Movimientos de capital y financiamiento externo

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1 REVISTA I
la de
CEPAL
NUMERO 55
ABRIL 1995
SANTIAGO DE CHILE
ANIBAL PINTO
Director
EUGENIO LANERA
Secretario Técnico
REVISTA DE LA CEPAL 55
SUMARIO
Una síntesis de la propuesta de la
CEPAL
7
Eugenio Lahera, Ernesto Ottone y Osvaldo Rosales
Consolidación de la paz después de los conflictos:
un desafío para las Naciones Unidas
27
Graciana del Castillo
Descentralización y democracia: el nuevo municipio latinoamericano 41
Eduardo Palma
Economía política del proteccionismo después de la Ronda Uruguay 55
José Tavares
Política comercial e inserción internacional.
Una perspectiva latinoamericana
65
Marta Bekerman y Pablo Sirlin
Movimientos de capital y financiamiento externo 79
Benjamín Hopenhayn
Impacto de la política cambiaria y comercial sobre el desempeño
exportador en los años ochenta
93
Graciela Moguillansky
Situación y perspectivas ambientales en América Latina y el Caribe
107
Nicolo Gligo
Expectativas de la juventud y el desarrollo rural 123
Martine Dirven
Empresas transnacionales y cambios estructurales en la industria de
Argentina, Brasil, Chile y México
139
Ricardo Bielschowsky y Giovanni Stumpo
El Salvador: política industrial, comportamiento
empresarial y perspectivas
165
Roberto Salazar
El cambio tecnológico en los análisis estructuralistas 183
Armando Kuri
Orientaciones para los colaboradores de la Revista de la
Publicaciones recientes de la
CEPAL
ABRIL 1995
CEPAL
191
193
REVISTA DE LA
CEPAL 55
Movimientos de capital
y financiamiento externo
Benjamín Hopenhayn
Instituto de Investigaciones
Económicas, Facultad de
Ciencias Económicas,
Universidad de Buenos Aires.
En este artículo se exploran las causas, consecuencias, magnitud y formas de un fenómeno fundamental del escenario contemporáneo y de enorme incidencia en las economías latinoamericanas: la aceleración de los movimientos internacionales
de capital. Billones de dólares se transan por satélite a través
de las fronteras, y una pequeña fracción de ellos se ha constituido en el elemento básico del financiamiento externo de América Latina. Esta globalización financiera enraiza en la acumulación de enormes excedentes líquidos vinculados, la
liberalización generalizada de las cuentas de capital tras el
derrumbe de las fronteras de Bretton Woods y el impacto de la
revolución tecnológica de la informática y las comunicaciones. La creciente dimensión de los mercados financieros y los
desequilibrios externos de los principales países requieren un
nuevo régimen monetario internacional, todavía indefinido, pero
con libre circulación de grandes masas líquidas que toman
formas cada vez más diversas: son los productos financieros
que se mueven en los mercados transnacionales del dinero. En
los últimos años, ellos han contribuido a aliviar el sector externo de América Latina y a complementar su ahorro interno.
Pero lo impredecible y riesgoso de esas corrientes de capital
aconsejan aprovechar la bonanza para realizar transformaciones que aumenten el ahorro nacional y lo apliquen a elevar la
productividad y la competitividad de las economías de la región.
ABRIL 1995
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REVISTA DE LA CEPAL 55 • ABRIL 1995
I
El movimiento de capitales
a través de las fronteras
En las últimas décadas el movimiento de capitales a
través de las fronteras ha crecido a la velocidad vertiginosa de los satélites que los transportan. Son cientos de miles de millones de dólares por día, de billones (trillones estadounidenses) por año, que el lenguaje
electrónico registra como asientos de compra y venta
de activos financieros cada vez más diversos. Son,
como gustan llamarlos los operadores, "productos"
financieros. Y como ocurre en el mundo del comercio de bienes físicos, esos productos se hacen cada
vez más diferenciados para mantener la competitividad de los "productores" en los mercados del dinero.
A pesar del vértigo que su magnitud y la abstracta diversidad de sus formas puedan producirnos,
debemos hacer todo lo posible por comprender las
causas y las consecuencias, la magnitud y las formas
de este fenómeno fundamental del funcionamiento de
la economía contemporánea.
Empecemos con un poco de histo ri a. ¿Cómo se
ha llegado a la gran movilidad internacional de capitales que sustenta la creciente tendencia a la llamada
globalización financiera? Veremos que las causas principales son la acumulación de grandes excedentes líquidos, la liberación generalizada de los controles de
capital y el impacto de la revolución tecnológica de la
informática y las comunicaciones. Este proceso llevó a
un grupo de distinguidos economistas franceses de la
escuela regulacionista —intervencionista, dirían los
neoconservadores criollos— a calificar la globalización financiera como "la aventura obligada" (Aglietta
y otros, 1990). Aventura que mueve a agentes privados
y públicos a tomar recaudos para aprovechar sus ventajas y esquivar sus peligros, compitiendo en el corto
plazo por retornos elevados y oportunidades de ingreso.
La historia contemporánea de los movimientos
internacionales de capital y su relación con el financiamiento de los desequilibrios de balance de pagos
comienza con la Conferencia de Bretton Woods, antes de finalizar la segunda guerra mundial. De paso
recordemos que hace pocos meses se cumplió el cincuentenario de esa trascendental conferencia, curiosamente sin mayores festejos.
Los acuerdos de Bretton Woods pretendían sen-
tar para la posguerra las bases de un régimen de relaciones económicas internacionales eficaz para el desarrollo de la economía mundial. Los personajes que
se sentaron con poder real de negociación a la mesa
de Bretton Woods recordaban vivamente dos experiencias traumáticas de la primera mitad del siglo.
Por un lado, la devastadora crisis causada por la literal explosión de una enorme burbuja financiera y su
veloz transmisión de un país a otro por falta, entre
otras cosas, de una salvaguardia monetaria internacional ordenada. Y por otro, las desastrosas consecuencias políticas y económicas de las reparaciones
de guerra impuestas a los vencidos. Para salvar ambas vallas se crearon el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el B anco Internacional de Reconstrucción y
Fomento (B anco Mundial). No llegó a crearse —por la
oposición del Senado estadounidense— la tercera pata
del trípode, es decir, una organización mundial del comercio (posteriormente remedada por el GATT y revivida con otros rasgos en la Ronda Uruguay).
El organismo más novedoso e impo rtante surgido
de Bretton Woods fue sin duda el Fondo Monetario
Internacional. El Acuerdo, o artículos de acuerdo constitutivo del Fondo, establecía entre sus p rincipales objetivos el de contribuir a la vigencia de condiciones
propicias para el pleno empleo, mediante el crecimiento no, inflacionario de la economía y el comercio mundiales, apoyado en un sistema multilateral de pagos
internacionales y fuertes restricciones a la libertad de
cambios. (El B anco Mundial aportaría recursos para la
reconstrucción de los países devastados por la guerra,
especialmente de Europa, sin distinción de vencidos y
vencedores, en paralelo con el Pl an Marshall).
La relación de poder prevaleciente al final de la
guerra y las reglas del juego establecidas en Bretton
Woods, construyeron de hecho y de derecho un sistema monetario internacional hegemónico. Hegemónico
porque en ese sistema la economía de los Estados
Unidos funcionaba como "locomotora" de la mitad
capitalista del mundo y el dólar como unidad monetaria internacional de cambio y de reserva.
Es un hecho que el mundo conoció en el cuarto
de siglo posterior a la segunda guerra mundial el pe-
MOVIMIENTOS DE CAPITAL Y FINANCIAMIENTO EXTERNO • BENJAMIN HOPENHAYN
REVISTA DE
LA
CEPAL 55 • ABRIL
nodo más prolongado de crecimiento con estabilidad
que recuerda la historia moderna. Ilustran la evolución económica de ese cuarto de siglo una tasa media
de crecimiento del producto cercana al 5% acumulativo anual, con una expansión del comercio internacional del orden del 8% y tasas de inflación inferiores
al 2-3% por año, y con ciclos suavizados por políticas
de inspiración keynesiana. Condiciones que, como sabemos por las lecciones de la realidad y de su interpretación por Raúl Prebisch, prevalecieron en el mundo
de los países industrializados del centro, y se derramaron muy mezquinamente a los países subdesarrollados
de la periferia.
De todos modos, esas tasas de crecimiento permitieron la acumulación de recursos físicos y financieros formidables que cambiaron la fisonomía de las
economías de mercado centrales (anotemos de paso
que también los países socialistas parecieron crecer
notablemente en ese cuarto de siglo). Junto con la
producción y el comercio, crecía la acumulación de
excedentes financieros y se desarrollaban los mercados de capital, tanto nacionales —de los países centrales, por supuesto— como internacionales.
Pero a medida que aumentaba la dimensión de
los mercados financieros crecían las tensiones sobre
diversos eslabones de los sistemas que los regulaban.
Y un eslabón que paradójicamente se iba debilitando
era el propio dólar, sobre el cual se asentaba todo el
régimen concertado en Bretton Woods.
Sobre este proceso de debilitamiento sistémico y
los peligros que entrañaba cabe reconocer dos advertencias impo rtantes de economistas maduros y visionarios. La pri mera fue la propuesta que había hecho Keynes en la Conferencia de Bretton Woods, de anclar el
sistema en un medio internacional de pago no nacional, el bancor, anclado a su vez en el oro, que se
transaría entre gobiernos a través de una unión de pagos o caja de compensaciones internacional. Como se
sabe, en Bretton Woods esta propuesta no fue aceptada. Se adoptó en cambio el pl an de White —representante de los Estados Unidos— de crear un fondo internacional de estabilización con divisas y oro aportados
por sus miembros. Este fondo concedería créditos de
corto plazo a los países que tuvieran déficit coyunturales de pagos, a cambio de compromisos generales de
converger hacia la convertibilidad monetaria y la libertad de comercio, y compromisos más específicos de no
devaluar salvo en "circunstancias excepcionales y
estructurales", y con el acuerdo previo del fondo.
Una digresión keynesiana. Algún economista
contemporáneo (Davidson, 1991, pp. 85-104) recor-
199 5
81
dó que en 1941 —año de la Carta del Atlántico—
Keynes había escrito: "Suponer que existe algún mecanismo automático de funcionamiento normal de
ajuste que preserve el equilibrio si sólo confiamos en
los métodos del laissez faire es una ilusión doctrinaria que desatiende las lecciones de la experiencia histórica sin tener detrás el apoyo de una teoría firme".
El régimen monetario internacional que se estableció finalmente, de hecho tuvo como moneda central el dólar, anclado a un determinado peso en oro, y
con el tipo de cambio de todas las otras monedas
fijado a su paridad con el dólar. Esto permitía tener
durante un largo período un sistema hegemónico y,
por lo tanto, estable. Hegemónico porque estaba organizado sobre la base de un solo país, con los privilegios (entre ellos el de "señoreaje") y las responsabilidades de líder y centro del sistema. Estable mientras
se mantuviera el ancla de una economía fuerte, dinámica y con responsabilidad en el ejercicio de una
política monetaria prudente y anticíclica.
Vale la pena recordar que también se acordó en
Bretton Woods que se permitiría mantener restricciones a la movilidad de capitales, por temor a los desequilibrios que éstos podrían causar. Veremos que
con el tiempo estas restricciones fueron siendo levantadas por los gobiernos o simplemente superadas por
los "mercados". Pero no nos adelantemos.
La segunda advertencia fue la visionaria percepción de Robert Triffin, quien desde comienzos de los
años sesenta anunció que el régimen establecido desembocaría inevitablemente en una crisis, pues el patrón dólar se vería ante un dilema parecido al que
había enfrentado la libra en su período hegemónico:
i) inflación interna (por emisión monetaria excesiva
para responder a la dem an da del resto del mundo), la
que se transmitiría internacionalmente, o bien ii) deflación para evitar un déficit de pagos por un mecanismo
similar al patrón oro, la que también se transmitiría
internacionalmente, con el peligro de desencadenar una
crisis de depreciaciones competitivas como las de traumáticos episodios anteriores.
Esta advertencia de Triffin, ampliamente escuchada en los círculos académicos influyentes en el
Gobierno de Estados Unidos de entonces, coincidió a
poco andar con otros fenómenos del mundo real. Por
una parte, desde la Europa reconstruida y encaminada
hacia la unión se presionaba para que se superara la
hegemonía del dólar (de la cual las transnacionales
estadounidenses usufructuaban). Cabe recordar las reclamaciones de De Gaulle pidiendo el retorno a la
disciplina neutral del patrón oro, cuando ya Europa
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crecía a todo vapor y descendía notoriamente la participación de Estados Unidos en el producto económico y en el comercio internacional, a pesar de seguir
siendo la economía más poderosa del mundo.
Por otra parte, desde comienzos de los años sesenta venían surgiendo mercados financieros extraterritoriales, que ofrecían no sólo paraísos fiscales, sino
también paraísos de capital anónimo, desregulados y
sin control de autoridades monetarias nacionales.
Entre éstos mercados financieros comenzaron a
destacarse los que se llamarían "euromercados". La
leyenda cuenta que éstos nacieron en Londres del ingenio de banqueros de la City, para "lavar" divisas
soviéticas. Estos mercados, que por la reputación británica brindaban garantías de seriedad y buen manejo,
tentaron a capitales financieros de otros países, porque
ofrecían un mayor interés y porque no exigían identificación ni aplicaban regulación de pasivos y activos.
La tasa más favorable que representaba la LIBOR,
el secreto del manejo de fondos y la desregulación,
aparte de las ventajas impositivas, empezaron a atraer
a los euromercados fondos provenientes de muchos
orígenes y lugares, de inversores y de intermediarios
financieros. Entre ellos, de los grandes bancos estadounidenses. Para el gobierno de los Estados Unidos
esto era una incipiente fuga de capitales. A pa rtir de
allí, desde mediados de los anos sesenta, comenzó un
período poco recordado, una suerte de ensayo de la
oleada que se vendría después. Los grandes bancos
—el mercado— procuraban extender sus fronteras a
través de la porosidad fronteriza y de sus sucursales
en Londres. El gobierno de los Estados Unidos pugnaba por disciplinar esos mismos movimientos, de
difícil registro y supervisión.
El resultado de estas tensiones —y de los cambios que ocurrían en la esfera de la producción y del
comercio— llevó a presiones devaluatorias —especulativas en buena pa rte— con tra el dólar en relación con
las monedas fuertes de Europa. Como se sabe, fi nalmente se llegó a la decisión de suprimir la convertibilidad del dólar a oro —obligación contraída por Estados
Unidos en los tratados de Bretton Woods— y de devaluar la moneda cen tral del sistema. Tampoco estas medidas t an importantes satisficieron a los mercados, ya
que finalmente hubo que derribar el mismo muro a las
devaluaciones competitivas que se había erigido en
Bretton Woods, y se pasó de una época de paridades
fijas o semifijas a otra de paridades o tipos de cambio
flexibles, que la histo ri a de los dos decenios siguientes
mostraría de una enorme volatilidad cambiaria.
En efecto, derribado el muro de las paridades
fijas y del propio tratado de Bretton Woods al alborear los años setenta, el vacío de un nuevo orden fue
fundamental para que la crisis de los precios del petróleo tuviera un efecto tan deletéreo sobre la economía mundial. Se abrió entonces un largo ciclo de grandes desequilibrios externos, de estancamiento con
inflación en los países centrales, que se extendió hasta comienzos de los años ochenta.
Los países cen trales comenzaron a recuperar el
equilibrio de sus economías después de una recesión
aguda y empezó a abatirse la inflación, pero el ritmo
de crecimiento era mucho más lento que en la dorada
era de la posguerra. Tampoco la estabilidad era tan
estable, como se manifiesta, entre otros indicadores,
por la volatilidad de las paridades cambiarias y de las
tasas de interés de influencia internacional. Y en cuanto a aquel lejano objetivo del pleno empleo, que figuraba al inicio de los estatutos del Fondo pareció haber
perdido la batalla an te la plena vigencia aparente de la
curva de Philips: un elevado desempleo "natural" coincidió con la respuesta "monetarista" a la inflación.
Hoy el nivel de desempleo es una de las preocupaciones centrales de los propios países desarrollados. Tanto así que en el último informe del Fondo
sobre las perspectivas de la economía mundial (FMI,
1994) el propio FMI se pregunta si es reversible el
aumento del desempleo, porque considera que el "costo económico y los costos sociales de los actuales
niveles de desempleo, ya sea estructural o cíclico,
son enormes" (Ibíd. p. 39). A nuestro parecer el problema contemporáneo del desempleo es de raíz más
bien estructural y microeconómica o tecnológica, y no
habrá manera de resolverlo —ni allá ni acá— con políticas de la vertiente monetarista, ni siquiera con atinadas correcciones fiscalistas. Pero este es otro tema.
La perspectiva de los años setenta y ochenta desde nuestro destino —latinoamericano y argentino— esclarece el origen y el desenlace de la crisis de la deuda.
En efecto, a partir de 1973 sobre ese continente de
paridades vari ables y volátiles y de mercados financieros libres de regulación y vigilancia —los euromercados, hoy extraterrito ri ales— se vuelcan los enormes
excedentes provocados por el shock de los precios del
petróleo, que acumuló superávit fabulosos en países con
muy poca capacidad de absorberlos. Los petrodólares
multiplicaron así las corrientes líquidas internacionales,
en un período en que los países cen trales atravesaban
largos años de estancamiento con inflación. Sobra la
liquidez, y amenaza la estabilidad mundial.
En este período, los bancos internacionales
—elogiados por el Fondo en sus informes oficiales
MOVIMIENTOS DE CAPITAL Y FINANCIAMIENTO EXTERNO • BENJAMIN HOPENHAYN
REVISTA DE LA CEPAL 55 • ABRIL 1995
y por la prensa económica internacional— contribuyen a resolver el difícil problema del reciclaje de los
petrodólares en forma de préstamos fáciles y baratos
que, entre otras cosas, sobreendeudan a casi todos
los países de América Latina. Por supuesto que no
todo viene por el lado de la oferta, y que una demanda alegre e irresponsable contribuye al sobreendeudamiento.
En esta perspectiva latinoamericana, la crisis de
la deuda tiene sus raíces en el gran desorden del régimen monetario internacional de los años setenta, tanto
como en la ligereza o irresponsabilidad de algunos prestatarios. Es éste el fondo del problema de la asimetría
en el tratamiento de la deuda, superado en los hechos
con la década perdida y la limpieza de los balances de
los grandes bancos transnacionales. Tema que como
veremos nos interesa, porque así como en la segunda
mitad de los años setenta abundaron los capitales externos para América Latina, en estos primeros anos de
los noventa abundan también los capitales externos,
aunque vengan en forma distinta. Y esto último puede
ser muy importante, por lo cual es tan aventurado hacer analogías como imprudente no hacerlas.
Resumamos. En las dos décadas de gran crecimiento de la economía mundial se acumularon cuantiosos excedentes financieros. Se fortalecieron los mercados de capitales, junto con los otros mercados.
Surgieron mercados financieros internacionales libres
de regulación y control. Se debilitaron primero y se
derrumbaron después los muros de control establecidos
en Bretton Woods para mantener un cierto orden monetario internacional regulado. Los desequilibrios de
pagos o cuentas corrientes se acentuaron y tomaron la
forma de shock con la multiplicación de los precios
del petróleo. Coincidieron así importantes cambios
institucionales en los mercados financieros internacionales con masas cada vez mayores de recursos
líquidos para intermediar. Al mismo tiempo la econo-
83
mía mundial entró en un período de alta volatilidad
de los dos precios principales del dinero internacional: las tasas de interés y los tipos de cambio.
Para que este explosivo aumento de los fondos
de circulación internacional cada vez más libre llegara a constituir una verdadera revolución sólo faltaba
un ingrediente tecnológico. Este apareció simultáneamente con el gran salto de la informática y las comunicaciones. Esos fondos pudieron ya circular globalmente en su forma más abstracta —casi sin metales,
sin dinero, sin papeles— y en tiempo real a través de
los satélites que unen los mercados financieros del
mundo en días de 24 horas.
Junto con todos los fenómenos anteriores se fue
produciendo en el mundo una gradual desregulación
de las cuentas de capital que controlaban los movimientos de divisas a través de las fronteras. No fue
éste un movimiento instantáneo y masivo. Recordemos que varios países importantes —como Francia,
Japón, y otros— liberaron sus cuentas de capital hace
apenas un lustro. Pero ya hoy la liberalización de los
movimientos de capitales es prácticamente completa,
por lo menos en las economías de mercado.
Concluyamos aquí esta rápida revisión de los sucesos que llevan al régimen monetario y financiero
internacional de nuestros días. Este régimen, todavía
en conformación, es cierto, se basa crecientemente en
la libertad de los mercados de divisas, con flotación
cada vez más débilmente administrada. Es que resulta
difícil aplicar límites de prudencia en un gran mercado
donde hay actores privados tan poderosos que tuercen
a menudo el brazo de los bancos centrales más sólidos.
Esos capitales se mueven en gran parte a través de los
bancos y en sociedad con los mismos —apalancamiento—, y la diversificación de sus instrumentos los m an
-tienfuradlc storiademn
nacionales, como lo muestra la evolución de los convenios de supervisión bancaria del Comité de Basilea.1
II
Formas y dimensión de los movimientos
internacionales de capital
Tratemos ahora de caracterizar a grandes rasgos las
formas y la dimensión de los movimientos internacionales de capital, antes de abordar las consecuencias sistémicas de su liberalización y expansión en el
mundo contemporáneo.
Lo que primero llama la atención al estudiar la
evolución de estos mercados es que en un par de
décadas el movimiento de capitales a través de las
1 Sobre este tema véase Cornford, 1993.
MOVIMIENTOS DE CAPITAL Y FINANCIAMIENTO EXTERNO • BENJAMIN HOPENHAYN
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REVISTA DE
LA
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fronteras se extiende crecientemente más allá del comercio internacional, de las inversiones extranjeras
directas y de los tradicionales depósitos y préstamos
bancarios. Los mercados de capitales, nacionales e
internacionales, abarcan una gama vasta y creciente
de activos financieros. Analíticamente éstos pueden
dividirse en cinco grandes grupos: operaciones ligadas al comercio, inversiones extranjeras directas, préstamos bancarios, inversiones de cartera, y otros.
Por supuesto que las operaciones ligadas al financiamiento del comercio internacional siguen la evolución del intercambio de bienes y servicios, que en
estos últimos años creció lentamente, poco más que
la producción mundial. Las inversiones extranjeras
directas, que en los años ochenta se concentraron entre países del Norte, en estos últimos años aumentaron en algunos países en desarrollo, tanto del Asia
como de América Latina. En Argentina, como es sabido, la inversión extranjera directa de tiempos recientes ha estado muy ligada a las privatizaciones.
También crecieron en los últimos años las colocaciones de bonos y títulos con respaldo soberano o
de activos más o menos "titularizados"; las inversiones de cartera en acciones u otras obligaciones de alta
liquidez, y los movimientos especulativos de entrada
y salida desarraigados de cualquier operación vinculada a la producción, la inversión o el comercio.
Impresiona la proliferación de "productos financieros", especialmente de futuros, opciones y toda
suerte de derivados. La lista de ellos —el menú— es
larga y abierta. Una sofisticada ingeniería financiera
aprovecha los cambios institucionales y tecnológicos.
La competitividad hace medir a los operadores con la
vara del ingenio innovador para multiplicar los "productos" que se transan en los mercados de las finanzas internacionales.
La medición de los flujos internacionales de capital presenta problemas muy complejos, que se manifiestan en la conocida discrepancia estadística de
los balances de pagos que registra y publica el Fondo
Monetario Internacional. Esa discrepancia refleja un
acervo creciente de activos financieros externos reconocidos por los países que los emiten, pero que no
aparecen en las estadísticas de los países cuyos residentes los adquieren. Para tener una idea del volumen
de recursos que escapa al registro y medición: en la
última década la discrepancia estadística promedió
los 50 000 millones de dólares por año.
Las dificultades de medición y conciliación de
las cuentas de capital llevaron al Directorio del Fondo a crear un grupo de trabajo, presidido por el Barón
Godeaux, para evaluar las prácticas estadísticas relacionadas con la medición de las corrientes internacionales de capital y en particular las fuentes p ri ncipales
de la discrepancia estadística. El informe presentado
por ese grupo destacaba que la liberalización de los
mercados de capital, las innovaciones financieras y
los cambios en las preferencias de los inversionistas
han hecho muy difícil medir las inversiones de cartera; que no se cuenta con información completa de los
centros financieros ex traterri toriales, y que se ocultan
importantes corrientes asociadas con el tráfico de narcóticos y de armas.
Estas advertencias no sólo aconsejan cautela an te
la confiabilidad de esos datos, aunque sean los únicos
que tengamos. También ilustran sobre las dificultades
que enfrentan los gobiernos para supervisar los movimientos del capit al a través de las fronteras del mundo.
A pesar de las dificultades de medición, hay datos que permiten ilustrar las dimensiones de las corrientes internacionales de capital. Comencemos con
los movimientos más convencionales: los del crédito
bancario privado. En los años ochenta el total mundial de los préstamos bancarios extrafronterizos creció 280%, superando ya los 8 billones (trillones estadounidenses) de dólares. Durante ese lapso los activos
totales de los bancos estadounidenses se duplicaron,
y los del Japón se triplicaron. Para comparar, recordemos que en el mismo período el PIB mundial a
precios corrientes creció 120% (a precios constantes
sólo 35%), y que al fin del decenio el comercio mundial llegó a los 3.6 billones (trillones) de dólares.
Esto es, a menos de la mitad del crédito bancario
extrafronterizo, que es a su vez una fracción de los
movimientos internacionales de capit al .
Para América Latina y el Caribe los préstamos
externos crecieron mucho menos en ese decenio, apenas un 45%, y se concentraron en los últimos años.
Recordemos que durante la "década perdida" los bancos prácticamente sólo prestaron para refinanciar intereses impagos, es decir, para mejorar la presentación de sus propios b alan ces. Tampoco en los últimos
años sus préstamos voluntarios han sido significativos, ni por su magnitud absoluta ni en comparación
con otros rubros de la cuenta de ingresos de capital.
Sigamos con otro mercado tradicional: la colocación de bonos. Llama la atención el crecimiento de
la participación de los países en desarrollo en las emisiones internacionales de bonos: éstas prácticamente
se septuplicaron en el último quinquenio, llegando a
más de 30 000 millones de dólares en 1993. Aun así,
representaron apenas el 10% del total de bonos inter-
MOVIMIENTOS DE CAPITAL Y FINANCIAMIENTO EXTERNO • BENJAMIN HOPENHAYN
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nacionales emitidos ese año en el mundo. Y América
Latina, que en 1989 colocó tan sólo 830 millones,
superó en 1993 los 20 000 millones.
Bastante se ha comentado el desenvolvimiento
verdaderamente pasmoso de un segmento del mercado internacional de capitales: el de las transacciones
cambiarias o de divisas. Sobre su dimensión se han
arrojado cifras que dan vértigo, por su magnitud y
sus diferencias: entre cincuenta y cien veces el valor
del intercambio mundial de bienes y servicios reales.
Y aun así, en un informe reciente del Fondo (FMI,
1993a) se sostiene que "por cierto, tanto el tamaño
del mercado como el número de operadores privados
capaces de inyectar sumas muy cuantiosas en los mercados cambiarios son claramente hoy mucho mayores que en el pasado, y ambos probablemente han
sido subestimados".
Como botón de muestra, otro segmento del mercado de capitales ilustra bien el ingrediente especulativo que lo caracteriza. Nos referimos a los mercados
de productos "derivados" (futuros, opciones, swaps).
Las transacciones de derivados muestran un crecimiento explosivo. Según estimaciones presentadas en
otro informe del Fondo (FMI, 1993b), ese mercado
aumentó de 1.6 billones (trillones) de dólares en 1987
a 8 billones (trillones) en 1991 (tanto como el total
del mercado bancario internacional). Así, de representar el 35% del PIB de los Estados Unidos, pasó a
representar más del 140% de él.
Un ejemplo interesante de la complejidad de estos derivados lo constituyen los contratos a futuro de
tasa de interés. En 1987 fueron de 500 millones de
dólares denominados en dólares y 141 millones denominados en otras monedas. En 1991 fueron de 1 500
millones en dólares y del mismo orden en otras monedas. El aumento de magnitud y el cambio en la
composición por monedas son dos datos que han de
tomarse en cuenta. Como dice Carlos García Tudero,
estos recursos dejaron de cumplir su función inicial
de cobertura para desempeñar cada vez más un rol
especulativo.
Frente al crecimiento vertiginoso del mercado de
derivados financieros los técnicos del Fondo reflejan la
preocupación de las autoridades monetarias del mundo
desarrollado. En el informe aludido (FMI, 1993b) se
lee: "aunque los participantes en los mercados de derivados están expuestos a los mismos tipos de riesgos
que en otros mercados financieros —riesgos de crédito, de mercado, de liquidez, legales y políticos— existe la preocupación de que la velocidad a que se han
expandido estos mercados y la complejidad de muchos
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de los instrumentos h an aumentado el riesgo de administración". O sea, de desvíos especulatorios de los
operadores, desvíos que entre otras cosas h an nutrido
en los últimos tiempos ficciones noveladas y filmadas.
(Y la reciente crisis del tradicional B anco Barings).
Vayamos a otro dato impo rt ante sobre la naturaleza y la dimensión contemporáneos de los mercados
de capitales. Entre las fuentes más importantes que
nutren esos mercados se encuentran, como es sabido,
los inversores institucionales. Uno de los p rincipales
grupos de esos inversores está constituido por los fondos de pensiones de algunos países desarrollados. En
1988, según un experto del Banco Mundial (Davis,
1993), la inversión neta total de los fondos de pensiones de los Estados Unidos fue de 726 000 millones
de dólares. Esto representó casi el 50% del ahorro
personal tot al de ese país y el 35% de su PIB. En el
Reino Unido las cifras correspondiente fueron de 71%
y 47%, respectivamente.
El total de activos invertidos por los fondos de
pensiones de los Estados Unidos llegó en el mismo
año a la friolera de 16.5 billones (trillones estadounidenses), que representaban el 13.5% del total de activos personales de ese país. Para entonces sólo el 4%
de ese total estaba colocado en el exterior, aunque
hay que tomar en cuenta que en 1980 sólo el 1% lo
estaba. Esto indica una tendencia de los inversores
institucionales que puede ser muy importante para los
países de la región.
Si bien el ingrediente especulativo de las inversiones desafía la medición, hay economistas que buscan acercarse a una medida, aunque sea indirecta. Así,
Tesar y Werner (1993, p. 20) encontraron que el volumen bruto de flujos accionarios excedía por mucho los
flujos netos, y que esta relación era superior en las
inversiones externas que en las inversiones internas de
los Estados Unidos. Es decir, que en las carteras de los
inversores estadounidenses las colocaciones en bolsas
del exterior tienen un carácter menos estable —¿más
especulativo?— que las colocadas en su propio país.
Este rasgo debería se rvir de advertencia sobre la
naturaleza de los capit ales externos que h an contribuido
tanto al auge de los mercados emergentes, entre ellos los
de varios países latinoamericanos. Y probablemente ayude a explicar su declinación en relación con las alzas de
las tasas de interés de corto plazo de los Estados Unidos. El auge de esas corrientes coincidió con la tendencia a la baja de las tasas de interés en ese país; y su
estancamiento o declinación con la política de incremento de las tasas de interés de la Reserva Federal.
El comportamiento de los canalizadores de aho-
MOVIMIENTOS DE CAPITAL Y FINANCIAMIENTO EXTERNO • BENJAMIN HOPENHAYN
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REVISTA DE LA CEPAL 55 • ABRIL 1995
frente a la inversión interna y externa confirma
la propensión del ahorro, salvo circunstancias excepcionales, a colocarse dentro de las fronteras más que
a buscar activamente retornos mayores en el exterior.
Más aún, esto plantea una paradoja con respecto a la
transmisión internacional del ahorro, tema central de
la teoría monetaria internacional y cuyo fundamento
es que las corrientes internacionales de capital reflejan eficientemente la reasignación de ahorros y la
diversificación de carteras en tre oportunidades y plazas de distintos riesgos y rentabilidades.
Para evitar simplificaciones que pueden resultar
costosas en la realidad, y desde una perspectiva indiscutiblemente neoclásica y convencional, Lucas (1990)
nos advierte que las vertientes igualitarias de los modelos más simples de comercio y crecimiento aplican
la ley de los rendimientos decrecientes para inferir
que el producto marginal del capital es mayor en la
economía más pobre. De ahí que la teoría neoclásica
convencional —son sus palabaras- postule que si se
deja que las fuerzas del mercado operen libremente,
la inversión nueva se dirigirá de preferencia hacia los
países (o regiones) más pobres, hasta que se igualen
los salarios y la rentabilidad del capital.
Hasta aquí Lucas. Las experiencias de Amé rica
Latina prueban que, o la teoría es falsa, o la libertad
de mercados una utopía. Porque la verdad es que los
capitales tienden a circular en tre los países más ricos,
las regiones más ricas y los agentes más ricos, y que
sólo se derraman hacia países o regiones más pobres
especulativamente o en busca de mayor rentabilidad.
En la Argentina hemos tenido en tiempos recientes
esta experiencia, interna y externa. Interna con las
promociones regionales, externa con la mayor pa rte
de las privatizaciones.
Permítaseme una digresión. Bienvenidos sean los
cros
capitales que aporten ahorro externo en condiciones
aptas para nuestras necesidades de inversión. Pero
tenemos que saber crecer con lo nuestro, como diría
Ferrer. Las teorías neoclásicas más recientes sobre
crecimiento económico —de Solow a Romer— consideran que la acumulación de capital físico no basta
por sí solo para determinar el crecimiento a largo
plazo de una economía. Solow, como se sabe, puso el
acento sobre un "residuo" no explicado, después de
estudiar el crecimiento de la economía estadounidense en un siglo. Romer introdujo el concepto de crecimiento endógeno para dar lugar sobre todo al papel
de la acumulación de capital humano (término que
horrorizaba al humanista Raúl Prebisch).
Otros economistas muy respetados de la academia septen trional (Barro, Mankiw y Sala-i-Martin,
1992) sostienen que el capital es sólo parcialmente
móvil, pues puede financiar la "acumulación de capital físico pero no la acumulación de capital humano".
En el mismo trabajo desarrollan un modelo cuya aplicación los lleva a concluir que el p rincipal mensaje
de su ensayo es que el impacto cuantitativo de la
movilidad [internacional, interregional, interpersonal]
del capital es pequeño; si hay ciertos tipos de capital,
como el capital humano, que no pueden financiarse
con recursos de los mercados mundiales, entonces las
economías abiertas convergerán sólo un poco más
rápido que las economías cerradas.
Esto es sólo un resultado que de ningún modo
puede interpretarse, ni en los autores ni en quien aquí
los cita, como una invitación a estrategias de cierre de
la economía. Pero quita preocupaciones, desde el más
alto nivel teórico, sobre la gravedad de los pecados de
protección comercial. Todo a su medida y armoniosamente, por supuesto. Véase si no el caso de Japón y de los
nuevos "tigrecitos" asiáticos, o el del "tigrazo" de China.
III
Fundamentos y consecuencias sistémicas
de los movimientos internacionales de capital
Retornemos al cauce cen tral de estos párrafos. Detengámonos ahora en los fundamentos y consecuencias
sistémicas de los movimientos internacionales de capitales y su relación con las asimetrías o brechas de
cuenta corriente y de ahorro-inversión, para entrar
después a la experiencia reciente de América Latina.
Ya hemos visto que las p rincipales causas del extraordinario crecimiento y acelerada integración global
de los mercados de capital internacionales como sistema en la histo ri a reciente de la economía mundial son
básicamente: i) la rápida acumulación de excedentes
en el pri mer cuarto de siglo de la posguerra; ii) el
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derrumbe del "muro" de Bretton Woods y el desmantelamiento generalizado de controles de cambio y otros
impedimentos a los movimientos de capital en tre naciones de economía de mercado; 2 y iii) los avances
tecnológicos en la informática y la computación.
Otro enfoque sistémico del crecimiento de los
mercados internacionales de capital se encuentra en
la teoría del balance de pagos. Se sabe que hay una
identidad macroeconómica contable entre saldos de
cuenta corriente y saldos de cuenta de capital. Es
decir, que un superávit o déficit en cuenta corriente
se salda con un déficit o superávit en la cuenta de
capital (con una partida de errores y omisiones para
cubrir las discrepancias estadísticas). Otra forma teórica de interpretar esas cuentas de ingresos y egresos
externos identifica el saldo de la cuenta corriente como
la diferencia en tre el ahorro global de una nación y su
tasa de inversión.
En un estudio sobre la extensión de la integración
financiera global y sus consecuencias (Artis y Bayoumi,
1989), hallamos una observación interesante. Sus autores postulan que una teoría moderna del balance de
pagos en mercados de capital integrados extiende a la
economía en su conjunto la teoría del consumo y del
ahorro de la conducta individual. Se aplica así la teoría
sobre la función primaria de los mercados financieros
nacionales e internacionales, que es la de canalizar recursos de agentes superavitarios —familias, firmas y
gobiernos que gastan menos de lo que perciben, es
decir, que ahorran— hacia agentes deficitarios, que
gastan más de lo que perciben, o desahorran.
Por supuesto que las consecuencias son muy distintas si la aplicación de los ahorros externos es eficiente o si no lo es: en otras palabras, si se les destina
a inversión reproductiva que genere ingresos compensatorios futuros, o a consumo presente. De aquí
que haya señales de peligro en buena parte de los
países latinoamericanos —y especialmente en Argentina— por la alta propensión al consumo manifestada
en dos períodos recientes con gran afluencia de capitales externos, bancarios en la segunda pa rte de los
años setenta, y principalmente no bancarios en los
últimos años.
Nosotros tenemos una percepción particular del
mundo financiero actual, dentro y a través de las fronteras. Sea cual fuere la validez de la teoría neoclásica
del balance de pagos, y de la identidad ahorro-inver2 Frenkel (1989) considera que las barreras a los flujos internacionales son lo suficientemente bajas como para decir que en 1989 los
mercados financieros están vi rtualmente integrados del todo entre los
grandes países industriales (y entre países más pequeños también).
87
Sión globales, en los hechos el mundo vive desde
hace un tiempo una creciente y vertiginosa movilidad
financiera, con una alta proporción de capitales especulativos, cuyo vínculo con la inversión real puede
ser débil o lejano. Se trata de una suerte de ahorro
colectivo que gira a alta velocidad, en forma tan satelitaria como las telecomunicaciones que los transportan, prácticamente sin tocar tierra, y cuyos frutos nutren un ahorro que no se canaliza hacia inversiones
reproductivas.
Diversos autores han encontrado que las correlaciones en tre ahorro e inversión se reducen cuando se
sustituye la inversión total por la inversión fija. Abundan los estudios empíricos que muestran que, no obstante la alta movilidad internacional de los capitales,
los flujos netos globales de ahorro e inversión siguen
siendo marcadamente insulares, es decir, se mantienen dentro de las fronteras de cada país, especialmente en el caso de las naciones más industrializadas. Es
la misma conclusión analítica a la que había llegado
Tobin (1981).
Veamos ahora algunas de las p ri ncipales consecuencias sistémicas de los movimientos internacionales de capital, sobre la base de un estudio muy interesante del FMI (Goldstein, Mathieson y Lane, 1991).
Aunque su fundamento analítico responde, como es
natural, a una visión del mundo desde el Norte, encontramos en ese estudio elementos de juicio que se
aplican a la experiencia de América Latina y de la
Argentina.
La teoría convencional considera que la integración de los mercados de capital genera ganancias de
eficiencia, porque facilita la transmisión del ahorro
hacia la inversión más rentable o productiva. Pero en
la práctica la transformación estructural de los mercados financieros internacionales, que sin duda facilita
la circulación de los ahorros, ha resultado una fuente
adicional de incertidumbre, no sólo sobre los vínculos entre los mercados financieros de los países, sino
también sobre sus efectos en las políticas monetarias
y fiscales.
Estas consecuencias de la movilidad internacional
de capitales se dan de manera distinta según los países
tengan posición hegemónica o subordinada en la economía internacional. Así, Estados Unidos ha podido
financiar con ahorro externo durante un extenso período —ya v an más de diez años— cuantiosos déficit
fiscales y de cuenta corriente, absorbiendo shocks endógenos y exógenos. Citemos solamente que en tre los
shocks endógenos de índole financiera hubo una serie
de desórdenes bancarios generalizados como los gene-
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rados por la crisis de la deuda, las carteras incobrables
de industrias petroleras y otras y la crisis inmobiliaria
de fines de los anos ochenta, con su secuela de quiebra
difundida de instituciones financieras de ahorro y préstamo. En tre los shocks exógenos prevaleció en los últimos lustros un clima de alta volatilidad de los tipos de
cambio y de las tasas de interés.
De otro lado, para tomar un caso que conocemos
bien, casi todos los países de América Latina se vieron obligados a realizar ajustes recesivos violentos
frente a shocks sistémicos, como los registrados a
comienzos de los años ochenta por el alza de las tasas
de interés real internacionales y por la caída de los
precios de los productos primarios.
En una visión aún más global, puede decirse que
los países centrales aprovechan mejor lo que en el
trabajo citado se denomina, con llamativo acierto, el
bien público internacional de la estabilidad económica mundial. Que por el mismo hecho de ser un bien
público internacional plantea la necesidad de coordinar políticas entre los países cuyas políticas internas
más afectan el comportamiento de la economía internacional.
Vayamos a otra perturbación sistémica. Las modificaciones fundamentales en las tasas de interés y los
tipos de cambio afectan las decisiones de inversión y
preferencias de cartera de los operadores más influyentes en los movimientos de los ahorros nacionales a
través de las fronteras. Esto genera en las autoridades
monetarias cen trales, como lo expresan los técnicos
del Fondo, una legítima preocupación: si los arreglos
institucionales existentes pueden enfrentar con eficiencia el nuevo volumen de transacciones y administrar
eficazmente los riesgos creados por crisis de liquidez o
de solvencia. Conocimos esas preocupaciones en la
extensa renegociación de la deuda. Y vuelven a aflorar
en el Norte ante la posibilidad de que los operadores
especulativos dominen las transacciones de los mercados de divisas y de títulos, contribuyendo así a aumentar peligrosamente la volatilidad de los precios de una
vasta gama de activos financieros.
Otro riesgo sistémico es la posibilidad de que
una crisis financiera pueda desencadenarse "por contagio" de temores no muy fundados. El dinero, sobre
todo el dinero especulativo, es a la vez audaz y miedoso. La percepción de que la liquidez o la solvencia
de un prestatario importante se deteriora puede dar
lugar a un efecto de dominó en las finanzas internacionales. Ya ocurrió así con la crisis de la deuda latinoamericana. Y es una de las interpretaciones de la
Gran Crisis de los años treinta, que en el recuerdo
quedó como un reguero de pólvora que corrió desde
Wall Street hasta casi todos los rincones del mundo.
Finalmente, recojamos una opinión del estudio
citado que merece tomarse en cuenta para el análisis
de las perspectivas a mediano plazo de las corrientes
internacionales de capital. La larga declinación de las
tasas de ahorro tanto en países industriales como en
países en desarrollo (donde el ahorro neto bajó de
17% a 10% del PIB entre 1973 y 1988), así como la
demanda creciente de ahorros mundiales (por la recuperación de las economías cen trales y de países en
desarrollo, la reconversión de las economías del este
de Europa, el gran mercado de China y la India, etc.),
sugieren que si no aumentan significativamente las
tasas de ahorro "una de las características de los años
noventa pueden ser las altas tasas de interés", especialmente en instrumentos de largo plazo más ligados
a la demanda de inversión. Recordemos las dificultades de la Reserva Federal de los Estados Unidos para
hacer bajar las tasas de interés a largo plazo, y la
necesidad de recurrir a aumentos importantes en las
de corto plazo.
Agreguemos a esto que mientras se mantenga la
volatilidad cambiaria internacional, que parece persistir, la p rima de riesgo cambiario —que tan bien
conocimos los argentinos— es una impo rt ante fuente
de diferencias de interés real en los mercados financieros. Esto quiere decir que no es prudente subestimar el costo real de los ingresos de capitales en estos
y los próximos años, ni el nivel de rentabilidad que es
necesario alcanzar para pagarlos o retribuirlos.
IV
Financiamiento externo de la región
Pasemos ahora al financiamiento externo de América
Latina. Como es sabido, la región ha padecido un
problema crónico de estrangulamiento financiero ex-
terno, cuyas raíces estructurales fueron expuestas en
forma clara y profunda por Raúl Prebisch. Yo creo
que el propio Prebisch corregiría parte de su diagnós-
MOVIMIENTOS DE CAPITAL Y FINANCIAMIENTO EXTERNO • BENJAMIN HOPENHAYN
RE V IS T A DE L A CEPA L
tico, basado en el comportamiento del comercio y la
inversión —es decir, de la economía real—, para agregarle las características o distorsiones de la globalización financiera que hemos tratado de presentar en la
páginas anteriores.
A pesar de que algunos países de la región han
ido superando su desventajosa inserción en el comercio mundial como exportadores de bienes primarios,
el sector externo sigue siendo un flanco expuesto de
las economías. A ello han contribuido en los últimos
lustros los bruscos altibajos de las corrientes financieras internacionales. Las economías latinoamericanas en general se han movido por lo menos desde
mediados de los años setenta no sólo al compás de la
relación de precios del intercambio y de la actividad
económica mundial, sino también bajo el impacto de
la abundancia o escasez de capitales externos.
Antes de ensayar un análisis —siempre preliminar, pues la historia sigue su sorprendente marcha—,
refresquemos algunos datos numéricos. Lo haremos
desde tres perspectivas: i) la del balance de pagos, su
cuenta corriente y su cuenta de capital; ii) la de la
transferencia neta de recursos y, finalmente, iii) la del
movimiento neto de capitales.
Entre 1976 y 1982 —los años del endeudamiento, primero neto y al final de mera postergación de la
crisis— la región tuvo déficit en cuenta corriente elevados y en rápido crecimiento (de más de 11 000
millones de dólares en 1976 a más de 40 000 millones en 1982). La crisis y el consiguiente ajuste contrajeron rápidamente ese déficit. En 1983 se redujo a
un quinto de aquél del año anterior y con altibajos se
mantuvo alrededor de ese nivel hasta 1990. Pero ya
en 1991 el déficit saltó nuevamente a casi 20 000
millones, y a más del doble en 1993.
La contracara de ese movimiento de la cuenta
corriente viene en la cuenta de capital, fuertemente
positiva hasta 1981, negativa hasta 1990, y notablemente positiva desde entonces. Recordemos que en
1976 el ingreso neto de capital fue de 16 000 millones
de dólares, y que ascendió a 37 000 millones en 1981
(aunque ya hay que contabilizar aquí renovaciones de
préstamos). Dos años después la cuenta se hizo negativa en casi 24 000 millones, y el fenómeno demoró
ocho años en revertirse. En 1991 se contabilizó un
ingreso neto de 25 000 millones, que subió a casi
50 000 millones en 1992, y fue ligeramente menor en
1993. Así, en la segunda mitad de los años setenta
—por obra y gracia del crédito bancario abundante—
y nuevamente en el último bienio —esta vez por el
financiamiento no bancario— los ingresos en la cuenta
55 • ABRIL 1995
89
de capital superan los déficit de cuenta corriente, y
permiten la acumulación de reservas y la expansión del
gasto.
Otra forma de apreciar estos cambios lo ofrece
el conocido concepto de transferencia neta de recursos, medido como la entrada neta de capitales (capitales de corto y largo plazo, transferencias unilaterales oficiales, y errores y omisiones) menos los pagos
de utilidades e intereses. 3 Para la América Latina en
su conjunto esta transferencia fue positiva en los años
del endeudamiento genuino: un promedio de 15 800
millones de dólares por año entre 1974 y 1981. Pasó
a ser fuertemente negativa a partir de 1982. Entre 1982
y 1989 también fue negativa (alrededor de 23 000 millones de dólares por año). Ya en 1990 había bajado a
un déficit de 9 000 millones. Y de ahí en adelante las
cifras han sido muy positivas: 5 000 millones en 1991,
20 000 en 1992 y 15 000 en 1993.4
Sigamos ilustrando con números la suerte del sector externo de América Latina en los azarosos veinte
anos últimos, tan dependientes de los ingresos y salidas
de capitales. Nos apoyaremos para ello en un excelente
estudio de la CEPAL sobre los flujos financieros internacionales, estudio del cual también sacaremos partido en
el análisis (CEPAL, 1994). 5 Veamos esta vez el movimiento neto de capitales. Entre 1977 y 1981 ingresó a la
región un promedio de 30 000 millones de dólares anuales, con un máximo de más de 40 000 millones en 1981.
La cifra descendió abruptamente a la mitad al ano siguiente, para promediar poco más de 8 000 millones
entre 1983 y 1989. Pero a partir de este último ano las
entradas —y regresos— crecieron rápidamente de 21
500 millones en 1990 a más de 62 000 en 1992.
Como señala el mismo estudio de la CEPAL, en
los dos últimos años la transferencia neta de recursos
representó respectivamente el 2.7% y el 1.9% del producto interno bruto de la' región, tras haber exhibido
una cifra negativa media de 3.7% en el período de
crisis y ajuste (1983-1989).
La historia reciente nos cuenta que en la segunda
mitad de los años setenta la mayoría de los países latinoamericanos no aprovechó la disponibilidad de finan3 Para el Banco Mundial (1993, p. 25), las transferencias netas
totales se calculan restando a los flujos netos totales de recursos los
pagos de intereses y las utilidades reinvertidas y remitidas. Los
flujos netos totales de recursos excluyen el uso del crédito del FMI.
Aquí se utilizan la definición y las estimaciones de la CEPAL.
4 Datos adaptados de CEPAL (1992 y 1993), en dólares constantes
de 1987.
5 También aprovechamos el excelente ensayo de Devlin, FfrenchDavis y Griffith-Jones (1994), a cuyo manuscrito tuvimos acceso
por cortesía de uno de sus autores.
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ciamiento externo para aumentar la tasa global de ahorro y para canalizar ese ahorro hacia inversiones productoras de bienes transables. Si esta nueva oleada de ingreso de capitales tampoco se aprovecha para incentivar el
ahorro inte rno, aumentar la inversión reproductiva y reconvertir la economía para hacerla más competitiva en
el ámbito internacional, es probable que a la vuelta de
una próxima esquina nos espere otro duro despertar, una
nueva resaca de otra borrachera financiera.
No somos pesimistas, ni por temperamento ni
por ideología. Seguimos simplemente las enseñanzas
de la experiencia reciente y de la definición del ortodoxo Lucas (1990), para quien los flujos de capital
son simplemente contratos de préstamo: el país pobre
adquiere capital del rico, a cambio de promesas de
flujos de bienes en sentido contra ri o, durante una fase
(que puede durar para siempre), en forma de pagos de
interés o utilidades repatriadas.
En los años del ajuste los pagos de intereses (efectivamente pagados y devengados) fueron el nudo corredizo del estrangulamiento externo. Deberíamos desde ya asegurarnos de que el uso de los nuevos capitales
que ahora se reciben transforme nuestras economías y
permita generar excedentes para financiar los futuros
pagos de utilidades e intereses, hasta completar el círculo virtuoso del endeudamiento compensador y no
caer en otra crisis de ajuste cruento y prolongado.
Porque no todo es ventaja y bonanza por el ingreso de capitales. Ya vimos que ellos suelen tener
efectos macroeconómicos no deseados, como la valorización del tipo de cambio real y su efecto sobre la
evolución de las importaciones y exportaciones, con
un fuerte aumento del déficit comercial. Así ocurrió
en los primeros años del endeudamiento, y está volviendo a ocurrir ahora. Cuando un país financia el
déficit de comercio o de cuenta corriente con ingresos de capitales externos, está expuesto a que una
reducción significativa de esos flujos cause un ataque
especulativo sobre su moneda que desencadene una
crisis de balance de pagos.
Otro peligro macroeconómico ha sido señalado
por autores insospechables de heterodoxia: Cavallo y
Cottani. Escribieron ellos, en un análisis que parece
acertado: Cuando un país acumula reservas, el gobierno permite que el tipo de cambio se aprecie, con lo
cual reduce el impacto fiscal de su propio servicio de
la deuda. Esta apreciación también alienta a agentes
privados a ofrecer deuda o depósitos denominados en
dólares. Si aparecen problemas externos, el gobierno
pospone un ajuste del tipo de cambio por su propia
exposición cambiaria, así como por la del sector p riva-
do. Cuando finalmente devalúa, el gobierno debe hacer frente a sus propias pérdidas y a las de los bancos
privados nacionales. El resultado es una mayor inflación, nutrida por la expansión monetaria, y menos estabilidad económica (Cavallo y Cottani, 1989).
La histo ri a y la teoría enseñan que las economías
que quieren crecer y desarrollarse deben aprovechar
los momentos de afluencia de capitales para mejorar
su especialización internacional. Esto se aplica en particular a los países en desarrollo, que para crecer deben
revertir su desventajosa inserción internacional y las
consecuencias de lo que Prebisch llamó la distribución
desigual de los frutos del progreso técnico.
Los países que no exportan industria —e industria cada vez más tecnificada y diversificada— no
sólo se llevan la peor parte en la distribución de las
ganancias del comercio internacional por el conocido
fenómeno de la declinación secular de los términos
del intercambio, sino que también tropiezan con el
estrangulamiento externo periódico de sus economías.
De ahí que un elemento fundamental para juzgar las
ventajas y desventajas de los factores exógenos y endógenos que atraen capitales abundantes en cortos
períodos es la medida en que ellos contribuyen a encarar el verdadero desafío del desarrollo: el de crear
un sólido círculo virtuoso que permita aumentar el
ahorro, invertirlo con alta productividad económica y
social, y mejorar la competitividad externa de las economías nacionales.
Para terminar: la ilusión o velo monetario del
financiamiento fácil tuvo un desenlace catastrófico
con la crisis de la deuda en los años ochenta. Para
que no vuelva a ocurrir algo parecido con los abundantes recursos financieros que la región está recibiendo del exterior en los últimos años y para que
ellos hagan una contribución efectiva al desarrollo de
los distintos países de la región, tendrán que cumplirse dos condiciones esenciales.
En primer lugar, que se sostenga el nivel de esos
recursos el tiempo necesario para no generar problemas prematuros de balance de pagos. En segundo
lugar, que su utilización sea socialmente eficiente, es
decir, que se efectúe un mayor esfuerzo de ahorro
interno destinado a ampliar la riqueza productiva y
mejorar la inserción internacional de nuestras economías. La histo ri a contemporánea muestra que ésta es
una opción estratégica viable y exitosa. Los países
que no la sigan con vigor y tenacidad continuarán,
con mayores o menores altibajos, empantanados en la
crisis secular del capitalismo periférico analizado en
los últimos escritos de Raúl Prebisch.
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