textos de la iglesia

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TEXTOS DE LA IGLESIA
Lumen Gentium, 32
La Iglesia santa, por voluntad divina,
está ordenada y se rige con admirable
variedad. "Pues a la manera que en un
solo
cuerpo
tenemos
muchos
miembros y todos los miembros no
tienen la misma función, así nosotros,
siendo muchos, somos un cuerpo en
Cristo, pero cada miembro está al
servicio de los otros miembros"
(Rom., 12,4-5).
El pueblo elegido de Dios es uno: "Un
Señor, una fe, un bautismo" (Ef 4,5);
común la dignidad de los miembros
por su regeneración en Cristo,
gracia común de hijos, común
vocación a la perfección, una salvación, una esperanza y una indivisa caridad. Ante Cristo y
ante la Iglesia no existe desigualdad alguna en razón de estirpe o nacimiento, condición social o
sexo, porque "no hay judío ni griego, no hay siervo ni libre, no hay varón ni mujer. Pues todos
vosotros sois "uno" en Cristo Jesús" (Gal 3,28; cf. Col 3,11).
Aunque no todos en la Iglesia marchan por el mismo camino, sin embargo, todos están llamados a la
santidad y han alcanzado la misma fe por la justicia de Dios (cf. 2 Pe 1,1). Y si es cierto que
algunos, por voluntad de Cristo, han sido constituidos para los demás como doctores, dispensadores
de los misterios y pastores, sin embargo, se da una verdadera igualdad entre todos en lo referente
a la dignidad y a la acción común de todos los fieles para la edificación del Cuerpo de Cristo. La
diferencia que puso el Señor entre los sagrados ministros y el resto del Pueblo de Dios lleva consigo
la unión, puesto que los pastores y los demás fieles están vinculados entre sí por necesidad
recíproca; los pastores de la Iglesia, siguiendo el ejemplo del Señor, pónganse al servicio los unos
de los otros, y al de los demás fieles, y estos últimos, a su vez asocien su trabajo con el de los
pastores y doctores. De este modo, en la diversidad, todos darán testimonio de la admirable
unidad del Cuerpo de Cristo; pues la misma diversidad de gracias, servicios y funciones congrega
en la unidad a los hijos de Dios, porque "todas estas cosas son obras del único e idéntico Espíritu" (1
Cor 12,11).
Si, pues, los seglares, por designación divina, tienen a Jesucristo por hermano, que siendo Señor de
todas las cosas vino, sin embargo, a servir y no a ser servido (cf. Mt 20,28), así también tienen por
hermanos a quienes, constituidos en el sagrado ministerio, enseñando, santificando y gobernando
con la autoridad de Cristo, apacientan la familia de Dios de tal modo que se cumpla por todos el
mandato nuevo de la caridad. A este respecto dice hermosamente San Agustín: "Si me aterra el
hecho de lo que soy para vosotros, eso mismo me consuela, porque estoy con vosotros. Para
vosotros soy el obispo, con vosotros soy el cristiano. Aquél es el nombre del cargo; éste de la gracia;
aquél el del peligro; éste, el de la salvación".
Chistifideles laici
Estados de vida y vocaciones, 55
Obreros de la viña son todos los miembros del Pueblo de Dios: los sacerdotes, los religiosos y
religiosas, los fieles laicos, todos a la vez objeto y sujeto de la comunión de la Iglesia y de la
participación en su misión de salvación. Todos y cada uno trabajamos en la única y común viña
del Señor con carismas y ministerios diversos y complementarios.
Ya en el plano del ser, antes todavía que en el del obrar, los cristianos son sarmientos de la única vid
fecunda que es Cristo; son miembros vivos del único Cuerpo del Señor edificado en la fuerza del
Espíritu. En el plano del ser: no significa sólo mediante la vida de gracia y santidad, que es la
primera y más lozana fuente de fecundidad apostólica y misionera de la Santa Madre Iglesia; sino
que significa también el estado de vida que caracteriza a los sacerdotes y los diáconos, los religiosos
y religiosas, los miembros de institutos seculares, los fieles laicos.
En la Iglesia-Comunión los estados de vida están de tal modo relacionados entre sí que están
ordenados el uno al otro. Ciertamente es común —mejor dicho, único— su profundo significado:
el de ser modalidad según la cual se vive la igual dignidad cristiana y la universal vocación a la
santidad en la perfección del amor. Son modalidades a la vez diversas y complementarias, de modo
que cada una de ellas tiene su original e inconfundible fisionomía, y al mismo tiempo cada una de
ellas está en relación con las otras y a su servicio.
Así el estado de vida laical tiene en la índole secular su especificidad y realiza un servicio eclesial
testificando y volviendo a hacer presente, a su modo, a los sacerdotes, a los religiosos y a las
religiosas, el significado que tienen las realidades terrenas y temporales en el designio salvífico de
Dios. A su vez, el sacerdocio ministerial representa la garantía permanente de la presencia
sacramental de Cristo Redentor en los diversos tiempos y lugares. El estado religioso testifica la
índole escatológica de la Iglesia, es decir, su tensión hacia el Reino de Dios, que viene prefigurado y,
de algún modo, anticipado y pregustado por los votos de castidad, pobreza y obediencia.
Todos los estados de vida, ya sea en su totalidad como cada uno de ellos en relación con los otros,
están al servicio del crecimiento de la Iglesia; son modalidades distintas que se unifican
profundamente en el «misterio de comunión» de la Iglesia y que se coordinan dinámicamente
en su única misión.
De este modo, el único e idéntico misterio de la Iglesia revela y revive, en la diversidad de estados
de vida y en la variedad de vocaciones, la infinita riqueza del misterio de Jesucristo.
Una comunión orgánica: diversidad y complementariedad, 20
La comunión eclesial se configura, más precisamente, como comunión «orgánica», análoga a la de
un cuerpo vivo y operante. En efecto, está caracterizada por la simultánea presencia de la diversidad
y de la complementariedad de las vocaciones y condiciones de vida, de los ministerios, de los
carismas y de las responsabilidades. Gracias a esta diversidad y complementariedad, cada fiel laico
se encuentra en relación con todo el cuerpo y le ofrece su propia aportación.
El fiel laico «no puede jamás cerrarse sobre sí mismo, aislándose espiritualmente de la comunidad;
sino que debe vivir en un continuo intercambio con los demás, con un vivo sentido de fraternidad, en
el gozo de una igual dignidad y en el empeño por hacer fructificar, junto con los demás, el inmenso
tesoro recibido en herencia. El Espíritu del Señor le confiere, como también a los demás, múltiples
carismas; le invita a tomar parte en diferentes ministerios y encargos; le recuerda, como también
recuerda a los otros en relación con él, que todo aquello que le distingue no significa una mayor
dignidad, sino una especial y complementaria habilitación al servicio. De esta manera, los
carismas, los ministerios, los encargos y los servicios del fiel laico existen en la comunión y para la
comunión. Son riquezas que se complementan entre sí en favor de todos, bajo la guía prudente de los
Pastores».
Vita Consecrata
Las relaciones entre los diversos estados de vida del cristiano, 31.
Todos los fieles, en virtud de su regeneración en Cristo, participan de una dignidad común; todos
son llamados a la santidad; todos cooperan a la edificación del único Cuerpo de Cristo, cada uno
según su propia vocación y el don recibido del Espíritu (cf. Rm 12, 38). La igual dignidad de todos
los miembros de la Iglesia es obra del Espíritu; está fundada en el Bautismo y la Confirmación y
corroborada por la Eucaristía. Sin embargo, también es obra del Espíritu la variedad de formas. Él
constituye la Iglesia como una comunión orgánica en la diversidad de vocaciones, carismas y
ministerios.
Las vocaciones a la vida laical, al ministerio ordenado y a la vida consagrada se pueden considerar
paradigmáticas, dado que todas las vocaciones particulares, bajo uno u otro aspecto, se refieren o se
reconducen a ellas, consideradas separadamente o en conjunto, según la riqueza del don de Dios.
Además, están al servicio unas de otras para el crecimiento del Cuerpo de Cristo en la historia
y para su misión en el mundo. Todos en la Iglesia son consagrados en el Bautismo y en la
Confirmación, pero el ministerio ordenado y la vida consagrada suponen una vocación distinta y una
forma específica de consagración, en razón de una misión peculiar.
VC 46
A la vida consagrada se le asigna también un papel importante a la luz de la doctrina sobre la Iglesiacomunión, propuesta con tanto énfasis por el Concilio Vaticano II. Se pide a las personas
consagradas que sean verdaderamente expertas en comunión, y que vivan la respectiva
espiritualidad como «testigos y artífices de aquel "proyecto de comunión" que constituye la cima de
la historia del hombre según Dios». El sentido de la comunión eclesial, al desarrollarse como una
espiritualidad de comunión, promueve un modo de pensar, decir y obrar, que hace crecer la Iglesia
en hondura y en extensión. La vida de comunión «será así un signo para el mundo y una fuerza
atractiva que conduce a creer en Cristo.
Comunión y colaboración con los laicos, 54
Uno de los frutos de la doctrina de la Iglesia como comunión en estos últimos años ha sido la toma
de conciencia de que sus diversos miembros pueden y deben aunar esfuerzos, en actitud de
colaboración e intercambio de dones, con el fin de participar más eficazmente en la misión eclesial.
Debido a las nuevas situaciones, no pocos Institutos han llegado a la convicción de que su carisma
puede ser compartido con los laicos. Estos son invitados por tanto a participar de manera más
intensa en la espiritualidad y en la misión del Instituto mismo. En continuidad con las experiencias
históricas de las diversas Órdenes seculares o Terceras Órdenes, se puede decir que se ha
comenzado un nuevo capítulo, rico de esperanzas, en la historia de las relaciones entre las
personas consagradas y el laicado.
Para un renovado dinamismo espiritual y apostólico, 55
No es raro que la participación de los laicos lleve a descubrir inesperadas y fecundas
implicaciones de algunos aspectos del carisma, suscitando una interpretación más espiritual, e
impulsando a encontrar válidas indicaciones para nuevos dinamismos apostólicos. Cualquiera que
sea la actividad o el ministerio que ejerzan, las personas consagradas recordarán por tanto su deber
de ser ante todo guías expertas de vida espiritual, y cultivarán en esta perspectiva «el talento más
precioso: el espíritu». A su vez, los laicos ofrecerán a las familias religiosas la rica aportación de su
secularidad y de su servicio específico.
VC 56
Una manifestación significativa de participación laical en la riqueza de la vida consagrada es la
adhesión de fieles laicos a los varios Institutos bajo la fórmula de los llamados miembros asociados
o, según las exigencias de algunos ambientes culturales, de personas que comparten, durante un
cierto tiempo, la vida comunitaria y la particular entrega a la contemplación o al apostolado del
Instituto, siempre que, obviamente, no sufra daño alguno la identidad del Instituto en su vida interna.
Las personas consagradas, enviadas por sus Superiores o Superioras y permaneciendo bajo su
dependencia, pueden participar con formas específicas de colaboración en iniciativas laicales,
particularmente en organismos e instituciones que se ocupan de los marginados y que tienen como
finalidad aliviar el sufrimiento humano. Esta colaboración, si está sustentada y animada por una
fuerte y clara identidad cristiana, y respeta el carácter propio de la vida consagrada, puede hacer
brillar la fuerza iluminadora del Evangelio en las situaciones más oscuras de la existencia humana.
Vida fraterna en comunidad (1994)
La Iglesia como comunión, 9
Creando el ser humano a su imagen y semejanza, Dios lo
ha creado para la comunión. El Dios creador que se ha
revelado como Amor, como Trinidad y comunión, ha
llamado al hombre a entrar en íntima relación con Él y a la
comunión interpersonal, o sea, a la fraternidad universal. Esta es la más alta vocación del hombre:
entrar en comunión con Dios y con los otros hombres, sus hermanos.
Una nueva relación con los seglares, 70
La eclesiología conciliar ha puesto de relieve la complementariedad de las diferentes vocaciones
en la Iglesia, llamadas a ser juntas testigos del Señor resucitado en toda situación y en todo lugar. El
encuentro y la colaboración entre religiosos, religiosas y fieles seglares en particular, aparecen
como un ejemplo de comunión eclesial y, al mismo tiempo, potencia las energías apostólicas para
la evangelización del mundo.
Un apropiado contacto entre los valores típicos de la vocación laical, como la percepción más
concreta de la vida del mundo, de la cultura, de la política, de la economía, etc., y los valores típicos
de la vida religiosa, como la radicalidad del seguimiento de Cristo, la dimensión contemplativa y
escatológica de la existencia cristiana, etc., puede convertirse en un fecundo intercambio de dones
entre los fieles seglares y las comunidades religiosas.
La colaboración y el intercambio de dones se hace más intenso cuando grupos de seglares
participan por vocación, y del modo que les es propio, dentro de la misma familia espiritual, en
el carisma y en la misión del instituto. Entonces se instaurarán relaciones fructuosas, basadas en
relaciones de madura corresponsabilidad y sostenidas por oportunos itinerarios de formación en la
espiritualidad del instituto.
Sin embargo, para conseguir ese objetivo, es necesario tener: comunidades religiosas con una clara
identidad carismática, asimilada y vivida, es decir, capaces de transmitirla también a los demás con
disponibilidad para el compartir; comunidades religiosas con una intensa espiritualidad y un gran
entusiasmo misionero para comunicar el mismo espíritu y el mismo empuje evangelizador;
comunidades religiosas que sepan animar y estimular a los seglares a compartir el carisma del
propio instituto, según su índole secular y su diverso estilo de vida, invitándolos a descubrir
nuevas formas de actualizar el mismo carisma y misión. Así la comunidad religiosa puede
convertirse en un centro de irradiación, de fuerza espiritual, de animación, de fraternidad que crea
fraternidad y de comunión y colaboración eclesial donde las diversas aportaciones contribuyen a
construir el Cuerpo de Cristo que es la Iglesia.
La más estrecha colaboración debe desarrollarse, naturalmente, respetando las respectivas
vocaciones y los diversos estilos de vida propios de los religiosos y de los seglares.
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