EL INFIERNO SI EXISTE. FUE MOSTRADO EN UNA VISIÓN A

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EL INFIERNO SI EXISTE. FUE MOSTRADO EN UNA VISIÓN A TRAVES DE
UN SUEÑO A UN SACERDOTE CATÓLICO
Impactante y espantoso relato de un Sacerdote que fue visitado por un ángel quien lo llevó al infierno para que viera
en las condiciones que se encuentran las almas condenadas. Este testimonio es uno de mucha importancia porque nos
trae la realidad que viven aquellos que rechazaron el amor de Dios. ¿Está usted dispuesto a aceptar a Dios o también
lo rechaza? Le invito a que lea el siguiente testimonio y luego decida cuál camino quiere seguir…
Apocalipsis 21, 8: “… los impíos tendrán su parte en el lago que arde con fuego y azufre y allí serán
atormentados día y noche por los siglos de los siglos…”
El Sueño del Infierno
Después de los sueños que tuviera la semana pasada y que fueron, mas o menos contados en estas páginas, no tenía
dudas de que el ángel se me apareciera, nuevamente, para llevarme al Infierno. Los dos primeros paseos que el me
dio, me alegraron bastante, sobre todo el del Cielo. Pero, haciendo la promesa de llevarme al Infierno, no tuve más
tranquilidad. Mientras tanto, yo debería visitar el lugar de los reprobados en la condenación eterna, para examinar de
cerca, los horrores sufridos por las almas condenadas, por causa de sus pecados cometidos en la tierra. Hacia muchas
noches que dormía sobresaltado. Y pensaba: ¿Mi Dios será que el sueño sucederá? Y rezaba, rezaba mucho,
pidiéndole a Dios que me dispensara de ver el sufrimiento de las almas del infierno. Y algunos días pasaron. Pero,
cuando fui esta noche, soñé, al final …Soñé que el mismo ángel, de fisonomía alegre y tan divina, que me había
llevado al Cielo, y, antes al Purgatorio, se presentaba delante de mí, con semblante cargado y austero. Pregunté:
¿Porqué estas tan serio? El Infierno es tan horrible que los mismos ángeles de Dios se transforman cuando tienen que
ir a el, en el cumplimiento de alguna misión. Yo mismo no deseaba mostrárselo a nadie, pero esta es la tercera vez
que tengo encargado de hacerlo. Pues, pensé para mi mismo: ¡Si este ángel quien mora en el Cielo y lo puede todo,
no desea ir al Infierno, cuánto mas yo! Y me recuerdo que en el sueño, me arrodillaba en el suelo y le decía al ángel
que yo tampoco quería ir, pero, si esa era la voluntad de Dios, estaba listo. Le pedí que me ayudara a no estar
impresionado con lo que tuviese que ver allá. El me respondió que Dios quería que yo observara los horrores de la
condenación eterna, por causa de mi misión de Sacerdote, a fin de que pudiese predicar mejor contra el pecado. Y
diciéndome estas palabras, me sujetó por la cintura y de repente nos encontramos en el espacio volando por entre
nubes pesadas y amenazadoras. Tengo miedo, exclamé. Y me abracé con mi protector, cuya fisonomía cada vez me
abatía más. Noté entonces que, al contrario de otras veces, íbamos descendiendo. Y aquella sensación desagradable
de que iba a llevar una gran caída, me asustaba en cada momento. Pensaba, de instante en instante, que algún
obstáculo se presentara delante de nosotros y mi corazón estaba tan pequeño como si fuera a dejar de bombear. Esto
se acentuaba mas cuando entramos en una nube espesa, oscura, aterradora. Tenía la impresión horrible de que algo
extraordinario estaba a punto de suceder y comencé a llorar. El ángel me abrazó con cariño y me dice: No temas
nada. Estas con mi asistencia y tengo poderes de Dios para protegerte. Y queriendo distraerme un poco, añadió:¡Mira
para arriba! Fue entonces que, por primera vez observé la Tierra distanciándose de nosotros. Perdida en el espacio,
girando, vertiginosamente, y en la proporción que descendíamos, ella se volvía cada vez menor. Un viento caliente
como si fuera de un horno comenzó a soplar. Tenía los labios resecos, los ojos hinchados y las orejas prendidas en
fuego. ¿Mi Dios, qué será de mí? El ángel no hablaba. Estaba serio y preocupado, continuaba sujetándome por la
cintura. Aquel su brazo era el único alivio que experimentaba en aquellas circunstancias. Y la certeza de que habría de
protegerme, me daba aliento para continuar aquel misterioso viaje. Pero en instantes escuché una voz que me parecía
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tan sobrecogedora, tan cavernosa, como si fuese de asombro: ¡Estamos llegando! Era el ángel anunciando que
estábamos próximos a la gran puerta del Infierno. ¿Porqué tu vos suena tan diferente? Le pregunté. Es pura
impresión respondió él. El Infierno es así, las cosas son siempre muy pavorosas… Y aquella voz, antes tan suave y
delicada, ahora parecía un sollozo del infinito. ¡Allí está la grande y amplia puerta del Infierno! El ángel me apuntó
para abajo, donde podía ver una enorme ráfaga de humo negra, dejando trasparecer, por las rendijas de las puertas,
un fuego aterrador, que parecía consumir todo lo de adentro. ¿Será que el fuego está destruyendo el Infierno?
Pregunté. ¡No! Respondió el ángel. El fuego del Infierno es eterno y no se acaba nunca. Ni tampoco consume las
almas que moran allí. ¡Ellas son quemadas, mas no destruidas! Nos aproximábamos cada vez más a la puerta grande.
Ahora disminuía la velocidad de nuestro descender y podíamos ver claramente por las pasaduras de la puerta, el
fuego caliente y voraz de infelicidad eterna. Llegamos. Aquí, todo es fácil dice el ángel. Entra sin ninguna
complicación, acaba de hacer la señal. Además, no precisa, que ya están ahí en la sala de espera. Piensan que somos
condenados. Miré para un lado y me encontré con más de un centenar de demonios. Espectáculo horrible, que no
quería describir. Eran como grandes hombres, con colas y cuernos, trayendo en las manos, unas grandes rastrillos tan
caliente como si fueran de hierro incandescente. Cuando abrían la boca, dejaban salir llamas de fuego por entre los
dientes y los ojos estaban abiertos de par en par casi fuera de órbita. Sus brazos se extendieron y las manos parecían
abordar la celebración de la terrible arma. Agarré fuertemente a mi compañero, sintiendo la calentura de una de
aquellas feas bocas abiertas junto a mi rostro, cuando una risa infernal, histérica como de un loco, se hizo oír por las
quebradas del Infierno. Parecía un trueno retumbando por la eternidad. ¿Qué es eso? Pregunté asustadísimo. Es la
señal que ellos dan cuando llegan almas para su reino. Esta risa horrible es de satisfacción que ellos sienten en su
triunfo pasajero en contra de Dios. Cuando así me explicaba, el ángel puso su espada de oro y apuntó para los
demonios aglomerados delante de nosotros, exclamando: Vine de parte de Dios, váyanse enseguida. Al escuchar el
nombre de Dios, los diablos se habían ido, con gran alboroto y relinchando de rebelión, dejando cada uno tras otro, un
rastro de fuego, dando rugidos que agitan las puertas de la entrada infernal. Ahora estamos solos. Nadie nos
molestará. Lee aquella inscripción. Obedeciendo la indicación de mi protector, levanté los ojos para lo alto de la puerta
del infierno y leí estas palabras: “¡Ustedes que entran aquí, dejen afuera todas sus esperanzas porque nunca mas
saldrán de aquí!” esta leyenda está escrita en letras de fuego y solo pensar en el destino de los condenados al fuego
eterno, me estremecí de horror. ¿Vamos a entrar? Me invito el ángel. Cuando miramos para la puerta, vimos que
estaba completamente descascarada. Adentro ya, un cuadro horrible se me presentó ante mis ojos. Eran unas almas
envueltas en grades hogueras, cuyas llamas devoraban amenazadoramente, las paredes tétricas de la cárcel de
Infierno. Me fui aproximando, lentamente, completamente asombrado, aquellos infelices que proferían y rugían como
fieras embravecidas. Delante de mi espanto me dice el ángel: Eso aquí no es nada. Estamos en el primer grado de
condenación eterna. Y marchando mas rápidamente exclamó: Ven conmigo. Atravesamos un mar de fuego, donde los
demonios histéricos daban risas de locos, abriendo aquellas enormes bocas cerca de mi cara, dejándome temblando
de pavor. Un aliento caliente salía de sus entrañas, viniendo a borbotones una fumarada fétida, congestión, más
todavía, los infelices. El ángel me mostró un departamento de los que estaban todavía esperando el grado de
condenación que Lucifer, el jefe del Infierno les daría dentro de pocos días. Ví en estas almas una fisonomía pavorosa
de sufrimiento. Ímpetu de revuelta, una constante proliferación de improperios salían de sus bocas ardientes. Allí se
escuchaba llanto y más adelante, el desespero que oímos de rencor. Millares de demonios robustos, armados con
rastrillos, empujaban a estas almas para el interior de un oscuro agujero donde solo había llanto y rechinar de
dientes. Cerré los ojos para no presenciar más aquel doloroso espectáculo y fui amparado por mi amigo que se
aproximó a mí. Me confortó: Dios quiso que vieras estas escenas, pero nada sufrirás. ¡Pero yo no soporto eso!
Exclamé. Y salimos los dos para un lugar mas calmado. Quiero mostrarte diversos castigos impuestos a las almas de
acuerdo con la calidad de los pecados de cada criatura. En este momento pasaron dos demonios terribles dando risas
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que parecían retumbar de fuertes truenos. ¿De dónde vienen ellos? Pregunté. Vienen de la Tierra. Fueron a buscar un
moribundo que acaba de morir. No quiso confesarse y murió en pecado. Y, apuntándome para la infeliz criatura dice:
¡Mira quien es él! Cuando miré, me encontré con uno de mis amigos que, realmente, estaba enfermo en la Tierra.
Cuando me vio, abrió los ojos, rechinó sus dientes y se contorsionó convulsivamente, revolcándose en el suelo
caliente del infierno, dejando me temblando de agonía y miedo. Quedé impresionado con la muerte y la condenación
de mi amigo. Si yo estuviese en la Tierra, habría conseguido confesarlo. Imposible, dice el ángel. Rechazó la gracia de
Dios y fue despreciado a sus propios destinos. Llegamos, finalmente, a un lugar descampado, donde el ángel me
mostró varias especies de sufrimientos. En nuestro pasaje, rostros contorcidos por la amargura de dolor parecían
querer devorarnos con sus ojos. Los brazos descarnados por el fuego se extendían hacia nuestra dirección. Cómo
pedir socorro que no podíamos dar. Comencé a sentirme mal en aquel ambiente de sufrimiento y abracé al ángel,
llorando convulsivamente. ¿Tienes miedo? Tengo, sí. Sobretodo pena por estas almas. Pienso en porqué fue que se
condenaron. ¿De quién sería la culpa? ¿De ellas propias?¡En tu pregunta, leo tu pensamiento…se lo que quieres decir!
Si querido ángel. Pienso en la gran responsabilidad de los Sacerdotes. ¿Muchos se pierden por nuestra negligencia, no
es verdad? Realmente, pues no. En el Cielo, no me quisiste mostrar el lugar de gloria de los padres. ¿Será que vas a
mostrarme aquí su condenación? Fue una orden que recibí de Dios. Mostrarte el lugar donde están las almas de los
padres que no se salvaron. A medida que marchábamos, el espectáculo de horror iba creciendo. El ángel me dice:
Recuerda que este sufrimiento aquí es eterno. En le Purgatorio todavía hay esperanza de salvación. Pero aquí, todo
termina con la entrada del condenado a esta ciudad maldita. Y volteándose rápidamente para mí, añadió: ¿Pero,
sabes cuál es el mayor sufrimiento en el Infierno? Es la ausencia de Dios. El saber que existe una felicidad suprema,
un lugar de tranquilidad donde todos nuestros deseos son satisfechos, un lugar de gloria, donde no hay dolores ni
lamentos, para el cual fueron todos creados, sin poder, nunca más, salir de aquí. Y lo peor todavía es que las almas
condenadas saben perfectamente que están aquí por libre y espontánea voluntad. ¡Dejar al Cielo por este sufrimiento
eterno! Así pues, ¿La ausencia de Dios es todavía peor que eso? Y, sí. Este sufrimiento es impuesto por el propio
pecado. Recuerda, por lo tanto, que el hombre fue hecho para Dios, pues Dios es su último fin. ¡Y no tienen a Dios!
Siempre tendrán ese eterno deseo, esa eterna insatisfacción. Íbamos caminando. El ángel me mostró una gran
cantidad de espinas. Son almas me explico. Es una especie de sufrimiento. ¿Quieres ver? Y, aproximándonos
retorcidos cuernos en el suelo, uno de los capturados se partió el cuerno por el medio. Dios mío, ¿qué ví? La sangre
corriendo de aquel cuerno partido, gotereando en el piso, una sangre caliente, oscura, gruesa, y luego un gemido
lastimoso y profundo parecía salir de aquellos cuernos recubiertos de espinas, moviéndose, misteriosamente en el
suelo. Este sufrimiento esta reservado para las personas que, en vida, pecaban humillando y despreciando al prójimo,
dice el ángel. Y continuó su presentación, al mismo tiempo que explicaba los respectivos sufrimientos. ¿Ves este mar
de lodo? Lo veo, sí. Son almas transformadas en lodo…Aquí en el Infierno es así que el pecado de las bajezas, de las
hipocresías, de las traiciones es castigado. Ví, enseguida, un enorme tanque, conteniendo una gran cantidad de plomo
derretido. ¡Son las almas de los ambiciosos! Más adelante, aquel depósito de oro gigante incandescente: Las almas de
los ricos y avaros son castigadas aquí, siendo transformadas en oro derretido. Ahora, vamos atravesando un río de
sangre. ¡Son almas de los asesinos! Hasta que llegamos a un lugar exquisito, donde el ángel paró, ¡diciéndome que yo
iba a ver lo que jamás pensaba ver! Es un lugar de misterio dice el ángel. ¿Qué misterio? Un lugar misterioso,
diferente a los otros, donde están las almas predilectas de Satanás…¿Las almas predilectas de Satanás? ¿Quiénes son
ellas? Predilectas de Satanás y de Dios también… Yo estaba jadeante, con una respiración de desespero, sin saber de
que se trataba. En cuanto el ángel seguía su explicación. Estas almas son escogidas por Dios para un lugar destacado
en el Cielo. Pero Satanás con envidia, las desea más que a otras y manda legiones de demonios para la Tierra para
buscarlas. Ellos tienen orden de Lucifer de emplear todos los medios para que se pierdan. Pues, ¿por qué no me dices
quienes son esas almas? Porque las vas a ver dentro de poco. Y, apuntándome para unas nubes de fuego, me mostró
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algunos demonios que viven en agonías horribles, acompañados por las vociferaciones proferidas de una alma que no
podía saber quien era. ¿Qué alma es esta? Pregunté. ¡Pobre alma! Exclamó el ángel. Alma querida de Dios, hecha por
Dios para salvar al mundo, para dar santos al mundo y, ahora, aquí se quedará eternamente sin poder gozar de la
gran recompensa que Dios le había reservado. Querido ángel, dime, ¿de quién se trata? Su lugar estará vacío por
siempre en el Cielo. Jamás será ocupado por otra alma. Y los demonios pasaron por nosotros, dejándonos envueltos
en una nube de fuego que los cercaba con su preciosa presa. Ahora vas a saber de quién es esta alma. Ellos van a
abrir la cárcel de esta infeliz criatura. ¡Ella estará junto a otras compañeras de eterno infortunio! Ves, están abriendo
la puerta. Mis ojos estaban pegados a la gran puerta, delante de nosotros. Mi corazón pulsaba tan fuerte, que no
podía permanecer de pie. Mis piernas temblaban, estaba lleno de gran pánico hasta que sentí desvanecer mis fuerzas.
Le aseguré al ángel diciendo: Me voy a desmayar… No, dice el ángel. ¡El poder de Dios te dará la fuerza porque
todavía veras otra cosa peor! Y, caído en el piso caliente del Infierno, a los pies de mi protector, fui siguiendo los
movimientos de los demonios, abriendo aquella cárcel de misterio. Un estruendo horroroso sacudió toda aquella sala
inmensa, hasta el final, de sus puertas descascaradas. En este momento, levantándome por el brazo, me dice el
ángel: ¡Mira las almas que están adentro! ¡Las miré! ¡Mi Dios, que aflicción, que dolor tan profundo tenía todo mi ser.
¡No puedo creer lo que veo! Y, mirando fijamente aquellos animales horribles, aquellas bestias horrorosas, en
contorciones y espasmos horripilantes, exclamó el ángel: ¡Ahí están ellas! Son las almas de todas las madres que se
condenaron. Las almas predilectas de Dios, las almas queridas de Dios, aquellas por quienes Dios tenía más
predilección. Ellas, las almas de las infelices madres que no supieron ser madres, que despreciaron el gran privilegio
de la maternidad, que descuidaron a sus hijos, dejando que muchos se perdieran por causa de su negligencia. Yo
miraba, atónito, aquel espectáculo tenebroso, en el que asquerosos demonios, amenazadores como perros furiosos,
se arrojaban sobre aquellas almas transformadas en insectos, como para querer devorarlas, espetando las puntas de
sus rastrillos incandescentes. ¡Pobres madres! Pensé. Es así que ellas, las descuidadas, son condena das por el
Descuido en que vivieron. Las madres, las que fueron elevadas a la misma dignidad de Nuestra Señora, más no
quisieron escuchar la voz de Dios que las llamó para desempeñar tan alta misión. Mientras yo estaba tan absorto en
mis pensamientos, ví a otro grupo de demonios que arrastraban otra madre que entró en la condenación eterna. Fue
entonces que levantando los ojos pude leer en el techo de esa horrible prisión, las siguientes palabras, como un
macabro homenaje a las madres que estaban allí. “¡Estas son nuestras colaboradoras, en la gran obra de perdición del
mundo!” Viéndome leer esta inscripción, interrumpió el ángel. Sí, porque si todas las madres fuesen santas, piadosas
y educaran cristianamente a sus hijos, el mundo no sería tan malo. No habría juventud pervertida, ni la juventud de
hoy en día se vería amenazada constante a la subversión del orden. ¿Esto significa que la santidad del mundo se
debe, exclusivamente, a las madres? , Le pregunté. Exclusivamente, no, respondió el ángel. Y haciendo hincapié en
las
palabras,
añadió:
Casi exclusivamente. Digo esto porque hay otra clase de personas a las que Dios confió la salvación de las almas y la
santidad de la vida. ¿Los sacerdotes? , Le pregunté. Sí, Dios les confió la salvación del mundo a las madres y a los
sacerdotes. Por lo tanto, le reservó los mejores lugares en el cielo, así como Lucifer les reserva el mayor sufrimiento
en el infierno. Y una pregunta que constituye un verdadero reto para mí: ¿Quieres ver dónde están las almas de los
sacerdotes que no se salvan? ¿Tienes valor? En ese momento, estaba mudo del terror. Una extraña angustia y sentí
una sensación que iba a caer en un abismo. ¡Si esta es la voluntad de Dios, exclamé, deseo ver a mis hermanos en el
sacerdocio! ¡Por lo tanto, debemos salir de aquí replicó el ángel. Las madres y los padres están en el mismo pie de
igualdad de sufrimiento en la condenación eterna. ¡Ves que la puerta que se está abriendo! Entonces oí el crujido de
las bisagras que giraban en sí mismas, mientras que dos bandas de las puertas se abrían para el paso a otro
sacerdote que estaba llegando al Infierno. Un cuadro impresionante que ví en este sueño, lo daría todo para terminar
lo antes posible. A través de muchos cuerpos sin cabeza, sin piernas, sólo el tronco, pasando de unos invisibles brazos
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extendidos, por algo que no estaba allí. ¡Es el deseo de Dios! dijo el ángel. No tienen piernas, porque ellas le fueron
dadas para que caminasen por el mundo, en la faena gloriosa de la predicación del Evangelio a todos los pueblos.
Como utilizaron su caminar al servicio del mal, aquí tienen que moverse sin piernas. Y no tienen cabeza, porque Dios
les dio ojos, oídos, boca, nariz, cerebro y el pensamiento para ser aplicados en la conquista de las almas al servicio de
la regeneración del mundo y la restauración del reino de Cristo. A través de la palabra y de pensamiento, los
sacerdotes deberían santificar a toda la humanidad. Como no hicieron la voluntad de Dios, a pesar de ser llamados
por Él a la noble misión, en el infierno son castigados por separado: los cuerpos de un lado, como acabamos de ver y
la cabeza de otro, las piernas juntas. Cosa monstruosa. ¿Quieres ver? Y el ángel me llevó a un lugar oscuro donde el
humo tenía un aborrecido olor de carne humana quemada. Estábamos caminando. De repente, se reunieron horribles
monstruos. Eran cabezas en las que se veían ojos brotados y bocas desmedidamente abiertas, queriendo pronunciar
palabras que no salían. Inmediatamente, en relación con estas cabezas, dos piernas que se movían, sin abandonar el
lugar. Y los demonios que se divertían con la posición de aquellos monstruos lisiados envueltos en llamaradas de
fuego que devora, quema, mientras que grujidos de animales amordazados se escuchaban en aquella sala fétida y
congestionada. Era el lugar más caliente que encontramos en el Infierno. Y pensar el ángel dice, que estas almas son
hermanas en Cristo son otros Cristos. Y pensar que, en el cielo, las almas de los sacerdotes son más veneradas que a
la Virgen, la Madre de Dios. Y pensar que en el cielo, los sacerdotes de Dios, viven juntos, disfrutando de su propia
gloria, porque a ellos se les encomendó la continuación de la gran obra de redención de la humanidad. ¡Aquí están
ellos, los Sacerdotes que se condenaron…! De repente, un monstruoso demonio, cerca de mí, tocó una trompeta.
Vamos a ver qué Lucifer va a decir observó el ángel. Debe ser una orden que va a dar.
Escuché el sonido estridente de la trompeta, que resuena en todo el Infierno, miles de demonios allí se presentaron,
en unos instantes, y como predijo mi protector, oyó que el diablo jefe de aquel bando, dar las siguientes
instrucciones: Sabía que la potencia máxima que impulsa todos los demonios del infierno que hay en la Tierra, un niño
de doce años, que será santo, si continúa en el camino que va. No podemos permitir más este tipo de victoria… (y
aquel demonio no pronunció el nombre de Dios, pero todos entendieron, con un rugido aterrador que rodó por el
espacio sin fin del Infierno). ¡Tenemos que conquistar el alma para nosotros, continuó Satanás, para nuestro fuego!
(Esta vez, se oyó una risa frenética, lo que refleja la satisfacción infernal de aquellos demonios). Nuestro trabajo
siguió diciendo el demonio, será hacer que aquel niño compre muchas revistas maliciosas, ir a todas las películas en
los cines, asistir en todas las novelas de televisión, ver todos los programas, hacer amistades con elementos que ya
son de nosotros. Debe desobedecer, a menudo a su madre, huyendo de la casa y caminar por las calles de
aprendiendo lo que todavía no conoce. Tenemos que hacer también un servicio junto a su madre que es muy piadosa.
Ella deberá asistir a las fiestas a fin de dejar al niño más a su voluntad. Debemos emplear todos los medios para
asegurar que este chico se pierda, porque está escrito que va a morir pronto a causa de una operación que se va a
someter, dentro de unos días. (Nueva risa histérica se oyó en todo el Infierno.) Ese chico debería perderse dice el
diablo, ésta será nuestra más importante conquista. Ordeno, en el nombre de Lucifer, que salgan todos ustedes (y
eran miles los que estaban allí) a la Tierra inmediatamente. Cuando exista en la calle, un niño de nuestro rebaño,
procuren hacerlo amigo del que queremos para nosotros, utilizando para ello todos los medios. Busquen cual es la
mejor manera de comenzar desde su casa, hagan que alguien le de con una pelota, para que se una a los niños de su
calle, que ya son nuestros, para jugar al fútbol, donde aprenden todo tipo de malas palabras e inmoralidades. Ahí es
que tienen que quedarse ustedes, en medio de esos niños de la calle, sueltos, sin madres, esto es, cuyas madres
también son nuestras, para que se pierda esta presa de nuestro enemigo común… (¡Nueva explosión, con chispas y
truenos!). En este punto, me desperté, gracias a Dios. Me senté en la cama rápidamente. Era el amanecer y el sol
estaba saliendo. Estaba atontado de la agonía, aterrado con el sueño, una verdadera pesadilla. Me arrodillé y recé.
Oré mucho a Dios, una oración que yo solamente se rezar, pidiéndole sobre todo que me librara de estas pesadillas.
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Después, la proporción se iba calmando, recordé que debería pedir una Misa y debería ser de esto mismo por la
intención de aquel niño, que yo no sabía quien era, pero que Dios bien lo sabía. Celebraría Misa por aquella criatura y
por su madre pidiendo a Dios que les diera las fuerzas para no sucumbir en las tentaciones de los millares de
demonios que habían salido del Infierno para tentarlos aquí en la Tierra. Y fui a celebrar mi Misa. Cuando llegué a la
sacristía, una señora, muy amiga mía, se aproximó y me dice: Padre, hoy es el cumpleaños de mi hijo, Roberto, su
alumno. Vine a preguntarle si sería posible celebrar esa Misa por él. Está necesitando muchas oraciones. Últimamente,
está desobedeciendo varias veces. Ha hecho amistades en la calle, con las que no estoy satisfecha. Inventó un fútbol,
en la equina, juntándose a una media docena de chicos y he notado muchos cambios en él en éstos últimos días. La
semana pasada, comenzó a sentir unos dolores en la pierna derecha. Lo llevé al médico que descubrió una hernia ya
avanzada, tienen que operarlo. Hoy es su cumpleaños. Hay padre, ¿podría celebrar la Misa por esa intención? Yo
meditativo, vago, impresionado, abrí los labios y balbucee: Pues no…mi señora…voy a celebrar por él… Y viendo mi
confusión, mis palabras entrecortadas, preguntó la señora: Padre, ¿está enfermo? A lo que respondí; Estoy, mi
señora. Estoy enfermo…Pero, quede tranquila que haré la Misa por su hijo, por mi alumno Roberto, y él volverá a ser
el que siempre fue: un hijo piadoso, obediente, ¡santo!
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