la otra cara de la moneda. la invisibilización de las mujeres en la

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La otra cara de la moneda. La invisibilización de las mujeres en la economía, otra forma de violencia
LA OTRA CARA DE LA MONEDA. LA INVISIBILIZACIÓN DE LAS MUJERES EN LA ECONOMÍA,
OTRA FORMA DE VIOLENCIA
Domínguez Cejudo, Rocío1
Resumen
La economía es el sistema establecido por cada grupo social para producir, distribuir y consumir una serie
de productos y servicios. Ese sistema tiene en cuenta una serie de aspectos socioculturales que permiten la
adaptación del grupo al medio y lograr que el comportamiento social maximice los esfuerzos para alcanzar
un fin deseado. En nuestro sistema capitalista existe el trabajo formal visible y comprobable. Sin embargo,
paralelamente se desarrolla el trabajo informal que permite sobrevivir a la sociedad y que genera una riqueza económica proveniente del trabajo reproductivo o de cuidados. Este trabajo invisible y vinculado a
la esfera privada supone un importante ahorro en gasto social a los Estados, pues tradicionalmente ha sido
asumido por las mujeres.
La actual crisis económica está ahondando en la brecha que separa a las personas pobres de las ricas, y no
se puede desconocer que las grandes perdedoras de esta nueva política económica son las mujeres. Así, se
materializa una de las formas de violencia de género: la violencia económica, consistente en todo acto de
fuerza o de poder, ejercido contra las mujeres y que vulnera sus derechos económicos, causándoles daño
físico o emocional. Violencia estructural ejercida por personas, instituciones, empresas privadas e incluso
sistemas sociales que excluyen, discriminan y privan del acceso y control de los recursos a las mujeres.
Palabras claves: violencia, invisibilización, economía
Abstract
The economy is the system established by each social group to produce, distribute and consume a range
of products and services. This system takes into account a number of socio-cultural aspects of the group
allow adaptation to the environment and make social behavior maximizes the efforts to achieve a desired
end. In our capitalist system there is a visible and verifiable formal work. However, in parallel develops informal work to survive in society and generating economic wealth from the reproductive or care work. This
invisible work related to the private sphere is a significant savings in social spending to the states, as has
traditionally been assumed by women.
The current economic crisis is deepening the gap between the poor from the rich, and there is no denying
that the big losers of this new policy are women. So, materializes one of the forms of violence: economic
violence, consisting of acts of force or power, exercised against women and violates their economic, causing
physical or emotional harm. Structural violence exercised by individuals, institutions, private companies
and even social systems that exclude, discriminate and deny access and control of resources to women.
Keywords: violence, invisibility, economy
Kwywords: violence, invisibility, economy
Licenciada en Periodismo y Antropología Sociocultural por la Universidad de Sevilla. Máster en Investigación en estudios feministas, de género y ciudadanía por la Universitat Jaume I de Castellón. [email protected]
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“La violencia contra la mujer es quizás la más vergonzosa violación de los
derechos humanos. No conoce límites geográficos, culturales o de riquezas.
Mientras continúe, no podremos afirmar que hemos realmente avanzado
hacia la igualdad, el desarrollo y la paz” (Kofi Annan).
1. Introducción.
La desigualdad entre géneros es resultado directo de la estructura que sostiene nuestro sistema social
basado en la infravaloración de los atributos, roles, y responsabilidades considerados como femeninos y
la subordinación de la mujer. Las consecuencias de esta discriminación se reflejan de diferentes formas,
una de ellas es la violencia económica. Este tipo de violencia supone el incumplimiento de sus derechos, la
restricción del uso y control de los recursos y sus beneficios, la falta de acceso a servicios básicos y el desplazamiento de los puestos de toma de decisiones en cualquier nivel social, político o económico. De esta
manera, las desigualdades entre hombres y mujeres son decisivas en la reproducción de la pobreza, unas
limitaciones que van más allá de las carencias materiales.
La posición que ocupan las mujeres en el plano productivo está definida por la división sexual del trabajo.
La dependencia y la falta de autonomía provocan situaciones de empobrecimiento para las mujeres. La
vulnerabilidad económica y las desigualdades de poder dentro de los núcleos familiares reducen la falta de
oportunidades para las mujeres. Esta desigual posición dentro de los hogares (que se refleja en el mundo
laboral) repercute en la vida de las mujeres y genera procesos de empobrecimiento. (Lafuente, Paloma;
2009)
Los roles y responsabilidades adscritas a cada género son aprendidas durante el proceso de socialización.
Así, los individuos aprendemos un marco referencial socialmente aceptado que condiciona el comportamiento y por el que inhibe los impulsos que le llevarían a actuar de forma prohibida. Del mismo modo, la
división sexual del trabajo se ha naturalizado y la mujer ha asumido como válidos determinados roles que
subordinan su trabajo al de los varones y que en algunos casos supone un incumplimiento de los derechos
económicos, sociales y culturales (DESC).
La actual crisis económica ha acentuado las diferencias entre géneros y ha intensificado la violencia económica hacia las mujeres, una situación que ya ha ocurrido en crisis anteriores.
2. La construcción social del género.
2.1. La identidad de género.
Cada sociedad establece una interpretación particular de las diferencias de género, aunque atribuyen a
la naturaleza las distinciones, éstas son construidas histórica y culturalmente. Así, el sistema sexo-género2
es un principio fundamental de estructuración social que propicia que se trate de forma diferente a cada
Deconstruir la naturalización de las diferencias entre hombres y mujeres ha sido la piedra angular del feminismo desde sus
orígenes. El uso del término género ha sido fundamental en la teoría feminista para evidenciar el potencial constructivista del
concepto, dando lugar a las críticas al sistema patriarcal que establece las relaciones de poder y de subordinación de la mujer.
Por tanto, la subordinación y opresión de las mujeres forma parte de esa creación social y estereotipificación de los géneros.
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género y se tengan distintas expectativas sobre él. Los roles y atributos de hombres y mujeres son variables
transculturalmente y son una forma de expresar la conceptualización que hace cada sociedad de lo masculino y lo femenino.
Son las diferentes culturas las que establecen cuál es la forma de adscripción de los individuos a uno u otro
sexo y, en base a esa adscripción, se socializa a los individuos en unos u otros contenidos, es decir, con uno
u otro género. Esta adscripción lleva a unas determinadas posibilidades de acceso a los recursos materiales y simbólicos de la sociedad y la socialización del individuo será diferente, según el género al que se le
adscriba.
Actualmente, se reconoce que el género es una fuente de identidad social que los individuos interiorizan y
que influye en sus relaciones sociales. El género, al mismo tiempo, marca las posiciones de los individuos
en la sociedad y el tipo de relaciones que éstos pueden desarrollar. Sin embargo, no se puede aislar de los
otros sistemas de diferencias como son la etnia o la clase social. (Martín, Aurelia; 2006)
El género pone de manifiesto que las diferencias sociales entre hombres y mujeres no son inmutables, ni
universales, ni objetivas. Esto implica que las relaciones de género pueden cambiar y, por tanto, evolucionar
positivamente hacia una mayor estabilidad e igualdad. Del mismo modo, que en su momento la deconstrucción de la biologización de la feminidad permitió rechazar la justificación de la discriminación de las
mujeres argumentando razones biológicas, ahora es necesario que las relaciones entre los géneros se den
en términos de igualdad.
Con respecto a esta necesidad, una de las principales trabas, además del androcentrismo como posteriormente se explicará, es el pensamiento dualista propio de la sociedad occidental. Así, pensamos en
oposiciones binarias: hombre/mujer, cultura/naturaleza, positivo/negativo, público/privado… concediendo
mayor importancia al primer término de cada una de estas oposiciones, al tiempo que se eliminan todas
las categorías intermedias. Por ello, se recurre a estereotipar los modelos hasta el punto que se sexualiza el
entorno en base a estas categorías.
Por otra parte, hay otros aspectos vinculados a la división de género que también son construcciones sociales que responden a necesidades sociales. Cabe destacar:
• Relaciones de género: hace referencia a la dominación, conflicto o igualdad que se establece entre
los diferentes géneros de una cultura determinada.
• Roles de género: comportamientos, actos y tareas atribuidas a cada género como natural, que se
plasma en una división articulada en el proceso de socialización. Pueden existir roles de género múltiples
según las culturas, ya que no existe una correspondencia natural, sino cultural.
2.2. Androcentrismo y patriarcado.
El androcentrismo es un modo de sociocentrismo que consiste en la actitud de identificar el punto de vista
de los varones con el de la sociedad en su conjunto. Supone la revalorización de las actividades realizadas
por los hombres. Así, los convierte en los elementos activos de la sociedad. Al mismo tiempo, invisibiliza a
las mujeres, excluyéndolas de las esferas culturalmente valoradas.
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Se trata, por tanto, de un sesgo teórico e ideológico que presta únicamente o mayor atención a las relaciones sociales de los hombres. Como concepción de la realidad, el androcentrismo sitúa al hombre como
el patrón para construir y evaluar la realidad social. La mirada masculina se convierte en la única posible y
universal, por lo que se generaliza para toda la humanidad. Este pensamiento conlleva la invisibilización de
las mujeres y de lo adscrito a ellas.
La perspectiva androcréntica no implica exclusivamente la negación de las mujeres ni su silenciamiento.
Además, supone que en muchos casos las mujeres aparecen como complemento del hombre, en actividades consideradas inferiores y normalmente vinculadas a la reproducción y a la maternidad. De esta manera, la sociedad articula una determinada división social en la que la mitad de la población (las mujeres) se
encuentra sometida a la otra mitad (los hombres).
Por patriarcado se entiende el sistema de relaciones sociales, políticas y económicas donde la diferencia
sexual se construye en términos de desigualdad y opresión del conjunto de los hombres sobre el de las
mujeres.
Durante siglos se ha sometido a las mujeres de diferentes modos. De hecho, determinadas prácticas se han
naturalizado y se siguen reproduciendo los roles de género. Al naturalizar la división del género, hombres y
mujeres asumen como válida esa construcción cultural. Por este motivo, la deconstrucción de estos valores
no es tarea exclusiva de las mujeres. Es la sociedad en su conjunto la que debe revisar las categorías si desea
un orden realmente igualitario. En este sentido, Mary Nash y Diana Marre afirman que es necesario:
(…) reescribir la historia de las mujeres, sea en la modalidad de género u otras categorías analíticas, sigue siendo crucial para repensar paradigmas estándares y marcos analíticos de historias
nacionales. En este sentido, cabe plantear la problemática de reconciliar la noción de historias
transnacionales homogeneizadoras con el reconocimiento de la diversidad. Parece claro que la
historia de las mujeres tiene que confrontar el problema de escribir narrativas nacionales que
incluyen diversidades nacionales o regionales en el seno de los países (Nash, Mary y Marre,
Diana; 2003:28).
La ideología imperante ha contado, para construir su modelo, con numerosos recursos: desde la educación formal e informal, a las artes, los medios de comunicación, la legislación, la ciencia… Todo ello ha ido
generando un tejido social, económico y político que ha perpetuado los roles masculinos y femeninos, la
diferenciación entre el espacio público y privado, la división entre trabajo productivo y reproductivo… En
definitiva, la subordinación de la mujer.
3. El capitalismo liberal y la separación de espacios sociales.
3.1. La necesidad de un sistema económico.
Todas las sociedades organizan diferentes formas de producir, distribuir, consumir e intercambiar bienes.
Cada forma de producción conlleva un determinado modo de distribución y consumo; esto es lo que desde
las ciencias sociales se define como sistema económico. Consiste, por tanto, en una forma de sobrevivir y
adaptarse al medio que requiere una determinada organización.
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Es decir, las sociedades desarrollan su propia estrategia económica, pues organizan sus recursos para conseguir una serie de bienes que le permitan la supervivencia en el medio en el que se desenvuelven. De
esta manera, logran satisfacer sus necesidades biológicas y sociales. Dicho sistema determina el comportamiento de la sociedad. Mediante el proceso de socialización los individuos interiorizan dicho sistema y lo
asumen como válido. El sistema económico está interrelacionado con el sistema social, político, cultural e
ideológico de la sociedad en cuestión. Por ello, el sistema económico condiciona el comportamiento de los
individuos en todos sus aspectos sociales.
Con la aparición del mercado, la economía se convierte en un proceso institucionalizado, organizado según
unas determinadas leyes y con una configuración concreta. Por tanto, la economía aparece como una institución a parte y especializada que cumple una función concreta e independiente al resto. Sin embargo, sigue condicionando el comportamiento humano en el resto de esferas sociales como la organización social,
política o simbólica, entre otras.
A lo largo de la historia han existido diversos sistemas económicos. Sin embargo, a raíz de la Revolución
Industrial el capitalismo se impone como el modelo universalmente válido. Un sistema que condicionará no
sólo las relaciones económicas sino también las de poder, las sociales, las políticas e incluso las de género.
Recordemos que el modelo capitalista está basado en el usufructo de la propiedad privada y en la expoliación de las relaciones sociales de producción.
Se trata por tanto de un sistema centrado en la acumulación de capital y el control de los elementos de
producción y de las fuerzas de trabajo. Un control sobre el trabajo humano que se realiza mediante la estratificación organizada del mercado de trabajo. Dolors Comas señala tres fuerzas principales que contribuyen
en esa estratificación:
“(…) la socialización y preparación profesional, las características del mercado de trabajo y las
divisiones basadas en el género, la raza o la etnia… (…) Las diferencias de género, raza o etnia
añaden nuevos criterios de división entre los trabajadores, los más importantes a nuestro entender, pues a través de ellos se ejercen y legitiman prácticas discriminatorias de carácter formal o informal” (Comas, Dolors; 1995:53)
Asimismo, es un sistema impersonal pues no requiere la presencia física para realizar las transacciones, que
son intercambiables a un mismo valor (el dinero). Su principal objetivo es obtener los máximos beneficios.
Pese a que no es este el espacio para profundizar en el sistema capitalista, conviene tener presente estas
nociones para comprender como influye en las relaciones desigualitarias de género y en la violencia económica que se ejerce sobre las mujeres.
3.2. El liberalismo económico, el origen la división de espacios sociales.
Nuestra actual forma de pensar géneros, sexos y sexualidad es heredera del pensamiento evolucionista del
S.XIX. A finales del S.XVIII y principios del S.XIX asistimos al nacimiento de una nueva ideología burguesa
que se instaura hegemónicamente frente a otras corrientes de la época y que tiene su punto culminante a
principios del S.XIX en la Inglaterra Victoriana. La Revolución Industrial supuso el triunfo de la burguesía y
del liberalismo económico, muy conservador respecto a la situación de las mujeres.
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El capitalismo motivo la concentración de población en grandes grupos urbanos, lo que entre otros aspectos, conllevó la aparición de los grandes centros de trabajo o la organización de las viviendas en familias
nucleares. Esto generó una separación de tiempos y espacios. La fábrica es el lugar de trabajo que queda
separado ideológicamente del tiempo de ocio y del trabajo doméstico, infravalorando este segundo espacio. Es decir, surgen una serie de dicotomías que prevalecen en nuestra sociedad. Hay que tener en cuenta
que en el anterior régimen de trabajo familiar-agrícola, no había esta separación conceptual de tiempo y
lugares de trabajo/no-trabajo.
Paralelamente, surge la división conceptual entre productivo/no-productivo. En estos momentos, se origina la noción de trabajo como aquel que se realiza bajo relaciones mercantiles. Así, el trabajo asalariado,
socialmente valorado y considerado como productivo, se adscribe al hombre y el trabajo doméstico pasa
a pertenecer a la esfera femenina, quedando invisibilizado, no valorado, no remunerado y considerándose
no productivo o reproductivo. Sin embargo, dicha diferenciación se basa en categorías ideológicas propias
de una época, que hemos heredado hasta nuestros días, pero que son conceptuales porque todo trabajo
implica producción.
En todo este contexto aparece este modelo que enfatiza la idea del hogar como lugar sagrado, la mujer
como “ángel del hogar”, la subordinación al esposo, su papel de transmisora de valores sociales y el ensalzamiento de la maternidad como valor supremo.
Al mismo tiempo, hay una ofensiva ideológica sobre el trabajo de la mujer fuera del hogar, muy ligada a la
configuración de este nuevo concepto de maternidad. Es en este momento cuando surgen conceptos como
instinto maternal o ama de casa. Así, se naturaliza el trabajo doméstico y el cuidado de los hijos como propio de la mujer para tener siempre disponible una fuerza de trabajo a tiempo completo.
Otro aspecto fundamental para lograr que se naturalizaran los espacios y los roles atribuidos a cada género son las relaciones de parentesco. Pese a que éstas son acuerdos sociales, se basan en el lenguaje de la
biología para fundamentar las relaciones (filiación, matrimonio…). Estableciendo, así, la base sobre la que
se articulan los derechos de acceso a los recursos, las formas de transmisión de los mismos y la apropiación
del trabajo de los demás (Comas, Dolors; 1995).
Estas construcciones ideológicas funcionan con independencia de la realidad. Este ideal de mujer, que ha
llegado hasta nuestros días, surge desde las clases burguesas hegemónicas, pero se extiende como el ideal
a alcanzar para todos los sectores de la sociedad. De hecho, es frecuente escuchar expresiones como: “una
mujer no debe trabajar habiendo hombres en paro” o “el trabajo de una mujer es una ayuda al salario principal del varón”. Este tipo de reflexiones se han reforzado con la actual crisis económico-financiera.
De esta manera, el género se convierte en un marcador social que contribuye a reproducir el sistema de
clases, los grupos sociales y la jerarquía social.
3.3. La separación de espacios como límite para las mujeres.
Teniendo en cuenta esta perspectiva histórica, se constata que la separación público-privado no es una
división natural, sino una construcción social realizada sobre unos valores androcéntricos. La separación de
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los espacios conlleva la valoración de uno sobre el otro. Un juicio de valor en el que la mujer ha quedado
adscrita al socialmente menos considerado, es decir, se jerarquizan los espacios y, por tanto, se jerarquizan
los géneros.
El hecho de que la mujer sea la responsable de todo lo relativo al ámbito doméstico ha permitido que el
hombre pueda dedicarse a la vida pública. Incluso cuando la mujer trabaja fuera del hogar sigue estando
vinculada a las tareas de cuidado doméstico y a la familia. De esta manera, el hombre queda liberado para
su participación en la esfera pública, la socialmente reconocida.
El espacio de lo privado es aquel que aun siendo muy valorado de puertas hacia dentro, no puede medir su
importancia. Todo aquello que se realiza de puertas hacia dentro no trasciende de las cuatro paredes del
hogar, no tiene proyección pública y por tanto reconocimiento.
Por otra parte, hay que tener en cuenta que en las sociedades liberales teóricamente se concibe la igualdad
entre ambos géneros. Sin embargo, en el momento en el que a las mujeres se las sigue adscribiendo al
ámbito de la domesticidad coartando su libertad y sus posibilidades de igualdad respecto al varón. Supone,
por tanto, condicionar y delimitar las expectativas que sobre las mujeres se construyen. De hecho, la participación de la mujer en la esfera pública ha estado connotada con calificativos peyorativos que inisten en
su falta de feminidad. La incorporación de la mujer a determinadas profesiones ha sido siempre mediante
la conquista de derechos que se les había negado. Incluso actualmente resulta extraño ver a mujeres desempeñar determinados trabajos.
Otra de las formas de desacreditar a las mujeres es considerando que han fracaso en su proyecto de crear
una familia y dedicarse a ella, considerando a las mujeres las únicas responsables de la creación y funcionamiento del núcleo familiar. Muy vinculado con esta premisa comprobamos cómo en pleno S.XXI cuando
ambos cónyuges trabajan fuera del hogar, en la mayoría de los casos, la mujer debe renunciar o posponer
su crecimiento profesional para cuidar a la familia. Asimismo, hay que tener en cuenta que el ámbito privado es conocido sólo por las personas que de él forman parte, quedando invisibilizado cualquier logro
individual. En este ámbito, no hablamos de individuos, pues la privacidad impiden el desarrollo personal
individual. Por el contrario, es en el ámbito social o público donde se aprecia el crecimiento personal o el
desarrollo individual. Es decir, el crecimiento se produce entre los iguales no entre los idénticos. Esto supone, como destaca Celia Amorós, que el espacio privado es aquel que no reconoce, no individualiza a quien
en él está:
“Para las mujeres el espacio de las idénticas se identifica con el espacio de lo privado porque, en
razón de las tareas mismas a las que históricamente se las ha condicionado, al estar en un espacio de no-relevancia están condenadas a la indiscernabilidad, no tiene por qué tener un sello
propio, no tiene por qué marcar un ubi diferencial, susceptible de ser valorado de acuerdo con
grados: es, por lo tanto, un espacio de indiferenciación. Es ‘lo indefinido’ per se, el genérico por
excelencia: ‘noche en que todas las gatas son pardas’. Todavía se sigue hablando del “mujerío””
(Amorós, Celia; 1994).
De esta manera, la diferenciación entre espacios públicos y privados va más allá de una división del trabajo;
supone condicionar las expectativas que se tienen sobre cada género y determinar el comportamiento idóIV Jornadas Economía Feminista
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neo que deben desarrollar. Unos condicionamientos que también afectan a los hombres. En una sociedad
patriarcal, los hombres que deciden ejercer su derecho a una paternidad responsable o participan activamente en las tareas domésticas, suelen estar también estigmatizados. Incluso esta visión en determinadas
ocasiones ridiculiza al hombre que opta por participar en tareas consideradas como propiamente femeninas.
Asimismo, hay que tener en cuenta que esta diferenciación de espacios limita el entorno en el que la mujer
debe desenvolverse, teniendo unos parámetros más reducidos que para el varón. El hogar, los espacios
vinculados con la infancia (colegios, parques…) o los lugares donde tiene los medios para satisfacer las necesidades domésticas (supermercados…) son sisitios considerados como propios de las mujeres (una prueba evidente son los anuncios publicitarios donde se aprecia en estos emplazamientos mayoritariamente a
mujeres). Por el contrario, los escenarios vinculados con el hombre son mucho más diversos.
“La adscripción de la mujer a la esfera privada hace referencia, en primer lugar, a una delimitación espacial, a unos límites definidos, dentro de los cuales se supone tienen lugar las actividades femeninas y más allá de los cuales no tendría ninguna razón de ser la mujer en cuanto tal.
Es decir, así como el hombre no tiene un espacio –físico ni simbólico- de actuación propio –el
mundo es suyo-, a la mujer se le asigna un lugar, la casa, y una prohibición implícita, explícita
o incluso violentamente coactiva –como la que imagina el refrán- de abandonar su ‘puesto’”
(Molina Petit, Cristina; 1994: 133).
Toda esta situación genera una dependencia económica de la mujer con respecto al esposo. Al tiempo que
para el sistema supone un importante ahorro económico, ya que la mujer asume el cumplimiento de una
serie de servicios que de otra manera deberían de ser garantizados por el Estado del Bienestar.
4. La violencia económica.
4.1. Tipos de violencia de género.
La ONU (1993) define la violencia contra las mujeres como todo acto de agresión basado en la pertenencia
al género femenino que tenga o pueda tener como resultado un daño o sufrimiento físico, sexual o psicológico para la mujer, así como las amenazas de tales actos, la coacción o la privación arbitraria de la libertad,
tanto si se producen en la vida pública como privada. Como señala la ONU, se trata de una violencia que
sufren las mujeres por el hecho de pertenecer al género femenino.
Ante esta definición, podemos considerar que esta acción es consecuencia de las desigualdades de género.
Al mismo tiempo, se trata de un mecanismo de control e incluso subordinación de las mujeres, frecuente
tanto en la vida privada como social. Un mecanismo presente a lo largo de la historia y que en pleno S.XXI
sigue vigente. La violencia sobre las mujeres afecta a todos los grupos sociales, económicos, religiosos y
culturales, es decir, estamos ante un fenómeno global.
Por tanto, la violencia del hombre contra la mujer es una manifestación de la desigualdad de género y un
mecanismo de subordinación de las mujeres. Para comprender la violencia de los hombres frente a las mujeres es necesario analizar las desigualdades de poder entre ambos, incluyendo las desigualdades legales,
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económicas y sociales, entre otras. Además, como la violencia funciona como un mecanismo de control
social de las mujeres, permite reproducir y mantener el status quo de la dominancia masculina y la subordinación femenina.
Sin embargo, las propias mujeres, en ocasiones colaboran en la creación y preservación de tradiciones
violentas, de subordinación o en la perpetuación de los mitos que responsabilizan a la mujer de su propia
victimización. Este hecho se debe a que las mujeres han naturalizado ese trato desigual y, como consecuencia, lo reproducen y mantienen.
El modo de ejercer ese control sobre las mujeres adopta diversas formas: física, psicológica, sexual, social,
cultural y económica. Se trata por tanto de un hecho social consecuencia de la dominación ancestral que el
hombre ejerce sobre la mujer, y que presenta profundas raíces socioculturales.
4.2. Más allá de la violencia física: la violencia económica.
Tal como venimos defendiendo, patriarcado y capitalismo se configuran como dos macrorrealidades sociales que socavan los derechos de las mujeres al propiciar la redistribución de los recursos asimétricamente,
es decir, en interés de los varones. Esta situación genera la violencia económica, una forma de opresión y
control sobre la población femenina que está completamente asumida por el sistema económico capitalista. Esta situación genera que para muchas personas pase desapercibida este tipo de violencia o, incluso,
que no le concedan toda la importancia que tiene.
Así, podemos definir la violencia económica como todo acto de fuerza o poder, ejercido contra las mujeres
y que vulnera sus derechos económicos. Violencia estructural ejercida tanto por personas, instituciones,
empresas e incluso sistemas sociales que genera, además de daño físico o emocional sobre las mujeres, una
forma de discriminación y control de los recursos. Situaciones que propician una mayor pobreza femenina
al tiempo que incrementan la desigualdad entre hombres y mujeres.
La violencia económica, por tanto, afecta a todas las mujeres pues es el sistema en su conjunto el que
ejerce esta forma de dominio sobre la población femenina, por ello, dificulta la identificación del actor que
comete dicha violencia. Asimismo, se manifiesta tanto en ámbitos públicos como privados. Sin embargo,
en ambos espacios tiene el denominador común de privar o limitar a las mujeres el manejo de los recursos
económicos (tierra, dinero, puestos laborales…) vulnerando así los derechos de esa persona, pues restringe
su desarrollo integral y sus capacidades.
De esta manera, la violencia contra las mujeres va mucho más allá de la violencia física, sobre la que existe
una mayor concienciación social. Se extiende sobre todas las esferas sociales generando diversas formas de
maltrato y subordinación de la mujer. Dichas formas de violencia, como la económica, están invisibilizadas,
ya que han sido naturalizadas por nuestra sociedad patriarcal. Es más han sido validadas en los diferentes
ámbitos, desde el familiar hasta el estatal.
Así, la violencia económica va limitando a las mujeres en el ejercicio de su ciudadanía y sus derechos. Como
se expondrá posteriormente, se materializa de diferentes maneras, por ejemplo, la feminización de la pobreza o la invisibilización de los trabajos femeninos. Hay que tener presente que la asunción de determinaIV Jornadas Economía Feminista
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La otra cara de la moneda. La invisibilización de las mujeres en la economía, otra forma de violencia
dos cuidados por parte de las mujeres libera al sistema de garantizar determinados servicios, al tiempo que
limita su desarrollo personal y profesional. Con estos dos ejemplos, se aprecia como la violencia económica
afecta a mujeres de los países empobrecidos, pero también a los denominados del Primer Mundo.
4.3. La doble violencia económica
La violencia económica no afecta exclusivamente a las mujeres, es extensiva a todos los grupos en riesgo de
exclusión social por cuestiones de género, origen social, étnico, edad… Son los colectivos que se enfrentan
a mayores riesgos para acceder a la protección del Estado y a la justicia. Sin embargo, cuando se cruza la
variable de género con cualquier otra supone una doble discriminación para esas mujeres. De esta manera,
existe una estratificación que se constata en la desigualdad de acceso y distribución de los recursos materiales y simbólicos, según estas categorías.
Por ejemplo, los sistemas de estratificación étnica son muchas veces la expresión de fuerzas políticas y económicas que solo pueden entenderse en términos históricos concretos, relaciones de poder y relaciones
económicas. (Nash, Mary y Marre, Diana; 2003). La estigmatización de determinados grupos étnicos propicia que sus miembros, hombres y mujeres, no estén en igualdad de condiciones en el acceso a los recursos
sociales. Debido al patriarcalismo y el etnocentrismo, propios de las sociedades, las mujeres sufren una
doble discriminación por género y pertenencia étnica3 .
Otro de los casos donde se aprecia claramente esa doble violencia en el acceso a los recursos económicos
y los espacios socialmente valorados es el de las mujeres con discapacidad. La imagen social de la mujer
con discapacidad es distinta de la del resto de mujeres. Comparten una imagen surgida en las sociedades
patriarcales que las sitúa en condiciones de inferioridad respecto a los hombres y las ubica dentro del ámbito familiar y doméstico. Sin embargo se les niega la posibilidad de ejercer aquellas funciones que estas
mismas sociedades consideran propias de las mujeres, ya que según la imagen estereotipada existente, las
que tienen una discapacidad carecen de las cualidades necesarias para ser esposas o madres (roles atribuidos a la mujer).
Así, una tras otra se pueden cruzar las diferentes variables sociales con el género y se aprecia como la discriminación y la imposibilidad para acceder al mercado laboral no son igualitarias respecto a los hombres.
Asimismo, se constata como existe una mayor dominación y control social sobre estas mujeres al tener
limitado el acceso a los recursos económicos, lo que las convierte en personas mucho más dependientes
de los varones.
Esta situación va generando diferentes formas de exclusión social, ya que propicia un proceso de alejamiento progresivo de una situación de integración social en el que pueden distinguirse diversos estadios en
función de la intensidad: desde la precariedad o vulnerabilidad más leve hasta las situaciones de exclusión
más graves. Progresivamente la mujer va siendo segregada de las posibilidades que ofrece la sociedad.
Hay que tener en cuenta que la situación de las mujeres de las minorías étnicas no siempre se ha tenido en cuenta en las reivindicaciones del movimiento feminista. En este sentido, se posiciona Aída Hernández (2001) cuando plantea que el etnocentrismo
también se manifiesta en la imposición de una cultura hegemónica y de un feminismo universal o hegemónico.
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5. Algunos ejemplos de violencia económica.
Tal como se ha expuesto, la violencia económica es un fenómeno estructural que supone una subordinación de la mujer en todas las parcelas. Una situación que está completamente normalizada lo que dificulta
su erradicación.
Se suelen considerar como los hechos más evidentes de la violencia económica las mayores tasas de desempleo femenino, los salarios más bajos que los de sus compañeros y la dificultad de las mujeres para
acceder a puestos de responsabilidad. Según la Encuesta de Empleo del Tiempo del INE correspondiente
a 2009-2010, la participación de la mujer en el trabajo remunerado había aumentado tres puntos y la del
hombre había bajado en cuatro; no obstante, la diferencia del porcentaje de empleados remunerados sigue
estando a favor de los hombres con un 38,7%, frente al 28,2% de las mujeres.
Sin embargo, la violencia económica va mucho más allá y se plasma en diversos modos de subordinación
de la mujer. A continuación se exponen algunas de estas formas:
5.1. Violaciones de los DESC de las mujeres.
Los derechos económicos, sociales y culturales (DESC) de las mujeres, vienen recogidos en diferentes instrumentos internacionales. Desde la Declaración Universal de Derechos Humanos (1948), hasta la Cumbre
del Milenio (2000).
Sin embargo, en la mayoría de los países se produce una violación constante de esos derechos (Lafuente,
Paloma; 2009). Una vulneración que se agrava con la imposición de políticas neoliberales que acentúan las
desigualdades sociales y de género. El crecimiento económico basado en la exclusión y la profundización
de las desigualdades socioeconómicas, jurídicas, políticas e ideológicas ha limitado el acceso de las mujeres
a los DESC.
A esta situación hay que sumar la actual e inminente disolución de los sistemas de seguridad social garantizados por el Estado, hecho que además refleja una división clara entre la política social y económica. Asimismo, hay que tener en cuenta que cualquier forma de violación de los DESC son expresiones de violencia
económica.
Entre otros aspectos, la violaciones de los DESC de las mujeres se concentran en: la remuneración desigual
por razón de género o edad; la doble y triple jornada de las mujeres, al no haberse producido cambios en
la división del trabajo familiar y haber asumido las mujeres tanto el trabajo reproductivo, productivo y comunitario; la falta de trabajo y empleo o la mayor participación de las mujeres en la economía informal. De
hecho, el trabajo informal, normalmente en condiciones de insalubridad, con bajos ingresos y sin acceso a
prestaciones sociales, parece afianzarse en un contexto de internacionalización y globalización de la economía (Domingo, Concha, et. Al; 1998). Asimismo, también cabe alertar sobre la explotación inhumana en
fábricas; la discriminación en el acceso a las oportunidades de empleo, caso de estar por ejemplo, embarazada; la superior tasa de analfabetismo en las mujeres; el menor acceso a prestaciones sociales públicas
por no estar vinculada su actividad al empleo formal ni a ninguna prestación privada al carecer de recursos
económicos para contratar dichos servicios en el sector privado o la exclusión de las mujeres por parte del
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sector financiero como posibles sujetos de crédito.
5.2. La feminización de la pobreza.
La feminización de la pobreza4 es un fenómeno que ha estado invisibilizado hasta hace relativamente poco
tiempo, ya que cuando se analizaban las situaciones de pobreza o exclusión social no se utilizaba la variable
de género.
La feminización de la pobreza se entiende como un fenómeno multidimensional que supone una carencia
de recursos no sólo económicos sino también culturales, sociales de autoestima, de disponibilidad para el
ocio o de libertad, entre otros aspectos.
La expresión alude además a un creciente empobrecimiento material de las mujeres al tiempo que se aprecia un continuo empeoramiento de su condiciones de vida. Todo ello supone la vulneración de sus derechos
fundamentales. Rosalía Mota (2004) considera la feminización de la pobreza como el aumento de familias
encabezadas por una mujer en el conjunto de hogares pobres, alertando del riesgo de exclusión social a la
que se enfrentan estas mujeres, normalmente pensionistas, viudas o jubiladas.
Pese a que las condiciones de vida de las mujeres parecen que van mejorando, las cifras delatan una realidad bien diferente a esa promulgada igualdad. Por ejemplo, según los datos de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) las mujeres representan el 70% de los más de 1.200 millones de personas que viven
en la extrema pobreza. Ante esta cifra podríamos decir que la pobreza en el mundo tiene rostro de mujer
y, salvando las distancias, es un fenómeno que se da tanto en los países empobrecidos como en los industrializados.
Las mujeres que viven en la pobreza a menudo se ven privadas del acceso a recursos de importancia crítica,
como los préstamos, la tierra y la herencia. No se recompensa ni se reconoce su trabajo. Sus necesidades en
materia de atención de la salud y nutrición no son prioritarias, carecen de acceso adecuado a la educación
y a los servicios de apoyo, y su participación en la adopción de decisiones en el hogar y en la comunidad
es mínimo. Atrapada en el ciclo de la pobreza, la mujer carece de acceso a los recursos y los servicios para
cambiar su situación.
El principal motivo que genera esta realidad es la construcción desigualitaria de los géneros pues los diferentes roles y posiciones atribuidos a hombres y mujeres inciden en la pobreza y la exclusión social. La
mayor exposición de las mujeres a la pobreza se debe a los mayores niveles de inseguridad, precariedad y
vulnerabilidad que sufren por su posición subordinada a los hombres en el sistema de relaciones de género
(Murguialday, Clara; 1999).
En Ciencias Sociales se diferencia entre:
Pobreza absoluta: cuando sólo se cubre los mínimos de supervivencia. Esos límites dependen del país, pero hace alusión a satisfacer las necesidades básicas y cuando existe una carencia absoluta de recursos económicos y sociales.
Pobreza relativa: supone abandonar el concepto economicista del término e incluye el aspecto multidimensional. En esta noción
se basa el término exclusión social. Algunos autores los utilizan como sinónimos, otros piensan que el término exclusión es más
complejo ya que está relacionado con el mundo laboral y el mundo de la protección social. Así, cuando se aluda al término pobreza haremos referencia a ese concepto más amplio que supera el punto de vista economicista y va más allá de la carencia material,
puesto que incorpora al análisis de la desigualdad en la distribución de los recursos socialmente valorados, otros aspectos como
la discriminación, la estigmatización, el rechazo social o la debilidad en las redes interpersonales que contribuyen, refuerzan o
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La globalización 5 y la producción a nivel mundial afecta de manera más acusada a las mujeres de los países
empobrecidos. El traslado de las industrias a los países del Tercer Mundo en busca de mano de obra barata
encuentra en las mujeres de estos lugares el personal adecuado, ya que los salarios son mucho menores y
las condiciones o garantías laborales son prácticamente inexistentes. Así, las mujeres y niñas de los países
empobrecidos sufren en primera persona la violencia económica. Las condiciones adversas en que las mujeres acceden al mercado de trabajo genera una mayor vulnerabilidad en los procesos de empobrecimiento.
En estos países además hay que tener en cuenta que las obligaciones de cuidado atribuidas a las mujeres
generan su abandono de la escuela a edades muy tempranas, una situación que es más frecuente entre las
personas con menores recursos económicos. Este temprano abandono las convierte en personas mucho
más vulnerables y más fácilmente dominables, tanto por su red más cercana como por las redes de trata de
personas. Todo ello supone una vulneración sistemática de sus derechos fundamentales.
Otro aspecto fundamental a tener en cuenta en la feminización de la pobreza es el concepto de ‘posición de
ruptura’ aportado por Amartya Sen (1990). La separación de las parejas deja, habitualmente, a la mujer en
una posición inferior y con menores capacidades. Habitualmente, ella al estar vinculada al ámbito doméstico y de los cuidados, se les presupone que va a hacerse cargo de los menores, lo que limita sus posibilidades
de acceso al mercado laboral. Asimismo, en los casos en los que durante la convivencia ella ha renunciado
a su desarrollo profesional para hacerse cargo de la economía de cuidados se genera una ruptura con el
mercado laboral y sus posibilidades de acceso se ven considerablemente mermadas por haber estado al
margen de las relaciones laborales. Así, la dependencia económica al denominado ‘cabeza de familia’ genera que muchas mujeres eludan las separaciones.
Como se verá posteriormente, la invisibilidad de la mujer en los procesos económicos es una forma evidente de empobrecimiento de la mujer.
5.2.1. La degradación ambiental y el empobrecimiento de las mujeres.
Otro aspecto que afecta a la feminización de la pobreza, sobre todo en los paíeses empobrecidos es la degradación del medioamente. El cambio climático, la desertificación y la pérdida de biodiversidad afectan
directa e indirectamente a la calidad de vida de la población mundial, pero el grado de incidencia es muy
diferente entre las poblaciones de los países desarrollados y las de los países empobrecidos. Estos últimos,
son mucho más vulnerables a sus efectos debido a su dependencia directa de los recursos naturales, a la
debilidad o inestabilidad de sus instituciones, al acceso no equitativo a los recursos, y a la falta de oportunidades de formación para adquirir habilidades técnicas que les permitan adaptarse mejor a los efectos de
la degradación ambiental.
alimentan las dinámicas de expulsión o obstaculización del acceso a determinados espacios, derechos o relaciones sociales que
son el único medio para alcanzar ciertos recursos.
La globalización afecta de forma especial a las mujeres. El motivo, para Paloma de Villota (2004), reside en la mayoritaria forma
de incorporación de las mujeres a través de la economía invisible. Esta forma no remunerada conlleva una serie de desventajas
que se perpetúan hasta la vejez. La prueba más evidente para ella son las pensiones más bajas o el menor número de pensionistas. Asimismo, alerta de que esta situación genera flujos migratorios de los países empobrecidos a los industrializados.
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A su vez, tiene un impacto diferenciado entre hombres y mujeres como consecuencia del sistema patriarcal
de relaciones de género que asigna a las mujeres una más estrecha vinculación con la naturaleza. Los riesgos directos e indirectos del cambio climático disminuyen las oportunidades de las mujeres para acceder a
medios de subsistencia, el tiempo del que disponen a diario y su esperanza de vida. Algunos riesgos potenciales del cambio climático y sus efectos para las mujeres son:
o Incremento de las sequías y escasez de agua: las mujeres y las niñas, habitualmente, son las
principales recolectoras, usuarias y administradoras del agua para los hogares. La disminución de su disponibilidad pone en peligro los medios de subsistencia y aumenta su carga de trabajo, puesto que deben
desplazarse más lejos para recolectarla. Como consecuencia disminuye el número de niñas que van a la escuela o las mujeres tienen menos oportunidades para dedicarse a otras actividades. Por otro lado, provoca
un aumento de las enfermedades vinculadas con el estado del agua como diarreas y cólera, dolencias a las
que son especialmente susceptibles menores y embarazadas.
o Mayor frecuencia de fenómenos climáticos extremos: Cuando los DESC de las mujeres no se protegen, los desastres causados por fenómenos naturales extremos y los impactos subsiguientes, en promedio, generan como consecuencia el fallecimiento de más mujeres que hombres.
o Aumento de las plagas y propagación de enfermedades infecciosas. Las mujeres tienen menor
acceso y capacidad de decisión que los hombres en cuestiones relacionadas con su salud. Por otro lado, su
carga de trabajo aumenta cuando han de dedicar tiempo al cuidado de personas enfermas. Además, los hogares pobres cuentan con menos recursos para adaptarse a los impactos del cambio climático. Por lo tanto,
adoptar nuevas estrategias para la producción de alimentos o ganadería, resulta más difícil para las familias
afectadas por una pandemia.
5.3. La invisibilización del trabajo femenino.
La medición de la pobreza es siempre complicada y demanda una sofisticada recolección de datos, pues va
más allá de las carencias materiales o económicas. En el caso de la medición del empobrecimiento femenino surge el problema adicional de la invisibilidad de las mujeres y la naturalización de sus funciones de
cuidado.
La economía de cualquier sociedad consta de una parte informal, ajena al trabajo remunerado, que permite
la supervivencia de la gran mayoría de la población. Esta riqueza proviene del trabajo reproductivo o de
cuidados. Este tipo de economía al no ser considerada como tal ha permanecido invisibilizada (Lafuente,
Paloma; 2009).
El trabajo no remunerado, sin ningún tipo de reconocimiento ni familiar ni social, queda oculto en el hogar
pero sin su existencia nuestras sociedades, tal y como las conocemos, no hubieran podido avanzar. Hay que
tener en cuenta que la unidad familiar, más allá de una unidad de consumo es también productora de bienes y servicios. Así, dentro del hogar se produce una serie de trabajos y de producción no reconocido como
actividad económica por encontrarse fuera del ciclo de la economía capitalista, pese a formar parte él6.
Maria Mies (1997) utiliza la metáfora de un iceberg. Existe una parte que aparece sobre el agua, que representa únicamente el
capital y el trabajo asalariado, y, otra parte, bajo el nivel del agua, invisible, el trabajo doméstico gratuito de las mujeres. Se puede
decir que todas la teorías tradicionales sobre nuestra economía solamente tienen en cuenta la cumbre del iceberg, limitándose
a la venta de la fuerza de trabajo del adulto, generalmente masculino.
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La naturalización del trabajo de cuidados, junto a que se producen en un ámbito privado dificulta su cuantificación y visibilización. Por ello, desde diferentes entidades se trabaja por el reconocimiento del trabajo no
remunerado. Paloma Lafuente (2009) estima que una forma de visibilizarlo es medir el trabajo doméstico
en términos monetarios, aplicando precios a los diferentes bienes y servicios producidos en el interior del
hogar.
Las cifras no dejan lugar a dudas: el trabajo no remunerado en España supuso el 53% del PIB en 2011; el
mayor porcentaje de esta actividad se concentra en el cuidado de niños, enfermos y mayores. Por otra parte, se estima que la demanda de cuidados en España crecerá un 50% de aquí al año 2050. Este incremento
tendrá especial incidencia en el segmento de personas mayores, que ocupan actualmente el 27,5% de la
demanda de cuidados, pero que se prevé lleguen al 46% en 2050. (Durán, Mª Ángeles; 2012). Esta autora
define trabajo no remunerado como “el que se presta sin una contrapartida de dinero y sin la expectativa
de que quien lo recibe vaya a remunerarlo de forma proporcionada al tiempo que se ha dedicado a dicho
trabajo”.
Por otro lado, según la Encuesta de Empleo del Tiempo del INE, correspondiente a 2009-2010 casi el 92%
de las mujeres realizan trabajos no remunerados frente a un 74,7% de los hombres. En tiempo, se estima
que como media las mujeres españolas dedican dos horas diarias más al trabajo del hogar que los hombres.
Por ello, hay que tener en cuenta el importante ahorro económico que supone para cualquier estado que la
mujer asuma determinadas funciones, de ahí la importancia que las naturalice como propias.
5.4. La crisis actual y el incremento de las desigualdades.
La actual situación económica y financiera está generando importantes retrocesos en el ámbito social y
de derechos. Así, las mujeres nuevamente sufren de manera diferente los impactos de la crisis. En primer
lugar, desde algunos sectores se cuestiona que ellas accedan al mundo laboral cuando es insuficiente el trabajo para la población en general. De esta manera, se refuerzan la división de roles y los espacios sociales,
volviendo a recluir a la mujer al ámbito privado con lo que ello supone. Lina Gálvez y Paula Rodríguez (2011)
han estudiado las desigualdades de género en las últimas crisis económicas, constatando que el mercado
laboral evidencia la complejidad de las situaciones con múltiples efectos y estrategias de las mujeres para
hacer frente a las crisis:
“Las crisis económicas suponen por regla general un cambio en el tamaño de la economía formal frente a la informal y a la doméstica. Si en épocas de expansión la economía formal avanza
frente a las otras dos esferas, en las crisis económicas ocurre lo contrario. El desigual reparto
del trabajo doméstico y de cuidados no pagado entre hombres y mujeres, la disminución de las
rentas familiares y de los servicios sociales provistos por el Estado –en el caso de las crisis con
salidas de corte neoliberal-, explican un incremento del trabajo doméstico no remunerado que
cae de forma prioritaria en los hombros de las mujeres, independientemente de que tengan
otra actividad remunerada ya sea en la economía formal o la informal, lo que no sucede en el
caso de sus maridos o los hombres de la familia. (Gálvez, Lina y Rodríguez, Paula, 2011:117)”.
Por ello, hay que tener en cuenta que muchas de las medidas que se están adoptando para afrontar la crisis
están contribuyendo a la feminización de la pobreza. Los efectos de las actuales reformas económicas y
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de los recortes sociales se percibe en diferentes ámbitos. El más evidente es la reducción o eliminación de
políticas de fomento de la igualdad de género o la paralización de reformas legales de corresponsabilidad
(como la ampliación del permiso de paternidad).
Del mismo modo, las menores posibilidades familiares de acceso a los bienes y servicios del mercado genera que las mujeres deban dedicar más parte de su tiempo al trabajo no remunerado, tanto en los cuidados
de personas y domésticos como en la gestión de los recursos familiares. Estos aspectos son cruciales para
la supervivencia de la unidad familiar, sin embargo, no sólo no está remunerado, tampoco está socialmente
valorado. Incluso en los casos en los que la mujer también trabaja en el ámbito extra-doméstico, en la mayoría de los casos sigue siendo la responsable de los cuidados familiares, lo que supone una mayor carga
global de trabajo, que equivale a la suma de las horas dedicadas al trabajo productivo y reproductivo. De
esta manera, se aprecia una consecuencia inmediata del sistema social de distribución de responsabilidades con clara desventaja para las mujeres y su calidad de vida, al tiempo que continúa con la invisibilización
del trabajo femenino.
En este mismo sentido, la reducción de ayudas y programas sociales (ley de dependencia, guarderías, comedores escolares…) reduce las posibilidades de acceso de las mujeres a los servicios básicos necesarios
para desarrollar sus funciones de producción y reproducción social. Esta situación propicia que la mujer
asuma todos esos cuidados generando una carga extra de trabajo y las menores posibilidades para su desarrollo. Por ejemplo, los recortes en sanidad generan un incremento de las tareas de asistencia, normalmente a cargo de las mujeres.
Otra cuestión fundamental, es el tipo de empleos remunerados a los que principalmente accede la mujer
que suelen ser los primeros que se destruyen en épocas de crisis. Por una parte, son trabajos más temporales, precarios y de menor status, por lo que se prescinde de ellos antes que otros. Por otro lado, suelen
estar empleadas en los sectores más afectados por la reducción de gasto público (educación, sanidad,
administración pública…)7 por lo que ven restringido su acceso a los recursos financieros y tienen mayor
dependencia económica de sus parejas.
Por otra parte, las políticas que se están desarrollando para fomentar el empleo no mencionan el impulso
laboral femenino ni la protección a los colectivos más desfavorecidos entre los desempleados, compuestos
principalmente por mujeres.
Una de las particularidades de esta crisis respecto a las anteriores es que la principal forma de buscar empleo actualmente es mediante Internet. El menor acceso a la red de la mujer está suponiendo un freno al
avance en la igualdad de oportunidades .
La brecha digital de género persiste, aunque decrece sensiblemente. No obstante, la cuestión ya no es tanto
quién tiene cobertura o incluso accede, sino quién realiza usos avanzados de la red. Es la denominada segunda brecha digital, que está relacionada con el conocimiento y, más específicamente, con las habilidades
La construcción social de los espacios públicos y privados junto al discurso ofensivo para que la mujer no trabajara fuera del
hogar propicio que las primeras incorporaciones al mercado laboral fueran en trabajos que se consideran una extensión de sus
roles como mujer (maestras, enfermeras…)
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digitales (e-skills) necesarias para vivir y trabajar en esta Sociedad de la Información.
Las mujeres al ser las responsables de la economía de cuidados genera el desigual uso por género de internet y las redes sociales. De hecho, la brecha digital de género se acentúa coincidiendo con los tramos de
edad de mayor carga familiar.
6. La crisis, una oportunidad de cambio.
Desde el feminismo se han aportado diferentes teorías y propuestas que cuestionan este sistema económico y sus consecuencias al tiempo que proponen alternativas para lograr una economía socialmente sostenible. Así, el objetivo de la economía feminista es cuestionar los mercados como centro de la economía y
recuperar los aspectos invisibilizados y explotados. “Los modelos económicos han reflejado casi exclusivamente la economía de mercado, dando cuenta de un mercado laboral caracterizado por una participación
masculina libre de restricciones reproductivas” (De Villota, Paloma; 2004:107).
De esta manera, al romper la ecuación economía=mercado, los conceptos de bienestar, crecimiento económico y progreso deberían replantearse. Apostar por un desarrollo equitativo que respete el medio ambiente conllevaría una sostenibilidad social que garantizaría el cumplimiento de los DESC de los colectivos
actualmente subordinados como las mujeres. La piedra angular reside en acabar con la invisibilidad del
trabajo femenino y dar el valor que tiene la economía de cuidados para el sostenimiento de la sociedad.
Así, la actual crisis se debe convertir en una oportunidad y un desafío para establecer nuevas formas de
producción y consumo, y de reorganizar las estructuras y relaciones del cuidado, estableciendo un reparto
equitativo entre mujeres y hombres del trabajo remunerado y no remunerado, no sólo en la familia, sino
en la sociedad: el Estado a través del presupuesto público -ingresos, gastos y beneficios fiscales- tiene que
redistribuir tiempos y recursos para seguir avanzando hacia la igualdad entre mujeres y hombres.
Por ello, la equidad no sólo no debe quedar reducida a artículos recogidos en declaraciones o convenciones, debe tener su plasmación real. Una plasmación que no se limite a que las mujeres se asimilen a los
hombres, debe ir más allá y realizar una reconstrucción de la economía considerando otro aspectos en la
base del sistema. Por ejemplo, algunas investigaciones demuestran que en los hogares encabezados por
mujeres se produce una distribución de los bienes más equitativa, una mayor inversión en educación y
salud de todos sus miembros y una mayor participación en la toma de decisiones intrafamiliar es lo que
favorece el alcance de un mayor bienestar de toda la familia (Serrano, Claudia, 2005).
De esta manera, el desarrollo de los servicios públicos debería de ser una prioridad en las medidas anticrisis ya que el modelo actual ha demostrado su fracaso. Enfocar las reformas así, permitiría reactivar la
economía, generar otro tipo de empleos no basados en sectores de crecimiento temporal (como la construcción) al tiempo que garantizaría la infraestructura social cumpliendo los principios del denominado
Estado de Bienestar.
El acceso a la información y la comunicación es un derecho de las mujeres (recogido en la Declaración de Beijing en 1995), y el
acceso a internet es la clave para garantizar este derecho en la nueva sociedad en red.
8
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7. Conclusiones.
Como reflexión final podemos concluir que el discurso androcéntrico ha generado una serie de desigualdades entre géneros que, entre otros aspectos, se hacen patentes en la violencia económica. El principal
problema a la hora de detectar, denunciar y atajar la violencia económica y el consecuente empobrecimiento de las mujeres, no sólo en términos materiales, es la invisibilidad del trabajo de las mujeres y la naturalización de sus funciones de cuidado. Asimismo, al tratarse de un problema estructural que se da desde la
familia hasta el Estado está completamente normalizado.
A modo de resumen exponemos las principales reflexiones:
1
El androcentrismo consiste en la actitud de considerar el punto de vista masculino como el único
válido y aplicable a la sociedad en su conjunto. Se trata de un concepto diferente al de patriarcado,
que implica una forma opresiva de construir el sistema ideológico sexo-género que subyace al sistema de relaciones sociales, políticas y económicas discriminatorio para las mujeres.
2
El pensamiento androcéntrico ha justificado durante años las desigualdades sociales con causas
biológicas y, de esta forma, se han universalizado y negado al mismo tiempo como producto de
procesos de construcción social que pueden variar, cambiarse, o ser diferentes.
3
En el proceso de construcción de espacios y de roles adscritos a cada género, el punto de vista
androcéntrico ha impuesto una jerarquización social que sitúa a los hombres por encima de las
mujeres.
4
Todas las sociedades articulan fórmulas para la producción, distribución y consumo de bienes y
servicios, es decir, cuentan con un sistema económico. El capitalismo liberal se ha impuesto sobre
el resto de sistemas al tiempo que ha condicionado el resto de la organización social, política y
cultural de las sociedades.
5
La Revolución Industrial supuso la imposición del capitalismo y de la ideología burguesa. En este
momento, se produce la ruptura espacio-temporal del trabajo. Así, socialmente se construyen
dos espacios: el público y el privado. El primero de ellos vinculado con el trabajo productivo y
socialmente reconocido se adscribe a los hombres. El segundo asignado al trabajo reproductivo
e infravalorado es el adscrito a las mujeesr. Paralelamente se atribuyen una serie de roles y responsabilidades a cada género que han llegado hasta nuestros días, como la mujer cumplidora del
cuidado doméstico (hogar y personas) y el varón el responsable de la vida pública. Dicotomías que
aún prevalecen.
6
El género se convierte en un marcador social que contribuye a reproducir el sistema de clases, los
grupos sociales y la jerarquía social. Al igual que la diferenciación de espacios genera una serie de
limitaciones y constricciones para el desarrollo social y personal de la mujer.
7
La violencia contra las mujeres es consecuencia de los valores androcéntricos de nuestra sociedad. Se considera como tal todo acto de violencia basado en la pertenencia al género femenino
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que tenga o pueda tener como resultado un daño o sufrimiento físico, sexual o psicológico para
la mujer, así como las amenazas de tales actos, la coacción o la privación arbitraria de la libertad,
tanto si se producen en la vida pública como privada. Se trata de un hecho social consecuencia
de la dominación ancestral que el hombre ejerce sobre la mujer, y que presenta profundas raíces
sociales y culturales.
8
Existen diferentes formas de violencia de género, una de ellas es la económica. Consiste en todo
acto de fuerza o poder, ejercido contra las mujeres y que vulnera sus derechos económicos. Violencia estructural ejercida tanto por personas, instituciones, empresas e incluso sistemas sociales
que genera una forma de discriminación y control de los recursos. Situaciones que propician una
mayor pobreza femenina al tiempo que incrementan la desigualdad entre hombres y mujeres.
9
Cuando la variable género se cruza con otras variables sociales (edad, salud, etnia…) puede provocar situaciones de doble violencia económica generando un mayor riesgo de exclusión social para
estas personas.
10
La violencia económica está naturalizada por el sistema y se aprecia de diferentes maneras. La más
denunciada es la discriminación laboral (mayor tasa de desempleo, menores salarios, menor cuota
en puestos de responsabilidad…) pero no es la única.
11
Los DESC de las mujeres, pese a estar recogidos en diversos tratados internacionales, son vulnerados constantemente. Cualquier forma de violación de los DESC son expresiones de violencia
económica.
12
La feminización de la pobreza es un fenómeno multidimensional que supone una carencia de recursos no sólo económicos sino también culturales, sociales, de autoestima, de disponibilidad para
el ocio o de libertad entre otros aspectos. Es una constante mundial, sin embargo, en los países
empobrecidos existen dos factores que incrementan el empobrecimiento de las mujeres: la degradación ambiental y la instalación de las industrias controladas por los países del Primer Mundo.
13
El trabajo no remunerado vinculado a la esfera privada y considerado como propio de la mujer ha
sido invisibilizado, lo que supone una falta de reconocimiento de la importancia que este tipo de
trabajo tiene para el desarrollo y continuidad de la sociedades del bienestar.
14
Los recortes sociales y las políticas para salir de la actual crisis económica afectan más a las mujeres. La eliminación de determinados servicios sociales genera que las mujeres asuman estas
tareas. Asimismo, ellas suelen ocupar empleos más flexibles y vinculados a áreas sociales; el tipo
de puestos en los que primero se prescinde de trabajadores, intensificando así la feminización de
la pobreza.
15
La brecha digital de género está propiciando que la mujer tenga menos oportunidades de acceso
al mercado laboral, ya que actualmente la principal forma de buscar empleo es Internet.
16
Teniendo en cuenta que las diferenciación de roles y de espacios son construcciones sociales, se
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debe trabajar para cambiar esas categorías pues no son universales ni inamovibles. Diferentes
colectivos y grupos consideran que la actual crisis debería ser una oportunidad para reformular
el sistema y lograr una mayor igualdad que permitiera avanzar en la erradicación de la violencia
económica.
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