El control parlamentario sobre el presupuesto público

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Presupuesto y Gasto Público 48/2007: 129-143
Secretaría General de Presupuestos y Gastos
© 2007, Instituto de Estudios Fiscales
El control parlamentario sobre el presupuesto público
MIGUEL ÁNGEL MARTÍNEZ LAGO
Profesor Titular de Derecho Financiero
Recibido: Junio 2007
Aceptado: Octubre 2007
Resumen
Pese a los progresos de la Contabilidad Pública, la lectura de los Presupuestos es un arte que sigue siendo ignorado.
Por otro lado, el Parlamento ha ido vaciándose de contenido y de capacidad de control del Ejecutivo, lo que implica
también que haya perdido influencia sobre el Presupuesto. No obstante, el principio de reserva de ley en materia pre­
supuestaria, consagrado constitucionalmente, sirve para guardar las apariencias y que, en un plano puramente for­
mal, el Parlamento base su centralidad sobre el Presupuesto.
Palabras clave: ilusión financiera, control político, presupuesto, parlamento.
Clasificación JEL: H61.
Abstract
In spite of the progresses of the Public Accounting, the interpretation of the Budgets is an art that continues being ig­
nored. On the other hand, the Parliament has been drained of content and capacity of control of the Executive, which
also implies that there is lost influence on the Budget. However, the principle of reserve of law in budgetary matter,
consecrated constitutionally, serves to keep the appearances and that, in a purely formal plane, the Parliament bases
its central position on the Budget.
1.
Ilusión sobre el derecho al Presupuesto
Hace ciento cuatro años que se publicó en Italia, en el seno de la «Biblioteca de Cien­
cias Sociales y Políticas» de la Editorial Remo Sandron de Palermo, la obra de un profesor
ordinario de Hacienda Pública, Amilcare Puviani, titulada Teoría della Illusione finanziaria.
Setenta años después del acontecimiento, se tradujo al castellano por Álvaro Rodríguez Be­
reijo, publicándose por el Instituto de Estudios Fiscales del Ministerio de Hacienda en una
colección de «Obras básicas de Hacienda Pública».
Dentro de aquella obra, Puviani distinguía formalmente la época anterior y posterior a
la Revolución francesa para observar el fenómeno de ocultación en la cantidad, cualidad y
duración de los gastos e ingresos públicos en el Presupuesto.
Así, el autor de la Teoría de la Ilusión Financiera consideraba que, con anterioridad a la
proclamación de las modernas Constituciones políticas, un conocimiento completo de las
cuentas públicas «estuvo impedido por un gran número de instituciones y prácticas; y éstas
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Miguel Ángel Martínez Lago
fueron: el método contable de la pluralidad de cajas y luego la confección incompleta de la
cuenta general con la producción de los ingresos al neto y con su distribución de ejercicios de
extensión imprecisa; el secreto impuesto a los funcionarios superiores de la administración y
a sus subordinados; la facultad de votar los fondos limitada o incluso suprimida para todos
los contribuyentes; la corrupción de los miembros encargados de consentir los impuestos; el
privilegio de estos miembros y de los cuerpos encargados del control; la falta de una organi­
zación unitaria entre estos últimos; las restricciones llevadas a cabo en su número; en fin, las
prohibiciones establecidas de ocuparse, mediante la prensa, de los asuntos financieros y los
castigos a los que se opusieran a la política tributaria del Príncipe» (Puviani 1972: 82).
En su conjunto, todos esos hechos denunciados por Puviani contribuyeron al resultado
de la confusión y secreto —fuera de control— de los ingresos y gastos públicos. Pero, en la
época moderna, posterior a la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano he­
cha por la Revolución francesa, no puede decirse que las cosas hayan mejorado.
En efecto, el derecho al Presupuesto, generalmente concebido como una magnífica
conquista del pueblo —como «el más envidiado y temible de sus derechos»— no es más que
una enorme exageración. Se ha realizado un gran progreso formal, como reconocía Puviani,
pero no se ha avanzado gran cosa en el camino de garantizar un efectivo conocimiento popu­
lar del empleo que se hace de las contribuciones.
Y, como sostenía el profesor de la Universidad de Perugia, «el Presupuesto moderno con­
tinúa siendo una región oscura, misteriosa, llena de sorpresas para la gran masa del pueblo,
para la prensa, para la mayor parte del Parlamento. A pesar de los progresos de la Contabilidad
Pública, la lectura de los Presupuestos es un arte más ignorado que nunca. La cosa no debe sor­
prender. Prescindiendo de las artimañas contables, creadas con el propósito deliberado de ocul­
tar verdades desagradables..., y prescindiendo también de los tumores monstruosos producidos
en la administración contable por el predominio de los intereses privados sobre los públicos,
por una parte, la materia contable se ha extendido en proporciones inauditas con la ampliación
de las actividades del Estado moderno, cuyos millares de brazos recaudan, administran y gas­
tan bajo formas cada vez más variadas; por otra parte, toda esta actividad pública ha creado en
el aspecto contable, un inmenso número de problemas nuevos de difícil solución y cuyas for­
mas explicativas adquieren apariencias complejas, elaboradas» (Puviani 1972: 86).
2.
La pérdida de la centralidad del Parlamento
Resulta un lugar común considerar que, correspondiendo a una sociedad en la que se
asienta el principio de democracia representativa, está el papel central que dentro de la misma
debe ejercer el Parlamento, como pieza fundamental, ineliminable, del pluralismo político.
Sin embargo, de un tiempo para acá se ha producido una progresiva fusión entre la ma­
yoría parlamentaria y el gobierno y parte del poder judicial que introduce el riesgo de disol­
ver la tripartita división de poderes. El Parlamento ha ido vaciándose de contenido y de capa­
cidad de control del Ejecutivo. La descodificación es un ejemplo de ello debido al creciente
desplazamiento del poder del Parlamento al Gobierno, la actividad reglamentaria de la
Administración y las facultades legisladoras del Poder Ejecutivo (Giménez 2002). El resulta­
do del proceso lleva a la idea de la irreversible desaparición de la vieja centralidad de los Par­
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lamentos (Dahrendorf 2002: 12), cuyas funciones más tradicionales les han sido en buena
parte expropiadas a lo largo del pasado siglo por los Gobiernos (Guerrero 2005: 5).
Dada la conexión esencial entre Presupuesto y democracia parlamentaria, puesta de re­
lieve no hace mucho por el Tribunal Constitucional (STC 3/2003, de 16 de enero, FJ 3.º), se
ha propuesto partir de dos hipótesis contrapuestas en torno a esa relación: bien la de que la
crisis del Parlamento está motivada por la forma en que el Presupuesto se debate y aprueba;
bien que es la crisis del Parlamento la que implica también la deficiente discusión y forma de
aprobación del Presupuesto. La primera hipótesis invitaría a pensar que, del mismo modo
que las asambleas medievales (precedentes de nuestros Parlamentos) tuvieron su origen en la
concesión de cantidades al rey para la ejecución de determinados gastos, la actual situación
de pérdida de funcionalidad de los Parlamentos se debería a su cada vez menos influyente in­
tervención en la asignación de gastos y autorización de ingresos (Ramallo 2003: 12).
El resultado de anorexia parlamentaria actual unido a la bulimia presupuestaria que
devora información indigerible (las expresiones son de Ramallo 2003: 13) es expresivo, si­
quiera parcialmente y desde nuestro campo, de la pérdida de centralidad del Parlamento, por
más que ésta haga referencia a diversos fenómenos, entre los que se encuentran:
La migración del debate político, que abandona la instancia parlamentaria para reflejarse
en los medios de comunicación, donde resulta más fácil puntualizar, desmentir, rectificar,
etc. (ibidem). En cierta forma, ello explica una suerte de legitimación política directa del
Gobierno (Guerrero 2005: 10) que proviene de la homogeneidad con la mayoría parla­
mentaria que lo sustenta y que provoca un progresivo reduccionismo desde el partido
hasta la figura del candidato a primer ministro, como si se transmutara a unas «Presiden­
ciales» la cualidad de las elecciones generales.
El cambio de eje de la función legislativa, que explica el práctico monopolio de la ini­
ciativa legislativa gubernamental, así como la capacidad normativa propia del Gobier­
no y de la Administración. La pérdida de centralidad parlamentaria se explica aquí de­
bido a la incidencia de tres factores:
1.º Como aspecto de carácter interno del propio proceso prelegislativo, el debate par­
lamentario cuenta con amplias zonas de oscuridad y fuertes impedimentos para el pleno co­
nocimiento del alcance de la ley que se aprueba. Como ejemplo paradigmático está el fre­
cuente incumplimiento por el Gobierno del deber de remitir al Congreso la memoria
económica de los proyectos de ley, lo que supone una omisión de los «antecedentes necesa­
rios para pronunciarse sobre ellos» (arts. 88 CE y 109 RCD). Poca ayuda ha prestado al Par­
lamento la STC 108/1986, de 29 de julio (FJ 3.º), al entender que «la ausencia de un determi­
nado antecedente sólo tendrá trascendencia si se hubiere privado a las Cámaras de un
elemento de juicio necesario para su decisión».
Varias veces el Consejo de Estado ha denunciado el contenido insuficiente de la memo­
ria económica de diversos anteproyectos de ley. Sin ir más lejos y por la importancia que tie­
ne, en su dictamen de 10 de julio de 2003, sobre el anteproyecto de la nueva Ley General Pre­
supuestaria, estimó que la memoria se limitaba a señalar que el anteproyecto no suponía la
necesidad de acometer ningún gasto, ni de su aprobación habría de derivarse coste alguno, ya
que según afirmaba el Gobierno, la nueva ley redundaría «en la mejora de la gestión de los
gastos e ingresos del sector público estatal y en consecuencia, en una mayor economía, efica­
132
Miguel Ángel Martínez Lago
cia y eficiencia en la asignación y aplicación de los ingresos públicos». El Consejo reclamó
una vez más que resulta crucial dar cumplimiento sustancial y no meramente formulario a es­
tos trámites de estudio previo de los proyectos normativos, siendo especialmente exigentes
cuando se trata de la preparación de las grandes leyes, cuasi codificadoras o de regulación de
amplios sectores sociales o económicos.
Ni que decir tiene que, como ha sostenido el profesor Ramallo (2003: 14), si la ley a la
que se priva de antecedentes es la de Presupuestos o la de acompañamiento de los mismos,
ello provoca una pérdida de control del Parlamento sobre estas leyes, convirtiendo la centra­
lidad de la actuación parlamentaria en algo puramente formal.
2.º Desde fuera del Parlamento, el Gobierno aparece investido constitucionalmente
con importantes poderes normativos. Ejerce la potestad reglamentaria (art. 97 CE) y es titular
de la iniciativa legislativa (art. 87.1 CE), pero además puede dictar, por razones de extraordi­
naria y urgente necesidad, leyes provisionales que reciben el nombre de decretos-leyes
(art. 86 CE), y asimismo puede refundir leyes previas y desarrollar leyes de bases por medio
de decretos legislativos (art. 85 CE).
Quedándonos sólo con la figura del decreto-ley por ser la que mejor ilustra del fenóme­
no de subrogación por el Gobierno en una función que es propia de las Cortes Generales
(Martínez 1997: 9 y ss.), cabe señalar que la relajación de las cautelas contenidas en la Cons­
titución por una interpretación bastante generosa del Tribunal Constitucional ha favorecido
el frecuente empleo de dicho instrumento, casi como para legislar de ordinario en las legisla­
turas en las que los Gobiernos no han conseguido mayoría absoluta.
Las recientes reformas estatutarias operadas en Cataluña, Valencia y Andalucía otorgan
a los respectivos Consejos de Gobierno esta atribución reservada hasta ahora al Gobierno
central, lo que nos parece inconstitucional y perturbador para la potestad legislativa autonó­
mica (Martínez y García 2006: 127).
Desde la aprobación de la Constitución, el número de decretos-leyes dictados y con in­
cidencia presupuestaria ha sido:
Cuadro 1
Decretos-leyes dictados desde la aprobación de la Constitución
Período de tiempo
1978-1982
1982-1996
1996-2003
2004-20072
Total:
1
Total del período
Decretos-leyes presupuestarios
Media anual 1
Porcentaje de estos
últimos sobre total
decretos-leyes
20,7
9,4
18,6
14,0
24
56
66
20
6,0
4,0
9,4
6,7
29
42
51
48
13,3
166
5,7
43
Total decretos-leyes
P. Político en el
Gobierno
Total del período
Media anual
UCD
PSOE
PP
PSOE
83
132
130
42
387
1
Como número de años de cada período se ha tomado la diferencia entre el año final y el año inicial de dicho perío­
do. En la celda de abajo se consigna el resultado de dividir el respectivo total (387 o 166) por la diferencia entre
2007 y 1978 (29 años).
2 Hasta 27-febr.-2007, incluyendo en el cómputo 2 decretos-leyes dictados en 2007.
Fuente: Elaboración propia con datos tomados del propio «BOE».
133
El control parlamentario sobre el presupuesto público
Cualitativamente, la importancia de algunos de estos decretos-leyes en el ámbito presu­
puestario no puede obviarse. Por ejemplo, el primero que se dictó tras la aprobación de la
Constitución, adelantando la vigencia del Presupuesto para 1979 1; también el que alteró las
condiciones de la prórroga presupuestaria en que se incurrió, nada más abrirse la primera le­
gislatura socialista tras las elecciones de octubre de 1982 2; por supuesto el que se dictó
como consecuencia de la primera devolución de los Presupuestos Generales del Estado al
Gobierno en 1995 3; uno de los primeros que dictó el Gobierno popular en 1996, aprobando
diversos créditos extraordinarios con cargo a los que imputar gastos del ejercicio anterior 4;
así como dos de los primeros decretos-leyes del actual Gobierno, uno con objeto de resolver,
entre otras situaciones con incidencia presupuestaria, la liquidación definitiva del sistema de
financiación de la Comunidad Autónoma de Andalucía en el quinquenio 1997-2001 5, y otro
que modificó, en materia de pensiones públicas, lo que dispondría cuatro días después la Ley
de Presupuestos Generales del Estado para 2005 6, publicándose ambas normas —ley y decreto-ley— en la misma fecha («BOE» de 28 de diciembre de 2005).
Esa amplia capacidad normativa del Gobierno contrasta sobremanera con la pequeña tasa
de éxito que tienen las proposiciones de ley, que resulta testimonial en algunas legislaturas
frente al amplio porcentaje de proyectos de ley aprobados y que aún serían más si no fuera por
computar los que decaen por disolución de las Cámaras para celebración de elecciones.
Cuadro 2
Actividad legislativa de las Cortes Generales en las siete primeras legislaturas
Legislaturas
Iniciativas legislativas
I
II
III
IV
V
VI
VII
Proyectos de ley presentados
Aprobados
% aprobados
342
237
69,3
205
183
89,2
125
108
86,4
128
101
78,9
120
104
86,6
192
172
89,6
175
173
98,8
Proposiciones de ley
Aprobadas
% aprobadas
217
68
31,3
124
17
13,7
161
13
8
194
24
12,3
181
35
19,3
350
48
13,7
369
19
5,1
% props. de ley aprobadas s/ leyes aprobadas
22,3
8,5
10,7
19,2
25,2
21,8
9,9
Fuente: Guerrero (2005: 20), y elaboración propia.
La posición del Parlamento sale aún peor parada si tenemos en cuenta que desde 1993
hasta 2004 —con la salvedad del año 1995, en que no se aprobó, porque corrió la misma
suerte que la Ley de Presupuestos para el año siguiente—, los distintos Gobiernos han em­
pleado sin pudor alguno el expediente de las llamadas leyes de acompañamiento (formal­
mente: leyes de medidas fiscales, administrativas y del orden social), consiguiendo aprobar
reformas express en los campos más variados y llegando a rebasar el centenar de normas mo­
dificadas (Guerrero 2005: 20).
Emparentadas con este instrumento normativo que sirvió para burlar la doctrina consti­
tucional recaída en la STC 76/2992, de 14 de mayo, reiterada posteriormente en numerosas
134
Miguel Ángel Martínez Lago
ocasiones 7, pueden situarse las tácticas de acumular toda una serie de proyectos de ley en un
momento temporal determinado y con plazo fijo para su aprobación (Ramallo 2003: 14), así
como la introducción por el grupo parlamentario mayoritario de enmiendas a la Ley de Pre­
supuestos Generales del Estado u otras leyes en el trámite final seguido en el Senado, lo que
hurta el debate por el Congreso, que tiene que limitarse a aprobarlas o rechazarlas en bloque,
resintiéndose la transparencia (Guerrero 2005: 20) 8.
Referencias a comportamientos como los señalados se pueden encontrar en la obra de
Puviani (1972: 94-95), quien señalaba que para favorecer el secretismo en torno al Presu­
puesto, «se moderan de manera especial las discusiones, hábilmente se apresura o se reduce
su tiempo... se someten a discusión cautamente, cuando la Cámara está cansada, distraída...
en la víspera de la clausura de la sesión o de las vacaciones que preceden a las fiestas más so­
lemnes».
3.º Un tercer factor de pérdida de centralidad parlamentaria consiste en la desvincula­
ción que de lo aprobado por la Ley hace el Ejecutivo a la hora de su aplicación. Se trata de un
fenómeno especialmente perceptible a lo largo de la ejecución de la Ley de Presupuestos Ge­
nerales del Estado, dadas las múltiples modificaciones que experimentan las cifras de las
consignaciones presupuestarias inicialmente autorizadas por el Parlamento (Ramallo 2003:
13 y 14).
El tema de las modificaciones presupuestarias ha sido bien estudiado por nuestra doc­
trina científica, donde destacan los trabajos de Corcuera (1996) y el más reciente de Andreu
(2005), sacando del error a quien ingenuamente estimase que la supremacía parlamentaria
está garantizada suficientemente por la exigencia de que el Presupuesto sea aprobado por las
Cortes Generales.
Aunque parecía lógico pensar que la aprobación de las leyes de estabilidad presupues­
taria en 2001 iba a implicar una reducción de la variada tipología modificativa de los créditos
presupuestarios, tal y como había sugerido Pascual (2002: 317) y nosotros en otro lugar
(Martínez 2002: 152), lo cierto es que no ha ocurrido así y la continuista Ley 47/2003, de 26
de noviembre, General Presupuestaria mantiene prácticamente inalterado el cuadro previsto
anteriormente, incurriendo, además, en una grave quiebra del principio de competencia con
la regulación del denominado fondo de contingencia de ejecución presupuestaria.
En efecto, de resultas de lo dispuesto por el artículo 55.3 de la LGP, el Gobierno queda
eximido de seguir el camino que prescribe el artículo 134.5 de la Constitución para los casos
en que, una vez aprobados los Presupuestos Generales del Estado, hubiese que recurrir a su
variación para aumentar el gasto público o disminuir los ingresos que se presupuestaron.
Frente a la presentación de un proyecto de ley, como prevé la norma fundamental, la LGP se
contenta con facultar al propio Gobierno para que autorice los créditos extraordinarios y su­
plementarios para atender obligaciones del ejercicio corriente, cuando se financien dichas
variaciones con baja en el fondo de contingencia. Nos hallamos, en suma, ante una limita­
ción, no prevista constitucionalmente, de las facultades de las Cortes Generales sobre el gas­
to público, ya que las Cámaras dejan de aprobar —o rechazar— la modificación que les pro­
pondría el Gobierno por medio de un proyecto de ley y pasan a recibir simplemente
El control parlamentario sobre el presupuesto público
135
información del empleo dado por el Ejecutivo al fondo de contingencia. Esa información ni
siquiera es puntual, sino trimestral (art. 50.3 LGP).
Compartimos, por tanto, la crítica realizada por Orón (2004: 27), quien también la re­
fiere a la posibilidad de creación de créditos nuevos a través de transferencias de créditos
(art. 52.1 LGP), lo que devalúa mucho la intervención parlamentaria aprobatoria del plan fi­
nanciero estatal, en provecho de la competencia del Gobierno durante la ejecución presu­
puestaria (Martínez y García 2006: 229).
3. Mitos y paradojas de la configuración constitucional
de la Ley de Presupuestos
La consagración del principio de reserva de ley en materia presupuestaria que realiza el
artículo 134 de la Constitución sirve para guardar las apariencias y que, en un plano pura­
mente formal, el Parlamento base su centralidad sobre el Presupuesto (Ramallo 2003: 15).
Así resulta, ante todo, de las competencias diferenciadas que se encarga de atribuir el
apartado 1.º del precepto y que ratifica para eventuales modificaciones que pudieran sufrir
los Presupuestos durante su ejecución el apartado 5.º Al quedar residenciada en las Cortes
Generales la facultad de aprobar el Presupuesto y las variaciones que tenga a lo largo del
ejercicio, no faltan argumentos para considerar contraria a la Constitución esa práctica tan
habitual en los Gobiernos de turno dictando decretos-leyes con una incidencia presupuestaria
evidente.
Lo mismo cabría decir de la delegación legislativa, habida cuenta de los requisitos esta­
blecidos en el artículo 82 de la Constitución. Sin embargo, al menos en el País Vasco, el Go­
bierno de esta Comunidad aprobó un texto refundido de Presupuestos Generales de Euskadi
para 1983 (Decreto legislativo 1/1983, de 18 de abril), reuniendo disposiciones contenidas en
tres leyes aprobadas en la misma fecha (23 de marzo de 1983), que ponían fin a la prórroga
de los Presupuestos del ejercicio anterior.
Para el ejercicio de esa función condomial como es la presupuestaria, la posición del
Gobierno se torna preeminente, pues sólo él puede dar comienzo al trámite de aprobación del
Presupuesto. No cabe la presentación de proposiciones de ley ni de enmiendas a la totalidad
de texto alternativo en este ámbito. Un Gobierno que falta a su deber de presupuestar, puede
seguir gobernando gracias al instrumento de la prórroga automática y lo más probable es que
el Parlamento que ve puesta en entredicho su centralidad presupuestaria, no tenga la posibili­
dad de poner fin a la situación por la vía pertinente para ello (art. 113 CE). Así sucedió en el
País Vasco cuando el Gobierno no presentó el proyecto de Presupuestos para 2001. Antes
aconteció la retirada ilegal —según decía García Añoveros— del proyecto de Presupuestos
de Andalucía para 1995. También podríamos considerar que se incumplió el deber de presu­
puestar al dejar de presentar un nuevo proyecto de ley, tanto por el Gobierno de la Nación
como por el de la Comunidad de Extremadura, cuando para 1996 les fueron devueltos los
respectivos Presupuestos y se incurrió en la situación de prórroga de los anteriores.
136
Miguel Ángel Martínez Lago
Pese al reconocimiento constitucional de la facultad de enmienda, el ejercicio de este
derecho se convierte en pura retórica incapaz de variar sustancialmente el plan financiero que
presenta el Gobierno. A favor de éste juegan el mecanismo de la prórroga automática y las li­
mitaciones a la iniciativa parlamentaria erróneamente deducidas del artículo 134.6 de la
Constitución, que no deberían regir durante la tramitación del proyecto de Presupuestos.
Este punto de vista debería ser fácilmente compartido: cuando se debate un proyecto de
Presupuestos futuro, no se han aprobado aún las autorizaciones de gasto que comenzarán a
regir con el nuevo ejercicio. Las variaciones que se sugieran entonces en ese proyecto, de
aprobarse, tendrían su incidencia real en el siguiente ejercicio, no afectando a los ingresos ni
a los créditos del Presupuesto corriente. De acuerdo con lo expresado en el precepto e inter­
pretado por el Tribunal Constitucional —las más recientes sentencias en esa dirección serían
las SSTC 223 y 242/2006, de 6 y 24 de julio, respectivamente—, las restricciones de las fa­
cultades parlamentarias sobre los Presupuestos sólo deberían operar cuando se produjeran
modificaciones en un Presupuesto en vigor y que está ejecutándose. Los preceptos de los Re­
glamentos de las Cámaras en relación a la tramitación de la Ley de Presupuestos lisa y llana­
mente sobran, o son inconstitucionales.
4.
La necesaria reforma en la tramitación del Presupuesto
La decadencia en que se sumen actualmente los debates de Presupuestos (Lucena 2003:
10) —muy lejos de ese momento estelar del año parlamentario que constituían hace años—
aconseja aprovechar cuantas posibilidades surjan para que los reglamentos parlamentarios
resulten de una vez reformados. Con todo, las variaciones que pudieran darse en el procedi­
miento de aprobación de los Presupuestos representan sólo un aspecto de los cambios que
debieran darse para revitalizar el Parlamento.
Entre las posibles modificaciones a introducir en la tramitación de los Presupuestos no
puede omitirse la necesidad de mejorar la información proporcionada por el Gobierno a las
Cámaras. Por ahora, posiblemente, lo único que ha cambiado es el formato de remisión al
Parlamento. En lugar de los muchos tomos que se descargaban de la furgoneta ministerial,
ahora está la más fría, minimalista y tecnológica presentación en «flash drive». Pero ¿y el
contenido?, ¿habrá mejorado también? Nos tememos que no, a la vista del reciente plantea­
miento del Director Adjunto del Gabinete de la Presidencia del Gobierno: «La información
que proporciona el Gobierno a las Cámaras con la presentación del Proyecto de Ley de Pre­
supuestos es abrumadora en cantidad y dudosa en calidad, absolutamente independiente de la
ejecución del año anterior, carente de una evaluación y de una especificación de los resulta­
dos obtenidos en las políticas concretas, poco relevante para un enfoque crítico, opaca sobre
los criterios con los que se elaboran las previsiones de ingresos y gastos, sin proyecciones ri­
gurosas sobre el impacto inmediato de las medidas que contiene y falta de análisis sobre la
sostenibilidad a medio y largo plazo de las finanzas públicas» (Guerrero 2005: 25).
Con información de ese tipo, no nos extraña nada lo que decía Puviani (1972: 99 y
100): «El diputado que quisiese entender, al menos discretamente, el Presupuesto necesitaría
El control parlamentario sobre el presupuesto público
137
dedicarle una buena porción de tiempo». Generalmente el diputado no se preocupa del Pre­
supuesto, pues «no tiene la ambición de dominar suficientemente todas las leyes, todas las
instituciones, todas las necesidades públicas, que se reflejan en el Presupuesto. Tiene que ha­
cer prevalecer algunas ideas de carácter general, cuando las tiene; o algunas necesidades de
carácter local. Es ajeno a toda la masa restante de la actividad del Estado. El Presupuesto es
un caos aburrido, bueno únicamente para quien tiene la oportunidad de pronunciar discursos
generales, académicos, que satisfacen el amor propio, y lo que es más común, de hablar a fa­
vor de un interés local».
En unas recientes jornadas organizadas por la Fundación para la Modernización de
España, Allen Schick (2003), planteaba la necesidad de «redemocratizar los Presupuestos».
Para ello explicaba la pérdida de liderazgo como institución democrática de los Presupues­
tos. El argumento principal es que «a medida que el Gobierno se fue expandiendo y se fueron
elaborando técnicas, los Presupuestos se volvieron más cerrados, más opacos y menos acce­
sibles a los ciudadanos ordinarios». También consideraba los esfuerzos para corregir esa ten­
dencia a través del mantenimiento de la disciplina fiscal, la efectiva distribución de los recur­
sos y la eficiencia de las operaciones y servicios gubernamentales.
Para el profesor de la Universidad de Maryland, una forma de determinación de los
objetivos fiscales como es la que contempla el Pacto de Estabilidad y Crecimiento Europeo
(fijación de un déficit máximo permitido como porcentaje del PIB nacional) representa una
medida de contención del gasto público que impide a los gobiernos acceder a las preferen­
cias de los votantes; de manera que la internacionalización de reglas fiscales puede cues­
tionar la fidelidad de los procesos adoptados a los más elementales requisitos de la demo­
cracia.
Al propio tiempo, la fijación de límites macroeconómicos como marco de referencia de
Presupuestos estables, alienta prácticas artificiosas de mantenimiento del déficit (Guerrero
2005: 24), de ocultación del gasto público (Lucena 2003: 5).
Sin ir más lejos lo que produce es una dualidad presupuestaria: por un lado los Presu­
puestos Generales del Estado, comprensivos de los Capítulos I a IX de ingresos y gastos re­
feridos a todo el sector público estatal, sea cual fuere la forma jurídica a través de la que ac­
túe cada ente; por otro lado un Presupuesto a efectos de estabilidad que abarca
exclusivamente los Capítulos I a VII de ingresos y gastos no financieros de las llamadas
Administraciones Públicas y Seguridad Social. La distinción favorece una cierta ingeniería
financiera consistente en variar el concepto objetivo del gasto y el concepto subjetivo del
ente público a quien se le autoriza dicho gasto. Mediante ambas modificaciones, objetiva y
subjetiva, se pueden trasvasar cantidades de gasto desde unas partidas que entran en el
cómputo de la estabilidad (por ejemplo, del Capítulo VI, de inversiones reales, o del Capí­
tulo VII, transferencias de capital) a otras partidas que, formando parte del Presupuesto
General no forman parte del Presupuesto de Estabilidad (por ejemplo, al Capítulo VIII,
activos financieros, mediante la adquisición por el Estado de acciones de una empresa pú­
blica o mediante la concesión de un préstamo por el Estado a dicha empresa sin exigir su
devolución). Así se cumple, pero sólo formalmente, la estabilidad presupuestaria, pero a
largo plazo supondrá un aumento de la deuda pública para equilibrar los déficit reales pro­
138
Miguel Ángel Martínez Lago
ducidos por los préstamos no reembolsados o por las aportaciones patrimoniales (Ramallo
2003: 39 y 40; Lucena 2003: 18).
Por otro lado, y de cara a ganar en transparencia, el Presupuesto que se elaborase y con­
siderasen las Cámaras, debería ser un Presupuesto por objetivos, basado en medir la eficacia
y la eficiencia relativa de los programas alternativos de gasto para alcanzar un objetivo defi­
nido. La tramitación parlamentaria del mismo debería abandonar las clasificaciones orgánica
y económica (Lucena 2003: 12) sobre las que se asienta.
5.
El control de la ejecución presupuestaria
Una vez que los Presupuestos se han aprobado, los instrumentos de control de que dis­
ponen las Cámaras en la fase de ejecución y liquidación son también insuficientes para eva­
luar los resultados y la adecuación a los objetivos. Para algunos, es en el ámbito del control
donde más puede avanzar el Parlamento, ya que no se trata de decidir, lo que siempre está en
manos de la mayoría, sino de provocar el escrutinio y debate sobre la eficacia de la gestión
del Gobierno. Para esa función, puede que tenga abundante información bruta suministrada
por el Gobierno, pero carece de datos continuados, a la vez que sintéticos y particularizados
(Guerrero 2005: 26).
En función del momento en que se verifica el control parlamentario sobre el Presupues­
to, se puede hablar de un control concomitante, realizado durante la propia ejecución presu­
puestaria y cuyos medios serían las preguntas que diputados y senadores pueden dirigir al
Gobierno, las interpelaciones, proposiciones no de ley, constitución de comisiones de inves­
tigación o encuesta, etc. Por otro lado, estaría un control a posteriori, cuya expresión más
clara consiste en el examen y aprobación de la Cuenta General del Estado.
Respecto de ambas formas de control —aunque se perciba más en relación con el de­
sempeño de un control concomitante—, debe de entrada señalarse que nuestro Derecho par­
lamentario, tanto el estatal como el autonómico, está influenciado por los principios de la
mayoría parlamentaria y de defensa de la estabilidad del sistema político. El control que las
Cámaras pueden ejercer, por tanto, se corresponde con un modelo de parlamentarismo ra­
cionalizado 9 que persigue corregir los excesos en las funciones encomendadas al órgano le­
gislativo, limitando las facultades de control o atribuyéndolas a quien ostente la mayoría par­
lamentaria (Embid 1992).
Lógicamente, la «calidad del control» que se puede esperar de un modelo que responde
a la distribución de escaños deja mucho que desear. Otras variables, nada despreciables, pa­
san por observar si existe o no una competencia política efectiva, si se percibe o no la posibi­
lidad de una alternativa real, etc.
Desde 1977, el control se ha mostrado dinámico y efectivo en períodos de confronta­
ción política eficaz y ha languidecido en aquellos de cómoda mayoría y gran estabilidad. La
percepción de las situaciones de crisis ha incentivado el control, que se ha convertido, a la
vez, en un factor de agudización de aquéllas y en un indicador sobre la viabilidad y proximi­
dad de la alternancia (Guerrero 2005: 29).
139
El control parlamentario sobre el presupuesto público
Cuadro 3
Actividad de control del Congreso de los Diputados (II a VII legislaturas)
Legislaturas
Iniciativas no legislativas
Proposiciones no de ley
Interpelaciones
Mociones
Preguntas orales al Gobierno
Preguntas escritas al Gobierno
Solicitudes de informe
Comunicaciones del Gobierno
Planes y programas
Comparecencias ante el Pleno
Comparecencias ante Comisiones
II
III
IV
V
VI
VII
223
211
37
1.798
9.216
732
7
3
9
912
501
215
102
3.103
19.456
1.927
6
3
26
2.247
786
225
145
4.467
15.309
4.956
3
3
58
3.655
953
142
108
3.475
14.886
3.168
9
1
34
3.678
440
199
175
2.112
32.719
2.504
7
849
337
242
2.280
75.549
4.677
4
4
77
1.679
46
1.508
Fuente: Guerrero (2005: 29).
Por lo que se refiere al examen y comprobación de la Cuenta General del Estado (cuya
formación corresponde a la Intervención General de la Administración del Estado), se trata
de una tarea que el artículo 136.1 de la Constitución atribuye al Tribunal de Cuentas, que
ejercerá este cometido por delegación y dependiendo directamente de las Cortes Generales.
El objeto de esta tarea de control externo a posteriori es un documento informativo que reúne
las Cuentas del sector público administrativo, empresarial y fundacional, junto a una Memo­
ria que completará, ampliará y comentará la información de los anteriores documentos
(art. 130 LGP).
Originariamente, la aprobación debía hacerse por ley, aunque, en la práctica, el rito era
un mero formulario. La última Ley de Cuentas (Ley 3/1982, de 24 de febrero) fue la del ejer­
cicio de 1977. A partir de entonces, las siguientes han sido aprobadas por un procedimiento
regulado por normas internas de las Cámaras, consistiendo en una «Comunicación» que el
Tribunal de Cuentas dirige a las Cortes y que éstas aprueban o rechazan, añadiendo algunas
resoluciones.
Ya hemos señalado en otro lugar (Martínez 1992: 326 y ss.; también Martínez y García
2006: 253) que si resultaba inadecuado aprobar la Cuenta General del Estado mediante ley,
dado que cuando las Cortes examinan este documento no ejercen función legislativa ningu­
na, sino de control sobre el Gobierno, tampoco la actual forma de aprobarla otorga la debida
solemnidad al evento. Antes al contrario, la aprobación se sitúa en un plano de relaciones,
casi intraparlamentarias, con el órgano que realiza funciones de control externo por delega­
ción de las Cámaras y suprime el posible resto de interés que pudiera quedar en las mismas
por este acto de control.
Por otro lado, resulta injustificable el retraso que, año tras año, acompaña la publica­
ción del informe anual del Tribunal de Cuentas sobre la liquidación del Presupuesto
(art. 136.2 CE); demora que al igual que sucede con la Cuenta General del Estado, resta inte­
rés político al deseable debate en las Cortes acerca de las conclusiones del informe emitido
por el Tribunal (Lucena 2003: 22) 10.
140
Miguel Ángel Martínez Lago
En fin, no quiero decir nada más sobre el Tribunal de Cuentas para no incurrir de nuevo
en motivo de crítica por alguno de sus miembros. Hace ya varios años que publiqué un libro
sobre las singularidades de la reserva de ley en materia presupuestaria, y pese a advertir ex­
presamente de los temas que no iba a tratar (Martínez 1998: 22 y ss.), me permití sugerir a
vuela pluma la necesidad de intensificar y mejorar la calidad de los controles, así como la ur­
gente redefinición de las funciones del Tribunal de Cuentas. Entonces dije y aún todavía lo
creo que es el organismo que —junto al Consejo General del Poder Judicial— ha resultado
más insatisfactorio en todos los años de práctica política postconstitucional.
En una recensión que me dedicaron, recibí la merecida reprimenda de un letrado del or­
ganismo fiscalizador, porque «ambas afirmaciones no aparecen soportadas por justificación
alguna, a pesar de que su gravedad bien la merece» (Medina 1999: 230). Ahora que el letrado
es Consejero del Tribunal de Cuentas y yo sigo siendo un modesto profesor universitario,
prefiero no insistir más al respecto.
Bueno, salvo una cosa que afecta al procedimiento partitocrático de designación 11 pre­
visto en la LO 2/1982, de 12 de mayo, que admite que los consejeros puedan ser nuevamente
nombrados para siguientes períodos y que el cargo de presidente también sea renovable por
períodos de tres años. Ello explica que el presidente del Tribunal de Cuentas lleve en el orga­
nismo 25 años y, tras ser vicepresidente, ejerza como presidente desde hace 10 años. Todo un
ejemplo de lo que no debiera ocurrir en un organismo de fiscalización.
6. ¿Para cuándo la constitución efectiva de una Oficina
Presupuestaria del Parlamento?
Terminamos estas reflexiones haciendo alusión a la necesaria constitución efectiva de
una Oficina Presupuestaria en las Cortes Generales. Su creación formal data de hace 17 años,
concretamente, por medio de la Disposición Adicional vigésima de la Ley 4/1990, de 29 de
junio, de Presupuestos Generales del Estado para 1990, que estableció su adscripción en el
seno de la Secretaría General del Congreso de los Diputados y dejando el detalle de su orga­
nización y funcionamiento al Reglamento de la Cámara y demás normas que se dictaran en
su desarrollo. La finalidad de la Oficina quedaba así expuesta: «destinada a asesorar técnica­
mente a los órganos de las Cámaras, y a informar a los Grupos Parlamentarios y a los Diputa­
dos y Senadores sobre la ejecución durante cada ejercicio de los Presupuestos Generales del
Estado y de la Seguridad Social, y sobre aquellos aspectos de la actividad legislativa que ten­
gan repercusión en el ingreso y en el gasto público».
El modelo fue incorporado al Reglamento del Parlamento de Andalucía, donde recibe
el nombre de Oficina de Control Presupuestario, y más adelante han constituido oficinas si­
milares los Parlamentos de Canarias y Cataluña.
Pese a tratarse de un organismo ampliamente reclamado tanto desde el campo académi­
co (Martínez 1998: 196-197; Cazorla 2000; Lucena 2003: 27; Guerrero 2005: 26-27), como
en el político-parlamentario, actualmente se sitúa en el horizonte de reforma del Reglamento
del Congreso de los Diputados, habiéndose rechazado propuestas de regulación de dicha Ofi­
El control parlamentario sobre el presupuesto público
141
cina en dos ocasiones: en la anterior legislatura, motivada por una proposición de ley de re­
forma del Reglamento de dicha Cámara que presentaron los grupos parlamentarios Socialis­
ta, Vasco, Federal de Izquierda Unida y Mixto 12; y en la legislatura actual, tras desestimar la
proposición de ley reguladora de la Oficina Presupuestaria de las Cortes Generales que for­
muló el Grupo Parlamentario Popular 13. Ello demuestra con nitidez lo que se pide y se está
dispuesto a dar cuando se está en la oposición y cuando se ejerce la función de gobierno.
Notas
1. Decreto-ley 50/1978, de 29 de diciembre, por el que se anticipa la aplicación de los artículos relativos a los
créditos de personal comprendidos en el proyecto de ley de Presupuestos Generales del Estado para 1979.
2. Decreto-ley 24/1982, de 29 de diciembre, de medidas urgentes en materia presupuestaria, financiera y tri­
butaria.
3. Decreto-ley 12/1995, de 28 de diciembre, de medidas urgentes en materia presupuestaria, financiera y tri­
butaria.
4. Decreto-ley 12/1996, de 26 de julio, por el que se conceden créditos extraordinarios por importe de
721.169.740 miles de pesetas destinados a atender obligaciones de ejercicios anteriores y regularizar anticipos
de fondos y por el que se adoptan medidas tributarias urgentes.
5. Decreto-ley 7/2004, de 27 de septiembre, por el que se concede un crédito extraordinario por importe de
2.500.034.925 euros para atender al pago de la liquidación del sistema de financiación para el período
1997-2001 correspondiente a la Comunidad Autónoma de Andalucía, y se adoptan disposiciones sobre la deu­
da de Renfe y el aval del Estado al préstamo otorgado a la República Argentina.
6. Decreto-ley 11/2004, de 23 de diciembre, por el que se modifica, en materia de pensiones públicas, la Ley de
Presupuestos Generales del Estado para el año 2005 (esta norma es la Ley 2/2004, de 27 de diciembre). Un co­
mentario crítico puede verse en Falcón (2005: 5 y ss.).
7. A este respecto, me permito remitir a otros lugares (Martínez 1998: 133 y ss., 1999: 765 y ss.; Martínez y Gar­
cía 2006: 199 y ss.).
8. Aunque al Tribunal Constitucional se ha planteado varias veces el problema de la admisión de las enmiendas
del Senado —véanse los antecedentes expuestos en las SSTC 178/1994, de 16 de junio; 97/2002, de 25 de
abril y 109/2004, de 30 de junio—, creemos que no ha variado su doctrina expuesta en la STC 99/1987, de 11
de junio, en la que desestimó un recurso de inconstitucionalidad interpuesto por el Grupo Parlamentario Popu­
lar, entendiendo que no hay límites en la Constitución ni en el Reglamento del Senado respecto de la facultad
de los miembros de esta Cámara de presentar enmiendas y proposiciones de ley, salvo que incurran en los su­
puestos contemplados por los artículos 84 y 134.6 de la Constitución.
9. Con dichos términos se conoce una forma de gobierno que tuvo como teórico más conocido a Mirkine-Guet­
zévitch (1924), quien apuntó que las Constituciones europeas posteriores a la I Guerra mundial habían intenta­
do codificar, precisar y reglamentar unas prácticas hasta entonces consuetudinarias, modificándolas en un sen­
tido racional y lógico, cuya tendencia más significativa era el fortalecimiento del Ejecutivo, lo que planteaba
el problema de la supremacía política del mismo.
10. Ya lo señalaba también Puviani (1972: 103) al indicar que «ordinariamente la voz del Tribunal de Cuentas se
hace oír cuando ya no es posible impedir la realización de los hechos censurados por él, cuando las personas
que los han realizado no están ya en el cargo».
142
Miguel Ángel Martínez Lago
11. Al respecto podemos traer el planteamiento siguiente de Puviani (1972: 98): «Las disposiciones de alta admi­
nistración... de índole constitucional que impiden un pleno conocimiento de las cuentas públicas, en parte de­
penden de la composición de los órganos encargados de la elaboración del Presupuesto y en parte dependen de
la composición de los órganos encargados del control y de modo especial de la composición del Tribunal de
Cuentas y de las atribuciones que le están asignadas».
12. Véase Boletín Oficial de las Cortes Generales, Serie B, n.º 246-1, de 31 de mayo de 2002 y el debate de toma
en consideración donde fue rechazada la proposición puede verse en el Diario de Sesiones del Congreso de los
Diputados, n.º 176, de 25 de junio de 2002.
13. Véase Boletín Oficial de las Cortes Generales, Serie B, n.º 123-1, de 22 de octubre de 2004 y el debate de toma
en consideración donde fue rechazada la proposición puede verse en el Diario de Sesiones del Congreso de los
Diputados, n.º 155, de 28 de febrero de 2006.
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