La interpretación a través de las etapas de la vida Florence

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La interpretación a través de las etapas de la vida
Florence Guignard, Panel con Virginia Ungar
Congreso FEPAL, Bogotá, septiembre 2010
Considero al psicoanálisis como siendo uno e indivisible. Sus referentes teóricos están
anclados en la totalidad de la obra de Freud, quien buscó establecer parámetros que
abarcan al psiquismo en todos sus estados.
Por un lado, estos parámetros alcanzaron mayor precisión y riqueza gracias a avances
clínicos, técnicos y teóricos de otros psicoanalistas; por otro lado, no admiten ser
fragmentados en función de una nosografía psiquiátrica, o de una categorización según el
desarrollo, cualesquiera que sean.
Sostengo, por otro lado, que la identidad del analista no depende de la edad de los
pacientes.
Qué pensar de la interpretación a partir de estas premisas?
La tendencia a interpretar es una parte integrante del funcionamiento psíquico humano, y
más específicamente, de la curiosidad o pulsión K (Bion), de la que constituye el paraexcitación. Para Freud, esta curiosidad forma parte de las transformaciones de la pulsión
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en el camino de la sublimación (cf. el Leonardo). Bion la reconoce como uno de los
precipitados de base de los movimientos pulsionales, integra explícitamente la dimensión
negativa (K±) de éstos últimos.
Se puede estar en franca oposición a la curiosidad, lo que prohíbe todo acceso a un
sentido nuevo, y en consecuencia, a todo crecimiento psíquico, que requiere el estar
preparado para un cambio catastrófico, es decir, una conmoción total desde el punto de
vista que se creía adquirido.
Esta oposición a la curiosidad, y en consecuencia, al cambio, es la definición misma de la
situación psicótica. En un sujeto invadido por la situación psicótica, la interpretación no va
a surgir nunca espontáneamente, y toda proposición interpretativa venida del exterior –
por ejemplo, del analista – será vivenciada como una amenaza y una profunda herida
narcisística.
Ejemplo:
En ocasión de una reunión social, estoy conversando en inglés con un erudito muy
conocido, y no obstante, muy llano al contacto y muy simpático. La conversación se
desarrolla en francés, idioma que domina notablemente bien. En un momento dado,
alguien dice algo, y este erudito no entiende una de las palabras contenida en la frase, sin
embargo del lenguaje corriente. Se da vuelta hacia mí para que se la repita y lo hago,
agregando la traducción en inglés. Pasan algunos minutos, y súbitamente, el erudito se
dirige hacia mí, con un aire de estar furioso y extremadamente herido a la vez, y me
increpa con voz aguda: “¿Porqué me tradujo al inglés esa palabra? ¡La conozco muy
bien, hace treinta y cinco años que hablo francés!”. Tomada tan imprevistamente,
protesto, afirmando que no dudaba ni un instante de su idoneidad en nuestra lengua, pero
insiste: “¡¿Cómo pudo usted creer que yo no conocía esa palabra?!”.
La historia no se detiene allí: es necesario incluir la impresión de catástrofe y los violentos
sentimientos de inadecuación, desconcierto y culpabilidad que me invadieron en ese
momento, de manera tan incongruente como lo había sido su propósito. Todo en mí,
sucedía como si acabase de cometer una enorme torpeza y hubiese hecho gala de una
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arrogancia completamente fuera de lugar, sumamente hiriente para mi interlocutor. Como
a pesar de entender la vertiente absurda de tal reacción, no conseguía recuperar una
distancia adecuada, la que me dictaba la razón frente a tal incidente, intenté proseguir el
análisis in petto. Su interpretación me volvió entonces bajo la forma del recuerdo de la
voz de Antony Perkins en la película de Hitchcock, “Psicosis”, cuando Norman Bates
“es” su madre. Yo había entonces rozado la parte psicótica de mi prestigioso interlocutor,
y ésta me había estallado en pleno rostro – como toda parte psicótica que se precie de tal!
Él, contrariamente, no había podido interpretar mi traducción de la palabra conocida
como un exceso de atención hacia él, una ingenuidad, quizás molesta, pero sin
consecuencias – por lo menos, en un mundo neurótico-normal.
La interpretación es una etapa en el camino de la pulsión sexual, una etapa hacia una
nueva transformación, una nueva coherencia, siempre provisoria, ya que es alimentada
en forma continuada, transportada por las olas sucesivas de la pulsión, siempre
susceptible de invadirla y destruirla como a un castillo de arena.
La interpretación nunca agota al potencial que la subtiende, pero sobrepasa siempre a la
intención que la mueve.
Interpretar es permitir, alguien o algunos, descubrirle un nuevo rostro a lo que se pensaba
como conocido. Interpretar es buscar una apertura hacia un sentido. Pero el sentido
nunca es absoluto. Se sitúa en alguna parte, entre lo aleatorio y la certeza, siendo esta
última, la mayor parte del tiempo, ilusoria.
El sentido tampoco es definitivo. Interpretar es marchar hacia otro sentido, que no había
sido percibido hasta ese momento, y que da, como consecuencia, un aspecto nuevo al
paisaje de la vida.
La interpretación nace del encuentro de dos lugares psíquicos. Puede tratarse del
encuentro de dos personas reales, o del encuentro del yo con un objeto interno o con
varios de ellos. La naturaleza y las cualidades respectivas de los lugares psíquicos
implicados en el proceso de toma de sentido, modulan la pertinencia y la dimensión de la
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interpretación. El ejemplo que precede, ilustra bien el hecho de que hay circunstancias en
que estos dos lugares no se encuentran.
Interpretación “soñada”, paráfrasis, o alucinosis?
La interpretación puede surgir a través de una obra literaria, artística, científica, o un
paisaje, o inclusive, a lo largo de una sesión de análisis.
La interpretación debería siempre ser un descubrimiento creativo, pero no hay que olvidar
que su grado cero es la paráfrasis, que lleva directamente a la alucinosis.
Thomas Ogden, en su artículo “hablar/soñar” (Année Psy Int. 2008) propone un muy lindo
ejemplo de un supuesto “sueño” en tres partes:
La paciente sueña con el escritorio de su analista, en el sueño un escritorio
absolutamente idéntico al de la realidad, dice ella. En la segunda parte del sueño, el
espacio se abre y se transforma, para hacerse totalmente onírico en la tercera parte.
Ogden considera la primera parte como un no sueño y la asimila a una producción de
alucinosis (cf. Bion).
Algunas expresiones de la actividad interpretativa del analista pueden emparentarse con
la actividad del sueño, concebida según Bion. Otras, como las interpretaciones
burocráticas, se emparentan con el no sueño que acabo de mencionar.
(Nota de la trad.: la palabra utilizada en francés, traducida como “burocrática”, es “plaqué”,
enchapada, que designa una estructura de una madera común, cuyo aspecto es el de la fina capa
de una madera preciosa que la recubre).
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He aquí dos ejemplos de mi propia experiencia:
Una interpretación “soñada”:
Después de más o menos dos años de análisis, a razón de cuatro sesiones por semana,
Antonio, en la treintena, quien fuera enurético hasta el servicio militar, tiene un sueño
cuyas asociaciones me llevan a observar: “El lugar que parece interesarle a usted en esta
propiedad del padre no parece el ambiente principal - el cuerpo de la madre - sino más
bien la conserjería - el ano”. Antonio ignora mi intervención y habla de otra cosa. Algunos
días después descubro, de manera totalmente fortuita, que utiliza regularmente los WC de
la escalera de servicio de mi edificio, al final de cada sesión. De ese modo, ocupa mi ano,
pero lo que constituye el interés fundamental de este acting-out, es que me ocupó hasta
ese momento, a mis espaldas.
La elaboración de este incidente, en las sesiones siguientes, marca un giro importante en
la cura: Antonio me explica que va al inodoro varias veces por día… “cuando estoy triste,
me consuela” – y especialmente antes de cada sesión, generalmente en los WC del café
de enfrente. Pero siente una necesidad urgente de orinar después de cada sesión, y se
arregló con la portera para usar los WC de la escalera de servicio, lo que le evita el tener
que volver al café. “…O de pedirme utilizar mi propio WC”, le digo, “como si fuese muy
importante mantenerme a distancia de todo ese pipi/caca”. Desde ese momento, Antonio
utiliza mi WC, y mientras por varias semanas, le cuesta contenerse lo que dura toda la
sesión; le ocurrió varias veces que tuvo que ir durante la sesión. Al principio está inquieto,
luego muy aliviado de este gran “blanqueo” de su intrusividad y de este poder hacerse
cargo de sus necesidades de niño pequeño. No habla de esto para nada, pero se muestra
mucho menos perseguido, sus reacciones a las interpretaciones son menos envidiosas y
menos destructivas. Un día, Antonio me dice: “En mi casa, no tenía derecho a llorar. Mi
madre decía: ‘un muchacho, no llora!´!No quiero nada de eso en mi casa¡”. Le comento:
“Y el pipi reemplazó a las lágrimas…” El silencio que siguió fue turbado repentinamente
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por un enorme sollozo. Por primera vez, Antonio llora; va a llorar con pasión durante
semanas, mientras que simultáneamente, va a desaparecer para no reaparecer nunca
más, la necesidad de orinar durante la sesión. Acurrucado sobre el diván, tanto como se
lo permite su metro noventa de estatura, solloza con una desesperación tanto más
desgarradora, cuanto que el sollozo queda sin representación. “No sé porqué lloro, pero
hace bien”, dice al dejarme, con el rostro hinchado por haber llorado tanto. Si intenta
averiguarlo, las lágrimas dejan de fluir instantáneamente sin ceder, sin embargo, el lugar a
una imagen. Percibe, intuitivamente, el valor irremplazable de esas lágrimas, especie de
orgasmo primitivo finalmente acogido, a través del cual se encuentra a sí mismo. El
reconocimiento novedoso que tendrá hacia mí desde ese momento, podrá parcialmente,
atenuar la herida inflingida al mismo tiempo a su omnipotencia, contrabalancear en la
ocasión, la formidable humillación que experimenta al recibir mis palabras, él, cuya
motivación fundamental para actuar, fue desde siempre mostrarle a su madre como él,
Antonio, sabía alimentarse y educarse solo, mientras que ella, habría hecho todo mal doble y contradictoria demostración, que inmovilizaba todas sus energías en un bloqueo
doloroso de todo desarrollo psíquico.
Una interpretación “enchapada” o burocrática (paráfrasis):
Alix es una niña pequeña de cuatro años que no habla, nada en absoluto. Ni un parloteo,
ni un balbuceo, nada, salvo gritos y gruñidos cuando no está satisfecha. Su mirada es
vivaz, su motricidad, normalmente desarrollada pero completamente improductiva. No
construye ni organiza ningún juego, limitándose a tomar la mano del adulto que allí se
encuentre, para hacerle hacer lo que ella desea. Alix habita en una región alejada de la
campiña francesa, desprovista de recursos psicoterapéuticos. No la veo muy
frecuentemente y no tengo ninguna intención de ayudar a los padres a que se ilusionen
en relación a mis recursos en estas condiciones. Sin embargo, a lo largo de los meses,
las cosas avanzan un poco. Una parte de la sesión de Alix tiene lugar en presencia de la
madre, la otra parte de la sesión, está solo conmigo. Su excitación se calma en ciertos
momentos de la sesión, pero una nada puede hacerla resurgir. Tiene muy poca actividad
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imitativa, espontáneamente solo puede volcar los juguetes, trepar por todos lados y juntar
los cubos sin ningún objetivo.
Un día el padre, por primera vez, consigue liberarse de modo de poder hacer el viaje con
ella, y participar en la sesión. Con gran sorpresa de mi parte, Alix toma, también por
primera vez, los personajes que representan a la familia: elige al padre y a la hija, dejando
deliberadamente de lado a la madre y al niño – en la vida real, tiene un hermano y una
hermana. El papá y la hija se abrazan y se frotan uno contra el otro, sin equívoco alguno.
El padre real sonríe, un poco sorprendido, pero igualmente contento, ya que, dice, en la
casa Alix nunca juega con personajes. Muy contenta (demasiado), comento: “El papá y la
niña están muy felices de estar juntos, no es así?” Alix menea la cabeza afirmativamente.
Entonces me llevan los diablos, y sigo: “Y la mamá? Qué piensa ella? Es que ella también
está contenta, o es que estará un poco…” No tengo tiempo de terminar la frase, que Alix
se sumerge bruscamente bajo la mesa baja sobre la que jugaba, para esconderse con un
aire horriblemente culpable y perseguido! El padre, que tiene algunos conocimientos “psi”,
está aún más estupefacto que yo… Alix experimentó mi torpe intervención en un registro
psicótico: la simbolización naciente – o seudo – voló en pedazos, y salidos fuera del
sueño, nos encontramos, después de mi paráfrasis, del lado de la alucinosis.
Curiosidad y actividad interpretativa
Pienso haber mostrado, en lo que precede, el carácter universal de la interpretación,
trazando sus límites del lado psicótico del funcionamiento psíquico. Me referiré ahora a la
función que sostiene a la interpretación, en la situación analítica: la actividad
interpretativa. Que haya un cierto grado de curiosidad, constituye una circunstancia previa
indispensable al advenimiento de un campo potencialmente significante, eventualmente
interpretable ulteriormente, verbalmente, o no.
Existe siempre una especie de actividad interpretativa en los dos protagonistas de la
escena psicoanalítica: su eficacia depende del modo, psicótico o neurótico, según el cual
se desarrolla. La circulación de la interpretación, en el campo analítico, es función del
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estado de las sensorialidades de cada uno de los dos protagonistas: la emisión de
elementos sensoriales β (Bion) no se concibe sin un receptor atento. Es la actividad α del
receptor, la que va a impregnar de sentido los elementos recibidos, con todos los riesgos
que implica la proyección identificatoria.
La interpretación es introyectada en las partes neurótico/normales de cada uno de los dos
protagonistas; es incorporada en sus partes psicóticas. Para un buen desarrollo del
proceso psicoanalítico, es deseable que se pueda contar con el buen funcionamiento de
las partes neuróticas, sabiendo que ciertos movimientos de la relación pueden
momentáneamente desestabilizar, hacer perder el equilibrio, como lo mostró mi ejemplo
del erudito. Es en ese punto que el análisis de la contratransferencia alcanza toda su
importancia. En la situación analítica, el encuadre de los encuentros favorece los
estímulos pulsionales transferenciales-contratransferenciales, y procura un continente
transformacional propicio para el advenimiento cotidiano de pequeños añadidos de
sentido. Es evidentemente la actividad interpretativa, la que permite la reapropiación,
tanto por el analizando como por el analista, de estos pequeños descubrimientos. En ese
proceso, la calidad de la relación interpersonal juega un papel mayor. Es esta calidad, la
que permite a la pareja analítica soportar el peso del sufrimiento psíquico, ligado a los
objetos internos transferidos en la relación.
La actividad interpretativa del analista
Tengo una concepción unitaria de la actividad interpretativa del analista, que no depende
de la edad cronológica de la persona a quien se dirige, sino de la configuración
intrapsíquica e interpersonal del campo analítico en el que surge esta actividad. Estando
establecido que la búsqueda de sentido forma parte del funcionamiento psíquico
neurótico/normal, la actividad interpretativa del analista
apunta a permitir a la pareja
analítica, el dar forma, el trans-formar alguna cosa que surge en el campo analítico – o
que se encuentra ya allí sin haber sido notada. Se trata de un componente activo de la
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presencia del analista. En tanto tal, moviliza todas las capas del psiquismo del analista (cf.
la metáfora freudiana del iceberg).
Para que esta tendencia se transforme en función interpretativa, el psicoanalista debe
adquirir una capacidad negativa (Keats, luego Bion, luego Green) que le permita
simultáneamente contener su ignorancia y sostener su curiosidad durante un tiempo
suficiente como para que advenga, en el campo analítico, una visión nueva del estado
actual de la situación relacional. Esta última se hace eco de la realidad psíquica que
contiene el pasado del analizando, pero también de ciertos elementos del pasado del
analista (contratransferencia) y de ciertos elementos identificatorios de este último con los
objetos internos del analizando (Guignard: manchas ciegas).
La función interpretativa requiere del analista una buena capacidad de situar sus
conocimientos teóricos, y una agilidad técnica que le permita proponer al analizando,
cualquiera sea su edad, formulaciones llenas de tacto (etimológicamente hablando) y
“digeribles” (en el sentido de Bion).
Personalmente, intento una reflexión a partir de la observación de la configuración actual
de los elementos sensoriales investidos por la pulsión (elementos β de Bion). Esta
configuración puede suscitar una representación o no suscitarla, en el analizando o en mí;
puedo entonces, observar su cualidad, icónica (Peirce) o simbolizada, más bien figurativa
o más bien sonora, en el mejor de los casos, bien representada y verbalizable.
Ejemplo nº 3
Un niño de dos años y medio va a tener que pasar, por primera vez, tres días y tres
noches en lo de su abuela. En la semana precedente, juega cada mañana a preparar su
pequeña valija para ir a la casa de ella. Llegado el día, se precipita alegremente en la
habitación que va a ocupar y que conoce bien, por haberse quedado allí, brevemente, con
anterioridad. De repente, declara, con un tono medio inquieto, medio interrogativo: “Hay
un lobo en la mesa…”. La abuela se acerca y pregunta: “¿Cómo es, ese lobo?” “Oh! Es un
lobo ´bueno-no-malo´!”. La abuela mira las vetas de la mesa de mármol señaladas por el
niño y agrega: “Sí, en efecto. Está bien así, bien contenido en la mesa. Vamos a ver si le
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hablamos más tarde…”. El niño está ya jugando, feliz y distendido. A la noche, le fueron
deseadas las buenas noches al lobo ´bueno-no-malo´ y todo el mundo durmió bien. Las
vetas de la mesa de mármol contuvieron la angustia del tercero desconocido de la abuela,
la negación ´bueno-no-malo´ constituyó un buen compromiso neurótico/normal, evitando
una forma más violenta de negación, de desmentida, del estilo “Pero no, no hay lobo en
mí! “ que hubiera obligado al niño a guardarse su espanto frente a lo desconocido. En
este caso, la interpretación de la situación se hizo en un nivel icónico normal, a través de
un “cuasi juego”, ocupando el lenguaje un lugar de “término medio maleable” (Roussillon)
y no de enunciador de contenido psíquico.
Ejemplo nº 4
A contrario, una paciente esquizofrénica que voy a buscar a mi sala de espera por
milésima vez – la tuve durante quince años a razón de cuatro, a veces cinco sesiones por
semana - me pregunta un día, paralizada por el terror: “¿Usted leyó todos los libros de su
biblioteca?” “¿Porqué me pregunta eso?” Con mucho esfuerzo, termina por decirme:
“Usted tiene la obra del Marqués de Sade…” en el sistema de simbolización enfermo de
esta paciente, si tengo a Sade en mi biblioteca, soy Sade, o sea el Diablo. La única
manera de esquivar esto, frágil defensa neurótica contra su angustia psicótica, reside en
la eventualidad de que yo no lo haya leído. Por supuesto, una tal negación no podría
jamás reasegurarla, ya que ella no vive 24 hs sobre 24 en mi sala de espera. Sin
embargo, si tengo un intercambio cualquiera con “el divino Marqués”, me deslizo
entonces, yo, la plebeya extranjera, en el mundo de ellos dos, el mundo de la nobleza
católica; pero entonces, en ese mundo, ya no es cuestión de escucha psicoanalítica ni de
neutralidad benevolente: se pone en el Index la obra de Sade y se exorciza a las
personas como ella – que fue efectivamente objeto de un exorcismo, por pedido de su
familia.
Detenida en el camino de un compromiso imposible, que hubiera necesitado de una
mayor capacidad de elaboración simbólica para salir de su funcionamiento psicótico, esta
paciente hace sin embargo un esfuerzo patético para poder utilizarme como continente
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transformador de sus angustias – un pecho/toilette, habría dicho Meltzer. Pero acá, el
nivel icónico mismo es patológico, contrariamente al del niño del ejemplo anterior.
Para concluir:
Es una perogrullada decir que el lenguaje utilizado en la actividad interpretativa determina
mucho más, en el campo analítico, que el aspecto secundarizado de las palabras
utilizadas. No tengo, evidentemente, ni el espacio temporal ni la pretensión de desarrollar
acá este aspecto de la cuestión de la interpretación. Me limitaré a recordar que,
confrontada a la aporía que constituye la utilización del lenguaje en su práctica cotidiana,
el psicoanálisis contemporáneo se despliega generalmente un vaivén continuo entre los
dos polos siguientes:
-
una atención minuciosa dispensada a todo elemento del discurso que surja en el
campo analítico, ya que en dicho marco se lo supone significante del
inconciente del analizando (Lacan y su escuela, inspirándose en la lingüística de
Ferdinand de Saussure);
-
una atención dispensada a todos las encrucijadas narrativas suscitadas por los
dos protagonistas en dicho campo, constituyendo, por este hecho. significantes
de la tonalidad original del funcionamiento psíquico de la pareja analítica, en la
relación transferencial-contratransferencial (psicoanalistas italianos inspirándose
en la lingüística de Umberto Eco, de los cuales el más conocido en Francia es
Antonino Ferro)
Por otro lado, si el lenguaje constituye un vector importante de la actividad interpretativa,
nunca es el único. La observación constante y atenta de la situación analítica involucra y
permite a la vez, acompañar, sin demasiado conflicto interno, los movimientos regresivos
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del analizando, movimientos favorecidos, hasta promovidos por la situación analítica,
inclusive con el niño. Quiero mencionar aquí al encuadre interno del analista, que
condiciona su escucha y modula su posición.
Terminaré recordando que la regresión en sesión no le evita al analista, en relación con
su analizando, la prevalencia de movimientos pregenitales, especialmente sádico orales y
sádico anales. Esta actitud psíquica inconciente del analista, juega un rol no despreciable
en las formulaciones interpretativas, y en la manera en que él o ella los comunicará al
analizando o a la analizanda. Los peligros serán, en estos casos, tanto las
interpretaciones salvajes como las narcisísticas, bajo pretexto de trasferencia – sin olvidar
el silencio obstinado, tras el cual un analista puede enmascarar su angustia de no saber.
Revisión: Chandolin, 26 de julio 2010
Traducción : Dra. Mónica Serebriany
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