión, el tiempo de prueba, y, por el contrario, propuso aumentarlos, como había hecho inútilmente antes: No hay duda de que constantemente consideramos como obreros a gente que no ha pasado por la más mínima escuela seria en la gran industria. A casa paso se califica como obreros a verdaderos pequeños burgueses que se han convertido en obreros por casualidad y solo por un muy breve tiempo […] Teniendo en cuenta la negligencia y falta de sistema que predominan en nuestro trabajo, los breves períodos de prueba significarán, en la práctica, no efectuar control serio alguno, no verificar si los candidatos son realmente comunistas más o menos probados. […] No hay duda de que ahora nuestro Partido no es, por la mayoría de sus componentes, lo suficientemente proletario. Creo que nadie podrá discutir esto, pues la simple consulta de la estadística lo confirmará. Desde la guerra, los obreros industriales de Rusia son mucho menos proletarios de lo que eran antes, pues durante la guerra todos aquellos que querían eludir el servicio militar entraron en las fábricas. Esto es del conocimiento público. Por otra parte, es igualmente indudable, en términos generales (si consideramos el nivel de la inmensa mayoría de de los militantes), nuestro Partido tiene ahora una educación política mucho menor que la necesaria para una genuina dirección proletaria en esta situación tan difícil, especialmente en vista de la inmensa preponderancia del campesinado, que despierta con rapidez a una política de clase independiente. Además, debe tenerse en cuenta que en la actualidad es muy grande la tentación de ingresar en el partido dominante. Es suficiente recordar toda la literatura de los adeptos de Smena Vej para ver que un sector de la población que ha estado muy alejado de todo lo proletario se entusiasma ahora por los éxitos políticos de los bolcheviques. Si la Conferencia de Génova nos da otro nuevo éxito político, habrá una intensificación del esfuerzo de los elementos pequeño-burgueses y directamente hostiles a todo lo proletario por 204 entrar en el Partido . Muy sintéticamente, vamos a resumir en tres puntos las lecciones teóricas extraíbles de este texto y de otros muchos que tratan sobre la misma problemática: primera, que Lenin emplea el término de «proletariado» en el sentido de conciencia de clase-para-sí, es decir, de conciencia política revolucionaria y no como simple conciencia de clase-en-sí, meramente economicista y de mejora salarial y laboral, o dicho de otra forma, «proletariado» es igual a clase con 202 V. I. Lenin: La nueva política económica y las tareas de los comités de instrucción política, Obras completas, op. cit., tomo 44, pp. 180-181. 203 V. I. Lenin: La nueva política económica y las tareas de los comités de instrucción política, Obras completas, op. cit., tomo 44, p. 182. 204 V. I. Lenin: Sobre las condiciones de admisión de nuevos militantes en el Partido, Obras completas, op. cit., tomo 45, pp. 17-21. xliv ¿Por qué editar el ¿Qué hacer? en Euskal Herria? subjetividad revolucionaria, mientras que usa el de «obreros» como clase-en-sí, incluso con conciencia pequeño-burguesa. Una vez más, queda claro que en 1922 continuaba siendo fiel tanto al método marxista general de interrelacionar la conciencia subjetiva con la realidad objetiva para definir a las clases sociales, como a su método empleado para distinguir la conciencia política de la conciencia economicista. Segundo, Lenin adelanta otra de las bases de la teoría de la burocratización, la que reconoce que la pérdida de calidad política comunista de la militancia aceleró la burocratización del partido y el ascenso a puestos de poder efectivo de oportunistas, arribistas y egoístas que se plegaron a las exigencias del aparato, formando la fuerza de choque que exterminó a la «vieja guardia» bolchevique. A los trepadores sin conciencia comunista Lenin los llamó 205 «granujas» en una de sus decisivas últimas obras que a punto estuvo de ser censurada por la burocracia ya en el poder, como veremos. Y tercero, la sustitución del poder proletario por el poder de los «granujas» burocráticos como tendencia fuerte que amenaza el futuro del socialismo desde su propio interior es debida también al debilitamiento de la conciencia política de la militancia, inseparable del 206 debilitamiento de la democracia socialista, de la libertad de debate y de investigación crítica . Es innegable la existencia de un proceso sistémico hacia la burocratización formada por subsistemas interactivos como la despolitización, la ignorancia, el egoísmo y la sumisión y culto idolátrico al estamento superior en la escala burocrática. Una de las pocas fuerzas que pueden detener este cáncer es la conciencia comunista de la militancia seleccionada con rigor, 207 y formada en el método dialéctico materialista, militante , como Lenin insistía. No sin amargura, Lenin va aprendiendo que la «cultura», en general, es una poderosa arma opresora, y que es urgente acelerar la «obra cultural» entre las clases trabajadoras, sobre todo en el campesinado. Como siempre, Lenin va a la raíz del problema que en esta cuestión tiene dos facetas: una, la necesidad «de rehacer nuestra administración pública, que ahora no sirve para nada en absoluto y que tomamos íntegramente de la época anterior; no hemos conseguido rehacerla íntegramente en cinco años de lucha, y no podríamos conseguirlo. La 208 otra estriba en nuestra labor cultural entre los campesinos» mediante cooperativas . Pero no se trataba de una mera labor cultural como otra cualquiera. Siguiendo la línea de toda su vida y reafirmada en el texto arriba citado sobre el materialismo militante, Lenin habla de la «revolución cultural»que garantice el avance de la revolución social, pero insistiendo en las 209 enormes dificultades a vencer, entre ellas el analfabetismo y la pobreza industrial . Cometeríamos un serio error si redujéramos la «revolución cultural» a un intensa lucha contra el analfabetismo, que también lo era. En realidad, en la Rusia de 1917-1922 la «revolución cultural» que se estaba llevando en la vida cotidiana afectaba a la totalidad de la vida social, con especial impacto en las libertades socialistas de las mujeres en todos los sentidos, y de la creatividad artística, en un proceso que sería largo detallar aquí. Para entender cabalmente qué sentido tiene la expresión de «revolución cultural» en el marxismo, primero debemos empezar definiendo qué se entiende por «prefiguración de una sociedad socialista», o dicho más exactamente: «El papel del o de los partidos, así como de las otras organizaciones de la clase obrera, es el de servir de prototipo, el de prefigurar la sociedad futura, de servir de punto de reencuentro y de confrontación entre las diferentes corrientes del pensamiento y de la acción socialista. En cada país, en cada etapa de la marcha al socialismo, aparecerán las formas originales de de organización social, correspondientes a la diversidad de las 205 V. I. Lenin: Más vale poco y bueno, Obras completas, op. cit., tomo 45, pp. 405-422. E. Mandel: El poder y el dinero, Siglo XXI, 1994, pp. 159-172. 207 V. I. Lenin: El significado del materialismo militante, Obras completas, op. cit., tomo 45, pp. 24-34. 208 V. I. Lenin: Sobre las cooperativas de consumo y producción, Obras completas, op. cit., tomo 45, p. 392. 209 V. I. Lenin: Sobre las cooperativas de consumo y producción, Obras completas, op. cit., tomo 45, p. 393. 206 xlv ¿Por qué editar el ¿Qué hacer? en Euskal Herria? necesidades y de las opiniones. No existe un modelo único de partido ni un modelo único de 210 Estado obrero» . Desde el ¿Qué hacer? hasta el final de sus días, Lenin nunca dejó de insistir de mil modos en esta prefiguración. Hemos visto cómo poco después de 1917 redobló esos esfuerzos y avisos, pero sus lúcidas y premonitorias advertencias fueron infructuosas, cayeron en saco roto y de hecho fueron directamente contradichas en la práctica cuando, tras su muerte, la burocracia en ascenso hizo todo lo contrario: dar masiva entrada a mencheviques y a otros sectores apolíticos y advenedizos, cuando no antibolcheviques en el pasado, que constituirían la fuerza de choque del exterminio de la vieja guardia bolchevique. Un Lenin ya enfermo en septiembre de 1921 pedía la depuración de los mencheviques, pero pocos años después oportunistas mencheviques reprimieron a los incorruptibles bolcheviques. ¿Por qué? Por la degeneración burocrática del partido, por su retroceso cualitativo, que no podemos analizar aquí. P. Broué define así el proceso que empezaba a formar el grupo interno que aglutinaba a las nuevas levas de trepadores: La persistencia y agravamiento de la práctica del nombramiento, contrariamente a las resoluciones del X Congreso, hace a los secretarios responsables no ya ante la base sino ante el aparato y el secretariado. Se genera una auténtica jerarquía de secretarios autónoma que hace gala de un acentuado espíritu de corporación […] ahora existe una capa superior puesto que son los apparatchiki, los que abren el acceso a todas las responsabilidades, las de los departamentos y las de la pirámide de los secretarios. […] Todos ellos tienen además en común un mismo estado de ánimo, así como una determinada concepción de la existencia y de la acción que les distingue de los otros bolcheviques: entre ellos no hay ningún teórico, ningún tribuno, ni siquiera un dirigente de masas de origen obrero, todos ellos son hombres hábiles, eficaces y pacientes, organizadores discretos, personajes de despacho y aparato, prudentes, rutinarios, trabajadores, obstinados y conscientes de su importancia, gentes de orden en definitiva. Stalin es el que los aglutina y los integra; a su alrededor comienza a constituirse una facción que no proclama su nombre pero que actúa y 211 extiende su influencia . 212 Los mencheviques denunciados por Lenin vieron en los apparatchikis unos jefes dispuestos a respaldarlos y auparlos en la estructura interna del partido siempre que obedeciesen eficaz y fielmente sus órdenes. Se ha estudiado con mucho detalle el proceso degenerativo del 213 bolchevismo así que no vamos a extendernos aquí. Solo decir que «fue Lenin el primero» en tomar conciencia crítica de la gravedad total de la burocratización, aunque ya había habido advertencias críticas parciales. Un Lenin enfermo que encontraba cada vez más resistencias internas que dificultaban lo máximo la edición de los textos en los que criticaba la burocratización imparable, en los que se condensa su batalla contra la burocratización mediante una serie de medidas destinadas a aumentar la democracia soviética, la economía social y cooperativa, la participación rectora del pueblo, la proletarización del partido y politización del Estado, el reconocimiento efectivo de los derechos nacionales de los pueblos no rusos, etcétera, con el fin de acabar con el cáncer burocrático que ya pudría internamente 214 a la revolución . 210 V. Fay: «Del partido como instrumento de lucha por el poder al partido como prefiguración de una sociedad socialista», Teoría marxista del partido político, PyP, nº 38, Córdoba, Argentina 1976, p. 50. 211 P. Broué: El partido bolchevique, Edit. Ayuso, Madrid 1974, pp. 220-222. 212 I. Getzler: «Mártov y los mencheviques antes y después de revolución», Historia del marxismo, Bruguera, Barcelona 1981, tomo 7, pp. 239-303. 213 M. Hernández: El veredicto de la historia, Edit. Sundermann, Brasil 2009, p. 132. 214 F. Rojas: «¿Por qué “La última lucha de Lenin?”», La última lucha de Lenin, Ciencias Sociales, La Habana 2011, pp. XI-XXII. xlvi ¿Por qué editar el ¿Qué hacer? en Euskal Herria? 215 Por poner solo dos ejemplos: uno, el imprescindible artículo Más vale poco pero bueno de marzo de 1923, del que hemos hablado arriba, se encontró con la oposición de todos los miembros del Buró Político, excepto de Trotsky, de modo que no fue publicado. Lenin, desde su cama, insistió en que se editase y Kuíbishev propuso hacer una edición falsa en Pravda, 216 pero fue por fin hecho público gracias a que Kámenev se sumó a la postura de Trotsky . No fue la primera vez que sucedía esto en la historia del bolchevismo, aunque con algunas diferencias, las decisivas Tesis de Abril de primavera de 1917 también debieron superar las resistencias de la mayoría de la dirección de entonces, que los calificaba de ultraizquierdistas, 217 anarquistas, trotskistas y hasta escritos por un Lenin que se había vuelto loco. El otro 218 ejemplo es el de la manipulación del llamado «Testamento de Lenin» , sobre la que tampoco podemos extendernos ahora. Lo cierto es que Lenin y otros sectores minoritarios del partido, que habían iniciado su lucha contra la burocracia muy pronto, sabían por experiencia propia que «el partido se había llenado de arribistas después de la revolución, porque la pertenencia a él se había convertido en salvoconducto para obtener un puesto pagado en el gobierno, el ejército o la industria. Ya en 1922 solo uno de cada cuarenta miembros pertenecía al partido antes de la revolución de febrero […] En 1939 solo uno de cada 14 miembros del partido bolchevique en 1917 seguía perteneciendo al Partido Comunista de la Unión Soviética; prácticamente todos los demás 219 habían muerto» . La actualidad de la revolución Hemos visto con rapidez la magistral idea lukcasiana de la «actualidad de la revolución», tesis básica para comprender el alcance de la teoría organizativa de Lenin. Aunque la gran mayoría de la dirección del partido que dirigió la revolución de 1917 fue exterminada por la burocracia ya antes de 1939, y aunque miles de «viejos bolcheviques» que lograron sobrevivir fueron desterrados a Siberia, no es menos cierto que a pesar de todo sobrevivió una de las cualidades del partido: la consciencia de que la lucha revolucionaria es larga, con altibajos y vaivenes como sostuviera Lenin en el ¿Qué hacer? Fue esta consciencia la que hizo que esos miles de bolcheviques sobrevivientes en las penosas condiciones de Siberia volvieran con renovado esfuerzo a la lucha cuando la invasión alemana de 1941 hizo imprescindible su aportación cualificada. Dentro de la consciencia de que la lucha revolucionaria es un proceso permanente, está también la consciencia de que los momentos de «paz social» y «normalidad política», de democracia burguesa en suma, al margen de su deteriorada calidad, son solo eso, fases más o menos cortas y pasajeras que dejan paso a períodos de incrementada dureza represiva que tienden a alargarse y endurecerse en la historia del capitalismo. La rapidez con la que los bolcheviques volvieron a la lucha en Rusia es parte de la demostrada capacidad de todas las organizaciones leninistas para, en el momento crítico, volver a la lucha clandestina o a formas de lucha violenta tras años de lucha legal dentro del sistema burgués. Una de las razones que lo explican es la que veremos luego sobre las precauciones organizativas de la Internacional Comunista, pero otra anterior y más importante es la que se expresa en la tesis lukcsiana de la «actualidad de la revolución», como hemos dicho. En 215 V. I. Lenin: Más vale poco pero bueno, Obras completas, op. cit., tomo 45, pp. 405-422. V. I. Lenin: Contra la burocracia. Diario de las secretarias de Lenin, PyP, nº 25, Argentina 1971, p. 81. 217 I. Deutscher: Stalin, Era, México 1969, pp. 142-144. 218 L. Cánfora: El Testamento de Lenin: Verdad y manipulación, 12 de noviembre de 2013 (www.rebelion.org). 219 N. Faulkner: De los neandertales a los neoliberales, Pasado&Presente, Barcelona 2014, p. 364. 216 xlvii ¿Por qué editar el ¿Qué hacer? en Euskal Herria? efecto: «al hombre medio la revolución proletaria solo le resulta visible cuando las masas obreras se encuentran ya luchando en las barricadas. Y si este hombre medio ha recibido una formación marxista vulgar, ni siquiera entonces. Porque a los ojos del marxismo vulgar los fundamentos de la sociedad burguesa son tan inamovibles, que aún en los momentos de su conmoción más evidente no desea otra cosa que el regreso a una situación “normal”, no viendo en sus crisis sino episodios pasajeros y considerando la lucha, incluso en tales períodos, como la nada razonable rebelión de unos irresponsables contra el, a pesar del todo, 220 invencible capitalismo» . Por «marxismo vulgar» Lukács entiende el determinismo socialdemócrata y menchevique. Sin embargo, para el marxismo dialéctico, la actualidad de la revolución es la consecuencia lógica del desarrollo de las contradicciones antagónicas, que hace que la cuestión del poder aparezca como decisiva para dirigir la unidad y lucha de contrarios en la dirección comunista. La teoría de la organización es así la expresión del hecho de que las contradicciones han llegado a tal grado de antagonismo que aplastar cualquier atisbo la revolución socialista sea una obsesiva necesidad de la burguesía mundial. El capital sabe mejor que el reformismo y que la enorme masa trabajadora alienada y fetichizada que por actualidad de la revolución se entiende «el estudio de todos y cada uno de los problemas particulares del momento en su concreta relación con la totalidad histórico-social; su consideración como momento de la liberación del proletariado […] todo problema actual -por de pronto ya como el problema actual221 se ha convertido, a la vez, en un problema fundamental de la revolución» . Porque la burguesía sabe esto, intenta por todos los medios acabar con los procesos revolucionarios cuando están germinando, bien mediante divisiones, trampas y promesas que no va a cumplir, bien con crecientes grados de terror represivo y contrarrevolucionario si la revolución sigue su ascenso, o lo que es más frecuente simultaneando ambos métodos. La teoría marxista de la organización no se cansa de advertir sobre este decisivo proceso una y otra vez repetido. La teoría del partido sostiene que la militancia ha de saber que «cada situación tiene un problema central, de cuya resolución dependen tanto los otros problemas 222 contemporáneos como el desarrollo ulterior de todas las tendencias sociales del futuro» . La clase dominante hace y hará de ese problema central el casus belli para desencadenar la represión al nivel necesario a cada momento. La clase explotada ha de conocer esta dialéctica de la lucha de clases y adelantarse a la burguesía, siendo aquí fundamental la sostenida y pedagógica acción del partido, para que llegado el momento culmen del casus belli -que se resumen históricamente en dos: propiedad privada de las fuerzas productivas y propiedad del Estado y de su violencia-, el pueblo no sea sorprendido, dividido, desmoralizados y destrozado. Desde esta recurrencia histórica, por actualidad de la revolución hay que entender también actualidad del Estado represor, que nunca duerme, que siempre está vigilante y presto a golpear porque: «No se lucha únicamente contra el Estado, sino que el Estado mismo se revela como un arma de la lucha de clases, 223 como uno de los instrumentos esenciales para el mantenimiento de la dominación clasista» . La teoría leninista de la organización siempre tiene en cuenta la actualidad de la revolución y del Estado represor. Con otras palabras pero refiriéndose a la misma problemática, F. Jameson sostiene que la teoría de Lenin es incomprensible sin la dialéctica entre, por un lado, el Acontecimiento, es decir, el acto revolucionario en sí mismo, la sublevación insurreccional del pueblo contra 220 G. Lukács: Lukács sobre Lenin (1924-1970), Grijalbo, 1974, p. 12. G. Lukács: Lukács sobre Lenin (1924-1970), Grijalbo, 1974, p. 14. 222 G. Lukács: Lukács sobre Lenin (1924-1970), op. cit., p. 124. 223 G. Lukács: Lukács sobre Lenin (1924-1970), op. cit., p. 90. 221 xlviii ¿Por qué editar el ¿Qué hacer? en Euskal Herria? la opresión y su violencia criminal y represiva porque «es crucial decir y repetir que, en la situación revolucionaria, la violencia viene primero de la derecha, de la reacción, y que la 224 violencia de izquierda es una reacción contra esa reacción» ; y, por otro lado, el proceso revolucionario como «todo el largo, complejo y contradictorio proceso de transformación sistémica; un proceso amenazado a cada momento por el olvido, el agotamiento, la retirada hacia la ontología individual, la desesperada invención de “incentivos morales”, y, sobre todo, 225 la urgencia de la pedagogía colectiva» . Tras repetir la teoría marxista de la violencia, es decir, del Estado, en el mismo párrafo sobre el proceso revolucionario, F. Jameson escribe: Tal vez ahora resulte más claro por qué el verdadero significado de Lenin no es ni político ni económico, sino más bien una fusión de ambas dimensiones en ese Acontecimiento-como-proceso y proceso-como-Acontecimiento que llamamos revolución. El verdadero significado de Lenin es el mandato perpetuo de mantener viva la revolución: mantenerla viva como una posibilidad aun antes de que haya sucedido, mantenerla viva como proceso en todos estos momentos en que está amenazada por la derrota, o peor aún, por la rutinización, el compromiso, o el olvido […] el mantener viva la idea de revolución propiamente dicha, en un tiempo en el que esta palabra e idea se ha convertido en un escollo o escándalo prácticamente 226 bíblico . El principio de la actualidad de la revolución y la teoría de la represión como naturaleza interna del Estado capitalista, forman una unidad estratégica más que táctica porque, como se ha visto, atañe a la esencia misma del proyecto histórico comunista de superación mundial del modo de producción capitalista. Esto y más debemos aprender de los bolcheviques cuando desarrollaron el ¿Qué hacer? en condiciones difíciles en extremo. La unidad estratégica entre la teoría del Estado burgués, y el principio de actualidad de la revolución, fue y es decisiva cada vez que reaparece la vieja mentira del pacifismo como «única vía efectiva» para «transformar» el capitalismo, mentira recreada muy frecuentemente por los servicios secretos del Estado 227 burgués . Ya hemos visto anteriormente cómo la policía alemana infiltró a su agente Eichler en la dirección del congreso socialista alemán de 1863 para impulsar el pacifismo, lo que en buena medida facilitó el prestigio de Lassalle, cuya ideología no se diferenciaba mucho en lo esencial de este modelo, aunque era más «radical» de palabra, pero, por un lado, asumía la idea del «Estado protector»; por otro lado, era muy limitada y errónea su visión de la teoría de Marx y muy mecanicista su interpretación de Hegel; y, por último, su fuerte nacionalismo interclasista y burgués fortaleció el reformismo en la clase obrera alemana, una clase obrera que admiraba 228 profundamente a Lassalle mientras que desconocía prácticamente a Marx. La muy reducida implantación marxista efectiva en la socialdemocracia alemana y en la II Internacional, exceptuando minorías conocidas por todos, propicio que la ideología burguesa fuese incuestionable en su práctica cotidiana. Tras doce años de ilegalidad, la socialdemocracia alemana fue readmitida en la legalidad burguesa en 1890 y en poco tiempo las tendencias reformistas reaparecieron con fuerza creciente, según hemos visto. Peor aún, 229 la oleada revolucionaria de 1905 cogió totalmente rota la II Internacional porque en su esquema teórico-político y en su estructura psicológica burocratizada y normalizada apenas 224 F. Jameson: Valencias de la dialéctica, Editora Eterna Cadencia, Buenos Aires 2013, p. 340. F. Jameson: Valencias de la dialéctica, op. cit., p. 340. 226 F. Jameson: Valencias de la dialéctica, op. cit., p. 341. 227 C. Tupac: Terrorismo y civilización, Boltxe Liburuak, Bilbo 2012, pp. 445-580. 228 J. Droz: «Los orígenes de la socialdemocracia alemana», Historia General del Socialismo, Destino, op. cit., p. 485. 229 J. Droz: «La socialdemocracia alemana (1875-1914), Historia General del Socialismo, op. cit., tomo 2, pp. 53-57. 225 xlix ¿Por qué editar el ¿Qué hacer? en Euskal Herria? existían espacios para comprender la irrupción de la libertad y, lo que es más grave, para responder a la agresión de las fuerzas represivas del Estado, error suicida que en Alemania se repetiría en 1918 y a otra escala en 1933 cuando los nazis llegaron al poder. La infiltración pacifista en la socialdemocracia alemana no fue un caso único. V. Serge nos explica el accionar político-sindical del policía Zubátov, quien hacia 1905 trato de apoderarse del movimiento obrero creando sindicatos controlados, a la vez que desarrollaba un efectivo 230 sistema de seguimiento personal de la militancia clandestina , por no reincidir en otros infiltrados como el cura Gapón organizador, entre otras provocaciones, de la manifestación pacífica que fue masacrada por la policía zarista en 1905. Lo que nos interesa es comprender el proceso imperceptible y sibilino de «contaminación ideológica» de la izquierda una vez que abandona los principios políticos y éticos, la perspectiva histórica, la coherencia estratégica y el principio de supeditación de la táctica a la estrategia y a los objetivos. La insistencia bolchevique en que la tolerancia represiva -«democracia burguesa»- tiende indefectiblemente a ser sustituida por la represión conforme se agudiza la lucha de clases, fue trágicamente confirmada por los terribles efectos de su no aplicación práctica y teórica, en la derrota de la revolución alemana de 1918-1919, y muy concretamente en el asesinato de sus dirigentes, en especial de Rosa Luxemburg y Karl Liebknecht. Mientras que Lenin y otros dirigentes bolcheviques decidieron pasar a la clandestinidad en los momentos críticos de la revolución rusa, los espartaquistas alemanes apenas lo hicieron, siendo detenidos y asesinados. S. Haffner explica que Rosa y Karl terminaron sabiendo que estaban siendo vigilados, perseguidos por las fuerzas reaccionarias, criminalizados públicamente con una campaña mediática que pedía a gritos sus asesinatos, pero aún así, ambos dirigentes no tomaron ninguna medida de seguridad, no se escondieron, siguieron haciendo vida pública normal hasta su detención y asesinato. Según S. Haffner: Estaban demasiado inmersos en su labor política y periodística para perder el tiempo pensando en su seguridad personal; tal vez incluso demasiado confiados, ya que ambos estaban muy acostumbrados a los arrestos y a las cárceles como para temerlos. Precisamente debido a su experiencia, seguramente durante mucho tiempo no llegaron ni a imaginar que esta vez se trataba de su vida; Rosa Luxemburg, de forma conmovedora, preparó para su «arresto» una maletita con pequeños objetos personales de poco valor y sus libros preferidos que ya la habían acompañado a la 231 prisión en otras ocasiones . La forma-partido electoral de masas se sustenta sobre la creencia irracional de la «normalidad democrática» del sistema capitalista a pesar de las ideas censuradas de Engels como hemos explicado, y de las advertencias de teóricos relevantes de finales del siglo XIX 232 como Parvus ; fue esta creencia infundada la causa principal de que el nuevo partido revolucionario denominado Liga Espartaquista, escindido de la socialdemocracia en pleno ascenso revolucionario, naciera muy débil, a pesar de los esfuerzos por acelerar la organización realizados desde 1916 y sobre todo 1918: «La estructura del nuevo partido es extremadamente laxa, por no decir inexistente, mucho más próxima a la del partido 233 socialdemócrata independiente, que a la del partido bolchevique» . Nació muy tarde y muy débil, lo que le imposibilitó arraigar en las masas, dirigirlas y estar preparado para la inevitable represión contrarrevolucionaria. Por esas mismas fechas, el partido bolchevique, que había 230 V. Serge: Lo que todo revolucionario debe saber sobre la represión, Boltxe Liburuak, Bilbo 2013, p. 9. S. Haffner: La revolución alemana de 1918-1919, IneditaEditores, Barcelona 2005, p. 161. 232 A. Parvus: «Golpe de Estado y huelga política de masas», Debate sobre la Huelga de Masas, PyP, nº 62, Córdoba, Argentina 1975, pp. 7-56. 233 P. Broué: Revolución en Alemania I, Redondo Editor, Barcelona 1973, p. 260. 231 l ¿Por qué editar el ¿Qué hacer? en Euskal Herria? estado varias veces casi al borde de la total desaparición bajo los golpes de la policía zarista, la Ojrana, se había recuperado de nuevo. En base a las lecciones aprendidas en las dos primeras décadas del siglo XX de propia lucha revolucionaria, y también de una lectura crítica de las derrotas anteriores causadas por la represión, los bolcheviques propusieron en 1920 por boca de Lenin diecinueve condiciones necesarias para afiliarse a la Internacional Comunista. De ellas, la tercera fue ni más ni menos que: «En todos los países en los que los comunistas, a consecuencia del estado de sitio o de las leyes de excepción, no puedan realizar su labor legalmente, es imprescindible conjugar el trabajo legal con el clandestino. La lucha de clases en casi todos los países de Europa y América entra en la fase de la guerra civil. En tales condiciones, los comunistas no pueden tener confianza en la legalidad burguesa. Están obligados a crear en todas partes un mecanismo clandestino paralelo que en el momento decisivo pueda ayudar al partido a 234 cumplir con su deber ante la revolución» , y en el punto 12 vuelve a insistir en que la prensa comunista debe estar supeditada a la dirección del partido independientemente de que «sea 235 en el momento concreto legal o clandestino» . Los diversos reformismos han atacado las diecinueve condiciones con varios argumentos, siendo el más frecuente el de que este texto estaba pensado para una situación excepcional, singular e irrepetible, y que por tanto ya quedó definitivamente desfasado. Pero el tiempo transcurrido ha confirmado que la lucha de clases, cuando se agudiza más allá de lo tolerado por la burguesía, entra en una fase de guerra civil larvada al principio, que puede ser abortada y frenada en su ascenso, también derrotada, pero que en determinadas condiciones puede seguir adelante. Sobre todo, ha enseñado que la cuestión de la legalidad e ilegalidad, del «mecanismo clandestino paralelo», es trascendental en las luchas nacionales de liberación que se nieguen a ser integradas en el poder opresor como simples luchas autonomistas. Tanto es así que la experiencia vasca confirma la teoría bolchevique. V. Serge ya ha argumentado que «gracias a la ciencia de la conspiración, los revolucionarios pudieron vivir ilegalmente en las capitales rusas durante meses y años […] La acción ilegal, a la larga, crea hábitos y una mentalidad que se puede considerar como la mejor garantía 236 contra los métodos policíacos» . Hábitos que pueden debilitarse con el tiempo, sobre todo si gracias a la lucha de masas se conquistan libertades democráticas que permiten la lucha legal. Aún en estos casos, un deber del partido revolucionario es el de recordarlos siempre y mantener algunas organizaciones suyas «dormidas» o semiactivas en la lucha alegal o ilegal, según las necesidades. Lo fundamental es no permitir el olvido de los hábitos de lucha ilegal, porque una vez perdidos cuesta mucho volver a crearlos. Tiene razón M. Jhonstone cuando afirma que «la experiencia clandestina de los bolcheviques, en todo caso, y las correspondientes formas organizativas desarrolladas en aquel período, les dieron una gran ventaja, sobre todo durante la Primera Guerra Mundial, respecto a los partidos socialdemócratas de la Europa occidental y central. El «oportunismo disfrazado» de estos últimos fue la causa de que incluso marxistas «de izquierda» como Kautsky careciesen, desde el punto de vista psicológico y organizativo, de la más mínima preparación para emprender el 237 trabajo clandestino indispensable para una oposición consecuente a la guerra imperialista» . La misma ventaja sobre el reformismo volvió a demostrarse en la lucha antifascista, no tanto en los primeros años aunque también, sino muy en especial a partir de 1941 cuando se 234 V. I. Lenin: Tesis para el II Congreso de la Internacional Comunista, Obras completas, op. cit., tomo 41. p. 213. V. I. Lenin: Tesis para el II Congreso de la Internacional Comunista, Obras completas, op. cit., tomo 41. p. 215. 236 V. Serge: Lo que todo revolucionario debe saber sobre la represión, Boltxe Liburuak, Bilbo 2013, p. 59. 237 M. Jhonstone: «Un instrumento político de nuevo tipo: el partido leninista de vanguardia», Historia del marxismo, Bruguera, 1983, tomo 7, (I), p. 435. 235 li ¿Por qué editar el ¿Qué hacer? en Euskal Herria? generalizaron las luchas de liberación nacional en el corazón de la Europa nazifascista, pero también en otras muchas partes del mundo hasta el día de hoy. Resumen El estudio leninista en las condiciones vascas actuales del ¿Qué hacer? puede aportarnos claves fundamentales para, como mínimo, seis cuestiones de innegable valor estratégico: una, la ubicación de Euskal Herria en el capitalismo y el sujeto de la independencia socialista; dos, la valía u obsolescencia de la memoria de lucha de nuestro pueblo y el papel de la teoría en la revolución vasca; tres, la dialéctica entre «movimiento» y «organización» y la cuestión del poder; cuatro, las alianzas sociopolíticas y el manido tópico de la hegemonía; cinco, el papel de prensa crítica, la burocratización y la actualidad de la «revolución cultural»; y, seis, el internacionalismo independentista. Las cuantificamos en siete claves pero pueden ser más en la medida en que precisemos los puntos de reflexión, tarea que ahora mismo desborda este escrito. Una: Lenin dedicó los primeros años de su vida militante a elucidar la ubicación de Rusia en el capitalismo, el desarrollo de este modo de producción en el imperio zarista, y por tanto la estructura de clases en su interior, más concretamente, de entre todas las clases cual de ellas era la que podía y debía dirigir la revolución. Lenin no actuó así por capricho voluble sino porque comprendió el principio marxista de que es la objetiva realidad social la que determina la conciencia social y sus posibilidades subjetivas. Antes de que él dedicase casi una década de praxis a resolver este primer obstáculo, otros marxistas ya lo habían hecho, y muchos más seguirían haciéndolo posteriormente. La razón es muy simple: hay que conocer la realidad, es decir, la unidad y lucha irreconciliable de las contradicciones internas. El acierto estratégico de Lenin consistió en demostrar que el capitalismo era el modo de producción dominante, que exacerbaba todas sus contradicciones y que la clase obrera, el proletariado, el pueblo trabajador, las masas trabajadoras, por repetir algunas de las expresiones que él usaba, era el sujeto revolucionario. Si estudiamos los documentos recientes de la izquierda abertzale en su sentido ampliado al introducir a fuerzas reformistas democristianas, socialdemócratas y eurocomunistas, y en su sentido histórico preciso, vemos que se ha licuado casi del todo una visión materialista de nuestra ubicación en el capitalismo, exceptuando textos y opiniones individuales o de grupos y colectivos específicos. Otro tanto debemos decir con respecto a la cuestión central del sujeto colectivo. Siendo verdad que el grueso de la izquierda abertzale histórica admite oficialmente que es el pueblo trabajador el sujeto colectivo, en los hechos cotidianos y especialmente en la prensa cercana al amplio espectro soberanista e independentista domina un ruido polifónico e incoherente en el que, sin embargo, sobresalen conceptos ambiguos y polisémicos, engañosos, como ciudadanía, sociedad civil, pueblos sin Estado, déficit democrático, multipolaridad, izquierda transformadora, y otros muchos, que difuminan la realidad objetiva de la estructura de clases interna y del imperialismo franco-español. Podemos adelantar cinco grandes razones que explican este retroceso: una, los efectos de la represión global que viene sufriendo la izquierda abertzale histórica especialmente desde la segunda mitad de la década de 1990; dos, el efecto negativo sobre sectores de la izquierda abertzale de la implosión de la URSS; tres, el impacto de las modas post en plena euforia imperialista en un marco ideológico de ofensiva neoliberal y aparente transformación lii ¿Por qué editar el ¿Qué hacer? en Euskal Herria? del capitalismo en una economía inteligente, libre de crisis, democrática y tolerante; cuatro, la propia fuerza de alienación y subsunción que tiene el sistema del capital por sí mismo, al margen de los factores antedichos, aunque reforzada por ellos; y, cinco, los debates y discusiones internas en la izquierda abertzale. La sinergia de estas cinco razones explica bastante de las deficiencias del presente y debemos tenerla muy en cuenta para comprender el por qué de los puntos que se exponen ahora. Dos: Lenin no insistía por casualidad en las experiencias de lucha de las masas explotadas en Rusia y en otros pueblos como el alemán, etcétera; lo hacía porque, como marxista, comprendía que en esa experiencia late un «contenido de verdad» más o menos aplicable a las condiciones presentes. La historia existe y negarla o desdeñarla es la primera puerta que se cruza en el fácil camino al fracaso. Manipular la historia, expurgarla de los contenidos crudos y duros, para reducirla a una «sopa ecléctica» en la que cada clase social y fuerza política puede encontrar los tropiezos que le interesen, hacerlo así es suicida para el pueblo. Por ejemplo, el artificial debate sobre la llamada «memoria histórica y el papel de las víctimas» es en realidad una lucha político-teórica y ética que forma parte del choque entre el imperialismo y la nación oprimida en donde ese debate artificial se realice. Lo malo de todo ello es que la memoria de lucha de un pueblo, y en especial su parte de memoria militar, tiende a perderse o debilitarse si la izquierda no la mantiene viva, indiferencia que es aprovechada por la derecha para imponer su versión reaccionaria. Es por esto que la teoría es inseparable de la historia y cultura populares, aunque mantiene su especificidad propia. Cuando Lenin dice que sin teoría revolucionaria no existe práctica revolucionaria está diciendo que sin historia popular activa no existe estrategia hacia la victoria. En este sentido, la izquierda abertzale clásica, sin dejar de luchar por la memoria e historia populares, sí ha rebajado bastante la lucha teórica, ética e histórica en defensa actualizada de la larga experiencia acumulada entre 1960 y 1980; mientras que la izquierda abertzale amplia prácticamente ha roto con ella. Ha surgido así un foso entre la historia teórica y política de los últimos sesenta años y el presente sin teoría en el sentido marxista del término. Y sin teoría no hay futuro. Lo malo de todo ello es que la memoria de lucha de un pueblo, y en especial su parte de memoria militar, tiende a perderse o debilitarse si la izquierda no la mantiene viva, indiferencia que es aprovechada por la derecha para imponer su versión reaccionaria. Es por esto que la teoría es inseparable de la historia y cultura populares, aunque mantiene su especificidad propia. Cuando Lenin dice que sin teoría revolucionaria no existe práctica revolucionaria está diciendo que sin historia popular activa no existe estrategia hacia la victoria. En este sentido, la izquierda abertzale clásica, sin dejar de luchar por la memoria e historia populares, sí ha rebajado bastante la lucha teórica, ética e histórica en defensa actualizada de la larga experiencia acumulada entre 1960 y 1980; mientras que la izquierda abertzale amplia prácticamente ha roto con ella. Ha surgido así un foso entre la historia teórica y política de los últimos sesenta años y el presente sin teoría en el sentido marxista del término. Y sin teoría no hay futuro. Tres: «Movimiento» y «organización» son dos partes complementarias de un proceso de lucha en el que cada una de ellas juega una función específica que requiere siempre de la otra. La relación no varía aunque exista lucha institucional, sino que esta debe estar supeditada a ella. En el ¿Qué hacer? y en la literatura marxista por «movimiento» se entiende una amplia, rica y compleja variedad de formas obreras y populares autoorganizativas con diversos niveles liii ¿Por qué editar el ¿Qué hacer? en Euskal Herria? de espontaneísmo, empiria y experiencia teórica, que nacen y luchan contra opresiones concretas y que tienden a coordinarse en la medida en que toman conciencia de la explotación común que sufren. Por «organización» o «partido» se entiende el colectivo más formado, disciplinado y activo que reconoce públicamente -o con los medios adecuados en un contexto represivo e ilegal- sus objetivos, estrategias y tácticas, los comunican y popularizan en los «movimientos», y los adecua y adapta para responder a los cambios manteniendo claros los objetivos. Una de las tareas permanentes de la «organización» dentro del «movimiento» y en el conjunto del pueblo trabajador es la de demostrar pedagógica y concretamente que hay que tomar el poder en su sentido radical, cualitativo, y no solo en su forma externa y transitoria: la cuestión del Estado y de su violencia. Es obvio que la lucha institucional está regida por la relación «movimiento»-«organización» y por la necesidad de hacer pedagogía de la toma del poder. Cuando esta relación bidireccional se rompe o desaparece para priorizar la lucha institucional, cuando la «organización» deja de cumplir su papel fundamental y casi desaparece como fuerza operativa en la calle limitándose a dar ruedas de prensa, cuando el objetivo de la toma del poder en su sentido cualitativo desaparece prácticamente de la política de izquierda para reducirse a una mera reivindicación carente de todo contenido concreto de poder popular opuesto al burgués dominante, cuando sucede esto entonces se está dejando el presente y el futuro del pueblo en manos de otras fuerzas diferentes a las revolucionarias. Los esfuerzos destinados a recuperar la presencia de una estrategia socialista que guíe la lucha de masas, la llamada lucha ideológica, y la institucional serán tanto más baldíos cuanto más se retrasen en el tiempo. Cuatro: La relación entre «partido» y «movimiento» es la base para que la política de alianzas con otros sectores se realice respondiendo a la estrategia que guía los pasos tácticos hacia los objetivos históricos. La lucha por las reformas va unida muy frecuentemente a la política de alianzas con sectores reformistas en pos de conquistas democráticas que reforzarán las luchas en todos los sentidos. La alianza entre la clase obrera y el campesinado era el núcleo de la hegemonía popular en la estrategia bolchevique desde el ¿Qué hacer? en adelante. La teoría leninista de la hegemonía obrera y campesina no tiene nada que ver con la falsificación y amputación de las tesis de Gramsci realizada por el reformismo eurocomunista, y tampoco nada que ver con las tesis del post-marxismo que florecieron en los años de euforia de las modas post. La hegemonía leninista no niega la necesidad de las alianzas, sino que la mantiene pero dentro de una visión a largo plazo en la que lo decisivo es la acumulación de fuerzas revolucionarias cara a la toma y mantenimiento del poder político en su contenido radicalmente opuesto al burgués, diferente en cualidad. Ahora no podemos profundizar en este vital e imprescindible debate que en sí es parte del debate sobre la estrategia socialista, sus métodos organizativos y sus tácticas interrelacionadas. Las versiones reformistas de la hegemonía rechazan esta estrategia porque no aceptan la posibilidad ni la necesidad de un momento de choque directo de fuerzas entre el pueblo trabajador y la burguesía, entre la nación oprimida y el imperialismo. Las versiones reformistas de la hegemonía retroceden al socialismo utópico de derechas que centraba sus esfuerzos en la concienciación cultural y hacia el gradualismo socialdemócrata que los orientaba hacia la acumulación de fuerzas institucionales y populares pacíficas. El socialismo utópico de izquierdas no planteaba en absoluto el camino de la hegemonía obrera y popular, sino el de la insurrección al margen del pueblo. Frente a la hegemonía reformista y al insurreccionalismo utópico, la hegemonía de Lenin plantea una movilización masiva ascendente hasta la toma del poder por el pueblo, como paso cualitativo a partir del cual, solo a partir del cual, liv ¿Por qué editar el ¿Qué hacer? en Euskal Herria? pueden asegurarse las condiciones plenas para realizar la hegemonía social, cultural, política, etcétera, nunca antes de la toma del poder. Solo con el poder estatal puede realizarse la «revolución cultural», aunque partes de ella deben prefigurarse en el capitalismo como todos los avances urgentes en la emancipación de la mujer, en la liberación nacional de clase, etcétera. Cinco: Lenin estuvo tan adelantado a su época sobre la cuestión de la lucha teórica, política, cultural, lo que ahora se llama erróneamente «lucha ideológica», que, salvando todas las distancias, puede certificarse su valía actual aunque desconociera «nuestra» tecnología -en manos últimas del capital, hay que decirlo todo. Es cierto que buena parte de su argumentario sobre las relaciones entre la prensa local, descentralizada y minorista, y la prensa centralizada a nivel estatal están basadas en la gran experiencia socialdemócrata y en parte anarquista de la Europa occidental de finales del siglo XIX, pero lo hizo añadiendo ideas de su cosecha propia algunas de las cuales ya hemos citado. Lo básico de ellas aparece el Manifiesto comunista: los comunistas luchamos junto con las demás fuerzas democráticas, pero siempre ponemos el punto central en el problema de la propiedad privada, problema que Lenin apuró en lo teórico hasta demostrar sus conexiones esenciales con el poder de clase de la burguesía. La llamada «lucha ideológica» debe tener este punto como eje central sobre el que giran todas las demás luchas teóricas, culturales, sociales, etcétera. La práctica de la crítica constructiva como necesidad consustancial e inherente al pensamiento revolucionario está retrocediendo por razones conocidas en sectores de la izquierda abertzale, y está siendo cada vez más perseguida en el sistema de dominación que padecemos. La burocratización de la vida institucional, política, mediática y productiva es una tendencia imparable, del mismo modo que las fuerzas reaccionarias más irracionales como el nacional-catolicismo intentan recuperar áreas de influencia en las que se habían debilitado: sexualidad, familia, religión, cultura, educación, política, prensa, etcétera. La lucha contra la burocratización generalizada es hoy más necesaria que nunca y la prefiguración de una Euskal Herria independiente, euskaldun, antipatriarcal y socialista exige que la «revolución cultural» se inicie ya con la radicalidad necesaria. Y seis: Lenin había dejado suficientes muestras de su internacionalismo consecuente antes de escribir el ¿Qué hacer?, y en esta obra la relación entre las luchas en Rusia, los pueblos oprimidos y el contexto internacional vertebra internamente el mensaje entero. Conforme avanzaba su vida y profundizaba en la fase imperialista del capitalismo, su internacionalismo se hizo más radical y a la vez más democrático porque comprendió la complejidad extrema del sentimiento nacional de los pueblos, pero sin olvidar que ellos no son los responsables de su situación sino que lo es el imperialismo capitalista, criterio decisivo sobre todo en el presente. Lenin murió defendiendo el derecho a la independencia de los pueblos trabajadores nacionalmente oprimidos, sabiendo que el gran nacionalismo ruso era consustancial a la burocracia que se estaba apoderando del partido y del Estado, minando la democracia socialista y el poder soviético. La izquierda abertzale clásica ha sido radicalmente antiimperialista en su internacionalismo solidario. Recientemente pequeños sectores con poder mediático se han alejado de ese internacionalismo para acercarse a tesis tan melifluas e imprecisas en sus análisis que pueden interpretarse incluso como «neutralistas». Tal cosa es literalmente imposible en un capitalismo en el que las contradicciones entre el imperialismo occidental y las muy débiles «potencias emergentes» en modo alguno llegan a eso que equívocamente se define como lv ¿Por qué editar el ¿Qué hacer? en Euskal Herria? «multipolaridad», eufemismo que oculta el dominio gigantesco del imperialismo occidental y del capitalismo financiero -fusión del capital bancario con el capital industrial- a nivel planetario. Pese al relativo auge económico de algunas semipotencias la supremacía de la OTAN y de otros aparatos militares integrados en el sistema yanqui es innegable. La desaparición del internacionalismo antiimperialista en sectores de la izquierda abertzale clásica es un signo más del deterioro teórico y estratégico que se está produciendo. Conclusión Naturalmente, quien no quiera leer el ¿Qué hacer? porque crea que Lenin es un autor ya caduco, que el libro está superado por las transformaciones de la «sociedad moderna», quien opine que el marxismo ha dejado de ser necesario, está en su pleno derecho a perder el tiempo como le de la gana. No leer el ¿Qué hacer? es perder el tiempo porque entonces, por la ignorancia no superada, se repetirán trágicos errores que luego, para superarlos, exigirán a las futuras generaciones hacer enormes esfuerzos y sacrificios. Practicar el marxismo es ahorrar tiempo y energía. Iñaki Gil de San Vicente Euskal Herria, 24 de junio de 2014 lvi Parte II. ¿Qué hacer? Problemas candentes de nuestro movimiento Prólogo [...] La lucha interior da al partido fuerza y vitalidad; la prueba más grande de la debilidad de un partido es el amorfismo y la ausencia de fronteras netamente delimitadas, el partido se fortalece depurándose[...]. —Extracto de una carta de Lassalle a Marx, 24 de junio de 1852. 1 Según el plan inicial del autor, el presente folleto debía consagrarse a desarrollar 2 3 minuciosamente las ideas expuestas en el artículo «¿Por dónde empezar?» (Iskra , nº 4, 4 mayo de 1901) . En primer lugar, debemos disculparnos ante el lector por haber cumplido con retraso la promesa que hicimos en dicho artículo (y que repetimos en respuesta a numerosos requerimientos y cartas particulares). Una de las causas de dicha tardanza ha sido la tentativa, hecha en junio del año pasado (1901), de unificar todas las organizaciones socialdemócratas 5 rusas en el extranjero . Era natural que esperase los resultados de esta tentativa que, de 1 Lenin escribió el libro ¿Qué hacer? Problemas candentes de nuestro movimiento a finales de 1901 y comienzos de 1902. Iskra publicó en diciembre, en el número 12, el artículo de Lenin «Una conversación con los defensores del economicismo», al que denominó posteriormente esbozo de ¿Qué hacer? Lenin escribió en febrero de 1902 el prefacio del libro y este vio la luz a comienzos de marzo, en Stuttgart, publicado por la editorial de Dietz, según informó Iskra el 10 de marzo de 1902, en su número 18. El libro ¿Qué hacer? desempeñó un relevante papel en la lucha por la creación del partido marxista revolucionario de la clase obrera de Rusia, en el triunfo de la tendencia leninista-iskrista en los comités y organizaciones del POSDR y, más tarde, en su Congreso de 1903. El libro adquirió gran difusión en 1902 y 1903 entre las organizaciones socialdemócratas de Rusia. 2 El artículo de Lenin «¿Por dónde empezar?», publicado como editorial en el número 4 de Iskra, da respuesta a las cuestiones más importantes del movimiento socialdemócrata de Rusia en aquellos tiempos: carácter y contenido principal de la agitación política, tareas de organización y plan de creación de un combativo partido marxista de toda Rusia. Lenin denominó al artículo «¿Por dónde empezar?». Esbozo del plan desarrollado más tarde en el libro ¿Qué hacer? El artículo sirvió de documento programático para la socialdemocracia revolucionaria y fue muy difundido en Rusia y en el extranjero. 3 Iskra (La Chispa): primer periódico marxista clandestino de toda Rusia, fundado por Lenin en 1900; desempeñó un papel decisivo en la creación del partido marxista revolucionario de la clase obrera. Ante la imposibilidad de editar en Rusia un periódico revolucionario como consecuencia de las persecuciones policíacas, Lenin concibió en todos los detalles, todavía desterrado en Siberia, el plan de su publicación en el extranjero. Y terminada la deportación (enero de 1900), emprendió inmediatamente la puesta en práctica de su plan. El primer número de la Iskra leninista vio la luz en diciembre de 1900, en Leipzig; los siguientes, en Munich; a partir de julio de 1902, en Londres, y desde la primavera de 1903, en Ginebra. Formaban la Redacción de Iskra V. I. Lenin, J. Plejánov, Y. Martóv, P. Axelrod, A. Potrésov y V. Zasúlich. Lenin era de hecho el redactor-jefe y el director del periódico. Publicó en él artículos sobre todos los problemas fundamentales de la organización del partido y de la lucha de la clase del proletariado de Rusia y se hizo eco de los acontecimientos más importantes de la vida internacional. Iskra se convirtió en centro unificador de las fuerzas del partido, en centro que agrupaba y educaba a sus cuadros. En diversas ciudades de Rusia (Petersburgo, Moscú, Samara, etc.) se constituyeron grupos y comités del POSDR de orientación leninista-iskrista, y en enero de 1902 se celebró en Samara un Congreso de iskristas, en el que se fundó la organización rusa de Iskra. Por iniciativa de Lenin y con su participación personal, la Redacción de Iskra elaboró un proyecto de Programa del partido (publicado en el número 21 del periódico) y preparó el II Congreso del POSDR, que se celebró en julio y agosto de 1902. Para entonces, la mayoría de las organizaciones socialdemócratas locales de Rusia se habían adherido ya a Iskra, aprobando su táctica, su programa y su plan de organización y reconociéndolo como su órgano dirigente. El Congreso destacó en una resolución especial el papel excepcional de Iskra en la lucha por la creación del partido y proclamó al periódico órgano central del POSDR. El II Congreso eligió la redacción, compuesta por Lenin, Plejánov y Mártov. En contra del acuerdo adoptado por el Congreso, Mártov se negó a formar parte de la Redacción de Iskra y sus números 46-51 se publicaron bajo la dirección de Lenin y Plejánov. Con posterioridad, Plejánov adoptó las posiciones del menchevismo y exigió que fuesen incluidos en la Redacción de Iskra todos los antiguos redactores mencheviques repudiados por el Congreso. Lenin no pudo aceptar esto y abandonó la Redacción del periódico el 19 de octubre (1 de noviembre) de 1903, siendo cooptado para el Comité Central, desde el que luchó contra los oportunistas mencheviques. El número 52 apareció bajo la dirección exclusiva de Plejánov, quien el 13 (26) de noviembre de 1903, incumpliendo la voluntad del Congreso, cooptó por su cuenta para la Redacción de Iskra a sus antiguos redactores mencheviques. A partir del número 52, los mencheviques convirtieron Iskra en su propio órgano. 4 V. I. Lenin: Obras completas, 5ª ed. en ruso, t. 5, pp.1-13. (Nota de los editores.) 5 Por iniciativa del grupo Borbá (La lucha) y con su mediación, las organizaciones socialdemócratas en el extranjero (Unión de Socialdemócratas Rusos, Comité del Bund en el extranjero, organización revolucionaria Sotsial-Demokrat y organizaciones extranjeras de Iskra y Zariá) sostuvieron conversaciones en la primavera y el verano de 1901 para tratar de llegar a un acuerdo y unificarse. Como preparación del Congreso en que debía efectuarse la unificación, en junio de 1901, se celebró en Ginebra lviii Prólogo haber tenido éxito, tal vez se hubiese requerido exponer las concepciones de Iskra en materia de organización desde un punto de vista algo distinto; en todo caso, este éxito prometía acabar muy pronto con la existencia de dos corrientes en la socialdemocracia rusa. El lector sabe que el intento fracasó y que, como procuramos demostrar a continuación, no podía 6 terminar de otro modo después del nuevo viraje de Rabócheie Dielo , en su número 10, hacia el «economicismo». Ha sido absolutamente necesario emprender una enérgica lucha contra esta tendencia imprecisa y poco definida, pero, en cambio, tanto más persistente y capaz de resurgir en formas diversas. De acuerdo con ello, ha cambiado y se ha ampliado en grado muy considerable el plan inicial del folleto. Su tema principal debía haber abarcado los tres problemas planteados en el artículo «¿Por dónde empezar?», a saber: el carácter y el contenido principal de nuestra agitación política, nuestras tareas de organización y el plan de crear, simultáneamente y en distintas partes, una organización combativa de toda Rusia. Estos problemas interesan desde hace mucho al autor, 7 quien trató ya de plantarlos en Rabóchaya Gazeta durante una de las tentativas infructuosas de reanudar su publicación. Dos razones han hecho irrealizable por completo nuestro primer propósito de circunscribirnos en este folleto al examen de los tres problemas mencionados y de exponer nuestras ideas, en la medida de lo posible de manera afirmativa, sin recurrir o casi sin recurrir a la polémica. Por una parte, el «economicismo» ha resultado más vital de lo que suponíamos (empleamos la palabra «economicismo» en su sentido amplio, como se explicó en el número 12 de Iskra (diciembre de 1901), en el artículo «Una conversación con los defensores del economicismo», 8 que trazó, por decirlo así, un esbozo del folleto que ofrecemos a la atención del lector). una conferencia de representantes de las organizaciones mencionadas (de ahí su denominación de «Conferencia de junio» o «Conferencia de Ginebra». En ella se elaboró una resolución (acuerdo en principio), en la que se consideraba necesario cohesionar todas las organizaciones socialdemócratas y se condenaba el oportunismo en todas sus manifestaciones y matices: «economicismo», bernsteinianismo, millerandismo, etc. Pero el nuevo viraje de la Unión de Socialdemócratas Rusos y de su órgano Rabócheie Dielo (La Causa Obrera) hacia el oportunismo condenó al fracasó los intentos de unificación. El Congreso de unificación de las organizaciones del POSDR en el extranjero se celebró en Zurich los días 21 y 22 de septiembre (4 y 5 de octubre) de 1901. Asistieron a él seis miembros de las organizaciones de Iskra y Zariá en el extranjero (Lenin, Krúpskaya, Mártov y otros), ocho de la organización revolucionaria Sotsial-Demokrat (de ellos, tres militantes del grupo Emancipación del Trabajo: Plejánov, Axelrod y Zasúlich), 16 de la Unión de Socialdemócratas del Bund en el extranjero y tres del grupo Borbá. Lenin, que asistió al Congreso con el seudónimo de «Frei», pronunció un brillante discurso sobre el primer punto del orden del día: «Acuerdo en principio e instrucciones a las redacciones». Fue este el primer discurso público de Lenin ante los socialdemócratas rusos en el extranjero. En el Congreso se presentaba en junio pro el III Congreso de la Unión de Socialdemócratas Rusos. En vista de ello, la parte revolucionaria del Congreso (los miembros de las organizaciones de Iskra y Zariá, así como los de SotsialDemokrat) dio lectura a una declaración sobre la imposibilidad de llegar a la unificación y abandonó el Congreso. Por iniciativa de Lenin, estas organizaciones se unificaron en octubre de 1901, formando la Liga de la Socialdemocracia Revolucionaria Rusa en el extranjero. 6 Rabócheie Dielo (La Causa Obrera): revista, órgano de la Unión de Socialdemócratas Rusos en el Extranjero. Se publicó en Ginebra, desde abril de 1899 hasta febrero de 1902, apareciendo doce números (en nueve volúmenes). La Redacción de Rabócheie Dielo era el centro de los «economicistas» en el extranjero. La revista apoyaba la consigna bernsteiniana de «libertad de crítica» del marxismo y sustentaba posiciones oportunistas en las cuestiones relacionadas con la táctica y las tareas de organización de la socialdemocracia rusa. Los adeptos de Rabócheie Dielo propagaban la idea oportunista de subordinación de la lucha política del proletariado a la lucha económica, se prosternaban ante la espontaneidad del movimiento obrero y negaban el papel dirigente del partido. En el II Congreso del POSDR, los portavoces de Rabócheie Dielo representaban al ala de extrema derecha, oportunista, del partido. 7 Rabóchaya Gazeta (La Gaceta Obrera): órgano clandestino de los socialdemócratas de Kíev. En total aparecieron dos números: el primero, en agosto de 1897; el segundo, en diciembre (con fecha de noviembre) del mismo año. El I Congreso del POSDR (marzo de 1898) proclamó a Rabóchaya Gazeta órgano oficial del partido. Después del Congreso, debido a la detención de los miembros del Comité Central y de la redacción del periódico, así como de la destrucción de la imprenta, no pudo ver la luz el tercer número de Rabóchaya Gazeta, preparado ya para su impresión. En 1899 se intentó reanudar su publicación. Lenin habla de este intento en el apartado «a» del capítulo quinto de ¿Qué hacer? 8 V. I. Lenin: Obras completas, 5ª ed. en ruso, t. 5, pp. 360-367. (Nota de los editores.) lix Prólogo Ha llegado a ser indudable que las distintas opiniones sobre el modo de resolver estos tres problemas se explican mucho más por una oposición radical entre las dos tendencias de la socialdemocracia rusa que por divergencias de detalle. Por otra parte, la perplejidad de los «economicistas» al ver que Iskra sostenía de hecho nuestras concepciones ha evidenciado que hablamos a menudo en lenguajes literalmente distintos; que, debido a 9 ello, no podemos llegar a ningún acuerdo sin comenzar ab ovo ; que es necesario intentar «explicarnos» sistemáticamente con todos los «economicistas» en la forma más popular posible y basándonos en el mayor número posible de ejemplos concretos sobre todos los puntos cardinales de nuestras discrepancias. Y me he decidido a hacer esta tentativa de «explicarnos» con plena conciencia de que ello va a aumentar muchísimo el volumen del folleto y a retardar su aparición; pero no he visto ninguna otra posibilidad de cumplir la promesa hecha en el artículo «¿Por dónde empezar?» Así pues, a las disculpas por la tardanza he de añadir las excusas por los inmensos defectos del folleto en lo que a su forma literaria se refiere: he tenido que trabajar con una precipitación extrema y, además, prestar atención a otras muchas ocupaciones. El examen de los tres problemas indicados sigue constituyendo el tema principal del folleto. Pero he tenido que comenzar por dos problemas de carácter más general: ¿por qué la consigna de «libertad de crítica», tan «inocente» y «natural», es para nosotros una verdadera llamada al combate?; ¿por qué no podemos llegar a un acuerdo ni siquiera en el problema fundamental del papel de la socialdemocracia en relación al movimiento espontáneo de masas? Luego expongo las opiniones acerca del carácter y el contenido de la agitación política, exposición que se ha convertido en un esclarecimiento de la diferencia entre la política tradeunionista y la socialdemócrata, en tanto que la exposición de los puntos de vista sobre las tareas de organización se ha transformado en un esclarecimiento de la diferencia entre los métodos primitivos de trabajo, que satisfacen a los «economicistas», y la organización de revolucionarios, que consideramos indispensable. Después insisto en el «plan» de un periódico político para toda Rusia, tanto más que las objeciones hechas contra él carecen de fundamento y que no se ha dado una respuesta a fondo a la pregunta hecha en «¿Por dónde empezar?» de cómo podríamos emprender simultáneamente en todas partes la formación de la organización que necesitamos. Por último, en la parte final del folleto espero demostrar que hemos hecho cuanto dependía de nosotros para prevenir una ruptura decisiva con los «economicistas», ruptura que, sin embargo, ha resultado inevitable; que Rabócheie Dielo ha adquirido una significación particular, y si se quiere «histórica», por haber expresado de la manera más completa y con el mayor relieve no el «economicismo» consecuente, sino más bien la dispersión y las vacilaciones que han constituido el rasgo distintivo de todo un período de la historia de la socialdemocracia rusa; que por eso adquiere también importancia la polémica, demasiado detallada a primera vista, con Rabócheie Dielo, pues no podemos avanzar sin superar definitivamente este período. Febrero de 1902 N. Lenin 9 10 ab ovo: desde el principio. (Nota de los editores.) Lenin también acostumbraba usar el seudónimo de Nicolás, por eso en esta obra N. Lenin. 10 lx Dogmatismo y «libertad de crítica» ¿Qué significa la «libertad de crítica»? La «libertad de crítica» es hoy, sin duda, la consigna más en boga, la que más se emplea en las discusiones entre socialistas y demócratas de todos los países. A primera vista, es difícil imaginarse nada más extraño que esas alusiones solemnes a la libertad de crítica, hechas por una de las partes contendientes. ¿Es que en el seno de los partidos avanzados se han levantado voces en contra de la ley constitucional que garantiza la libertad de ciencia y de investigación científica en la mayoría de los países europeos? «¡Aquí pasa algo!», se dirá toda persona ajena a la cuestión que haya oído la consigna de moda, repetida en todas partes, pero que no haya profundizado aún en la esencia de las discrepancias. «Esta consigna es, por lo visto, una de esas palabrejas convencionales que, como los apodos, son legalizadas por el uso y se convierten casi en nombres comunes». 1 En efecto, para nadie es un secreto que en el seno de la socialdemocracia internacional contemporánea se han formado dos tendencias cuya lucha ora se reaviva y levanta llamas 1 A propósito. En la historia del socialismo moderno es quizás un hecho único, y extraordinariamente consolador en su género, que una disputa entre distintas tendencias en el seno del socialismo se haya convertido, por vez primera, de nacional en internacional. En otros tiempos, las discusiones entre lasalleanos y eisenacheanos, entre guesdistas y posibilistas, entre fabianos y socialdemócratas, entre partidarios de Libertad del Pueblo y socialdemócratas eran discusiones puramente nacionales, reflejaban peculiaridades netamente nacionales, se desarrollaba, por decirlo así, en planos distintos. En la actualidad (ahora se ve esto bien claro), los fabianos ingleses, los ministerialistas franceses, los bernsteinianos alemanes y los críticos rusos son una sola familia; se elogian mutuamente, aprenden los unos de los otros y cierran filas contra el marxismo «dogmático». ¿Será en esta primera contienda, realmente internacional, con el oportunismo socialista, donde la socialdemocracia revolucionaria internacional se fortalezca lo suficiente para acabar con la reacción política que impera en Europa desde hace ya largo tiempo? / 12.1. Lassalleanos y eisenacheanos: dos partidos en el movimiento obrero alemán de la década de los sesenta y comienzos de los setenta del siglo XIX. Sostuvieron una encarnizada lucha, principalmente en torno a las cuestiones de táctica y, sobre todo, en el problema más palpitante de la vida política de Alemania de aquella época: las vías de su unificación. / Lassalleanos: partidarios y continuadores del socialista pequeñoburgués alemán Fernando Lassalle, miembros de la Unión General Obrera Alemana, fundada en 1863 en el Congreso de Sociedades Obreras celebrado en Leipzig. Su primer presidente fue Lassalle, que formuló el programa y las bases tácticas de la Unión. En su actividad práctica, Lassalle y sus partidarios apoyaban la política imperialista de Bismarck. «Objetivamente -escribía Engels a Marx el 27 de enero de 1865-, esto fue una infamia y una traición a todo el movimiento obrero a favor de los prusianos». Marx y Engels criticaron duramente en repetidas ocasiones la teoría, la táctica y los principios de organización de los lassalleanos como corriente oportunista en el movimiento obrero alemán. / Eisenaccheanos: miembros del Partido Obrero Socialdemócrata Alemán, fundado en 1869 en el Congreso de constitución de Eisenach. Encabezaban a los eisenacheanos Augusto Bebel y Guillermo Liebknecht, que se hallaban bajo la influencia ideológica de Marx y Engels. En el programa de Eisenach se proclamaba que el Partido Obrero Socialdemócrata Alemán se consideraba «una sección de la Asociación Internacional de los Trabajadores, cuyas aspiraciones comparte». En cuanto a la unificación de Alemania, los eisenacheanos defendían «la vía democrática y proletaria, oponiéndose a que se hiciera la menor concesión al prusianismo, al bismarckianismo y al nacionalismo» (V. I. Lenin: Augusto Bebel, Obras completas, 5ª edición en ruso. t. 23). Al formarse en 1871 el Imperio 61 Dogmatismo y «libertad de crítica» ora se calma y consume bajo las cenizas de impresionantes «resoluciones de armisticio». En qué consiste la «nueva» tendencia, que asume una actitud «crítica» frente al marxismo «viejo, dogmático», lo ha dicho Bernstein y lo ha mostrado Millerand con suficiente claridad. La socialdemocracia debe dejar de ser el partido de la revolución social para transformarse en un partido democrático de reformas sociales. Bernstein ha apoyado esta reclamación política con toda una batería de «nuevos» argumentos y razonamientos concertados con bastante armonía. Se ha negado la posibilidad de basar el socialismo en argumentos científicos y demostrar que es necesario e inevitable desde el punto de vista de la concepción materialista alemán, desapareció la discrepancia táctica fundamental entre lassalleanos y eisenacheanos, y en 1875, el ascenso del movimiento obrero y el recrudecimiento de las persecuciones gubernativas llevó a ambos partidos a unificarse en el Congreso de Gotha, formando el Partido Socialista Obrero de Alemania (más tarde, Partido Socialdemócrata de Alemania). / Guesdistas y posibilistas: corrientes revolucionaria y oportunista, respectivamente, del movimiento socialista francés. En 1882, al escindirse el Partido Obrero de Francia en el Congreso de Saint-Etienne, formaron dos partidos. / Guesdistas: partidarios de J. Guesde y P. Lafargue, corriente marxista de izquierda, defendían la necesidad de que el proletariado aplicase una política revolucionaria independiente. Los guesdistas conservaron el nombre de Partido Obrero de Francia y permanecieron fieles al programa de El Havre, aprobado por el partido en 1880, cuya parte teórica había escrito Marx. Gozaban de gran influencia en los centros industriales de Francia y agrupaban a los elementos avanzados de la clase obrera. En 1901 formaron el Partido Socialista de Francia. / Posibilistas (P. Brousse, B. Malon y otros): corriente reformista, pequeñoburguesa, que apartaba al proletariado de los métodos revolucionarios de lucha. Los posibilistas constituyeron el Partido Obrero Social-Revolucionario. Negaban el programa revolucionario y la táctica revolucionaria del proletariado, velaban los objetivos socialistas del movimiento obrero y proponían limitar la lucha de los obreros en el marco de «lo posible», por lo que recibieron la denominación de «posibilistas». Tenían influencia principalmente en las regiones de Francia más atrasadas en el aspecto económico y entre los sectores menos desarrollados de la clase obrera. En 1902, los posibilistas y otros grupos reformistas fundaron el Partido Socialista Francés, con J. Jaurés al frente. El Partido Socialista de Francia y el Partido Socialista Francés se fusionaron en 1905, formando un solo partido: el Partido Socialista Francés. Durante la guerra imperialista de 1914-1918, sus dirigentes (Guesde, Sembat, etc.) traicionaron la causa de la clase obrera y se hicieron socialchovinistas. / Fabianos: miembros de la Sociedad Fabiana, organización reformista inglesa fundada en 1884. Recibión este nombre en memoria del caudillo romano Fabio Máximo (siglo III a. n. e.), llamado Cunctátor («El Contemporizador») por su táctica expectante, que le hacía rehuir los combates decisivos en la guerra contra Aníbal. La Sociedad Fabiana estaba compuesta principalmente de intelectuales burgueses: científicos, escritores y políticos (como SB Webb, B Show, R MacDonald y otros). Lenin decía que los fabianos eran «la expresión más acabada del oportunismo» (V. I. Lenin: El programa agrario de la socialdemocracia en la primera revolución rusa de 1905-1907, Obras completas, 5ª edición en ruso t. 16). En 1900, la Sociedad Fabiana ingresó en el Partido Laborista. El «socialismo fabiano» es una de las fuentes de la ideología laborista. / La Libertad del Pueblo: organización política secreta de los populistas-terroristas, surgida en agosto de 1897 al escindirse la organización populista Tierra y Libertad. Aun sustentando las posiciones del socialismo utópico populista, los miembros de la Libertad del Pueblo emprendieron el camino de la lucha política considerando que la tarea más importante consistía en derrocar la autocracia y conquistar la libertad política. Sostuvieron una heroica lucha contra la autocracia zarista. Pero basándose en la errónea teoría de los «héroes» activos y la «multitud» pasiva, pensaban transformar la sociedad con sus propias fuerzas, sin la participación del pueblo, mediante el terror individual, la intimidación y la desorganización del gobierno. Después del asesinato de Alejandro II (1 de marzo de 1881), el gobierno aplastó la organización la Libertad del Pueblo por medio de crueles represiones, ejecuciones y provocaciones. Los repetidos intentos hechos en los años ochenta para reconstruirlo no dieron resultado. / Al hablar de «socialdemócratas» se alude a los miembros de la Federación Socialdemócrata de Inglaterra, fundada en 1884. A la par con los reformistas (Hyndman y otros) y los anarquistas, formaba parte de ella un grupo de socialdemócratas revolucionarios partidarios del marxismo (H. Quelch, T. Mann, E. Aveling, Eleonora Marx y otros), que representaban el ala izquierda del movimiento socialista inglés. Engels criticó duramente a la Federación Socialdemócrata de Inglaterra, acusándola de dogmatismo y sectarismo, de aislarse del movimiento obrero de masas e ignorar sus peculiaridades. La Federación adoptó en 1927 el nombre de Partido Socialdemócrata, que fusionó en 1911 con los elementos de izquierda del Partido Obrero Independiente para formar el Partido Socialista Británico. En 1920, la mayoría de sus afiliados participó en la fundación del Partido Comunista de la Gran Bretaña. / Ministerialistas (millerandistas): adeptos de una corriente oportunista en los partidos socialistas de Europa Occidental a fines del siglo XIX y comienzos del XX, deben su nombre al socialista francés A. Millerand, que en 1899 formó parte del gobierno burgués reaccionario de Francia y aplicó juntamente con la burguesía una política imperialista. / Bernsteinianos: partidarios de una corriente hostil al marxismo en la socialdemocracia alemana e internacional, surgida a fines del siglo XIX en Alemania y que debe su nombre a Eduardo Bernstein, el representante más franco de las tendencias oportunistas de derecha en el Partido Socialdemócrata Alemán. Después de la muerte de Engels, Bernstein propugnó la revisión más descarada de la doctrina revolucionaria de Marx, de acuerdo con el espíritu del liberalismo burgués (en los artículos «Problemas del socialismo» y en el libro Premisas del socialismo y tareas de la socialdemocracia), pretendiendo convertir el Partido Socialdemócrata en un partido pequeñoburgués de reformas sociales. En Rusia fueron partidarios del bernsteinianismo los «marxistas legales», los «economicistas», los bundistas y los mencheviques. / Los críticos rusos: Lenin alude a los «marxistas legales» Struve, Bulgákov, Berdiáev y otros, que combatían el marxismo revolucionario en las publicaciones legales. 62 Dogmatismo y «libertad de crítica» de la historia; se ha refutado la miseria creciente, la proletarización y la exacerbación de las contradicciones capitalistas; se ha declarado carente de fundamento el concepto mismo de «objetivo final» y rechazado de plano la idea de la dictadura del proletariado; se ha denegado que haya oposición de principios entre el liberalismo y el socialismo, se ha rebatido la teoría de la lucha de clases, afirmando que es inaplicable a una sociedad estrictamente democrática, gobernada conforme a la voluntad de la mayoría, etcétera. Así pues, la exigencia de que la socialdemocracia revolucionaria dé un viraje decisivo hacia el socialreformismo burgués ha ido acompañada de un viraje no menos decisivo hacia la crítica burguesa de todas las ideas fundamentales del marxismo. Y como esta última crítica del marxismo se venía haciendo ya desde hace mucho tiempo, utilizando para ello la tribuna política, las cátedras universitarias, numerosos folletos y gran cantidad de tratados científicos, como toda la nueva generación de las clases instruidas ha sido educada sistemáticamente durante decenios en esta crítica, no es de extrañar que la «nueva» tendencia «crítica» haya salido de golpe con acabada perfección en el seno de la socialdemocracia, como Minerva de 2 la cabeza de Júpiter . Por su fondo, esta tendencia no ha tenido que desarrollarse ni formarse: ha sido trasplantada directamente de la literatura burguesa a la literatura socialista. Prosigamos. Por si la crítica teórica de Bernstein y sus anhelos políticos estaban aún poco claros para ciertas personas, los franceses se han cuidado de demostrar palmariamente lo que es el «nuevo método». Francia se ha hecho una vez más acreedora de su vieja reputación de «país en el que las luchas históricas de clase se han llevado siempre a su término decisivo más que en ningún otro sitio» (Engels, fragmento del prólogo a la obra de 3 Marx Der 18 Brumaire ). En lugar de teorizar, los socialistas franceses han puesto manos a la obra; las condiciones políticas de Francia, más desarrolladas en el aspecto democrático, les han permitido pasar sin demora al «bernsteinianismo práctico» con todas sus consecuencias. Millerand ha dado un brillante ejemplo de este bernsteinianismo práctico: ¡por algo Bernstein y Vollmar se han apresurado a defender y ensalzar con tanto celo a Millerand! En efecto, si la socialdemocracia es, en esencia, ni más ni menos que un partido de reformas y debe tener el valor de reconocerlo con franqueza, un socialista no solo tiene derecho a entrar en un ministerio burgués sino que incluso debe siempre aspirar a ello. Si la democracia implica, en el fondo, la supresión de la dominación de las clases, ¿por qué un ministro socialista no ha de cautivar a todo el mundo burgués con discursos acerca de la colaboración de las clases?, ¿por qué no ha de seguir en el ministerio, aún después de que los asesinatos de obreros por gendarmes hayan puesto de manifiesto por centésima y milésima vez el verdadero carácter de la colaboración democrática de las clases?, ¿por qué no ha de participar personalmente en la felicitación al zar, al que los socialistas franceses no dan ahora otro nombre que el de héroe de la horca, del látigo y de la deportación («knouteur, pendeur et déportateur»)? ¡Y a cambio de esta infinita humillación y este autoenvilecimiento del socialismo ante el mundo entero, a cambio de pervertir la conciencia socialista de las masas obreras -única base que pueda asegurarnos el triunfo-, a cambio de todo eso ofrecer unos rimbombantes proyectos de reformas tan miserables que eran mayores las que se lograba obtener de los gobiernos burgueses! Quien no cierre deliberadamente los ojos debe ver por fuerza que la nueva tendencia «crítica» surgida en el socialismo no es sino una nueva variedad de oportunismo. Y si no juzgamos 2 Júpiter y Minerva: dioses del Panteón de la antigua Roma. Júpiter: dios del cielo, la luz, la lluvia y los truenos: más tarde, divinidad suprema en el Imperio Romano. Minerva: diosa de la guerra y protectora de los oficios, las ciencias y las arte. Júpiter y Minerva son identificados en la mitología romana con los dioses griegos Zeus y Atenea, aplicándoseles todos los mitos de estos dos últimos, incluso el del nacimiento de Atenea, que salió ya armada de la cabeza de Zeus. 3 Lenin cita un fragmento, traducido por él mismo, del prefacio de Engels a la tercera edición alemana de la obra de Marx El 18 Brumario de Luis Bonaparte (K. Marx y F. Engels: Obras Escogidas en tres tomos, t. I, p. 407, edición en español, Moscú). 63 Dogmatismo y «libertad de crítica» a los hombres por el brillo del uniforme que se han puesto ellos mismos, ni por el pomposo sobrenombre que a sí mismos se dan, sino por sus actos y por las ideas que propagan en realidad, veremos claramente que la «libertad de crítica» es la libertad de la tendencia oportunista en el seno de la socialdemocracia, la libertad de hacer de la socialdemocracia un partido demócrata de reformas, la libertad de introducir en el socialismo ideas burguesas y elementos burgueses. La libertad es una gran palabra; pero bajo la bandera de la libertad de industria se han hecho las guerras más rapaces, y bajo la bandera de la libertad de trabajo se ha expoliado a los trabajadores. La misma falsedad intrínseca lleva implícito el empleo actual de la expresión «libertad de crítica». Personas verdaderamente convencidas de haber impulsado la ciencia no reclamarían libertad para las nuevas concepciones al lado de las viejas, sino la sustitución de estas últimas por las primeras. En cambio, los gritos actuales de «¡Viva la libertad de crítica!» recuerdan demasiado la fábula del tonel vacío. Marchamos en pequeño grupo unido, asidos con fuerza de las manos, por un camino abrupto e intrincado. Estamos rodeados de enemigos por todas partes, y tenemos que marchar casi siempre bajo su fuego. Nos hemos unido en virtud de una decisión adoptada con toda libertad, precisamente para luchar contra los enemigos y no caer, dando un traspiés, en la contigua charca, cuyos moradores nos reprochan desde el primer momento el habernos separado en un grupo independiente y elegido el camino de la lucha y no el de la conciliación. Y de pronto, algunos de los nuestros empiezan a gritar: «¡Vamos a esa charca!». Y cuando se les avergüenza, replican: ¡ah, sí, señores, ustedes son libres no solo de invitarnos, sino de ir adonde mejor les plazca, incluso a la charca; hasta creemos que su sitio de verdad se encuentra precisamente en ella, y estamos dispuestos a ayudarles en lo que podamos para que se trasladen ustedes allí! ¡Pero, en ese caso, suelten nuestras manos, no se agarren a nosotros, ni envilezcan la gran palabra libertad, porque también nosotros somos «libres» para ir adonde queramos, libres para luchar no solo contra la charca, sino incluso contra los que se desvían hacia el! Los nuevos defensores de la «libertad de crítica» Precisamente esta consigna («libertad de crítica») ha sido lanzada de manera solemne en los últimos tiempos por Rabócheie Dielo (nº 19), órganos de la Unión de Socialdemócratas Rusos 4 en el Extranjero . Y no como un postulado teórico, sino como una reivindicación política, como 4 La Unión de Socialdemócratas Rusos en el Extranjero fue fundada en 1894 por iniciativa del grupo Emancipación del Trabajo sobre la base de la aceptación del programa del grupo pro todos los miembros de la Unión. Se encomendó al grupo la dirección de las publicaciones de la Unión, a la que entregó su imprenta en marzo de 1895. En el verano del mismo año, durante la estancia de Lenin en el extranjero, se acordó que la Unión editase las recopilaciones Rabótnik (El trabajador). Publicó seis números de Rabótnik, diez de Listok Rabótnika («La hoja del trabajador»), el folleto de Lenin Explicación de la ley de multas (1897), etcétera. El I Congreso del POSDR (marzo de 1898) reconoció a la Unión como representante del partido en el extranjero. Más tarde, predominaron en la Unión los elementos oportunistas -los «economicistas», llamados también los «jóvenes»-, los cuales se negaron a solidarizarse con el Manifiesto del Congreso por declararse en él que la conquista de la libertad política era el objetivo inmediato de la socialdemocracia. En el I Congreso de la Unión, celebrado en Zurich en noviembre de 1898, el grupo Emancipación del Trabajo se negó a dirigir las publicaciones de la misma, excepto el número 5-6 de Rabótnik y los folletos de Lenin. Las tareas de los socialdemócratas rusos y la nueva ley de fábricas. En abril de 1899, la Unión empezó a editar la revista de los «economicistas», Rabócheie Dielo, y publicó declaraciones de simpatía con Bernstein, los millerandistas, etcétera. La lucha en el seno de la Unión prosiguió hasta su II Congreso (abril de 1900, Ginebra) y en el mismo Congreso. Como resultado de esta lucha, el grupo Emancipación del Trabajo y sus adeptos abandonaron el Congreso y constituyeron una organización independiente, denominada Sotsial-Demokrat. En el II Congreso del POSDR (1908), los representantes de la Unión (los adeptos de Rabócheie Dielo) adoptaron posiciones oportunistas en 64 Dogmatismo y «libertad de crítica» respuesta a la pregunta de si «es posible la unión de las organizaciones socialdemócratas rusas que actúan en el extranjero»: «Para una unión sólida es indispensable la libertad de crítica» (p. 36). De esta declaración se deducen dos conclusiones bien claras: 1) Rabócheie Dielo asume la defensa de la tendencia oportunista en la socialdemocracia internacional en general; 2) Rabócheie Dielo exige la libertad del oportunismo en el seno de la socialdemocracia rusa. Examinemos estas conclusiones. 5 A Rabócheie Dielo le disgusta, «sobre todo», la «tendencia de Iskra y Zariá a pronosticar la 6 7 ruptura entre la Montaña y la Gironda en la socialdemocracia internacional» . En general -escribe B. Krichevski, director de Rabócheie Dielo-, las habladurías sobre la Montaña y la Gironda en las filas de la socialdemocracia nos parecen una analogía histórica superficial y extraña en la pluma de un marxista: la Montaña y la Gironda no representaban dos temperamentos o corrientes intelectuales diferentes, como puede parecerle a los historiadores de la ideología, sino distintas clases o sectores: por una parte, la burguesía media; y por otra, la pequeña burguesía y el proletariado. Pero en el movimiento socialista contemporáneo no hay choques de interés de clase; sustenta en su totalidad, en todas (subrayado por B. Kr.) sus variedades, incluidos los más declarados bernsteinianos, la posición de los intereses de clase del proletariado, de su lucha de clase por la liberación política y económica (pp. 32-33). ¡Afirmación audaz! ¿No ha oído B. Krichevski hablar del hecho, observado hace ya tiempo, de que precisamente la amplia participación del sector de los «académicos» en el movimiento extremo y lo abandonaron cuando reconoció a la Liga de la Socialdemocracia Revolucionaria Rusa en el Extranjero como única organización del partido fuera de Rusia. El II Congreso del partido declaró disuelta la Unión. 5 Zariá (La Aurora): revista político-científica marxista, editada en Stuttgart (1901-1902) por la Redacción de Iskra. Solo se publicaron cuatro números (en tres volúmenes). La revista Zariá criticó el revisionismo internacional ruso y defendió las bases teóricas del marxismo. 6 Montaña y Gironda: denominación de dos grupos políticos de la burguesía durante la revolución burguesa francesa de fines del siglo XVIII. Se llamaba Montaña -jacobinos- a los representantes más decididos de la clase revolucionaria de aquellos tiempos (la burguesía), que defendían la necesidad de acabar con el absolutismo y el feudalismo. Los girondinos, a diferencia de los jacobinos, vacilaban entre la revolución y la contrarrevolución y seguían la senda de las componendas con la monarquía. Lenin llamó «Gironda socialista» a la corriente oportunista en la socialdemocracia, y «Montaña», jacobinos proletarios, a los socialdemócratas revolucionarios. Después de la escisión del POSDR en bolcheviques y mencheviques, Lenin destacó con frecuencia que los mencheviques representaban la corriente girondina en el movimiento obrero. 7 La comparación de las dos tendencias existentes en el proletariado revolucionario (la revolucionaria y la oportunista) con las dos corrientes de la burguesía revolucionaria del siglo XVIII (la jacobina -la montaña- y la girondina) fue hecha en el artículo de fondo del número 2 de Iskra (febrero de 1901) escrito por Plejánov. A los demócratasconstitucionalistas, «los sin título» y los mencheviques les gusta mucho, hasta ahora, hablar del «jacobinismo» en la socialdemocracia rusa, pero hoy prefieren callar u olvidar que Pléjanov lanzó por vez primera este concepto contra el ala derecha de la socialdemocracia. Nota de Lenin para la edición de 1907. (Nota de los editores.) / Demócratas-constitucionalistas: miembros del Partido Demócrata Constitucionalista, principal partido de la burguesía monárquica liberal de Rusia. Se fundó en octubre de 1905 con elementos de la burguesía, terratenientes de los zemstvos e intelectuales burgueses, que se encubrían con falaces frases «democráticas» para ganarse a los campesinos. Los demócratas-constitucionalistas aspiraban a un entendimiento con el zarismo; exhortaban a crear una monarquía constitucional y combatían la consigna de República, defendían la conservación del régimen de propiedad terrateniente y aprobaban el aplastamiento del movimiento revolucionario por el zarismo. Durante la Primera Guerra Mundial actuaron como ideólogos del imperialismo y partidarios de la política anexionista del zarismo. Triunfante la Gran Revolución Socialista de Octubre, los demócratas-constitucionalistas, enemigos encarnizados del Poder soviético, participaron en todas las acciones armadas de la contrarrevolución y en las campañas de los intervencionistas. Después de ser derrotados los inter vencionistas y guardias blancos, los demócratas-constitucionalistas prosiguieron su actividad contrarrevolucionaria antisoviética en la emigración. / Los sin título: grupo semimenchevique, semidemoconstitucionalista, de intelectuales burgueses rusos, formado en el período en que empezó a decrecer la revolución de 1905-1907. Tomó su nombre del semanario político Bez Zaglavia (Sin título) que se publicó en Petersburgo de enero a mayo de 1906 bajo la dirección de Prokopóvich. Más tarde, los «sin título» se agruparon alrededor del periódico demócrataconstitucionalista de izquierda Továrisch (El camarada). Encubriéndose con su sin partidismo formal, los «sin título» fueron vehículos de las ideas del liberalismo burgués y del oportunismo y apoyaron a los revisionistas de la socialdemocracia rusa e internacional. 65 Dogmatismo y «libertad de crítica» socialista de los últimos años ha asegurado una difusión tan rápida del bernsteinianismo? Y lo principal: ¿en qué funda nuestro autor su juicio de que incluso «los más declarados bernsteinianos» sustentan la posición de la lucha de clases por la emancipación política y económica del proletariado? Nadie lo sabe. Esta enérgica defensa de los más declarados bernsteinianos no se apoya en ningún argumento, en ninguna razón. El autor cree, por lo visto, que con repetir cuanto dicen de sí mismos los más declarados bernsteinianos huelgan las pruebas de su afirmación. Pero, ¿es posible imaginarse algo más «superficial» que este juicio acerca de toda una tendencia fundado en lo que dicen de sí mismos los representantes de la tal tendencia? ¿Es posible imaginarse algo más superficial que la «moraleja» subsiguiente sobre los dos tipos o cauces distintos e incluso diametralmente opuestos de desarrollo del partido (Rabócheie Dielo, pp. 34-35)? Los socialdemócratas alemanes, se dice, reconocen la completa libertad de crítica; pero los franceses no, y precisamente su ejemplo demuestra todo lo «nociva que es la intolerancia». Precisamente, el ejemplo de B. Krichevski -responderemos a eso- demuestra que a veces se 8 llaman marxistas gentes que ven la historia solo «a lo Ilovaiski» . Para explicar la unidad del Partido Socialista Alemán y la desunión del francés no hace falta en absoluto escarbar en las peculiaridades de la historia de tal o cual país, comparar las condiciones del semiabsolutismo militar y el parlamentarismo republicano, analizar las consecuencias de la Comuna y las de 9 la Ley de excepción contra los socialistas , confrontar la situación económica y el desarrollo económico, recordar que «el crecimiento sin par de la socialdemocracia alemana» fue acompañado de una lucha de energía sin igual en la historia del socialismo, no solo contra 10 11 los extravíos teóricos (Mülberger, Dühring ), los socialistas de cátedra , sino también contra 8 Ilovaiski, Dimitri (1832-1920): historiador monárquico, autor de manuales de historia muy difundidos antes de la Revolución en las escuelas primarias y secundarias de Rusia. En sus manuales se ensalzaba a la autocracia y se reducía la historia a la actividad de los zares y caudillos militares. 9 La Ley de excepción contra los socialistas fue promulgada en Alemania por el Gobierno de Bismarck, en 1878, para luchar contra el movimiento obrero y socialista. En virtud de esta ley quedaron prohibidas todas las organizaciones del Partido Socialdemócrata, las organizaciones obreras de masa y la prensa obrera. Fueron confiscadas las publicaciones socialistas y se persiguió y expulsó a los socialdemócratas, pero las represiones no aplastaron al Partido Socialdemócrata, que reorganizó su actividad adaptándola a las condiciones de la clandestinidad. Bajo la presión del creciente movimiento obrero de masas, la Ley de excepción contra los socialistas fue derogada en 1890. 10 Cuando Engels arremetió contra Duhring, muchos representantes de la socialdemocracia alemana se inclinaron por las concepciones de este último y acusaron a Engels, incluso públicamente, en un congreso del partido, de brusquedad, intolerancia, polémica impropia de camaradas, etc. Most y sus compañeros propusieron (en el congreso de 1877) retirar de Vorwarts los artículos de Engels «por no tener interés para la inmensa mayoría de los lectores» y Vahlteich declaró que la publicación de esos artículos había perjudicado mucho al partido, que también Duhring había prestado servicios a la socialdemocracia: «debemos aprovecharlos a todos en beneficio del partido, y si los catedráticos discuten, Vorwarts en modo alguno es el lugar adecuado para sostener tales discusiones» (Vorwarts, 1877, número 65, 6 de junio). ¡Como ven, este es también un ejemplo de defensa de la «libertad de crítica», y no estaría mal que meditaran en él nuestros críticos legales y oportunistas ilegales, a quienes tanto place invocar el ejemplo de los alemanes! / Del 27 al 29 de mayo de 1877 se celebró en la ciudad de Gotha un Congreso ordinario del Partido Socialista Obrero de Alemania. Al discutirse en él acerca de la prensa del partido, se rechazaron los intentos de algunos delegados (Most, Valteich) de censurar al periódico Vorwärts (Adelante), órgano central del partido, por haber publicado los artículos de Engels contra Dühring (editados en 1878 en un libro con el título de Anti-Dühring. La subversión en la ciencia, producida por el señor Eugenio Dühring, así como el propio Engels por la brusquedad de la polémica. / Vorwärts (Adelante): diario, órgano central de la socialdemocracia alemana; empezó a publicarse en Leipzig en 1876 bajo la dirección de Guillermo Liebknecht y otros. Fue suspendido en 1878 al promulgarse la Ley de excepción contra los socialistas, reapareciendo en Berlín en 1891. Engels luchó desde el periódico contra todas las manifestaciones de oportunismo, pero en la segunda mitad de la década de los noventa, después de la muerte de Engels, la Redacción de Vorwärts cayó en manos del ala derecha del partido y publicó sistemáticamente artículos de oportunistas, que predominaban en la socialdemocracia alemana y en la II Internacional. Durante la Primera Guerra Mundial, Vorwärts mantuvo una posición socialchovinista, después de la Gran Revolución Socialista de Octubre, se convirtió en un centro de propaganda antisoviética. 11 Socialistas de cátedra: representantes de una corriente de la economía política burguesa en los años setenta y ochenta del siglo XIX, que predicaban el reformismo liberal burgués desde las cátedras universitarias haciéndolo pasar por socialismo. Los socialistas de cátedra afirmaban que el Estado burgués está por encima de las clases, puede conciliar a las clases hostiles e implantar gradualmente el «socialismo» sin dañar los intereses de los capitalistas y teniendo en cuenta, en lo 66 Dogmatismo y «libertad de crítica» las equivocaciones en el terreno de la táctica (Lassalle), etc. ¡Todo esto está de más! Los franceses riñen porque son intolerantes; los alemanes están unidos porque son buenos chicos. Y observen que, mediante esta sin par profundidad de pensamiento, se «elimina» un hecho que rebate por completo la defensa de los bernsteinianos. solo la experiencia histórica puede dar una respuesta definitiva e irrevocable a la pregunta de si sustentan la posición de la lucha de clase del proletariado. Por tanto, en este sentido, tiene la máxima importancia, precisamente, el ejemplo de Francia, por tratarse del único país donde los bernsteinianos han intentado actuar de manera independiente, con la aprobación calurosa de sus colegas alemanes y, en parte, de los oportunistas rusos (véase Rabóchei Dielo, nº 2-3, pp. 83-84). La alusión a la «intolerancia» de los franceses -además de su significación «histórica» (en 12 sentido «nozdrioviano» )- no es más que una tentativa de disimular con palabras graves hechos sumamente desagradables. Tampoco estamos dispuestos, en absoluto, a entregar a los alemanes como regalo a B. Krichevski y demás copiosos defensores de la « libertad de crítica». Si se tolera todavía en las filas del partido alemán «a los más declarados bernsteinianos», es solo por cuanto acatan 13 la resolución de Hannover , que rechazó de plano tanto las «enmiendas» de Bernstein como 14 la de Lübeck , contenedora esta última (pese a toda su diplomacia) de una clara advertencia a Bernstein. Se puede discutir, desde el punto de vista de los intereses del partido alemán, si esta diplomacia era oportuna o no, o si, en tal caso, no valía más un mal ajuste que un buen pleito; se puede disentir, en suma, de si conviene tal o cual procedimiento de rechazar el bernsteinianismo; pero lo que no se puede hacer es no ver que el partido alemán ha repudiado dos veces el bernsteinianismo. Por tanto, creer que el ejemplo de los alemanes confirma la tesis de que «los más declarados bernsteinianos sustentan la posición de la lucha de clase del proletariado por su emancipación política y económica» significa no comprender en absoluto 15 lo que está pasando delante de todos nosotros . posible, las reivindicaciones de los trabajadores. Marx, Engels y Lenin denunciaron repetidas veces la esencia reaccionaria del socialismo de cátedra, cuyas concepciones propagaban en Rusia los «marxistas legales». 12 Nozdriov: personaje de la obra del escritor ruso N. Gógol Las almas muertas, prototipo del terrateniente pendenciero y estafador. Gógol denominaba a Nozdriov hombre «histórico» porque dondequiera que aparecía se producían «historias» y escándalos. 13 Lenin se refiere a la resolución «Ataques a los puntos de vista fundamentales y a la táctica del partido», aprobada por el Congreso de Hannover del Partido Socialdemócrata Alemán (9-14 de octubre de 1899). El informe oficial sobre esta cuestión fue presentado por A. Bebel. La aplastante mayoría del Congreso aprobó la moción de Bebel, que rechazaba los intentos de revisar las bases teóricas y tácticas de la socialdemocracia. Sin embargo, en ella no se criticaba duramente a los bernsteinianos, por lo que votaron a su favor Bernstein y sus partidarios. 14 Lenin alude a la resolución del Congreso de Lübeck del Partido Socialdemócrata Alemán (22-28 de septiembre de 1901) contra Bernstein, la cual, después del Congreso de Hannover de 1899, lejos de cesar sus ataques al programa y la táctica de la socialdemocracia, los recrudeció e incluso los sacó fuera del partido. Durante los debates y en la resolución propuesta por Bebel (que el Congreso aprobó por aplastante mayoría), se hizo a Bernstein una advertencia expresa. El Congreso rechazó la contrarresolución del oportunista Heine, que reclamaba «libertad de crítica» y silenciaba el problema de Bernstein. Sin embargo, en el Congreso de Lübeck no se planteó como una cuestión de principio la incompatibilidad de la revisión del marxismo con la pertenencia al Partido Socialdemócrata. 15 Debe advertirse que, al hablar de bernsteinianismo en el partido alemán, Rabóchei Dielo se ha limitado siempre a un mero relato de los hechos, absteniéndose por completo de calificarlos. Véase, por ejemplo, el número 2-3, p. 66, acerca del Congreso de Stuttgart; todas las discrepancias se reducen a la «táctica», solo se hace constar que la inmensa mayoría es fiel a la anterior táctica revolucionaria. O el número 4-5, p. 25 y siguientes, que es una simple repetición de los discursos pronunciados en el Congreso de Hannover, acompañado de la resolución de Bebel; la exposición de las concepciones de Bernstein y la crítica de las mismas quedan aplazadas de nuevo (así como en el número 2-3) hasta la publicación de un «artículo especial». Lo curioso del caso es que en la p. 33 del número 4-5 leemos: «las concepciones expuestas por Bebel cuentan con una inmensa mayoría en el congreso», y un poco más adelante: «David ha defendido las opiniones de Bernstein… Ante todo, ha tratado de demostrar que… Bernstein y sus amigos, a pesar de todo (sic), sustentan la posición de la lucha de clases»… ¡Esto se escribió en diciembre de 1899; pero en septiembre de 1901 Rabóchei Dielo no cree ya, por lo visto, que Bebel tenga razón y repite la opinión de David como suya propia! / El Congreso de Stuttgart del Partido Socialdemócrata Alemán, celebrado del 3 al 8 de octubre de 1898, discutió por vez primera el problema del revisionismo en sus filas. En el congreso se dio lectura a una declaración enviada especialmente por Bernstein, que se encontraba emigrado, 67 Dogmatismo y «libertad de crítica» Es más, como hemos dicho ya, Rabóchei Dielo presenta a la socialdemocracia rusa la reivindicación de «libertad de crítica» y defiende el bernsteinianismo. Por lo visto, ha tenido que convencerse de que se ha agraviado injustamente a nuestros «críticos» y bernsteinianos. ¿A cuáles en concreto? ¿A quién, dónde y cuándo? ¿En qué consistió, ni más ni menos, la injusticia? ¡Rabóchei Dielo guarda silencio sobre este punto, no menciona ni una sola vez a ningún crítico o bernsteiniano ruso! solo nos resta hacer una de las dos hipótesis posibles. O bien la parte agraviada injustamente no es otra que el mismo Rabóchei Dielo (así lo confirma el que en ambos artículos de su número 10 se trate solo de agravios inferidos por Zariá e Iskra a Rabóchei Dielo). En este caso, ¿cómo explicar el hecho tan extraño de que Rabóchei Dielo, que siempre ha negado de manera tan obstinada toda solidaridad con el bernsteinianismo, no haya podido defenderse sin hablar en pro de los «más declarados bernsteinianos» y de la libertad de crítica? O bien han sido agraviadas injustamente unas terceras personas. Entonces, ¿cuáles pueden ser los motivos que impidan mencionarlos? Vemos, pues, que Rabóchei Dielo sigue jugando al escondite lo mismo que venía haciendo (y como demostraremos más adelante) desde que apareció. Además, observen esta primera aplicación práctica de la decantada «libertad de crítica». De hecho, esta libertad se ha reducido en el acto no solo a la falta de toda crítica, sino a la falta de todo juicio independiente en general. Ese mismo Rabóchei Dielo, que guarda silencio sobre el bernsteinianismo ruso, 16 como si fuera una enfermedad secreta (según la feliz expresión de Starovier ), ¡propone para curarla copiar lisa y llanamente la última receta alemana contra la variedad alemana de esta enfermedad! ¡En vez de libertad de crítica, imitación servil... o, peor aún, simiesca! El idéntico contenido social y político del oportunismo internacional contemporáneo se manifiesta en una y otras variantes, según las peculiaridades nacionales. En este país, un grupo de oportunistas viene actuando desde hace tiempo bajo una bandera especial; en ese, los oportunistas han desdeñado la teoría, siguiendo en la práctica la política de los radicales socialistas; en aquél, algunos miembros del partido revolucionario han desertado al campo del oportunismo y pretender alcanzar sus objetivos no con una lucha franca en defensa de los principios y de la nueva táctica, sino mediante una corrupción gradual, imperceptible y, valga la expresión, no punible de su partido; en el de más allá, esos mismos tránsfugas emplean iguales procedimientos a la sombra de la esclavitud política, manteniendo una proporción de lo más original entre la actividad «legal» y la «ilegal», etcétera, pero decir que la libertad de crítica y el bernsteinianismo son una condición para unir a los socialdemócratas rusos, sin haber analizado en qué se manifiesta precisamente el bernsteinianismo ruso, ni qué frutos singulares ha dado, es hablar por hablar. Intentemos, pues, decir nosotros, aunque sea en pocas palabras, lo que no ha querido exteriorizar (o quizá ni siquiera ha sabido comprender) Rabóchei Dielo. La crítica en Rusia La peculiaridad fundamental de Rusia en el aspecto que examinamos consiste en que el comienzo mismo del movimiento obrero espontáneo, por una parte, y del viraje de la opinión pública avanzada al marxismo, por otra, se distinguió por la unión de elementos a todas luces en la que exponía y defendía sus concepciones oportunistas, manifestadas ya antes en la serie de artículos «Problemas del socialismo», aparecida en la revista Die Neue Zeit (Tiempos nuevos). Kautsky y Bebel hicieron en el Congreso una crítica de principio del bernsteinianismo. Rosa Luxemburg mantuvo una posición más intransigente aún frente al revisionismo. El congreso no adoptó ningún acuerdo sobre esta cuestión, pero los debates mostraron que su mayoría permanecía fiel a las ideas del marxismo revolucionario. 16 Starovier: seudónimo de Alexandr Potrésov, miembro de la Redacción de Iskra y más tarde menchevique. 68 Dogmatismo y «libertad de crítica» heterogéneos bajo una bandera común para combatir a un enemigo común (la concepción sociopolítica anticuada del mundo). Nos referimos a la luna de miel del «marxismo legal». En general fue un fenómeno de extraordinaria originalidad que nadie hubiera podido siquiera creer posible en la década de los ochenta o primeros años de la siguiente del siglo pasado. En un país autocrático, donde la prensa estaba sojuzgada por completo, en una época de terrible reacción política, cuando eran perseguidos los mínimos brotes de descontento político y protesta, se abrió de pronto camino en la literatura visada por la censura la teoría del marxismo revolucionario expuesta en un lenguaje esópico, pero comprensible para todos los «interesados». El gobierno se había acostumbrado a considerar peligrosa únicamente la teoría del grupo (revolucionario) «Libertad del Pueblo», sin ver, como suele ocurrir, su evolución interna y regocijándose de toda crítica que fuera contra ella. Pasó mucho tiempo (mucho según contamos los rusos) hasta que el gobierno se despertó y hasta que el aparatoso ejército de censores y gendarmes pudo descubrir al nuevo enemigo y caer sobre él. Mientras tanto, iba apareciendo un libro marxista tras otro; empezaban a publicarse revistas y periódicos marxistas; todo el mundo se hacía marxista; se halagaba y lisonjeaba a los marxistas; los editores estaban entusiasmados por la extraordinaria venta que tenían los libros marxistas. Se comprende perfectamente que entre los marxistas principiantes envueltos por esa humareda 17 de éxito hubiera algún que otro «escritor envanecido» . Hoy puede hablarse de ese periodo con calma, como de algo ya pasado. Para nadie es un secreto que la efímera prosperidad alcanzada por el marxismo en la superficie de nuestras publicaciones fue debida a la alianza de elementos extremistas con otros muy moderados. En el fondo, estos últimos eran demócratas burgueses, y esa deducción (confirmada con evidencia por el desarrollo «crítico» posterior de esta gente) se imponía a ciertas personas ya 18 en la época en que la «alianza» estaba aún intacta . Pero en este caso, ¿no recae la mayor responsabilidad por la «confusión» ulterior precisamente en los socialdemócratas revolucionarios, que pactaron esa alianza con los futuros «críticos»? Esta pregunta, seguida de una respuesta afirmativa, se oye a veces en boca de gente que enfoca el problema de una manera demasiado simple. Pero esa gente no tiene la menor razón. Puede temer alianzas temporales, aunque sea con personas poco seguras, solo quien desconfía de sí mismo, y sin esas alianzas no podría existir ningún partido político. Ahora bien, la unión con los marxistas legales fue una especie de primera alianza verdaderamente política concertada por la socialdemocracia rusa. Gracias a esta alianza se ha logrado el triunfo, de asombrosa rapidez, sobre el populismo, así como la grandiosa difusión de las ideas del marxismo (si bien en forma vulgarizada). Además, la alianza no fue pactada sin «condición» alguna, ni mucho menos. Pruebas al canto: 19 la recopilación marxista Materiales sobre el desarrollo económico de Rusia , quemada por la censura de 1895. Si el acuerdo literario con los marxistas legales puede ser comparado con una alianza política, este libro puede compararse con un pacto político. 17 Un escritor envanecido: título de uno de los primeros relatos de Máximo Gorki. Aludimos al artículo de K. Tulin contra Struve (V. I. Lenin: Obras completas, 5ª edición en ruso, t. I, pp. 347-534), basado en un informe que tenía por título «El reflejo del marxismo en las publicaciones burguesas». Véase el Prólogo. (Nota de Lenin para la edición de 1907. Nota de los editores.) 19 Lenin se refiere a la recopilación Datos sobre el desarrollo económico de Rusia, publicada con un tiraje de dos mil ejemplares en una imprenta legal en abril de 1895. La recopilación contenía el artículo de Lenin (firmado con el seudónimo de K. Tulin). El contenido económico del populismo y su crítica en el libro del señor Struve (El reflejo del marxismo en las publicaciones burguesas), dirigido contra los «marxistas legales». El gobierno zarista prohibió la difusión de la recopilación y, al cabo de un año, la confiscó y quemó. Solo se logró salvar unos cien ejemplares, que fueron repartidos clandestinamente entre los socialdemócratas de Petersburgo y de otras ciudades. 18 69 Dogmatismo y «libertad de crítica» La ruptura no fue provocada, desde luego, al hecho de que los «aliados» resultaran ser demócratas burgueses. Por el contrario, los adeptos de semejantes tendencias son aliados naturales y deseables de la socialdemocracia, siempre que se trate de las tareas democráticas de esta última, planteadas en primer plano por la situación actual de Rusia. Mas, para esta alianza, es condición indispensable que los socialistas tengan plena posibilidad de revelar a la clase obrera la oposición antagónica existente entre sus intereses y los de la burguesía. Ahora bien, el bernsteinianismo y la tendencia «crítica», hacia las cuales evolucionaron totalmente la mayoría de los marxistas legales, descartaban esa posibilidad y corrompían la conciencia socialista, envileciendo el marxismo, predicando la teoría de la atenuación de las contradicciones sociales, declarando absurda la idea de la revolución social y de la dictadura del proletariado, reduciendo el movimiento obrero y la lucha de clases a un tradeunionismo estrecho y a la lucha «realista» por reformas pequeñas y graduales. Era exactamente lo mismo que si la democracia burguesa negara al socialismo el derecho a la independencia, y, por tanto, su derecho a la existencia; en la práctica, eso significaba tratar de convertir el incipiente movimiento obrero en un apéndice de los liberales. Naturalmente, en tales condiciones, como es natural, la ruptura se hizo imprescindible. Pero la particularidad «original» de Rusia se manifestó en que esa ruptura solo significaba que los socialdemócratas se apartaban de las publicaciones «legales», más accesibles para todos y muy difundidas. Los «ex marxistas» se hicieron fuertes en ellas, colocándose «bajo el signo de la crítica» y obteniendo casi el monopolio de «demoler el marxismo». Los gritos: «¡Contra la ortodoxia!» y «¡Viva la libertad de crítica!» (repetidos ahora por Rabóchei Dielo) se pusieron en el acto muy en boga. Ni siquiera los censores ni los gendarmes pudieron resistir a esa moda, como lo prueba la aparición de tres ediciones rusas del libro del famoso (famoso a lo 20 21 Eróstrato) Bernstein o la recomendación por Zubátov de los libros de Bernstein, del señor Prokopóvich y otros (Iskra, nº 10). Los socialdemócratas tienen planteada ahora una tarea difícil de por sí y, además, complicada en grado increíble por obstáculos puramente externos: la tarea de combatir la nueva corriente. Y esta corriente no se ha limitado al terreno de las publicaciones. El viraje hacia la «crítica» ha ido acompañado de un movimiento opuesto: la inclinación hacia el «economicismo» por parte de los socialdemócratas dedicados a la labor práctica. Podría servir de tema para un artículo especial esta interesante cuestión: cómo han surgido y han aumentado el nexo y la interdependencia entre la crítica legal y el «economicismo» ilegal. A nosotros nos basta con señalar aquí la existencia incuestionable de este nexo. El famoso Credo ha adquirido tan merecida celebridad precisamente por haber formulado con toda franqueza ese nexo y haber revelado, sin proponérselo, la tendencia política fundamental del «economicismo»: que los obreros se encarguen de la lucha económica (más exacto sería decir: de la lucha tradeunionista, pues esta última comprende también la política específicamente obrera), y que la intelectualidad marxista se fusione con los liberales para la «lucha» política. La labor tradeunionista «entre el pueblo» resultó ser la realización de la primera mitad de dicha tara, y la crítica legal, la realización de la segunda mitad. Esta declaración fue un arma tan excelente en contra del «economicismo» que, si no hubiese aparecido el Credo, valdría la pena haberlo inventado. 20 Se alude al libro de Bernstein Premisas del socialismo y tareas de la socialdemocracia que revisaba el marxismo revolucionario en un espíritu reformista burgués. Se editó en ruso, en 1901, con distintos títulos: 1) materialismo histórico; 2) problemas sociales; 3) problemas del socialismo y tareas de la socialdemocracia. / Eróstrato: pastor de la antigua Efeso, en Asia Menor, que según la leyenda, incendió en el año 356 a.n.e. el templo de Diana, en Aceso, considerado como una de las siete maravillas del mundo, con el exclusivo objeto de inmortalizar su nombre. Se aplica el nombre de Eróstrato a los ambiciosos que pretenden hacerse célebres aunque sea cometiendo crímenes. 21 Zubátov: coronel de la gendarmería, que intentó crear el llamado «socialismo policíaco». Formaba falsas organizaciones obreras protegidas por los gendarmes y la policía para apartar a los obreros del movimiento revolucionario. 70 Dogmatismo y «libertad de crítica» El Credo no fue inventado, pero sí publicado sin el consentimiento y hasta en contra, quizá, de la voluntad de sus autores. Al menos, el autor de estas líneas, que participó en sacar 22 a la luz del día el nuevo «programa» , tuvo que escuchar lamentos y reproches porque el resumen de las opiniones de los oradores se difundió en copias, recibió el mote de Credo y ¡apareció incluso en la prensa junto con la protesta! Referimos este episodio porque revela un rasgo muy curioso de nuestro «economicismo»: el miedo a la publicidad. Un rasgo precisamente del «economicismo» en general -y no solo de los autores del Credo- que se ha 23 manifestado en Rabóchaya Mysl , el adepto más franco y más honrado del «economicismo», en Rabóchei Dielo (al indignarse contra la publicación de documentos «economicistas» en 24 el Vademécum ; en el comité de Kiev, que hace cosa de dos años no quiso autorizar la 25 26 publicación de su Professión de foi junto con la refutación escrita contra ella, y en muchos, muchísimos representantes del «economicismo». Este miedo que tienen a la crítica los adeptos de la libertad de crítica no puede explicarse solo por astucia (si bien algunas veces las cosas no ocurren, indudablemente, sin astucia, ¡no es prudente dejar al descubierto ante el embate del enemigo los brotes, débiles aún, de la nueva tendencia!); no, la mayoría de los «economicistas» desaprueba con absoluta sinceridad (y, por la propia esencia del «economicismo», tiene que desaprobar) toda clase de controversias teóricas, disensiones fraccionales, grandes problemas políticos, proyectos de organizar a revolucionarios, etcétera. «¡Sería mejor dejar todo eso a la gente del extranjero!», me dijo en cierta ocasión un «economista», bastante consecuente, expresando con ello la siguiente idea, muy difundida (y también puramente tradeunionista): lo que a nosotros nos incumbe es el movimiento obrero, las organizaciones obreras que tenemos aquí, en nuestra localidad, y el resto no son más que invenciones de los doctrinarios, «sobrestimación de la ideología», como decían los autores de la carta publicada en el número 12 de Iskra, haciendo coro al número 10 de Rabóchei Dielo. Ahora cabe preguntar: en vista de estas peculiaridades de la «crítica» rusa y del bernsteinianismo ruso, ¿en qué debía consistir la tarea de los que de hecho, y no solo de palabra, querían ser adversarios del oportunismo? Primero, era necesario preocuparse de 22 Se trata de la Protesta de los diecisiete contra el Credo. El autor de estas líneas participó en la redacción de la protesta (fines de 1899). La protesta fue publicada en el extranjero, junto con el Credo, en la primavera de 1900. Hoy se sabe ya, por el artículo de la señora Kuskova (publicado, creo, en la revista Byloe), que fue ella la autora del Credo y que entre los «economicistas» de entonces que se encontraban en el extranjero desempeñó un papel prominente el señor Prokopóvich (Nota de Lenin para la edición de 1907.) (Nota de los editores.) / Lenin escribió la Protesta de los socialdemócratas de Rusia en agosto de 1899, cuando se encontraba desterrado. Estaba enfilada contra el Credo, manifiesto de un grupo de «economicistas» (S. Prokopóvich, E. Kuskova y otros, que con posterioridad se hicieron demócratasconstitucionalistas). La Protesta fue discutida y aprobada unánimemente en una reunión de diecisiete marxistas desterrados, convocada por Lenin en la aldea de Ermakóvskoe (comarca de Minusinsk). Las colonias de deportados en Turujansk y Orlovo (provincia de Viatka) se adhirieron a la Protesta, que Lenin envió después al extranjero, al grupo Emancipación del Trabajo. A comienzos de 1900 fue reproducida por Plejánov en la recopilación Vademécum para la Redacción de Rabócheie Dielo. / Byloe (El Pasado): revista histórica, dedicada principalmente a la historia del populismo y de los movimientos sociales que le precedieron. Se editó en Londres (1900-1904) y en Petersburgo (1906-1907). En 1907 fue suspendida por el gobierno zarista, reapareciendo en 1908, en París, donde se publicó hasta 1912. Su edición en Rusia se reanudó en 1917, durando hasta 1926. 23 Rabóchaya Mysl (El Pensamiento Obrero): periódico, órgano de los «economicistas»; se publicó desde octubre de 1897 hasta diciembre de 1902. Vieron la luz 16 números: los dos primeros, en Petersburgo; del número 3 al 11, en Berlín; del 12 al 15, en Varsovia, y el último, el 16, fuera de Rusia. Lenin criticó las concepciones de Rabóchaya Mysl como variedad rusa del oportunismo internacional en una serie de obras, principalmente en artículos aparecidos en Iskra, y en el libro ¿Qué hacer? 24 Vademécum para la Redacción de Rabócheie Dielo: Recopilación editada por el grupo Emancipación del Trabajo, con un Prefacio de J. Plejánov (Ginebra, febrero de 1900), estaba dirigido contra el oportunismo en las filas del POSDR, principalmente contra el «economicismo» de la Unión de Socialdemócratas Rusos en el Extranjero y su órgano, la revista Rabócheie Dielo. 25 Professión de foi (profesión de fe, programa, exposición de concepciones): hoja escrita a fines de 1899 para exponer las concepciones oportunistas del Comité de Kiev del POSDR. Su contenido coincidía en mucho con el conocido Credo de los «economicistas». Lenin criticó este documento en su artículo A propósito de la «Profession de foi». 26 Por lo que sabemos, la composición del comité de Kiev ha cambiado desde entonces. 71 Dogmatismo y «libertad de crítica» reanudar la labor teórica, apenas iniciada en la época del marxismo legal y que había vuelto a recaer sobre los militantes clandestinos; sin esta labor era imposible un incremento eficaz del movimiento. Segundo, era preciso emprender una lucha activa contra la «crítica» legal, que corrompía a fondo los espíritus. Tercero, había que combatir con energía la dispersión y las vacilaciones en el movimiento práctico, denunciando y refutando toda tentativa de subestimar, consciente o inconscientemente, nuestro programa y nuestra táctica. Es sabido que Rabóchei Dielo no hizo ni lo primero, ni lo segundo, ni lo tercero; y más adelante tendremos que aclarar detalladamente esta conocida verdad en sus más diversos aspectos. Por ahora, solo queremos mostrar la flagrante contradicción en que se halla la reivindicación de «libertad de crítica» con las peculiaridades de nuestra crítica patria y del «economicismo» ruso. En efecto, echen un vistazo al texto de la resolución con que la Unión de Socialdemócratas Rusos en el Extranjero ha confirmado el punto de vista de Rabóchei Dielo: En interés del ulterior desarrollo ideológico de la socialdemocracia, consideramos absolutamente necesaria la libertad de criticar la teoría socialdemócrata, en las publicaciones del partido, es el grado en que dicha crítica no esté en pugna con el 27 carácter clasista y revolucionario de esta teoría . Y se exponen los motivos: la resolución «coincide en su primera parte con la resolución del Congreso de Lübeck del partido acerca de Bernstein»... ¡En su simplicidad, los «aliados» ni siquiera notan qué testimonium paupertais (certificado de pobreza) se firma a sí mismo con esta manera de copiar! «Pero... en su segunda parte, restringe más la libertad de crítica que el Congreso de Lübeck». ¿De modo que la resolución de la Unión está dirigida contra los bernsteinianos rusos? ¡Porque, de otro modo sería un absurdo completo referirse a Lübeck! Pero no es cierto que «restrinja la libertad de crítica de un modo estricto». En su resolución de Hannover, los alemanes rechazaron punto por punto precisamente las enmiendas que presentó Bernstein, y en la de Lübeck hicieron una advertencia a Bernstein personalmente, mencionando su nombre en el texto. En cambio, nuestros imitadores «libres» no hacen la menor alusión a una sola de las manifestaciones de la «crítica» y del «economicismo», especialmente rusos; si se guarda silencio de esa forma, la mera alusión al carácter clasista y revolucionario de la teoría deja mucha más libertad para falsas interpretaciones, sobre todo si la «Unión» se niega a calificar de oportunismo «el llamado economicismo» (Dos Congresos, p. 8, párrafo I). Pero esto lo decimos de pasada. Lo principal consiste en que la posición de los oportunistas frente a los socialdemócratas revolucionarios es diametralmente opuesta en Alemania y en Rusia. En Alemania, los socialdemócratas revolucionarios, como es sabido, están a favor de mantener lo que existe: el viejo programa y la vieja táctica, que todo el mundo conoce y que han sido explicados en todos sus detalles a través de la experiencia de muchos decenios. Los «críticos», en cambio, quieren introducir modificaciones; y como estos «críticos» representan una ínfima minoría, y sus aspiraciones revisionistas son muy tímidas, es fácil comprender los motivos por los cuales la mayoría se limita a rechazar lisa y llanamente las «innovaciones». En Rusia, en cambio, son los críticos y los «economicistas» quienes desean mantener lo que existe: los «críticos» quieren que se siga considerándolos marxistas y que se les asegure la «libertad de crítica» que disfrutaban en todos los sentidos (pues, en el fondo, jamás han 28 reconocido ningún vínculo de partido ; además, entre nosotros no había un órgano de partido 27 Dos congresos, p. 10. La falta de vínculos claros con el partido y de tradiciones de partido constituye por sí sola una diferencia tan cardinal entre Rusia y Alemania, que debería haber puesto en guardia a todo socialista sensato contra cualquier imitación ciega. Pero he 28 72 Dogmatismo y «libertad de crítica» reconocido por todos que pudiera «restringir» la libertad de crítica, aunque solo fuera por medio de un consejo). Los «economicistas» quieren que los revolucionarios reconozcan «la plenitud de derechos del movimiento en el presente» (Rabóchei Dielo, nº 10, p. 25), es decir la «legitimidad» de la existencia de lo que existe; que los «ideólogos» no traten de «desviar» el movimiento del camino «determinado por la acción recíproca entre los elementos materiales y el medio material» («Carta», en el nº 12 de Iskra); que se considere deseable sostener la lucha «que es posible para los obreros en las circunstancias presentes», y se considere posible la lucha «que mantienen realmente en el momento actual» (Suplemento especial de Rabóchaya 29 Mysl , p. 14). En cambio, a nosotros, los socialdemócratas revolucionarios, nos disgusta ese culto a la espontaneidad, es decir, a lo que existe «en el momento actual»; reclamamos que se modifique la táctica que ha prevalecido durante los últimos años, declaramos que «antes de unificarse y para unificarse es necesario empezar por deslindar los campos de un 30 modo resuelto y definido» . En pocas palabras, los alemanes se conforman con lo que existe, rechazando las modificaciones; nosotros reclamamos que se modifique lo existente, rechazando el culto de ello y la conformidad con ello. ¡Precisamente esta «pequeña» diferencia es la que no han advertido nuestros «libres» copiadores de resoluciones alemanas! Engels sobre la importancia de la lucha teórica «Dogmatismo, doctrinarismo», «fosilización del partido, castigo ineludible por las trabas impuestas al pensamiento», tales son los enemigos contra los cuales arremeten caballerescamente en Rabóchei Dielo los paladines de la «libertad de crítica». Nos alegra mucho que se haya suscitado esta cuestión, y solo propondríamos completarla con otra: ¿Y quiénes serán los jueces? Tenemos a la vista los anuncios de dos publicaciones. Uno es el programa de Rabócheie Dielo, órgano de prensa de la Unión de Socialdemócratas Rusos (separata del nº 1, de Rabóchei Dielo.). El otro es el Anuncio sobre la reanudación de las publicaciones del grupo 31 Emancipación del Trabajo . Ambos están fechados en 1899, cuando la «crisis del marxismo» aquí una muestra de hasta dónde llega la «libertad de crítica» en Rusia. Un crítico ruso, el señor Bulgákov, hace la siguiente reprimenda al crítico austríaco Hertz: «Pese a toda la independencia de sus conclusiones, Hertz sigue en este punto (acerca de las cooperativas), según parece, demasiado atado por las opiniones de su partido y, al disentir en los detalles, no se decide a desprenderse del principio general» (El capitalismo y la agricultura, t. II, p. 287). ¡Un súbdito de un Estado esclavizado en el terreno político con una población que el servilismo político y la absoluta incomprensión del honor de partido y de los vínculos de partido tienen corrompida en el 999 por 1000, hace una reprimenda altiva a un ciudadano de un Estado constitucional porque «lo atan demasiado las opiniones del partido»! Lo único que les queda a nuestras organizaciones clandestinas es ponerse a redactar resoluciones sobre la libertad de crítica… 29 Suplemento especial de Rabóchaya Mysl: folleto editado por la Redacción del órgano «economista» Rabóchaya Mysl en septiembre de 1899. El folleto, en particular el artículo «Nuestra realidad», firmado por R M, exponía sin ambages las concepciones oportunistas de los «economicistas». Lenin lo criticó en su artículo «Una tendencia retrógrada en la socialdemocracia rusa» y en la presente obra. 30 Del anuncio sobre la publicación de Iskra. / V. I. Lenin: Obras completas, 5ª edición en ruso, t. 4, p. 358. (Nota de los editores.) 31 Grupo Emancipación del Trabajo: primer grupo marxista ruso, fundado por J. Plejánov en Ginebra, en 1883, hizo una gran labor de difusión del marxismo en Rusia. En el II Congreso del POSDR, celebrado en agosto de 1903, el grupo Emancipación del trabajo declaró que dejaba de existir. El III Congreso de la Unión de Socialdemócratas Rusos se celebró en Zurich, en la segunda quincena de septiembre de 1901. En él se aprobaron enmiendas y adiciones al proyecto de acuerdo de unificación 73 Dogmatismo y «libertad de crítica» estaba planteada a la orden del día desde hacía ya mucho tiempo. ¿Y bien? En vano buscaríamos en el primero de dichos documentos una alusión a este fenómeno y una exposición definida de la actitud que el nuevo órgano piensa adoptar ante él. Ni en este programa ni en los suplementos del mismo, aprobados por el III Congreso de la Unión en 1901 (Dos Congresos, pp. 15-18), se dice una sola palabra de la labor teórica ni de sus tareas inmediatas en el momento actual. Durante todo este tiempo, la redacción de Rabóchei Dielo ha dado de lado los problemas teóricos, a pesar de que preocupaban a todos los socialdemócratas del mundo entero. Por el contrario, el otro anuncio señala, ante todo, que en los últimos años ha decaído el interés por la teoría, reclama con insistencia que se preste una «atención vigilante al aspecto teórico del movimiento revolucionario del proletariado» y llama a «criticar implacablemente las tendencias bernsteinianas y otras tendencias antirrevolucionarias» en nuestro movimiento. Los números aparecidos de Zariá muestran cómo se ha cumplido este programa. Vemos, pues, que las frases altisonantes contra la fosilización de la idea, etcétera, encubren la despreocupación y la impotencia en el desarrollo del pensamiento teórico. El ejemplo de los socialdemócratas rusos ilustra con particular evidencia un fenómeno europeo general (señalado también hace ya mucho por los marxistas alemanes): la famosa libertad de crítica no significa sustituir una teoría con otra, sino liberarse de toda teoría íntegra y meditada; significa eclecticismo y falta de principios. Quien conozca, por poco que sea, el estado efectivo de nuestro movimiento verá forzosamente que la vasta difusión del marxismo ha ido acompañada de cierto menosprecio del nivel teórico. Son muchas las personas muy poco preparadas, e incluso sin preparación teórica alguna, que se han adherido al movimiento por su significación práctica y sus éxitos prácticos. Este hecho permite juzgar cuán grande es la falta de tacto de Rabóchei Dielo al lanzar con aire triunfal la sentencia de Marx: «cada paso del movimiento efectivo es más importante que una docena de programas». Repetir estas palabras en una época de dispersión teórica es exactamente lo mismo que gritar al paso de un entierro: «¡Ojalá tengáis siempre uno que llevar!». Además, estas palabras de Marx han sido tomadas de su 32 carta sobre el Programa de Gotha , en la cual censura duramente el eclecticismo en que se incurrió al formular los principios: si hace falta unirse -escribía Marx a los dirigentes del partido-, pactad acuerdos para alcanzar los objetivos prácticos del movimiento, pero no trafiquéis con los principios, no hagáis «concesiones» teóricas. Tal era el pensamiento de Marx, ¡pero resulta que entre nosotros hay gente que en nombre de Marx trata de aminorar la importancia de la teoría! Sin teoría revolucionaria tampoco puede haber movimiento revolucionario. Jamás se insistirá bastante sobre esta idea en unos momentos en que a la prédica de moda del oportunismo se une la afición a las formas más estrechas de la actividad práctica. Y para la socialdemocracia rusa, la importancia de la teoría es mayor aún, debido a tres circunstancias que se olvidan con frecuencia. En primer lugar, nuestro partido solo empieza a organizarse, solo comienza a formar su fisonomía y dista mucho de haber ajustado sus cuentas con las otras tendencias de las organizaciones de socialdemócratas rusos en el extranjero, preparado por la Conferencia de Ginebra en junio del mismo año. El Congreso aprobó también las Instrucciones para la redacción de Rabócheie Dielo, que estimulaba a los revisionistas. Los acuerdos del Congreso pusieron de manifiesto la preponderancia de las tendencias oportunistas entre los dirigentes de la Unión y la negativa de estos a cumplir las resoluciones de la Conferencia de junio. 32 Programa de Gotha: programa aprobado por el Partido Socialista Obrero de Alemania en su Congreso de Gotha (1875), en el que se unificaron los dos partidos socialistas alemanes existentes hasta entonces: los eisenacheanos (dirigidos por A. Bebel y G. Liebknecht e influenciados ideológicamente por Marx y Engels) y los lassallenaos. El programa adolecía de eclecticismo y era oportunista, ya que los eisenacheanos hicieron concesiones a los lassalleanos en las cuestiones más importantes y aceptaron sus fórmulas. Marx y Engels sometieron el proyecto del Programa de Gotha a una crítica demoledora, viendo en él un considerable paso atrás en comparación con el programa de Eisenach, aprobado en 1869. (K. Marx y F. Engels: Obras Escogidas en tres tomos, t. III, pp. 5-38, ed. en español, Moscú). 74 Dogmatismo y «libertad de crítica» del pensamiento revolucionario que amenazan con desviar el movimiento del camino justo. Por el contrario, precisamente los últimos tiempos se han distinguido (como predijo hace ya mucho Axelrod a los «economicistas») por una reanimación de las tendencias revolucionarias no socialdemócratas. En estas condiciones, un error «sin importancia» a primera vista puede tener las más tristes consecuencias, y solo gente miope puede considerar inoportunas o superfluas las discusiones fraccionales y la delimitación rigurosa de los matices. De la consolidación de tal o cual «matiz» puede depender el porvenir de la socialdemocracia rusa durante muchísimos años. En segundo lugar, el movimiento socialdemócrata es internacional por naturaleza. Esto no significa únicamente que debamos combatir el chovinismo nacional. Significa también que el movimiento incipiente en un país joven solo puede desarrollarse con éxito a condición de que aplique la experiencia de otros países. Y para ello no basta conocer simplemente esta experiencia o limitarse a copiar las últimas resoluciones adoptadas; para ello es necesario saber enfocar de modo crítico esta experiencia y comprobarla uno mismo. Quienes se imaginen cuán gigantescos son el crecimiento y la ramificación del movimiento obrero contemporáneo comprenderán cuántas fuerzas teóricas y cuánta experiencia política (y revolucionaria) se necesitan para cumplir esta tarea. En tercer lugar, ningún otro partido socialista del mundo ha tenido que afrontar tareas nacionales como las que tiene planteadas la socialdemocracia rusa. Más adelante deberemos hablar de los deberes de índole política y orgánica que nos impone esta tarea de liberar a todo el pueblo del yugo de la autocracia. Por el momento, queremos señalar únicamente que solo un partido dirigido por una teoría de vanguardia puede cumplir la misión de combatiente de vanguardia. Y para que el lector tenga una idea concreta, por poco que sea, de lo que esto significa, que recuerde a precursores de la socialdemocracia rusa como Herzen, Belinski, Chernyshevski y a la brillante pléyade de revolucionarios de los años setenta; que piense en la importancia universal que está alcanzando ahora la literatura rusa; que ... ¡pero basta con lo dicho! Aduciremos las observaciones hechas por Engels en 1874 a la significación de la teoría en el movimiento socialdemócrata. Engels reconoce tres formas de la gran lucha de la socialdemocracia, y no dos (la política y la económica) -como es usual entre nosotros-, colocando también a su lado la lucha teórica. Sus recomendaciones al movimiento obrero, alemán, ya robustecido en los aspectos práctico y político, son tan instructivas desde el punto de vista de los problemas y las discusiones actuales que el lector no nos recriminará, así lo esperamos, por reproducir un extenso fragmento del prefacio al folleto Der deutsche 33 Bauernkrieg , que desde hace ya mucho es una rareza bibliográfica: […] los obreros alemanes tienen dos ventajas esenciales sobre los obreros del resto de Europa. La primera es que pertenecen al pueblo más teórico de Europa y han conservado en sí ese sentido teórico, casi completamente perdido por las clases llamadas «cultas» de Alemania. Sin la filosofía alemana que le ha precedido, sobre todo sin la filosofía de Hegel, jamás se habría creado el socialismo científico alemán, el único socialismo científico que ha existido alguna vez. De haber carecido los obreros de sentido teórico, este socialismo científico nunca hubiera sido, en la medida que lo es hoy, carne de su carne y sangre de su sangre. Y demuestra cuán inmensa es dicha ventaja, de un lado, la indiferencia por toda teoría, que es una de las causas principales de que el movimiento obrero inglés avance con tanta lentitud, a pesar de la excelente organización de algunos oficios, y de otro, el desconcierto y la confusión 33 Dritter Abdruck: Verlag der Genossenschafts-buchdruckerei (La guerra campesina en Alemania, tercera edición, Leipzig, 1875, Editorial Cooperativa. (Nota de los editores.) 75 Dogmatismo y «libertad de crítica» sembrados por el proudhonismo, en su forma primitiva, entre los franceses y los belgas, y, en la forma caricaturesca que le ha dado Bakunin, entre los españoles y los italianos. La segunda ventaja consiste en que los alemanes han sido casi los últimos en incorporarse al movimiento obrero. Así como el socialismo teórico alemán jamás olvidará que se sostiene sobre los hombros de Saint-Simon, Fourier y Owen -tres pensadores que, a pesar del carácter fantástico y de todo el utopismo de sus doctrinas, pertenecen a las mentes más grandes de todos los tiempos, habiéndose anticipado genialmente a una infinidad de verdades cuya exactitud estamos demostrando ahora de un modo científico-, así también el movimiento obrero práctico alemán nunca debe olvidar que se ha desarrollado sobre los hombros del movimiento inglés y francés, que ha tenido la posibilidad de sacar simplemente partido de su experiencia costosa, de evitar en el presento los errores que entonces no había sido posible evitar en la mayoría de los casos. ¿Dónde estaríamos ahora sin el precedente de las tradeuniones inglesas y de la lucha política de los obreros franceses, sin ese impulso colosal que ha dado particularmente la Comuna de París? Hay que hacer justicia a los obreros alemanes por haber aprovechado con rara inteligencia las ventajas de su situación. Por primera vez desde que existe el movimiento obrero, la lucha se desarrolla en forma metódica en sus tres direcciones concertadas y relacionadas entre sí: teórica, política y económicopráctica (resistencia a los capitalistas). En este ataque concéntrico, por decirlo así, reside precisamente la fuerza y la invencibilidad del movimiento alemán. Esta situación ventajosa, por su parte, y, por otra, las peculiaridades insulares del movimiento inglés y la represión violenta del francés hacen que los obreros alemanes se encuentren ahora a la cabeza de la lucha proletaria. No es posible pronosticar cuánto tiempo les permitirán los acontecimientos ocupar este puesto de honor. Pero, mientras lo sigan ocupando, es de esperar que cumplirán como es debido las obligaciones que les impone. Para esto, tendrán que redoblar sus esfuerzos en todos los aspectos de la lucha y de la agitación. Sobre todo los jefes deberán instruirse cada vez más en todas las cuestiones teóricas, desembarazarse cada vez más de la influencia de la fraseología tradicional, propia de la vieja concepción del mundo, y tener siempre presente que el socialismo, desde que se ha hecho ciencia, exige que se le trate como tal, es decir, que se le estudie. La conciencia así lograda, y cada vez más lúcida, debe ser difundida entre las masas obreras con celo cada vez mayor, y se debe cimentar cada vez más fuertemente la organización del partido, así como la de los sindicatos... Si los obreros alemanes siguen avanzando de este modo, no es que marcharán al frente del movimiento -y no le conviene al movimiento que los obreros de una nación cualquiera marchen al frente del mismo-, sino que ocuparán un puesto de honor en la línea de combate; y estarán bien pertrechados para ello si, de pronto duras pruebas o 34 grandes acontecimientos reclaman de ellos mayor valor, mayor decisión y energía . Estas palabras de Engels resultaron proféticas. Algunos años más tarde, al dictarse la Ley de excepción contra los socialistas, los obreros alemanes se vieron de improviso sometidos 34 Lenin cita un fragmento, traducido por él mismo, del prefacio de Engels a su obra La guerra campesina en Alemania (K. Marx y F. Engels: Obras escogidas en tres tomos, t. II, pp. 179-181, ed. en español, Moscú). 76 Dogmatismo y «libertad de crítica» a duras pruebas. Y, en efecto, estos les hicieron frente bien pertrechados y supieron salir victoriosos de esas pruebas. Al proletariado ruso le esperan pruebas inconmensurablemente más duras; tendrá que luchar contra un monstruo, en comparación con el cual parece un verdadero pigmeo la Ley de excepción en un país constitucional. La historia nos ha impuesto ahora una tarea inmediata, que es la más revolucionaria de todas las tareas inmediatas del proletariado de cualquier otro país. El cumplimiento de esta tarea, la demolición del más poderoso baluarte no solo de la reacción europea, sino también (podemos decirlo hoy) de la reacción asiática, convertiría al proletariado ruso en la vanguardia del proletariado revolucionario internacional. Y tenemos derecho a esperar que conquistaremos este título de honor, que se merecieron ya nuestros predecesores, los revolucionarios de los años setenta, si sabemos infundir a nuestro movimiento, mil veces más vasto y profundo, la misma decisión abnegada y la misma energía que entonces. 77 La espontaneidad de las masas y la conciencia de la socialdemocracia Hemos dicho que es preciso infundir a nuestro movimiento, muchísimo más vasto y profundo que el de los años setenta, la misma decisión abnegada y la misma energía que entonces. En efecto, parece que nadie ha puesto en duda hasta ahora que la fuerza del movimiento contemporáneo reside en el despertar de las masas (y, principalmente, del proletariado industrial), y su debilidad, en la falta de conciencia y de espíritu de iniciativa de los dirigentes revolucionarios. Sin embargo, en los últimos tiempos se ha hecho un descubrimiento pasmoso que amenaza con trastrocar todas las opiniones dominantes hasta ahora sobre el particular. Este descubrimiento ha sido hecho por Rabóchei Dielo, el cual, polemizando con Iskra y Zariá, no se ha limitado a objeciones parciales, sino que ha intentado reducir «el desacuerdo general» a su raíz más profunda: a «la distinta apreciación de la importancia comparativa del elemento espontáneo y del elemento “metódico” consciente». Rabóchei Dielo nos acusa de «subestimar la importancia del elemento objetivo o espontáneo del desarrollo». Respondemos a esto: si la polémica de Iskra y Zariá no hubiera dado ningún otro resultado que el de llevar a Rabóchei Dielo a descubrir ese «desacuerdo general», ese solo resultado nos proporcionaría una gran satisfacción: hasta tal punto es significativa esta tesis, hasta tal punto ilustra claramente el fondo de las actuales discrepancias teóricas y políticas entre los socialdemócratas rusos. Por eso mismo, la relación entre lo consciente y lo espontáneo ofrece un magno interés general y debe ser analizado con todo detalle. Comienzo del ascenso espontáneo En el capítulo anterior, hemos destacado el apasionamiento general de la juventud instruida de Rusia por la teoría del marxismo, a mediados de los años 90. Las huelgas obreras adquirieron también por aquellos años, después de la famosa guerra industrial de 1896 1 en San Petersburgo , un carácter general. Su extensión a toda Rusia patentizaba cuán 1 Lenin se refiere a las grandes huelgas declaradas por los obreros de Petersburgo en 1896. El movimiento huelguístico empezó el 23 de mayo en la importante empresa textil de Kalinkin. Se extendió rápidamente a todas las fábricas textiles de Petersburgo y, luego, a las grandes empresas de construcción de maquinaria, de goma papelera y azucarera. El proletariado de Petersburgo se alzó por vez primera en un amplio frente de lucha contra los explotadores. Más de 30 mil obreros tomaron parte en estas huelgas, que dirigió la Unión de Lucha por la Emancipación de la Clase Obrera, de Petersburgo. Las huelgas de Petersburgo contribuyeron a desarrollar el movimiento obrero en Moscú y otras ciudades de Rusia y obligaron al gobierno 78 La espontaneidad de las masas y la conciencia de la socialdemocracia profundo era el movimiento popular que volvía a renacer; y puestos a hablar del «elemento espontáneo», es natural que precisamente ese movimiento huelguístico deba ser calificado, ante todo, de espontáneo. Pero hay diferentes clases de espontaneidad. En Rusia hubo ya huelgas en los años 70 y 60 (y hasta en la primera mitad del siglo XIX), acompañadas de destrucción «espontánea» de máquinas, etcétera. Comparadas con esos «motines», las huelgas de los años 90 pueden incluso llamarse «conscientes»: tan grande fue el paso adelante que dio el movimiento obrero en aquel período. Eso nos demuestra que, en el fondo, el «elemento espontáneo» no es sino la forma embrionaria de lo consciente. Ahora bien, los motines primitivos reflejaban ya un cierto despertar de la conciencia: los obreros perdían la fe tradicional en la inmutabilidad del orden de cosas que los oprimía; empezaban… no diré que a comprender, pero sí a sentir la necesidad de oponer resistencia colectiva y rompían resueltamente con la sumisión servil a las autoridades. Pero, sin embargo, eso era, más que lucha, una manifestación de desesperación y de venganza. En las huelgas de los años noventa vemos muchos más destellos de conciencia: se presentan reivindicaciones concretas, se calcula de antemano el momento más conveniente, se discuten los casos y ejemplos conocidos de otros lugares, etcétera; si bien es verdad que los motines eran simples levantamientos de gente oprimida, no lo es menos que las huelgas sistemáticas representaban ya embriones de lucha de clases, pero embriones nada más. Aquellas huelgas eran en el fondo lucha tradeunionista, aún no eran lucha socialdemócrata; señalaban el despertar del antagonismo entre los obreros y los patronos; sin embargo, los obreros no tenían, ni podían tener, conciencia de la oposición inconciliable entre sus intereses y todo el régimen político y social contemporáneo, es decir, no tenían conciencia socialdemócrata. En este sentido, las huelgas de los años noventa, aunque significaban un progreso gigantesco en comparación con los «motines», seguían siendo un movimiento netamente espontáneo. Hemos dicho que los obreros no podían tener conciencia socialdemócrata. Esta solo podía ser traída desde fuera. La historia de todos los países demuestra que la clase obrera está en condiciones de elaborar exclusivamente con sus propias fuerzas solo una conciencia tradeunionista, es decir, la convicción de que es necesario agruparse en sindicatos, luchar contra los patronos, reclamar al gobierno la promulgación de tales o cuales leyes necesarias 2 para los obreros, etcétera . En cambio, la doctrina del socialismo ha surgido de teorías filosóficas, históricas y económicas elaboradas por intelectuales, por hombres instruidos de las clases poseedoras. Por su posición social, los propios fundadores del socialismo científico moderno, Marx y Engels, pertenecían a la intelectualidad burguesa. De igual modo, la doctrina teórica de la socialdemocracia ha surgido en Rusia independiente por completo del crecimiento espontáneo del movimiento obrero, ha surgido como resultado natural e ineludible del desarrollo del pensamiento entre los intelectuales revolucionarios socialistas. Hacia la época que tratamos, es decir, a mediados de los años 90, esta doctrina no solo era ya el programa, cristalizado por completo, del grupo «Emancipación del Trabajo», sino que incluso se había ganado a la mayoría de la juventud revolucionaria de Rusia. Así pues, existían tanto el despertar espontáneo de las masas obreras, el despertar a la vida consciente y a la lucha consciente, como una juventud revolucionaria que, pertrechada con la teoría socialdemócrata, pugnaba por acercarse a los obreros. Tiene singular importancia dejar sentado el hecho, olvidado a menudo (y relativamente poco conocido), de que los primeros socialdemócratas de aquel período, al ocuparse con ardor de la agitación económica (y teniendo bien presentes en este sentido las indicaciones realmente útiles del folleto, Acerca de zarista a acelerar la revisión de las leyes fabriles y a promulgar la ley del 2 (14) de junio de 1897, reduciendo a once horas y media la jornada de trabajo en las fábricas. 2 El tradeunionismo en modo alguno descarta toda «política», como se cree a veces. Las tradeuniones han realizado siempre cierta agitación y cierta lucha política (pero no socialdemócrata). En el capítulo siguiente expondremos la diferencia existente entre política tradeunionista y política socialdemócrata. 79 La espontaneidad de las masas y la conciencia de la socialdemocracia la agitación, entonces todavía en manuscrito), lejos de considerarla su única tarea, señalaron también desde el primer momento las más amplias tareas históricas de la socialdemocracia rusa, en general, y la tarea de dar al traste con la autocracia, en particular. Por ejemplo, el grupo de socialdemócratas de San Petersburgo, que fundó la Unión de Lucha por la 3 Emancipación de la Clase Obrera , redactó ya a fines de 1895 el primer número del periódico Rabóchei Dielo. Completamente preparado para la imprenta, fue recogido por los gendarmes, al allanar estos 4 el domicilio de A. A. Vanéiev , uno de los miembros del grupo, en la noche del 8 de diciembre de 1895. De modo que el Rabóchei Dielo del primer período no tuvo la suerte de ver la luz. 5 El editorial de aquel número (que quizá alguna revista como Rússkaya Starina exhume de los archivos del Departamento de Policía dentro de unos treinta años) esbozaba las tareas históricas de la clase obrera de Rusia, colocando en primer plano la conquista de la libertad 6 política. Luego seguían el artículo «¿En qué piensan nuestros ministros?» , dedicado a la disolución de los Comités de Primera Enseñanza por la fuerza de la policía, y diversas informaciones y comentarios de corresponsales no solo de San Petersburgo, sino de otras 7 localidades de Rusia (por ejemplo, sobre la matanza de obreros en la provincia de Yaroslavl ). Así pues, si no nos equivocamos, este «primer ensayo» de los socialdemócratas rusos de los años noventa no era un periódico de carácter estrechamente local, y mucho menos «económico»; tendía a unir la lucha huelguística con el movimiento revolucionario contra la autocracia y lograr que todos los oprimidos por la política del oscurantismo reaccionario apoyaran la socialdemocracia. Y cuantos conozcan, por poco que sea, el estado del movimiento de aquella época, no dudarán que semejante periódico habría sido acogido con toda simpatía tanto por los obreros de la capital como por los intelectuales revolucionarios y habría alcanzado la mayor difusión. El fracaso de esta empresa demostró únicamente que los socialdemócratas de entonces no estaban en condiciones de satisfacer la demanda vital del momento debido a la falta de experiencia revolucionaria y de preparación práctica. Lo mismo 3 La Unión de Lucha por la Emancipación de la Clase Obrera, organizada por Lenin en el otoño de 1895, agrupaba a unos veinte círculos obreros marxistas de Petersburgo. Toda su labor se basaba en los principios del centralismo y de una rigurosa disciplina. Al frente de la Unión figuraba el Grupo Central, dirigido por Lenin. Por vez primera en Rusia, la Unión de Lucha fusionó el socialismo con el movimiento obrero. Dirigió el movimiento obrero, vinculando la lucha de los trabajadores por sus reivindicaciones económicas con la lucha política contra el zarismo y editó octavillas y folletos para los obreros. Las publicaciones de la Unión de Lucha eran redactadas por Lenin, bajo cuya dirección se preparó la publicación de Rabócheie Dielo, periódico de Petersburgo. Por iniciativa suya, los círculos obreros se unificaron en uniones de lucha en Moscú, Kiev, Ekaterinoslav y otras ciudades y regiones del país. En la noche del 8 (20) de diciembre de 1895, fueron detenidos gran parte de los miembros de la Unión, con Lenin al frente, y confiscado el primer número de Rabócheie Dielo, preparado ya para la imprenta. La importancia de la Unión de Lucha por la Emancipación de la Clase Obrera, de Petersburgo, consiste, según expresión de Lenin, en que fue el embrión del partido revolucionario que se apoya en el movimiento obrero y dirige la lucha de clase del proletariado. En la segunda mitad de 1898, la Unión de Lucha cayó en manos de los «economicistas», quienes a través del periódico Rabóchaya Mysl propagaron las ideas del tradeunionismo y el bernsteinianismo en su variante rusa. Sin embargo, los antiguos miembros de la Unión que no fueron detenidos participaron en 1898 en la preparación y celebración del I Congreso del POSDR y en la redacción del Manifiesto, publicado más tarde, continuando las traiciones de la Unión de Lucha por la Emancipación de la Clase Obrera que fundara Lenin. 4 A. A. Vanéiev falleció en 1899, en Siberia Oriental, a causa de la tuberculosis que contrajo cuando se hallaba incomunicado en prisión preventiva. Por eso hemos tenido a bien publicar los datos que figuran en el texto, cuya autenticidad garantizamos, pues proceden de gente que conocía personalmente a Vanéiev y tenía intimidad con él. 5 Rússkaya Stariná (La Antigüedad Rusa): revista de historia que apreció mensualmente en Petersburgo desde 1870 hasta 1918. En ella se dedicaba gran espacio a la publicación de memorias, diarios, apuntes y cartas de estadistas de Rusia y de figuras destacadas de la cultura, así como de documentos diversos. 6 V. I. Lenin: Obras Completas, 5ª ed. en ruso, t. II, pp. 75-80. (Nota de los editores.) 7 Se alude a la represión de que fueron víctimas los huelguistas de la Gran Manufactura de Yaroslavl el 27 de abril (9 de mayo) de 1895. La huelga, en la que participaron 4 mil obreros, fue provocada por la decisión de la empresa de establecer nuevas tarifas que reducían los salarios. La huelga fue aplastada cruelmente. El artículo sobre la huelga de Yaroslavl de 1895 lo escribió Lenin, no se ha encontrado todavía. 80 La espontaneidad de las masas y la conciencia de la socialdemocracia 8 cabe decir de Sankt-Petersburgski rabochi Listok y, sobre todo, de Rabóchaya Gazeta y del Manifiesto del Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia, fundado en la primavera de 1898. Se sobreentiende que no se nos ocurre siquiera imputar esta falta de preparación a los militantes de entonces. Mas, para aprovechar la experiencia del movimiento y sacar de ella enseñanzas prácticas, hay que comprender hasta el fin las causas y la significación de tal o cual defecto. Por eso es de extrema importancia hacer constar que una parte (incluso, quizá, la mayoría) de los socialdemócratas que actuaron de 1895 a 1898 consideraba posible, con sobrada razón ya entonces, en los albores del movimiento «espontáneo», defender el programa y la táctica de 9 combate más amplios . La falta de preparación de la mayoría de los revolucionarios, fenómeno completamente natural, no podía despertar grandes recelos. Dado que el planteamiento de las tareas era justo y que había energías para repetir los intentos de cumplirlas, los reveses temporales eran una desgracia a medias. La experiencia revolucionaria y la habilidad de organización son cosas que se adquieren con el tiempo. ¡Lo que hace falta es querer formar en uno mismo las cualidades necesarias! ¡Lo que hace falta es tener conciencia de los defectos, cosa que en la labor revolucionaria equivale a más de la mitad de su corrección! Pero la desgracia a medias se convirtió en una verdadera desgracia cuando comenzó a ofuscarse esa conciencia (que era muy viva entre los militantes de los susodichos grupos), cuando aparecieron hombres, y hasta órganos socialdemócratas, dispuestos a erigir los defectos en virtudes y que incluso intentaron argumentar teóricamente su servilismo y su culto a la espontaneidad. Es hora ya de hacer el balance de esta tendencia, muy inexactamente definida con la palabra «economicismo», término demasiado estrecho para expresar su contenido. El culto a la espontaneidad. Rabóchaya Mysl Antes de pasar a las manifestaciones literarias de este culto, señalaremos el siguiente hecho típico (comunicado en la fuente antes mencionada), que arroja cierta luz sobre la forma en que surgió y se ahondó en el medio de camaradas que actuaban en San Petersburgo la divergencia entre las que serían después dos tendencias de la socialdemocracia rusa. A principios de 1897, A. A. Vanéiev y algunos de sus camaradas asistieron, antes de ser deportados, a una reunión privada de «viejos» y «jóvenes» miembros de la Unión de Lucha 10 por la Emancipación de la Clase Obrera . Se habló principalmente de la organización y, 8 S. Petersburgski Rabochi Listok (Boletín Obrero de San Petersburgo): órgano de la Unión de Lucha por la Emancipación de la Clase Obrera, de Petersburgo. Se publicaron dos números: el primero en febrero (con fecha de enero) de 1897, en Rusia, y el segundo, en septiembre del mismo año, en Ginebra. El periódico señaló la tarea de fundir la lucha económica de la clase obrera con las amplias reivindicaciones políticas y destacó la necesidad de crear el partido obrero. 9 «Al repudiar la actividad de los socialdemócratas de fines de los años noventa, Iskra no tiene en cuenta que entonces faltaban condiciones para toda labor que no fuera la lucha por pequeñas reivindicaciones», dicen los «economicistas» en su «Carta a los órganos socialdemócratas rusos» (Iskra, número 12). Los hechos mencionados en el texto demuestran que esta afirmación sobre la «falta de condiciones» es diametralmente opuesta a la verdad. No solo a fines, sino incluso a mediados de los años noventa existían de sobra todas las condiciones necesarias para otra labor, además de la lucha por pequeñas reivindicaciones; todas las condiciones, excepto una preparación suficiente de los dirigentes. Y en vez de reconocer con franqueza esta falta de preparación por nuestra parte, por parte de los ideólogos, de los dirigentes, los «economicistas» quieren achacarlo todo a la «falta de condiciones», a la influencia del medio material, el cual determina un camino del que ningún ideólogo conseguirá apartar el movimiento. ¿Qué es esto sino servilismo ante la espontaneidad, apego de los «ideólogos» a sus propios defectos? 10 La «reunión privada» a la que alude Lenin se celebró en Petersburgo entre el 14 y el 17 de febrero (26 de febrero y 1 de marzo) de 1897. Asistieron a ella los «viejos» -V. Lenin, A. Vanéiev, G. Krzhizhanovski y otros miembros de la Unión de 81 La espontaneidad de las masas y la conciencia de la socialdemocracia en particular, del Reglamento de la Caja Obrera, cuyo texto definitivo fue publicado en 11 el número 9-10 de Listok Rabótnika (p. 46). Entre los «viejos» («decembristas», como los llamaban entonces en broma los socialdemócratas petersburgueses) y algunos de los «jóvenes» (que más tarde colaboraron activamente en Rabóchaya Mysl), se manifestó en el acto una divergencia acusada y se desencadenó una acalorada polémica. Los «jóvenes» defendían las bases principales del Reglamento tal y como ha sido publicado. Los «viejos» decían que lo más necesario no era eso, sino fortalecer la Unión de Lucha transformándola en una organización de revolucionarios a la que debían subordinarse las distintas cajas obreras, los círculos de propaganda entre la juventud estudiantil, etc. Por supuesto, los contrincantes estaban lejos de ver en esta divergencia el comienzo de una disensión, un desacuerdo; por el contrario, la consideraban esporádica y casual. Pero este hecho prueba que, también en Rusia, el «economicismo» no surgió ni se difundió sin lucha contra los «viejos» socialdemócratas (cosa que los «economicistas» de hoy olvidan con frecuencia). Y si esta lucha no ha dejado, en su mayor parte, vestigios «documentales», se debe únicamente a que la composición de los círculos en funcionamiento cambiaba con frecuencia, por lo cual las divergencias tampoco ser registraban en documento alguno. La aparición de Rabóchaya Mysl sacó el «economicismo» a la luz del día, pero tampoco lo hizo de golpe. Hay que tener una idea concreta de las condiciones de trabajo y de la vida efímera de numerosos círculos rusos (y solo puede tenerla quien la ha vivido) para comprender cuánto hubo de casual en el éxito o fracaso de la nueva tendencia en distintas ciudades, así como del largo período en que ni los partidarios ni los adversarios de estas ideas «nuevas» pudieron determinar, ni tuvieron literalmente la menor posibilidad de hacerlo, si era, en efecto, una tendencia especial o un simple reflejo de la falta de preparación de algunas personas. Por ejemplo, los primeros números de Rabóchaya Mysl, tirados en hectógrafo, no llegaron en absoluto a la inmensa mayoría de los socialdemócratas. Y si ahora podemos referirnos 12 al editorial de su primer número es solo gracias a su reproducción en el artículo de V. I. (Listok Rabótnika, nº 9-10, pp. 47 y ss.), que, como es natural, no dejó de elogiar con fervor (un fervor insensato) al nuevo periódico, el cual se distinguía tanto de los periódicos y proyectos 13 de periódicos que hemos mencionado antes . Este editorial expresa con tanto relieve todo el espíritu de Rabóchaya Mysl y del «economicismo» en general que merece la pena examinarlo. 14 Después de señalar que el brazo con bocamanga azul no podrá detener el desarrollo del movimiento obrero, el artículo continúa: «El movimiento obrero debe esa vitalidad a que el propio obrero toma, por fin, su destino en sus propias manos, arrancándolo de las manos de los dirigentes», y más adelante se explana en detalle esta tesis fundamental. En realidad, la policía arrancó a los dirigentes (es decir, a los socialdemócratas, a los organizadores de la Unión de Lucha por la Emancipación de la Clase Obrera, de Petersburgo, puestos en libertad por tres días antes de salir para su lugar de deportación en Siberia- y los «jóvenes», que dirigían la Unión después de haber sido detenido Lenin. 11 Listok Rabótnika (La Hoja de El Trabajador): Publicación no periódica de la Unión de Socialdemócratas Rusos en el Extranjero, editada en Ginebra desde 1896 hasta 1898. Vieron la luz diez números, los ocho primeros dirigidos por el grupo Emancipación del Trabajo. En vista de que la mayoría de los miembros de la Unión se pasó al campo de los «economicistas», el grupo se negó a dirigir la publicación de la Unión, por lo que los números 9 y 10 de Listok (noviembre de 1898) aparecieron bajo la dirección de los «economicistas». 12 V. I.: Vladimir Ivanshin, uno de los líderes del «economicismo». 13 Digamos de paso que este elogio de Rabóchaya Mysl, en noviembre de 1898, cuando el «economicismo» se había definido por completo, sobre todo en el extranjero, partía del propio VI, que muy pronto formó parte del cuerpo de redactores de Rabóchei Dielo. ¡Y Rabóchei Dielo todavía continuó negando la existencia de dos tendencias en la socialdemocracia rusa, como la sigue negando hoy! 14 Los gendarmes zaristas vestían uniforme azul. 82 La espontaneidad de las masas y la conciencia de la socialdemocracia 15 Lucha), puede decirse, de las manos de los obreros , ¡pero las cosas son presentadas como si los obreros hubieran luchado contra esos dirigentes y se hubieran emancipado de su yugo! En vez de exhortar a marchar hacia adelante, a consolidar la organización revolucionaria y extender la actividad política, comenzaron a incitar a volver atrás, a la lucha tradeunionista exclusiva. Se proclamó que «la base económica del movimiento es velada por el deseo constante de no olvidar el ideal político», que el lema del movimiento obrero debe ser: «lucha por la situación económica» (!); o mejor aún: «los obreros, para los obreros»; se declaró que las cajas de resistencia «valen más para el movimiento que un centenar de otras organizaciones» (comparen esta afirmación, hecha en octubre de 1897, con la discusión entre los «decembristas» y los «jóvenes» a principios de 1897), etcétera. Frasecitas como, por ejemplo, la de que no debe colocarse en primer plano la «flor y nata» de los obreros, sino al obrero «medio», al obrero de la masa; que la «política sigue siempre dócilmente a la 16 economía» , etcétera, se pusieron de moda y adquirieron una influencia irresistible sobre la masa de la juventud enrolada en el movimiento, la cual solo conocía, en la mayoría de los casos, retazos del marxismo tal y como se exponían en las publicaciones legales. Esto significaba someter por completo la conciencia a la espontaneidad; a la espontaneidad de los «socialdemócratas» que repetían las «ideas del señor V. V.», a la espontaneidad de los obreros que se dejaban llevar por el argumento de que conseguir aumentos de un kopek por rublo estaba más cerca y valía más que todo socialismo y toda política; de que debían «luchar, sabiendo que lo hacían no para imprecisas generaciones futuras, sino para ellos 17 mismos y para sus hijos» . Las frases de este tipo han sido siempre el arma favorita de los burgueses de Europa Occidental que, en su odio al socialismo, se esforzaban (como el «socialpolítico» alemán Hirsch) por trasplantar el tradeunionismo inglés a su suelo patrio, 18 diciendo a los obreros que la lucha exclusivamente sindical es una lucha para ellos mismos y para sus hijos, y no para imprecisas generaciones futuras con un impreciso socialismo futuro. 19 Y ahora, «los V. V. de la socialdemocracia rusa» repiten estas frases burguesas. Importa señalar aquí tres circunstancias que nos serán de gran utilidad para seguir examinando las 20 divergencias actuales . En primer lugar, el sometimiento de la conciencia a la espontaneidad, antes mencionado, se produjo también por vía espontánea. Parece un juego de palabras, pero, ¡ay!, es una amarga verdad. Este hecho no fue resultado de una lucha abierta entre dos concepciones diametralmente opuestas y del triunfo de una sobre otra; sino que se debió a que los gendarmes «arrancaron» un número cada vez mayor de revolucionarios «viejos» y además aparecieron en escena, también en número cada vez mayor, los «jóvenes», «V. V. de 15 El siguiente hecho característico prueba que esta comparación es justa. Después de ser detenidos los «decembristas», entre los obreros de la carretera de Shlisselburgo se difundió la noticia de que había contribuido a ello el provocador NN Mijáilov (un dentista), vinculado a un grupo que estaba en contacto con los «decembristas». Los obreros se indignaron de tal modo que decidieron matar a Mijáilov. 16 Del mismo editorial del primer número de Rabóchaba Mysl. Se puede juzgar por esto cuál era la preparación teórica de esos «VV de la socialdemocracia rusa», los cuales repetían la burda vulgarización del «materialismo económico», en tanto que los marxistas hacían en sus publicaciones la guerra al auténtico señor VV, llamado desde hacía tiempo «maestro en asuntos reaccionarios» por ese mismo modo de concebir la relación entre la política y la economía. 17 Editorial del número 1 de R. Mysl. 18 Los alemanes incluso tienen una palabra especial, NurGewerk-schaftler, para designar a los partidarios de la lucha «exclusivamente sindical». 19 V. V.: Seudónimo de Vasili Vorontsov, uno de los ideólogos del populismo liberal de los años ochenta y noventa del siglo XIX. Lenin denomina «V.V de la socialdemocracia rusa» a los representantes del «economicismo», corriente oportunista en la socialdemocracia de Rusia. 20 Subrayamos «actuales» para quienes se encojan farisaicamente de hombros y digan: ¡ahora es fácil denostrar a Rabóchaya Mysl cuando no es más que un arcaísmo! Mutato nomine de te fabula narratur («cambiando el nombre, la fábula habla de ti». Nota de los editores), contestamos nosotros a esos fariseos contemporáneos cuya completa sumisión servil a las ideas de Rab. Mysl será demostrada más adelante. 83 La espontaneidad de las masas y la conciencia de la socialdemocracia la socialdemocracia rusa». Todo el que haya, no ya participado en el movimiento ruso contemporáneo, sino simplemente respirado sus aires, sabe de sobra que la situación es como acabamos de describir. Y si, no obstante, insistimos de manera especial en que el lector se explique del todo este hecho notorio; si, para mayor claridad, por decirlo así, aducimos datos sobre Rabócheie Dielo del primer período y sobre las discusiones entre los «viejos» y los «jóvenes» de principios de 1897 es porque hombres que presumen de «demócratas» especulan con el hecho de que el gran público (o los jóvenes) lo ignora. Aún insistiremos sobre este punto más adelante. En segundo lugar, ya en la primera manifestación literaria del «economicismo» podemos observar un fenómeno sumamente original, y peculiar en extremo, que permite comprender todas las discrepancias existentes entre los socialdemócratas y contemporáneos. El fenómeno consistente en que los partidarios del «movimiento puramente obrero», los admiradores del contacto más estrecho y más «orgánico» (expresión de Rabóchei Dielo) con la lucha proletaria, los adversarios de todos los intelectuales no obreros (aunque sean intelectuales socialistas) se ven obligados a recurrir, para defender su posición, a los argumentos de los «tradeunionistas puros» burgueses. Esto nos prueba que Rabóchaya Mysl comenzó a llevar a la práctica desde su aparición -y sin darse cuenta de ello- el programa del Credo. Esto prueba (cosa que Rabóchei Dielo en modo alguno puede comprender) que todo lo que sea rendir culto a la espontaneidad del movimiento obrero, todo lo que sea aminorar el papel del elemento consciente, el papel de la socialdemocracia, significa -de manera independiente por completo de la voluntad de quien lo hace- acrecentar la influencia de la 21 ideología burguesa entre los obreros. Cuantos hablan de «sobrestimación de la ideología» , 22 de exageración del papel del elemento consciente , etcétera, se imaginan que el movimiento puramente obrero puede elaborar por sí solo, y elaborará, una ideología independiente con tal de que los obreros «arranquen su destino de manos de los dirigentes». Pero eso es un craso error. Para completar lo que acabamos de exponer, añadiremos las siguientes palabras, profundamente justas e importantes, dichas por K. Kautsky con motivo del proyecto de nuevo 23 programa del Partido Socialdemócrata Austríaco : Muchos de nuestros críticos revisionistas consideran que Marx ha afirmado que el desarrollo económico y la lucha de clases, además de crear las condiciones necesarias para la producción socialista, engendran directamente la conciencia (subrayado por K. K.) de su necesidad. Y esos críticos objetan que el país de mayor desarrollo capitalista, Inglaterra, es el que más lejos está de esa conciencia. A juzgar por el proyecto, podría creerse que esta sedicente concepción marxista ortodoxa, refutada de la manera indicada, es compartida por la comisión que redactó el programa austríaco. El proyecto dice: «Cuanto más crece el proletariado con el desarrollo capitalista, tanto más obligado se ve a emprender la lucha contra el capitalismo y tanto más capacitado está para emprenderla. El proletariado llega a adquirir conciencia» de que el socialismo es posible y necesario. En este orden de ideas, la conciencia socialista aparece como el resultado necesario e inmediato de la lucha de clase del proletariado. Eso es falso a todas luces. Por supuesto, el socialismo, como doctrina, tiene sus raíces en las relaciones económicas actuales, exactamente igual que la lucha de clase del proletariado; y lo mismo que esta última, 21 Carta de los «economicistas» en el número 12 de Iskra. Rabócheie Dielo, nº 10. 23 Neue Zeit, 1901-1902, XX, I, número 3, p. 79. El proyecto de la comisión a que se refiere C. Kautsky fue aprobado por el Congreso de Viena (a fines del año pasado) un tanto modificado. / En el Congreso de Viena del Partido Socialdemócrata Austríaco (2-6 de noviembre de 1901) se aprobó el nuevo programa del partido, en sustitución del viejo programa de Hainfeld (1888). En el proyecto del nuevo programa que preparó una comisión especial por encargo del Congreso de Brünn (1899), se hicieron serias concesiones al bernsteinianismo. 22 84 La espontaneidad de las masas y la conciencia de la socialdemocracia dimana de la lucha contra la pobreza y la miseria de las masas, pobreza y miseria que el capitalismo engendra. Pero el socialismo y la lucha de clases surgen juntos, aunque de premisas diferentes; no se derivan el uno de la otra. La conciencia socialista moderna solo puede surgir de profundos conocimientos científicos. En efecto, la ciencia económica contemporánea es premisa de la producción socialista en el mismo grado que, pongamos por caso, la técnica moderna; y el proletariado, por mucho que lo desee, no puede crear ni la una ni la otra; de la ciencia no es el proletariado, sino la intelectualidad burguesa (subrayado por K. K.): es del cerebro de algunos miembros de este sector de donde ha surgido el socialismo moderno, y han sido ellos quienes lo han transmitido a los proletarios destacados por su desarrollo intelectual, los cuales lo introducen luego en la lucha de clase del proletariado, allí donde las condiciones lo permiten. De modo que la conciencia socialista es algo introducido desde fuera (von Aussen Hineingetragenes) en la lucha de clase del proletariado, y no algo que ha surgido espontáneamente (urwüchsig) dentro de ella. De acuerdo con esto, ya el viejo programa de Heinfeld decía, con toda razón, que es tarea de la socialdemocracia introducir en el proletariado la conciencia (literalmente: llenar al proletariado de ella) de su situación y de su misión. No habría necesidad de hacerlo si esta conciencia derivara automáticamente de la lucha de clases. El nuevo proyecto, en cambio, ha transcrito esta tesis del viejo programa y la ha prendido a la tesis arriba citada. Pero esto ha interrumpido por completo el curso del pensamiento… Puesto que ni hablar se puede de una ideología independiente, elaborada por las propias 24 masas obreras en el curso mismo de su movimiento , el problema se plantea solamente así: ideología burguesa o ideología socialista. No hay término medio (pues la humanidad no ha elaborado ninguna «tercera» ideología, además, en general, en la sociedad desgarrada por las contradicciones de clase nunca puede existir una ideología al margen de las clases ni por encima de las clases). Por eso, todo lo que sea rebajar la ideología socialista, todo lo que sea separarse de ella significa fortalecer la ideología burguesa. Se habla de espontaneidad. Pero el desarrollo espontáneo del movimiento obrero marcha precisamente hacia la subordinación suya a la ideología burguesa, sigue precisamente el camino trazado en el programa del Credo, pues el movimiento obrero espontáneo es tradeunionismo, es Nur-Gewerkschaftlerei, y el tradeunionismo no es otra cosa que el sojuzgamiento ideológico de los obreros por la burguesía. De ahí que nuestra tarea, la tarea de la socialdemocracia, consista en combatir la espontaneidad, en apartar el movimiento obrero de este afán espontáneo del tradeunionismo, que tiende a cobijarse bajo el ala de la burguesía, y enrolarlo bajo el ala de la socialdemocracia revolucionaria. La frase de los autores de la carta «economista», publicada en el número 12 de Iskra, de que ningún esfuerzo de los ideólogos más inspirados podrá desviar el movimiento obrero del camino determinado por la interacción de los elementos materiales y el medio material equivale plenamente, por tanto, a renunciar al socialismo. Y si esos autores fuesen capaces de pensar en lo que dicen, de pensar hasta el fin con valentía y coherencia -como debe meditar sus ideas toda persona que actúa en la palestra literaria y social-, no les quedaría más remedio que «cruzar sobre el pecho vacío los brazos innecesarios» y… y ceder el terreno 24 Esto no quiere decir, naturalmente, que los obreros no participen en esa elaboración. Pero no participan como obreros, sino como teóricos del socialismo, como los Proudhon y los Weitling; dicho con otras palabras, solo participan en el momento y en la medida en que logran, en grado mayor o menor, dominar la ciencia de su siglo y hacerla avanzar. Y para que lo logren con mayor frecuencia, es necesario preocuparse lo más posible de elevar el nivel de conciencia de los obreros en general; es necesario que estos no se encierren en el marco, artificialmente restringido, de las «publicaciones para obreros», sino que aprendan a asimilar más y más 312 313 las publicaciones generales. Incluso sería más justo decir, en vez de «no se encierren», que «no sean encerrados», pues los obreros leen y quieren leer cuanto se escribe también para los intelectuales, y solo ciertos intelectuales (de ínfima categoría) creen que «para los obreros» basta relatar lo que ocurre en las fábricas y repetir cosas conocidas desde hace ya mucho tiempo. 85 La espontaneidad de las masas y la conciencia de la socialdemocracia a los señores Struve y Prokopóvich, que llevan el movimiento obrero «por la línea de la menor resistencia», es decir, por la línea del tradeunionismo burgués, o a los señores Zubátov, que lo llevan por la línea de la «ideología» clerical-policíaca. Recuerden el ejemplo de Alemania. ¿En qué consistió el mérito histórico de Lassalle ante el movimiento obrero alemán? En haber apartado ese movimiento del camino del tradeunionismo progresista y del cooperativismo, por el cual se encauzaba espontáneamente (con la participación benévola de los Schulze-Delitzsch y sus consortes). Para cumplir esta tarea fue necesario algo muy distinto de la charlatanería sobre la subestimación del elemento espontáneo, sobre la táctica-proceso, la interacción de los elementos y del medio, etcétera; para ello fue necesario desplegar una lucha encarnizada contra la espontaneidad, y solo como resultado de esa lucha, que ha durado largos años, se ha logrado, por ejemplo, que la población obrera de Berlín haya dejado de ser un puntal del Partido Progresista para convertirse en uno de los mejores baluartes de la socialdemocracia. Y esta lucha no ha terminado aún, ni mucho menos (como podrían creer quienes estudian la historia del movimiento alemán en los escritos de Prokopóvich, y su filosofía, en los de Struve). También hoy está fraccionada la clase obrera alemana, si es lícita la expresión, en varias ideologías: una parte de los obreros está agrupada en los sindicatos obreros católicos y monárquicos; 25 otra, en los sindicatos de Hirsch-Duncker , fundados por los admiradores burgueses del tradeunionismo inglés, y una tercera, en los sindicatos socialdemócratas. Esta última es incomparablemente mayor que las demás, pero la ideología socialdemócrata ha podido conquistar esta supremacía y podrá mantenerla solo en lucha tenaz contra todas las demás ideologías. Pero, preguntará el lector: ¿por qué el movimiento espontáneo, el movimiento por la línea de la menor resistencia, conduce precisamente al predominio de la ideología burguesa? Por la sencilla razón de que la ideología burguesa es, por su origen, mucho más antigua que la ideología socialista, porque su elaboración es más completa y porque posee medios 26 de difusión incomparablemente más poderosos . Y cuanto más joven sea el movimiento socialista en un país, tanto más enérgica deberá ser, por ello, la lucha contra toda tentativa de afianzar la ideología no socialista, con tanta mayor decisión se habrá de prevenir a los obreros contra los malos consejeros que protestan de «la exageración del elemento consciente», etc. Los autores de la carta «economista», al unísono con Rabóchei Dielo, fulminan la intolerancia, propia del período infantil del movimiento. Respondemos a eso: sí, nuestro movimiento se encuentra, en efecto, en la infancia; y para que llegue con mayor rapidez a la edad viril debe contagiarse precisamente de intolerancia con 25 Sindicatos de Hirsch-Duncker: organizaciones sindicales reformistas fundadas en Alemania en 1868 por M. Hirsch y F. Duncker, dirigentes del partido progresista burgués. Los organizadores de los sindicatos de Hirsch-Duncker propugnaban la «armonía» de intereses del trabajo y del capital, por lo que consideraban posible que los capitalistas pertenecieran a los sindicatos junto con los obreros. Negaban la conveniencia de la lucha huelguística y afirmaban que los obreros podían emanciparse de la opresión del capital en el marco de la propia sociedad capitalista mediante la legislación del Estado burgués y con ayuda de la organización sindical. Consideraban que la misión principal de los sindicatos era servir de intermediario entre los obreros y los patronos y acumular recursos pecuniarios. Su actividad se circunscribía principalmente a las cajas de ayuda mutua y a la labor cultural. Los sindicatos de Hirsch-Duncker, que existieron hasta mayo de 1933, jamás fueron una fuerza seria en el movimiento obrero alemán, pese a los esfuerzos de la burguesía y al apoyo de los organismos gubernamentales. En 1933, los dirigentes oportunistas de los sindicatos de Hirsch-Duncker ingresaron en el Frente de Trabajo fascista. 26 Se dice a menudo que la clase obrera tiende espontáneamente al socialismo. Esto es justo por completo en el sentido de que la teoría socialista determina, con más profundidad y exactitud que ninguna otra, las causas de las calamidades que padece la clase obrera, debido a lo cual los obreros la asimilan con tanta facilidad, siempre que esta teoría no ceda ante la espontaneidad, siempre que esta teoría supedite a la espontaneidad. Por lo general, esto se sobreentiende, pero Rabóchei Dielo lo olvida y lo desfigura. La clase obrera tiende al socialismo de manera espontánea; pero la ideología burguesa, la más difundida (y resucitada sin cesar en las formas más diversas), es, sin embargo, la que más se impone espontáneamente a los obreros. 86 La espontaneidad de las masas y la conciencia de la socialdemocracia quienes frenan su desarrollo prosternándose ante la espontaneidad. ¡Nada hay más ridículo y nocivo que dárselas de viejos militantes que han pasado hace ya mucho por todos los episodios decisivos de la lucha! En tercer lugar, el primer número de Rabóchaya Mysl nos muestra que la denominación de «economicismo» (a la cual, por supuesto, no pensamos renunciar, pues, de uno u otro modo, es un sobrenombre que ha arraigado ya) no expresa con suficiente exactitud la esencia de la nueva corriente. Rabóchaya Mysl no niega por completo la lucha política: en el Reglamento de las cajas, publicado en su primer número, se habla de la lucha contra el gobierno. Rabóchaya Mysl entiende solo que «la política sigue siempre dócilmente a la economía» (en tanto que Rabócheie Dielo varía esta tesis, asegurando en su programa que «en Rusia, más que en ningún otro país, la lucha económica está ligada de modo inseparable a la lucha política»). Estas tesis de Rabóchaya Mysl y de Rabócheie Dielo son falsas desde el comienzo hasta el fin si entendemos por política la política socialdemócrata. Como hemos visto ya, es muy frecuente que la lucha económica de los obreros esté ligada (si bien no de modo inseparable) a la política burguesa, clerical, etc. Las tesis de Rabóchei Dielo son justas si entendemos por política la política tradeunionista, es decir, la aspiración común de todos los obreros de arrancar al Estado tales o cuales medidas contra las calamidades propias de su situación, pero que no acaban aún con esa situación, o sea, que no suprimen el sometimiento del trabajo al capital. Esta aspiración es en verdad común tanto a los tradeunionistas ingleses, enemigos del socialismo, como a los obreros católicos, a los obreros «zubatovistas», etcétera. Hay diferentes tipos de política. Vemos, pues, que Rabóchaya Mysl, también en lo que respecta a la lucha política, lejos de negarla, rinde culto a su espontaneidad, a su falta de conciencia. Al reconocer plenamente la lucha política que surge en forma espontánea del propio movimiento obrero (o dicho con más exactitud: los anhelos y las reivindicaciones políticas de los obreros), renuncia por completo a elaborar independientemente una política socialdemócrata específica que corresponda a los objetivos generales del socialismo y a las condiciones actuales de Rusia. Más adelante, demostraremos que Rabóchei Dielo incurre en el mismo error. 27 El Grupo de Autoemancipación y Rabóchei Dielo Hemos examinado con tanto detalle el editorial, poco conocido y casi olvidado hoy, del primer número de Rabóchaya Mysl porque expresó antes y con mayor relieve que nadie esa corriente general que saldría después a la superficie por innumerables arroyuelos. V. I. tenía plena razón cuando, al elogiar el primer número y el editorial de Rabóchaya Mysl, dijo que había sido escrito «con fogosidad y vigor» (Listok «Rabótnika», nº 9-10, p. 49). Toda persona de convicciones firmes y que cree decir algo nuevo escribe «con vigor» y de manera que pone de relieve sus puntos de vista. solo quienes están acostumbrados a nadar entre dos aguas carecen de todo «vigor»; solo esa gente es capaz, después de haber elogiado ayer el vigor de Rabóchaya Mysl, de atacar hoy a sus adversarios porque den muestras de «vigor polémico». Sin detenernos en el Suplemento especial de Rabóchaya Mysl (distintos motivos nos obligarán más adelante a referirnos a esta obra, que expresa con la mayor coherencia las ideas de los «economicistas»), comentaremos solo brevemente el Llamamiento del Grupo de 27 Grupo de Autoemancipación de la clase obrera: pequeño grupo de «economicistas»; surgió en Petersburgo en el otoño de 1898 y existió varios meses. Publicó un manifiesto exponiendo sus objetivos -fechado en marzo de 1899 y aparecido en la revista Nakanunie (La Víspera) en julio del mismo año, sus estatutos y varias proclamas dirigidas a los obreros. 87 La espontaneidad de las masas y la conciencia de la socialdemocracia Autoemancipación de los Obreros (marzo de 1899, reproducido en Nakanunie de Londres, número 7, julio del mismo año). Los autores de este llamamiento dicen con toda razón que «la Rusia obrera solo empieza a despertar, a mirar en torno suyo y se aferra instintivamente a los medios de lucha que tiene a mano». Pero deducen de ahí la misma conclusión falsa de que Rabóchaya Mysl, olvidando que lo instintivo es precisamente lo inconsciente (lo espontáneo), en cuya ayuda deben acudir los socialistas; que los medios de lucha «que se tienen a mano» serán siempre, en la sociedad actual, medios tradeunionistas de lucha, y que la primera ideología «que se tiene a mano» será la ideología burguesa (tradeunionista). Esos autores tampoco «niegan» la política, sino que, siguiendo al señor V. V., dicen solamente (¡solamente!) que la política es una superestructura y que, por ello, «la agitación política debe ser una superestructura de la agitación en pro de la lucha económica, debe nacer de ella y seguirla». En cuanto a Rabóchei Dielo, comenzó su actividad precisamente por la «defensa» de los «economicistas». Después de haber afirmado con evidente falsedad, ya en su primer número (nº 1, pp. 141-142), que «ignoraba a qué camaradas jóvenes se había referido Axelrod» en 28 su conocido folleto , al hacer una advertencia a los «economicistas», Rabóchei Dielo tuvo que reconocer, en la polémica con Axelrod y Plejánov a propósito de esa falsedad, que, «fingiendo no saber de quién se trataba, quiso defender de esa acusación injusta a todos los emigrados socialdemócratas más jóvenes» (Axelrod acusaba de estrechez de miras a los 29 «economicistas») . En realidad, dicha acusación era completamente justa, y Rabóchei Dielo sabía muy bien que se aludía, entre otros, a V. I., miembro de su redacción. Señalaré de paso que en la polémica mencionada, Axelrod tenía completa razón, y Rabóchei Dielo se equivocaba de medio a medio en la interpretación de mi folleto Las tareas de 30 los socialdemócratas rusos . Este folleto fue escrito en 1897, antes de que apareciera Rabóchaya Mysl, cuando yo consideraba con todo fundamento que la tendencia inicial de la Unión de Lucha de San Petersburgo, que he definido más arriba, era la predominante. Y por lo menos hasta mediados de 1898, esa tendencia predominó, en efecto. Por eso, Rabóchei Dielo no tenía ningún derecho a remitirse, para refutar la existencia y el peligro del «economicismo», a un folleto que exponía concepciones desplazadas en San Petersburgo en 1897-1898 por 31 las concepciones «economicistas» . Pero Rabóchei Dielo no solo «defendía» a los «economicistas», sino que él mismo caía continuamente en sus equivocaciones principales. Esto se debía al modo ambiguo de interpretar la siguiente tesis de su propio programa: 28 En torno a las tareas actuales y la táctica de los socialdemócratas rusos. Ginebra, 1898, Dos cartas a Rabóchaya Gazeta, escritas en 1897. 29 La polémica entre el grupo Emancipación del Trabajo y la Redacción de Rabócheie Dielo se inició en abril de 1899 con la publicación, en el número 1 de dicho periódico, de una reseña del folleto de Lenin Las tareas de los socialdemócratas rusos (Ginebra, 1898). La Redacción de Rabócheie Dielo negaba en la reseña el carácter oportunista de la Unión de Socialdemócratas Rusos en el extranjero y la creciente influencia de los «economicistas» en las organizaciones socialdemócratas de Rusia. Al mismo tiempo, afirmaba que «el contenido del folleto coincide por completo con el programa de la Redacción de Rabócheie Dielo» y que la Redacción ignoraba «a qué camaradas “jóvenes” se refiere Axelrod» en el prefacio al folleto. En la Carta a la Redacción de Rabócheie Dielo, escrita en agosto de 1889, P. Axelrod demostró la inconsistencia de los intentos del periódico de identificar la posición de la socialdemocracia revolucionaria (expuesta por Lenin en el folleto Las tareas de los socialdemócratas rusos con la posición de los oportunistas rusos y extranjeros. La polémica con Rabócheie Dielo continuó más tarde en las páginas de Iskra y Zariá. 30 Nakanunie (La Víspera): revista mensual de orientación populista, se editó en Londres, en ruso, desde enero de 1899 hasta febrero de 1902, apareciendo 37 números. La revista agrupó a su alrededor a representantes de diferentes partidos y corrientes pequeñoburgueses. 31 V. I. Lenin: Obras completas, 5ª ed. en ruso, t. 2, pp. 433-470. (Nota de los editores.) 88 La espontaneidad de las masas y la conciencia de la socialdemocracia 32 El movimiento obrero de masas surgido en los últimos años es, a juicio nuestro, un fenómeno 33 de la mayor importancia de la vida rusa y está llamado principalmente a determinar las tareas y el carácter de la actividad literaria de la Unión». Es indiscutible que el movimiento de masas representa un fenómeno de la mayor importancia. Pero la cuestión estriba en la manera de concebir «cómo determina las tareas» este movimiento de masas. Puede concebirse de dos maneras: o bien en el sentido del culto a la espontaneidad de ese movimiento, es decir, reduciendo el papel de la socialdemocracia al de simple servidor del movimiento obrero como tal (así la conciben Rabóchaya Mysl, el Grupo de Autoemancipación y los demás «economicistas»); o bien en el sentido de que el movimiento de masas nos plantea nuevas tareas teóricas, políticas y orgánicas, mucho más complejas que las tareas con que podíamos contentarnos antes de que apareciera el movimiento de masas. Rabóchei Dielo tendía y tiende a concebirla precisamente en el primer sentido, pues no ha dicho nada concreto acerca de las nuevas tareas y ha razonado todo el tiempo como si el «movimiento de masas» nos eximiera de la necesidad de comprender con claridad y cumplir las tareas que éste plantea. Será suficiente recordar que Rabóchei Dielo consideraba imposible señalar al movimiento obrero de masas como primera tarea el derrocamiento de la autocracia, rebajando esta tarea (en nombre del movimiento de masas) al nivel de la lucha por reivindicaciones políticas inmediatas (Respuestas, p. 25). Dejemos a un lado el artículo La lucha económica y política en el movimiento ruso, publicado por B. Krichevski, director de Rabóchei Dielo, en el número 7 -artículo en que se repiten esos 34 mismos errores -, y pasemos directamente al número 10 de dicho periódico. Por supuesto, no nos detendremos a analizar objeciones aisladas de B. Krichevski y Martínov contra Zariá e Iskra. Lo único que nos interesa aquí es la posición de principios que ha adoptado Rabócheie Dielo en su número 10. No nos detendremos, por ejemplo, a examinar el caso curioso de que Rabóchei Dielo vea una «contradicción flagrante» entre la tesis: La socialdemocracia no se ata las manos, no circunscribe sus actividades a un plano o procedimiento cualesquiera de lucha política concebidos de antemano: admite todos los medios de lucha con tal de que correspondan a las fuerzas efectivas del 35 partido, etcétera (nº 1 de Iskra) y la tesis: 32 Defendiéndose, Rabócheie Dielo completó su primera falsedad («ignoramos a qué camaradas jóvenes se ha referido PB Axelrod») con una segunda, al escribir en su Respuesta: «Desde que apareció la reseña de Las tareas, entre algunos socialdemócratas rusos han surgido o se han definido con mayor o menor claridad tendencias hacia la unilateralidad económica, que significan un paso atrás en comparación con el estado de nuestro movimiento esbozado en Las tareas» (p. 9). Esto lo dice la Respuesta publicada en 1900. Pero el primer número de Rabócheie Dielo (con la reseña) apareció en abril de 1899. ¿Es que el «economicismo» surgió solo en 1899? No, en 1899 se oyó por vez primera la voz de protesta de los socialdemócratas rusos contra el «economicismo» (la protesta contra el Credo). (V. I. Lenin: Obras completas, 5ª ed. en ruso, t. 4, pp. 163-176. Nota de los editores.) El «economicismo» surgió en 1897, como sabe muy bien Rabócheie Dielo, pues, VI elogiaba a Rabóchaya Mysl ya en noviembre de 1898 (Listok «Rabótnika», número 9-10). 33 Cursivas de Rabóchei Dielo. 34 Cursivas nuestras. 35 Por ejemplo, en ese artículo se expone con las siguientes palabras la «teoría de las fases» o teoría de los «tímidos zigzags» en la lucha política: «Las reivindicaciones políticas que, por su carácter, son comunes a toda Rusia deben, sin embargo, durante los primeros tiempos corresponder a la experiencia adquirida por el sector dado (¡sic!) de obreros en la lucha económica. Solo (!) tomando como base esta experiencia, se puede y se debe iniciar la agitación política», etcétera (p. 11). En la página 4, indignado el autor por las acusaciones de herejía economista, carentes de todo fundamento, según él, exclama con tono patético: «Pero, ¿qué socialdemócrata ignora que, según la doctrina de Marx y Engels, los intereses económicos de las distintas clases desempeñan un papel decisivo en la historia y que, por tanto, en particular la lucha del proletariado por sus intereses económicos debe tener una importancia primordial para su desarrollo como clases y para su lucha emancipadora?». Este «por tanto» está completamente fuera de lugar. Del hecho de que los intereses económicos desempeñan un papel decisivo en modo alguno se deduce que la lucha económica (sindical) tenga una importancia primordial, pues los intereses más esenciales y «decisivos» de las clases pueden satisfacerse en general únicamente por medio de transformaciones políticas radicales, en particular, el interés económico fundamental del proletariado solo puede beneficiarse por medio de una revolución política que sustituya 89 La espontaneidad de las masas y la conciencia de la socialdemocracia Si no existe una organización fuerte con experiencia de lucha política en cualquier situación y en cualquier período no se puede ni hablar de un plan sistemático de actividad, basado en principios firmes y aplicado rigurosamente, del único plan que 36 merece el nombre de táctica (nº 4 de Iskra) . Cuando se quiere hablar de táctica, confundir la admisión en principio de todos los medios de lucha, de todos los planes y procedimientos con tal de que sirvan para lograr el fin propuesto, con la exigencia de guiarse en un momento político concreto por un plan aplicado a rajatabla equivale a confundir que la medicina admite todos los sistemas terapéuticos con la exigencia de que en el tratamiento de una enfermedad concreta se siga siempre un sistema determinado. Pero de lo que se trata, precisamente, es de que Rabóchei Dielo, que padece de una enfermedad que hemos llamado culto a la espontaneidad, no quiere admitir ningún «sistema terapéutico» para curar esta enfermedad. Por eso ha hecho el notable descubrimiento de que 37 «la táctica-plan está en contradicción con el espíritu fundamental del marxismo» , de que la táctica es «un proceso de crecimiento de las tareas del partido, las cuales crecen junto con 38 éste» . Esta segunda máxima tiene todas las probabilidades de hacerse célebre, de convertirse en un monumento imperecedero a la «tendencia» de Rabóchei Dielo. A la pregunta de «¿A dónde ir?», este órgano dirigente responde: El movimiento es un proceso de cambio de la distancia entre el punto de partida y el punto subsiguiente del movimiento. Esta incomparable profundidad de pensamiento no solo es curiosa (si solo fuera curiosa no valdría la pena detenerse especialmente en ella), sino que representa, además, el programa de toda una tendencia, a saber: el mismo programa que R. M. expuso (en el Suplemento especial suyo) con las siguientes palabras: es deseable la lucha que es posible, y es posible la lucha que se sostiene en un momento dado. Ésta es precisamente la tendencia del oportunismo ilimitado, que se adapta en forma pasiva a la espontaneidad. «¡La táctica-plan está en contradicción con el espíritu fundamental del marxismo!». Eso es una calumnia contra el marxismo, eso equivale a convertirlo en la caricatura que nos oponían los populistas en su guerra contra nosotros. ¡Eso es precisamente aminorar la iniciativa y la energía de los militantes conscientes, mientras que el marxismo, por el contrario, da un impulso gigantesco a la iniciativa y a la energía de los socialdemócratas, abriendo ante ellos las perspectivas más vastas, poniendo a su disposición (si podemos expresarnos así) las fuerzas poderosas de los millones y millones que constituyen la clase obrera, la cual se alza a la lucha «espontáneamente!». Toda la historia de la socialdemocracia internacional abunda en planes, propuestos ora por uno, ora por otro líder político, que demuestran la perspicacia y la justedad de las concepciones que uno tiene de política y organización o revelan la miopía y los errores políticos de otro. Cuando Alemania dio uno de los mayores virajes históricos -la formación del Imperio, la apertura del Reichstag, la concesión del sufragio universal-, Liebknecht tenía un plan de la política y la acción en general de la socialdemocracia, y Schweitzer tenía otro. Cuando sobre los socialistas alemanes cayó la Ley de excepción, Most y Hasselman, dispuestos a exhortar pura y simplemente a la violencia y al terrorismo, tenían un plan; Höchberg, Schramm y (en parte) Bernstein tenían la dictadura de la burguesía con la dictadura del proletariado. B. Krichevski repite el razonamiento de los «VV de la socialdemocracia rusa» (la política sigue a la economía, etcétera) y de los bernsteinianos de la alemana (por ejemplo, Woltmann alegaba precisamente los mismos argumentos para tratar de demostrar que los obreros, antes de pensar de una revolución política, deben adquirir una «fuerza económica»). / Esto se escribe en agosto de 1900. / Cursivas nuestras. 36 V. I. Lenin: Obras completas, 5ª ed. en ruso, t. 4, p. 376. (Nota de los editores.) 37 Número 10, p. 18. 38 V. I. Lenin: Obras completas, 5ª ed. en ruso, t. 5, pp. 6-7. (Nota de los editores.) 90 La espontaneidad de las masas y la conciencia de la socialdemocracia otro plan, y empezaron a predicar a los socialdemócratas que, con su insensata brusquedad y su revolucionarismo, habían provocado esa ley y debían ganarse el perdón con una conducta ejemplar; tenían un tercer plan quienes prepararon y llevaron a la práctica la publicación de 39 un órgano de prensa clandestino . Al mirar al pasado, muchos años después de terminar la lucha por la elección del camino y de haber pronunciado la historia su veredicto sobre el acierto del camino elegido, no es difícil, claro está, revelar profundidad de pensamiento, proclamando la máxima de que las 40 tareas del partido crecen con éste. Pero limitarse en un momento de confusión , cuando los «críticos» y los «economicistas» rusos hacen descender a la socialdemocracia al nivel del tradeuninismo, y los terroristas propugnan con empeño la adopción de una «táctica-plan» que repite los viejos errores, a semejante profundidad de pensamiento significa extenderse a sí mismo un «certificado de pobreza». Decir en un momento en que muchos socialdemócratas rusos padecen precisamente de falta de iniciativa y energía, de falta de «amplitud en la 41 propaganda, agitación y organización políticas» , de falta de «planes» para organizar a mayor escala la labor revolucionaria, decir en un momento así, que cuando «la táctica-plan está en contradicción con el espíritu fundamental del marxismo» no solo significa envilecer el marxismo en el sentido teórico, sino, en la práctica, tirar del partido hacia atrás. 42 El socialdemócrata revolucionario -nos alecciona más adelante Rabóchei Dielo- se plantea la única tarea de acelerar con su labor consciente el desarrollo objetivo, y no suprimirlo o sustituirlo con planes subjetivos. Iskra sabe todo esto en teoría. Pero la magna importancia que el marxismo atribuye justamente a la labor revolucionaria consciente la lleva, en la práctica, debido a su concepción doctrinaria de la táctica, a aminorar la importancia del elemento objetivo o espontáneo del desarrollo. Otra vez la mayor confusión teórica, digna del señor V. V. y cofradía. Pero desearíamos preguntar a nuestro filósofo: ¿en qué puede manifestarse la «aminoración» del desarrollo objetivo por parte de un autor de planes subjetivos? Evidentemente, en perder de vista que este desarrollo objetivo crea o afianza, hunde o debilita a estas o las otras clases, sectores y grupos, a tales o cuales naciones, grupos de naciones, etcétera, condicionando así una u otra agrupación política internacional de fuerzas, una u otra posición de los partidos revolucionarios, etcétera; pero el pecado de tal autor no consistirá entonces en aminorar el elemento espontáneo, sino en aminorar, por el contrario, el elemento consciente, pues le faltará «conciencia» para comprender con acierto el desarrollo objetivo. 43 Por eso, el mero hecho de hablar de «apreciación de la importancia relativa» de lo espontáneo y lo consciente revela una falta absoluta de «conciencia». Si ciertos «elementos espontáneos del desarrollo» son accesibles en general a la conciencia humana, su apreciación errónea equivaldrá a «aminorar el elemento consciente». Y si son inaccesibles a la conciencia, no los conocemos ni podemos hablar de ellos. 39 Véase p. 11; las cursivas son de Rabóchei Dielo. Ein Jahr der Verwirrung (Un Año de Confusión): así ha titulado Mehring el apartado de su historia de la socialdemocracia alemana en que describe los titubeos y la indecisión que manifestaron los socialistas en un principio, al elegir la «tácticaplan» que correspondía a las nuevas condiciones. 41 Del editorial del número 1 de Iskra (V. I. Lenin: Tareas urgentes de nuestro movimiento. (Nota de los editores.) 42 Se alude al periódico Der Sozialdemokrat (El Socialdemócrata): órgano central del Partido Socialdemócrata de Alemania durante el período de vigencia de la Ley de excepción contra los socialistas. Se publicó en Zurich desde el 28 de septiembre de 1879 hasta el 22 de septiembre de 1888, y en Londres desde el 1 de octubre de 1888 hasta el 27 de septiembre de 1890. En 1879 y 1880 fue dirigido por G. Vollmar, y desde enero de 1881, por K. Bernstein, sobre el que Engels ejercía entonces gran influencia. La dirección ideológica de Engels garantizaba la orientación marxista de Der Sozialdemokrat. Este dejó de publicarse al ser derogada la Ley de excepción contra los socialistas, volviendo a ser órgano central del partido del periódico Vorwärts (Adelante). 43 La cursiva es de Rabócheie Dielo. 40 91 La espontaneidad de las masas y la conciencia de la socialdemocracia ¿De qué habla, pues, B. Krichevski? Si considera erróneos los «planes subjetivos» de Iskra (y él los declara erróneos), debería probar qué hechos objetivos no son tenidos en cuenta en esos planes y acusar a Iskra, por ello, de falta de conciencia, de «aminoración del elemento consciente», usando su lenguaje. Pero si, descontento con los planes subjetivos, no tiene más argumento que el de invocar la «aminoración del elemento espontáneo», lo único que demuestra es: 1) En teoría, comprende el marxismo a lo Karéiev y a lo Mijailovski, suficientemente 44 ridiculizados por Béltov . 2) En la práctica, se da totalmente por satisfecho con los «elementos espontáneos del desarrollo», que arrastraron a nuestros marxistas legales al bernteinianismo, y a nuestros socialdemócratas, al «economicismo», y muestra «gran indignación» con quienes han decidido apartar contra viento y marea a la socialdemocracia rusa del camino del desarrollo «espontáneo». Y más adelante, siguen ya cosas divertidísimas: De la misma manera que los hombres, pese a todos los éxitos de las ciencias naturales, seguirán multiplicándose por el método antediluviano, el nacimiento de un nuevo régimen, pese a todos los éxitos de las ciencias sociales y el aumento del número de luchadores conscientes, seguirá siendo asimismo principalmente resultado de explosiones espontáneas. De la misma manera que la sabiduría antediluviana dice que no hace falta mucha inteligencia 45 para tener hijos, la sabiduría de los «socialistas modernos» (a lo Narciso Tuporílov) proclama: cualquiera tendrá inteligencia suficiente para participar en el nacimiento espontáneo de un nuevo régimen social. Nosotros también creemos que cualquiera tendrá inteligencia suficiente. Para participar de ese modo, basta dejarse arrastrar por el «economicismo» cuando reina el «economicismo», y por el terrorismo, cuando ha surgido el terrorismo. Así, en la primavera de este año, cuando tanta importancia tenía prevenir contra la inclinación al terrorismo, Rabócheie Dielo estaba perplejo ante este problema «nuevo» para él. Y seis meses más tarde, cuando el problema ha dejado de ser actual, nos ofrece a un mismo tiempo la declaración de que «creemos que la tarea de la socialdemocracia no puede ni debe consistir 46 en contrarrestar el auge del espíritu terrorista» y la resolución del congreso: «El congreso 47 considera inoportuno el terrorismo ofensivo sistemático» . ¡Con qué magnífica claridad e ilación está dicho! No nos oponemos, pero lo declaramos inoportuno; y lo declaramos de tal manera, que el terror no sistemático y defensivo no va incluido en la «resolución». ¡Es forzoso reconocer que semejante resolución está a cubierto de todo peligro y queda garantizada por completo contra los errores, como lo está un hombre que habla por hablar! Y para redactar semejante resolución solo hacía falta una cosa: saber mantenerse a la zaga del movimiento. Cuando Iskra se burló de Rabóchei Dielo por haber declarado que el programa 48 del terrorismo era nuevo , Rabóchei Dielo, enfadado, acusó a Iskra de tener «la pretensión verdaderamente increíble, de imponer a la organización del partido la solución que ha dado 44 Gueorgui Plejánov publicó con el seudónimo de N. Béltov su conocida obra Acerca del desarrollo de la concepción monista de la historia, editada en Petersburgo en 1895. 45 Se trata de la poesía satírica «Himno del moderno socialista ruso», publicada en el número 1 de Zariá (abril de 1901) por Y. Mártov con la firma de «Narciso Tuporílov». En ella ridiculizaba a los «economicistas» por su adaptación al movimiento espontáneo. 46 Rabóchei Dielo, número 10, p. 23. 47 Dos congresos, p. 18. 48 V. I. Lenin: Obras completas, 5ª ed. en ruso, t. 5, p. 7-8. (Nota de los editores.) 92 La espontaneidad de las masas y la conciencia de la socialdemocracia 49 a los problemas de táctica hace más de quince años un grupo de escritores emigrados» . En efecto, ¡qué pretensión y qué exageración del elemento consciente: resolver de antemano los problemas en teoría, para luego convencer de la justedad de esa solución tanto a la 50 organización como al partido y a las masas ! ¡Otra cosa es repetir simplemente cosas trilladas y, sin «imponer» nada a nadie, someterse a cada «viraje», ya sea hacia el «economicismo», ya sea hacia el terrorismo! Rabóchei Dielo llega incluso a generalizar este gran precepto de la sabiduría de la vida, acusando a Iskra y Zariá de «oponer su programa al movimiento, 51 como un espíritu que se cierne sobre un caos amorfo» . Pero, ¿en qué consiste el papel de la socialdemocracia sino en ser el «espíritu» que no solo se cierne sobre el movimiento espontáneo, sino que eleva a este último al nivel de «su programa»? Porque no ha de consistir en seguir arrastrándose a la zaga del movimiento, lo que, en el mejor de los casos, sería inútil para el propio movimiento y, en el peor de los casos, nocivo en extremo. Pero Rabócheie Dielo no solo sigue esta «táctica-proceso», sino que la erige en principio, de modo que sería más justo llamar a esta tendencia seguidismo (de la palabra «seguir a la zaga»), en vez de oportunismo. Y es obligado reconocer que quienes han decidido firmemente seguir siempre a la zaga del movimiento están asegurados, en absoluto y para siempre, contra la «aminoración del elemento espontáneo del desarrollo». Así pues, hemos podido convencernos de que el error fundamental de la «nueva tendencia» en la socialdemocracia rusa consiste en rendir culto a la espontaneidad, en no comprender que la espontaneidad de las masas exige de nosotros, los socialdemócratas, una elevada conciencia. Cuanto más crece la lucha espontánea de las masas, cuanto más amplio se hace el movimiento, tanto mayor, incomparablemente mayor, es el imperativo de elevar con rapidez la conciencia en la labor teórica, política y orgánica de la socialdemocracia. La activación espontánea de las masas en Rusia ha sido (y sigue siendo) tan rápida que la juventud socialdemócrata ha resultado poco preparada para cumplir estas tareas gigantescas. Esta falta de preparación es nuestra desgracia común, una desgracia de todos los socialdemócratas rusos. La activación de las masas se ha producido y aumentado de manera continua y sucesiva, y lejos de cesar donde había comenzado, se ha extendido a nuevas localidades y nuevos sectores de la población (bajo la influencia del movimiento obrero se ha reanimado la efervescencia entre la juventud estudiantil, entre los intelectuales en general e incluso entre los campesinos). Pero los revolucionarios se han rezagado de la creciente actividad de las masas, tanto en sus «teorías» como en su labor, no han logrado crear una organización permanente que funcione sin interrupciones y sea capaz de dirigir todo el movimiento. En el primer capítulo hemos consignado que Rabóchei Dielo rebaja nuestras tareas teóricas y repite «espontáneamente» el grito de moda: «libertad de crítica»; quienes lo repiten no han tenido «conciencia» suficiente para comprender que las posiciones de los «críticos» oportunistas y las de los revolucionarios en Alemania y en Rusia son diametralmente opuestas. En los capítulos siguientes examinaremos cómo se ha manifestado este culto a la espontaneidad en el terreno de las tareas políticas y en la labor de organización de la socialdemocracia. 49 Véase p. 24. Tampoco debe olvidarse que, al resolver «en teoría» el problema del terrorismo, el grupo Emancipación del Trabajo sintetizó la experiencia del movimiento revolucionario anterior. 51 Véase p. 29. 50 93 Política tradeunionista y política socialdemócrata Comenzaremos una vez más haciendo un elogio a Rabócheie Dielo. En su número 10 publica un artículo de Martínov sobre las discrepancias con Iskra, titulado «Literatura de denuncias y lucha proletaria». «No podemos limitarnos a denunciar el estado de cosas que entorpece su desarrollo (el del partido obrero). Debemos también hacernos eco de los intereses inmediatos y cotidianos del proletariado». Así formula Martínov la esencia de esas discrepancias. Iskra… es de hecho el órgano de la oposición revolucionaria, que denuncia el estado de cosas reinante en nuestro país y, principalmente, el régimen político… Nosotros, en cambio, trabajamos y seguiremos trabajando por la causa obrera en estrecha conexión orgánica con la lucha proletaria. Es forzoso agradecer a Martínov esta fórmula. Adquiere un notable interés general, porque, en el fondo, no abarca solo, ni mucho menos, nuestras discrepancias con Rabóchei Dielo: abarca también, en general, todas las discrepancias existentes entre nosotros y los «economicistas» respecto a la lucha política. Hemos demostrado ya que los «economicistas» no niegan en absoluto la «política», sino que únicamente se desvían a cada paso de la concepción socialdemócrata de la política hacia la concepción tradeunionista. De la misma manera se desvía Martínov, y por eso estaremos dispuestos a tomarlo por modelo de las aberraciones economicistas en esta cuestión. Trataremos de demostrar que nadie podrá ofenderse con nosotros por esta elección: ni los autores del Suplemento especial de Rabóchaya Mysl, ni los autores del Llamamiento del Grupo de Autoemancipación, ni los autores de la carta economista» publicada en el número 12 de Iskra. La agitación política y su restricción por los economicistas 1 Todo el mundo sabe que la lucha económica de los obreros rusos alcanzó gran extensión y se consolidó a la par con la aparición de «publicaciones» de denuncias económicas (concernientes a las fábricas y los oficios). El contenido principal de las «octavillas» consistía en denunciar la situación existente en las fábricas, y entre los obreros se desencadenó pronto una verdadera pasión por estas denuncias. En cuanto los obreros vieron que los círculos socialdemócratas querían y podían proporcionarles hojas de nuevo tipo -que les decían toda la verdad sobre su vida miserable, su trabajo increíblemente penoso y su situación de parias-, comenzaron a inundarlos, por decirlo así, de cartas de las fábricas y los talleres. 1 Advertimos, para evitar equívocos, que en la exposición que sigue entendemos por lucha económica (según el uso arraigado entre nosotros) la «lucha económica práctica» que Engels denominó, en la cita reproducida antes, «resistencia a los capitalistas» y que en los países libres se llama lucha gremial, sindical o tradeunionista. 94 Política tradeunionista y política socialdemócrata Estas «literatura de denuncias» causaban inmensa sensación tanto en las fábricas cuyo estado de cosas fustigaban como en todas las demás a las que llegaban noticias de los hechos denunciados. Y puesto que las necesidades y las desgracias de los obreros de distintas empresas y de diferentes oficios tienen mucho de común, la «verdad sobre la vida obrera» entusiasmaba a todos. Entre los obreros más atrasados se propagó una verdadera pasión por «ser publicado», pasión noble por esta forma embrionaria de guerra contra todo el sistema social moderno, basado en el pillaje y la opresión. Y las «octavillas», en la inmensa mayoría de los casos, eran de hecho una declaración de guerra, pues la denuncia producía un efecto terriblemente excitante, movía a todos los obreros a reclamar que se pusiera fin a los escándalos más flagrantes y los disponía a defender sus reivindicaciones por medio de huelgas. Los propios fabricantes tuvieron, en fin de cuentas, que reconocer hasta tal punto la importancia de estas octavillas como declaración de guerra, que, muy a menudo, ni siquiera querían esperar a que empezase la guerra. Las denuncias, como ocurre siempre, tenían fuerza por el mero hecho de su aparición y adquirían el valor de una poderosa presión moral. Más de una vez bastó con que apareciera una octavilla para que las reivindicaciones fuesen satisfechas total o parcialmente. En una palabra, las denuncias económicas (fabriles) han sido y son un resorte importante de la lucha económica. Y seguirán conservando esta importancia mientras exista el capitalismo, que origina necesariamente la autodefensa de los obreros. En los países europeos más adelantados se puede observar, incluso hoy, que las denuncias de escándalos en alguna «industria de oficio» de un rincón perdido o en alguna rama del trabajo a domicilio, olvidada de todas, se convierten en punto de partida para despertar la conciencia de clase, para iniciar 2 la lucha sindical y la difusión del socialismo . Durante los últimos tiempos, la inmensa mayoría de los socialdemócratas rusos han estado absorbidos casi enteramente por esta labor de organización de las denuncias de los abusos cometidos en las fábricas. Basta con recordar Rabóchaya Mysl para ver a qué extremo había llegado esa absorción y cómo se olvidaba que semejante actividad, por sí sola, no era aún, en el fondo, socialdemócrata, sino solo tradeunionista. En realidad, las denuncias no se referían más que a las relaciones de los obreros de un oficio determinado con sus patronos respectivos, y lo único que lograban era que los vendedores de la fuerza de trabajo aprendieran a vender a mejor precio esta «mercancía» y a luchar contra los compradores en el terreno de las transacciones puramente comerciales. Estas denuncias podían convertirse (siempre que las aprovechara en cierto grado la organización de los revolucionarios) en punto de partida y elemento integrante de la actividad socialdemócrata, pero podían conducir también (y, con el culto a la espontaneidad, debían conducir) a la lucha «exclusivamente sindical» y a un movimiento obrero no socialdemócrata. La socialdemocracia dirige la lucha de la clase obrera no solo para conseguir ventajosas condiciones de venta de la fuerza de trabajo, sino para destruir el régimen social que obliga a los desposeídos a venderse a los ricos. 2 En este capítulo hablamos únicamente de la lucha política, de su concepción más amplia o más estrecha. Por eso señalaremos solo de paso, como un simple hecho curioso, la acusación lanzada por Rabóchei Dielo contra Iskra de «moderación excesiva» con respecto a la lucha económica. Si los señores acusadores midieran por puds o por pliegos de imprenta (como gustan de hacerlo) la sección de Iskra dedicada a la lucha económica durante el año y la compararan con la misma sección de Rabóchei Dielo y Rabóchaya Mysl juntos, verían fácilmente que, incluso en este sentido, están atrasados. Es evidente que el conocer esta sencilla verdad les obliga a recurrir a argumentos que demuestran con claridad su confusión. «Iskra -escriben-, quiéralo o no (!), tiene (!) que tomar en consideración las demandas imperiosas de la vida y publicar, por lo menos (!), cartas sobre el movimiento obrero». ¡Menudo argumento para hacernos trizas! / Dos congresos, p. 27; acusación repetida con machaconería por Martínov en su folleto «La socialdemocracia y la clase obrera». / Dos congresos, p. 27. 95 Política tradeunionista y política socialdemócrata La socialdemocracia representa a la clase obrera en sus relaciones no solo con un grupo determinado de patronos, sino con todas las clases de la sociedad contemporánea, con el Estado como fuerza política organizada. Se comprende, por tanto, que, lejos de poder limitarse a la lucha económica, los socialdemócratas no pueden ni admitir que la organización de denuncias económicas constituya su actividad predominante. Debemos emprender una intensa labor de educación política de la clase obrera, de desarrollo de su conciencia política. Ahora, después del primer embate de Zariá e Iskra contra el «economicismo», «todos están de acuerdo» con eso (aunque algunos lo están solo de palabra, como veremos enseguida). Cabe preguntar: ¿en qué debe consistir la educación política? ¿Podemos limitarnos a propagar la idea de que la clase obrera es hostil a la autocracia? Está claro que no. No basta con explicar la opresión política de que son objeto los obreros (de la misma manera que era insuficiente explicarles el antagonismo entre sus intereses y los de los patronos). Hay que hacer agitación con motivo de cada hecho concreto de esa opresión (como hemos empezado a hacerla con motivo de las manifestaciones concretas de opresión económica). Y puesto que las más diversas clases de la sociedad son víctimas de esta opresión, puesto que se manifiesta en los más diferentes ámbitos de la vida y de la actividad sindical, cívica, personal, familiar, religiosa, científica, etcétera, ¿no es evidente que incumpliríamos nuestra misión de desarrollar la conciencia política de los obreros si no asumiéramos la tarea de organizar una campaña de denuncias políticas de la autocracia en todos los aspectos? Porque para hacer agitación con motivo de las manifestaciones concretas de la opresión, es preciso denunciar esas manifestaciones (lo mismo que para hacer agitación económica era necesario denunciar los abusos cometidos en las fábricas). Podría creerse que esto está claro. Pero aquí precisamente resulta que solo de palabra están «todos» de acuerdo con que es necesario desarrollar la conciencia política en todos sus aspectos. Aquí precisamente resulta que Rabóchei Dielo, por ejemplo, lejos de asumir la tarea de organizar denuncias políticas en todos los aspectos (o comenzar su organización), se ha puesto a arrastrar hacia atrás también a Iskra, que había iniciado esa labor. Escuchen: «La lucha política de la clase obrera es solo» (precisamente no es solo) «la forma más 3 desarrollada, amplia y eficaz de la lucha económica» . «En la actualidad, los socialdemócratas tienen planteada la tarea de dar a la lucha económica misma, en la medida de lo posible, 4 un carácter político» . «La lucha económica es el medio que se puede aplicar con la mayor 5 amplitud para incorporar a las masas a la lucha política activa» : como ve el lector, Rabóchei Dielo está impregnado de todas estas tesis desde su aparición hasta las últimas «instrucciones a la redacción», y todas ellas expresan, evidentemente, un mismo parecer de la agitación y la lucha políticas. Analicen, pues, este parecer desde el punto de vista de la opinión, dominante entre todos los «economicistas», de que la agitación política debe seguir a la económica. ¿Será cierto que 6 la lucha económica es, en general , «el medio que se puede aplicar con la mayor amplitud» para incorporar a las masas a la lucha política? Es falso por completo. Medios «que se 3 Programa de Rabóchei Dielo, véase su número 1, p. 3. Martinóv en el número 10, p. 42. 5 Resolución del Congreso de la Unión y «enmiendas»: Dos congresos, pp. 11 y 17. / Se alude a la Unión de Socialdemócratas Rusos en el Extranjero. 6 Decimos «en general» porque en Rabóchei Dielo se trata precisamente de los principios generales y de las tareas generales de todo el partido. Es indudable que en la práctica se dan casos en que la política debe, efectivamente, seguir a la economía; pero solo «economicistas» pueden decir eso en una resolución para toda Rusia. Porque hay también casos en que «desde el comienzo mismo» se puede hacer agitación política «únicamente en el terreno económico», pese a lo cual Rabóchei Dielo ha llegado, por fin, a la conclusión de que «no hay ninguna necesidad» de ello. En el capítulo siguiente probaremos que la táctica de los «políticos» y de los revolucionarios, lejos de desconocer las tareas tradeunionistas de la socialdemocracia, es, por el contrario, la única que asegura su cumplimiento consecuente. / Dos congresos, p. 11. 4 96 Política tradeunionista y política socialdemócrata pueden aplicar» con no menos «amplitud» para tal «incorporación» son todas y cada una de las manifestaciones de la opresión policíaca y de la arbitrariedad autocrática, pero en modo alguno solo las manifestaciones ligadas a la lucha económica. ¿Por qué los jefes de los 7 zemstvos y los castigos corporales de los campesinos, las concusiones de los funcionarios y el trato que da la policía a la «plebe» de las ciudades, la lucha con los hambrientos y la persecución de los deseos de instrucción y de saber qué siente el pueblo, la exacción de tributos y la persecución de las sectas religiosas, el adiestramiento de los soldados a baquetazos y el trato cuartelero que se da a los estudiantes y los intelectuales liberales?, ¿por qué todas estas manifestaciones de opresión, y miles de otras análogas, que no tienen relación directa con la lucha «económica», han de ser en general medios y motivos «que se pueden aplicar» con menos «amplitud» para hacer agitación política, para incorporar a las masas a la lucha política? Todo lo contrario: es indudable que, en la suma total de casos cotidianos en que el obrero (él mismo o sus allegados) está falto de derechos o sufre de la arbitrariedad y la violencia, solo una pequeña minoría son casos de opresión policíaca en la lucha sindical. ¿Para qué restringir de antemano la envergadura de la agitación política y declarar que se «puede aplicar con más amplitud» solo uno de los medios, al lado del cual, deben hallarse, para un socialdemócrata, otros que, hablando en general, «pueden aplicarse» con no menos «amplitud»? En tiempos muy, muy remotos (¡hace un año!…), Rabóchei Dielo decía: «Las reivindicaciones políticas inmediatas se hacen asequibles a las masas después de una huelga o, a lo sumo, 8 de varias huelgas», «en cuanto el gobierno emplea la policía y la gendarmería» . Ahora, esta teoría oportunista de las fases ha sido ya rechazada por la Unión, la cual nos hace una concesión al declarar que «no hay ninguna necesidad de desarrollar desde el comienzo 9 mismo la agitación política exclusivamente sobre el terreno económico» . ¡Por este solo hecho el futuro historiador de la socialdemocracia rusa verá mejor que por los más largos razonamientos hasta qué punto han envilecido el socialismo nuestros «economicistas»! Pero, ¡qué ingenuidad la de la Unión imaginarse que, a cambio de esta renuncia a una forma de restricción de la política, podía llevársenos a aceptar otra forma de restricción! ¿No hubiera sido más lógico decir, también en este caso, que se debe desarrollar con la mayor amplitud posible la lucha económica, que es preciso utilizarla siempre para la agitación política, pero que «no hay ninguna necesidad» de ver en la lucha económica el medio que se puede aplicar con más amplitud para incorporar a las masas a la lucha política activa? La Unión atribuye importancia al hecho de haber sustituido con las palabras «el medio que se puede aplicar con la mayor amplitud» la expresión «el mejor medio», que figura en 10 la resolución correspondiente del IV Congreso de la Unión Obrera Hebrea (Bund) . Nos veríamos, efectivamente, en un aprieto si tuviésemos que decir cuál de estas dos resoluciones es mejor: a nuestro juicio, las dos son peores. Tanto la Unión como el Bund se desvían en este caso (en parte, quizá, hasta inconscientemente, bajo la influencia de la tradición) hacia una interpretación economista, tradeunionista, de la política. En el fondo, las cosas no cambian en nada con que esta interpretación se haga empleando la palabreja «el mejor» o la expresión «el que se puede aplicar con la mayor amplitud». Si la Unión dijera que «la agitación política 7 Jefes de los zemstvos: cargo administrativo instituido por el gobierno zarista en 1889 con el propósito de afianzar el poder de los terratenientes sobre los campesinos. Los zémskie nachálniki («jefes de los zemstvos») eran designados entre los terratenientes nobles de cada lugar y gozaban de inmensas atribuciones administrativas y judiciales sobre los campesinos, incluido el derecho a encarcelarlos y someterlos a castigos corporales. 8 Número. 7, agosto de 1900, p. 15. 9 Dos congresos, p. 11 10 La Unión General Obrera Hebrea de Lituania, Polonia y Rusia (Bund) fue organizada en 1897 en el congreso de constitución de los grupos socialdemócratas hebreos, celebrado en Vilno; agrupaba principalmente a los artesanos semiproletarios hebreos de las regiones occidentales de Rusia. Los bundistas seguían una política oportunista, menchevique. 97 Política tradeunionista y política socialdemócrata sobre el terreno económico» es el medio aplicado con la mayor amplitud (y no «aplicable»), tendría razón respecto a cierto período de desarrollo de nuestro movimiento socialdemócrata. Tendría razón precisamente respecto a los «economicistas», respecto a muchos militantes prácticos (si no a la mayoría de ellos) de 1898 a 1901, pues esos prácticos-«economicistas» aplicaron, en efecto, la agitación política (¡en el grado en que, en general, la aplicaban!) casi exclusivamente en el terreno económico. ¡Semejante agitación política era aceptada y hasta recomendada, como hemos visto, tanto por Rabóchaya Mysl como por el Grupo de Autoemancipación! Rabóchei Dielo debería haber condenado resueltamente el hecho de que la obra útil de la agitación económica fuera acompañada de una restricción nociva de la lucha política; pero, en vez de hacer eso, declara que ¡el medio más aplicado (por los «economicistas») es el medio más aplicable! No es de extrañar que estos hombres, cuando los tildamos de «economicistas», no encuentren otra salida que ponernos de vuelta y media, llamándonos «embaucadores», «desorganizadores», «nuncios del papa» y 11 «calumniadores» ; no encuentren otra salida que llorar ante todo el mundo, diciendo que les hemos inferido una atroz afrenta, y declarar casi bajo juramento que «ni una sola organización 12 socialdemócrata peca hoy de economicismo» . ¡Ah, esos calumniadores, esos malignos políticos! ¿No habrán inventado adrede todo el «economicismo» para inferir a la gente, por simple odio a la humanidad, atroces afrentas? ¿Qué sentido concreto, real, tiene en labios de Martínov plantear ante la socialdemocracia la tarea de «dar a la lucha económica misma un carácter político»? La lucha económica es una lucha colectiva de los obreros contra los patronos por conseguir ventajosas condiciones de venta de la fuerza del trabajo, por mejorar las condiciones de trabajo y de vida de los obreros. Esta lucha es, por necesidad, una lucha sindical, porque las condiciones de trabajo son muy diferentes en los distintos oficios y, en consecuencia, la lucha orientada a mejorar estas condiciones tiene que sostenerse forzosamente por oficios (por los sindicatos de Occidente, por asociaciones sindicales de carácter provisional y por medio de octavillas en Rusia, etcétera). Dar a la «lucha económica misma un carácter político» significa, pues, conquistar esas reivindicaciones profesionales, mejorar las condiciones de trabajo en los oficios con «medidas legislativas y administrativas» (como se expresa Martínov en la página siguiente de su artículo). Y eso es precisamente lo que hacen y han hecho siempre todos los sindicatos obreros. Repasen la obra de los esposos Webb, serios eruditos (y «serios» oportunistas), y verán que los sindicatos obreros ingleses han comprendido y cumplen desde hace ya mucho la tarea de «dar a la lucha económica misma un carácter político»; luchan desde hace mucho por el derecho de huelga, por la supresión de todos los obstáculos jurídicos que se oponen al movimiento cooperativista y sindical, por la promulgación de leyes de protección de la mujer y del niño, por el mejoramiento de las condiciones de trabajo mediante una legislación sanitaria y fabril, etcétera. ¡Así pues, tras la pomposa frase de «dar a la lucha económica misma un carácter político», que suena con «terribles» hondura de pensamiento y espíritu revolucionario, se oculta, en realidad, la tendencia tradicional a rebajar la política socialdemócrata al nivel de política tradeunionista! So pretexto de rectificar la unilateralidad de Iskra, que considera más importante -fíjense 13 en esto- «revolucionar el dogma que revolucionar la vida» , nos ofrecen como algo 11 Expresiones textuales del folleto Dos congresos, pp. 28, 30, 31 y 32. Dos congresos, p. 32. 13 Rabóchei Dielo, número 10, p. 60. Así aplica Martínov al estado caótico de nuestro movimiento en la actualidad la tesis de que «cada paso de movimiento real es más importante que una docena de programas», cuya aplicación hemos analizado 12 98 Política tradeunionista y política socialdemócrata nuevo la lucha por reformas económicas. En efecto, el único contenido, absolutamente el único, de la frase «dar a la lucha económica misma un carácter político» es la lucha por reformas económicas. Y el mismo Martínov habría podido llegar a esta simple conclusión si hubiese profundizado como es debido en la significación de sus propias palabras. «Nuestro partido -dice, enfilando su artillería más pesada contra Iskra- podría y debería presentar al gobierno reivindicaciones concretas de medidas legislativas y administrativas contra la 14 explotación económica, contra el desempleo, contra el hambre, etcétera» . Reivindicar medidas concretas, ¿no es, acaso, reclamar reformas sociales? Y preguntamos una vez 15 más a los lectores imparciales: ¿calumniamos a los rabochediélentsi (¡que me perdonen esta palabreja poco feliz hoy en boga!) al calificarlos de bernsteinianos velados cuando presentan, como discrepancia suya con Iskra, la tesis de que es necesaria la lucha por reformas económicas? La socialdemocracia revolucionaria siempre ha incluido e incluye en sus actividades la lucha por las reformas. Pero no utiliza la agitación «económica» exclusivamente para reclamar del gobierno toda clase de medidas: la utiliza también (y en primer término) para exigir que deje de ser un gobierno autocrático. Además, considera su deber presentar al gobierno esta exigencia no solo en el terreno de la lucha económica, sino asimismo en el terreno de todas las manifestaciones en general de la vida sociopolítica. En una palabra, subordina la lucha por las reformas como la parte al todo, a la lucha revolucionaria por la libertad y el socialismo. En cambio, Martínov resucita en una forma distinta la teoría de las fases, tratando de prescribir infaliblemente la vía económica, por decirlo así, del desarrollo de la lucha política. Al propugnar en un momento de efervescencia revolucionaria que la lucha por reformas es una «tarea» especial, arrastra al partido hacia atrás y hace el juego al oportunismo «economista» y liberal. Prosigamos. Después de ocultar púdicamente la lucha por las reformas tras la pomposa tesis de «dar a la lucha económica misma un carácter político», Martínov presenta como algo especial únicamente las reformas económicas (e incluso solo las reformas fabriles). Ignoramos por qué lo ha hecho. ¿Quizá por descuido? Pero si hubiera tenido en cuenta no solo las reformas «fabriles», perdería todo sentido la tesis entera suya que acabamos de exponer. ¿Tal vez porque estima posible y probable que el gobierno haga «concesiones» únicamente 16 en el terreno económico ? De ser así, resultaría un error extraño. Las concesiones son posibles, y se hacen a veces también en el ámbito de la legislación sobre castigos corporales, 17 pasaportes, pagos de rescate , sectas religiosas, censura, etcétera. Las concesiones «económicas» (o seudoconcesiones) son sin duda las más baratas y las más ventajosas para el gobierno, pues espera ganarse con ellas la confianza de las masas obreras. Mas por eso mismo, nosotros, los socialdemócratas, en modo alguno debemos dar lugar, ni absolutamente con nada, a la opinión (o a la equivocación) de que apreciamos más las reformas económicas, de que les concedemos una importancia singular, etcétera. «Estas reivindicaciones -dice Martínov, refiriéndose a las reivindicaciones concretas de medidas ya antes. En el fondo, eso no es sino una traducción al ruso de la célebre frase de Bernstein: «el movimiento lo es todo; el objetivo final, nada». 14 Rabóchei Dielo, número 10, pp. 42-43. 15 Partidarios de Rabócheie Dielo. (Nota de los editores.) 16 Véase p. 43: «Desde luego, si recomendamos a los obreros que presenten determinadas reivindicaciones económicas al gobierno, lo hacemos porque el gobierno autocrático está dispuesto, por necesidad, a hacer ciertas concesiones en el terreno económico». 17 Pagos de rescate: cantidades que, según el Reglamento del 19 de febrero de 1861 aboliendo el régimen de la servidumbre en Rusia, debían pagar los campesinos a los terratenientes por los lotes de tierra que recibían. El total de los pagos de rescate superaba en mucho el verdadero valor de los lotes y ascendía a unos 2 mil millones de rublos. Al abonar los pagos de rescate, los campesinos pagaban, en realidad, a los terratenientes no solo la tierra que venían usufructuando desde tiempos inmemoriales, sino también su propia liberación. Los abrumadores y desorbitados pagos de rescate provocaban la ruina y el empobrecimiento en masa de los campesinos. El movimiento campesino durante el período de la primera revolución rusa (1905-1907) obligó al gobierno zarista a abolir los pagos de rescate en enero de 1907. 99 Política tradeunionista y política socialdemócrata legislativas y administrativas formuladas por él antes- no serían palabras vanas, puesto que, al prometer ciertos resultados palpables, podrían ser apoyadas activamente por la masa obrera». No somos «economicistas», ¡oh, no! ¡Únicamente nos humillamos a los pies de la «palpabilidad» de resultados concretos con tanto servilismo como lo hacen los señores Bernstein, Prokopóvich, Struve, R. M. y tutti quanti! ¡Únicamente damos a entender (con Narciso Tuporílov) que cuanto no «promete resultados palpables» son «palabras vanas»! ¡No hacemos sino expresarnos como si la masa obrera fuera incapaz (y no hubiese demostrado su capacidad, pese a los que le imputan su propio filisteísmo) de apoyar activamente toda protesta contra la autocracia, incluso la que no le promete absolutamente ningún resultado palpable! Tomemos aunque solo sean los mismos ejemplos citados por el propio Martínov acerca de las «medidas» contra el desempleo y el hambre. Mientras Rabóchei Dielo se ocupa, según promete, de estudiar y elabora «reivindicaciones concretas (¿en forma de proyectos de ley?) de medidas legislativas y administrativas» que «prometan resultados palpables», Iskra, «que considera siempre más importante revolucionar el dogma que revolucionar la vida», ha tratado de explicar el nexo indisoluble que une el desempleo con todo el régimen capitalista, advirtiendo que «el hambre es inminente», denunciando «la lucha de la policía contra los hambrientos», así como el indignante Reglamento provisional de trabajos forzados, y Zariá ha publicado en separata, como folleto de agitación, la parte de su Revista de 18 la vida interior dedicada al hambre. Pero, Dios mío, ¡qué «unilaterales» han sido esos ortodoxos de incorregible estrechez, esos dogmáticos sordos a los imperativos de la «vida misma»! ¡Ni uno solo de sus artículos ha contenido -¡qué horror!- ni una sola, ¡imagínense ustedes!, ni siquiera una sola «reivindicación concreta» que «prometa resultados palpables»! ¡Desgraciados dogmáticos! ¡Hay que llevarlos a aprender de los Krichevski y los Martínov para que se convenzan de que la táctica es el proceso del crecimiento, de lo que crece, etc., de que es necesario dar a la lucha económica misma un carácter político! «La lucha económica de los obreros contra los patronos y el gobierno («¡lucha económica contra el gobierno!»), además de su significado revolucionario directo, tiene también otro: 19 incita constantemente a los obreros a pensar en su falta de derechos políticos» . Si hemos reproducido este pasaje, no es para repetir por centésima o milésima vez lo que hemos dicho ya antes, sino para agradecer de manera especial a Martínov esta nueva y excelente fórmula «La lucha económica de los obreros contra los patronos y el gobierno». ¡Qué maravilla! Con qué inimitable talento, con qué magistral eliminación de todas las discrepancias parciales y diferencia de matices entre los «economicistas» tenemos expresada aquí, en su postulado conciso y claro, toda la esencia del «economicismo», comenzando por el llamamiento a los obreros a sostener «la lucha política en aras del interés general, para mejorar la situación de 20 todos los obreros» , siguiendo luego con la teoría de las fases y terminando con la resolución del congreso sobre el medio «aplicable con la mayor amplitud», etcétera. «La lucha económica contra el gobierno» es precisamente política tradeunionista, que está muy lejos, lejísimo, de la política socialdemócrata. De cómo Martínov ha profundizado a Plejánov «¡Cuántos sénecas socialdemócratas han aparecido últimamente en nuestro país!», observó cierto día un camarada, refiriéndose a la asombrosa inclinación de mucha gente propensa 18 V. I. Lenin: Obras Completas, 5ª ed. en ruso, t. 5, pp. 297-319. (Nota de los editores.) Martínov, p. 44. 20 Rabóchaya Mysl, Suplemento especial, p. 14. 19 100 Política tradeunionista y política socialdemócrata al «economicismo» a alcanzar indefectiblemente con «su propia inteligencia» las grandes verdades (por ejemplo, que la lucha económica incita a los obreros a pensar en su falta de derechos), desconociendo con magnífico desdén de genios innatos cuánto ha proporcionado ya el desarrollo anterior del pensamiento revolucionario y del movimiento revolucionario. Un genio innato de esta índole es precisamente Séneca-Martínov. Den un vistazo a su artículo «Problemas inmediatos» y verán cómo llega con «su propio entendimiento» a cosas dichas hace ya mucho por Axelrod (al que nuestro Séneca, como es natural, silencia por completo); cómo empieza, por ejemplo, a comprender que no podemos pasar por alto la oposición de tales o cuales sectores de la burguesía (Rabócheie Dielo, nº. 9, pp. 61, 62, 71; compárese con la «Respuesta de la redacción de Rabóchei Dielo a Axelrod», pp. 22, 23-24), etc. Pero, ¡ay! -solo «llega» y no pasa de «empezar», ya que, a pesar de todo, no ha comprendido aún las ideas de Axelrod hasta el punto de que habla de «lucha económica contra los patronos y el gobierno». Rabóchei Dielo ha venido acumulando fuerzas durante tres años (de 1898 a 1901) para comprender a Axelrod y, pese a ello, ¡no lo ha comprendido! ¿Quizás también se deba esto a que la socialdemocracia, «a semejanza de la humanidad», se plantea siempre únicamente tareas realizables? Pero los sénecas no se distinguen solo porque ignoran muchas cosas (¡eso sería una desgracia a medias!), sino también porque no ven su ignorancia. Eso es ya una verdadera desgracia, y esta desgracia los mueve a emprender en el acto la labor de «profundizar» a Plejánov. Desde que Plejánov escribió el folleto citado (Sobre las tareas de los socialistas en la lucha contra el hambre en Rusia), ha corrido mucha agua bajo los puentes -cuenta Séneca-Martínov. Los socialdemócratas, que en el transcurso de diez años han dirigido la lucha económica de la clase obrera…, no han tenido aún tiempo de ofrecer una amplia argumentación teórica de la táctica del partido. Hoy esta cuestión ha madurado, y si quisiéramos ofrecer esa argumentación teórica, tendríamos, sin duda, que profundizar considerablemente los principios tácticos desarrollados en su tiempo por Plejánov… Ahora tendríamos que definir la diferencia entre la propaganda y la agitación de una manera distinta a como lo hizo Plejánov» (Martínov acaba de citar las palabras de Plejánov: «El propagandista comunica muchas ideas a una sola o a varias personas, mientras que el agitador comunica una sola idea o un pequeño número de ideas, pero, en cambio, a toda una multitud»). Nosotros entenderíamos por propaganda la explicación revolucionaria de todo el régimen actual o de sus manifestaciones parciales, indiferentemente de que se haga en una forma accesible solo para algunas personas o para la multitud. Por agitación, en el sentido estricto de la palabra (sic), entenderíamos el llamamiento dirigido a las masas para ciertas acciones concretas, la ayuda a la intervención revolucionaria directa del proletariado en la vida social. Felicitamos a la socialdemocracia rusa -e internacional- por esta nueva terminología martinoviana, más estricta y más profunda. Hasta ahora creíamos (con Plejánov y con todos los líderes del movimiento obrero internacional) que si un propagandista trata, por ejemplo, el problema del desempleo, debe explicar la naturaleza capitalista de las crisis, mostrar la causa que las hace inevitables en la sociedad actual, exponer la necesidad de transformar la sociedad capitalista en socialista, etcétera, en una palabra, debe comunicar «muchas ideas», tantas, que todas ellas en conjunto podrán ser asimiladas en el acto solo por pocas (relativamente) personas. En cambio, el agitador, al hablar de este mismo problema, tomará un ejemplo, el más destacado y más conocido de su auditorio -pongamos por caso el de una familia de parados muerta de inanición, el aumento de la miseria, etcétera- y, aprovechando ese hecho conocido por todos y cada uno, orientará todos sus esfuerzos a inculcar en la «masa» una sola idea: la idea de cuán absurda es la contradicción entre el incremento de la riqueza y el aumento de la miseria; tratará de despertar en la masa el descontento 101 Política tradeunionista y política socialdemócrata y la indignación contra esta flagrante injusticia, dejando al propagandista la explicación completa de esta contradicción. Por eso, el propagandista actúa principalmente por medio de la palabra impresa, mientras que el agitador lo hace de viva voz. Al propagandista se le exigen cualidades distintas que al agitador. Así, llamaremos propagandistas a Kautsky y a Lafargue; agitadores a Bebel y Guesde. Pero segregar un tercer terreno o tercera función de actividad práctica, incluyendo en esta función «el llamamiento dirigido a las masas para ciertas acciones concretas», constituye el mayor desatino, pues el «llamamiento», como acto aislado, o es un complemento natural e inevitable del tratado teórico, del folleto de propaganda y del discurso de agitación, o es una función netamente ejecutiva. En efecto, tomemos por ejemplo la lucha actual de los socialdemócratas alemanes contra los aranceles cerealistas. Los teóricos escriben estudios sobre la política aduanera y «llaman», supongamos, a luchar por la conclusión de tratados comerciales y por libertad de comercio; el propagandista hace lo mismo en una revista, y el agitador, en discursos públicos. Las «acciones concretas» de las masas consisten en este caso en firmar peticiones dirigidas 21 al Reichstag , reclamando que no se eleven los aranceles cerealistas. El llamamiento a esta acción parte indirectamente de los teóricos, los propagandistas y los agitadores, y directamente de los obreros que recorren las fábricas y las viviendas particulares recogiendo firmas. Según la «terminología de Martínov», resulta que Kautsky y Bebel son propagandistas, y los portadores de las listas de adhesión, agitadores. ¿No es así? El ejemplo de los alemanes me ha hecho recordar la palabra alemana Verballhornung, que traducida literalmente significa «ballhornización». Jean Ballhorn fue un editor de Leipzig del siglo XVI; publicó un catón en el que, siguiendo la costumbre, incluyó un dibujo que representaba un gallo, pero, en lugar de la estampa habitual del gallo con espolones, figuraba uno sin espolones y con dos huevos al lado. Y en la portada agregó: «Edición corregida de Jean Ballhorn». Desde entonces, los alemanes dicen Verballhornung al referirse a una «enmienda» que, de hecho, empeora el original. Y no puede menos que recordarse a Ballhorn al ver cómo los Martínov «profundizan» a Plejánov… ¿Para qué ha «inventado» nuestro Séneca (Lomonósov) este embrollo? Para demostrar que Iskra, «lo mismo que Plejánov hace ya unos quince años, presta atención a un solo aspecto del asunto». Si traducimos esta última frase del lenguaje de Martínov a un lenguaje corriente (pues la humanidad no ha tenido aún tiempo de adoptar esta terminología recién descubierta), resultará lo siguiente: en Iskra, las tareas de propaganda y agitación políticas relegan a segundo plano la tarea de «presentar al gobierno reivindicaciones concretas de medidas legislativas y administrativas» que «prometen ciertos resultados palpables» (O, en otros términos, reivindicaciones de reformas sociales, si se nos permite emplear una vez más la vieja terminología de la vieja humanidad, que no ha llegado aún al nivel de Martínov). Proponemos al lector que compare con esta tesis la retahíla siguiente: En estos programas (los programas de los socialdemócratas revolucionarios) nos asombrará también que coloquen eternamente en primer plano las ventajas de la actividad de los obreros en el Parlamento (que no existe en nuestro país) dando de lado por completo (a causa de su nihilismo revolucionario) la importancia de la participación de los obreros en las asambleas legislativas de los fabricantes, asambleas que sí existen en nuestro país, para discutir asuntos de las fábricas… o aunque solo sea, de la participación de los obreros en la autogestión urbana. 21 Reichstag: Parlamento alemán. 102 Política tradeunionista y política socialdemócrata El autor de esta retahíla expresa de una manera algo más directa, clara y franca la idea a que ha llegado con su propio entendimiento Séneca-Martínov. El autor es R. M., en el Suplemento especial de Rabóchaya Mysl. Las denuncias políticas y la necesidad de «infundir actividad revolucionaria» Al lanzar contra Iskra su «teoría» de «elevar la actividad de la masa obrera», Martínov ha puesto al descubierto ¡de hecho! su tendencia a rebajar esta actividad, pues ha declarado que el medio preferible, de importancia singular, «aplicable con la mayor amplitud» para promoverla y su campo de operaciones es la misma lucha económica, ante la cual se han postrado todos los «economicistas». Este error es característico precisamente porque no es propio solo de Martínov, ni mucho menos. En realidad, se puede «elevar la actividad de la masa obrera» únicamente a condición de que no nos limitemos a hacer «agitación política sobre el terreno económico». Y una de las condiciones esenciales para esa extensión indispensable de la agitación política consiste en organizar denuncias políticas omnímodas. solo con esas denuncias pueden infundirse conciencia política y actividad revolucionaria a las masas. De ahí que esta actividad sea una de las funciones más importantes de toda la socialdemocracia internacional, pues ni siquiera la libertad política suprime en lo más mínimo esas denuncias: lo único que hace es modificar un tanto su orientación. Por ejemplo, el partido alemán afianza sus posiciones y extiende su influencia, sobre todo, gracias a la persistente energía de sus campañas de denuncias políticas. La conciencia de la clase obrera no puede ser una verdadera conciencia política si los obreros no están acostumbrados a hacerse eco de todos los casos de arbitrariedad y de opresión, de todos los abusos y violencias, cualesquiera que sean las clases afectadas; a hacerse eco, además, desde el punto de vista socialdemócrata, y no desde algún otro… La conciencia de las masas obreras no puede ser una verdadera conciencia de clase si los obreros no aprenden -basándose en hechos y acontecimientos políticos concretos y, además, actuales sin falta- a observar a cada una de las otras clases sociales en todas las manifestaciones de su vida intelectual, moral y política; si no aprenden a hacer un análisis materialista y una apreciación materialista de todos los aspectos de la actividad y la vida de todas las clases, sectores y grupos de la población. Quien orienta la atención, la capacidad de observación y la conciencia de la clase obrera de manera exclusiva -o, aunque solo sea con preferencia- hacia ella misma, no es un socialdemócrata, pues el conocimiento de la clase obrera por sí misma está ligado de modo indisoluble a la completa claridad no solo de los conceptos teóricos…, o mejor dicho: no tanto de los conceptos teóricos como de las ideas, basadas en la experiencia de la vida política, sobre las relaciones entre todas las clases de la sociedad actual. Por eso es tan nociva y tan reaccionaria, dada su significación práctica, la prédica de nuestros «economicistas» de que la lucha económica es el medio que se puede aplicar con más amplitud para incorporar a las masas al movimiento político. Para llegar a ser un socialdemócrata, el obrero debe formarse una idea clara de la naturaleza económica y de la fisonomía social y política del terrateniente y del cura, del dignatario y del campesino, del estudiante y del desclasado, conocer sus lados fuertes y sus puntos flacos; saber orientarse entre los múltiples sofismas y frases en boga, con los que cada clase y cada sector social encubre sus apetitos egoístas y su verdadera «entraña»; saber distinguir qué instituciones y leyes reflejan tales o cuales intereses y cómo lo hacen. 103 Política tradeunionista y política socialdemócrata Mas esa «idea clara» no se puede encontrar en ningún libro, pueden proporcionarla únicamente las escenas de la vida y las denuncias, mientras los hechos están recientes, de cuanto sucede alrededor nuestro en un momento dado; de lo que todos y cada uno hablan -o, por lo menos, cuchichean- a su manera; de lo que revelan determinados acontecimientos, cifras, sentencias judiciales, etc. Estas denuncias políticas omnímodas son condición indispensable y fundamental para infundir actividad revolucionaria a las masas. ¿Por qué el obrero ruso muestra todavía poca actividad revolucionaria frente al salvajismo con que la policía trata al pueblo, frente a las persecuciones de las sectas, los castigos corporales impuestos a los campesinos, los abusos de la censura, las torturas de los soldados, la persecución de las iniciativas culturales más inofensivas, etcétera? ¿No será porque la «lucha económica» no le «incita a pensar» en ello, porque le «promete» pocos «resultados palpables», porque le ofrece pocos elementos «positivos»? No; semejante juicio, repetimos, no es sino una tentativa de achacar las culpas propias a otros, imputar el filisteísmo propio (y también el bernsteinianismo) a la masa obrera. Debemos culparnos a nosotros mismos, a nuestro atraso con respecto al movimiento de las masas, de no haber sabido aún organizar denuncias lo suficientemente amplias, brillantes y rápidas contra todas esas ignominias. Si lo hacemos (y debemos y podemos hacerlo), el obrero más atrasado comprenderá o sentirá 22 que el estudiante y el miembro de una secta religiosa, el mujik y el escritor son vejados y atropellados por esa misma fuerza tenebrosa que tanto le oprime y le sojuzga a él en cada paso de su vida. Al sentirlo, él mismo querrá reaccionar, sentirá un deseo incontenible de hacerlo; y entonces sabrá armar hoy un escándalo a los censores, manifestarse mañana ante la casa del gobernador que haya sofocado un levantamiento campesino, dar pasado mañana una lección a los gendarmes con sotana que desempeñan la función del Santo Oficio, etc. Hemos hecho todavía muy poco, casi nada, para lanzar entre las masas obreras denuncias omnímodas y actuales. Muchos de nosotros ni siquiera comprendemos aún esta obligación suya y seguimos espontáneamente tras la «monótona lucha cotidiana» en el estrecho marco de la vida fabril. En tales condiciones, decir que «Iskra tiene la tendencia a rebajar la importancia de la marcha ascendente de la monótona lucha cotidiana, en comparación con 23 la propaganda de ideas brillantes y acabadas» , significa arrastrar al partido hacia atrás, defender y ensalzar nuestra falta de preparación, nuestro atraso. En lo que respecta al llamamiento a las masas para la acción, éste surgirá por sí mismo siempre que haya enérgica agitación política y denuncias vivas y aleccionadoras. Pillar a alguien en flagrante delito y estigmatizarlo en el acto ante todo el mundo y en todas partes es más eficaz que cualquier «llamamiento» e influye a veces de tal modo que después es incluso imposible decir con exactitud quién «llamó» a la muchedumbre y quién propuso tal o cual plan de manifestación, etc. Se puede llamar a una acción -en el sentido concreto de la palabra, y no en el sentido general- solo en el lugar mismo donde la acción se lleve a cabo; y puede hacerlo únicamente quien va a obrar en el acto. Y nuestra misión de publicistas socialdemócratas consiste en ahondar, extender e intensificar las denuncias políticas y la agitación política. A propósito de los «llamamientos», Iskra fue el único órgano que, antes de los sucesos de la primavera, llamó a los obreros a intervenir de modo activo en una cuestión -el aislamiento forzoso de estudiantes- que no prometía absolutamente ningún resultado palpable al obrero. Nada más publicarse la disposición del 11 de enero sobre «el aislamiento forzoso de ciento 24 ochenta y tres estudiantes para hacer el servicio», Iskra insertó un artículo sobre este hecho 22 El término mujik (en ruso), que significa «hombre», era empleado para referirse a los campesinos rusos, generalmente antes del año1917. 23 Martínov, p. 61. 24 Número 2, febrero (V. I. Lenin: Obras completas, 5ª ed. en ruso, t. 4, pp. 391-396.) (Nota de los editores.) 104 Política tradeunionista y política socialdemócrata y, antes de que comenzara toda manifestación, llamó con claridad «a los obreros a acudir en ayuda de los estudiantes», llamó al «pueblo» a contestar públicamente el insolente desafío del gobierno. Preguntamos a todos y cada uno: ¿cómo explicar la notable circunstancia de que, hablando tanto de «llamamientos» y destacando los «llamamientos» incluso como una forma especial de actividad, Martínov no haya mencionado para nada este llamamiento? ¿No será filisteísmo, después de todo, la declaración de Martínov de que Iskra es unilateral porque no «llama» suficientemente a la lucha por reivindicaciones que «prometen resultados palpables»? Nuestros «economicistas», entre ellos Rabócheie Dielo, tenían éxito porque se adaptaban a la mentalidad de los obreros atrasados. Pero el obrero socialdemócrata, el obrero revolucionario (y el número de estos obreros aumenta día en día) rechazará con indignación todos esos razonamientos sobre la lucha por reivindicaciones que «prometan resultados palpables», etc., pues comprenderá que no son sino variantes de la vieja cantilena del aumento de un kopek por rublo. Este obrero dirá a sus consejeros de Rabóchaya Mysl y de Rabóchei Dielo: en vano se afanan, señores, interviniendo con demasiado celo en asuntos que nosotros mismos resolvemos y esquivando el cumplimiento de sus verdaderas obligaciones. Porque no es nada inteligente decir, como lo hacen ustedes, que la tarea de los socialdemócratas consiste en dar a la lucha económica misma un carácter político; eso es solo el comienzo, y no radica en ello la tarea principal de los socialdemócratas, pues en el mundo entero, sin exceptuar a Rusia, es la policía misma la que comienza muchas veces a dar a la lucha económica un carácter 25 político, y los propios obreros aprenden a darse cuenta de con quién está el gobierno . En efecto, esa «lucha económica de los obreros contra los patronos y el gobierno», con que ustedes presumen como si hubieran descubierto América, la sostienen en numerosos lugares perdidos de Rusia los propios obreros, que han oído hablar de huelgas, pero que quizá nada sepan de socialismo. Esa «actividad» nuestra, de los obreros, que todos ustedes quieren apoyar presentando reivindicaciones concretas que prometen resultados palpables, existe ya entre nosotros; y en nuestra minúscula labor cotidiana, sindical, nosotros mismos presentamos esas reivindicaciones concretas, a menudo sin ayuda alguna de los intelectuales. Pero esa actividad no nos basta; no somos niños a los que se pueda alimentar solo con la papilla de la política «económica»; queremos saber todo lo que saben los demás, queremos conocer detalladamente todos los aspectos de la vida política y tomar parte activa en todos y cada uno de los acontecimientos políticos. Para ello es necesario que los intelectuales repitan menos lo que ya sabemos nosotros 26 mismos y nos den más de lo que todavía no sabemos, de lo que jamás podremos 25 La exigencia de «dar a la lucha económica misma un carácter político» es la manifestación más patente del culto a la espontaneidad en la actividad política. La lucha económica adquiere a menudo un carácter político de manera espontánea, es decir, sin la intervención de los «intelectuales», que son el «bacilo revolucionario», sin la intervención de los socialdemócratas conscientes. Por ejemplo, la lucha económica de los obreros en Inglaterra adquirió también un carácter político sin participación alguna de los socialistas. Ahora bien, la tarea de los socialdemócratas no se limita a la agitación política en el terreno económico: su tarea es transformar esa política tradeunionista en lucha política socialdemócrata, aprovechar los destellos de conciencia política que la lucha económica ha hecho penetrar en los obreros para elevar a estos al nivel de conciencia política socialdemócrata. Pero los Martínov, en vez de elevar e impulsar la conciencia política que se despierta de manera espontánea, se prosternan ante la espontaneidad y repiten con machaconería, hasta dar náuseas, que la lucha económica «incita» a los obreros a pensar en su falta de derechos políticos. ¡Es de lamentar, señores, que este despertar espontáneo de la conciencia política tradeunionista no les «incite» a ustedes mismos a pensar en sus tareas socialdemócratas! 26 Para confirmar que todo este discurso de los obreros a los «economicistas» no es una invención gratuita nuestra, nos remitiremos a dos testigos que, sin duda, conocen el movimiento obrero directamente y no se inclinan, ni mucho menos, a ser parciales con nosotros, los «dogmáticos», pues uno de ellos es un «economista» (¡que considera incluso a Rabócheie Dielo un órgano político!) y el otro, un terrorista. El primer testigo es el autor de un artículo, notable por su veracidad y viveza, publicado en el número 6 de Rabóchei Dielo con el título «El movimiento obrero de San Petersburgo y las tareas 105 Política tradeunionista y política socialdemócrata saber por nosotros mismos a través de nuestra experiencia fabril y «económica», o sea: conocimientos políticos. Ustedes, los intelectuales, pueden adquirir estos conocimientos y tienen el deber de proporcionárnoslos cien y mil veces más que hasta ahora; además, deben proporcionárnoslos no solo en forma de razonamientos, folletos y artículos (que a menudo -¡disculpen la franqueza!- suelen ser algo aburridos), sino indispensablemente en forma de denuncias vivas de cuanto hacen nuestro gobierno y nuestras clases dominantes en estos momentos en todos los aspectos de la vida. Cumplan con mayor celo esta obligación suya y hablen menos de «elevar la actividad de la masa obrera». ¡Nuestra actividad es mucho de lo que ustedes suponen y sabemos sostener, por medio de la lucha abierta en la calle, incluso las reivindicaciones que no prometen ningún «resultado palpable»! Y no son ustedes los llamados a «elevar» nuestra actividad, pues ustedes mismos carecen precisamente de esa actividad. ¡Póstrense menos ante la espontaneidad y piensen más en elevar su propia actividad, señores! ¿Qué hay de común entre el economicismo y el terrorismo? Hemos confrontado, en una nota a pie de página, a un «economista» y a un terrorista no socialdemócrata, que por casualidad han resultado solidarios. Pero, hablando en general, entre los unos y los otros existe un nexo no casual, sino interno y necesario, del cual tendremos que hablar aún más adelante y al que es preciso referirse precisamente cuando se trata de inculcar la actividad revolucionaria. Los «economicistas» y los terroristas de nuestros días tienen una raíz común: el culto a la espontaneidad, del que hemos hablado en el capítulo precedente como de un fenómeno general y que ahora examinamos desde el punto de vista de su influencia en la actividad política y la lucha política. A primera vista, nuestra afirmación puede parecer paradójica: tan grande es, aparentemente, la diferencia entre quienes hacen hincapié en la «monótona lucha cotidiana» y quienes preconizan la lucha más abnegada del individuo aislado. Pero no es una paradoja. Los «economicistas» y los terroristas rinden culto a dos polos diferentes de la corriente espontánea: los «economicistas», a la espontaneidad del «movimiento puramente obrero»; los terroristas, a la espontaneidad de la indignación más ardiente de los intelectuales que no saben o no tienen la posibilidad de vincular la labor revolucionaria al movimiento obrero para formar un todo. Quienes hayan perdido la fe en esta posibilidad, o jamás la hayan tenido, difícilmente encontrarán, en efecto, otra manera de manifestar su sentimiento de indignación y su energía revolucionaria que no sea el terrorismo. Así pues, el culto a la espontaneidad en las dos direcciones indicadas no es sino el comienzo prácticas de la socialdemocracia». Divide a los obreros en: 1) revolucionarios conscientes; 2) sector intermedio, y 3) el resto de la masa. Y resulta que el sector intermedio «a menudo se interesa más por los problemas de la vida política que por sus intereses económicos inmediatos cuya relación con las condiciones sociales generales ha sido comprendida hace ya mucho»… Rabóchaya Mysl es «criticado con dureza»: «siempre lo mismo, hace mucho que lo sabemos, hace mucho que lo leímos», «tampoco esta vez hay nada nuevo en la crónica política» (pp. 30-31). Pero incluso el tercer sector, «la masa obrera más sensible, más joven, menos corrompida por la taberna y por la iglesia, que casi nunca tiene posibilidad de conseguir un libro de contenido político, habla a diestra y siniestra de los fenómenos de la vida política y reflexiona sobre las noticias fragmentarias acerca de un motín de estudiantes», etcétera. Y el terrorista escribe: «[…] Leen un par de veces unas líneas dedicadas a minucias de la vida de las fábricas en ciudades que no son las suyas y luego dejan de leer […] Les aburre […]. No hablar en un periódico obrero sobre el Estado […] significa imaginarse que el obrero es un niño pequeño […]. El obrero no es un niño» (Svoboda, ed. del Grupo Revolucionario-Socialista, pp. 69-70). / Svoboda (Libertad): revista editada en Suiza en 1901 y 1902 por el grupo del mismo nombre, fundado en mayo de 1901 y que se denominaba grupo «revolucionariosocialista». Aparecieron dos números de la revista: en 1901 y 1902. El grupo Svoboda no tenía «ideas, programa, táctica ni organización firmes y serias, ni raíces en las masas» (V. I. Lenin: Acerca del aventurerismo, Obras completas, 5ª ed. en ruso, t. 25). En sus publicaciones, el grupo Svoboda predicaba las ideas del «economicismo» y del terrorismo y apoyaba a las organizaciones antiiskristas en Rusia. Dejó de existir en 1903. 106 Política tradeunionista y política socialdemócrata de la aplicación del famoso programa del Credo: los obreros sostienen su «lucha económica contra los patronos y el gobierno» (¡que nos perdone el autor del Credo porque expresemos sus ideas con palabras de Martínov! Creemos tener derecho a hacerlo, pues también en el Credo se habla de que los obreros, en la lucha económica, «chocan con el régimen político»), ¡y los intelectuales, con sus propias fuerzas, despliegan su lucha política, como es natural, por medio del terrorismo! Esta conclusión es completamente lógica e inevitable, y es forzoso insistir sobre ella, aunque quienes comienzan a realizar dicho programa no han comprendido que tal conclusión es inevitable. La actividad política tiene su lógica, que no depende de la conciencia de quienes con las mejores intenciones exhortan o al terrorismo o a imprimir un carácter político a la lucha económica misma. De buenas intenciones está empedrado el camino del infierno, y en el caso presente las buenas intenciones no salvan aún de la inclinación espontánea a «la línea del menor esfuerzo», a la línea del programa netamente burgués del Credo. Porque tampoco tiene nada de casual que muchos liberales rusos -tanto los liberales declarados como los que se cubren con una careta marxista- simpaticen de todo corazón con el terrorismo y traten de mantener la intensificación de las tendencias terroristas en el momento actual. Pues bien, al surgir el Grupo Revolucionario-Socialista Svoboda, que se había señalado precisamente la tarea de ayudar por todos los medios al movimiento obrero, pero incluyendo en el programa el terrorismo y emancipándose, por decirlo así, de la socialdemocracia, este hecho vino a confirmar una vez más la admirable perspicacia de P. B. Axelrod, quien predijo con toda exactitud estos resultados de las vacilaciones socialdemócratas ya a fines de 1897 (en su trabajo A propósito de las tareas y de la táctica actuales) y trazó sus famosas «dos perspectivas». Todas las discusiones y discrepancias posteriores entre los socialdemócratas 27 rusos están ya, como la planta en la semilla, en esas dos perspectivas . Desde el punto de vista indicado, se comprende también que Rabóchei Dielo, que no ha podido resistir a la espontaneidad del «economicismo», tampoco haya podido resistir a la espontaneidad del terrorismo. Tiene sumo interés señalar aquí la argumentación especial que ha esgrimido Svoboda en defensa del terrorismo. «Niega por completo» el papel intimidador del terrorismo (Renacimiento del revolucionarismo, p. 64), pero, en cambio, destaca su «importancia excitadora». Esto es característico, en primer lugar, como una de las fases de la descomposición y decadencia del conjunto tradicional (pre socialdemócrata) de ideas que obligaba a asirse al terrorismo. Reconocer que en la actualidad es imposible «intimidar» al gobierno -y, por consiguiente, desorganizarlo- por medio del terrorismo equivale, en el fondo, a condenar rotundamente este último como sistema de lucha, como campo de actividad consagrado por su programa. En segundo lugar, esto es aún más característico como ejemplo de la incomprensión de nuestras tareas urgentes de «infundir actividad revolucionaria a las masas». Svoboda hace propaganda del terrorismo como medio de «excitar» el movimiento obrero y darle un «fuerte impulso». ¡Es difícil imaginarse una argumentación que se refute a sí misma con mayor evidencia! Cabe preguntar: ¿es que existen en la vida rusa tan pocos abusos que sea preciso aún inventar «excitantes» especiales? Y, por otra parte, si hay alguien que 27 Martínov «se imagina otro dilema más real (?)» (La socialdemocracia y la clase obrera, p. 19): «O la socialdemocracia asume la dirección inmediata de la lucha económica del proletariado y, con ello (!), la transforma en lucha revolucionaria de clase […]» . «Con ello», es decir, al parecer, con la dirección inmediata de la lucha económica. Que nos indique Martínov dónde se ha visto que, por el único y solo hecho de dirigir la lucha sindical, se haya logrado transformar el movimiento tradeunionista en movimiento revolucionario de clase. ¿No caerá en la cuenta de que, para realizar esta «transformación», debemos asumir activamente la «dirección inmediata» de la agitación política omnímoda?… «O bien otra perspectiva: La socialdemocracia abandona la dirección de la lucha económica de los obreros y, con ello…, se corta las alas». Según el juicio de Rabóchei Dielo, antes citado, es Iskra la que «abandona». Pero hemos visto que Iskra hace para dirigir la lucha económica mucho más que Rabóchei Dielo y, por añadidura, no se limita a eso ni restringe, en nombre de eso, sus tareas políticas. 107 Política tradeunionista y política socialdemócrata no se excita ni es excitable siquiera por la arbitrariedad rusa, ¿no es evidente que seguirá contemplando también con indiferencia el duelo entre el 112 113 gobierno y un puñado de terroristas? La realidad es que las masas obreras se excitan mucho por las infamias de la vida rusa, pero nosotros no sabemos reunir, si puede decirse así, y concentrar todas las gotas y chorrillos de la excitación popular que la vida rusa rezuma en cantidad inconmensurablemente mayor de lo que todos nosotros nos figuramos y pensamos, y que es preciso fusionar en un solo torrente gigantesco. Que esto es factible lo demuestran de manera irrefutable la colosal propagación del movimiento obrero y la avidez, ya señalada, de publicaciones políticas, así como los llamamientos a dar a la lucha económica misma un carácter político; son formas distintas de esquivar el deber más imperioso de los revolucionarios rusos: organizar la agitación política en todos sus aspectos. Svoboda quiere sustituir la agitación con el terrorismo, confesando sin rodeos que «en cuanto empiece una agitación intensa y enérgica entre las masas, el papel excitador de este 28 desaparecerá» . Esto justamente muestra que tanto los terroristas como los «economicistas» subestiman la actividad revolucionaria de las masas, pese al testimonio evidente de los 29 sucesos de la primavera ; además, unos se precipitan en busca de «excitantes» artificiales y otros hablan de «reivindicaciones concretas». Ni los unos ni los otros prestan suficiente atención al desarrollo de su propia actividad de agitación política y de organización de denuncias políticas. Y ni ahora ni en ningún otro momento se puede sustituir con nada esta labor. La clase obrera como combatiente de vanguardia por la democracia Hemos visto ya que la agitación política más amplia y, por consiguiente, la organización de denuncias políticas de todo género es una tarea totalmente necesaria, la tarea más imperiosamente necesaria de la actividad, siempre que esta actividad sea de veras socialdemócrata. Pero hemos llegado a esta conclusión partiendo solo de la necesidad apremiante que la clase obrera tiene de conocimientos políticos y de educación política. Sin embargo, esta manera de plantear la cuestión sería demasiado estrecha y daría de lado las tareas democráticas universales de toda la socialdemocracia, en general, y de la socialdemocracia rusa actual, en particular. Para explicar esta tesis del modo más concreto posible, intentaremos enfocar el problema desde el punto de vista más «familiar» al «economista», o sea, desde el punto de vista práctico. «Todos están de acuerdo» con que es preciso desarrollar la conciencia política de la clase obrera. Pero, ¿cómo hacerlo y qué es necesario para hacerlo? La lucha económica «hace pensar» a los obreros solo en las cuestiones concernientes a la actitud del gobierno ante la clase obrera; por eso, por más que nos esforcemos en «dar a la lucha económica misma un carácter político», jamás podremos, en los límites de esta tarea, desarrollar la conciencia política de los obreros (hasta el grado de conciencia política socialdemócrata), pues los propios límites son estrechos. La formula de Martínov es valiosa para nosotros, pero en modo alguno porque ilustre la capacidad del autor para embrollar las cosas. Es valiosa porque pone de relieve el error fundamental de todos los «economicistas»: el convencimiento de que puede desarrollar la conciencia política de clase de los obreros desde dentro, por decirlo así, de su lucha económica, o sea, partiendo solo (o, al menos, principalmente) de esta lucha, basándose solo (o, al menos, principalmente) en esta lucha. 28 Renacimiento del revolucionarismo, p. 68. trata de la primavera de 1901, en la que comenzaron grandes manifestaciones en las calles. (Nota de Lenin para la edición de 1907.) (Nota de los editores.) 29 108 Política tradeunionista y política socialdemócrata Semejante opinión es errónea de raíz; y precisamente porque los «economicistas», enojados por nuestra polémica con ellos, no quieren reflexionar, como es debido, en el origen de nuestras discrepancias, acabamos literalmente por no comprendernos, por hablar lenguas diferentes. Al obrero se le puede dotar de conciencia política de clase solo desde fuera, es decir, desde fuera de la lucha económica, desde fuera del campo de las relaciones entre obreros y patronos. La única esfera de que se pueden extraer esos conocimientos es la esfera de las relaciones de todas las clases y sectores sociales con el Estado y el gobierno, la esfera de las relaciones de todas las clases entre sí. Por eso, a la pregunta de qué hacen para dotar de conocimientos políticos a los obreros, no se puede dar únicamente la respuesta con que se contentan, en la mayoría de los casos, los militantes dedicados a la labor práctica, sin hablar ya de quienes, entre ellos, son propensos al «economicismo», a saber: «Hay que ir a los obreros». Para aportar a los obreros conocimientos políticos, los socialdemócratas deben ir a todas las clases de la población, deben enviar a todas partes destacamentos de su ejército. Si empleamos adrede esta fórmula tosca y nos expresamos adrede de una forma simplificada y tajante, no es en modo alguno por el deseo de decir paradojas, sino para «incitar» a los «economicistas» a pensar en las tareas que desdeñan de manera tan imperdonable y en la diferencia -que ellos no quieren comprender- entre la política tradeunionista y la política socialdemócrata. Por eso rogamos al lector que no se impaciente y nos escuche con atención hasta el final. Tomemos el tipo del círculo socialdemócrata más difundido en los últimos años y examinemos su actividad. «Está en contacto con los obreros» y se conforma con eso, editando hojas que fustigan los abusos cometidos en las fábricas, la parcialidad del gobierno con los capitalistas y las violencias de la policía; en las reuniones con los obreros, los límites de estos mismos temas; solo muy de tarde en tarde se pronuncian conferencias y charlas acerca de la historia del movimiento revolucionario, la política interior y exterior de nuestro gobierno, la evolución económica de Rusia y de Europa, la situación de las distintas clases en la sociedad contemporánea, etcétera; nadie piensa en establecer y desenvolver de manera sistemática relaciones con otras clases de la sociedad. En el fondo, los componentes de un círculo de este tipo conciben al militante ideal, en la mayoría de los casos, mucho más parecido a un secretario de tradeunión que a un jefe político socialista. Porque el secretario de cualquier tradeunión inglesa, por ejemplo, ayuda siempre a los obreros a sostener la lucha económica, organiza la denuncia de los abusos en las fábricas, explica la injusticia de las leyes y disposiciones que restringen la libertad de huelga y la libertad de colocar piquetes cerca de las fábricas (para avisar a todos que en la fábrica dada se han declarado en huelga), explica la parcialidad de los árbitros pertenecientes a las clases burguesas del pueblo, etc. En una palabra, todo secretario de tradeunión sostiene y ayuda a sostener «la lucha económica contra los patrones y el gobierno». Y jamás se insistirá bastante en que esto no es aún socialdemocracia, que el ideal del socialdemócrata no debe ser el secretario de tradeunión, sino el tribuno popular, que sabe reaccionar ante toda manifestación de arbitrariedad de opresión, dondequiera que se produzca y cualquiera que sea el sector o la clase social a que afecte; que sabe sintetizar todas estas manifestaciones en un cuadro único de la brutalidad policíaca y de la explotación capitalista; que sabe aprovechar el hecho más pequeño para exponer ante todos sus convicciones socialistas y sus reivindicaciones democráticas, para explicar a todos y cada uno la importancia histórica universal de la lucha emancipadora del proletariado. Comparen, por ejemplo, a hombres como Roberto Knight (conocido secretario y líder de la Sociedad de Obreros Caldereros, uno de los sindicatos más poderosos de Inglaterra) y 109 Política tradeunionista y política socialdemócrata Guillermo Liebknecht e intenten aplicarles las contradicciones en que basa Martínov sus discrepancias con Iskra. Verán que R. Knight -empiezo a hojear el artículo de Martínov«ha exhortado» mucho más «a las masas a ciertas acciones concretas», mientras que G. Liebknecht se ha dedicado más a «explicar desde un punto de vista revolucionario todo el régimen actual o sus manifestaciones parciales»; que R. Knight «ha formulado las reivindicaciones inmediatas del proletariado e indicado los medios de satisfacerlas»; mientras que G. Liebknecht, sin dejar de hacer eso, no ha renunciado a «dirigir al mismo tiempo la intensa actividad de los diferentes sectores oposicionistas» y «dictarles un programa positivo 30 de acción» ; que R. Knight ha procurado precisamente «imprimir, en la medida de lo posible, 31 a la lucha económica misma un carácter político» y ha sabido muy bien «presentar al 32 gobierno reivindicaciones concretas que prometen ciertos resultados palpables» ; en tanto 33 que G. Liebknecht se ha ocupado mucho más de las «denuncias unilaterales» ; que R. Knight 34 ha concedido más importancia al «desarrollo progresivo de la monótona lucha cotidiana» , 35 y G. Liebknecht, «a la propaganda de ideas brillantes y acabadas» ; que G. Liebknecht ha hecho del periódico dirigido por él precisamente «un órgano de oposición revolucionaria que denuncia nuestro régimen, y sobre todo nuestro régimen político, por cuanto choca con 36 los intereses de los más diversos sectores de la población» ; mientras que R. Knight «ha 37 trabajado por la causa obrera en estrecho contacto orgánico con la lucha proletaria» -si se entiende por «estrecho contacto orgánico» ese culto a la espontaneidad que hemos analizado más arriba en los ejemplos de Krichevski y de Martínov- y «ha restringido la esfera de su influencia», convencido, sin duda como Martínov, de que «con ello se hacía más compleja 38 esta influencia» . En una palabra, verán que Martínov rebaja de facto la socialdemocracia al nivel del tradeunionismo, aunque, claro está, en modo alguno lo hace porque no quiere el bien de la socialdemocracia, sino simplemente porque se ha apresurado un poco a profundizar a Plejánov, en lugar de tomarse la molestia de comprenderlo. Pero volvamos a nuestra exposición. Hemos dicho que el socialdemócrata, si es partidario, no solo de palabra, del desarrollo polifacético de la conciencia política del proletariado, debe «ir a todas las clases de la población». Surgen varias preguntas: ¿cómo hacerlo?, ¿tenemos fuerzas suficientes para ello?, ¿existe una base que permita realizar esta labor entre todas las demás clases?, ¿no implicará eso abandonar, o conducirá a abandonar, el punto de vista de clase? Examinemos estas cuestiones. Debemos «ir a todas las clases de la población» como teóricos, como propagandistas, como agitadores y como organizadores. Nadie pone en duda que la labor teórica de los socialdemócratas debe orientarse a estudiar todas las peculiaridades de la situación social y política de las diversas clases. Pero se hace muy poco, poquísimo, en este sentido, desproporcionadamente poco si se compara con la labor tendiente a estudiar las peculiaridades de la vida de las fábricas. En los comités y en los círculos podemos encontrar personas que incluso estudian a fondo especialmente algún ramo de la siderurgia; pero apenas encontrarán ejemplos de miembros de las organizaciones que (obligados por una u otra razón, como sucede a menudo, a retirarse de la labor práctica) se dediquen de manera especial a reunir datos sobre algún problema actual de nuestra vida social y política que 30 Véase p. 41. Por ejemplo, durante la guerra franco-prusiana, Liebknecht dictó un programa de acción para toda la democracia, cosa que Marx y Engels hicieron en mayor escala en 1848. 31 32 33 34 35 36 37 38 110 Política tradeunionista y política socialdemócrata pueda servir de motivo para desplegar una labor socialdemócrata entre todos sectores de la población. Cuando se habla de la poca preparación de la mayoría de los actuales dirigentes del movimiento obrero, es forzoso recordar asimismo la preparación en este aspecto, pues está ligada también a la concepción «economista» del «estrecho contacto orgánico con la lucha proletaria». Pero lo principal, por supuesto, es la propaganda y la agitación entre todos los sectores de la población. El socialdemócrata de Europa occidental ve facilitada esta labor por las reuniones y asambleas populares, a las que asisten cuantos lo deseen, y por la existencia del Parlamento, en el cual el representante socialdemócrata habla ante los diputados de todas las clases. En nuestro país no tenemos ni parlamento ni libertad de reunión; pero sabemos, sin embargo, organizar reuniones con los obreros que quieren escuchar a un socialdemócrata. Debemos saber también organizar reuniones con los componentes de todas las clases de la población que deseen escuchar a un demócrata. Porque no es socialdemócrata quien olvida en la práctica que «los comunistas apoyan por doquier todo movimiento 39 revolucionario» ; que, por ello, debemos exponer y recalcar ante todo el pueblo los objetivos democráticos generales, sin ocultar en ningún momento nuestras convicciones socialistas. No es socialdemócrata quien olvida en la práctica que su deber consiste en ser el primero en plantear, acentuar y resolver todo problema democrático general. «¡Pero si no hay nadie que no esté de acuerdo con eso!» -nos interrumpirá el lector impaciente-, y las nuevas instrucciones a la redacción de Rabóchei Dielo, aprobadas en el último Congreso de la Unión, dicen con claridad: Deben servir de motivos para la propaganda y la agitación políticas todos los fenómenos y acontecimientos de la vida social y política que afecten al proletariado, bien directamente, como clase especial, bien como vanguardia de todas las fuerzas 40 revolucionarias en la lucha por la libertad . En efecto, son palabras muy justas y muy buenas, y nos consideraríamos satisfechos por ejemplo si Rabócheie Dielo las comprendiese, si no dijese, al mismo tiempo, otras que las contradicen. Pues no basta con titularse «vanguardia», destacamento avanzado: es preciso, además, actuar de tal modo que todos los otros destacamentos vean y estén obligados a reconocer que marchamos a la cabeza. Y preguntamos al lector: ¿es que los componentes de los demás «destacamentos» son tan estúpidos que van a creernos como artículo de fe cuando hablamos de la «vanguardia»? Imagínense de manera concreta el siguiente cuadro. En el «destacamento» de radicales o de constitucionalistas liberales rusos ilustrados ve llegar a un socialdemócrata que les declara: Somos la vanguardia; «ahora nuestra tarea consiste en imprimir, en la medida de lo posible, un carácter político a la lucha económica misma». Todo radical o constitucionalista, por poco inteligente que sea (y entre los radicales y constitucionalistas rusos hay muchos hombres inteligentes), no podrá por menos de acoger con una sonrisa semejantes palabras y decir (para sus adentros, claro está, ya que en la mayoría de los casos es diplomático experimentado): «¡He aquí una “vanguardia” bien simplona! No comprende siquiera que es a nosotros, representantes avanzados de la democracia burguesa, a quienes corresponde la tarea de imprimir a la lucha económica misma de los obreros un carácter político. Porque también nosotros queremos, como todos los burgueses del Occidente de Europa, incorporar a los obreros a la política, pero solo a la política tradeunionista y no a la política socialdemócrata. La política tradeunionista de la clase obrera es precisamente la política burguesa de la 39 40 K. Marx y F. Engels: Manifiesto del Partido Comunista, Obras escogidas en tres tomos, t. I, p. 140, ed. en español, Moscú. Dos congresos, p. 17. (La cursiva es nuestra.) 111 Política tradeunionista y política socialdemócrata clase obrera. ¡Y la formulación que esta “vanguardia” hace de su tarea no es otra cosa que la formulación de la política tradeunionista! Así, pues, que se llamen cuanto quieran socialdemócratas. ¡Yo no soy un niño, no voy a enfadarme por una etiqueta! Pero que no se dejen llevar por nefastos dogmáticos ortodoxos, ¡que dejen la “libertad de crítica” a los que arrastran inconscientemente a la socialdemocracia al cauce tradeunionista!» Y la ligera sonrisa de nuestro constitucionalista se transformará en risa homérica, cuando sepa que los socialdemócratas que hablan de la vanguardia de la socialdemocracia, en el momento actual, cuando el elemento espontáneo prevalece casi absolutamente en nuestro movimiento, ¡temen más que nada «aminorar el elemento espontáneo», temen «aminorar la importancia de la marcha progresiva de la lucha cotidiana y gris a expensas de la propaganda de ideas brillantes y acabadas», etcétera! ¡Una «vanguardia» que teme que lo consciente prevalezca sobre lo espontáneo, que teme propugnar un «plan» audaz que tenga que ser aceptado incluso por aquellos que piensan de otro modo! ¿No será que confunden el término vanguardia con el término retaguardia? Reflexionad, en efecto, sobre el siguiente razonamiento de Martínov. En la página 40 declara que la táctica de denuncias de Iskra es unilateral; que, «por más que sembremos la desconfianza y el odio hacia el gobierno, no alcanzaremos nuestro objetivo mientras no logremos desarrollar una energía social suficientemente activa para el derrocamiento de aquél». He aquí, dicho sea entre paréntesis, la preocupación, que ya conocemos, de intensificar la actividad de las masas, tendiendo a la vez a restringir la suya propia. Pero no se trata ahora de esto. Como vemos, Martínov habla aquí de energía revolucionaria («para el derrocamiento»). Mas ¿a qué conclusión llega? Como, en tiempo ordinario, las diversas capas sociales actúan inevitablemente en forma dispersa, «es claro, por tanto, que los socialdemócratas no podemos simultáneamente dirigir la actividad enérgica de los diversos sectores de oposición, no podemos dictarles un programa positivo de acción, no podemos indicarles los procedimientos con que haya de luchar día a día por defender sus intereses… Los sectores liberales se preocuparán ellos mismos de esta lucha activa por sus intereses inmediatos, lucha que les hará enfrentarse con nuestro régimen político» (p. 41). De esta suerte, después de haber comenzado a hablar de energía revolucionaria, de lucha activa por el derrocamiento de la autocracia, ¡Martínov se desvía inmediatamente hacia la energía sindical, hacia la lucha activa por los intereses inmediatos! De suyo se comprende que no podemos dirigir la lucha de los estudiantes, de los liberales, etcétera, por sus «intereses inmediatos», ¡pero no era de esto de lo que se trataba, respetable «economista»! De lo que se trataba era de la participación posible y necesaria de las diferentes capas sociales en el derrocamiento de la autocracia, y esta «actividad enérgica de los diversos sectores de oposición» no solo podemos, sino que debemos dirigirla sin falta si queremos ser la «vanguardia». En cuanto a que nuestros estudiantes, nuestros liberales, etcétera, «se enfrenten con nuestro régimen político», no solo se preocuparán ellos mismos de esto, sino que principalmente y ante todo se preocuparán la propia policía y los propios funcionarios del gobierno autocrático. Pero «nosotros», si queremos ser demócratas avanzados, debemos preocuparnos de incitar a quienes están descontentos únicamente del régimen universitario o del zemstvo, etcétera, a pensar que es malo todo el régimen político. Nosotros debemos asumir la tarea de organizar la lucha política, bajo la dirección de nuestro partido, en forma tan múltiple que todos los sectores de oposición puedan prestar, y presten de verdad, a esta lucha y a este partido la ayuda que puedan. Nosotros debemos hacer de los militantes socialdemócratas dedicados a la labor práctica líderes políticos que sepan dirigir todas las manifestaciones de esta lucha múltiple, que sepan, en el momento necesario, «dictar un programa positivo de acción» a los estudiantes en efervescencia, a los descontentos de los zemstvos, a los miembros indignados de las sectas religiosas, a los maestros nacionales lesionados en sus intereses, etcétera. 112 Política tradeunionista y política socialdemócrata Por eso es completamente falsa la afirmación de Martínov de que «con respecto a ellos solo podemos desempeñar el papel negativo de denunciadores del régimen… solo 41 podemos disipar sus esperanzas en las distintas comisiones gubernamentales» . Al decir esto, Martínov demuestra que no comprende nada en absoluto del verdadero papel de la «vanguardia» revolucionaria. Y si el lector tiene esto en cuenta, comprenderá el verdadero sentido de las siguientes palabras de conclusión de Martínov: Iskra es un órgano de oposición revolucionaria que denuncia nuestro régimen, sobre todo el político, por cuanto choca con los intereses de los más diversos sectores de la población. Nosotros, en cambio, trabajamos y trabajaremos por la causa obrera en estrecho contacto orgánico con la lucha proletaria. Al restringir la esfera de nuestra 42 influencia, hacemos más compleja esta influencia . El verdadero sentido de semejante conclusión es: Iskra quiere elevar la política tradeunionista de la clase obrera (a la que se limitan con tanta frecuencia nuestros militantes prácticos, ya sea por equivocación, por falta de preparación o por convicción) al nivel de política socialdemócrata. En cambio, Rabóchei Dielo quiere rebajar la política socialdemócrata al nivel de política tradeunionista. Y, por si eso fuera poco, asegura a todo el mundo que «estas 43 posiciones son perfectamente compatibles en la obra común» . O, sancta simplicitas! Prosigamos. ¿Tenemos bastantes fuerzas para llevar nuestra propaganda y nuestra agitación a todas las clases de la población? Pues claro que sí. Nuestros «economicistas», que a menudo son propensos a negarlo, olvidan el gigantesco paso adelante que ha dado nuestro movimiento de 1894 (más o menos) a 1901. Como «seguidistas» auténticos que son, viven con frecuencia aferrados a ideas del período inicial, pasado hace ya mucho, del movimiento. Entonces, en efecto, nuestras fuerzas eran tan pocas que asombraban, entonces era natural y legítima la decisión de consagrarnos por entero a la labor entre los obreros y condenar con severidad toda desviación de esta línea, entonces la tarea estribaba en afianzarse entre la clase obrera. Ahora ha sido incorporada al movimiento una masa gigantesca de fuerzas; vienen a nosotros los mejores representantes de la joven generación de las clases instruidas; por todas partes, en todas las provincias se ven condenadas a la inactividad personas que ya han tomado o desean tomar parte en el movimiento y que tienden hacia la socialdemocracia (mientras que en 1894 los socialdemócratas rusos podían contarse con los dedos de las manos). Uno de los defectos fundamentales de nuestro movimiento, tanto desde el punto de vista político como de organización, consiste en que no sabemos emplear todas estas fuerzas ni asignarles el trabajo adecuado (en el capítulo siguiente, hablaremos con más detalle de esta cuestión). La inmensa mayoría de dichas fuerzas carece en absoluto de la posibilidad de «ir a los obreros»; por consiguiente, no puede ni hablarse del peligro de distraer fuerzas de nuestra labor fundamental. Y para proporcionar a los obreros conocimientos políticos auténticos, vivos y que abarquen todos los dominios, es necesario que tengamos «gente nuestra», socialdemócratas, en todas partes, en todos los sectores sociales, en todas las posiciones que permiten conocer los resortes internos de nuestro mecanismo estatal. Y nos hace falta esa gente, no solo para la propaganda y la agitación, sino más aún para la organización. ¿Existe una base que permita actuar entre todas las clases de la población? Quienes no ven que existe, prueban una vez más que su conciencia se rezaga del movimiento ascensional espontáneo de las masas. El movimiento obrero ha suscitado y suscita entre 41 42 Las cursivas son nuestras. 43 113 Política tradeunionista y política socialdemócrata unos el descontento; entre otros despierta la esperanza de lograr el apoyo de la posición; a otros les hace comprender que el régimen autocrático no tiene razón de ser y que su hundimiento es ineludible. solo de palabra seríamos «políticos» y socialdemócratas (como ocurre, en efecto, muy a menudo) si no tuviéramos conciencia de que nuestro deber consiste en aprovechar todas las manifestaciones de descontento, en reunir y elaborar todos los elementos de protesta, por embrionaria que sea. Y no hablemos ya de que la masa de millones de campesinos trabajadores, artesanos, pequeños productores, etcétera, escuchará siempre con avidez la propaganda de un socialdemócrata algo hábil. Pero, ¿acaso existe una sola clase de la población en la que no haya individuos, grupos y círculos descontentos por la falta de derechos y la arbitrariedad, y, en consecuencia, capaces de comprender la propaganda del socialdemócrata como portavoz que es de las demandas democráticas generales más candentes? A quienes deseen formarse una idea concreta de esta agitación política del socialdemócrata entre todas las clases y sectores de la población les indicaremos las denuncias políticas, en el sentido amplio de la palabra, como el medio principal (pero, claro está, no único) de esta agitación. 44 Debemos -escribía yo en el artículo «¿Por dónde empezar?» , del que tendremos que hablar detenidamente más adelante- despertar en todos los sectores del pueblo con un mínimo de conciencia la pasión por las denuncias políticas. No debe desconcertarnos que las voces que hacen denuncias políticas sean ahora tan débiles, escasas y tímidas. La causa de ello no es, ni mucho menos, una resignación general con la arbitrariedad policíaca. La razón está en que las personas capaces de denunciar y dispuestas a hacerlo no tienen una tribuna desde la que puedan hablar, no tienen un auditorio que escuche ávidamente y anime a los oradores, no ven por parte alguna en el pueblo una fuerza a la que merezca la pena dirigir una queja contra el «todopoderoso» gobierno ruso… Ahora podemos y debemos crear una tribuna para denunciar ante todo el pueblo al gobierno zarista: esa tribuna tiene que ser un 45 periódico socialdemócrata . Ese auditorio ideal para las denuncias políticas es precisamente la clase obrera, que necesita, primero y principalmente, amplios y vivos conocimientos políticos y que es la más capaz de transformar estos conocimientos en lucha activa, aunque no prometa ningún «resultado palpable». Ahora bien, la tribuna para estas denuncias ante todo el pueblo solo puede ser un periódico central para toda Rusia. «Sin un órgano político es inconcebible en la Europa contemporánea un movimiento que merezca el nombre de movimiento político»; y en este sentido, por Europa contemporánea hay que entender también, sin duda alguna, a Rusia. La prensa se ha convertido, en nuestro país, desde hace ya mucho, en una fuerza; de lo contrario, el gobierno no gastaría decenas de miles de rublos en sobornarla y en subvencionar a los Katkov y los Mescherski de toda laya. Y en la Rusia autocrática no es una novedad que la prensa clandestina rompa los candados de la censura y obligue a hablar públicamente de ella a los órganos legales y conservadores. Así ocurrió en los años 70 e incluso a mediados de siglo. ¡Y cuánto más extensos y profundos son ahora los sectores populares dispuestos a leer la prensa clandestina y a aprender en ella «a vivir y a morir», como se expresaba el obrero autor de una carta publicada en el número 7 46 de Iskra! Las denuncias políticas son precisamente una declaración de guerra al gobierno, 44 151. Iskra, número 4, mayo de 1901. V. I. Lenin: Obras completas, 5ª ed. en ruso, t. 5, pp. 10-11. (Nota de los editores.) 46 En el número 7 de Iskra (agosto de 1901), en la sección «Crónica del movimiento obrero y cartas de fábricas y talleres», se publicó una carta de un obrero tejedor de Petersburgo que testimonia la inmensa influencia de la Iskra leninista sobre los obreros avanzados. «[…] He mostrado Iskra a muchos camaradas y todo el número se ha deshecho en pedazos, ¡pero es 45 114 Política tradeunionista y política socialdemócrata de la misma manera que las denuncias de tipo económico son una declaración de guerra al fabricante. Y la importancia moral de esta declaración de guerra es tanto mayor cuanto más amplia y vigorosa es la campaña de denuncias, cuanto más numerosa y decidida es la clase social que declara la guerra para empezarla. En consecuencia, las denuncias políticas son, ya de por sí, uno de los medios más potentes para disgregar las filas enemigas, para apartar del adversario a sus aliados fortuitos o temporales y sembrar la hostilidad y desconfianza entre quienes participan de continuo en el poder autocrático. En nuestros días podrá convertirse en vanguardia de las fuerzas revolucionarias solo el partido que organice campañas de denuncias de verdad ante todo el pueblo. Las palabras «todo el pueblo» encierran un gran contenido. La inmensa mayoría de los denunciadores que no pertenecen a la clase obrera (y para ser vanguardia es necesario precisamente atraer a todas las clases) son políticos realistas y hombres serenos y prácticos. Saben muy bien que si es peligroso «quejarse» incluso de un modesto funcionario, lo es todavía más quejarse del «todopoderoso» gobierno ruso. Y se quejarán a nosotros solo cuando vean que sus quejas pueden surtir efecto, que somos una fuerza política. Para lograr que las personas ajenas nos consideren una fuerza política debemos trabajar mucho y con tenacidad a fin de elevar nuestro grado de conciencia, nuestra iniciativa y nuestra energía, pues no basta con pegar el marbete de «vanguardia» a una teoría y una práctica de retaguardia. Pero los admiradores demasiado celosos del «estrecho contacto orgánico con la lucha proletaria» nos preguntarán, y nos preguntan ya, si debemos encargarnos de organizar denuncias verdaderamente ante todo el pueblo sobre los abusos cometidos por el gobierno, ¿en qué se manifestará entonces el carácter de clase de nuestro movimiento? ¡Pues, precisamente, en que seremos nosotros, los socialdemócratas, quienes organizaremos esas campañas de denuncias ante todo el pueblo; en que todos los problemas planteados en nuestra agitación serán esclarecidos desde un punto de vista socialdemócrata firme, sin ninguna indulgencia para las deformaciones, intencionadas o no, del marxismo; en que esta polifacética agitación política será realizada por un partido que une en un todo indivisible la ofensiva contra el gobierno en nombre del pueblo entero, la educación revolucionaria del proletariado -salvaguardando al mismo tiempo su independencia política-, la dirección de la lucha económica de la clase obrera y la utilización de sus conflictos espontáneos con sus explotadores, conflictos que ponen en pie y atraen sin cesar a nuestro campo a nuevos sectores proletarios! Pero uno de los rasgos más característicos del «economicismo» consiste precisamente en que no comprende esta conexión; es más, no comprende que la necesidad más urgente del proletariado (educación política en todos los aspectos por medio de la agitación política y de las denuncias políticas) coincide con la necesidad del movimiento democrático general. Esa incomprensión se manifiesta tanto en las frases martinovianas como en diferentes alusiones del mismo sentido a un supuesto punto de vista de clase. He aquí, por ejemplo, cómo se expresan al respecto los autores de la carta «economista», publicada en el número 12 de 47 Iskra : Este mismo defecto fundamental de Iskra (la sobrestimación de la ideología) es la causa de su inconsecuencia en los problemas referentes a la actitud de la tan valioso!» -escribía el autor de la carta-. Se habla en él de nuestra causa, de toda la causa rusa, cuyo valor no se puede medir con kopeks ni determinar con horas… El domingo pasado reuní a once personas y les leí «¿Por dónde empezar?»; no nos separamos hasta bien entrada la noche. ¡Qué verdad es todo lo que dice, cómo se cala en todo!… Queremos escribir una carta a su Iskra para que no solo enseñe cómo hay que empezar, sino cómo hay que vivir y morir». 47 La falta de espacio nos ha impedido responder circunstancialmente en Iskra a esta carta, tan típica de los «economicistas». Su aparición nos causó verdadero júbilo, pues hacía ya mucho que llegaban hasta nosotros, desde los lados más diversos, dimes y diretes acerca de que Iskra carecía de un consecuente punto de vista de clase, y solo esperábamos una ocasión propicia, o la expresión cristalizada de esta acusación en boga, para darle una respuesta. Y tenemos por costumbre contestar a los ataques no con la defensiva, sino con contraataques. 115 Política tradeunionista y política socialdemócrata socialdemocracia ante las diversas clases y tendencias sociales. Resolviendo por medio de deducciones teóricas… y no mediante… el crecimiento de las tareas del partido, las cuales crecen junto con éste… la tarea de pasar sin demora a la lucha contra el absolutismo y sintiendo, por lo visto, toda la dificultad de esta tarea para los obreros, dado el actual estado de cosas… y no solo sintiendo, sino sabiendo muy bien que esta tarea le parece menos difícil a los obreros que a los intelectuales «economicistas» que los tratan como a niños pequeños, pues los obreros están dispuestos a batirse incluso por reivindicaciones que, dicho sea con palabras del inolvidable Martínov, no prometen ningún «resultado palpable»)…, «pero no teniendo la paciencia de esperar que los obreros acumulen fuerzas para esta lucha, Iskra empieza a buscar aliados entre los liberales y los intelectuales…». Sí, sí, se nos ha acabado, en efecto, toda la «paciencia» para «esperar» los días felices que nos prometen desde hace mucho los «conciliadores» de toda clase, en los cuales nuestros «economicistas» dejarán de imputar su propio atraso a los obreros y de justificar su insuficiente energía con una pretendida insuficiencia de fuerzas de los obreros. Preguntamos a nuestros «economicistas»: ¿en qué debe consistir la «acumulación de fuerzas por los obreros para esta lucha»? ¿No es evidente que consiste en dar educación política a los obreros, en denunciar ante ellos todos los aspectos de nuestra abyecta autocracia? ¿Y no está claro que justamente para esta labor necesitamos tener «aliados entre los liberales y los intelectuales» dispuestos a compartir con nosotros sus denuncias de la campaña política contra la gente de los zemstvos, los maestros, estadísticos, estudiantes, etcétera? ¿Será, en realidad, tan difícil de comprender esta asombrosa «treta»? ¿No les viene repitiendo P. B. Axelrod, ya desde 1897, que «el problema de que los socialdemócratas rusos conquisten adictos y aliados directos o indirectos entre las clases no proletarias se resuelve, ante todo y sobre todo, por el carácter de la propaganda que se hace en el seno del proletariado mismo»? ¡Pero no obstante, los Martínov y demás «economicistas» siguen creyendo que los obreros deben primero, por medio de «la lucha económica contra los patronos y el gobierno», acumular fuerzas (para la política tradeunionista) y solo después «pasar», según parece, del tradeunionista «infundir actividad» a la actividad socialdemócrata. En sus búsquedas -continúan los «economicistas»-, Iskra se desvía con frecuencia del punto de vista de clase, velando las contradicciones entre las clases y colocando en primer plano la comunidad del descontento con el gobierno, aunque las causas y el grado de este descontento entre los «aliados» son muy diferentes. Tal es, por ejemplo, la actitud de Iskra ante los zemstvos. Iskra, según dicen los «economicistas», «promete la ayuda de la clase obrera a los nobles insatisfechos de las limosnas gubernamentales, sin decir una sola palabra del antagonismo de clase que separa a estos dos sectores de la población». Si el lector se remite al artículo «La 48 autocracia y los zemstvos» , al que probablemente aluden los autores de la carta, verá que 49 están consagrados a la actitud del gobierno frente a la «agitación blandengue del zemstvo burocrático y estamental» y frente a la «iniciativa que parte hasta de las clases poseedoras». El artículo dice que el obrero no puede contemplar con indiferencia la lucha del gobierno contra el zemstvo; invita a la gente de los zemstvos a abandonar sus discursos blandengues y pronunciarse con palabras firmes y tajantes cuando la socialdemocracia revolucionaria se alce con toda su fuerza ante el gobierno. ¿Qué hay en esto de inaceptable para los autores de la carta? Nadie lo sabe. 48 Números 2 y 4 de Iskra. Y durante el período comprendido entre estos artículos, se ha publicado otro dedicado especialmente a los antagonismos de clase en el campo. (V. I. Lenin: Obras completas, 5ª ed. en ruso, t. 4, pp. 429-437.) (Nota de los editores.) / Iskra, número 3. 49 116 Política tradeunionista y política socialdemócrata ¿Piensan que el obrero «no comprenderá» las palabras «clases poseedoras» y «zemstvo burocrático estamental»? ¿Creen que incitar a la gente de los zemstvos a pasar de los discursos blandengues a las palabras tajantes es «sobrestimar la ideología»? ¿Se imaginan que los obreros pueden «acumular fuerzas» para luchar contra el absolutismo si no saben cómo trata éste también a los zemstvos? Nadie lo sabe tampoco. Lo único claro es que los autores tienen una idea muy vaga de las tareas políticas de la socialdemocracia. Que esto es así nos lo dice con mayor claridad aún esta frase suya: «Idéntica es la actitud de Iskra», es decir, de nuevo «vela las contradicciones entre las clases», «ante, el movimiento estudiantil». En lugar de exhortar a los obreros a afirmar, por medio de una manifestación pública, que el verdadero origen de la violencia, de la arbitrariedad y del desenfreno se 50 halla en el gobierno ruso, y no en la juventud universitaria , ¡deberíamos haber publicado, por lo visto, razonamientos en el espíritu de R. Mysl! Y semejantes ideas son expresadas por socialdemócratas en el otoño de 1901, después de los sucesos de febrero y marzo, en vísperas de un nuevo crecer del movimiento estudiantil, revelador de que, incluso en este terreno, la «espontaneidad» de la protesta contra la autocracia adelanta a la dirección consciente del movimiento por la socialdemocracia. ¡El deseo espontáneo de los obreros de intervenir en defensa de los estudiantes apaleados por la policía y los cosacos adelanta a la actividad consciente de la organización socialdemócrata! «Sin embargo, en otros artículos -continúan los autores de la carta-, Iskra condena duramente todo compromiso y defiende, por ejemplo, la posición intransigente de los guesdistas». Aconsejamos que mediten bien sobre estas palabras quienes suelen afirmar con tanta presunción y ligereza que las discrepancias entre los socialdemócratas de nuestros días no son esenciales ni justifican una escisión. ¿Pueden actuar con éxito en una misma organización quienes afirman que hemos hecho todavía muy poco para denunciar la hostilidad de la autocracia a las clases más diversas y para dar a conocer a los obreros la oposición de los sectores más diversos de la población a la autocracia, y quienes ven en esta actividad un «compromiso», evidentemente un compromiso con la teoría de la «lucha económica contra los patronos y el gobierno»? Hemos hablado, al recordar el cuadragésimo aniversario de la liberación de los campesinos 51 (nº 3) , de que es necesario llevar la lucha de clases al campo; hemos mostrado, a propósito del informe secreto de Witte (nº 4), que la administración autónoma local y la autocracia son inconciliables; hemos atacado el feudalismo de los terratenientes del gobierno, al comentar 52 53 la nueva ley (nº 8) , y hemos aplaudido el congreso ilegal de los zemstvos , alentando a los miembros y defensores de estos últimos a abandonar las peticiones humillantes y pasar a la lucha; hemos estimulado a los estudiantes, que empezaban a comprender la necesidad de la lucha política y pasaban a ella (nº 3) y, al mismo tiempo, hemos fustigado la «bárbara incomprensión» de quienes propugnan el movimiento «exclusivamente universitario» y exhortan a los estudiantes a no participar en las manifestaciones callejeras (nº 3, con motivo del llamamiento del Comité Ejecutivo de los Estudiantes de Moscú, fechado el 25 de febrero); hemos denunciado los «sueños absurdos» y la «hipocresía falaz» de los astutos 54 liberales del periódico Rossía (nº 5) y, a la vez, hemos destacado la furiosa represión del gobierno carcelero «contra pacíficos literatos, contra viejos catedráticos y científicos, contra 55 conocidos liberales de los zemstvos» ; hemos revelado el verdadero sentido del programa 50 Iskra, número 2. V. I. Lenin: Obras completas, 5ª ed. en ruso, t. 4, pp. 391-396. (Nota de los editores.) V. I. Lenin: Obras completas, 5ª ed. en ruso, t. 4, pp. 429-437. (Nota de los editores.) 52 V. I. Lenin: Obras completas, 5ª ed. en ruso, t. 5, pp. 87-92. (Nota de los editores.) 53 Idem, pp. 93-94. (Nota de los editores.) 54 Rossía (Rusia): diario liberal moderado. Se publicó en Petersburgo desde 1899 hasta 1902, alcanzando gran difusión en los medios burgueses de la sociedad rusa. 55 Número 5: Correría policíaca contra la literatura. 51 117 Política tradeunionista y política socialdemócrata «de patronato del Estado para mejorar las condiciones de vida de los obreros» y celebrado la «preciosa confesión» de que «más vale prevenir con reformas desde arriba las demandas 56 de reformas desde abajo que esperar a esto último» (nº 6) ; hemos animado (nº 7) a los funcionarios de Estadística que protestan y hemos condenado a los funcionarios esquiroles (nº 9). ¡Quienes ven en esta táctica una ofuscación de la conciencia de clase del proletariado y un compromiso con el liberalismo prueban que no comprenden en absoluto el verdadero sentido del programa del Credo y, de facto, aplican precisamente este programa, por mucho que lo repudien! Porque, por eso mismo, arrastran a la socialdemocracia a «la lucha económica contra los patronos y el gobierno» y se rinden ante el liberalismo, renunciando a intervenir de manera activa en cada problema «liberal» y a fijar frente a él su propia actitud, su actitud socialdemócrata. Una vez más «calumniadores», una vez más «embaucadores» Como recordará el lector, estas amables palabras son de Rabóchei Dielo, que replica así a nuestra acusación de «haber preparado indirectamente el terreno para convertir el movimiento obrero en un instrumento de la democracia burguesa». En su simplicidad, Rabóchei Dielo ha decidido que esta acusación no es otra cosa que una argucia polémica. Como si dijera: estos malignos dogmáticos han resuelto decirnos toda clase de cosas desagradables, ¿y qué puede haber más desagradable que ser instrumento de la democracia burguesa? Y se publica en 57 58 59 negrilla un «mentís»: «una calumnia patente» , «un embaucamiento» , «una mascarada» . Como Júpiter, Rabóchei Dielo (aunque se parece poco a Júpiter) se enfada precisamente porque no tiene razón, demostrando con sus insultos precipitados que es incapaz de seguir el hilo de los pensamientos de sus adversarios. Y sin embargo, no hace falta reflexionar mucho para comprender por qué todo culto a la espontaneidad del movimiento de masas, todo rebajamiento de la política socialdemócrata al nivel de la política tradeunionista significa precisamente preparar el terreno para convertir el movimiento obrero en un instrumento de la democracia burguesa. El movimiento obrero espontáneo solo puede crear por sí mismo el tradeunionismo (y lo crea de manera inevitable), y la política tradeunionista de la clase obrera no es otra cosa que la política burguesa de la clase obrera. La participación de la clase obrera en la lucha política, e incluso en la revolución política, en modo alguno convierte aún su política en una política socialdemócrata. ¿Se le ocurrirá a Rabóchei Dielo negar esto? ¿Se le ocurrirá, al fin, exponer ante todo el mundo, sin ambages ni rodeos, el concepto que tiene de los problemas candentes de la socialdemocracia internacional y rusa? ¡Oh, no! Jamás se le ocurrirá nada semejante, pues se aferra al recurso de «hacerse el ausente»: Ni soy quien soy; ni sé, ni quiero saber nada del asunto. Nosotros no somos «economicistas», Rabóchaya Mysl no es «economicismo», en general, en Rusia no hay «economicismo». Es un recurso muy hábil y «político», pero tiene un pequeño inconveniente: a los órganos de prensa que lo practican se les suele poner el mote de «¿En qué puedo servirle?». 56 V. I. Lenin: Una preciosa confesión. (Nota de los editores.) Dos congresos, p. 30. 58 Dos congresos, 59 Dos congresos, p. 33. 57 118 Política tradeunionista y política socialdemócrata 60 Rabóchei Dielo cree que, en general, la democracia burguesa en Rusia es una «quimera» . ¡Qué felices son! Como el avestruz, esconden la cabeza bajo el ala y se imaginan que con ello han hecho desaparecer todo lo que les rodea. La serie de publicistas liberales que anuncian triunfalmente cada mes el desmoronamiento e incluso la desaparición del marxismo, la serie de periódicos liberales (Sankt-Petersburgskie Viédomosti, Russkie Viédomosti y otros muchos) dedicados a estimular a los liberales que llevan a los obreros una concepción 61 brentaniana de la lucha de clases y una concepción tradeunionista de la política; la pléyade de críticos del marxismo, cuyas verdaderas tendencias han puesto tan bien al descubierto el Credo y cuya mercancía literaria es la única que circula por Rusia sin impuestos ni aranceles; la reanimación de las tendencias revolucionarias no socialdemócratas, sobre todo después de los sucesos de febrero y marzo; ¡todo eso, por lo visto, es una quimera! ¡Todo eso no tiene en absoluto nada que ver con la democracia burguesa! Rabóchei Dielo y los autores de la carta «economista», aparecida en el número 12 de Iskra, deberían «pensar en cuál es la causa de que estos sucesos de la primavera hayan suscitado una reanimación tan considerable de las tendencias revolucionarias no socialdemócratas, en lugar de fortalecer la autoridad y el prestigio de la socialdemocracia». La causa es que no hemos estado a la altura de nuestra misión, que la actividad de las masas obreras ha sido superior a la nuestra, que no hemos tenido dirigentes y organizadores revolucionarios preparados en grado suficiente, que conocieran a la perfección el estado de ánimo de todos sectores oposicionistas y supieran ponerse a la cabeza del movimiento, transformar una manifestación espontánea en una manifestación política, ampliar su carácter político, etcétera; en estas condiciones, nuestro atraso seguirá siendo aprovechado de manera inevitable por los revolucionarios no socialdemócratas más dinámicos y más enérgicos; y los obreros, por grandes que sean su abnegación y su energía en la lucha con la policía y con las tropas, por muy revolucionaria que sea su actuación, no pasarán de ser una fuerza que apoye a esos revolucionarios, serán la retaguardia de la democracia burguesa y no la vanguardia socialdemócrata. Tomemos el caso de la socialdemocracia alemana, de la que nuestros «economicistas» quieren imitar solo los lados débiles. ¿Por qué no se produce en Alemania ni un solo suceso político sin que contribuya a aumentar más y más la autoridad y el prestigio de la socialdemocracia? Pues porque la socialdemocracia es siempre la primera en la apreciación más revolucionaria de cada suceso, en la defensa de toda protesta contra la arbitrariedad. No se adormece con la consideración de que la lucha económica incitará a los obreros a pensar en su falta de derechos y de que las condiciones empujan fatalmente el movimiento obrero al camino revolucionario. Interviene en todos los aspectos y en todos los problemas de la vida social y política: cuando Guillermo se niega a ratificar el nombramiento de un alcalde progresista burgués, ¡nuestros «economicistas» no han tenido tiempo aún de explicar a los alemanes que esto es, en el fondo, un compromiso con el liberalismo!; cuando se dicta una ley contra las obras y estampas «inmorales»; cuando el gobierno influye para que sean elegidos determinados profesores, 60 Dos congresos, p. 32. Y a renglón seguido, se alude a «las condiciones concretas rusas, que empujan fatalmente el movimiento obrero al camino revolucionario». ¡No se quiere comprender que el camino revolucionario del movimiento obrero puede no ser aún el camino socialdemócrata! Bajo el absolutismo, toda la burguesía de Europa Occidental «empujaba», empujaba conscientemente a los obreros al camino revolucionario. Pero los socialdemócratas no podemos contentarnos con eso. Y si rebajamos de una u otra forma la política socialdemócrata al nivel de la política espontánea, de la política tradeunionista, con ello, precisamente, haremos el juego a la democracia burguesa. 61 Brentano, Lujo (1844-1931): economista burgués alemán partidario del llamado «socialismo estatal». Afirmaba que la igualdad social era posible en el marco del capitalismo por medio de reformas y de la conciliación de los intereses de los capitalistas y los obreros. Encubriéndose con frases marxistas, Brentano y sus adeptos intentaban subordinar el movimiento obrero a los intereses de la burguesía. 119 Política tradeunionista y política socialdemócrata etc. La socialdemocracia está siempre en primera línea, excitando el descontento político en todas las clases, despertando a los dormidos, espoleando a los rezagados y proporcionando hechos y datos de todo género para desarrollar la conciencia política y la actividad política del proletariado. Y el resultado de todo eso es que hasta los enemigos conscientes del socialismo sienten respeto por el luchador político de vanguardia, y no es raro que un documento importante, no solo de los medios burgueses, sino incluso de las esferas burocráticas y palaciegas, vaya a parar, por una especie de milagro, al despacho de la redacción de Vorwärts. Ahí está la clave de la aparente «contradicción», que rebasa tanto la capacidad de comprensión de Rabóchei Dielo, que la revista se limita a levantar las manos al cielo clamando: «¡Mascarada!». En efecto, ¡figúrense ustedes: nosotros, Rabóchei Dielo, colocamos en primer plano el movimiento obrero de masas (¡y lo imprimimos en negrilla!), prevenimos a todos y a cada uno contra el peligro de disminuir la importancia del elemento espontáneo, queremos dar un carácter político a la misma, a la mismísima lucha económica, queremos mantener un contacto estrecho y orgánico con la lucha proletaria! Y después de eso se nos dice que preparamos el terreno para convertir el movimiento obrero en un instrumento de la democracia burguesa. ¿Y quién nos lo dice? ¡Hombres que llegan a un «compromiso» con el liberalismo, interviniendo en todos los problemas «liberales» (¡qué incomprensión del «contacto orgánico con la lucha proletaria»!) y dedicando tanta atención a los estudiantes e incluso (¡qué horror!) a la gente de los zemstvos! ¡Hombres que, en general, quieren consagrar una parte mayor de sus fuerzas (en comparación con los «economicistas») a la actividad entre las clases no proletarias de la población! ¿No es eso, acaso, una «mascarada»? ¡Pobre Rabóchei Dielo! ¿Llegará alguna vez a desentrañar el secreto de esta treta? 120 Los métodos artesanos de trabajo de los economicistas y la organización de los revolucionarios Las afirmaciones de Rabóchei Dielo, antes analizadas, de que la lucha económica es el medio de agitación política más ampliamente aplicable, de que nuestra tarea consiste ahora en dar a la lucha económica misma un carácter político, etc., demuestran que se tiene una noción estrecha no solo de nuestras tareas políticas, sino también de las de organización. Para sostener la «lucha económica contra los patronos y el gobierno», es totalmente innecesaria una organización centralizada de toda Rusia -que, por ello mismo, no puede formarse en el curso de semejante lucha- que agrupe en un solo impulso común todas las manifestaciones de oposición política, de protesta y de indignación; una organización formada por revolucionarios profesionales y dirigida por verdaderos líderes políticos de todo el pueblo. Y se comprende. La estructura de cualquier organismo está determinada, de modo natural e inevitable, por el contenido de la actividad de dicho organismo. De ahí que Rabóchei Dielo, con las afirmaciones que hemos examinado anteriormente, consagre y legitime, no solo la estrechez de la actividad política, sino también la estrechez de la labor de organización. Y en este caso, como siempre, es un órgano de prensa cuya conciencia cede ante la espontaneidad. Sin embargo, el culto a las formas de organización espontáneas 143, la incomprensión de cuán estrecha y primitiva es nuestra labor de organización, de hasta qué punto somos todavía unos «artesanos» en un terreno tan importante, esta incomprensión, digo yo, es una verdadera enfermedad de nuestro movimiento. No es, por supuesto, una enfermedad propia de la decadencia, sino una enfermedad debida al crecimiento. Pero precisamente ahora, cuando la ola de la indignación espontánea nos azota, por decirlo así, a nosotros como dirigentes y organizadores del movimiento, es necesaria en grado sumo la lucha más intransigente contra toda defensa del atraso, contra toda legitimación de la estrechez de miras en este sentido; es necesario en grado sumo despertar, en cuantos toman parte o se proponen tomar parte en la labor práctica, el descontento por los métodos primitivos de trabajo que predominan entre nosotros y la decisión inquebrantable de desembarazarnos de ellos. ¿Qué son los métodos artesanos de trabajo? Intentemos responder a esta pregunta trazando un pequeño cuadro de la actividad de un círculo socialdemócrata típico de los años comprendidos entre 1894 y 1901. Hemos aludido ya a la propensión general de la juventud estudiantil de aquel período hacia el marxismo. 121 Los métodos artesanos de trabajo de los economicistas y la organización de los revolucionarios Claro que esta propensión no era solo, e incluso no tanto, hacia el marxismo en calidad de teoría como en calidad de respuesta a la pregunta «¿qué hacer?», como en calidad de llamamiento para ponerse en marcha contra el enemigo. Y los nuevos guerreros iban a la campaña con un equipo y una preparación primitivos en extremo. En muchísimos casos carecían casi por completo hasta de equipo y no tenían absolutamente ninguna preparación. Iban a la guerra como verdaderos labradores, sin más pertrecho que un garrote en la mano. Falto de todo contacto con los viejos dirigentes del movimiento, falto de toda ligazón con los círculos de otros lugares o hasta de otros puntos de la ciudad (o de otros centros de enseñanza), sin organización alguna de las diferentes partes de la labor revolucionaria, sin ningún plan sistematizado de acción para un período más o menos prolongado, un círculo de estudiantes se pone en contacto con obreros y empieza a trabajar. Despliega paso a paso una agitación y una propaganda cada vez más vastas, y con su actuación se gana las simpatías de sectores obreros bastante amplios, así como de una parte de la sociedad instruida, que proporciona dinero y pone a disposición del «comité» nuevos y nuevos grupos de jóvenes. Crece el prestigio del comité (o unión de lucha) y aumenta su actividad, que se amplía de un modo espontáneo por completo: las mismas personas que hace un año, o unos cuantos meses, intervenían en círculos de estudiantes y resolvían el problema de «¿a dónde ir?», que entablaban y mantenían relaciones con los obreros, redactaban e imprimían octavillas, se ponen en contacto con otros grupos de revolucionarios, consiguen publicaciones, emprenden la edición de un periódico local, empiezan a hablar de organizar una manifestación y, por fin, pasan a operaciones militares abiertas (que pueden ser, según las circunstancias, la primera hoja de agitación, el primer número del periódico o la primera manifestación). Y por lo general, en cuanto se inician estas operaciones, se produce un fracaso inmediato y completo. Inmediato y completo, precisamente, porque dichas operaciones militares no son el resultado de un plan sistemático, bien meditado y preparado poco a poco, de una lucha larga y tenaz, sino sencillamente el crecimiento espontáneo de una labor de círculo efectuada de acuerdo con la tradición. Porque la policía, como es natural, conoce casi siempre a todos los dirigentes principales del movimiento local, que se han «acreditado» ya en las aulas universitarias, y solo espera el momento más propicio para hacer la redada, consintiendo adrede que el círculo se extienda y se desarrolle en grado suficiente para contar con un corpus delicti palpable, y dejando cada vez intencionadamente unas cuantas personas, de ella conocidas, «como semilla» (expresión técnica que emplean, según mis noticias, tanto los nuestros como los gendarmes). Es forzoso comparar semejante guerra con una campaña de bandas de campesinos armados de garrotes contra un ejército moderno. Y es de admirar la vitalidad de un movimiento que se ha extendido, crecido y conquistado victorias pese a la completa falta de preparación de los combatientes. Es cierto que, desde el punto de vista histórico, el carácter primitivo del equipo era al principio no solo inevitable, sino incluso legítimo, como una de las condiciones que permitía atraer a gran número de combatientes. Pero en cuanto empezaron las operaciones militares serias (y empezaron ya, en realidad, con las huelgas del verano de 1896), las deficiencias de nuestra organización de combate se hicieron sentir cada vez más. El gobierno se desconcertó al principio y cometió una serie de errores (por ejemplo, contar a la opinión pública monstruosidades de los socialistas o deportar a obreros de las capitales a centros industriales de provincias), pero no tardó en adaptarse a las nuevas condiciones de la lucha y supo colocar en los lugares adecuados sus destacamentos de provocadores, espías y gendarmes, pertrechados con todos los medios modernos. Las redadas se hicieron tan frecuentes, abarcaron a un número tan grande de personas y barrieron los círculos locales hasta el punto de que la masa obrera quedó lo que se dice 122 Los métodos artesanos de trabajo de los economicistas y la organización de los revolucionarios sin dirigentes, y el movimiento adquirió un carácter esporádico increíble, siendo imposible en absoluto establecer continuidad ni conexión alguna en el trabajo. El pasmoso fraccionamiento de los militantes locales, la composición fortuita de los círculos, la falta de preparación y la estrechez de horizontes en el terreno de los problemas teóricos, políticos y orgánicos eran consecuencia inevitable de las condiciones descritas. Las cosas han llegado al extremo de que, en algunos lugares, los obreros, a causa de nuestra falta de firmeza y de hábitos de lucha clandestina, desconfían de los intelectuales y se apartan de ellos: ¡los intelectuales, dicen, originan fracasos por su acción demasiado irreflexiva! Cuantos conozcan, por poco que sea, el movimiento saben que todos los socialdemócratas reflexivos perciben, al fin, que los métodos primitivos de trabajo es una enfermedad. Mas para que no crea el lector no iniciado que «construimos» con artificio una fase especial o una enfermedad peculiar del movimiento, nos remitiremos al testigo ya citado. Que se nos disculpe la extensión de la cita: 1 Si el paso gradual a una actividad práctica más amplia -escribe B-v en el número 6 de Rabóchei Dielo-, paso que depende directamente del período general de transición por el que atraviesa el movimiento obrero ruso, es un rasgo característico…, existe otro rasgo no menos interesante en el mecanismo general de la revolución obrera rusa. Nos referimos a la escasez general de fuerzas revolucionarias aptas para la 2 acción , que se deja sentir no solo en San Petersburgo, sino en toda Rusia. A la par con la intensificación general del movimiento obrero, con el desarrollo general de la masa obrera, con la creciente frecuencia de las huelgas y con la lucha de masas de los obreros, cada día más abierta -lo que recrudece las persecuciones gubernamentales, las detenciones, los destierros y las deportaciones-, se hace más y más patente esta escasez de fuerzas revolucionarias de alta calidad y, sin duda, no deja de influir en la profundidad y el carácter general del movimiento. Muchas huelgas transcurren sin una influencia enérgica y directa de las organizaciones revolucionarias…, se deja sentir la escasez de hojas de agitación y de publicaciones clandestinas… los círculos obreros se quedan sin agitadores… Al mismo tiempo se deja notar la falta constante de dinero. En una palabra, el crecimiento del movimiento obrero rebasa al crecimiento y al desarrollo de las organizaciones revolucionarias. Los efectivos de revolucionarios activos resultan demasiado insignificantes para concentrar en sus manos la influencia sobre toda la masa obrera en efervescencia y para dar a todos los disturbios aunque sea un asomo de armonía y organización… Los círculos y los revolucionarios no están unidos, no están agrupados, no constituyen una organización única, fuerte y disciplinada, con partes metódicamente desarrolladas… Y después de hacer constar que el surgimiento inmediato de nuevos círculos en lugar de los aniquilados «demuestra tan solo la vitalidad del movimiento…, pero no prueba que exista una cantidad suficiente de militantes revolucionarios plenamente aptos», el autor concluye: «La falta de preparación práctica de los revolucionarios petersburgueses se refleja también en los resultados de su labor. Los últimos procesos, y en particular los de los grupos Autoemancipación y Lucha del 3 Trabajo contra el Capital , han demostrado claramente que un agitador joven que no conozca al detalle las condiciones del trabajo y, por consiguiente, de la agitación 1 B-v: Boris Sávinkov, uno de los dirigentes del partido socialrrevolucionario, de carácter pequeñoburgués. Las cursivas son nuestras. (Nota de los editores.) 3 Se alude al grupo Lucha del Trabajo contra el Capital, organizado en Petersburgo en la primavera de 1899. Estaba formado por algunos obreros e intelectuales, carecía de estrechos vínculos con el movimiento obrero de Petersburgo y se disolvió en el verano de 1899, al ser detenidos casi todos sus componentes. Por sus opiniones estaba muy cerca del «economicismo». El grupo editó una hoja, titulada Nuestro programa, que no llegó a difundirse, a causa de las detenciones. 2 123 Los métodos artesanos de trabajo de los economicistas y la organización de los revolucionarios en una fábrica determinada, que no conozca los principios de la clandestinidad y que solo haya asimilado» (¿asimilado?) «las ideas generales de la socialdemocracia, puede trabajar unos cuatro, cinco o seis meses. Luego viene la detención, que muchas veces acarrea el aniquilamiento de toda la organización o, por lo menos de una parte de ella. Cabe preguntar: ¿puede un grupo actuar con éxito, con fruto, cuando su existencia está limitada a unos cuantos meses? Es evidente que los defectos de las organizaciones existentes no pueden atribuirse por entero al período de transición; es evidente que la cantidad y, sobre todo, la calidad de los componentes de las organizaciones activas desempeñan aquí un papel de no escasa importancia, y la tarea primordial de nuestros socialdemócratas… debe consistir en unificar realmente las organizaciones con una selección rigurosa de sus miembros». Los métodos artesanos de trabajo y el economicismo Debemos analizar ahora una cuestión que, sin duda, se plantean ya los lectores: ¿puede establecerse una relación entre el los métodos primitivos en el trabajo, como enfermedad de crecimiento que afecta a todo el movimiento, y el «economicismo», como una tendencia de la socialdemocracia rusa? Creemos que sí. La falta de preparación práctica y la falta de habilidad en la labor de organización son, en efecto, cosas comunes a todos nosotros, incluso a quienes desde el primer momento han sustentado con firmeza el punto de vista del marxismo revolucionario. Y es cierto que nadie podría culpar de esta falta de preparación, por sí sola, a los militantes dedicados a la labor práctica. Pero, además de la falta de preparación, el concepto de «métodos primitivos de trabajo» implica también otra cosa: el reducido alcance de toda la actividad revolucionaria en general, la incomprensión de que con esta labor estrecha es imposible constituir una buena organización de revolucionarios y, por último -y eso es lo principal-, las tentativas de justificar esta estrechez y erigirla en una «teoría» particular, es decir, el culto a la espontaneidad también en este terreno. En cuanto se manifestaron tales tentativas, se manifestaron en dos direcciones. Unos empezaron a decir: la propia masa obrera no ha planteado aún tareas políticas tan amplias y combativas como las que quieren «imponerle» los revolucionarios, debe luchar todavía por reivindicaciones políticas inmediatas, sostener «la lucha económica contra los patronos y el 4 gobierno» (y a esta lucha «accesible» al movimiento de masas corresponde, como es natural, una organización «accesible» incluso a la juventud menos preparada). Otros, alejados de toda «gradación», comenzaron a decir: se puede y se debe «hacer la revolución política», mas para eso no hay necesidad alguna de crear una fuerte organización de revolucionarios que eduque al proletariado en una lucha firme y tenaz; para eso basta con que empuñemos todos el garrote ya conocido y «asequible». 5 Hablando sin alegorías: que organicemos la huelga general , o que estimulemos el 6 «indolente» desarrollo del movimiento obrero por medio del «terrorismo excitante» . Ambas tendencias, los oportunistas y los «revolucionistas», capitulan ante los métodos primitivos imperante en el trabajo, no confían en que sea posible desembarazarse de él, no comprenden nuestra primera y más urgente tarea práctica: crear una organización de revolucionarios capaz de asegurar a la lucha política energía, firmeza y continuidad. 4 Rabóchaya Mysl y Rabóchei Dielo, sobre todo la Respuesta a Plejánov. «¿Quién hará la revolución política?» es un folleto publicado en Rusia en la recopilación La lucha proletaria y reeditado por el comité de Kíev. 6 Renacimiento del revolucionarismo y Svoboda. 5 124 Los métodos artesanos de trabajo de los economicistas y la organización de los revolucionarios Acabamos de citar las palabras de B-v: «El crecimiento del movimiento obrero rebasa el crecimiento y el desarrollo de las organizaciones revolucionarias». Esta «valiosa noticia de un observador directo» (comentario de la redacción de Rabócheie Dielo al artículo de B-v) tiene para nosotros un doble valor. Demuestra que teníamos razón al considerar que la causa fundamental de la crisis por la que atraviesa en la actualidad la socialdemocracia rusa está en el atraso de los dirigentes («ideólogos», revolucionarios, socialdemócratas) respecto al movimiento ascensional espontáneo de las masas. Demuestra que todas esas disquisiciones de los autores de la carta «economista» (en el nº 12 de Iskra), de B. Krichevski y Martínov, sobre el peligro de disminuir la importancia del elemento espontáneo, la monótona lucha cotidiana, la táctica-proceso, etc., son precisamente una defensa y una exaltación de los métodos primitivos de trabajo. Esos hombres, que no pueden pronunciar la palabra «teórico» sin una mueca de desprecio y que llaman «intuición de la vida» a su prosternación ante la falta de preparación para la vida y ante el desarrollo insuficiente, demuestran de hecho que no comprenden nuestras tareas prácticas más imperiosas. Gritan a quienes se han rezagado: «¡Seguid el paso! ¡No os adelantéis!». Y a quienes adolecen de falta de energía y de iniciativa en la labor de organización, de falta de «planes» para organizar las cosas con amplitud y valentía ¡les hablan de la «táctica-proceso»! Nuestro pecado capital consiste en rebajar nuestras tareas políticas y orgánicas al nivel de los intereses inmediatos, «palpables», «concretos» de la lucha económica cotidiana, pero siguen cantándonos; ¡hay que imprimir a la lucha económica misma un carácter político! Repetimos: eso es literalmente la misma «intuición de la vida» que demostraba poseer el personaje de la épica popular que gritaba al paso de un entierro: «¡Ojalá tengáis siempre uno que llevar!». Recuerden la incomparable presunción, verdaderamente digna de Narciso, con que esos sabios aleccionaban a Plejánov: «A los círculos obreros les son inaccesibles en general (sic) las tareas políticas en el sentido real, práctico, de esa palabra, es decir, en el sentido de una lucha práctica, conveniente y eficaz, por reivindicaciones políticas» (Respuesta de la redacción de Rabóchei Dielo, p. 24). ¡Hay círculos y círculos, señores! Desde luego, a un círculo de «artesanos» le son inaccesibles las tareas políticas, mientras esos artesanos no comprendan los métodos primitivos de su trabajo y no se desembaracen de él. Pero si, además, esos artesanos tienen apego a sus métodos, si escriben siempre en cursiva la palabra «práctico» y se imaginan que el practicismo exige de ellos que rebajen sus tareas al nivel de la comprensión de los sectores más atrasados de las masas, entonces, por supuesto, serán incorregibles y, en efecto, las tareas políticas les serán inaccesibles en general. Pero a un círculo de adalides como Alexéiev y Myshkin, Jaulturin y Zheliábov les son accesibles las tareas políticas en el sentido más real, más práctico, de 152 153 la palabra. Y les son accesibles precisamente por cuanto sus fogosos discursos encuentran eco en la masa que se despierta espontáneamente; por cuanto su impetuosa energía es secundada y apoyada por la energía de la clase revolucionaria. Plejánov tenía mil veces razón no solo cuando indicó cuál era esta clase revolucionaria, no solo cuando demostró que su despertar espontáneo era inevitable e ineludible, sino también cuando incluso señaló a los «círculos obreros» una tarea política grande y sublime. Y ustedes invocan el movimiento de masas, surgido desde entonces, para rebajar esa tarea, para reducir la energía y el alcance de la actividad de los «círculos obreros». ¿Qué es esto sino apego del artesano a sus métodos? Se vanaglorian de su espíritu práctico y no ven el hecho conocido de todo militante ruso entregado a la labor práctica: que milagros puede hacer en la obra revolucionaria la energía no solo de un círculo, sino incluso de un individuo. ¿O 125 Los métodos artesanos de trabajo de los economicistas y la organización de los revolucionarios creen que en nuestro movimiento no pueden existir adalides como los que existieron en los años setenta? ¿Por qué razón? ¿Por qué estamos poco preparados? ¡Pero nos preparamos, nos seguiremos preparando y llegaremos a estar preparados! Es cierto que, por desgracia, en agua estancada de la «lucha económica contra los patronos y el gobierno» se ha criado entre nosotros verdín: han aparecido personas que se postran ante la espontaneidad y contemplan con unción (como dice Plejánov) «la parte trasera» del proletariado ruso. Sin embargo, sabremos limpiarnos ese verdín. Es ahora precisamente cuando el revolucionario ruso, guiándose por una teoría verdaderamente revolucionaria y apoyándose en una clase verdaderamente revolucionaria que despierta de manera espontánea, puede al fin -¡al fin!- alzarse cuan alto es y desplegar todas sus fuerzas de gigante. Para ello solo hace falta que entre la masa de militantes dedicados a la actividad práctica -y entre la masa, mayor aún, de quienes sueñan con la práctica ya desde el banco de la escuela- sea acogido con burla y desprecio todo intento de rebajar nuestras tareas políticas y el alcance de nuestra labor de organización. ¡Y lo conseguiremos, señores, pueden estar seguros de ello! En el artículo «¿Por dónde empezar?» he escrito contra Rabócheie Dielo: «En veinticuatro horas se puede cambiar de táctica en la agitación respecto a algún problema especial, se puede cambiar de táctica en la realización de algún detalle de organización del partido; pero cambiar, no digamos en veinticuatro horas, sino incluso en veinticuatro meses de criterio acerca de si hace falta en general, siempre y en absoluto, una organización combativa y una 7 agitación política entre las masas es cosa que solo pueden hacer personas sin principios» . Rabócheie Dielo contesta: «Esta acusación de Iskra, la única que pretende estar basada en hechos, carece de todo fundamento. Los lectores de Rabóchei Dielo saben muy bien que nosotros, desde el comienzo mismo, no solo hemos exhortado a la agitación política, sin esperar a que apareciera Iskra… (diciendo al paso que, no ya a los círculos obreros- ni aun siquiera al movimiento obrero de masas se le puede plantear como primera tarea política la de derribar el absolutismo, sino únicamente la lucha por reivindicaciones políticas inmediatas, y que «las reivindicaciones políticas inmediatas se hacen accesibles a las masas después de una o, en todo caso, de varias huelgas»), «sino que, con nuestras publicaciones hemos proporcionado desde el extranjero a los camaradas que actúan en Rusia los únicos materiales de agitación política socialdemócrata» (y en estos materiales no solo han practicado con la mayor amplitud la agitación política exclusivamente en el terreno de la lucha económica, sino que han llegado, por fin, a la conclusión de que esta agitación limitada es «la que se puede aplicar con la mayor amplitud». ¿Y no advierten ustedes, señores, que su argumentación demuestra precisamente la necesidad de que apareciera Iskra -en vista del carácter de esos materiales únicos- y la necesidad de la lucha de Iskra contra Rabócheie Dielo? «Por otra parte, nuestra actividad editorial preparaba en la práctica la unidad táctica del partido» (¿la unidad de convicción de que la táctica es un proceso de crecimiento de las tareas del partido, que crecen junto con éste? ¡Valiente unidad!) «… y, con ello, la posibilidad de crear una «organización de combate» para cuya formación ha hecho la Unión todo lo que está al alcance de una organización 8 residente en el extranjero» . ¡Vano intento de salir del paso! Jamás se me ha ocurrido negar que hicieron ustedes todo lo que estaba a su alcance. Lo que yo he afirmado y afirmo es que los límites de lo «accesible» para ustedes se restringen por la miopía de sus concepciones. Es ridículo hablar de «organizaciones de combate» para luchar por «reivindicaciones políticas inmediatas» o para «la lucha económica contra los patronos y el gobierno». 7 8 V. I. Lenin: Obras completas, 5ª ed. en ruso, t. 5, p. 6. (Nota de los editores.) Rabóchei Dielo, número 10, p. 15. 126 Los métodos artesanos de trabajo de los economicistas y la organización de los revolucionarios Pero si el lector quiere ver perlas de enamoramiento «económico» de los métodos primitivos, tendrá que pasar, como es lógico, del ecléctico y vacilante Rabóchei Dielo al consecuente y decidido Rab. Mysl. «Dos palabras ahora sobre la llamada intelectualidad revolucionaria escribía R. M. en el Suplemento especial, p. 13-: es cierto que más de una vez ha demostrado en la práctica que está totalmente dispuesta a «entablar el combate decisivo contra el zarismo». Pero lo malo es que, perseguida de manera implacable por la policía política, nuestra intelectualidad revolucionaria tomaba esta lucha contra la policía política por una lucha política contra la autocracia. Por eso sigue aún sin encontrar respuesta a la pregunta de «dónde sacar fuerzas para luchar contra la autocracia». ¿Verdad que es incomparable este olímpico desprecio que siente por la lucha contra la policía un admirador (en el peor sentido de la palabra) del movimiento espontáneo? ¡Está dispuesto a justificar nuestra inepcia para la actividad clandestina diciendo que, con el movimiento espontáneo de masas, no tiene importancia, en el fondo, la lucha contra la policía política! Muy pocos, poquísimos, suscribirán esta monstruosa conclusión: con tanto dolor siente todo el mundo las deficiencias de nuestras organizaciones revolucionarias. Pero si no la suscribe, por ejemplo, Martínov, es solo porque no sabe o no tiene la valentía de reflexionar hasta el fin en sus propias tesis. En efecto, ¿acaso una «tarea» como la de que las masas planteen reivindicaciones concretas que prometan resultados palpables exige preocuparse de manera especial por crear una organización de revolucionarios sólida, centralizada y combativa? ¿No cumple también esta «tarea» una masa que en modo alguno «lucha contra la policía política»? Más aún: ¿sería realizable esta tarea, si, además de un reducido número de dirigentes, no se encargaran de cumplirla también (en su inmensa mayoría) obreros que son incapaces en absoluto de «luchar contra la policía política»? Estos obreros, los hombres medios de la masa, pueden dar pruebas de energía y abnegación gigantescas en una huelga, en la lucha contra la policía y las tropas en la calle, pueden decidir (y son los únicos que pueden), el desenlace de todo nuestro movimiento; pero precisamente la lucha contra la policía política exige cualidades especiales, exige revolucionarios profesionales. Y nosotros debemos preocuparnos no solo de que las masas «planteen» reivindicaciones concretas, sino también de que la masa de obreros «destaque», en número cada vez mayor, a estos revolucionarios profesionales. Llegamos así al problema de las relaciones entre la organización de revolucionarios profesionales y el movimiento puramente obrero. Este problema, poco reflejado en las publicaciones, nos ha ocupado a nosotros, los «políticos», mucho tiempo en pláticas y discusiones con camaradas más o menos inclinados al «economicismo». Merece la pena que nos detengamos en él especialmente. Pero terminemos antes de ilustrar con otra cita nuestra tesis sobre la relación entre los métodos primitivos de trabajo y el «economicismo». 9 «El grupo Emancipación del Trabajo -decía el señor N. N. en su Respuesta - exige que se luche directamente contra el gobierno, sin pensar dónde está la fuerza material necesaria para esa lucha ni indicar qué caminos ha de seguir esta». Y subrayando estas últimas palabras, el autor hace a propósito del término «caminos» la observación siguiente: Esta circunstancia no puede explicarse por fines conspirativos, ya que en el programa no se trata de una conjura, sino de un movimiento de masas. Y las masas no pueden avanzar por caminos secretos. 9 NN: Serguéi Prokopóvich, «economista» activo, más tarde demócrata-constitucionalista. 127 Los métodos artesanos de trabajo de los economicistas y la organización de los revolucionarios ¿Es posible, acaso, una huelga secreta? ¿Es posible celebrar en secreto una 10 manifestación o presentar en secreto una petición? El autor ha abordado de lleno tanto la «fuerza material» (los organizadores de las huelgas y manifestaciones) como los «caminos» que debe seguir esta lucha; pero se ha quedado, sin embargo, confuso y perplejo, pues se «prosterna» ante el movimiento de masas, es decir, lo considera algo que nos exime de nuestra actividad revolucionaria, y no algo que debe alentar e impulsar nuestra actividad revolucionaria. Una huelga secreta es imposible para quienes participen en ella o tengan relación inmediata con ella. Pero para las masas de obreros rusos, esa huelga puede ser (y lo es en la mayoría de los casos) «secreta», porque el gobierno se preocupará de cortar toda relación con los huelguistas, se preocupará de hacer imposible toda difusión de noticias sobre la huelga. Y aquí es necesaria la «lucha contra la policía política», una lucha especial, una lucha que jamás podrá sostener activamente una masa tan amplia como la que participa en las huelgas. Esta lucha deben organizarla, «según todas las reglas del arte», personas cuya profesión sea la actividad revolucionaria. La organización de esta lucha no se ha hecho menos necesaria porque las masas se incorporen espontáneamente al movimiento. Al contrario: la organización se hace, por eso, más necesaria, pues nosotros, los socialistas, faltaríamos a nuestras obligaciones directas ante las masas si no supiéramos impedir que la policía haga secreta (y si a veces no preparásemos nosotros mismos en secreto) cualquier huelga o manifestación. Y sabremos hacerlo precisamente porque las masas que despiertan espontáneamente destacarán también de su seno a más y más «revolucionarios profesionales» (siempre que no se nos ocurra invitar a los obreros, de diferentes maneras, al inmovilismo). La organización de los obreros y la organización de los revolucionarios Si el concepto de «lucha económica contra los patronos y el gobierno» corresponde para un socialdemócrata al de lucha política, es natural esperar que el concepto de «organización de revolucionarios» corresponda más o menos al de «organización de obreros». Y así ocurre, en efecto; de suerte que, al hablar de organización, resulta que hablamos literalmente en lenguas diferentes. Por ejemplo, recuerdo como si hubiera ocurrido hoy la conversación que sostuve 11 en cierta ocasión con un «economista» bastante consecuente al que antes no conocía . La conversación giraba en torno al folleto ¿Quién hará la revolución política? Pronto convinimos en que el defecto principal de este folleto consistía en dar de lado el problema de la organización. Nos figurábamos estar ya de acuerdo, pero…, al seguir la conversación, resultó que hablábamos de cosas distintas. Mi interlocutor acusaba al autor de no tener en cuenta las cajas de resistencia, las sociedades de socorros mutuos, etcétera; yo, en cambio, pensaba en la organización de revolucionarios indispensable para «hacer» la revolución política. ¡Y en cuanto se reveló esta discrepancia, no recuerdo haber coincidido jamás con este «economista» sobre ninguna cuestión de principio! ¿En qué consistía, pues, el origen de nuestras discrepancias? Precisamente en que los «economicistas» se apartan a cada paso de las concepciones socialdemócratas para caer 10 11 Vademécum, p. 59. Se trata, por lo visto, de la primera entrevista de Lenin con A. Martínov, que tuvo lugar en 1901. 128 Los métodos artesanos de trabajo de los economicistas y la organización de los revolucionarios en el tradeunionismo, tanto en las tareas de organización como en las políticas. La lucha política de la socialdemocracia es mucho más amplia y compleja que la lucha económica de los obreros contra los patronos y el gobierno. Del mismo modo (y como consecuencia de ello), la organización de un partido socialdemócrata revolucionario ha de ser inevitablemente de un género distinto que la organización de los obreros para la lucha económica. La organización de los obreros deber ser, primero, profesional; segundo, lo más amplia posible; tercero, lo menos clandestina posible (aquí más adelante me refiero, claro está, solo a la Rusia autocrática). Por el contrario, la organización de los revolucionarios debe agrupar, ante todo y sobre todo, a personas cuya profesión sea la actividad revolucionaria (por eso hablo de una organización de revolucionarios, teniendo en cuenta a los revolucionarios socialdemócratas). Ante este rasgo común de los miembros de semejante organización, debe desaparecer completamente toda diferencia entre obreros e intelectuales, sin hablar ya de la diferencia entre las diversas profesiones de unos y otros. Esta organización debe ser necesariamente no muy amplia y lo más clandestina posible. Detengámonos en estos tres puntos distintos. En los países que gozan de libertad política, la diferencia entre la organización sindical y la organización política es completamente clara, como lo es también la diferencia entre las tradeuniones y la socialdemocracia. Por supuesto, las relaciones de esta última con las primeras varían de manera inevitable en los distintos países, en dependencia de las condiciones históricas, jurídicas, etcétera, pudiendo ser más o menos estrechas, complejas, etc. (desde nuestro punto de vista, deben ser lo más estrechas y lo menos complejas posibles); pero no puede ni hablarse de identificar en los países libres la organización de los sindicatos con la organización del Partido Socialdemócrata. En Rusia, en cambio, el yugo de la autocracia borra a primera vista toda diferencia entre la organización socialdemócrata y el sindicato obrero, pues todo sindicato obrero, todo círculo están prohibidos, y la huelga, principal manifestación y arma de la lucha económica de los obreros, se considera en general un delito común (¡y a veces incluso un delito político!). Por consiguiente, las condiciones de Rusia, de una parte, «incitan» con gran fuerza a los obreros que sostienen la lucha económica a pensar en las cuestiones políticas, y, de otra, «incitan» a los socialdemócratas a confundir el tradeunionismo con la socialdemocracia (nuestros Krichevski, Martínov y Cía., que hablan sin cesar de la «incitación» del primer tipo, no ven la «incitación» del segundo tipo). En efecto, imaginémonos a personas absorbidas en el 99% por «la lucha económica contra los patronos y el gobierno». Unas jamás pensarán durante todo el período de su actuación (de cuatro a seis meses) en la necesidad de una organización más compleja de revolucionarios. Otras «tropezarán» tal vez con publicaciones bernsteinianas, bastante difundidas, y extraerán de ellas la convicción de que lo importante de verdad es «el desarrollo progresivo de la monótona lucha cotidiana». Otras, en fin, se dejarán quizá seducir por la tentadora idea de dar al mundo un nuevo ejemplo de «estrecho contacto orgánico con la lucha proletaria», de contacto del movimiento sindical con el movimiento socialdemócrata. Cuanto más tarde entra un país en la palestra del capitalismo y, en consecuencia, del movimiento obrero razonarán esas personas-, tanto más pueden participar los socialistas en el movimiento sindical y apoyarlo, y tanto menos puede y debe haber sindicatos no socialdemócratas. Hasta ahora, tal razonamiento es completamente justo; pero la desgracia consiste en que van más lejos y sueñan con una fusión total de la socialdemocracia y el tradeunionismo. En seguida veremos, por el ejemplo, de los estatutos de la Unión de Lucha de San Petersburgo, el nocivo reflejo de esos sueños en nuestros planes de organización. Las organizaciones obreras para la lucha económica han de ser organizaciones sindicales. Todo obrero socialdemócrata debe, dentro de lo posible, apoyar estas organizaciones y actuar 129 Los métodos artesanos de trabajo de los economicistas y la organización de los revolucionarios intensamente en ellas. De acuerdo. Pero es totalmente contrario a nuestros intereses exigir que solo los socialdemócratas puedan ser miembros de las organizaciones «gremiales», pues eso reduciría el alcance de nuestra influencia entre las masas. Que participe en la organización gremial todo obrero que comprenda la necesidad de la unión para luchar contra los patronos y el gobierno. El fin mismo de las organizaciones gremiales sería inaccesible si no agrupasen a todos los obreros capaces de comprender, por lo menos, esta noción elemental; si dichas organizaciones gremiales no fuesen muy amplias. Y cuanto más amplias sean estas organizaciones, tanto más amplia será nuestra influencia en ellas, ejercida no solo por el desarrollo «espontáneo» de la lucha económica, sino también por el influjo directo y consciente de los miembros socialistas de los sindicatos sobre sus camaradas. Pero en una organización amplia, es imposible la clandestinidad rigurosa (pues exige mucha más preparación que para participar en la lucha económica). ¿Cómo conciliar esta contradicción entre la necesidad de una organización amplia y de una clandestinidad rigurosa? ¿Cómo conseguir que las organizaciones gremiales sean lo menos clandestinas posible? En general, no puede haber más que dos caminos: o bien la legalización de las asociaciones gremiales (que en algunos países ha precedido a la legalización de las organizaciones socialistas y políticas), o bien el mantenimiento de la 12 organización secreta, pero tan «libre», tan poco reglamentaria, tan lose , como dicen los alemanes, que la clandestinidad quede reducida casi a cero para la masa de afiliados. La legalización de asociaciones obreras no socialistas y no políticas ha comenzado ya en Rusia, y está fuera de toda duda que cada paso de nuestro movimiento obrero socialdemócrata, que crece con rapidez, estimulará y multiplicará las tentativas de esta legalización, efectuadas principalmente por los adictos al régimen vigente, pero también, en parte, por los propios obreros y los intelectuales liberales. Los Vasíliev y los Zubátov han izado ya la bandera de la legalización; los señores Ozerov y Worms le han prometido y dado ya su concurso, y la nueva corriente ha encontrado ya adeptos entre los obreros. Y nosotros no podemos dejar ya de tener en cuenta esta corriente. Es poco probable que entre los socialdemócratas pueda existir más de una opinión acerca de cómo hay que tenerla en cuenta. Nuestro deber consiste en denunciar sin desmayo toda participación de los Zubátov y los Vasíliev, de los gendarmes y los curas en esta corriente, y explicar a los obreros los verdaderos propósitos de estos elementos. Nuestro deber consiste en denunciar asimismo toda nota conciliadora, de «armonía», que se deslice en los discursos de los liberales en las reuniones obreras públicas, independientemente de que dichas notas sean debidas al sincero convencimiento de que es deseable la colaboración pacífica de las clases, al afán de congraciarse con las autoridades o a simple falta de habilidad. Tenemos, en fin, el deber de poner en guardia a los obreros contra las celadas que les tiende con frecuencia la policía, que en estas reuniones públicas y en las sociedades autorizadas observa a los «más fogosos» e intenta aprovechar las organizaciones legales para introducir provocadores también en las ilegales. Pero hacer todo eso no significa en absoluto olvidar que, en fin de cuentas, la legalización del movimiento obrero nos beneficiará a nosotros, y no, en modo alguno, a los Zubátov. Al contrario: precisamente con nuestra campaña de denuncias, separamos la cizaña. El trigo está en interesar en los problemas sociales y políticos a sectores obreros aún más amplios, a los sectores más atrasados; en liberarnos nosotros, los revolucionarios, de funciones que 12 Libre, amplia. (Nota de los editores.) 130 Los métodos artesanos de trabajo de los economicistas y la organización de los revolucionarios son, en el fondo, legales (difusión de libros legales, socorros mutuos, etc.) y cuyo desarrollo nos proporcionará, de manera ineluctable y en cantidad creciente, hechos y datos para la agitación. En este sentido, podemos y debemos decir a los Zubátov y a los Ozerov: «¡Esfuércense, señores, esfuércense!». Por cuanto tienden ustedes una celada a los obreros, mediante la 13 provocación directa o la corrupción «honrada» de los obreros con ayuda del «estruvismo» , nosotros ya nos encargaremos de desenmascararlos. Por cuanto dan ustedes un verdadero paso adelante -aunque sea en forma del más «tímido zigzag», pero un paso adelante-, les diremos: «¡Sigan, sigan!». Un verdadero paso adelante no puede ser sino una ampliación efectiva, aunque minúscula, del campo de acción de los obreros. Y toda ampliación semejante ha de beneficiarnos y acelerar la aparición de sociedades legales en las que no sean los provocadores quienes pesquen a los socialistas, sino los socialistas quienes pesquen adeptos. En una palabra, nuestra tarea consiste ahora en combatir la cizaña. No es cosa nuestra cultivar el trigo en pequeños tiestos. Al arrancar la cizaña, desbrozamos el terreno para que pueda 14 crecer el trigo. Y mientras los Afanasi Ivánovich y las Puljeria Ivánovna se dedican al cultivo doméstico, nosotros debemos preparar segadores que sepan arrancar hoy la cizaña y recoger 15 mañana el trigo . Así pues, nosotros no podemos resolver por medio de la legalización el problema de crear una organización sindical lo menos clandestina y lo más amplia posible (pero nos alegraría mucho que los Zubátov y los Ozerov nos ofreciesen la posibilidad, aunque fuese parcial, de resolverlo de este modo, ¡para lo cual tenemos que combatirlos con la mayor energía posible!). Nos queda el recurso de las organizaciones sindicales secretas, y debemos prestar toda ayuda a los obreros que emprenden ya (como sabemos de buena tinta) este camino. Las organizaciones sindicales pueden ser utilísimas para desarrollar y reforzar la lucha económica y, además, convertirse en un auxiliar de gran importancia para la agitación política y la organización revolucionaria. Para llegar a este resultado y orientar el naciente movimiento sindical hacia el cauce deseable para la socialdemocracia, es preciso, ante todo, comprender bien lo absurdo del plan de organización que preconizan los «economicistas» petersburgueses desde hace ya cerca de cinco años. Este plan ha sido expuesto en el Reglamento de la Caja Obrera de resistencia del mes 16 de julio de 1897 y en el Reglamento de la Organización Sindical Obrera de octubre de 17 1900 . El defecto de ambos reglamentos consiste en que estructuran con todo detalle una vasta organización obrera y la confunden con la organización de los revolucionarios. Tomemos el segundo Reglamento por ser el más acabado. Consta de 52 artículos: 23 exponen la estructura, el funcionamiento y las atribuciones de los «círculos obreros», que serán organizados en cada fábrica («diez hombres como máximo») y elegirán los «grupos centrales» (de fábrica). «El grupo central -dice el artículo 2- observa todo lo que pasa en su 13 Estruvismo: es decir, marxismo legal (según el nombre de su representante principal, Piotr Struve). Afanasi Ivánovich y Puljeria Ivánovna: familia patriarcal de pequeños terratenientes, descrita en la novela Terratenientes de antaño, del conocido escritor ruso Nicolás Gógol. 15 La lucha de Iskra contra la cizaña ha originado esta airada salida de tono de Rabóchei Dielo: «Para Iskra, en cambio, estos importantes acontecimientos (los de la primavera) son rasgos menos característicos de la época que las miserables tentativas de los agentes de Zubátov de «legalizar» el movimiento obrero. Iskra no ve que estos hechos se vuelven precisamente contra ella y prueban que el movimiento obrero ha alcanzado, a juicio del gobierno, proporciones muy amenazadoras» (Dos congresos, p. 27). La culpa de todo la tiene el «dogmatismo» de estos ortodoxos, «sordos a las exigencias imperiosas de la vida». ¡Se obstinan en no ver trigo de un metro de alto para hacer la guerra a cizaña de un centímetro! ¿No es esto un «sentido deformado de la perspectiva con respecto al movimiento obrero ruso» (ibid., p. 27)? 16 Listok Rabótnika, número 9-10, p. 46, del número 1 de Rabóchaya Mysl. 17 Boletín especial, impreso en San Petersburgo y mencionado en el número 1 de Iskra. 14 131 Los métodos artesanos de trabajo de los economicistas y la organización de los revolucionarios fábrica y lleva la crónica de lo que sucede en ella». «El grupo central da cuenta cada mes a todos los cotizantes del estado de la caja» (artículo 17), etc. Diez artículos están consagrados a la «organización distrital» y diecinueve a la complejísima relación entre el Comité de la Organización Obrera y el Comité de la Unión de Lucha de San Petersburgo (delegados de cada distrito y de los «grupos ejecutivos»: «grupos de propagandistas, para las relaciones con las provincias, para las relaciones con el extranjero, para la administración de los depósitos, de las ediciones y de la caja»). ¡La socialdemocracia equivale a «grupos ejecutivos» en lo que concierne a la lucha económica de los obreros! Sería difícil demostrar con mayor relieve cómo el pensamiento del «economicista» se desvía de la socialdemocracia hacia el tradeunionismo; hasta qué punto le es extraña toda noción de que el socialdemócrata debe pensar, ante todo, en una organización de revolucionarios capaces de dirigir toda la lucha emancipadora del proletariado. Hablar de «la emancipación política de la clase obrera», de la lucha contra «la arbitrariedad zarista» y escribir semejante Reglamento de una organización significa no tener la menor idea de cuáles son las verdaderas tareas políticas de la socialdemocracia. Ni uno solo del medio centenar de artículos revela la mínima comprensión de que es necesario hacer la más amplia agitación política entre las masas, una agitación que ponga en claro todos los aspectos del absolutismo ruso y toda la fisonomía de las diferentes clases sociales de Rusia. Es más, con un reglamento así, son inalcanzables no solo los fines políticos, sino incluso los fines tradeunionistas, pues estos últimos requieren una organización por profesiones que ni siquiera se menciona en el Reglamento. Pero lo más característico es, quizá, la pesadez asombrosa de todo este «sistema» que trata de ligar cada fábrica al «comité» mediante una cadena ininterrumpida de reglas uniformes, minuciosas hasta lo ridículo y con un sistema electoral indirecto de tres grados. Encerrado en el estrecho horizonte del «economicismo», el pensamiento cae en detalles que despiden un tufillo a papeleo y burocracia. En realidad, claro está, las tres cuartas partes de estos artículos jamás son aplicados; pero, en cambio, una organización tan «clandestina», con un grupo central en cada fábrica, facilita a los gendarmes la realización de redadas increíblemente vastas. Los camaradas polacos han pasado ya por esta fase del movimiento, en la que todos ellos se dejaron llevar por idea de fundar cajas obreras a vasta escala, pero renunciaron muy pronto a ella, al persuadirse de que solo facilitaban presa abundante a los gendarmes. Si queremos amplias organizaciones obreras y no amplios descalabros, si no queremos dar gusto a los gendarmes, debemos tender a que estas organizaciones no estén reglamentadas en absoluto. ¿Podrán entonces funcionar? Veamos cuáles son sus funciones: «Observar todo lo que pasa en la fábrica y llevar la crónica de lo que sucede en ella» (artículo 2 del Reglamento). ¿Existe una necesidad absoluta de reglamentar esto? ¿No podría conseguirse mejor por medio de crónicas en la prensa clandestina, sin crear para ello grupos especiales? «Dirigir la lucha de los obreros por el mejoramiento de su situación en la fábrica» (artículo 3). Para esto tampoco hace falta reglamentación. Todo agitador, por poco inteligente que sea, sabrá averiguar a fondo, por una simple conversación, qué reivindicaciones quieren presentar los obreros y, después, hacerlas llegar a una organización estrecha, y no amplia, de revolucionarios, para que les envíe la octavilla apropiada. «Crear una caja… con cotización de dos kopeks por rublo» (artículo 9) y dar cuenta cada mes a todos de las entradas y salidas (artículo 17); excluir a los miembros que no paguen las cuotas (artículo 10), etc. Eso es un verdadero paraíso para la policía, pues nada hay más fácil que penetrar en el secreto de la «caja central fabril», confiscar el dinero y encarcelar a todos los militantes mejores. 132 Los métodos artesanos de trabajo de los economicistas y la organización de los revolucionarios ¿No sería más sencillo emitir cupones de uno o dos kopeks con el sello de una organización determinada (muy reducida y muy clandestina), o incluso, sin sello alguno, hacer colectas cuyo resultado se daría a conocer en un periódico ilegal con un lenguaje convencional? De este modo se alcanzaría el mismo fin, y a los gendarmes les sería cien veces más difícil descubrir los hilos de la organización. Podría continuar este análisis del Reglamento, pero creo que con lo dicho basta. Un pequeño núcleo bien unido, compuesto por los obreros más seguros, más experimentados y mejor templados, con delegados en los distritos principales, y ligado a la organización de revolucionarios 170 171 de acuerdo con las reglas de la más rigurosa clandestinidad, podrá realizar perfectamente, con el más amplio concurso de las masas y sin reglamentación alguna, todas las funciones que competen a una organización sindical, y realizarlas, además, de la manera deseable para la socialdemocracia. solo así se podrá consolidar y desarrollar, a pesar de todos los gendarmes, el movimiento sindical socialdemócrata. Se me objetará que una organización tan lose, sin ninguna reglamentación, sin ningún afiliado conocido y registrado, no puede ser calificada de organización. Es posible. Para mí la denominación no tiene importancia. Pero esta «organización sin afiliados» hará todo lo necesario y asegurará desde el primer momento un contacto sólido entre nuestras futuras tradeuniones y el socialismo. Y quienes deseen bajo el absolutismo una amplia organización de obreros, con elecciones, informes, sufragio universal, etcétera, son unos utopistas incurables. La moraleja es simple: si comenzamos por crear firmemente una fuerte organización de revolucionarios, podremos asegurar la estabilidad del movimiento en su conjunto y alcanzar, al mismo tiempo, los objetivos socialdemócratas y los objetivos netamente tradeunionistas. Pero si comenzamos a constituir una amplia organización obrera con el pretexto de que es la más «accesible» a la masa (aunque, en realidad, será más accesible a los gendarmes y pondrá a los revolucionarios más al alcance de la policía), no conseguiremos ninguno de estos objetivos, no nos desembarazaremos de nuestros métodos primitivos y, con nuestro fraccionamiento y nuestros fracasos continuos, no logramos más que hacer más accesibles a la masa las tradeuniones del tipo de las de Zubátov u Ozerov. ¿En qué deben consistir, en suma, las funciones de esta organización de revolucionarios? Vamos a decirlo con todo detalle. Pero examinemos antes otro razonamiento muy típico de nuestro terrorista, el cual (¡triste destino!) vuelve a marchar al lado del «economista». La revista para obreros Svoboda (nº 1) contiene un artículo titulado «La organización», cuyo autor procura defender a sus amigos los «economicistas» obreros de Ivánovo-Voznesensk. Mala cosa es -dice- una muchedumbre silenciosa, inconsciente; mala cosa es un movimiento que no viene de la base. Vean lo que sucede: cuando los estudiantes de una ciudad universitaria retornan a sus hogares durante unas fiestas en el verano, el movimiento obrero se paraliza. ¿Puede ser una verdadera fuerza un movimiento obrero así, estimulado desde fuera? En modo alguno… todavía no ha aprendido a andar solo y lo llevan con andaderas. Y así en todo: los estudiantes se van y el movimiento cesa; se encarcela a los elementos más capaces, a la crema, y la leche se agria; se detiene al «comité» y, hasta que se forma otro nuevo, vuelve la calma. Además, no se sabe qué otro se formará, quizá no se parezca en nada al antiguo; aquél decía una cosa, éste dirá lo contrario. El nexo entre el ayer y el mañana está roto, la experiencia del pasado no alecciona al porvenir. Y todo porque el movimiento no tiene 172 173 raíces profundas en la multitud; porque no son un centenar de bobos, sino una docena de inteligentes quienes actúan. Siempre es fácil que una docena de hombres caiga en la boca del lobo; pero cuando la organización engloba 133 Los métodos artesanos de trabajo de los economicistas y la organización de los revolucionarios a la multitud, cuando todo viene de la multitud, ningún esfuerzo, sea de quien sea, podrá destruir la obra (p. 63). La descripción es justa. Ofrece un buen cuadro de nuestros métodos primitivos de trabajo. Pero las conclusiones son dignas de Rabóchaya Mysl por su falta de lógica y de tacto político. Son el colmo de la insensatez, pues el autor confunde la cuestión filosófica e histórica social de las «raíces profundas» del movimiento con una cuestión técnica y de organización: cómo luchar mejor contra los gendarmes. Son el colmo de la falta de tacto político, porque, en lugar de apelar a los buenos dirigentes contra los malos, el autor apela a la «multitud» contra los dirigentes en general. Son un intento de hacernos retroceder en el terreno de la organización, de la misma manera que la idea de sustituir la agitación política con el terrorismo excitante nos hace retroceder en el sentido político. 18 A decir verdad, me veo en un auténtico embarras de richesses Aprieto de abundancia. (Nota de los editores.), sin saber por dónde empezar el análisis del galimatías con que nos obsequia Svoboda. Para mayor claridad, comenzaré por un ejemplo: el de los alemanes. Nos negarán ustedes, me imagino, que su organización engloba a la multitud, que entre ellos todo viene de la multitud y que el movimiento obrero ha aprendido a andar solo. Sin embargo, ¡cómo aprecia esta multitud de varios millones de hombres a su «docena» de jefes políticos probados, con qué firmeza los sigue! Más de una vez, los diputados de los partidos adversos han tratado de irritar en el Parlamento a los socialistas, diciéndoles: ¡Vaya unos demócratas! El movimiento de la clase obrera no existe entre ustedes más que de palabra; en realidad, es siempre el mismo grupo de jefes el que interviene. Año tras año, decenio tras decenio, siempre el mismo Bebel, siempre el mismo Liebknecht. ¡Vuestros delegados, supuestamente elegidos por los obreros, son más inamovibles que los funcionarios nombrados por el emperador! Pero los alemanes han acogido con una sonrisa de desprecio estas tentativas demagógicas de oponer la «multitud» a los «jefes», de atizar en ella malos instintos de vanidad, de privar al movimiento de solidez y estabilidad, minando la confianza de las masas en la «docena de inteligentes». Los alemanes han alcanzado ya suficiente desarrollo del pensamiento político, tienen suficiente experiencia política para comprender que, sin «una docena» de jefes de talento (los talentos no surgen por centenares), de jefes probados, preparados profesionalmente, instruidos por una larga práctica y bien compenetrados, ninguna clase de la sociedad contemporánea puede luchar con firmeza. También los alemanes han tenido a sus demagogos, que adulaban a los «centenares de bobos», colocándolos por 174 175 encima de las «docenas de inteligentes»; que glorificaban el «puño musculoso» de la masa, incitaban (como Most o Hasselmann) a esta masa a acometer acciones «revolucionarias» irreflexivas y sembraban la desconfianza respecto a los jefes probados y firmes. Y el socialismo alemán ha crecido y se ha fortalecido gracias únicamente a una lucha tenaz e intransigente contra toda clase de elementos demagógicos en su seno. Pero en el período en que toda la crisis de la socialdemocracia rusa se explica por el hecho de que las masas que despiertan de un modo espontáneo carecen de jefes suficientemente preparados, desarrollados y expertos, nuestros sabihondos nos dicen con la 19 perspicacia de Ivánushka : «¡Mala cosa es un movimiento que no viene de la base!». «Un comité compuesto de estudiantes no nos conviene porque es inestable». ¡Completamente justo! Pero la conclusión que se deduce de ahí es que hace falta un comité de revolucionarios profesionales, sin que importe si son estudiantes u obreros las personas capaces de forjarse 18 19 Ivánushka: personaje de los cuentos populares rusos. (Nota de los editores.) 134 Los métodos artesanos de trabajo de los economicistas y la organización de los revolucionarios como tales revolucionarios profesionales. ¡Ustedes, en cambio, sacan la conclusión de que no se debe estimular desde fuera el movimiento obrero! En su ingenuidad política, no se dan cuenta siquiera de que hacen el juego a nuestros «economicistas» y a nuestros métodos primitivos. Permítanme una pregunta: ¿Cómo han «estimulado» nuestros estudiantes a nuestros obreros? Únicamente transmitiéndoles los retazos de conocimientos políticos que ellos tenían, las migajas de ideas socialistas que habían podido adquirir (pues el principal alimento espiritual del estudiante de nuestros días, el marxismo legal, no podía darle más que el abecé, no puede darle más que migajas). Ahora bien, tal «estímulo desde fuera» no ha sido demasiado grande, sino, al contrario, demasiado pequeño, escandalosamente pequeño en nuestro movimiento, pues no hemos hecho más que cocernos con excesivo celo en nuestra propia salsa, prosternarnos con excesivo servilismo ante la elemental «lucha económica de los obreros contra los patronos y el gobierno». Nosotros, los revolucionarios de profesión, debemos dedicarnos, y nos dedicaremos, a ese «estímulo» cien veces más. Pero precisamente porque eligen esta abyecta expresión de «estímulo desde fuera», inspira de modo inevitable al obrero (por lo menos al obrero tan poco desarrollado como ustedes) la desconfianza hacia todos los que les proporcionan desde fuera conocimientos políticos y experiencia revolucionaria, y que despierta el deseo instintivo de rechazarlos a todos, proceden ustedes como demagogos, y los demagogos son los peores enemigos de la clase obrera. ¡Sí, sí! Y no se apresuren a poner el grito en el cielo a propósito de mis «métodos» polémicos «exentos de camaradería»! Ni siquiera se me ocurre poner en tela de juicio la pureza de sus intenciones; he dicho ya que la ingenuidad política también basta para hacer de una persona un demagogo. Pero he demostrado que han caído en la demagogia, y jamás me cansaré de repetir que los demagogos son los peores enemigos de la clase obrera. Son los peores, porque excitan los malos instintos de la multitud y porque a los obreros atrasados les es imposible reconocer a estos enemigos, que se presentan, y a veces sinceramente, como amigos. Son los peores, porque en este período de dispersión y vacilaciones, en el que la fisonomía de nuestro movimiento está aún formándose, nada hay más fácil que arrastrar demagógicamente a la multitud, a la que podrán convencer después de su error solo las más amargas pruebas. De ahí que la consigna del momento de los socialdemócratas rusos deba ser combatir con decisión tanto a Svoboda como a Rabócheie Dielo, que caen en la demagogia. (Más adelante 20 hablaremos detenidamente de este punto .) «Es más fácil cazar a una docena de inteligentes que a un centenar de bobos». Este magnífico axioma (que les valdrá siempre los aplausos del centenar de bobos) parece evidente solo porque, en el curso de su razonamiento, han saltado de una cuestión a otra. Comenzaron por hablar, y siguen hablando, de la captura del «comité», de la captura de la «organización», y ahora saltan a otra cuestión, a la captura de las «raíces profundas» del movimiento. Está claro que nuestro movimiento es indestructible solo porque tiene centenares y centenares de miles de raíces profundas, pero no se trata de eso, ni mucho menos. En lo que se refiere a las «raíces profundas», tampoco ahora se nos puede «cazar», a pesar de los métodos primitivos de nuestro trabajo; y, sin embargo, todos deploramos, y no podemos menos que deplorar, la caza de «organizaciones», que rompe toda continuidad del movimiento. Y puesto que plantean la cuestión de la caza de organizaciones e insisten en tratar de ella, 20 Aquí nos limitaremos a advertir que cuanto hemos dicho respecto al «estímulo desde fuera» y a los demás razonamientos de Svoboda sobre organización es aplicable por entero a todos los «economicistas», comprendidos los adeptos de Rabócheie Dielo, pues, en parte, han preconizado y sostenido activamente estos puntos de vista sobre los problemas de organización o, en parte, han caído en ellos. 135 Los métodos artesanos de trabajo de los economicistas y la organización de los revolucionarios les diré que es mucho más difícil cazar a una docena de inteligentes que a un centenar de bobos; y seguiré sosteniéndolo sin hacer ningún caso de sus esfuerzos para azuzar a la multitud contra mi «espíritu antidemocrático», etc. Como he señalado más de una vez, debe entenderse por «inteligentes» en materia de organización solo a los revolucionarios profesionales, sin que importe si son estudiantes u obreros quienes se forjen como tales revolucionarios profesionales. Pues bien, yo afirmo: 1) Que no puede haber un movimiento revolucionario sólido sin una organización de dirigentes estable que guarde la continuidad. 2) Que cuanto más vasta sea la masa que se incorpore espontáneamente a la lucha -y que constituye la base del movimiento y participa en él-, tanto más imperiosa será la necesidad de semejante organización, y tanto más sólida deberá ser ésta, pues con tanta mayor facilidad podrán los demagogos de toda clase arrastrar a los sectores atrasados de la masa. 3) Que dicha organización debe estar formada, en lo fundamental, por hombres que hagan de las actividades revolucionarias su profesión. 4) Que en un país autocrático, cuanto más restrinjamos el contingente de miembros de dicha organización, incluyendo en ella solo a los que hacen de las actividades revolucionarias su profesión y que tengan una preparación profesional en el arte de luchar contra la policía política, tanto más difícil será «cazar» a esta organización. 5) Tanto mayor será el número de personas de la clase obrera y de las otras clases de la sociedad que podrán participar en el movimiento y colaborar en él de un modo activo. 21 Invito a nuestros «economicistas», terroristas y «economicistas-terroristas» a que refuten estas tesis, las dos últimas de las cuales voy a desarrollar ahora. Lo de si es más fácil cazar a «una docena de inteligentes» que a «un centenar de bobos» se reduce al problema que he analizado antes: si es compatible una organización de masas con la necesidad de observar la clandestinidad más rigurosa. Jamás podremos dar a una organización amplia el carácter clandestino indispensable para una lucha firme y tenaz contra el gobierno. La concentración de todas las funciones clandestinas en manos del menor número posible de revolucionarios profesionales no significa, ni mucho menos, que estos últimos «pensarán por todos», que la multitud no tomará parte activa en el movimiento. Al contrario: la multitud promoverá de su seno a un número cada vez mayor de revolucionarios profesionales, pues sabrá entonces que no basta con que unos estudiantes y algunos obreros que luchan en el terreno económico se reúnan para constituir un «comité», sino que es necesario formarse durante años como revolucionarios profesionales, y «pensará» no solo en los métodos primitivos de trabajo, sino precisamente en esta formación. La centralización de las funciones clandestinas de la organización no implica en modo alguno la centralización de todas las funciones del movimiento. La colaboración activa de las más amplias masas en las publicaciones clandestinas, lejos de disminuir, se 21 Este término sería, quizá, más justo que el precedente en lo que se refiere a Svoboda, pues en «Renacimiento del revolucionarismo» se defiende del terrorismo; y en el artículo en cuestión, el «economicismo». «No las quiero, no están maduras», puede, en general, decirse de Svoboda. Tiene buenas aptitudes y las mejores intenciones, pero el único resultado es la confusión; confusión, principalmente, porque, al defender la continuidad de la organización, Svoboda no quiere saber nada de continuidad del pensamiento revolucionario y de la teoría socialdemócrata. Esforzarse por resucitar al revolucionario profesional («Renacimiento del revolucionarismo») y proponer para eso, primero, el terrorismo excitante y, segundo, la «organización de los obreros medios» (Svoboda, número 1, pp. 66 y ss.), menos «estimulados» desde fuera, equivale, en verdad, a derribar la casa propia para tener leña con qué calentarla. 136 Los métodos artesanos de trabajo de los economicistas y la organización de los revolucionarios decuplicará cuando una «docena» de revolucionarios profesionales centralicen las funciones clandestinas de esta labor. Así, y solo así, conseguiremos que la lectura de las publicaciones clandestinas, la colaboración en ellas y, en parte, hasta su difusión dejen casi de ser una obra clandestina, pues la policía comprenderá pronto cuán absurdas e imposibles son las persecuciones judiciales y administrativas con motivo de cada uno de los miles de ejemplares de publicaciones distribuidas. Lo mismo cabe decir no solo de la prensa, sino de todas las funciones del movimiento, incluso de las manifestaciones. La participación más activa y más amplia de las masas en una manifestación, lejos de salir perjudicada, tendrá, por el contrario, muchas más probabilidades de éxito si una «docena» de revolucionarios probados, no menos adiestrados profesionalmente que nuestra policía, centraliza todos los aspectos de la labor clandestina: edición de octavillas, confección de un plan aproximado, nombramiento de un grupo de dirigentes para cada distrito de la ciudad, para cada barriada fabril, cada establecimiento de enseñanza, etcétera, (se dirá, ya lo sé, que mis concepciones «no son democráticas», pero más adelante refutaré de manera detallada esta objeción nada inteligente). La centralización de las funciones más clandestinas por la organización de revolucionarios no debilitará, sino que reforzará la amplitud y el contenido de la actividad de un gran número de otras organizaciones destinadas a las vastas masas y, por ello, lo menos reglamentadas y lo menos clandestinas posible: sindicatos obreros, círculos obreros culturales y de lectura de publicaciones clandestinas, círculos socialistas, y democráticos también, para todos los demás sectores de la población, etcétera. Tales círculos y organizaciones son necesarios en todas partes, en el mayor número y con las funciones más diversas; pero es absurdo y perjudicial confundir estas organizaciones con las de los revolucionarios, borrar las fronteras entre ellas, apagar en la masa la conciencia, ya de por sí increíblemente oscurecida, de que para «servir» al movimiento de masas, hacen falta hombres dedicados de manera especial y por entero a la acción socialdemócrata, y que estos hombres deben forjarse con paciencia y tenacidad como revolucionarios profesionales. Sí, esta conciencia se halla oscurecida hasta lo increíble. Con nuestros métodos primitivos de trabajo hemos puesto en entredicho el prestigio de los revolucionarios en Rusia: en esto radica nuestro pecado capital en materia de organización. Un revolucionario blandengue, vacilante en los problemas teóricos y de estrechos horizontes, que justifica su inercia con la espontaneidad del movimiento de masas y se asemeja más a un secretario de tradeunión que a un tribuno popular, carente de un plan amplio y audaz que imponga respeto incluso a sus adversarios, inexperto e inhábil en su arte profesional (la lucha contra la policía política), ¡no es, con perdón sea dicho, un revolucionario, sino un mísero artesano! Que ningún militante dedicado a la labor práctica se ofenda por este duro epíteto, pues en lo que concierne a la falta de preparación, me lo aplico a mí mismo en primer término. He 22 actuado en un círculo que se asignaba tareas vastas y omnímodas, y todos nosotros, sus componentes, sufríamos lo indecible al comprender que no éramos más que unos artesanos en un momento histórico en que, modificando ligeramente la antigua máxima, podría decirse: ¡Dadnos una organización de revolucionarios y removeremos a Rusia de sus cimientos! Y cuanto más a menudo he tenido que recordar la bochornosa sensación de vergüenza que me daba entonces, tanto mayor ha sido mi amargura contra los seudosocialdemócratas que «deshonran el nombre de revolucionario» con su propaganda y no comprenden que nuestra misión no consiste en propugnar que se rebaje al revolucionario al nivel del militante primitivo, sino en elevar a este último al nivel del revolucionario. 22 Lenin alude al círculo de socialdemócratas petersburgueses («los viejos») encabezado por él. Sobre la base de este círculo se fundó en 1895 la Unión de Lucha por la Emancipación de la Clase Obrera. 137 Los métodos artesanos de trabajo de los economicistas y la organización de los revolucionarios Amplitud de la labor de organización Como hemos visto, B-v habla de «la escasez de fuerzas revolucionarias aptas para la acción, que se deja sentir no solo en San Petersburgo, sino en toda Rusia». Y es poco probable que alguien ponga en duda este hecho. Pero el quid está en cómo explicarlo. B-v escribe: No nos proponemos esclarecer las causas históricas de este fenómeno; solo diremos que la sociedad, desmoralizada por una larga reacción política y disgregada por los cambios económicos que se han producido y se producen, promueve un número extremadamente reducido de personas aptas para la labor revolucionaria; que la clase obrera, al promover a revolucionarios obreros, completa en parte las filas de las organizaciones clandestinas; pero el número de estos revolucionarios no corresponde a las demandas de la época. Tanto más que la situación del ocupado en la fábrica once horas y media al día, solo le permite desempeñar principalmente funciones de agitador; en cambio, la propaganda y la organización, la reproducción y distribución de publicaciones clandestinas, la edición de proclamas, etcétera, recaen 23 ante todo, quiérase o no, sobre un número reducidísimo de intelectuales . Discrepamos en muchos puntos de esta opinión de B-v; no estamos de acuerdo, en particular, con las palabras subrayadas por nosotros, las cuales muestran con singular relieve que, después de haber sufrido mucho (como todo militante práctico que piense algo) a causa de nuestros métodos primitivos, B-v no puede, agobiado por el «economicismo», encontrar una salida de esta situación insoportable. No, la sociedad promueve un número extremadamente grande de personas aptas para la «causa», pero no sabemos utilizarlas a todas. En este sentido, el estado crítico, el estado de transición de nuestro movimiento puede formularse del modo siguiente: nos falta gente, y gente hay muchísima. Hay infinidad de hombres, porque tanto la clase obrera como sectores cada vez más diversos de la sociedad proporcionan, año tras año, y en cantidad creciente, descontentos que desean protestar y que están dispuestos a contribuir cuanto puedan a la lucha contra el absolutismo, cuyo carácter insoportable no comprende aún todo el mundo, aunque masas cada día más vastas lo perciben más y más. Pero, al mismo tiempo, no hay hombres, porque no hay dirigentes, no hay jefes políticos, no hay talentos organizadores capaces de realizar una labor amplia y, a la vez, indivisible y armónica, que permita emplear todas las fuerzas, hasta las más insignificantes. «El crecimiento y el desarrollo de las organizaciones revolucionarias» se rezagan no solo del crecimiento del movimiento obrero, cosa que reconoce incluso B-v, sino también del crecimiento del movimiento democrático general en todos los sectores del pueblo (por lo demás, es probable que B-v consideraría hoy esto un complemento a su conclusión). El alcance de la labor revolucionaria es demasiado reducido en comparación con la amplia base espontánea del movimiento, está demasiado ahogado por la mezquina teoría de «la lucha económica contra los patronos y el gobierno». Pero hoy deben «ir a todas las clases de la población», no solo los agitadores políticos, sino también los organizadores 24 socialdemócratas . No creo que un solo militante dedicado a la actividad práctica dude que los socialdemócratas puedan repartir mil funciones fragmentarias de su trabajo de organización entre personas 23 Rabóchei Dielo, número 6, pp. 38-39. Entre los militantes, por ejemplo, se observa en los últimos tiempos una reanimación indudable del espíritu democrático, en parte a causa de los combates de calle, cada vez más frecuentes, contra «enemigos» como los obreros y los estudiantes. Y en cuanto nos lo permitan nuestras fuerzas, deberemos dedicar sin falta la mayor atención a la labor de agitación y propaganda entre los soldados y oficiales, a la creación de «organizaciones militares» afiliadas a nuestro partido. 24 138 Los métodos artesanos de trabajo de los economicistas y la organización de los revolucionarios de las clases más diversas. La falta de especialización es uno de los mayores defectos de nuestra técnica, que B-v deplora con tanta amargura y tanta razón. Cuanto más menudas sean las distintas «operaciones» de la labor general, tantas más personas capaces de llevarlas a cabo podrán encontrarse (y, en la mayoría de los casos, totalmente incapaces de ser revolucionarios profesionales), y tanto más difícil será que la policía «cace» a todos esos «militantes que desempeñan funciones fragmentarias», tanto más difícil será que pueda montar con el delito insignificante de un individuo un «asunto» que compense los gastos del Estado en el mantenimiento de la policía política. Y en lo que respecta al número de personas dispuestas a prestarnos su concurso, hemos señalado ya en el capítulo precedente el cambio gigantesco que se ha operado en este aspecto durante los cinco años últimos. Pero, por otra parte, para agrupar en un todo único esas pequeñas fracciones, para no fragmentar junto con las funciones del movimiento el propio movimiento y para infundir al ejecutor de las funciones menudas la fe en la necesidad y la 25 importancia de su trabajo, sin la cual nunca trabajará , para todo esto hace falta precisamente una fuerte organización de revolucionarios probados. Con una organización así, la fe en la fuerza del partido se hará tanto más firme y tanto más extensa cuanto más clandestina sea esta organización; y en la guerra, como es sabido, lo más importante es no solo infundir confianza en sus fuerzas al ejército propio, sino hacer que crean en ello el enemigo y todos lo elementos neutrales; una neutralidad amistosa puede, a veces, decidir la contienda. Con semejante organización, erigida sobre una firme base teórica, y disponiendo de un órgano de prensa socialdemócrata, no habrá que temer que el movimiento sea desviado de su camino por los numerosos elementos «extraños» que se hayan adherido a él (al contrario, precisamente ahora, cuando predominan los métodos primitivos, vemos que muchos socialdemócratas lo llevan a la trayectoria del Credo, imaginándose que solo ellos son socialdemócratas). En una palabra, la especialización presupone necesariamente la centralización y, a su vez, la exige en forma absoluta. Pero el mismo B-v, que ha mostrado tan bien toda la necesidad de la especialización, no la aprecia bastante, a nuestro parecer, en la segunda parte del razonamiento citado. Dice que el número de revolucionarios procedentes de los medios obreros es insuficiente. Esta observación es del todo justa, y volvemos a subrayar que la «valiosa noticia de un observador directo» confirma por entero nuestra opinión sobre las causas de la crisis actual de la socialdemocracia y, por tanto, sobre los medios de remediarla. No solo los revolucionarios en general se rezagan del ascenso espontáneo de las masas obreras. Y este hecho confirma del modo más evidente, incluso desde el punto de vista «práctico», que la «pedagogía» con que nos obsequia tan a menudo, al discutirse el problema de nuestros deberes para con los obreros, es absurda y reaccionaria en el aspecto político. 25 Recuerdo que un camarada me refirió un día que un inspector fabril, que había ayudado a la socialdemocracia y estaba dispuesto a seguir ayudándola, se quejaba amargamente, diciendo que no sabía si su «información» llegaba a un verdadero centro revolucionario, hasta qué punto era necesaria su ayuda ni hasta qué punto era posible utilizar sus pequeños y menudos servicios. Todo militante dedicado a la labor práctica podría citar, sin duda, más de un caso semejante, en que nuestros métodos primitivos de trabajo nos han privado de aliados. ¡Pero los empleados y los funcionarios podrían prestarnos, y nos prestarían, «pequeños» servicios, que en conjunto serían de un valor inapreciable, no solo en las fábricas, sino en correos, en ferrocarriles, en aduanas, entre la nobleza, en la iglesia y en todos los demás sitios, incluso en la policía y hasta en la corte! Si tuviéramos ya un verdadero partido, una organización verdaderamente combativa de revolucionarios, no arriesgaríamos a todos esos «auxiliares», no nos apresuraríamos a introducirlos siempre y sin falta en el corazón mismo de las «actividades clandestinas»; al contrario, los cuidaríamos de un modo singular, e incluso prepararíamos especialmente a personas para esas funciones, recordando que muchos estudiantes podrían sernos más útiles como funcionarios «auxiliares» que como revolucionarios «a breve plazo». Pero, vuelvo a repetirlo, solo puede aplicar esta táctica una organización completamente firme y que no tenga escasez de fuerzas activas. 139 Los métodos artesanos de trabajo de los economicistas y la organización de los revolucionarios Este hecho testimonia que nuestra obligación primordial y más imperiosa consiste en ayudar a formar obreros revolucionarios que, desde el punto de vista de su actividad en el partido, estén al mismo nivel que los intelectuales revolucionarios (subrayamos «desde el punto de vista de su actividad en el partido», pues en otros sentidos, aunque sea necesario, está lejos de ser tan fácil y tan urgente que los obreros lleguen al mismo nivel). Por eso debemos orientar nuestra atención principal a elevar a los obreros al nivel de los revolucionarios y no a descender indefectiblemente nosotros mismos al nivel de la «masa obrera», como quieren los «economicistas», e indefectiblemente al nivel del «obrero medio», como quiere Svoboda (que, en este sentido, se eleva al segundo grado de la «pedagogía» economista). Nada más lejos de mí que el propósito de negar la necesidad de publicaciones de divulgación para los obreros y de otras publicaciones de más divulgación aún (pero, claro está, no vulgares) para los obreros muy atrasados. Pero lo que me indigna es ese constante meter sin venir a cuento la pedagogía en los problemas políticos, en las cuestiones de organización. Pues ustedes, señores, que se desvelan por el «obrero medio», en el fondo más bien ofenden a los obreros con el deseo de hacerles sin falta una reverencia antes de hablar de política obrera o de organización obrera. ¡Yérganse para hablar de cosas serias y dejen la pedagogía a quienes ejercen el magisterio, pues no es ocupación de políticos ni de organizadores! ¿Es que entre los intelectuales no hay también hombres avanzados, elementos «medios» y «masas»? ¿Es que no reconoce todo el mundo que los intelectuales también necesitan publicaciones de divulgación? ¿No se escribe esa literatura? Pero imagínense que, en un artículo sobre la organización de los estudiantes universitarios o de bachillerato, el autor se pusiera a repetir con machaconería, como quien hace un descubrimiento, que se precisa, ante todo, una organización de «estudiantes medios». Por seguro que semejante autor sería puesto en ridículo, y le estaría muy bien empleado. Le dirían: usted, denos unas cuantas ideíllas de organización, si las tiene, y ya veremos nosotros mismos quién es «medio», superior o inferior. Y si las que tiene sobre organización no son propias, todas sus disquisiciones sobre las «masas» y los «elementos medios» hastiarán simplemente. Comprendan de una vez que los problemas de «política» y «organización» son ya de por sí tan serios que no se puede hablar de ellos sino con toda seriedad. Se puede y se debe preparar a los obreros (lo mismo que a los estudiantes universitarios y de bachillerato) para poder abordar ante ellos esos problemas; pero una vez los han abordado, den verdaderas respuestas, no se vuelvan atrás, hacia los «elementos 26 medios» o hacia las «masas», no salgan del paso con retruécanos o frases . Si el obrero revolucionario quiere prepararse por entero para su trabajo, debe convertirse también en un revolucionario profesional. Por esto no tiene razón B-v cuando dice que, por estar el obrero ocupado en la fábrica once horas y media, las demás funciones revolucionarias (salvo la agitación) «recaen ante todo, quiérase o no, sobre un número reducidísimo de intelectuales». No sucede esto «quiérase o no», sino debido a nuestro atraso, porque no comprendemos que tenemos el deber de ayudar a todo obrero que se distinga por su capacidad para convertirse en un agitador, organizador, propagandista, distribuidor, etcétera, profesional. En este sentido, dilapidamos vergonzosamente nuestras fuerzas, no sabemos cuidar lo que tiene que ser cultivado y desarrollado con particular solicitud. Fíjense en los alemanes: tienen 26 Svoboda, número 1, artículo: «La organización», p. 66: «La masa obrera apoyará con todo su peso todas las reivindicaciones que sean formuladas en nombre del Trabajo de Rusia» (¡Trabajo con mayúsculas sin falta!). Y el mismo autor exclama: «Yo no les tengo ninguna rabia a los intelectuales, pero… «(este es el pero que Schedrían traducía con las palabras: ¡de puntillas no se es más alto!) …pero me pongo terriblemente furioso cuando viene una persona a contarme una retahíla de cosas muy bonitas y buenas y me hace que las crea por su (¿de él?) lindeza y demás méritos» (p. 62). También yo «me pongo terriblemente furioso»… 140 Los métodos artesanos de trabajo de los economicistas y la organización de los revolucionarios cien veces más fuerzas que nosotros, pero comprenden perfectamente que los agitadores, etcétera, capaces de verdad, no descuellan con excesiva frecuencia de entre los obreros «medios». Por eso procuran colocar enseguida a todo obrero capaz en condiciones que le permitan desarrollar plenamente y aplicar plenamente sus aptitudes: hacen de él un agitador profesional, lo animan a ensanchar su campo de acción, a extender ésta de una fábrica a todo un oficio, de una localidad a todo el país. De este modo, el obrero adquiere experiencia y habilidad profesional, amplía su horizonte y su saber, observa de cerca de los jefes políticos destacados de otros lugares y de otros partidos, procura ponerse a la misma altura que ellos y unir en su persona el conocimiento del medio obrero y la lozanía de las convicciones socialistas a la maestría profesional, sin la que no puede el proletariado desplegar su tenaz lucha contra sus enemigos perfectamente instruidos. Así, solo así, surgen de la masa obrera los Bebel y los Auer. Pero lo que en un país libre en el aspecto político se hace en gran parte por sí solo, en Rusia deben hacerlo sistemáticamente nuestras organizaciones. Un agitador obrero que tenga algún talento y «prometa» no debe trabajar once horas en la fábrica. Debemos arreglarlo de manera que viva de los fondos del partido, que pueda pasar a la clandestinidad en el momento preciso, que cambie de lugar de acción, pues de otro modo no adquirirá gran experiencia, no ampliará su horizonte, no podrá sostenerse siquiera varios años en la lucha contra los gendarmes. Cuanto más amplio y profundo es el movimiento espontáneo de las masas obreras, tantos más agitadores de talento descuellan, y no solo agitadores, sino organizadores, propagandistas y militantes «prácticos» de talento, «prácticos» en el buen sentido de la palabra (que son tan escasos entre nuestros intelectuales, en su mayor parte un tanto desidiosos y tardos a la rusa). Cuando tengamos destacamentos de obreros revolucionarios (y bien entendido que de «todas las armas» de la acción revolucionaria) especialmente preparados y con un largo aprendizaje, ninguna policía política del mundo podrá con ellos, porque esos destacamentos de hombres consagrados en cuerpo y alma a la revolución gozarán igualmente de la confianza ilimitada de las más amplias masas obreras. Y somos los culpables directos de no «empujar» bastante a los obreros a este camino, que es el mismo para ellos y para los «intelectuales», al camino del aprendizaje revolucionario profesional, tirando demasiado a menudo de ellos hacia atrás con nuestros discursos necios sobre lo que es «accesible» para la masa obrera, para los «obreros medios», etc. En este sentido, igual que en los otros, el reducido alcance del trabajo de organización está en relación indudable e íntima (aunque no se dé cuenta de ello la inmensa mayoría 190 191 de los «economicistas» y de los militantes prácticos noveles) con la reducción del alcance de nuestra teoría y de nuestras tareas políticas. El culto a la espontaneidad origina una especie de temor de apartarnos un poquitín de lo que sea «accesible» a las masas, un temor de subir demasiado por encima de la simple satisfacción de sus necesidades directas e inmediatas. ¡No tengan miedo, señores! ¡Recuerden ustedes que en materia de organización estamos a un nivel tan bajo que es absurda hasta la propia idea de que podamos subir demasiado alto. La organización «de conspiradores» y la «democracia» Entre nosotros hay mucha gente tan sensible a «la voz de la vida» que nada temen tanto como eso precisamente, acusando de ser adeptos del grupo Libertad del Pueblo, de no comprender 141 Los métodos artesanos de trabajo de los economicistas y la organización de los revolucionarios la «democracia», etcétera, a los que comparten las opiniones expuestas más arriba. Nos vemos precisados a detenernos en estas acusaciones, que apoya también, como es natural, Rabócheie Dielo. Quien escribe estas líneas sabe muy bien que los «economicistas» petersburgueses acusaban ya a Rabóchaya Gazeta de seguir a Libertad del Pueblo (cosa comprensible si se la compara con Rabóchaya Mysl). Por eso, cuando, después de aparecer Iskra, un camarada nos refirió que los socialdemócratas de la ciudad «x» califican a Iskra de órgano de Libertad del Pueblo, no nos sentimos nada sorprendidos. Naturalmente, esa acusación era para todos nosotros un elogio, pues, ¿a qué socialdemócrata decente no habrán acusado de lo mismo los «economicistas»? Estas acusaciones son debidas a malentendidos de dos géneros. En primer lugar, en nuestro país se conoce tan poco la historia del movimiento revolucionario que toda idea de formar una organización combativa centralizada que declare una guerra sin cuartel al zarismo es calificada de adicta a Libertad del Pueblo. Pero lo magnífica organización que tenían los revolucionarios de la década de los años setenta y que debiera servirnos a todos de modelo no la crearon, ni mucho menos, los adeptos de Libertad del Pueblo, sino los partidarios de 27 Tierra y Libertad , que luego se dividió en Reparto Negro y Libertad del Pueblo. Por eso es absurdo, tanto desde el punto de vista histórico como desde el lógico, ver en una organización revolucionaria de combate algo específico de Libertad del Pueblo, porque ninguna tendencia revolucionaria que piense realmente en una lucha seria puede prescindir de semejante organización. El error de los adeptos de Libertad del Pueblo no consistió en procurar que se incorporaran a su organización todos los descontentos ni orientar esa organización hacia una lucha resuelta contra la autocracia. En eso, por el contrario, estriba su gran mérito ante la historia. Y su error consintió en haberse apoyado en una teoría que no tenía en realidad nada de revolucionaria y en no haber sabido, o en no haber podido, establecer un nexo firme entre su movimiento y la lucha de clases en la sociedad capitalista en desarrollo. Y solo la más burda incomprensión del marxismo (o su «comprensión» en sentido «estruvista») ha podido dar lugar a la opinión de que la aparición de un movimiento obrero espontáneo de masas nos exime de la obligación de fundar una organización de revolucionarios tan buena como la de los partidarios de Tierra y Libertad o de crear otra incomparablemente mejor. Por el contrario, ese movimiento nos impone precisamente dicha obligación, ya que la lucha espontánea del proletariado no se convertirá en su verdadera «lucha de clase» mientras no esté dirigida por una fuerte organización de revolucionarios. 28 En segundo lugar, muchos -y entre ellos, por lo visto, B. Krichevski - no comprenden bien la polémica que siempre han sostenido los socialdemócratas contra la concepción de la lucha política como una lucha «de conspiradores». Hemos protestado y protestaremos siempre, 27 Tierra y Libertad: organización secreta de populistas revolucionarios, fundada en Petersburgo en el otoño de 1876. Sus componentes consideraban a los campesinos como la fuerza revolucionaria fundamental de Rusia y trataban de alzarlos a la insurrección contra le zarismo. Efectuaron una labor revolucionaria en diversas provincias de Rusia: Tambov, Vorónezh, etcétera. El fracaso de la labor revolucionaria entre los campesinos y el recrudecimiento de la represión gubernamental contribuyeron a que en 1879 se formase en el seno de Tierra y Libertad un grupo de terroristas, que renunciaron a la propaganda revolucionaria entre los campesinos y proclamaron que el medio principal de lucha revolucionaria con el zarismo era el terrorismo contra los gobernantes zaristas. En el Congreso celebrado aquel mismo año en Vorónezh, Tierra y Libertad se escindió en dos organizaciones: la Voluntad del Pueblo, que emprendió el camino del terror, y el Reparto Negro, que mantuvo las posiciones de Tierra y Libertad. Con posterioridad, una parte de los componentes de el Reparto Negro -Plejánov, Axelrod, Zasúlich, Deich e Ignátov- abrazaron el marxismo y en 1883 fundaron en el extranjero la primera organización marxista rusa: el grupo Emancipación del Trabajo. 28 Rabóchei Dielo, número 10, p. 18. 142 Los métodos artesanos de trabajo de los economicistas y la organización de los revolucionarios 29 desde luego, contra la reducción de la lucha política a las proporciones de una conjuración , pero eso, claro está, en modo alguno significaba que negásemos la necesidad de una fuerte organización revolucionaria. Y, por ejemplo, en el folleto citado en la nota, junto a la polémica contra quienes quieren reducir la lucha política a una conjuración se encuentra el esquema de una organización (como ideal de los socialdemócratas) lo bastante fuerte para poder recurrir tanto a la «insurrección» como a cualquier «otra forma de ataque» «con objeto de 30 asestar el golpe decisivo al absolutismo» . Por su forma, una organización revolucionaria de esa fuerza en un país autocrático puede llamarse también organización «de conspiradores» porque la palabra francesa «conspiration» equivale a «conjuración», y el carácter conspirativo es imprescindible en el grado máximo para semejante organización. El carácter conspirativo es condición tan imprescindible de tal organización que las demás condiciones (número, selección, funciones, etc., de los miembros) tienen que concertarse con ella. Sería, por tanto, extrema candidez temer que nos acusen a los socialdemócratas de querer crear una organización de conspiradores. Todo enemigo del «economicismo» debe enorgullecerse de esa acusación, así como de la acusación de ser partidario de Libertad del Pueblo. Se nos objetará que una organización tan poderosa y tan rigurosamente secreta, que concentra en sus manos todos los hilos de la actividad conspirativa, organización necesariamente centralista, puede lanzarse con excesiva ligereza a un ataque prematuro, puede enconar irreflexivamente el movimiento antes de que lo hagan posible y necesario la extensión del descontento político, la fuerza de la efervescencia y de la exasperación de la clase obrera, etc. Nosotros contestaremos que, hablando en términos abstractos, no es posible negar, desde luego, que una organización de combate puede abocar en una batalla impremeditada, lo que puede acabar en una derrota que en modo alguno sería inevitable en otras condiciones. Pero, en semejante problema, es imposible limitarse a consideraciones abstractas, porque todo combate entraña la posibilidad abstracta de la derrota, y no hay otro medio de disminuir esta posibilidad que preparar organizadamente el combate. Y si planteamos el problema en el terreno concreto de las condiciones actuales de Rusia, habremos de llegar a esta conclusión positiva: una fuerte organización revolucionaria es sin duda necesaria para dar precisamente estabilidad al movimiento y preservarlo de la posibilidad de los ataques irreflexivos. Justamente ahora, cuando carecemos de semejante organización y cuando el movimiento revolucionario crece espontánea y rápidamente, se observan ya dos extremos opuestos, que, como es lógico, «se tocan», o un «economicismo» sin el menor fundamento, acompañado de prédicas de moderación, o un «terrorismo excitante», con tan poco fundamento, que tiende «a producir artificiosamente, en el movimiento que se desarrolla y se consolida, pero que todavía 31 está más cerca de su principio que de su fin, síntomas de su fin» . Y el ejemplo de Rabóchei Dielo demuestra que existen ya socialdemócratas que capitulan ante ambos extremos. Y no es de extrañar, porque, amén de otras razones, la «lucha económica contra los patronos 29 Las tareas de los socialdemócratas rusos, p. 21, la polémica contra P. L. Lavrov. (V. I. Lenin: Obras completas, 5ª Edic. en ruso, t. 2, p. 451.) (Nota de los editores.) 30 Las tareas de los socialdemócratas rusos, p. 23 (V. I. Lenin: Obras Completas, 5ª ed. en ruso, t. 2, p. 451.) (Nota de los editores.) Por cierto, he aquí otro ejemplo de cómo Rabóchei Dielo no comprende lo que dice, o cambia de opinión «según de donde sople el viento». En el número 1 de Rabóchei Dielo, se dice en cursiva: «El contenido del folleto que acabamos de exponer coincide plenamente con el programa de la redacción de Rabóchie Dielo» (p. 142). ¿Es cierto eso? ¿Coincide con Las tareas de los socialdemócratas rusos la idea de que no se puede plantear al movimiento de masas como primera tarea derrocar la autocracia? ¿Coincide con ellas la teoría de la «lucha económica contra los patronos y el gobierno»? ¿Coincide la teoría de las fases? Que el lector juzgue de la firmeza de principios de un órgano que comprende la «coincidencia» de manera tan original. 31 V. Z. en Zariá, número 2-3, p. 353. 143 Los métodos artesanos de trabajo de los economicistas y la organización de los revolucionarios y el gobierno» jamás satisfará a un revolucionario, y extremos opuestos siempre surgirán aquí o allá. solo una organización combativa centralizada que aplique firmemente la política socialdemócrata y satisfaga, por decirlo así, todos los instintos y aspiraciones revolucionarios puede preservar de un ataque irreflexivo al movimiento y preparar un ataque con perspectivas de éxito. Se nos objetará también que el punto de vista expuesto sobre la organización contradice el «principio democrático». La acusación anterior tiene un origen ruso tan específico como específico carácter extranjero tiene esta otra. solo una organización con sede en el extranjero (la Unión de Socialdemócratas Rusos) ha podido dar a su redacción, entre otras instrucciones, la siguiente: Principio de organización. Para favorecer el desarrollo y la unificación de la socialdemocracia es preciso subrayar, desarrollar, luchar por un amplio principio democrático de su organización de partido, cosa que han hecho especialmente imprescindible las tendencias antidemocráticas aparecidas en las filas de nuestro 32 partido . En el capítulo siguiente, veremos cómo lucha precisamente Rabóchei Dielo contra las «tendencias antidemocráticas» de Iskra. Veamos ahora más de cerca el «principio» que proponen los «economicistas». Es probable que todo el mundo esté de acuerdo en que el «amplio principio democrático» presupone las dos condiciones imprescindibles que siguen: primero, publicidad completa, y, segundo, carácter electivo de todos los cargos. Sin publicidad, más aún, sin una publicidad que no quede reducida a los miembros de la organización, sería ridículo hablar de espíritu democrático. Llamaremos democrática a la organización del partido socialista alemán ya que en él todo es público, incluso las sesiones de sus congresos; pero nadie llamará democrática a una organización que se oculte de todos los que no sean miembros suyos con el manto del secreto. Cabe preguntar: ¿qué sentido tiene proponer un «amplio principio democrático», cuando la condición fundamental de ese principio es irrealizable para una organización secreta? El «amplio principio» resulta ser una mera frase que suena mucho, pero que está vacía. Más aún. Esta frase demuestra una incomprensión completa de las tareas urgentes del momento en materia de organización. Todo el mundo sabe hasta qué punto está extendida entre nosotros la falta de discreción conspirativa que predomina en la «gran» masa de revolucionarios. Ya hemos visto con cuánta amargura se queja de ello B-v, exigiendo, lleno 33 de razón, «una severa selección de los afiliados» . ¡Y de pronto aparecen gentes que se ufanan de su «sentido de la vida» y, en semejante situación, no subrayan la necesidad de la más severa discreción conspirativa y de la más rigurosa (y, por consiguiente, más estrecha) selección de los afiliados, sino un «amplio principio democrático»! Esto se llama tomar el rábano por las hojas. No queda mejor parado el segundo rasgo de la democracia: el carácter electivo. En los países que gozan de libertad política, esta condición se sobreentiende por sí misma. «Se considera miembro del partido todo el que acepta los principios de su programa y ayuda al partido en la medida de sus fuerzas», dice el artículo primero de los estatutos orgánicos del Partido Socialdemócrata Alemán. Y como toda la liza política está abierta para todos, igual que la rampa del escenario para el público de un teatro, el que se acepte o se rechace, se apoye o se impugne son cosas que todos saben por los periódicos y por las reuniones públicas. Todo 32 33 Dos congresos, p. 18. Rabóchei Dielo, número 6, p. 42. 144 Los métodos artesanos de trabajo de los economicistas y la organización de los revolucionarios el mundo sabe que determinado dirigente político ha comenzado de tal manera, ha pasado por tal y tal evolución, se ha portado de tal y tal modo en un momento difícil de su vida, se distingue en general por tales y tales cualidades: por tanto, es natural que a este dirigente lo puedan elegir o no elegir, con conocimiento de causa, para determinado cargo en el partido, todos los miembros del mismo. El control general (en el sentido literal de la palabra) de cada uno de los pasos del afiliado al partido, a lo largo de su carrera política, crea un mecanismo de acción automática que tiene por resultado lo que en biología se llama «supervivencia de los mejor adaptados». La «selección natural», producto de la completa publicidad del carácter electivo y del control general, asegura que cada dirigente esté a fin de cuentas «en su sitio», se encargue de la labor que mejor concuerde con sus fuerzas y aptitudes, sufra en su carne todas las consecuencias de sus errores y demuestre a la vista de todos su capacidad para reconocer sus faltas y evitarlas. ¡Pero prueben ustedes a encajar este cuadro en el marco de nuestra autocracia! ¿Es acaso concebible entre nosotros que «todo el que acepte los principios del programa del partido y ayude al partido en la medida de sus fuerzas» controle cada paso del revolucionario clandestino? ¿Que todos elijan a uno o a otro entre estos últimos, cuando, en bien de su trabajo, el revolucionario está obligado a ocultar su verdadera personalidad a las nueve décimas partes de esos «todos»? Reflexionen, aunque solo sea un momento, en el verdadero sentido de las sonoras palabras de Rabóchei Dielo y verán que la «amplia democracia» de una organización de partido en las tinieblas de la autocracia, cuando son los gendarmes quienes seleccionan, no es más que un juguete inútil y perjudicial. Inútil porque, en la práctica, jamás ha podido organización revolucionaria alguna aplicar una amplia democracia, ni puede aplicarla, por mucho que lo desee. Perjudicial porque los intentos de aplicar en la práctica un «amplio principio democrático» solo facilitan a la policía las grandes redadas y perpetúan los métodos primitivos de trabajo dominantes, desviando el pensamiento de los militantes dedicados a la labor práctica de la seria e imperiosa tarea de forjarse como revolucionarios profesionales hacia la redacción de prolijos reglamentos « burocráticos» sobre sistemas de votación. solo en el extranjero, donde no pocas veces se juntan gentes que no pueden encontrar una labor verdadera y real, ha podido desarrollarse en algún sitio, sobre todo en diversos grupos pequeños, ese «juego a la democracia». Para demostrar al lector cuán indecoroso es el procedimiento predilecto de Rabóchei Dielo para preconizar un «principio» tan decoroso como la democracia en la labor revolucionaria, apelaremos de nuevo a un testigo. Se trata de E. Serebriakov, director de la revista londinense Nakanunie, que siente gran debilidad por Rabóchei Dielo y profundo odio a Plejánov y los «plejanovistas»; en los artículos referentes a la escisión de la Unión de Socialdemócratas Rusos en el Extranjero, Nakanunie se puso resueltamente al lado de Rabóchei Dielo y descargó un nubarrón de palabras detestables sobre Plejánov. Tanto más valor tiene para nosotros el testigo en este punto. En el artículo «Con motivo del 34 llamamiento del Grupo de Autoemancipación de los Obreros» , E. Serebriakov decía que era «indecoroso» plantear cuestiones «de obcecación, de primacía, de lo que se llama el areópago, en un movimiento revolucionario serio», y decía, entre otras cosas, lo siguiente: Myshkin, Rogachov, Zheliábov, Mijáilov, Peróvskaya, Figner y otros nunca se consideraron dirigentes y nadie los había elegido ni nombrado, aunque en realidad sí lo eran, porque tanto en el período de propaganda como en la lucha contra el gobierno cargaron con el mayor peso del trabajo, fueron a los sitios más peligrosos y su actividad fue la más fructífera. Y la primacía no resultaba de que la desearan, sino 34 En número 7 de Nakanunie, julio de 1899. 145 Los métodos artesanos de trabajo de los economicistas y la organización de los revolucionarios de que los camaradas que los rodeaban confiaban en su inteligencia, en su energía y en su lealtad. Temer a un areópago (y si no se le teme no hay por qué mencionarlo) que puede dirigir autoritariamente el movimiento es ya demasiada candidez. ¿Quién lo obedecería? Preguntamos al lector: ¿en qué se diferencia el «areópago» de las «tendencias antidemocráticas»? ¿No es evidente que el «decoroso» principio de organización de Rabócheie Dielo es tan cándido como indecoroso? Cándido porque sencillamente nadie obedecerá a un «areópago» o a gentes con «tendencias antidemocráticas», toda vez que «los camaradas que los rodean no confiarán en su inteligencia, en su energía ni en su lealtad». E indecoroso como demagógica salida de tono que especula con la presunción de unos, con el desconocimiento que otros tienen del estado en que realmente se encuentra nuestro movimiento y con la falta de preparación de los terceros y su desconocimiento de la historia del movimiento revolucionario. El único principio de organización serio a que deben atenerse los dirigentes de nuestro movimiento ha de ser el siguiente: la más severa discreción conspirativa, la más rigurosa selección de los afiliados y la preparación de revolucionarios profesionales. Si se cuenta con estas cualidades, está asegurado algo mucho más importante que el «ambiente democrático», a saber: la plena confianza mutua, propia de camaradas, entre los revolucionarios. Y es indiscutible que necesitamos más esta confianza porque en Rusia no se puede ni hablar de sustituirla por un control democrático general. Cometeríamos un gran error si creyéramos que, por ser imposible un control verdaderamente «democrático», los afiliados a una organización revolucionaria se convierten en incontrolados: no tienen tiempo de pensar en las formas pueriles de democracia (democracia en el seno de un apretado núcleo de camaradas entre los que reina confianza mutua), pero sienten muy en lo vivo su responsabilidad, pues saben además, por experiencia, que una organización de verdaderos revolucionarios no se detendrá en medios para deshacerse de un miembro indigno. Además, en el país hay una opinión pública bastante desarrollada de los medios revolucionarios rusos (e internacionales) que tiene mucha historia y castiga con implacable severidad todo incumplimiento del deber de la camaradería (¡y la «democracia», la verdadera democracia, no la democracia pueril, va implícita, como la parte en el todo, en este concepto de camaradería!). ¡Tomen todo esto en consideración y comprenderán qué nauseabundo tufillo a juego a los generales en el extranjero trasciende de todas esas habladurías y resoluciones sobre las «tendencias antidemocráticas»! Hay que observar, además, que la otra fuente de tales habladurías, es decir, la candidez, se alimenta asimismo de una confusión de ideas acerca de la democracia. En el libro de los esposos Webb sobre las tradeuniones inglesas, hay un capítulo curioso: «La democracia primitiva». Los autores refieren en él que los obreros ingleses tenían por señal imprescindible de democracia en el primer período de existencia de sus sindicatos que todos hicieran de todo en la dirección de los mismos: no solo se decidían todas las cuestiones por votación de todos los miembros, sino que los cargos también eran desempeñados sucesivamente por todos los afiliados. Fue necesaria una larga experiencia histórica para que los obreros comprendieran lo absurdo de semejante concepto de la democracia y la necesidad, por una parte, 202 203 de que existieran instituciones representativas y, por otra, funcionarios profesionales. Fueron necesarios unos cuantos casos de quiebra de cajas de los sindicatos para que los obreros 146 Los métodos artesanos de trabajo de los economicistas y la organización de los revolucionarios comprendieran que la proporción entre las cuotas que pagaban y los subsidios que recibían no podía decidirse solo por votación democrática, sino que exigía, además, el consejo de un perito en seguros. Lean también el libro de Kautsky sobre el parlamentarismo y la legislación popular y verán que las deducciones del teórico marxista coinciden con las enseñanzas de prolongados años de práctica de los obreros unidos «espontáneamente». Kautsky rebate con denuedo la forma primitiva que Rittinghausen tiene de concebir la democracia, se burla de la gente dispuesta a exigir en nombre de la democracia que «los periódicos del pueblo sean redactados directamente por el pueblo», demuestra la necesidad de que existan periodistas, parlamentarios, etcétera, profesionales, para dirigir de un modo socialdemócrata la lucha de clase del proletariado; ataca el «socialismo de anarquistas y literatos» que exaltan «por afán efectista» la legislación que emana directamente del pueblo y no comprenden que su aplicación es muy convencional en la sociedad contemporánea. Todo el que haya desplegado una labor práctica en nuestro movimiento sabe cuán extendido está entre la masa de la juventud estudiantil y de los obreros el concepto «primitivo» de la democracia. No es de extrañar que este concepto penetre tanto en estatutos como en publicaciones. Los «economicistas» de tipo bernsteiniano decían en sus estatutos: «Artículo 10. Todos los asuntos que atañen a los intereses de toda la organización sindical se resolverán por mayoría de votos de todos sus miembros». Los «economicistas» de tipo terrorista los secundan: «Es preciso que los acuerdos del comité pasen por todos los círculos y solo 35 entonces sean efectivos» . Observen que esta reclamación de aplicar ampliamente el referéndum se plantea ¡después de exigir que toda la organización se base en el principio electivo! Nada más lejos de nosotros, claro está, que censurar por eso a los militantes dedicados al trabajo práctico, que han tenido muy poca posibilidad de conocer la teoría y la práctica de las organizaciones democráticas de verdad. Pero cuando Rabóchei Dielo, que pretende ejercer una función dirigente, se limita en tales circunstancias a insertar una resolución sobre el amplio principio democrático, ¿cómo no llamar a esto sino puro «afán efectista»? El trabajo a escala local y a escala nacional Si las objeciones que se hacen al plan de organización que aquí exponemos, reprochándole su falta de democracia y su carácter conspirativo, carecen totalmente de fundamento, queda todavía pendiente una cuestión que se plantea muchas veces y merece detenido examen: se trata de la relación existente entre el trabajo local y el trabajo a escala nacional. Se expresa el temor de que, al crearse una organización centralista, el centro de gravedad pase del primer trabajo, al segundo, el temor de que esto perjudique al movimiento, debilite la solidez de los vínculos que nos unen con la masa obrera y, en general, la estabilidad de la agitación local. Contestaremos que nuestro movimiento se resiente durante estos últimos años precisamente de que los militantes locales estén demasiado absorbidos por el trabajo local; que por esta razón es necesario desplazar algo, sin el menor género de dudas, el centro de la gravedad hacia el trabajo en plano nacional; que, lejos de debilitar este desplazamiento, dará, por el contrario, mayor solidez a nuestros vínculos y mayor estabilidad a nuestra agitación local. 35 Svoboda, número 1, p. 67. 147 Los métodos artesanos de trabajo de los economicistas y la organización de los revolucionarios Examinemos la cuestión del órgano central y de los órganos locales, rogando al lector que no olvide que la prensa no es para nosotros sino un ejemplo ilustrativo de la labor revolucionaria y que, en general, es infinitamente más amplia y más variada. En el primer período del movimiento de masas (18961898), los militantes locales intentan publicar un órgano destinado a toda Rusia: Rabóchaya Gazeta; en el período siguiente (1898-1900), el movimiento da un gigantesco paso adelante, pero los órganos locales absorben totalmente la atención de los dirigentes. Si se hace un recuento de todos esos 36 órganos locales, resultará , por término medio, un número al mes. ¿No es esto una prueba evidente de nuestros métodos primitivos de trabajo? ¿No demuestra eso de manera fehaciente el atraso que nuestra organización revolucionaria lleva del avance espontáneo del movimiento? Si se hubiera publicado la misma cantidad de números de periódicos por una organización única, y no por grupos locales dispersos, no solo habríamos ahorrado una inmensidad de fuerzas, sino asegurado a nuestro trabajo infinitamente más estabilidad y continuidad. Olvidan con demasiada frecuencia este sencillo razonamiento tanto los militantes dedicados a las labores prácticas, que trabajan activamente de manera casi exclusiva en los órganos locales (por desgracia, en la inmensa mayoría de los casos, la situación no ha cambiado), como los publicistas que muestran en esta cuestión asombroso quijotismo. El militante dedicado al trabajo práctico suele darse por satisfecho con el razonamiento de 37 que a los militantes locales «les es difícil» ocuparse de la publicación de un periódico central para toda Rusia y que mejor es tener periódicos locales que no tener ninguno. Esto último es, desde luego, muy cierto, y cualquier militante dedicado al trabajo práctico reconocerá antes que nosotros la gran importancia y la gran utilidad de los periódicos locales en general. Pero no se trata de esto, sino de ver si es posible librarse del fraccionamiento y de los métodos primitivos de trabajo tan palmariamente reflejados en los treinta números de periódicos locales publicados por toda Rusia en dos años y medio. No se constriñan al principio indiscutible, pero demasiado abstracto, de la utilidad de los periódicos locales en general; tengan, además, el valor de reconocer francamente sus lados negativos, puestos de manifiesto en dos años y medio de experiencia. Esta experiencia demuestra que, en nuestras condiciones, los periódicos locales resultan en la mayoría de los casos inestables, políticamente carecen de importancia; en cuanto al consumo de energías revolucionarias, resultan demasiado costosos, e insatisfactorios por completo, desde el punto de vista técnico (me refiero, claro está, no a la técnica tipográfica, sino a la frecuencia y regularidad de la publicación). Y todos los defectos indicados no son obra de la casualidad, sino consecuencia inevitable del fraccionamiento que, por una parte, explica el predominio de los periódicos locales en el período que examinamos y, por otra parte, encuentra un apoyo en ese predominio. Una organización local, por sí sola, no está realmente en condiciones de asegurar la firmeza de principios de su periódico ni de colocarlo a la altura de órgano político; no está en condiciones de reunir y utilizar datos suficientes para escribir de toda nuestra vida política. Y, en cuanto al argumento que ordinariamente se esgrime en los países libres para justificar la necesidad de numerosos periódicos locales -que son baratos, porque los confeccionan 36 Véase el Informe presentado al Congreso de París, (p. 14): «Desde entonces (1897) hasta la primavera de 1900 fueron publicados en diversos puntos trenta números de varios periódicos… Por término medio, aparecería más de un número al mes». / Se alude el folleto Informe sobre el Movimiento Socialdemócrata Ruso al Congreso Socialista Internacional, celebrado en París en 1900 (edición de la Unión de Socialdemócratas Rusos, Ginebra, 1901). El informe lo escribió la Redacción de Rabócheie Dielo por encargo de la Unión. 37 Esta dificultad es solo aparente. En realidad, no hay círculo local que no pueda asumir con energía una u otra función del trabajo a escala nacional. «No digas que no puedes, sino que no quieres». 148 Los métodos artesanos de trabajo de los economicistas y la organización de los revolucionarios obreros locales, y pueden ofrecer una información mejor y más rápida a la población local-, la experiencia ha demostrado que, en nuestro país, se vuelve contra dichos periódicos. Estos resultan demasiado costosos en lo que al consumo de energías revolucionarias se refiere; y son publicados muy de tarde en tarde por la sencilla razón de que un periódico ilegal, por pequeño que sea, precisa un inmenso mecanismo clandestino de imprenta, que requiere la existencia de una gran industria fabril, pues en un taller de artesanos no es posible montar semejante mecanismo. Mas cuando éste es primitivo, la policía aprovecha muchas veces (todo militante dedicado al trabajo práctico conoce numerosos ejemplos de este género) la aparición y difusión de uno o dos números para hacer una redada masiva, que lo barre todo tan bien que es preciso volver a empezar de nuevo. Un buen mecanismo clandestino de imprenta exige una buena preparación profesional de los revolucionarios y la más consecuente división del trabajo, y estas dos condiciones son desde todo punto irrealizables en una organización local aislada, por mucha fuerza que reúna en un momento dado. No hablemos ya de los intereses generales de todo nuestro movimiento (una educación socialista y política de los obreros basada en principios firmes); también los intereses locales específicos quedan mejor atendidos por órganos no locales. Solo a primera vista puede parecer esto una paradoja; en realidad, la experiencia de los dos años y medio de que hemos hablado lo demuestra de manera irrefutable. Todo el mundo convendrá en que si las fuerzas locales que han publicado treinta números de periódicos hubieran trabajado para un solo periódico, habrían publicado sin dificultad sesenta números, si no cien, y, por consiguiente, se habrían reflejado de un modo más completo las particularidades del movimiento puramente local. No cabe duda de que no es fácil conseguir esta coordinación; pero hace falta que, al fin, reconozcamos su necesidad; que cada círculo local piense y trabaje activamente en ese sentido sin esperar el empujón de fuera, sin dejarse seducir por la accesibilidad y la proximidad de un órgano local, proximidad que -según lo prueba nuestra experiencia revolucionaria- es, en buena parte, ilusoria. Y prestan un flaco servicio al trabajo práctico los publicistas que, considerándose muy próximos a los militantes prácticos, no se dan cuenta de este carácter ilusorio y salen del paso con un razonamiento de simpleza tan extraordinaria como de vacuidad tan asombrosa: hacen falta periódicos locales, hacen falta periódicos comarcales, hacen falta periódicos centrales para toda Rusia. Es natural que, hablando en términos generales, todo esto haga falta, pero también hace falta, cuando se aborda un problema concreto de organización, pensar en las condiciones de 38 medio y tiempo. ¿No es, en efecto, un caso de quijotismo cuando Svoboda , «deteniéndose» específicamente «en el problema del periódico», escribe: «Nosotros creemos que en cualquier lugar algo considerable de concentración de obreros debe haber periódico obrero propio. No traído de fuera, sino justamente propio». Si este publicista no quiere pensar en el sentido de sus palabras, piense usted al menos por él, lector: ¡cuántas decenas, si no centenares de «lugares algo considerables de concentración de obreros» hay en Rusia, y qué perpetuación de nuestros métodos primitivos de trabajo resultará si cada organización local se pusiera efectivamente a publicar su propio periódico! ¡Cómo facilitaría este fraccionamiento a nuestros gendarmes la tarea de capturar -y además sin hacer esfuerzos «algo considerables»- a los militantes locales, desde el comienzo mismo de su actuación, antes de haber podido llegar a ser verdaderos revolucionarios! 38 Número 1, p. 68. 149 Los métodos artesanos de trabajo de los economicistas y la organización de los revolucionarios En un periódico central para toda Rusia -continúa el autor- no interesarían mucho las narraciones de los manejos de los fabricantes «y de los pormenores de poca monta de la vida fabril en diversas ciudades que no son la suya», pero «al vecino de Oriol no le aburrirá leer lo que sucede en Oriol. Sabe siempre con quién se han “metido”, a quién “se le da su merecido” y 39 pone su alma en lo que lee”» . Sí, sí, el vecino de Oriol pone su alma, pero nuestro publicista también «pone» demasiada imaginación. En lo que éste debiera pensar es si es oportuna tal defensa de la mezquindad de esfuerzos. Nadie mejor que nosotros reconoce la necesidad e importancia de las denuncias de los abusos que se cometen en las fábricas, pero hay que recordar que hemos llegado ya a un momento en que a los vecinos de San Petersburgo les aburre leer las cartas petersburguesas del periódico petersburgués Rabóchaya Mysl. Para denunciar los abusos que se cometen en las fábricas locales, hemos tenido siempre, y debemos seguir teniendo siempre, las hojas volantes; pero el periódico hay que elevarlo, y no rebajarlo al nivel de hojas volantes de fábrica. Para un «periódico» necesitamos denuncias no tanto de «pequeñeces», como de los grandes defectos típicos de la vida fabril, denuncias hechas con ejemplos de singular realce y, por lo mismo, capaces de interesar a todos los obreros y a todos los dirigentes del movimiento, capaces de enriquecer efectivamente sus conocimientos, ensanchar su horizonte, dar comienzo al despertar de un distrito más, de un nuevo sector profesional de obreros. Además, en un periódico local, los manejos de la administración de la fábrica o de otras autoridades pueden recogerse en seguida, aún recientes. Y mientras la noticia llega a un periódico central, lejano, en el punto de origen ya se habrá olvidado lo sucedido: «¿Cuándo habrá ocurrido eso?; ¡cualquiera lo recuerda!» (loc. cit.). En efecto, ¡cualquiera lo recuerda! Los treinta números publicados en dos años y medio corresponden, según hemos visto en la misma fuente, a seis ciudades. De modo que a cada ciudad corresponde, por término medio, ¡un número de periódico por medio año! E incluso si nuestro insubstancial publicista triplica en su hipótesis el rendimiento del trabajo local (cosa que sería indudablemente inexacta con relación a una ciudad media, porque es imposible aumentar considerablemente el rendimiento sin salir de los métodos primitivos de trabajo), no recibiríamos, sin embargo, más de un número cada dos meses, es decir, una situación que en nada se parece a «recoger las noticias aún recientes». Pero bastaría con que se unieran diez organizaciones locales e invistieran de funciones activas a sus delgados con el fin de montar un periódico central, que entonces pudieran «recogerse» por toda Rusia no pequeñeces, sino escándalos notables y típicos en realidad, y esto cada dos semanas. Nadie que sepa en qué situación se encuentran nuestras organizaciones lo dudará. Y en cuanto a lo de pillar al enemigo con las manos en la masa, si se toma esto en serio y no se habla por hablar, un periódico clandestino no puede, en general, ni pensar en ello: esto puede hacerlo solo una hoja volante, porque el plazo máximo para sorprender así al enemigo no pasa, en la mayoría de los casos, de uno o dos días (tomen, por ejemplo, el caso de una huelga breve corriente, de atropellos en una fábrica o de una manifestación, etcétera). «El obrero no solo vive en la fábrica, sino en la ciudad también», continúa nuestro autor, pasando de lo particular a lo general con una consecuencia tan rigurosa que honraría al mismo Boris Krichevski. Y señala los problemas de las dumas, hospitales y escuelas de las ciudades, exigiendo que el periódico obrero no calle los asuntos urbanos en general. La exigencia es de por sí magnífica, pero ilustra con particular evidencia la abstracta vacuidad a que se limitan con demasiada frecuencia las disquisiciones sobre los periódicos locales. 39 Número 1, p. 69. 150 Los métodos artesanos de trabajo de los economicistas y la organización de los revolucionarios Primero, si en «todo lugar algo considerable de concentración de obreros» se publicaran en efecto periódicos con una sección urbana tan detallada como quiere Svoboda, dadas nuestras condiciones rusas, la cosa degeneraría inevitablemente en verdadera cicatería, conduciría a debilitar la conciencia de lo importante, que es un empuje revolucionario general en toda Rusia contra la autocracia zarista, y reforzaría los brotes, muy vivaces y más bien ocultos o reprimidos que arrancados de raíz, de una tendencia que ya ha adquirido fama por la célebre máxima sobre los revolucionarios que hablan demasiado del parlamento inexistente y muy poco de las dumas urbanas existentes. Y hemos dicho «inevitablemente», subrayando así que no es esto, sino lo contrario, lo que Svoboda quiere a sabiendas. Pero no basta con las buenas intenciones. Para que la labor de esclarecimiento de los asuntos urbanos quede organizada con la orientación debida respecto a todo nuestro trabajo, hay que empezar por elaborar totalmente y dejar sentada con firmeza esa orientación, y no solo mediante razonamientos, sino mediante una inmensidad de ejemplos, para que adquiera ya la solidez de tradición. Esto es lo que estamos muy lejos de tener y por esto precisamente hay que empezar antes de que se pueda pensar en una vasta prensa local y hablar de ella. Segundo, para escribir bien y de un modo interesante de verdad sobre asuntos locales, hay que conocerlos bien, y no solo por los libros. Pero en toda Rusia apenas hay socialdemócratas que posean este conocimiento. Para escribir en un periódico (y no en folletos de divulgación) sobre asuntos locales y estatales, hay que disponer de datos frescos, variados, recogidos y elaborados por una persona entendida. Y para recoger y elaborar tales datos, no basta la «democracia primitiva» de un círculo primitivo, en el que todos hacen de todo y se divierten jugando al referéndum. Para eso hace falta una plana mayor de autores especializados, de corresponsales especializados, un ejército de reporteros socialdemócratas, que entablen relaciones en todas partes, que sepan penetrar en todos los «secretos de Estado» (con los que tanto presume y que con tanta facilidad revela el funcionario ruso) y meterse entre todos los «bastidores»; un ejército de hombres obligados «por su cargo» a ser ubicuos y omniscios. Y nosotros, partido de lucha contra toda opresión económica, política, social y nacional, podemos y debemos encontrar, reunir, formar, movilizar y poner en campaña un ejército así de hombres omnisapientes, ¡pero eso está todavía por hacer! Ahora bien, nosotros no solo no hemos dado aún, en la inmensa mayoría de los lugares, ni un paso en esa dirección, sino que a menudo ni siquiera existe la conciencia de la necesidad de hacerlo. Búsquense en nuestra prensa socialdemócrata artículos vivos e interesantes, crónicas y denuncias sobre nuestros asuntos y asuntillos diplomáticos, militares, eclesiásticos, urbanos, financieros, etcétera, se 40 encontrará muy poco o casi nada . ¡Por eso «me enfado terriblemente siempre que viene alguien y me ensarta una retahíla de lindezas y preciosidades» sobre la necesidad de periódicos «en todo lugar algo considerable de concentración de obreros» que denuncien las arbitrariedades tanto en la administración fabril como en la pública local y nacional! 40 Por esta razón, incluso el ejemplo de los órganos locales de excepcional valía confirma totalmente nuestro punto de vista. Por ejemplo, Yuzhni Rabochi es un excelente periódico, al que no se puede acusar de falta de firmeza en los principios. Pero como sale rara vez, y las redadas son muy frecuentes, no ha podido dar al movimiento local todo lo que pretendía. Lo más apremiante para el partido en estos momentos -plantear con firmeza de principios los problemas fundamentales del movimiento y desplegar una agitación política en todos los sentidos- ha sido superior a las fuerzas de ese órgano local. Lo muy bueno que ha dado, como los artículos sobre el congreso de los industriales mineros, sobre el paro, etcétera, no era de carácter estrictamente local, sino necesario para toda Rusia, y no solo para el Sur. Artículos como esos no los ha habido en toda nuestra prensa socialdemócrata. / Yuzhni Rabochi (El Obrero del Sur): periódico socialdemócrata, editado clandestinamente por el grupo del mismo nombre desde enero de 1900 hasta abril de 1902. Aparecieron doce números, que fueron difundidos sobre todo en las organizaciones socialdemócratas del sur de Rusia. 151 Los métodos artesanos de trabajo de los economicistas y la organización de los revolucionarios El predomino de la prensa local sobre la central es síntoma de penuria o de lujo. De penuria, cuando el movimiento no ha cobrado todavía fuerzas para un trabajo a gran escala, 214 215 cuando aún vegeta en medio de los métodos primitivos y casi se ahoga «en las pequeñeces de la vida fabril». De lujo, cuando el movimiento ha podido ya plenamente con la tarea de las denuncias en todos los sentidos y de la agitación en todos los sentidos, de modo que, además del órgano central, se hacen necesarios numerosos órganos locales. Decida cada cual por sí mismo qué es lo que prueba el predominio que hoy tienen los periódicos locales entre nosotros. Por mi parte, me limitaré a formular con exactitud mi conclusión para no dar pie a malentendidos. Hasta ahora, la mayoría de nuestras organizaciones locales piensan casi exclusivamente en órganos locales y trabajan de un modo activo casi exclusivamente para ellos. Esto no es normal. Debe suceder lo contrario, que la mayoría de las organizaciones locales piense sobre todo en un órgano central para toda Rusia y trabaje principalmente para él. Mientras no ocurra así, no podremos publicar ni un solo periódico que sea por lo menos capaz de proporcionar realmente al movimiento una agitación en todos los sentidos en la prensa. Y cuando esto sea así, se entablarán por sí solas unas relaciones normales entre el órgano central necesario y los órganos locales necesarios. A primera vista, la conclusión de que se precisa desplazar el centro de gravedad del trabajo local al trabajo a escala de toda Rusia puede parecer inaplicable al terreno de la lucha económica especial: el enemigo directo de los obreros es en este caso un patrono determinado o un grupo de patronos no ligados entre sí por una organización que recuerde, aunque sea remotamente, una organización puramente militar, rigurosamente centralista, dirigida hasta en los detalles más pequeños por una voluntad única, como es la organización del gobierno ruso, nuestro enemigo directo en la lucha política. Pero no es así. La lucha económica -lo hemos dicho ya muchas veces- es una lucha sindical, y por ello exige que los obreros se unan por oficios, y no solo por el lugar de trabajo. Y la necesidad de esta unión profesional se hace tanto más imperiosa cuanto mayor es la rapidez con que avanza la unión de nuestros patronos en toda clase de sociedades y corporaciones. Nuestra dispersión y nuestros métodos primitivos de trabajo obstaculizan directamente esta unión, que exige una organización de revolucionarios única para toda Rusia y capaz de encargarse de dirigir sindicatos obreros a escala de todo el país. Ya hemos hablado antes del tipo de organización deseable con este objeto, y ahora añadiremos solo unas palabras en relación con el problema de nuestra prensa. No creo que nadie dude de que todo periódico socialdemócrata deba tener una sección dedicada a la lucha sindical (económica). Pero el crecimiento del movimiento sindical nos obliga a pensar también en una prensa sindical. Creemos, sin embargo, que en Rusia todavía no se puede ni hablar, salvo raras excepciones, de periódicos sindicales: son un lujo, y nosotros carecemos muchas veces hasta del pan de cada día. La forma de prensa sindical adecuada a las condiciones de trabajo clandestino, y ya ahora imprescindible, tendría que ser entre nosotros la de folletos sindicales. En ellos deberían 41 recogerse y agruparse sistemáticamente datos legales e ilegales, las condiciones de trabajo 41 Los datos legales tienen especial importancia en este sentido, y estamos particularmente atrasados en lo que se refiere a saber recogerlos y utilizarlos sistemáticamente. No será exagerado decir que solo con datos legales puede llegar a confeccionarse más o menos un folleto sindical, mientras que es imposible hacerlo con datos ilegales nada más. Recogiendo entre los obreros datos ilegales sobre problemas como los que ha tratado Rabóchaya Mysl, derrocharemos en vano una inmensidad de fuerzas de un revolucionario (al que fácilmente puede sustituir en este trabajo un militante legal) y, a pesar de todo, no obtenemos nunca buenos datos, porque los obreros, que generalmente solo conocen una sección de una gran fábrica y que casi siempre solo conocen los resultados económicos, pero no las normas ni las condiciones generales de su 152 Los métodos artesanos de trabajo de los economicistas y la organización de los revolucionarios en cada oficio, sobre las diferencias que en este sentido existen entre los diversos puntos de Rusia, sobre las principales reivindicaciones de los obreros de una profesión determinada, sobre las deficiencias de la legislación concerniente a ella, sobre los casos notables de la lucha económica de los obreros de este gremio, sobre los gérmenes, la situación actual y las necesidades de su organización sindical, etc. Estos folletos, primero, librarían a nuestra prensa socialdemócrata de una inmensidad de pormenores sindicales que solo interesan especialmente a los obreros de este oficio. Segundo, fijarían los resultados de nuestra experiencia en la lucha sindical, conservarían los datos recogidos, que ahora se pierden literalmente en el cúmulo de hojas y crónicas sueltas, y los sintetizarían. Tercero, podrían servir de algo así como una guía para los agitadores, ya que las condiciones de trabajo varían con relativa lentitud, las reivindicaciones fundamentales de los obreros de un oficio determinado son extraordinariamente estables (compárense las reivindicaciones de 42 43 los tejedores de la región de Moscú, en 1885 , y de la región de San Petersburgo, en 1896 ) y un resumen de estas reivindicaciones y necesidades podría servir durante años enteros de manual excelente para la agitación económica en localidades atrasadas o entre capas atrasadas de obreros; ejemplos de huelgas que hayan tenido éxito en una región, datos sobre un nivel de vida más elevado y sobre mejores condiciones de trabajo en una localidad estimularían también a los obreros de otros lugares a nuevas y nuevas luchas. Cuarto, tomando la iniciativa de sintetizar la lucha sindical y reforzando de este modo los vínculos del movimiento sindical ruso con el socialismo, la socialdemocracia se preocuparía al mismo tiempo de que nuestro trabajo tradeunionista no ocupara un puesto ni demasiado reducido ni demasiado grande en el conjunto de nuestro trabajo socialdemócrata. A una organización local que esté apartada de las organizaciones de otras ciudades le es muy difícil, a veces casi imposible, mantener en este sentido una proporción adecuada (y el ejemplo de Rabocháya Mysl demuestra a qué punto de monstruosa exageración de carácter tradeunionista puede llegarse en tal caso). Pero a una organización de revolucionarios a escala de toda Rusia que sustente con firmeza el punto de vista del marxismo, que dirija toda la lucha política y disponga de una plana mayor de agitadores profesionales jamás le será difícil determinar acertadamente esa proporción. trabajo, no pueden adquirir los conocimientos que suelen tener los empleados, inspectores, médicos fabriles, etcétera, y que están profusamente diseminados en crónicas periodísticas y publicaciones especiales de carácter industrial, sanitario, de los zemstvos, etcétera. Recuerdo como si fuera ahora mismo mi «primer experimento», que no me dejó ganas de repetirlo nunca. Me entretuve durante muchas semanas en interrogar «con apasionamiento» a un obrero que venía a verme sobre todos los detalles de la vida en la enorme fábrica donde él trabajaba. Verdad es que, aún con grandísimas dificultades, conseguí más o menos componer la descripción (¡solo de una fábrica!), pero sucedía que el obrero, limpiándose el sudor, decía con una sonrisa al final de nuestro trabajo: «¡Me cuesta menos trabajar horas extra que contestarle a sus preguntas!». Cuanto más energía pongamos en la lucha revolucionaria, tanto más obligado se verá el gobierno a legalizar una parte de la labor «sindical», desembarazándonos así de parte de la carga que pesa sobre nosotros. / Lenin se refiere a la hoja Cuestionario sobre la situación de la clase obrera de Rusia (1898) y al folleto Cuestionario para reunir datos acerca de la situación de la clase obrera en Rusia (1899), publicados por la Redacción de Rabóchaya Mysl. La hoja contenía diecisiete preguntas, y el folleto, 158, acerca de las condiciones de trabajo y de vida de los obreros. 42 El movimiento huelguístico de 1885 afectó a numerosas empresas de la industria textil de las provincias de Vladímir, Moscú, Tver y otras regiones del centro industrial del país. La más famosa fue la declarada por los obreros de la manufactura Nikólskoe, de Savva Morózov (huelga de Morózov), en enero de 1885. Entre las reivindicaciones principales de los obreros figuraban la disminución de las multas y la reglamentación de las condiciones de contratación. Las tropas aplastaron la huelga de Morózov, en la que participaron cerca de 8 mil trabajadores bajo la dirección de obreros avanzados; 33 huelguistas fueron entregados a los tribunales, y más de 600, deportados. El movimiento huelguístico de 1885 y 1886 obligó al gobierno zarista a promulgar la ley del 3 (15) de junio de 1886 (la llamada «ley de multas»). 43 153 «Plan» de un periódico político central para toda Rusia 1 «El error más grande de Iskra en este sentido -escribe B. Krichevski , imputándonos la tendencia a «convertir la teoría en doctrina muerta, aislándola de la práctica»- es un «plan» de una organización de todo el partido» (es decir, el artículo «¿Por dónde empezar?»). Y Martínov lo secunda, declarando: […] la tendencia de Iskra de aminorar la importancia de la marcha progresiva de la monótona lucha cotidiana en comparación con la propaganda de ideas brillantes y acabadas… ha sido coronada por el plan de organización del partido, plan que se 2 nos ofrece en el artículo «¿Por dónde empezar?», publicado en el número 4 . Finalmente, hace poco, se ha sumado a los indignados con este «plan» (las comillas deben expresar la ironía con que lo acoge) L. Nadiezhdin, que en su folleto En vísperas de la revolución, que acabamos de recibir (edición del «Grupo Revolucionario-Socialista» Svoboda, que ya conocemos), declara que «al hablar ahora de una organización cuyos hilos arranquen 3 de un periódico central para toda Rusia es dar ideas y hacer trabajo de gabinete» , dar pruebas de «literaturismo», etc. No puede sorprendernos que nuestro terrorista coincida con los defensores de la «marcha progresiva de la monótona lucha cotidiana», pues ya hemos visto las raíces de esta afinidad en los capítulos sobre política y organización. Pero debemos observar en el acto que L. Nadiezhdin, y solo él, ha tratado honradamente de penetrar en el curso del pensamiento del artículo que le ha disgustado; ha tratado de responder yendo al grano, mientras que Rabóchei Dielo no ha dicho en esencia nada y ha tratado tan solo de embrollar la cuestión, mediante una sarta de indecorosas y demagógicas salidas de tono. Y, por desagradable que ello sea, hay que perder tiempo en limpiar antes los establos de Augías. 1 Rabóchei Dielo, número 10, p. 30. Rabóchei Dielo, número 10, p. 61 3 Rabóchei Dielo, número 10, p. 126 2 154 «Plan» de un periódico político central para toda Rusia 4 A quién ha ofendido el artículo «¿Por dónde empezar?» Vamos a citar un ramillete de las expresiones y exclamaciones con que ha arremetido contra nosotros Rabócheie Dielo. «No es un periódico el que puede crear la organización del partido, sino a la inversa»… «Un periódico que se encuentre por encima del partido, esté fuera de su control y no dependa de él por tener su propia red de agentes»… «¿Por obra de qué milagro ha olvidado Iskra las organizaciones socialdemócratas, ya existentes de hecho, del partido a que ella misma pertenece?»… «Personas poseedoras de principios firmes y del plan correspondiente son también los reguladores supremos de la lucha real del partido, al que dictan el cumplimiento de su plan»… «El plan relega a nuestras organizaciones, reales y vitales, al reino de las sombras y quiere dar vida a una red fantástica de agentes»… «Si el plan de Iskra fuese llevado a la práctica, borraría por completo las huellas del Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia que se viene formando en nuestro país»… «Un órgano de propaganda se sustrae al control y se convierte en legislador absoluto de toda la lucha revolucionaria práctica»… «¿Qué actitud debe asumir nuestro partido al verse totalmente sometido a una redacción autónoma?», etc. Como ve el lector, por el contenido y el tono de estas citas, Rabócheie Dielo se ha ofendido. Pero no por lo que a él le toca, sino por lo que toca a las organizaciones y comités de nuestro partido, a los que Iskra, según pretende dicho órgano, quiere relegar al reino de las sombras y hasta borrar sus huellas. ¡Que todos los horrores fueran así! Pero hay una cosa extraña. El artículo «¿Por dónde empezar?» apareció en mayo de 1901, y los artículos de Rabócheie Dielo, en septiembre de 1901; ahora estamos ya a mediados de enero de 1902. ¡En estos cinco meses (tanto antes como después de septiembre), ni un solo comité, ni una sola organización del partido ha protestado formalmente contra ese monstruo que quiere desterrar a los comités y organizaciones al reino de las sombras! Y hay que hacer constar que, durante este período, han aparecido, tanto en Iskra como en numerosas otras publicaciones, locales y no locales, decenas y centenares de comunicaciones de todos los confines de Rusia. ¿Cómo ha podido suceder que las organizaciones a las que se quiere desterrar al reino de las sombras no se hayan dado cuenta de ello ni se hayan sentido ofendidas, y que, en cambio, se haya ofendido a una tercera persona? Ha sucedido esto porque los comités y las demás organizaciones están ocupados en trabajar de verdad, y no en jugar a la «democracia». Los comités han leído el artículo «¿Por dónde empezar?», han visto en él una tentativa «de trazar un plan concreto de esta organización a fin de que se pueda emprender su creación desde todas partes», y, habiéndose percatado perfectamente de que ni una sola de «todas esas partes» pensará en «emprender su creación» antes de estar convencida de que es necesaria y de que el plan arquitectónico es certero, no han pensado, naturalmente, en «ofenderse» por la osadía de lo que han dicho en Iskra: «Dada la urgencia e importancia del asunto, nos decidimos, por nuestra parte, a someter a la consideración de los camaradas el bosquejo de un plan que desarrollaremos con más detalle en un folleto en preparación». Parece mentira que no se comprenda, de enfocar este problema con honestidad, que si los camaradas aceptan el plan sometido a su consideración, no lo ejecutarán por «subordinación», sino por el convencimiento de que es necesario para nuestra obra común, 4 En la recopilación En doce años, Lenin suprimió el apartado «a)» del capítulo quinto, insertando la siguiente nota: «En la presente edición se suprime el apartado «a)»: «A quién ha ofendido el artículo «¿Por dónde empezar?», pues contiene exclusivamente una polémica con Rabócheie Dielo y el Bund en torno a los intentos de Iskra de «mandar», etcétera. En este 338 339 apartado se decía, entre otras cosas, que el propio Bund había invitado (en 1898-1899) a los miembros de Iskra a reanudar la publicación del órgano central del partido y organizar un «laboratorio literario». (Nota de los editores.) 155 «Plan» de un periódico político central para toda Rusia y que, en el caso de no aceptarlo, el «bosquejo» (¡qué palabra más presuntuosa!, ¿verdad?) no pasará de ser un simple bosquejo. ¿No es demagogia arremeter contra el bosquejo de un plan no solo «demoliéndolo» y aconsejando a los camaradas que lo rechacen, sino previniendo a gentes poco expertas en la labor revolucionaria contra los autores del bosquejo por el mero hecho de que estos se atreven a «legislar», a actuar de «reguladores supremos», es decir, que se atreven a proponer un bosquejo de plan? ¿Puede nuestro partido desarrollarse y marchar adelante si la tentativa de elevar a los dirigentes locales a ideas, tareas, planes, etcétera, más amplios tropieza no solo con la objeción de que estas ideas son erróneas, sino con una sensación de «agravio» por el hecho de que se les «quiera elevar»? Porque también L. Nadiezhdin ha «demolido» nuestro plan, pero no se ha rebajado a semejante demagogia, que ya no puede explicarse simplemente por candor o por ideas políticas de un carácter primitivo; ha rechazado resueltamente y desde el primer momento la acusación de «fiscalizar al partido». Por esta razón podemos y debemos responder con argumentos a la crítica que Nadiezhdin hace del plan, mientras que a Rabócheie Dielo solo cabe contestar con el desprecio. Pero el despreciar a un autor que se rebaja hasta el punto de gritar sobre «absolutismo» y «subordinación» no nos exime del deber de deshacer el lío en el que estas gentes meten al lector. Y aquí podemos demostrar palmariamente a todo el mundo qué valor tienen las habituales frases sobre una «amplia democracia». Se nos acusa de haber olvidado los comités, de querer o de intentar desterrarlos al reino de las sombras, etc. ¿Cómo contestar a estas acusaciones, cuando, por razones de discreción conspirativa, no podemos decir al lector casi nada en realidad de nuestras verdaderas relaciones con los comités? Quienes lanzan una acusación zahiriente que irrita a la multitud nos llevan ventaja por su desfachatez y por su desdén a los deberes del revolucionario que oculta cuidadosamente de los ojos del mundo las relaciones y los vínculos que tiene, establece o trata de entablar. Desde luego, nos negamos de una vez para siempre a competir con gente de esa calaña en el terreno de la «democracia». En cuanto al lector no iniciado en los asuntos del partido, el único medio de cumplir nuestro 5 deber con él consiste en hablarle no de lo que es o están im Werden , sino de una pequeña parte de lo que ha sido, ya que se puede hablar de ello porque pertenece al pasado. 6 El Bund nos acusa de «impostores» con una alusión ; la Unión en el extranjero nos acusa de que tratamos de borrar las huellas del partido. ¡Un momento, señores! Recibirán ustedes plena satisfacción en el momento que expongamos al público cuatro hechos del pasado. 7 Primer hecho. Los miembros de una de las uniones de lucha que participaron directamente en la formación de nuestro partido y en el envío de un delegado al congreso que lo fundó se ponen de acuerdo con uno de los miembros del grupo Iskra para establecer una biblioteca obrera especial con objeto de atender las necesidades de todo el movimiento. No se consigue abrir la biblioteca obrera; y los folletos Las tareas de los socialdemócratas rusos y La nueva 8 ley de fábricas , escritos para ella, van a parar indirectamente y por mediación de terceras 9 personas al extranjero, donde son publicados . 5 En proceso de gestación, de surgimiento. (Nota de los editores.) Iskra, número 8, Respuesta del Comité Central de la Unión General Obrera Hebrea de Rusia y de Polonia a nuestro artículo sobre el problema nacional. 7 Enumeramos deliberadamente estos hechos en orden distinto de cómo ocurrieron. / Lenin hace esta observación con fines conspirativos. Los hechos son presentados precisamente en el orden en que sucedieron. 8 V. I. Lenin: Obras completas, 5ª Ed. en ruso, t. 2, pp. 433-470 y 263-314. (Nota de los editores.) 9 En el verano de 1897, la Unión de Lucha por la Emancipación de la Clase Obrera, de Petersburgo, propuso a Lenin (desterrado entonces en Siberia, en el pueblo de Shúshenskoe) que participase en la creación de una serie especial de 6 156 «Plan» de un periódico político central para toda Rusia Segundo hecho. Los miembros del Comité Central del Bund proponen a uno de los miembros del grupo Iskra organizar conjuntamente lo que entonces el Bund llamaba «un laboratorio literario», indicando que si no se lograba realizar el proyecto, nuestro movimiento podía retroceder mucho. Resultado de aquellas negociaciones fue el folleto La causa obrera en 10 Rusia . Tercer hecho. El Comité Central del Bund, por intermedio de una pequeña ciudad provinciana, se dirige a uno de los miembros del grupo Iskra, proponiéndole que se encargue de redactar Rabóchaya Gazeta, que ha de reanudar su publicación y obtiene, desde luego, su conformidad. Más tarde cambia la propuesta: se trata solamente de colaborar, debido a una nueva composición de la redacción. Claro que también se da la conformidad. Se envían los artículos (que se han logrado conservar): Nuestro programa, protestando enérgicamente contra la campaña bernsteiniana y contra el viraje de las publicaciones legales y Rabóchaya Mysl; Nuestra tarea urgente («la organización de un órgano del partido que aparezca regularmente y esté ligado estrechamente a todos los grupos locales»; los defectos de los «métodos primitivos de trabajo» imperante); Un problema vital (analizando la objeción de que primero habría que desarrollar la actividad de los grupos locales y luego emprender la organización de un órgano central; insistiendo en la importancia primordial de « la organización revolucionaria», en la necesidad de «elevar la organización, la disciplina y la técnica de la 11 conspiración al más alto grado de perfección») . La propuesta de reanudar la publicación de 12 Rabóchaya Gazeta no llega a ponerse en práctica, y los artículos quedan sin publicar . Cuarto hecho. Un miembro del comité organizador del II Congreso ordinario de nuestro partido comunica a un miembro del grupo Iskra el programa del congreso y presenta la candidatura de este grupo para redactar Rabóchaya Gazeta, que reanudaba su publicación. Esta gestión, por decirlo así, preliminar, es sancionada luego por el comité al que pertenecía dicha persona, así como por el Comité Central del Bund; al grupo Iskra se le indica el lugar y la fecha de celebración del congreso, pero el grupo (que por ciertos motivos no estaba seguro de poder enviar un delegado a este congreso) redacta asimismo un informe escrito para este. En dicho informe se sostiene la idea de que eligiéndose solo el Comité Central, lejos de resolverse el problema del agrupamiento en un momento de completa dispersión como el actual, se corre, además, el riesgo de poner en tela de juicio la gran idea de la creación del partido, caso de caer nuevamente en una rápida y completa redada, cosa más que probable cuando impera la falta de discreción conspirativa; que, por ello, debía empezarse por libros para los obreros. Lenin escribió los folletos mencionados en el texto, que fueron editados en Ginebra: Las tareas de los socialdemócratas rusos (1898) y La nueva ley de fábricas (1899). 10 Dicho sea de paso, el autor de este folleto me pide que haga saber que, lo mismo que sus folletos anteriores, el presente fue enviado a la Unión, suponiendo que el grupo Emancipación del Trabajo redactaría sus publicaciones (circunstancias especiales no le permitían conocer entonces, es decir, en febrero de 1899, el cambio operado en la redacción). Lo reeditará en breve la Liga./ La Liga de la Socialdemocracia Revolucionaria Rusa en el Extranjero se fundó en octubre de 1901, por iniciativa de Lenin, formando parte de ella la organización de Iskra en el extranjero y la organización revolucionaria SotsialDemokrat (en la que entraba el grupo Emancipación del Trabajo). La Liga tenía por misión las ideas de la socialdemocracia revolucionaria y contribuir a constituir una organización socialdemócrata combativa. La Liga representaba a la organización de Iskra en el extranjero. Unía a los socialdemócratas rusos emigrados partidarios de Iskra, ayudaba económicamente al periódico, organizaba su envío a Rusia y editaba obras de divulgación marxista. Publicó también varios boletines y folletos. El II Congreso del POSDR la confirmó como única organización del partido en el extranjero, encargándole actuar bajo al dirección y el control del Comité Central del POSDR. Después del II Congreso del partido, los mencheviques se atrincheraron en la Liga y lucharon contra Lenin, contra los bolcheviques. En el II Congreso de la Liga (octubre de 1903), calumniaron a los bolcheviques, después de lo cual Lenin y sus adeptos se retiraron del Congreso. Los mencheviques adoptaron unos nuevos estatutos de la Liga, opuestos a los estatutos del partido aprobados en el II Congreso del POSDR. Desde entonces, la Liga se convirtió en un baluarte del menchevismo. Existió hasta 1905. 11 V. I. Lenin: Obras completas, 5ª ed. en ruso, t. 4, pp. 182-186, 187-192 y 193-198. (Nota de los editores.) 12 En 1899, por iniciativa del Comité Central del Bund, se intentó reanudar la publicación de Rabóchaya Gazeta. Lenin escribió para el número 3 de este periódico los artículos citados. 157 «Plan» de un periódico político central para toda Rusia invitar a todos los comités y a todas las demás organizaciones a sostener el órgano central cuando reanudara su aparición, órgano que realmente vincularía a todos los comités con lazos efectivos y prepararía realmente un grupo de dirigentes de todo el movimiento; que los comités y el partido podrían ya fácilmente transformar en Comité Central este grupo, creado por los primeros, cuando dicho grupo se hubiera desarrollado y fortalecido. Pero debido a una serie de detenciones el congreso no pudo celebrarse; y por motivos de conspiración se destruyó el informe que solo algunos camaradas, entre ellos los delegados de un comité, habían podido 13 leer . Juzgue ahora el lector por sí mismo del carácter de procedimientos como la alusión del Bund a una impostura o el argumento de Rabócheie Dielo acerca de que queremos desterrar a los comités al reino de las sombras, «sustituir» la organización del partido por una organización que difunda las ideas de un único periódico. Pues precisamente ante los comités, por reiteradas invitaciones de ellos, informamos sobre la necesidad de adoptar un plan determinado de trabajo común. Y precisamente para la organización del partido, elaboramos este plan en nuestros artículos enviados a Rabóchaya Gazeta y en el informe para el congreso del partido, y repetimos que los hicimos por invitación de personas que ocupaban en el partido una posición tan influyente, que tomaban la iniciativa de reconstruirlo (de hecho). Y solo cuando hubieron fracasado las dos tentativas que la organización del partido hizo con nosotros para reanudar oficialmente la publicación del órgano central del partido, creímos que era nuestro deber ineludible presentar un órgano no oficial, para que, en la tercera tentativa, los camaradas vieran ya ciertos resultados de la experiencia y no meras conjeturas. Ahora todo el mundo puede apreciar ya ciertos resultados de esa experiencia, y todos los camaradas pueden juzgar si comprendimos bien nuestro deber y la opinión que merecen las personas que, molestas por el hecho de que demostremos a unas su falta de consecuencia en el problema «nacional» y a otras lo inadmisible de sus vacilaciones sin principios, tratan de equivocar a quienes desconocen el pasado más reciente. ¿Puede un periódico ser organización colectiva? La clave del artículo «¿Por dónde empezar?» está en que hace precisamente esta pregunta y en que da una respuesta afirmativa. L. Nadiezhdin es, que sepamos, la única persona que intenta estudiar esta cuestión a fondo y demostrar la necesidad de darle respuesta negativa. A continuación, reproducimos íntegramente sus argumentos: […] Mucho nos place que plantee Iskra (nº 4) la necesidad de un periódico central para toda Rusia, pero en modo alguno podemos convenir en que este planteamiento corresponde al título del artículo «¿Por dónde empezar?». Es, sin duda, uno de los asuntos de suma importancia, pero no se pueden colocar los cimientos de una organización combativa para un momento revolucionario ni con esa labor, ni con toda una serie de hojas populares, ni con una montaña de proclamas. Es 13 A iniciativa del Comité de Ekaterinoslav del POSDR, apoyado por el Bund y la Unión de Socialdemócratas Rusos en el Extranjero, a comienzos de 1900 se intentó convocar el II Congreso del partido, restablecer el Comité Central y reanudar la publicación del órgano central del partido, Rabóchaya Gazeta. En febrero de 1900 se trasladó a Moscú Lalayants, miembro del Comité de Ekaterinoslav, para sostener conversaciones con Lenin. Lalayants propuso al grupo de Iskra -Lenin, Mártov y Potrésov- que participase en el Congreso y se encargase de dirigir Rabóchaya Gazeta. Lenin y el grupo Emancipación del Trabajo consideraban prematura la convocatoria del Congreso; sin embargo, el grupo Emancipación del Trabajo no pudo negarse a participar en él, por lo que encargó a Lenin de representarle, enviándole desde el extranjero la correspondiente credencial. Pero las detenciones en masa efectuadas por la policía en abril y mayo de 1900 impidieron la celebración del Congreso. A Smolensk, donde debía tener lugar, llegaron únicamente los representantes del Bund, de la redacción de Yuzhni Rabochi y de la Unión de Socialdemócratas Rusos en el Extranjero. 158 «Plan» de un periódico político central para toda Rusia indispensable empezar a formar fuertes organizaciones políticas locales. Nosotros carecemos de ellas, nuestra labor se ha desarrollado principalmente entre los obreros cultos, mientras que las masas desplegaron de modo casi exclusivo una lucha económica. Si no se educan fuertes organizaciones políticas locales, ¿qué valor podría tener un periódico central para toda Rusia, aunque esté excelentemente organizado? ¡Una llama de fuego que sale de en medio de una zarza, y la zarza está ardiendo y no se consume! Iskra cree que el pueblo se reunirá y organizará en torno a ese periódico, en el trabajo para él. ¡Pero si le es mucho más fácil reunirse y organizarse en torno a una labor más concreta! Esta labor puede y debe consistir en organizar periódicos locales a vasta escala, en preparar inmediatamente las fuerzas obreras para manifestaciones, en hacer que las organizaciones locales trabajen constantemente entre los parados (difundiendo de un modo persistente entre ellos hojas volantes y octavillas, convocándoles a reuniones, llamándolos a oponer resistencia al gobierno, etc.) ¡Hay que iniciar una labor política activa en el plano local, y cuando surja la necesidad de unificarse en este terreno real, la unión no será artificiosa, no quedará sobre el papel, porque no es por medio de periódicos como se 14 conseguirá esta unificación del trabajo local en una obra común para toda Rusa! Hemos subrayado en este elocuente trozo los pasajes que permiten apreciar con mayor relieve tanto el juicio equivocado del autor sobre nuestro plan como, en general, su erróneo punto de vista, que él opone a Iskra. Si no se 232 233 educan fuertes organizaciones políticas locales, de nada valdrá el mejor periódico central para toda Rusia. Completamente justo. Pero se trata precisamente de que no existe otro medio de educar fuertes organizaciones políticas de un periódico central para toda Rusia. Al autor se le ha escapado la declaración más importante que Iskra hizo antes de pasar a exponer su «plan»: la declaración de que era necesario «exhortar a formar una organización revolucionaria capaz de unir a todas las fuerzas y de dirigir el movimiento no solo nominalmente sino en realidad, es decir, capaz de estar siempre dispuesta a apoyar toda protesta y toda explosión, aprovechándolas para multiplicar y reforzar los efectivos que han de utilizarse en el combate decisivo». Después de febrero y marzo, todos están ahora en principio de acuerdo con eso -continúa Iskra-; pero lo que necesitamos es resolver el problema de una manera práctica, y no en principio; lo que necesitamos es trazar inmediatamente un plan concreto de esta obra para que todos puedan ahora mismo emprender la construcción desde todas partes. ¡Y he aquí que, de la solución práctica del problema, nos empujan una vez más hacia atrás, hacia una verdad justa en principio, incontestable, grande, pero de todo punto insuficiente, incomprensible por completo para las grandes masas trabajadoras: hacia la «educación de fuertes organizaciones políticas»! Pero, ¡si no se trata ya de eso, respetable autor, sino de cómo precisamente hay que educar, y educar con éxito! No es verdad que «nuestra labor se ha desarrollado principalmente entre los obreros cultos, mientras que las masas desplegaban de modo casi exclusivo una lucha económica». Bajo esta forma, la tesis se desvía hacia la tendencia, habitual en Svoboda y errónea de raíz, de oponer los obreros cultos a la «masa». Pues también los obreros cultos de nuestro país han desplegado en estos últimos años «de modo casi exclusivo una lucha económica». Esto, por una parte. Por otra, tampoco las masas aprenderán jamás a desplegar la lucha política mientras no ayudemos a formar a los dirigentes de esta lucha, procedentes tanto de los obreros cultos como de los intelectuales; y estos dirigentes pueden formarse exclusivamente enjuiciando de modo sistemático y cotidiano todos los aspectos de nuestra vida política, todas las tentativas de protesta y de lucha de las distintas clases y por diversos motivos. ¡Por eso es 14 En vísperas de la revolución, p. 54. 159 «Plan» de un periódico político central para toda Rusia simplemente ridículo hablar de «educar organizaciones políticas» y, al mismo tiempo, oponer la «labor sobre el papel» de un periódico político a la «labor política activa en el plano local»! ¡Pero si Iskra adapta precisamente su «plan» de un periódico central al «plan» de crear una «disposición para el combate» que pueda apoyar tanto un movimiento de obreros parados o un alzamiento campesino como el descontento de la gente de los zemstvos, «la indignación de la población contra los ensoberbecidos zaristas», etcétera! Por lo demás, toda persona familiarizada con el movimiento sabe perfectamente que la inmensa mayoría de las organizaciones locales ni siquiera piensa en ello; que muchas de las perspectivas aquí esbozadas de «una labor política viva» no las ha puesto en práctica ni una sola vez ninguna organización; que, por ejemplo, la tentativa de llamar la atención sobre el recrudecimiento del descontento y de las protestas entre los intelectuales de los zemstvos lleva el desconcierto y la perplejidad tanto a Nadiezhdin («¡Dios mío!, ¿pero será 15 ese órgano para los intelectuales de los zemstvos?» ), como a los «economicistas» (véase la carta en el nº 12 de Iskra), como a muchos militantes dedicados al trabajo práctico. En tales condiciones se puede «empezar» únicamente por hacer pensar a la gente en todo esto, por hacerla resumir y sintetizar todos y cada uno de los indicios de efervescencia y de lucha activa. En los momentos actuales de subestimación de la importancia de las tareas socialdemócratas, la «labor política activa» puede iniciarse exclusivamente por una agitación política viva, cosa imposible sin un periódico central para toda Rusia, que aparezca con frecuencia y que se difunda con regularidad. Los que consideran el «plan» de Iskra una manifestación de «literaturismo» no han comprendido en absoluto el fondo del plan, tomando como fin lo que se propone como medio más adecuado para el momento actual. Esta gente no se ha molestado en meditar sobre dos comparaciones que ilustran palmariamente el plan propuesto. La organización de un periódico político central para toda Rusia -se decía en Iskra- debe ser el hilo fundamental al que podríamos asirnos para desarrollar, ahondar y ampliar incesantemente esta organización (es decir, la organización revolucionaria, siempre dispuesta a apoyar toda protesta y toda explosión). Hagan ustedes el favor de decirnos: cuando unos albañiles colocan en diferentes sitios las piedras de una obra grandiosa y sin precedentes, ¿es una labor «sobre el papel» tender el cordel que les ayuda a encontrar el lugar preciso para las piedras, que les indica la meta final de la obra común, que les permite colocar no solo cada piedra, sino cada trozo de piedra, el cual, al sumarse a los precedentes y a los que sigan, formará la hilada recta y completa? ¿No vivimos acaso un momento de esta índole en nuestra vida de partido, cuando tenemos piedras y albañiles, pero nos falta precisamente el cordel, visible para todos y en el cual todos puedan atenerse? No importa que griten que, al tender el cordel, lo que pretendemos es mandar: si fuera así, señores, pondríamos Rabóchaya Gazeta, número 3, en lugar de Iskra, número 1, como nos lo habían propuesto algunos camaradas y como tendríamos pleno derecho a hacer después de los acontecimientos que hemos referido más arriba. Pero no lo hemos hecho: queríamos tener las manos sueltas para desarrollar una lucha inconciliable contra toda clase de pseudosocialdemócratas; queríamos que nuestro cordel, si está bien derecho, sea respetado por su rectitud y no porque lo haya tendido un órgano oficial. La unificación de las actividades locales en órganos centrales se mueve en un círculo vicioso -nos alecciona L. Nadiezhdin. La unificación requiere homogeneidad de elementos, y esta homogeneidad no puede ser creada más que por algún aglutinante, pero este aglutinante solo puede aparecer como producto de fuertes organizaciones locales que, en el momento actual, en modo alguno se distinguen por 15 En vísperas, p. 129. 160 «Plan» de un periódico político central para toda Rusia su homogeneidad. Verdad esta tan respetable y tan incontestable como la de que es necesario educar fuertes organizaciones políticas. Y no menos estéril. Cualquier problema «se mueve en un círculo vicioso», pues toda la vida política es una cadena infinita compuesta de un sinfín de eslabones. Todo el arte de un político estriba justamente en encontrar y aferrarse con nervio al preciso eslabón que menos pueda ser arrancado de las manos, que sea el más importante en un momento determinado 16 y mejor garantice a quien lo sujete la posesión de toda cadena . Si tuviéramos un destacamento de albañiles expertos que trabajasen de un modo tan acorde que aun sin el cordel pudieran colocar las piedras precisamente donde hace falta (hablando en abstracto, esto no es imposible, ni mucho menos), entonces quizá podríamos aferrarnos también a otro eslabón. Pero la desgracia consiste justamente en que aún carecemos de albañiles expertos que trabajen tan bien concertados, en que las piedras se colocan muy a menudo al azar, sin guiarse por el cordel común, de manera tan desordenada que el enemigo las dispersa de un soplo, como si fuesen granos de arena y no piedras. Otra comparación: «El periódico no es solo un propagandista colectivo y un agitador colectivo, sino también un organizador colectivo. En ese último sentido se le puede comparar con los andamios que se levantan alrededor de un edificio en construcción, que señalan sus contornos, facilitan las relaciones entre los distintos albañiles, les ayudan a distribuirse la 17 tarea y a observar los resultados generales alcanzados por el trabajo organizado» . ¿Verdad que esto se parece mucho a la manera como el literato, hombre de gabinete, exagera la importancia de su función? El andamiaje no es imprescindible para la vivienda misma: se hace de materiales de peor calidad, se levanta por un breve período, y luego, una vez terminado el edificio, aunque solo sea en bruto, va a parar a la estufa. En cuanto a la edificación de organizaciones revolucionarias, la experiencia demuestra que a veces se pueden construir sin andamios (recuérdese la década de los años setenta). Pero ahora no podemos ni imaginarnos la posibilidad de levantar sin andamiaje el edificio que necesitamos. Nadiezhdin no está de acuerdo y dice: «Iskra cree que el pueblo se reunirá y organizará en torno a ese periódico en el trabajo para él. ¡Pero si le es mucho más fácil reunirse y organizarse en torno a una labor más concreta!». Así, así: «más fácil reunirse y organizarse en torno a una labor más concreta»… Dice el refrán: «Agua que no has de beber, déjala correr». Pero hay gentes que no sienten reparo en beber agua en la que ya se ha escupido. ¡Qué de infamias no habrán dicho nuestros excelentes «críticos» legales «del marxismo» y admiradores ilegales de Rabóchaya Mysl en nombre de este mayor concretamiento! ¡Hasta qué punto coartan todo nuestro movimiento nuestra estrechez de miras, nuestra falta de iniciativa y nuestra timidez, que se justifican con los argumentos tradicionales de que «¡es mucho más fácil… en torno a una labor más concreta!». ¡Y Nadiezhdin, que se considera dotado de un sentido especial de la «vida», que condena con singular severidad a los hombres de «gabinete», que imputa (con pretensiones de agudeza) a Iskra la debilidad de ver en todas partes «economicismo», que se imagina estar a cien codos por encima de esta división en ortodoxos y críticos, no se da cuenta de que, con sus argumentos, favorece la estrechez de miras que le indigna y bebe precisamente el agua llena de escupitajos! 16 ¡Camarada Krichevski! ¡Camarada Martínov! Llamo la atención de ustedes sobre esta manifestación escandalosa de «absolutismo», de «autoridad sin control», de «reglamentación soberana», etcétera. Fíjense: ¡quiere poseer toda la cadena! Apresúrense a presentar querella. Ya tienen tema para dos artículos de fondo en el número 12 de Rabócheie Dielo. 17 Al insertar en Rabócheie Dielo la primera frase de esta cita (número 10, p. 62), Martínov ha omitido precisamente la segunda frase, como subrayando así que no quiere meterse en honduras o que es incapaz de comprender el fondo de la cuestión. 161 «Plan» de un periódico político central para toda Rusia No basta, no, la indignación más sincera contra la estrechez de miras, ni el deseo más ardiente de hacer levantar a las gentes que se prosternan ante esta estrechez si el que se indigna va a merced de las olas y del viento y si se aferra con tanta «espontaneidad», como los revolucionarios de la década de los setenta, al «terror excitante», al «terror agrario», al «toque a rebato», etc. Vean en qué consiste ese «algo más concreto» en torno al que -cree él- será «mucho más fácil» reunirse y organizarse: 1) periódicos locales; 2) preparación de manifestaciones; 3) trabajo entre los obreros parados. A simple vista se advierte que todo eso ha sido entresacado totalmente al azar, por casualidad, por decir algo, porque, comoquiera que se mire, será un perfecto desatino ver en ello algo de especial utilidad para «reunir y organizar». Y el mismo Nadiezhdin dice unas páginas más adelante: Ya va siendo hora de hacer constar sencillamente un hecho: en el plano local se realiza una labor pequeña en grado sumo, los comités no hacen ni la décima parte de lo que podrían… los centros de unificación que tenemos ahora son una ficción, son burocracia revolucionaria, sus miembros se dedican a ascenderse mutuamente a generales, y así seguirán las cosas mientras no se desarrollen fuertes organizaciones locales. No cabe duda de que estas palabras encierran, al mismo tiempo que exageraciones, muchas y amargas verdades. ¿Será posible que Nadiezhdin no vea el nexo existente entre la pequeña labor realizada en el plano local y el estrecho horizonte de los dirigentes locales, la escasa amplitud de sus actividades, cosas inevitables, dada la poca preparación de los mismos, puesto que se encierran en los marcos de las organizaciones locales? ¿Será posible que Nadiezhdin haya olvidado, lo mismo que el autor del artículo sobre organización publicado en Svoboda, que el paso a una amplia prensa local (desde 1898) fue acompañado de una intensificación especial del «economicismo» y de los «métodos primitivos de trabajo»? Además, aunque se pudiera organizar de manera más o menos satisfactoria «una abundante prensa local» (ya hemos demostrado más arriba que es imposible, salvo en casos muy excepcionales), ni siquiera en ese caso podrían tampoco los órganos locales «reunir y organizar» todas las fuerzas de los revolucionarios para una ofensiva general contra la autocracia, para dirigir la lucha aunada. No se olvide que aquí solo se trata del alcance «colectivo», organizador, del periódico, y podríamos hacer a Nadiezhdin, defensor del fraccionamiento, la misma pregunta irónica que él hace: «¿No habremos heredado de alguna parte 200 mil organizadores revolucionarios?». Prosigamos. No se puede contraponer la «preparación de manifestaciones» al plan de Iskra por la sencilla razón de que este plan dice justamente que las manifestaciones más extensas son uno de sus fines; pero de lo que se trata es de elegir el medio práctico. Nadiezhdin se ha vuelto a embrollar al perder de vista que solo puede «preparar» manifestaciones (que hasta ahora han sido espontáneas por completo en la inmensa mayoría de los casos) un ejército ya «reunido y organizado», y lo que nosotros no sabemos precisamente es reunir y organizar. «Trabajo entre los obreros parados». Siempre la misma confusión, ya que esto es también una de las operaciones bélicas de unos efectivos movilizados y no un plan para movilizar dichos efectivos. El caso siguiente demuestra hasta qué punto subestima Nadiezhdin, también en este sentido, el daño que produce nuestro fraccionamiento, la falta de los «200.000 organizadores». Muchos (Nadiezhdin entre ellos) han reprochado a Iskra la parquedad de noticias sobre el paro forzoso y la accidentalidad de las crónicas sobre los fenómenos más habituales de la 162 «Plan» de un periódico político central para toda Rusia vida rural. El reproche es merecido, pero Iskra aparece como culpable sin tener culpa alguna. Nosotros tratamos de «tender un cordelito» también por la aldea, pero en el campo no hay casi albañiles y se ha de alentar por fuerza a todo el que comunique aun el hecho más habitual, abrigando la esperanza de que esto multiplique el número de colaboradores en este terreno y nos enseñe a todos a elegir, por fin, los hechos que resaltan de verdad. Pero es tan escaso el mensaje que, si no lo sintetizamos a escala nacional, no hay absolutamente nada con qué aprender. No cabe duda de que un hombre que tenga, aunque sea aproximadamente, las aptitudes de agitador y el conocimiento de la vida de los vagabundos que observamos en Nadiezhdin podría prestar al movimiento servicios inestimables, haciendo agitación entre los obreros parados; pero un hombre de esa índole enterraría su talento si no se preocupara de dar a conocer a todos los camaradas rusos cada paso de su actuación, para que sirva de enseñanza y ejemplo a quienes, en su inmensa mayoría, aún no saben emprender esta nueva labor. De la importancia de unificar y de la necesidad de «reunir y organizar» habla ahora todo el mundo sin excepción, pero en la mayoría de los casos no se tiene la menor idea concreta de por dónde empezar y cómo llevar a cabo esa unificación. Todos convendrán, por seguro, en que si «unificamos», por ejemplo, los círculos aislados de barrio de una ciudad, harán falta para ello organismos de barrio de una ciudad, harán falta para ello organismos comunes, es decir, no solo la denominación común de «unión», sino una labor realmente común, un intercambio de publicaciones de experiencia, de fuerzas y distribución de funciones, no ya solo por barrios, sino por oficios de todos los trabajos urbanos. Todo el mundo convendrá en que un sólido mecanismo conspirativo no cubrirá sus gastos (si es que puede emplearse una expresión comercial) con los «recursos» (se sobreentiende que tanto materiales como personales) de un barrio; que en este reducido campo de acción no pueda explayarse el talento de un especialista. Pero lo mismo puede afirmarse de la unión de distintas ciudades, porque incluso el campo de acción de una comarca aislada resulta, y ha resultado ya en la historia de nuestro movimiento socialdemócrata, de una estrechez insuficiente: lo hemos demostrado cumplidamente antes con el ejemplo de la agitación política y de la labor de organización. Es de imperiosa e impostergable necesidad ampliar ante todo este campo de acción, crear un nexo real entre las ciudades respaldado en una labor regular y común, porque el fraccionamiento deprime a la gente que «está en el hoyo» (expresión del autor de una carta dirigida a Iskra) sin saber lo que pasa en el mundo, de quién aprender, cómo conseguir experiencia y de qué manera satisfacer su deseo de una actividad amplia. Y yo continúo insistiendo en que este nexo real solo puede empezar a establecerse con un periódico central que sea, para toda Rusia, la única empresa regular que haga el balance de toda la actividad en sus aspectos más variados, impulsando con ello a la gente a seguir infatigablemente hacia adelante, por todos los numerosos caminos que llevan a la revolución, lo mismo que todos los caminos llevan a Roma. Si deseamos la unificación no solo de palabra, es necesario que cada círculo local dedique inmediatamente, por ejemplo, una cuarta parte de sus fuerzas a un trabajo activo para la obra común. 18 Y el periódico le muestra enseguida los contornos generales, las proporciones y el carácter de la obra; le muestra qué lagunas son las que más se dejan sentir en toda la actividad general de Rusia; dónde no hay agitación, dónde son débiles los vínculos, qué ruedecitas 18 Con una salvedad: siempre que simpatice con la orientación de este periódico y considere útil a la causa ser su colaborador, entendiendo por ello no solamente la colaboración literaria, sino toda la colaboración revolucionaria en general. Nota para Rabócheie Dielo: esta salvedad se sobrentiende para los revolucionarios que aprecian el trabajo y no el juego a la democracia, que no hacen distinción entre ser «simpatizante» y participar de la manera más activa y real. 163 «Plan» de un periódico político central para toda Rusia del inmenso mecanismo general podría un círculo determinado arreglar o sustituir por otras mejores. Un círculo que aún no haya trabajado y que solo busque trabajo podría empezar ya, no con los métodos primitivos del artesano en su pequeño taller aislado, que no conoce ni el desarrollo de la «industria» anterior a él ni el estado general de los métodos vigentes de producción industrial, sino como colaborador de una vasta empresa que refleja todo el empuje revolucionario general contra la autocracia. Y cuanto más perfecta sea la preparación de cada ruedecita, cuanto mayor cantidad de trabajadores sueltos participen en la obra común, tanto más tupida será nuestra red y tanta menos confusión provocarán en las filas comunes inevitables descalabros. El vínculo efectivo empezaría ya a establecerlo la mera difusión del periódico (si es que éste merecería realmente el nombre del periódico, es decir, si apareciese regularmente y no una vez al mes, como las revistas voluminosas, sino unas cuatro veces). Hoy día son muy raras las relaciones entre las ciudades en cuanto a los asuntos revolucionarios, en todo caso son una excepción; entonces, estas relaciones se convertirían en regla y, naturalmente, no solo asegurarían la difusión del periódico, sino también (lo que revista mayor importancia) el intercambio de experiencia, informaciones, fuerzas y recursos. La labor de organización alcanzaría en el acto una amplitud mucho mayor, y el éxito de una localidad alentaría constantemente a seguir perfeccionándose, a aprovechar la experiencia ya adquirida por un camarada que actúa en otro confín del país. El trabajo local sería mucho más rico y variado que ahora; las denuncias de los manejos políticos y económicos que se recogiesen por toda Rusia servirían para la nutrición intelectual de los obreros de todas las profesiones y de todos los grados de desarrollo, suministrarían datos y darían motivos para charlas y lecturas sobre los problemas más distintos, planteados, además, por las alusiones de la prensa legal, por lo que se dice en sociedad y por los «tímidos» comunicados del gobierno. Cada explosión, cada manifestación, se enjuiciaría y discutiría en todos sus aspectos y en todos los confines de Rusia, despertando el deseo de no quedar a la zaga, de hacer las cosas mejor que nadie (¡nosotros, los socialistas, no desechamos en absoluto toda emulación, toda «competencia» en general!), de preparar conscientemente lo que la primera vez se hizo en cierto modo de manera espontánea, de aprovechar las condiciones favorables de una localidad determinada o de un momento determinado para modificar el plan de ataque, etc. Al mismo tiempo, esta reanimación de la labor local no acarrearía la desesperada tensión «agónica» de todas las fuerzas, ni la movilización de todos los hombres, como sucede a menudo ahora, cuando hay que organizar una manifestación o publicar un número de un periódico local: por una parte, la policía tropezaría con dificultades mucho mayores para llegar hasta la «raíz», ya que no se sabría en qué localidad había que buscarla; por otra, una labor regular y común enseñaría a los hombres a concordar, en cada caso concreto, la fuerza de un ataque con el estado de fuerzas de tal o cual destacamento del ejército común (ahora casi nadie piensa en parte alguna en esa coordinación, pues los ataques son espontáneos en sus nueve décimas partes), y facilitaría el «transporte» no solo de las publicaciones, sino también de las fuerzas revolucionarias. Ahora, en la mayor parte de los casos, estas fuerzas se desangran en la estrecha labor local; en cambio, entonces, habría posibilidad y constantes ocasiones para trasladar a un agitador u organizador más o menos capaz de un extremo a otro del país. Comenzando por un pequeño viaje para resolver asuntos del partido y a expensas del mismo, los militantes se acostumbrarían a vivir enteramente a costa del partido, a hacerse revolucionarios profesionales, a formarse como verdaderos guías políticos. Y si realmente lográsemos que todos o una gran mayoría de los comités, grupos y círculos locales emprendiesen activamente la labor común, en un futuro no lejano, estaríamos en 164 «Plan» de un periódico político central para toda Rusia condiciones de publicar un semanario que se difundiese regularmente en decenas de millares de ejemplares por toda Rusia. Este periódico sería una partícula de un enorme fuelle de fragua que avivase cada chispa de la lucha de clases y de la indignación del pueblo, convirtiéndola en un gran incendio. En torno a esta labor, de por sí muy anodina y muy pequeña aún, pero regular y común en el pleno sentido de la palabra, se concentraría sistemáticamente y se instruiría el ejército permanente de luchadores probados. No tardaríamos en ver subir por los andamios de este edificio común de organización y destacarse de entre nuestros revolucionarios a los 19 20 zheliábov socialdemócratas; de entre nuestros obreros, a los bebel rusos, que se pondrían a la cabeza del ejército movilizado y levantarían a todo el pueblo para acabar con la ignominia y la maldición de Rusia. ¡En esto es en lo que hay que soñar! «¡Hay que soñar!». He escrito estas palabras y me he asustado. Me he imaginado sentado en el «Congreso de unificación» frente a los redactores y colaboradores de Rabócheie Dielo. Y he aquí que se pone en pie el camarada Martínov y se encara a mí con tono amenazador: «Permítame que les pregunte: ¿tiene aún la redacción autónoma derecho a soñar sin consultar antes a los comités del partido?». Tras él se yergue el camarada Krichevski (profundizando filosóficamente al camarada Martínov, quien hace mucho tiempo había profundizado ya al camarada Plejánov) y prosigue en tono más amenazador aún: «Yo voy más lejos, si no olvida que, según Marx, la humanidad siempre se plantea tareas realizables, que la táctica es un proceso de crecimiento de las tareas, las cuales crecen con el partido». Solo de pensar en estas preguntas amenazadoras me da escalofríos y miro dónde podría esconderme. Intentaré hacerlo tras Písarev. Hay disparidades y disparidades -escribía Písarev a propósito de la existente entre los sueños y la realidad. Mis sueños pueden adelantarse al curso natural de los acontecimientos, o bien desviarse hacia donde el curso natural de los acontecimientos no puede llegar jamás. En el primer caso, los sueños no producen ningún daño, incluso pueden sostener y reforzar las energías del trabajador… En sueños de esta índole no hay nada que deforme o paralice la fuerza de trabajo. Todo lo contrario. Si el hombre estuviese privado por completo de la capacidad de soñar así, si no pudiese adelantarse alguna que otra vez y contemplar con su imaginación el cuadro enteramente acabado de la obra que empieza a perfilarse por su mano, no podría figurarme de ningún modo qué móviles lo obligarían a emprender y llevar a cabo vastas y penosas empresas en el terreno de las artes, de las ciencias y de la vida práctica… La disparidad entre los sueños y la realidad no produce daño alguno, siempre que el soñador crea seriamente en un sueño, se fije atentamente en la vida, compare sus observaciones con sus castillos en el aire y, en general, trabaje a conciencia porque se cumplan sus fantasías. Cuando existe algún contacto entre 21 los sueños y la vida, todo va bien . Pues bien, los sueños de esta naturaleza, por desgracia, son rarísimos en nuestro movimiento. Y la culpa la tienen, sobre todo, los representantes de la crítica legal y del «seguidismo» ilegal que presumen de su sensatez, de su «proximidad» a lo «concreto». 19 Andrei Zheliabov: fue uno de los participantes en el atentado contra el emperador de Rusia Alejandro II, fue arrestado a la víspera, el 27 de febrero. Lo planeado era que si el zar sobrevivía a la explosión, Zheliabov lo asesinaría con una daga. 20 August Bebel (1840-1913) fue un destacado dirigente socialdemócrata alemán. 21 Lenin cita el artículo de D. Písarev «Errores de un pensamiento en agraz». 165 «Plan» de un periódico político central para toda Rusia ¿Qué tipo de organización necesitamos? Por lo que precede, puede ver el lector que nuestra «táctica-plan» consiste en rechazar el llamamiento inmediato al asalto, en exigir que se organice «debidamente el asedio de la fortaleza enemiga» o, dicho en otros términos, en exigir que todos los esfuerzos se dirijan a reunir, organizar y movilizar un ejército regular. Cuando pusimos en ridículo a Rabócheie Dielo por el cambio que dio, pasando del «economicismo» a los gritos sobre la necesidad del asalto 22 (gritos que dio en el número 6 de Listok Rabóchego Diela en abril de 1901), dicho órgano nos atacó, como es natural, acusándonos de «doctrinarismo», diciendo que no comprendemos el deber revolucionario, que exhortamos a la prudencia, etc., desde luego, en modo alguno nos ha extrañado esta acusación en boca de gentes que carecen de todo principio y que salen del paso con la sabihonda «táctica-proceso»; como tampoco nos ha extrañado que esta acusación la haya repetido Nadiezhdin, que en general tiene el desprecio más olímpico por la firmeza de los principios programáticos y tácticos. Dicen que la historia no se repite. Pero Nadiezhdin hace los imposibles por repetirla e imita con tesón a Tkachov, denigrando el «culturalismo revolucionario», vociferando sobre «las 23 campanas al vuelo del Veche» , pregonando un «punto de vista» especial «de vísperas de la revolución», etc. Por lo visto, olvida la conocida sentencia de que si el original de un 24 acontecimiento histórico es una tragedia, su copia no es más que una farsa . La tentativa de adueñarse del poder -tentativa preparada por la prédica de Tkachov y realizada por el terrorismo «horripilante» y que en realidad horripilaba entonces- era majestuosa, y, en cambio, el terrorismo «excitante» del pequeño Tkachov es simplemente ridículo; sobre todo, es ridículo cuando se complementa con la idea de organizar a los obreros medios. Si Iskra -escribe Nadiezhdin- saliese de su esfera del literaturismo, vería que estos (hechos como la «Carta de un obrero», en el número 7 de Iskra, etcétera) son síntomas demostrativos de que pronto, muy pronto, comenzará el «asalto», y hablar ahora (sic) de una organización cuyos hilos arranquen de un periódico central para toda Rusia es fomentar ideas y labor de gabinete. Fíjense en esta confusión inimaginable: por una parte, terrorismo excitante y «organización de los obreros medios» a la par con la idea de que es «más fácil» reunirse en torno a algo «más concreto», por ejemplo, de periódicos locales, y, por otra parte, hablar «ahora» de una organización para toda Rusia significa dar ideas de gabinete, es decir (empleando un lenguaje más franco y sencillo), ¡«ahora» ya es tarde! Y para «fundar a vasta escala periódicos locales», ¿no es tarde, respetabilísimo L. Nadiezhdin? Comparen con eso el punto de vista y la táctica de Iskra: el terrorismo excitante es una tontería; hablar de organizar precisamente a los obreros medios y de fundar a vasta escala periódicos locales significa abrir de par en par las puertas al «economicismo». Es preciso hablar de una organización de revolucionarios única para toda Rusia, y no será tarde hablar de ella hasta el momento en que empiece el asalto de verdad, y no sobre el papel. Sí -continúa Nadiezhdin-, en cuanto a la organización, nuestra situación está muy lejos de ser brillante: sí, Iskra tiene completa razón cuando dice que el grueso de 22 Listok Rabóchego Diela (La hoja de Rabócheie Dielo): Suplemento no periódico de la revista Rabócheie Dielo; se editó en Ginebra desde junio de 1900 hasta julio de 1901, apareciendo únicamente ocho números. 23 Veche: asamblea popular en la antigua Rusia, para la que se convocaba al toque de campana. (Nota de los editores.) 24 Lenin alude al siguiente pasaje de la obra de Karl Marx El Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte: «Hegel dice en alguna parte que todos los grandes hechos y personajes de la historia universal se producen, como si dijéramos, dos veces. Pero olvidó agregar; una vez como tragedia y otra vez como farsa» (K. Marx y F. Engels, Obras escogidas en tres tomos, t. I, p. 408, ed. en español, Moscú). 166 «Plan» de un periódico político central para toda Rusia nuestras fuerzas militares está constituido por voluntarios e insurrectos… Está bien que tengáis una idea lúcida del estado de nuestras fuerzas; pero, ¿por qué olvidáis que la multitud no es en absoluto nuestra y que por eso no nos preguntará cuándo hay que romper las hostilidades y se lanzará al «motín»?… Cuando la multitud empiece a actuar ella misma con su devastadora fuerza espontánea, puede arrollar y desalojar al «ejército regular», al que siempre se pensaba organizar en forma 25 extraordinariamente sistemática, pero no hubo tiempo de hacerlo . ¡Extraña lógica! Precisamente porque «la multitud no es nuestra», es insensato e indecoroso dar gritos de «asalto» inmediato, ya que el asalto es un ataque de un ejército regular y no una explosión espontánea de la multitud. Precisamente porque la multitud puede arrollar y desalojar al ejército regular, necesitamos sin falta que toda nuestra labor de «organización extraordinariamente sistemática» del ejército regular marche a la par con el auge espontáneo, porque cuanto mejor consigamos esta organización, tanto más probable será que el ejército regular no sea arrollado por la multitud, sino que se ponga a su frente y la encabece. Nadiezhdin se confunde porque se imagina que este ejército sistemáticamente organizado se ocupa de algo que lo aparta de la multitud, mientras que, en realidad, éste se ocupa exclusivamente de una agitación política múltiple y general, es decir, justamente de la labor que aproxima y funde en un todo la fuerza destructora espontánea de la multitud y la fuerza destructora consciente de la organización de revolucionarios. La verdad es que ustedes, señores, inculpan al prójimo las faltas propias, pues precisamente el grupo Svoboda, al introducir en el programa el terrorismo, exhorta con ello a crear una organización de terroristas, y una organización así desviaría realmente a nuestro ejército de su aproximación a la multitud que, por desgracia, ni es aún nuestra ni nos pregunta, o nos pregunta poco, cuándo y cómo hay que romper las hostilidades. «Nos pillará desprevenidos la propia revolución -continúa Nadiezhdin, asustando a Iskra-, como nos ha ocurrido con los acontecimientos actuales, que nos han caído encima como un alud». Esta frase, relacionada con las que hemos citado antes, nos demuestra palmariamente que es absurdo el «punto de vista» especial «de vísperas de la 252 253 revolución» ideado 26 por Svoboda . Hablando sin ambages, el «punto de vista» especial se reduce a que «ahora» ya es tarde para deliberar y prepararse. Pero en este caso, ¡oh, respetabilísimo enemigo del 27 «literaturismo»!, ¿para qué escribir 132 páginas impresas «sobre cuestiones de teoría y táctica»? ¿No le parece que «al punto de vista de En vísperas de la revolución» le iría mejor publicar 132 mil octavillas con un breve llamamiento: «¡A por ellos!»? Precisamente, corre menor riesgo de que lo pille desprevenido la revolución quien coloca en el ángulo principal de todo su programa, de toda su táctica, de toda su labor de organización la agitación política entre todo el pueblo, como hace Iskra. Los que se dedican en toda Rusia a trenzar los hilos de la organización que arranque de un periódico central para todo el país, lejos de que los pillen desprevenidos los sucesos de la primavera, nos han ofrecido la posibilidad 25 Subrayado del autor.- (Nota de los editores.) En vísperas de la revolución, p. 62. 27 Dicho sea de paso, L. Nadiezhdin no dice casi nada de los problemas de teoría en su «revista de cuestiones teóricas», si prescindimos del siguiente pasaje, sumamente curioso «desde el punto de vista de En vísperas de la revolución»: «La bernsteiniada en su conjunto pierde para nuestro momento su carácter agudo, como lo mismo nos da que el señor Adamóvich demuestre que el señor Struve debe presentar la dimisión o que, por el contrario, el señor Struve desmienta al señor Adamóvich y no consienta en dimitir. Nos da absolutamente igual, porque ha sonado la hora decisiva de la revolución» (p. 110). Sería difícil describir con mayor relieve la despreocupación infinita de L. Nadiezhdin por la teoría. ¡Como hemos proclamado que estamos en «vísperas de la revolución», «nos da absolutamente lo mismo» que los ortodoxos logren o no desalojar definitivamente de sus posiciones a los críticos! ¡Y nuestro sabio no se percata de que, precisamente durante la revolución, nos harán falta los resultados de la lucha teórica contra los críticos para luchar resueltamente contra sus posiciones prácticas! 26 167 «Plan» de un periódico político central para toda Rusia de pronosticarlos. Tampoco los han pillado desprevenidos las manifestaciones descritas en los números 13 y 14 de Iskra; por el contrario, han tomado parte en ellas, con viva conciencia de que su deber era acudir en ayuda del ascenso espontáneo de la multitud, contribuyendo al mismo tiempo, por medio de su periódico, a que todos los camaradas rusos conozcan estas manifestaciones y utilicen su experiencia. ¡Y si conservan la vida, tampoco dejarán que los pille desprevenidos la revolución, que reclama de nosotros, ante todo y por encima de todo, que saquemos experiencia en la agitación, sepamos apoyar (apoyar a la manera socialdemócrata) toda protesta y acertemos a orientar el movimiento espontáneo, salvaguardándolo de los errores de los amigos y de las celadas de los enemigos! Hemos llegado, pues, a la última razón que nos obliga a hacer particular hincapié en el plan de una organización formada en torno a un periódico central para toda Rusia, mediante la labor conjunta en este periódico común. solo una organización semejante aseguraría la flexibilidad indispensable a la organización socialdemócrata combativa, es decir, la capacidad de adaptarse en el acto a las condiciones de lucha más variadas y cambiantes con rapidez; saber, «de un lado, rehuir las batallas en campo abierto contra un enemigo que tiene superioridad aplastante de fuerzas, cuando concentra estas en un punto, y para saber, de otro lado, aprovechar la torpeza de movimientos de este enemigo y lanzarse sobre él en el sitio y 28 en el momento en que menos espere ser atacado» . Sería un gravísimo error montar la organización del partido cifrando las esperanzas solo en las explosiones y luchas de las calles o solo en la «marcha progresiva de la lucha cotidiana y monótona». Debemos desplegar siempre nuestra labor cotidiana dispuestos a todo, porque muchas veces es casi imposible prever por anticipado cómo alternarán los períodos de explosiones con los de calma y, aun cuando fuera posible preverlo, no se podría aprovechar la previsión para reconstruir la organización, porque en un país autocrático estos cambios se producen con asombrosa rapidez, a veces como consecuencia de una incursión nocturna de 29 los genízaros zaristas . Sería un gravísimo error montar la organización del partido cifrando las esperanzas solo en las explosiones y luchas de las calles o solo en la «marcha progresiva de la lucha cotidiana y monótona». Debemos desplegar siempre nuestra labor cotidiana dispuestos a todo, porque muchas veces es casi imposible prever por anticipado cómo alternarán los períodos de explosiones con los de calma y, aun cuando fuera posible preverlo, no se podría aprovechar la previsión para reconstruir la organización, porque en un país autocrático estos cambios se producen con asombrosa rapidez, a veces como consecuencia de una incursión nocturna de 30 los genízaros zaristas . 28 Iskra, número 4: «¿Por dónde empezar?» «Un trabajo largo no asusta a los revolucionarios culturalistas que no comparten el punto de vista de En vísperas de la revolución», escribe Nadiezhdin (p. 62). Con este motivo, haremos la siguiente observación: si no sabemos elaborar una táctica política y un plan de organización orientados sin falta hacia una labor muy larga y que al mismo tiempo aseguren, por el propio proceso de este trabajo, la disposición de nuestro partido a ocupar su puesto y cumplir con su deber en cualquier circunstancia imprevista, por más que se precipiten los acontecimientos, seremos simplemente unos deplorables aventureros políticos. Solo Nadiezhdin, que ha empezado a llamarse socialdemócrata desde ayer, puede olvidar que el objetivo de la socialdemocracia consiste en transformar de raíz las condiciones de vida de toda la humanidad, por lo cual es imperdonable que un socialdemócrata se «asuste» por lo largo del trabajo. 29 Genízaros: infantería regular en la Turquía de los sultanes, creada en el siglo XIV. Era la fuerza policíaca principal y se distinguía por su crueldad excepcional. Los regimientos de genízaros fueron disueltos en 1826. Lenin llamaba genízaros a los policías zaristas. 30 Genízaros: infantería regular en la Turquía de los sultanes, creada en el siglo XIV. Era la fuerza policíaca principal y se distinguía por su crueldad excepcional. Los regimientos de genízaros fueron disueltos en 1826. Lenin llamaba genízaros a los policías zaristas. 168 «Plan» de un periódico político central para toda Rusia De la revolución misma no debe uno forjarse la idea de que sea un acto único (como, por lo visto, se la imaginan los nadiezhdin), sino de que es una sucesión rápida de explosiones más o menos violentas, alternando con períodos de calma más o menos profunda. Por tanto, el contenido fundamental de las actividades de la organización de nuestro partido, el centro de gravedad de estas actividades debe consistir en una labor que es posible y necesaria tanto durante el período de la explosión más violenta como durante el de la calma más completa, a saber: en una labor de agitación política unificada en toda Rusia que arroje luz sobre todos los aspectos de la vida y que dirija a las más grandes masas. Y esta labor es inconcebible en la Rusia actual sin un periódico central para toda Rusia, que aparezca muy a menudo. La organización que se forme por sí misma en torno a este periódico, la organización de sus colaboradores (en la acepción más amplia del término, es decir, de todos los que trabajan en torno a él) estará precisamente dispuesta a todo, desde salvar el honor, el prestigio y la continuidad del partido en los momentos de mayor «depresión» revolucionaria, hasta preparar la insurrección armada de todo el pueblo, fijar fecha para su comienzo y llevarla a la práctica. En efecto, figurémonos una redada completa, muy corriente entre nosotros, en una o varias localidades. Al no haber en todas las organizaciones locales una labor común llevada en forma regular, estos descalabros van acompañados a menudo de la interrupción del trabajo por largos meses. En cambio, si todas tuvieran una labor común, bastarían, en el caso de la mayor redada, unas cuantas semanas de trabajo de dos o tres personas enérgicas para poner en contacto con el organismo central común a los nuevos círculos de la juventud que, como es sabido, incluso ahora brotan con suma rapidez; y cuando la labor común que sufre los descalabros está a la vista de todo el mundo, los nuevos círculos pueden surgir y ponerse en contacto con dicho organismo central más pronto aún. Por otra parte, imagínense una insurrección popular. Ahora es probable que todo el mundo esté de acuerdo en que debemos pensar en ella y prepararnos para ella. Pero, ¿cómo prepararnos? ¡No se querrá que el Comité Central nombre agentes en todas las localidades para preparar la insurrección! Aunque tuviésemos un Comité Central, este no lograría absolutamente nada con designarlos, dadas las actuales condiciones rusas. Por el contrario, 31 una red de agentes que se forme por sí misma en el trabajo de organización y difusión de un periódico central no tendría que «aguardar con los brazos cruzados» la consigna de la insurrección, sino que desplegaría justamente esa labor regular que le garantizase, en caso de insurrección, las mayores probabilidades de éxito. Esa misma labor es la que reforzaría los lazos de unión tanto con las más grandes masas obreras como con todos los sectores descontentos de la autocracia, lo que tiene suma importancia para la insurrección. En esa labor precisamente se formaría la capacidad de enjuiciar con tino la situación política general y, por tanto, la capacidad de elegir el momento adecuado para la insurrección. Esa misma labor es la que acostumbraría a todas las organizaciones locales a hacerse unísono eco de los problemas, casos y sucesos políticos que agitan a toda Rusia, responder a estos «sucesos» con la mayor energía posible, de la manera más uniforme y conveniente posible; y la insurrección es, en el fondo, la «respuesta» más enérgica, más uniforme y más conveniente de todo el pueblo al gobierno. 31 ¡Ay! ¡Se me ha escapado una vez más la truculenta palabra «agentes» que tanto hiere el democrático oído de los martínov! Me extraña que esta palabra no haya molestado a los corifeos de la década de los setenta y, en cambio, moleste a los primitivos de la de los noventa. Me gusta esta palabra, porque indica de un modo claro y tajante la causa común a la que todos los agentes subordinan sus pensamientos y sus actos, y si hubiese que sustituir esta palabra por otra, yo solo elegiría el término «colaborador», si este no tuviese cierto dejo de literaturismo y vaguedad. Porque lo que necesitamos es una organización militar de agentes. A propósito sea dicho, los numerosos martínov (sobre todo, en el extranjero), que gustan de «ascenderse recíprocamente a generales», podrían decir, en lugar de «agente en asuntos de pasaportes», «comandante en jefe de la unidad especial destinada a proveer de pasaportes a los revolucionarios», etcétera. 169 «Plan» de un periódico político central para toda Rusia Esa misma labor es la que acostumbraría, por último, a todas las organizaciones revolucionarias, en todos los confines de Rusia, a mantener las relaciones más constantes, y conspirativas a la vez, que crearían la unidad efectiva del partido; sin estas relaciones es imposible discutir colectivamente un plan de insurrección ni adoptar las medidas preparatorias indispensables en vísperas de ésta, medidas que deben guardarse en el secreto más riguroso. En pocas palabras, «el plan de un periódico político central para toda Rusia», lejos de ser el fruto de un trabajo de gabinete de personas contaminadas de doctrinarismo y literaturismo (como les ha parecido a gentes que han meditado poco en él), es, por el contrario, el plan más práctico de empezar a prepararse en el acto y por doquier para la insurrección, sin olvidar al mismo tiempo ni por un instante la labor corriente de cada día. 170 Conclusión La historia de la socialdemocracia rusa se divide manifiestamente en tres períodos. El primer período comprende cerca de un decenio, de 1884 a 1894, poco más o menos. Fue el período en que brotaron y se afianzaron la teoría y el programa de la socialdemocracia. El número de adeptos de la nueva tendencia en Rusia se podía contar con los dedos de las manos. La socialdemocracia existía sin movimiento obrero y pasaba, como partido político, por el proceso de desarrollo intrauterino. El segundo período abarca tres o cuatro años, de 1894 a 1898. La socialdemocracia aparece como movimiento social, como impulso de las masas populares, como partido político. Fue el período de infancia y adolescencia. Con la rapidez de una epidemia, se propaga el apasionamiento general de los intelectuales por la lucha contra el populismo y por la corriente de ir hacia los obreros, el apasionamiento general de los obreros por las huelgas. El movimiento hace grandes progresos. La mayoría de los dirigentes eran hombres muy jóvenes que estaban lejos de haber alcanzado la «edad de treinta y cinco años», que el señor N. Mijailovski tenía por algo así como frontera natural. Por su juventud, no estaban preparados para la labor práctica y desaparecían de la escena con asombrosa rapidez. Pero la magnitud de su trabajo, en la mayoría de los casos, era muy grande. Muchos de ellos comenzaron a pensar de un modo revolucionario, como adeptos del grupo Libertad del Pueblo. Casi todos rendían en sus mocedades pleitesía a los héroes del terrorismo, y les costó mucho trabajo sustraerse a la impresión seductora de esta tradición heroica; hubo que romper con personas que a toda costa querían seguir siendo fieles a Libertad del Pueblo y gozaban de gran respeto entre los jóvenes socialdemócratas. La lucha obligaba a estudiar, a leer obras ilegales de todas las tendencias, a ocuparse intensamente de los problemas del populismo legal. Formados en esta lucha, los socialdemócratas acudían al movimiento obrero sin olvidar «un instante» ni la teoría del marxismo que les alumbró con luz meridiana ni la tarea de derrocar a la autocracia. La formación del partido, en la primavera de 1898, fue el acto de mayor relieve, y último a la vez, de los socialdemócratas de aquel período. El tercer período despunta, como acabamos de ver, en 1897, y viene a sustituir definitivamente al segundo en 1898 (1898-?). Es el período de dispersión, de disgregación, de vacilación. Igual que mudan la voz los adolescentes, la socialdemocracia rusa de aquel período también la mudó y empezó a dar notas falsas, por una parte, en las obras de los señores Struve, Prokopóvich, Bulgákov y Berdiáiev, y, por otra, en las de V. I-n, R. M., B. Krichevski y Martínov. Pero iban cada uno por su lado y retrocedían los dirigentes nada más: el propio movimiento seguía creciendo y haciendo progresos gigantescos. 171 Conclusión La lucha proletaria englobaba nuevos sectores de obreros y se propagaba por toda Rusia, contribuyendo a la vez indirectamente a avivar el espíritu democrático entre los estudiantes y entre los otros sectores de la población. Pero la conciencia de los dirigentes cedió ante la magnitud y el vigor del crecimiento espontáneo. Entre los socialdemócratas predominaba ya otra clase de gente: los militantes formados casi exclusivamente en el espíritu de la literatura marxista «legal», cosa tanto más insuficiente cuanto más alto era el nivel de conciencia que reclamaba de ellos la espontaneidad de las masas. Los dirigentes no solo quedaban rezagados tanto en el sentido teórico («libertad de crítica») como en el terreno práctico («métodos primitivos de trabajo»), sino que intentaban defender su atraso recurriendo a toda clase de argumentos rimbombantes. El movimiento socialdemócrata 1 era rebajado al nivel del tradeunionismo tanto por los brentanistas de la literatura legal como por los seguidistas de la ilegal. El programa del Credo comienza a llevarse a la práctica, sobre todo cuando los «métodos primitivos de trabajo» de los socialdemócratas reavivan las tendencias revolucionarias no socialdemócratas. Y si el lector me reprocha que me haya explayado con exceso de pormenores en un periódico como Rabócheie Dielo, le contestaré: Rabóchei Dielo ha adquirido una importancia 2 «histórica» por haber reflejado con el mayor relieve el «espíritu» de este tercer período . No era el consecuente R. M., sino precisamente los Krichevski y Martínov, que 262 263 cambian de dirección como las veletas a los cuatro vientos, quienes podían expresar de verdad la dispersión, las vacilaciones y la disposición a hacer concesiones a la «crítica», al «economicismo» y al terrorismo. Lo que caracteriza a este período no es el desprecio olímpico de algún admirador de «lo absoluto» por la labor práctica, sino precisamente la unión de un practicismo mezquino con la más completa despreocupación por la teoría. Más que negar abiertamente las «grandes palabras», lo que hacían los héroes de este período era envilecerlas: el socialismo científico dejó de ser una teoría revolucionaria integral, convirtiéndose en una mezcolanza a la que se añadían «libremente» líquidos procedentes de cualquier manual alemán nuevo; la consigna de «lucha de clases» no impulsaba a una actividad cada vez más amplia, cada vez más enérgica, sino que servía de amortiguador, ya que «la lucha económica está íntimamente ligada a la lucha política»; la idea del partido no exhortaba a crear una organización combativa de revolucionarios, sino que justificaba una especie de «burocracia revolucionaria» y el juego infantil a formas «democráticas». Ignoramos cuándo acabará el tercer período y empezará el cuarto (en todo caso anunciado ya por muchos síntomas). Del campo de la historia pasamos aquí al terreno de lo presente y, en parte, de lo futuro. Pero creemos con firmeza que el cuarto período ha de conducir al afianzamiento del marxismo militante, que la socialdemocracia rusa saldrá fortalecida y arreciada de la crisis, que la retaguardia oportunista será «relevada» por un verdadero destacamento de vanguardia de la clase más revolucionaria. A guisa de exhortación a este «relevo», y resumiendo lo que acabamos de exponer, podemos dar esta escueta respuesta a la pregunta: ¿qué hacer?: 1 Brentanistas: adeptos al economista alemán Ludwig Joseph Brentano (Aschaffenburg, 1844 Munich, 1931). Economista alemán, profesor de teoría política en la Universidad de Berlín, Breslau, Estrasburgo, Viena, Leipzig y Munich. En 1868 escribió su obra más conocida, dedicada al estudio del sindicalismo inglés Die Arbeitergilden der Gegenwart (Las guildas de trabajadores del presente) donde Brentano estudia las raíces del sindicalismo moderno en el sistema de gremios que controlaba el trabajo artesanal en el medioevo. Esta obra pronto se convirtió en una referencia en el ámbito de los estudios de historia del trabajo y del movimiento obrero. 2 Podría contestar también con un refrán alemán: «Den Sack schlägt man, den Esel meint man», lo cual quiere decir: «quien a uno castiga, a ciento hostiga». No solo Rabóchei Dielo, sino la gran masa de los militantes dedicados al trabajo práctico y de los teóricos sentían entusiasmo por la «crítica» de moda, se armaban un lío con la espontaneidad, se desviaban de la concepción socialdemócrata de nuestras tareas políticas y orgánicas hacia la concepción tradeunionista. 172 Conclusión Acabar con el tercer período. 173 1 Apéndice A. Anexo Intento de fusionar Iskra con Rabócheie Dielo Nos resta esbozar la táctica adoptada y consecuentemente aplicada por Iskra en las relaciones orgánicas con Rabócheie Dielo. Esta táctica ha sido expuesta ya por completo en el número 1 2 de Iskra, en el artículo «La escisión de la Unión de Socialdemócratas Rusos en el Extranjero» . Admitimos en seguida el punto de vista de que la verdadera Unión de Socialdemócratas Rusos en el Extranjero, reconocida por el I Congreso de nuestro partido como su representante fuera del país, se había escindido en dos organizaciones; que seguía pendiente el problema de la representación del partido, puesto que lo había resuelto solo con carácter provisional y convencional, en el Congreso internacional celebrado en París; la elección de dos miembros procedentes de Rusia, uno por cada parte de la Unión escindida, para el Buró Socialista 3 Internacional permanente . Hemos declarado que, en el fondo, Rabócheie Dielo no tenía razón; en cuanto a los principios, nos colocamos resueltamente al lado del grupo Emancipación del Trabajo, pero nos negamos, al mismo tiempo, a entrar en detalles de la escisión y señalamos los méritos de la Unión en 4 el terreno de la labor puramente práctica . De modo que nos manteníamos, hasta cierto punto, a la expectativa: hacíamos una concesión al criterio imperante entre la mayoría de los socialdemócratas rusos, los cuales sostenían que incluso los enemigos más decididos del «economicismo» podían trabajar codo con codo con la Unión, porque ésta había declarado más de una vez que estaba de acuerdo en principio con el grupo Emancipación del Trabajo y que no pretendía, según afirmaba, tener una posición independiente en los problemas cardinales de la teoría y de la táctica. El acierto de la posición que habíamos adoptado lo corrobora indirectamente el hecho de que, casi en el momento de aparecer el primer número de Iskra (diciembre de 1900), se separaron de la Unión tres miembros, formando el llamado «Grupo de iniciadores», los cuales se dirigieron: 1) a la sección de la organización de Iskra en el extranjero; 2) a la Organización Revolucionaria Sotsial-Demokrat, y 3) a la Unión, proponiendo su mediación para entablar negociaciones conciliadoras. Las dos primeras organizaciones aceptaron en seguida, la tercera se negó. Por cierto, cuando en el Congreso de «unificación», celebrado el año pasado, uno de los oradores expuso los hechos citados, un miembro de la administración de la Unión declaró que su negativa se debía exclusivamente a que la Unión estaba descontenta de la composición del grupo de iniciadores. Estimando que es mi deber insertar esta explicación, no puedo, sin embargo, dejar de observar por mi parte que no la considero satisfactoria: como la Unión estaba al tanto de la conformidad de las dos organizaciones para entablar negociaciones, podía dirigirse a ellas por conducto de otro mediador o directamente. 1 Este «Anexo» fue suprimido por Lenin al ser reeditado ¿Qué hacer? en 1907, en la recopilación Doce años. V. I. Lenin: Obras completas, 5ª ed. en ruso, t. 4, pp. 384-385. (Nota de los editores.) 3 Buró Socialista Internacional (BSI): Órgano ejecutivo e informativo permanente de la II Internacional, integrado por representantes de todos los partidos socialistas adheridos a ella. Para representar en él a los socialdemócratas rusos, fueron elegidos J. Plejánov y B. Krichevski. Lenin pasó a formar parte de BSI en 1905 en nombre de POSDR. El Buró dejó de actuar en 1914. 4 Este juicio sobre la escisión no solo se basaba en el conocimiento de las publicaciones, sino en datos recogidos en el extranjero por algunos miembros de nuestra organización que habían estado allí. 2 174 Apéndice A. Anexo En la primavera de 1901, tanto Zariá (nº 1, abril) como Iskra (nº 4, mayo) entablaron una 5 polémica directa contra Rabócheie Dielo . Iskra atacó, sobre todo, el Viraje histórico de Rabócheie Dielo, que en su hoja de abril, esto es, después de los acontecimientos de primavera, dio ya muestras de poca firmeza respecto al apasionamiento por el terrorismo y por los llamamientos «sanguinarios». A pesar de esta polémica, la Unión contestó que estaba dispuesta a reanudar las negociaciones de conciliación por intermedio de un nuevo grupo de «conciliadores». La conferencia preliminar de representantes de las tres organizaciones citadas se celebró en el mes de junio y elaboró un proyecto de pacto basado en un detalladísimo «acuerdo en principio», publicado por la Unión en el folleto Dos Congresos y por la Liga en el folleto Documentos del Congreso de «unificación». En la primavera de 1901, tanto Zariá (nº 1, abril) como Iskra (nº 4, mayo) entablaron una 6 polémica directa contra Rabócheie Dielo . Iskra atacó, sobre todo, el Viraje histórico de Rabócheie Dielo, que en su hoja de abril, esto es, después de los acontecimientos de primavera, dio ya muestras de poca firmeza respecto al apasionamiento por el terrorismo y por los llamamientos «sanguinarios». A pesar de esta polémica, la Unión contestó que estaba dispuesta a reanudar las negociaciones de conciliación por intermedio de un nuevo grupo de «conciliadores». La conferencia preliminar de representantes de las tres organizaciones citadas se celebró en el mes de junio y elaboró un proyecto de pacto basado en un detalladísimo «acuerdo en principio», publicado por la Unión en el folleto Dos Congresos y por la Liga en el folleto Documentos del Congreso de «unificación». Incluso una persona completamente extraña, después de leer más o menos atentamente estas resoluciones, ha de ver por su mismo enunciado que se dirigen contra quienes eran oportunistas y «economicistas» y han olvidado, aunque solo sea un instante, la tarea de derribar la autocracia, contra quienes han aceptado la teoría de las fases, han erigido en principio la estrechez de miras, etc. Y quien reconozca más o menos la polémica que el grupo Emancipación del Trabajo, Zariá e Iskra han tenido con Rabócheie Dielo, no dudará un instante que estas resoluciones rechazan, punto por punto, precisamente las aberraciones en que había caído Rabócheie Dielo. Por eso, cuando en el Congreso de «unificación» uno de los miembros de la Unión declaró que los artículos publicados en el número 10 de Rabóchei Dielo 7 no se debían al nuevo «viraje histórico» de la Unión, sino al espíritu demasiado «abstracto» de las resoluciones, uno de los oradores lo puso con toda razón en ridículo. Las resoluciones, contestó, lejos de ser abstractas, son increíblemente concretas: basta echarles una ojeada para ver que «se quería cazar a alguien». Esta expresión motivó en el congreso un episodio característico. Por una parte, B. Krichevski se aferró a la palabra «cazar», creyendo que era un lapsus delator de mala intención por nuestra parte («tener una emboscada») y exclamó en tono patético: «¿A quién se iba a cazar?». «Sí, en efecto, ¿a quién?», preguntó irónicamente Plejánov. «Yo ayudaré al camarada Plejánov en su perplejidad -contestó B. Krichevski-, yo le explicaré que a quien se quería cazar era a la redacción de Rabóchei Dielo (hilaridad general). «¡Pero no nos hemos dejado cazar!» (exclamaciones de la izquierda: «¡Peor para vosotros!»). Por otra parte, un miembro del grupo Borbá (grupo de conciliadores), pronunciándose contra las enmiendas de la Unión a las resoluciones, y en su deseo de defender a nuestro orador, declaró que, evidentemente, la expresión «se quería cazar» se había escapado sin querer en el calor de la polémica. 5 V. I. Lenin: Obras completas, 5ª ed. en ruso, t. 5, pp. 1-13. (Nota de los editores.) V. I. Lenin: Obras completas, 5ª ed. en ruso, t. 5, pp. 1-13. (Nota de los editores.) 7 Esta afirmación se repite en Dos congresos, p. 25. 6 175 Apéndice A. Anexo Por lo que a mí se refiere, creo que el orador que ha empleado la expresión no se sentirá del todo satisfecho con esta «defensa». Yo creo que las palabras «se quería cazar a alguien» fueron «dichas en broma, pero pensadas en serio»: nosotros hemos acusado siempre a Rabóchei Dielo de falta de firmeza, de vacilaciones, razón por la cual debíamos, naturalmente, tratar de cazarlo para hacer imposibles las vacilaciones en lo sucesivo. No se podía hablar aquí de mala intención porque se trataba de falta de firmeza en los principios. Y hemos sabido 8 «cazar» a la Unión procediendo lealmente , de manera que las resoluciones de junio fueron firmadas por el propio B. Krichevski y por otro miembro de la administración de la Unión. Los artículos publicados en el número 10 de Rabóchei Dielo (nuestros camaradas vieron este número solo cuando hubieron llegado al congreso y unos días antes de inaugurarse éste) demostraban claramente que del verano al otoño se había producido otro viraje en la Unión: los «economicistas» obtuvieron una vez más la supremacía, y la redacción, dúctil a toda nueva «corriente», volvió a defender a los «más declarados bernsteinianos», la «libertad de crítica» y la «espontaneidad» y a predicar por boca de Martínov la «teoría de restringir» la esfera de nuestra influencia política (con el propósito aparente de complicar esta misma influencia). Una vez más se ha confirmado la certera observación de Parvus de que es difícil cazar a un oportunista con una simple fórmula, porque le cuesta tan poco firmar cualquier fórmula como renegar de ella, ya que el oportunismo consiste precisamente en la falta de principios más o menos definidos y firmes. Hoy, los oportunistas rechazan toda tentativa de introducir el oportunismo, rechazan toda restricción, prometen solemnemente «no olvidar un instante el derrocamiento de la autocracia», hacer «agitación no solo en el terreno de la lucha diaria del trabajo asalariado contra el capital», etc. Y mañana cambian de tono y vuelven a las andadas so pretexto de defender la espontaneidad, de la marcha progresiva de la lucha cotidiana y monótona, de ensalzar las reivindicaciones que prometen resultados palpables, etc. Al continuar afirmando que en los artículos del número 10 la «Unión no ha visto ni ve ninguna 9 abjuración herética de los principios generales del proyecto de la conferencia» , la Unión solo revela con ello que es incapaz por completo o que no quiere comprender el fondo de las discrepancias. Después del número 10 de Rabóchei Dielo nos quedaba por hacer una sola tentativa: iniciar una discusión general para convencernos de si toda la Unión se solidarizaba con estos artículos y con su redacción. La Unión está disgustada con nosotros, sobre todo, por este hecho y nos acusa de que intentamos sembrar la discordia en su seno, de que nos inmiscuimos en cosas ajenas, etc. Acusaciones a todas luces infundadas, porque, teniendo una redacción compuesta por elección y dúctil para «girar» al menor soplo del viento, todo depende precisamente de la dirección del viento, y éramos nosotros quienes determinábamos esa dirección en las sesiones a puerta cerrada, a las que solo asistían los miembros de las organizaciones venidas para unificarse. Las enmiendas que se han introducido en las resoluciones de junio en nombre de la Unión nos han quitado el último asomo de esperanza de llegar a un acuerdo. Las enmiendas 8 A saber: en la introducción a las resoluciones de junio dijimos que la socialdemocracia rusa mantuvo siempre en conjunto la posición de fidelidad a los principios del grupo Emancipación del Trabajo y que el mérito de la Unión estaba sobre todo en su actividad en el terreno de las publicaciones y de la organización. En otros términos, dijimos que estábamos completamente dispuestos a olvidar el pasado y a reconocer que la labor de nuestros camaradas de la Unión era útil a la causa, a condición de que acabaran por completo con las vacilaciones, objeto de nuestra «caza». Toda persona imparcial que lea las resoluciones de junio las comprenderá solo en este sentido. Pero si ahora la Unión nos acusa solemnemente de faltar a la verdad por estas palabras sobre sus méritos, después de haber provocado ella misma con su nuevo viraje hacia el «economicismo» la ruptura, esta acusación, como es natural, no puede menos que provocar una sonrisa. / Dos congresos, p. 30. / En los artículos del número 10 y en las enmiendas. 9 Dos congresos, p. 26. 176 Apéndice A. Anexo son una prueba documental del nuevo viraje hacia el «economicismo» y de la solidaridad de la mayoría de la Unión con el número 10 de Rabóchei Dielo. Se borraba del número de manifestaciones del oportunismo el «llamado economicismo» (debido a la supuesta «vaguedad» de estas palabras, si bien de esta motivación no se deduce sino la necesidad de definir con mayor exactitud la esencia de una aberración muy extendida); también se 10 borraba el «millerandismo» (si bien B. Krichevski lo defendía en Rabóchei Dielo , y con mayor 11 franqueza aún en Vorwärts ). A pesar de que las resoluciones de junio indicaban de manera terminante que la tarea de la socialdemocracia consistía en «dirigir todas las manifestaciones de lucha del proletariado contra todas las formas de opresión política, económica y social», exigiendo con ello que se introdujera método y unidad en todas estas manifestaciones de lucha, la Unión añadía palabras superfluas por demás, diciendo que la «lucha económica es un poderoso estímulo para el movimiento de masas» (estas palabras, de por sí, son indiscutibles, pero, existiendo un «economicismo» estrecho, no podían menos que llevar a interpretaciones falsas). Más aún, se ha llegado hasta a restringir con descaro en las resoluciones de junio la «política», ya eliminando las palabras «ni por un instante» (no olvidar el objetivo del derrocamiento de la autocracia), ya añadiendo las palabras «la lucha económica es el medio aplicable con la mayor amplitud para incorporar a las masas a la lucha política activa». Es natural que, una vez introducidas estas enmiendas, todos los oradores de nuestra parte fueran renunciando uno tras otro a la palabra, pues veían la completa inutilidad de seguir negociando con gente que volvía a girar hacia el «economicismo» y se reservaba la libertad de vacilar. «Precisamente, lo que la Unión ha tenido por condición sine qua non para la solidez del futuro acuerdo, o sea, el mantenimiento de la fisonomía de Rabóchei Dielo y de su autonomía, es lo 12 que Iskra consideraba un obstáculo para el acuerdo» . Esto es muy inexacto. Nunca hemos 13 atentado contra la autonomía de Rabóchei Dielo . Efectivamente, hemos rechazado en forma categórica su fisonomía propia, si se entiende por tal la «fisonomía propia» en los problemas de principio de la teoría y de la táctica: las resoluciones de junio contienen precisamente la negación categórica de esta fisonomía propia, porque, en la práctica, esta «fisonomía propia» ha significado siempre, lo repetimos, vacilaciones de toda clase y el apoyo que prestaban a la dispersión imperante en nuestro ambiente, dispersión insoportable desde el punto de vista del partido. Con sus artículos del número 10 y con las «enmiendas», Rabóchei Dielo ha manifestado claramente su deseo de mantener precisamente esta fisonomía propia, y semejante deseo ha conducido de manera natural e inevitable a la ruptura y a la declaración de guerra. Pero todos nosotros estábamos dispuestos a reconocer la «fisonomía propia» de Rabóchei Dielo en el sentido de que debe concentrarse en determinadas funciones literarias. La distribución acertada de estas funciones se imponía por sí misma: 1) revista científica; 2) periódico político; 3) recopilaciones y folletos de divulgación. Solo la conformidad de Rabóchei Dielo con esta distribución demostraría su sincero deseo de acabar de una vez y para siempre con las aberraciones combatidas por las resoluciones de junio; solo esta distribución eliminaría toda posibilidad de rozamientos y aseguraría 10 Número 2-3, pp. 83-84. En Vorwärts se inició una polémica a este respecto entre su redacción actual, Kautsky y Zariá. No dejaremos de dar a conocer esta polémica a los lectores rusos. 12 Dos congresos, p. 25. 13 Si no contamos como restricción de la autonomía las reuniones de las redacciones, relacionadas con la formación de un consejo supremo común de las organizaciones unidas, cosa que Rabóchei Dielo aceptó también en junio. 11 177 Apéndice A. Anexo efectivamente la firmeza del acuerdo, sirviendo a la vez de base para que nuestro movimiento crezca más y alcance nuevos éxitos. Ahora ningún socialdemócrata ruso puede poner ya en duda que la ruptura definitiva de la tendencia revolucionaria con la oportunista no ha sido originada por cuestiones «de organización», sino precisamente por el deseo de los oportunistas de afianzar la fisonomía propia del oportunismo y de seguir ofuscando las mentes con las disquisiciones de los krichevski y los martínov. Escrito entre el otoño de 1901 y febrero de 1902. Publicado por primera vez en marzo de 1902, en folleto aparte, en Stuttgart. 178 Apéndice B. Enmienda para ¿Qué hacer? 1 El «grupo de iniciadores», al que me he referido en el folleto ¿Qué hacer? , me pide que haga la siguiente enmienda al pasaje donde se expone su participación en el intento de conciliar las organizaciones socialdemócratas en el extranjero: Solo uno de los tres miembros de este grupo se retiró de la Unión a fines de 1900; los restantes no lo hicieron hasta 1901, cuando se hubieron convencido de que era imposible conseguir que la Unión aceptara celebrar una conferencia con la organización de Iskra en el extranjero y con la Organización Revolucionaria Sotsial-Demokrat, a lo que se constreñía la propuesta del grupo de iniciadores. La administración de la Unión rechazó al principio esta propuesta, achacando su negativa a participar en la conferencia a la «incompetencia» de los integrantes del grupo de iniciadores mediador y expresando su deseo de entablar relaciones directas con la organización de Iskra en el extranjero. Sin embargo, la administración de la Unión no tardó en poner en conocimiento del grupo de iniciadores que, después de aparecido el primer número de Iskra, en el cual se publicaba la nota sobre la escisión de la Unión, cambiaba de parecer y no quería ponerse en contacto con Iskra. ¿Cómo explicar después de eso la declaración de un miembro de la administración de la Unión de que la negativa de ésta a participar en la conferencia se debía exclusivamente a que estaba descontenta de la composición del grupo de iniciadores? Por cierto, tampoco se comprende que la administración de la Unión aceptara participar en la Conferencia de junio del año pasado: la nota que apareció en el primer número de Iskra sigue en vigor, y la repudia de la Unión por Iskra cobró mayor realce en el primer volumen de Zariá y en el cuarto número 2 de Iskra, que aparecieron antes de la Conferencia de junio . N. Lenin Iskra, nº 19, 1 de abril de 1902 1 2 ¿Qué hacer?, p. 141. Iskra, número 19, 1 de abril de 1902. 179