ANDÁGUEDA ¿REIVINDICACIÓN DE LOS VALORES INDÍGENAS

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ANDÁGUEDA ¿REVINDICACION DE LOS VALORES INDÍGENAS O
ANTIOQUEÑOS?
Dally Ortiz Quintero
RESUMEN
La expresión indigenista en literatura connota una valoración positiva de las culturas
indígenas. La novela Andágueda del escritor antioqueño Jesús Botero Restrepo, se ha
inscrito en los anales de la narración colombiana como una de las mejores exponentes del
género, pero el análisis genera una gran duda ¿será Andágueda una novela indigenista o
arrierista? Sugerir una respuesta a este interrogante es el objetivo del presente artículo. Para
tal finalidad se hará uso del Análisis Crítico del Discurso.
PALABRAS CLAVE: Andágueda, indigenismo, análisis del discurso, arriería, narrador.
ABSTRACT
The literature indigenism expression connotes a positive assessment of the indigenous
cultures. The novel Andágueda of writer Jesús Botero Restrepo, has enrolled in the annals
of Colombian narrative as one of the best exponents of the genre, but the analysis generates
a doubt: is it a novel Andágueda indigenism or arrierista? Suggest an answer to this

Este artículo se presenta en el marco del Seminario Trabajo de Grado de la maestría en Hermenéutica
Literaria de la Universidad EAFIT.
** Candidata a magister en Hermenéutica Literaria.
1
question is the objective of this article. To this end we will make use of Critical Discourse
Analysis.
KEYWORDS: Andágueda, indigenism, discourse analysis, arriería, narrator.
La exuberante
selva chocoana es el escenario de fondo que sirve a Jesús Botero
Restrepo (Jardín, 1921) para inscribir su novela Andágueda. El texto fue publicado por
primera vez en 1946 y escrito tras un viaje realizado por el autor al departamento del
Chocó, quien lo recorrió atraído por los relatos de los aventureros que iban a buscar oro en
el río Andágueda. Allí conoció selvas, minas y a los negros e indios habitantes del lugar
(Colegio Altos Estudios de Quirama, 1994:139)1.
La novela es rotulada en su prólogo, escrito por Manuel Mejía Vallejo, como
indigenista, término que en el sentido crítico que ha prevalecido hasta hoy, lo habría usado
por primera vez José Carlos Mariátegui, quien en sus Siete ensayos de interpretación de la
realidad peruana (1928) se refiere al indigenismo como una manifestación literaria peruana
que tiene “fundamentalmente el sentido de una reivindicación de lo autóctono y no tiene
nada que ver con el indio como motivo pintoresco”. (Mariátegui 1971, citado por Orrego,
2012: 32). Este subgénero en Colombia, no tuvo tanta representatividad como en Perú o
México, sin embargo los textos compiladores y referenciadores de literatura colombiana
1
Este novelista y poeta antioqueño, escribió además de la anterior, otra novela editada en 1963 por La
Imprenta Departamental y reeditada con Andágueda en 1986 en la Colección de Autores Antioqueños: Café
Exasperación (http://www.viztaz.com.co/litera/autores/bc/boterores.html)
2
inscriben en él las novelas: La vorágine (1924) de José Eustasio Rivera, Toá (1933) de
César Uribe Piedrahita, José Tombé (1942) de Diego Castrillón Arboleda y Andágueda
(1946) de Jesús Botero. Se resalta en el prólogo de esta última:
Indudablemente la mejor novela sobre el indio fue Andágueda (…) que nació como una
experiencia de su vida frente a los hombres y frente al paisaje, igualmente bravo e imponente
(…) Nos criamos en la misma región, y sus indios son mis indios. (Botero, 1986)
¿Se afirma que es la mejor novela indigenista en tanto el texto se establece como verdadera
reivindicación del indio? O Por el contrario, ¿esa aseveración nace del establecimiento de
la figura indígena como pretexto para glorificar la del arriero antioqueño? Como respuesta
a ésta aserción han escrito los profesores Pineda Botero y Orrego Arismendi lo siguiente; el
primero afirma:
Más que una novela 'indígenista', como algunos la han calificado, Andágueda, es una
apología del colonizador blanco antioqueño: el héroe, Honorio Ruiz, por su valor y ambición,
por su espíritu positivista, su libertinaje e inteligencia práctica, va dejando una estela de fama
que poco a poco se hace leyenda. (Pineda, 1986:4)
El segundo apunta:
Los desconfiados y sucios Guahíbos de La Vorágine son la manifestación colombiana de ese
escéptico modo de hacer etnografía en la novela de la selva, y cuando en 1946 se publicó
Andágueda de Jesús Botero Restrepo, ese sabor se había acentuado notablemente, apenas
compensado por una intención más perceptible –pero igualmente parcial y fragmentaria- de
pensar el mundo en términos de una cosmovisión nativa. (Orrego, 2006:377)
Ambos argumentos echan de menos, una lectura más cercana y auténtica del mundo
indígena, una que pueda dar verdadera cuenta de la denominación de indigenista. Como
puede observarse ninguno de los dos estudiosos está de acuerdo con la nominación
atribuida por Mejía Vallejo, sus críticas abren una nueva posibilidad de estudio, la que aquí
3
se va a afrontar, desde la hipótesis de que la novela no sólo desmerece la asignación que
pretende ostentar, sino que aprovecha la figura del indígena, no como objeto de
reivindicación, sino como pretexto para exaltar la figura del arriero antioqueño.
La novela refiere la historia de Honorio Ruiz, un joven antioqueño que llega a
territorio chocoano tras la muerte de sus ancianos padres. A lo largo de todo el primer
capítulo se resalta su desempeño como arriero en El Torrente, una mina de oro de las tantas
de las que aún hoy socavan el territorio chocoano, y la forma como con su labor fue
domando la naturaleza circundante. Allí conoce a los indígenas Emberá que también
laboran en la mina y cree enamorarse de la hija adolescente de uno de ellos, María Clara
Querágama.
Se interna con los indígenas en la selva chocoana y convive con la comunidad, calmada
y tranquilamente a orillas del rio Andágueda, hasta el día en que la indígena da a luz un hijo
suyo. En ese momento Honorio pasa de ser un espectador de la naturaleza que lo circunda,
paisaje natural que incluye a los indígenas, a ser parte de ella por medio del hijo que lleva
su sangre, y este sentimiento lo abruma de tal forma que lo transforma por completo,
convirtiéndose a partir de ese momento de compañero a explotador de los indígenas, a
quienes obliga a trabajar para él buscando oro en el rio.
4
Francisco Rendón, otro antioqueño que también laboraba en la mina en la misma época
que Honorio y quién también se sintió atraído por María Clara, toma su trabajo cuando
Ruiz se marcha a la selva. Labora en este oficio durante cinco meses, pero un día intenta
robarse la remesa de oro que debía entregar en El Baboso, población de Chocó. El oro es
recuperado por el administrador de la mina y Rendón huye internándose en la selva como
fugitivo. Después de vagar por algún tiempo se encuentra fortuitamente con Ruiz en el
asentamiento indígena que éste último maneja con mano de hierro a orillas del Andágueda.
Al llegar Rendón, Honorio le deja muy claro que él es el jefe y Francisco humillado
empieza a urdir en su alma la venganza. Un día en que Honorio Ruiz sale a vender el oro
recogido en la semana, Francisco Rendón abusa de María Clara Querágama. Al regresar el
primero se enfrentan en duelo y finalmente cae muerto Rendón. Después del asesinato
Ruiz se aleja del asentamiento y los indígenas, acostumbrados a su liderazgo y sin saber
que hacer pasan múltiples penurias y deciden entonces irse a buscar otros territorios. Pero
como la selva está siendo invadida por hombres blancos no encuentran en donde asentarse.
María Clara deja a su pequeño hijo, Manuel Ruiz, al cuidado de unos misioneros y nunca
regresa por él. Tiempo después Honorio se interna de nuevo en la selva en busca de los
indígenas y no encuentra a nadie, sin embargo decide quedarse a vivir en ella con la única
compañía de Cañuto su perro. En este punto del relato, el narrador focaliza su atención en
Manuel Ruiz, un joven que escucha en los pueblos del Chocó la leyenda de un ‘tal’
Honorio Ruiz, hombre muy valiente al que no mataba ni el veneno de las serpientes.
Manuel al que los misioneros no supieron decirle nada de su origen, pero que reconoce en
5
su físico las marcadas diferencias con los indígenas de la zona, intuye que ese hombre
blanco era su padre, pero jamás hace nada por encontrarlo y finalmente se va del Choco a
buscar fortuna en la ciudad, cerrando de esta forma el relato con el mismo proyecto que
llevó a su padre al Chocó: salir de la tierra conocida a explorar y domar territorios
desconocidos. (Botero, 1946)
El relato es enunciado por un narrador que se implica metadiscursivamente2, con pleno
conocimiento de los hechos, que se presenta como un alter-ego de Honorio Ruiz, pues no
solo conoce sus motivaciones, esperanzas e internos temores, sino que también enuncia
desde el inicio de la narración sanciones positivas en las cuales deja traslucir su evidente
admiración, pues lo presenta como un hombre superior en cuya descripción no economiza
adjetivos para connotar su supremacía física,
Porque Honorio Ruiz había llegado al Chocó en busca de aventuras (…) pero solo encontró
algunas riñas con mineros en El Torrente y unos demoledores puñetazos remachados en la
piel de sus adversarios que no le causaban a él ningún asombro por el escaso esfuerzo que le
demandaban y con los cuales había adquirido sin embargo fama de guapetón y hombre bravo.
(Botero, 1946:25)
Y su preeminencia mental:
“Honorio Ruiz no sentía temor a la muerte. Era una de esas naturalezas vigorosas y bravías
como un huracán” (Botero, 1946:42)
“A la temeraria valentía lo impulsaba además su soledad” (Botero, 1946:70)
2
Un narrador que va “pespunteando su narración con reflexiones o acotaciones relativas a la marcha de su
propio discurso, del sistema lingüístico o narrativo, en general, o le va haciendo guiños al lector indicándole
ciertas pautas de lectura” (Del Prado, 1999: 88)
6
“(…) tenía es cierto, una fluidez innata para expresarse y un inexplicable sentido de
captación de lo acertado y de eliminación y rechazo de lo erróneo” (Botero, 1946:71).
En el uso de la voz activa, en la cual Ruiz siempre es el que se destaca en primer plano,
el narrador afirma de forma directa la maximización de sus logros en contraposición de
quienes son los receptores de ellos; por ejemplo la calificación implícita negativa para
quienes reciben sus demoledores golpes.
Además se resalta que sus dotes no fueron
aprendidas sino inherentes a su ser, a su naturaleza, a su fluidez innata y que hasta las
situaciones desfavorables, como la soledad, servían de disculpa para la exhibición de su
predominio. Es pues, un hombre no solo con una fortaleza física fuera de lo común, sino
con grandes cualidades en términos de personalidad: osado, intrépido, audaz, temerario,
perspicaz, lúcido y con dotes naturales de orador, características masculinas que lo facultan
como un líder natural.
También el narrador establece la superioridad de Ruiz a partir de la mirada del indígena,
cuando llega al poblado buscando a María Clara:
“(…) serena y concisamente, dijo que venía a vivir allí para siempre. –Y aquí traigo la plata
–concluyó- para casarme y hacer mi rancho. A Manuel lo maravilló el que no pidiera
consentimiento de nadie y hablara con tal seguridad” (Botero, 1946:75)
“el astuto Miguel Querágama (…) admitió cerrando los ojos que el blanco cortejase a la india
(…) estaba tácitamente valuando por lo alto la hombría de Honorio Ruiz” (Botero, 1946:73).
7
En apariencia se evalúa positivamente la astucia del indígena, pero en realidad tal
característica es valorada en
tanto le permite reconocer en el hombre blanco su
superioridad, que se explícita a renglón seguido en la exaltación de la claridad, concisión,
serenidad y seguridad con la cual expresa su decisión, es decir, en la expresión verbal de
sus prácticas de poder.
El narrador destaca además en Ruiz, su gran seguridad que deviene en autoridad frente a
los indígenas, quienes a su vez equiparan la fortaleza de su carácter con hombría. Resulta
interesante detenernos un momento en este punto, ya que el significado denotativo de la
palabra hombría, dista mucho del significado connotativo que contextualiza para este
término la novela. Según el diccionario de la Real Academia, la hombría es un conjunto de
cualidades positivas del hombre, especialmente la entereza y el valor; el mismo diccionario
homologa la entereza a la rectitud e integridad, estas dos últimas, condiciones que no
encuentran correlato en la relación que establece Honorio Ruiz con la comunidad indígena,
como quedará demostrado tanto para los indígenas como para el lector,
Pronto, a todas las viviendas del Alto Andágueda llegó el nombre de Honorio Ruiz como el
de un extraño Caudillo aborigen ante cuya violencia y osadía eran pocos los nativos que no
terminaban por rendirse (…) A quien no cumplía voluntariamente sus compromisos, se le
cobraban réditos de sangre, cauciones y aranceles de castigo. A quien por las buenas no
accedía, a las malas tendría que acceder. (Botero, 1946:110-112)
El calificativo de caudillo, como aquel que guía, dista mucho de la ambiciosa empresa
que había emprendido Honorio: la recopilación de riquezas, que usando como pretexto al
hijo, destinaría para revindicar que hubiera nacido “en el seno de una raza infructuosa”
8
(Botero, 1946:105). El comportamiento exhibido con los indígenas, que hace gala de la
fuerza física y de la crueldad, se ajusta más a la descripción de un tirano, que a la de un
adalid en el que se destaca la hombría.
El narrador va más allá de la simple admiración y cuando Honorio empieza a abusar y a
esclavizar a los indígenas, busca justificación a sus acciones, dice por ejemplo, “Y otros
explotaban la selva y esclavizaban al indio ¿por qué no él?
Eran reacciones muy
explicables en un alma cruzada de fuerzas arbitrarias e indómitas que fueron soterradas en
una calma ficticia durante algún tiempo” (Botero, 1946:105). Se refiere al tiempo que
Honorio Ruiz convivió con los indígenas en Vivícora a orillas del río Andágueda,
compartiendo su forma de vida sencilla; levantándose al amanecer para pescar sólo lo que
se consumiría en el día, cultivando el maíz y participando de los rituales posteriores a su
cosecha. Se recurre de nuevo a la magnificación del sujeto por medio del uso de adjetivos
de carácter positivo, esta vez adjudicados a su alma. Paradójicamente, la sencillez y
naturalidad de la cotidianidad indígena reciben el calificativo de ficticias, una experiencia
que pasa a ser aparente y falsa al ser vivida por Ruiz, un simple parecer que no alcanza a
colmar, ni a contener su verdadero ser. Esta justificación del narrador encuentra asidero en
la escala de valores que permea sus valoraciones; la cosmovisión del arriero antioqueño,
categoría que se ampliará más adelante.
9
A lo largo de los quince capítulos, el indígena Emberá3 como objeto de narración es
abordado en sólo tres de ellos (XVIII, IX y XII), y de estos solamente recibe alusiones que
pueden considerarse positivas en dos párrafos: el primero se refiere a la valoración que hace
Honorio Ruiz de su estilo de vida “le iba tomando gusto a esa vida seca e impenetrable en
la corteza, pero tierna allá en sus profundidades” (Botero, 1946:77), y el segundo le
reconoce al indígena sus conocimientos curativos “Donato Tunay le curó, es cierto, el
incipiente paludismo con una tisana verdosa y espesa, de hierbas amasadas con saliva y con
unas misteriosas sílabas y unos intrincados signos cuyo poder solo él tenía en esta porción
de la tribu” (Botero, 1946:86). Sin embargo, nótese los adjetivos con los que se califica la
vida del indígena que connotan una valoración bastante particular dada la confluencia de lo
árido y lo vacío con lo cerrado. Mientras la oración adversativa hace referencia ya no al
indígena sino al sentimiento que suscita en quien habla: ternura o quizá debería decirse
compasión. Sentimiento que connota una superioridad sobre quien lo origina.
El narrador recrea además la vida cotidiana de la comunidad, referida tanto a la manera
de traer los niños al mundo, como a la ceremonia de la cosecha del maíz que incluye la
elaboración de la chicha y su consumo colectivo. Particularmente, se detiene en la
3
Según el estudio de las comunidades indígenas de Colombia, Los Citará Emberá viven en el departamento
del Chocó, al occidente de Colombia. También se les conoce como Cholos, su idioma pertenece a la familia
Lingüística Chocó. Como bebida es corriente el uso de una chicha que se obtiene de maíz molido, colado y
cocido fermentado. Usaban como materia prima para confeccionar sus vestidos las cortezas de algunos
árboles. Contemporáneamente, sin embargo, el comercio con blancos y negros les ha suministrado telas que
ellos prefieren de colores vivos. Sus casas, preciosamente construidas con maderas finas y techadas con
hojas de palma, son extraordinariamente limpias. De base circular, abierta por los costados para recibir el
fresco, con techo cónico y piso de cañas y astiles elevado del suelo para liberarse de las inundaciones, de la
humedad y de los animales nocivos. (http://www.galeon.com/culturasamerica/Emberas.htm)
10
representación de las relaciones familiares determinadas por un patriarcado que reduce a la
mujer a objeto que se entrega a un hombre y después hace las veces de cultivadora,
carguera, cocinera, limpiadora y proveedora de hijos, trabajos realizados en el más absoluto
de los silencios por “la muchacha indígena callada y circunspecta” (Botero, 1946:77). Se
resaltan como valores el silencio y la discreción de la mujer indígena, rasgos que desde la
perspectiva del hombre blanco le son convenientes para su concepción del mundo, toda vez
que encajan perfectamente con el patriarcado del cual procede.
Cuando deja la mina y decide irse a convivir con los indígenas, para Honorio es sencillo
asumir el estilo de vida de estos4, pues tiene todo lo que le es necesario; choza, maíz, india
y pesca son enumerados sin ningún orden valorativo para él, elementos todos estos que en
la narración son presentados en el mismo nivel de importancia. Todo era parte del paisaje
chocoano, los indígenas se constituían en un componente más de la selva exuberante que
tanto lo atrajo al llegar. Es desde esta percepción que puede entenderse el silencio del
personaje, porque los hombres no hablan con los objetos decorativos de su ambiente, “Vos,
hombre Ruiz, vivir calculando será no más. Tener más boca cerrada que indio viejo…”
(Botero, 1946:86). Además María Clara Querágama lejos de representar el amor
sentimental, se constituye para él en un símbolo de la superioridad sobre la raza indígena,
así lo afirma el narrador cuando anota,
La india, sobre todo, era un halago a su vanidad, ya que sin contar con que la indiecita era
bella (…), la raza indígena resguardaba a todas sus mujeres, con celo belicoso de la lujuria
blanca. Y cuando excepcionalmente las entregaba era sólo por su propia voluntad, y nunca a
4
Aunque después, como ya vimos, el narrador sancione la experiencia de forma negativa.
11
hombres que el perspicaz indígena veía incapaces de arrebatárselas a la fuerza llegada la
ocasión. (Botero, 1946:72)
De nuevo se resaltan en el plano del parecer las virtudes del indígena, como la
perspicacia, pues se hace en virtud de la valoración del hombre blanco; se es bueno en
tanto se hace uso de esa bondad para reconocer la supremacía en el Otro. Se destacan
entonces en esta visión del narrador, la supremacía intelectual y física de la raza blanca y la
impotencia del nativo para hacerse valer en su propio territorio.
Las demás menciones al indígena están permeadas por la perspectiva del enunciadorarriero, que sanciona negativamente costumbres y modos de vida diferentes al suyo, desde
una posición etnocentrista5 que desconoce abiertamente la multiculturalidad del entorno.
Para apreciar mejor este punto, resulta importante establecer cuál es la cosmovisión del
arriero antioqueño en cuanto a los valores que considera primordiales. En el discurso
pronunciado por Fabio Echeverri Correa, a propósito de la entrega de La Orden del
Zurriago, concedida por el Centro de Estudios Universitarios en la ciudad de Bogotá, el 14
de diciembre de 1988, el empresario antioqueño apunta:
Cuando de valores se habla, es oportuno tomar como paradigma al arriero antioqueño (…) En
el arriero artífice de la grandeza de Antioquia la Grande y antecedente próximo de los
desarrollos minero, agrícola e industrial, se combinan una serie de valores que hoy escasean y
5
El etnocentrismo en términos de Levi-Strauss es “La actitud más antigua (…) consiste en repudiar pura y
simplemente las formas culturales -morales, religiosas, sociales, estéticas- que están más alejadas de
aquellas con las que nos identificamos. ‘costumbres de salvajes’, ‘eso no es cosa nuestra’, ‘no debiera
permitirse eso’, etc., otras tantas reacciones groseras que traducen este mismo estremecimiento, esta
misma repulsión en presencia de maneras de vivir, de creer o de pensar que nos son ajenas” (Levi-Strauss,
1973:308)
12
de qué manera: la honorabilidad, la hombría, el orgullo, la exactitud, el espíritu de sacrificio.
(Echeverri, 1989:14)
Por su parte Guillermo Cadavid resalta de este personaje:
“(…) la capacidad de trabajo y sacrificio que tenían los arrieros. El pasarse todos los días
transitando por caminos que apenas merecían este nombre, conduciendo una recua de
animales, era para gentes de temple extraordinario y de una probada afición al trabajo (…) en
esa difícil escuela crean una ética que valora el trabajo como el medio más idóneo para el
ascenso social y para la adquisición de bienes de fortuna (…) todos sus esfuerzos están
encaminados a este fin, por ello desarrolla una actitud positiva eminentemente utilitaria.
(Cadavid, 2012)
Las palabras empleadas en ambos textos, para describir las virtudes propias del arriero,
se fusionan en un campo semántico: la consecución de riqueza. Para tal fin se requiere de
espíritu de sacrificio, en términos de la renuncia y el esfuerzo que deben empeñarse en la
consecución de tal objetivo. Como se ha mostrado, estos mismos valores caracterizan al
personaje de Honorio Ruiz y se establecen como directrices del relato en la medida en que
son el parámetro a partir del cual se sancionan las características indígenas negativamente y
se las instala en un plano subordinado, pues no se reconocen como diferentes sino como
inferiores.
Además, se invalidan las particularidades de los indígenas, al enfatizar por ejemplo sus
“inteligencias romas”, (Botero, 1946:87), al acusarlos de ser “una raza melancólica, raza en
extinción lenta y prolongada (…) que no se humanizaba más que en los placeres
elementales: la caza y la pesca” (Botero, 1946:77) y hasta el amor por la tierra y la
naturaleza son minimizados desde esta visión “Y es que mientras unos están hechos para
empuñar maíz hasta la muerte (…) otros tienen por qué exigir oro, puesto que llevan sangre
13
de conquista hasta en las manos vacías” (Botero, 1946:106). En el uso de los adjetivos que
descalifican al colectivo indígena, sinónimos de seres sin agudeza intelectual, obtusos,
simples y por lo tanto sin ambiciones, hay una sanción implícita desde un ‘deber ser’
etnocentrista. Según las descripciones anteriores, los criterios de los cuales se sirve el
narrador para emitir juicios de valor, denotan una idealización cultural que lo obliga a ver a
los indígenas a través de sus propios paradigmas culturales.
De esta manera la narración despliega, las características del indígena desde la
perspectiva del hombre blanco y la visión del mundo que acompaña al arriero. Concepción
que cobra vital importancia en el desarrollo de la novela al momento del nacimiento del
hijo del protagonista. Pues, esta calificación del indígena por parte de Honorio, es el motivo
que lo impulsa hacia el cambio y la transformación de su hábitat, en el momento del
nacimiento de su hijo. Cuando empezó a convivir con los indígenas, era un simple
observador del paisaje que lo rodeaba con el cual no interactuaba, en palabras del narrador
“Un hombre podía vivir entre indios, pero no dejar por allí regada sangre sufriente, sangre
melancólica y coagulada antes de nacer por el fatalismo de una raza en derrumbe y por el
rigor vitalicio de un destino sin escape” (Botero, 1946:104). Con la disculpa de proveerle
al hijo un futuro que por sí mismo no podría labrarse porque “llevaba en las venas sangre
india que le proporcionaría impasibilidad y desgano vital, desidia y pesadumbre nativas”
(Botero, 1946:77), Ruiz se da a la tarea de buscar fortuna a cualquier precio. Empieza a
pensar con una angustia nacida del orgullo, no del amor, en el futuro de ese niño por su
condición indígena, condición que le impedirá la movilidad que él como hombre blanco si
14
posee, la libertad de vivir donde quiera y de ser poseído por el entorno solo si lo acepta, sin
la resignación de los indios sino con su voluntad, por eso se propone comprar esa libertad
para su vástago “Y se dio con dedicada obstinación en adquirir dinero para resarcir al hijo
de la carga que le había impuesto con traerlo a la vida en el seno de una raza infructuosa”
(Botero, 1946:106). Es una decisión permeada por una mirada materialista que concibe el
progreso humano necesariamente de la mano del capital, basada en la certeza de que a ese
niño le espera un futuro incierto por poseer la sangre de una raza inferior.
Reasume ahora el personaje el rol de arriero, el mismo que relegó mientras convivió en
paz con los indios, y como tal ejerce su superioridad, sometiendo al indio a través del
miedo, se vuelve explotador y ambicioso en relación con un futuro incierto que debe
resolver. El indígena pierde por completo su vida tranquila y sosegada, Honorio de amigo y
semejante paso a ser una serpiente,
“una equis inexorable y vindicativa”6. (Botero,
1946:117). Se usa la metáfora de la serpiente, una metáfora en el sentido de Ricoeur7, no
como palabra sino como expresión figurativa que refiere en forma condensada, la extensión
de una descripción que requeriría para su completa aprehensión de una larga explicación.
La interpretación metafórica de la equis, la serpiente más venenosa que habita el territorio
chocoano, supera de esta forma la interpretación literal, lo que provoca una extensión del
6
La Bothrops atrox, es una especie de serpiente de la subfamilia Crotalinae, conocida en Colombia con el
nombre de Mapaná. Es probablemente la serpiente más temida en la América del Sur, junto con la shushupe
o verrugoso (Lachesis muta). Se considera que es el reptil americano que más muertes causa.
(http://colombiasinpalabras.blogspot.com/2013/05/serpiente-mapana-x-bothrops-atrox.html)
7
Ricoeur, P. (2006). “La metáfora y el símbolo”, en: Teoría de la interpretación. Discurso y excedente de
sentido. México: siglo xxi.
15
sentido a partir de un enunciado que capta una semejanza. Se refiere a un Honorio
peligroso, temido, capaz de atacar en el momento menos esperado y fatal.
Resaltan en esta parte del relato las características de Ruiz de manera más preponderante
“Pronto a todas las viviendas indias del Alto Andágueda llegó el nombre de Honorio Ruiz
como el de un extraño caudillo aborigen ante cuya violencia y osadía eran pocos los nativos
que no terminaban por rendirse” (Botero, 1946:110). Es aquí donde aparece Francisco
Rendón quien se instituye como el único interlocutor válido8 para Honorio Ruiz, ya que es
su semejante por el simple hecho de ser arriero antioqueño. Es él quien tratando de ganarse
la aprobación de los indígenas en ausencia de Honorio, les manifiesta que éste “Los está
explotando como a unas mulas” (Botero, 1946:129) metáfora extraída de la cultura popular
antioqueña que ratifica la idea de la supremacía del hombre blanco sobre la raza indígena,
al comparar a estos con un animal considerado por demás como propio solo para la carga y
que necesita de una guía para poder realizar su trabajo. Valga anotar que el uso de
metáforas como esta, dan cuenta de la intención del narrador de polarizar la relación de los
indígenas con el hombre blanco, porque cuando el sentido de las palabras no alcanza, se
acude a la metáfora, a su excedente de sentido, para darle sentido completo a lo que no se
agota en una expresión y debe llegar más allá.
8
En el sentido pragmático del poder, no del uso de la palabra.
16
Después del asesinato de Rendón, como antes se anotó, Ruiz se refugia en Bagadó
abandonando a los indígenas en la selva a orillas del río Andágueda. Ante la ausencia del
‘capataz’ blanco, el narrador ensaya una defensa del indígena estableciendo por primera
vez en el relato una mirada desde adentro mediante reflexiones que el mismo aborigen se
plantea, en las cuales se da cuenta de que pierde el equilibrio en su vida en tanto se
aproxima a la ‘civilización’ y por consiguiente a la convivencia con hombres blancos y
negros. Recuerda que en la selva no le faltaba nada, que allí no necesitaba de la tutoría
interesada de un ‘racional’, y sabe que no tiene ninguna propiedad porque carece de las
herramientas-armas que le permitan marcar un territorio para sí y se resigna a su suerte
nómada y servil. Este ‘ensayo de defensa’, cae en su más bajo nivel cuando se enuncia que
“La voluntad de estos hombres (los indígenas) requería un amo cualquiera que los azuzase
y alentase. Sola, no era apta para encaminarse a su fin” (Botero, 1946:141) y establece que
“Lo mejor era que alguien pensase y obrase por ellos, aunque le tuvieran que prestar
obediencia ciega hasta morir” (Botero, 1946:141). Retomando las metáforas anteriores,
Honorio es el arriero líder de la recua de mulas, un líder natural que guiaba el destino
vacilante y dudoso de los indígenas, desconociendo en su cultura cualquier orden social.
Finalmente un Honorio sin dinero, regresa a la selva con su perro y se dispone a vivir
solo, huyendo de la perspectiva de volver a la ciudad. En un salto de tiempo el narrador nos
revela un joven de veinte años criado por unos misioneros que escucha las leyendas
glorificadas de un tal Honorio Ruiz del que intuye es su padre,
17
(…) al oír mencionar a aquel mismo Bucamá casi olvidado de su infancia, asociado al nombre
aventurero de Honorio Ruiz, tuvo la certeza de que su vida fluctuaba por oscilaciones sanguíneas
ineluctables hacía este último. Y se enorgullecía de ello. Y tal convencimiento le entregaba un
mensaje azaroso, de incitación a las aventuras (Botero, 1946:181).
En palabras del narrador, aquel joven, Manuel Ruiz, no evidencia “el carácter sombrío
que le habían legado sus ascendientes (indígenas)” (Botero, 1946:181), sino que por el
contrario encarna las características atribuidas al hombre-leyenda Honorio Ruiz “Una
jovialidad exultante se manifestaba en sus movimientos vivos, en su risa recia, en su frente
sin pliegues y en su palabra suelta y sonora” (Botero, 1946:181). Manuel, había heredado
de su padre, no solo las particularidades físicas y de personalidad, sino también la
necesidad vital de buscar aventuras y territorios desconocidos para explorar y conquistar.
Como la selva en la que había nacido no representaba para él ningún reto, decide irse a la
ciudad desconocida plena de misterio y desafío. Este fue el último triunfo de Honorio Ruiz
sobre la raza indígena, pues su hijo no heredo ni los rasgos físicos “(…) no excedía su
cuerpo los límites de los bien conformado y medido. Las facciones no alcanzaban a ser
aindiadas” (Botero, 1946:181), ni los rasgos de personalidad de la raza que consideraba
inferior. Con este cierre de la historia, la novela reivindica la exaltación de los valores
aceptados y exaltados en la ideología de la cultura antioqueña, un modelo de representación
de aquellas creencias y costumbres que se van sedimentando en los sujetos a partir de una
manera de nombrar.
Así pues, como se ha demostrado, la novela presenta las particularidades de las dos
culturas en una dicotomía que instaura posiciones de poder de una frente a la otra,
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establecida en una relación jerárquica de arriba/ abajo. Posiciones éstas que se identifican
en el siguiente cuadro, que a manera de síntesis de lo expuesto anteriormente, muestra
cómo se emplazan en la novela, los valores del arriero antioqueño en un nivel superior a
los valores del indígena:
Arriba
Arriero
Negociante
Abajo
Indígena
Ingenuo
Valiente
Bravo
Hábil
Pusilánime Apocado Bruto
Fuerte Orgulloso
Débil
Humilde
En la parte superior del cuadro anterior, el término arriero engloba a las demás palabras,
que establecen categorías superiores basadas en prejuicios, lo que faculta al sujeto arriero a
emitir juicios de valor, guiar y dar órdenes al sujeto indígena del cuadro inferior. Las
palabras enunciadas explicitan la maximización del nosotros (narrador y personaje) y la
minimización del ellos (indígenas), se constituyen en una marca que el enunciador va
dejando en su discurso y que dan cuenta de sus representaciones mentales. Además el uso
de adjetivos de carga semántica tan fuerte, revisten al discurso del narrador de un carácter
subjetivo que pondera los valores de un grupo social sobre otro.
A manera de conclusión, puede afirmarse que aún en sus intentos de defensa de lo
indígena el narrador se queda en la simple intención, pues lo que prevalece es la visión del
mundo del arriero, del hombre blanco como parámetro de valoración del indígena. De este
modo, la descripción de sus costumbres cotidianas, se opacan por el hecho de que dichas
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prácticas pasan a ser parte del paisaje observado y la reflexión final, enunciada desde los
personajes aborígenes, pierde validez en la resignación con que asumen su triste suerte y en
la instauración de la comunidad como ente pusilánime.
La ideología del arriero antioqueño, en esta novela se manifiesta en la polarización
expuesta a través de paralelismos, con el uso de términos que representan la relación de lo
nombrado con quien lo nombra. Hay en la narración una estrategia general de autopresentación positiva y la presentación negativa del otro que marca ideológicamente el
discurso. Si fuera necesario etiquetar esta novela, propongo que debería tomar el nombre
de arrierista, pues reivindica y posesiona las características del colonizador antioqueño
estableciéndolas como superiores a las indígenas. Cae irremediablemente en un exagerado
etnocentrismo que permea todas sus apreciaciones.
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