Reflexiones sobre el género.

Anuncio
Reflexiones sobre el género. ¿Cuál
es la relación entre el patriarcado y
el capitalismo? se reabre el debate
Cinzia Arruza 03/07/2016
(2014, C. Arruzza[1]; traducción al francés de Sylvia Serina)
He aquí una serie de artículos de Cinzia Arruzza publicados originariamente en sucesión y en inglés,
llevados luego al italiano, al francés y ahora al español.
I. Patriarcado o capitalismo
Es muy habitual encontrarse en libros, tratados, artículos o escritos feministas con referencias al
patriarcado y a los vínculos patriarcales. Utilizamos, a menudo, el término patriarcado para
referenciar el hecho de que la opresión y la desigualdad de género no son esporádicas ni
excepcionales. Ninguna de ellas puede ser simplificada a la consideración de fenómeno propio y
único de las relaciones interpersonales. Muy al contrario, son temas anidados en nuestra sociedad y
reproducidos mediante ciertos mecanismos que resultan inexplicables si se reducen al campo de lo
individual.
En resumen, utilizamos a menudo patriarcado para subrayar que la opresión de género es un
fenómeno dotado de un carácter periódico y social, y no solo interpersonal. Sin embargo, la cosa se
complica si queremos ser más precisos en cuanto a lo que es, exactamente, el patriarcado y el
sistema patriarcal. Y rizamos más el rizo si nos preguntamos cuál es el vínculo entre el patriarcado y
el capitalismo, y cómo se interrelacionan.
Estado de la cuestión
Durante un tiempo, entre los setenta y los ochenta, la cuestión de la relación estructural entre
patriarcado y capitalismo fue objeto de un animado debate entre teóricos y militantes de la corriente
materialista y marxista del feminismo. Esto es, entre miembros del movimiento feminista marxista y
del feminista materialista de origen francés, pasando por las diferentes variantes de lo que se conoce
como socialist feminism: el feminismo marxista o materialista afroamericano, el feminismo
materialista lésbico, etc. Los temas fundamentales de tal debate han reaparecido ahora organizados,
más o menos, en torno a dos cuestiones:
1) ¿El patriarcado es un sistema autónomo en relación con el capitalismo?
2) ¿Es correcto utilizar el término patriarcado para referirse a la opresión y la desigualdad de
género?
Esta polémica, por la que se vertieron ríos de tinta, fue apagándose poco a poco mientras la crítica
del capitalismo retrocedía y algunas corrientes feministas se afianzaban. Estas o no ponían en duda
el horizonte liberal, o esencializaban las relaciones de género y lo desvinculaban de su contexto
histórico, o bien eludían los temas de la clase y del capitalismo, elaborando conceptos que,
posteriormente, se ha visto que eran muy productivos para la deconstrucción del género (en
especial, la teoría Queer de los noventa).
No obstante, demudar no significa desaparecer, por lo que, durante los siguientes decenios, algunas
teóricas feministas continuaron trabajando sobre estos temas, aun a riesgo ser consideradas
retrógradas o reliquias de una guerra un poco plasta, cuya existencia es tolerada. Pero tenían sus
razones para seguir al pie de cañón. De forma paralela a la crisis económica y social, presenciamos
como se está volviendo la vista atrás para reconsiderar, de manera parcial pero significativa, la
relación estructural entre la opresión de género y el capitalismo.
Durante los últimos años, no hemos echado en falta análisis empíricos o descriptivos de algunos
fenómenos o temas concretos, como son la feminización del trabajo, el impacto de las políticas
liberales en las condiciones vitales y laborales de la mujer, la opresión cruzada de género, de raza y
de clase, o la relación entre las diferentes construcciones de identidad sexual y los regímenes de
acumulación capitalista. Sin embargo, esto es algo que describe un fenómeno o un conjunto de
fenómenos sociales en los que el vínculo entre capitalismo y opresión de género aparece de manera
más o menos evidente. Esto supone otro modo de explicar, de manera teórica, la razón de ser de
este nexo entre capitalismo y opresión de género, identificado en tales manifestaciones, y exponer
cómo funciona. Así pues, es necesario preguntarse si existe un principio rector de este vínculo.
En beneficio de la concisión y la claridad, intentaré sintetizar las hipótesis más interesantes
sugeridas hasta ahora. En la siguiente Reflexión de género analizaré y cuestionaré, una por una,
dichas teorías. Por honestidad intelectual y para evitar malentendidos, aclaro aquí que mi
reconstrucción de las diferentes perspectivas no es imparcial; mi opinión ha sido cimentada sobre la
tercera hipótesis que se desarrolla más abajo.
Tres hipótesis
Primera hipótesis: Dual or Triple Systems Theory (teoría de sistemas dobles o triples). Podemos
resumir la visión original de esta hipótesis de la siguiente manera: la relación entre género y sexo
constituye un sistema autónomo que se mezcla con el capitalismo; esto redefine las relaciones de
clase y es, a la vez, modificado en un vínculo de influencia e interacción recíproca. La versión más
actualizada de esta teoría también tiene en cuenta los vínculos raciales, considerados como un
entramado autónomo de relaciones sociales entrelazado con los conceptos de género y clase.
En la raíz del feminismo materialista, estas consideraciones se nivelan respecto a otras que tratan
los vínculos entre género y raza, percibidos como sistemas relacionales de opresión y explotación.
En general, estas hipótesis comprenden las relaciones de clase en términos sustancialmente
económicos: la interacción entre el patriarcado y el sistema de dominación racial es el elemento que
otorga a dichas relaciones un carácter que sobrepasa la explotación económica básica. Una variante
de esta teoría es aquella que ve los vínculos de género como un sistema de relaciones culturales e
ideológicas derivado de modelos de producción y sociales anteriores e independientes del
capitalismo. Estos, además, intervienen en las relaciones capitalistas dándoles una dimensión de
género.
Segunda hipótesis: El capitalismo indiferente. La opresión y la desigualdad de género son los restos
de algunas formaciones sociales y de modos de producción anteriores, en cuyo seno el patriarcado
organizaba directamente la producción, determinando una rígida división del trabajo según el sexo.
El capitalismo permanecería, así, indiferente a las relaciones de género y podría prescindir de ellas,
hasta el punto de ser él propio capitalismo el que acabase con el patriarcado en los países
capitalistas avanzados, cuyas relaciones familiares han sido reestructuradas de manera radical. En
resumen, el capitalismo tiene un vínculo estructural en esencia con la desigualdad de género, ya que
recurre a ella allá donde parece ser útil y la rechaza allá donde estorba.
Esta perspectiva tiene algunas variantes: desde las que sostienen que las mujeres han conocido una
emancipación inédita dentro del capitalismo respecto a otros modelos de sociedad —lo que
demostraría que el capitalismo no representa un obstáculo estructural para la liberación de la
mujer— hasta aquellas otras que afirman que es necesario diferenciar de manera adecuada el plan
de análisis lógico del plan de análisis histórico. Desde un punto de vista lógico, el capitalismo podría
prescindir fácilmente de la desigualdad de género; pero, si pasamos de las experimentaciones
teóricas a la realidad histórica, dicha suposición no funcionaría tan fácilmente.
Tercera hipótesis: teoría unitaria. Según esta teoría, no existiría, en los países capitalistas, un
sistema patriarcal que funcionase de manera independiente respecto del capitalismo. Pero las
relaciones patriarcales que perviven sin constituir un sistema autónomo son otro tema. No obstante,
negar que el patriarcado sea un sistema efectivo en los países capitalistas no significa negar que la
opresión de género exista sin lugar a dudas, la cual se deriva del conjunto de relaciones sociales e
interpersonales. Como tampoco significa reducir ningún elemento de esta opresión a una
consecuencia mecanicista y directa del capitalismo, o buscarle una explicación meramente
económica.
No se trata, de ninguna manera, de ser reduccionistas o economicistas, o de subestimar la
centralidad de la opresión de género. Más bien, se trata de desarrollar los conceptos y definiciones
utilizados en esta opresión y de no simplificar aquello que, por naturaleza, es complejo. De un modo
particular, las estudiosas que han tratado de ampliar la teoría unitaria han condenado la idea según
la cual el patriarcado sería, hoy, un sistema con reglas de funcionamiento y mecanismos de
reproducción autónomos. Al mismo tiempo, han insistido en la necesidad de considerar al
capitalismo no como un conjunto de leyes y mecanismos puramente económicos, sino más bien
como un orden social complejo y articulado, con relaciones internas de explotación, dominación y
alienación.
Desde esta perspectiva, el objetivo es comprender cómo la dinámica de acumulación capitalista
sigue produciendo, reproduciendo, transformando, renovando y manteniendo relaciones jerárquicas
y opresivas, pero sin traducir estos mecanismos en términos puramente económicos y automáticos.
II. ¿Uno, dos o tres sistemas?
En 1970, Christine Delphy escribió un breve ensayo, The Main Enemy[2]. En él teorizó la existencia
de un modo de producción patriarcal, su relación y su no coincidencia con el modo de producción
capitalista. También definió a las amas de casa como una clase en el sentido económico del término.
Nueve años después, Heidi Hartmann publicaba el artículo Un matrimonio mal avenido: hacia una
unión más progresiva entre marxismo y feminismo[3]. En él, defendía la tesis de que el patriarcado y
el capitalismo serían dos sistemas autónomos pero interrelacionados debido a diferentes razones
históricas. Según la autora, las leyes de acumulación capitalista permanecerían indiferentes al sexo
de la fuerza de trabajo; además, si el capitalismo necesita crear relaciones jerárquicas en la división
laboral, serán el racismo y el patriarcado los que determinen quién debe reemplazar dichas
posiciones jerárquicas y cómo hacerlo.
Esta hipótesis es denominada Dual Systems Theory (teoría de los sistemas duales). En 1990, con
Theorizing Patriarchy, Sylvia Walby proponía una reformulación de esta teoría, añadiendo un tercer
sistema: el racial. A la vez, invitaba a considerar el patriarcado como un sistema variable de
relaciones sociales compuesto por seis estructuras: el modo patriarcal de producción, las relaciones
patriarcales entre el trabajo remunerado y la remuneración, las relaciones en el Estado, las
violencias masculinas, las relaciones patriarcales en la sexualidad y las relaciones patriarcales en las
instituciones culturales. Estas seis estructuras se condicionan de manera recíproca, aun siendo
autónomas Por otro lado, pueden ser públicas o privadas. Más recientemente, Danièle Kergoat ha
propuesto una teoría sobre la esencia de las relaciones patriarcales, de clase y de raza; esto es, tres
sistemas de relaciones basados en la explotación y la dominación, los cuales se entrecruzan y tienen
la misma sustancia básica (explotación y dominación), pero son, al mismo tiempo, distintos, como las
tres partes de la trinidad cristiana.
Sin definición unívoca
Esta rápida recapitulación de autores y trabajos no es más que una muestra de las diferentes
corrientes desde las que se ha teorizado la intersección entre el sistema patriarcal y el capitalista, y
lo que les distingue a uno del otro. Por supuesto que existen otros, pero me veo obligada a limitar la
lista a estos ejemplos, que son de los más claros, además de sistemáticos y complejos. Como ya
dije antes, la dificultad de este debate reside en la definición de patriarcado. No hay una definición
unívoca, sino, más bien, un conjunto de propuestas; algunas de ellas son compatibles entre sí,
mientras que otras se contradicen. Como no podemos analizar todas y cada una de ellas, propongo,
por el momento, tratar el concepto de sistema patriarcal entendido como sistema de relaciones, tanto
materiales como culturales, de dominación y explotación, y de explotación de mujeres por parte de
hombres. Un sistema provisto de una lógica interna, permeable a los cambios históricos y en
continua relación con el capitalismo.
Antes de analizar los problemas evocados por esta aproximación teórica, es necesario definir la
explotación y establecer ciertas distinciones. Desde el punto de vista de las relaciones de clase, la
explotación se define como proceso o mecanismo de expropiación del excedente producido por una
clase trabajadora en beneficio de otra clase. Esto pude darse mediante mecanismos automáticos,
como el salario, o mediante la expropiación violenta del producto del trabajo ajeno —como era la
corvea, el trabajo gratuito al que estaban obligados los siervos en favor de sus señores feudales,
quienes lo imponían utilizando métodos violentos de coerción—. La explotación capitalista, en el
sentido marxista del término, es una forma específica de explotación que consiste en extorsionar la
plusvalía resultante del trabajo obrero en beneficio del capitalista. Por lo general, para poder hablar
de explotación capitalista, es necesario situarse en el terreno de la producción de mercancías, del
tiempo abstracto, del tiempo de trabajo socialmente necesario, del valor y de la forma salarial.
Evidentemente, dejo de lado otras hipótesis, como aquella que se basa en una subsunción[4] real de
la sociedad en su totalidad, defendida por la tradición obrerista y postobrerista. Abordar esta
temática y sus consecuencias para la consideración de las relaciones de género requeriría otro
artículo. En resumen, la extorsión de la plusvalía es, para Marx, el secreto del capital, en el sentido
de que este es el origen de la riqueza social generada, así como de los mecanismos de distribución.
La explotación, con el significado de extorsión del excedente, no es la única manera de
aprovechamiento dentro de la sociedad capitalista: en pocas palabras, se puede decir que un
empleado en un sector no productivo (en términos de valor) es explotado mediante la extorsión de la
plusvalía. Y las condiciones salariales vitales y laborales de una dependienta pueden ser,
perfectamente, peores que las de un obrero de fábrica. Es más, dejando atrás los malentendidos y
debates del pasado, tendentes a caer en lo economicista, es importante precisar que, desde la
perspectiva de los procesos de objetivación política, la distinción entre trabajadores productivos e
improductivos (en el sentido de producción de valor o plusvalía) apenas es interesante. En última
instancia, los mecanismos y las formas de organización y de división del proceso de trabajo son
mucho más importantes.
Retomamos, ahora, la teoría de los dos sistemas y el problema del patriarcado.
Primer problema
Si definimos el patriarcado como un sistema de explotación, deriva de ahí una lógica según la cual
hay una clase explotadora y una explotada, o, retomando la idea anterior, una clase expropiatoria y
una expropiada. ¿Cuál es el componente de estas clases? Las respuestas pueden ser: todas las
mujeres y todos los hombres, o solo algunas mujeres y algunos hombres (por ejemplo, en el caso ya
citado de Delphy, las amas de casa y los hombres adultos de sus familias). Si hablamos de
patriarcado como sistema de explotación en la esfera pública, podemos establecer una hipótesis
según la cual el explotador o expropiador sería el Estado. Las feministas obreristas han aplicado la
noción de explotación capitalista del trabajo doméstico, pero su posición no puede tenerse en cuenta
en un contexto como el de este artículo, pues, según ellas, el verdadero expropiador del trabajo
doméstico es el capital; esto supondría que el patriarcado no es un sistema autónomo de explotación.
Sin embargo, en los trabajos de Delphy, la hipótesis que defiende que las amas de casa conforman
una clase por sí misma y sus parientes masculinos (en concreto, sus maridos) serían la clase
explotadora no solo está plenamente articulada, sino que se la ha llevado hasta sus últimas
consecuencias. En términos de lógica, esto significaría que el ama de casa que es esposa de un
trabajador inmigrado pertenecería a la misma clase social que la exmujer de Berlusconi, Veronica
Lario: ambas tienen un valor de uso (la primera, un trabajo basado en el cuidado de los otros, y, la
segunda, uno de representación de cierto estatus social mediante la organización de recepciones,
por ejemplo) en una relación de explotación de naturaleza servil. Es decir, ambas proporcionan su
trabajo a cambio del mantenimiento financiero del matrimonio por parte del marido.
En The Main Enemy, Delphy también insiste en que la pertenencia a la clase patriarcal debería ser
más relevante que la pertenencia a la clase capitalista. Así, la solidaridad entre Veronica Lario y la
mujer del obrero inmigrado debería prevalecer por encima de la solidaridad de clase de la mujer del
obrero inmigrado con su marido o respecto a otros miembros de la clase de su marido (o, lo que deja
ver más optimismo que otra cosa, dicha solidaridad debería prevalecer por encima de la solidaridad
de clase entre Veronica Lario y sus amigos del club de golf). Al final, la práctica política de Delphy
entró en contradicción con las consecuencias lógicas de su teoría, lo que pone en evidencia los
límites analíticos de dicha hipótesis.
Además, si definimos a los hombres y a las mujeres (en una u otra versión) como dos clases de
explotadores y de explotados, llegamos a la conclusión de que estamos frente a un antagonismo de
clase irreconciliable, cuyos intereses son contradictorios entre sí. No obstante, y en consecuencia,
¿es necesario negar que los hombres se aprovechan y tienen ventajas laborales del trabajo no
retribuido de las mujeres? No, pues esto constituiría un error simétrico, cometido, por desgracia, por
numerosos marxistas que han desarrollado este razonamiento hasta su extremo opuesto. Es
evidente que el hecho de que haya alguien que nos tenga preparado un plato caliente cada noche es
una ventaja más práctica que tener que ponernos a cocinar después de salir del trabajo. Es, pues,
demasiado natural que los hombres tiendan a aferrarse a este privilegio. En resumen, es indiscutible
que existen relaciones de dominación y jerarquía social basadas en el género, y que los hombres,
aquellos que pertenecen a las clases más bajas, sacan provecho de estas.
Sin embargo, esto no implica automáticamente que haya antagonismo de clases. Podríamos trabajar
sobre otra hipótesis: en la sociedad capitalista, la privatización completa o parcial del trabajo basado
en el cuidado de otras personas, es decir, su concentración en el núcleo familiar (sea cual sea el tipo
de familia, aglutinando las familias monoparentales femeninas) y la ausencia de una socialización a
gran escala de este trabajo, a través del Estado o de cualquier otra forma, determina una carga de
trabajo que debe estar asegurada en la esfera privada, fuera del mercado laboral y de las
instituciones. Las relaciones de dominación y opresión de género determinan la manera y las
proporciones en las que se distribuye esta carga de labor. Esto da lugar a un reparto desigual: las
mujeres trabajan más y los hombres, menos; pero no hay una apropiación del excedente.
¿Hay algo que pruebe lo contrario? Basta con hacer una pequeña prueba mental. El machismo en el
trabajo no perdería nada en términos de distribución de la carga laboral si el trabajo basado en
cuidar a otras personas estuviese totalmente socializado en lugar de ser realizado solo por la mujer.
Así pues, en términos estructurales, no hay intereses antagonistas o irreconciliables a largo plazo.
Como es natural, esto tampoco significa que se tenga conciencia de ello. Puede que tengamos tan
arraigada la cultura sexista que se haya desarrollado en ella un tipo de narcisismo aguado, basado
en la idea de la presumida superioridad masculina, por lo que se opondría a toda tentativa de
socialización del trabajo de cuidados a otras personas o a cualquier forma de emancipación de la
mujer. Al contrario, el capitalista sí tendría mucho que perder si se socializan estos medios de
producción. Por tanto, no solo se trata de las convicciones que tenga (el capitalista) sobre cómo
funciona el mundo y cuál es su lugar dentro de él; se trata del dineral que, alegremente, ha
expropiado a los proletarios.
Segundo problema
El segundo problema insiste en que las relaciones patriarcales constituyen hoy un sistema
independiente en el corazón de la sociedad capitalista avanzada, lo que nos hace preguntarnos por
la espinosa justificación de su motor generador: ¿por qué se reproduce este sistema de manera
continuada? ¿Por qué persiste? Si se trata de un sistema independiente, su razón generadora debe
ser interna y no externa. El capitalismo, por ejemplo, es un modo de producción compuesto por un
sistema de relaciones sociales, cuya lógica puede ser identificada y reconocida: según Marx, es un
proceso de aprovechamiento del capital. Como es natural, identificar el motor de este proceso no
significa haber dicho ya todo sobre el capitalismo. Sería como prentender que la explicación sobre la
anatomía del corazón y su funcionamiento fuese suficiente para ilustrar la anatomía del cuerpo
humano. El capitalismo es un conjunto de elementos complejos. Sin embargo, saber cómo es el
corazón y cuáles son sus mecanismos me parece una necesidad analítica fundamental.
Es bastante fácil identificar el motor del sistema patriarcal allí donde las relaciones patriarcales
tienen un papel principal en la organización de los vínculos de producción (quién produce y cómo lo
hace, quién se apropia de qué, cómo se organiza la reproducción de las condiciones de producción,
etc.). Es el caso de las sociedades agrarias, por ejemplo; en su seno, la familia patriarcal constituye
directamente la unidad de producción de base. La cosa se complica cuando hablamos de la
sociedad capitalista. En ella, las relaciones patriarcales no organizan directamente la producción,
aun sin dejar de ser protagonistas en la división del trabajo; además, la familia queda relegada a la
esfera privada y reproductiva.
Llegados a este punto, si seguimos a Delphy y a bastantes feministas, identificamos, dentro del
patriarcado contemporáneo, un modo de producción específica o, al menos, un conjunto de
relaciones de explotación. Entonces volvemos al primer problema que habíamos planteado. Más
allá, quedan pocas opciones.
Una hipótesis propuesta hace tiempo es que el patriarcado sería un sistema ideológico
independiente, cuyo motor residiría en el proceso de producción de significantes y de
interpretaciones del mundo. Sin embargo, nos topamos con otros problemas: si la ideología es
aquello con lo que interpretamos nuestras condiciones existenciales y nuestra relación con ellas,
debería haber un lazo entre ideología y condiciones sociales de la existencia. Un lazo no mecánico
ni automático ni unidireccional; de lo contrario, nos arriesgamos a tener una concepción fetichista y
ahistórica de la cultura y la ideología. Ahora bien, me parece poco convincente el hecho de que el
sistema patriarcal se entienda como un sistema ideológico y se autorreproduzca constantemente. Y
todo ello, pese a las increíbles modificaciones introducidas por el capitalismo en la vida y en las
relaciones sociales durante más de dos siglos. Otra hipótesis plantearía que el motor podría ser
psicológico, pero esto también tendría el riesgo de desembocar en una concepción fetichista y
ahistórica de la psique humana.
Último problema
Admitamos que el patriarcado, las relaciones raciales y el capitalismo sean tres sistemas
independientes, pero que se entrecruzan y se refuerzan de manera recíproca. En este caso, también
se nos plantea la duda de cuál es el principio creador y la lógica de esta santa alianza. En los
trabajos de Kergoat, por ejemplo, la definición de este vínculo en términos consustanciales ofrece
una imagen descriptiva, la cual no llega a explicar gran cosa. Las causas del cruce entre los
sistemas de explotación y dominación siguen siendo un misterio, ¡igual que la Santísima Trinidad!
A pesar de estos problemas las teorías de dos (o tres) sistemas, cada una a su manera, llevan
implícita la hipótesis de muchas teorías feministas recientes. El porqué, según creo, es por tratarse
de formas de interpretación más intuitivas e inmediatas. En otras palabras, esta es una explicación
que recoge la realidad según se manifiesta. Es evidente que las relaciones sociales implican
relaciones de dominación y jerarquía, basadas en el género o la raza, permeables en el conjunto de
la sociedad y en la vida cotidiana. La explicación más inmediata es que dichas relaciones se
corresponden con sistemas específicos, siendo esta la manera en que se manifiestan. No obstante,
las explicaciones más intuitivas no siempre son las más acertadas.
De esta manera, que el núcleo de estas teorías de dos (o tres) sistemas no acabe de convencer no
significa que no haya nada que aprender del feminismo materialista. Al contrario, la obra de Delphy o
de otras feministas materialistas contienen intuiciones y propuestas de una importancia fundamental,
como es la problematización de la concepción que tenemos sobre el sexo o la atención que
prestamos a la interrelación entre las dimensiones de raza y género. En el debate sobre estos temas
que hubo en Italia, algunas estudiosas feministas que se identifican con el feminismo materialista
escribieron cosas muy interesantes, por ejemplo, sobre mujeres e inmigración. Esto ha ayudado al
desarrollo de un proyecto teórico, suponiendo un empuje mucho mayor que el del feminismo de la
diferencia. Estas reflexiones deben ser tomadas como intentos de debate entre compañeras de
lucha, quienes tienen mucho en común a pesar de las diferencias.
II bis. ¿Solo es culpa del capitalismo?
En la crónica anterior, Reflexión sobre el género, escribía que la idea según la cual el patriarcado era
un sistema independiente, ubicado en el interior de la sociedad capitalista era la más utilizada por las
teóricas y por muchas otras feministas. Esto se debe a que es la interpretación más intuitiva e
inmediata de los fenómenos de opresión y de poder basados en el género, que experimentamos de
manera cotidiana.
Dicho de otro modo, se trata de una interpretación que registra la realidad según manifiesta. Si
decimos «según se manifiesta» no es porque queramos describir un fenómeno ilusorio opuesto a la
Realidad; sino, más bien, la manera en que estas relaciones de alienación y dominación son
producidas y reproducidas por el capital, y razonadas luego utilizando la misma lógica.
Siguiendo a Daniel Bensaïd, la crítica de la economía política es, ante todo, una crítica del fetichismo
económico y de su ideología, lo que nos condena a seguir pensando a la sombra del capital. No se
trata, pues, de una «falsa conciencia», sino de un modo de experiencia determinada por el propio
capital: la fragmentación de la percepción de su realidad. Se trata de un discurso complejo, pero,
para tener una idea de lo que se entiende por «modo de experiencia determinada por el capital»
remitimos al párrafo que Marx dedica, en el primer libro de El Capital, al fetichismo de la mercancía.
Ahora bien, esto se debe precisamente a que nuestra percepción es fragmentaria y a que nosotras
(las que hemos desarrollado una sensibilidad a cerca del género) hemos recurrido al conjunto de las
relaciones patriarcales, percibiéndolas de manera inmediata como respuesta a las lógicas
independientes y separadas de aquellas propias del capitalismo. Por todo ello, la negación de que el
patriarcado sea un sistema independiente en el corazón del sistema capitalista encuentra
inevitablemente objeciones y dudas.
La objeción más habitual tiene que ver con la dimensión histórica. ¿Cómo se puede afirmar que el
patriarcado no es un sistema independiente cuando la opresión a la mujer es anterior a la sociedad
capitalista? No se puede dejar de decir aquí que, en el interior de la sociedad capitalista, la opresión
a la mujer y las relaciones de poder son una consecuencia necesaria del capitalismo, y que estos
dos fenómenos ya no cuentan con una lógica propia e independiente que sostenga la tesis absurda
de que la opresión habría nacido con el capitalismo. Lo que aquí defendemos es una idea diferente,
que enlaza con las características propias del capitalismo. Las sociedades en las que el capitalismo
ha suplantado el modelo de producción precedente están caracterizadas por una profunda y radical
transformación de la familia.
Transformación de la familia
Es, sobre todo, el proceso de expropiación de la tierra o de acumulación primitiva lo que dividió en
grandes sectores, muy diferenciados, a la población según sus medios de producción y subsistencia
(la tierra, precisamente). Esto causó la desintegración de la familia patriarcal campesina y la
aparición de un proceso de urbanización sin ningún precedente histórico significativo. Resultado: la
familia dejó de representar la unidad de producción con un papel específico, generalmente
organizado mediante relaciones patriarcales precisas, las cuales ella misma aseguraba en la
sociedad agraria de la que procedía.
Este proceso ocurrió en diferentes momentos y de diferentes maneras en todos aquellos países
donde se había asentado la producción capitalista. Con la separación entre familia y lugar de
producción, la relación producción-reproducción (en el sentido biológico, generacional y social del
término) también se transformó de manera radical. Volverá a tratar esto con más detalle en otro
artículo.
Ahí está el problema: mientras que las relaciones de dominación entre géneros persisten, estas han
dejado de constituir un sistema independiente, con lógica propia y autónoma, debido a la
transformación familiar —la cual ha pasado de unidad de producción a ámbito privado por
excelencia, ajeno a la producción y al mercado—. Además, estas relaciones también han sufrido una
transformación.
Por ejemplo, una de las transformaciones está condicionada por la relación entre orientación sexual,
cosificada en el ámbito de la identidad, y el género (a propósito de este tema, se pueden consultar
los escritos de Foucault en Histoire des sexualités[5], los de Butler o los de Kevin Floyd y Rosemary
Hennessy, más recientes). Esto es, el hecho de que las opresiones de género existían mucho antes
que el capitalismo no quiere decir que sus formas sean las mismas desde entonces.
Asimismo, podríamos remitir la idea de que la opresión de género es un tipo de circunstancia
universal transhistórica; aunque es un pensamiento muy defendido por muchas feministas de la
segunda generación¸ necesita una revisión después de ciertas investigaciones antropológicas más
recientes. De hecho, no solamente la opresión de las mujeres no ha existido siempre. Yendo más
allá, esta opresión no se daba en sociedades no divididas en clases; sin embargo, se introdujo en
ellas a través el colonialismo. Para que nos hagamos una idea del vínculo entre la relación de clase
y la relación de poder entre géneros, podemos tomar como ejemplo la esclavitud en Estados Unidos.
Race and class
Es su precioso libro Women, Race and Class[6], Angela Davis subraya cómo la destrucción de la
familia y de todas las relaciones de parentesco entre esclavo afroamericano, así como el trabajo
esclavista, dieron lugar a un desbordamiento sustancial en las relaciones de poder generadas entre
esclavos. Esto no quiere decir que las esclavas no sufrieran una opresión específica como mujeres;
más bien, al contrario: lo sufrían por parte de los esclavistas blancos y no directamente de sus
compañeros esclavos. Dicho de otro modo, la persistencia y la articulación de los vínculos de género
están condicionadas, de manera compleja, con las condiciones sociales, las relaciones de clase y las
de producción y reproducción. Una visión transhistórica y abstracta de la opresión de las mujeres no
permite tener en cuenta estas importantes articulaciones y diferencias, y no puede, pues, explicarlas.
Como decía más arriba, en aquellos países en los que el modelo de producción capitalista ha
reemplazado al modelo anterior, transformando radicalmente la familia y su papel, las relaciones de
poder entre géneros han dejado de formar un sistema independiente. Desde luego, esto no vale para
los países cuya estructura de producción no se ha transformado por completo en términos
capitalistas y que permanecen en la periferia económica capitalista global. En efecto, coexiste en el
seno de esta última sociedad precapitalista. Claude Meillassoux insistió en la persistencia de una
«modelo de producción doméstica» en diferentes países africanos, donde el proceso de
proletarización (es decir, de separación de los campesinos de sus tierras) ha sido muy limitado.
Llegados aquí, es necesario ponerse de acuerdo en lo que entendemos por precapitalismo.
Si nos remitimos a los hechos o a los lugares donde el modelo de producción doméstica ha sido
mantenido, este ha sido sometido a la presión de la inserción del país en un sistema capitalista
mundial. Los efectos del colonialismo, del imperialismo, del saqueo de recursos naturales por parte
de los países capitalistas más avanzados, las presiones ejercidas por la economía mundial, etc.
Todo ello ha tenido un impacto significativo en las relaciones sociales y familiares que organizan la
producción y la distribución de los bienes, exacerbando, a menudo, la explotación de las mujeres y
las violencias de género.
Un conjunto contradictorio
Volvemos a los países capitalistas. Una objeción clásica, sostenida por el feminismo marxista, a la
tesis que defiende que el patriarcado no constituye un sistema independiente afirma que esta
hipótesis es reduccionista. En otras palabras, esta tesis intenta reducir la complejidad plural de lo
social y las lógicas económicas sin tener en cuenta de verdad la irreductibilidad de las relaciones de
poder. No obstante, esta objeción solo tendría sentido si se dieran dos condiciones: la primera
consistiría en no considerar al capitalismo, así como al conjunto de reglas que lo determinan, como
un proceso estrictamente economicista de extorsión de la plusvalía. La segunda, considerar las
relaciones de poder como un resultado mecánico y automático del proceso de extorsión de la
plusvalía. La verdad es que solo el marxismo ortodoxo y vulgar podría proponer este tipo de
reduccionismo, que no hace justicia a la riqueza y complejidad del pensamiento de Marx ni mucho
menos a la extraordinaria exquisitez de una buena parte de la tradición teórica marxista.
Como ya dije en el artículo anterior, querer explicar qué es una sociedad capitalista únicamente en
términos de extorsión de la plusvalía sobre el lugar de producción es intentar explicar la anatomía del
cuerpo humano limitándose a la descripción del corazón.
El capitalismo es un conjunto contradictorio, versátil, continuamente en movimiento y en que las
relaciones de explotación, dominación y alienación se transforman sin parar. Aunque en el primer
libro de El Capital, Marx atribuye un carácter aparentemente automático a la valorización del valor
—un proceso en el cual el valor es de verdad el sujeto, mientras que los capitalistas y los individuos
son reducidos a papeles secundarios— el señor Capital no existe salvo como categoría lógica. Es
necesario llegar al tercer libro de El Capital para darse cuenta. El capitalismo no es un Moloch, un
dios escondido, un marionetista o una máquina; es un conjunto que vive gracias a las relaciones
sociales en las que las relaciones de clase trazan líneas y límites que influyen en el resto de formas
relacionales. Y entre estas relaciones, se encuentran también las de poder, vinculadas con el
género, con la orientación sexual, con la raza, con la nacionalidad y la religión; todo se pone al
servicio de la acumulación del capital y de su reproducción, a menudo, de manera contradictoria,
incoherente y variable.
III. ¿El capitalismo permanece indiferente ante la opresión a la mujer?
Uno de los puntos de vista más propagada por entre los teóricos marxistas es el de considerar la
opresión de género como algo innecesario a la opresión del capital. Esto no significa que el
capitalismo no se aproveche de ello y no saque provecho de la desigualdad de género producido por
configuraciones sociales precedentes. Se trataría, más bien, de una relación oportunista y
contingente. En la práctica, el capitalismo no tiene una verdadera necesidad para servirse, de
manera específica, de la opresión de género, y las mujeres han alcanzado, con el capitalismo, un
nivel de libertad y emancipación sin precedentes. En resumen, la liberación de las mujeres y el
capitalismo no tendrían una relación antagonista entre sí.
Esta perspectiva es tan bien acogida entre las teóricas marxistas procedentes de diversas escuelas
que bien merece ser analizada a partir de un artículo redactado por una de las analistas marxistas
más interesantes e inteligentes de las últimas décadas: Ellen Meiksins Wood. Junto con Robert
Brenner, representa lo que se ha dado en llamar la escuela del marxismo político, valga la
redundancia (esto es, la tendencia antideterminista que, en el interior del marxismo, privilegia la
lucha de clases en relación con la contradicción entre las fuerzas productivas y las relaciones de
producción como clave para la explicación de la transición entre un modelo de producción y el
siguiente).
En un artículo titulado Capitalism and Human Emancipation: Race, Gender, and Democracy (en
The Socialist Feminist Project, coordinado por Nancy Holmstrom en 2002), Meiksins Wood explica
las diferencias fundamentales entre el capitalismo y los modelos de producción anteriores. El
capitalismo no está relacionado de modo intrínseco con la identidad, la desigualdad ni las diferencias
extraeconómicas, jurídicas y políticas. Al contrario, la extorsión de la plusvalía se encuadra dentro de
la relación entre individuos formalmente libres e iguales, y sin tener en cuenta las diferencias de
estatus jurídico y político. EL capitalismo no se inclina, pues, a la creación de desigualdades de
género; más al contrario, tendería, de manera natural, a remitir ante tales diferencias y diluir las
identidades de género y raza.
¿Una relación oportunista o funcional?
Además de todo lo dicho, el desarrollo capitalista creó las condiciones sociales para una crítica de
las desigualdades y una presión social a favor de su reducción; algo sin precedentes históricos
—basta con pensar en la literatura grecorromana, tan filosófica como histórica, en la que las
posiciones abolicionistas son prácticamente inexistentes pese a la utilización masiva de la esclavitud
con fines productivos.
Al mismo tiempo, el capitalismo tiende a utilizar, de manera oportunista, diferentes ya existentes,
construidas en sociedades anteriores. Por ejemplo, recurre a las diferencias de raza y de género con
el fin de establecer jerarquías entre ciertos sectores de la clase explotada más o menos aventajados.
De este modo, estas jerarquías pasan por ser consecuencias de unas diferencias naturales, lo que
permite esconder la naturaleza real de estas jerarquías y desigualdades; es decir, que son producto
de la misma lógica competitiva del capitalismo.
Bien visto, no se trata de un plan consciente que sigue el capitalismo, sino de la convergencia de
una serie de prácticas y políticas fruto de estas desigualdades de género y raza, las cuales le dan
ventaja. En conclusión, el capitalismo utiliza e instrumentaliza la opresión de género, aunque bien
podría vivir sin ello; sin embargo, no podría existir sin la explotación de clase.
Es necesario señalar que el artículo de Meiksins Wood se encuadra dentro de una serie de
preguntas básicas, todas ellas de naturaleza política y relacionadas con el cuestionamiento sobre el
tipo de bienes extraeconómicos que se puede, o no, obtener en una sociedad capitalista (por
ejemplo, la preservación ecológica del planeta).
El punto de partida de esta reflexión es el constante desplazamiento de la atención de las luchas
sociales del terreno económico hacia los bienes extraeconómicos (emancipación de género, racial, la
paz, la salud medioambiental, la ciudadanía…). Y aquí está el problema. Si hago referencia al
cuadro del artículo de Meiksins Wood, no es para buscarle los peros al texto. Más bien se debe a
que su artículo se basa, por una parte, en una clara separación implícita (y bastante discutible) entre
la estructura lógica del capital y sus dimensiones históricas; y, por otra, porque acaba por confundir
los niveles, reproduciendo, de este modo, una confusión clásica que, por desgracia, es común en
muchas estudiosas marxistas que suscriben la tesis de dicho artículo.
Dicho de otro modo, cuando se acepta esta distinción entre la estructura lógica del capital y sus
dimensiones históricas, se acepta la idea de que la extorsión de la plusvalía ocurre por ser parte de
la relación entre individuos formalmente libres e iguales, sin suponer diferencias de estatus jurídicos
ni políticos, pero solo en un nivel de abstracción muy elevado; es decir, en la estructura lógica.
Desde una perspectiva histórica, las cosas cambian radicalmente. Analicemos este tema punto por
punto:
1. Partamos del hecho de que jamás ha existido una formación social capitalista sin opresión de
género. Que el capitalismo, en tal proceso, se vea limitado a servirse de desigualdades preexistentes
sigue siendo discutible: el colonialismo y el imperialismo han contribuido, de manera significativa, a
introducir jerarquías de género en las sociedades donde esto no existía o, al menos, no de manera
tan notoria.
El proceso de acumulación capitalista va acompañado de una expropiación a las mujeres de
diferentes formas de propiedad a las que habían tenido acceso y de profesiones que aún podían
ejercer en la Alta Edad Media (consúltese, a propósito de este tema, el libro de Sylvia Federici,
The great Caliban:The struggle against the rebel body[7]). La sucesión entre este proceso de
feminización y desfeminización del trabajo contribuye a reconfigurar continuamente las relaciones
familiares creando nuevas formas de opresión, basadas en el género. La cosificación de la identidad
sexual empezó a reforzar, en el siglo xix, una matriz heteronormativa con consecuencias opresivas
sobre las mujeres, aunque no únicamente sobre ellas.
Podría seguir citando ejemplos Constatar que las mujeres no han obtenido ninguna libertad formal ni
derechos políticos, antes inimaginables, hasta la llegada del capitalismo, porque este sistema habría
creado las condiciones sociales que permitieran tal proceso de emancipación, no es solo un dato
que no cambia los hechos, sino que es otra argumentación de dudosa credibilidad.
En efecto, podría decir exactamente lo mismo para el conjunto de la clase trabajadora: solo con el
capitalismo se crearon las condiciones necesarias para la emancipación política de las clases
subordinadas y para que esta clase se convirtiese en sujeto político capaz de lograr conquistas
democráticas significativas. ¿Entonces? ¿Esto demostraría que el capitalismo podría fácilmente
prescindir de la explotación de la clase trabajadora? No lo creo. Vale más olvidarse de hacer
referencia a aquello que las mujeres han obtenido o no: si las mujeres han conseguido algo, es
porque han luchado por ello y porque con el capitalismo han aparecido condiciones sociales
favorables al nacimiento de los grandes movimientos sociales y políticos modernos. Algo que es
igual de válido para la clase trabajadora.
2. Haría falta distinguir lo que es funcional y propiamente capitalista de lo que es una
consecuencia necesaria. Dos conceptos diferentes. Quizá sea difícil demostrar, en niveles altos de
abstracción, que la opresión de género es necesaria para el funcionamiento del capitalismo. Es
verdad que la concurrencia capitalista crea, continuamente, diferencias y desigualdades; pero estas
últimas, desde un punto de vista abstracto, no son necesariamente genéricas. Desde esta
perspectiva, si tratamos de elucubrar la idea de un capitalismo puro, analizado únicamente sobre la
base de sus mecanismos esenciales, puede que Meiksins Wood tuviera razón. No obstante, esto no
prueba que el capitalismo no tuviera como consecuencia de su funcionamiento concreto la
reproducción constante de diferentes formas de opresión de género. Diré más sobre esto en la
cuarta parte de esta Reflexión sobre el género, la cual versará sobre el concepto de reproducción
social.
3. Volvemos al tema de la distinción entre nivel analítico y nivel histórico. Lo que es posible
desde un punto de vista analítico y lo que ocurre desde un punto de vista histórico son dos cosas
completamente distintas. El capitalismo siempre se da en formaciones sociales concretas con una
historia específica. Como dije antes, estas formaciones sociales siempre están caracterizadas por
una presencia persistente y vivaz de a opresión de género.
Supongamos que, en la teoría, estas jerarquías en las divisiones del trabajo fuesen dictadas por
otras formas de desigualdad (grandes y pequeños, viejos y jóvenes, delgados y gordos, hablantes de
lenguas indoeuropeas contra el resto...). Supongamos también que el embarazo y el parto
estuviesen mecanizados y que el sector privado pudiera mercantilizar y administrar toda la esfera de
relaciones emotivas. Supongamos todo esto. ¿Es creíble desde un punto de vista histórico? ¿La
opresión de género puede ser tan fácilmente reemplazada por otros tipos de jerarquías que actúen
sobre los mismos temas, que se muestren como algo natural y que queden anclados en la psique y
en el proceso de formación emocional? La duda aquí parece justificada.
Partir del análisis histórico concreto
Para terminar y responder a la pregunta de si la plena emancipación y liberación de la mujer puede
ser un logro en el modelo de producción capitalista, es necesario buscar la respuesta no en el más
alto nivel de abstracción analítica sobre el capital, sino, al contrario, en el análisis histórico concreto.
Es aquí donde reside el error, no solo de Meiksins Wood, sino de muchas teóricas marxistas
ferozmente agarradas a la existencia de una jerarquía entre explotación (principal) y opresión
(secundario). Si queremos preguntarnos por la naturaleza política de este tema e intentar
respondernos, debemos, pues, hacerlo a través de una concepción histórica de lo que es y ha sido el
capitalismo. He aquí uno de los puntos de partida de un feminismo marxista en el que la noción de
reproducción social debe ocupar un papel protagonista.
IV. Reflexionar el capital para reflexionar el género
En la anterior Reflexión sobre el género, quise esclarecer los límites del pensamiento fragmentado,
aquel que retrata los diferentes tipos de opresión y dominación sin comprender la unidad intrínseca,
reduciendo cada faceta a un sistema autónomo. Además, critiqué la lectura que relaciona el
capitalismo y la opresión de género, y que se basa en lo que ya definí como capitalismo indiferente.
Ha llegado el momento de abordar la famosa teoría unitaria y el concepto de reproducción social.
Reconceptualizar el capital
Las posiciones dualistas parten, a menudo, de que la crítica marxista de la economía política analiza
las leyes puramente económicas del capital a través de categorías puramente económicas. Sería,
pues, inadecuado para la comprensión de os fenómenos complejos como la multiplicidad de las
relaciones de poder o de las prácticas discursivas que nos forman en cuanto sujetos. Esta es la
razón por la que se han de considerar aproximaciones epistemológicas alternativas —capaces,
pues, de entender las causas de una naturaleza diferente a la económica— como más adecuadas
para comprender la especificidad y el carácter irreductible de estos vínculos sociales.
Esta hipótesis es compartida por un gran número de teóricas feministas. Algunas de ellas han
sugerido que necesitaríamos una unión o una combinación ecléctica entre diferentes tipos de
análisis críticos; algunos consagrados a las puras leyes económicas y otros dedicados a diferentes
formas de relaciones sociales. Sin embargo, otras estudiosas se limitan a abrazar aquello que llaman
giro lingüístico de la teoría feminista, separando la crítica a la opresión de género de crítica a la
presión capitalista.
En ambos casos, la hipótesis común anuncia que hay leyes económicas puras independientes a las
relaciones específicas de dominación y alienación. Son, precisamente, estas teorías las que
tenemos que preguntar. Por problemas de espacio, me limitaré a señalar aquí dos aspectos de la
crítica de Marx sobre la economía política.
1. Una relación de explotación siempre implica una relación de
dominación y alienación
Estos tres conceptos nunca se separan del todo en la crítica marxista sobre la economía política. La
trabajadora es, ante todo, una entidad viviente y pensante, sometida a ciertas formas específicas de
disciplina que la remodelan. Según escribió Marx, el proceso productivo produce al trabajador en la
misma proporción con la que reproduce la relación capitalista. Ya que cada proceso de producción
es siempre un proceso concreto —es decir, caracterizado por aspectos histórica y geográficamente
determinados—, es posible imaginar que cada proceso productivo está vinculado a un proceso
disciplinado que constituye, parcialmente, al tipo de sujeto que se convierte y conforma a la clase
trabajadora.
Se puede decir lo mismo sobre los bienes de consumo. Como evidenció Kevin Floyd en su análisis
sobre la formación de la identidad sexual, los bienes de consumo comportan un carácter disciplinario
y participa de la cosificación de la identidad sexual. Así pues, este consumo forma parte del proceso
de formación de la subjetividad.
2. Para Marx, producción y reproducción forman una unidad indivisible
En otras palabras, mientras que producción y reproducción son términos distintos y diferenciados,
con características específicas, se combinan de manera necesaria como momentos concretos de un
conjunto articulado. Entendemos aquí por reproducción el proceso de reproducción de una sociedad
en su conjunto o, si empleamos términos althusserianos, la reproducción de condiciones de
producción: la educación, la industria cultural, la religión, la policía, la armada, los sistemas de
seguridad social, la ciencia, el discurso de género, los hábitos de consumo, etc. Todos estos
aspectos tienen un papel crucial en la reproducción de las relaciones de producción específicas.
Althusser observa en Idéologie et appareils idéologiques d’État[8] que, sin la reproducción de las
condiciones de producción, una formación social no aguantaría más de un año.
No obstante, no es necesario considerar la relación entre producción y reproducción de un modo
mecanicista o determinista. Efectivamente, según creo, si Marx considera a la sociedad capitalista
como una totalidad, no la considera, por tanto, como una totalidad expresiva; dicho de otro modo, no
hay un reflejo directo y automático entre los diferentes momentos de esta totalidad (arte, cultura,
estructura económica, etc.) o entre un momento particular y el total.
Al mismo tiempo, analizar el capitalismo sin tener en cuenta esta unidad entre producción y
reproducción supone recaer en un materialismo o en un economicismo vulgar. Pero Marx no comete
este error. Basta con leer no solo sus escritos políticos, sino El Capital y las partes de este en las
que trata la lucha relativa a la jornada laboral o la acumulación primitiva. Es estos fragmentos se ve
claramente que la coerción, la intervención activa del Estado y la lucha de clases son elementos
constitutivos de una relación de explotación que no está determinada por leyes puramente
económicas ni mecánicas.
Estas observaciones permiten subrayar que la idea según la cual Marx solo concibe el capitalismo
en términos económicos es insostenible. Lo que tampoco quiere decir que no haya o no haya habido
tendencias reduccionistas o materialistas vulgares en el seno del marxismo. No obstante, esto viene
a decir que estas tendencias descansan sobre un malentendido fundamental en relación con la
naturaleza de la crítica de Marx sobre la economía política y sobre la fetichización de leyes
económicas redactadas como supuestos estáticos o estructuras abstractas más que como formas
activas o de relaciones humanas.
Una hipótesis alternativa y opuesta es la apuesta por que la separación entre las leyes puramente
económicas del capitalismo y el resto de sistemas de dominación redacte la unidad entre producción
y reproducción en términos de identidad directa. Esta perspectiva caracteriza una parte del
pensamiento feminista marxista; en concreto, el de origen obrerista, que ha insistido en la
consideración del trabajo reproductivo como directamente productivo de la plusvalía y, por tanto,
gobernado por las mismas leyes.
Por razones de espacio, me limitaré a mostrar, de manera crítica, que una perspectiva de género
puede acabar siendo, según creo, en una especie de reduccionismo que ofusca la diferenciación
entre las distintas relaciones sociales. Tampoco ayuda a comprender las características específicas
de las relaciones de dominación, constantemente reproducidas pero transformadas, que
encontramos en cada formación social capitalista.
Además, esto no va ayuda a analizar la vertiente específica en la que se dan ciertas relaciones de
poder fuera del mercado de trabajo, pero que se ven indirectamente guiadas por ese mismo
mercado: por ejemplo, mediante las diferentes formas de consumo o por las restricciones objetivas
que el trabajo asalariado (o su equivalente, el desempleo) impone en la vida individual y en las
relaciones interpersonales.
En conclusión, sugiero que se ha de reconsiderar la crítica de Marx sobre el capitalismo como una
crítica de un conjunto articulado y contradictorio de relaciones de explotación, dominación y
alienación.
Reproducción social y teoría unitaria
A la luz de esta breve aclaración metodológica, es necesario que ahora nos preguntemos qué
entendemos por reproducción social dentro de la teoría unitaria. Como ya dijimos, el término
reproducción social es utilizado en el seno de la tradición marxista para hacer referencia al proceso
de reproducción de una sociedad en su conjunto. En el feminismo marxista, sin embargo, la
reproducción social señala una esfera más acotada; esto es, la del mantenimiento y la reproducción
de la vida sobre su base cotidiana o intergeneracional. En este contexto, la reproducción social
indica el modo en que está organizado, en el corazón de una sociedad, el trabajo psíquico, mental y
emocional necesario para la reproducción de la población: desde la preparación de la alimentación
hasta la educación infantil; desde el cuidado de enfermos y de personas mayores hasta la vivienda,
pasando por la sexualidad.
El concepto de reproducción social tiene la ventaja de expandir la visión con relación al concepto de
trabajo doméstico que lo precedía y en el que se había centrado una gran parte del feminismo
marxista. Efectivamente, la reproducción social incluye una serie de prácticas sociales y de tipos de
trabajo más amplias que la del trabajo doméstico. Esto permite, además, llevar el análisis más allá
de los muros del hogar, ya que el trabajo de reproducción social no siempre se realiza del mismo
modo: sea cual sea la parte cubierta por el mercado, el Estado-Providencia o las relaciones
familiares, queda un aspecto contingente que depende de las dinámicas históricas específicas y del
que la lucha de la mujer es una parte integrante.
Con el concepto de reproducción social es posible materializar, de manera más precisa, el carácter
móvil y poroso de los muros del hogar. En otras palabras, la relación entre la vida dentro de esas
cuatro paredes domésticas y los fenómenos de mercantilización, de sexualización para la división del
trabajo y las políticas del Estado-Providencia. Algo fundamental es que el hecho de hablar de
reproducción social permite analizar de manera más eficaz fenómenos como la relación entre la
mercantilización del trabajo doméstico y su racialización por políticas migratorias represivas. Estas
tienen como objetivo reducir el coste de mano de obra inmigrante y obligarla a aceptar condiciones
de semiesclavitud.
En resumen, y este es el dato principal, el modo en que opera la reproducción social en una
formación social dada tiene una relación intrínseca con la manera en que se organizan la producción
y la reproducción social en su conjunto, incluyendo aquí las relaciones de clase. Dicho de otro modo,
no se trata de entender estas relaciones como intersecciones puramente accidentales y
contingentes: hablar de reproducción social permite, al contrario, identificar la lógica organizativa de
estas intersecciones, sin excluir el papel de la lucha y de los fenómenos y prácticas contingentes en
general.
Hay que tener en cuenta que la esfera de la reproducción social contribuye, de manera
determinante, en la formación de la subjetividad y, por tanto, de las relaciones de poder. Si
consideramos las relaciones que existen en cada sociedad capitalista entre reproducción social,
reproducción de la sociedad y relaciones de producción, podemos constatar que estas relaciones de
dominación y poder no están ni en niveles diferentes ni en estructuras separadas; no se entrelazan
de manera externa ni mantienen un vínculo únicamente contingente con las relaciones de
producción.
Las diversas relaciones de dominación y de poder aparecen, así como las expresiones concretas de
una unidad contradictoria y articulada: el de la sociedad capitalista. Este proceso no debe ser
entendido de modo mecánico ni automático. La dimensión que jamás debe olvidarse, como ya
dijimos, es la de la praxis humana: el capitalismo no es una máquina o un autómata; es una relación
social que, como tal, está sometida a posibles contingencias, accidentes y otros conflictos. No
obstante, estas eventualidades no son incompatibles con la existencia de una lógica, la de la
acumulación capitalista, que impone cortapisas objetivos no solo a nuestra praxis, en el sentido de lo
que hacemos y vivimos, sino en aquello que somos capaces de producir y articular. Es decir, a la
manera en la que concebimos nuestras relaciones con los otros, nuestro lugar en el mundo y
nuestros vínculos con nuestras condiciones existenciales.
Esto es lo que la teoría unitaria intenta comprender; saber interpretar las relaciones de poder
basadas en el género o en la orientación sexual como momentos concretos de este conjunto
articulado, complejo y contradictorio que es la sociedad capitalista. Para esta teoría, son momentos
ciertamente dotados de características propias y específicas, algunas de las cuales deben ser
analizadas con los instrumentos adecuados (desde el psicoanálisis a la crítica literaria). Sin
embargo, mantienen una relación interna con este conjunto y, en consecuencia, con el proceso de
reproducción de la sociedad según la lógica de acumulación capitalista.
La hipótesis de la teoría unitaria es, principalmente, que, para el feminismo marxista, la opresión de
género y la de raza ya no suponen dos sistemas autónomos con casos particulares, sino que se han
convertido, mediante un largo proceso histórico de disolución de formas de vida social anteriores, en
una parte integrante de la sociedad capitalista.
Desde este punto de vista, sería un error considerarlos residuos de formaciones sociales
precedentes que persisten en el corazón de la sociedad capitalista por razones que van desde sus
raíces en la psique humana al antagonismo entre clases sexuadas. No se trata aquí de subestimar la
dimensión psicológica de la opresión de género y de sexo; tampoco, las contradicciones entre
opresores y oprimidos. Se trata, no obstante, de identificar las condiciones sociales y el contexto del
vínculo entre clases, lo que permite, reproduce e influye en nuestra percepción de nosotros mismos
y en nuestras relaciones con los otros, así como en nuestros comportamientos y nuestras prácticas.
Este contexto es el de la lógica de la acumulación capitalista, que impone límites y lastres
fundamentales para nuestra vivencia y el modo en que la interpretamos. Gran parte del movimiento
feminista de las últimas décadas podría no tener en cuenta el análisis de estos procesos ni el papel
crucial del capitalismo en la opresión de género y sus variantes, lo que dice mucho sobre la
capacidad que tiene el capital a la hora de cooptar nuestras ideas e influir en nuestro pensamiento.
[1] N. de la T.: Para acceder al original en inglés: Cinzia Arruza. Remarks on Gender. en Viewpoint
Magazine, 2014. Disponible online en: <https://viewpointmag.com/2014/09/02/remarks-on-gender/>
[Recuperado 22/06/2016].
[2] N. de la T.: En español se publicó con el título Por un feminismo materialista: el enemigo principal
y otros textos (Barcelona: Editorial La Sal, 1982).
[3]N. de la T.: Disponible en: <
http://archivo.juventudes.org/textos/Miscelanea/Un%20matrimonio%20mal%20.... [Recuperado
22/06/2016].
[4]N. de la T.: La subsunción supone una relación jerárquica entre conceptos en lógicas descriptivas.
Esta noción se acerca mucho a la relación «implicado por» de la lógica clásica.
[5] N. de la T: En español, Historia de la sexualidad (Siglo XXI, 2005) 3 vols.
[6]N. de la T.: En español, Mujeres, Raza y Clase (Ediciones Akal, 2004).
[7] N. de la T.: Este artículo pertenece al libro de la misma autora Caliban and the Witch: Women, the
Body and Primitive Accumulation (en español, Calibán y la bruja: mujeres cuerpo y acumulación
originaria, Ed. Traficantes de sueños). Para consultar el artículo: <
http://www.commoner.org.uk/03federici.pdf>.
[8] N. de la T.: En español, Althusser, L. Ideología y aparatos ideológicos del Estado. Freud y Lacan,
Nueva Visión, Buenos Aires, 1988.
Cinzia Arruza
Feminista, escribe en Viewpoint Magazine
Traducción
Judith De Diego
Fuente:
https://viewpointmag.com/2014/09/02/remarks-
on-gender/>
URL de origen (Obtenido en 26/11/2016 - 00:35):
http://www.sinpermiso.info/textos/reflexiones-sobre-el-genero-cual-es-larelacion-entre-el-patriarcado-y-el-capitalismo-se-reabre-el
Descargar