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Lunes 17 de octubre de 2016 · Nº 7
DÍNAMO
Ilustración: Ramiro Alonso
Izquierda y Fuerzas Armadas
Mientras el lobo no está
02
LUNES 17·OCT·2016
DÍNAMO
La Ley Marco de Defensa Nacional: seis años de vigencia
El proceso de implementación de
la Ley Marco de Defensa Nacional
(18.650, LMDN), promulgada por
el Poder Ejecutivo el 19 de febrero
de 2010, es un excelente ejemplo de
cómo se tramitan las políticas militares y de defensa nacional en nuestro
país desde principios del siglo XX. Ello
conduce a interrogarse acerca de la
relación entre esas prácticas tradicionales y la endémica problemática que
arrastra la defensa nacional. En un
plano más general de análisis, confirma que las leyes importan aunque, en
última instancia, lo que define el curso
de los acontecimientos es la acción -o
inacción- de los diversos agentes que
participan en su puesta en práctica.
Dicho sintéticamente, la LMDN
contiene un conjunto de normas que
definen la defensa nacional, y en particular la defensa militar, clarifican
las competencias de las instituciones
responsables de su elaboración e implementación y regulan las relaciones
entre estas, además de crear algunos
nuevos organismos.
El principal significado de esa
norma fue que sentó bases para un
proceso de reordenamiento institucional orientado hacia dos objetivos
complementarios: crear condiciones
para armonizar la defensa nacional
con las líneas fundamentales de políticas públicas del país y perfeccionar
a las Fuerzas Armadas (FFAA) por la
vía del fortalecimiento institucional
del Ministerio de Defensa Nacional
(MDN) como centro de elaboración
de las políticas de defensa militar.
En efecto, como se intenta mostrar más abajo, la clave del proceso
que la LMDN abrió en 2010 se ubica
en el MDN, al cual el artículo 14 de esa
norma le asigna “en particular” la conducción política “de todo lo relacionado con las FFAA”. En su artículo 15 se
prevé aprobar una Ley Orgánica del
ministerio, aún hoy inexistente, en el
que se precisa además que esta deberá
contemplar cuatro áreas básicas de
su competencia: política de defensa,
administración general, Estado Mayor
de la Defensa (Esmade) y, por último,
Armada, Ejército y Fuerza Aérea.
Seis años después de la entrada
en vigor de la LMDN, debe admitirse
que, pese a la relevancia que buena
parte de los representantes políticos le
reconocieron al aprobarla y al avance
institucional que representó, no modificó la lógica tradicional de manejo
de las políticas militares y de defensa.
Es interesante interrogarse acerca de los posibles vínculos entre ese
fenómeno y la realidad de las FFAA
uruguayas: limitadas capacidades
operativas para cumplir sus fines
primordiales, presupuesto destinado
en un 75% a salarios y una peligrosa
dependencia de sus misiones subsidiarias, como fuente de ingresos y de
prestigio institucional.
De hecho, en la LMDN se incluyeron normas destinadas a crear condiciones para evitar los efectos indeseables de la exagerada influencia de
las corporaciones profesionales en la
formulación de políticas. Conceptual-
Con el apoyo de:
mente, esa influencia obedece a una
lógica relativamente extendida en el
Estado uruguayo, que puede describirse como la tendencia a derivar el
peso de la elaboración de políticas
hacia los organismos especializados
responsables de su ejecución.
Por ejemplo, las políticas de seguridad social han sido tradicionalmente elaboradas por el Banco de
Previsión Social. De las de energía se
encargaron durante mucho tiempo
UTE y ANCAP. Conviene hacer memoria: el plan Use Todo Eléctrico, elaborado por la burocracia profesional
de UTE -de indudable competencia
técnica-, fue seguido por restricciones al consumo cuando una larga
sequía, combinada con altos precios
internacionales del petróleo, demostró la necesidad de repensar la estrategia del país en la materia. Cuando
el Ministerio de Industria, Energía y
Minería, con una orientación política
clara, creó un equipo sólido técnicamente y con respaldo político, el país
tuvo por primera vez una política de
energía. Sus resultados son conocidos.
En lo referido a la defensa nacional, podría argumentarse acertadamente que el conocimiento sobre
asuntos militares y de defensa en Uruguay se concentra en el ámbito de la
corporación militar. De hecho, el pensamiento surgido del ámbito castrense
ha alimentado dichas políticas. Ciertamente, los recursos para sustentarlas
han sido establecidos, como corresponde, por las autoridades electas y
sus montos han sido sistemáticamente
valorados como magros.
Al respecto, es interesante recordar que, en épocas de la dictadura
reciente, cuando la influencia de la
corporación militar ubicó el presupuesto del MDN en sus niveles récord
-casi 4% del Producto Interno Bruto
y 20% del presupuesto-, esos recursos fueron invertidos principalmente
en el rubro funcionamiento, y dentro
de él, en su mayor parte, a salarios
y al desarrollo de diversos servicios
sociales para más de 40.000 funcionarios. La inversión para renovar el
equipamiento militar recibido de la
cooperación de Estados Unidos hasta
1976 fue absolutamente insuficiente.
Así, ni siquiera en épocas de bonanza política y financiera para la
corporación militar el país tuvo una
política eficaz de defensa nacional.
Desde 1985, todos los gobiernos
fueron reduciendo la desmesurada incidencia del presupuesto de defensa
en las cuentas públicas. Sin embargo,
ello no ha resultado en transformaciones sustantivas en materia de organización de la defensa militar, rubro
principal del MDN. Se gasta menos,
pero la forma en que se invierte esa
masa igualmente significativa de recursos es altamente ineficiente en relación con los fines sustantivos de las
FFAA, sobre cuya realidad operativa
no es necesario insistir.
El reciente decreto sobre Política Militar de Defensa (129/2016) que
elaboró el Esmade confirma viejas
tendencias y no permite augurar cam-
bios. Ese decreto registra prolijamente
todas las actividades, tareas y responsabilidades que tienen asignadas las
FFAA, pero no señala ninguna perspectiva de trasformación sustantiva,
más allá de un conjunto de postulados
de manual sobre doctrina conjunta.
Ello no puede sorprender. Parece
difícil que una transformación pueda
ocurrir sin orientaciones políticas sólidas por parte del MDN. Como ya se
señaló, luego de seis años de vigencia
de la LMDN, de la Ley Orgánica del
ministerio nada se conoce. El área de
competencias de Política de Defensa
no ha adquirido desarrollo orgánico ni
capacidades técnicas de formulación
de políticas, aunque han pasado ya
tres jerarcas diferentes por su dirección. Para llenar ese vacío, en cambio
y como indica la tradición, se generó el
Esmade, un nuevo organismo militar
de asesoramiento ministerial.
Es posible adivinar las razones.
Organizar el Esmade requirió sólo
ciertos cambios de destino del per-
sonal militar, la creación de un cargo
de jerarquía equivalente al de comandante en jefe y ciertas reasignaciones de gastos de funcionamiento.
Las inversiones en infraestructura no
parecen haber sido cuantiosas y es fácil suponer que fueron resueltas con
los “fondos ONU”. Hay antecedentes
de ello con bastante mayor entidad,
como la construcción de la cárcel de
Domingo Arena. Además, poner en
funciones y potenciar un organismo
como el Esmade -al que la nueva ley
de presupuesto le otorga carácter de
Unidad Ejecutora, de modo que su jerarca tendrá potestades de ordenador
de gastos- tiene la ventaja suplementaria de que no genera conflictos, pues
sólo le da continuidad a una tradición.
En cambio, crear un área nueva para cumplir una tarea inédita
implicaría un cambio que requiere
voluntad política sólidamente respaldada. En efecto, el desarrollo del
área de Política de Defensa, aunque
su rol sea complementar -y no sustituir- el asesoramiento militar al ministro, apuesta a iniciar el proceso de
remoción de una lógica centenaria.
Además, aumenta explícitamente el
gasto presupuestal. Supone desarrollar alguna base infraestructural, crear
cierto número de cargos de carácter
profesional, prever la formación complementaria especializada de algunos
de ellos, asignar rubros de funcionamiento, etcétera.
En resumen, a corto plazo la continuidad de lo tradicional resulta política y materialmente menos onerosa,
mientras que el eventual rédito de
los cambios toma tiempo y requiere
inversión.
Así, el MDN ha cambiado poco,
aunque un análisis de la realidad escalafonaria de su personal arrojaría
resultados sorprendentes. La Ley Orgánica Militar de 1974 sigue vigente y,
por lo tanto, aunque sólo sea un detalle, las normas de su Título V (Personal) siguen operando para engrosar la
transferencia de recursos al Servicio
de Retiros y Pensiones Militares, pese
a que en setiembre de 1995 la Ley de
Seguridad Social (16.713) obligó a reformarlo. Por su parte, la Justicia Militar vive y lucha, mientras la inteligencia estratégica y la militar mantienen
su funcionamiento, ahora subsumidas
en el Esmade, mientras esperan una
ley que no llega, y Sanidad Militar continúa su desarrollo autónomo.
Las instituciones importan y dan
mayores garantías de persistencia a las
políticas. Sin embargo, son los agentes políticos quienes les dan vida a las
instituciones. Lo demuestra la escasa
capacidad demostrada por la LMDN
para motorizar transformaciones.
La otra cara de la moneda es la
persistencia que exhibe la institucionalidad tradicional del sector de la defensa nacional, apoyada en el sólido
cimiento de su larga existencia. Tan
sólido que ni siquiera lo conmueven
la evidencia del descalabro y de la
ineficiencia en el uso de recursos.■
Julián González Guyer
Redactor responsable: Lucas Silva / Edición y coordinación: Marcelo Pereira, Natalia Uval / Diseño: Martín Tarallo / Edición
gráfica: Iván Franco / Ilustraciones: Ramiro Alonso / Corrección: Karina Puga / Textos: Julián González Guyer, Gabriel Delacoste,
Martín Couto, Samuel Blixen, Isabel Wshebor, Nick Buxton, Ben Hayes, Valentina Salvi, Luis Rómboli.
DÍNAMO
Con José Mujica, sobre los militares y la izquierda
–¿Y
– crear un cuerpo de emergencia
utilizando los recursos destinados al
Ministerio de Defensa?
-Pero tenés que tenerlo bajo ley militar, porque en la ley civil no podés
hacer eso. ¿Cómo lo hacés?
–¿Con
–
un sistema de guardias?
-No, señor. Vos en lo militar tenés un
orden cerrado, y en lo civil no podés
aplicar ese criterio. Nos pasó acá en
Montevideo. Una madrugada, con una
evacuación, plantearon horas extras
en el medio de la evacuación y sabés
lo que fue. Preguntale al alcalde del
Cerro, tuvo unos líos...
–¿Hay
–
que reformar la Caja Militar?
-La reforma se está trabajando, hay
un proyecto, va a haber modificaciones. No se puede agarrar de rehenes
a 50.000 familias de soldados pobres;
hay que separar bien los tantos, porque las Fuerzas Armadas actuaron
como un seguro de paro, y hay que
tener en cuenta eso. Es gente realmente pobre y hay que hacer una diferenciación de clase. Pero sí hay que
modificar la ley.
–¿Qué
–
le parecen las revelaciones
que surgen del archivo Castiglioni
sobre el espionaje militar en
democracia?
A mí no me sorprende para nada. Desde el punto de vista real, nos espían
cuando quieren. No creo que haya
mucho espionaje en el Uruguay, porque somos insignificantes, no porque
tengan barreras políticas o técnicas.
Si estuvieron espionando a la Merkel
[Angela Merkel] y a la [ex] presidenta
de Brasil [Dilma Rousseff ], calculate
si podrán. ¿Que no debe ser? Ah, sí,
estoy de acuerdo; pero hoy existen
recursos técnicos en el mundo que
seguro... Además pienso que eso era
información bastante vieja y que este
era un viejo que tenía esa información
amontonada ahí. Está medio fuera de
época, porque ahora no se guarda la
información así, pero bueno.
–Hay
–
un sector de la izquierda
que cuestiona la actitud que han
tenido los gobiernos del FA con los
militares, y en particular la gestión
03
La dictadura en democracia
Repúblicas aparte
–¿En
–
qué avanzaron los gobiernos
del Frente Amplio (FA) en materia
de defensa?
-Existe una ley [marco de defensa] que
no existía. Ha habido una disminución
de los efectivos bastante importante
de acuerdo a la economía del país.
Hay modificaciones en la ley orgánica, existe una estrategia aprobada por
el Poder Ejecutivo que no existía. Los
mecanismos de emergencia tuvieron
un cambio sustantivo; están mucho
más afinados, y eso se ve cuando hay
operativos de emergencia. Es ahí
cuando muchas veces se le da valor a
tener esos mecanismos y esa disponibilidad de gente. Alguna gente dice
que lo podés arreglar con trabajadores
del Mides [Ministerio de Desarrollo
Social], y no. Porque vos no le podés
decir a un trabajador: “Quedate 14
horas acá”. Tenés lío.
LUNES 17·OCT·2016
de Fernández Huidobro. ¿Qué opina
de esas críticas?
-Yo pienso al revés, que una izquierda que alguna vez se planteó la lucha
por el poder debió haber tenido políticas... Una cosa son los militares de la
dictadura y otra cosa es que nosotros
despreciemos a los militares y se los
estemos regalando a la derecha. Eso
me parece soberanamente corto. Hay
que separar los tantos, lo que fue la
dictadura y las consecuencias de la
dictadura, y dejarlo aislado. Si yo no
tengo política, es facilitar el campo
para que la tengan otros.
–¿Y
– tiene la izquierda una política
hacia los militares?
-No, no la tiene, claro que no la tiene.
Y no la tiene porque prima esa mentalidad prejuiciosa, y se olvidan de que
en el mundo ha habido también militares del otro lado, ¿o no? Pero hoy no,
estamos como si fuéramos república
aparte, separados.
–¿Por
–
la historia?
Sí, por la historia. Fijate que cuando
vino [Hugo] Chávez acá, a Uruguay, no
hubo ningún medio de prensa que le
hiciera un reportaje, porque parecía
que era un coronel golpista. Eso te da
una idea de lo que son los prejuicios.
derechos humanos se podría
–¿En
–
haber hecho más?
-Probablemente se podría haber hecho más; con el diario del lunes uno a
veces ve más. Siempre estabas al filo de
caer en cosas que criticaste. La verdad
es que nos birlaron la información, y
la información que manejamos, trabajosa por secundaria, está ordenada,
pero de 80 datos tenés efectivos tres.
Y seguramente hubiéramos querido
mucho más, todos.
dicho, por ejemplo, que “esto
–Has
–
se termina cuando nos muramos
todos”. Se critica también esa visión de los “combatientes” militares y tupamaros, que deja fuera
a una parte de la población que
también combatió y fue víctima de
la dictadura.
-Sí, sí. Yo creo que siempre van a existir
cuestionamientos, porque uno siempre tiene una visión parcial. Pero yo
tengo que pensar hacia adelante, y no
lucho con un sentido de corto plazo.
Si tengo un coronel que me torturó, o
que sé que torturó a los compañeros,
no voy a tener arreglo jamás. Pero si
puedo, voy a ganarle a la hija o a los
hijos. Y así hasta el juicio final, porque
mi deber es de carácter político. Y no
voy a dejar de arrimarme a la hija o al
hijo para ganárselo por el hecho del lío
que tuve con el padre, porque para mí
el problema es avanzar desde el punto
de vista político.
Hay gente que ve las cosas distinto. Y
a veces la pupila se entrevera en estas
cosas. Porque yo no trabajo de juez,
trabajo de luchador para cambiar
la sociedad. Si fuera juez, sería otra
cosa. Para mí es fundamental avanzar
hacia adelante. ■
Natalia Uval
Quizá soy demasiado joven o demasiado ingenuo, pero la confirmación
de la existencia de un aparato militar
clandestino dedicado a espiar a políticos, sindicatos y militantes me resulta
asombrosa y en extremo preocupante.
No logro entender cómo un hecho de
esta envergadura no fue un escándalo
nacional.
La confirmación de la existencia
de este aparato vino gracias a la investigación de un archivo incautado por
la Justicia en la casa del coronel retirado Elmar Castiglioni, vocero del Foro
Libertad y Concordia, organización
de militares retirados en defensa de
los militares presos por los crímenes
de la dictadura.
Pasando en limpio la información
divulgada por la prensa (en especial
por Brecha), por lo menos hasta 2009,
militares partidarios de la dictadura
espiaron a diferentes actores del sistema político, continuando con las
prácticas de espionaje dictatoriales
hasta muy bien entrada la democracia. Cuando los que somos críticos de
la democracia uruguaya hablamos de
las secuelas del autoritarismo no solemos pensar en cosas tan literales.
Este hecho es preocupante por
muchas razones. En primer lugar,
da escalofríos pensar para qué estos
militares tenían montado este aparato. ¿Qué extorsiones, qué amenazas,
qué tráficos de información habrán
llevado a cabo? ¿Qué cambios en la
trayectoria de discusiones y decisiones políticas habrán logrado estas
operaciones? ¿Qué tanto las Fuerzas
Armadas (FFAA) participaban (o participan) en estas actividades?
Las revelaciones del archivo Castiglioni nos dan una oportunidad de
ver al “estado profundo” (deep state, en
inglés), es decir, a las redes de tráfico
de información, violencia y recursos
que se dan en los bordes de lo estatal, y
la medida en la que esas redes se interesan en (y operan sobre) los asuntos
políticos civiles. Las consecuencias de
la existencia de este tipo de redes para
un régimen que se llama democrático
no son nada menores, especialmente
teniendo en cuenta que en Uruguay
tenemos unas FFAA que nunca terminaron de romper con el legado
de la dictadura. Cotidianamente los
militares participan como grupo de
interés en las discusiones políticas,
como lo demuestran las disputas en
torno a la reforma de la eternamente
deficitaria Caja Militar. De hecho, el
propio Estado legitima a los militares a
erigirse como actores políticos, como
lo demuestra su participación en el
Diálogo Social y en otras instancias
de este tipo.
El poder de los militares es un
asunto que debería ser extremadamente sensible, especialmente en un
país en el que la única “guerra” que
pelearon sus FFAA en el último siglo
fue contra su propia población, “guerra” cuya función fue ayudar a detener
el avance de la izquierda en una América Latina convulsionada, en coordinación con los planes imperiales de
Estados Unidos.
Conviene pensar, entonces, cuál
es la función de las FFAA, aparte de
reprimir a la población, apoyar imperialismos extranjeros y conspirar
contra la democracia. Cuesta pensar
que su participación en el Sistema Nacional de Emergencias no pudiera ser
sustituida por un aparato civil, o que
su colaboración con la Intendencia
de Montevideo durante los paros de
los recolectores de basura los haga
realmente fundamentales, o que su
función de “seguro de desempleo”
en localidades remotas no pudiera
ser suplido por una mejor seguridad
social. ¿Es necesario tener una institución jerárquica, armada, aislada y
conspiradora para cumplir estas funciones? ¿Es necesario que esa institución tenga su propio sistema de salud,
educación y jubilaciones?
No se trata de difamar a los soldados, que viven una vida sacrificada y llena de privaciones. Mejor sería
que como nación no pidiéramos ese
sacrificio y esas privaciones a nadie,
menos aun en tiempos de paz, y resulta irónico que quienes imponen este
sacrificio a sus subalternos luego lo
usen para legitimar otras facetas de
la institución militar.
Ya se han comprobado en estos
años casos escandalosos de corrupción en las FFAA, pero, si se comprobara que existe involucramiento militar en el aparato de espionaje revelado
por los investigadores que trabajan
con el archivo Castiglioni, estaríamos
ante algo mucho más grave, que entra
en el terreno de los crímenes contra el
Estado y de la insubordinación militar
hacia el poder civil.
Hay en la izquierda quienes están
convencidos de que es necesario hacer política con los militares, pero me
pregunto qué tipo de política es capaz
de dialogar con este tipo de aparatos.
Hay también quienes creen que la defensa nacional es un área importante
de las políticas públicas, pero cuesta
imaginarse a quién defenderían instituciones con la historia y las características de las FFAA uruguayas en caso
de crisis. Si quisiéramos plantear algo
así, sería necesaria una reforma militar mucho más profunda que la que
actualmente se está intentando llevar
a cabo y unas señales políticas mucho
más fuertes que las medias tintas que
escuchamos desde el gobierno ante
noticias como estas.
Pienso, mientras escribo estas líneas, si como civil politizado tendría que
tener miedo por escribirlas. Este pensamiento resume mejor que cualquier
texto lo preocupante que es este tema.■
Gabriel Delacoste
04
LUNES 17·OCT·2016
DÍNAMO
Sobre los privilegios
militares y nosotros
Este año, en el marco del proceso de
“consolidación fiscal” (o ajuste fiscal)
propuesto por el Poder Ejecutivo en
el proyecto de Rendición de Cuentas
del ejercicio 2015, el gobierno frenteamplista planteó públicamente la
necesidad de reformar la Caja Militar.
El impulso a esta idea, que algunos
sectores sostienen desde hace años,
pareció relacionarse con la necesidad
de ajustar nuestras cuentas, visto el
abultado aporte que hacemos todos
los uruguayos al mantenimiento de las
jubilaciones y las pensiones militares.
Sólo un dato alcanza para demostrar la
justa preocupación en términos fiscales: Rentas Generales aportó en 2015
casi 13.000 millones de pesos, o sea,
casi 0,8% del Producto Interno Bruto (PIB) para financiar el déficit de la
Caja Militar. 0,8 del PIB es el aporte de
Rentas Generales al Fondo Nacional de
Salud, que beneficia a cientos de miles
de personas más. Por otra parte, el conjunto de medidas de consolidación/
ajuste fiscal busca reducir un déficit
equivalente a 1% del PIB. Las cifras
son elocuentes.
No obstante, hay otras razones,
además de la económica, que fundamentan la necesidad de revisar urgentemente los beneficios obscenos
del personal superior de las Fuerzas
Armadas (FFAA).
Privilegios verdes veredes
Es imposible describir todos los privilegios de los retiros y las pensiones
militares. Aproximadamente 150 leyes
y decretos, de todas las épocas, regulan
estas prestaciones estatales. Entre esas
normas, el decreto-ley 14.157, que es la
Ley Orgánica Militar vigente, establece
el cálculo del “haber básico de retiro”.
Aclarando que lo que el militar termina cobrando -el “haber de retiro”- es
el haber básico más otros beneficios,
revisar el cálculo del básico nos permite aproximarnos a la dimensión de
los privilegios.
El artículo 201 de ese decreto-ley
indica que el haber básico de retiro
está constituido por el sueldo total del
militar en el mes anterior al retiro, de
acuerdo con un cálculo en el que se
le asignan tantas treintavas partes de
ese haber básico como años de servicio
tenga (computados desde que ingresó
a la educación militar), con un máximo de 30. En términos más sencillos:
si usted tiene 30 años de servicio, le
corresponden 30/30 partes, es decir,
100% de su sueldo en el mes anterior al
retiro. Si son menos de 30 años, se estipulan cuatro franjas. De 25 a 29 años
de servicio, se toma como base 90% del
sueldo del último mes y se le asignan
tantas treintavas partes de ese monto
como años de servicio tenga. El cálculo
es igual para las otras franjas, aunque
cambia el porcentaje del último sueldo: de 20 a 24 años de servicio, se toma
80%; de 15 a 19, 65%, y con menos de
15 años de servicio, 50%.
Es necesario desmontar un primer
tipo de argumentos a favor de mantener el statu quo: hace un tiempo, el ex
presidente José Mujica planteó que, en
determinadas condiciones, un subalterno no se jubila con 100% de su sala-
rio. Esto es cierto, pero es un extremo,
en las condiciones mínimas para el
retiro. El caso planteado por Mujica se
encuentra en la penúltima franja, y un
soldado con sólo 15 años de servicio
se jubila con 15/30 partes de 65% de
su sueldo.
Los privilegios no son parejos en
las FFAA: se concentran en el personal
superior (que, por lógica, no llegó a altos grados en pocos años de servicio).
Además, los beneficios para el retiro
han seguido aumentando durante los
gobiernos frenteamplistas, por lo general para el personal superior. Por lo
tanto, cuando hablamos de privilegios
no corresponde que se invoquen casos
del personal subalterno, carne de cañón de la oficialidad militar en la batalla para defender sus propias ventajas.
Se plantea la situación de los menos
favorecidos para que no miremos a los
más privilegiados y caigamos en la vieja
contradicción de pobres contra pobres,
que tanto mal les hace a las causas populares. Se disimula así, además, que
los privilegios de unos militares van en
detrimento de otros, que son los que
están en peores condiciones (salvo que
se pretenda mantener todos los privilegios y además transferir más recursos
de Rentas Generales para mejorar la
situación de los subalternos).
Venimos hablando sólo del haber
básico de retiro. Como se dijo antes,
hay que sumarle otras prestaciones
complementarias. Por ejemplo, si usted es un oficial bien evaluado, hace
uso de las normas sobre retiro obligatorio y tiene la edad mínima para ascender al grado inmediatamente superior, no se jubilará con el sueldo que
estaba cobrando, sino con el del grado
más alto. A su vez, usted puede recibir
bonificaciones específicas por años de
servicio en determinadas tareas (como
la docencia o la sanidad militar). Y, por
si fuera poco, acogerse al beneficio de
las llamadas “leyes comparativas”, según las cuales su jubilación no puede
ser menor que la de alguien ya retirado
de su mismo grado. Le recuerdo que
si usted suma 30 años de servicio, la
base a la que se aplican las generosas
bonificaciones es 100% de su último
sueldo. En Uruguay, hay militares retirados cobrando alrededor de 300.000
pesos por mes.
Discusión democrática urgente
Desde la ciudadanía civil, por lo general, no discutimos sobre defensa
nacional ni sobre asuntos militares,
por distintas razones que se complementan y se refuerzan: en un país en
paz, lo militar nos es bastante ajeno;
la información es difícil de conseguir
(por ejemplo, las altas y bajas en cargos militares son cargadas tarde y mal
en los sistemas de gestión humana del
Estado) y, luego, difícil de analizar (hay
que armar el puzle con más de 150 leyes y decretos), y, sobre todo, cuando se
intenta analizar el statu quo, llegan las
amenazas aleccionadoras e intentan
decirnos que en ciertos temas es mejor
no meterse. El último ejemplo de esto
son las declaraciones del comandante de la Fuerza Aérea, general del aire
Alberto Zanelli, que vinculó la discusión sobre la Caja Militar con la muerte
de personal de su fuerza en vuelos de
práctica. Sí, como lo acaba de leer.
Ante las lecciones del “no te metás”,
es nuestra obligación discutir. Por una
razón más: estos privilegios, hijos del
decreto-ley 14.157, estuvieron entre los
primeros cambios establecidos por la
dictadura cívico-militar. Un Estado
tomado por militares y sus cómplices
civiles, naturalmente, reguló privilegios para los usurpadores. Hagamos
un poco de historia: esa norma fue
redactada por un Poder Ejecutivo que
encabezaba el dictador Juan María
Bordaberry, y el 25 de enero de 1974
(siete meses después del golpe) fue remitida al Consejo de Estado, que había sido designado un mes antes por la
dictadura para sustituir a la Asamblea
General. Y el Consejo de Estado aprobó
esa iniciativa en tiempo récord, el 19 de
febrero de 1974, tratándose de un texto
que, en su versión original, tenía 278
artículos. Un dato más, que completa
el cuadro indignante: uno de los dos
miembros informantes del proyecto
en el Plenario del Consejo de Estado
fue Aparicio Méndez, posteriormente
premiado por las FFAA con el cargo de
presidente (dictador) de 1976 a 1981.
¿No es una obligación ética y política de la democracia revisar las normas de retiro militar? ¿Es justo que
persistan privilegios obscenos, derivados de un decreto-ley escrito por los
usurpadores del Estado en beneficio
propio? ¿No nos parece aberrante, incluso simbólicamente, la vigencia de
este texto firmado por Bordaberry e
informado por Méndez? Quienes defienden el statu quo no quieren que sepamos, no quieren que discutamos, no
quieren que opinemos. Porque valoramos nuestra democracia, por razones
ideológicas, políticas y económicas, los
civiles, toda la ciudadanía, tenemos
que debatir estos temas. Si se quiere
reconciliar a las FFAA con el resto de la
sociedad, buena cosa sería que tengan
derechos, al menos, similares a los del
resto, ¿no? ■
Martin Couto García
DÍNAMO
LUNES 17·OCT·2016
05
El temor civil a los militares
No hay otra explicación: la izquierda
uruguaya les tiene miedo a los militares. El porqué es harina de otro costal,
aunque puede especularse sobre los
muchos porqués que confluyen en
esa cobardía política de renuncia, que
a 30 largos años de la redemocratización sigue apuntalando la impunidad
y robusteciendo la autonomía de las
estructuras militares del control civil.
Dicho esto, habría que pulir la bastedad de la afirmación, aunque no diluir la síntesis de la generalización. Por
ejemplo: el trillado argumento de que
Tabaré Vázquez fue el único presidente
que impulsó una interpretación de la
Ley de Caducidad capaz de abrir el cauce para investigaciones judiciales, el
único que instaló la posibilidad de una
política menos sumisa, menos hipócrita, menos cómplice. Pero la inacción,
la prescindencia y la abstención de un
protagonismo del Poder Ejecutivo lo
convirtió en un saludo a la bandera.
La gestión de Azucena Berrutti,
la primera ministra de Defensa del
gobierno frenteamplista, fue, por el
contrario, todo menos un saludo a la
bandera. La decisión de instalar asesores civiles en la estructura militar;
la determinación de eliminar la autonomía del aparato de inteligencia; la
búsqueda permanente -y exitosa- de la
colaboración de oficiales “profesionales” desprendidos de los compromisos
turbios y de la “disciplina de logias”;
la respuesta fulminante ante la “desviación” del general Carlos Díaz en la
participación de una reunión política
con Julio María Sanguinetti, y la sorpresiva incautación de un archivo son
muestras inequívocas de que otra actitud es posible y de que una voluntad
política no arrastra, necesariamente,
una turbulencia cuartelera.
Estos ejemplos (las dos caras de
una moneda, las dos mitades del vaso)
son una constante de una política ambigua de la izquierda. Hay algunos hechos
-y algunos gestos- que tendieron a fortalecer el desprecio militar por el poder
civil. La doctora Berrutti supo interpretar a cabalidad la actitud que los militares respetarían: postura firme y disposición de mando. Los gestos de Vázquez
fueron todo lo contrario. Cuando se
decidió a obtener información sobre
los desaparecidos, formuló un pedido
en lugar de dar una orden, como correspondía en su condición de comandante supremo. ¿Se hubieran atrevido
los militares a desobedecer una orden?
Los dos generales encomendados por
el comandante Ángel Bertolotti, Carlos Díaz y Pedro Barneix, entregaron al
comandante información falsa y este
la envió al presidente, quien cayó en el
ridículo al señalar el lugar exacto donde
supuestamente estaba enterrada María Claudia García de Gelman. ¿Qué se
supone que hace un comandante para
preservar la autoridad? Castiga a los
mentirosos y aumenta la presión para
obtener obediencia. Vázquez no tomó
ninguna medida y Bertolotti tampoco.
Díaz fue pasado a retiro cuando se entrevistó con Sanguinetti y Barneix se
suicidó cuando era inminente su procesamiento por un homicidio. Nadie
supo explicar dónde nació la mentira
ni quién fue engañado por quién.
Habría que determinar qué poder
de chantaje tienen los terroristas de
Estado dentro de las Fuerzas Armadas
como para que la omertá siga intacta.
Como primera aproximación, podría
decirse que las responsabilidades por
los crímenes de la dictadura van mucho más allá del puñado de oficiales
encarcelados y alcanzan a quienes
hasta ahora han estado libres de toda
sospecha. Pero el silencio militar -la
determinación a no autoincriminarse- es sólo una parte de la ecuación.
Tanto o más sólida es la determinación
civil a no profundizar. Si los militares no
hablan, los civiles -al menos algunoshacen ingentes esfuerzos para no saber.
Una supuesta prudencia y “seriedad”
ha obviado los pasos elementales para
que los esfuerzos de quienes denunciaron e investigaron tuvieran resultados
concretos.
Si el Poder Ejecutivo ha sido omiso en buscar la documentación que
descubriría la verdad, otros han evitado avanzar. Por ejemplo: el archivo
encontrado en una unidad militar por
la ministra Berrutti contenía más de
1.000 rollos de microfilmación. Una vez
digitalizada, esa información se guardó
en 51 DVD que en tres copias fueron
entregados a la Presidencia, al Archivo
General de la Nación y al Ministerio de
Defensa. A los investigadores de la Universidad de la República y a los miembros del Grupo de Trabajo por Verdad
y Justicia sólo han llegado 16 de esos
DVD. Nadie pregunta qué contienen
los otros, nadie ha tratado de realizar
un trabajo de inteligencia cruzando
los datos de toda la información obtenida hasta ahora, de los archivos, de
los testimonios, de las investigaciones
judiciales. Esa compartimentación sólo
favorece a la impunidad.
Esta actitud de avestruz explica
otros extremos: ¿existe una verdadera intención política de averiguar
los alcances del espionaje militar en
democracia? ¿Existe verdadera intención de eliminar los privilegios de las
jubilaciones militares que nos cuestan
400 millones de dólares anuales? Hasta
ahora, la reforma anunciada no ha sido
presentada. Son distintos aspectos de
una misma problemática: la relación
del poder civil con los militares. ■
Samuel Blixen
Archivos sensibles son los que perturban a los poderosos
El fin de la Guerra Fría puso el asunto de
los archivos de los regímenes represivos
en la agenda de debate de organismos
internacionales como UNESCO o el
Consejo Internacional de Archivos.
En Uruguay, la idea de que la documentación producida por el Estado
en dictadura había sido destruida y que
no existían archivos estaba instituida.
Eso, a pesar de los debates públicos en
torno al derecho a saber. La impunidad
que reinó luego de la aprobación de la
Ley de Caducidad ,en 1986, no estimuló
la identificación de archivos estatales
ni su debida organización al servicio
de la investigación. Las organizaciones sociales y políticas que reclamaban verdad y justicia conformaron sus
propias colecciones de documentos a
partir de denuncias, testimonios y publicaciones periódicas. La ausencia de
documentos oficiales en esas colecciones era evidente.
En 2003, la Comisión para la Paz
(Comipaz), presentó su informe final
sobre el destino de los uruguayos detenidos desaparecidos. Esta comisión
realizó buena parte de su trabajo en base
a informaciones proporcionadas por
militares actuantes durante la dictadura
y la transición, y recogió testimonios de
víctimas directas. Allí, nuevamente, casi
no aparecen referencias a documentos
oficiales. El debate sobre el patrimonio
documental producido por el Estado en
el pasado reciente cobraba nueva significación en el marco de un primer informe oficial, que, en muchos casos, daba
por ciertas las afirmaciones de fuentes
militares. A la inexistencia de archivos
se sumaba la afirmación de la mirada
militar sobre los hechos.
La llegada del Frente Amplio al
gobierno implicó un nuevo impulso
en materia de búsqueda. Al requeri-
miento presidencial a los comandantes en jefe sobre información que diera cuenta del destino de los detenidos
desaparecidos, se sumó la encomienda
a investigadores de la Universidad de
la República de ubicar documentos
producidos por el Estado, o indicios
de posibles sitios de enterramiento
clandestino. No había terminado el
primer período presidencial de Tabaré Vázquez cuando esas investigaciones pusieron en cuestión varias
de las conclusiones del informe de la
COMIPAZ. El hallazgo de los primeros
cuerpos de uruguayos desaparecidos y
la identificación de diferentes archivos
producidos durante la dictadura dieron
inicio a múltiples trabajos para avanzar
en el conocimiento de lo ocurrido. Por
otra parte, el Ministerio de Relaciones
Exteriores inició una labor de organización y puesta en acceso de su archivo
contemporáneo, la que constituyó un
ejemplo casi único en esta materia.
Sin duda, las políticas desarrolladas por los gobiernos frenteamplistas en
los últimos diez años permiten borrar
la idea de que no existían archivos de
organismos del Estado producidos en
la segunda mitad del siglo XX. Se destaca en este sentido el profuso acervo
documental existente en la Dirección
Nacional de Investigaciones e Inteligencia del Ministerio del Interior (MI) y la
colección de microfilms ubicados en
el Ministerio de Defensa, cuando Azucena Berruti era ministra. Constituyen
los principales acervos identificados,
pertenecientes a organismos a cargo
de la persecución política en el pasado
reciente, producidos por el Estado.
En el primer caso, no es posible
contrastar las fuentes citadas por las investigaciones oficiales, porque el acceso
al archivo es restringido y los documen-
tos son citados de múltiples formas a lo
largo de las diferentes publicaciones. En
el segundo caso, es posible la consulta
de la información referida a la persona
directamente implicada y su entrega se
realiza mediante copia certificada. En
el caso del MI la custodia sigue estando a cargo del organismo que produjo
los expedientes y parece tratarse del
archivo íntegro, mientras que la documentación ubicada por Berruti pasó a
custodia del Archivo General de la Nación y consiste en microfilms que constituirían fragmentos de diversas series
documentales. En ninguno de los dos
casos se ha publicado un inventario,
que permita al investigador o interesado en el período tener una noción
general sobre su contenido.
Pese a la importancia de la identificación de los archivos, las investigaciones realizadas tuvieron como resultado
el acopio de conjuntos documentales,
en muchos casos de origen estatal, cuya
cadena de custodia no fue debidamente
definida y se ha dado a conocer de manera fragmentada o segmentada.
Muy recientemente, archivos incautados en el domicilio del ex jefe de
la inteligencia militar Elmar Castiglioni cobraron estado público por medio
de diversos artículos publicados por el
semanario Brecha. Allí aparecen indicios de en qué medida la inteligencia
del Ejército elaboró informes sobre los
detenidos desaparecidos, en el mismo
contexto de actuación de la Comipaz.
No se conocen aún cuáles de estas informaciones fueron efectivamente recibidas por la Comipaz en su momento.
Esto ameritaría, por tanto, un estudio
comparativo entre ambos archivos. Un
inventario completo de la documentación existente en la Secretaría de Derechos Humanos para el Pasado Reciente
fue culminado en 2015 y entregado al
Grupo de Trabajo por Verdad y Justicia,
lo que permitiría dilucidar vínculos entre ambas dependencias. Al igual que
los expedientes de la justicia militar, el
archivo de Castiglioni se encuentra bajo
custodia del Poder Judicial, que tiene
protocolos diferentes a los múltiples ya
presentados. Casi un año después de esa
acción de la Justicia, se ha tenido noticia
de que el GTVJ accedió al archivo de una
dependencia de la Armada Nacional.
Nuevamente, como en el caso del MI, el
mecanismo de trabajo no estaría orientado a transferir la documentación fuera
de su organismo productor y a ponerlo
bajo protección y custodia de una institución civil sin interés de parte.
Los diferentes archivos identificados tienen hoy criterios de acceso
directamente asociados al organismo
que los ubicó para sus finalidades de
investigación y, en general, se encuentran restringidos para el resto de los
demandantes. Ocultar cualesquiera de
estas informaciones no favorece a ningún actor, estimula las suspicacias de
quienes están implicados en la investigación desde el punto de vista personal,
judicial o científico, a la vez que fortalece
a quienes desde hace más de tres décadas han obstaculizado el conocimiento
sobre el pasado ya no tan reciente de
nuestro país. Tras la identificación de
acervos, se torna urgente la salvaguarda y protección de los originales bajo la
órbita competente del Archivo General
de la Nación, asegurar una cadena de
custodia y democratizar su acceso, para
evitar sustracciones o robos de quienes
siguen obstaculizando el conocimiento
del pasado en nuestro país. No puede
ser tan difícil. ■
Isabel Wschebor Pellegrino
06
LUNES 17·OCT·2016
DÍNAMO
Los militares
y el cambio
climático
En agosto de 2005, la reacción oficial a
la devastación provocada por el huracán Katrina en el sur de Estados Unidos
desenmascaró cómo muchos gobiernos del mundo han pasado a responder
a la crisis ambiental como una cuestión
de seguridad. La recuperación y la actualización del concepto de “seguridad
nacional” es hoy claramente perceptible en la respuesta política a los efectos
del cambio climático.
Hace poco más de una década, observábamos incrédulos cómo el Estado
más rico y poderoso del planeta parecía
primero incapaz y luego reacio a rescatar a sus propios ciudadanos, mientras
enviaba soldados que no dudaron en
disparar a varias víctimas del huracán. Al producirse inmediatamente
después de la guerra de Irak, el aciago
gobierno de George Bush parecía incapaz de responder a cualquier crisis
sin recurrir al Ejército. A medida que
retrocedían las aguas, el racismo y la
desigualdad, tan arraigados en Estados
Unidos, quedaban expuestos a la vista
del mundo entero.
¿Podría volver a suceder hoy? Hasta cierto punto, la respuesta del gobierno estadounidense al huracán Katrina
se ha convertido en un ejemplo clásico
de lo que no se debe hacer en materia
de gestión de catástrofes. Abochornado
por su fracaso, el gobierno de ese país
reestructuró la Agencia Federal de Gestión de Emergencias. La respuesta a los
desastres provocados por el huracán
Sandy, en 2012, fue insuficiente, pero
menos criticada.
Sin embargo, la desigualdad estructural y el racismo institucional que
originaron la respuesta del gobierno
de Bush no han desaparecido. Esta
realidad fue destacada por el presidente Barack Obama cuando visitó
Nueva Orleans en agosto de 2015,
con motivo del décimo aniversario
del Katrina. Asimismo, el ya inflado
complejo militar se ha expandido de
forma significativa desde el huracán y
utiliza ahora el fantasma del cambio
climático para apropiarse de más recursos públicos.
Dos años después del Katrina, en
2007, el Pentágono emitió su primer
gran informe sobre el cambio climático (The Age of Consequences: The Foreign Policy and National Security Implications of Global Climate Change),
en el que se pronosticaba inequívocamente una “era de consecuencias”
caracterizada por “la erosión de los
valores de altruismo y generosidad”.
Un año más tarde, la Comisión Europea publicó otro informe (Climate
Change and International Security),
en el que identificaba el cambio climático como un “multiplicador de
amenazas” que “amenaza sobrecargar
a países y regiones de por sí frágiles y
proclives al conflicto”. El informe también advertía de “riesgos políticos y de
seguridad que afectan directamente a
los intereses europeos”. En los años siguientes, las estrategias de seguridad
nacional de los países del norte global
se reformularían para consolidar la
misma visión interesada y distópica.
Tras la crisis financiera de 2008 y
las revueltas de la Primavera Árabe, en
2010, el pensamiento distópico tiende a
ser el sustento de emergencias cada vez
más frecuentes y complejas. La dependencia de las sociedades modernas de
las cadenas globales de suministro, de
la producción industrial de alimentos,
de infraestructuras transnacionales y
comunicaciones de alta tecnología ha
expuesto y exacerbado las vulnerabilidades existentes y ha garantizado que
el desastre producido en un determinado país tenga impactos en diversos
lugares del mundo. Según la narrativa hegemónica en círculos oficiales a
escala mundial, el cambio climático
echará aun más leña al fuego.
El ex científico jefe del gobierno
británico John Beddington ha alertado
sobre una posible “tormenta perfecta” creada por la confluencia de varias
crisis -alimentos, agua y energía- para
2030, que daría lugar a que los estados
lucharan por mantener el control sobre
el suministro de productos y servicios
básicos. Los escenarios apocalípticos
están a la orden del día. Para algunos
comentaristas, esto es poco más que
pornografía del derrumbe, un catastrofismo maligno que produce apatía
y que no tiene en cuenta la capacidad
de las sociedades modernas para adaptarse y recuperarse.
Sin embargo, de alguna manera, la
exactitud de las predicciones no tiene
real importancia. En la actualidad, es
suficiente observar cómo se desarrolla
la crisis humanitaria de los refugiados
que intentan atravesar las fronteras de
la Unión Europea. En Calais, Francia,
vemos que una emergencia humanitaria se gestiona como si fuera una
simple cuestión de seguridad: incluye
millones de libras destinadas por el gobierno británico a cubrir los costos de
vallas, policías y perros para impedir
la entrada a los refugiados que huyen
de la guerra. Hungría y Bulgaria han
desplegado tropas especializadas, los
llamados “cazadores de frontera”, para
impedir la entrada a los refugiados desde la antigua Yugoslavia.
Mientras tanto, en Brasil, el verano pasado el gobierno desplegó tropas
para defender las infraestructuras del
servicio de distribución del agua en
el contexto de la sequía pertinaz que
afectó a la megalópolis de São Paulo. Sin que las autoridades contaran
con un plan creíble para conservar el
agua y abordar las causas de base de
la escasez, como la desforestación, la
prensa informó sobre ejercicios militares de contingencia y la movilización de soldados armados ante una
posible revuelta.
Hoy también podemos percibir
con nitidez cómo los responsables de
la seguridad nacional tratan las protestas contra la desigualdad y la injusticia
social como un componente más del
paradigma emergente para la gestión
de emergencias. En la actualidad, en
el “Registro de riesgos nacionales de
Reino Unido”, un informe que elabora
cada ciertos años el gobierno británico
como parte de su estrategia nacional
de seguridad, ya se han identificado
el “desorden público” y las “acciones
sindicales perturbadoras” como las
amenazas de seguridad graves y probables a las que se enfrentará el país
en los próximos años.
Al considerar estos temas “amenazas a la seguridad”, se consolida la
tendencia a militarizar la respuesta oficial a problemas ambientales y sociales, incluyendo un significativo uso de
los poderes y los recursos otorgados a
los militares para gestionar las supuestas amenazas. En Reino Unido, la Ley
de Contingencias Civiles aprobada en
2004 permite que los ministros introduzcan “reglamentaciones de emergencia” sin consultar al Parlamento y
“dar directrices u órdenes” de alcance
prácticamente ilimitado, lo que incluye
la destrucción de propiedades, la prohibición de asambleas, la restricción
de movimientos y la proscripción de
“otras actividades específicas”.
Los planes distópicos se manifiestan también en el ámbito corporativo. Donde los científicos y activistas
ambientalistas perciben una futura
emergencia climática, los ejecutivos
de muchas empresas trasnacionales
ven una oportunidad de negocios.
Las grandes petroleras celebran la
desaparición del hielo en los casquetes polares como forma de acceso a
nuevos yacimientos de combustibles
fósiles. Las grandes empresas de seguridad ofrecen tecnologías innovadoras para sellar las fronteras ante el
avance de los refugiados de la guerra
o el clima. Los gestores de los fondos
de inversión especulan con los precios
de los alimentos y su relación con el
clima. La creciente preocupación de
los países ricos en torno a la seguridad
alimentaria está promoviendo un rápido acaparamiento de tierras en los
países del sur. En 2012, Raytheon, una
de las mayores compañías del sector
de defensa, anunció el surgimiento de
“más oportunidades comerciales” derivadas de “crecientes preocupaciones
en materia de seguridad y sus posibles
consecuencias”, referidas a “los efectos
del cambio climático” en la forma de
“tormentas, sequías e inundaciones”.
Las consecuencias de un enfoque basado en soluciones militares
son muy inquietantes y generan preocupación entre investigadores y activistas comprometidos con la justicia
ambiental, las libertades civiles y la
democracia alrededor del mundo. En
última instancia, si el cambio climático y las emergencias complejas se
enfocan primordialmente desde la
noción de seguridad, no sólo no se
abordan las causas fundamentales de
las crisis globales, sino que a menudo
se las exacerba. El desvío de recursos
al sector militar recorta la muy necesaria inversión en la prevención de las
crisis. Dado que el cambio climático
ya afecta de forma desproporcionada
a los países y a las personas más pobres, la militarización de la respuesta
oficial simplemente agrava una injusticia fundamental.■
Nick Buxton y Ben Hayes
Los autores de este artículo son los editores del
libro The Secure and the Dispossessed. How
the military and the corporations are shaping
a climate-changed world (Londres: Pluto
Books, 2015). Nick Buxton es un investigador
del Transnational Institute, residente en Davis,
California, especializado en temas ambientales.
Ben Hayes, especialista en temas de seguridad,
defensa y políticas antiterroristas, es un
investigador de la organización de defensa de los
derechos civiles Statewatch, en Gran Bretaña, y
fellow del Transnational Institute.
DÍNAMO
LUNES 17·OCT·2016
07
Las Fuerzas Armadas argentinas frente a
los juicios por crímenes de lesa humanidad
En Argentina, desde 2006, alrededor
de un millar y medio de oficiales de
las Fuerzas Armadas (FFAA) implicados en violaciones a los derechos
humanos están haciendo frente a sus
responsabilidades penales ante los
estrados federales. Sin duda, la pena
de prisión efectiva y el procesamiento
a oficiales retirados se lleva a cabo en
un clima castrense distinto de aquel
que desató la primera rebelión carapintada, en abril de 1987. A diferencia de
aquellos años, hoy asistimos a un distanciamiento intergeneracional entre
los oficiales más jóvenes y los que son
condenados y procesados por delitos
de lesa humanidad. Este hecho se expresa en que los oficiales en actividad
no hayan puesto en juego sus carreras
profesionales ni hayan vehiculizado
ningún tipo de reclamo corporativo
para impedir que sus camaradas sean
objeto de persecución penal.
En los últimos años, la reacción
más comprometida entre quienes han
buscado defender a los militares acusados por delitos de lesa humanidad
fue la de un nuevo actor de la memoria, que levanta la consigna “Memoria
completa”, conformado por civiles y
oficiales retirados que han encontrado en el diario La Nación su principal
tribuna de expresión y han ganado la
calle como lugar de visibilización de
sus demandas.
Ahora bien, ¿cómo se explica este
distanciamiento entre oficiales en actividad y oficiales procesados y condenados? ¿Por qué estas demandas
corporativas se han desplazado de los
círculos militares a la esfera pública y
los medios de comunicación? No hay
una causa, sino muchas. Pero una de
ellas resulta particularmente significativa, porque condensa los cambios y las
permanencias que hacen a la configuración de la identidad de los militares
trascurridos 35 años de democracia.
Me refiero específicamente al modo
en que se ha enmarcado la memoria
de las FFAA sobre los años 70 y a qué
consecuencias trae esta configuración
memorial sobre la construcción de una
figura central del ethos militar: el modelo de oficial combatiente.
La “Memoria completa”, que centra
el recuerdo sobre el pasado reciente en
los oficiales asesinados por las organizaciones armadas durante la década
del 70, tomó fuerza entre los cuadros
militares hacia finales de los 90. La
evocación del accionar del Ejército,
por ejemplo, durante el terrorismo
de Estado a partir de la figura de las
“víctimas de la subversión”, permite
construir una imagen virtuosa y pasiva de la institución y de sus cuadros. El
mayor Argentino del Valle Larrabure
y el teniente coronel Jorge Ibarzábal
se han convertido en los mártires de
la “lucha contra la subversión”, pues
pueden ser presentados como oficiales sin ambigüedades políticas y morales. La trayectoria del general Pedro
Eugenio Aramburu resulta demasiado
contradictoria, fuertemente connotada
por las disputas entre peronistas y antiperonistas y muy ligada a la imagen
golpista y antidemocrática del Ejército para continuar siendo la primera y
más destacada víctima de la “guerra
revolucionaria”. Estos oficiales, que se
recuerdan como mártires que “cayeron
en defensa de la patria”, han reemplazado también como figuras memorables a los “generales del proceso”, como
Jorge Rafael Videla, Roberto Eduardo
Viola, Leopoldo Galtieri y Luciano Menéndez, quienes resultaban un obstáculo simbólico para la construcción del
Ejército como víctima de la violencia
“terrorista subversiva”.
Pues bien, el recuerdo de las “víctimas militares” mayormente asesinadas antes del golpe del Estado del 24
de marzo de 1976 permite construir
una periodización que destierra del
horizonte de la memoria los hechos y
a los oficiales que llevaron adelante el
terrorismo de Estado y la dictadura militar y, por tanto, las responsabilidades
que de ello se derivan.
Desde el Colegio Militar, los futuros oficiales son socializados en valores
militares tales como la lealtad, la abnegación, la resistencia, la entrega y el
sacrificio. Entre ellos, el más relevante
es el sacrificio, puesto que está asociado con la figura del oficial combatiente,
que debe “luchar hasta dejar la vida”. Se
trata de un valor moral fundamental
en la construcción de la moral militar
como diferenciada de la vida civil. Ahora bien, cabe preguntarse: ¿representan
los oficiales retirados que fueron parte
del proceso represivo, muchos de ellos
procesados y condenados por violaciones a los derechos humanos, el modelo, es decir, un actor propicio para la
afirmación de la vocación y la agencia
de “soldado” entre las nuevas generaciones de oficiales? ¿Provee la figura
del “oficial-combatiente” de la llamada
“lucha contra la subversión” insumos y
recursos para construir y ejemplificar el
valor supremo del sacrificio como línea
que separa vivir de morir?
Para las nuevas generaciones
de oficiales, recordar a los oficiales
muertos no implica necesariamente
reivindicar lo actuado por los oficiales
vivos que “combatieron” en la “guerra
contra la subversión”, muchos de ellos
procesados o acusados por delitos de
lesa humanidad. Los cuadros en actividad establecen una continuidad
narrativa con la llamada “época de
la subversión” y recuerdan los asesinatos, los secuestros y los atentados
cometidos por las organizaciones armadas. Pero esta continuidad convive
con un distanciamiento del prototipo
del “oficial-combatiente” de la “lucha
contra la subversión” con el que no
quieren ser identificados, por golpistas o autoritarios. Desde la perspectiva
de los oficiales en actividad, las desapariciones se explican por las “macanas” o los “errores” que cometieron las
generaciones anteriores, que tomaron
“decisiones equivocadas”. A pesar de
que este distanciamiento no se apoya en una explicación ni colectiva
ni institucional que funcione como
crítica a las tradiciones que hicieron
posible la criminalización de los oficiales, permite a las nuevas generaciones diferenciarse de las anteriores al
calificarlos de “cerrados”, “separados
de la sociedad”, “basados en intereses
personales” y al acusarlos de “haber
usado una metodología aberrante” y
“ser una mancha terrible”.
Con la necesidad pragmática de
recuperar un lugar en la sociedad,
los cuadros en actividad no parecen
estar dispuestos a poner en juego
sus carreras profesionales para evitar
corporativamente que sus camaradas
de armas enfrenten los juicios en los
tribunales federales. A diferencia de
los oficiales retirados, los cuadros
en actividad no asocian la justicia
con la venganza, aunque la primera
tampoco tiene el sentido de reparación de un daño, sino que representa
una posibilidad de “cerrar el pasado
hacia las nuevas generaciones”. Esta
postura pragmática orientada a cerrar el pasado y mirar hacia el futuro
y la indiferencia respecto del destino
de los oficiales procesados resultan
posibles porque la identificación con
la generación anterior, es decir, con
el “nosotros” intergeneracional, está
consolidada en la figura de los oficiales muertos en la década del 70. Las
virtudes del buen oficial, del oficial
heroico, se apoyan en el martirologio
de los oficiales que “murieron defendiendo a la patria de la subversión”.
Este desplazamiento de los vivos a los
muertos, de los “combatientes” a las
“víctimas militares”, refuerza no sólo
la idea de que los militares no matan
por la patria sino que mueren por ella,
sino también la imagen del Ejército
como víctima de la violencia, no como
victimario, de modo tal que “cerrar el
pasado” significa tanto no responder
a las demandas de la generación de
oficiales procesados por violaciones a
los derechos humanos como borrarlos
a ellos y sus actos del horizonte de sus
interrogaciones y reflexiones respecto
del pasado que han recibido. ■
Valentina Salvi
Directora del Núcleo de Estudios sobre Memoria e
investigadora del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, Argentina.
08
LUNES 17·OCT·2016
DÍNAMO
Los que no dejaron volver
La perspectiva de cientos de militares que no aceptaron la dictadura
Subalternos y oficiales, destituidos,
pasados a situación de reforma, encarcelados, perseguidos: alrededor de
medio millar de militares de las tres
armas optaron por oponerse de distintas maneras al advenimiento de la
doctrina de la seguridad nacional de
las Fuerzas Armadas (FFAA), que desembocó en el golpe de Estado de 1973.
Algunos agrupados, incluso coordinando con el Frente Amplio, otros en
solitario, pero no pudieron. Después
de recuperada la democracia, tuvieron que esperar muchos años para ser
reparados económicamente y limpiar
sus fojas de servicios. Sin embargo, no
sólo tuvieron que soportar, como todo
el pueblo uruguayo, la impunidad que
benefició a quienes los echaron, sino
que además aquellos que por edad
podían volver a ejercer su profesión
nunca fueron habilitados a ello. Las
FFAA y los gobiernos cómplices se
encargaron de que ningún militar
antigolpista volviera a sus filas.
A mediados de este año, Ediciones de la Banda Oriental publicó el
libro Los militares antigolpistas. Una
opción ética, con testimonios recogidos y compilados por Miguel Aguirre
Bayley. La obra reúne, probablemente
por primera vez, los nombres de todos los militares (oficiales y personal
subalterno) que sufrieron la persecución de sus propios “camaradas
de armas” y testimonios de varios de
ellos (claro que sólo de quienes aún
están vivos, ya que faltan las palabras
de los generales Liber Seregni, Víctor
Licandro y Arturo Baliñas, por nombrar a algunos de los emblemáticos).
Además de anécdotas, en el libro los
entrevistados despliegan su pensamiento sobre cuestiones de fondo,
cuentan cómo se relacionaron con
la izquierda y esbozan cómo creen
que deberían ser las FFAA.
La 1815
A mediados de la década del 60, el
mayor Pedro Aguerre y el capitán
Pedro Montañez, ambos instructores en el Instituto Militar de Estudios
Superiores, fundaron la 1815, agrupación inspirada en “un pensamiento
nacionalista con perspectiva latinoamericana, tercermundista y antiimperialista”, según cuenta el propio
Aguerre en el capítulo tres. “Ante la
presencia e injerencia cada vez mayor
de militares norteamericanos en el
Ejército uruguayo, varios oficiales observábamos que nuestras FFAA vivían
un proceso de creciente y peligrosa
desnacionalización”, sostiene.
El ahora general retirado explica
que la 1815 no era una logia dentro
del Ejército, porque actuaba “en forma abierta”, y que su intención era
“contrarrestar un eventual golpe de
Estado”. La preocupación de este grupo se incrementaba con cada medida que tomaba el gobierno: Aguerre
cuenta que “habían comenzado por
el cambio de uniforme”, sustituyendo
el “poli francés por el americano, […]
y también nos sustituyeron el armamento”. “De acuerdo al compromiso
asumido por los gobiernos blanquicolorados, Estados Unidos sería el
proveedor de material bélico.
Al aceptar las condiciones del
país del norte, Uruguay abandona
uno de los principios básicos para
la Defensa Nacional y queda subordinado a la discrecionalidad de su
proveedor”, dice.
Aguerre señala que defendían valores que “estaban siendo vulnerados
por una mentalidad y un estilo, una
forma de ser, en lo militar, que nada
tenía que ver” con ellos, con sus “tradiciones” y con lo que habían “aprendido en la Escuela Militar”.
Por su parte, el hoy general retirado Edison Arrarte coincide en que
después de la Segunda Guerra Mundial “la situación del mundo cambia a
partir del predominio norteamericano”, y las misiones militares francesas
en América Latina “son sustituidas
por la presencia de Estados Unidos”.
Algunos documentos históricos
constatan que el Ejército uruguayo
adoptó en 1940 una variante local del
casco francés conocido como Adrian
M26, pero que después de la firma
del Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (Tratado de Río), en
1947, el suministro militar pasó a ser
completamente estadounidense: el
casco M1 se volvió el estándar y se
hizo oficial el mismo año.
Demonios y obediencia debida
Arrarte no sólo cuestiona la “teoría de
los dos demonios”, para él inventada
por los militares golpistas, según la
cual en Uruguay se vivía una guerra
entre los uniformados y el Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros
(MLN-T), sino que también dibuja su
concepción de cómo se debe formar a los futuros oficiales para que
no consideren válido justificar actos
inaceptables con el argumento de la
“obediencia debida”. “El ser humano
tiene que ser un individuo capaz de
pensar por sí frente a cada situación
que le toque abordar. Cada uno decide solo con su conciencia […] qué es
lo que tiene que hacer. Al cadete y al
personal subalterno hay que darles
elementos necesarios para que esa
obediencia consciente y reflexiva sea
también positiva en cada uno de los
momentos en que les toque actuar. Y
la lealtad debe estar en función de lo
que discierne la conciencia de cada
uno. La lealtad se ejerce en función
de aquellos principios [que el militar]
juró defender. Aquellos mandos que
de alguna manera entiendan que ni la
Constitución ni la democracia deben
regir, antes de cualquier pronunciamiento quedarán fuera del escenario
de acción porque no tendrán gente
que los apoye”, opina en su testimonio.
“Algunos subalternos y oficiales
quizá se hayan sentido obligados a
cumplir al pie de la letra las órdenes
de sus superiores. Pero el primer acto
de la obediencia debida debió ser el
respeto a la Constitución y las leyes
[…].Por el solo hecho de estar en el
ámbito militar, el individuo no tiene
por qué ser pasivo ante los hechos y
solo admitir […] que lo que el mando
interprete es lo más conveniente. Puede ser un error. Cuando uno procede
individualmente, es porque entiende
que su estatus de obediencia personal
no necesariamente responde a lo que
los mandos hablaban respecto a la democracia y la Constitución. Nosotros,
los oficiales, juramos nuestro respeto
a la Constitución y a las leyes. La fidelidad a ese juramento nos llevó a
la cárcel y a la destitución”, concluye.
El libro relata que en 1972 Arrarte era capitán y prestaba servicios en
el Batallón de Infantería Nº 7, con
asiento en Salto. “En cierta ocasión
llevaron detenido a un joven tupamaro y comenzaron a ensañarse con
él sometiéndolo a brutales torturas.
Arrarte oyó gritos provenientes del
local del S-2 [servicio de Inteligencia]
mezclados con música de una radio
puesta a alto volumen”. Decidió interrumpir la sesión y llevar a un médico para que atendiera al detenido.
También discutió con el oficial a cargo del cuartel. Un tribunal de honor
militar lo acusó de “tomar bajo su
protección a un sedicioso” y dispuso
su pase a situación de reforma (una
grave sanción que implica el apartamiento del servicio y la pérdida del
derecho a usar el grado y el uniforme),
de modo que se dedicó a dar clases
de matemática. En 1976 fue detenido
y trasladado al centro clandestino de
detención y tortura llamado Infierno
Chico, en Punta Gorda, y finalmente
derivado al penal de Punta Carretas.
Fue uno de los últimos presos de la
dictadura en ser liberado.
Y Arrarte no fue precisamente un
simpatizante del MLN-T. Es más, en
el libro se pregunta cómo surgió el
MLN-T, “qué papeles jugaron algunos de sus integrantes como [Héctor]
Amodio Pérez y otros que no fueron
sancionados”, y “por encargo de quién
o quiénes actuaron”, y plantea como
“hipótesis de trabajo” la posibilidad
de que haya existido responsabilidad
de “la CIA o, tal vez, los golpistas locales, con el propósito de promover
el escenario de los dos demonios”.
Más adelante vuelve a plantear el
interrogante de “quién o quiénes
promovieron la implantación de un
movimiento que sacrificó a mucha
gente joven bien intencionada, que
aspiraba a que la ciudadanía viviera
mejor”, y agrega: “¿No se estaría cumpliendo -sin querer- un plan promovido y apoyado por el imperio? De
repente, en Uruguay, era necesaria
esa escenografía”.
En cuanto al papel de las FFAA,
Arrarte señala que en los años 80 Óscar Arias, ex presidente de Costa Rica
(país que carece de FFAA), sostenía
que los ejércitos “son el principio de
todo mal”. Y agrega: “En mi concepto,
olvidó que hay potencias que agreden y que son el principio de todo
mal. A las oligarquías internas de
cada uno de los países latinoamericanos les sirven las políticas de los
imperios y a veces los secundan con
la finalidad de sacar sus dividendos
económicos. Recurren a los ejércitos
para la defensa de esos intereses con
el criterio de que están defendiendo
a la patria, cuando en realidad están
defendiendo los intereses de sus bolsillos. Desde ese punto de vista no se
puede decir que los ejércitos son el
origen de todo mal. Si los ejércitos y
sus mandos fueran conscientes y responsables acerca de cuáles son los deberes inherentes a su actividad, tendrían que estar en contra de quienes
de alguna forma predican esa caída
de las repúblicas y de las democracias
en su beneficio. En contrapartida se
fortalecerían con el apoyo también de
los militares y por supuesto de todo
el personal civil”.
Mirando hacia adelante
El general retirado Antonio Buela
plantea la importancia “para el futuro”
de definir “qué FFAA queremos”, y delinea criterios de respuesta: “Nosotros
las queremos destinadas a la defensa
nacional en lo que tiene que ver con
el componente militar pero, para eso,
hay que prepararlas. Para alcanzar la
integración tiene que haber voluntad
política. Si aspiramos a mantenerlas,
las FFAA no pueden ser algo aislado de
toda actividad nacional. En el pasado
el poder político las tenía apartadas de
la sociedad. Las FFAA hacían sus propios planes de defensa [y] de estudio,
se adoctrinaban en el extranjero y […]
nadie controlaba y cuestionaba esos
planes de enseñanza. Los militares se
instruían en las instituciones norteamericanas. El ciudadano uruguayo no
tiene una visión clara de lo que es la
lucha armada y tampoco tiene claro
para qué son las FFAA. Es más, hay
un alto porcentaje de la población que
piensa que ni siquiera deberían existir.
Personalmente soy partidario de que
continúen existiendo. Yo no me niego
a la defensa de mi país, no se la dejo
a otro. La defensa nacional es de los
uruguayos”, concluye.
El también general retirado Carlos Dutra dice que está en paz con
su conciencia porque estuvo “donde
tenía que estar”, “del lado del pueblo
y no con la dictadura”, pero defiende
a las FFAA como institución, e incluso a quienes no tuvieron el coraje de
“decir no” a los mandos de la dictadura y “quedaron dentro de la misma
bolsa”. “No creo que se haya tratado
de mala gente o que lo hayan hecho
por maldad”, opina.
Su par Jaime Igorra sostiene que
“la misión más importante de las sociedades latinoamericanas respecto de
sus militares es subordinar en forma
cabal a las FFAA al liderazgo civil y democrático”. Destaca que se han abierto
nuevos conceptos de soberanía compartida con el surgimiento del Mercosur y de la Unión de Naciones Suramericanas, entre otras alianzas, “basadas
en el respeto de los derechos humanos,
ciudadanos, ambientales, étnicos y
sociales”. Remata: “El cambio de tono
que se advierte en nuestras FFAA, en
el siglo XXI que iniciamos, constituye
un gran aporte a la democracia y al
crecimiento económico y social, por
su indispensable contribución a las
garantías jurídicas que consoliden en
nuestra tierra 'paz para los cambios y
cambios para la paz'. Este concepto,
que tantas veces le escuchamos al general Seregni, debería ser analizado y
comprendido por toda la sociedad en
su conjunto, civil y militar”.■
Luis Rómboli
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