María en la moral del creyente

Anuncio
MARIA.·EN LA MORAL DEL CREYENTE
ELEUTERIO ELORDUY, S. I.
I. La Madre de Jesús
a) Maria en el prólogo de san Juan
El prólogo de san Juan, escrito hacia los años 90/1 00, puede parecer
una reflexión teológica del hagiógrafo. Pero san Juan se presenta como
historiador y redactor de un testimonio colectivo, cuando dice expresa­
mente:
1 Jn 1 , 1 . «Lo que era desde el principio, lo que oímós, lo que vi­
mos con nuestro propios ojos, lo que contemplamos y
palparon nuestras manos sobre el Verbo ·de la vida.
2. Y la vida se manifestó y testificamos y anunciamos a vo­
sotros la vida eterna, que estaba· en Dios y se nos ha
manifestado» .
Es una presentación cortada y discontinua, con propensión al anaco­
luto, empleado para matizar el pensamiento. Hay afirmaciones absolu­
tas de historiador: «lo que existía>>. Hay expresiones de testigo ocular di­
recto: «lo que uimoS>>. Otras formulan un testimonio indirecto auricular:
«lo que. hemos oído». Hay participación en hechos colectivos expresados
en plural: «lo que contemplamos y palparon nuestras manos». Fijémo­
nos en esta expresión.
San Juan reclinó su cabeza sobre el pecho del Señor (Jn 1 3 , 2 5 ;
2 1 , 20). Pero· esto n o justifica e l palpar(= pselaphao) . El Señor resucita­
do les dijo «Palpad y ved que el espíritu no tiene carne ni huesos» (Le
24, 39). Pero no consta que le palparan, fuera del caso de Tomás (Jn
20, 27). San Juan se limita a hablar en plural. En su testimonio colectivo
209
ELEUTERIO ELORDUY
.
entran cuantos convivieron con él. Entre ellos Maria, su madre adopti­
va, que como Madre de Jesús hubo de palpar normalmente al Niño
como toda madre.
El evangelista no usa lenguage teológico en el sentido hoy corriente.
Es historiador, testigo en parte, en pairte relator de un testimonio colec­
tivo, en el que a su madre adoptiva, Maria, le corresponde un papel pri­
vilegiado. Su prólogo tiene, por lo tanto, un gran parecido con el relato
de la infancia de Lucas. La diferencia está en que Lucas es testigo, pero
es un historiador más técnico y profesional. En su relato de la infancia
actúa como puro redactor que selecciona la exposición de Maria, prota­
gonista en la anunciación, nacimiento y episodios de la infancia.
En el prólogo del IV Evangelio lla influencia de Maria parece indis­
cutible, pero no hay documentos explícitos que la precisen. Hay que re­
currir a la critica interna de los documentos· y a los datos ambientales
conocidos. Es una investigación de importancia innegable en las cir­
cunstancias actuales. La filología de los últimos cincuenta años ha reali­
zado un avance notable en este procedimiento y el lector lo exige.
No se trata de importancia en el terreno dogmático. El influjo re­
daccional de Maria en Lucas y Juan no añade nada dogmáticamente a
la Mariología, a la Cristología y a la Eclesiología. Pero el descubrimien­
to de ese influjo tiene valor inapreciable y de consecuencias imprevi­
sibles por el relieve que adquiere Maria al contemplarla en la acción
apostólica que desarrolló en el origen y crecimiento de la Iglesia, muy
especialmente en los escritos del Nuevo Testamento, como es el relato
de la infancia y puede ser el prólogo de san Juan.
El hombre moderno no se deja influir en su religiosidad por puros·
sentimientos de piedad subjetiva. La personalidad de Maria - aparte de
su influjo sobrenatural de la gracia - ejerce su acción por los valores
históricos, filosóficos, artísticos y sociales que en ella resplandecen. Este
principio tiene especial aplicación a la indiferencia actual respecto a
doctrinas especulativas socialmente inoperantes. Si se demuestra con
pruebas serias el influjo real y positivo de la Virgen en la Iglesia primiti­
va, se podrá esperar que creyentes y no creyentes vuelvan a ella sus ojos
en la configuración actual del mundo, especialmente en el orden moral.
Por eso creemos que la mariología conservando con el mayor celo la
ortodoxia dogmática tradicional - debe promover el conocimiento de
Maria en las dimensiones humanas de tipo existencial, modeladoras del
espíritu cristiano.
En la formulación y contenido del prólogo de san Juan hay dos pun­
tos dignos de estudio. El primero es el nombre propio de Verbo de Dios
con que se designa a Cristo. El segundo es la participación de la filiación
por la adopción divina concedida a los creyentes por recibir a Crist<>. El
primer punto es de índole lingüística, filosófica y teológica sin conexión
210
MARIA EN LA MORAL DEL CREYENTE
con el dogma. El segundo tiene ramificaciones dogmáticas importantes,
que estudiaremos por separado.
El logos
El prólogo comienza designando a Cristo con el nombre propio de
Logos (Jn 1 , 1 ): «Al principio era el Logos, el Logos estaba en Dios, y
Dios era el Logos». En el v. 14 añade: «Y el Logos se hizo carne» . De
nuevo aludiendo al prólogo en 1 Jn 1 , 1 , «(Os anunciamos) acerca del
Logos de la· vida» .
Fuera de estos cinco casos nunca se emplea el término Logos como
nombre de Cristo ni de otra persona alguna. Los sinópticos y el mismo
san Juan emplean el término como nombre común en numerosas oca­
siones. Pero el nombre propio es exclusivo de los cuatro casos del prólo­
go y del quinto de 1 Jn 1, l. Esta singularidad resulta más sorprendente
al tener en cuenta el uso del nombre común cinco veces en 1 Jn 1 , 1 0 ;
2,5-7 , 4 y 3, 18. E n e l caso d e 1 J n 2, 14 dice a los cristianos: «El logos de
Dios. permanece en vosotros» , como nombre común. También es común
en Hebr 4, 12: «El logos de Dios es operante, más penefrante que espada
de dos filos» .
Se impone, como conclusión, la unicidad o hápax del nombre pro­
pio en el prólogo y en l Jn l, l. Además, es claro que el empleo de
nombre propio para designar a Cristo como Lagos no es de iniciativa de
Juan. Es de alguien que le ha designado así del grupo «nosotros» en el
que Juan no es propiamente el introductor del nombre, sino sólo el re­
dactor que convive con esa persona y emplea esa designación al presen­
tar a Cristo en el mundo en el prólogo del Evangelio . Como caso similar
de empleo de cuasisinónimo rhema hay que citar la expresión de María:
«Hágase en mí tu rhema» (Le 1, 38). Diógenes Laercio (VII 57) y Galeno
(De Hzppocr. et Platonis plac. , VIII, 3) entre otros, incluyen el rhema
entre las cinco partes del Logos en el estoicismo. Se fundaban, como es
claro, en el uso del pueblo.
Este hápax del siglo I ofrece la peculiaridad de aplicar a Cristo­
hombre una denominación metafísica del estoicismo contemporáneo,
empleada como nombre común. En los siglos 11 y siguientes los escrito­
res cristianos divulgan el empleo del nombre propio sólo aplicado a Cris­
to. Este hecho lingüístico de excepcional importancia ha suscitado el in­
terés de exegetas y filólogos, que sin sospechar la influencia determinan­
te de María, han tratado de descubrir el autor que indujo a Juan al
empleo de esta designación, que el mismo evangelista no se asimiló para
emplearla por propia iniciativa espontánea fuera del prólogo y del 1 Jn
1 , l.
211
ELEUTERIO ELORDUY
El caso ha sido estudiadísimo. Casi instintivamente, pero no sin pre­
cipitación originada por ignorar d carácter popular del logos-dabar
arameo hasta los estudios de Pohlenz, se pensó en el influjo de Filón. La
hipótesis hoy resulta totalmente gratuita. Dificilmente puede pensarse
en perspectivas más diversas que las del concordista Filón, nada amigo
del cristianismo (bien conocido para él), que no era judío auténtico, ni
griego, ni estoico, y la de Juan, discípulo auténtico, primero de Moisés,
después del Bautista .y más tarde de Cristo e, incidentalmente, de · SU
Madre María; Filón es un pensador · lúbrido.
Es verdad, como hemos dicho en otro lugar (Estoz"cismo� vol. 1,
p. 1 0 1 ) que Filón emplea el término logos unas 1 . 300 veces, pero en
formas abigarradas, unas veces en el sentido semítico-arameo del dabar,
otras veces como el griego logos. En el De somn. 1 , 229 s dice Filón que
al logos se le puede llamar Dios sin articulo, y con artículo sólo puede
denominarse «el Dios» a la fuente (causa) de logos, o «mundo superior»,
.
con lo que se acerca al logos griego de Platón. En los Indz'ces platónzcos
de Friedrich Ast, se halla empleado el término logos unas 270 veces,
preferentemente para designar la oración, la frase, una exposición oral
o escrita de las discusiones y libros, personificándole en algún pasaje co­
mo si la discusión fuera una persona integrada de cabeza y miembros.
Pero nunca en Platón ni en Filón hay una frase semejante a la de Jn
1 , 14: «el Verbo se hizo carne», ni una afirmación como la de 1 Jn 1 , 1 :
«lo que oímos, lo que vimos con nuestros ojos, lo que contemplamos y
nuestras manos palparon sobre el Verbo de la vida» .
El «Verbo tangible y palpable de carácter divino» refleja el concepto
estoico de logos-cuerpo «según el cual se hizo lo que se hizo, y se hace lo
que se hace, y se hará lo que se haya que hacer» (Estobeo, cfr Estoz'cis­
mo, I, 1 0 1 ), por lo que, según Orígenes, «Dios es el logos de todas las
cosas» ( Contra Celsum, V, 1 4) . Es un concepto difundido en la cultura
antigua no griega; correspondía al dabar arameo, lenguaje familiar usa­
do por María y por Jesús, lo mismo que por los apóstoles. En ese len­
guaje, el concepto de logos es aplicable a Dios y a C risto. La novedad de
san Juan está en haber pasado del uso del nombre común al del nombre
propio aplicándose a Jesús. Es una novedad que no se atrevió a introdu­
cir san Pablo, a pesar de aplicar a Cristo todos los atributos de la
filosofía del logos estoico sublimándolos mediante la revelación evangéli­
ca en la carta a los Colosenses. ¿ Quién inspiró a Juan;una confianza que
no se atrevió a tomar Pablo? El paso de un nombre común al nombre
propio es una transformación lingüística empleada ert el uso de motes o
apodos impuestos en la vida ordinaria justificada o abusivamente y en
nombres propios impuestos por los padres o por personas que tienen pa­
ra ello autoridad competente. María tema sin duda la autoridad mater­
na necesaria y el conocimiento suficiente para llamar a su Hijo el Verbo
212
MARIA EN LA MORAL DEL CREYENTE
de Dios. ¿Es aventurado pensar que así lo hiciera en su convivencia fa­
miliar con su Hijo y co� su esposo,, o que forjó este nombre propio sólo
aplicable a Cristo en sus conversaciones con los apóstoles, especialmente
con Juan? Lo cierto es que el discípulo predilecto empleó ese nombre en
su intimidad con María, donde se acuñó este teologúmeno orientador,
de excepcional · importancia. Es significativa la semejanca de esta deno­
minación con la expresión empleada por María en el momento de . co­
menzar a ser Madre de Jesús, diciendo: Hágase en mí según tu palabra,
o mejor: Hágaseme tu palabra, tu verbo, en el informe recogido por
Lucas (Le 1, 38). Lucas empleá rhema· en vez de logos.
El término rhema es sinónimo de Logos, mejor dicho, el rhema es el
logos externamente proferido. Para el empleo del término como nombre
común es más apropiado logos. Los estoicos consideraban al rhema
-según antes indicamos- como una de las cinco partes del logos profe­
rido. Por tanto, es más correcto que resultara más apropiado llamar a
Jesús Verbo de Dios que rhema. Asíl le ha quedado a Cristo el nombre
de Verbo, como aparece ya en la Epístola Apostolorum 3 ( 1 4) TU 43,
28, apócrifo del siglo 11, eri una frase donde se combinan las expresiones
de Lucas y de Juan.
Pero dejando por ahora la influencia de María, lo cierto es en todo
caso que se trata de un empleo eclesial del término Logos como nombre
de Jesús. Examinemos los fundamentos de esta afirmación, que hubiera
resultado extraña a los que propugnaban la influencia filoniana en
Juan, por la sencilla razón de que para los historiadores y críticos de los
siglos XVIII y XIX, la Iglesia carecía de la capacidad de introducir un
cambio lingüístico conceptual en el siglo I . Hoy esa objeción resulta in­
fundada gracias a numerosos estudios.
Una corriente cada vez más documentada ·ha ido esclareciendo el
ambiente cultural del siglo 1 y muy especialmente los reinados cruciales
de Claudio y de Nerón. La figura central y señera de la cultura del 40 al
70 es Séneca, La bibliografía senequista o afín a estos cincuenta años es
inmensa. Vamos a mencionar un especialista conocido, León Herr­
mann. Sus obras más conocidas son, entre otras: Le théatre de Séneque,
París ( 1 924); Octavie, tragédie prétexte, París ( 1 924) ; Séneque, Tragé­
dies, tomos 1/11, París ( 1 924-1 926). Las tres obras editadas en Les Belles
Lettres. Le second Ludb:us, Bruxelles ( 1 958) ; Chrestos. Témoignages
Pai'ens et juijs sur le christzanisme du premz"er sz"Úle, Bru:Xelles ( 1 970).
En esta última obra cita a 28 personajes romanos conocidos en la
historia, que tomaron actitud favorable u hostil frente al cristiánismo.
Dieciocho de ellos antes del 70. Son los siguientes: Tiberio,. Thallus,
Filón, Séneca, Claudia, Julio Cano, Pornponio, S écundo, Servilio No­
niano, Lucilio Junior, Statilio Flacco, Demetrio de Sounion, Fedro,
Petronio, Anneo Cornuto, Lucano y Flavio Josefo. Algunos de ellos
213
ELEUTERIO ELORDUY
actúan también después del 70. En conjunto son: Fedro, Plinio Mayor,
Marcial, Stacio Quintiliano, Dión Crisóstomo, �linio el Joven, Juvenal,
Plutarco, Epicteto, Tácito y Suetonio. La lista es profundamente signifi­
cativa bajo muchos conceptos, pero sobre todo bajo el aspecto
lingüístico conceptual, ya que revela el crecimiento masivo del cris­
tianismo con todas sus instituciones y formación de términos y conceptos
propios de la nueva corriente religiosa, adecuados para expresar su
mentalidad. La modificación operada sobre el concepto del logos, hasta
adaptarla para designar a Cristo, como nombre propio, es un resultado
innegable. En el siglo 11 entran en el concepto las discusiones entre cris­
tianos y paganos, quedando confirmada la atribución del nombre de
Logos para designar la persona de Cristo, merced al prólogo de san
Juan.
Las conclusiones de la obra de Herrmann - aunque discutibles en
casos concretos- sirven para demostrar en el cristianismo una fuerza
social suficiente para forjar términos o conceptos en el lenguaje corrien­
te del Imperio; es lo que ocurre con el Logos aplicado a Cristo. SanJus­
tino, en sus controversias, lo emplea sin peligro de ser mal entendido.
Admitido el origen eclesial del nuevo concepto y excluidos los apóstoles
y evangelistas como autores de la innovación, no cabe más solución que
atribuírselo a María, ya por su carácter materno, ya por el caso registra­
do del rhema en el coloquio con Gabriel.
Para apreciar el alcance filosófico-teológico de esta acepción del Lo­
gos, introducida por la Virgen, además de la importancia que tiene en
el lenguaje cristiano corriente, es preciso tener en· cuenta lo que el pró­
logo de san Juan significó en los exegetas cristianos como Orígenes y
Ammonio en el siglo 111, Apolinar de Laodicea, Teodoro de Heraclea y
Dídimo el Ciego entre los griegos en el siglo 11 y los mismos paganos,
como el neoplatónico Amelio, discípulo de Plotino, en el siglo 111, para
no hablar de los grandes comentaristas de principios del siglo V, como
san Agustín y san Juan Crisóstomo. El impacto cultural producido., por
el gesto maternal de la Virgen al llamar a su Hijo el Verbo de Dios es de
una profundidad incalculable en la Metafísica cristiana del Logos, con­
tinuación de las especulaciones filosóficas y sapienciales de las escuelas
antiguas. Es sencillamente otro panorama superior del pensamiento hu-.
mano, plenamente coincidente con la revelación de Cristo sobre su veni­
da al mundo para el cumplimiento de la Voluntad del Padre y el anun­
cio de su doctrina . Analicemos el texto:
Jn 1 , l. En el principio existía el Logos y el Logos estaba en
Dios y el Logos era Dios.
2. Este en el principio estaba en Dios.
214
MARIA EN LA MORAL DEL CREYENTE
3. Todo se hacía por él, y sin él no se hacía nada de cuan­
to fue hecho.
4. En él estaba la Vida, y la Vida era la luz de los
hombres.
5. Y la Luz brilla en las tinieblas y las tinieblas no la
comprendieron.
En el v. ·1 se aplica el Logos divino como nombre propio, por influjo
de María, como hemos probado: En el v. 2 la afirmación tiene carácter
histórico. En el v. 3 se relaciona esta doctrina con el Gn 1, 1 -27. En el
v. 4 se le atribuyen a la persona del Logos los atríbutos de Luz y Vida,
como apelativos propios. Cristo se llama a sí mismo Luz del mundo en
Jn 8, 12 y 12,46. Se llama también Vida enJn 1 4 , 6. Es un doble atributo
cognoscitivo vital, que ya antes había sido anunciado, como tema de la
predicación del Bautista por su padre Zacarías en el himno conocido y
recogido por María en Le 1 , 76-77. Los testimonios de Juan y María
sobre los nombres de Luz y Vida aplicados a Cristo eran patrimonio
evangélico de la Iglesia. En el v. 5 se afirman, como una constante his­
tórica, las hostilidades de las tinieblas contra la Luz. El anciano Simeón
se lo había profetizado . a María, al mismo tiempo que llamaba Luz a
Cristo:
Le 2, 32 . Luz para iluminar a los gentiles y gloria.de su pueblo,
Israel.
34. Mira, .éste está puesto para caída y resurgimiento de
muchos y para .ser signo · de contradicción.
35. Y a tu misma alma la atravesará una espada, para que
se manifiesten los pensamientos de muchos corazones.
Todo el resto del prólogo desarrollará históricamente estos tres te­
mas pertenecientes a la Filosofía del Logos: a saber, su actuación como
Luz, sus hostilidades con las tinieblas y su acción salvífica como partici­
pación de la vida divina propia del Logos. Especial atención histórica
exige el _punto de las hostilidades como tema constante y universal de la
evolución humana. Era un drama universal de la intimidad familiar
que afectaba ya a María, según la profecía de Simeón, le afectaría a Je­
sús en sus relaciones con los familiares, con los discípulos Qudas), con
los judíos, con todo el mundo. María , junto con Cristo, se halla en el fo­
co central de la lucha iniciada en el Paraíso y desarrollada en su �orno
en la vida temporal de Cristo y al comienzo de la Iglesia. El aspecto cris­
tológico, el mariológico y el eclesiológico se entrecruzan y complemen­
tan en el prólogo.
Prescindiendo de su dimensión polémica, el tema de la Luz y de la
Vida promovido en la Iglesia desborda su esfera y trasciende al campo
215
ELEUTERIO ELORDUY
filosófico cultural, como hemos visto en el problema del nombre de Lo­
gos. Esta apertura era imprescindible para la evangelización. Los estu­
dios modernos sob:re el Estoicismo y las relaciones mutuas de la Iglesia
con la filosofía, la gnosis y los cultos míticos, presentan a la Iglesia in­
mediatamente después de la resurrección en relación conflictiva o de in­
teligencia con estas corrientes.
Recojamos unos datos sintomáticos. En la epist. 66, 1 -4 llega a decir
Séneca sobre su amigo Clarano (cristiano) : «De algunos pienso que la
naturaleza los engendra así (de cuerpecillo ruin) para probar que la vir­
tud puede nacer en cualquier lugar. Si hubiese podido crear almas des­
nudas, lo hubiera hecho. Es más: ahora lo hace» ( cfr El Estoz'czsmo,
vol. 11, 1 14 s . ) . Corrigiendo posiciones estoicas antiguas, dice sobre la
sabiduría ( = tema incluido en la luz) que la sabiduría no es algo exter­
no, sino algo participado (del Logos). Cfr epist. 1 1 7, 1 2, comentada en
El Estoz'czsmo, vol. I, 3 1 6-323 . La actitud de Séneca, opuesta a todas las
escuelas antiguas, a las que corrige en ésta y otras cartas, es una nove­
dad filosófico-<;ultural de aproximación al cristianismo, del Séneca
«saepe noster>> de Tertuliano, a quien estudiamos bajo este aspecto en
Séneca, vz'da y obras (CSIC, Madrid, 1 965). Para sus controversias fi­
locristianas contra Simón Mago, corruptor de la cristología en el tema
de la Luz y de la Vida, remitimos al lector a los índices de nuestra obra:
El pecado orzgz'nal, BAC, vol. 389, pp. 682 ss.
Séneca representa un acercamiento sorprendente del estoicismo ha­
cia el cristianismo. No sería aventurado decir que es para san Agustín
mucho más de lo que Aristóteles es para santo Tomás. Un fenómeno in­
verso es el de· Proclo en su esfuerzo ingente para desprenderse del movi­
miento conciliatorio de la filosofía clásica con el pensamiento cristiano
protagonizado por Ammonio y Orígenes. El tema teándrico cristiano de
la unión de Dios con la humanidad fue un punto conflictivo provocado
por el prólogo de san Juan que los discípulos de Proclo trataron de miti­
ficar evocando el Theandrités árabe. Cfr El pecado orzgznal, p. 668.
Hostz'lz'dades. La fz'lz'acz'ón dz'vz'na
El tema de la Luz no reviste directamente dificultad especial ni in­
terés teológico. La influencia de María en designar a Cristo con este
nombre es verosímil, pero carece de importancia friera del hecho de las
hostilidades entre la Luz y las tinieblas. Aquí es donde María ocupa jun­
to a Cristo el centro del drama histórico de la salvación, desde la escena
del Paraíso, donde dice el Señor a la serpiente: «Pondré enemistades
entre ti y la Mujer, entre tu descendencia y la suya» (Gn 3, 15). Sería
chocante que el evangelista no lo tuviera en cuenta en Jn 1 , 5 y sobre
todo en Jn l, 10-11: «Estaba en el mundo y el mundo no lo conoció.
216
MARIA EN LA MORAL DEL CREYENTE
Vino a los suyos y los suyos (idioi) no lo recibieron». Juan mismo registra
emocionado la escena en que Cristo moribundo le hizo hijo de María y
la recibió como familiar en su casa (eis ta idia).
Jn 1 9, 27. Viendo Jesús a su Madre y de pie al discípulo que amaba,
dice a la Madre: MUjer, he alú tu hijo.
28. Después di ce al discípulo: Mira a tu madre. Y "desde aquel
momento, el discípulo la tomó en su casa (eis ta idza) .
Los idioi de Jesús son ciertamente los familiares. Juan se cuenta ya
entre ellos. Antes lo eran los llamados «hermanos» de Jesús por afinidad.
No se exclqye que dentro de afinidades menos íntimas pudieran ser idioi
los disc:ípulos, incluso Judas y los mismos judíos por afinidad de raza y
todos los hombres por afinidad específica. Pero ante todo son los fami­
liares. De ellos sabia lo que Mr 3,21 dice sobre los triunfos de Jesús en
Cafamaún: «oyéndolo los suyos salieron para cogerle, porque decían
que había perdido el juicio». «Y vinieron su madre y sus hermanos, y es­
tando fuera le llamaron» (Mr 3 , 3 1 ).
La versión de Mr 3 , 20 s-30 ss, que representa la predicación de
Pedro, describe sin paliativos la situación familiar, de María. Los «her­
manos» de Jesús - o sobrinos de la Virgen - profesaban cierto afecto de
benevoleneia natural y espontánea a su «hermano» y sufrían avergonza­
dos las acusaeiones de escribas y fariseos, que le trataban de endemo­
niado. Ellos trataban de disculparle como a un enfermo mental. No
tenían fe en él ni en la Palabra vivificante de su doctrina . . Eran incrédu­
los, aunque sin pecar contra el Espíritu Santo. Este es el contexto en que
los tres Sinópticos relatan el episodio de Cafamaún, aunque con matices
diversos y ·profundamente significativos.
Mt 1 2, 46 s es deliberadamente impreciso, al decir que los
«hermanos» con la Madre estaban fuera para hablarle . No dicen de
qué. No entran.
Marcos (=Pedro) dice que le consideraban enajenado y querian lle­
varlo.
Le 8, 1 9 s parece dar la versión de Maria. Los «hermanos» la han lle­
vado consigo para ver a Jesús. Es una visita: un seguir en contacfo (syn­
tychia). Es lo que siempre pretende Maria: poner a todos en contacto
con Jesús, lo mismo que en Caná. Es la medianera para ir a Jesús. Es su
oficio. Sufre lo indecible al ver la discrepancia de los «hermanos» mal
avenidos con su Hijo. No le reciben y se privan del don de ser hijos
adoptivos de Dios por la fe, quedando excluidos del reino de los cielos y
de la Iglesia presidida por Cristo.
Maria, aunque dolorida, calla y quiere echar un velo sobre la con­
ducta de los hermanos incrédulos y separados. Es su oficio. Jesús, en
cambio, no puede disimular. Sólo el que acepta la palabra de Dios to217
ELEUTERIO ELORDUY
talmente pertenece a la familia encabezada por Cristo. Esta es también
la posición de Pedro. A Maria le toca sufrir e insistir en la oración.
Cuando muera Jesús y resucite conseguirá unir a los «hennanos» desave­
nidos con su Hijo Cristo (Ac 1 , 14). Pero antes habrá tomado Cristo una
medida inesperada, separando a su madre de la familia natural para in­
corporarla como Medianera a la familia apostólica de la Iglesia. Este es
el sentido de la escena de Cafarnaún en su triple perspectiva convergen­
te y complementaria.
Versión de Mateo (Mt 1 2 , 46)
"En aVTOU ÁaÁOUVTO<; TOf<; 21XÁOL<;, lóov � µr{nm 1Ca\ oí aÓEÁ'
..;.
t
I
r
'l{f
i,YJcpoL aUTOU ELOTYJ1CE.LOav Ec;W
TOUVTE<; ciVTÍi) ÁaÁY)aat. 47 E17TEV ÓE
w;; avTíµ 'lóou h µ�TYJQ aou xa't.
o( &ódcpol aou ��w É.aTÍJ1Caaivv
CYJTOUVTE<; oo.t ÁaÁfj'aat.
\
46 Adhuc eo loquente
ad tur­
bas, ecce Mater et fratres eius
stabant foris quaerentes loqui ei.
47 Dixit autem ei quidam: «Ecce
mater tua et fratres tui foris stant
quaerentes loqui tecum».
Versión de Marcos (Mr 3, 20)
2° Ka! EQXETat de; o!JCov 1Ca'i
auvÉ.QXEW 1 náÁtv ó l)xA.oc; waTE µry
óóvaaeai auwvc; µYJdE ctQTOV cpa­
ydv. 21 1CaL Ó-1COÚOaVTE<; OÍ nae'
aihou E.�ffÁ8ov JCQaTffacu aúTóv
�Áqov yae 8n lUaTYJ. 30 8n HE­
yov ílvd]µa ,i-JCáBaewv �XEL. 31 Kal.
lQXOVWL h µ�TYJQ aÚTOÜ 1cal. o l
txÓEÁcpol. aVTOU, 1CO!L ��w ouj1COVTE<;
Ó-nfon:tÁav neo<; aÚTOV 1CaÁOUVTE(;
atJTÓv. 32 "cr1 E1CáUYJTO nEQL aÚTov
�xA.oi;, 1Cat · ÁÉ.youmv abTéjj •tóov h
µr,TYJQ aou 1Cat oi txÓEÁcpo{ aou 1ca)
af aÓEÁcpaÍ aou ��w <YJTOUaÍv OE.
20 Et venit ad domum; et con­
venit iterum turba, ita ut non
possent neque panem manducare.
21 Et cum audissent sui, exierunt
tenere eum, dicebant enim: «In
furorem versus est». 30 Quoniam
dicebant: «Spiritum immundum
habet». 31 Et venit Mater eius et
fratres eius et foris stantes mise­
runt ad eum vacantes eum. 32 Et
sedabat circa eum turba, et di­
cunt ei: «Ecce Mater tua et fra­
tres tui et sorores tuae foris qua­
erunt te».
Versión de Lucas (Le 8, 1 9)
19 ílaQEYÉVETO dE: nQO<; aihov �
µryTYJQ 1Cat o1 aÓEÁcpo't aúwu, ]'Cal
oÚJC �óúvavw auvwxEw aUTép óia
Tov �XÁov. 20 lxnYJyyÉ.ÁYJ óE avTép
�'
�H
,
'
e .,
1
,
µYJTYJQ aou KaL OL aóEllcpOL
OTL
t'
I
"tlf
'ó"
'
aou EOTY/1CaOLV Ec;W l ElV OE 8EÁOVTE<;.
218
19 Venerunt autem ad illum
Mater et fratres eius, et n:on po­
terant adire ad eum prae turba.
20 Et nuntiatum est illi: «Mater
tua et fratres tui stant foris vo­
lentes te videre».
MARIA EN LA MORAL DEL CREYENTE
El rechazo de la Luz divina revelada es una constante histórica, de
pena inmensa para el corazón de Maria atravesado por esta espada,
como herr,ios visto por Simeón. El evangelista Juan no podía olvidar esta
escena relatada a Lucas por Maria. Seria incomprensible que no lo tu­
viera en cuenta al decir: «Y los suyos no le recibieron» (Jn 1 , 1 1 ), sin que
esto obste a que los idioi comprendan también a otros z'dioi menos pro­
pios, como Judas, los judios y demás incrédulos. Idz'oi estrictamente sig­
nifica el propio, el familiar, el suyo : los de Mr 3, 21 .
Aun prescindiendo de este argumento lingüístico, hay que observar
que el evangelista está desarrollando cronológicamente las fases de la ve­
nida de Cristo: Cristo en la eternidad, Cristo viniendo al mundo, Cristo
que se revela a Juan Bautista en el seno de su madre, Cristo que viene a
los suyos, dando ocasión a profecías dolorosas sobre el rechazo de
muchos, con gran dolor de Maria. El prólogo del IV Evangelio se parece
en esto al orden cronológico con que Maria relató a Lucas las escenas de
la anunciación, visita a Isabel, escenas de la infancia. Siguiendo ese mis­
mo orden, viene también la recepción salvífica de muchos, que por reci­
birle se hicieron hijos de Dios y se salvan. No hay dificultad alguna en
Jn 1 , 1 2 : «A cuantos le redbieron les dio poder de hacerse hijos de Dz'oS>>.
San Juan lo sabe por muchos pasajes del evangelio, que sin duda co­
mentó con María.
Las dificultades se agolpan enjn 1 , 1 3, primeramente por las dos lec­
turas. Una de ellas está en singular, la otra en plural. La lectura en sin­
gular incluirla la ·concepción y nacimiento virginal de Cristo. Los que
admiten el plural se dividen. Unos siguen defendiendo la virginidad cor­
poral de María; otros, apartándose del Magisterio claro y contundente
de la Iglesia, la consideran cuestión abierta (cfr C. Pozo, La concepdón
vfrgz'nal_del Señor, «Scripta de Maria», I ( 1 978), 131 -1 56).
La virginidad de Maria espiritual y corporal antes, en y después del
parto es un artículo de fe necesario para salvarse. En Jn 1 , 1 3, en la re­
dacción en singular, no cabe duda de que está claro el nacimiento virgi­
nal de Cristo. Es arbitrario, como prueba l. de la Potterie, no admitir la
autenticidad de esa lectura, probablemente la más antigua. Pero por
otra parte, resulta también arbitrario negar la antigüedad y autentici­
dad del plural.
Tanto en el prólogo como en lla Carta I, Juan une siempre el dogma
de la encamación de Cristo (singular) con la filiación de los creyentes
(plural) . De alú la gran dificultad creada por la doble lectura, que es
como sigue :
Jn 1 , 1 3. «Qui (hos) non ex sanguinibus
neque ex voluntate carnis,
neque ex voluntate viri sed
ex Deo natus est» ( egennethe).
219
ELEUTERIO ELORDUY
«Qui (hoz) non ex sanguinibus
neque ex voluntate camis,
neque ex voluntate viri, sed
ex Deo nati sunt» (egennethesan)
Según A. Merk, el singular se lee en el Cod Veronensis (b) del
s. IV /V, en la versio syriaca pessitta, en Justino hacia el 220, en la
Epzst. Apostolorum hacia el 1 40 y Tertuliano hacia el 220. I. DE LA PoT­
TERIE (Sal Terrae 1 978), p. 371 , ciltando a GALOT (Etre né de Dieu,
Roma, 1 965), dice que el singular se leía en Africa del Norte, en Roma,
en Siria y en la Galia y el plural, cuyos primeros testigos son los gnósti­
cos, en Egipto. Los testimonios de Ireneo pueden verse en J. A. ALDA­
MA, BAC, vol. 300, p. 1 82, donde cita A dv.h HI , 16, 1 9, 2 y 2 1 , 5, y V,
1 , 3 . A Tertuliano lo cita Aldama en las pp. 1 67 ss. , especialmente De
carne Chrzst1: 1 9, 1 : «Quid est ergo non ex sanguine. . . sed ex Deo natus
est? Hoc quidem capitulo ego potius utar, cum adulteratores eius obdu­
xero. Sic enim scriptum esse contendunt: non ex sanguine. . . sed ex Deo
nati sunt; Quasi supradictos credentes in nomine eius designet, ut osten­
dant esse semen illud arcanum. . . Adeo singulariter, ut de Domino scrip­
tum est : sed ex Deo natus est». Según Aldama, sólo Tertuliano dice esto
sobre la exégesis valentiana y adulteración textual. Pero más tarde
añade Tertuliano en el c. 20: «uti virgo est et regeneratio nostra spirita­
liter, ah omnibus inquinamentis sanctificata per Cristum, virginem et
ipsum» . Esto supone la lectura en plural1. Según eso, lo que Tertuliano
critica es la interpretación en que los valentianos ponen fuerza
( contendunt) ; no el texto, pues admite el sentido plural para los cre­
yentes. Lo mismo ocurre en Ireneo: en IH, 1 8, 4 y 2 1 , 8 comenta a
Mt 1 6, 1 7 por Jn 1 , 1 3 ; en IV 33,4 tiene la conocida frase: «Filius Dei fi­
lius hominis purus pure puram aperiens vulvam, quae regenerat homi­
nes in Deum». En conclusión, no hay motivo para dudar de la autentici­
dad del plural y menos del singular. Analicémoslas brevemente.
El singular egennethe (qui natus est) concierta con el eum del non
receperunt (v. 1 2). Cristo no nació ex sanguinibus. San Agustín leyó el
Jn 1 , 1 3 en plural, pero le extrañó el ex sanguinibus (In lo tr. U, c. 1 ,
n. 14) . Lo extraño, a nuestro juicio, es que lo diga san Juan. La
genealogía de Cristo se da diciendo ex semine David, no ex sanguinibus.
Juan mismo dice en Jn. 3, 9: «Todo el que ha nacido de Dios no peca,
porque el semen (sperma) de Dios permanece en él». Obsérvese que los
antiguos no hablaban del semen femenino, pues lo consideraban infe­
cundo (Diógenes Laercio, VII, 1 5 9). Cristo asumió la sangre femenina
de María, pero nació de Dios. Ella, como esclava del Señor, puso a dis=
1
220
Para más documentación, cfr A. ÜRBE, BAC vol 384, pp. 328 y 362 .
MARIA EN LA MORAL DEL CREYENTE
posieión de Dios su cuerpo y su sangre. En este sentido <;5. correcta la
expresión de Jn, 1 , 1 3, pero dice mejor en labios de Maria que en la plu­
ma de Juan. La Virgen sabía que la encamación se efectuó en ella, por
su fe, como dijo Isabel ( Le 1 ,45) , sin sangres, sin hacer ella nada, sobre­
viniendo el Espiritu Santo, por pura voluntad de Dios. El estilo, como se
ve, es de Maria, no de Juan, lo mismo que en el relato de la infancia.
El plural hoz' egennethesan (qm: natz' sunt) se verifica en cuantos reci­
ben a Cristo y con ello participan de la filiación divina. Las contraposi­
ciones Luz-tznz"eblas, Vida dzvz"na-fili'adón adoptiva, recepcz"ón-rechazo
.
(de los suyos) forma la trama esquemática de Jn 1 , 4- 1 3 . Lo caracteristi­
co de esa contraposición y la semejanza-desemejanza de los términos
contrapuestos, está en que Crz"sto viene y nace de Dios sin sangres y sin
voluntad de la carne y del hombre. Ninguno de los términos contra­
puestos puede ser omitido a lo largo del paralelismo de contrastes de Jn
1 , 4- 1 3 , sin que el prólogo quede mutilado e incompleto esencialmente.
Cristo nace corporalmente de Dios viniendo a los hombres para que
puedan renacer de Dios recibiéndole por la fe. Según esto, no se puede
prescindir de ninguna de las dos lecturas. El singular es la base impres­
cindible. El plural es la razón de ser de la encarnación del Hijo de Dios.
En ambos casos interviene Maria. En Cristo, poniéndose a disposición
del Señor por la fe. Con los hombres, para llevarlos a recibir a Cristo y
al Espíritu Santo como ella en el seno de la Iglesia, donde sigue hacien­
do oficio de Madre, en los diversos estados de vida eclesial, con una
fuerza de persuasión y de convocatoria para que los creyentes reciban a
Cristo con el alma pura, por encima de las leyes de la carne y de la
sangre.
La síntesis de encarnación (en d singular) y filiación adoptiva (en el
plural) . de Jn 1 , 1 3 , corresponde exactamente al diálogo entre Cristo y
san Pedro en Mt 1 6 , 1 7:
«Respondiendo dijo Simón Pedro: Tú eres el hijo de Dios
vivo. Respondiendo le dijo Cristo: Bienaventurado eres, Simón,
hijo de Jonás, porque no te lo ha revelado la carne y sangre, sino
mi Padre que está en los delos» .
La Revelación del Padre consiste en dar a conocer que Cristo es su
Hijo. Pedro, hijo de Jonás, hace la declaración, no por sí mismo, como
hijo de Jonás; sino por recibir a Cristo Hijo de Dios. La expresión:
«carne y sangre», según dice Lagrange, es una frase corriente, como lo
desarrolla en RB, 1926 , p. 472. Lo esencial es la conexión establecida
por Cristo entre el hecho de la filiación de Dios propia suya desde antes
de la encarnación y el carácter de fundamento de su Iglesia, concedido
a Pedro por haber recibido la revelación del Padre en un acto de fe
221
ELEUTERIO ELORDUY
representativo de los discípulos suyos: «Yo te digo a ti, que tú eres Pedro
y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia» (Mt 16,18).
A fin de que las puertas del infierno, vencedoras en el árbol del
Paraíso y derrotadas en el árbol de la Cruz, no prevalezcan contra la
I glesia, Cristo moribundo introduce en la comunidad apostólica -en
casa del discípulo amado- a su propia Madre, anunciada en Gn 3,15
como la enemiga primera de la serpiente, que había de triturarle la ca­
beza. Era la relación básica de lazos de adopción familiar establecida
por Cristo en el momento definitivo de dar cumplimiento a todas las
Escrituras (Jn 19 , 24). Una vez más la filiación divina de Cristo hombre y
la filiación adoptiva mediante la fe aparecen solemnemente entrelaza­
das en Jn 19 , 27 s incorporando a María como madre de la Iglesia, a la
fundación de su obra salvífica.
La exégesis primitiva estudió la intervención de Dios superior a la
carne y sangre expuesta por Cristo en Mt 16, 17. Orígenes, In /oh.
fragm. 8 , y fragm. 114 (ed. Koetschau, pp. 489 y 565), leía en plural,
según parece, el Jn 1,13 y explica la exclusión de la carne y sangre re­
curriendo a Mt 16,17, pasaje paralelo a Gál 1,15-16, donde Pablo dice
haber obedecido al que «le segregó del útero de mi madre, e inmediata­
mente dejó de seguir el impulso de la carne y sangre». El Alejandrino
Ammonio, maestro de Orígenes -a nuestro juicio- lee también el Jn
1,11 en plural y lo comenta en el plano de la fe, diciendo: «No necesita
Dios de sacrificios de toros, como en la costumbre típica de la ley, pues
basta para la justificación la sangre de Cristo» (ed. Reus, fragm. 22) .
En conclusión. La lectura en plural de Jn 1,13 -supuesta pre­
viamente la lectura en singular- excluye en formas diversas, tanto la
sangre hierogámica de los ritos antiguos y de las apoteosis y genera­
ciones carnales de los dioses, como el rito simbólico de la alianza anti­
gua de reconciliación del pecador con Dios mediante sacrificios de
sangre animal. De hecho se ha cumplido la victoria anunciada de la
Mujer y de su Semilla en Gn 3,15. Los ritos hierogámicos practicados en
la antigüedad desde el Paraíso y conocidos por todo el mundo y por
María y Juan en su tiempo, han desaparecido y los ritos de la Ley anti­
gua carecen de valor. Este hecho está recogido en la doble lectura de
singular y plural, de Jn 1,13.
A nuestro juicio, resulta incomprensible que ambos aspectos de la
encarnación -la corporal virgínea del nacimiento de Cristo y la espiri­
tual de la fe en la filiación adoptiva eclesial de los creyentes- se hu hieran esperado en el prólogo del IV Evangelio, cuando vemos que en el
Apoc 12 , 1-18 se une la suerte de la Mujer primero con la del Hijo que
lleva en el seno y después en el v. 17 con «los restantes de su semilla, que
guardan los mandatos de Dios y tienen el testimonio de Jesucristo». En
cuanto a María, lo obvio en ella es unir ambos aspectos de la redención,
222
MARIA EN LA MORAL DEL CREYENTE
como lo hace en el Magnificat, conjugando su gozo en Dios su Salvador,
a quien Ueya en su seno (Le 1, 47) con la «misericordia divina de genera­
ción en generación en los que le temen» (v. 48).
Por lo demás, estz"lísticamente, la aplicación del mismo pensamiento,
primero en singular a Cristo y después en plural a los creyentes,
resultaría obvia en el estilo salmódico empleado en el Magnificat y reco­
mendado a los fieles como práctica corriente de la Iglesia, en Eph 5, 19 y
Col 3 , 16.
Sin duda, la simplificación en una sola de las dos lecturas de Jn 1, 13
necesita una explicación en un error del copista o copistas del autógra­
fo. Nada tendría de particular un error ocasionado por la impresión de
hallarse ante una <litografía del original, que el copista debe corregir.
Casos de <litografía y haplografía pueden verse en S. BARTINA, Enciclo­
pedia de la Bz'blz'a, vol. 11, cols. 966-971 y vol. llI , cols. 1.049-1. 0_51.
Bartina señala la <litografía del Códice Vaticano (B) en 2 Cor 3 , 15. Las
haplografías son más frecuentes. En la lectura plural de Jn 1, 13 cabria
pensar en la simplificación hoi por hoi de, traducible como z'lli vero, que
expresarla claramente la contraposición y participación de los creyentes.
De todas maneras, las razones doctrinales de critica interna y la tradi­
ción serian tal vez suficientes para que · las examinara una comisión com­
petente y autorizada. En caso de restaurar la doble lectura, el papel de
Maria en el prólogo de sanjuan seria equivalente al relato de la infancia
en Lucas y prepararla el contraste o el paralelismo de Jn 1, 14: «El Verbo
se hizo carne y habitó entre nosotros, y vimos su gloria» On 1, 14).
Para cerrar este capitulo insistimos en el carácter colectivo del testi­
monio de Juan Evangelista. El contenido de sus afirmaciones es tan
extraordinario, que su testimonio privado hubiera carecido de fuerza
probativa. Le 1, 1-4 apela a los testimonios de personas acreditadas
sobre los acontecimientos conocidos sobre hechos «verificados entre
nosotros». Sin ese prerrequisito nadie le hubiera. dado fe. Tampoco a
Juan, si no respaldaba sus informes mediante la convivencia con los pro­
tagonistas, especialmente con Maria, protagonista de los hechos relata­
dos en el prólogo. La autoridad de Maria estaba respaldada por Cristo
moribundo y resucitado, que la introduce en la Iglesia apostólica, como
testigo de excepción, como Madre suya. El relato del prólogo tiene su
·
credibilidad en que proviene de Maria 2•
2 De no suponer incluidas las dos lecturas en el autógrafo o autógrafos de san Juan,
lo obvio serta pensar que el evangelista empleó en el autógrafo primero una expresión y
otra en el segundo autógrafo, suponiendo la existencia de los dos autógrafos conforme a
las dos conclusiones señaladas enJn 20, 30, y Jn 21,35. En este caso, ambas redacciones
sertan inspiradas, aunque el pensamiento del hagiógrafo estuviera incompletamente for­
mulado.
223
ELEUTERIO ELORDUY
b) La ciencia de María
en
el nadmiento de la Iglesia
El prólogo del IV Evangelio es históricamente un documento revela­
dor de la sabiduría y ciencia de Maria. Al mismo tiempo -teológica­
mente- es la reflexión doctrinal del relato biográfico de la encamación
e infancia de Jesús, conocidas por e1 evangelio de Lucas. Un rasgo esen­
cial de ambos hagiógrafos es su carácter eclesial. No refieren confiden­
cias personales. María asesora e informa a los hagiógrafos y apóstoles e
influye en la preparación del canon del Nuevo Testamento, parte esen­
cial del depósito revelado. Cristo ha dejado a María entre los suyos para
que suministre datos y elementos educativos para la fonnación de los
creyentes en el seno de la Iglesia.
Durante la vida privada y pública de Jesús no se ha movido de su ho­
gar. Su Hijo moribundo la ha incorporado a la comunidad de los após­
toles. Con ellos colabora como Madre de Jesús y de los creyentes. Su pre­
sencia incidental y asesoramiento en las bodas de Caná habia sido un
gesto sintomático de su fe, de su discreción y de su eficacia orientadora
al servicio de la obra de su Hijo. Pero fue sólo una intervención fugaz.
De todas maneras, los informes de la encamación no los pudo tener más que por tes­
timonio inmediato o mediato de Maria, protagonista y testigo único del mensaje angéli­
co y primera intérprete de su contenido. Este dato indiscutible en Mariología es de una
importancia tal, que - a nuestro modo de ver - justificaría por si solo la decisión o fina­
lidad de Cristo moribundo al incorporar a su Madre al circulo apostólico, una vez
completada su obra en la tierra y resucitado, para que Maria informara a la Iglesia na­
ciente de los sucesos de la encamación y de la infancia conocidos por sólo ella, fuera de
los informes obtenidos por medio de san José y transmitidos por Mateo. Dice bien
Lagrange, OP, al comentar el episodio de Jn 19 , 26 s: <<jésus sachant que sa Mere pourra
faire plus pour le disciple, que lui pour elle, la lui donne aussi pur Mere>> . Lo cual, en
efecto, hizo por Juan y por nosotros al persuadirnos, con la autoridad de Madre de Cris­
to Dios-hombre, q11e también nosotros (como ella) podemos ser hijos de Dios adoptivos
por la fe.
Si esta hipótesis no es convincente pueden verse las observaciones estilisticas sobre el
IV Evangelio del P. BOISMARD, Le prologue des sinttern en «Lectio divina» , n. 11, pp.
99-108, aceptadas por H . TROAJEC, O . P . , El mensaje de Sanjuan Evangelista, Barcelo­
na, 1962 , tr. A. Rubio, S. J. , quienes ven en jn 1, 1-18 el siguiente esquema descendente
y ascendente:
Descendente
1-2 :
2-3:
4:- 5 :
6-8:
9-11:
El Verbo estaba en Dios.
Todo fue creado por El.
Don a los hombres.
Testimonio de Juan Bautista.
El Verbo en el mundo.
Ascendente
18 :
17 :
16:
15:
14:
El Hijo en el seno del Padre.
Gracia y fidelidad por Jesucristo.
Don a los hombres.
Testimonio de Juan Bautista.
El levanta su tienda entre nosotros.
12- 1 3 : . Por el Verbo encarnado, llegamos.
En este esquema se adopta la lectura del plural en los vv. 12 , 13 quedando silenciado
el parto virginal de Maria. En el paralelismo doble sobre el testimonio del Bautist� no se
tiene en cuenta que el primero es más bien el testimonio de Dios por medio del :Bautista,
aún en el seno materno, mientras que el segundo es de Juan en el desierto.
224
MARIA EN LA MORAL DEL CREYENTE
Su presencia en el Cenáculo es un acontecimiento eclesial básico, que
revela el papel confiado a María en la fundación de la Iglesia, bajo la
inspiración del Espíritu Santo. Su misión consistiría en influir en los
apóstoles y en los creyentes como Madre de Cristo y de la Iglesia,
configurándolos en Cristo.
Este rasgo maternal caracteriza la sabiduría y ciencia de la Virgen.
Su influjo, patente en el prólogo de san Juan, escrito hacia el 90/ 1 00 , se
confirma con la semejanza que tiene con otros documentos cristológicos
anteriores de la primera generación cristiana y muy especialmente con
el himno cristológico de Col 1 , 9-22, anterior al año 60 , escrito como
reacción a las aberraciones de Simón Mago 3• Las líneas del himno cris­
tológico tienen un profundo parecido con el esquema antes analizado
del IV Evangelio.
El tema es el mismo: la acción de Cristo en la creación, en la forma­
ción de la Iglesia, cuya Cabeza es Cristo, que forma un Cuerpo con los
creyentes a él unidos. La redención realizada por la sangre de Cristo
debe ser completada por los padecimientos de los fieles. San Pablo co­
noció el himno en Roma en la comunidad fundada por Pedro. Se ignora
quién o quiénes fueron los redactores del himno copiado por san Pablo.
Lo que tenemos a la vista es su parecido con el prólogo inspirado a Juan
por la Madre de Cristo y de la Iglesia, cuando dice:
Col. 1, 1 7. «El es ante todas las cosas. Todas las cosas subsisten
en él.
1 8. El es también Cabeza del Cuerpo de la Iglesia. El es
el principio, el primogénito de entre los muertos y
por eso tiene la primacía sobre todas las cosas.
1 9. Pues Dios quiso que en él residiera toda la plenitud.
20. Y reconciliar por él todas cosas, las de la tierra y las
del cielo, haciendo las paces por medio de la sangre
de su cruz».
Los vv. 1 8 y 19 dan su sentido riguroso al plural nosotros del prólogo
de san Juan y de su carta primera. La primogenitura humana supone la
singular intervención maternal de la Virgen María. El v. 1 9 , con la ple­
nitud universal y ecuménica, es el fundamento de la vida que por la fe
participan los creyentes. El v. 20 , al hablar de reconciliación, presupone
el alejamiento de los que no le recibieron, pero han de recibirle para la
reconciliación de todas las cosas en él. La sangre derramada en la cruz
3 Este aspecto - importante para conocer la importancia de Maria contra las
herejias- puede verse en la obra El pecado Original, BAC, vol, 389 ( 1 977) , pp. 5 7 1 -
607 .
225
ELEUTERIO ELORDUY
es la que Cristo ha recibido de Mari.a sin intervención de la voluntad de
la carne ni de la voluntad de varón . Como es obvio, no se hace alusión
alguna a Juan Bautista. El recuerdo del Precursor era una mención nor­
mal en su discípulo el evangelista, como introducción al mensaje evan­
gélico. Todos los otros elementos son comunes al prólogo y al himno. La
presencia de Maria está más velada en el himno a su Hijo; pero no es
menos esencial y básica su influencia en este himno maravilloso de la co­
munidad romana fundada por Pedro. Algo semejante puede decirse del
comienzo de Eph 1, 3-12.
El himno cristológico y el prólogo están inspirados en el esquema
cristológico primordial de la Iglesia apostólica. Era una corriente a la
que Pedro no podía ser ajeno. En su primera carta saluda a los fieles
llamándoles «los escogidos de Jesucristo» (v. 1) , «conforme a la providen­
cia de Dios Padre en la santificación del Espíritu para la obediencia (de la
fe) y la aspersión (federativa) de la sangre de Jesucristo» (v. 2). «El Padre
de nuestro Señor Jesucristo, es él quien nos regenera por su gran miseri­
cordia por la resurrección de Cristo de entre los muertoS>> (v. 3). (�Y si
llamáis Padre al que juzga sin acepción de personas conforme a las
obras de cada uno . . . sabed que habéis sido redimidos de la vida vana de
vuestros padres, no con oro o plata, sino con la sangre preciosa del cor­
dero inmaculado, conocido antes de la fundación del mundo y apareci­
do en los últimos tiempos» (v. 1 9).
Con terminología algo modificada, a los escogidos por Jesucristo y
vinculados a él por la fe, el Señor les puede llamar suyos sin acepción de
personas, por el acto de haberle recibido. Cristo, conocido antes de la
creación del mundo, es el Verbo prolaticio que era Dios y estaba con
Dios. La regeneración operada por el Padre en los miembros propios de
Cristo, es la filiación adoptiva concedida a cuantos reciban al Verbo di­
vino hecho hombre. El Cordero de la sangre inmaculada es el que Juan
Bautista reconoció en el seno virginal de Maria.
Todo el saludo de Pedro - sin mencionar a Maria - refleja el am­
biente apostólico santificado por su presencia maternal en el Cenáculo.
Los Hechos de los Apóstoles describen la actividad de Pedro acompaña­
do de Juan, en cuya casa vivía la Virgen (Ac 1,13 ; 3,1-3-4-11; 4, 13 ,19 ;
8 , 14) . Ya en la mañana de la resurrección aparecen juntos corriendo al
sepulcro Qn 20, 2-10). Ese día la Virgen no parece hacer ninguna mani­
festación a Juan, aunque habitaba ya con él. Más tarde, la conversación
y recuerdos familiares de Jesús y sus «hermanos» eran inevitables. En es­
te ambiente apostólico recogió también Lucas de labios de Maria el re­
lato de la infancia de Jesús. El espíritu de la Madre de Cristo y su
sabiduría dio a la Iglesia apostólica un sello especial cristológico, como
elemento formativo de la fe y de la moral de los creyentes.
226
MARIA EN LA MORAL DEL CREYENTE
Es lógico pensar que para los apóstoles, María en la Iglesia naciente
es la Mujer anunciada en las palabras de Gen 3, 15 dirigidas por Dios a
la serpiente: «Pondré enemistad entre ti y la Mujer: entre tu semilla y la
semilla de ella; ella aplastará tu cabeza y tú pondrás asechanzas contra
su calcañar». La profecía estaba ya cumplida en lo esencial y seguirá
cumpliéndose en el drama histórico de la Iglesia que está fundando.
Cristo resucitado -Semilla de la Mujer- dirige la acción y se vale de su
Madre, oculta antes en el hogar de José y trasladada ahora al Cenáculo
y a la casa del apóstol y evangelista Juan.
A la ciencia siniestra del bien y del mal de la fruta venenosa del ár­
bol del Paraíso, sustituye en la Iglesia la ciencia salvífica del bien, que
inspira el prólogo de san Juan, el relato de la infancia y el himno cris­
tológico de Col 1, 9-22, lo mismo que el saludo de Pedro en 1 Petr 1 y
otros documentos del Nuevo Testamento. La liturgia de la Iglesia, los
Concilios y los Papas, con los teólogos marianos, se han ocupado de la
ciencia de María justificativa de su título Sedes Sapientiae. Cristología y
Mariología se interferirán en la Teología y se coronarán con la
Eclesiología, porque la ciencia de Cristo en sus diversos planos divino­
humanos y los conocimientos maternales infusos y adquiridos de María
intervienen en la formación de la Iglesia, iluminando y dirigiendo la fe y
moral de los creyentes.
Resumamos esquemáticamente la doctrina teológica sistematizada
sobre la ciencia propia de Cristo y la ciencia comunicada a María. En la
ciencia de Jesús _:_ además de la sabilduría infinita del Verbo- se distin­
guen las diversas zonas siguientes:
1) La ciencia de visión comunicada por el Verbo a la humanidad
siempre y necesariamente.
2) Los conocimientos infusos habituales o actuales comunicados
permanentemente o per se a la humanidad respecto a la divini­
dad y al mundo creado.
3) La ciencia infundida circunstancialmente en diversos momentos.
4) La ciencia adquirida -tanto empírica como discursiva- en el
proceso de la vida humana (temporal).
Este conjunto de planos de la ciencia de Cristo-hombre ha sido de­
sarrollado por los teólogos, como puede verse en santo Tomás, 3 p. ,
qq. 9-12 y en SuÁREZ, De Incarnatione, en las siete di'sputaciones conse­
cutivas desde la 24 a la 30. Es el conocimiento desarrollado por Cristo
en la misión salvífica y redentora ejecutada para cumplir la voluntad
del Padre.
Hay en Cristo-hombre un conocimiento interno e inmanente de sus
relaciones de servicio humanas con la Trinidad, además de las rela­
ciones externas interpersonales en la divinidad. Es un conocimiento de
227
ELEUTERIO ELORDUY.
visión que posee permanentemente la humanidad de Cristo. Hay otro
segundo conocimiento del mundo externo y social, de tipo teórico y con­
templativo, originaria y necesariamente infuso. Y hay, en tercer lugar,
un conocimiento de tipo práctico, en gran parte ocasional, pero infuso,
necesario p ara la predicación, realización de milagros, ordenación de
los asuntos y para el mismo padecimiento anejo a la vida sacrificial y
cruenta de la redención. Fuera de estos conocimientos básicos e infusos,
Cristo adquiría saberes empiricos y teóricos en forma humana y progre­
siva, propias de su crecimiento en edad y sabiduria ante Dios y los
hombres. En estos conocimientos podía influir, e influyó normalm�nte,
su Madre junto con san José.
Para el ejercicio de la formación humana de su Hijo y para su mi­
sión pública de Madre de la Iglesia naciente, manifestada en parte en la
redacción de · los documentos del Nuevo Testamento antes señalados,
Maria poseyó, en grado limitado de pura criatura, una variedad ade­
cuada de diversos conocimientos naturales y sobre-naturales, infusos, re­
velados y adquiridos.
Al ser creada su alma limpia de pecado recibe el conocimiento con­
jetural de su dependencia esencial, como esclava de Dios, necesaria en
la Mujer perfecta, llena de gracia. También recibe ocasionalmente la
ciencia de visión en determinados pasos de su vida, por ejemplo - según
los teólogos - , en la encarnación y en la resurrección. Además, se le co­
munican conocimientos infusos permanentes ( per-se) fundamentales
para su misión especial de Madre de Dios. Asi conocia por ciencia infu­
sa absoluta que no debia entregar su virginidad a varón alguno.
=
Otros conocimientos le fueron infundidos ocasionalmente (per acci­
dens) para la conducta que le exigía su condición de Madre del Verbo
hecho hombre por intervención puramente divina, conocimientos de
carácter reservado que sólo Dios podía divulgar, como lo hizo en varias
ocasiones. Seria absurdo no admitir en la Madre de Dios estas relaciones
reservadas y sobrenaturales, conocidas en forma infusa, pues no se .
puede pensar sin grave irreverencia que el Espiritu Santo obrase en ella
con una acción puramente somática o biológica -en el proceso de la ge­
neración temporal del Verbo. De hecho nos consta que Maria habia
hallado gracia ante el Señor (Le 1, 31).
Al panorama teológico de estos conocimientos infusos deben
añadirse las manifestaciones múltiples con que Dios la iluminó. La pri­
mera en la complacencia que tiene Dios en Maria, la llena de grada (Le
1, 28). Sigue el puesto que le designa al elegirla para Madre de Jesús, el
Salvador, Hijo del Altisimo (Le 1, 30-32) y le anuncia la transformación
de su ser al apoderarse de ella el Espiritu Santo con la virtud del
Altisimo (Le 1, 35). Maria comprende su misión, dándose cuenta del
228
MARIA EN LA MORAL DEL CREYENTE
abismo infinito que existe entre su humilde condición de esclava y la Pa­
labra de Dios, que en ella se realiza (Le 1 , 38).
A estas manifestaciones directas se añaden las medidas honoríficas
que Dios adopta para enaltecerla. Para ello, da a conocer a Isabel y al
Bautista la dignidad de Madre de Dios que otorga a María (Le 1 ,4 1 ).
La Virgen reacciona correctamente con el canto del Magnift:cat, que le
inspira la transformación sentida en sí como Madre del Verbo, cons­
ciente de la trascendencia inefable que la encarnación de Cristo tiene en
el Universo y en la Historia (Le 1 ,46-55 ).
No han faltado intérpretes obcecados que no han visto en el Magni­
ficat más que una especulación arbitraria del hagiógrafo; atribuyen · a
Lucas el triste papel de evangelista que olvidado de su deber sagrado, se
convierte en un improvisador que ignora lo que dice. La coherencia
entre las palabras dei mensaje angélico y la actitud de María está por
encima de un oportunismo tan temerario. No nos cabe duda de que el
comentario espontáneo de Lucas, educado en la escuela de Pablo, hu­
biera sido más adecuado y conforme a las palabras del apóstol, como su­
mario de la tradición cristiana, lo mismo que el prólogo de san Juan:
«Ubi venit plenitudo temporis, misit Deus Filium suum fac­
tum ex muliere, factum sub lege, ut eos qui sub lege erant redi­
meret, ut adoptionem filiomm reciperemus» (Gal 4,4-5).
María está ya preparada para cumplir su misión, llena de experien­
cias, dolorosas unas sub lege e inefables otras post resurrectionem, con
los recuerdos intermedios de José, de los pastores, de los magos en Be­
lén, de Simeón y Ana en el Templo, de la huida a Egipto y de la Pasión
de su Hijo.
La sabiduría divina y humana acumulada por María, especialmente
iluminada por Dios en todos y cada uno de los pasos de su vida, justifica
el título de Trono de la Sabz"duría, que la coloca a una altura incompa­
rable, no sólo respecto a los doctores de la Iglesia por eminentes que
sean, sino de los mismos ángeles y apóstoles. En virtud de esa ilumina­
ción excepcional, correspondiente a su dignidad de Madre de Dios,
podía ella como nadie apreciar la distancia infinita que nos separa a los
humanos · y aun a los ángeles, de los tesoros incomprensibles de la Sabi­
duría divina.
Esto explica que los grandes doctores de la Iglesia, como san Alberto
Magno, atribuyan a un beneficio de la Virgen su ciencia y que Duns Es­
coto recurriera a ella en las primeras dificultades de la lógica. Prácticas
semejantes eran habituales en el gran mariólogo Francisco Suárez. Así
lo refieren sus biógrafos contemporáneos, como J. Freire, muerto en
1 620. Su · biografía puede verse en Ilas obras, vol. I, ed. Vives, 1855 ; su
costumbre de recurrir en la oración a implorar la luz divina puede verse
229
ELEUTERIO ELORDUY
en la página X. Con ligeras modificaciones encontramos varios datos en
la redacción castellana, conservada en El Paso, Texas:
«Si entre dia se le offrecia alguna questión enredada a la que
no hallaba salida tan presto, acogíase a una imagen de Christo
crucificado y alli del Padre de la lumbres recibia la luz de los ra­
yos divinos. Y si con todo eso quedaba dudando, iba a consultar
otro rato a la Virgen Santissima, cuya imagen tenia siempre de­
lante cuando estudiaba. ¿ Quién habrá, pues, que sabiendo que
el Padre recurria a tales fuentes para alcanzar su doctrina, no se
persuada que le fue sobrenaturalmente comunicada? Tratándose
una vez de las estaciones de Roma, dixo que él también, dentro
de su celda, andaba las estaciones acudiendo en sus dudas, unas
veces a Sancta Maria la Mayor y otras a su bendito Hijo» 4 •
En el Paraninfo de la actual Universidad Pontificia de Salamanca,
hay un cuadro donde el medallón correspondiente a Suárez le describe
con la mirada fija en el Crucifijo que tiene en la mesa y recibiendo un
rayo de luz de la imagen de la Virgen colocada en un mueble a su lado.
Por los demás, como es sabido, una invocación frecuente es el título
de Sedes sapi·entzae. León XIII termina su encíclica A etemi Patris sobre
la filosofía cristiana, 4 de agosto de 1879, con esta recomendación:
«Atque ad uberiores percipiendos divinae bonitatis fructus,
etiam B. Virginis Mariae quae sedes sapientiae appellatur, effi­
cacissimum patrocinium interponite; simulque deprecatores
adhibete purissimum Virginis Sponsum B. Ioseph, et Petrum et
Paulum Apostolos maximos, qui orbem terrarum, impura erro­
rum luce corruptam, veritate renovarunt, et caelestis sapientiae
lumine compleverunt» .
Estas pruebas teológicas, bíblicas y eclesiales relativas a la conciencia
de María sobre su misión providencial de Madre de Dios y de la Iglesia,
tienen ,un valor definitivo para los creyentes, a quienes nos dirigimos.
Supuesto el conocimiento básico de su ser en el proceso maternal de la
generación de Cristo, es forzoso atribuir a María la conciencia plena de
su misión maternal, primero para la adaptación connatural de su Hijo a
la convivencia familiar en el hogar de la Sagrada Familia y más tarde en
la convivencia social con sus parientes y vecinos. A ellos dos -como
padres normales de su Hijo virginalmente concebido-, les tocaba
cuidarle y enseñarle a hablar. Un nifio privado de esta enseñanza básica
en los siete primeros años, pierde para siempre la adaptación cerebral
necesaria para el lenguaje.
4
Tomado de la fotocopia del Ph�restat Operador R. M . Metcalfe. Ing. El Paso, Te­
xas, 26 de noviembre 1 949 s . n . de páginas, firma ilegible.
230
MARIA EN LA MORAL DEL CREYENTE
Las condiciones singulares del Niño, conocidas por revelación para
José y Maria e infusamente poseídas por el mismo Jesús, como lo de­
mostró a los doce años, en el Templo, eran desconocidas en el ambiente
social y no creyente aún de los mismos familiares. Esta situación exigía
en la Virgen una sabiduria y discreción inaccesible para la mujer nor­
mal en el trato y cuidado de sus hijos. Maria hubo de inaugurar normas
de conducta de fe sobrenatural para el nuevo horizonte de la Moral del
creyente implantado por su Hijo. De aquí el influjo eclesial que había
de ejercer en el futuro, orientado siempre a formar a los hijos y fami­
liares para obtener y conservar mediante la fe y la buena conducta, la
filiación divina y la salvación.
c) El influjo eclesial de Maria
Cristo es el Maestro único, y Maria su colaboradora principal, de la
Moral que introdujo en el mundo para dar a los creyentes la vida eter­
na. Nadie puede poner otro fundamento. Sobre este principio formula­
do en Mt 25, 7 y 1 Cor 3, 10, se levanta la Moral del creyente. Toda la
familia cristiana, presidida por la Madre de Dios, colabora en su cons­
trucción con una acción comunitaria bien ordenada, ho con actividades
arbitrarfas y confusas. Cada uno de los creyentes aporta la cooperación
personal, según el esfuerzo puesto con la ayuda del Espí iitu Santo.
La Moral caracteristica que distingue a la Iglesia tiene sus señales
cada vez más brillantes en torno a la figura central, que es Cristo. A su
lado se halla su Madre, la Virgen Maria, como un signo puesto en el
cielo para orientar a los hombres a la figura central, que es Cristo. Es la
estrella de la mañana, al principio poco conocida, aunque siempre des­
tacada y reconocida por los maestros de la fe, desde el principio del
Evangelio. Hoy tiene la Iglesia una concienci� plena de que la Madre
del Redentor es también la Madre de los redimidos y del mismo cuerpo
de la Iglesia -no en virtud de su naturaleza o méritos personales- sino
por la misión histórica recibida de Dios para la educación moral de los
creyentes individual y colectivamente considerados.
La acción educadora de Maria en la Moral se desarrolla en el seno
de la Sagrada Familia, adoptando como hijos a los fieles incorporados a
Cristo vitalmente por el bautismo. Esta filiación adoptiva eclesial no es
como la adopción filial divina. Los hijos de Dios reciben la vida que
Dios les participa por la fe y los sacramentos, en especial por la comu­
nión. La comunicación de la vida es algo exclusivo de la divinidad. La
filiación nuestra respecto a Maria - si bien Ella es Madre de la divina
gracia - se verifica en virtud de lazos sociales extrinsecos, aunque reales
y obligantes, exigitivos de cierta fidelidad elemental, que se transforma
en unión familiar eterna en el abrazo definitivo de la inmortalidad
bienaventurada.
231
ELEUTERIO ELORDUY
Lo propio de toda filiación sobrenatural - lo mismo en la adopción
divina que en la de María- es el cumplimiento de la voluntad de Dios.
Es el signo familiar inherente a la Madre y a los hijos. Cristo viene al
mundo a hacer la voluntad del Padre (Hebr 10, 6). María es la Esclava
de Dios (Le 1, 38) y - por voluntad de Cristo- , «quien cumple la volun­
tad divina es su hermano, es su hermana y su madre» (Mr 3, 34). Esta
es también la ley básica de la familia de María y el constitutivo de la
Moral del creyente, que ella enseña. María ejerce su influjo en el
cumplimiento de la voluntad de Dios, primero en el hogar de la Sagrada
Familia, después en la Iglesia. Este es el núcleo doctrinal del trabajo
presente. Examinemos su importancia en forma sistemática y coherente,
para comprender el significado de María en la Moral del creyente.
En otro trabajo más amplio hemos tratado el tema en forma más ge­
neral con el título: Moral del creyente. Unz'dad y fraternidad y en un
folleto menor lo hemos adaptado a enseñanza no especializada para
todo cristiano. Son aspectos coordinados del tema moral cada vez más
trágico para los adolescentes y jóvenes, para sus directores en el hogar,
en la escuela y en el templo, para todos los hombres. Son innumerables
las familias que sufren la pena y la vergüenza de un hijo o de una hija
que han abandonado la casa y muchos más los que por su incuria y falta
de criterio están alarmados por la posibilidad de sufrir la misma desgra­
cia. Es un estado desconcertante de la sociedad actual. No hay seguri­
dad ni garantía contra el desmoronamiento familiar desde que la indife­
rencia moral ha invadido la cultura de pueblos cuya fe parecía firme y
estable.
A nuestro modo de ver, el ejemplo continuo de María, como Virgen,
Madre de Cristo y cumplidora perfectíisima de la voluntad divina, adop�
tada como Madre celeste junto a los padres de la tierra, es una garantía
incomparable para la estabilidad dell hogar. Al acostumbrarse, padres e
hijos a la convivencia normal con Cristo y María, desaparecen las desa­
zones familiares y los pretextos para abandonar la casa paterna.
Los fundamentos bíblicos y teológicos de esta doctrina los hemos ex­
puesto al estudiar el influjo de María en el prólogo de san Juan y otros
escritos del Nuevo Testamento. Este influjo afecta al desarrollo posterior
de la Cristología y la Mariología, iluminando el drama histórico del pe­
cado desde la escena del Paraíso (Gen 3, 1-15) con la comparación d�
Eva con María y presentando siempre unidos a Madre e Hijo en la
anunciación, en los episodios de Belén, de la casa de Isabel y del
Templo, hasta la separación externa de la vida pública de Cristo y la
permanencia de María con sus parientes incrédulos, a quienes lleva al
Cenáculo después de la res.urrección.
María en el evangelio - como hemos visto- recibe la fe y la vida �n
la soledad de su hogar. Por el encargo de Cristo moribundo comienza a
232
_
·
MARIA EN LA MORAL DEL CREYENTE
vivir en la Iglesia. Ambos aspectos - María en el evangelio y María en la
Iglesia - son profundamente diversos pero se complementan. En el pri­
mero, Maria se enriquece progresivamente en sabiduria y gracia en for­
ma de goces y dolores maternales. En el segundo, desbordante de la
participación de la vida divina, se comunica con nosotros para
enseñamos el camino del servido de Dios. Ahora somos nosotros los que
de ella recibimos, no directamente, la vida de la fe y de la gracia (sólo
comunicables por Dios) sino por estimulas conscientes e inconscientes
que nos disponen a recibir de Cristo y del Espíritu Santo la vida de la fe
y de la gracia en el cumplimiento de la voluntad del Padre.
La distinción entre los dos capítulos - María en el evangelz"o y María
en la Iglesia- tiene para la crítica una importancia capital. Su desco­
nocimiento puede llevar a desviaciones peligrosas en la vida individual y
en la labor teológica, catequística y evangelizadora. Maria en el evange­
lio no recibe ninguna misión pública. Actúa haciendo la voluntad de
Dios en su conducta personal y maternal de la Sagrada Familia. María
en la Iglesia tiene una misión universal para la extensión y consolidación
de la Iglesia. Durante la vida evangélica de Cristo, recibe la gracia de la
fe y del servicio divino en la práctica continua de la oración y del traba­
jo. En su misión edesz"al, intercede por nosotros continuamente para
conseguimos las gracias de orden temporal empíricamente congnos­
cibles, o las de orden sobrenatural racionalmente incognoscibles, que
nos dispongan a oír las palabras de su Hijo: «No sois vosotros los que me
habéis elegido; yo os he escogido para que vayáis y deis fruto» Qn
1 5 , 1 6).
d) Aplicaciones: vida privada, pastoral y · teológica
Las aplicaciones a nuestra vida particular de creyentes, a la vida de
apostolado y al estudio teológico, son importantes. En cuanto a la vida
sobrenatural y a la salvación, es claro que no es efecto de nuestro esfuer­
zo y conducta de orden natural, como enseñó en su tiempo Pelagio y
hoy parecen suponerlo muchos pensadores y moralistas indiferentes en
religión. La fe y la gracia divina es don que ha de recibirse con agrade­
cimiento y esfuerzo continuo para no perderla y perfeccionamos en el
servicio de Dios. Es la Moral de todo creyente, que trata de configurarse
con Cristo en la Iglesia, mediante la buena conducta, oración y sacra­
mentos, especialmente la Eucaristía. La Virgen Maria ha de ser_ la inter­
cesora permanente, cuya ayuda debemos implorar continuamente.
Al proceso de la fe privada debe añadirse, en lo posible, el trabajo
evangélico o catequético eclesial , siguiendo la pauta señalada por Cristo
al decit en su evangelio: «Mea doctrina non est mea sed eius qui misit
me» Qn 7, 1 6). «Quia ego ex me ipso non loquor sed qui misit me Pater
233
ELEUTERIO ELORDUY
ipse mandatum dedit, quid dicam et quid loquar. Et scio quia manda­
tum eius vita aeterna est» (Jn 12 ,49 s). Según Suárez, Jn 7 , 16 , «Se ha de
entender aún de la ciencia humana de Cristo». La Iglesia ha recogido el
mismo mandato. Nadie tiene derecho a abrir nuevos senderos en la pre­
dicación y catequesis. Pero observemos que la semejanza con Cristo ha
de ser no sólo dogmática sino también moral. Aquí es donde la inter­
vención de María puede y debe ser garantía de autenticidad e identidad
para nuestra misión en el sacerdocio, en la catequesis y en la
educación 5•
A la teología cristiana le ha planteado una dificultad especial la po­
sibilidad de que un tema dogmático -como el de la Trinidad o la divi­
nidad de Cristo- es Verdad revelada simplicísima, cuya revelación se
efectúa en forma de proposición humana y compleja, como en Mt 1 7 , 5 :
«Este es mi Hijo muy amado. Escuchadle». En otros casos se añade la
temporalidad de misterio o proposición. Suárez resuelve la dificultad di­
ciendo que también la unión del Verbo con la humanidad es temporal;
lo cual no impide que Dios sea el objeto formal simplicísimo y eterno de
la fe. «El objeto formal de la fe es algo real, a saber, la verdad divina
aplicada por su testimonio y así puede ser la razón de asentir a la cosa
atestiguada, aun cuando no ponga en ella nada intrínseco sino sólo una
denominación extrínseca que puede llamarse fundamento de una rela­
ción de razón» 6•
Según esto, la proposición del objeto formal es compleja, pues su
dicción o expresión consta de vocablos diversos (tal vez incognoscibles,
como en los términos: «éste» , «es» , «mi Hijo muy amado»). Pero el con­
junto del dictum es una realidad simple y digna de fe 7 y la credibilidad
de ese dictum revelado, «indiget congnitione Dei infallibilis» por ser des­
conocidos los términos. El proceso dd acto de la fe se prepara en dos pa­
sos previos, que son: a) El dicho simple o dictum de Dios. b) La garantía
de su veracidad. Después, el acto de fe se consuma cuando los dos pasos
previos se unen en un solo acto simple, que es el acto . de fe. Según esto,
en el acto mismo de la fe no caben partes, ni análisis de partes, ni invo­
lución o círculo vicioso, como creen existir algunos en el análisis de la
fe, teoría que falsamente atribuyen a Suárez 8 •
L a atribución del analysis jz"dez' a Suárez y el círculo vicioso que s e le
imputa, parecen provenir de Lugo, tal vez inspirándose en Hurtado.
5
SuÁREZ,
6
SuÁREZ,
7
8
De mysteriis vüae Christi, d. 39,
s.
l . , n. 3 .
D e fz"de, d . 3 1 1 , s . 2, n. 6 .
Ibid, disp. 111, s . 4, n. 5 .
C fr Peter ElCHER, Offenbarung, München, 1 977, p. 8 1 ; HARENT, DThC VI, 474;
M. SCHMAUS, Katholische Dogmatik, 1, l , Münthen, 1 948, p. l.147 ; FRANZELIN, tract.
de dzv. Tradz"tz"one et Scrzptura, Roma, 1 87 1 , 562 , 57 1 .
234
MARIA EN LA MORAL DEL CREYENTE
Lugo suponía que antes del dictum de la revelación ·divina, Dios infun­
de un instinto de credibilidad iluminativo de la mente, para que ésta
conozca la revelación divina en los términos de la proposición 9 • En otro
pasaje dice de la doctrina de Suárez: «Quam sententiam fateor mihi
semper inintelligibilem fuisse» 1 0 •
La posición de Suárez en el acto de la fe tiene cierta analogía con la
actitud de Maria al creer en la encarnación anunciada por al ángel. Es
gratuito pensar en Maria cierta predisposición a creer que iba a ser
madre de Dios. Consta que se sorprendió del mensaje angélico (Le 1,2934). Maria escucha las diversas fases del mensaje, se informa bien y, des­
pués de comprender en un acto el contenido revelado, lo acepta pidien­
do la realización de la Palabra entendida y creída. Suárez, como hemos
visto, establece los dos actos previos de escuchar y reconocer la veraci­
dad de la revelación y ejecuta, con la intervención divina, el acto simple
y vital de la fe sobrenatural. Esto es lo que se le hace ininteligible a
Lugo. Lo cual no es extraño, pues la recepción de la vida de Dios es
ininteligible para nuestra mente, aunque sea una realidad, como lo fue
un hecho tan ininteligible como la encarnación a cualquier mente,
incluso a la inteligencia natural de Maria. Por eso los teólogos suponen
que la conoció en forma infusa 1 1 •
Ob'servemos ahora que el influjo de Maria en nuestra vida de fe se
desarrolla en un mundo objetivo, creado por Dios en dos etapas. Inicial­
mente en la creación narrada en el Génesis. En su etapa perfecta al en­
carnarse el Verbo en el seno de María. En esta segunda etapa le corres­
ponde el papel privilegiado de Madre de Dios por su fe y aceptación de
la Palabra divina. Más tarde, como mujer representativa de la humani­
dad y como Madre por excelencia, recibe tamb�én el papel de ayudar­
nos a que la filiación adoptiva de h:!jos de Dios se nos haga extensiva a
todos los creyentes. Estudiemos, con el auxilio divino -en cuanto
podamos-, la índole de este misterio de la filiación, para el cual es ne­
cesario vivir el mundo real creado y renovado por Dios para el hombre
creyente en la encarnación.
11 . La Madre de la Iglesia
a) Maria y el Hombre
nuevo
Dios es la causa primera única de toda actividad en la vida trinita­
ria,1 en la creación, en la encarnación y en el nuevo orden moral cris9
1º
LUGO, De fide, Disp. 1, s. 2,
n.
LUGO, De fide, Disp. I l l , s. 3,
13 y Disp. XII, s. 48,
n.
n.
9.
49 .
11
Sobre la ciencia natural e infusa de María, cfr SUÁREZ, De myster#s v1:tae Christi',
Disp . XIX en seis secciones.
235
ELEUTERIO ELORDUY
tiano. María, como Madre de Jesús, es concausa principal en la genera­
ción del Verbo humanado. Como Madre de la Iglesia ejerce una causa­
lz'dad no sólo moral, sino materno- espz"ritual, consecuencia de su mater­
nidad física de Cristo y los designios de Dios. La misión de María en su
maternidad eclesial es decisiva en la formación del nuevo hombre mo­
ralmente configurado en Cristo, que también recibe el nombre de
nuevo con relación a Adán, en su sentido histórico.
San Pablo ha puesto de relieve la realidad del cambio moral intro­
ducido por la encamación, al llamar nuevo (moralmente) al Hombre
configurado en Cristo por la fe y la conducta evangélica. El hombre
nuevo es «la nueva creación» (2 Cor 5, 1 7) . Para ello dice a los fieles:
«desnudaos del hombre viejo con su conducta, y vestios del nuevo, que
se renueva en el superconocimiento, según la imagen del que lo creó»
(Col 3,10).
El proceso de la nueva creación no afecta a la n�turaleza fundamen­
tal y especifica del hombre viejo, sino al creyente personalmente incor­
porado a Cristo, cuyo carácter teándrico ( = divino-humano) , es una
nueva creación, que exige también de sus fieles un comportamiento
nuevo, con nuevos mandatos de amor y sinceridad, fundados en la Ver­
dad, que es Cristo y en el Espíritu Santo, que es Amor. Hay, por lo tan­
to, dos nuevas creaciones, una históri ca, realizada en la encamaeión de
Cristo, y otra moral, que se está formando en la Iglesia.
En la encamación del Verbo, según san Agustin, «Christus una est
persona geminae substantz"ae» 12; las sustancias gemelas forman un todo,
al que santo Tomás llama persona composita 13, denominación emplea­
da también por Suárez 14• La parte humana de ese todo de Cristo,
nuestra Cabeza, por ser de nuestra naturaleza, tiene el poder y la pro­
piedad de que nos podamos incorporar a ella, si le recibimos por la fe,
como ocurrió primera y principalmente en María.
Antes de la encamación, Dios - oculto en la vida inefable de la vida
trinitaria- manifestó su poder y sabiduría en la creación sensible. Al
tomar carne en María se revela personalmente en el Verbo, que se nos
hace imagen visible de Dios invisible (Col 1, 15) . Desde este momento, el
que ve a Cristo ve también al Espíritu Santo, que de ellos procede. En la
encamación se manifiesta cómo Dios ama al mundo al enviar a su Hijo
Unigénito, para que se salve todó ell que crea en él (Jn 5, 11).
En el universo corpóreo y espiritual introduce la encamación la di­
mensión o realidad nueva de la sodedad interpersonal divino-humana.
Es un mundo suprafisico o matefisico, real (de una consistencia superior
12
13
SAN AGUSTÍN , Contra Maximi·num A rrianum, 11, 1 0 ; PL 42 , 765.
SANTO TOMÁS, S . th. 3 p . , q. 2 , a . 4:.
14
SUÁREZ, De incarnatione, Disp. V Comm.
MARIA EN LA MORAL DEL CREYENTE
al orden cósmico sensible), formado por relaciones interpersonales, in­
destructibles y vinculativas, base de la Moral del creyente.
La esencia constitutiva de la moralidad está en la coherencia de la
naturaleza racional en su conducta conforme a la exigencias de la Pa­
labra divina, dentro de la configuración que el ser creado recibe al ser
invadido y poseido personalmente por el Verbo hecho carne. Es un
hecho evidente que el mu�do cósm-ico tiene sus leyes y exigencias pro­
pias. Hay también leyes que regulan la existencia del mundo spicofisico
natural y tampoco pueden faltar sus propias leyes en la nueva creac'Íón
de la unión divino-humana fundada en el momento de la encamación.
Lo especifico de esa unión está en el carácter racional, voluntario y libre
con que Dios funda ese sistema de relaciones interpersonales constituti­
vas de la Moral del creyente que comienzan con la maternidad de Maria
respecto a Cristo y a cuantos le reciban por la fe.
En la conciencia maternal de Maria - la Esclava del Señor- hay
una intuición espiritual de permanencia a Dios, de un orden congnosci­
tivo y moral superior al de Adán y Eva. Es una visión nueva que trae
Cristo al mundo con su encamación . En el evangelio se compara esta in­
tervencióri divina con la levadura que hace fermentar la masa primitiva
y ázima de la humanidad (Mt 1 3 , 34) . Es la levadura que da comienzo al
Reino de los cielos, caracterizado por el lema que toma Cristo al decir
que viene para cumplir la voluntad de Dios (Hebr 1 0 , 7) .
La iniciativa primera es de Dios y sólo de Dios. Pero al mismo tiem­
po pide y exige la cooperación de la voluntad creada. Maria es la prime­
ra cooperadora que colabora con Dios al recibir en su seno la levadura
divina del Verbo. En este momento se implanta en el mundo el Reino
de los cielos. Según Is 42 , Cristo es el esclavo del Señor, Maria - a
ejemplo. de su Hijo - es también la esclava de · Dios.
En el episodio crucial de la encarnación, Cristo no es un hombre
aislado. Es la Cabeza del mundo creado y Salvador de cuantos creen en
él. Tampoco la Virgen es una mujer aislada: es la Madre de cuantos
creen en Cristo y forman parte de su Iglesia. El hombre aislado es una
abstracción inexistente. Una persona desvinculada de relaciones inter­
personales es una utopía. Aun en su origen psicofisico primitivo, Adán
aparece puesto por Dios al frente de una humanidad en retaguardia,
con prerrogativas hegemónicas naturales y sobrenaturales dominadoras
del mundo. Lo mismo ocurre con Eva, madre de todos los vivientes.
Los autores sagrados han sorprendido una notable semejanza entre
Adán y Cristo. Dios trata a Adán como a un hijo, Eva participa de la
misma suerte. Pero en la conducta observada con Dios por Adán y Eva
no hay parecido con la conducta de Cristo y de Maria. Llegado al caso
de la prueba, Adán desobedece abiertamente tras la seducción de Eva.
El demonio les hace creer que en el mundo hay unas virtualidades mági237
ELEUTERIO ELORDUY
cas divinizantes, sometidas a los gustos y ambiciones apoteósicas del
hombre y no al servicio de Dios. Son los poderes ocultos representados
en la fruta prohibida. La tentación preparada por la serpiente se repe­
tirá en la Iglesia apostólica con la apostasía de Simón Mago. El apóstata
samaritano se llamó a sí mismo la Revelación, en Arameo Megale, ha�
ciéndose a sí la Imagen ( effigiatio) del Dios del Antiguo Testamento,
oculto en la naturaleza y que, sin la Imagen que lo revela, no es nada 1 5 •
Es la antítesis de Cristo, Imagen del Padre, que viene al mundo sólo
para hacer la voluntad del Padre invisible, por cuya obediencia y a su
ejemplo será María, la nueva Eva, Madre de los creyentes.
En el British Museum se conserva un plomo caldeo antiquísimo, pro­
bablemente de la familia real. En él se representa en relieve a un
hombre y una mujer sentados frente a frente bajo la sombra de un árbol
sagrado de siete pares de ramas. Del tronco, en la parte inferior - a la
altura de las rodillas de los protagonistas regios, adornados con atribu­
tos divinos - , hay una serpiente bicéfala, símbolo de la vida telúrica
succionada por el árbol, que une con sus cabezas al hombre y a la
mujer.
Al lado de la mujer hay, además, una serpiente erguida tan alta
como el árbol sagrado, en actitud de decir algo a la mujer. El relieve se
ha interpretado como alusivo a la tentación de Eva en el Paraíso, que
sería una tradición aceptada en la familia real caldea. El episodio hubo
de ser conocido por el hagiógrafo israelita del Génesis, que lo interpretó
con el criterio inspirado del Antiguo Testamento.
La escena justificaría las palab:ras de Eva al concebir a Caín: «He
poseído a un hombre por DioS>> (Gen 4, 1 ). Es la maternidad divina
mítica prohibida por Dios, pero realizada en Eva con gran complacien­
cia suya por la seducción de la serpiente. Por su parte, Caín, el fratrici­
da de su hermano inocente y servidor de Dios, es el fundador de la pri­
mera ciudad, que también ofrecerá a la divinidad los frutos agrícolas
por él introducidos, distintos de los sacrificios animales directamente
creados por Dios 1 6 • Abel devuelve a Dios lo que de Dios había recibido.
Caín le obsequia con obras que Dios no quiere aceptar, porque no son
suyas. Al cielo sube lo que baja del cielo. Es el proceso de la revelación
cristiana y de la fe. Analicemos la conducta de Eva y de Caín, en com­
paración con Cristo y con María.
Eva no se porta como esclava de Dios. Tiene la pretensión de ser
madre de categoría divina, lo mismo tal vez que Innana Istar, madre
=
15
Sobre Simón M ago y su propia apoteosis; cfr El pecado original, BAC, vol. 389,
pp. 582-610.
16
La explicación comparativa del plomo caldeo y la narración del Gén 3 , 1 -7 véase
en El pecado original, pp. X I - XV .
238
MARIA EN LA MORAL DEL CREYENTE
mítica de los dioses, o como las madres de los faraones, que se preciaban
de ser esposas del dios Hamón. Algo semejante ocurría con los empera­
dores caldeos. Tampoco Caín es servidor de Dios. Aprecia sus ritos pro­
pios más que los recibidos.
Los descendientes de Adán rompen las vinculaciones sagradas de la
familia creada por Dios con la humanidad y promueven una religiosi­
dad mítica y arbitraria acomodada a los dioses propios escogidos por los
pueblos, sirviendo a los ídolos. Pero Dios no puede menos de ser el
dueño absoluto y supremo. Su reino, incidentalmente abandonado por
la familia degenerada de Adán, habrá de restaurarse en una familia
santa, servidora de Dios, fundada por la Semilla de la Mujer por exce­
lencia, esclava del Señor. Maria concibe a Cristo por obediencia, como
realización del Verbo de Dios hecho carne en su seno Virginal.
Maria y Eva gozan de una maternidad aparentemente similar, pero
esencialmente diversa. Toda mujer antigua admitía como una creencia
religiosa que la nueva vida engendrada proviene de Dios. Es absurdo
pensar que proviene de la materia cósmica. Pero es también evidente
que la vida es promovible y degenerable. Los estoicos y los Padres
- como ÜRíGENES, Peri· archon I, 8 , 4 - admiten una gradación o gene­
ración progresiva 1 7 • La serpiente, portadora de secretos telúricos inacce­
sibles al hombre, sugiere a Eva que el fruto del árbol sagrado tiene el
poder misterioso de divina, atribuid.a a celos del Dios Supremo.
Maria, por el contrario, ofrece a Dios su virginidad y todo su ser y no
quiere ser madre más que en la fonna acepta a Dios, que es cumplién­
dose en ella la Palabra de Dios. La voluntad divina, creadora del mun­
do, es también la que crea las relaciones divino-humanas en la nueva fa­
milia virginalmente engendrada en Maria.
Dicho en otra forma. La voluntad divina posee un poder constitutivo
creador de lazos familiares reales, independientemente de la generación
biológica. Este principio no es una arbitrariedad.
Estudiemos las derivaciones de esta doctrina en la maternidad de
Maria, dentro del orden cristológico inaugurado en la encarnación.
b) La maternidad adoptiva fundada por Cristo
La vida temporal de Jesús está polarizada en dos _momentos comple­
mentarios. Ambos se relacionan con Maria y forman el núcleo de la
Cristologia, de la Mariologia y de la Eclesiologia. El primer momento es
el de la encarnación, realizada cuando Maria responde al ángel : «He
_
1 7 Cfr nuestro artículo La generación progresiva de la Estoa y en la Biblia, Letras de
Deusto 1 ( 1 9 7 1 ) , pp. 107- 1 36 . El tema lo tratamos más ampliamente en El estoicismo, 2
vol . , Madrid ( 1 9 7 1 ) . Sobre su importancia en general y en particular sobre los gnósticos,
cfr A. ÜRBE; Homenaje a E. E. , Bilbao ( 1 9'78), 292.
239
ELEUTERIO ELORDUY
aquí la esclava del Señor. Hágase en mí tu Palabra» (Le 1 , 38). Es el mo­
mento en que la Palabra prolaticia de Dios baja al seno virginal de
María y «el Primogénito de toda criatura» (Col 1 , 1 5 ) asume la naturale­
za humana «haciéndose hombre como nosotroS>>.
El segundo momento es el de la Cruz : «Al ver Jesús a su madre y,
junto a ella, al discípulo que tanto quería, dijo a su madre: Mujer, ahí
tienes a tu hijo. Y luego dice al disdpulo: A hí tienes a tu madre. Y des­
de aquel momento la acogió en su casa» (eiS ta idia) (Jn 1 9, 27) . Y des­
pués, «consciente de que ya todo estaba cumplido, dijo para que se
cumpliera la Escritura: Tengo sed . . . Y depués de tomar el vinagre, dijo:
Está cumpli"do» (Jn 1 9 , 29).
En este momento de la muerte de Jesús, María quedó constituida
Madre de la Iglesia naciente adoptando como hijos al discípulo amado y
a todos los creyentes dispuestos a aceptarla como su madre. Su materni­
dad adoptiva no es una convención verbal. Es una convivencia real y vin­
culativa, efecto de la Palabra omnipotente que configura a los escogidos
en miembros agregados de la Sagrada Familia. Es el efecto de la fuerza
creadora y obligante que procede del Hijo de Dios hecho hombre. Jesús
crea los lazos interpersonales de su familia con los creyentes, que le reci­
ben cumpliendo la voluntad de Dios. Es doctrina básica claramente ex­
puesta en Cafarnaún:
Mr 3, 2 1. «Habiéndolo oído los suyos, salieron a cogerle, pues
decían: Ha perdi"do la razón ( . . . ) .
3 1 . Y vinieron su madre y sus hermanos, y quedándose
fuera de la sinagoga, le mandaron llamar.
32. La multitud estaba sentada en torno a él y le dicen:
Mfra, tu madre y tus hermanos están ahífuera y te bus­
can.
.
33. El les respondi.ó: ¿ {�uzén es mi· madre y quz"énes son miS
hermanos.�
34. Y mirando en torno a los que estaban sentados en
círculo a su alrededor, dijo: He aquí a mi madre y a
mz"s hermanos. Quien cumple la voluntad de Dios, ese
es mi hermano y mi hermana y mi· madre.
Era una solución inesperada. Los «hermanos» de Jesús creían perte­
necer por derechos imprescriptibles de carne y sangre, confirmados por
la Ley de Moisés, a la casa de José y María, derechos que les imponían el
deber ineludible de proteger a Jesús, a quien los escribas venidos de Je­
rusalén creían poseído de un espíritu inmundo (Mr 3 , 30). Las relaciones
político-religiosas de Israel se apoyaban primariamente en la unidad ra­
cial del pueblo hebreo completada con el rito de la circuncisión. Todo
ello se modifica y supera en el evangelio. Jesús, imagen de Dios invisible,
240
MARIA EN LA MORAL DEL CREYENTE
en quien «fueron creadas todas las cosas» (Col 1 , 1 6) da una nueva
estructura al mundo, que subsiste en él (Col 1 , 1 7) y forma una familia
nueva con los creyentes, unidos entre si por la obediencia a la voluntad
de Dios, que manda «escuchar a Cristo» (Mr 9, 6), a los apóstoles en pre­
sencia de Moisés y Ellas. Usando de ese mismo poder, manda desde la
Cruz a Maria y Juan formar una nueva familia Qn 1 9, 27-29), en la
nueva estructura familiar de la Iglesia .
Los lazos d e carne y d e sangre, o l a voluntad individual d e varón o
mujer, nada tienen que ver con los lazos de esa nueva familia eclesial
fundada por Cristo. El que cree en verdad y recibe a Cristo, pertenece a
esa familia y es hijo adoptivo de Dios. Maria cumple en ella la misión de
recordar a sus hijos cómo pertenecen a Dios y son sus hijos.
La maternidad de Maria es un factor integrante de carnet de identi­
dad personal y colectivo que ayuda a configurarse moralmente, primero
a la humanidad de Cristo y después a la institución eclesial por él for­
mada y encabezada, y a los miembros individuales unidos a Cristo por la
adhesión a la fe. Cada uno de estos aspectos constituye rasgos de identi­
dad estructural del Reino de Dios fundado por Cristo.
241
Descargar