(VÓRTICE Y CORRIENTE. SOBRE LA ARQUITECTURA COMO

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Toyo Ito
VORTEX AND CURRENT. ON ARCHITECTURE AS
FENOMENALISM
(VÓRTICE Y CORRIENTE. SOBRE LA ARQUITECTURA
COMO FENÓMENO)
A.D. vol. 62, n.º 9-10
1992
Toyo Ito
VORTICE Y CORRIENTE. SOBRE LA ARQUITECTURA COMO FENÓMENO
1992
La escena es una panorámica de la fiesta del cerezo en flor, donde la gente bebe sake con
los amigos sobre una alfombra roja, bajo los árboles y los farolillos de papel o dentro de
carpas abiertas. Representa el carácter fundamental de la arquitectura japonesa.
Lo primero es que la gente se reúne para ver los cerezos en plena floración y, entonces, se
construye para ese acontecimiento la arquitectura primigenia (p. e. la alfombra y la carpa).
La arquitectura no está allí desde el comienzo; por el contrario, es el acto humano de
reunirse lo que existe primero. Sólo después surge la arquitectura como envoltorio de esta
acción.
Una arquitectura como ésta no se enfrenta con la naturaleza, sino que la asimila por
completo. Esto sucede porque la presencia de los cerezos es capaz por sí misma de crear
un espacio único; con los pétalos bailando al viento, la belleza de la escena resulta realzada
visualmente. Al extenderse las alfombras sobre un suelo adecuado y tensarse las carpas
teniendo en cuenta el viento favorable y las condiciones de soleamiento, la arquitectura se
instala como un filtro mínimo para visualizar los fenómenos naturales más que para
ignorarlos o suprimirlos. Los cerezos extienden sus ramas sobre las carpas y los pétalos
caen sin cesar sobre la gente, que disfruta plenamente de la placentera escena en la
naturaleza.
La fiesta llega a su apogeo cuando al ponerse el sol la oscuridad se acentúa y la escena se
va velando en esa oscuridad creciente. Algunos comienzan a cantar y otros bailan al son de
la música. Según transcurre la noche, la gente, sintiéndose cansada de placer, desmonta las
carpas y se vuelve a casa, dejando a los cerezos en flor flotando en la oscuridad como
nubes blancas. El final del evento supone asimismo el simultáneo fin de la arquitectura.
Puede decirse que aquí la arquitectura se evoca por algo extremadamente transitorio; como
una película transparente que envuelve el cuerpo humano. No tiene mucha sustancia ni
implica un peso significativo.
Crear arquitectura es un acto de generar vórtices en las corrientes de aire, viento, luz y
sonido; no es construir un dique contra la corriente ni dejarse arrastrar por ella. Por ejemplo,
si se hinca una estaca en el río, se originan cambios en la corriente alrededor de la estaca.
Si dos estacas se colocan a corta distancia unas de otra, el movimiento del agua cambia de
forma complicada debido a su efecto sinergético.
En la naturaleza, el lugar que la gente escoge para reunirse está determinado por el terreno,
la situación de los árboles o la dirección del viento. Si el lugar de reunión es un
emplazamiento urbano, su elección responde también a otras consideraciones: la relación
entre edificios, el flujo del transporte y la comunicación, y el intercambio de información entre
todos los componentes. Sin embargo, tanto en los emplazamientos naturales como en los
urbanos, cuando los elementos arquitectónicos como postes y pantallas se sitúan dentro del
espacio, las corrientes naturales –el flujo del viento, del sonido, de la información, del
transporte- cambian, causando instantáneamente pequeños remolinos alrededor de las
instalaciones. Un vórtice como éste podría ser considerado un dispositivo mínimo para crear
un lugar de reunión para la gente. Para convertir tal gesto en un acto de arquitectura, es
necesario organizar estos elementos arquitectónicos en una entidad. La organización puede
ser un tipo de estructura en sentido abstracto. Al darle una cierta forma, el lugar para un
acontecimiento se convierte en arquitectura. Esto se hace para que el flujo de los fenómenos
no acabe siendo algo simplemente pasajero, sino que se perpetúe al ser incorporado a un
sistema más estable y ordenado.
Cuando la arquitectura se define de acuerdo al concepto señalado, la gente puede
permanecer dentro de las corrientes de la naturaleza y/o de la ciudad que la rodean y a la
vez estar situada en un marco de forma arquitectónica; están envueltos simultáneamente en
dos espacios contradictorios: en un fenómeno efímero e inestable y en un sistema que
constantemente persigue estabilidad y continuidad. La arquitectura está hoy obligada a tener
una existencia precaria; tiene que mantener un delicado equilibrio en un espacio ambiguo e
inestable, en tanto que ya no hay fundamentos sólidos sobre los que la arquitectura pueda
mantenerse firmemente en pie. La arquitectura que busque sólo un fenómeno pasajero y
que ceda al presente sin resistencia será consumida inmediata y completamente. Por el
contrario, una pieza de arquitectura que es anacrónicamente monumental, confiando en un
estilo que no es más que un cliché, no logrará empatía en nuestro dinámico mundo
contemporáneo.
Un acto de arquitectura más apropiado puede ser análogo al arte lingüístico que extrae
palabras y símbolos del sentimiento fugaz de un individuo, les da un estilo y las organiza.
Expresiones verbales vívidas pueden ser creadas sólo a partir de la confrontación de un
estilo con una dirección a la vez que se desvía de ella para dar voz a la emoción individual.
Lo mismo es aplicable a la arquitectura.
Para dar vida hoy a la arquitectura y dejarla respirar es vital generar constantemente vórtices
de acontecimientos y corrientes que conectan estos vórtices en contra del movimiento de
formalización que siempre busca un orden estable y rígidamente fijado. Es vital aspirar a
espacios de estados inestables que puedan ser propicios al movimiento o al fluir. Tales
espacios son análogos al movimiento físico de los humanos. En el Noh, una de las artes
escénicas tradicionales de Japón, comparable al Kabuki, la postura del actor revela una
cierta ansiedad ya que su visión está extremadamente limitada por su máscara. Su torso
está inclinado hacia delante y luego elevado hacia arriba sacando pecho. Sólo cuando el
actor asume esta postura puede lograr una contra-fuerza que contrarreste la ansiedad. La
danza Noh no es un mero paseo por el escenario, sino un movimiento inducido por la fuerza
trazada desde el interior de su cuerpo. Como Keiichiro Tsuchiya la describió, la danza Noh
se convierte en un flujo dinámico y, como el actor está sometido a una experiencia pasiva
por llevar su máscara, reestructura la totalidad del espacio del escenario.
De acuerdo con un maestro de kendo, la técnica básica de este arte marcial reside en el uso
de la inestabilidad. Más precisamente, en el kendo una postura inestable erguida sobre dos
pies es vista como una ventaja más que como una deficiencia. Por tanto, los alumnos son
entrenados a mover ambos pies simultáneamente para apartar el fulcro del cuerpo.
Así como el cuerpo humano, soportado por una estructura estable, puede generar fuerza o
movimiento solamente cuando se encuentra en un estado inestable, la arquitectura necesita
también crear un flujo de espacio contra la estabilidad a la vez que busca constantemente
formas estables.
El acto de crear, o más bien, de coreografiar una pieza de arquitectura en una ciudad como
Tokio es semejante al juego del ajedrez. Es un juego completamente impredecible. Los
edificios que rodean un solar concreto difieren en volumen, forma, altura, material y
estructura. Más aún, no hay manera de saber cuándo esos edificios serán demolidos y
reemplazados por otra cosa. Y esto es también un juego sin fin. ¿Cuál es entonces el
contexto que podemos considerar o esperar frente a una escena urbana tan efímera como
fondo?
En un espacio urbano como el nuestro, tipo tablero de ajedrez, lo que podemos conseguir
con nuestros próximos movimientos es simplemente crear un nuevo vórtice para agitar o
estimular el espacio e inducir un nuevo flujo.
Un nuevo vórtice es como una carpa para un teatro improvisado en un solar vacío. No
necesitamos otras formas de arquitectura aparte de aquellas que, como imágenes de vídeo,
aparecen para un acontecimiento y desaparecen cuando el acontecimiento termina. Tokio no
necesita por más tiempo la estabilidad duradera de las expresiones formalistas, excepto la
permanencia de los monumentos.
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