LA SÍNTESIS DE RACIONALIDAD GALILEANA

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LA SÍNTESIS DE RACIONALIDAD
GALILEANA
JUAN CARLOS OROZCO
Departamento de Física
Universidad Pedagógica Nacional
[email protected]
RESUMEN
Con base en el análisis del papel que le es asignado al experimento en el trabajo científico de Galileo, desde diversos enfoques
históricos y mediante un paralelo con las características que rodean el trabajo experimental en la época que precede a la irrupción de
la ciencia moderna, se desarrolla en este ensayo la tesis según la cual Galileo reconstituye la tradición empírica racional de las épocas
anteriores en una síntesis que habrá de orientar la actividad científica durante los siglos subsiguientes.
EN PROCURA DE UNA TESIS
La intención que nos anima en el presente ensayo es establecer cómo el pensamiento científico de la obra de Galileo
Galilei constituye una síntesis histórica
de la racionalidad occidental en el mismo sentido en que, según postulados
bachelardianos, las grandes teorías de la
física han concretado síntesis históricas
del racionalismo científico, en las cuales
se transforman y se deforman conceptos
y teorías, estableciéndose de paso sutiles
rupturas y consolidándose la constitución de nuevas cosmovisiones1.
Con miras a ello, en el presente ensayo
se abordará de manera somera y en términos especulativos uno de los aspectos
más controvertidos del estilo galileano:
el papel que se le asigna y cumple el
experimento en su trabajo científico.
Particularmente, se procurará caracteri-
FÍSICA Y CULTURA: CUADERNOS SOBRE HISTORIA Y ENSEÑANZA DE LAS CIENCIAS, Nº 5, 1999
4
zar la racionalidad experimental a partir
de sus predecesores y establecer la acción racionalista del experimento imaginario en el proyecto galileano para, en
esa perspectiva, afirmar la naturaleza
instrumental del recurso con que se dota
al intelecto para el estudio de la naturaleza.
En este sentido, se parte por asumir la
hipótesis de que en su trabajo experimental Galileo reconstituye la tradición
empírica y racional de las épocas anteriores e introduce los elementos de racionalidad científica que, desarrollados por
sus sucesores, constituyen el basamento
para la empresa científica durante los
siglos subsiguientes, a la par que articula
elementos de ensoñación científica a la
rígida argumentativa escolástica. Todo
ello supone un enfoque sustancialmente
diferente de las relaciones entre la realidad natural y las explicaciones de dicha
realidad con respecto a los intelectuales
que le precedieron y con buena parte de
sus contemporáneos, y permite enfatizar
las diferencias taxativas entre la racionalidad premoderna y el proyecto raciona-
lista del siglo XVII.
Cuatro autores, por su parte, nos permitirán orientar el desarrollo de esta disertación. En las tesis de Gaston Bachelard
apoyaremos nuestro enfoque histórico y
adoptaremos su análisis del racionalismo
científico2, en virtud del cual un racionalismo técnico constituye uno de los
elementos distintivos de la ciencia moderna3. Bajo esta óptica, es posible encontrar en muchos de los experimentos
galileanos los rudimentos epistemológicos de un racionalismo instrumental, en
consonancia con los cuales una técnica
experimental dada deviene teoría y un
montaje experimental articulado a formas de explicación elaboradas se convierte en herramienta para impulsar el
desarrollo teórico.
En segundo lugar, guardadas las diferencias de enfoque, se acudirá a la obra de
Thomas S. Kuhn, en particular a su trabajo sobre experimentos mentales4 para
resaltar la función propedéutica y heurística que esta forma particular de interacción con el mundo físico ejerce en términos del desarrollo de la ciencia y carac-
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teriza uno de los presupuestos de la
Revolución Científica de los siglos XVI
y XVII, especialmente el relacionado
con la transformación de las cosmovisiones.
Por otra parte, nos apoyaremos en una de
las tesis centrales de Alexandre Koyré,
según la cual Galileo introduce en su
trabajo experimental un cambio sustancial con respecto a los periodos anteriores que se traduce en la "ruptura" entre
experiencia y experiemento5. En consonancia con este punto de vista, revisaremos someramente las diferencias más
sobresalientes entre el trabajo experimental de la Alta Edad Media, el Renacimiento y la época en que se da la
Revolución Científica.
No sobra advertir el riesgo que corremos
al yuxtaponer enfoques contradictorios,
de confundir argumentos en el desarrollo
de nuestro trabajo, máxime las diferencias en muchos aspectos abismales entre
los cuatro autores. En la medida de lo
posible evitaremos tales contradicciones
y asumiremos como principio orientador
la intuición trabajada sugerida por
Bachelard. Se señala, igualmente, el
carácter no definitivo del presente trabajo, razón por la cual se concibe más
como una primera aproximación a la
problemática abordada, a ser ampliada y
enriquecida con base en las críticas que
se le hagan y los estudios que la complementen.
EL "OSCURANTISMO MEDIE-
Finalmente, con base en la obra de Paúl
K. Feyerabend, nos permitiremos abordar la complejidad que subyace a la
relación explicación-experimento en los
trabajos galileanos6 y nos detendremos
por un momento en el papel que juega el
instrumento en dicha relación y en el
trasfondo ideológico que permea la
actividad experimental.
VAL".
"Simplicio:
Aristóteles, al menos en lo que yo recuerdo arremete
contra ciertos filósofos antiguos, quienes recurrían al
vacío por considerarlo necesario para el movimiento,
diciendo que éste no podría darse sin aquél. Aristóteles les
replica demostrando que, muy al contrario, al tener lugar
el movimiento (tal como veremos) es el vacío lo que hay
que descartar. Su razonamiento discurre así: hace dos
suposiciones, una de las cuales trata de los móviles con
pesos diferentes que se mueven en el mismo medio y la
otra, de un mismo móvil moviéndose en medios diferentes. Por lo que a la primera se refiere, supone que los
móviles de peso diferente se mueven en el mismo medio
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con velocidades distintas, las cuales mantienen entre sí la
misma proporción que sus pesos respectivos. De modo
que, por ejemplo, un móvil diez veces más pesado que
otro, se mueve con una velocidad diez veces mayor. En el
segundo caso, parte del principio de que las velocidades
de un mismo móvil, en medios diferentes, son inversamente proporcionales al espesor o densidad de tales
medios. De modo que si suponemos, por ejemplo, que la
densidad del agua es diez veces superior a la del aire, la
velocidad en el aire, siempre según Aristóteles, sería diez
veces mayor que la velocidad en el agua. Y de esta
segunda suposición deriva lo siguiente: dado que lo tenue
del vacío supera infinitamente la corporeidad, por muy
sutil que sea, de cualquier medio pleno, todo móvil que se
mueva en este medio pleno durante cierto tiempo, recorriendo cierto espacio, debería moverse por el vacío en un
solo instante. Ahora bien, el movimiento instantáneo es
imposible, luego es imposible que se dé el vacío como
fundamento del movimiento.
"... De sus mismas palabras se deduce, ..., que él lo ha
experimentado, ya que dice: vemos que el más pesado.
Ahora bien, tal verse alude a una experiencia llevada a
cabo.".
Galileo Galilei,.7
Es bien conocida la polémica que en
torno a las características del experimento galileano (en contraste con el que
alude nuestra cita) se ha desarrollado
especialmente a la luz de los estudios
historiográficos del presente siglo, tanto
de corte anglosajón como los debidos a
la corriente francesa. En este sentido, los
trabajos de Stillman Drake8 y Alexandre
Koyré constituyen ejemplos ilustrativos
en la medida que nos sitúan en los dos
polos opuestos del debate: de un lado se
sostiene el carácter esencialmente
empírico-positivista de los experimentos
galileanos; del otro, se afirma la naturaleza sustancialmente racionalista de los
mismos. Por una parte, los compromisos
epistemológicos que animan a buen
número de los autores anglosajones
reconocen en Galileo al padre del método experimentalista moderno con fuerte
acento en procesos de verificación,
observación y falsación. Por su parte, la
"escuela" histórica de orientación francesa, alimentada en particular por concepciones racionalistas (de corte cartesiano,
por ejemplo) ha preferido ver en Galileo
el primer exponente que logra consolidar
el método especulativo en la ciencia y
eleva a la categoría de instrumento de la
razón el llamado experimento mental,
con base en el cual es posible trascender
la experiencia fáctica inmediata y las
relaciones empíricas a que nos llevan los
sentidos, verdaderos obstáculos para
acceder a un conocimiento verdadero.
En medio de ambas tesis se sitúan enfoques más o menos pragmáticos, más o
menos idealistas, y en todos ellos se
resalta el trabajo experimental como uno
de los elementos distintivos del pensa-
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miento científico moderno que se forja a
partir de la llamada Revolución Científica.
porcionará los elementos para "evaluar"
la dimensión sintetizante del pensamiento galileano.
Ahora bien, en uno y otro sentido se han
aportado pruebas "fehacientes"; en una y
otra ruta se han elaborado argumentos
"contundentes" que cuestionan las tesis
rivales y, en una y otra perspectiva se
han debatido los presupuestos epistemológicos que orientan la labor de la ciencia en los siglos XVI y XVII. Si, además, contemplamos las finezas historiográficas en términos de continuidad o
discontinuidad en el desarrollo del conocimiento científico, o de linealidad o nolinealidad de la historia, el panorama de
la problemática se complejiza considerablemente.
Comencemos por considerar brevemente
el contexto que precede y prepara la
Revolución Científica, llamando particularmente la atención sobre las características del trabajo científico y los alcances
de la Filosofía Natural en la Alta Edad
Media.
Ante tal dificultad, ¿por cuál de los múltiples enfoques optar para nuestro análisis? ¿a cuál de las propuestas historiográficas comprometer nuestros afectos?.
He aquí un poco la encrucijada con la
que nos enfrentamos inicialmente y la
cual esperamos salvar, por lo menos en
parte, optando por la línea de historia
juzgada que simultáneamente nos pro-
En efecto, aunque en nuestra opción no
reconocemos una solución de continuidad en la historia del pensamiento, y en
este sentido no otorgamos un papel
protagónico a los precursores en la
emergencia de las nuevas formas de
racionalidad que caracterizan el pensamiento moderno, si debemos aceptar el
influjo de las relaciones contextuales y
el ambiente cultural en la formulación
específica que Occidente hace de la
racionalidad científica en su proyecto de
modernidad.
En este sentido, los debates filosóficos
que toman fuerza durante la Alta Edad
Media, las nuevas relaciones de produc-
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ción e intercambio que se dan en el plano económico, la consolidación de un
proyecto socio-cultural en la naciente
burguesía, la descentración que se produce en el campo teológico y que habrá
de repercutir en las relaciones entre
Iglesia y poder, la consolidación de los
estados nacionales y las nuevas relaciones de poder que en este contexto se
determinan, todos juntos proyectan su
sombra sobre la cosmovisión de los
nuevos hombres de ciencia.
En particular, un pensamiento científico
de singulares características se desarrolla
durante el periodo superior del Medioevo introduciendo profundas transformaciones en el pensamiento aristotélico
predominante; de tal manera que se hace
imprescindible aceptar diferencias tajantes entre el pensamiento original del
Estagirita y el pensamiento filosófico del
siglo XIV. Con la obra de Grosseteste9,
por ejemplo, se introducen correcciones
y mejoras al método científico rudimentario "inventado" por Aristóteles; correcciones y mejoras que, con las debidas
características de la época, se articulan
en un sistema de reflexión y trabajo
sobre los fenómenos del mundo físico y
constituyen en esta medida un apropiado
referente epistemológico en el que la
actividad experimental de cierto corte
adquiere sentido.
Actividad experimental que, a pesar de
todo, se sigue correspondiendo con el
empirismo inmediato de la ciencia aristotélica, de tal manera que el "experimento" se presenta en este contexto
como una afirmación inmediata a través
de los sentidos, en la que se resigna toda
contrastación de la teoría.
Esta labor de Grosseteste será ampliada
considerablemente por Roger Bacon10 en
quien se insinuarán las primeras relaciones entre los aspectos matemáticos y
experimentales de la ciencia. Su estudio
de la obra aristotélica en el lenguaje
original, sus estudios de crítica textual y
la relación que asigna al método experimental como medio para establecer la
"certeza" de la ciencia, sugieren una
primera formulación del método empírico11. Se está de todas maneras bastante
lejos de concebir una actividad experi-
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9
mental sensu stricto.
Aún más, el aliento positivista que podría atribuirse a las realizaciones fácticas
de la Edad Media, no constituyen un
aporte novedoso con respecto a los desarrollos alcanzados en la Antigua Grecia;
fueron los astrónomos griegos, y no los
filósofos naturales del Medioevo, quienes "habiendo elaborado y perfeccionado el método del pensamiento científico
-observación, teoría hipotética, deducción y, finalmente, verificación por
nuevas observaciones-, se encontraron
en capacidad de descifrar el misterio de
los verdaderos movimientos de los cuerpos celestes y, en consecuencia, limitaron sus ambiciones a "superar los fenómenos", es decir a un tratamiento puramente formal de los datos de la observación. Tratamiento que les permitirá hacer
predicciones válidas, pero cuyo precio
era la aceptación del divorcio entre la
teoría matemática y la realidad subyacente"12. Tal el método al que alude
Simplicio en el epígrafe inicial, tal la
contradicción que, precisamente, sobre
la base en "la convicción profunda de
que las matemáticas son más que un
medio formal de ordenar los hechos y
son la clave misma de la comprensión de
la naturaleza."13, entrará a resolver Galileo al establecer los fundamentos del
método experimental moderno.
Aún así, no puede despreciarse una
acción transformadora sobre el aristotelismo durante los siglos XIII y XIV y la
cual tendrá particular incidencia en la
concepción del universo.
En esta acción transformadora participa
toda una pléyade de filósofos medievales, que a partir de las rutas trazadas por
San Agustín y Tomás de Aquino, e involucrando la influencia de las interpretaciones de los estudiosos árabes a los
clásicos griegos, habrán de introducir
nuevos y revolucionarios conceptos a la
metafísica y a la filosofía natural. No
puede, así, desconocerse la obra de Guillermo de Occam, el propio Bacon, San
Buenaventura, Nicolás de Oresme, Duns
Escoto, entre otros muchos, quienes
sobre los elementos aportados por Avicena, Geber y Averroes o con base en su
propia aproximación a la Grecia Clásica,
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10
habrán de reinterpretar los pensamientos
de Aristóteles y Platón14 e involucrarán
a la filosofía medieval importantes elementos del neoplatonismo, preparando
de paso la transformación de la concepción de universo, sentando con ello las
bases para la Revolución Astronómica
que, iniciada por Copérnico, habrá de
culminar en el sistema newtoniano15.
Al contemplar esta doble dimensión
(filosófica y experimental) de la ciencia
durante la Edad Media, Crombie sostiene la tesis de la emergencia de la ciencia
experimental justamente en esta época,
"ciencia que se opone a la puramente
teórica de los griegos, por la asociación
de la teoría a la praxis"16 y a la cual
contribuyó decisivamente "la actitud
activa de la civilización cristiana que se
opone por eso mismo a la pasividad que
caracteriza a la de la Antigüedad"17.
Tesis ésta bastante controvertible pero
que apunta un aspecto de crucial importancia: la consolidación de una importante actividad experimental durante la
Edad Media, complementada por una
reflexión filosófica novedosa que desli-
teraliza el dogma aristotélico, recupera
importantes elementos de la obra platónica e inicia la revisión del paradigma
escolástico.
Sin embargo, no se podrá al respecto (y
en ello coincidimos con Koyré) afirmar
que tal actividad experimental comporta
todas las características de la ciencia
moderna, no se ha dado aún la reforma
del pensamiento que ésta precisa; pero
ello no nos impide reconocer en dicha
actividad toda una disposición a abordar
los fenómenos naturales en una perspectiva que trasciende ya la verdad revelada
y supera la hermenéutica característica
de los estudiosos de la naturaleza. De
igual manera, nos vemos precisados a
destacar toda una actitud positiva frente
a la ciencia y una acción denodada establecer dominios de investigación que
desbordan los contemplados en los textos sagrados, en abierto contraste con la
opinión común que tiende a identificar el
Medioevo con una época signada por el
oscurantismo: la tiranía del dogma, la
supremacía de la revelación y la interpretación ortodoxa.
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11
A partir de los elementos atrás esbozados, podemos afirmar como características del experimento medieval su función
contrastatoria y verificatoria de las explicaciones teóricas y, en cierta medida,
identificar en él una nueva manera de
interacción con la naturaleza. El trabajo
de Bacon en torno a la óptica bien ilustra
este hecho18, si bien dista mucho de los
desarrollos alcanzados por Kepler en el
plano teórico y Galileo en el aspecto
instrumental. Así, se está aún bastante
lejos de contemplar la potencialidad
heurística y el papel falsatorio que adquirirá la actividad experimental durante
el siglo XVII, por no mencionar su
función ideológica.
En este contexto, nos aventuramos a
sostener que durante la Edad Media no
se alcanza a constituir un racionalismo
experimental en el pleno sentido de la
palabra, de tal manera que no se establece la conexión teórico-práctica que permite definir el ámbito de acción de la
racionalidad científica de la Modernidad.
En tal sentido, los experimentos del
Medioevo aparecen aún contingentes
para la teoría; el desarrollo tecnológico
en la perspectiva de una técnica instrumental resulta tan incipiente que no
podemos hablar todavía de la construcción de instrumentos en la acepción con
que habrán de ser asumidos por Galileo.
El Medioevo es todavía una época de
artefactos, la máquina sigue siendo una
reproducción artificial de la naturaleza
que no trasciende a las esferas de la
inventiva intelectual: la cocina alquimista y el laboratorio químico corresponden
en efecto a racionalidades taxativamente
distintas, el torno medieval no incorpora
aún el discurso de la mecánica. El experimentalismo sigue muy de cerca "el
empirismo estéril de los aristotélicos"19
sin mayores implicaciones teóricas y sin
mayores compromisos técnicos.
En el camino al surgimiento del pensamiento moderno hace falta aún un elemento que, paradójicamente, se insinuará en el Renacimiento en relación con
una ruptura hasta cierto punto abrupta
con la tradición escolástica y a la que
aportarán especialmente el fervor neoplatónico y elementos ocultos del pitago-
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12
rismo; nos referiremos específicamente
a los elementos de ensoñación humanista
e intuición creadora que animan el espíritu renacentista y los cuales, en buena
medida, posibilitarán el acceso a una
ciencia especulativa para la cual la realidad inmediata es una realidad aparente.
EL CLAROSCURO
RENACENTISTA.
"Sagredo: Yo, sin embargo, señor Simplicio, que no he
hecho la prueba, os aseguro que una bala de cañón que
pese cien, doscientas o más libras, no aventajará ni
siquiera en un palmo en su llegada al suelo, a una bala de
mosquete de media libra, aunque la altura de la caída sea
de doscientas brazas."
Galileo Galilei20
Vamos a referirnos ahora, grosso modo,
al contexto experimental del Renacimiento, particularmente a los elementos
pre-racionalistas que involucran reformas sustanciales en la concepción de la
naturaleza y que dinamizarán una ferviente actividad especulativa una vez se
articulen al racionalismo científico en la
forma de ensoñación orientada. Este
supuesto, que constituye un punto central de nuestra tesis, llegará a constituirse
en importante motor de la actividad
experimental de Galileo y explica en
parte el papel que éste le asigna al experimento imaginario.
Esta transformación que se sucede durante el Renacimiento está estrechamente ligada a los desarrollos que tienen
lugar en las esferas del arte; justamente,
durante los siglos XV y XVI se establece
un interesante nexo entre el pensamiento
científico y la creación artística; la relación arte-ciencia deviene en singulares
influencias sobre la forma en que habrá
de ser concebido el conocimiento y
repercutirá en una nueva manera de
asumir el experimento. En este sentido,
no resulta gratuito que el paradigma
renacentista se centre en la figura de un
Leonardo Da Vinci o que las primeras
aproximaciones a una geometrización
del mundo real se hagan desde el ámbito
de la pintura, como tampoco que la búsqueda de la armonía se constituya en eje
directriz de la labor de los hombres de
ciencia.
Así, durante el Renacimiento se hace
posible un diálogo solidario entre el
espíritu imaginante y el espíritu racionalista. Establecida la ruptura con el rigor
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13
lógico y la hegemonía metafísica del
medioevo, las distintas disciplinas se
encaminarán a buscar explicaciones
completas de la realidad y la búsqueda
de la verdad no será ya patrimonio exclusivo de la filosofía natural. La inteligencia renacentista se entregará plácidamente a una ensoñación fervorosa que
desplazará en poco tiempo el estructurado discurso de la retórica escolástica por
la disertación especulativa, el rígido
orden celeste derivado del arbitrio divino
por un orden geométrico en el que se
resuelven las simetrías estéticas de un
dios artesano: el artista procurará reproducir la naturaleza en su obra, el científico buscará la armonía estética en sus
elaboradas teorías, el observador de los
cielos refinará las medidas en procura de
una precisión que le aproxime a dar
cuenta de la perfección matemática del
universo, el literato hará lo propio en el
campo de las letras.
Ahora bien, uno de los elementos determinantes de la actividad intelectual del
Renacimiento viene dado por la recuperación que los humanistas hacen de los
Clásicos Griegos, preparando con ello el
surgimiento de la ciencia moderna21. Las
obras de Ptolomeo, Arquímedes y Pitágoras, así como las ideas de los filósofos
atomistas son insertadas en los discursos
y las obras de arte; una recuperación de
la dimensión humana en los problemas
de la filosofía hace posible una mirada
sustancialmente distinta de los fenómenos de la naturaleza; este hecho se traduce, además, en un descentración del
hombre frente al determinismo teológico
de los siglo anteriores. El Dios renacentista en mucho difiere del Dios escolástico, el orden del Renacimiento es ya un
orden más geométrico, un orden del cual
no sólo podrán dar cuenta los teólogos
sino frente al cual podrán pronunciarse
con igual autoridad y con mayores razones los geómetras y matemáticos.
En este ámbito se inscriben las obras de
Tartaglia22 y Benedetti23 en las que ya se
hace manifiesta la superioridad de la
razón matemática que guía la naturaleza,
sobre la razón filosófica, cuando menos
en los aspectos que atañen a lo metafísico. Tartaglia fue, en efecto, el primero
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14
en "someter a un tratamiento matemático, es decir geométrico, algo que hasta
entonces no era más que un "arte" pura y
simplemente empírico"24. Benedetti, por
su parte, avanzó considerablemente en el
esfuerzo de matematización de la ciencia y su influencia sobre Galileo en este
aspecto fue definitiva; a través de su
obra "en una oposición consciente y
reflexiva a la física empirista y cualitativa de Aristóteles, intentó erigir, sobre la
base de la estática de Arquímedes, una
física o, para emplear su propio término,
una "filosofía matemática" de la naturaleza."25. En ello se refleja toda una teleología de las formas perfectas y de la
armonía, presupuestos estéticos que
cruzan no sólo las artes y la literatura,
sino que se recogerán sutilmente en las
teorías astronómicas de la época.
Es bajo estos considerandos que hombres como Tycho Brahe y Johannes
Kepler pueden ser sopesados en la justa
medida, por encima incluso de sus aparentes extravagancias. De esta manera,
cuando leemos que Kepler buscaba "a
menudo con éxito, la belleza y la armo-
nía en los cielos. Imbuido por el espíritu
pitagórico, en uno de sus libros dio incluso, en notación musical detallada, las
melodías celestiales que asociaba a los
diversos planetas mientras se deslizaban
en sus órbitas"26, no deberíamos dudar
en que efectivamente escuchó la música
de las esferas celestes. Es en cierta medida por la ruta del arte que la ciencia hace
su tránsito del más o menos a la precisión geométrica y prepara el escenario a
la algebrización subsiguiente.
Es más, tal vez en ninguna época como
la renacentista "las artes como las ciencias avanzan desde un conocimiento y
representación del mundo imperfectos a
formas cada vez más adecuadas de conocimiento y representación del mundo."27.
Cuando se desconoce esta premisa o se
olvida conscientemente en aras de la
supremacía de la racionalidad científica
se corre el riesgo de afirmar sin reparos
que el Renacimiento "no es de ningún
modo un ideal de ciencia, sino un ideal
de retórica"28. Afirmación que, a pesar
de Koyré, no compartimos pues si bien
en la época en cuestión no se aporta en
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15
la dirección del ideal científico de los
siglos XVII y XVIII, se llevan a cabo los
ejercicios intelectuales que preceden la
desbordante conjetura teórica de la ciencia moderna; claro está que para poder
acceder a este tipo de consideraciones es
necesario desbordar los análisis contextuales básicos a los cuales acude en
buena medida Koyré y despojar, por otra
parte, a la empresa científica de su prurito aséptico.
En esta perspectiva es factible, por ejemplo, reconocer en los experimentos mentales de Galileo y por supuesto de Newton, la herencia de la inspiración renacentista, de la intuición del claroscuro,
espacios conjeturales en los cuales toda
ensoñación primigenia ha sido doblegada, mejor aún aprehendida, por la luz de
la razón.
Bástenos, a manera de ilustración concisa, referirnos al interesante experimento
de Filippo Bruneleschi, realizado en
Florencia en 1425 y en el cual podremos
caracterizar fácilmente ese otro elemento
indispensable para la síntesis de racionalidad galileana.
Citemos in extenso la descripción que
del sonado experimento hace Manetti,
amigo personal de Bruneleschi:
"En este caso de perspectiva, por primera vez mostró él
una tabla de aproximadamente medio codo de cuadro en
que había realizado una representación de la vista exterior
del templo de San Giovanni en Florencia. Y lo dibujó tal
como se ve desde fuera. Al parecer, mientras dibujaba se
encontraba a unos tres codos hacia el interior de la puerta
central de Santa Maria del Fiore. Y ha creado su cuadro
con tanta diligencia y belleza, con tanta exactitud en los
colores del mármol blanco y negro, que ningún pintor
miniaturista lo habría podido hacer mejor (...) y tomó
como trasfondo del dibujo un espejo pulido, de forma que
reflejara la atmósfera y el cielo natural, así como las
nubes que empujaban el viento cuando soplaba. El pintor
procuraba determinar un único sitios desde el que se
pudiera contemplar el cuador. Y para que no pudiera
cometerse falta alguna en su contemplación, dado que la
imagen varía para el ojo según el sitio, había hecho un
agujero en la tabla en que se encontraba la imagen,
situándolo en la reproducción del templo de San Giovanni, exactamente en el punto a donde miraba el ojo desde
el interior de la puerta central de Santa Maria del Fiore en
que había estado él mientras pintaba. Este agujero era tan
pequeño como una lenteja por el lado de la imagen y se
habría piramidalmente hacia la parte postrerior en forma
de sombrero de paja de mujer, hasta el tamaño de un
ducado o más. El quería que el espectador colocara su ojo
en la parte posterior del cuadro donde el agujero era
grande y que con una mano acercara la imagen al ojo
mientras que con la otra se mantenía frente a la tabla un
espejo plano que reflejara la imagen. La distancia del
espejo de la segunda mano debía suponer tantos codos
pequeños como la distancia en codos reales desde el sitio
en que había estado durante su dibujo hasta el templo de
San Giovanni. Junto con las otras circunstancias mencionadas, el espejo pulido, la Piazza y lo demás; al mirar
desde dicho punto la imagen, parecía que realmente se
veía el mismo Baptisterio. Y yo lo tuve en la mano y lo
contemplé entonces muchas veces y puedo testimoniar la
verdad de lo dicho."29.
Aunque realizado en un contexto de
conocimiento diferente, el hecho comporta todas las propiedades de un experi-
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16
mento científico: compara un objeto
producido por el hombre con la realidad,
dicha comparación se examina bajo
condiciones determinadas estrictamente,
el objeto se ha construido de acuerdo
con reglas30. Sin embargo, no constituye
aún un experimento científico en el
estricto sentido moderno, como tampoco
lo constituyen los experimentos medievales, pero a diferencia de estos últimos
introduce elementos revolucionarios con
respecto a la interacción con la realidad
y en aras de explicar la naturaleza.
De hecho, el experimento de Bruneleschi
ha incorporado la geometría en el dispositivo explicativo; ha abierto, igualmente
el contexto de explicación a una rudimentaria matematización del objeto
fenomenológico, seguramente no todavía en la perspectiva arquimediana pero
sí como elemento de cuidadosa refinación; ha comprendido todo el problema
de la medida que subyace a la reconstrucción a escala, con miras a una teoría
de las proyecciones y la perspectiva;
finalmente, ha incorporado los elementos de la imaginación despierta a los
ámbitos de la racionalidad al inquirir,
intuitivamente, sobre la apariencia de la
imagen a la que se hace el ojo.
En su conjunto, el experimento en cuestión trasciende la relación inmediata con
el objeto, sugiere preguntas, inquieta al
observador, se traduce en admiración
para el experimentador. A simple vista,
poco lo diferencia de un experimento
científico, el elemento crucial de este
último surgirá precisamente en la acción
sintetizante de Galileo Galilei.
Ahora bien, a simple vista y para un
racionalista confeso, el citado experimento no puede parecer más que una
anécdota, si se quiere un caso aislado en
la frenética época de imaginación azarosa que sugiere el Renacimiento. Pero
considerado a la par con las arremetidas
inventivas de Da Vinci en el campo del
diseño y la balística, asociado a las demostraciones de Benedetti y Tartaglia,
en conjunto con la observación sistemática de Tycho Brahe y la capacidad de
síntesis geométrica de Kepler, conforma
un cuadro de singular actividad experiencial en el que, sin duda, se hallan los
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17
ejes del método experimental moderno y
los fundamentos de la ciencia sistemática; en relación con los cuales se abre el
intelecto a nuevas dimensiones de relación con la naturaleza.
En efecto, una función imaginente emer
ge en la ciencia renacentista de tal modo
que el hombre no se aproxima desprevenido a los fenómenos del mundo físico,
lo hace a partir de una intuición que lo
orienta y de un ideal (estético, geométrico, armónico) que le permite ver a su
manera y escudriñar intencionadamente.
No se trata por tanto, a estas alturas, de
aceptar una verdad inexorable o el designio divino: dotado de luz el hombre ya
no busca a tientas. Probablemente Sagredo no haga experimentos en el sentido
galileano pero está en condiciones de
desechar experiencias, quizás aún le
atemorizan los caprichos divinos pero se
ha arriesgado a hurtar el fuego del entendimiento.
LA LUZ DE LA RAZON
Salviati: Entonces, si nosotros tuviéramos dos móviles,
cuyas velocidades naturales fuesen distintas, es evidente
que si uniésemos ambos, el más rápido perdería velocidad
por obra del más lento, mientras que este aceleraría
debido al más rápido. éstais de acuerdo con lo que acabo
de decir?.
(...) Pero si esto es así, y si es verdad, por otro lado, que
un piedra grande se mueve, por ejemplo, con una velocidad de ocho grados y una piedra pequeña con una velocidad de cuatro, si las unimos, el resultado de ambas, según
lo dicho, será inferior a ocho grados de velocidad. Ahora
bien, las dos piedras juntas dan por resultado una más
grande que la primera que se movía con ocho grados de
velocidad; de lo que se sigue que tal compuesto se moverá
a más velocidad que la primera de las piedras solas, lo
cual contradice nuestra hipótesis. Veis, pues, sómo
suponiendo que el móvil más pesado se mueve a más
velocidad que el que pesa menos, concluyo que el más
pesado se mueve a menos velocidad.
(...) hemos visto ya de modo concluyente que si la más
pequeña fuese más lenta reduciría un tanto la velocidad de
la mayor, de forma que la suma de ambas daría por
resultado una caída menos veloz, a pesar de ser más
grande, cosa que va contra nuestra suposición, concluyamos por tanto, que los móviles, grandes o pequeños, se
mueven a la misma velocidad si tienen el mismo peso
específico."
Galileo Galilei, 31
Los llamados experimentos mentales o
imaginarios constituyen un ejemplo
clásico de la nueva concepción que se
instaura en el pensamiento científico
hacia finales del siglo XVI y la cual
caracterizará la acción transformadora
desplegada sobre la naturaleza por el
proyecto modernista en sus diferentes
matices.
En términos generales, la importancia
del experimento imaginario suele ser
vista, bajo una óptica pragmatista, como
la posibilidad de introducir un montaje
experimental en el que se obvian las
FÍSICA Y CULTURA: CUADERNOS SOBRE HISTORIA Y ENSEÑANZA DE LAS CIENCIAS, Nº 5, 1999
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dificultades técnicas y de realización de
los experimentos "reales"32. Sin embargo, la posibilidad de alcanzar el ideal de
perfección no habla por sí sola de la
complejidad conceptual y del alcance
metodológico de los experimentos imaginarios, en la medida en que, por ejemplo, la importancia crítica que han desempeñado en el desarrollo de la física
desborda ostensiblemente el propósito
de conciliar entre el dato "empírico" y el
objeto teórico.
De allí que el historiador y el filósofo de
las ciencias se vean en la necesidad de
"reconocerlos como instrumentos, en
ocasiones muy potentes, para comprender más y mejor la naturaleza."33. Con
todo, esta concepción del experimento
como una propedéutica para la discusión
integral de un fenómeno físico, concepción que trasciende la meramente pragmática discutida arriba y que permite en
buena parte asociarlo al desarrollo de
una técnica instrumental, no agota y,
creemos, no contempla todavía la más
significativa característica del experimento científico en el contexto de la
Revolución Intelectual que logra consolidarse con la obra de Galileo.
Y es con respecto a este punto que nuestra tesis recobra particular importancia.
Nos ocuparemos de ella en pocas palabras señalando los aspectos más sobresalientes y dejando para un desarrollo
posterior (por motivos de tiempo y espacio) el estudio de los detalles epistemológicos que le subyacen.
Así, el experimento galileano introduce
apreciables modificaciones en el pensamiento experimental que trascienden
poderosamente los alcances epistemológicos de la experiencia medieval y del
"experimento" renacentista. En este
sentido, mientras el montaje experimental del Medioevo se limita a una función
mostrativa y el renacentista se centra en
el plano admirativo, el experimento
galileano logra situarse en el plano de la
demostración elaborada y cuidadosa,
alcanzando en el ámbito experimental la
claridad discursiva de la demostración
matemática.
En tanto en la Alta Edad Media el expe-
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rimento muestra y durante el Renacimiento ilustra a la vez que posibilita la
especulación, a partir del siglo XVI el
experimento demuestra y abre nuevas
rutas de trabajo. En tanto el primero
informa y el segundo dinamiza la imaginación creativa, el experimento galileano
convence sobre la veracidad de los nuevos supuestos a partir de un profundo
cuestionamiento a los cimientos mismos
de las tesis que le son opuestas. Y lo
hace, no sólo en virtud de su carácter
mental sino, principalmente por cuanto
logra conciliar los dos elementos desarrollados por sus predecesores en una
síntesis peculiar que no consiste, claro
está, en la simple superposición de las
dos formas de interacción con la naturaleza que le anteceden, síntesis que hace
posible superar las contradicciones racionales de que adolecen cada una de
dichas formas por separado y en la que
se involucran, además, sutiles elementos
ideológicos.
Ahora bien, el experimento galileano se
apoya en una experiencia ya conocida
analizada desde una concepción novedo-
sa; su eficacia radica en que parte de una
situación normal, "una situación que la
persona que analiza el experimento, con
base en su experiencia, se sienta bien
equipada para manejar"34. En este sentido, a simple vista "un experimento imaginario no puede enseñar nada que ya
sea conocido"35 en tanto está mediado
por la cosmovisión de quien lo lleva a
cabo, pero dado el carácter revolucionario de una nueva cosmovisión "enseña al
científico algo acerca de su aparato mental"36; esto es, permite develar los elementos de una concepción transformada
del Universo y en esta medida posibilita
aprender algo nuevo acerca de los conceptos y allegar nuevas relaciones acerca
del mundo. En definitiva, "los experimentos imaginarios le dan al científico
acceso a una información que, a la vez,
tiene a mano y a pesar de eso le resulta
de alguna manera inaccesible."37; en
consecuencia pone a prueba la consistencia de aparato conceptual disponible y
refleja los niveles de articulación entre la
elaboración teórica y la realización fáctica; determina de paso nuevas relaciones
perceptivas, modificando con ello los
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dispositivos sensoriales y estableciendo
el contexto propicio para el desarrollo de
una técnica instrumental.
En efecto, el experimento galileano
supone una reforma del pensamiento
científico en la cual la actividad experimental logra articular las dimensiones
fáctica e imaginaria con las dimensiones
prospectiva e ideológica38. Así, no se
limita a establecer unos hechos o a sugerir ensoñaciones especulativas, a las
cuales por demás prefiere rehuir; en
solidaridad con el carácter demostrativo
articula una función predictiva; constituye una totalidad en la que se entremezclan contemplación, especulación y
prueba; propedéutica, hermenéutica y
heurística, todas ellas interconexas,
ninguna ajena a la otra, coaligadas en
virtud de una intención que las contextualiza.
En esta perspectiva "Galileo hizo progresos cambiando las conexiones que había
entre palabras y palabras (introdujo
nuevos conceptos), entre las palabras y
las impresiones (introdujo nuevas interpretaciones naturales), empleando prin-
cipios nuevos y no familiares (tales
como la ley de la inercia y el principio
de relatividad universal) y alterando el
núcleo sensorial de los enunciados de
observación."39.
Pero el poder de convicción que subyace
al experimento galileano, bien el imaginario bien la simple contrastación empírica, no sólo reposa en su consistencia
lógica, su coherencia predictiva, su
interrelación con la teoría; se sigue también, y en buena medida, del elemento
ideológico que en él se involucra. En tal
dirección, el experimento galileano no
resulta menos retórico y grandilocuente
que el discurso argumentativo medieval:
Salviati aparece como un propagandista
incisivo, Galileo resulta ser un astuto
ideólogo aunque desafortunadamente no
muy buen político. Por otra parte, el
experimento galileano recoge toda la
tradición de los desconcertantes artilugios renacentistas pero debidamente
articulados a un aparato conceptual, de
tal manera que el instrumento adquiere
una función protagónica.
En cierta forma puede afirmarse que el
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experimento no establece, en este contexto, diferencias taxativas entre laboratorio y cerebro; en él se articulan con
asombrosa consistencia la realización
fáctica y el desarrollo teórico. Tal reordenamiento de actividades en el ámbito
del pensamiento devendrá en actividad
transformadora de la naturaleza, con
todas sus consecuencias funestas, con
todas sus posibilidades técnicas. Al
respecto, la síntesis galileana modifica
como nunca antes la concepción de
artefacto; es en relación con la interdependencia entre teoría y prueba que la
máquina se traducirá en instrumento y
que el aparejo de lentes concebido para
acercar lo distante se erguirá en intermediario de prueba, en la nueva visión que
confirma sensorialmente el nuevo universo.
En virtud de su síntesis, el telescopio de
Galileo, el péndulo galileano habrán
trascendido su dimensión objetual, su
naturaleza de artefactos que deforman la
realidad, para instituirse en objetos de
pensamiento que proyectan el pensamiento, en instrumentos de la técnica
que amplian el horizonte sensorial y
permiten analizar objetivamente la realidad. En tales términos, en el contexto
galileano la prueba empírica y el experimento mental conforman un todo solidario.
Hasta aquí, por ahora, llega nuestro
trabajo. Seguramente no colme las expectativas iniciales; con toda certeza
precisa desarrollos más cuidadosos;
probablemente plantee nuevas inquietudes; a todo ellos esperamos atender en
otra oportunidad.
22
NOTAS Y REFERENCIAS
1.BACHELARD, G., "El Compromiso Racionalista", Siglo XXI Editores, México,
1988.
2.BACHELARD, G., "El Racionalismo Aplicado"., Editorial Paidós., Buenos Aires,
1978.
3.Aún con riesgo de distorsionar la acepción de lo moderno en BACHELARD,
inscribimos el pensamiento galileano en esta perspectiva.
4.KUHN, Thomas., "La Tensión Esencial", La función de los experiemntos
imaginarios., Fondo de Cultura Económica, México, 1987.
5.KOYRE, Alexandre., "Estudios de Historia del Pensamiento Científico"., Siglo XXI
Editores, México, 1982.
___., "Estudios Galileanos"., Siglo XXI Editores., México, 1981.
6.FEYERABEND, P. K., "Tratado contra el Método"., Editorial Tecnos S. A., Madrid
1987.
___., "Adiós a la Razón"., Editorial Tecnos S. A., 1987.
7.Citado por KOYRE, A., "Estudios de Historia...", op. cit., p.p. 209-210
8.DRAKE, Stillman., "Galileo"., Alianza Editorial., Madrid, 1980.
9.CROMBIE, A. C., "Robert Grosseteste y los orígenes de la ciencia experimental".,
citado por KOYRE, A., "Estudios de Historia...", op. cit., p.p. 52 s.s.
10.Ibid., p.p. 58 s.s.
11.DAMPIER, W. C., "A History of Sciencies and its Relations with Philosophy and
Religion"., Cambridge University Press, London, 1971, p.p. 89 s.s..
12.KOYRE, A., "Estudios de Historia..." op. cit., p.p. 70
13.Ibidem..
14.KOYRE, A., Ibid., p.p. 16 s.s.. DAMPIER, W. C., op. cit. p.p. 60 s.s.
FÍSICA Y CULTURA: CUADERNOS SOBRE HISTORIA Y ENSEÑANZA DE LAS CIENCIAS, Nº 5, 1999
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15.Una excelente aproximación a este tema en KOYRE, A., "Del mundo cerrado al
universo infinito"., Siglo XXI Editores., México, 1988.
16.Citado por KOYRE, A., Ibid., p.p. 62.
17.Ibidem..
18.DAMPIER, W. C., op. cit. p.p. 92 s.s..
19.KOYRE, A., Ibid., p.p. 70.
20.Citado por KOYRE, A., "Estudios de Historia...", op. cit., p.p. 210.
21.DAMPIER., W. C., op. cit., p.p. 97 s.s..
22.KOYRE, A., Ibid., p.p. 102 s.s.
23.Ibid., p.p. 125 s.s..
24.Ibid., p.p. 103.
25.Ibid., p.p. 125.
26.HOFFMANN, Banesh., "La relatividad y sus orígenes"., Editorial Labor S. A.,
Barcelona, 1985., p.p. 13.
27.FEYERABEND, PAUL., "Adios a la Razón"., op. cit., p.p. 144.
28.KOYRE, A., "Estudios de Historia...", op. cit., p.p. 41.
29.Citado por FEYERABEND, P., "Adios a la Razón"., op. cit., p.p. 123-125.
30.Ibid., p.p. 126.
31.Citado por KOYRE, A. "Estudios de Historia...", op. cit., p.p. 211-212.
32.KOYRE, A., Ibid., p.p. 207.
33.KUHN, Th., op. cit., p.p. 263 s.s..
34.KUHN, Th., op. cit., p.p. 275.
FÍSICA Y CULTURA: CUADERNOS SOBRE HISTORIA Y ENSEÑANZA DE LAS CIENCIAS, Nº 5, 1999
24
35.Ibid., p.p. 276.
36.Ibidem..
37.Ibid., p.p. 285.
38.FEYERABEND, P., "Tratado contra el método", op. cit., p.p. 79 s.s..
39.Ibid., p.p. 150.
FÍSICA Y CULTURA: CUADERNOS SOBRE HISTORIA Y ENSEÑANZA DE LAS CIENCIAS, Nº 5, 1999
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