una familia cristiana nueva - Colegio San Agustín

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UNA FAMILIA CRISTIANA
NUEVA
Carta pastoral del Cardenal Amigo Vallejo,
Arzobispo de Sevilla
Sevilla, octubre 2005
Edita
Arzobispado de Sevilla
Maquetación
Future Design Sur S.L.
Fotocomposición e Impresión
Alfecat Impresores S.L.
Depósito legal: SE-4180-04
UNA FAMILIA CRISTIANA
NUEVA
Introducción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
7
I. UNA FAMILIA CRISTIANA NUEVA . . . . . .
12
1.
2.
3.
4.
5.
6.
Con derechos y obligaciones . . . . . . .
Actualidad y futuro . . . . . . . . . . . . . .
Criterios y actitudes . . . . . . . . . . . . . .
Razones para la esperanza . . . . . . . .
Lámpara que no se apaga . . . . . . . . .
Nuevos compromisos. . . . . . . . . . . . .
13
15
17
20
24
26
II. LOS VALORES CRISTIANOS
DE LA FAMILIA . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
28
1.
2.
3.
4.
5.
Escuela de humanidad. . . . . . . . . . . .
Valores sociales. . . . . . . . . . . . . . . . .
Comunidad educativa . . . . . . . . . . . .
El primer catequista. . . . . . . . . . . . . .
Valores espirituales y teológicos . . . .
30
32
34
37
41
III. MALESTARES Y SUFRIMIENTOS
DE LA FAMILIA . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
44
1.
2.
3.
4.
Riesgos y amenazas . . . . . . . . . . . . .
Cansancios y coartadas. . . . . . . . . . .
Muchos interrogantes . . . . . . . . . . . .
Caminos equivocados . . . . . . . . . . . .
5
46
49
51
53
IV. EL CUARTO MANDAMIENTO . . . . . . . . .
1.
2.
3.
4.
5.
6.
7.
8.
58
Padres e hijos . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Tensiones y conflictos . . . . . . . . . . . .
Bienestar e insatisfacción. . . . . . . . . .
Honrar a los padres . . . . . . . . . . . . .
Derechos y deberes . . . . . . . . . . . . . .
Educación y ejemplo . . . . . . . . . . . . .
¿Dónde están tus hermanos? . . . . . . .
La nobleza de la familia . . . . . . . . . .
59
61
63
65
68
73
78
80
V. Y EL SÉPTIMO SACRAMENTO . . . . . . . .
87
1.
2.
3.
4.
Una comunidad nueva. . . . . . . . . . . .
En el misterio de Dios . . . . . . . . . . . .
Como un don de Dios . . . . . . . . . . . .
Espiritualidad de una familia nueva. . .
87
90
92
95
VI. LA FAMILIA, UN AMOR SIN MEDIDA . . .
96
1. Los gozos y satisfacciones
de la familia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 97
2. Algunas sugerencias . . . . . . . . . . . . . 100
3. Agentes de la pastoral familiar. . . . . . 106
4. Con María, la Madre. . . . . . . . . . . . . 109
6
La familia requiere nuestra máxima atención pastoral, ha dicho Benedicto XVI. Es la
base fundamental de la sociedad. Arraigada
en el corazón de la humanidad y teniendo que
afrontar múltiples problemas. Pero la familia
siempre ofreciendo apoyo y remedio a situaciones que, de otro modo, serían desesperadas
(A la CEI, 30-5-05).
Juan Pablo II no se cansaba de hablar de la
nueva evangelización. También para la familia. Necesitamos una nueva familia cristiana,
precisamente porque esta querida institución
está viviendo unas circunstancia insólitas que
provocan desorientación en muchos padres, en
muchos matrimonios. Por ello, necesitamos reflexionar sobre la familia y ayudarle a descubrir
y a guardar los inagotables valores evangélicos
de la familia cristiana. Pero no debemos olvidar
que una nueva evangelización para una familia
nueva solamente puede hacerse contando con
la ayuda del Espíritu de Dios.
7
Algunos acontecimientos recientes han puesto a la familia en un primer plano de interés,
si bien hay que lamentar que esa atención no
haya servido precisamente de ayuda para hacer que resplandeciera con más fuerza el valor
que en sí misma tiene la familia cristiana. Todo
ello nos interpela y mueve para hacer una seria
reflexión sobre la misión de la familia cristiana
y el modo de vivir en ella.
Muchos y graves son los problemas que la
familia debe afrontar: trasformaciones sociales,
nuevas leyes, reformas educativas, situación de
la mujer en la sociedad, longevidad, falta de
madurez personal, paternidad responsable,
divorcio, aborto, hedonismo, tensión entre aspiraciones y medios disponibles, desprotección
externa, conflictos generacionales, enfriamiento y hasta desaparición de la fe, sentido de
la propia autonomía, pérdida de conciencia
del matrimonio como sacramento, dificultades y urgencia de la trasmisión de la fe, poca
presencia de la Iglesia en la realidad familiar,
ataques a la unidad, a la indisolubilidad del
matrimonio...
Hay que contar con el trabajo de la mujer
fuera de casa, con las familias monoparentales, con los matrimonios mixtos y dispares,
las situaciones irregulares, el retorno de uno
8
de los cónyuges a la casa de sus padres, divorciados que tienen que ser considerados también hijos de la Iglesia... Situaciones nuevas
que no deben olvidarse a la hora de pensar
en derechos y obligaciones, convivencia y dificultades.
Todo ello, ha sacudido fuertemente no pocos de nuestros principios morales y religiosos.
Para muchas personas han desaparecido las
fronteras entre el bien y el mal. Si la erosión
y la decadencia de los valores morales y religiosos ha sido grande, no cabe duda de que
mucho ha de ser el esfuerzo a realizar para
conseguir una verdadera restauración moral y
religiosa. Tanto la capacidad del hombre como
la indudable asistencia de Dios hacen siempre
posible la esperanza.
Tendríamos que preguntarnos sobre la responsabilidad de los pastores de la Iglesia, de
los sacerdotes, religiosos y religiosas, consagrados y de todo el Pueblo de Dios. ?En qué
hemos contribuido para que tantos cristianos
se alejen de la vida de la Iglesia? ?Qué cosas
tendremos que modificar para que el mensaje de Jesús sea creíble, y muchos puedan
abrazarlo de nuevo? A la familia cristiana, y
a los fieles laicos en general se les pide con el
Concilio Vaticano II, que asuman su responsa9
bilidad y sean copartícipes de la vida y misión
de la Iglesia.
La familia es una fuente inagotable de las
mejores lecciones y de unos valores imperecederos: amor, sacrificio, lealtad, reconciliación,
generosidad, fidelidad... No nos cansamos de
bendecir a Dios por el beneficio tan grande
que nos ha hecho con la institución de la familia, y por habernos dado, en la familia cristiana, una señal tan admirable y evidente de su
amor y de sus planes de salvación para todos
los hombres.
Deseo, con esta carta pastoral, hacer un indisimulado elogio a la familia cristiana, al mismo tiempo que se ofrecen algunas reflexiones
sobre los valores y las virtudes, las dificultades
y las esperanzas de la institución familiar, además de recoger algunos escritos ya publicados
y que he considerado de interés pastoral el actualizarlos. Quiero proponer, también, algunas
iniciativas concretas de pastoral familiar para
desarrollar en nuestra Diócesis.
En todo momento, tendremos en cuenta el
magisterio pontificio, así como las normas canónicas que regulan la familia y el matrimonio,
que es una “alianza por la que el varón y la
mujer constituyen entre sí un consorcio de toda
10
la vida, ordenado por su misma índole natural
al bien de los cónyuges y a la generación y
educación de la prole, fue elevada por Cristo
Nuestro Señor a la dignidad de sacramento entre bautizados” (Código de Derecho Canónico,
1055, 1).
Este es nuestro modelo de familia, el de la
familia cristiana que propone la Iglesia Católica
y que ofrecemos a la sociedad actual y a todo
el mundo.
Iniciamos un nuevo camino a favor de la
familia, de la familia cristiana, nuestro Plan
Pastoral Diocesano 2004-2008, nos va preparando cada año para mejorar nuestra vida
de fe, esperanza y caridad en Cristo luz de
los Pueblos. Cuando lleguemos al próximo
Encuentro Mundial de las Familias, que se celebrará en Valencia en el 2006, nuestra Iglesia
de Sevilla presentará frutos seculares a favor de
la familia como ofrenda a Dios nuestro Padre
y a nuestros hermanos los hombres y mujeres
en este tiempo de gracia y esperanza.
11
I.
UNA FAMILIA CRISTIANA NUEVA
Habrá que evitar dos extremos. Por una parte, que la familia se conforme con ser objeto
pasivo, esperando que sean otros quienes resuelvan sus propios e intransferibles asuntos y
problemas. En el otro extremo, que la familia
se encerrara y no quisiera más que ocuparse
de sí misma, sin tener en cuenta la ineludible
misión que le corresponde en la sociedad. Es
toda la comunidad la que debe interesarse por
la familia. Y la familia siempre abierta a la
sociedad.
Para todo ello, será necesario tener claras
las ideas y buenos los criterios sobre lo que
es y significa la familia. Hay que estudiar esa
asignatura que es la familia. Y unir esfuerzos.
Pues son muchas las instituciones y las personas interesadas en el tema de la familia. Aunar
las fuerzas, no sólo para ser más eficaces, sino
por necesidad de apoyo recíproco y de ejemplaridad. Trabajar por la familia, pero con estilo de familia: unidos en el mismo esfuerzo por
conseguir unos objetivos comunes.
Nos debemos a la familia y la familia nos
pertenece a todos. Es algo imprescindible para
la misma vida, para el buen funcionamiento
de la sociedad, para ser felices, en definitiva.
12
Célula vital del tejido social y primera escuela de las virtudes sociales, según palabras de
Juan Pablo II (Familiaris consortio [FC] 42).
1. Con derechos y obligaciones
Ahora, cuando se plantea desde diversos
ámbitos políticos y sociales la necesidad de una
reforma constitucional, referida sobre todo al
concepto y modelo de nación, recordar que
el bien mayor de una nación es su pueblo, y
que la familia está en su raíz. Quizás, sin minusvalorar las ilusiones y esperanzas de todos
los pueblos de nuestro Estado, las preocupaciones principales no deberían de estar tanto
en fomentar la especialidad y singularidad de
cada pueblo y comunidad, si no de reforzar los
lazos de convivencia y solidaridad entre todos,
apostando por instituciones como la familia,
además de aumentar el interés por cada uno
de sus miembros, especialmente durante su
infancia y juventud, ellos son nuestro futuro.
Ni se puede prescindir de la familia, ni privarla de los derechos que le corresponden, ni
tampoco que sean otros organismos quienes
asuman las funciones y competencias que son
exclusivas de la familia. La Iglesia, el Estado,
la sociedad, ayudan, amparan, protegen, faci13
litan los medios, pero es la familia quien debe
asumir el protagonismo de su propia vida y desarrollo. Solamente, y de una manera subsidiaria, otros organismos podrían asumir algunas
de esas competencias propias de la familia.
Se espera de la familia que sea escuela donde se aprendan las mejores y más duraderas
lecciones de amor recíproco, de entrega mutua, de comunicación y apoyo, de ayuda para
conocer a Dios, a la persona, a la realidad de
este mundo. Pero hay que ofrecer a la familia
aquellos medios con los cuales pueda cumplir
adecuadamente su finalidad como institución
social y cristiana: ambiente adecuado para el
desarrollo de las personas, estabilidad social
y económica, medios educativos, ofrecimiento
y apoyo pastoral, alimento para su fe.
Todos son quehaceres ineludibles, pues en
ellos es dónde se está jugando el futuro de la
familia. Nuestra esperanza está unida a la consolidación de unos valores firmes que garanticen la libertad y la fidelidad de la persona y de
la comunidad familiar. Unas verdaderas “razones” para la esperanza, pero que van a exigir
el saberse desprender de falsas y engañosas
seguridades, en las que se ofrece el bienestar a
cambio de un pretendido progreso en el que se
olvida la fidelidad del hombre a sí mismo, a los
14
demás, a Dios. La familia tendrá que afrontar
el compromiso de prepararse para saber las
dificultades que genera una situación nueva y,
al mismo tiempo, permanecer en una actitud
de sana rebeldía contra toda forma de resignación negativa.
Pero no se puede pensar que, esos derechos se van a reconocer sin más y que esa
obligaciones se van a cumplir sin esfuerzo. Se
necesita una educación, también de los padres,
para aprender a elegir los valores humanos
y cristianos y actuar como personas creyentes
responsables.
Responsabilidad muy grave es la de mantener la fidelidad a los compromisos contraídos.
Aunque existan “argumentos de razón” para
justificar una separación, la persona adulta y
creyente debe descubrir también la fuerza de la
razón moral que ofrece nuevas perspectivas de
comportamiento para mantenerse en el compromiso tanto a nivel humano como creyente.
2. Actualidad y futuro
Todo ello exigirá una formación permanente,
continua, progresiva y actualizada, sabiendo
mantener el ritmo en la marcha de la historia
15
y viviendo conscientemente la confianza en uno
mismo y en los demás. Dejando en la vida un
sitio privilegiado para Dios.
Puede ser un ejercicio de prudencia el anticiparse a los problemas, construir las soluciones
del mañana, asentar los valores por los que
hay que luchar. Es bueno el anticiparse al futuro, pero sabiendo poner bien las bases en la
situación actual, para que el salto no comience
en el vacío.
Cualquier ofrecimiento de soluciones tiene que pasar por el convencimiento de que
es posible un futuro mejor, con mayor bienestar y con mejor calidad de vida en todos los
sentidos. Pero habrá que planificar el mañana
desde unos postulados de honradez y de responsabilidad individual y colectiva, y contando
con no poca inversión de riesgo y de valentía.
No puede comenzarse el edificio del futuro
sin asentar bien el cimiento de los valores en
que apoyarnos y por los que se va a luchar.
Tampoco se puede desconocer la unión que
existe entre esos valores asumidos y el establecimiento de las necesarias estructuras que
piensen y gestionen aquellos proyectos que deben llevarse a cabo. Tener en cuenta una adecuada jerarquía de valores, así como el saber
16
considerarlos dentro de las distintas culturas,
será también imprescindible, para no confundir
y dar la misma prioridad a todos los proyectos.
No puede faltar, tampoco, el saber hacer una
síntesis entre valores humanos y trascendentes,
sin temor alguno a que los valores religiosos
quiten autonomía y libertad a los valores temporales. Los caminos y objetivos pueden ser
comunes, aunque las ideas de las que se parte
sean distintas.
No podemos consentir el triunfo y la apología de esa ignorancia, que pretende desconocer la deuda del pasado y huye de las
responsabilidades del futuro. Actitudes postmodernas evasionistas, que provocan el deterioro
del esfuerzo por conocer, estudiar, trabajar por
dar consistencia a los que hemos de entender
como progreso. El disfrute de lo inmediato llega a anular la capacidad de pensar en nuevos
y más amplios horizontes, huyendo de las incomodidades y problemas del presente, y deja
a la familia desamparada ante el futuro.
3. Criterios y actitudes
Unos criterios de inteligente prudencia, para
caminar con cierta lucidez hacia el futuro de la
familia, pueden ser los siguientes:
17
Criterio de objetividad. Un leal conocimiento de la realidad en la que vive la familia y
de las líneas de pensamiento que se mueven
en ámbitos diversos. Ello hará que no se repitan errores y que se aprenda en la experiencia
para impulsar aquello que tiene una eficaz garantía de validez. No se trata de ver, registrar,
archivar y olvidar, sino de asumir la situación
como algo que nos afecta individualmente y
como miembros de una comunidad, de una
familia.
Criterio de amor a la verdad. “Reconversión”
personal y colectiva, cambiando modos y actitudes e inclinándose hacia un serio compromiso
de responsabilidad, asumiendo una jerarquía
de valores en la que todo lo que afecta a la
persona y a su dignidad tenga siempre la primacía. El amor a la verdad es el gran apoyo
para la regeneración ética y la superación de
un pragmatismo racionalístico, donde la conveniencia de la ideología sustituye a la responsabilidad de la adhesión práctica a la verdad.
Criterio de honestidad intelectual. Con una
actitud permanente de diálogo para un amplio e indispensable debate interdisciplinar e
intercultural acerca de los valores en los que
se asienta la vida, en la familia, el trabajo, la
creencia, el futuro... Necesitamos de la teoría y
18
del concepto, del diálogo permanente, del trabajo del pensamiento. Tan lejos, desde luego,
de una ilustración decadente y sectaria como
de un pragmatismo efímero de resultados inmediatos. Equipaje imprescindible para poder
acudir y participar en este foro de opinión y
debate es el de la ética del pensamiento, la
honestidad intelectual, la coherencia entre las
ideas y la práctica en la conducta.
Criterio de libertad y de esperanza. Asumir
lealmente la jerarquía de valores en los que se
apoyan los derechos y la dignidad de la familia, la promoción de la justicia y el compromiso
de solidaridad. Habrá que llevar libertad allí
donde la familia necesita ser libre, tanto en sus
decisiones como en la posibilidad de acceder
a los bienes de este mundo. Libre en sus derechos de participación y en sus creencias. La
esperanza no se puede construir sino es trabajando por la justicia y el reconocimiento de la
dignidad de la persona.
Criterio de formación. Crear las condiciones
y levantar aquellas estructuras que favorezcan
el que la persona y la familia tengan su autonomía y su libertad, de tal manera que pueda
liberarse de los prejuicios del miedo y de la
ignorancia. Para ello es imprescindible un adecuado programa de formación integral, con19
tinuada y progresiva, pedagógicamente adecuada a la capacidad y situación de la familia
concreta. El mundo no comienza ahora y con
nosotros. Existen avaladas y eficaces experiencias. Habrá que aprovechar ese caudal de conocimiento práctico. Pero no puede faltar una
actitud de gran sensibilidad para percatarse
de las interpelaciones que llegan a la familia
desde nuevas y quizás inéditas situaciones.
La familia no puede estar sola. Corresponde
a toda la Iglesia ayudarle, facilitándole los medios que necesita para su formación y para
suplir las posibles deficiencias.
Es imprescindible la formación de agentes,
bien preparados, para llevar a cabo la pastoral familiar. Así mismo, el establecimiento de
programas especiales de catequesis para los
padres, de formación para el matrimonio y la
educación cristiana de los hijos.
4. Razones para la esperanza
En la casa del futuro no pueden entrar quienes desconfíen de la capacidad del hombre
para trabajar en pro de unos altos valores de
justicia, de magnanimidad, de solidaridad, de
trascendencia espiritual y religiosa.
20
El esfuerzo personal y colectivo, la solidaridad, el trabajo por el bien común, la consciente y seria formación humana y profesional, la
consolidación de la familia y de las instituciones
fundamentales para la convivencia y el desarrollo, la lealtad a unos valores bien asumidos,
el empeño por la justicia, la coherencia entre
la fe y la conducta, son buenos acompañantes
para que la esperanza tenga garantía de autenticidad.
La familia, tan honrada por Dios y tan necesaria para los hombres, sufre agresiones en su
raíz y valores fundamentales. Todas las personas pueden elegir libremente su estado de vida,
pero son muchas las dificultades con las que se
encuentran, tanto de orden social como económico. Para que las personas puedan ejercer
libremente y con dignidad este derecho habría
que revisar, entre todos, a fondo y con generosidad, los procesos para el acceso a la educación de los hijos, que facilite la transmisión de
la fe y un crecimiento moral en consonancia
con los principios religiosos de la familia. La
elección del centro educativo deseado no puede ser un obstáculo para la armonía social,
no debe, ni puede ser utilizado para sembrar
desunión y desconcierto. Todos conocemos las
dificultades que hay para conseguir un trabajo
y una vivienda dignos, para expresar libremen21
te los propios convencimientos religiosos, para
preservar la intimidad familiar, para participar
activamente en el futuro de los hijos...
Limitaciones, todas estas, que hacen difícil
a la familia disponer de la garantía suficiente
para la realización de unos derechos y para
alcanzar unos objetivos ineludibles. Ante una
situación difícil, San Pedro exhorta a los cristianos a dar siempre razón de la esperanza
que se les ha dado. Y de hacerlo con mansedumbre y respeto y en buena conciencia
(1 Pe 3, 15). La familia cristiana tiene que estar
siempre dispuesta a dar razón de su esperanza. A mostrarse en el mundo como verdadera
Iglesia doméstica, a ofrecer unos signos que
evidencien ante los hombres la fe en Jesucristo
y la vida según el Evangelio. La familia es una
verdadera comunidad creyente y evangelizadora, que se reúne en oración, que vive y practica
ante los hombres el mandamiento del amor
recibido de Jesucristo.
“El hijo sabio es la alegría de su padre, el
hijo necio entristece a su madre.” (Prov 10, 1).
Son palabras de la Escritura. Y esa sabiduría,
que causa alegría o que entristece a los padres,
no es otra que el conocimiento y la docilidad a
la voluntad de Dios. La familia es ese ámbito
donde resuena la voz de Dios. Donde se escu22
cha a Dios. Y se oye esa voz de Dios, no como
la de un ser extraño, sino como la de quien vive
dentro de la misma familia. Es la voz más conocida. La más apreciada. Es la voz del que se
ama y al que se desea escuchar. Dios es la garantía de esperanza para la familia cristiana.
Los padres son quienes mejor pueden hacer
resonar esa voz de Dios ante sus hijos. Pero,
solamente si ellos mismos, desde la fuerza sacramental de su matrimonio, están atentos y
escuchando a Dios, podrán ser palabra que favorezca el acatamiento de esa sabiduría divina.
El mayor honor de los padres son sus propios
hijos. La fe es honor y reconocimiento a Dios. Es
en la fe donde se honra a Dios. Una fe activa.
Que oye y responde. Que escucha y ama.
El valor de la esperanza radica en la seguridad del amor de quien nos ama. No hay
amor más limpio ni más profundo que el que
se vive en la familia. Por eso, también, la familia es el lugar más adecuado para vivir en
la esperanza. Cuando tantas promesas se olvidan, cuando tantas fidelidades se rompen,
cuando tantos amores se pierden, la auténtica
familia cristiana está brillando en medio de la
sociedad como lámpara bien encendida que
alumbra las oscuridades que ha provocado el
pecado de los hombres.
23
El testimonio de la familia cristiana hace esperar en el valor del sacrificio. Viendo la abnegación de los padres por la educación, por
el cuidado de sus hijos, la ayuda mutua y desinteresada, se abre la confianza a la bondad
del corazón y aleja el egoísmo. El amor recíproco de los esposos es una fuerza incontenible
de apoyo mutuo entre los hombres. Cuando
la familia mira a Dios, hace que los ojos de
los hombres se vuelvan hacia Aquel de quien
proviene la fuerza, de quien puede llegar la
esperanza.
5. Lámpara que no se apaga
Cuando todas las luces se han apagado,
es la lámpara de la familia la que sigue
alumbrando. La llama no se extingue, porque
su aceite y su fuerza es el más noble amor
que Dios ha puesto en el corazón de los hombres.
Comunidad de vida y de amor. Así es la familia. Pero la vida y el amor se unen formando
una sola cosa. El que no ama está muerto.
En esto conocemos que hemos pasado de la
muerte a la vida, en que amamos a nuestros
hermanos (1Jn 3, 14). Y no hay amor más
grande que dar la vida por los demás.
24
Lugar y espacio para un amor sin medida
es la familia cristiana. A la fuerza natural del
amor humano, se une el vínculo insondable
de la misma fe. El amor de Jesucristo refuerza
y da un nuevo sentido a lo que está unido ya
en el mismo amor humano. El matrimonio ya
no es un simple pacto y contrato, sino un signo
y sacramento de gracia. Los hijos son vida de
la propia vida y vida de Dios que está en ellos
por la gracia del Espíritu que se les ha dado.
La familia, no es mera entidad y sujeto de obligaciones y derechos, sino Iglesia y comunidad,
ámbito para recibir y vivir la fe, espacio para
la esperanza, comunidad para el amor más
fuerte y más santo.
El que acepta mis mandamientos, dice el
Señor, ese me ama y yo también lo amaré y me
revelaré a él (Jn 14, 21). Estos son los mandamientos del Señor: seréis dos en una sola carne;
ama y respeta a tu padre y a tu madre, lo que
Dios ha unido que no lo separe el hombre, amarás a Dios y a tu prójimo con todo el alma...
Nada más cerca, ni más próximo que la familia. Es lo que más vemos y lo que más amamos. Lo que más nos recuerda a Dios, que es
Padre, Hijo y Espíritu. Y María, la Virgen bendita, es Madre de Dios. Y la Iglesia es madre. Y
cuando queremos dar los títulos más queridos
25
a quienes más queremos, siempre se van repitiendo las mismas palabras: Padre nuestro,
Madre de Dios...
6. Nuevos compromisos
Los muchos problemas y dificultades que
vive la familia, muy lejos de desalentarnos, nos
obligan todavía más a seguir y a emprender
nuevos compromisos en favor de la familia.
Importantes son las cuestiones que afectan al
matrimonio y a la familia. Urgentes los compromisos e insistente la demanda que reclama una repuesta desde la fe. En modo alguno
pretendemos evadirnos de la seria preocupación por un tema tan importante. Ni queremos
soslayar los problemas que afectan a la vida
moral, religiosa y simplemente humana de tantas personas. Sin embargo, tampoco se puede
olvidar la obligación de ofrecer aquello que se
tiene. Que no es ni oro ni plata, sino el amor de
nuestro Señor Jesucristo. Somos depositarios
de bienes y talentos muy valiosos y no podemos permanecer inactivos y agobiados ante el
alud de dificultades, problemas y ambigüedades que afectan al matrimonio y a la familia.
No tenemos soluciones técnicas, y tampoco
son de nuestro cometido, pero sí está rebo26
sante la tinaja con la gracia del sacramento
que se ha recibido. Ni actitudes simplemente
voluntaristas, ni declaraciones de derrota e incompetencia. Ofrecemos lo que tenemos en la
fe de la Iglesia, y las enormes posibilidades en
favor del matrimonio y de la familia que ofrece
una vida auténticamente cristiana.
En el matrimonio y en la familia cristiana
tiene que haber una conciencia muy viva de
la acción del Espíritu Santo y de la gracia del
sacramento recibido. Dios tiene que ser el
acompañante permanente del matrimonio,
de la familia. Se necesita una espiritualidad
propia y verdaderamente familiar basada
en una firme alianza entre la fe y el amor
humano.
Si la familia es escuela de oración, la fe se
transmitirá a los hijos, y la espiritualidad familiar empapará la vida de la casa, dando, a
cada uno de los que en ella viven, una motivación nueva, constante y transcendente que
colme de sentido todas y cada una de las ideas
y tareas relacionadas con la familia.
El matrimonio tiene la llave de la vida, no
sólo en cuanto puede generar una vida nueva, si no convirtiéndose en un verdadero paradigma de la proclamación del derecho de
27
la persona a vivir y de hacerlo en las mejores
condiciones de dignidad.
El matrimonio y la familia son un espacio
privilegiado para el desarrollo personal armónico, para la comunicación y las relaciones
humanas, para sentir el apoyo recíproco. En
definitiva, para que las personas sean individual y socialmente felices.
Nada de todo esto, quiero repetir, supone el
olvidar ni las nuevas y difíciles situaciones por
las que atraviesa la familia, ni los graves problemas morales del matrimonio, pero lo que
no podemos, en forma alguna, es claudicar del
convencimiento de que siempre es posible que
el agua de las dificultades se convierta en el
vino de la esperanza, y de que la familia pueda
ser una auténtica realidad humana feliz y una
“pequeña Iglesia”, comunidad de fe, de vida y
de amor.
II.
LOS VALORES CRISTIANOS
DE LA FAMILIA
Benedicto XVI ha hecho un análisis de nuestro tiempo y poniéndonos en guardia ante posibles temores que hagan olvidar que el Señor
no es indiferente a las vicisitudes humanas, sino
28
que penetra en ellas realizando sus proyectos.
Por eso, no se tiene miedo al mal que abunda
en la historia. El Señor permanece fiel aunque
la situación pueda ser de infidelidad. Y no nos
abandona en las situaciones difíciles. Podemos
vivir alienados, “en las aguas saladas del sufrimiento y de la muerte; en un mar de oscuridad,
sin luz. La red del Evangelio nos rescata de las
aguas de la muerte y nos lleva al resplandor
de la luz de Dios (...) No es indiferente para él
que muchas personas vaguen por el desierto. Y
hay muchas formas de desierto: el desierto de
la pobreza, el desierto del hambre y de la sed;
el desierto del abandono, de la soledad, del
amor quebrantado. Existe también el desierto
de la oscuridad de Dios, del vacío de las almas
que ya no tienen conciencia de la dignidad y
del rumbo del hombre. Los desiertos exteriores se multiplican en el mundo, porque se han
extendido los desiertos interiores. Por eso, los
tesoros de la tierra ya no están al servicio del
cultivo del jardín de Dios, en el que todos puedan vivir, sino subyugados al poder de la explotación y la destrucción” (Homilía 24-4-05).
La familia puede ser el eficaz antídoto para
superar el vacío existencial del relativismo
imperante. Juan Pablo II entonces, y ahora
Benedicto XVI, han subrayado frecuentemente
los valores cristianos de la familia. Estos valo29
res –humanos, sociales, educativos, catequéticos, evangelizadores, eclesiales, espirituales,
teológicos– tienen siempre un incuestionable
contenido cristiano. Siguiendo la exhortación
Familiaris consortio, de Juan Pablo II, y el magisterio de Benedicto XVI, recordamos algunos
de los valores cristianos de la familia.
1. Escuela de humanidad
Ante la ausencia de valores humanos y cristianos, la familia ayuda a comprender el sentido último de la vida y de sus valores fundamentales. Tiene capacidad y responsabilidad para
el amor y para una donación total, así como
para desarrollar una auténtica comunidad de
personas. Es la mejor y más completa escuela
de humanidad (Cf. FC 8, 11, 17-18, 21).
Ante la desgana posmoderna, la comunión
familiar puede ser conservada y perfeccionada
sólo con un gran espíritu de sacrificio, con una
pronta y generosa disponibilidad de todos y
cada uno a la comprensión, a la tolerancia, al
perdón, a la reconciliación (FC 21).
Ante el desprecio y minusvaloración de la
persona, el reconocimiento y defensa de la dignidad y vocación de cada una de las personas,
30
las cuales logran su plenitud mediante el don
sincero de sí mismas. Verdadera promoción de
la mujer, que exige también que sea claramente reconocido el valor de su función materna
y familiar respecto a los demás funciones públicas y a las otras profesiones. Convicción de
que el puesto y la función del padre y de la
madre son de una importancia única e insustituible. Valorar los cometidos de los ancianos
en la comunidad civil y eclesial, y en particular
en la familia. (Cf. FC 21-23, 25-27).
Ante las limitaciones a la apertura a la vida,
la fecundidad como fruto y signo del amor conyugal, el testimonio vivo de la entrega plena y
recíproca de los esposos (FC 28).
Ante el egoísmo individualista, las relaciones
entre los miembros de la comunidad familiar
están inspiradas y guiadas por la ley de la “gratuidad” que, respetando y favoreciendo en todos
y cada uno la dignidad personal, como único título de valor, se hace acogida cordial, encuentro
y diálogo, disponibilidad desinteresada, servicio
generoso y solidaridad profunda (FC 43).
Benedicto XVI ha dicho que “El matrimonio
y la familia no son, en realidad, una construcción sociológica casual, fruto de situaciones
históricas y económicas particulares. Al con31
trario, la cuestión de la correcta relación entre
el hombre y la mujer hunde sus raíces en la
esencia más profunda del ser humano y sólo a
partir de ella puede encontrar su respuesta. (...)
Por consiguiente, la libertad del “sí” es libertad
capaz de asumir algo definitivo. Así, la mayor
expresión de la libertad no es la búsqueda del
placer, sin llegar nunca a una verdadera decisión. Aparentemente esta apertura permanente
parece ser la realización de la libertad, pero no
es verdad: la auténtica expresión de la libertad
es la capacidad de optar por un don definitivo, en el que la libertad, dándose, se vuelve a
encontrar plenamente a sí misma” (Congreso
sobre familia 6-6-05).
2. Valores sociales
Sentido de la verdadera justicia, que lleva
no solo al respeto de la dignidad personal de
cada uno, sino también y más aún del verdadero amor, como solicitud sincera y servicio
desinteresado hacia los demás, especialmente
a los más pobres y necesitados. El don de sí,
que inspira el amor mutuo de los esposos, se
pone como modelo y norma del don de sí que
debe haber en las relaciones entre hermanos
y hermanas, y entre las diversas generaciones
que conviven en la familia (FC 37).
32
La misma experiencia de comunión y participación, que debe caracterizar la vida diaria de
la familia, representa su primera y fundamental
aportación a la sociedad. La familia y la sociedad tienen una función complementaria en la
defensa y en la promoción del bien de todos los
hombres y de cada hombre (FC 42-43, 45).
La familia cristiana está llamada a ofrecer
a todos el testimonio de una entrega generosa
y desinteresada a los problemas sociales, mediante la “opción evangélica y preferencial” por
los pobres y los marginados. La familia cristiana es una comunidad al servicio del hombre y
de la sociedad (FC 47, 63).
Las familias cristianas, dice Benedicto XVI,
constituyen un recurso decisivo para ser levadura, en sentido cristiano, en la cultura generalizada y en las estructuras sociales. El “sí”
personal y recíproco del hombre y de la mujer abre el espacio para el futuro, para la auténtica humanidad de cada uno y, al mismo
tiempo, está destinado al don de una nueva
vida. Por eso, este “sí” personal no puede por
menos de ser un “sí” también públicamente
responsable, con el que los esposos asumen
la responsabilidad pública de la fidelidad, que
garantiza asimismo el futuro de la comunidad”
(Congreso sobre familia 6-6-05).
33
3. Comunidad educativa
Para ayudar a conocerse cada uno. En cuanto comunidad educativa, la familia es un eficaz
instrumento para aprender a discernir la propia
vocación y a poner todo el empeño necesario
en orden a una mayor justicia. La educación en
el amor enraizado en la fe puede conducir a
adquirir la capacidad de interpretar los “signos
de los tiempos” (FC 2, 4).
Para una reciprocidad educativa. Es el valor
del intercambio educativo entre padres e hijos,
en el que cada uno da y recibe. Si los padres
ejercen su autoridad irrenunciable como un
verdadero y propio “ministerio”, realizan un
servicio ordenado al bien humano y cristiano
de los hijos, y les ayudan a adquirir una libertad verdaderamente responsable (FC 21).
Para asumir con gozo un ministerio intransferible. El derecho-deber educativo de los padres
se califica como esencial, relacionado como
está con la transmisión de la vida humana;
como original y primario, respecto al deber
educativo de los demás, por la unicidad de la
relación de amor que subsiste entre padres e
hijos; como insustituible e inalienable y que,
por consiguiente, no puede ser totalmente delegado o usurpado por otros (FC 36).
34
Para la comunión y la participación vivida
cotidianamente en la casa, en los momentos
de alegría y de dificultad, representa la pedagogía más concreta y eficaz para la inserción activa, responsable y fecunda de los hijos
en el horizonte más amplio de la sociedad
(FC 37).
Para cuidar de la educación sexual, derecho
y deber fundamental de los padres, que debe
realizarse siempre bajo su dirección solícita,
tanto en casa como en los centros educativos
elegidos y controlados por ellos. Ofreciendo a
los hijos un modelo de vida fundado sobre los
valores de la verdad, libertad, justicia y amor
(FC 48).
Habrá que comenzar muy pronto y desde las
raíces en la educación y en la catequesis. Que
se conozca el significado de la vida humana y
se aprenda a valorarla, a defenderla, a saber
las razones antropológicas que fundamentan
y sostienen el respeto a cada persona. Ayudar
a comprender y a vivir la sexualidad y el amor
en su verdadero significado. Formar en la castidad como virtud que favorece la maduración
humana. Enseñar a dialogar con los hombres
de buena voluntad, y con los creyentes de otras
religiones, a considerar la defensa de la vida
como tarea común.
35
Para cuidar de la primacía de los valores morales, que son los valores de la persona humana en cuanto tal. La educación de la conciencia
moral que hace a todo hombre capaz de juzgar
y de discernir los modos adecuados para realizarse según su verdad original (FC 4, 8).
“En la actualidad –son palabras de Benedicto
XVI–, un obstáculo particularmente insidioso
para la obra educativa es la masiva presencia, en nuestra sociedad y cultura, del relativismo que, al no reconocer nada como definitivo, deja como última medida sólo el propio
yo con sus caprichos; y, bajo la apariencia de
la libertad, se transforma para cada uno en
una prisión, porque separa al uno del otro,
dejando a cada uno encerrado dentro de su
propio “yo”. Por consiguiente, dentro de ese
horizonte relativista no es posible una auténtica
educación, pues sin la luz de la verdad, antes
o después, toda persona queda condenada a
dudar de la bondad de su misma vida y de las
relaciones que la constituyen, de la validez de
su esfuerzo por construir con los demás algo en
común” (Congreso sobre la familia 6-6-05).
36
4. El primer catequista
Anunciar el evangelio de la familia. La familia es la primera comunidad llamada a anunciar el Evangelio a la persona en desarrollo
y a conducirla a la plena madurez humana y
cristiana, mediante una progresiva educación y
catequesis. Dar testimonio del inestimable valor
de la indisolubilidad y fidelidad matrimonial es
uno de los deberes más preciosos y urgentes
de las parejas cristianas de nuestro tiempo. En
virtud del ministerio de la educación los padres, mediante el testimonio de su vida, son
los primeros mensajeros del Evangelio ante los
hijos (FC 2, 20, 39).
En la misión de la Iglesia. La familia cristiana
está llamada a tomar parte viva y responsable
en la misión de la Iglesia de manera propia
y original, es decir, poniendo al servicio de la
Iglesia y de la sociedad su propio ser y obrar,
en cuanto comunidad íntima de vida y de amor.
En la medida en que la familia cristiana acoge
el Evangelio y madura en la fe, se hace comunidad evangelizadora. Animada por el espíritu
misionero en su propio interior, la Iglesia doméstica está llamada a ser un signo luminoso
de la presencia de Cristo y de su amor incluso
para los “alejados” (FC 50, 52, 54). Los padres
no sólo comunican a los hijos el Evangelio, sino
37
que pueden a su vez recibir de ellos este mismo
Evangelio profundamente vivido... Una familia
así se hace evangelizadora de otras muchas familias y del ambiente en que ella vive (FC 52).
Testimonio de alegría y de esperanza. La
familia cristiana tiene una especial vocación
a ser testigo de la alianza pascual de Cristo,
mediante la constante irradiación de la alegría
del amor y de la certeza de la esperanza, de la
que debe dar razón: La familia cristiana proclama en voz alta tanto las presentes virtudes
del reino de Dios como la esperanza de la vida
bienaventurada (FC 52).
Ministerio de evangelización y de catequesis.
El ministerio de evangelización de los padres
cristianos es original e insustituible y asume las
características típicas de la vida familiar, hecha,
como debería estar, de amor, sencillez y testimonio cotidiano. El ministerio de evangelización y de catequesis de la Iglesia doméstica ha
de estar en íntima comunión y ha de armonizarse responsablemente con los otros servicios
de evangelización y de catequesis presentes y
operantes en la comunidad eclesial, tanto diocesana como parroquial (FC 5, 53).
Escuela de oración. Elemento fundamental e
insustituible de la educación a la oración es el
38
ejemplo concreto, el testimonio vivo de los padres; sólo orando junto con sus hijos, el padre
y la madre calan profundamente en el corazón
de sus hijos, dejando huellas que los posteriores
acontecimientos de la vida no lograrán borrar,
Y la participación de todos los miembros de la
familia en la Eucaristía (FC 60, 61).
Ayuda para el encuentro con Dios. La celebración de los sacramentos adquiere un significado particular para la vida familiar, especialmente en la penitencia y en la Eucaristía.
En la fe descubren cómo el pecado contradice
no sólo la alianza con Dios, sino también la
alianza de los cónyuges y la comunión de la
familia. Los esposos y todos los miembros de
la familia son alentados el encuentro con Dios
“rico en misericordia”, el cual, infundiendo su
amor más fuerte que el pecado, reconstruye y
perfecciona la alianza conyugal y la comunión
familiar (FC 58).
Comunión eucarística. La Eucaristía es manantial de caridad. Y en el don eucarístico de
la caridad, la familia cristiana halla el fundamento y el alma de su “comunión” y de su
“misión”, ya que el Pan eucarístico hace de los
diversos miembros de la comunidad familiar
un único cuerpo, revelación y participación de
la más amplia unidad de la Iglesia; además,
39
la participación en el Cuerpo “entregado” y
en la Sangre “derramada” de Cristo se hace
fuente inagotable del dinamismo misionero y
apostólico de la familia cristiana (FC 58).
Iglesia doméstica. Se llama a la familia
“Iglesia en miniatura”, de modo que sea, a su
manera, una imagen viva y una representación
histórica del misterio mismo de la Iglesia. La
Iglesia es madre que engendra, educa, edifica
la familia cristiana, poniendo en práctica para
con la misma la misión de salvación que ha
recibido de su Señor. Es signo y lugar de la
alianza de amor entre Dios y los hombres, entre
Jesucristo y la Iglesia esposa suya (FC 49, 51).
La familia cristiana, escribe Benedicto XVI,
“tiene, hoy más que nunca, una misión nobilísima e ineludible, como es transmitir la fe, que
implica la entrega a Jesucristo, muerto y resucitado, y la inserción en la comunidad eclesial.
Los padres son los primeros evangelizadores
de los hijos, don precioso del Creador, comenzando por la enseñanza de las primeras oraciones. Así se va construyendo un universo moral
enraizado en la voluntad de Dios, en el cual el
hijo crece en los valores humanos y cristianos
que dan pleno sentido a la vida (Carta sobre el
Encuentro Mundial de las Familias, 17-5-05).
40
5. Valores espirituales y teológicos
La caridad conyugal y el amor que anima
las relaciones interpersonales de los diversos
miembros de la familia, constituye la fuerza
interior que plasma y vivifica la comunión y la
comunidad familiar. La fecundidad del amor
conyugal no se reduce sin embargo a la sola
procreación de los hijos, se amplia y se enriquece con todos los frutos de vida moral, espiritual y sobrenatural que el padre y la madre
están llamados a dar a los hijos y, por medio
de ellos, a la Iglesia y al mundo (FC 13, 28).
En esa caridad conyugal y en una fecundidad
matrimonial particular, también hay que considerar a la familia sin hijos. “No se debe olvidar
que incluso cuando la procreación no es posible,
no por esto pierde su valor la vida conyugal. La
esterilidad física, en efecto, puede dar ocasión a
los esposos para otros servicios importantes a la
vida de la persona humana, como por ejemplo
la adopción, las diversas formas de obras educativas, la ayuda a otras familias, a los niños
pobres o minusválidos” (FC 14).
“De esta conexión fundamental entre Dios
y el hombre –dice Benedicto XVI– deriva la conexión indisoluble entre espíritu y cuerpo; en
efecto, el hombre es alma que se expresa en el
41
cuerpo vivificado por un espíritu inmortal. Así
pues, también el cuerpo del hombre y de la
mujer tiene, por decirlo así, un carácter teológico; no es simplemente cuerpo, y lo que es biológico en el hombre no es solamente biológico,
sino también expresión y realización de nuestra
humanidad. Del mismo modo, la sexualidad
humana no es algo añadido a nuestro ser persona, sino que pertenece a él. Sólo cuando
la sexualidad se ha integrado en la persona,
logra dar un sentido a sí misma. Así, de esas
dos conexiones –del hombre con Dios y, en el
hombre, del cuerpo con el espíritu– brota una
tercera: la conexión entre persona e institución.
En efecto, la totalidad del hombre incluye la
dimensión del tiempo, y el “sí” del hombre implica trascender el momento presente: en su totalidad, el “sí” significa “siempre”, constituye el
espacio de la fidelidad. Sólo dentro de él puede crecer la fe que da un futuro y permite que
los hijos, fruto del amor, crean en el hombre
y en su futuro en tiempos difíciles” (Congreso
sobre familia 6-6-05).
Llamados a la santidad. Todos los esposos,
según el plan de Dios, están llamados a la
santidad en el matrimonio, y esta excelsa vocación se realiza en la medida en que la persona humana se encuentra en condiciones de
responder al mandamiento divino con ánimo
42
sereno, confiando en la gracia divina y en la
propia voluntad. Es una llamada a santificarse
y a santificar a la comunidad eclesial y al mundo (FC 55, 56).
La gracia del sacramento. El don de Jesucristo
no se agota en la celebración del sacramento
del matrimonio, sino que acompaña a los cónyuges a lo largo de toda su existencia. Y es exigencia de una auténtica y profunda espiritualidad conyugal y familiar, que ha de inspirarse
en los motivos de la creación, de la alianza, de
la cruz, de la resurrección (FC 56).
“El valor de sacramento que el matrimonio
asume en Cristo significa, por tanto, que el don
de la creación fue elevado a gracia de redención. La gracia de Cristo no se añade desde
fuera a la naturaleza del hombre, no le hace
violencia, sino que la libera y la restaura, precisamente al elevarla más allá de sus propios
límites. Y del mismo modo que la encarnación
del Hijo de Dios revela su verdadero significado en la cruz, así el amor humano auténtico
es donación de sí y no puede existir si quiere
liberarse de la cruz” (Benedicto XVI, Congreso
sobre la familia 6-6-05).
Una nueva alianza. Matrimonio y familia,
están internamente ordenados a realizarse en
43
Cristo y tienen necesidad de su gracia para ser
curados de las heridas del pecado. El matrimonio de los bautizados se convierte así en el
símbolo real de la nueva y eterna Alianza. En
virtud de la sacramentalidad de su matrimonio,
los esposos quedan vinculados uno a otro de la
manera más profundamente indisoluble. Son
el uno para el otro y para los hijos, testigos de
la salvación, de la que el sacramento les hace
partícipes. El amor paterno está llamado a ser
para los hijos el signo visible del mismo amor
de Dios (FC 13, 14).
Un amor absolutamente fiel. La indisolubilidad del matrimonio como fruto, signo y exigencia del amor absolutamente fiel que Dios
tiene al hombre y que el Señor Jesús vive hacia
su Iglesia (FC 20).
III.
MALESTARES Y SUFRIMIENTOS
DE LA FAMILIA
Todo el capítulo anterior, tan positivo y entusiasmante, parece que se fuera desvaneciendo. Que aquel idílico paraíso de felicidad no
encontrara su sitio en la realidad de cada día,
en la que parecen vivirse unos más que contrasentidos: la familia es unidad, pero se vive
la disgregación, la ruptura; es amor, pero el
44
egoísmo la destruye. Se busca la felicidad, pero
los malos tratos, las desavenencias, la violencia doméstica... ¡Cuántos huérfanos de padres
vivos! No hace falta que se mueran los hijos
para perderlos. Se los quitó a los padres la
pobreza, la droga... ¿Es esta la familia de la
que estamos hablando?
No son pocas las sombras y las amenazas
que se ciernen sobre el matrimonio y la familia.
Desde programas conscientemente orientados
a la disgregación de la familia, hasta la indigencia material y moral que hace casi inviable
la posibilidad de que una familia pueda alcanzar, en una mínima parte, los objetivos imprescindibles requeridos para poder ser esa deseada y feliz comunidad de vida y de amor.
Puede ser que también haya llegado a la
familia esa actitud paralizante del vacío existencial de Dios. Vivir como si Dios no existiera,
sin sentido y orientación en la vida, en medio
de una cultura caracterizada por las formas y
la carencia de compromiso religioso y social.
Nos lo ha recordado Benedicto XVI: “Es muy
importante el testimonio y el compromiso público de las familias cristianas, especialmente
para reafirmar la intangibilidad de la vida humana desde la concepción hasta su término
45
natural, el valor único e insustituible de la familia fundada en el matrimonio, y la necesidad
de medidas legislativas y administrativas que
sostengan a las familias en la tarea de engendrar y educar a los hijos” (Familia y comunidad
cristiana 6-6-05).
1. Riesgos y amenazas
Entre esas amenazas y riesgos para el matrimonio y para la familia se pueden señalar:
Seducción del mal, bajo la apariencia de
camino para el éxito y el bienestar social.
Presentando el matrimonio, la fidelidad, la familia misma, como algo obsoleto, y ofreciendo
la situación irregular como modelo de progreso, de modernidad, de liberación. La conciencia moral se distorsiona con valoraciones equívocas y ofrecimientos de una utópica libertad.
Marginación de la familia en la política social, educativa, cultural. Se la relega a un papel
secundario, negándole su propia soberanía y
suplantando su incuestionable protagonismo.
Contracivilización del amor, con acciones
destructoras de los valores más consistentes de
la donación de si mismo: la generosidad de la
46
entrega recíproca, el sacrificio desinteresado por
el bien de los demás, el heroísmo que lleva hasta dar la vida por el bien del otro, el amor sin
límite... En contraposición aparece el egoísmo,
la falta de respeto a la persona, la violencia, la
falta de moral, la negación del derecho a vivir.
Tiranía de las cosas, como supremacía sobre
la civilización de las personas. Haciendo del
poder disfrutar la finalidad y el objetivo máximo que alcanzar. Lo que es gratificante y causa
placer se convierte en criterio de selección y valoración incluso ética. Todo lo que sea sacrificio
y superación personal, es obstáculo y barrera a
evitar. Es el hedonismo llevado a la familia hasta las más utilitaristas consecuencias, como es
la del antinatalismo. Se ha perdido la libertad
del amor y ha hecho su aparición el consumismo erotista.
Permisivismo social, que iguala todas las
uniones interpersonales, quitando el valor al
matrimonio y a la familia y dejando a la sociedad sin fundamentos sólidos para la educación, para la convivencia, para el ejercicio de
derechos y deberes.
Conculcación del derecho a la vida, alegando unas razones de conveniencia social (eugenésicas, desarrollo...) o simplemente anulando
47
lo que se cree una agresión al bienestar personal o familiar. El derecho a vivir queda en manos del más poderoso o del más inconsciente,
supeditándolo a los programas de calidad de
vida que se quieran realizar, prescindiendo de
los derechos de los más débiles. La “civilización de la muerte” no deja lugar al derecho
inalienable de vivir que tiene el hombre.
Amenazas, riesgos y atentados que dejan
al matrimonio y a la familia desprotegidos socialmente. Sin embargo, cada día se reafirma
con mayor fuerza la importancia de la familia
para la verdadera estabilidad personal y social
y para la felicidad de la persona. La familia
continúa siendo el fuerte baluarte de los mejores valores humanos y cristianos.
La familia –afirma Benedicto XVI– está expuesta a muchos peligros y amenazas, que
todos conocemos. En efecto, a la fragilidad e
inestabilidad interna de muchas uniones conyugales se suma la tendencia, generalizada
en la sociedad y en la cultura, a rechazar el
carácter único y la misión propia de la familia
fundada en el matrimonio (A la CEI 30-5-05).
“Las diversas formas actuales de disolución
del matrimonio, como las uniones libres y el
“matrimonio a prueba”, hasta el pseudo-ma48
trimonio entre personas del mismo sexo, son
expresiones de una libertad anárquica, que se
quiere presentar erróneamente como verdadera liberación del hombre. Esa pseudo-libertad
se funda en una trivialización del cuerpo, que
inevitablemente incluye la trivialización del
hombre. Se basa en el supuesto de que el hombre puede hacer de sí mismo lo que quiera:
así su cuerpo se convierte en algo secundario,
algo que se puede manipular desde el punto
de vista humano, algo que se puede utilizar
como se quiera. El libertarismo, que se quiere
hacer pasar como descubrimiento del cuerpo
y de su valor, es en realidad un dualismo que
hace despreciable el cuerpo, situándolo -por
decirlo así- fuera del auténtico ser y de la auténtica dignidad de la persona” (Al Congreso
sobre la familia 6-6-05).
2. Cansancios y coartadas
Ante las dificultades, surgen no pocas tentaciones y coartadas para evadirse de la responsabilidad de construir y reparar, todos los días,
esa comunidad de tanto valor, y tan amenazada, como es la familia.
Se suele oír decir: es mal de muchos, no
merece la pena el esfuerzo para lo poco que
49
se consigue, la culpa es de la televisión... Y
sobre la educación de los hijos: pues no trabajo poco por ellos..., ya van a la catequesis,
para eso está el colegio, no tengo tiempo para
hablar con ellos, no me van a hacer caso, no
se qué decirles, de eso se ocupa su madre, lo
que hace falta es que estudien, cuando sean
mayores que elijan su fe y su vida...
Como primera medida, habrá que liberarse
de victimalismos morbosos y de sentimientos de
persecución, acoso y conjuras contra la familia.
Huir de susceptibilidades y de la autodefensa,
de la autoflagelación y del síndrome de Jonás
(huir de la misión y despreciar la institución a
la que se pertenece).
Pero, también, habrá que ser conscientes de
que la familia cristiana tiene una misión que
cumplir en medio de una sociedad secularizada y competitiva, y que si es conciencia crítica
para la sociedad, y tiene una presencia pública, también tendrá que soportar los riesgos
que ello conlleva.
Habrá que comprender y tener en cuenta
la raíz del comportamiento del hombre y de la
mujer posmodernos. No se trata de condenar,
sino de salvar, y ello exige la comprensión del
problema y un diagnóstico acertado sobre el
50
remedio. Una vez que, de hecho, se ha perdido
en gran parte la sumisión a lo establecido, a la
tradición y a la autoridad, se impone un camino adecuado para recuperar la aceptación de
la fe y una comprensión personal de la esencia
de la moral.
Mediante la práctica de una toma adulta de
decisiones, el hombre y la mujer podrán superar el conformismo y el relativismo omnipresente, que son secuelas del vacío existencial. Hoy
parece esencial educar para la responsabilidad
y para una sana auto-dependencia.
La persona no puede llegar a la mayoría de
edad sin el ejercicio de la razón crítica; pero
también se requiere la fuerza de la razón moral, que va más allá del mero precepto y de
argumentos racionales, y hay que educarla,
y no solo fundamentarla en el argumento de
autoridad o de tradición.
3. Muchos interrogantes
¿El matrimonio y la familia, tal como los
conocemos hoy, son una realidad que no puede cambiar en el futuro? ¿Cómo se puede estar seguro de que el amor es auténtico y para
siempre? ¿En una sociedad, con tantos y tan
51
radicales cambios, puede permanecer invariable la estructura familiar? ¿Hasta qué punto la
familia es una verdadera comunidad de vida,
amor, felicidad? ¿Puede existir en el futuro un
modelo de familia distinto al que conocemos?
¿Qué añade el sacramento al matrimonio?
¿Qué ayuda puede prestar la Iglesia a la felicidad de la familia? ¿Cómo formar y educar
cristianamente a los hijos en el ambiente secularizado en el que vivimos?
¿Hacia dónde camina la familia? ¿Cuáles
son los quehaceres de la familia en este momento? ¿Qué hacemos para ayudar a la familia para que pueda ser en verdad esa comunidad de vida y amor que quiere la Iglesia?
Así podíamos ir preguntándonos por tantas
y tantas cuestiones como afectan al matrimonio, a la familia, a los hijos, a las relaciones
con la sociedad, a la vida cristiana. Estas son
las preguntas y la llamada a la responsabilidad
de todos, comenzando por la misma familia.
El futuro será para aquellos que sepan ofrecer unas buenas razones para vivir y para esperar. “La libertad humana con frecuencia se
debilita cuando el hombre cae en extrema necesidad, de la misma manera que se envilece
cuando el hombre, satisfecho por una vida de52
masiado fácil, se encierra como en una dorada
soledad. Por el contrario, la libertad se vigoriza
cuando el hombre acepta las inevitables obligaciones de la vida social, toma sobre sí las
multiformes exigencias de la convivencia humana y se obliga al servicio de la comunidad
en que vive. Es necesario por ello estimular en
todos la voluntad de participar en los esfuerzos
comunes (...) Se puede pensar con toda razón
que el porvenir de la humanidad está en manos de quienes sepan dar a las generaciones
venideras razones para vivir y razones para
esperar” (GS 31).
4. Caminos equivocados
Un exagerado interés por lo propio y en tenerlo todo ahora, con la mirada puesta en la
satisfacción personal e inmediata, sin pensar
en la repercusión que esta conducta hedonista
puede ocasionar a los demás, a la sociedad,
a las próximas generaciones. Las acciones se
valoran por el placer que provocan o el dinero
que producen. Ni se piensa ni se miden las
consecuencias.
Esa misma fascinación por el bienestar lo relativiza todo y se acepta un estilo de vida donde impera el subjetivismo omnipresente como
53
justificante y valoración de la conducta. Si me
gusta, vale. Si me aprovecha, sirve. Si a mí
me conviene, se puede hacer. También puede
decirse de otra forma igualmente subjetivista:
vale, porque me gusta, me sirve, me agrada.
Un evasionismo generalizado que parte de
la huida de uno mismo. Es un curioso contraste
entre la aparente centralidad individualista –yo,
a mí– y la falta de interioridad, la despersonalización. El llamado “pensamiento débil” adolece más de la fragilidad que de ser fruto de la
reflexión. No es la evasión a tiempos mejores,
el sueño de la utopía, la conquista del ideal
lejano. Es, pura y simplemente el consumismo
del tiempo, de las ideas, de las cosas. Todo se
convierte en moda fugaz.
La indiferencia ante lo trascendente está
tomando forma poco a poco entre nuestras
jóvenes generaciones. Se quiere no ser consciente de la realidad espiritual en la que estamos inmersos. No interesa, no preocupa, no
llena la vida Jesús de Nazaret. El frío de la
indiferencia y el desinterés se ha situado en el
centro del muchos corazones. Dios no importa, su mensaje no llega, su vida no interesa,
se vive de espaldas a la realidad maravillosa
de lo trascendente. Muchos celebran el haber
soltado amarras de unas ataduras religiosas
54
que los asfixiaban. Sin embargo, ahora están
a gusto pero vacíos, satisfechos, pero infelices.
Contradicciones de una vida desvinculada y
compleja.
El presentismo ha hecho su aparición en una
escena fugaz. Aprovecharse cuanto antes, sin
pensar en más. Que la representación es corta.
Una prisa por vivir y quemar etapas que provoca, en ocasiones, la aparición de ridículos
personajes como el del joven envejecido y del
adulto aniñado. Como se ha querido abarcarlo
y gustarlo todo enseguida, el vacío de la desilusión también es rápido en llegar. Extraña velocidad en el intento de llegar a ninguna parte.
Desde una mirada teológica, podemos decir
que ha desaparecido cualquier referencia trascendente y escatológica. Para muchos, el más
allá no existe. Ni el inmediato a las acciones y su
repercusión moral o religiosa. Ni el futuro, que
se mira, no solo lejano, sino como inexistente.
Lo pragmático, lo útil, lo que sirve, se valora,
naturalmente con criterios subjetivos con frecuencia egoístas. El desbordado interés por el
cultivo del propio cuerpo –culturismo, aerobic,
gimnasios, dietas, estéticas...– es compañero
de un desprecio por la salud: contaminación,
droga, alcohol, ruidos, estrés...
55
Un menú un tanto extraño y variado en el
que cada uno elige lo que quiere y le gusta. No
hay principios comunes de comportamiento, ni
valoración ética asumida, ni religiosa. Lo que
gusta, es ley.
Esta situación tiene su versión religiosa en
una conducta secularista, que no se guía por
los criterios de una fe madura, pues falta formación y catequesis, con evidente desconocimiento de los principios de la moral cristiana
y de las normas y doctrina de la Iglesia sobre
la persona, la vida, las relaciones sociales, la
conducta política, el valor de la familia. La obsesión del dinero fácil y del éxito inmediato
también parece haber llegado a lo religioso:
una religión ligth, a la carta, sin compromisos
ni responsabilidades éticas y sociales.
Los convencimientos religiosos se mezclan
con antiguos prejuicios. Se cree con el sentimiento y se niega con la razón. Se quiere creer,
pero no dejarse convencer por la revelación
y por la fe. Creer en Dios y vivir como si Dios
no existiera. La falta de formación religiosa es
patente. Se vive o se niega lo que se desconoce. No hay que olvidarse que la fe también es
una forma de conocimiento, aunque con unas
características muy peculiares.
56
Compañero de viaje, en esas actitudes y
comportamientos es el acomplejamiento. Para
unos el de haber sido y no permanecer en la
fidelidad. Otros, por fatuidad, piensan que el
blasfemar da prestigio. Es como el niño que
repite palabras de picardía ante la risa del
abuelo complaciente.
Hay cierta tendencia en los padres a imitar a
los hijos, que han renunciado a ser sus maestros y educadores en medio de una sociedad
que no les favorece. Ese imitacionismo lleva a
la dejación de sus funciones educativas y a una
irresponsabilidad moral.
Un gran problema es la ausencia de figuras
de referencia. Quizá pueda hablarse más del
ocultamiento de esas figuras. No se resiste la
fuerza del bien y se trata de ocultar cuanto tenga apariencia de tal. La honestidad, la lealtad,
la fe, el amor cristiano no dan prestigio. Madre
Teresa fue justamente reconocida como modelo. Aunque no pocas veces se la utilizó como
arma arrojadiza contra el supuesto poder y
apariencia de la Iglesia.
La permisividad negativista ahoga la verdadera libertad, anula la capacidad de elegir, todo
lo relativiza, todo lo desvirtúa. Al final una sociedad amorfa, sin identidad, sin aspiraciones.
57
Como forma más grave e irresponsable de
vacío moral está la agresión, el desprecio a la
persona y a la vida: terrorismo, narcotráfico,
aborto, eutanasia... Y todo ello en medio de
una creciente sensación de impotencia.
IV.
EL CUARTO MANDAMIENTO
Honra a tu padre y a tu madre, para que
se prolonguen tus días sobre la tierra que el
Señor, tu Dios, te va a dar (Ex 20, 12).
Recordamos la parábola del padre misericordioso y del hijo pródigo. El padre recibe y
perdona al hijo rebelde. Tenía que hacerlo así.
El no podía ser de otra manera: fiel a si mismo,
a su condición de padre. Lo suyo era perdonar
y hacer fiesta, pues el hijo que estaba muerto
había regresado a casa y resucitado. Cuando
a ese padre del pródigo se le echa en cara que
abriera los brazos al hijo rebelde, no ofreció
disculpa alguna para su comportamiento de
padre. Lo suyo era querer a su hijo, más allá
de cualquier circunstancia. Tenía que ser fiel así
mismo, a su condición de padre.
Otro hijo, también protagonista de unas páginas del evangelio. Aquel que recibe el encargo de su padre para ir a trabajar en el campo.
58
¡No quiero! pero se arrepintió y fue a trabajar
allí donde su padre quería. También el hijo, a
pesar de su primer impulso de rebeldía, tiene
que ser fiel a su misma condición de hijo. Lo
suyo es querer a su padre.
Buen camino es este de la fidelidad para
comprender y cumplir el mandamiento del
amor entre padres e hijos.
1. Padres e hijos
Muy generosa en los elogios se muestra la
Escritura cuando se trata de alabar a los hijos
y a los padres: honra a tu padre y a tu madre,
que así prolongarás tu vida en la tierra que
el Señor te va a dar (Ex 20, 12). Más que un
consejo es una promesa de felicidad para el
que hace un honor del respeto y del amor a su
padre y a su madre. El que honra a sus padres
expía sus pecados, se alegrará de sus hijos, tendrá larga vida, lo escuchará el Señor, llegarán a
él toda clase de bendiciones (Ecclo 3, 2- 16).
Tampoco, por el contrario, faltan las recriminaciones y el anuncio de malos días para quienes olvidan el precepto. Golpear o maldecir, el
desprecio y la burla, el insulto y la amenaza de
los hijos a los padres merecen los mayores cas59
tigos. Reo de muerte –se llega a decir– es el que
maldice a su padre o a su madre (Ex 21, 17).
Elogios y advertencias van unidos en el momento de resaltar la importancia religiosa y
social de la relación entre padres e hijos. Pero,
unos y otros, no van a estar solos. Les acompaña la familia, que es algo más que la agregación en un grupo social de personas distintas
unidas por fuertes vínculos afectivos. La educación, que modela e instruye, que pone en la
mente nuevas ideas, que construye o desarma
el maravilloso edificio de la persona, de aquellos valores fundamentales para la relación con
Dios y la convivencia entre los hombres. El ambiente y las circunstancias que, como sutil o
descarado sedal, van dejando caer el señuelo
de una felicidad que esconde otros intereses de
menos nobleza: consumismo, ideología, dinero, partidismos...
Con todo ello habrá que contar. Padres e
hijos no pueden situarse en el monte idílico de
una sociedad perfecta. Educación, ambiente,
ideas, cultura, cambios y renovaciones... Todo
influye, todo ayuda o complica la relación interpersonal.
60
2. Tensiones y conflictos
Como las crisis han sido muy profundas y los
cambios rápidos y continuos, las tensiones y los
problemas originados no han sido ni pocos ni
sin importancia. La experiencia y la estabilidad
eran garantía de sabiduría y criterio para la conducta. El prestigio estaba unido a la autoridad y
a la conservación del orden. Dios, la patria y la
ley, la familia, el honor y la lealtad, eran valores
tan incuestionables como apreciados.
Pero el agnosticismo sustituye a la religiosidad, la indiferencia y el pragmatismo hacen
olvidar otras consideraciones morales. Lo que
gusta es lo que vale. El subjetivismo ha pasado
a ser ese dueño veleidoso que en cada momento hace lo que le place, ignorando leyes,
derechos, vidas y haciendas de los demás.
Si de Dios viene, y para ayuda de los hombres ha de servir, este mandamiento de los padres y para los hijos, vigente y activo debe permanecer más allá de los avatares y vicisitudes
por los que van pasando los pueblos, y sufriendo, o gozando, los hombres. Padecimientos y
tensiones actuales habrá que tener en cuenta
a la hora de reflexionar sobre la incuestionable
vigencia de este cuarto precepto de la ley del
Señor: honra a tu padre y a tu madre.
61
Y desarmados ante la llamada rebelión
de los hijos, los padres deambulan entre la
incomprensión y la impotencia. Ni saben qué
decir a sus hijos, ni la autoridad que les asiste para poder hacerlo. Incluso, pueden tener
cierta actitud acomplejada de inferioridad
respecto a los hijos. De lo que ellos carecieran, en libertad o en medios para la formación, han tenido por sobrado los hijos. Han
perdido, pues, autoridad. Más por sus propias
lagunas o desprestigios, que porque nadie se
la quitara.
Por otro lado, padres y familia han encontrado fuertes competidores que han querido
atribuirse derechos y competencias que no les
corresponden. Sociedad y gobierno amparan
y dan cauce, pero no pueden olvidar los derechos que, originariamente, a otros les corresponde, como son: educación, libertad religiosa, opciones políticas...
El carácter y la prerrogativa de insustituibles
se ha balanceado, causando el desequilibrio
de la duda tanto de los hijos respecto de los
padres como de éstos en relación a sus hijos.
¿Son necesarios, incluso en la misma trasmisión de la vida? El ser padre puede llegar a
formulas tan diversas y extrañas –manipulación genética, madre de alquiler, inseminación
62
artificial...– que la figura de los padres puede
quedar un tanto desdibujada.
Ser hijo o ser padre ha quedado como sustituida por una dialéctica de niño y adulto, de hijos
versus padres. Se habla más de los derechos del
niño que de los de los padres. De la condición
de adulto, que de la responsabilidad y las obligaciones que se tienen con aquellos que han
hecho posible el que se pudiera llegar a serlo.
La protesta, la rebeldía, la petición de diálogo puede cambiar de dirección. Sería la revolución de los padres. No para ir contra nadie,
sino para defender su derecho a serlo de sus
propios hijos.
3. Bienestar e insatisfacción
Ya no son ni excepción ni paradoja. Conviven, en sorprendente maridaje, un estado de
bienestar y una generalizada insatisfacción. El
movimiento insolidario con los individualismos
más egoístas. La paz se grita con los gestos
y las acciones más violentas. ¿Dónde está el
trigo y dónde la cizaña?
En el centro, siempre el hombre, la persona.
Es obligada referencia y criterio para el dis63
cernimiento. Cuando se respeta la vida, vivir
es posible. Pensemos en el absurdo de la proposición contraria. Si el hijo tiene la sospecha
de un nacimiento más por descuido que por
deseo, de un aborto fallido más que de un hijo
que se quería, fácil puede ser el recurso a la no
aceptación de unos padres ocasionales.
Es inquietante observar los datos de algunos
países desarrollados donde la línea del bienestar crece hasta un punto donde la percepción
de felicidad no crece e incluso disminuye. A
mayor nivel de riqueza y bienestar, el grado
de felicidad baja. Esto nos demuestra y ratifica
que los bienes de la tierra están para nuestro
servicio y felicidad, pero estos bienes tienen
unas finalidades y objetivos que cubrir, más
allá de ello no llenan, ni satisfacen, ni nos hacen más felices.
Otro problema es el de la emancipación de
los hijos. Unos quieren irse de casa antes de
tiempo. A otros se lo impide, aunque lo desearan, la falta de independencia económica, la
carencia de empleo o de vivienda. Y las tensiones que estas circunstancias originan son
fáciles de comprender.
Añadamos otras dolorosas situaciones: emigración, separaciones y divorcios, refugiados,
64
pobreza, droga... Para perder a los hijos -se
lamentaba un matrimonio- ya no hace falta
que se nos mueran. Se los lleva la necesidad
de emigrar...
Como hay diversos modelos de vivir como
familia, también serán variadas y diferentes las
relaciones y los problemas entre padres e hijos.
Familias monoparentales, matrimonios sucesivos, adopciones, padres naturales y paternidad
legal.
4. Honrar a los padres
En el centro del decálogo, un mandato
abiertamente positivo: honrar a los padres. Es
obligación, mandamiento y satisfacción de los
hijos. Pues más que obediencia impuesta es
amor ofrecido. Grandeza de un reconocimiento agradecido a quienes tanto representan y a
los que tanto beneficio se debe.
Matizaciones y diferencias sí que se han de
hacer, pues en unas relaciones tan condicionadas por la estructura social en la que se vive,
nada hace pensar que la vida, la sociedad y
los elementos culturales que rodean este precepto, sean iguales en los remotos tiempos del
antiguo testamento y en el siglo XXI.
65
Los padres eran custodios de la fidelidad a la
tradición. De cuanto del Señor habían recibido.
De ellos pasaba a los hijos, y de los hijos a los
nietos. Los padres eran algo más que los engendradores de sus hijos. La ley estaba en sus
labios y al corazón de los hijos tenía que llegar.
Dios hablaba por ellos. A los hijos se les pedía
escuchar los dichos y las sentencias de tan importantes mensajeros. Si la doctrina era sabiduría, los padres, sabios a los que venerar.
Es a los hijos a los que se dirige el mandamiento. Y a unos hijos adultos, conscientes del
alto puesto que en la familia de Dios ocupaban
los padres. Si a Dios representan, en ellos se
honra a Dios. Si a ellos se les olvida, la piedad
que se debe a Dios quedaba escarnecida.
Sobre todo en la vejez. No dejarles ni solos
ni sin el alimento necesario. El progreso social
–con política de pensiones y seguros– ha resuelto no pocos problemas a los hijos. Incluso
para ellos mismos. Pues en tiempos de carencia, la pensión del padre es amparo para la
falta de trabajo del hijo. Pero no era solo, ni
lo más importante, el cuidado y el alimento.
Era la obligación de un amor continuado y
permanente, sobre todo en los momentos en
que mayor herida produce la soledad y más
consuelo y calor el afecto.
66
Mandamiento, no solo de relación entre padres e hijos. Es valor y fundamento para un
auténtico y justo bienestar social. No es posible
pensar en una sociedad moralmente sana en
la que se olvida el amor recíproco, que es garantía de la paz.
Muchas y buenas razones se pueden alegar
en favor del valor y de la actualidad de este
cuarto mandamiento. Pero no es razón lo que
se necesita, sino fe. Es palabra de Dios y manifestación de su misterio. Dios es padre nuestro.
Y de su paternidad y maternidad derivan todas
las cosas. La creación continúa y los padres
de la tierra ayudan a que se haga realidad la
voluntad del Padre y Señor de los cielos.
Yo soy el Señor, tu Dios. Haz esto y vivirás.
Y tus días serán largos y felices sobre la tierra.
Maravillosa profecía de una condición de felicidad hecha por el mismo Dios.
Después, hablaría, con hechos y palabras, el
mismo Jesucristo. El hijo del Padre. El que sabe
de obediencia. Quien estuvo sujeto a José y a
María. Y junto a ellos crecía en gracia y sabiduría. Casi al final, nos dejó el mandamiento
nuevo del amor al prójimo. Nadie más cerca, y
al que más obligado se está, que a los padres.
Es el prójimo más inmediato. También el más
67
necesitado. Que no solo de pan viven, sino del
amor de sus hijos.
5. Derechos y deberes
Empecemos por los deberes. De los hijos a los padres. Pues a ellos es a quienes
más directamente se dirige el mandamiento.
Gratitud, como reconocimiento efectivo del
bien recibido por el hijo, que ha de considerarse deudor de sus padres. La lista de las
deudas contraídas es muy extensa. La vida y el
conocimiento de Dios están entre las primeras.
Después, sacrificios, prestaciones y cuidados,
atenciones y fatigas, educación. Y amor, que
mucho es el que se ha recibido. La deuda es
tan impagable, que solamente puede saldarse dando ese mismo amor en las mil formas
posibles de hacerlo.
De la gratitud nace el respeto, que es veneración y obediencia. Se admira el ejemplo,
la fidelidad, la entrega generosa. Y se venera, que es testimonio práctico de aceptación
de la persona, de su valer, de sus acciones. Y
conduce a la obediencia, más que en sumiso
acatamiento, como aceptación de la ayuda. El
amor de los padres se convierte en obligación
de respuesta por parte de los hijos.
68
Pero no solo hay que reconocer y venerar.
Los padres necesitan sentirse queridos por sus
hijos. El honor no es alabanza, sino afecto sincero, desinteresado. Es el deber de la honra
a los padres como manifestación de un amor
correspondido. La misma vida se va a ir encargando de presentar los múltiples modos en
que esa honra no podrá ser algo meramente
circunstancial y de ocasiones extraordinarias.
Honrar es como amar. Todos los días y en todas las ocasiones. No es dar un justo tributo
hoy, sino querer siempre.
Después de Dios, siempre los padres. Con
docilidad y obediencia, aunque la forma de
hacerlo sea diferente en cada etapa de la vida.
La autoridad es la misma, pero el acatamiento
y las responsabilidades son distintas en el niño,
en el joven y en el adulto. Uno tiene necesidad
de aprender y de dejarse guiar. El otro la responsabilidad, si llegara el caso, de la ayuda
material y moral. Esta ayuda pueden necesitarla los padres en muchos momentos. Sobre
todo, en la vejez. Las previsiones sociales y materiales nunca pueden suplir lo que solamente
el amor de los hijos puede dar a sus padres.
Ahora los padres. Lo primero, ser conscientes del gran valor de la persona de su hijo. No
es un simple objeto precioso y querido, al que
69
hay que guardar y cuidar con esmero. Es una
persona, con sus derechos, a la que hay que
valorar como tal.
Defender el derecho del hijo a vivir. Es como
la obligación primera de los padres. La interrupción voluntaria del embarazo, como eufemísticamente se llama a matar al hijo que
llega, no solo es un pecado contra el quinto
mandamiento, sino una gravísima transgresión
del amor debido de los padres a los hijos.
A Dios hay que hablarle de los hijos. Es la
oración de los padres. Reconocer el don recibido. Hablar a Dios de los hijos es oración. Unas
veces de alabanza, otras de súplica. Siempre
de acción de gracias, pues la Escritura recuerda que los hijos son una de las mayores bendiciones que Dios puede conceder.
Y hablar de Dios a los hijos. Es la educación
en la fe. Que la referencia a Dios, en las palabras y en los comportamientos sea tan frecuente y ordinaria, que el hijo vaya creciendo en la
seguridad de la presencia providente de Dios.
Es un eficaz catecumenado que, a la par del
crecimiento de la persona, se va desarrollando
la gracia recibida en el bautismo. Las obras,
conducta y testimonio, serán una catequesis
constante y viva que hará brillar la verdad de
70
la fe y que moverá hacia la identificación con
aquel de quien se recibe el ejemplo.
Habría que orientar esta educación en la fe
como un diálogo con la vida, a nivel personal
y social, desde la misma fe, más que como una
acumulación intelectual de conocimientos. Ser
creyente es elegir, ante las cosas, las circunstancias de la vida, desde la fe en el amor, en
la esperanza, en la propia vida...
Educar para que se pueda elegir lo mejor.
Aconsejar, para que el discernimiento sea adecuado. Pero es el hijo, adulto, el que tiene que
elegir libre y conscientemente.
Los padres cristianos deben cuidar de la vida
espiritual de sus hijos. Llevarles cuanto antes al
bautismo, no solo es una práctica tradicional
en la Iglesia, sino expresión de la gratuidad
absoluta de la gracia que se recibe, y que no
depende de la disposición personal del que se
bautiza. Los padres, los padrinos, y la Iglesia,
confesarán la fe en nombre del hijo. Y con la
Iglesia y con el hijo quedan obligados a hacer
que crezca y se fortalezca la fe de aquel que
llevaron a las aguas bautismales.
Puede ser que un día, cuando el hijo sea
mayor, pregunte a sus padres la razón por la
71
cual le llevaron al bautismo. La única respuesta debe ser: porque tenemos fe y porque te
queremos. La fe, no solo es para tener, sino
para comunicarla a los demás. Si es algo recibido, como un maravilloso regalo de Dios, los
padres creyentes no pueden por menos que
desear compartirla cuanto antes con su hijo.
Que tengan que proveer de lo necesario
para el desarrollo físico del hijo es deber bien
comprendido por parte de los padres. No así
de todo aquello que contribuya a su desarrollo
humano y espiritual. La educación, la formación
religiosa, el consejo y la corrección, entran dentro de este importante capítulo de obligaciones
paternas. Aunque sea asumida con gozo y responsabilidad, con frecuencia suele verse más
como una carga, que como una deuda de fidelidad a lo que significa y obliga el ser padre.
Aunque a todos los hijos se les debe el mismo amor, es obvio que las condiciones y necesidades de cada uno pueden ser diferentes,
según las dotes y las carencias que tengan
unos y otros. No es acepción discriminatoria,
sino apreciación justa de la realidad concreta
de cada persona.
Es grave responsabilidad de los padres, la
familia y de toda la comunidad, descubrir a los
72
hijos e hijas, la autentica vocación cristiana y
su vivencia en un estado eclesial comprometido. Desde pequeños abriéndoles los ojos del
espíritu se les ha de preparar, sin agobios, para
descubrir su vocación en la Iglesia, para que
llenen sus exigencias. El Señor a unos los llamará al matrimonio para que formen una familia, a otros por el camino de la consagración
religiosa, al sacerdocio... Felicítense los padres
y las madres por tan ricos dones, llénense de
alegría y animen a sus hijos e hijas a ser fieles
a los compromisos asumidos por cada uno.
En cada comunidad, pueblo, parroquia, familia cristiana, cuídese con verdadero interés
el florecimiento de vocaciones al sacerdocio, la
vida consagrada y al compromiso laical, ayúdense, acompáñese a estos a ser fieles a su
vocación y misión. Las familias siéntanse felices
y contentas por este don de Dios. Pídase, con
ocasión y sin ella, por las vocaciones cristianas,
estas son riqueza y gloria para la Iglesia, para
el mundo y para la familia.
6. Educación y ejemplo
Capítulo muy importante es el de la educación. Valores y virtudes, conocimientos e información, se van adquiriendo y modelando, no
73
de una manera espontánea y como resultado
obligatorio del crecimiento natural. Tampoco es
un simple adiestramiento para esto o lo otro,
o para realizarlo así o de una manera distinta.
Educar es ir haciendo el trabajo de acercar la
personalidad del hombre conforme a un modelo ideal. Para nosotros, como cristianos, ese
modelo no puede ser otro que Jesucristo.
Los padres siempre van a educar mucho más
por lo que ellos mismos son, que por aquello
que puedan decir a sus hijos. Si lo que se dice
es alimento para quien lo escucha, lo que se
hace, es vida que se ofrece, porque no son
unas palabras, sino la misma persona la que
se da en comida. Es por ello que, entre todas
las lecciones que pueden impartirse, aquella
que deja una huella más profunda es la del
ejemplo.
Deber, pues, de ejemplaridad. Los padres
son siempre espejo en el que se miran los hijos.
Durante toda su vida recordarán los dichos y
comportamientos de los padres. La fuerza del
amor, es tan grande que, quiéranlo o no los
padres, su ejemplo se convierte en modelo. La
incoherencia entre lo que se dice como verdad
y el comportamiento que se observa, es algo
imposible de comprender, sobre todo para un
niño. Por el contrario, lo que se ha visto se hace
74
garantía de credibilidad, aunque no se hayan
escuchado palabras algunas.
Unido a ese deber de la doctrina y del ejemplo, está la obligación de evangelizar al propio
hijo. Es decir, de ayudarle a vivir conforme al
evangelio de Jesucristo. Educarle en la oración y en la conducta moral, prepararle para
recibir los sacramentos, sobre todos los de la
iniciación cristiana: bautismo, confirmación y
eucaristía.
Aunque la familia es el mejor e insustituible
lugar para que los hijos e hijas conozcan la
vida de Dios y de su Iglesia, los padres deben
dejarse ayudar en la catequesis, tanto por la
parroquia, como por la escuela. Siendo los padres los primeros catequistas de sus hijos, con
el fin de crear comunidad eclesial, estos deberán apoyar de forma comprometida las tareas
catequéticas impulsadas por la parroquia y la
escuela, que de forma coordinada dedicaran
sus mayores esfuerzos a este fin esencial.
Un problema muy actual es el de la elección de la escuela y del tipo de educación que
se desea para los hijos. Es el ejercicio efectivo
del derecho a recibir una educación religiosa
y moral de acuerdo con las propias convicciones. Un derecho de libertad de enseñanza
75
que no se hace efectivamente posible a todos,
en especial a los menos favorecidos social o
económicamente. Los padres tienen el derecho
de exigir garantías suficientes de formación religiosa y moral.
En la tradición de la Iglesia, se tiene como
deber el de la libertad y el consejo que los
padres han de dar a sus hijos. Libertad para
elegir. Consejo para que en la elección se pueda seguir el camino más conforme a la voluntad de Dios. Responsabilidad ésta no fácil de
cumplir, ya que no siempre queda suficientemente garantizada la sinceridad y el deseo del
bien del hijo, pues con frecuencia se mezcla
un larvado egoísmo por parte del los padres,
que hacen del supuesto bien del hijo, lo que
más les gusta a los padres. Restos de extraños
complejos empañan la rectitud de los padres al
aconsejar. Igual que una mala formación de la
libertad hace del capricho débil razonamiento
para la decisión.
Honrar al padre y a la madre. Honra en ese
sentido grande de un amor generoso, de un
respeto agradecido. Pero, si los hijos tienen tan
santo deber, no debe ser menor el de los padres por hacerse honrar. No por la imposición
y la vara, sino por la profundidad del afecto,
por la justicia de las acciones, por la coheren76
cia de las costumbres. Muy difícil se le puede
hacer a un hijo –aunque por ello en nada quede dispensado de cumplir el mandamiento– si
lo que escucha de los labios de su padre no lo
ve reflejado en las obras que el mismo padre
realiza. Hará falta hacerse maestros de sí mismos cuando los padres quieren serlo de sus
hijos.
Familia y educación están siempre en el interés de la sociedad y de la Iglesia. Un interés
que tiene como su mejor fundamento el valor
de la persona, la importancia de la familia y
el derecho de Dios a que sus hijos vivan en la
dignidad que les corresponden. Es en la familia
donde el hombre recibe las primeras lecciones sobre Dios, sobre la verdad, sobre el bien.
Y es la escuela como esa prolongación de la
familia en la que el hombre aprende el conocimiento de las cosas y a relacionarse con los
hombres.
La familia, según Juan Pablo II, es el ámbito
donde la vida, don de Dios, puede ser acogida
y protegida de manera adecuada contra los
múltiples ataques a que está expuesta, y puede
desarrollarse según las exigencias de un auténtico crecimiento humano. Contra la llamada
cultura de la muerte, la familia constituye la
sede de la cultura de la vida (CA 39).
77
Un futuro sin una familia fuertemente consolidada, sin una escuela verdaderamente libre, donde se pueda elegir el tipo de enseñanza deseada
en conformidad con los convencimientos más
profundos de la fe y de una sociedad justa, es un
futuro de esperanzas hipotecadas por las limitaciones de unos poderes que no siempre reconocen
los incuestionables derechos de la familia.
7. ¿Dónde están tus hermanos?
Junto a las obligaciones de los hijos respecto a los padres, y de éstos con sus hijos, en el
cuarto mandamiento se incluyen también las
relaciones entre los hermanos: afecto recíproco
y ayuda; entre ancianos y jóvenes: veneración
y respeto; alumnos y maestros: atención y gratitud; entre súbditos y superiores: obediencia
debida y respeto a la conciencia; entre la autoridad civil y los ciudadanos: responsabilidad
y apoyo al bien común.
El cuarto mandamiento es una maravillosa
expresión del orden que debe seguirse en la
caridad, en el apoyo recíproco. No se refiere
tanto a un ordenamiento social cuanto a la actitud cristiana del servicio mutuo. El que quiera
ser el mayor entre vosotros, que sea el servidor
de todos. Así nos lo ha dicho el Señor.
78
Y por encima de todo, la caridad. Que es
el lazo más fuerte que une a los hombres.
Un amor que todo lo puede y todo lo supera.
Incluso la misma muerte. Más allá de la separación física entre las personas, continuará el
amor que les ha unido.
Cuando Jesús oyó la alabanza que se hacía
a su madre, María, el Señor contestó. Bendita,
sobre todo, la que ha escuchado la palabra de
Dios y la ha cumplido. El afecto es un regalo
que da la misma naturaleza. El amor, es un
don de Dios reservado a la fidelidad.
Dios es el padre y el origen de todo. Cuando se
olvida a Dios, pronto desaparece también el verdadero amor a los demás. Por otra parte, el acercamiento a Dios, no solo no distancia del amor a
los que tenemos a nuestro lado, sino que lo hace
mas fuerte, más profundo, más generoso.
También yo fui hijo para mi padre. Palabras
de la Escritura que de forma admirable se aplican a Jesucristo, que vino a este mundo para
hacer la voluntad del Padre. Con sus padres
–María y José– aprendió lo que era obediencia
y vivió bajo su autoridad.
Honra a tu padre y a tu madre. Vivirás largos
días en la tierra y serás feliz. Así lo dice el Señor.
79
8. La nobleza de la familia
Habla con veneración de los mayores. Y se
manda tener con ellos respeto y reverencia.
También advierte la Escritura que cada uno
debe acercarse a sus últimos días como quien
ara y siembra y espera sus mejores frutos. Se
quiere una “sociedad para todas las edades”
en la que unos y otros puedan sentirse respetados en sus derechos y, en unas condiciones
de vida adecuadas, puedan participar, dentro
de una sociedad plurigeneracional, en los beneficios del bienestar.
Sin embargo, las alabanzas y buenos deseos
para con los mayores no siempre coinciden con
el modo en que se trata a esas personas. En
los países de nuestro entorno cultural, ciertamente que se han conseguido notables logros
en la asistencia social a las personas mayores,
pero se dista mucho de haber alcanzado unas
condiciones de vida dignas para todos y, desde
luego, todavía se está más lejos de conseguir
una verdadera participación de los ancianos
en actividades sociales.
Los evidentes avances de la ciencia, unidos
al alarmante descenso de la natalidad, han
provocado, por una parte, el notable alargamiento de la vida y, por otra, el aumento pro80
porcional de las personas mayores. Hasta tal
punto que, en los análisis de prospectiva que
se hacen para el nuevo siglo, será el de una
sociedad mayoritaria de ancianos.
Aumento de la duración de la vida y envejecimiento de la población que provocan unas
situaciones nuevas e inéditas, como son las familias en las que conviven varias generaciones
de personas mayores, aunque para salvar la
diferencia se habla de “ancianos jóvenes” y
“ancianos mayores”. El espacio del domicilio se
hace estrecho para albergar a todos, y los ancianos tienen que buscar una ocasional “sala
de espera” hasta el momento de volver a casa
para la comida o el descanso.
La jubilación, tantas veces a una edad y en
unas condiciones aptas para la actividad normal, provoca un cambio de vida, en ocasiones
personal, familiar, y socialmente traumático. En
una sociedad competitiva que busca rentabilidad y beneficio, las limitaciones físicas y laborales provocan la soledad del anciano, al que
no le queda casi más remedio que refugiarse
en el pasado y pensar más en lo que fue que
de lo que puede hacer hoy. Se quiere vivir. Es
imprescindible hacerlo siempre joven. No valen
los eufemismos de la importancia primera de
los sentimientos, de las ilusiones. Son muchas
81
las preocupaciones que atañen a las personas
mayores. Pero no son problemas exclusivamente suyos, sino cuestiones que requieren la
atención de todos, pues afectan a la sociedad
entera.
Junto al paternalismo de buenas palabras,
está el desinterés real por los mayores. Al gesto
amable, acompañan los malos tratos, incluso
la violencia psicológica que hace sentirse a la
persona mayor acosada e inservible. La familia
navega entre dos extremos. Cuida del abuelo,
lo rodea de afecto y cariño, pero no siempre
tiene los medios para atenderlo debidamente
en el propio domicilio. El caso opuesto es el de
la familia que busca la manera de desentenderse del familiar anciano, particularmente si
está enfermo.
La vejez es un regalo de Dios. Como lo es
toda la vida. Una etapa más de la existencia,
con sus características particulares, con sus
preocupaciones, con sus propios y notables
valores. Pero ese don de Dios no es solamente
para la persona mayor, sino para la misma
sociedad, que se enriquece con lo que representan, ofrecen y aportan los mayores.
Aconseja la Escritura: que tus mayores no
queden en deshonra. Las personas ancianas
82
constituyen, por tantos motivos, la parte más
noble de la familia y de la sociedad. Sin embargo, no es esa la impresión que generalmente tienen las personas mayores. Mas bien,
consideran que tienen sobrados motivos de
preocupación por la discriminación y desigualdad en la participación en el llamado bienestar. Mejoran las condiciones de vida, pero, con
frecuencia, no llegan con la misma equidad a
los ancianos.
Falta de un verdadero, adecuado y propio
espacio en la sociedad. Convencimiento personal, aunque sea nada más que subjetivo en
muchos casos, de pertenecer a un grupo marginado. En el mejor de los casos se le ayuda
con diferentes prestaciones, pero no se le escucha ni se le da un puesto en la estructura
social.
Aislamiento dentro de la familia. Impresión
de ser una carga, algo inservible. Que la familia aguanta. Al anciano se le trae y se le lleva
de un domicilio a otro. Se cuentan los días que
faltan para librarse de un inquilino incómodo.
Sentimiento en los ancianos de incomprensión
y de rechazo. Son un estorbo para todos y para
casi todo. Convencimiento de que es alguien
inútil, sobre todo si percibe un alejamiento del
entorno familiar y vecinal. Se coloca al ancia83
no donde hay un sitio, no donde estaría a su
gusto.
Miedo a una situación de pobreza y desatención en la vejez, sobre todo debido a los
constantes y profundos cambios sociales, los
logros económicos, la desvalorización del dinero... Todo ello conlleva a una preocupación por
el futuro. Inquietud permanente ante las discusiones políticas sobre las pensiones, creando
muchas veces en los ancianos una sensación
de inseguridad y de ser considerados como
mercancía electoralista. También formas interesadas de retención del anciano, al que se
quiere más por el disfrute de su pensión, que
por su misma persona. El pensionista en casa
es un ingreso asegurado. Por otra parte, recelo de la vida en residencias. Las privadas y
buenas son caras. Las públicas, frecuentemente
deshumanizadas. En las aconsejables, listas interminables de espera. Y el aprovechamiento
desaprensivo de una situación de necesidad.
Ni que decir tiene que todos estos problemas, sentimientos y dificultades, no afectan de
la misma manera a todas las personas mayores ni a todas las familias. Depende de muchas
circunstancias: culturales, económicas, sanitarias, situación personal, pobreza, enfermedad, minusvalía... Aunque todo esto también
84
se puede sufrir, con mayor o menor incidencia
en todas las etapas de la vida. Lo que tenemos
que olvidar es que la vejez, por sí misma, sea
un estado irreversible de inutilidad. Es una situación distinta, una nueva forma de la vida.
Con sus limitaciones, con sus valores.
No tiene por qué considerarse la vejez como
un estado de inactividad y dependencia pasiva respecto a los demás, sin tener en cuenta
las nuevas posibilidades que se ofrecen a las
personas mayores para poder participar en
distintas actividades, acceder a nuevos conocimientos, a utilizar modernas tecnologías, a
colaborar en acciones diversas de voluntariado, asociacionismo...
En la familia conviven personas de diferentes
edades. La vida y el amor no son patrimonio
exclusivo de generación alguna. Pero las personas mayores deben reconocer y asumir su
papel de llenar el ambiente familiar de afecto,
comprensión, tolerancia, delicadeza... Todo
ello será una fuente abundante de paz y de
serenidad, de estimulo recíproco y de unión
entre todos.
Las personas mayores están llamadas a
realizar una meritoria labor social: hacer comprender, testimonialmente, la cara más huma85
na de la vida, resaltando los valores por los
que merece la pena vivirla y gastarla en favor
de los demás.
La automarginación de la persona mayor
priva a la sociedad de un inestimable bien, de
una capacidad de serenidad y de experiencia.
Son las mismas personas mayores, con el apoyo de políticas sociales adecuadas, quienes deben construir una verdadera cultura, innovadora en participación social, lejos, sin embargo,
de cualquier forma de paternalismo vejatorio.
El que quiere agradar a Dios se pone “en
pie ante las canas y honró el rostro del anciano”. Buen consejo de la Escritura que la Iglesia
ha recogido y, desde los primeros momentos
de su historia y hasta el día de hoy, la atención
a los ancianos, a las personas mayores, ha
tenido un puesto de especial atención entre las
acciones caritativas y sociales en la comunidad cristiana. Nada más fácil para demostrarlo
que traer ante nosotros la presencia de esas
innumerables instituciones y personas que se
dedican al cuidado de los ancianos.
86
V.
Y EL SÉPTIMO SACRAMENTO
Eran constantes en acudir a la enseñanza
de los apóstoles, oraban juntos, celebraban la
eucaristía, vivían en el mismo espíritu y todo
lo hacían con alegría y sencillez de corazón.
¿Quién no ve en esa comunidad cristiana de
los primeros tiempos un modelo para nuestra
familia?
La familia está en el origen de la misma
sociedad, como el fundamento más sólido, en
razón de su ser como una comunidad de personas vinculadas con unos lazos tan fuertes y
profundos, que hacen de la familia algo imprescindible en el ordenamiento social. No sólo
no se puede prescindir de la familia, sino que
se debe contar con ella, pues no deja de ser
una “sociedad primordial y, en cierto modo,
soberana”.
1. Una comunidad nueva
En el libre ejercicio de su opción personal,
la mujer y el hombre se eligen recíprocamente
y forman una comunidad nueva: el matrimonio. El hijo se ha convertido en marido y la hija
en esposa. La unión les capacita para realizar
plenamente esa comunidad de vida y de amor
87
en la que el bien común exige, no como imperativo legal sino con la fuerza de la misma
unidad, una fidelidad generosa, una vinculación indisoluble. El matrimonio es un bien tan
grande, tanto para quienes lo contraen como
para toda la sociedad, que ha de ser protegido,
en primer lugar por la generosa, sacrificada y
permanente disposición de entrega recíproca
por parte de los mismos esposos.
Esa entrega, en una dualidad necesaria, produce la maternidad y la paternidad. Ninguna
unión puede ser comparable a la que se establece entre la madre y el hijo. Para el padre,
esa misma unión ratifica y prolonga el amor
de la alianza matrimonial. Para ambos, padre
y madre, la llegada del hijo supone el deber
de compartir con el hijo el bien de su alianza
matrimonial y el reto de consolidar la unidad
de vida y de amor que es la familia.
Junto a ese compromiso y a ese desafío,
no se puede olvidar la condición de fragilidad
que acompaña al hombre y que puede hacer
que la generosidad quede empañada por el
egoísmo y el amor deteriorado por el olvido
del bien común. Si la unidad del amor se deteriora, habrá que acudir a los medios humanos
de la búsqueda de consejo, de orientación, de
apoyo. Pero nunca olvidar la gracia del sa88
cramento recibido y, por tanto, el recurso a la
oración.
Las situaciones pueden ser muy complejas,
difíciles, dolorosas. A pesar de todo, la Iglesia,
es consciente del gran valor del bien de la unidad matrimonial y por eso, aún reconociendo
la gravedad de algunas situaciones, defiende
la permanencia de unos vínculos matrimoniales. Si no lo hiciera así, la Iglesia se traicionaría a sí misma y no sería fiel a la verdad del
Evangelio que se le ha confiado.
Más allá de las relaciones sexuales, la paternidad y la maternidad responsables han de
enmarcarse dentro de la unidad que supone la
vida conyugal, afectiva y procreativa. Cuando
se rompe esa unidad entre esas dimensiones,
es muy difícil mantener la estabilidad del matrimonio.
Que no separe el hombre lo que Dios quiso
que estuviera unido. Esa fuerza de la unidad en
el amor es el gran valor de la familia y manantial donde siempre se encuentra la razón que
explica y da sentido a la misma vida. Gozo y
fuente de esperanza de un amor grande, que
no solo debe ser reconocido de una manera
teórica, sino que ha de aparecer en el testimonio inequívoco de la misma familia.
89
La indisolubilidad del matrimonio católico es
incuestionable. Muy duras son las situaciones
vividas por personas creyentes e hijos de la
Iglesia que conculcan el sacramento y rompen
externamente el vínculo matrimonial. El rehacer su vida personal y eclesial en muchas ocasiones supone situarse en una realidad nueva para todos. La Iglesia, madre amantísima,
debe acompañar y buscar, en cada caso, la
manera para que estos hijos, que van por el
camino de la vida, se encuentren con Cristo en
su plenitud.
2. En el misterio de Dios
“La familia, que se inicia con el amor del
hombre y la mujer, surge radicalmente del misterio de Dios. Esto corresponde a la esencia
más íntima del hombre y de la mujer, y a su natural y auténtica dignidad de personas”. (Juan
Pablo II, Carta a las familias). En una palabra,
la huella del amor de Dios está presente en
el matrimonio y en la familia y no se puede
prescindir de esa presencia de Dios en una
realidad profundamente humana. Dios está en
el origen de la familia y en cada momento,
sobre todo en aquel en el que nace, se crea
un nuevo hombre. Dios ha hecho una alianza
íntima y profunda de amor con el hombre y el
90
hombre no puede descansar sino es en el mismo reconocimiento de Dios, presente en todos
los acontecimientos humanos.
Jesucristo, el hijo eterno de Dios, entró en el
tiempo, en nuestra historia humana, por medio
de una familia. Es la pedagogía salvadora de
Dios que va enseñando esa necesaria lección
de la familia, a la que vivió sujeto y obediente
el mismo hijo de Dios. Jesucristo hará del matrimonio, un sacramento: una fuente de gracia. De la familia, como una pequeña Iglesia
–Iglesia doméstica– en la que se conocen y viven la palabra y los misterios de Dios. Por eso,
el matrimonio y la familia no pueden prescindir
de la oración, que es permanente comunicación con Dios, alabanza y súplica de protección
y de ayuda.
Dios conoce muy bien al hombre, al que
hizo a su imagen y semejanza, es decir, que
Dios mismo es el modelo de todas las auténticas realizaciones humanas. Una de ellas, entre
las más importantes, es la familia. En Dios hay
que buscar el mismo modelo originario de la
familia: la comunión de personas en la unidad
inseparable del amor.
“La familia constituye, más que una unidad
jurídica, social y económica, una comunidad
91
de amor y de solidaridad, insustituible para la
enseñanza y transmisión de los valores culturales, éticos, sociales, espirituales y religiosos,
esenciales para el desarrollo y bienestar de sus
propios miembros y de la sociedad; la familia
es el lugar donde se encuentran diferentes generaciones y donde se ayudan mutuamente a
crecer en sabiduría humana y a armonizar los
derechos individuales con las demás exigencias
de la vida social.” (Carta de los derechos de la
familia, E,F).
3. Como un don de Dios
Siempre son buenos consejos aquellos que
llaman al respeto a cada uno, la ayuda recíproca, el intentar salir de uno mismo, dejarse querer, aprender del otro, la obediencia recíproca,
el valorar a los demás, dar la vida por el otro
(caridad), darse uno mismo, gratuidad total, actitud permanente de reconciliación, disposición
a sacrificarse por los demás, renovación permanente y actualizada, vivir el presente, sentirse
como un bien propiedad de los otros...
Como en cualquier otra institución, la familia tiene necesidad de revisar su propia vida.
Buscar información, estudiarla y ofrecerla, valorar comportamientos, cambiar actitudes. La
92
humildad es el mejor apoyo para conservar
la fidelidad; la sinceridad, para reconocer los
errores y reparar los daños; la verdad, para
conocer y aceptar; la coherencia entre lo que
se cree y lo que se vive.
Como familia cristiana, sentirse guiados por
el Espíritu y llamados por Jesucristo. Diferentes
unos y otros, pero unidos en el mismo amor
de Jesucristo. Como forma parte del Pueblo
de Dios, no tiene ni otros intereses ni otros
proyectos que no sean los de Dios. Y en una
comunión efectiva con una Iglesia que está
presente en cada una de las familias, que ora
con la Iglesia. Sentir con la Iglesia, que implica
el participar activamente en las distintas acciones pastorales, ofrecerse para colaborar y tener como propios los problemas, inquietudes y
necesidades de los miembros de la comunidad
cristiana y de todos los hijos de Dios.
La parroquia es la gran fuerza, capaz de
convocar, animar, y unir a personas y grupos
muy diferentes. La realidad eclesial más cercana, la que mejor identifica la pertenencia a la
Iglesia. La familia es escuela de fidelidad a la
misma familia, a la tradición, a la fe recibida,
a las convicciones, al amor, a la palabra dada,
a un amor universal, a la fe y al bautismo recibidos.
93
Considerar a la familia como capital social,
un agente positivo para transformar la realidad, ante el engañoso ofrecimiento de una felicidad sin familia estable. Reduciendo la persona casi a un objeto más de experimentación, a
través de la manipulación genética, facilitando
el camino fácil para eliminar a un hermano
nuestro, conculcando el derecho a vivir de una
criatura del Señor, como es el caso del aborto y de la eutanasia. Esto nos puede llevar a
una sociedad, en la que solo tengan derecho
a vivir los más fuertes, los más poderosos, los
mejor dotados... Nuestro modelo es Cristo, el
vino para todos y cuando vuelva, al final de los
tiempos, nos llamará a cada uno por nuestro
nombre, por ello la dignidad de la persona humana no es solo cuestión de preceptos legales,
es voluntad divina que los hombre sean felices
y se sientan dichosos en un mundo mejor.
Si la familia es un don de Dios, habrá que
pedirlo, acogerlo, guardarlo, comunicarlo,
transmitir la fe, con la vida y la palabra. Pero
sin una vida interior profunda, de oración y
sacramentos, de abnegación y de amor, y
también, de servicio a los demás y de ejemplo
social, con nuestros familiares, vecinos, compañeros de trabajo..., será muy difícil llevar la
vida de Dios a todos nuestros hermanos.
94
4. Espiritualidad para una familia nueva
Tendremos que subrayar la necesidad de
una educación de la espiritualidad que llevará
a cada persona a descubrir a Dios en todas las
cosas, y, sobre todo, en la propia vida; no solo
en los actos y símbolos religiosos tradicionales.
Muchos admiten, sin más que, en la medida
en que se avanza en el conocimiento científico
del mundo, va perdiéndose necesariamente la
creencia en Dios. Habrá que insistir más en el
camino de la experiencia personal de Dios y
anteponiéndola a los conocimientos intelectuales sobre el mismo Dios.
No se trata de promover ahora una vuelta
a los valores tradicionales (obediencia, unidireccionalidad de la relaciones familiares,
asimetría de poder entre los cónyuges, etc),
sino de facilitar y acompañar una recreación
de los valores familiares en nuestros días, a la
luz del evangelio (entrega, noción del cuerpo,
estructuración de la vida en torno al más pequeño, etc.).
La familia es cristiana cuando pone su confianza en el Señor. No será solo “una familia
buena”, sino la “familia creyente”. Una auténtica familia cristiana nueva que vive la gracia
del sacramento que se recibió en el matrimonio
95
y de la relación permanente con Cristo en la
oración y en la escucha de la palabra.
Por eso, la educación cristiana de la familia
y la pastoral familiar tienen que fomentar dos
aspectos que mutuamente se complementan
y presuponen: Una pastoral de valores en la
perspectiva de la maduración humana de la
persona y de la familia. Y una pastoral celebrativa y sacramental. Es aquí donde hay que hacer el mayor esfuerzo con las familias creyentes,
en el hecho de celebrar la propia fe, esperanza
y amor con la familia y desde la familia.
VI.
LA FAMILIA, UN AMOR SIN MEDIDA
El matrimonio y la familia comienzan en un
momento determinado, pero hay que ir construyendo y fortaleciendo, todo los días, esa
comunidad de vida y de amor. Será necesario
un adecuado proyecto educativo interno para
ese importante y vulnerable edificio que es la
familia cristiana.
Necesitamos emprender una amplia campaña de interés, implicando a la misma familia,
a la parroquia, a la escuela, a otras organizaciones eclesiales, a toda la comunidad y a
toda la sociedad. Realizar una amplia y positi96
va reflexión sobre la nueva familia cristiana, la
que se inspira en las enseñanzas de Jesús de
Nazaret. Una proclamación clara, convincente
y entusiasmante de la familia, como el espacio
más adecuado para la felicidad integral de las
personas. Presentación y defensa de los valores
de la familia cristiana, alejándose de una visión
negativa y de autodefensa ante el desgaste que
sufre esta institución, que para nosotros es sagrada. Queremos ofrecer a la sociedad nuestro
modelo de familia, queremos proponerles un
estilo nuevo de familia, una familia abierta al
futuro.
1. Los gozos y satisfacciones de la familia
Junto a todos esos valores, la familia tiene
en sí misma, al menos como posibilidad, unos
manantiales inagotables de felicidad:
Querer y sentirse queridos. La mayor satisfacción que pueden tener los padres es oír decir: ¡Cómo te quieren tus hijos!
La esperanza: sentir que los que quieres viven
a tu lado y son felices. José, aquel personaje
que fuera vendido por sus propios hermanos,
cuando se encuentra con ellos les pregunta:
¿vive mi padre?
97
Tener en gran concepto y valor a la familia.
¿Por quién estarías dispuesto a dar la vida?
¿Qué es lo que más valoras?
Tener alguien con quien compartir la alegría.
¿Has tenido un éxito en el trabajo? ¿Has superado un examen? El padre del hijo pródigo no
puede disimular su alegría. Se lo comunica a
todos y les invita a la fiesta para que se alegren
con él.
Ver a la familia cada día más unida. Pasaron
los años, los amores permanecían. El vino de
Caná, cada día mejor.
Apreciando en la familia la bendición de
Dios. El Señor ha estado grande con nosotros y
estamos contentos (Salmo 125). Esta es la más
auténtica de las razones para la felicidad.
Compartir la fe. Mirar unidos el horizonte.
Practicar los mismos mandamientos. Rezar.
Tener como Madre a la Virgen María y celebrar
juntos la Eucaristía.
Pero la familia también está pasando por
muchas dificultades. Unas veces, por la desprotección en que se encuentra. Pedimos a los
responsables de todas las fuerzas políticas que
reflexionen y analicen la situación actual, para
98
que promuevan cuantas medidas y acciones
contribuyan a mejorar la vida integral de la
familia y de todos sus miembros en las diversas fases de su vida. Y otras a veces, por los
muchos problemas en torno a la fidelidad, a
los matrimonios rotos, al distanciamiento de la
familia por parte de los hijos.
La semilla de una familia siempre es aportada por el esfuerzo y trabajo de otras familias
que la han precedido y de un adecuado ambiente social. Por ello, si no se hace valorar el
núcleo de toda familia, el matrimonio, en los
cuerpos normativos y en las estructuras económicas-sociales, pocos beneficios en relación a
la familia cosecharemos.
Para toda familia, la preocupación de los
hijos, una vez cubiertas las necesidades básicas de vivienda y manutención, son a la postre
su educación y el futuro empleo, en suma, su
lugar dentro de la sociedad. La Iglesia, en su
calidad de titular de miles de centros educativos, tiene el deber de encomendar al Señor
las futuras obras apostólicas y sociales en el
ámbito escolar, replanteando situaciones y previendo el futuro a corto, medio y largo plazo.
Los poderes públicos, no solo deben de cooperar con la Iglesia en esta nueva situación, sino
que tendrán que prever los cauces adecuados
99
para facilitar los cambios necesarios que se
susciten.
Conscientes de su importancia en la vida
cristiana, queremos emprender una campaña
de interés por la familia, implicando a la misma familia, a la parroquia, a la escuela, a los
movimientos eclesiales, a las organizaciones
sociales, a la familia toda.
Con formas y modos diversos, la pastoral
familiar está presente en nuestra diócesis. No
faltan ni los proyectos pastorales ni las actividades para llevarlos a cabo. Pero se hace
necesario insistir en los valores e importancia
de la familia cristiana. Una amplia y positiva
campaña sobre la familia nueva, la que se inspira en nuestras fuentes cristianas.
2. Algunas sugerencias
Hace algún tiempo, insistíamos en la necesidad que tiene la familia de reflexionar, de una
manera sencilla, sobre la importancia y los valores que encierra. La finalidad está muy clara:
una proclamación convincente y entusiasmante
de la familia como el espacio más adecuado
para la felicidad de las personas y para realizar una vida auténticamente cristiana.
100
El itinerario a seguir sería el siguiente: en el
ámbito personal, hablar frecuentemente de la
familia y hacer una llamada de atención sobre
su importancia, a través de la participación,
de forma personal o institucional, en cuantos
medios de comunicación se vean de interés.
Procurar transmitir a los poderes públicos a
través de la prensa, los órganos consultivos y
los procesos de participación correspondientes, la necesidad de apoyar y ayudar a la vida
familiar como simiente de toda la vida social.
Para todo ello, se ve la conveniencia de interesarse más por la familia, y que surgieran, casi
espontáneamente y desde abajo, grupos que
quisieran reflexionar y actuar, sobre y a favor
de la familia.
La parroquia, una familia. Para el ámbito
parroquial vale lo indicado en el párrafo anterior, pero sería necesario que se empezara
con sencillas enseñanzas y recordatorios en el
ámbito de la liturgia dominical, cuidando las
homilías, recordando que el domingo, si es el
día del Señor, también es el día de las familias.
En la organización pastoral de la parroquia,
cuídese con esmero, la recepción de los nuevos matrimonios y de sus hijos. El proceso de
formación continua que son nuestras catequesis o ciclos de formación eclesial, dirigidos a
cada uno de nuestros miembros en relación
101
a su edad y situación personal, también se ha
de hacer referencia no solo a la necesidad de
profundizar en nuestra vocación, como familia
cristiana, sino que además se debe de concienciar que la Iglesia es la gran familia de los hijos
de Dios. La creación de asociaciones familiares
de barrio podría ser una iniciativa muy efectiva.
En cada parroquia la familia debe de ser una
prioridad que promueva una mayor comunicación y comprensión entre sus miembros, podría
ser de interés que a nivel parroquial y arciprestal se celebrara anualmente una asamblea
sobre la familia, de la que saliera un sencillo,
pero eficaz, conjunto de proyectos pastorales
relacionado con la familia, utilizando siempre
aquellos instrumentos y medios que están a
nuestro alcance.
Así, de una manera progresiva se intentará
que la comunidad vaya logrando por sí misma:
descubrir los valores cristianos de la familia,
celebrar con la familia, anunciar el evangelio
de la familia. Se trata al fin de evangelizar la
familia, de hacer de la familia agente de su
propia evangelización y de la evangelización
de otras familias.
Entre otras acciones, se pueden sugerir las
siguientes: comienzo y clausura de curso, reunión anual de los bautizados, reunión anual
102
de los nuevos matrimonios, día parroquial de la
familia, carta del párroco a las familias, visita a
las familias, presentación de los niños de primera comunión y de sus padres a la parroquia,
día de las bodas de oro y de plata, día de la
madre y el padre, día de los mayores, recuerdo a los difuntos de la familia, celebraciones
con la familia en Navidad, Cuaresma y Pascua.
Así también, potenciar la oración en familia,
el rosario en familia, enseñando a rezar a los
niños, padres catequistas, catequesis escritas
que se hacen llegar a las casas o a través de
internet. Cuídese en las celebraciones litúrgicas
pedir siempre por la familia. Donde sea posible anímese la creación de grupos de pastoral
familiar que animen las escuelas de padres y la
orientación familiar y matrimonial. Poténciense
los encuentros de familias, en romerías, peregrinaciones, excursiones, etc... Especial interés
debe de ser para cada parroquia la recepción y
la acogida de las nuevas familias y las familias
de emigrantes.
En muchos pueblos y ciudades de nuestra
Diócesis existen en ámbitos parroquiales concretos, centros educativos cuya titularidad le
corresponde bien a la Diócesis, o en mayor
número a congregaciones religiosas o instituciones eclesiales. Estos centros educativos,
como así se recoge en sus respectivos idea103
rios, son centros de irradiación apostólica de
la propia Iglesia, por ello, es necesario que se
encuentren los cauces de comunicación, cooperación y trabajo en común, entre estos y las
parroquias. Una parte muy importante de los
nuevas generaciones de la propia Iglesia, se
encuentran en dichos centros, por eso se proponen a continuación algunos pasos a seguir.
Se ha de trabajar de forma coordinada para
que la formación religiosa de los niños y niñas
de esos centros educativos, tenga tres objetivos
concretos, el bien de la familia, su incorporación a los cauces de formación permanentes
y la búsqueda de lazos estables de cooperación en el ámbito parroquial de cada uno.
Para todo ello es vital, que se refuercen por
un lado, las Asociaciones de Padres y Madres
de Alumnos, y por otro, las Asociaciones de
Antiguos Alumnos. Estas dos instituciones,
además de colaborar activamente en la vida
del centro, han de ser consideradas como instrumentos apostólicos para la evangelización
de cuantos a ellos le están encomendados.
Revísense, en breve plazo, los objetivos, acciones e intereses de estas asociaciones eclesiales
y promuévase una coordinación efectiva a nivel diocesano.
Allí donde se considere adecuado, implántense los movimientos de apostolado familiar,
104
estos, en colaboración con los organismos
diocesanos competentes, deben continuar celebrando anualmente la Semana de la Familia
como impulso de toda la Diócesis. Cuando
sea posible celébrense mesas redondas, elabórense materiales didácticos, divulgativos e
informativos (folletos, carteles, monografías,
videos, webs, Biblias y Nuevos Testamentos de
la familia, etc...). Para mayor coordinación de
las acciones apostólicas en la Diócesis todas
las actuaciones a celebrar en esté ámbito se
realizarán en total colaboración con los organismos diocesanos, especialmente los relacionados con el apostolado de los seglares.
Para mayor conocimiento de la situación
familiar en la Diócesis, desde aspectos, sociales, económicos, jurídicos, fiscales, educativos,
entre otros. Se elaborará un Informe sobre la
Familia en Sevilla, que se revisará periódicamente. Para la elaboración de este Informe se
contará con los medios propios de la Diócesis,
y aquellos externos de carácter público y/o privado que se consideren de interés.
El valor de la familia, y las muchas desorientaciones y problemas, nos obligan a seguir y
a emprender nuevos compromisos pastorales
para la familia cristiana. La Diócesis continuará con el trabajo ya desarrollado, que ha de
105
potenciar en relación a los objetivos del Plan
Pastoral 2004-2008, pensando sobre todo en
que los frutos de la Asamblea de Laicos que
celebraremos el año 2007, han de reforzar a
nuestras familias cristianas para que hagan presente a Cristo en nuestra sociedad. Por eso la
Delegación Diocesana de Pastoral Familiar y el
Centro de Orientación Familiar deben de estar
continuamente en ese primer puesto de interés
y de trabajo a favor de la familia, en colaboración con todos los organismos diocesanos.
3. Agentes de la pastoral familiar
Una pastoral familiar, bien dirigida y programada, es el mejor camino para conseguir
los objetivos que deseamos alcanzar. Esta pastoral necesita una estructura, una organización
tanto diocesana como parroquial:
Agentes de esta pastoral familiar han de ser:
- La Iglesia local, con las distintas vocaciones
y ministerios presentes en ella.
- La comunidad parroquial, que debe tomar
viva conciencia de la gracia de la corresponsabilidad que recibe del Señor, en orden
al cuidado de la familia. La parroquia es la
106
comunidad-espacio idóneo (con su organización y agentes pastorales) para emprender y realizar esta pastoral especializada.
- El obispo, como el primer responsable de
la pastoral familiar en la diócesis, debe
prestar particular solicitud a este sector
prioritario de la pastoral.
- Los sacerdotes son quienes han de sostener
a la familia en sus dificultades y sufrimientos, acercándose a sus miembros, ayudándoles a ver su vida a la luz del evangelio.
Desde la parroquia, ir desarrollando, con
suavidad y perseverancia, el plan propuesto de pastoral familiar. Los arciprestes han
de llevar frecuentemente el tema de la familia a las reuniones del arciprestazgo.
- Los teólogos y expertos en problemas familiares pueden ser la gran ayuda, explicando exactamente el contenido del magisterio de la iglesia y el de la experiencia
de la vida familiar (FC 73).
- Los religiosos y religiosas que ofrecen a la
familia el testimonio de su vida consagrada, el apostolado directo a los más necesitados, que abre la propia casa para que
las familias puedan encontrar el sentido de
107
Dios, el gusto por la oración, el ejemplo
concreto de una existencia vivida en caridad y alegría fraterna (FC 74).
- Los laicos especializados que, tanto individualmente como por medio de diversas
asociaciones, movimientos y comunidades,
ofrecen su obra de iluminación, de consejo, de orientación y apoyo (FC 75).
- La misma familia, que es el primer agente
de su propio apostolado, en virtud de la
gracia recibida en el sacramento. Por el
matrimonio reciben los esposos cristianos
una peculiar misión, que desarrollarán sobre todo dentro de la propia familia con
el testimonio, la formación cristiana de los
hijos y con su inserción en la comunidad
eclesial y en la misma sociedad.
- Las Asociaciones familiares, que han de
suscitar un vivo sentido de solidaridad y
favorecer una conducta de vida inspirada
en el evangelio, formando la conciencia
según los valores cristianos (FC 72).
Es imprescindible el formar padres y educadores de la fe capaces de convertirse en
agentes de esta pastoral. La familiar deberá ser
“objeto y sujeto” de esta renovación pastoral.
108
La Conferencia Episcopal Española publicó
(noviembre 2003), un “Directorio de la Pastoral
Familiar de la Iglesia en España”, que constituye
un adecuado instrumento de orientación y de
ayuda a la reflexión y a la práctica pastoral.
3. Con María, la Madre
No nos cansamos de bendecir a Dios por el
beneficio tan grande que nos ha hecho con la
institución de la familia, y por habernos dado,
en la familia cristiana, una señal tan admirable
y evidente de su amor y de sus planes de salvación para todos los hombres. Jesús, el Verbo
eterno de Dios, es hijo de María. La Madre de
Dios es Madre de los hombres.
Aquí está la esclava del Señor. Que todo se
realice conforme a tus deseos. Así responde
María a la voluntad de Dios. Y esa respuesta
es fecundidad en el misterio de la encarnación
del Hijo de Dios. Jesús dirá más tarde, refiriéndose a su madre: dichosos los que escuchan la
palabra de Dios y la cumplen.
La madre había estado junto a la cruz cuando ya, casi todos, le habían abandonado. Si no
fue a visitar el sepulcro, es porque bien sabía
109
que pronto aquella tumba había de quedar vacía. Ella, como está llena de amor, espera. Es
tal la seguridad que tiene en el amor de su Hijo,
que ni el sufrimiento le aleja de Jesucristo, ni las
apariencias de vacío son capaces de arrancar
de su corazón un amor tan insondable.
A ejemplo de María, buscaremos y haremos
crecer, en medio de la Iglesia, esa auténtica familia cristiana nueva que tanto necesitamos.
+ Carlos, Cardenal Amigo Vallejo
Arzobispo de Sevilla
Sevilla, octubre 2005
110
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