I.E.S. Fidiana 1 ANTOLOGÍA POÉTICA “DEL 27” ♦ PEDRO SALINAS (1891-1951) El alma tenías tan clara y abierta, que yo nunca pude entrarme en tu alma. Busqué los atajos angostos, los pasos altos y difíciles... A tu alma se iba por caminos anchos. Preparé alta escala —soñaba altos muros guardándote el alma— pero el alma tuya estaba sin guarda de tapial ni cerca. Te busqué la puerta estrecha del alma, pero no tenía, de franca que era, entradas tu alma. ¿En dónde empezaba? ¿Acababa, en dónde? Me quedé por siempre sentado en las vagas lindes de tu alma. (Presagios, 1923) Underwood girls Quietas, dormidas están, las treinta, redondas, blancas. Entre todas sostienen el mundo. Míralas, aquí en su sueño, como nubes, redondas, blancas, y dentro destinos de trueno y rayo, destinos de lluvia lenta, de nieve, de viento, signos. Despiértalas, con contactos saltarines de dedos rápidos, leves, como a músicas antiguas. Ellas suenan otra música: fantasías de metal valses duros, al dictado. Que se alcen desde siglos todas iguales, distintas como las olas del mar y una gran alma secreta. Que se crean que es la carta, la fórmula, como siempre. Tú alócate bien los dedos, y las raptas y las lanzas, a las treinta, eternas ninfas contra el gran mundo vacío, blanco a blanco. Por fin a la hazaña pura, sin palabras, sin sentido, ese, zeda, jota, i... (Fábula y signo, 1931) ¿Serás, amor un largo adiós que no se acaba? Vivir, desde el principio, es separarse. En el primer encuentro con la luz, con los labios, el corazón percibe la congoja de tener que estar ciego y solo un día. Amor es el retraso milagroso de su término mismo; es prolongar el hecho mágico de que uno y uno sean dos, en contra de la primer condena de la vida. Con los besos, con la pena y el pecho se conquistan en afanosas lides, entre gozos parecidos a juegos, días, tierras, espacios fabulosos, a la gran disyunción que está esperando, hermana de la muerte o muerte misma. Cada beso perfecto aparta el tiempo, ¡Si me llamaras, sí; si me llamaras! Lo dejaría todo, todo lo tiraría: los precios, los catálogos, el azul del océano en los mapas, los días y sus noches, los telegramas viejos y un amor. Tú, que no eres mi amor, ¡si me llamaras! Y aún espero tu voz: telescopios abajo, desde la estrella, por espejos, por túneles, por los años bisiestos puede venir. No sé por dónde. Desde el prodigio, siempre. Porque si tú me llamas -¡si me llamaras, sí, si me llamaras!será desde un milagro, incógnito, sin verlo. Nunca desde los labios que te beso, nunca desde la voz que dice: «No te vayas». (La voz a ti debida, 1933) le echa hacia atrás, ensancha el mundo breve donde puede besarse todavía. Ni en el llegar, ni en el hallazgo tiene el amor su cima: es en la resistencia a separarse en donde se le siente, desnudo, altísimo, temblando. Y la separación no es el momento cuando brazos, o voces, se despiden con señas materiales: es de antes, de después. Si se estrechan las manos, si se abraza, nunca es para apartarse, es porque el alma ciegamente siente que la forma posible de estar juntos es una despedida larga, clara. Y que lo más seguro es el adiós. (Razón de amor, 1936) I.E.S. Fidiana No rechaces los sueños por ser sueños. Todos los sueños pueden ser realidad, si el sueño no se acaba. La realidad es un sueño. Si soñamos que la piedra es la piedra, eso es la piedra. Lo que corre en los ríos no es un agua, es un soñar, el agua, cristalino. La realidad disfraza su propio sueño, y dice: «Yo soy el sol, los cielos, el amor». Pero nunca se va, nunca se pasa, si fingimos creer que es más que un sueño. Y vivimos soñándola. Soñar es el modo que el alma tiene para que nunca se le escape lo que se escaparía si dejamos de soñar que es verdad lo que no existe. Sólo muere un amor que ha dejado de soñarse hecho materia y que se busca en tierra. (Largo lamento [1939]) Y ahora, aquí está frente a mí. Tantas luchas que ha costado, tantos afanes en vela, tantos bordes de fracaso junto a este esplendor sereno ya son nada, se olvidaron. Él queda, y en él, el mundo, la rosa, la piedra, el pájaro, aquéllos, los del principio, de este final asombrados. ¡Tan claros que se veían, y aún se podía aclararlos! Están mejor; una luz que el sol no sabe, unos rayos los iluminan, sin noche, para siempre revelados. Las claridades de ahora lucen más que las de mayo. Si allí estaban, ahora aquí; a más transparencia alzados. ¡Qué naturales parecen, qué sencillo el gran milagro! En esta luz del poema, todo, desde el más nocturno beso al cenital esplendor, todo está mucho más claro. (Todo más claro y otros poemas, 1949) 2 De mirarte tanto y tanto, del horizonte a la arena, despacio, del caracol al celaje, brillo a brillo, pasmo a pasmo, te he dado nombre; los ojos te lo encontraron, mirándote. Por las noches, soñando que te miraba, al abrigo de los párpados maduró, sin yo saberlo, este nombre tan redondo que hoy me descendió a los labios. Y lo dicen asombrados de lo tarde que lo dicen. ¡Si era fatal el llamártelo! ¡Si antes de la voz, ya estaba en el silencio tan claro! ¡Si tú has sido para mí, desde el día que mis ojos te estrenaron, el contemplado, el constante Contemplado! (El contemplado, 1946) Cero […] Cayó ciega. La soltó, la soltaron, a seis mil metros de altura, a las cuatro. ¿Hay ojos que le distingan a la Tierra sus primores desde tan alto? ¿Mundo feliz? ¿Tramas, vidas, que se tejen, se destejen, mariposas, hombres, tigres, amándose y desamándose? No. Geometría. Abstractos colores sin habitantes, embuste liso de atlas. Cientos de dedos del viento una tras otra pasaban las hojas —márgenes de nubes blancas— de las tierras de la Tierra, vuelta cuaderno de mapas. Y a un mapa distante, ¿quién le tiene lástima? Lástima de una pompa de jabón irisada, que se quiebra; o en la arena de la playa un crujido, un caracol roto sin querer, con la pisada. Pero esa altura tan alta que ya no la quieren pájaros, le ciega al querer su causa con mil aires transparentes. Invisibles se le vuelven al mundo delgadas gracias: La azucena y sus estambres, I.E.S. Fidiana 3 colibríes y sus alas, las venas que van y vienen, en tierno azul dibujadas, por un pecho de doncella. ¿Quién va a quererlas si no se las ve de cerca? topadas, risas, caídas de bruces sobre la grama, tan reciente de rocío que la alegría del mundo al verse otra vez tan claro, le refrescaba la cara. Sí; esas blancuras de ahora, allá abajo en vellones dilatadas, no pueden ser nada malo: rebaños y más rebaños serenísimos que pastan en ancho mapa de tréboles. Nada malo. Ecos redondos de aquella inocencia doble veinte años atrás: infancia triscando con el cordero y retazos celestiales, del sol niño con las nubes que empuja, pastora, el alba. Él hizo su obligación: lo que desde veinte esferas instrumentos ordenaban, exactamente: soltarla al momento justo. Nada. Al principio no vio casi nada. Una mancha, creciendo despacio, blanca, más blanca, ya cándida. ¿Arrebañados corderos? ¿Vedijas, copos de lana? Eso sería... ¡Qué peso se le quitaba! Eso sería: una imagen que regresa. Veinte años, atrás, un niño. Mientras, detrás de tanta blancura en la Tierra —no era mapa— en donde el cero cayó, el gran desastre empezaba. […] (Todo más claro y otros poemas, 1949) Él era un niño —allá atrás— que en estíos campesinos con los corderos jugaba por el pastizal. Carreras, ♦ JORGE GUILLÉN (1893-1984) Los nombres ¡Tú, tú, tú, mi incesante primavera profunda mi río de verdor agudo y aventura! Albor. El horizonte entreabre sus pestañas, y empieza a ver. ¿Qué? Nombres. Están sobre la pátina de las cosas. La rosa se llama todavía hoy rosa, y la memoria de su tránsito, prisa. Prisa de vivir más. ¡A lo largo amor nos alce esa pujanza agraz del Instante, tan ágil que en llegando a su meta corre a imponer Después! ¡Alerta, alerta, alerta, yo seré, yo seré! ¿Y las rosas? Pestañas cerradas: horizonte final. ¿Acaso nada? Pero quedan los nombres. (Cántico, 1928-1950) Beato sillón ¡Beato sillón! La casa corrobora su presencia con la vaga intermitencia de su invocación en masa a la memoria. No pasa nada. Los ojos no ven, saben. El mundo está bien hecho. El instante lo exalta a marea, de tan alta, de tan alta, sin vaivén. (Cántico, 1928-1950) ¡Tú, ventana a lo diáfano: desenlace de aurora, modelación del día: mediodía en su rosa, tranquilidad de lumbre: siesta del horizonte, lumbres en lucha y coro: poniente contra noche, constelación del campo, fabulosa, precisa, trémula hermosamente, universal y mía! ¡Tú más aún: tú como tú, sin palabras toda singular, desnudez única, tú, sola! (Cántico, 1928-1950) I.E.S. Fidiana 4 El engaño a los ojos Con qué nobleza se revuelven Todos juntos esos muchachos Y claman por una justicia Perturbando, vociferando, Tan inocentes los carrillos, Tan fieros el porte y los pasos, Con la mirada en dirección De un porvenir extraordinario, Pero a la vista ahora, ahora, Presente ya sobre el asfalto De las calles estimuladas Por los rumores calculados De esa tan filial muchedumbre, Coro de gargantas y brazos, Crédulamente fiel y dócil -Candor por alud- al dictado De los mayores en edad, En crueldad y en aparato, Aun carceleros de una cárcel Donde todo queda murado, Sin salida a ningún futuro: Ni a ese que van anhelando Los que, por fin, desfilan jóvenes, Magníficos frente al tirano. (Clamor. Maremágnum, 1957) Miro hacia atrás, hacia los años, lejos, y se me ahonda tanta perspectiva que del confín apenas sigue viva la vaga imagen sobre mis espejos. Aun vuelan, sin embargo, los vencejos en torno de unas torres, y allá arriba persiste mi niñez contemplativa. Ya son buen vino mis viñedos viejos. Fortuna adversa o próspera no auguro. Por ahora me ahínco en mi presente, y aunque sé lo que sé, mi afán no taso. Ante los ojos, mientras, el futuro se me adelgaza delicadamente, más difícil, más frágil, más escaso. (Clamor. Que van a dar en la mar, 1960) Esperanza Los días no me otorgan más que tránsito De espera. Una sola y muy larga expectación Me conduce hacia un término posible, Acaso ya probable: La fuente resurgida ante mi sed. Esta sed de errabundo... Hombre solo entre gentes. Y perdido. Tan perdido por dentro de sus años, Sus glorias. Y tú callas, te guardas ¡No! te pierdes. Que tu silencio venga hasta mis brazos, Se ahonde y se transforme De pronto en un murmullo, En un acercamiento de la entraña, Y que todo tu ser esperanzado Se articule hacia luz, Prorrumpa, Y sea voz, tu voz, O nada más - y entonces desplomándose Tu cabeza, mi pecho, nuestro abrazo. (Homenaje, 1967) Hacia el final Llegamos al final, A la etapa final de una existencia. ¿Habrá un fin a mi amor, a mis afectos? Sólo concluirán Bajo el tajante golpe decisivo. ¿Habrá un fin al saber? Nunca, nunca. Se está siempre al principio De una curiosidad inextinguible Frente a infinita vida. ¿Habrá un fin a la obra? Por supuesto. Y si aspira a unidad, Por la propia exigencia del conjunto. ¿Destino? No, mejor: la vocación Más íntima. (Final, 1981) I.E.S. Fidiana 5 ♦ GERARDO DIEGO (1896-1987) Columpio A caballo en el quicio del mundo un soñador jugaba al sí y al no Las lluvias de colores emigraban al país de los amores Bandadas de flores Flores de sí Flores de no Sí Cuchillos en el aire que le rasgan las carnes forman un puente No Cabalgaba el soñador Pájaros arlequines cantan el sí cantan el no (Imagen, 1922) Cuadro El mantel jirón del cielo es mi estandarte y el licor del poniente da su reflejo al arte Yo prefiero el mar cerrado y al sol le pongo sordina Mi poesía y las manzanas hacen la atmósfera más fina Enmedio la guitarra Amémosla Ella recoge el aire circundante Es el desnudo nuevo venus del siglo o madona sin infante Romance del Duero Río Duero, río Duero, nadie a acompañarte baja; nadie se detiene a oír tu eterna estrofa de agua. Indiferente o cobarde, la ciudad vuelve la espalda. No quiere ver en tu espejo su muralla desdentada. Tú, viejo Duero, sonríes entre tus barbas de plata, moliendo con tus romances las cosechas mal logradas. Y entre los santos de piedra y los álamos de magia pasas llevando en tus ondas palabras de amor, palabras. Quién pudiera como tú, a la vez quieto y en marcha, cantar siempre el mismo verso pero con distinta agua. Río Duero, río Duero, nadie a estar contigo baja, ya nadie quiere atender tu eterna estrofa olvidada, sino los enamorados que preguntan por sus almas y siembran en tus espumas palabras de amor, palabras. (Soria, 1923) Bajo sus cuerdas los ríos pasan y los pájaros beben el agua sin mancharla Después de ver el cuadro la luna es más precisa y la vida más bella El espejo doméstico ensaya una sonrisa y en un transporte de pasión canta el agua enjaulada en la botella. (Manual de espumas, 1924) Ayer soñaba. Tú eras un árbol manso - isla morada, abanico de brisa entre la siesta densa. Y yo me adormecía. Después yo era un arroyo Y arqueaba mi lomo de agua limpia, como un gato mimado, para rozarte al paso. (Versos humanos, 1925) Insomnio Tú y tu desnudo sueño. No lo sabes. Duermes. No. No lo sabes. Yo en desvelo, y tú, inocente, duermes bajo el cielo. Tú por tu sueño, y por el mar las naves. En cárceles de espacio, aéreas llaves te me encierran, recluyen, roban. Hielo, cristal de aire en mil hojas. No. No hay vuelo que alce hasta ti las alas de mis aves. Saber que duermes tú, cierta, segura —cauce fiel de abandono, línea pura—, tan cerca de mis brazos maniatados. Qué pavorosa esclavitud de isleño, yo, insomne, loco, en los acantilados, las naves por el mar, tú por tu sueño. (Alondra de verdad, 1941) I.E.S. Fidiana 6 Sucesiva Déjame acariciarte lentamente, déjame lentamente comprobarte, ver que eres de verdad, un continuarte de ti misma a ti misma extensamente. Onda tras onda irradian de tu frente y mansamente, apenas sin rizarte, rompen sus diez espumas al besarte de tus pies en la playa adolescente. Así te quiero, fluida y sucesiva, manantial tú de ti, agua furtiva, música para el tacto perezosa. Así te quiero, en límites pequeños, aquí y allá, fragmentos, lirio, rosa, y tu unidad después, luz de mis sueños. (Alondra de verdad, 1941) En mitad de un verso Murió en mitad de un verso, cantándolo, floreciéndole, y quedó el verso abierto, disponible para la eternidad, mecido por la brisa, la brisa que jamás concluye, verso sin terminar, poeta eterno. Quién muriera así al aire de una sílaba. Y al conocer esa muerte de poeta, recordé otra de mis oraciones. «Quiero vivir, morir, siempre cantando y no quiero saber por qué ni cuándo.» Sí, en el seno del verso, que le concluya y me concluya Dios. (Cementerio civil, 1972) ♦ FEDERICO GARCÍA LORCA (1898-1936) Deseo Sorpresa Sólo tu corazón caliente, y nada más. Muerto se quedó en la calle con un puñal en el pecho. No lo conocía nadie. Mi paraíso, un campo sin ruiseñor ni liras, con un río discreto y una fuentecilla. ¡Cómo temblaba el farol! Madre. ¡Cómo temblaba el farolito de la calle! Sin la espuela del viento sobre la fronda, ni la estrella que quiere ser hoja. Una enorme luz que fuera luciérnaga de otra, en un campo de miradas rotas. Un reposo claro y allí nuestros besos, lunares sonoros del eco, se abrirían muy lejos. Y tu corazón caliente. Nada más. (Libro de poemas, 1921) Era madrugada. Nadie pudo asomarse a sus ojos abiertos al duro aire. Que muerto se quedó en la calle, que con un puñal en el pecho, y que no lo conocía nadie. (Poema del cante jondo, 1927) Canción del jinete Córdoba. Lejana y sola. Jaca negra, luna grande, y aceitunas en mi alforja. Aunque sepa los caminos yo nunca llegaré a Córdoba. Por el llano, por el viento, jaca negra, luna roja. La muerte me está mirando desde las torres de Córdoba. ¡Ay qué camino tan largo! ¡Ay mi jaca valerosa! ¡Ay que la muerte me espera, antes de llegar a Córdoba! Córdoba. Lejana y sola. (Canciones, 1927) I.E.S. Fidiana 7 Romance de la luna luna Alma ausente La luna vino a la fragua con su polisón de nardos. El niño la mira mira. El niño la está mirando. Huye luna, luna, luna, que ya siento sus caballos. Niño déjame, no pises, mi blancor almidonado. No te conoce el toro ni la higuera, ni caballos ni hormigas de tu casa. No te conoce tu recuerdo mudo porque te has muerto para siempre. En el aire conmovido mueve la luna sus brazos y enseña, lúbrica y pura, sus senos de duro estaño. El jinete se acercaba tocando el tambor del llano. Dentro de la fragua el niño, tiene los ojos cerrados. No te conoce el lomo de la piedra, ni el raso negro donde te destrozas. No te conoce tu recuerdo mudo porque te has muerto para siempre. Huye luna, luna, luna. Si vinieran los gitanos, harían con tu corazón collares y anillos blancos. Por el olivar venían, bronce y sueño, los gitanos. Las cabezas levantadas y los ojos entornados. El otoño vendrá con caracolas, uva de niebla y montes agrupados, pero nadie querrá mirar tus ojos porque te has muerto para siempre. Niño déjame que baile. Cuando vengan los gitanos, te encontrarán sobre el yunque con los ojillos cerrados. ¡Cómo canta la zumaya, ay como canta en el árbol! Por el cielo va la luna con el niño de la mano. Dentro de la fragua lloran, dando gritos, los gitanos. El aire la vela, vela. el aire la está velando. (Romancero gitano, 1928) Porque te has muerto para siempre, como todos los muertos de la Tierra, como todos los muertos que se olvidan en un montón de perros apagados. No te conoce nadie. No. Pero yo te canto. Yo canto para luego tu perfil y tu gracia. La madurez insigne de tu conocimiento. Tu apetencia de muerte y el gusto de su boca. La tristeza que tuvo tu valiente alegría. Tardará mucho tiempo en nacer, si es que nace, un andaluz tan claro, tan rico de aventura. Yo canto su elegancia con palabras que gimen y recuerdo una brisa triste por los olivos. (Llanto por Ignacio Sánchez Mejías, 1935) Poema doble del lago Eden Era mi voz antigua ignorante de los densos jugos amargos. La adivino lamiendo mis pies bajo los frágiles helechos mojados. Esos perros marinos se persiguen y el viento acecha troncos descuidados. ¡Oh voz antigua, quema con tu lengua esta voz de hojalata y de talco! ¡Ay voz antigua de mi amor, ay voz de mi verdad, ay voz de mi abierto costado, cuando todas las rosas manaban de mi lengua y el césped no conocía la impasible dentadura del caballo! Quiero llorar porque me da la gana como lloran los niños del último banco, porque yo no soy un hombre, ni un poeta, ni una hoja, pero sí un pulso herido que sonda las cosas del otro lado. Estás aquí bebiendo mi sangre, bebiendo mi humor de niño pesado, mientras mis ojos se quiebran en el viento con el aluminio y las voces de los borrachos. Déjame pasar la puerta donde Eva come hormigas y Adán fecunda peces deslumbrados. Déjame pasar, hombrecillo de los cuernos, al bosque de los desperezos y los alegrísimos saltos. Yo sé el uso más secreto que tiene un viejo alfiler oxidado y sé del horror de unos ojos despiertos sobre la superficie concreta del plato. Pero no quiero mundo ni sueño, voz divina, quiero mi libertad, mi amor humano en el rincón más oscuro de la brisa que nadie quiera. ¡Mi amor humano! Quiero llorar diciendo mi nombre, rosa, niño y abeto a la orilla de este lago, para decir mi verdad de hombre de sangre matando en mí la burla y la sugestión del vocablo. No, no, yo no pregunto, yo deseo, voz mía libertada que me lames las manos. En el laberinto de biombos es mi desnudo el que recibe la luna de castigo y el reloj encenizado. Así hablaba yo. Así hablaba yo cuando Saturno detuvo los trenes y la bruma y el Sueño y la Muerte me estaban buscando. Me estaban buscando allí donde mugen las vacas que tienen patitas de paje y allí donde flota mi cuerpo entre los equilibrios contrarios. (Poeta en Nueva York [1929]) I.E.S. Fidiana 8 Soneto de la dulce queja Tengo miedo a perder la maravilla de tus ojos de estatua y el acento que de noche me pone en la mejilla la solitaria rosa de tu aliento. Casida del llanto He cerrado mi balcón porque no quiero oír el llanto pero por detrás de los grises muros no se oye otra cosa que el llanto. Tengo pena de ser en esta orilla tronco sin ramas; y lo que más siento es no tener la flor, pulpa o arcilla, para el gusano de mi sufrimiento. Hay muy pocos ángeles que canten, hay muy pocos perros que ladren, mil violines caben en la palma de mi mano. Pero el llanto es un perro inmenso, el llanto es un ángel inmenso, el llanto es un violín inmenso, las lágrimas amordazan al viento y no se oye otra cosa que el llanto. (Diván del Tamarit, [1936]) Si tú eres el tesoro oculto mío, si eres mi cruz y mi dolor mojado, si soy el perro de tu señorío, no me dejes perder lo que he ganado y decora las aguas de tu río con hojas de mi otoño enajenado. (Sonetos del amor oscuro, [1936]) ♦ VICENTE ALEIXANDRE (1898-1984) Adolescencia Vinieras y te fueras dulcemente, de otro camino a otro camino. Verte, y ya otra vez no verte. Pasar por un puente a otro puente. -El pie breve, la luz vencida alegre-. Muchacho que sería yo mirando aguas abajo la corriente, y en el espejo tu pasaje fluir, desvanecerse. (Ámbito, 1928) Poema de amor Te amo sueño del viento confluyes con mis dedos olvidado del norte en las dulces mañanas del mundo cabeza abajo cuando es fácil sonreír porque la lluvia es blanda En el seno de un río viajar es delicia oh peces amigos decidme el secreto de los ojos [abiertos de las miradas mías que van a dar en la mar sosteniendo la quilla de los barcos lejanos Yo os amo —viajadores del mundo— los que dormís [sobre el agua hombres que van a América en busca de sus vestidos los que dejan en la playa su desnudez dolida y sobre las cubiertas del barco atraen el rayo de la [luna Caminar esperando es risueño es hermoso la plata y el oro no han cambiado de fondo botan sobre las ondas sobre el lomo escamado y hacen música o sueño para los pelos más rubios Por el fondo de un río mi deseo se marcha de los pueblos innúmeros que he tenido en las [yemas esas oscuridades que vestido de negro he dejado ya lejos dibujadas en espalda La esperanza es la tierra es la mejilla es un inmenso párpado donde yo sé que existo ¿Te acuerdas? Para el mundo he nacido una [noche en que era suma y resta la clave de los sueños Peces árboles piedras corazones medallas sobre vuestras concéntricas ondas —sí— [detenidas yo me muevo y si giro me busco oh centro oh [centro camino —viajadores del mundo— del futuro [existente más allá de los mares en mis pulsos que laten (Espadas como labios, 1932) I.E.S. Fidiana 9 Ven, siempre ven No te acerques. Tu frente, tu ardiente frente, tu encendida frente, las huellas de unos besos, ese resplandor que aún me da se siente si te acercas, ese resplandor contagioso que me queda en las manos, ese río luminoso en que hundo mis brazos, en el que casi no me atrevo a beber, por temor después a ya una dura vida de lucero. No quiero que vivas en mí como vive la luz, con ese aislamiento de estrella que se une con su luz, a quien el amor se niega a través del espacio duro y azul que separa y no une, donde cada lucero inaccesible es una soledad que, gemebunda, envía su tristeza. La soledad destella en el mundo sin amor. La vida es una vívida corteza, una rugosa piel inmóvil donde el hombre no puede encontrar su descanso, por más que aplique su sueño contra un astro apagado. Pero tú no te acerques. Tu frente destellante, carbón encendido que me arrebata a la propia conciencia duelo fulgúreo en que de pronto siento la tentación de morir, de quemarme los labios con tu roce indeleble, de sentir mi carne deshacerse contra tu diamante abrasador. No te acerques, porque tu beso se prolonga como el choque imposible de las estrellas, como el espacio que súbitamente se incendia, éter propagador donde la destrucción de los mundos es un único corazón que totalmente se abrasa. Ven, ven, ven como el carbón extinto oscuro que encierra una muerte; ven como la noche ciega que me acerca su rostro; ven como los dos labios marcados por el rojo, por esa línea larga que funde los metales. Ven, ven, amor mío; ven, hermética frente, redondez casi rodante que luces como una órbita que va a morir en mis brazos, ven como dos ojos o dos profundas soledades, dos imperiosas llamadas de una hondura que no conozco. ¡Ven, ven muerte, amor; ven pronto, te destruyo; ven, que quiero matar o amar o morir o darte todo; ven, que ruedas como liviana piedra, confundida como una luna que me pide mis rayos! (La destrucción o el amor, 1935) Ya no es posible No digas tu nombre emitiendo tu música como una yerta lumbre que se derrama, como esa luna que en invierno reparte su polvo pensativo sobre el hueso. La luna desalojaba entonces, allá, remotamente, hace mucho, desalojaba sombras e inundaba de fulgurantes rosas esa región donde un seno latía. Deja que la noche estruje la ausencia de la carne, la postrera desnudez que alguien pide; deja que la luna ruede por las piedras del cielo como un brazo ya muerto sin una rosa encendida. Pero la luna es un hueso pelado sin acento. No es una voz, no es un grito celeste. Es su dura oquedad, pared donde sonaban, muros donde el rumor de los besos rompía. Alguna luz ha tiempo olía a flores. Pero no huele a nada. No digáis que la muerte huele a nada, que la ausencia del amor huele a nada, que la ausencia del aire, de la sombra huelen a nada. Un hueso todavía por un cielo de piedra quiere rodar, quiere vencer su quietud extinguida. Quiere empuñar aún una rosa de fuego y acercarla a unos labios de carne que la abrasen. (Mundo a solas, 1950) I.E.S. Fidiana Los besos Sólo eres tú, continua, graciosa, quien se entrega, quien hoy me llama. Toma, toma el calor, la dicha, la cerrazón de bocas selladas. Dulcemente vivimos. Muere, ríndete. Sólo los besos reinan: sol tibio y amarillo, riente, delicado, que aquí muere, en las bocas felices, entre nubes rompientes, entre azules dichosos, donde brillan los besos, las delicias de la tarde, la cima de este poniente loco, quietísimo, que vibra y muere. –Muere, sorbe la vida. –Besa. –Beso. ¡Oh mundo así dorado! (Sombra del paraíso, 1944) 10 Los amantes enterrados Aún tengo aquí mis labios sobre los tuyos. Muerta, acabada, ¡acábate! ¡Oh libertad! Aquí oscuramente apretados, bajo la tierra, revueltos con las densas raíces, vivimos, sobrevivimos, muertos, ahogados, nunca libres. Siempre atados de amor, sin amor, muertos, respirando ese barro cansado, ciegos, torpes, prolongamos nuestra existencia, hechos ya tierra extinta, confusa tierra pesada, mientras arriba libres cantan su matinal libertad vivas hojas, transcurridoras nubes y un viento claro que otros labios besa de los desnudos, puros, exentos amadores. (Nacimiento último, 1953) El poeta se acuerda de su vida Perdonadme: he dormido. Y dormir no es vivir. Paz a los hombres. Vivir no es suspirar o presentir palabras que aún nos vivan. ¿Vivir en ellas? Las palabras mueren. Bellas son al sonar, mas nunca duran. Así esta noche clara. Ayer cuando la aurora o cuando el día cumplido estira el rayo final, ya en tu rostro acaso. Con tu pincel de luz cierra tus ojos. Duerme. La noche es larga, pero ya ha pasado. (Poemas de la consumación, 1968) Sonido de la guerra El soldado Aquí llegué. Aquí me quedo. Es triste saber que el día en noche encarna. Eterna miré la luz en unos ojos bellos. ¡Cuán lejos ya! Aquí en la selva acato la única luz, y vivo. Pues ignoro aquí de dónde vengo. Son las aves tenaces las que sobreviven, las que sobrevuelan. Aquí a mis pies lianas bullen, y sienten que tierra es todo, y nada es diferente. El cielo no es distinto. El ave es tierra y vuela. Lo mismo garza que alcotán. ¡Qué pájaros fantasmas, qué chirridos fantasmas! El agua pasa y cunde. Aquí mi cuerpo mineral hoy puede vivir. Soy piedra pues que existo. El brujo Solo quedé. Arrasada está la aldea. Ah, el miserable conquistador pasó. Metralla y, más, veneno vi en la mirada horrible. Y eran jóvenes. Cuántas veces soñé con un suspiro como una muerte dulce. En mis brebajes puse el beleño de no ser, y supe dormir, terrible ciencia última. Mas hoy no me valió. Con ojo fijo velé y miré, y seco un ojo vio la lluvia, y era roja. Pálido y seco, y ensangrentado en su interior, cegó. El soldado No estoy dormido. No sé si muero o sueño. En esta herida está el vivir, y ya tan sólo ella es la vida. Tuve unos labios que significaron. Un cuerpo que se erguía, un brazo extenso, como unas manos que aprehendieron: cosas, objetos, seres, esperanzas, humos. Soñé, y la mano dibujaba el sueño, el deseo. Tenté. Quien tienta vive. Quien conoce ha muerto. Sólo mi pensamiento vive ahora. Por eso muero. Porque ya no miro, pero sé. Joven lo fui. Y sin edad, termino. […] (Diálogos del conocimiento, 1974) I.E.S. Fidiana 11 ♦ DÁMASO ALONSO (1898-1990) Madrigal de las once Desnudas han caído las once campanadas. Picotean la sombra de los árboles las gallinas pintadas y un enjambre de abejas va rezumbando encima. La mañana ha roto su collar desde la torre. Amor Primavera feroz. Va mi ternura por las más hondas venas derramada, fresco hontanar, y furia desvelada, que a extenuante paso se apresura. Oh, qué acezar, qué hervir, oh, qué premura de hallar en la colina clausurada, la llaga roja de la cueva helada, y su cura más dulce, en la locura. En los troncos, se rascan las cigarras. Monstruo fugaz, espanto de mi vida, rayo sin luz, oh, tú, mi primavera, mi alimaña feroz, mi arcángel fuerte. Por detrás de la verja del jardín, resbala, quieta, tu sombrilla blanca. (Poemas puros. Poemillas de la ciudad, 1921) ¿Hacia qué hondón sombrío me convida desplegada y astral tu cabellera? ¡Amor, amor, principio de la muerte! (Oscura noticia, 1944) Monstruos Todos los días rezo esta oración al levantarme: Oh Dios, no me atormentes más. Dime qué significan estos espantos que me rodean. Cercado estoy de monstruos que mudamente me preguntan, igual, igual, que yo les interrogo a ellos. Que tal vez te preguntan, lo mismo que yo en vano perturbo el silencio de tu invariable noche con mi desgarradora interrogación. Bajo la penumbra de las estrellas y bajo la terrible tiniebla de la luz solar, me acechan ojos enemigos, formas grotescas que me vigilan, colores hirientes lazos me están tendiendo: ¡son monstruos, estoy cercado de monstruos! No me devoran. Devoran mi reposo anhelado, me hacen ser una angustia que se desarrolla [a sí misma, me hacen hombre, monstruo entre monstruos. No, ninguno tan horrible como este Dámaso frenético, como este amarillo ciempiés que hacia ti clama con todos sus tentáculos enloquecidos, como esta bestia inmediata transfundida en una angustia fluyente; no, ninguno tan monstruoso como esa alimaña que brama hacia ti, como esa desgarrada incógnita que ahora te increpa con gemidos articulados, que ahora te dice: «Oh Dios, no me atormentes más, dime qué significan estos monstruos que me rodean y este espanto íntimo que hacia ti gime en la noche.» (Hijos de la ira, 1944) Soneto sobre la libertad humana Qué hermosa eres, libertad. No hay nada que te contraste. ¿Qué? Dadme tormento. Más brilla y en más puro firmamento libertad en tormento acrisolada. ¿Que no grite? ¿Mordaza hay preparada? Venid: amordazad mi pensamiento. Grito no es vibración de ondas al viento: grito es conciencia de hombre sublevada. Qué hermosa eres, libertad. Dios mismo te vio lucir, ante el primer abismo sobre su pecho, solitaria estrella. Una chispita del volcán ardiente tomó en su mano. Y te prendió en mi frente, libre llama de Dios, libertad bella. (Hombre y Dios, 1955) I.E.S. Fidiana 12 Descubrimiento de la maravilla He mirado mis ojos. He mirado mis ojos en un espejo: eran oscuros y pequeños. Alguna vez lloraban. Por eso no eran ojos de cangrejo o de oruga; ojos humanos: dos agujeritos negros y tristes. Mas la luz, que ellos crean, sorbida, los inunda, marea irreprimible, inmensa, inmensándolos, ojos de un ser total, sin límite. Y esto que entra en mis ojos, recreándose en ellos, se une en un marco único. Los dos agujeritos (no de oruga o de tigre, aunque tristes y fieros) que en el espejo vi, son ya una gran vidriera de mi tamaño de hombre. Mis pies, mi vientre o manos los miro casi externos a mí, no-yo (tal, cosas). Pero del pecho arriba me sube una dulzura: es como si mi cuerpo se me rasgara todo, acristalado; como si mi cabeza, cáscara ya de luz, ya vitrina, toda se abriera al mundo, absorbiendo, bebiéndolo. Bebiendo luz, las cosas, las cosas con la luz, y yo con ellas, Dámaso amalgamado en luz, absorbiendo, bebiendo el mundo en luz y yo con él. ¡Óvalo ardiente de mi vista, atalaya, fanal-Dámaso al mundo! (Gozos de la vista, 1981) ♦ EMILIO PRADOS (1899-1962) Invitación a la muerte Ven, méteme la mano por la honda vena oscura de mi carne. Dentro se cuajará tu brazo con mi sombra; se hará piedra de noche, seca raíz de sangre... Coagulada la fuente de mi pecho, para pedir tu ayuda subirá a mi garganta. ¡Niégasela si es vida! ¡Clávame más tu brazo!... ¡Crúzamelo! ¡Atraviésame! Cerré mi puerta al mundo; se me perdió la carne por el sueño... Me quedé, interno, mágico, invisible, desnudo como un ciego. Lleno hasta el mismo borde de los ojos, me iluminé por dentro. Trémulo, transparente, me quedé sobre el viento, igual que un vaso limpio de agua pura, como un ángel de vidrio en un espejo. (Cuerpo perseguido [1927-1928]) Aunque me cueste el árbol de mi cuerpo, condúceme a ti, muerte. (Memoria de poesía [1926-1927]) Canción No es lo que está roto, no, el agua que el vaso tiene: lo que está roto es el vaso y, el agua, al suelo se vierte. Cantar triste Yo no quería, no quería haber nacido. No es lo que está roto, no la luz que sujeta al día: lo que está roto es el tiempo y en la sombra se desliza. El agua brotaba, lenta. No quería haber nacido. No es lo que está roto, no la sangre que te levanta: lo que está roto es tu cuerpo y en el sueño te derramas. El viento lloraba en ella. No quería haber nacido. No es lo que está roto, no, la caja del pensamiento: lo que está roto es la idea que la lleva a lo soberbio. ¡Bella lágrima de estío! No quería haber nacido. No es lo que está roto Dios, ni el campo que Él ha creado: lo que está roto es el hombre que no ve a Dios en su campo. (Llanto en la sangre, 1937) Me levanté de mi pena… (Ya estaba en el sueño hundido). Me senté junto a la fuente mirando la tarde nueva… Me fui bajo la alameda a ocultarme en su tristeza. Me recliné en una piedra, por ver la primera estrella… Me dormí bajo la luna. ¡Qué fina luz de cuchillo! Yo no quería, no quería haber nacido. (Jardín cerrado, 1946) I.E.S. Fidiana 13 ¿Regresar? ¿Cuándo? Este lugar es todo el tiempo. Lo sabes, lo sentiste, comenzaste a vivir en él, al observar tu cuerpo involuntario buscar por ti -sin ser- tu cuerpo. Te abriste en zanja la existencia hacia dentro de ti -pensaste-, y en ella estás: no interno, no externo, no en mitad y mitad -momento equilibrado, perfección inocente de ti mismo-. No hay redención de lo que fuiste, ni de lo que serás. No estás pasando. Este lugar es todo el tiempo. (Cita sin límites, 1962) ♦ LUIS CERNUDA (1902-1963) Razón de lágrimas La noche por ser triste carece de fronteras. Su sombra en rebelión como la espuma, rompe los muros débiles avergonzados de blancura; noche que no puede ser otra cosa sino noche. Acaso los amantes acuchillan estrellas, acaso la aventura apague una tristeza. Mas tú, noche, impulsada por deseos hasta la palidez del agua, aguardas siempre en pie quién sabe a cuáles [ruiseñores. Más allá se estremecen los abismos poblados de serpientes entre pluma, cabecera de enfermos no mirando otra cosa que la noche mientras cierran el aire entre los labios. La noche, la noche deslumbrante, que junto a las esquinas retuerce sus caderas, aguardando, quién sabe, como yo, como todos. (Un río, un amor [1929]) Si el hombre pudiera decir lo que ama, si el hombre pudiera levantar su amor por el cielo como una nube en la luz; si como muros que se derrumban, para saludar la verdad erguida en medio, pudiera derrumbar su cuerpo, dejando sólo la verdad de su amor, la verdad de sí mismo, que no se llama gloria, fortuna o ambición, sino amor o deseo, yo sería aquel que imaginaba; aquel que con su lengua, sus ojos y sus manos proclama ante los hombres la verdad ignorada, la verdad de su amor verdadero. Libertad no conozco sino la libertad de estar preso en [alguien cuyo nombre no puedo oír sin escalofrío; alguien por quien me olvido de esta existencia mezquina por quien el día y la noche son para mí lo que quiera, y mi cuerpo y espíritu flotan en su cuerpo y espíritu como leños perdidos que el mar anega o levanta libremente, con la libertad del amor, la única libertad que me exalta, la única libertad por que muero. Tú justificas mi existencia: si no te conozco, no he vivido; si muero sin conocerte, no muero, porque no he vivido. (Los placeres prohibidos [1931]) Donde habite el olvido, En los vastos jardines sin aurora; Donde yo sólo sea Memoria de una piedra sepultada entre ortigas Sobre la cual el viento escapa a sus insomnios. Donde mi nombre deje Al cuerpo que designa en brazos de los siglos, Donde el deseo no exista. En esa gran región donde el amor, ángel terrible, No esconda como acero En mi pecho su ala, Sonriendo lleno de gracia aérea mientras crece el [tormento. Allí donde termine este afán que exige un dueño a imagen suya, Sometiendo a otra vida su vida, Sin más horizonte que otros ojos frente a frente. Donde penas y dichas no sean más que nombres, Cielo y tierra nativos en torno de un recuerdo; Donde al fin quede libre sin saberlo yo mismo, Disuelto en niebla, ausencia, Ausencia leve como carne de niño. Allá, allá lejos; Donde habite el olvido. (Donde habite el olvido, 1934) I.E.S. Fidiana 14 Impresión de destierro Fue la pasada primavera, hace ahora casi un año, En un salón del viejo Temple, en Londres, Con viejos muebles. Las ventanas daban, Tras edificios viejos, a lo lejos, Entre la hierba el gris relámpago del río. Todo era gris y estaba fatigado Igual que el iris de una perla enferma. Eran señores viejos, viejas damas, En los sombreros plumas polvorientas; Un susurro de voces allá por los rincones, Junto a mesas con tulipanes amarillos, Retratos de familia y teteras vacías. La sombra que caía Con un olor a gato, Despertaba ruidos en cocinas. Un hombre silencioso estaba Cerca de mí. Veía La sombra de su largo perfil algunas veces Asomarse abstraído al borde de la taza, Con la misma fatiga Del muerto que volviera Desde la tumba a una fiesta mundana. En los labios de alguno, Allá por los rincones Donde los viejos juntos susurraban, Densa como una lágrima cayendo, Brotó de pronto una palabra: España. Un cansancio sin nombre Rodaba en mi cabeza. Encendieron las luces. Nos marchamos. Tras largas escaleras casi a oscuras Me hallé luego en la calle, Y mi lado, al volverme, Vi otra vez a aquel hombre silencioso, Que habló indistinto algo Con acento extranjero, Un acento de niño en voz envejecida. Andando me seguía Como si fuera solo bajo un peso invisible, Arrastrando la losa de su tumba; Mas luego se detuvo. «¿España?», dijo. «Un nombre. España ha muerto.» Había Una súbita esquina en la calleja. Le vi borrarse entre la sombra húmeda. (Las nubes, 1943) Tierra nativa Es la luz misma, la que abrió mis ojos toda ligera y tibia como un sueño, sosegada en colores delicados sobre las formas puras de las cosas. El encanto de aquella tierra llana, extendida como una mano abierta, adonde el limonero encima de la fuente suspendía su fruto entre el ramaje. La vida Como cuando el sol enciende algún rincón de la tierra, su pobreza la redime, con risas verdes lo llena, El muro viejo en cuya barda abría a la tarde su flor azul la enredadera, y al cual la golondrina en el verano tornaba siempre hacia su antiguo nido. así tu presencia viene sobre mi existencia oscura a exaltarla, para darle esplendor, gozo, hermosura. El susurro del agua alimentando, con su música insomne en el silencio, los sueños que la vida aún no corrompe, el futuro que espera como página blanca. Pero también tú te pones lo mismo que el sol, y crecen en torno mío las sombras de soledad, vejez, muerte. Todo vuelve otra vez vivo a la mente, irreparable ya con el andar del tiempo, y su recuerdo ahora me traspasa el pecho, tal puñal fino y seguro. Raíz del tronco verde, ¿quién la arranca? Aquel amor primero, ¿quién lo vence? Tu sueño y tu recuerdo, ¿quién lo olvida, tierra nativa, más mía cuanto más lejana? (Como quien espera el alba, 1947) (Con las horas contadas, 1957) I.E.S. Fidiana Epílogo Playa de la Roqueta: Sobre la piedra, contra la nube, Entre los aires estás, conmigo Que invisible respiro amor en torno tuyo. Mas no eres tú, sino tu imagen. Tu imagen de hace años, Hermosa como siempre, sobre el papel, hablándome, Aunque tan lejos yo, de ti tan lejos hoy En tiempo y en espacio. Pero en olvido no, porque al mirarla, Al contemplar tu imagen de aquel tiempo, Dentro de mí la hallo y lo revivo. Tu gracia y tu sonrisa, Compañeras en días a la distancia, vuelven Poderosas a mí, ahora que estoy, Como otras tantas veces Antes de conocerte, solo. Un plazo fijo tuvo Nuestro conocimiento y trato, como todo En la vida, y un día, uno cualquiera, Sin causa ni pretexto aparente, 15 Nos dejamos de ver. ¿Lo presentiste? Yo sí, que siempre estuve presintiéndolo. La tentación me ronda De pensar, ¿para qué todo aquello: El tormento de amar, antiguo como el mundo, Que unos pocos instantes rescatar consiguen? Trabajos del amor perdidos. No. No reniegues de aquello, Al amor no perjures. Todo estuvo pagado, sí, todo bien pagado, Pero valió la pena, La pena del trabajo De amor, que a pensar ibas hoy perdido. En la hora de la muerte (Si puede el hombre para ella Hacer presagios, cálculos), Tu imagen a mi lado Acaso me sonría como hoy me ha sonreído, Iluminando este existir oscuro y apartado Con el amor, única luz del mundo. (Desolación de la quimera, 1962) ♦ RAFAEL ALBERTI (1902-1999) Si mi voz muriera en tierra llevadla al nivel del mar y dejadla en la ribera. Llevadla al nivel del mar y nombradla capitana de un blanco bajel de guerra. ¡Oh mi voz condecorada con la insignia marinera: sobre el corazón un ancla y sobre el ancla una estrella y sobre la estrella el viento y sobre el viento la vela! (Marinero en tierra, 1924) El ángel bueno Vino el que yo quería el que yo llamaba. No aquel que barre cielos sin defensas. luceros sin cabañas, lunas sin patria, nieves. Nieves de esas caídas de una mano, un nombre, un sueño, una frente. No aquel que a sus cabellos ató la muerte. El que yo quería. Sin arañar los aires, sin herir hojas ni mover cristales. Aquel que a sus cabellos ató el silencio. Para sin lastimarme, cavar una ribera de luz dulce en mi pecho y hacerme el alma navegable. (Sobre los ángeles, 1929) Cita triste de Charlot Mi corbata, mis guantes, Mis guantes, mi corbata. La mariposa ignora la muerte de los sastres la derrota del mar por los escaparates. Mi edad, señores, 900.000 años. ¡Oh! Era yo un niño cuando los peces no nadaban, cuando las ocas no decían misa ni el caracol embestía al gato. Juguemos al ratón y al gato, señorita. Lo más triste, caballero, un reloj: las 11, las 12, la 1, las 2. A las tres en punto morirá un transeúnte. Tú, luna, no te asustes; tú, luna, de los taxis retrasados, luna de hollín de los bomberos. La ciudad está ardiendo por el cielo, un traje igual al mío se hastía por el campo. Mi edad, de pronto, 25 años. Es que nieva, que nieva, y mi cuerpo se vuelve choza de madera. Yo te invito al descanso, viento. Muy tarde es ya para cenar estrellas. Pero podemos bailar, árbol perdido Un vals para los lobos, para el sueño una gallina sin las uñas del zorro. Se me ha extraviado el bastón. Es muy triste pensarlo solo por el mundo. ¡Mi bastón! Mi sombrero, mis puños, mis guantes, mis zapatos. El hueso que más duele, amor mío, no es el reloj: las 11, las 12, la 1, las 2. Las 3 en punto. En la farmacia se evapora un cadáver desnudo. (Yo era un tonto y lo que he visto me ha hecho dos [tontos, 1929) I.E.S. Fidiana 16 Los niños de Extremadura van descalzos. ¿Quién les robó los zapatos? Les hiere el calor y el frío. ¿Quién les rompió los vestidos? La lluvia les moja el sueño y la cama. ¿ Quién les derribó la casa? No saben los nombres de las estrellas. ¿Quién les cerró las escuelas? Los niños de Extremadura son serios. ¿Quién fue el ladrón de sus juegos? (El poeta en la calle [1931-1935]) ¡Si yo hubiera podido, oh Cádiz, a tu vera, hoy, junto a ti, metido en tus raíces, hablarte como entonces, como cuando descalzo por tus verdes orillas iba a tu mar robándole caracoles y algas! Bien lo merecería, yo sé que tú lo sabes, por haberte llevado tantos años conmigo, por haberte cantado casi todos los días, llamando siempre Cádiz a todo lo dichoso, lo luminoso que me aconteciera. Siénteme cerca, escúchame igual que si mi nombre, si todo yo tangible, proyectado en la cal hirviente de tus muros, sobre tus farallones hundidos o en los huecos de tus antiguas tumbas o en las olas te hablara. Hoy tengo muchas cosas, muchas más que decirte. (Ora marítima, 1953) Lo que dejé por ti Dejé por ti mis bosques, mi perdida arboleda, mis perros desvelados, mis capitales años desterrados hasta casi el invierno de la vida. Dejé un temblor, dejé una sacudida, un resplandor de fuegos no apagados, dejé mi sombra en los desesperados ojos sangrantes de la despedida. Dejé palomas tristes junto a un río, caballos sobre el sol de las arenas, dejé de oler la mar, dejé de verte. Dejé por ti todo lo que era mío. Dame tú, Roma, a cambio de mis penas, tanto como dejé para tenerte. (Roma, peligro para caminantes, 1968) Retornos del amor en la noche triste Ven, amor mío, ven, en esta noche sola y triste de Italia. Son tus hombros fuertes y bellos los que necesito. Son tus preciosos brazos, la largura maciza de tus muslos y ese arranque de pierna, esa compacta línea que te rodea y te suspende, dichoso mar, abierta playa mía. ¿Cómo decirte, amor, en esta noche solitaria de Génova, escuchando el corazón azul del oleaje, que eres tú la que vienes por la espuma? Bésame, amor, en esta noche triste. Te diré las palabras que mis labios, de tanto amor, mi amor, no se atrevieron. Amor mío, amor mío, es tu cabeza de oro tendido junto a mí, su ardiente bosque largo de otoño quien me escucha. Óyeme, que te llamo. Vida mía, sí, vida mía, vida mía sola. ¿De quién más, de quién más si solamente puedo ser yo quien cante a tus oídos: vida, vida, mi vida, vida mía? ¿Qué soy sin ti, mi amor? Dime que fuera sin ese fuerte y dulce muro blando que me da luz cuando me da la sombra, sueño, cuando se escapa de mis ojos. Yo no puedo dormir. ¡Cuántas auroras, oscuras, braceando en las tinieblas, sin encontrarte, amor! ¡Cuántos amargos golpes de sal, sin ti, contra mi boca! ¿Dónde estás? ¿Dónde estás? Dime, amor mío. ¿Me escuchas? ¿No me sientes llegar como una lágrima llamándote, por encima del mar, en esta noche? (Retornos de lo vivo lejano, 1952) Canción para Federico Federico. Voy por la calle del Pinar Para verte en la Residencia. Llamo a la puerta de tu cuarto. Tú no estás. Federico. Tú te reías como nadie. Decías tú todas tus cosas Como ya nadie las dirá. Voy a verte a la Residencia. Tú no estás. Federico. Por estos montes del Aniene Tus olivos trepando van. Llamo a sus ramas con el aire. Tú sí estás. (Canciones del alto valle del Aniene, 1972) I.E.S. Fidiana 17 ♦ MANUEL ALTOLAGUIRRE (1905-1959) Nunca más Las ausencias los grandes huecos el enorme vacío dibujado por los recuerdos insistentes, todo está aquí como cenizas de un gran fuego. Y dudo de mi vida, temo ser un rescoldo, entre tantas miserias que ni siquiera existen. Mi soledad, en esta luz de espanto, es un nuevo fantasma sin materia; es un simple contorno sin un mínimo alambre o esqueleto. Todo es gris. Nada existe. Las míseras ruinas de una triste memoria que se pierde, están ante mi vida sin futuro. Dice una voz remota que borra el panorama con su niebla: Nunca más. Nunca más. Separación Mi soledad llevo dentro, torre de ciegas ventanas. Cuando mis brazos extiendo abro sus puertas de entrada y doy camino alfombrado al que quiera visitarla. Pintó el recuerdo los cuadros que decoran sus estancias. Allí mis pasadas dichas con mi pena de hoy contrastan. ¡Qué juntos los dos estábamos! ¿Quién el cuerpo? ¿Quién el alma? Nuestra separación última, ¡qué muerte fue tan amarga! Era mi dolor tan alto, que la puerta de la casa de donde salí llorando me llegaba a la cintura. ¡Qué pequeños resultaban los hombres que iban conmigo! Crecí como una alta llama de tela blanca y cabellos. Si derribaran mi frente los toros bravos saldrían, luto en desorden, dementes, contra los cuerpos humanos. Era mi dolor tan alto, que miraba al otro mundo por encima del ocaso. (Soledades juntas, 1931) Ahora dentro de mí llevo mi alta soledad delgada. (Ejemplo, 1927) (Las islas invitadas, 1926) Contigo Beso ¡Qué sola estabas por dentro! Cuando me asomé a tus labios un rojo túnel de sangre, oscuro y triste, se hundía hasta el final de tu alma. Cuando penetró mi beso, su calor y su luz daban temblores y sobresaltos a tu carne sorprendida. Desde entonces los caminos que conducen a tu alma no quieres que estén desiertos. ¡Cuántas flechas, peces, pájaros, cuántas caricias y besos! (Soledades juntas, 1931) Mis prisiones Sentirse solo en medio de la vida casi es reinar, pero sentirse solo en medio del olvido, en el oscuro campo de un corazón, es estar preso, sin que siquiera una avecilla trine para darme noticias de la aurora. Y el estar preso en varios corazones, sin alcanzar conciencia de cuál sea la verdadera cárcel de mi alma, ser el centro de opuestas voluntades, si no es morir, es envidiar la muerte. (Fin de un amor, 1949) No estás tan sola sin mí. Mi soledad te acompaña. Yo desterrado, tú ausente. ¿Quién de los dos tiene patria? Nos une el cielo y el mar. El pensamiento y las lágrimas. Islas y nubes de olvido a ti y a mí nos separan. ¿Mi luz aleja tu noche? ¿Tu noche apaga mis ansias? ¿Tu voz penetra en mi muerte? ¿Mi muerte se fue y te alcanza? En mis labios los recuerdos. En tus ojos la esperanza. No estoy tan solo sin ti. Tu soledad me acompaña. (Últimos poemas, 1960)