Jacinta y Francisco

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Jacinta y Francisco
por Edwin Faust
Éste es un extracto de la conferencia del Sr. Edwin Faust:
“Fátima y la peregrinación: conformar nuestras vidas con el Mensaje de Fátima”.
Es tentador especular cuan estrechamente corresponden las experiencias de los niños con los
grados de oración descriptos por los doctores místicos de la Iglesia, tales como Santa Teresa de Ávila y
San Juan de la Cruz. Puede decirse con certeza, que los videntes hicieron todo lo que pudieron para
entrar activamente en la noche oscura de los sentidos descripta por San Juan de la Cruz, como el
preludio habitual a la contemplación.
San Juan nos dice que los sentidos no pueden llevarnos a Dios y que cuanto más damos rienda
suelta a ellos más lejos nos ponemos de Dios. Así, en el ascetismo, el primer paso en cualquier adelanto
hacia una vida de oración más profunda, siempre debe ser un incremento en la negación sensible. Como
afirmó tan simple y concisamente Santa Teresa de Ávila al afirmar “la oración y la auto-gratificación no
van juntas”. ¡Ay!
Francisco
Francisco fue el más notablemente ascético; aun amonestó a su prima mayor Lucía por ceder a la
presión de la familia para asistir a una fiesta. Lucía obedeció el reproche de Francisco pues del niño
emanaba una autoridad que contrastaba con sus años. Recordemos que él tenía sólo nueve años durante
las apariciones y diez cuando murió. Francisco también manifestó esa virtud tan altamente elogiada por
los místicos llamada el santo abandono.
San Juan de la Cruz y los místicos alemanes Meister Eckhart, John Tauler y el Beato Enrique
Suso nos dice que el santo abandono contiene la perfección de todas las virtudes porque allí nos
ponemos íntegramente en manos de Dios. Nosotros no queremos nada. Toda cosa que El nos envíe es
buena.
Meister Eckhart describe esto de una manera interesante. El dice que “un hombre que está casado
con su obstinación tiene algo como una cubierta en la lengua, que hace todo sufrimiento amargo para él.
Pero un hombre cuya voluntad está en el santo abandono tiene su lengua cubierta con Dios, todo lo que
venga a él, hasta el sufrimiento, tiene el sabor de Dios, el sabor de la dulzura divina.” Pienso que
Francisco alcanzó ese estado de abandono. El tendió a ver el mundo en gran parte como el espectáculo
efímero que es.
El aun dejó de asistir a la escuela para poder pasar sus días arrodillado frente al Santísimo
Sacramento en la iglesia del pueblo de Fátima, consolando a “Jesús escondido”, como él lo llamaba.
Cuando le preguntaban que quería ser cuando creciera – todos los niños son fastidiados con tales
preguntas – él respondía que no quería ser nada; él sólo quería morir e ir al Cielo. Cuando aumentó su
abandono, él dio muestras de haber alcanzado profundos estados de contemplación.
Lucía y Jacinta lo encontrarían a veces absorto en oración silenciosa en lugares solitarios: detrás
de un muro, o tendido en el suelo, y ellas debían llamarlo insistentemente para traerlo de vuelta a la
realidad.
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http://www.fatima.org/span/crusader/cr84/cr84pg22.pdf
Cuando Portugal, al igual que el resto de Europa, fue diezmada por la epidemia de influenza que
siguió a la Iª Guerra Mundial, la gente del vecindario de Fátima no se libró de ella. Todos los de la
familia de Lucía, excepto ella, fueron afectados. Y todos los de la familia Marto, excepto el padre, Ti
Marto, también estuvieron seriamente enfermos. Tanto Francisco como Jacinta sabían que nunca se
recobrarían de esa enfermedad y que ésta marcaría un camino de sufrimiento penitencial que sólo
terminaría con la muerte. Pero aceptaron esto con calma, incluso alegremente, pues tenían la promesa de
Nuestra Señora que los llevaría al Cielo.
Una vez que Lucía estaba visitando a Francisco, le preguntó si sufría. “Bastante”, le contestó
“pero no importa. Sufro para consolar a Nuestro Señor, y pronto estaré con Él”. Poco antes de morir, le
entregó a Lucia un trozo de áspero cáñamo, parte de una soga encontrada por ella en el camino largo
tiempo atrás, con la que él y las niñas habían hecho improvisadas camisas de cerda. Él le pidió a Lucía
que la tomase porque ya no estaba lo suficientemente fuerte para hacer el esfuerzo para ocultarla de su
madre. Los últimos días de la enfermedad los pasó inmóvil en su cama, y el 4 de abril de 1919, menos
de dos años después de la última Aparición, murió apaciblemente con una sonrisa pequeña en su rostro
de niño de 10 años. El fue enterrado al día siguiente en el camposanto de la iglesia de Fátima.
Jacinta
Jacinta iba a morir al año siguiente, después de un padecimiento agudísimo y más prolongado. Si
Francisco había manifestado abandono y tranquilidad, que están asociados con la purificación de la
voluntad, su hermana menor mostró lo que pudo ser descripto como una iluminación mística, una
purificación del entendimiento. Puede ser que de los tres niños, Jacinta fuera la más inmersa en el
sentido de lo sobrenatural. La Madre Santísima también continuó apareciéndosele tanto en su casa cerca
de Fátima mientras estaba enferma, como durante su estadía en el hospital de Lisboa, hasta su muerte.
Aún más santa
Jacinta era la menor de los tres niños – de sólo 6 años durante las apariciones del Ángel de la Paz
en 1916. Y al considerar los hechos de Fátima, a menudo olvidamos cuan pequeños eran estos tres
videntes elegidos por el Cielo. Mientras Jacinta estaba recién comenzando a aprender su catecismo de
Lucía – quien a los nueve años no era de ninguna manera una experta – ella fue envuelta en una
atmósfera de lo sobrenatural por las visitas celestiales.
¿Cómo podemos imaginar su experiencia de la Fe? Me aventuro a especular que de los tres
niños, su Fe fue probablemente la más pura. Y al decir esto no quiero expresar ningún menosprecio por
la Fe de Lucía y de Francisco. Pero ellos eran mayores. Y si conocían poco del mundo, al menos sabían
y comprendían más que Jacinta, que alcanzaba apenas la edad de la razón.
Librados de ese veneno
Pienso que Jacinta fue librada de esa atracción por el mundo que compite con nuestra creencia al
mismo tiempo que estamos siendo instruidos en la Fe. Pues aun como niños que crecen en hogares
católicos, no podemos escapar del conocimiento que vivimos entre mucha gente que rechaza la Iglesia
de Cristo; y aún peor, vivimos entre otra gente que acepta la Fe Católica de manera tibia y
despreocupada. Así, mientras estamos aprendiendo nuestro catecismo, paralelamente a nuestra
instrucción religiosa corre el espíritu de la irreligión, el espíritu del mundo que carcome nuestra Fe
apenas mientras cuando ésta está siendo formada, como un veneno corrosivo que no podemos evitar sino
ingerir. Pienso que Jacinta nunca pudo beber ese veneno. Ella fue protegida del espíritu de la irreligión y
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su intelecto fue dotado con una cualidad casi angélica, para que su instrucción en la Fe no pasara a
través del filtro del razonamiento discursivo sino que fuera puramente infundida.
¡Qué don maravilloso recibió! Pero como con todos los dones divinos, el efecto para quien lo
reciba iba a hacerlo más perfectamente de acuerdo con el donante, quien es Cristo Crucificado.
Jacinta enfermó durante la misma epidemia de influenza que abatió a Francisco. Pero el proceso
de su enfermedad iba a ser largo, complicado y agudísimo. Como su hermano, ella permaneció tranquila
y resignada con su sufrimiento, que acogió como una oportunidad enviada por el Cielo para ofrecer
sacrificios por la conversión de los pecadores. La actitud de Jacinta hacia los pecadores, tal como la de
los otros tres videntes, no fue de condenación sino de gran compasión.
Jacinta abrasada de amor
Ella había visto el infierno y había tenido la anticipación del Cielo. Ella no envidió a los inicuos
sus placeres prohibidos, los vio en su verdadera apariencia como el preludio de la eterna miseria. Ella se
lamentó de éstos por su ceguera a la verdadera y profunda alegría del amor a Dios.
Antes de que Jacinta fuera llevada de su casa a sus últimos sufrimientos en Lisboa, dijo a Lucía,
“¡Si sólo pudiera poner en el corazón de todos esa luz que tengo aquí en mi pecho para abrasarme y
hacerme amar tanto el Corazón de Jesús y el Corazón de María! No sé cómo es eso, siento al Señor
dentro de mí. Comprendo lo que Él dice y no lo veo ni lo escucho. ¡Pero es tan bueno estar con Él!”.
Lo que Jacinta parece estar describiendo, con las palabras simples de una niña, es un estado
avanzado de unión mística en el cual las almas habitan en la Presencia Divina y se abrasan de amor.
Jacinta contrajo una pleuresía. Nuestra Señora se le apareció y le dijo que tendría mucho que
sufrir, que sería llevada a un oscuro hospital en Lisboa, y que allí moriría sola, pero que Ella misma
vendría finalmente a llevarla al Cielo.
La sabiduría de Jacinta
Jacinta contó a su familia esas palabras de la Santísima Madre. Sólo Lucía le creyó. Ella fue
llevada a Lisboa por las buenas intenciones de un sacerdote y sus médicos amigos y pudientes, quienes
pagaron los gastos de su tortura médica. Así comenzó lo que Jacinta sabía que sería su última agonía.
Mientras esperaba los trámites para ser recibida en el hospital, sin embargo, ella estuvo en un orfanato
bajo el cuidado de una monja franciscana, la Madre Godinho, quien rápidamente le tomó mucho cariño,
y comprendió que esa niña que había sido puesta bajo su protección era una santa. “¡Habla con tanta
autoridad!”, decía la monja.
A la hermana le gustaba inducir a Jacinta a conversar y escribía los dichos y profecías que
derramaba la niña. Jacinta le dijo que las guerras son castigos por los pecados; que el mundo se está
preparando castigos terribles. Ella advirtía contra el amor a las riquezas y la lujuria y aconsejaba en su
lugar amor por la santa pobreza y el silencio.
Habló de cuánto valora Nuestro Señor la mortificación y los sacrificios. Y esto es muy
interesante para mí: ella dijo que los médicos no tienen las luces para curar las enfermedades porque no
aman a Dios. Así, de toda sabiduría, la científica, la mundana y la preternatural está de alguna manera
ligada al Divino Amor.
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Jacinta tuvo también profecías personales. Dijo que sus hermanas mayores, Teresa y Florinda
tenían vocación por el convento, pero que sus padres les impedirían cumplir sus vocaciones, así Dios las
llevaría lejos de ellos por la muerte. Como ella predijo, las dos niñas, ambas en la adolescencia,
murieron no mucho después que ella.
Su amor por Jesús y por los pecadores
Hubo también historias de curaciones obradas por su intercesión mientras estuvo viva, y aun
hubo un informe de bilocación en el cual ella guió a un primo mayor díscolo, perdido en la soledad de la
montaña al camino que lo llevaría de vuelta a su casa y a la práctica de su Fe.
Cuando fue llevada al hospital, los médicos decidieron operarla. Se le administró anestesia local,
pero no tuvo efecto completo. Y Jacinta soportó lo que sólo pudo ser descripto como un dolor atroz
cuando se le extirparon dos costillas. Durante la operación ella gimió “¡Es por Tu amor Jesús mío, ahora
tu puedes convertir muchos pecadores, pues yo sufro mucho”! Continuó sufriendo durante seis días.
Luego Nuestra Santísima Madre se le apareció y le quitó los dolores y le dijo el día y la hora de su
muerte, asegurándole otra vez que vendría a llevarla al Cielo. Cuatro días más tarde, el 20 de febrero de
1920, Jacinta Marto murió sola en su cama de hospital, a la edad de nueve años. Cuando su cuerpo fue
exhumado en los años 50 el rostro se encontró incorrupto. Ella es ahora la Beata Jacinta.
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