Lunes 17 de octubre de 2016 · Nº 7 DÍNAMO Ilustración: Ramiro Alonso Izquierda y Fuerzas Armadas Mientras el lobo no está 02 LUNES 17·OCT·2016 DÍNAMO La Ley Marco de Defensa Nacional: seis años de vigencia El proceso de implementación de la Ley Marco de Defensa Nacional (18.650, LMDN), promulgada por el Poder Ejecutivo el 19 de febrero de 2010, es un excelente ejemplo de cómo se tramitan las políticas militares y de defensa nacional en nuestro país desde principios del siglo XX. Ello conduce a interrogarse acerca de la relación entre esas prácticas tradicionales y la endémica problemática que arrastra la defensa nacional. En un plano más general de análisis, confirma que las leyes importan aunque, en última instancia, lo que define el curso de los acontecimientos es la acción -o inacción- de los diversos agentes que participan en su puesta en práctica. Dicho sintéticamente, la LMDN contiene un conjunto de normas que definen la defensa nacional, y en particular la defensa militar, clarifican las competencias de las instituciones responsables de su elaboración e implementación y regulan las relaciones entre estas, además de crear algunos nuevos organismos. El principal significado de esa norma fue que sentó bases para un proceso de reordenamiento institucional orientado hacia dos objetivos complementarios: crear condiciones para armonizar la defensa nacional con las líneas fundamentales de políticas públicas del país y perfeccionar a las Fuerzas Armadas (FFAA) por la vía del fortalecimiento institucional del Ministerio de Defensa Nacional (MDN) como centro de elaboración de las políticas de defensa militar. En efecto, como se intenta mostrar más abajo, la clave del proceso que la LMDN abrió en 2010 se ubica en el MDN, al cual el artículo 14 de esa norma le asigna “en particular” la conducción política “de todo lo relacionado con las FFAA”. En su artículo 15 se prevé aprobar una Ley Orgánica del ministerio, aún hoy inexistente, en el que se precisa además que esta deberá contemplar cuatro áreas básicas de su competencia: política de defensa, administración general, Estado Mayor de la Defensa (Esmade) y, por último, Armada, Ejército y Fuerza Aérea. Seis años después de la entrada en vigor de la LMDN, debe admitirse que, pese a la relevancia que buena parte de los representantes políticos le reconocieron al aprobarla y al avance institucional que representó, no modificó la lógica tradicional de manejo de las políticas militares y de defensa. Es interesante interrogarse acerca de los posibles vínculos entre ese fenómeno y la realidad de las FFAA uruguayas: limitadas capacidades operativas para cumplir sus fines primordiales, presupuesto destinado en un 75% a salarios y una peligrosa dependencia de sus misiones subsidiarias, como fuente de ingresos y de prestigio institucional. De hecho, en la LMDN se incluyeron normas destinadas a crear condiciones para evitar los efectos indeseables de la exagerada influencia de las corporaciones profesionales en la formulación de políticas. Conceptual- Con el apoyo de: mente, esa influencia obedece a una lógica relativamente extendida en el Estado uruguayo, que puede describirse como la tendencia a derivar el peso de la elaboración de políticas hacia los organismos especializados responsables de su ejecución. Por ejemplo, las políticas de seguridad social han sido tradicionalmente elaboradas por el Banco de Previsión Social. De las de energía se encargaron durante mucho tiempo UTE y ANCAP. Conviene hacer memoria: el plan Use Todo Eléctrico, elaborado por la burocracia profesional de UTE -de indudable competencia técnica-, fue seguido por restricciones al consumo cuando una larga sequía, combinada con altos precios internacionales del petróleo, demostró la necesidad de repensar la estrategia del país en la materia. Cuando el Ministerio de Industria, Energía y Minería, con una orientación política clara, creó un equipo sólido técnicamente y con respaldo político, el país tuvo por primera vez una política de energía. Sus resultados son conocidos. En lo referido a la defensa nacional, podría argumentarse acertadamente que el conocimiento sobre asuntos militares y de defensa en Uruguay se concentra en el ámbito de la corporación militar. De hecho, el pensamiento surgido del ámbito castrense ha alimentado dichas políticas. Ciertamente, los recursos para sustentarlas han sido establecidos, como corresponde, por las autoridades electas y sus montos han sido sistemáticamente valorados como magros. Al respecto, es interesante recordar que, en épocas de la dictadura reciente, cuando la influencia de la corporación militar ubicó el presupuesto del MDN en sus niveles récord -casi 4% del Producto Interno Bruto y 20% del presupuesto-, esos recursos fueron invertidos principalmente en el rubro funcionamiento, y dentro de él, en su mayor parte, a salarios y al desarrollo de diversos servicios sociales para más de 40.000 funcionarios. La inversión para renovar el equipamiento militar recibido de la cooperación de Estados Unidos hasta 1976 fue absolutamente insuficiente. Así, ni siquiera en épocas de bonanza política y financiera para la corporación militar el país tuvo una política eficaz de defensa nacional. Desde 1985, todos los gobiernos fueron reduciendo la desmesurada incidencia del presupuesto de defensa en las cuentas públicas. Sin embargo, ello no ha resultado en transformaciones sustantivas en materia de organización de la defensa militar, rubro principal del MDN. Se gasta menos, pero la forma en que se invierte esa masa igualmente significativa de recursos es altamente ineficiente en relación con los fines sustantivos de las FFAA, sobre cuya realidad operativa no es necesario insistir. El reciente decreto sobre Política Militar de Defensa (129/2016) que elaboró el Esmade confirma viejas tendencias y no permite augurar cam- bios. Ese decreto registra prolijamente todas las actividades, tareas y responsabilidades que tienen asignadas las FFAA, pero no señala ninguna perspectiva de trasformación sustantiva, más allá de un conjunto de postulados de manual sobre doctrina conjunta. Ello no puede sorprender. Parece difícil que una transformación pueda ocurrir sin orientaciones políticas sólidas por parte del MDN. Como ya se señaló, luego de seis años de vigencia de la LMDN, de la Ley Orgánica del ministerio nada se conoce. El área de competencias de Política de Defensa no ha adquirido desarrollo orgánico ni capacidades técnicas de formulación de políticas, aunque han pasado ya tres jerarcas diferentes por su dirección. Para llenar ese vacío, en cambio y como indica la tradición, se generó el Esmade, un nuevo organismo militar de asesoramiento ministerial. Es posible adivinar las razones. Organizar el Esmade requirió sólo ciertos cambios de destino del per- sonal militar, la creación de un cargo de jerarquía equivalente al de comandante en jefe y ciertas reasignaciones de gastos de funcionamiento. Las inversiones en infraestructura no parecen haber sido cuantiosas y es fácil suponer que fueron resueltas con los “fondos ONU”. Hay antecedentes de ello con bastante mayor entidad, como la construcción de la cárcel de Domingo Arena. Además, poner en funciones y potenciar un organismo como el Esmade -al que la nueva ley de presupuesto le otorga carácter de Unidad Ejecutora, de modo que su jerarca tendrá potestades de ordenador de gastos- tiene la ventaja suplementaria de que no genera conflictos, pues sólo le da continuidad a una tradición. En cambio, crear un área nueva para cumplir una tarea inédita implicaría un cambio que requiere voluntad política sólidamente respaldada. En efecto, el desarrollo del área de Política de Defensa, aunque su rol sea complementar -y no sustituir- el asesoramiento militar al ministro, apuesta a iniciar el proceso de remoción de una lógica centenaria. Además, aumenta explícitamente el gasto presupuestal. Supone desarrollar alguna base infraestructural, crear cierto número de cargos de carácter profesional, prever la formación complementaria especializada de algunos de ellos, asignar rubros de funcionamiento, etcétera. En resumen, a corto plazo la continuidad de lo tradicional resulta política y materialmente menos onerosa, mientras que el eventual rédito de los cambios toma tiempo y requiere inversión. Así, el MDN ha cambiado poco, aunque un análisis de la realidad escalafonaria de su personal arrojaría resultados sorprendentes. La Ley Orgánica Militar de 1974 sigue vigente y, por lo tanto, aunque sólo sea un detalle, las normas de su Título V (Personal) siguen operando para engrosar la transferencia de recursos al Servicio de Retiros y Pensiones Militares, pese a que en setiembre de 1995 la Ley de Seguridad Social (16.713) obligó a reformarlo. Por su parte, la Justicia Militar vive y lucha, mientras la inteligencia estratégica y la militar mantienen su funcionamiento, ahora subsumidas en el Esmade, mientras esperan una ley que no llega, y Sanidad Militar continúa su desarrollo autónomo. Las instituciones importan y dan mayores garantías de persistencia a las políticas. Sin embargo, son los agentes políticos quienes les dan vida a las instituciones. Lo demuestra la escasa capacidad demostrada por la LMDN para motorizar transformaciones. La otra cara de la moneda es la persistencia que exhibe la institucionalidad tradicional del sector de la defensa nacional, apoyada en el sólido cimiento de su larga existencia. Tan sólido que ni siquiera lo conmueven la evidencia del descalabro y de la ineficiencia en el uso de recursos.■ Julián González Guyer Redactor responsable: Lucas Silva / Edición y coordinación: Marcelo Pereira, Natalia Uval / Diseño: Martín Tarallo / Edición gráfica: Iván Franco / Ilustraciones: Ramiro Alonso / Corrección: Karina Puga / Textos: Julián González Guyer, Gabriel Delacoste, Martín Couto, Samuel Blixen, Isabel Wshebor, Nick Buxton, Ben Hayes, Valentina Salvi, Luis Rómboli. DÍNAMO Con José Mujica, sobre los militares y la izquierda –¿Y – crear un cuerpo de emergencia utilizando los recursos destinados al Ministerio de Defensa? -Pero tenés que tenerlo bajo ley militar, porque en la ley civil no podés hacer eso. ¿Cómo lo hacés? –¿Con – un sistema de guardias? -No, señor. Vos en lo militar tenés un orden cerrado, y en lo civil no podés aplicar ese criterio. Nos pasó acá en Montevideo. Una madrugada, con una evacuación, plantearon horas extras en el medio de la evacuación y sabés lo que fue. Preguntale al alcalde del Cerro, tuvo unos líos... –¿Hay – que reformar la Caja Militar? -La reforma se está trabajando, hay un proyecto, va a haber modificaciones. No se puede agarrar de rehenes a 50.000 familias de soldados pobres; hay que separar bien los tantos, porque las Fuerzas Armadas actuaron como un seguro de paro, y hay que tener en cuenta eso. Es gente realmente pobre y hay que hacer una diferenciación de clase. Pero sí hay que modificar la ley. –¿Qué – le parecen las revelaciones que surgen del archivo Castiglioni sobre el espionaje militar en democracia? A mí no me sorprende para nada. Desde el punto de vista real, nos espían cuando quieren. No creo que haya mucho espionaje en el Uruguay, porque somos insignificantes, no porque tengan barreras políticas o técnicas. Si estuvieron espionando a la Merkel [Angela Merkel] y a la [ex] presidenta de Brasil [Dilma Rousseff ], calculate si podrán. ¿Que no debe ser? Ah, sí, estoy de acuerdo; pero hoy existen recursos técnicos en el mundo que seguro... Además pienso que eso era información bastante vieja y que este era un viejo que tenía esa información amontonada ahí. Está medio fuera de época, porque ahora no se guarda la información así, pero bueno. –Hay – un sector de la izquierda que cuestiona la actitud que han tenido los gobiernos del FA con los militares, y en particular la gestión 03 La dictadura en democracia Repúblicas aparte –¿En – qué avanzaron los gobiernos del Frente Amplio (FA) en materia de defensa? -Existe una ley [marco de defensa] que no existía. Ha habido una disminución de los efectivos bastante importante de acuerdo a la economía del país. Hay modificaciones en la ley orgánica, existe una estrategia aprobada por el Poder Ejecutivo que no existía. Los mecanismos de emergencia tuvieron un cambio sustantivo; están mucho más afinados, y eso se ve cuando hay operativos de emergencia. Es ahí cuando muchas veces se le da valor a tener esos mecanismos y esa disponibilidad de gente. Alguna gente dice que lo podés arreglar con trabajadores del Mides [Ministerio de Desarrollo Social], y no. Porque vos no le podés decir a un trabajador: “Quedate 14 horas acá”. Tenés lío. LUNES 17·OCT·2016 de Fernández Huidobro. ¿Qué opina de esas críticas? -Yo pienso al revés, que una izquierda que alguna vez se planteó la lucha por el poder debió haber tenido políticas... Una cosa son los militares de la dictadura y otra cosa es que nosotros despreciemos a los militares y se los estemos regalando a la derecha. Eso me parece soberanamente corto. Hay que separar los tantos, lo que fue la dictadura y las consecuencias de la dictadura, y dejarlo aislado. Si yo no tengo política, es facilitar el campo para que la tengan otros. –¿Y – tiene la izquierda una política hacia los militares? -No, no la tiene, claro que no la tiene. Y no la tiene porque prima esa mentalidad prejuiciosa, y se olvidan de que en el mundo ha habido también militares del otro lado, ¿o no? Pero hoy no, estamos como si fuéramos república aparte, separados. –¿Por – la historia? Sí, por la historia. Fijate que cuando vino [Hugo] Chávez acá, a Uruguay, no hubo ningún medio de prensa que le hiciera un reportaje, porque parecía que era un coronel golpista. Eso te da una idea de lo que son los prejuicios. derechos humanos se podría –¿En – haber hecho más? -Probablemente se podría haber hecho más; con el diario del lunes uno a veces ve más. Siempre estabas al filo de caer en cosas que criticaste. La verdad es que nos birlaron la información, y la información que manejamos, trabajosa por secundaria, está ordenada, pero de 80 datos tenés efectivos tres. Y seguramente hubiéramos querido mucho más, todos. dicho, por ejemplo, que “esto –Has – se termina cuando nos muramos todos”. Se critica también esa visión de los “combatientes” militares y tupamaros, que deja fuera a una parte de la población que también combatió y fue víctima de la dictadura. -Sí, sí. Yo creo que siempre van a existir cuestionamientos, porque uno siempre tiene una visión parcial. Pero yo tengo que pensar hacia adelante, y no lucho con un sentido de corto plazo. Si tengo un coronel que me torturó, o que sé que torturó a los compañeros, no voy a tener arreglo jamás. Pero si puedo, voy a ganarle a la hija o a los hijos. Y así hasta el juicio final, porque mi deber es de carácter político. Y no voy a dejar de arrimarme a la hija o al hijo para ganárselo por el hecho del lío que tuve con el padre, porque para mí el problema es avanzar desde el punto de vista político. Hay gente que ve las cosas distinto. Y a veces la pupila se entrevera en estas cosas. Porque yo no trabajo de juez, trabajo de luchador para cambiar la sociedad. Si fuera juez, sería otra cosa. Para mí es fundamental avanzar hacia adelante. ■ Natalia Uval Quizá soy demasiado joven o demasiado ingenuo, pero la confirmación de la existencia de un aparato militar clandestino dedicado a espiar a políticos, sindicatos y militantes me resulta asombrosa y en extremo preocupante. No logro entender cómo un hecho de esta envergadura no fue un escándalo nacional. La confirmación de la existencia de este aparato vino gracias a la investigación de un archivo incautado por la Justicia en la casa del coronel retirado Elmar Castiglioni, vocero del Foro Libertad y Concordia, organización de militares retirados en defensa de los militares presos por los crímenes de la dictadura. Pasando en limpio la información divulgada por la prensa (en especial por Brecha), por lo menos hasta 2009, militares partidarios de la dictadura espiaron a diferentes actores del sistema político, continuando con las prácticas de espionaje dictatoriales hasta muy bien entrada la democracia. Cuando los que somos críticos de la democracia uruguaya hablamos de las secuelas del autoritarismo no solemos pensar en cosas tan literales. Este hecho es preocupante por muchas razones. En primer lugar, da escalofríos pensar para qué estos militares tenían montado este aparato. ¿Qué extorsiones, qué amenazas, qué tráficos de información habrán llevado a cabo? ¿Qué cambios en la trayectoria de discusiones y decisiones políticas habrán logrado estas operaciones? ¿Qué tanto las Fuerzas Armadas (FFAA) participaban (o participan) en estas actividades? Las revelaciones del archivo Castiglioni nos dan una oportunidad de ver al “estado profundo” (deep state, en inglés), es decir, a las redes de tráfico de información, violencia y recursos que se dan en los bordes de lo estatal, y la medida en la que esas redes se interesan en (y operan sobre) los asuntos políticos civiles. Las consecuencias de la existencia de este tipo de redes para un régimen que se llama democrático no son nada menores, especialmente teniendo en cuenta que en Uruguay tenemos unas FFAA que nunca terminaron de romper con el legado de la dictadura. Cotidianamente los militares participan como grupo de interés en las discusiones políticas, como lo demuestran las disputas en torno a la reforma de la eternamente deficitaria Caja Militar. De hecho, el propio Estado legitima a los militares a erigirse como actores políticos, como lo demuestra su participación en el Diálogo Social y en otras instancias de este tipo. El poder de los militares es un asunto que debería ser extremadamente sensible, especialmente en un país en el que la única “guerra” que pelearon sus FFAA en el último siglo fue contra su propia población, “guerra” cuya función fue ayudar a detener el avance de la izquierda en una América Latina convulsionada, en coordinación con los planes imperiales de Estados Unidos. Conviene pensar, entonces, cuál es la función de las FFAA, aparte de reprimir a la población, apoyar imperialismos extranjeros y conspirar contra la democracia. Cuesta pensar que su participación en el Sistema Nacional de Emergencias no pudiera ser sustituida por un aparato civil, o que su colaboración con la Intendencia de Montevideo durante los paros de los recolectores de basura los haga realmente fundamentales, o que su función de “seguro de desempleo” en localidades remotas no pudiera ser suplido por una mejor seguridad social. ¿Es necesario tener una institución jerárquica, armada, aislada y conspiradora para cumplir estas funciones? ¿Es necesario que esa institución tenga su propio sistema de salud, educación y jubilaciones? No se trata de difamar a los soldados, que viven una vida sacrificada y llena de privaciones. Mejor sería que como nación no pidiéramos ese sacrificio y esas privaciones a nadie, menos aun en tiempos de paz, y resulta irónico que quienes imponen este sacrificio a sus subalternos luego lo usen para legitimar otras facetas de la institución militar. Ya se han comprobado en estos años casos escandalosos de corrupción en las FFAA, pero, si se comprobara que existe involucramiento militar en el aparato de espionaje revelado por los investigadores que trabajan con el archivo Castiglioni, estaríamos ante algo mucho más grave, que entra en el terreno de los crímenes contra el Estado y de la insubordinación militar hacia el poder civil. Hay en la izquierda quienes están convencidos de que es necesario hacer política con los militares, pero me pregunto qué tipo de política es capaz de dialogar con este tipo de aparatos. Hay también quienes creen que la defensa nacional es un área importante de las políticas públicas, pero cuesta imaginarse a quién defenderían instituciones con la historia y las características de las FFAA uruguayas en caso de crisis. Si quisiéramos plantear algo así, sería necesaria una reforma militar mucho más profunda que la que actualmente se está intentando llevar a cabo y unas señales políticas mucho más fuertes que las medias tintas que escuchamos desde el gobierno ante noticias como estas. Pienso, mientras escribo estas líneas, si como civil politizado tendría que tener miedo por escribirlas. Este pensamiento resume mejor que cualquier texto lo preocupante que es este tema.■ Gabriel Delacoste 04 LUNES 17·OCT·2016 DÍNAMO Sobre los privilegios militares y nosotros Este año, en el marco del proceso de “consolidación fiscal” (o ajuste fiscal) propuesto por el Poder Ejecutivo en el proyecto de Rendición de Cuentas del ejercicio 2015, el gobierno frenteamplista planteó públicamente la necesidad de reformar la Caja Militar. El impulso a esta idea, que algunos sectores sostienen desde hace años, pareció relacionarse con la necesidad de ajustar nuestras cuentas, visto el abultado aporte que hacemos todos los uruguayos al mantenimiento de las jubilaciones y las pensiones militares. Sólo un dato alcanza para demostrar la justa preocupación en términos fiscales: Rentas Generales aportó en 2015 casi 13.000 millones de pesos, o sea, casi 0,8% del Producto Interno Bruto (PIB) para financiar el déficit de la Caja Militar. 0,8 del PIB es el aporte de Rentas Generales al Fondo Nacional de Salud, que beneficia a cientos de miles de personas más. Por otra parte, el conjunto de medidas de consolidación/ ajuste fiscal busca reducir un déficit equivalente a 1% del PIB. Las cifras son elocuentes. No obstante, hay otras razones, además de la económica, que fundamentan la necesidad de revisar urgentemente los beneficios obscenos del personal superior de las Fuerzas Armadas (FFAA). Privilegios verdes veredes Es imposible describir todos los privilegios de los retiros y las pensiones militares. Aproximadamente 150 leyes y decretos, de todas las épocas, regulan estas prestaciones estatales. Entre esas normas, el decreto-ley 14.157, que es la Ley Orgánica Militar vigente, establece el cálculo del “haber básico de retiro”. Aclarando que lo que el militar termina cobrando -el “haber de retiro”- es el haber básico más otros beneficios, revisar el cálculo del básico nos permite aproximarnos a la dimensión de los privilegios. El artículo 201 de ese decreto-ley indica que el haber básico de retiro está constituido por el sueldo total del militar en el mes anterior al retiro, de acuerdo con un cálculo en el que se le asignan tantas treintavas partes de ese haber básico como años de servicio tenga (computados desde que ingresó a la educación militar), con un máximo de 30. En términos más sencillos: si usted tiene 30 años de servicio, le corresponden 30/30 partes, es decir, 100% de su sueldo en el mes anterior al retiro. Si son menos de 30 años, se estipulan cuatro franjas. De 25 a 29 años de servicio, se toma como base 90% del sueldo del último mes y se le asignan tantas treintavas partes de ese monto como años de servicio tenga. El cálculo es igual para las otras franjas, aunque cambia el porcentaje del último sueldo: de 20 a 24 años de servicio, se toma 80%; de 15 a 19, 65%, y con menos de 15 años de servicio, 50%. Es necesario desmontar un primer tipo de argumentos a favor de mantener el statu quo: hace un tiempo, el ex presidente José Mujica planteó que, en determinadas condiciones, un subalterno no se jubila con 100% de su sala- rio. Esto es cierto, pero es un extremo, en las condiciones mínimas para el retiro. El caso planteado por Mujica se encuentra en la penúltima franja, y un soldado con sólo 15 años de servicio se jubila con 15/30 partes de 65% de su sueldo. Los privilegios no son parejos en las FFAA: se concentran en el personal superior (que, por lógica, no llegó a altos grados en pocos años de servicio). Además, los beneficios para el retiro han seguido aumentando durante los gobiernos frenteamplistas, por lo general para el personal superior. Por lo tanto, cuando hablamos de privilegios no corresponde que se invoquen casos del personal subalterno, carne de cañón de la oficialidad militar en la batalla para defender sus propias ventajas. Se plantea la situación de los menos favorecidos para que no miremos a los más privilegiados y caigamos en la vieja contradicción de pobres contra pobres, que tanto mal les hace a las causas populares. Se disimula así, además, que los privilegios de unos militares van en detrimento de otros, que son los que están en peores condiciones (salvo que se pretenda mantener todos los privilegios y además transferir más recursos de Rentas Generales para mejorar la situación de los subalternos). Venimos hablando sólo del haber básico de retiro. Como se dijo antes, hay que sumarle otras prestaciones complementarias. Por ejemplo, si usted es un oficial bien evaluado, hace uso de las normas sobre retiro obligatorio y tiene la edad mínima para ascender al grado inmediatamente superior, no se jubilará con el sueldo que estaba cobrando, sino con el del grado más alto. A su vez, usted puede recibir bonificaciones específicas por años de servicio en determinadas tareas (como la docencia o la sanidad militar). Y, por si fuera poco, acogerse al beneficio de las llamadas “leyes comparativas”, según las cuales su jubilación no puede ser menor que la de alguien ya retirado de su mismo grado. Le recuerdo que si usted suma 30 años de servicio, la base a la que se aplican las generosas bonificaciones es 100% de su último sueldo. En Uruguay, hay militares retirados cobrando alrededor de 300.000 pesos por mes. Discusión democrática urgente Desde la ciudadanía civil, por lo general, no discutimos sobre defensa nacional ni sobre asuntos militares, por distintas razones que se complementan y se refuerzan: en un país en paz, lo militar nos es bastante ajeno; la información es difícil de conseguir (por ejemplo, las altas y bajas en cargos militares son cargadas tarde y mal en los sistemas de gestión humana del Estado) y, luego, difícil de analizar (hay que armar el puzle con más de 150 leyes y decretos), y, sobre todo, cuando se intenta analizar el statu quo, llegan las amenazas aleccionadoras e intentan decirnos que en ciertos temas es mejor no meterse. El último ejemplo de esto son las declaraciones del comandante de la Fuerza Aérea, general del aire Alberto Zanelli, que vinculó la discusión sobre la Caja Militar con la muerte de personal de su fuerza en vuelos de práctica. Sí, como lo acaba de leer. Ante las lecciones del “no te metás”, es nuestra obligación discutir. Por una razón más: estos privilegios, hijos del decreto-ley 14.157, estuvieron entre los primeros cambios establecidos por la dictadura cívico-militar. Un Estado tomado por militares y sus cómplices civiles, naturalmente, reguló privilegios para los usurpadores. Hagamos un poco de historia: esa norma fue redactada por un Poder Ejecutivo que encabezaba el dictador Juan María Bordaberry, y el 25 de enero de 1974 (siete meses después del golpe) fue remitida al Consejo de Estado, que había sido designado un mes antes por la dictadura para sustituir a la Asamblea General. Y el Consejo de Estado aprobó esa iniciativa en tiempo récord, el 19 de febrero de 1974, tratándose de un texto que, en su versión original, tenía 278 artículos. Un dato más, que completa el cuadro indignante: uno de los dos miembros informantes del proyecto en el Plenario del Consejo de Estado fue Aparicio Méndez, posteriormente premiado por las FFAA con el cargo de presidente (dictador) de 1976 a 1981. ¿No es una obligación ética y política de la democracia revisar las normas de retiro militar? ¿Es justo que persistan privilegios obscenos, derivados de un decreto-ley escrito por los usurpadores del Estado en beneficio propio? ¿No nos parece aberrante, incluso simbólicamente, la vigencia de este texto firmado por Bordaberry e informado por Méndez? Quienes defienden el statu quo no quieren que sepamos, no quieren que discutamos, no quieren que opinemos. Porque valoramos nuestra democracia, por razones ideológicas, políticas y económicas, los civiles, toda la ciudadanía, tenemos que debatir estos temas. Si se quiere reconciliar a las FFAA con el resto de la sociedad, buena cosa sería que tengan derechos, al menos, similares a los del resto, ¿no? ■ Martin Couto García DÍNAMO LUNES 17·OCT·2016 05 El temor civil a los militares No hay otra explicación: la izquierda uruguaya les tiene miedo a los militares. El porqué es harina de otro costal, aunque puede especularse sobre los muchos porqués que confluyen en esa cobardía política de renuncia, que a 30 largos años de la redemocratización sigue apuntalando la impunidad y robusteciendo la autonomía de las estructuras militares del control civil. Dicho esto, habría que pulir la bastedad de la afirmación, aunque no diluir la síntesis de la generalización. Por ejemplo: el trillado argumento de que Tabaré Vázquez fue el único presidente que impulsó una interpretación de la Ley de Caducidad capaz de abrir el cauce para investigaciones judiciales, el único que instaló la posibilidad de una política menos sumisa, menos hipócrita, menos cómplice. Pero la inacción, la prescindencia y la abstención de un protagonismo del Poder Ejecutivo lo convirtió en un saludo a la bandera. La gestión de Azucena Berrutti, la primera ministra de Defensa del gobierno frenteamplista, fue, por el contrario, todo menos un saludo a la bandera. La decisión de instalar asesores civiles en la estructura militar; la determinación de eliminar la autonomía del aparato de inteligencia; la búsqueda permanente -y exitosa- de la colaboración de oficiales “profesionales” desprendidos de los compromisos turbios y de la “disciplina de logias”; la respuesta fulminante ante la “desviación” del general Carlos Díaz en la participación de una reunión política con Julio María Sanguinetti, y la sorpresiva incautación de un archivo son muestras inequívocas de que otra actitud es posible y de que una voluntad política no arrastra, necesariamente, una turbulencia cuartelera. Estos ejemplos (las dos caras de una moneda, las dos mitades del vaso) son una constante de una política ambigua de la izquierda. Hay algunos hechos -y algunos gestos- que tendieron a fortalecer el desprecio militar por el poder civil. La doctora Berrutti supo interpretar a cabalidad la actitud que los militares respetarían: postura firme y disposición de mando. Los gestos de Vázquez fueron todo lo contrario. Cuando se decidió a obtener información sobre los desaparecidos, formuló un pedido en lugar de dar una orden, como correspondía en su condición de comandante supremo. ¿Se hubieran atrevido los militares a desobedecer una orden? Los dos generales encomendados por el comandante Ángel Bertolotti, Carlos Díaz y Pedro Barneix, entregaron al comandante información falsa y este la envió al presidente, quien cayó en el ridículo al señalar el lugar exacto donde supuestamente estaba enterrada María Claudia García de Gelman. ¿Qué se supone que hace un comandante para preservar la autoridad? Castiga a los mentirosos y aumenta la presión para obtener obediencia. Vázquez no tomó ninguna medida y Bertolotti tampoco. Díaz fue pasado a retiro cuando se entrevistó con Sanguinetti y Barneix se suicidó cuando era inminente su procesamiento por un homicidio. Nadie supo explicar dónde nació la mentira ni quién fue engañado por quién. Habría que determinar qué poder de chantaje tienen los terroristas de Estado dentro de las Fuerzas Armadas como para que la omertá siga intacta. Como primera aproximación, podría decirse que las responsabilidades por los crímenes de la dictadura van mucho más allá del puñado de oficiales encarcelados y alcanzan a quienes hasta ahora han estado libres de toda sospecha. Pero el silencio militar -la determinación a no autoincriminarse- es sólo una parte de la ecuación. Tanto o más sólida es la determinación civil a no profundizar. Si los militares no hablan, los civiles -al menos algunoshacen ingentes esfuerzos para no saber. Una supuesta prudencia y “seriedad” ha obviado los pasos elementales para que los esfuerzos de quienes denunciaron e investigaron tuvieran resultados concretos. Si el Poder Ejecutivo ha sido omiso en buscar la documentación que descubriría la verdad, otros han evitado avanzar. Por ejemplo: el archivo encontrado en una unidad militar por la ministra Berrutti contenía más de 1.000 rollos de microfilmación. Una vez digitalizada, esa información se guardó en 51 DVD que en tres copias fueron entregados a la Presidencia, al Archivo General de la Nación y al Ministerio de Defensa. A los investigadores de la Universidad de la República y a los miembros del Grupo de Trabajo por Verdad y Justicia sólo han llegado 16 de esos DVD. Nadie pregunta qué contienen los otros, nadie ha tratado de realizar un trabajo de inteligencia cruzando los datos de toda la información obtenida hasta ahora, de los archivos, de los testimonios, de las investigaciones judiciales. Esa compartimentación sólo favorece a la impunidad. Esta actitud de avestruz explica otros extremos: ¿existe una verdadera intención política de averiguar los alcances del espionaje militar en democracia? ¿Existe verdadera intención de eliminar los privilegios de las jubilaciones militares que nos cuestan 400 millones de dólares anuales? Hasta ahora, la reforma anunciada no ha sido presentada. Son distintos aspectos de una misma problemática: la relación del poder civil con los militares. ■ Samuel Blixen Archivos sensibles son los que perturban a los poderosos El fin de la Guerra Fría puso el asunto de los archivos de los regímenes represivos en la agenda de debate de organismos internacionales como UNESCO o el Consejo Internacional de Archivos. En Uruguay, la idea de que la documentación producida por el Estado en dictadura había sido destruida y que no existían archivos estaba instituida. Eso, a pesar de los debates públicos en torno al derecho a saber. La impunidad que reinó luego de la aprobación de la Ley de Caducidad ,en 1986, no estimuló la identificación de archivos estatales ni su debida organización al servicio de la investigación. Las organizaciones sociales y políticas que reclamaban verdad y justicia conformaron sus propias colecciones de documentos a partir de denuncias, testimonios y publicaciones periódicas. La ausencia de documentos oficiales en esas colecciones era evidente. En 2003, la Comisión para la Paz (Comipaz), presentó su informe final sobre el destino de los uruguayos detenidos desaparecidos. Esta comisión realizó buena parte de su trabajo en base a informaciones proporcionadas por militares actuantes durante la dictadura y la transición, y recogió testimonios de víctimas directas. Allí, nuevamente, casi no aparecen referencias a documentos oficiales. El debate sobre el patrimonio documental producido por el Estado en el pasado reciente cobraba nueva significación en el marco de un primer informe oficial, que, en muchos casos, daba por ciertas las afirmaciones de fuentes militares. A la inexistencia de archivos se sumaba la afirmación de la mirada militar sobre los hechos. La llegada del Frente Amplio al gobierno implicó un nuevo impulso en materia de búsqueda. Al requeri- miento presidencial a los comandantes en jefe sobre información que diera cuenta del destino de los detenidos desaparecidos, se sumó la encomienda a investigadores de la Universidad de la República de ubicar documentos producidos por el Estado, o indicios de posibles sitios de enterramiento clandestino. No había terminado el primer período presidencial de Tabaré Vázquez cuando esas investigaciones pusieron en cuestión varias de las conclusiones del informe de la COMIPAZ. El hallazgo de los primeros cuerpos de uruguayos desaparecidos y la identificación de diferentes archivos producidos durante la dictadura dieron inicio a múltiples trabajos para avanzar en el conocimiento de lo ocurrido. Por otra parte, el Ministerio de Relaciones Exteriores inició una labor de organización y puesta en acceso de su archivo contemporáneo, la que constituyó un ejemplo casi único en esta materia. Sin duda, las políticas desarrolladas por los gobiernos frenteamplistas en los últimos diez años permiten borrar la idea de que no existían archivos de organismos del Estado producidos en la segunda mitad del siglo XX. Se destaca en este sentido el profuso acervo documental existente en la Dirección Nacional de Investigaciones e Inteligencia del Ministerio del Interior (MI) y la colección de microfilms ubicados en el Ministerio de Defensa, cuando Azucena Berruti era ministra. Constituyen los principales acervos identificados, pertenecientes a organismos a cargo de la persecución política en el pasado reciente, producidos por el Estado. En el primer caso, no es posible contrastar las fuentes citadas por las investigaciones oficiales, porque el acceso al archivo es restringido y los documen- tos son citados de múltiples formas a lo largo de las diferentes publicaciones. En el segundo caso, es posible la consulta de la información referida a la persona directamente implicada y su entrega se realiza mediante copia certificada. En el caso del MI la custodia sigue estando a cargo del organismo que produjo los expedientes y parece tratarse del archivo íntegro, mientras que la documentación ubicada por Berruti pasó a custodia del Archivo General de la Nación y consiste en microfilms que constituirían fragmentos de diversas series documentales. En ninguno de los dos casos se ha publicado un inventario, que permita al investigador o interesado en el período tener una noción general sobre su contenido. Pese a la importancia de la identificación de los archivos, las investigaciones realizadas tuvieron como resultado el acopio de conjuntos documentales, en muchos casos de origen estatal, cuya cadena de custodia no fue debidamente definida y se ha dado a conocer de manera fragmentada o segmentada. Muy recientemente, archivos incautados en el domicilio del ex jefe de la inteligencia militar Elmar Castiglioni cobraron estado público por medio de diversos artículos publicados por el semanario Brecha. Allí aparecen indicios de en qué medida la inteligencia del Ejército elaboró informes sobre los detenidos desaparecidos, en el mismo contexto de actuación de la Comipaz. No se conocen aún cuáles de estas informaciones fueron efectivamente recibidas por la Comipaz en su momento. Esto ameritaría, por tanto, un estudio comparativo entre ambos archivos. Un inventario completo de la documentación existente en la Secretaría de Derechos Humanos para el Pasado Reciente fue culminado en 2015 y entregado al Grupo de Trabajo por Verdad y Justicia, lo que permitiría dilucidar vínculos entre ambas dependencias. Al igual que los expedientes de la justicia militar, el archivo de Castiglioni se encuentra bajo custodia del Poder Judicial, que tiene protocolos diferentes a los múltiples ya presentados. Casi un año después de esa acción de la Justicia, se ha tenido noticia de que el GTVJ accedió al archivo de una dependencia de la Armada Nacional. Nuevamente, como en el caso del MI, el mecanismo de trabajo no estaría orientado a transferir la documentación fuera de su organismo productor y a ponerlo bajo protección y custodia de una institución civil sin interés de parte. Los diferentes archivos identificados tienen hoy criterios de acceso directamente asociados al organismo que los ubicó para sus finalidades de investigación y, en general, se encuentran restringidos para el resto de los demandantes. Ocultar cualesquiera de estas informaciones no favorece a ningún actor, estimula las suspicacias de quienes están implicados en la investigación desde el punto de vista personal, judicial o científico, a la vez que fortalece a quienes desde hace más de tres décadas han obstaculizado el conocimiento sobre el pasado ya no tan reciente de nuestro país. Tras la identificación de acervos, se torna urgente la salvaguarda y protección de los originales bajo la órbita competente del Archivo General de la Nación, asegurar una cadena de custodia y democratizar su acceso, para evitar sustracciones o robos de quienes siguen obstaculizando el conocimiento del pasado en nuestro país. No puede ser tan difícil. ■ Isabel Wschebor Pellegrino 06 LUNES 17·OCT·2016 DÍNAMO Los militares y el cambio climático En agosto de 2005, la reacción oficial a la devastación provocada por el huracán Katrina en el sur de Estados Unidos desenmascaró cómo muchos gobiernos del mundo han pasado a responder a la crisis ambiental como una cuestión de seguridad. La recuperación y la actualización del concepto de “seguridad nacional” es hoy claramente perceptible en la respuesta política a los efectos del cambio climático. Hace poco más de una década, observábamos incrédulos cómo el Estado más rico y poderoso del planeta parecía primero incapaz y luego reacio a rescatar a sus propios ciudadanos, mientras enviaba soldados que no dudaron en disparar a varias víctimas del huracán. Al producirse inmediatamente después de la guerra de Irak, el aciago gobierno de George Bush parecía incapaz de responder a cualquier crisis sin recurrir al Ejército. A medida que retrocedían las aguas, el racismo y la desigualdad, tan arraigados en Estados Unidos, quedaban expuestos a la vista del mundo entero. ¿Podría volver a suceder hoy? Hasta cierto punto, la respuesta del gobierno estadounidense al huracán Katrina se ha convertido en un ejemplo clásico de lo que no se debe hacer en materia de gestión de catástrofes. Abochornado por su fracaso, el gobierno de ese país reestructuró la Agencia Federal de Gestión de Emergencias. La respuesta a los desastres provocados por el huracán Sandy, en 2012, fue insuficiente, pero menos criticada. Sin embargo, la desigualdad estructural y el racismo institucional que originaron la respuesta del gobierno de Bush no han desaparecido. Esta realidad fue destacada por el presidente Barack Obama cuando visitó Nueva Orleans en agosto de 2015, con motivo del décimo aniversario del Katrina. Asimismo, el ya inflado complejo militar se ha expandido de forma significativa desde el huracán y utiliza ahora el fantasma del cambio climático para apropiarse de más recursos públicos. Dos años después del Katrina, en 2007, el Pentágono emitió su primer gran informe sobre el cambio climático (The Age of Consequences: The Foreign Policy and National Security Implications of Global Climate Change), en el que se pronosticaba inequívocamente una “era de consecuencias” caracterizada por “la erosión de los valores de altruismo y generosidad”. Un año más tarde, la Comisión Europea publicó otro informe (Climate Change and International Security), en el que identificaba el cambio climático como un “multiplicador de amenazas” que “amenaza sobrecargar a países y regiones de por sí frágiles y proclives al conflicto”. El informe también advertía de “riesgos políticos y de seguridad que afectan directamente a los intereses europeos”. En los años siguientes, las estrategias de seguridad nacional de los países del norte global se reformularían para consolidar la misma visión interesada y distópica. Tras la crisis financiera de 2008 y las revueltas de la Primavera Árabe, en 2010, el pensamiento distópico tiende a ser el sustento de emergencias cada vez más frecuentes y complejas. La dependencia de las sociedades modernas de las cadenas globales de suministro, de la producción industrial de alimentos, de infraestructuras transnacionales y comunicaciones de alta tecnología ha expuesto y exacerbado las vulnerabilidades existentes y ha garantizado que el desastre producido en un determinado país tenga impactos en diversos lugares del mundo. Según la narrativa hegemónica en círculos oficiales a escala mundial, el cambio climático echará aun más leña al fuego. El ex científico jefe del gobierno británico John Beddington ha alertado sobre una posible “tormenta perfecta” creada por la confluencia de varias crisis -alimentos, agua y energía- para 2030, que daría lugar a que los estados lucharan por mantener el control sobre el suministro de productos y servicios básicos. Los escenarios apocalípticos están a la orden del día. Para algunos comentaristas, esto es poco más que pornografía del derrumbe, un catastrofismo maligno que produce apatía y que no tiene en cuenta la capacidad de las sociedades modernas para adaptarse y recuperarse. Sin embargo, de alguna manera, la exactitud de las predicciones no tiene real importancia. En la actualidad, es suficiente observar cómo se desarrolla la crisis humanitaria de los refugiados que intentan atravesar las fronteras de la Unión Europea. En Calais, Francia, vemos que una emergencia humanitaria se gestiona como si fuera una simple cuestión de seguridad: incluye millones de libras destinadas por el gobierno británico a cubrir los costos de vallas, policías y perros para impedir la entrada a los refugiados que huyen de la guerra. Hungría y Bulgaria han desplegado tropas especializadas, los llamados “cazadores de frontera”, para impedir la entrada a los refugiados desde la antigua Yugoslavia. Mientras tanto, en Brasil, el verano pasado el gobierno desplegó tropas para defender las infraestructuras del servicio de distribución del agua en el contexto de la sequía pertinaz que afectó a la megalópolis de São Paulo. Sin que las autoridades contaran con un plan creíble para conservar el agua y abordar las causas de base de la escasez, como la desforestación, la prensa informó sobre ejercicios militares de contingencia y la movilización de soldados armados ante una posible revuelta. Hoy también podemos percibir con nitidez cómo los responsables de la seguridad nacional tratan las protestas contra la desigualdad y la injusticia social como un componente más del paradigma emergente para la gestión de emergencias. En la actualidad, en el “Registro de riesgos nacionales de Reino Unido”, un informe que elabora cada ciertos años el gobierno británico como parte de su estrategia nacional de seguridad, ya se han identificado el “desorden público” y las “acciones sindicales perturbadoras” como las amenazas de seguridad graves y probables a las que se enfrentará el país en los próximos años. Al considerar estos temas “amenazas a la seguridad”, se consolida la tendencia a militarizar la respuesta oficial a problemas ambientales y sociales, incluyendo un significativo uso de los poderes y los recursos otorgados a los militares para gestionar las supuestas amenazas. En Reino Unido, la Ley de Contingencias Civiles aprobada en 2004 permite que los ministros introduzcan “reglamentaciones de emergencia” sin consultar al Parlamento y “dar directrices u órdenes” de alcance prácticamente ilimitado, lo que incluye la destrucción de propiedades, la prohibición de asambleas, la restricción de movimientos y la proscripción de “otras actividades específicas”. Los planes distópicos se manifiestan también en el ámbito corporativo. Donde los científicos y activistas ambientalistas perciben una futura emergencia climática, los ejecutivos de muchas empresas trasnacionales ven una oportunidad de negocios. Las grandes petroleras celebran la desaparición del hielo en los casquetes polares como forma de acceso a nuevos yacimientos de combustibles fósiles. Las grandes empresas de seguridad ofrecen tecnologías innovadoras para sellar las fronteras ante el avance de los refugiados de la guerra o el clima. Los gestores de los fondos de inversión especulan con los precios de los alimentos y su relación con el clima. La creciente preocupación de los países ricos en torno a la seguridad alimentaria está promoviendo un rápido acaparamiento de tierras en los países del sur. En 2012, Raytheon, una de las mayores compañías del sector de defensa, anunció el surgimiento de “más oportunidades comerciales” derivadas de “crecientes preocupaciones en materia de seguridad y sus posibles consecuencias”, referidas a “los efectos del cambio climático” en la forma de “tormentas, sequías e inundaciones”. Las consecuencias de un enfoque basado en soluciones militares son muy inquietantes y generan preocupación entre investigadores y activistas comprometidos con la justicia ambiental, las libertades civiles y la democracia alrededor del mundo. En última instancia, si el cambio climático y las emergencias complejas se enfocan primordialmente desde la noción de seguridad, no sólo no se abordan las causas fundamentales de las crisis globales, sino que a menudo se las exacerba. El desvío de recursos al sector militar recorta la muy necesaria inversión en la prevención de las crisis. Dado que el cambio climático ya afecta de forma desproporcionada a los países y a las personas más pobres, la militarización de la respuesta oficial simplemente agrava una injusticia fundamental.■ Nick Buxton y Ben Hayes Los autores de este artículo son los editores del libro The Secure and the Dispossessed. How the military and the corporations are shaping a climate-changed world (Londres: Pluto Books, 2015). Nick Buxton es un investigador del Transnational Institute, residente en Davis, California, especializado en temas ambientales. Ben Hayes, especialista en temas de seguridad, defensa y políticas antiterroristas, es un investigador de la organización de defensa de los derechos civiles Statewatch, en Gran Bretaña, y fellow del Transnational Institute. DÍNAMO LUNES 17·OCT·2016 07 Las Fuerzas Armadas argentinas frente a los juicios por crímenes de lesa humanidad En Argentina, desde 2006, alrededor de un millar y medio de oficiales de las Fuerzas Armadas (FFAA) implicados en violaciones a los derechos humanos están haciendo frente a sus responsabilidades penales ante los estrados federales. Sin duda, la pena de prisión efectiva y el procesamiento a oficiales retirados se lleva a cabo en un clima castrense distinto de aquel que desató la primera rebelión carapintada, en abril de 1987. A diferencia de aquellos años, hoy asistimos a un distanciamiento intergeneracional entre los oficiales más jóvenes y los que son condenados y procesados por delitos de lesa humanidad. Este hecho se expresa en que los oficiales en actividad no hayan puesto en juego sus carreras profesionales ni hayan vehiculizado ningún tipo de reclamo corporativo para impedir que sus camaradas sean objeto de persecución penal. En los últimos años, la reacción más comprometida entre quienes han buscado defender a los militares acusados por delitos de lesa humanidad fue la de un nuevo actor de la memoria, que levanta la consigna “Memoria completa”, conformado por civiles y oficiales retirados que han encontrado en el diario La Nación su principal tribuna de expresión y han ganado la calle como lugar de visibilización de sus demandas. Ahora bien, ¿cómo se explica este distanciamiento entre oficiales en actividad y oficiales procesados y condenados? ¿Por qué estas demandas corporativas se han desplazado de los círculos militares a la esfera pública y los medios de comunicación? No hay una causa, sino muchas. Pero una de ellas resulta particularmente significativa, porque condensa los cambios y las permanencias que hacen a la configuración de la identidad de los militares trascurridos 35 años de democracia. Me refiero específicamente al modo en que se ha enmarcado la memoria de las FFAA sobre los años 70 y a qué consecuencias trae esta configuración memorial sobre la construcción de una figura central del ethos militar: el modelo de oficial combatiente. La “Memoria completa”, que centra el recuerdo sobre el pasado reciente en los oficiales asesinados por las organizaciones armadas durante la década del 70, tomó fuerza entre los cuadros militares hacia finales de los 90. La evocación del accionar del Ejército, por ejemplo, durante el terrorismo de Estado a partir de la figura de las “víctimas de la subversión”, permite construir una imagen virtuosa y pasiva de la institución y de sus cuadros. El mayor Argentino del Valle Larrabure y el teniente coronel Jorge Ibarzábal se han convertido en los mártires de la “lucha contra la subversión”, pues pueden ser presentados como oficiales sin ambigüedades políticas y morales. La trayectoria del general Pedro Eugenio Aramburu resulta demasiado contradictoria, fuertemente connotada por las disputas entre peronistas y antiperonistas y muy ligada a la imagen golpista y antidemocrática del Ejército para continuar siendo la primera y más destacada víctima de la “guerra revolucionaria”. Estos oficiales, que se recuerdan como mártires que “cayeron en defensa de la patria”, han reemplazado también como figuras memorables a los “generales del proceso”, como Jorge Rafael Videla, Roberto Eduardo Viola, Leopoldo Galtieri y Luciano Menéndez, quienes resultaban un obstáculo simbólico para la construcción del Ejército como víctima de la violencia “terrorista subversiva”. Pues bien, el recuerdo de las “víctimas militares” mayormente asesinadas antes del golpe del Estado del 24 de marzo de 1976 permite construir una periodización que destierra del horizonte de la memoria los hechos y a los oficiales que llevaron adelante el terrorismo de Estado y la dictadura militar y, por tanto, las responsabilidades que de ello se derivan. Desde el Colegio Militar, los futuros oficiales son socializados en valores militares tales como la lealtad, la abnegación, la resistencia, la entrega y el sacrificio. Entre ellos, el más relevante es el sacrificio, puesto que está asociado con la figura del oficial combatiente, que debe “luchar hasta dejar la vida”. Se trata de un valor moral fundamental en la construcción de la moral militar como diferenciada de la vida civil. Ahora bien, cabe preguntarse: ¿representan los oficiales retirados que fueron parte del proceso represivo, muchos de ellos procesados y condenados por violaciones a los derechos humanos, el modelo, es decir, un actor propicio para la afirmación de la vocación y la agencia de “soldado” entre las nuevas generaciones de oficiales? ¿Provee la figura del “oficial-combatiente” de la llamada “lucha contra la subversión” insumos y recursos para construir y ejemplificar el valor supremo del sacrificio como línea que separa vivir de morir? Para las nuevas generaciones de oficiales, recordar a los oficiales muertos no implica necesariamente reivindicar lo actuado por los oficiales vivos que “combatieron” en la “guerra contra la subversión”, muchos de ellos procesados o acusados por delitos de lesa humanidad. Los cuadros en actividad establecen una continuidad narrativa con la llamada “época de la subversión” y recuerdan los asesinatos, los secuestros y los atentados cometidos por las organizaciones armadas. Pero esta continuidad convive con un distanciamiento del prototipo del “oficial-combatiente” de la “lucha contra la subversión” con el que no quieren ser identificados, por golpistas o autoritarios. Desde la perspectiva de los oficiales en actividad, las desapariciones se explican por las “macanas” o los “errores” que cometieron las generaciones anteriores, que tomaron “decisiones equivocadas”. A pesar de que este distanciamiento no se apoya en una explicación ni colectiva ni institucional que funcione como crítica a las tradiciones que hicieron posible la criminalización de los oficiales, permite a las nuevas generaciones diferenciarse de las anteriores al calificarlos de “cerrados”, “separados de la sociedad”, “basados en intereses personales” y al acusarlos de “haber usado una metodología aberrante” y “ser una mancha terrible”. Con la necesidad pragmática de recuperar un lugar en la sociedad, los cuadros en actividad no parecen estar dispuestos a poner en juego sus carreras profesionales para evitar corporativamente que sus camaradas de armas enfrenten los juicios en los tribunales federales. A diferencia de los oficiales retirados, los cuadros en actividad no asocian la justicia con la venganza, aunque la primera tampoco tiene el sentido de reparación de un daño, sino que representa una posibilidad de “cerrar el pasado hacia las nuevas generaciones”. Esta postura pragmática orientada a cerrar el pasado y mirar hacia el futuro y la indiferencia respecto del destino de los oficiales procesados resultan posibles porque la identificación con la generación anterior, es decir, con el “nosotros” intergeneracional, está consolidada en la figura de los oficiales muertos en la década del 70. Las virtudes del buen oficial, del oficial heroico, se apoyan en el martirologio de los oficiales que “murieron defendiendo a la patria de la subversión”. Este desplazamiento de los vivos a los muertos, de los “combatientes” a las “víctimas militares”, refuerza no sólo la idea de que los militares no matan por la patria sino que mueren por ella, sino también la imagen del Ejército como víctima de la violencia, no como victimario, de modo tal que “cerrar el pasado” significa tanto no responder a las demandas de la generación de oficiales procesados por violaciones a los derechos humanos como borrarlos a ellos y sus actos del horizonte de sus interrogaciones y reflexiones respecto del pasado que han recibido. ■ Valentina Salvi Directora del Núcleo de Estudios sobre Memoria e investigadora del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, Argentina. 08 LUNES 17·OCT·2016 DÍNAMO Los que no dejaron volver La perspectiva de cientos de militares que no aceptaron la dictadura Subalternos y oficiales, destituidos, pasados a situación de reforma, encarcelados, perseguidos: alrededor de medio millar de militares de las tres armas optaron por oponerse de distintas maneras al advenimiento de la doctrina de la seguridad nacional de las Fuerzas Armadas (FFAA), que desembocó en el golpe de Estado de 1973. Algunos agrupados, incluso coordinando con el Frente Amplio, otros en solitario, pero no pudieron. Después de recuperada la democracia, tuvieron que esperar muchos años para ser reparados económicamente y limpiar sus fojas de servicios. Sin embargo, no sólo tuvieron que soportar, como todo el pueblo uruguayo, la impunidad que benefició a quienes los echaron, sino que además aquellos que por edad podían volver a ejercer su profesión nunca fueron habilitados a ello. Las FFAA y los gobiernos cómplices se encargaron de que ningún militar antigolpista volviera a sus filas. A mediados de este año, Ediciones de la Banda Oriental publicó el libro Los militares antigolpistas. Una opción ética, con testimonios recogidos y compilados por Miguel Aguirre Bayley. La obra reúne, probablemente por primera vez, los nombres de todos los militares (oficiales y personal subalterno) que sufrieron la persecución de sus propios “camaradas de armas” y testimonios de varios de ellos (claro que sólo de quienes aún están vivos, ya que faltan las palabras de los generales Liber Seregni, Víctor Licandro y Arturo Baliñas, por nombrar a algunos de los emblemáticos). Además de anécdotas, en el libro los entrevistados despliegan su pensamiento sobre cuestiones de fondo, cuentan cómo se relacionaron con la izquierda y esbozan cómo creen que deberían ser las FFAA. La 1815 A mediados de la década del 60, el mayor Pedro Aguerre y el capitán Pedro Montañez, ambos instructores en el Instituto Militar de Estudios Superiores, fundaron la 1815, agrupación inspirada en “un pensamiento nacionalista con perspectiva latinoamericana, tercermundista y antiimperialista”, según cuenta el propio Aguerre en el capítulo tres. “Ante la presencia e injerencia cada vez mayor de militares norteamericanos en el Ejército uruguayo, varios oficiales observábamos que nuestras FFAA vivían un proceso de creciente y peligrosa desnacionalización”, sostiene. El ahora general retirado explica que la 1815 no era una logia dentro del Ejército, porque actuaba “en forma abierta”, y que su intención era “contrarrestar un eventual golpe de Estado”. La preocupación de este grupo se incrementaba con cada medida que tomaba el gobierno: Aguerre cuenta que “habían comenzado por el cambio de uniforme”, sustituyendo el “poli francés por el americano, […] y también nos sustituyeron el armamento”. “De acuerdo al compromiso asumido por los gobiernos blanquicolorados, Estados Unidos sería el proveedor de material bélico. Al aceptar las condiciones del país del norte, Uruguay abandona uno de los principios básicos para la Defensa Nacional y queda subordinado a la discrecionalidad de su proveedor”, dice. Aguerre señala que defendían valores que “estaban siendo vulnerados por una mentalidad y un estilo, una forma de ser, en lo militar, que nada tenía que ver” con ellos, con sus “tradiciones” y con lo que habían “aprendido en la Escuela Militar”. Por su parte, el hoy general retirado Edison Arrarte coincide en que después de la Segunda Guerra Mundial “la situación del mundo cambia a partir del predominio norteamericano”, y las misiones militares francesas en América Latina “son sustituidas por la presencia de Estados Unidos”. Algunos documentos históricos constatan que el Ejército uruguayo adoptó en 1940 una variante local del casco francés conocido como Adrian M26, pero que después de la firma del Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (Tratado de Río), en 1947, el suministro militar pasó a ser completamente estadounidense: el casco M1 se volvió el estándar y se hizo oficial el mismo año. Demonios y obediencia debida Arrarte no sólo cuestiona la “teoría de los dos demonios”, para él inventada por los militares golpistas, según la cual en Uruguay se vivía una guerra entre los uniformados y el Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros (MLN-T), sino que también dibuja su concepción de cómo se debe formar a los futuros oficiales para que no consideren válido justificar actos inaceptables con el argumento de la “obediencia debida”. “El ser humano tiene que ser un individuo capaz de pensar por sí frente a cada situación que le toque abordar. Cada uno decide solo con su conciencia […] qué es lo que tiene que hacer. Al cadete y al personal subalterno hay que darles elementos necesarios para que esa obediencia consciente y reflexiva sea también positiva en cada uno de los momentos en que les toque actuar. Y la lealtad debe estar en función de lo que discierne la conciencia de cada uno. La lealtad se ejerce en función de aquellos principios [que el militar] juró defender. Aquellos mandos que de alguna manera entiendan que ni la Constitución ni la democracia deben regir, antes de cualquier pronunciamiento quedarán fuera del escenario de acción porque no tendrán gente que los apoye”, opina en su testimonio. “Algunos subalternos y oficiales quizá se hayan sentido obligados a cumplir al pie de la letra las órdenes de sus superiores. Pero el primer acto de la obediencia debida debió ser el respeto a la Constitución y las leyes […].Por el solo hecho de estar en el ámbito militar, el individuo no tiene por qué ser pasivo ante los hechos y solo admitir […] que lo que el mando interprete es lo más conveniente. Puede ser un error. Cuando uno procede individualmente, es porque entiende que su estatus de obediencia personal no necesariamente responde a lo que los mandos hablaban respecto a la democracia y la Constitución. Nosotros, los oficiales, juramos nuestro respeto a la Constitución y a las leyes. La fidelidad a ese juramento nos llevó a la cárcel y a la destitución”, concluye. El libro relata que en 1972 Arrarte era capitán y prestaba servicios en el Batallón de Infantería Nº 7, con asiento en Salto. “En cierta ocasión llevaron detenido a un joven tupamaro y comenzaron a ensañarse con él sometiéndolo a brutales torturas. Arrarte oyó gritos provenientes del local del S-2 [servicio de Inteligencia] mezclados con música de una radio puesta a alto volumen”. Decidió interrumpir la sesión y llevar a un médico para que atendiera al detenido. También discutió con el oficial a cargo del cuartel. Un tribunal de honor militar lo acusó de “tomar bajo su protección a un sedicioso” y dispuso su pase a situación de reforma (una grave sanción que implica el apartamiento del servicio y la pérdida del derecho a usar el grado y el uniforme), de modo que se dedicó a dar clases de matemática. En 1976 fue detenido y trasladado al centro clandestino de detención y tortura llamado Infierno Chico, en Punta Gorda, y finalmente derivado al penal de Punta Carretas. Fue uno de los últimos presos de la dictadura en ser liberado. Y Arrarte no fue precisamente un simpatizante del MLN-T. Es más, en el libro se pregunta cómo surgió el MLN-T, “qué papeles jugaron algunos de sus integrantes como [Héctor] Amodio Pérez y otros que no fueron sancionados”, y “por encargo de quién o quiénes actuaron”, y plantea como “hipótesis de trabajo” la posibilidad de que haya existido responsabilidad de “la CIA o, tal vez, los golpistas locales, con el propósito de promover el escenario de los dos demonios”. Más adelante vuelve a plantear el interrogante de “quién o quiénes promovieron la implantación de un movimiento que sacrificó a mucha gente joven bien intencionada, que aspiraba a que la ciudadanía viviera mejor”, y agrega: “¿No se estaría cumpliendo -sin querer- un plan promovido y apoyado por el imperio? De repente, en Uruguay, era necesaria esa escenografía”. En cuanto al papel de las FFAA, Arrarte señala que en los años 80 Óscar Arias, ex presidente de Costa Rica (país que carece de FFAA), sostenía que los ejércitos “son el principio de todo mal”. Y agrega: “En mi concepto, olvidó que hay potencias que agreden y que son el principio de todo mal. A las oligarquías internas de cada uno de los países latinoamericanos les sirven las políticas de los imperios y a veces los secundan con la finalidad de sacar sus dividendos económicos. Recurren a los ejércitos para la defensa de esos intereses con el criterio de que están defendiendo a la patria, cuando en realidad están defendiendo los intereses de sus bolsillos. Desde ese punto de vista no se puede decir que los ejércitos son el origen de todo mal. Si los ejércitos y sus mandos fueran conscientes y responsables acerca de cuáles son los deberes inherentes a su actividad, tendrían que estar en contra de quienes de alguna forma predican esa caída de las repúblicas y de las democracias en su beneficio. En contrapartida se fortalecerían con el apoyo también de los militares y por supuesto de todo el personal civil”. Mirando hacia adelante El general retirado Antonio Buela plantea la importancia “para el futuro” de definir “qué FFAA queremos”, y delinea criterios de respuesta: “Nosotros las queremos destinadas a la defensa nacional en lo que tiene que ver con el componente militar pero, para eso, hay que prepararlas. Para alcanzar la integración tiene que haber voluntad política. Si aspiramos a mantenerlas, las FFAA no pueden ser algo aislado de toda actividad nacional. En el pasado el poder político las tenía apartadas de la sociedad. Las FFAA hacían sus propios planes de defensa [y] de estudio, se adoctrinaban en el extranjero y […] nadie controlaba y cuestionaba esos planes de enseñanza. Los militares se instruían en las instituciones norteamericanas. El ciudadano uruguayo no tiene una visión clara de lo que es la lucha armada y tampoco tiene claro para qué son las FFAA. Es más, hay un alto porcentaje de la población que piensa que ni siquiera deberían existir. Personalmente soy partidario de que continúen existiendo. Yo no me niego a la defensa de mi país, no se la dejo a otro. La defensa nacional es de los uruguayos”, concluye. El también general retirado Carlos Dutra dice que está en paz con su conciencia porque estuvo “donde tenía que estar”, “del lado del pueblo y no con la dictadura”, pero defiende a las FFAA como institución, e incluso a quienes no tuvieron el coraje de “decir no” a los mandos de la dictadura y “quedaron dentro de la misma bolsa”. “No creo que se haya tratado de mala gente o que lo hayan hecho por maldad”, opina. Su par Jaime Igorra sostiene que “la misión más importante de las sociedades latinoamericanas respecto de sus militares es subordinar en forma cabal a las FFAA al liderazgo civil y democrático”. Destaca que se han abierto nuevos conceptos de soberanía compartida con el surgimiento del Mercosur y de la Unión de Naciones Suramericanas, entre otras alianzas, “basadas en el respeto de los derechos humanos, ciudadanos, ambientales, étnicos y sociales”. Remata: “El cambio de tono que se advierte en nuestras FFAA, en el siglo XXI que iniciamos, constituye un gran aporte a la democracia y al crecimiento económico y social, por su indispensable contribución a las garantías jurídicas que consoliden en nuestra tierra 'paz para los cambios y cambios para la paz'. Este concepto, que tantas veces le escuchamos al general Seregni, debería ser analizado y comprendido por toda la sociedad en su conjunto, civil y militar”.■ Luis Rómboli