08/01/2005 Alejandro Longo Daniel Martín Alejandro III de Macedonia (356-323 a.C.), más conocido como Alejandro Magno, es seguramente el personaje histórico más heroico y épico que haya existido. Que un rey y su ejército conquistasen más de medio mundo en una campaña de sólo 13 años no tiene parangón en la Historia de la Humanidad. No obstante, quizás sea el personaje histórico que más haya influido en la Literatura, ya fuese en la Antigüedad (por ejemplo las Historias de Quinto Curcio o del seudo Calístenes), en la Edad Media (Roman d´Alexandre en Francia, el Libro de Alexandre en España, Alexanderlied en Alemania), o incluso en el muy prosaico siglo XX (con narraciones tan novelescas como la de Valerio Manfredi o tan rigurosas como la biografía de A.B. Bosworth). Por eso sorprende que una película sobre este personaje pueda resultar tan soberanamente aburrida como la que esta semana ha llegado a nuestras pantallas. Alejandro Magno (Alexander en su título internacional) es una de las producciones más largas, plomizas y absurdas que se hayan hecho en los últimos tiempos. Sin duda, gran parte de culpa la tiene Oliver Stone, tan megalománo como el héroe macedonio, pero sin un ejército y una educación como los procurados por Filipo II para su primogénito. Lejos de centrarse en la histórica campaña de conquista, este filme se pierde en varios vericuetos sin salida. Narrado por un anciano Tolomeo asentado en la más famosa Alejandría, y tras un breve paso por la infancia y adolescencia de Alejandro, el guión se permite el lujo de saltarse las campañas contra Tebas y Tracia, el paso del Helesponto, la conquista de Asia Menor, el sitio y destrucción de las ciudades fenicias, la campaña de Egipto y la visita del oasis de Amón-Siwa, y nos lleva directamente, como por arte de magia, a la batalla de Gaugamela. Batalla, la más colosal de la Antigüedad, que Stone se encarga de que no podamos ver con uno de esos montajes epilépticos que ocultan más que enseñan, que se dicen modernos y parecen ineptos. A partir de ahí, nos adentramos con las falanges macedonias más allá de Babilonia, para confundirnos con una historia en la que apenas hay acción, poco movimiento, ninguna intriga y sí unas cuantas escenas alargadas que intentan sin éxito plasmar la tensión que mantuvo Alejandro con sus generales cuando intentó “orientalizar” su Imperio. Se ha hablado mucho de la homosexualidad y la película, pero ese es otro de los muchos temas que se tocan sólo de pasada. Alejandro Magno nunca se sitúa en un género. Y no hay que confundirse: no es una mala película épica, es que no es épica en absoluto. Y estamos hablando de una producción de 150 millones de dólares de presupuesto y 3 horas de duración llena de rutilantes estrellas (Colin Farrel, Angelina Jolie, Val Kilmer, Rosario Dawson, Jared Leto). Pero la película no cuenta nada, ni describe ni presenta al personaje central, ni desarrolla una sola trama interesante. Y podría pensarse que por lo menos los efectos y la dirección artística se salvan de la quema. Pero no. Los efectos desaparecen ante el hacer de Stone. Y la dirección artística resulta ridícula, ya sea en las ciudades informáticas, los palacios, las habitaciones, el vestuario, las estatuas, el armamento... ¿A qué jugaban mientras diseñaban esta película? Parece imposible que se puede hacer con tantos medios algo tan insustancial, tan malo, tan patético. Pero se ha hecho. La cosa desde luego tiene bemoles. Aparte, no podemos olvidar que esta semana, este año, también tiene otros estrenos. Por ejemplo, Llamada perdida, otra película del boom del cine japonés de terror. Dirigida por Takashi Miike, cuenta la serie de extrañas muertes de personas que reciben en su móvil una llamada desde el preciso momento en que van a morir. Muy parecida a The Ring, da algo de miedo, pero decepciona cuando crea unas reglas que el improvisado final se salta a la torera. No es de las mejores del género, pero tampoco de las peores. El mejor estreno de la semana es Obsesión, un filme romántico que cuenta una historia de amor entre un ejecutivo que está a punto de casarse y su antigua novia que años atrás le dejó sin darle explicación alguna. Con muchos elementos de thriller, el filme, que se basa en una peli francesa, tiene su punto fuerte en un magnífico guión que nos va desvelando poco a poco la interesante y sorprendente trama. Dirigida por Paul McGuigan, y protagonizada por el guapo Josh Hartnett y una estupenda Diane Kruger, la película entretiene, convence y emociona. Una de esas joyitas que compensan casi todo. Aún así, estos días se hablará de la nueva biografía (?) de Alejandro Magno, un absoluto cataclismo cinematográfico que levanta muchas sospechas y preguntas. ¿Cómo es posible que con tantos medios se haga algo tan malo? Es mejor esperar al DVD, o a la próxima versión, y ver Obsesión, que quizás no sea tan “magnífica”, pero sí mucho mejor película. 7/01/2005 http://www.elmundo.es/metropoli/2005/01/07/cine/1105052436.html Crítica Del héroe y sus debilidades Francisco Marinero ALEJANDRO MAGNO. Director: Oliver Stone. Intérpretes: Colin Farrell, Angelina Jolie, Val Kilmer. Año: 2004. Nacionalidad: EEEUU. Duración: 180 min. Calificación: *** En su palacio de Alejandría luminosa, el anciano rey Tolomeo (Anthony Hopkins) dicta a un escribano. Su memoria trata de explicar la dimensión heroica de su señor Alejandro Magno, que a él mismo transformó como lo hizo con el mundo civilizado entonces conocido. Tal prólogo constituye una declaración de intenciones por parte de Oliver Stone: hacer un espectáculo épico recreando la trayectoria de un guerrero visionario víctima de la ambición desmedida, generosa a fuerza de egolatría, de dominar ese mundo para unificarlo, y retratar en profundidad a un personaje que trascendió su condición de histórico para alcanzar la de mítico. Cumplió así otra ambición aún mayor: ser tenido por hijo de Zeus, equiparable a Aquiles y Hércules, superior a su padre, Filipo de Macedonia. Stone se remonta a la infancia de Alejandro, cuando es instruido en la lucha por un guerrero, y en la búsqueda de la libertad y la virtud por Aristóteles para situar al personaje en su marco histórico y, sobre todo, para mostrar cómo queda marcado por la relación de su madre, Olimpia, con su padre, Filipo, y por la relación de él mismo con cada uno de ellos. Ahí es donde Stone supera en ambición y profundidad a las epopeyas de actualidad en Hollywood como 'Troya' y 'El Rey Arturo': la acción bélica es el componente para atraer al espectador al drama de personajes con sentimientos contradictorios. El de Olimpia es un papel que parece hecho a la medida de Angelina Jolie: atractiva, sensual, posesiva, criadora de serpientes aislada en la Corte de Macedonia donde se la tiene por bruja, odia a su marido y quiere utilizar a su hijo para vengarse de él. Filipo (Val Kilmer hace uno de sus mejores trabajos) la desea tanto como, a su vez, la odia y la considera responsable de que el niño Alejandro, que deberá perfeccionar su obra como rey, se revuelva contra él. Para hacer más explícito el conflicto, Stone hace que Filipo lleve a Alejandro a una sombría cueva donde unos frescos representan diversas escenas de la mitología griega. En ellas se ilustra la condición humana de sirvieron también como modelo a Freud para ilustrar los conflictos del inconsciente. Filipo muestra estas escenas a su hijo para que comprenda que la grandeza implica dolor y que la fuerza del destino es invencible. Relaciones turbulentas La formación de la personalidad de Alejandro está descrita con elocuencia dramática en esta primera parte de la película, con menos acción y donde el espectáculo se centra en los decorados. Alejandro es inteligente y se le han inculcado principios éticos en el gobierno y en la guerra, pero la admiración a su padre, que le lleva a emularle, es fundamentalmente una rivalidad que le lleva a intentar superarle y el amor a su madre no le impide comprender que él mismo es para ella, sobre todo, un instrumento. La intrigante Olimpia envenena aún más la compleja relación cuando Alejandro es adolescente y Filipo toma una segunda esposa, cuyo futuro hijo podría disputarle el trono. A diferencia de la mayoría de las películas de Hollywood de este género, en las que los protagonistas son tan conscientes de figurar en la Historia que inevitablemente adoptan una actitud hierática, 'Alejandro Magno', cuyo protagonista está empeñado en figurar en la Historia, subraya la carnalidad del héroe, marcado por la violencia del padre, por la sensualidad de la madre y por una cultura que identifica la belleza con la virtud. La violencia está presente en todo el cine de Stone y aquí, doblemente: hay violencia en la guerra y la hay en las relaciones entre los personajes. Ya cuando es adulto e interpretado convincentemente por Colin Farrell, Alejandro sigue estando obsesionado con ser semejante a Hércules, Aquiles y Prometeo (aunque lo más discutible de la película sea su voluntad de liberar a los pueblos bárbaros de sus tiranos e instaurar la libertad, un pensamiento demasiado moderno y algo incompatible con su insaciable afán conquistador) y con ganarse el amor de su madre y superar la grandeza de su padre (Stone acertó al haber optado por un actor de más peso físico para el papel de Filipo: Farrell parece vulnerable frente a Kilmer, que, curiosamente, era el elegido para hacer de Alejandro hace años cuando se intentó llevar a cabo el proyecto por primera vez). La crónica histórica salta, de forma un tanto sorprendente, de la etapa adolescente a la batalla de Gaugamela, donde derrotó a Darío, cuyo ejército era mucho más numeroso que el macedonio. Es la gran escena puramente épica de la película pero no la más creíble (ni están bien explicados los movimientos de las tropas ni éstas parecen reales en los grandes planos generales) y sirve como prólogo para lo que más ha interesado a Stone: el insensato avance de Alejandro hacia la India con la visionaria idea de alcanzar una ruta marítima que circunvale su imperio le lleva a triunfar en muchos combates, a costa de ir perdiendo su mesura y la lealtad de algunos de sus generales. También le interesa mostrar el esplendor de Babilonia o la grandiosidad inhóspita de las montañas que debe cruzar para llegar a la India. Reminiscencias homéricas Con la excepción de un 'flashback' a la muerte de Filipo, la crónica es lineal, siguiendo el proceso de auge del imperio y declive de la razón de Alejandro, un guerrero cada vez más solitario, y la puesta en escena tiene a menudo una solemnidad enfática, como corresponde al tema. También es lógico el intento de imitar la retórica homérica cuando Alejandro arenga a sus tropas sublimando la acción que van a llevar a cabo, pero resulta más discutible mantener ese estilo literario cuando se trata de diálogos porque entonces da a veces la impresión de que los personajes recitan en vez de hablarse. Como casi todas las de Stone, es una película muy larga y podría haberlo sido más por la intensidad, pese a la brevedad, de la vida de su protagonista, y se recrea en algunas imágenes que le han parecido más sugestivas u originales. En su relato, Tolomeo se pregunta, haciéndose portavoz del propio Stone, por qué Alejandro se casó con Roxana, de una tribu de las montañas, y no encuentra respuesta: como medida política no tiene justificación puesto que, a diferencia de lo ocurrido con la hija de Darío, no puede ganarse así la simpatía de un gran pueblo. Cabe pensar que la función de este episodio sea la de mostrar a Roxana como un reflejo de Olimpia (ambas son estilizadas y carnales) o la de ahondar en las contradicciones del guerrero que, según Stone, «es recordado por su visión, por su compasión, por su generosidad, por su espíritu, por ser diferente. Era un general, un hombre, capaz de llorar por sus soldados en el campo de batalla. Nunca había ocurrido», y cuya bisexualidad u homosexualidad queda de manifiesto. Alejandro y el sexo En tiempos en que el puritanismo se está exacerbando en la sociedad estadounidense y, por tanto, también en su cine, a Stone hay que reconocerle el mérito de arriesgarse a que Alejandro se declare homosexual, algo que ya le ha acarreado reproches y que puede costarle perder espectadores al recibir una calificación 'moral' restrictiva en su país. Asumir el riesgo tiene en este caso mayor mérito porque la homosexualidad no tiene de hecho gran importancia en la película y no se trata de una revelación original. El personaje del hombre al que ama Alejandro (Jared Leto) es desdibujado, una presencia con menos importancia que la de otros camaradas de armas y su relación está contemplada como una característica de la cultura griega de la época (incluso en el comienzo, Aristóteles reflexiona sobre el asunto), mientras que la única secuencia que puede considerarse genuinamente erótica la protagonizan Alejandro y Roxana y en otras lo que los personajes más respetables critican es la pérdida de la compostura, el exceso que pueda parecer escandaloso porque la virtud está en la serenidad. Lo +: La complicada relación entre Alejandro y sus padres: Angelina Jolie, que interpreta a su madre, Olimpia, tiene mucha presencia en pantalla y, en el fondo, casi tanto protagonismo como el propio héroe. Lo : El peligro de que el drama sobre el cual versa la película se desvirtúe al insistir demasiado en dos aspectos: la cuestión de la sexualidad de Alejandro Magno y el puro espectáculo bélico. El héroe obseso M. TORREIRO 07/01/2005 "Los soñadores nos agotan", reconoce un anciano Ptolomeo (Anthony Hopkins) en su dorado retiro de Alejandría, para acabar la larga relación que, con su voz y sus recuerdos como máximos constructores de la historia, articula el argumento de este hipnótico, desequilibrado pero a la postre estimulante filme biográfico que es Alejandro Magno. Y tal vez tenga razón: como tantos héroes obsesionados no sólo con la obtención del poder, sino con su utilización para modificar la historia, Alejandro el Grande vivió auténticamente preso de un único motivo, la conversión de un poder sólo militar en una voluntad de transformar el mapa de su tiempo. Y a pesar de las enormes lagunas que aún hoy tenemos sobre su vida, podemos estimar que, más que cualquiera de sus antecesores guerreros, vivió y murió presa de esa convulsa voluntad de cambio. Colin Farrell, en un fotograma de Alejandro Magno. ALEJANDRO MAGNO Dirección: Oliver Stone. Intérpretes: Colin Farrell, Angelina Jolie, Jared Leto, Val Kilmer, Anthony Hopkins, Rosario Dawson. Género: drama histórico, EE. UUReino UnidoHolandaAlemania, 2004. Duración: 175 minutos. Como tantos otros personajes de los que componen la curiosa galería de retratos que es el cine de Oliver Stone, desde Fidel Castro hasta Nixon, pasando por los tiburones de la Bolsa dibujados con vitriolo en Wall Street, Alejandro es a la vez actor y víctima de sus contradicciones; pero también, y ante todo, un héroe obseso. La estructura del filme así nos lo recuerda: de la luminosidad de sus primeros triunfos militares (esa electrizante batalla de Gaugamela, en 331 a. de C., en la que no sólo derrotó a los ejércitos persas, sino que tuvo franca la entrada en Babilonia, una de las más bellamente explicadas por el cine histórico) al tono tétrico, oscuro de la fotografía (gentileza del operador mexicano Rodrigo Prieto, impecable) de sus últimos años, con esa extraña batalla cerca del Indo, en medio de un bosque y en la que apenas apreciamos más que enormes masas en movimiento y elefantes de pavorosa presencia, toda la existencia del héroe va desde su decisión de torcer el supuesto destino de su pueblo macedonio, hasta una muerte que, como enseña la historia, precipitó la disolución de su imperio. Lo demás, la interesada polémica sobre la homosexualidad del personaje (que tanto daño le ha hecho al filme en su exhibición americana, dicho sea de paso), que es falsa, puesto que lo que el filme muestra se ajusta estrictamente a lo que se sabe de su vida y de su relación con su compañero de armas Hefestión (Jared Leto), o los paralelismos (punto menos que imposibles) entre la vida del macedonio y la del actual rector de los destinos del imperio, el presidente Bush, se antoja mera palabrería. Lo que parece más acertado es constatar la enorme fuerza con que Stone dibuja a su personaje (y que no siempre el actor encargado de encarnarlo, Colin Farrell, parece capaz de transmitir), la implacable manera en que la forma del filme se ajusta a las intenciones y al retrato humano, complejo edípico incluido, que el director quiere trazar, y la extrema coherencia con que Stone lleva la peripecia vital de Alejandro hasta sus últimas consecuencias. Así, resulta inútil esperar concesiones a la galería, espectacularidades más allá de las estrictamente necesarias, y hasta una historia amorosa que queda esbozada sólo a grandes trazos, sin detenerse en la primera, y fundamental, esposa del conquistador, esa Roxana de la que tan poco se sabe en la actualidad. De ahí que a Stone le haya salido una película un tanto discursiva, con largos parlamentos sobre el poder y su administración, pero también extremada, férreamente coherente con lo que se pretende: un retrato, lleno de claroscuros, de un héroe carcomido por su propia grandeza, por un hombre obsesionado por escribir aceleradamente el curso de la historia. http://www.labutaca.net/films/28/alexander6.htm CRÍTICA por Joaquín R. Fernández Para conocer algo sobre la vida de una figura histórica tan importante como Alejandro Magno no hay nada mejor que echarle un vistazo a la ingente cantidad de libros que se han escrito sobre él, bien sean estos textos de autores clásicos o modernos. Incluso Internet puede resultar un recurso ideal para saciar el interés de aquellos que, por supuesto, saben que una película jamás podrá resumir la vida de un personaje que, a pesar de fallecer a temprana edad, llevó a cabo tales gestas que marcaron de alguna manera el devenir de varios pueblos. Es obvio que juzgar desde el siglo XXI los comportamientos de personas que vivieron en épocas muy lejanas a la nuestra resulta un acto estéril, de igual modo que me parece ridículo intentar llamar la atención del espectador con innecesarias polémicas, en este caso la ambigüedad sexual de Alejandro, quien contrajo matrimonio con varias mujeres pero que seguramente tuvo amantes masculinos (no obstante, existen dudas de que Hefestión fuera uno de ellos, tratándose más bien de un gran amigo de la infancia cuya pérdida le afectó considerablemente). En anteriores ocasiones el cine ya ha trasladado en imágenes la vida del hijo de Filipo II de Macedonia y de Olimpia, si bien la más conocida de todas estas películas, "Alejandro Magno", no brilla precisamente por su calidad, ya que la realización de Robert Rossen no tiene fuerza y tampoco posee la espectacularidad propia de las producciones de la década de los cincuenta (lo más destacable es, sin duda, su reparto: Richard Burton, Fredric March, Claire Bloom o Peter Cushing, entre otros). Lo que ahora ha intentado hacer Oliver Stone no es una recreación de las grandes batallas que libró este personaje y que sirvieron para unificar de alguna forma la cultura occidental con la oriental, sino centrarse en sus aspectos más humanos, en especular acerca de sus comportamientos y de la influencia que pudieran haber tenido en su proceder todos aquellos que le rodearon durante su existencia. El director de "Nixon" utiliza la ampulosidad de la cinematografía actual para crear un fastuoso envoltorio que, si bien nos brinda pasajes dignos de ser contemplados por el simple hecho de intentar profundizar en la psicología de los protagonistas, se ofusca en representar otros que no hacen que el relato avance y que incluso lo vuelven excesivamente irregular, provocando con ello que las casi tres horas que dura el filme se hagan un tanto tediosas. A pesar de todo, Stone nos muestra escenas bastante aceptables, como cuando el joven Alejandro consigue montar a Bucéfalo, obteniendo así el respeto de su padre, o esa peculiar rivalidad existente entre Filipo y Olimpia por hacerse con el control de su hijo. En principio esto nos hace pensar que la película nos explicará la lenta pero plausible evolución vital de este conquistador, mas se utiliza a Ptolomeo para narrarnos la llegada al trono de Alejandro o las primeras guerras que libra, algo que puede confundir al espectador, pues de golpe escucha un buen número de nombres que difícilmente retendrá en su memoria. Quien espere encontrarse ante un gran espectáculo de Hollywood repleto de lides se quedará completamente decepcionado, puesto que la primera de ellas se produce una vez han transcurrido cuarenta y cinco minutos del largometraje, con un prolegómeno en el que Alejandro se dirige a sus hombres para transmitirles coraje al tiempo que la cámara se eleva y sigue el vuelo de un águila que se alza sobre el enemigo persa. Durante estas escenas los efectos especiales no aportan nada que no hayamos visto ya en otros filmes, sobre todo después del estreno de "Troya", como tampoco lo hacen el uso de las masas o la visualización de las grandes ciudades que caen en manos del forjador de este vasto imperio. Las refriegas cuerpo a cuerpo no están bien resueltas, siendo en ocasiones muy confusas, pero he de insistir nuevamente en que a Oliver Stone sólo le interesan los personajes, bien sean sus anhelos, sus miedos, sus proezas, sus pasiones, sus debilidades o sus placeres. Lástima que no consiga una historia compacta o, más importante aún, que las emociones de los protagonistas alcancen al público, quien a fin de cuentas también ha de ser el receptor de las mismas. La siguiente confrontación no se produce hasta que transcurren alrededor de ochenta minutos con respecto a la primera, estando filmada con un montaje demasiado confuso que, desde luego, provoca que no resulte efectista, si bien siempre se puede rescatar alguna brillante escena de ella, como cuando vemos a Alejandro enfrentándose con su montura a un elefante. En cuanto al reparto, me quedaría con la brillante interpretación de Anthony Hopkins, sobre todo teniendo en cuenta la dificultad que entraña el recitar un monólogo al comienzo de una película y conseguir con su declamación que aquél no se haga demasiado aburrido. Respecto a los actores principales, se puede decir que todos están correctos (Colin Farrell, Jared Leto, Val Kilmer, Jonathan Rhys-Meyers, Rosario Dawson), si bien es llamativo que Angelina Jolie interprete a la madre de Alejandro y que Christopher Plummer (Aristóteles) aparezca tan poco en la cinta. La composición de Vangelis no alcanza el esplendor de otras obras que este músico ha realizado para el cine, siendo en ocasiones demasiado intrusiva, sobre todo durante la primera batalla, a la que no consigue otorgar esas tonalidades épicas que tanto necesita. Las mejores piezas son las intimistas, como cuando Olimpia habla con Alejandro siendo éste un niño, o aquellas en las que se utilizan los coros durante la refriega en la que participan los elefantes. Como no podía ser de otra manera, tampoco faltan los sones étnicos, casi imprescindibles cuando se relatan este tipo de epopeyas. Calificación película: Calificación banda sonora original: Eduardo Marín Conde Alejandro Con una de las más espectaculares producciones del cine contemporáneo, el célebre y arrojado cineasta norteamericano Oliver Stone nos ofrece su visión personal de uno de los personajes más importantes y legendarios de la historia de la humanidad: Alejandro Magno, oriundo de Macedonia, quien más de tres siglos antes de Cristo, extendió su imperio desde Grecia hasta la antigua Babilonia y emprendió una campaña militar en la India, a donde ningún occidental había llegado antes. El resultado es una obra grandilocuente de 120 millones de dólares y tres horas de duración, que más allá de su aspecto visual formal, desarrolla una historia tan audaz como peculiar que ha sido abiertamente controvertida. La cuestión fundamental es el tratamiento que Stone le da a la figura de Alejandro Magno con una inclinación bisexual, enamorado de su consejero militar más cercano. Pero no es sólo este aspecto, sino que el perfil que se delinea del mítico conquistador, asesinado un mes antes de cumplir 33 años de edad, es de un hombre ambicioso pero frágil, que parece actuar a partir de caprichos, un hombre que cede a sus pasiones, débil de carácter, al que su madre debe cachetear para que tenga fortaleza, alejado de sus logros militares reales, de sus hazañas históricas. Hay una contradicción entre lo que vemos en pantalla respecto a la actitud y el comportamiento de un personaje que no se asume como el gran líder que fue, que se deja gritar y reprochar por sus generales y asesores, con la realidad de sus conquistas militares, con el guerrero que unificó a un gran imperio que se extendió a lo largo de miles y miles de kilómetros, y que a su repentina muerte se desmoronó y dividió. El problema deriva del tratamiento que Oliver Stone da al personaje: no lo hace más humano, sino más inconsistente, menos verosímil. Hay una paradoja entre el discurso del guión y lo que se ve en las imágenes. Stone cede a la tendencia a un cierto exhibicionismo por la ambigüedad sexual que desvaría en un tratamiento superficial. No es convincente: su Alejandro carece de fuerza e intensidad. Esta ha sido la razón del rechazo que la película ha encontrado entre la crítica norteamericana seria. Asimismo, el filme muestra un rasgo de debilidad en el desarrollo del ámbito político: las relaciones de poder que tan astutamente caracterizaban a Oliver Stone, aquí se desvanecen, logran sólo pinceladas, pero no dan en el blanco de erigirse como un testimonio de valor actual. Por otro lado, la producción es rica en escenas emotivas, vistosas y deslumbrantes. Este es a fin de cuentas, su relevancia y su cualidad: hay secuencias memorables, como la batalla inicial contra los persas, en las que el cineasta se regodea con tomas aéreas siguiendo el vuelo de un águila, que se respaldan con efectos computarizados, o como la batalla final en la India con todo y elefantes en la jungla, escenas que fueron filmadas en Tailandia. Aquí, Stone nos da una muestra brillante de narrativa cinematográfica con un agudo sentido épico que refleja la crudeza de la guerra. Es un Stone hábil y brillante narrador, como el talentoso cineasta que es, pero debilitado por una ostentosa visión innecesaria, que se inclina hacia una visión meándrica. De igual modo, el recurso de utilizar como el narrador que cuenta la historia en flash back a Anthony Hopkins tampoco es muy eficaz porque el protagonista luce como un profesor de historia, aspecto que resta poder de dramatización al relato. Alejandro Magno queda así, como una gran obra más de forma que de fondo, pero lejos de las expectativas que su propia concepción y rodaje habían creado, lejos de las posibilidades reales y la capacidad de un cineasta de la talla de Oliver Stone, ganador de dos Oscares como mejor director, por Platoon y Nacido el 4 de Julio. Stone, el terrible cineasta que irrumpió con su intensidad y su sentido crítico en Hollywood desde que realizó el guión de Expreso de Medianoche (Midnight Express) a fines de los 70, que le valió un Oscar, lleva unos años en picada, sin crear ninguna cinta de gran calidad desde JFK en 1991. Sus dos anteriores filmes fueron fallidos y excesivos, Camino sin Retorno (UTurn) y Un Domingo Cualquiera (Any Given Sunday), antes de emprender su gratuito homenaje a Fidel Castro en el documental televisivo Comandante. Emprendiendo ahora un proyecto de enorme envergadura como Alejandro Magno, Stone ha desperdiciado una oportunidad de hacer historia, porque a fin de cuentas, la película con todos sus obvios atributos, acaba siendo, de cierta manera, una decepción. La cinta está fuera de la posibilidad de conseguir el Oscar, al que aspiraba desde su propia producción por las características del proyecto, e incluso puede ser que ni siquiera sea nominada como mejor película.