Dimensión Institucional, Jurídica y constitucional de los Acuerdos entre el Estado español y la Santa Sede de 19791. Oscar Celador Angón Universidad Carlos III de Madrid Consideraciones Iniciales El principio de bilateralidad en las relaciones entre los Estados y las confesiones religiosas es un instrumento que ha supuesto tradicionalmente un freno considerable hacia la laicidad, en la medida que ha venido siendo utilizado como un mecanismo que garantiza a determinadas confesiones religiosas una posición de privilegio frente al Estado, o frente al resto de las confesiones religiosas o grupos ideológicos. A priori, el uso de acuerdos entre el estado y las confesiones religiosas puede ser necesario para aquellos supuestos en los que los fieles de un determinado grupo religioso no pueden ejercer su derecho de libertad de conciencia. Sin embargo, en la práctica, y dado que los fieles de las confesiones religiosas que han firmado Acuerdos de cooperación con el Estado desde la aprobación de la Constitución de 1978, ya tienen reconocido el derecho a la libertad religiosa en nuestro ordenamiento jurídico, estos han venido sido utilizados para que las confesiones religiosas mayoritarias obtengan un estatuto jurídico que en numerosos supuestos contradice nuestro modelo constitucional. El objetivo de este trabajo es analizar los Acuerdos vigentes entre el Estado y la Santa Sede, para intentar detectar aquellos supuestos en los cuales sus disposiciones, bien contradicen directamente el marco constitucional, o bien han legitimado al legislador, dado su lenguaje ambiguo y susceptible de múltiples interpretaciones, para un desarrollo legal posterior que conceda privilegios injustificados a la Iglesia católica o, con carácter general, para que ésta reciba de los poderes públicos un trato incompatible con el marco constitucional. Naturaleza Jurídica de los Acuerdos La Constitución no contiene ninguna referencia, ni expresa ni tácita, que obligue al Estado a utilizar la técnica de Acuerdos para relacionarse con la Iglesia católica, o con cualquier grupo religioso. La posibilidad de que el Estado firme Acuerdos de cooperación con las confesiones religiosas aparece en el art. 7.1 de la Ley Orgánica de Libertad Religiosa (LOLR), la cual establece que “el Estado, teniendo en cuenta las 1 .Este artículo ha sido aceptado para su publicación en el Volumen nº 6 de la revista BANDUE, Review of the Spanish Association for the Sciences of Religions.. creencias religiosas existentes en la sociedad española, establecerá, en su caso, Acuerdos o Convenios de cooperación con las Iglesias, Confesiones y Comunidades religiosas inscritas en el Registro que por su ámbito y número hayan alcanzado notorio arraigo en España. En todo caso, estos Acuerdos se aprobarán por ley de las Cortes generales”. Los términos en los que está redactado el art. 7.1 son expresivos, e indican que los Acuerdos con las confesiones religiosas se configuran como una de las posibles vías de cooperación de los poderes públicos con las confesiones. No se trata ni del único mecanismo de cooperación ni de un instrumento de uso obligatorio, sino que, en palabras de Llamazares, se trata de “un simple momento procesal en la formulación de la voluntad legislativa del Estado, que para asegurar un mayor acierto en su decisión y en aplicación del principio de participación consagrado en el art. 9.2 CE, escucha la voz autorizada de las confesiones religiosas para detectar las necesidades especiales de conciencia derivadas de las diversas creencias para sus ciudadanos” (Llamazares 2011: 397). Desde esta perspectiva, ¿está obligado el Estado a consensuar sus decisiones en materia de libertad religiosa de los católicos con la Iglesia católica? El art. 16.3 CE establece que “los poderes públicos tendrán en cuenta las creencias religiosas de la sociedad española y mantendrán las consiguientes relaciones de cooperación con la Iglesia católica y las demás confesiones religiosas”. La primera cuestión que plantea el art. 16.3 es la necesidad de una referencia expresa a la Iglesia católica en el mismo, ¿acaso no es una de las confesiones religiosas a las que ya alude el art. 16?, ¿acaso es necesario que el texto constitucional haga una referencia expresa a la misma para que sus fieles disfruten de libertad religiosa? Parece evidente que la respuesta a los interrogantes planteados solo puede ser negativa en un Estado laico que reconoce el derecho de sus ciudadanos a la libertad religiosa. En otras palabras, si el art. 16 hubiese sido redactado limitándose a establecer que “los poderes públicos tendrán en cuenta las creencias religiosas de la sociedad española y mantendrán las consiguientes relaciones de cooperación con las confesiones religiosas”, su alcance y contenido sería el mismo, ya que el art. 14 establece un límite preciso al poder del legislador, y es que todos los ciudadanos son iguales para el Estado, independientemente de si son católicos, si practican otra religión, o de si no practican ninguna (Llamazares 2011: 268). Desde esta perspectiva, el principio de cooperación contenido en el 16.3 CE es del todo innecesario ya que no aporta nada nuevo al principio de participación del 9.2 CE, y su existencia sólo puede justificarse en el momento histórico en el que se redactó el texto constitucional. Nos estamos refiriendo: por un lado, a la constitución de un Estado social, democrático y de derecho, que requería el abandono de la confesionalidad católica característica del franquismo; y por el otro, a la necesidad de que el proceso de transformación de un Estado confesional y dictatorial a otro constitucional, laico y democrático, no se realizase de forma brusca. Esto no impide que el Estado tenga en cuenta que en determinados supuestos lo religioso presenta una especificidad frente a lo no religioso, y que exige un tratamiento diferenciado cuando está en juego el ejercicio del derecho fundamental de libertad religiosa; pero solo en dicha medida, y siempre operando como límites a dicha cooperación los principios de laicidad del Estado, e igualdad y no discriminación. Otro debate que se ha suscitado en este terreno es la conformación de los Acuerdos del 79 como auténticos Tratados Internacionales. El hecho de que los Acuerdos carezcan de protección internacional no implica menoscabo alguno a la protección del derecho individual de libertad de conciencia, pues dicho derecho ya está protegido en nuestro ordenamiento jurídico, tanto por el Tribunal Constitucional en el ámbito de nuestra jurisdicción interna, como por el Tribunal Europeo de Derechos Humanos. Es más, nos parece extremadamente acertada la posición de Llamazares cuando afirma que estamos “ante una auténtica ficción jurídica”, y que estos “se asimilan a los tratados internacionales, pero no son tales” (Llamazares 2011: 284-285). Esta posición se fundamenta en numerosos razonamientos, entre los cuales creemos que destacan poderosamente: por una parte, el que no se los enumere como tales en el art. 6 del Convenio de Viena de 1969; por otra, el hecho de que la Iglesia católica no reconozca superior, en virtud del principio establecido en el Canon 1404 del código de Derecho canónico prima sedes a nemine iudicatur, y por lo tanto de que la Iglesia católica no esté dispuesta a someterse a la jurisdicción de un tribunal internacional; y por último, esto explicaría el por qué la Iglesia católica jamás ha denunciado el incumplimiento de ningún Concordato. Respecto a la inserción en nuestro ordenamiento jurídico de los Acuerdos del 79, hay que señalar que existen 2 posibilidades: bien considerarlos preconstitucionales (pues fueron negociados con anterioridad a la aprobación de la Constitución), en cuyo caso se les aplicaría el punto 3 de la Disposición derogatoria del texto constitucional, que dice que “quedan derogadas cuantas disposiciones se opongan a lo establecido en esta Constitución”; o bien entender que los Acuerdos son postconstitucionales, e interpretar los mismos de acuerdo con el artículo 95 CE, según el cual “la celebración de un Tratado internacional que contenga estipulaciones contrarias a la Constitución exigirá la previa revisión constitucional”. En otras palabras, con independencia de la posibilidad por la que se opte, la Constitución se conforma como un claro límite a la interpretación de los Acuerdos, ya sea porque son nulos en aquello que la contradigan (si se entiende que son preconstitucionales); ya sea porque se entienda que son postconstitucionales, pues, en la medida en la que la Constitución no ha sido revisada, habría que interpretar los Acuerdos en función de un texto que establece de forma clara y precisa que todos los españoles son iguales en el ejercicio y titularidad de los derechos y libertades fundamentales, y por lo tanto en el ejercicio y titularidad de su derecho a la libertad de conciencia con independencia de cuáles sean sus creencias o convicciones religiosas. Problemas específicos que plantean los Acuerdos entre el Estado y la Iglesia católica de 1979: 1) el Acuerdo sobre Asuntos Económicos a) Consideraciones Iniciales El Acuerdo sobre Asuntos Económicos (AAE) puede definirse como un pacto entre el Estado español y la Santa Sede para que la Iglesia católica española, excesivamente dependiente de los privilegios económicos que tradicionalmente le han concedido los gobiernos españoles, y en especial durante el régimen franquista, pudiera sobrevivir económicamente en la España democrática que instauró la Constitución del 78. El AAE se fundamentó en la a priori buena fe de las partes. El Estado, consciente del período de transición que debía acometer para consolidar la democracia, se decantó por una fórmula que permitiera la supervivencia económica de la institución religiosa. El compromiso del Estado fue temporal, pues el texto del Acuerdo establece que: “el Estado se compromete a colaborar con la Iglesia católica en la consecución de su adecuado sostenimiento económico, pero el Estado no puede ni desconocer ni prolongar indefinidamente obligaciones jurídicas contraídas en el pasado”. A cambio, la Iglesia se comprometió a educar a sus fieles para que fueran éstos los que la financiaran, es decir, la Iglesia católica se comprometió a abandonar un modelo claramente contradictorio con el nuevo marco constitucional lo antes posible. El punto 5 del artículo II es preciso a este respecto, pues señala que: “la Iglesia Católica declara su propósito de lograr por sí misma los recursos suficientes para la atención de sus necesidades”. El procedimiento temporal de financiación que previó el AAE es el siguiente: La primera fase, denominada de “dotación presupuestaria”, se inició en 1978 y se tradujo en que el Estado consignase anualmente una partida económica en la Ley anual de Presupuestos para financiar a la Iglesia católica. Aunque esta fase inicial, de conformidad con el AAE, debería haber finalizado en 1983, el Gobierno socialista que gobernaba en aquel momento y los representantes de la Iglesia pactaron que el paso a la segunda fase fuera posterior (en 1987), con el fin de que la Iglesia tuviera más tiempo para explicar a sus fieles que debían ser ellos y no el Estado quien le financiara. La segunda fase prevista en el AAE comenzó en 1998, cuando la Disposición Adicional Quinta de la Ley de Presupuestos para dicho año estableció que un porcentaje del Impuesto sobre la Renta de las personas físicas (IRPF) se destinase a fines religiosos y a otros de interés social. El porcentaje referido fue fijado para cada periodo impositivo en la respectiva Ley de Presupuestos. En el periodo 1988-1991 coexistió un sistema mixto de dotación presupuestaria y asignación tributaria, de forma que durante el proceso de sustitución, que debía llevarse a cabo en el plazo de tres años, a la dotación presupuestaria se le restaba el importe que la Iglesia católica recibía de la asignación tributaria, es decir, del porcentaje del IRPF que los contribuyentes asignaban en sus declaraciones de la renta a la Iglesia, para que la Iglesia recibiese la misma cantidad que recibía con el sistema puro de dotación presupuestaria. La tercera fase comenzó en 1991 al implantarse teóricamente el sistema de asignación tributaria puro. Con este objetivo, el gobierno estableció que cada año, y siempre con la meta de la autofinanciación, el Estado entregaría mensualmente a la Iglesia católica, en concepto de entrega a cuenta, una doceava parte de la asignación tributaria del penúltimo año (ya que se trata de último año del que se conoce la cantidad que el Estado recauda por IRPF). La principal crítica que puede hacerse al AAE reside en que, pese al carácter inicial de temporal (que sirvió para justificar su no concesión a las confesiones que firmaron Acuerdos con el Estado en el 92), el sistema mixto de asignación tributaria y dotación presupuestaria se dilató excesivamente en el tiempo provocando: por un lado, una patente vulneración del compromiso de la Iglesia católica de conseguir la autofinanciación a través de las donaciones de sus fieles; y por el otro, un atentado contra nuestro modelo constitucional. En concreto, el sistema de financiación de la Iglesia católica contenido en el AAE vulneraba los artículos 31 y 16 CE. En virtud del art. 31 CE todos los españoles, independientemente de sus creencias, deben contribuir en condiciones de igualdad al sostenimiento de los gastos públicos; mientras que el art. 16, añadido al sentido común de cualquier sociedad democrática, impide configurar al servicio religioso como un servicio público, lo que se contradice con el hecho de que los ciudadanos que ponen la cruz en la casilla de la Iglesia católica contribuyan en menor medida que el resto de los ciudadanos al sostenimiento de los gastos públicos (Amérigo 2006, Torres 2002). b) Modelo actual de financiación de la Iglesia católica Las negociaciones entre el Gobierno y la Iglesia católica, que concluyeron con el modelo de financiación vigente, se realizaron mediante la técnica del intercambio de Notas entre la Nunciatura y el Ministerio de Asuntos Exteriores. Las dos Notas que se intercambiaron las partes forman parte de un único documento, de forma que la primera Nota es del Ministerio de Asuntos Exteriores y Cooperación dirigida al Nuncio de Su Santidad en España, y la segunda es la contestación del Nuncio al Ministerio de Asuntos Exteriores. La negociación finalizó con la emisión de una Nota conjunta el 22 de diciembre de 2006, según la cual “en el día de hoy se han intercambiado sendas Notas referidas a los acuerdos alcanzados en relación con la asignación tributaria a favor de la Iglesia católica y con la renuncia, por parte de la Iglesia católica, a la exención del IVA y su correspondiente compensación”. El resultado de las negociaciones entre el Estado y la Iglesia católica fue trasladado al plano legislativo, mediante la Disposición Adicional decimoctava de la Ley de Presupuestos Generales del Estado para el año 2007, y puede resumirse en cuatro puntos: En primer lugar, el sistema mixto de dotación presupuestaria y asignación tributaria se sustituyó por un sistema puro de asignación tributaria. Hasta ese momento, las personas que realizaban la declaración de IRPF podían indicar, mediante una casilla destinada a tal efecto (asignación tributaria), si deseaban financiar a la Iglesia católica con un porcentaje de dicho impuesto; sin embargo, en el supuesto de que el importe económico previamente pactado entre el Estado y la Iglesia no se cubriera con dicho porcentaje, el Estado compensaba a la Iglesia con una partida consignada con este fin en los presupuestos generales del Estado (dotación presupuestaria). Por lo tanto, el Estado garantizaba cada año a la Iglesia católica los mismos ingresos económicos, con independencia del número de contribuyentes que indicasen en la declaración de IRPF su deseo de financiar a la Iglesia católica. El nuevo sistema de financiación implica que desaparece la dotación presupuestaria, por lo que la Iglesia católica recibirá exclusivamente un porcentaje del IRPF de aquellos contribuyentes que así lo manifiesten expresamente en su declaración de la renta. En segundo lugar, la Iglesia católica pretendió que el porcentaje del IRPF que pudieran destinarla los contribuyentes se incrementara del 0,52 que venía recibiendo al 0,8 %, pero las partes acordaron que el porcentaje fuera el 0,7%. A este 0,7% hay que sumar la porción que las instituciones dependientes de la Iglesia católica reciben del 0,7 % destinado a otros fines de interés social. Así las cosas, desde la declaración del IRPF del 2008, los contribuyentes pueden decidir si dedican el 0,7 del impuesto a financiar a la Iglesia católica, a fines de interés social, a ambos fines o a ninguno. En tercer lugar, desaparecen las exenciones y no sujeciones de la Iglesia al pago del IVA, cuando ésta adquiera bienes para fines religiosos. Sobre este particular luego volveremos. Y en cuarto lugar, la Iglesia católica se comprometió a presentar anualmente una memoria económica el Estado, donde explique el destino de los ingresos recibidos a través del sistema de asignación tributaria. La fórmula más sencilla para regular el sistema de financiación de la Iglesia católica hubiera sido que el Gobierno regulara de forma unilateral esta materia, pero el AAE establece que el Estado y la Iglesia deben estar de acuerdo para interpretar o aplicar el Acuerdo. Esta situación, añadida a la ausencia de interés por parte de la Iglesia por modificar un sistema de financiación privilegiado y claramente inconstitucional, explica porqué una medida que debió adoptarse en 1990 no pudo llevarse a cabo hasta el 2007. La negociación fue satisfactoria para ambas partes. El Gobierno consiguió que la Iglesia aceptase pasar a la penúltima fase diseñada en el AAE conducente a que en el futuro ésta se autofinancie, lo que no habían podido conseguir los Gobiernos precedentes. Mientras que la Iglesia consiguió un nuevo sistema de financiación, al que por otra parte ya había acordado someterse en 1990 a través del AAE. En otras palabras, la Iglesia no renunció a nada a lo que no tuviera que renunciar y además lo hizo 16 años después de la fecha pactada, y a cambio consiguió un modelo de financiación que, a diferencia del modelo previo, carece de fecha de caducidad. c) Régimen fiscal de la Iglesia católica Hasta el acuerdo del 2006, el AEE planteaba dos problemas de constitucionalidad en materia de régimen fiscal y tributario. En primer lugar, con respecto al resto de las confesiones religiosas que tienen Acuerdo de cooperación, las que no lo tienen y las entidades de sin ánimo de lucro y de interés general, la Iglesia católica disfrutaba de un supuesto más de no sujeción al IVA que éstas, pero además la exención era aplicable en su caso no solo para las actividades concretas que se declaran exentas para las confesiones religiosas inscritas en el Registro de Entidades Religiosas, sino que ésta era de carácter total (Torres 2011). Y en segundo lugar, el art. 2 del protocolo final del AAE es claramente inconstitucional, ya que establece que “ambas partes establecerán, de común acuerdo, los conceptos tributarios vigentes en los que se encuentran las exenciones y los supuestos de no sujeción enumerados en los artículos III y IV del presente Acuerdo. Siempre que se modifique sustancialmente el ordenamiento jurídico tributario español, ambas Partes concretarán los beneficios fiscales y los supuestos de no sujeción que resulten aplicables de conformidad con los principios de este Acuerdo”. Esto implica un serio atentado contra la soberanía del Estado, ya que una interpretación estricta del artículo implica que ambas partes deban ponerse de acuerdo para modificar un Acuerdo de por si ventajoso, privilegiado y que discrimina positivamente a la Iglesia católica frente a los otros grupos religiosos o ideológicos. d) El problema del IVA El IVA es un impuesto de carácter objetivo que graba las entregas de bienes muebles e inmuebles efectuadas con independencia del receptor de las mismas, que ha sido armonizado a nivel europeo para garantizar que los bienes y servicios puedan circular libremente dentro del mercado interior de la Unión Europea. El principal obstáculo con el que se han encontrado tradicionalmente los Gobiernos españoles en este terreno, es que de acuerdo con el AAE la Iglesia católica estaba exenta del pago de cualquier tributo o impuesto. El AAE establece que en el caso de que se creen nuevos impuestos es necesario que el Gobierno y la Iglesia se pongan de acuerdo, para determinar el nuevo régimen fiscal de la Iglesia. Por este motivo, cuando el IVA se implantó en España en 1985, debido a la ausencia de interés de la Iglesia católica en ponerse de acuerdo con el Estado para someterse al mismo, el Gobierno del momento tuvo que eximir a la Iglesia de su pago. La aplicación práctica de esta medida tributaria ha tenido consecuencias perniciosas en el ordenamiento tributario. Los españoles debemos pagar el IVA o el impuesto de transmisiones patrimoniales en el caso de que queramos comprar un vivienda según sea de obra nueva o de segunda mano, con independencia de nuestros ingresos económicos, ya que ambos impuestos gravan un porcentaje del precio de la vivienda; sin embargo, en el caso de que la Iglesia adquiriese bienes muebles para su labor religiosa o viviendas para sus sacerdotes o miembros de su clero estaba exenta del pago de ambos impuestos (Torres 2011). La Comisión Europea remitió un informe a España en diciembre de 2005 solicitando que la Iglesia católica fuera gravada con el IVA, o en otro caso denunciaría a España ante el Tribunal de Justicia de Luxemburgo. El Gobierno respondió a la Comisión que el AAE es un Tratado Internacional que se firmó antes del ingreso de España en la Unión Europea, y en virtud del mismo España no podía grabar con el IVA las actividades religiosas de la Iglesia católica, salvo que ésta aceptase voluntariamente su sometimiento al impuesto (Félix Ballesta, Martínez Félix, 2007). La Comisión Europea respondió que la normativa comunitaria obliga a España a recurrir a todos los medios apropiados para eliminar las incompatibilidades entre la legislación comunitaria y la nacional. La recomendación de Bruselas al Gobierno español fue que se cuantificase cuál era el importe que la Iglesia católica se ahorraba como consecuencia de esta exención fiscal, y que España, ya fuera cobrando el impuesto directamente a la Iglesia, ya fuera manteniendo la exención fiscal, cumpliese con la legislación comunitaria y abonase el IVA. El sometimiento de la Iglesia católica al IVA fue uno de los resultados de las negociaciones entre el Ministerio de Asuntos Exteriores y la Nunciatura Apostólica en diciembre de 2006. Sin embargo, el impulsor de la renuncia de la Iglesia católica a pagar el IVA no fue el Gobierno sino la Unión Europea, cuyas presiones utilizó el Gobierno para conseguir la renuncia de la Iglesia, pero sin las cuales probablemente el Gobierno no se hubiera atrevido a someter a la Iglesia a su pago. Problemas específicos que plantean los Acuerdos entre el Estado y la Iglesia católica de 1979: 2) el Acuerdo sobre Educación y Asuntos Culturales El principal debate que genera el Acuerdo sobre Educación y Asuntos Culturales (AEAC) es la referencia a la impartición de la enseñanza de la religión en la escuela pública, ya que pese a que la Constitución española no contiene ninguna referencia, ya sea expresa o tácita, a la obligación del Estado a impartir dicha enseñanza, el art. II del AEAC es expresivo al establecer que “los planes educativos de los niveles de educación preescolar de EGB, BUP y los grados de formación profesional correspondientes a alumnos de las mismas edades, incluirán la enseñanza de la religión católica en todos los centros de educación, en condiciones equiparables a las demás disciplinas fundamentales”. Ésta es una situación contradictoria pues nos encontramos, de una parte, con que el art. 16.3 de la CE establece la laicidad del Estado (“ninguna confesión tendrá carácter estatal”), es decir la religión no puede ser ni fin ni objetivo estatal; y de otra, el compromiso que asume el Estado, en virtud del AEAC, de ofertar la enseñanza de la religión en las escuelas públicas. Así las cosas, desde la perspectiva de su constitucionalidad, el AEAC plantea dos problemas: la introducción de una enseñanza confesional en la escuela pública que, en palabras del AEAC, debe impartirse en condiciones equiparables a las demás disciplinas fundamentales, y el régimen jurídico del profesorado responsable de impartir esta enseñanza. a) Enseñanza de la religión y escuela pública El modelo de enseñanza de la religión al que se refiere el AEAC no es la enseñanza de la religión como hecho cultural, o consiste en la mera transmisión de conocimientos objetivos sobre lo religioso, sino que se trata de un modelo de enseñanza de la religión confesional que tiene por objeto la transmisión de determinadas convicciones o creencias desde una perspectiva proselitista y parcial, reclamando la adhesión personal de los alumnos a las mismas. De forma coherente con el carácter confesional de la enseñanza, el art. VI del AEAC establece que “A la jerarquía eclesiástica le corresponde señalar los contenidos de la enseñanza y formación religiosa católica, así como proponer los libros de texto y material didáctico relativos a dicha enseñanza y formación”. Hasta la aprobación de la LOGSE la enseñanza de la religión se configuraba como una materia ordinaria, debiendo los alumnos optar entre dicha enseñanza u otras enseñanzas alternativas, como Ética y Moral, siendo la enseñanza elegida por el alumno evaluada en igual condiciones que el resto de las asignaturas. La aprobación de la LOGSE modificó el marco descrito, debido a la regulación de la enseñanza de la religión a través de los Reales Decretos 1006/1991 y 1007/1991 de 14 de junio que, con carácter general, establecieron que los alumnos debían optar entre la enseñanza de la religión o actividades de estudio orientadas por un profesor que no serían objeto de evaluación. La regulación aludida fue objeto de numerosos recursos ante la jurisdicción contenciosa administrativa, cuya estimación por el Tribunal Supremo supuso la declaración de nulidad de varios de sus artículos2. La necesidad de adaptar la enseñanza de la religión a las sentencias del Tribunal Supremo aludidas, añadida a la de ajustar la enseñanza de la religión a los acuerdos de cooperación firmados entre el Estado español y las confesiones minoritarias en 1992, propició la aprobación del Real Decreto 2438/1994 de 16 de diciembre. 2 . La nulidad afectó a los artículos 7 y 14 del Real Decreto 1006/1991, así como a los artículos 7 y 16 del Real Decreto 1007/1991 Vid. Sentencias de la Sección tercera de la Sala tercera de 9 de junio de 1994 (Recurso número 7300/1992), de 30 de Junio de 1994 (Recurso número 1636/1991, de 3 de febrero de 1994 (Recurso número 1635/1991, de 17 de marzo de 1994 (Recurso número 4915/1992), y de 9 de junio de 1994 (Recurso número 7300/1992). El RD 2438/1994 estableció un modelo de enseñanza de la religión en virtud del cual: los alumnos que optasen por no recibir enseñanza de la religión debían recibir obligatoriamente y en horario simultaneo enseñanzas alternativas, las cuales no podían versar sobre las áreas o materias del currículo escolar ni ser evaluadas. Esta dinámica fue rota por la Ley Orgánica de Calidad de la Educación (LOCE), aprobada en 2002. De acuerdo con la LOCE, los alumnos tenían que optar entre cursar enseñanza de la religión confesional, o bien recibir enseñanza de la religión desde una óptica cultural e histórica. El modelo de enseñanza de la religión de la LOCE se recogía en la disposición adicional segunda de la norma, y a grandes rasgos se caracterizó por tres factores: 1) Se creó una asignatura obligatoria y evaluable denominada Sociedad, Cultura y Religión, la cual a su vez comprendía dos opciones, una laica y otra confesional, entre las cuales debían optar los padres de los alumnos. 2) La enseñanza de la religión confesional se ajustaba al régimen ya descrito, es decir, a la normativa previa a la aprobación de la Ley de Calidad. Y 3) de forma coherente con los contenidos de la enseñanza, el Estado seleccionaba y controlaba los libros de texto, profesorado y material escolar de la opción no confesional, y las confesiones religiosas que tenían firmados acuerdos con el Estado los de la opción confesional. En otras palabras, la LOCE convirtió a la enseñanza de la religión en evaluable, rompiendo así con la tradición legislativa previa e ignorando la jurisprudencia del Tribunal Supremo a este respecto, sin tener en cuenta que un caso se evalúa la fe y en el otro la transmisión objetiva de conocimientos. En mayo del 2006 la LOCE fue modificada por la Ley Orgánica de Educación (LOE), devolviendo a la enseñanza de la religión una formulación más coherente con el marco constitucional. Con la nueva regulación la enseñanza de la religión se conforma como una enseñanza de oferta obligatoria para los centros, pero de carácter voluntario para los alumnos. Los padres pueden optar entre que sus hijos reciban enseñanza de religión católica, evangélica, judía o musulmana; o bien que no reciban enseñanza de la religión, en cuyo caso los alumnos no tendrán que cursar una enseñanza alternativa, y los colegios se responsabilizan de que estos no sean desatendidos. La evaluación de la enseñanza de la religión se realizará en los mismos términos que las demás asignaturas, pero su calificación no se computará en las convocatorias en las que deban entrar en concurrencia los expedientes académicos como, por ejemplo, para obtener becas o pasar de curso. La reforma operada a través de la LOE no fue baladí, ya que anuló las disposiciones de la LOCE referentes a la evaluación de la enseñanza, y eliminó la enseñanza alternativa a la enseñanza de la religión. La existencia de una enseñanza alternativa a la enseñanza de la religión era atípica, ya que España era el único país europeo en el cual los alumnos de las escuelas públicas debían cursar una enseñanza sustitutoria por negarse a cursar una enseñanza confesional, lo cual suponía una auténtica sanción para su libertad de conciencia. El nuevo marco permite que aquellos alumnos que no quieran enseñanza de la religión puedan hacer aquello que deseen durante el horario dedicado a esta enseñanza, bajo la tutela de los centros escolares; e incluso en el supuesto de que la enseñanza de la religión se localice al principio o al final del día escolar éstos podrán entrar más tarde al centro o regresar antes a sus domicilios. b) Régimen jurídico de los profesores de religión católica El otro fleco de las relaciones entre el Estado y las confesiones religiosas en el terreno de la educación, es el relativo al régimen jurídico de profesores que imparten enseñanza de la religión en la escuela pública. De acuerdo con el carácter confesional que presenta esta enseñanza, el Estado y la Santa Sede pactaron en el AEAC que: “la enseñanza religiosa será impartida por las personas que, para cada año escolar, sean designadas por la autoridad académica entre aquellas que el Ordinario diocesano proponga para ejercer esta enseñanza”; respecto a la situación económica de este colectivo el Acuerdo estableció que ésta “se concertará entre la Administración Central y la Conferencia Episcopal española” (Arts. III, VI y VIII del AEAC). Los términos del Acuerdo son, por una parte, muy precisos al establecer qué parte decide quién imparte la enseñanza, pero por la otra, no son nada claros a la hora de determinar quién contrata y paga el salario del profesorado (Cubillas 2002). El cese de los profesores de religión no se regula expresamente en el AEAC, siendo la regla general que el mismo se produzca, bien mediante la falta de la propuesta de la autoridad eclesiástica necesaria para su renovación anual, bien mediante una notificación discrecional de las autoridades eclesiásticas durante la prestación de los servicios. Las decisiones de las autoridades eclesiásticas son vinculantes para las autoridades académicas, y pueden cesar a los profesores de religión cuando lo estimen procedente sin necesidad de justificar su decisión al respecto. La decisión del despido de los profesores de religión, al igual que ocurre con su selección, le corresponde en exclusiva a la Iglesia católica, y suele justificarse en motivos de índole religioso, en que la enseñanza sea contraria a la doctrina católica, la incorrecta pedagogía religiosa o a las deficiencias en la fe o vida cristiana del profesor. La LOE reguló el régimen jurídico de los profesores de religión católica que desempeñan su labor en las escuelas públicas de acuerdo con dos parámetros. En primer lugar, respetando lo pactado con las confesiones religiosas, los profesores de religión son elegidos por éstas para cada curso escolar, ya que la misión de estos docentes es la transmisión de la fe religiosa del grupo religioso que representan. Y en segundo lugar, la laguna jurídica sobre el régimen económico y laboral de los profesores de religión fue resuelta ordenando que estos sean contratados en régimen laboral por las administraciones públicas, asimismo accederán a su destino de acuerdo a los criterios objetivos de igualdad, mérito y capacidad, y recibirán las retribuciones que correspondan a los profesores interinos del mismo nivel educativo (Cubillas 2002). El Real Decreto 696/2007, de 1 de junio, por el que se regula la relación laboral de los profesores de religión, establece que la contratación laboral de los profesores de religión se regirá por el Estatuto de los Trabajadores, “La contratación de los profesores de religión será por tiempo indefinido, salvo en los casos de sustitución del titular de la relación laboral que se realizará de conformidad con el artículo 15.1c) del Estatuto de los Trabajadores y sin perjuicio de lo dispuesto en las causas de extinción del contrato que figuran en el presente real decreto” (Artículo 4). Respecto a los supuestos de despido de los profesores de religión, la norma establece estable como uno de los supuestos de extinción de la relación laboral entre la Administración educativa y los profesores de religión la “revocación ajustada a derecho de la acreditación o de la idoneidad para impartir clases de religión por parte de la Confesión religiosa que la otorgó” (Artículo 7.b). c) La doctrina del Tribunal Constitucional La impartición de la enseñanza de la religión en la escuela pública difícilmente supera el filtro del principio de laicidad, por lo que mayor dificultad presenta un modelo laboral en el cual el Estado contrata a un colectivo docente que, a diferencia del resto del personal al servicio de las Administraciones públicas, no ha superado un proceso selectivo tutelado por los poderes públicos, y es contratado o despedido en función de los intereses de una institución religiosa. El Tribunal Constitucional se ha pronunciado sobre este particular en diversas ocasiones3, entendiendo que la contratación por parte de las administraciones de los profesores de religión no lesiona el marco constitucional, pues “no cabe negar que la contratación laboral constituya igualmente un método constitucionalmente válido de cumplimiento de los compromisos alcanzados con base en el precepto constitucional, siendo por lo demás claro que, por principio, constituye una opción que persigue lograr la máxima equiparación posible en el estatuto jurídico y económico de los profesores de religión con respecto al resto de los profesores, sin perjuicio de sus singularidades específicas” (STC 38/2007, F.J. 13). De esta manera, el Tribunal Constitucional viene concediendo un alcance y contenido prácticamente ilimitado al principio de cooperación con las confesiones religiosas, contenido en el artículo 16.3 CE, y contradice el tercer punto del artículo 103 CE, según el cual el acceso a la función pública se procederá de acuerdo con los principios de mérito y capacidad, ya que la valoración de los méritos se ve claramente distorsionada al ser una confesión religiosa la responsable de determinar qué personas son las adecuadas para ser contratadas por las administraciones públicas. Otro factor a tener en cuenta, es la especificidad de la relación laboral de los profesores de religión la cual se aprecia en que, a diferencia de cualquier otra modalidad contractual, independientemente del tiempo que el profesor lleve prestando sus servicios de forma continuada, dicha relación no puede tipificarse como indefinida. La relación laboral del profesorado de religión debe ser de carácter eventual por dos motivos: primero, porque el número de profesores contratados puede variar cada año en función del aumento o disminución de las solicitudes de los alumnos; y segundo, debido a la sumisión de los profesores a la autoridad discrecional y potestativa de las autoridades eclesiásticas, las cuales pueden solicitar su cese o no renovación en cualquier momento. Respecto al encaje constitucional del modelo de contratación de los profesores de religión católica, el tribunal entiende que “es claro que el cumplimiento de los compromisos de incorporación del profesorado al claustro docente de los centros de enseñanza y de atención a su sostenimiento financiero podría lograrse mediante otros procedimientos distintos al de la contratación del profesorado en régimen laboral por las Administraciones, como los que se aplicaron en el pasado en los primeros años de vigencia del Acuerdo sobre enseñanzas y asuntos culturales u otros posibles. Sin embargo, no cabe negar que la contratación laboral constituya igualmente un método constitucionalmente válido de cumplimiento de los compromisos alcanzados con base en el precepto constitucional […] En todo caso, la opción por una u otra solución instrumentadora del acuerdo de cooperación no altera en modo alguno la realidad subyacente a la cuestión ni su problemática constitucional. Y ésta no es otra que la que determina la impartición en los centros educativos de enseñanza religiosa con los contenidos y con los requisitos de idoneidad personal establecidos por las autoridades 3 . En este sentido, son especialmente relevante sus sentencias STC 38/2007, de 15 de diciembre de 2007, y STC 51/2011, de 14 de abril de 2011. religiosas. Que ello se articule o no mediante contratos laborales y que tales contratos, en su caso, se celebren por las autoridades eclesiásticas o se realicen directamente por las Administraciones públicas pagadoras, constituyen decisiones de política legislativa relevantes a diferentes efectos, entre ellos, y muy significativamente, al del reconocimiento y la mejor protección de los derechos económicos y sociales de los profesores, pero que, en principio, resultan irrelevantes en términos de constitucionalidad del sistema” (STC 38/2007, F.J. 13). Este planteamiento se reproduce en la STC 51/2011, donde, en palabras de Llamazares, aunque “no se trata de un supuesto igual al de la sentencia del 2007, pero sus argumentos son más bien endebles. Porque aquí también se subordina, a mi modo de ver injustificadamente, derechos fundamentales de la persona al derecho también fundamental, pero derecho derivado y al servicio de los derechos de los individuos, de libertad religiosa de la Iglesia” (Llamazares 2011: 367). La posición del Tribunal Constitucional en sus diferentes pronunciamientos es excesivamente ambigua, ya que, en su opinión, el Estado no tiene la obligación de contratar a los profesores de religión, o incluso de pagarles el salario, ya que cualquier decisión de los poderes públicos en este ámbito (ya sea contratar, ya sea no contratar a los profesores) es coherente con el mandato constitucional de cooperación. Asimismo, el Tribunal Constitucional parece ignorar que la cooperación del Estado está limitada por la capacidad de actuar de los poderes públicos en este contexto específico, es decir, por la neutralidad estatal y la separación o no confusión entre lo estatal y lo religioso. La cooperación entendida como prestación (por contratación) por parte del Estado de las personas encargadas de realizar labores de proselitismo y adoctrinamiento en la escuela pública, supone que el Estado promueve y fomenta unas determinadas creencias religiosas, dejando de ser neutral (Fernández A. 2009); por no hablar de la “confusión entre funciones religiosas y estatales” ya que el Estado se convierte en el empleador de los profesores de religión confesional en un contexto público y, por lo tanto, ideológica y religiosamente neutral. Problemas específicos que plantean los Acuerdos entre el Estado y la Iglesia católica de 1979: 3) el Acuerdo sobre Asuntos Jurídicos El Acuerdo sobre Asuntos Jurídicos (AAJ) se pronuncia sobre el matrimonio canónico en el art. VI de forma que: “el Estado reconoce los efectos civiles al matrimonio celebrado según las normas del Derecho canónico. Los efectos civiles del matrimonio se producen desde su celebración. Para el pleno reconocimiento de los mismos, será necesaria la inscripción en el Registro Civil, que se practicará con la simple presentación de la certificación eclesiástica de la existencia del matrimonio. Los contrayentes, a tenor de las disposiciones del derecho canónico, podrán acudir a los Tribunales eclesiásticos solicitando declaración de nulidad o pedir decisión pontificia sobre matrimonio rato y no consumado. A solicitud de cualquiera de las partes, dichas resoluciones tendrán eficacia en el orden civil y se declararán ajustadas al Derecho del Estado en resolución dictada por el Tribunal Civil competente”. El art. VI se refiere a dos realidades diferentes, la validez civil del matrimonio canónico y la validez de las resoluciones eclesiásticas sobre su nulidad o las decisiones pontificias sobre matrimonio rato y no consumado en el ordenamiento jurídico estatal (Cubillas 1985; López Alarcón 1994; Martinell 1990). La regulación estatal sobre la materia matrimonial debe girar sobre un doble planteamiento, ser lo más respetuosa posible con la libertad de conciencia, y tener en cuenta las peculiares exigencias de las creencias religiosas de los ciudadanos (en la medida en la que lo permitan los principios de igualdad entre todos los ciudadanos y el de laicidad). De acuerdo con este planteamiento, a diferencia de otros grupos religiosos para los cuales la nulidad o la disolución de su matrimonio es su tema que solo le compete al Estado (musulmanes, judíos y protestantes), para los católicos, en la medida en la que estos creen en conciencia que la única autoridad que puede disolver o declarar nulo su matrimonio es la religiosa, nuestro ordenamiento jurídico ha previsto la posibilidad de reconocer eficacia civil a las resoluciones de las jurisdicciones eclesiásticas competentes en el ámbito matrimonial, siempre y cuando éstas respeten el principio de igualdad y de laicidad del Estado. Desde esta perspectiva, el sistema matrimonial español se concentra en un solo tipo de matrimonio, el civil, pero que puede celebrarse de acuerdo con una pluralidad de formas, incluyéndose en este apartado las formas religiosas (y dentro de éstas la católica), las cuales podrán tener validez civil, cuando cumplan los requisitos de validez civiles requeridos para todo matrimonio. Los argumentos desde los que construye el sistema son dos. En primer lugar, independientemente de la forma de celebrar el matrimonio su regulación le corresponde al ordenamiento jurídico estatal, es decir el conocimiento de todo lo referido a los requisitos de validez y efectos civiles de los matrimonios canónicos debe ser competencia de los tribunales estatales. Y en segundo lugar, la interpretación conjunta de los principios de libertad religiosa, laicidad del Estado, y soberanía estatal sobre la regulación del matrimonio, implica en este ámbito que la soberanía del Estado se superpone a la de las confesiones religiosas (con independencia de que éstas firmen acuerdos con el Estado), por lo que los derechos confesionales que pretendan tener eficacia civil deberán subordinarse al Derecho estatal (Suarez Pertierra 1981: 99 y ss.). La primera parte del art. VI del AAJ no plantea problemas desde la óptica constitucional, ya que la posibilidad de que los fieles de cualquier creencia puedan romper su unidad conyugal de acuerdo con sus convicciones religiosas forma parte de su derecho de libertad religiosa. Otra cosa bien diferente es lo que ocurre cuando dichos creyentes pretenden que su decisión matrimonial en el ámbito religioso tenga eficacia civil, ya que el juez civil no se configura como un mero ejecutor de la sentencia canónica, sino que ejerce la potestad que le confiere en exclusiva el art. 117.3 CE. Por lo tanto, “el juez civil homologa la sentencia sólo si con arreglo al Derecho civil, el hubiera dado el mismo resultado” (Llamazares 2011: 351), es decir, el juez civil solamente puede homologar directamente las sentencias canónicas referidas a defectos de forma (a las que el art. 60 del Código Civil hace una remisión material), mientras que en los demás supuestos deberá entrar en el fondo de la causa y determinar si el mismo supuesto en el Derecho civil conduciría al resultado pretendido por la resolución eclesiástica. Esta solución, por una parte, es la única coherente con los principios constitucionales de unidad de jurisdiccional (117 CE), derecho a la tutela judicial efectiva y al juez ordinario predeterminado por la ley (24.1 y 2. CE); y por la otra parte, permite que los creyentes que así lo deseen acudan a los tribunales canónicos en la medida en que piensan que son los únicos competentes para decidir acerca de la disolución o nulidad de su matrimonio canónico, eludiendo un ataque contra los principios de igualdad y de laicidad. Problemas específicos que plantean los Acuerdos entre el Estado y la Iglesia católica de 1979: 4) el Acuerdo sobre Asistencia religiosa en las Fuerzas Armadas y Servicio Militar de Clérigos y Religiosos El Acuerdo sobre Asistencia religiosa en las Fuerzas Armadas y Servicio Militar de Clérigos y Religiosos (AAR) tiene un doble objeto. En primer lugar, en la medida en la que existía un servicio militar obligatorio, a priori de obligado cumplimiento para todos los ciudadanos varones españoles, regulaba el supuesto de los sacerdotes y miembros del clero. Y en segundo lugar, el establecimiento de un mecanismo que sirviese para ofrecer un servicio de asistencia religiosa para que los católicos pudieran ejercer su derecho de libertad religiosa, en las peculiares condiciones en las que se desarrolla su vida cotidiana durante su servicio en las Fuerzas Armadas. La asistencia religiosa en las fuerzas armadas es un supuesto que aparece recogido en la LOLR, según la cual: “para la aplicación real y efectiva de estos derechos, los poderes públicos adoptarán las medidas necesarias para facilitar la asistencia religiosa en los establecimientos públicos militares, hospitalarios, asistenciales y otros bajo su dependencia, así como la formación religiosa en centros docentes públicos” (art. 2.3 LOLR). El AAR debe interpretarse teniendo en cuenta que en los supuestos aludidos por la LOLR, el sujeto beneficiario de la asistencia se encuentra privado de libertad, por lo que la única posibilidad que tiene el individuo para poder ejercer su derecho fundamental es que el Estado ejercería una acción positiva, tendente a remover los obstáculos que impiden dicho ejercicio. Por este motivo, la doctrina ha venido entendiendo que la Asistencia religiosa en las Fuerzas Armadas forma parte del “contenido esencial del derecho de libertad religiosa, y se configura como una manifestación del principio de cooperación que no violenta al de laicidad” (Llamazares 2011; Martí 2009; Contreras 1990; Contreras 2002). Ahora bien, lo que no está tan claro es en qué medida los poderes públicos tienen que responsabilizarse laboral y/o económicamente del colectivo encargado de prestar la asistencia. Los modelos más coherentes con nuestro marco constitucional son los de libertad de acceso y salida, de forma que el Estado asume la obligación de eliminar aquellos obstáculos que impidan el ejercicio del derecho fundamental, pero quienes prestan el servicio son las confesiones religiosas. De esta manera, si bien el Estado autoriza la libre entrada de los representantes de la Iglesia católica en un establecimiento público cuando lo solicite un interno (que es el titular del derecho), la prestación no se tipificaría como un servicio público ni los ministros confesionales como funcionarios del Estado, o bien la otra opción sería que, cuando sea posible, se permita la salida del interno del centro público para recibir la asistencia (Contreras 1990: 87). De acuerdo con este planteamiento, la principal duda que plantea la lectura del AAR es sí no hubiera bastado con la aprobación de una norma de carácter unilateral que regulase la asistencia religiosa con carácter general, y dentro de ésta, como un subtipo más, la católica. En otras palabras, ¿es tal la especificidad que plantea la asistencia religiosa católica como para exigir la existencia de un Acuerdo entre el Estado y la Santa Sede? La respuesta sólo puede ser negativa, ya que, independientemente de que un grupo religioso haya firmado o no un Acuerdo con el Estado, el art. 2.3 de la LOLR reconoce a sus fieles (al igual que a los de cualquier otro grupo religioso) el derecho a recibir la asistencia religiosa, de ahí que lo único que se puede extraer del AAR es la existencia de un régimen diferente y privilegiado para la Iglesia católica que es difícil de sustentar en razonamientos de carácter objetivo. El trato privilegiado no se deriva expresamente del AAR, sino de los desarrollos legislativos ulteriores del mismo, y reside en que para los musulmanes, judíos y evangélicos (según el art. 10 de los respectivos Acuerdos firmados en el 92 con estos grupos religiosos), se recoge el derecho de sus fieles que presten servicios en las Fuerzas Armadas a recibir asistencia religiosa, y al acceso a lugares de culto, ya sea mediante la salida del militar del recinto militar o mediante la entrada de ministros de culto de las respectivas confesiones; pero, a diferencia de lo que ocurre con los capellanes castrenses católicos, no se prevé la existencia de un cuerpo profesionalizado de capellanes musulmanes, evangélicos o judíos (o de cualquier otra creencia religiosa). Como consecuencia de reminiscencias de carácter histórico, uno de los temas centrales del AAR es la exención del servicio militar de una parte del clero. Se trata de una disposición que en la actualidad, al no existir ya un servicio militar obligatorio, no tiene eficacia jurídica, pero al que vamos a referirnos por tratarse de un supuesto que suponía una clara discriminación por motivos religiosos. Según el art. VI “a fin de asegurar la debida atención pastoral del pueblo se exceptúan del cumplimiento de las obligaciones militares, en toda circunstancia, a los obispos y asimilados en derecho”. El art. V regula el régimen al que deben someterse los presbíteros en el caso de que realicen el servicio militar de forma que, por un lado, no se les podrá encomendar misiones que sean incompatibles con su estado de acuerdo con el derecho canónico, y por el otro, se prevé la posibilidad de que en el supuesto de que estos realicen determinadas actividades de carácter pastoral se les pueda convalidar como su de una auténtica prestación social sustitutoria se tratase. Las disposiciones mencionadas del AAR contradicen el art. 30.1 CE, que recoge el derecho/deber de todos los ciudadanos de defender a España, y carece de justificación constitucional alguna. La obligación y responsabilidad de que los fieles católicos reciban la debida atención pastoral no puede recaer en el Estado por mandato del principio de laicidad, de ahí la incongruencia de exceptuar del servicio militar a un colectivo (los obispos) por el mero hecho de ocupar un papel determinante en la jerarquía eclesiástica. Lo mismo cabe decir de la imposibilidad de encomendar a los presbíteros misiones que sean incompatibles con su estado de acuerdo con el derecho canónico, ya que éste mandato solo sería coherente si se previese la imposibilidad de encomendar a todos miembros de las Fuerzas Armadas misiones incompatibles con su libertad de conciencia. Consideraciones finales Como ha podido observarse, el principal problema que presentan los Acuerdos del 79 desde la perspectiva de su constitucionalidad, no reside tanto en sus disposiciones como en el hecho de haber servido de apoyatura para posteriores desarrollos legislativos claramente inconstitucionales. Por ejemplo, el Estado continúa financiando a la Iglesia católica porque así lo han decidido los diferentes gobiernos que se han sucedido en democracia, de hecho, en el caso de cumplirse lo pactado en 1979 el Estado debería dejar de financiar a la Iglesia católica. Una situación parecida ocurre con la enseñanza d la religión en la escuela pública, pues el AEAC, si bien introduce la enseñanza de la religión católica en la escuela pública, no ordena al Estado contratar o pagar el salario de los docentes. A continuación, y de acuerdo con el esquema elegido para abordar el presente estudio se ofrecen algunas claves sobre la posible inconstitucionalidad de los Acuerdos del 79, a saber: 1) La enseñanza de la religión católica en la escuela pública, y más concretamente la formula que el legislador ha previsto para su impartición, choca frontalmente con el carácter laico que deben tener los espacios tutelados por los poderes públicos. En este sentido, el art. II del AEAC, que ordena la inclusión de la enseñanza de la religión católica “en todos los centros de educación, en condiciones equiparables a las demás disciplinas fundamentales”, parece claramente inconstitucional. Otra cosa sería si la enseñanza se impartiese al principio o al final del día escolar en horario extraescolar. Sin embargo, en este caso se establece la impartición de una asignatura confesional dentro del horario escolar, generando un supuesto de discriminación/segregación de los alumnos por motivos religiosos (en función de qué alumnos asisten y cuáles no a esta enseñanza), se obliga a los alumnos que optan por no cursar la enseñanza a cursar otra diferente o a permanecer en el centro, y, mucho más importante, se introduce un ingrediente de naturaleza confesional en un contexto que debe ser ideológica y religiosamente neutral. Si se quiere ser coherente con nuestro marco constitucional, y consecuente con los principios de libertad religiosa y de laicidad que éste propugna, cualquier propuesta que se haga en un terreno tan complejo y delicado como es el estatuto jurídico del profesorado de religión debe partir de dos premisas. Por un lado, las confesiones religiosas, en cuanto organizaciones que tienen por objeto la transmisión de determinados principios o creencias de índole religioso, deben ser las únicas competentes para determinar qué personas son las adecuadas para transmitir o enseñar dichos principios o creencias, pues otra cosa supondría una vulneración del derecho de libertad religiosa y de la laicidad del Estado. Y por el otro lado, desde la perspectiva de los principios de laicidad, libertad de conciencia de los no católicos y de la igualdad y no discriminación por motivos religiosos, el Estado no puede responsabilizarse laboral y económicamente de los profesores de religión. Ahora bien, si de lo que realmente se trata es de acomodar el régimen jurídico de los profesores de religión al marco constitucional, la solución más congruente sería que fueran las propias confesiones religiosas las que se responsabilizasen, tanto de financiar la enseñanza de la religión, como de contratar al colectivo responsable de impartir esta enseñanza. En ese sentido, hay que tener en cuenta que, como ya se señaló anteriormente, según el Tribunal Constitucional (STC 38/2007, F.J. 9) la cooperación con las confesiones religiosas en este terreno no supone que el Estado esté obligado a financiar y a responsabilizarse laboralmente de la impartición de esa enseñanza. 2) El principio de laicidad impide que el Estado financie económicamente la actividad de culto de las confesiones religiosas, con independencia de que éstas hayan firmado acuerdos de cooperación con el Estado. La financiación de la Iglesia católica supone una excepción a esta regla general. Inicialmente se trató de un supuesto excepcional y temporal, que no puede justificarse en el hecho de que la mayoría de la población se declare católica, o en que en el artículo 16.3 de la CE exista una referencia expresa a la Iglesia católica, sino en la necesidad de llevar a cabo una transición no sólo en el terreno político, sino también en el religioso. En este sentido, hay que tener en cuenta que, independientemente de que sólo se asigne a la Iglesia católica el porcentaje del IRPF de los españoles que así lo soliciten, no por ello desaparece la patente inconstitucionalidad del sistema, ya que una parte de los ingresos estatales se dedican a financiar a un grupo religioso, a costa de los presupuestos generales del Estado, y por lo tanto del dinero de todos. Otra cosa diferente sería que los contribuyentes católicos pagasen voluntariamente además del IRPF otro impuesto para financiar a la Iglesia católica, de forma que se trate de un impuesto religioso que pagan aquellos católicos que quieran obligarse voluntariamente, y no de un impuesto estatal que financia fines religiosos. La solución que un sector de la doctrina, ha propuesto para eludir la discriminación inherente a que el Estado financie a la Iglesia católica, es que el Estado financie a otros grupos religiosos, si se quiere a los que más relevancia social tienen. Esta solución supondría una vulneración, aun mayor si cabe, del principio de laicidad. En este contexto el principio de laicidad implica que el principio de igualdad se aplique a "0", y a que todos los grupos religiosos sean iguales porque ninguno percibe ayudas económicas del Estado (Llamazares 20001; Amérigo 2007; Torres 2000, 2001 y 2011). Otra cosa muy diferente sería que el Estado no recaudara el 0,7 % del IRPF a sus contribuyentes, y permitiera que estos decidieran libremente lo que hacen con ese dinero; o que los contribuyentes que quieran financiar a su Iglesia pagaran de forma voluntaria, además del IRPF, un importe adicional con dicho fin como ocurre, por ejemplo, en Alemania. Sin embargo, lo pactado entre el Gobierno y la Iglesia en el 2006 ha sido otra cosa, y es que una porción de un impuesto que, como su propio nombre indica, no se paga voluntariamente sea destinado a financiar el culto religioso. Es evidente que la labor de la Iglesia católica es muy relevante para la sociedad española, tanto para los católicos, como para aquellos que se benefician de la actividades asistenciales, benéficas o docentes que ésta viene realizando, pero hay que evitar los malentendidos porque éstas actividades ya son financiadas a través de otras partidas presupuestarias diferentes, de la misma manera que con el dinero obtenido por esta vía la Iglesia no repara el patrimonio histórico artístico (para eso ya existen otras partidas presupuestarias autonómicas, locales y nacionales), sino que éstas cantidades se dedican a fines de carácter estrictamente religioso como, por ejemplo, sufragar el salario del clero. (3) El lenguaje utilizado por el AAJ en lo referente al matrimonio canónico es extremadamente confuso, y deja abiertas las puertas para que el legislador pueda interpretar el mismo tanto desde una óptica laica como confesional. Esto ha provocado que un sector doctrinal entienda que la competencia para regular el matrimonio canónico es exclusiva de la Iglesia católica, por lo que el juez civil no debe entrar a decidir sobre el fondo del asunto, reconduciéndose la cláusula de ajuste al control por parte del juez civil de los aspectos formales y procesales de la sentencia canónica (el procedimiento de homologación civil se configura como un mero exequatur, aunque con ciertas características especiales). Sin embargo, los principios constitucionales de unidad de jurisdiccional (117 CE), derecho a la tutela judicial efectiva y al juez ordinario predeterminado por la ley (24.1 y 2. CE), añadidos a los principios de igualdad y laicidad, implican que la soberanía del Estado prima sobre cualquier entidad, de forma que su Derecho sea primario frente a los demás ordenamientos que traten de convivir en el territorio nacional, por lo que los derechos no estatales que pretendan tener alguna eficacia civil deberán subordinarse al Derecho estatal. Esto provoca que no se pueda hablar de un matrimonio canónico con efectos civiles, sino de un verdadero matrimonio civil cuando el matrimonio celebrado según las normas de Derecho canónico cumpla los requisitos de validez que exige el ordenamiento estatal para todo matrimonio, independientemente de los efectos que dicho matrimonio pueda tener en el ordenamiento canónico. El control civil las resoluciones eclesiásticas se extiende tanto a la forma como al fondo de la cuestión, de forma que la homologación civil de una resolución canónica pasa por un control judicial en el que son comparadas las causas matrimoniales canónicas y civiles, con el objeto de que con ambas se logre el mismo resultado, siendo esta competencia exclusiva del juez civil. (4) La asistencia religiosa en las Fuerzas Armadas también es susceptible de generar cierto debate desde la óptica constitucional, pues el Acuerdo en la materia no ordena al Estado contratar y pagar el salario del personal responsable de dicha labor, y lo mismo ocurre con los capellanes que prestan asistencia religiosa en hospitales o instituciones penitenciarias. Como regla general, la existencia de un cuerpo de capellanes castrenses parece innecesaria en el momento actual, cuando los cuarteles militares están rodeados de lugares de culto, a diferencia de los contingentes militares que se trasladan al extranjero y donde es necesario que existan capellanes profesionales tanto católicos como de otras creencias. La regla general debería ser el modelo de libertad de entrada y salida de capellanes de todas las religiones, y la excepción la contratación de los mismos por el Estado con carácter profesional cuando el cuartel no esté cerca de zonas urbanas, o las unidades militares se trasladen al extranjero. Nuestro marco constitucional exige que el cuerpo de capellanes castrenses deje de ser exclusivamente católico, y que permita que todos los miembros del estamento militar, independientemente de sus creencias, puedan disfrutar de la asistencia religiosa en igualdad de condiciones. Bibliografía Amérigo F. 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