Ofensiva contra la judicialización de los crímenes de lesa

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ARTÍCULOS
OFENSIVA CONTRA LA JUDICIALIZACIÓN DE LOS CRÍMENES DE LESA
HUMANIDAD. ¿UN APORTE A LA DEMOCRACIA?
Ana Buriano Castro1
Resumen
Desde una mirada histórica el artículo nos muestra el paralelismo y simultaneidad de la
ofensiva teórica antipunitivista con el oscilante desempeño de algunos Estados y sus
órganos de justicia aun después de removidos los obstáculos jurídicos que sostenían la
imposibilidad de juzgar a los perpetradores. La mirada se concentrará en Uruguay país que
realizó avances significativos al calor del juicio internacional que en su contra _sería más
adecuado decir en su favor_ realizaron Juan Gelman y su nieta Macarena. Luego de esos
avances el país parece sumido en una parálisis judicial que tiende a configurar una especie
de impunidad de facto.
Abstract
Offensive against the prosecution of crimes against humanity: a contribution to democracy?
From a historical perspective, this paper notes the parallelism and simultaneity of the
offensive anti-criminalization rhetoric with the oscillating performance of some states and
their justice organisms even after the legal barriers that sustained the impossibility of
prosecuting the perpetrators had been removed. The paper focuses on Uruguay, a country
that has made significant advances in the heat of the international opinions against it –of
perhaps it would be more appropriate to say in its favor- that were made by Juan Gelman
and his granddaughter Macarena. After these developments, the country seems mired in
legal paralysis that tends to enable a kind of de facto impunity.
1
Profesora Investigadora Titular, Instituto Mora. Doctora en Estudios Latinoamericanos, docente a nivel superior. Investigadora
Nacional. Sus líneas de investigación se centran en el análisis del pensamiento político latinoamericano del siglo XIX y en
América Latina: perspectivas comparadas, siglo XX. Es autora de libros, capítulos, artículos y ponencias, así como textos
relativos a la historia conosureña contemporánea. Entre sus últimas publicaciones:; “Derechos, trauma social y restitución.
Sincronía y unicidad: el caso de Uruguay”, Andamios. No. 18, México 2012, pp. 89-116; “Ley de caducidad en Uruguay y
esencia ético política de la izquierda”. Perfiles Latinoamericanos, No. 38, México 2011, pp. 173-203; El “espíritu nacional” del
Ecuador católico: artículos selectos de El Nacional, 1872-1875. México, Instituto Mora, 2011; “En las redes del agio y la
diplomacia: Francisco de Paula Pastor, representante de Ecuador en México, 1832-1864”, Revista Mexicana de Política
Exterior, núm. 88, feb. 2010, (coaut.); “La construcción historiográfica de la nación ecuatoriana en los textos tempranos” en La
nación y su historia: América Latina, siglo XIX, Guillermo Palacios, coord., México, Colmex, 2009. Mail: [email protected]
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Publicación de la Red Universitaria sobre Derechos Humanos y Democratización para América Latina.
Año 2, Nº 3. Abril de 2012. Buenos Aires, Argentina
“Ofensiva contra la judicialización de los crímenes de Lesa Humanidad”.
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Introducción
Existe pesimismo en cuanto a su futuro (De Greiff, 2012, pp. 21-22), la memoria y los derechos
humanos ocupan un lugar central en la agenda pública de la región. El “nunca más” convertido en
consigna de valor taumatúrgico y profiláctico, repetido en distintos tiempos y circunstancias,
parece demostrar que la memoria ha resultado insuficiente para conjurar la trasgresión a los
derechos inherentes a los humanos.
Muchos confían del rol de la justicia en su tarea de condenar las violaciones de los regímenes
burocrático autoritarios de los años 60- 80. Consideran que en la actualidad hay una falta de
respeto hacia los derechos humanos y una escasa cultura
de la tolerancia que impide la
construcción de “memorias colectivas aceptadas por amplias mayorías” capaces de convertirse en
el germen para la construcción de las nuevas identidades democráticas del futuro: “un legado de
violaciones a los derechos humanos sigue reverberando en la escena pública” (Sznadjer y
Roníger, 2007: 194-195).
Podemos encontrar coincidencia en la crítica si esta se reduce a la capacidad univoca de la
justicia para resolver el problema de resocializar a aquellos grupos humanos que han estado
sometidos a experiencias traumáticas, en tanto se la conciba como una “solución unidimensional”
que judicialice el problema en lugar de politizarlo. (Sznadjer y Roniger, 2007) Pero resulta que esa
no ha sido la tendencia dominante en la región. Por el contrario, los regímenes transicionales y
pos transicionales han manifestado una marcada preferencia por la contraposición de los
derechos, cuyo restablecimiento no ha sido temporalmente sincrónico y unívoco. Y en esta
selección de derechos restablecidos la aplicación del derecho penal no ha sido precisamente la
solución preferida.
Por el contrario, existe un reconocimiento de que los estados han priorizado otras medidas
reparatorias de los miles de víctimas emanadas del conflicto regional: comisiones de la verdad con
límites y acotamientos estrictos en cuanto a su capacidad investigativa y de judicialización, así
como reparaciones morales y materiales. En un examen objetivo la justicia no sale beneficiada en
el marco reparatorio de las políticas estatales, con la particular excepción del caso argentino.
Otros casos tan diversos como los de Brasil y países de América Central, también nos permiten
albergar
algunas
esperanzas. (Abrao, 2012: 18-39; Solís, Ma.
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Eugenia, 2012: 118-125).
Desde el inicio de los tránsitos, y en el seno de los países involucrados en este pasado de horror,
se inició una dura lucha en torno a los mecanismos idóneos para resocializar a los inculpados
sobre nuevas bases. Mayoritariamente -sin desconocer que la generalización oculta distintas
realidades-, predominó la idea de que el silencio y la mirada perdida hacia el vacío era la forma de
lograr la superación de realidades políticas inestables, generando democracias tuteladas, en las
que los perpetradores de los crímenes mantenían el poder, las armas y mucha información sobre
las complicidades civiles que habían alimentado su pasaje por los oscuros episodios nacionales y
transcontinentales. Todos los derechos siguieron conculcados en épocas en las que las leyes de
amnistía se sucedieron en la región: a las autoamnistías brasilera y chilena del 78, le siguieron en
los 80 las casi cronológicamente paralelas leyes de Obediencia Debida y Punto Final argentinas,
la de Caducidad de la Pretensión Punitiva del Estado en Uruguay, la autoamnistía peruana del 95,
y nuevos intentos frustrados en Guatemala y Perú.
El largo proceso de desmonte de estos marcos amnistiantes exigió largas batallas en cada uno
de los países que, en mayor o menos medida, renacieron a la vida democrática con amplias zonas
de oscuridad y con la elaboración de complejos relatos hoy desacreditados. Relatos que
pretendieron ocultar el carácter terrorista de los Estados de la época, y reducirlo a la mera
contingencia del accionar de grupos al margen de la sociedad. La parálisis en la judicialización
posibilitada por las amnistías estuvo acompañada en algunos casos por la formación de
Comisiones de la Verdad oficiales y en otros por la conculcación total de este derecho bajo la
premisa de que la verdad puede “resultar tan conflictiva como el ejercicio de la justicia” según
afirmó el ex presidente uruguayo Julio Ma. Sanguinetti (Sanguinetti, 1991: 78). Con ello, aludía a
la supuesta capacidad de ambos términos para afectar la reunificación nacional concebida como
una reconciliación posible a partir de hacer tabla rasa del pasado, cual se intentó en Uruguay,
Brasil y otros países. Por demás está explicar que en esos casos donde no sólo la justicia sino
también la verdad fueron concebidos como potencialmente peligrosos se impuso el silencio y la
transmisión intergeneracional de las experiencias históricas acumuladas en esos periodos fue
virtualmente inexistente o quedó encapsulada en el ámbito grupal sin trascendencia pública.
En muchos lugares se
dio curso a los procesos de reparación
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económica y material a través de la restitución de destituidos, leyes jubilatorias, compensaciones
por periodos de prisión,
atención médica, etc., medidas obligatorias que les parecieron menos gravosas a Estados
olvidadizos que la asunción plena de su responsabilidad en la restitución integral y sincrónica del
paquete humanitario.
Fueron las transformaciones de la sensibilidad, los cambios en la orientación política de los
gobiernos, las acciones detonantes de la justicia internacional y la brega incansable de los
familiares y emprendedores en cada país los encargados de remover los obstáculos que
prometían sumir el pasado en el silencio y recomponer las sociedades bajo el esquema renaniano
de “comunidades del olvido”.
No es el objetivo de este artículo reseñar los avances que en materia de memoria, verdad, justicia
y reparación caracterizaron el inicio del nuevo siglo. Cierto es que al golpe de las condenas del
sistema interamericano las leyes de amnistía fueron removidas en escenarios extraordinariamente
variados. Ello permitió ampliar el espectro de la judicialización a distintos ritmos: muy altos en
Argentina, considerables en Chile y Perú, lentos en Uruguay, aún inexistentes en Brasil y ni qué
decir en Centroamérica. Se abrieron también espacios de verdad y aun países que no daban
curso a la creación de comisiones las fueron estableciendo, como ocurrió en Uruguay en 2000 y
en Brasil recientemente. Algunos archivos, pocos aún, ayudaron a la búsqueda de respuestas
judiciales, humanitarias y fundamentalmente a establecer el sentido histórico de la verdad sobre
aquellos regímenes. Los equipos de antropología forense realizaron hallazgos esclarecedores de
los esquemas represivos utilizados y echaron por tierra falsos relatos y testimonios. Se erigieron
lugares de la memoria: museos, placas recordatorias, memoriales y algunos Estados se vieron
obligados a reconocerse responsables de ese pasado por las sentencias interamericanas que sus
incumplimientos les acarrearon. Sin querer presentar un panorama idílico, quizá podría decirse
que transcurridos los primeros años del nuevo siglo la etapa parecía cerrarse con un panorama
alentador que permitiría esperar avances en algunos países o inicios de recuperación de otros
que, como Brasil, apenas inician el trámite.
En los últimos años y a medida que los casos que no encontraron resolución en el ámbito nacional
y
comenzaron
a
alcanzarla en el sistema interamericano han
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proliferado voces, desde la política y diversos campos disciplinares, que acusan al sistema de
impulsar una absolutización del punitivismo al que caracterizan incluso como “deriva
neopunitivista” en el
sentido de “una explosión de nuevas figuras penales” y “una lluvia de interpretaciones judiciales
que extienden el ámbito de la responsabilidad penal más allá de lo razonable” y a todos los
espacios territoriales (Pastor, 2005: 73).
Estas críticas que atacan tanto las sentencias de la Corte Interamericana de Derechos Humanos
como las de las jurisdicciones nacionales y les asignan responsabilidad en el “desprestigio” de los
derechos humanos se expanden hacia el ámbito de la democracia. Así varios trabajos
relativamente reciente de Roberto Gargarella (2011, a, b) han tomado el caso Gelman vs. Uruguay
como
el ejemplo de la vocación invasiva del sistema interamericano ya no sólo sobre las
soberanías
nacionales
sino
sobre
las
expresiones
deliberativas
de
las
democracias
latinoamericanas, a partir de la propuesta que la sentencia implica que “la democracia debe
arrodillarse frente al Derecho internacional, que a su vez es interpretado por una elite de personas
a las que ni conocemos” (Gargarella, 2011, a).
Estas posiciones han suscitado lógicamente un gran debate que se sustancia en el ámbito de la
Filosofía del Derecho. Desde este campo, con distintos enfoques, énfasis y agudeza han
polemizado Javier de Luca (2009), Leonardo Filippini (2005 y 2011), Marcelo Ferreira (2011) y
otros. El presente artículo escapa a estos enfoques aunque se asienta en esta polémica. Su
intención es, desde una mirada histórica, establecer el paralelismo y simultaneidad de esta
ofensiva teórica antipunitivista con el oscilante desempeño de algunos Estados y sus órganos de
justicia aún después de removidos los obstáculos jurídicos que sostenían la imposibilidad de
juzgar a los perpetradores. La mirada se concentrará precisamente en Uruguay país que realizó
avances significativos al calor del juicio internacional que en su contra _sería más preciso decir en
su favor_ realizaron Juan Gelman y su nieta Macarena.
No deja de ser sorprendente que la crítica teórica contra las sentencias de la Corte Interamericana
de Derechos Humanos escoja para desarrollar su argumentación casos tan emblemáticos por su
criminalidad como el de Gelman,2 y que su argumentación se finque en la voluntad ciudadana de
2
No lo es menos el caso Barrios Altos que elige Pastor con el mismo objetivo, aunque podría disculparse la selección en función del
objetivo de contraponerlo con otros crímenes de menor grado, por ejemplo Bulacio. (Pastor, 2005)
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no juzgar a aquellos agentes del Estado dictatorial que, en el marco de la Operación Cóndor,
trasladaron ilegalmente a una jovencita de 19 años desde
Argentina a Uruguay con el sólo objeto de esperar su parto, asesinarla y robarle su hija recién
nacida, para regalarla luego (venderla quizá) a un funcionario policial. Las disciplinas científicas y
académicas “no se confunden con la política o la
moral sin embargo, las propias ciencias
humanas tienen finalidades ligadas con los valores” (Todorov, 2002). Sin que esta reflexión
constituya un reproche no puede negarse que existe algo en la argumentación que lastima
esencias últimas y profundas de lo humano. En su disculpa, puede pensarse que finalmente el
filósofo del Derecho atisbó en el caso la violación a un sistema de valores cívicos superior, cual es
la democracia deliberativa, que le permitió abstraerse de la magnitud de la ofensa social que
contiene ese crimen. Así queremos entenderlo y a ello se aplicarán las siguientes páginas.
Uruguay ¿un paraíso antipunitivista?
Uruguay ha sido uno de los países que se aferró con más fuerza a los marcos amnistiantes para
beneficiar a los criminales de lesa humanidad. Quizá podría pensarse que el país es una especie
de paraíso para aquellos teóricos del Derecho que promueven formas más civilizadas de
convivencia y rechazan el punitivismo como forma de reproche estatal a quienes transgreden las
normas, rechazo compartido desde muchos ámbitos y especialidades, pero que no ha logrado
permear aún el derecho occidental que no ha encontrado otra forma de sustanciar el reproche.
Cierto es que en dos instancias el soberano se manifestó contrario a desactivar, ya fuera por la vía
de la derogación, en el referendum de 1989 o de la anulación, en el plebiscito de 2009, la ley de
Caducidad de la Pretensión Punitiva del Estado responsable de haber evitado durante un cuarto
de siglo no sólo la penalización sino la investigación y el establecimiento de la verdad sobre los
crímenes cometidos entre 1973 y 1985.
Existen sin embargo fuertes evidencias que contradicen la visión paradisiaca del pequeño país del
sur. Aunque Latinobarómetro ubica a Uruguay como uno de los países más pacíficos del
continente con índices de criminalidad de 6 cada 100 000 la percepción social sobre la seguridad
ciudadana está radicalmente trastocada a partir de la politización del tema y su tratamiento
mediático. (Lagos, Dammert, 2011) Todos los estudios estadísticos constatan una estabilidad en
la edad en que se cometen los delitos que no ha variado en mucho tiempo. Sin embargo, la
derecha
uruguaya,
encabezada por el sector Vamos Uruguay
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que lidera Pedro Bordaberry, ha promovido la idea de que el incremento de los
índices de criminalidad proviene de la minoridad infractora, en una clara política de criminalización
de la juventud. De esta manera obtuvo apoyo ciudadano para plebiscitar una ley que baja en la
edad de imputabilidad a 16 años en un plebiscito que se sustanciará en octubre de 2014 junto con
a las elecciones nacionales. Elecciones que en este contexto tienen ya establecido el centro del
desiderátum: la seguridad.
Recientes encuestas de noviembre de 2012 recabadas por el Grupo Cifra (Encuesta Cifra, 2012),
-una de las principales encuestadoras nacionales-, constataron que el apoyo ciudadano a esta
modificación constitucional escaló 10 puntos en pocos meses para situarse en un 64%. Este
incremento del número de partidarios de penalizar a los menores parece provenir de los votantes
frenteamplistas donde la propuesta alcanzó el 50% de
apoyo. Por otra parte esa opinión se ha mantenido constante pese a las advertencias de UNICEF
en el sentido de que un triunfo de esta consulta sería considerado violatorio de los compromisos
del Estado uruguayo con la comunidad internacional, ratificados en 1990 con el reconocimiento de
la Convención de los Derechos del Niño.
¿Cómo compaginar entonces estos resultados con la voluntad ciudadana de mantener a los
criminales de lesa humanidad a salvo de la punitividad estatal? ¿Tendrá acaso algo que ver con la
democracia deliberativa? Realmente no y el problema se finca efectivamente en el ámbito de la
capacidad de los Estados para lograr el pleno restablecimiento del Estado de derecho en el curso
de las transiciones. Diríamos más, entre la larga permanencia de la ley de Caducidad de la
Pretensión Punitiva del Estado y el incremento de la voluntad ciudadana para penalizar a los
menores infractores existe una recta conexión. Parece entonces cierta la apreciación de que la
impunidad se vuelve una cultura que impregna a la sociedad toda y contribuye a los altos índices
de violencia en la región. (Jo-Marie Burt, 2012: 61)
Los legados del autoritarismo y el largo correlato de impunidad imprimieron marcas sociales cuya
superación exige un consenso en torno a la restitución de la temporalidad de los derechos. Quizá
este sea un indicio del efecto que ejerce la exclusión de los derechos fundamentales del pasado
sobre
la
prometida
unicidad futura de los mismos, política que,
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en muy distinta medida, fue sostenida por los elencos gobernantes uruguayos.
Queremos enfatizar la diferencia, el “en muy en distinta medida” pues sería absolutamente
injusto comparar las políticas estatales en materia de derechos humanos impulsadas por
Sanguinetti o la administración del Partido Nacional con la frenteamplista establecida a partir de
2005. Hay que valorar como más dañina para la reconstitución del tejido social traumatizado el
largo periodo de impunidad que inició en diciembre de 1986 con la aprobación de la ley de
amnistía y que recién culminó en octubre del año pasado con la aprobación parlamentaria de la
ley 18 831 que restablece la pretensión punitiva estatal, que los éxitos en los intentos
refundacionales de la dictadura.
Este largo periodo durante el cual el Estado negó a las víctimas y sus familiares el derecho a la
justicia y a la verdad, y aun a conocer el destino de los menores secuestrados, imprimió un
mensaje en el tejido social. La derrota del emprendimiento por derogar en referendum la Ley de
Caducidad en 1989 tuvo un significado trágico para los destinos nacionales. Sanguinetti se erigió
en el adalid de la victoria, le puso candado al pasado, vaticinó que el tema se extinguiría con la
muerte las partes y que la historia -concebida como la gran recolectora de la basura de los
tiempos- se encargaría del hecho. (Buriano, 2011: 179) Entonces el silencio ganó las calles, los
tribunales y las sobremesas familiares uruguayas tan importantes, hasta entonces, para garantizar
la transmisión intergeneracional de las experiencias, particularmente de las políticas (Dutrenit,
1991: 123).
Diferente fue el panorama del gobierno frenteamplista. En su IV Congreso Extraordinario “Héctor
Rodríguez” celebrado en diciembre de 2003 el Frente Amplio (FA) -que había modificado su
esencia constitutiva y realizado ajustes programáticos que lo acercaban al centro del espectro
político-, no logró conjuntar una posición favorable a la anulación de la Ley de Caducidad (Cores,
2004; Jaffé, 2008: 84-87). Sin embargo, la administración de Vázquez aprovechó algunos
resquicios existentes en el artículo 4to. de la ley que permitieron aplicar la justicia penal a algunos
pocos mandos militares y civiles responsables de gravísimos crímenes; así como establecer
ciertas medidas para iniciar el camino al restablecimiento del derecho a la verdad. Una
investigación histórica confiada a la Universidad de la República y a un equipo de antropología
forense de esta misma
casa logró dar a conocer algunos archivos
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que permitieron asentar una primera semblanza de la magnitud que había alcanzado el terror
sistemático del Estado aplicado contra grupos políticos y sociales absolutamente desarmados. En
tanto las excavaciones, con el hallazgo de dos cuerpos en instalaciones militares, permitieron
desmentir la información que fuentes militares anónimas filtraron a la Comisión para la Paz en
2000 y que aseguraba la
inhumación y cremación clandestina de todos los asesinados. Con desprecio de las evidencias las
fuerzas armadas siguieron manteniendo un espíritu de cuerpo que no sólo les impidió aceptar su
responsabilidad, revelar el paradero de los desaparecidos, sino también apelar a un perdón social,
difícil pero no imposible. Tampoco la administración logró definir
una política clara en el sentido de depurarlas de elementos comprometidos con violaciones a los
derechos humanos.
Así veinte años después de finalizada la dictadura se descorría el primer velo de verdad y justicia,
negado hasta entonces por la ley de impunidad. Sin embargo los avances eran magros y ella
seguía rigiendo e impidiendo el trámite de una cantidad de denuncias, pues las que habían
prosperado lo hicieron en el marco de algunas excepciones dejadas por el artículo 4to. de la ley
15 848, es decir: los delitos cometidos por civiles, por los mandos, los delitos económicos,
aquellos crímenes fuera del territorio nacional y el secuestro de menores. Todos los demás casos,
como desapariciones forzadas, muertes en tortura o la tortura misma seguían amparados en la
impunidad. El tema pretendió ser laudado con la detención de las principales figuras y algunos
resquicios de verdad histórica.
El plebiscito de octubre de 2009
Cuando, en 2007, se decidió convocar al plebiscito anulatorio, avanzaba en la CIDH una demanda
contra el Estado uruguayo fincada por Juan y Macarena Gelman en el 2006, presentada luego de
haberse agotado las instancias judiciales nacionales que archivaron el caso de la desaparición
forzada de María Claudia García de Gelman y el secuestro de su hija recién nacida en Uruguay.
Pese a que el Estado uruguayo pudo haber detenido esta demanda en el ámbito de la Comisión
Interamericana y dar curso a la desactivación legislativa de la ley no lo hizo. Hay que resaltar que
la coalición progresista reunía mayorías parlamentarias suficientes para derogarla sin el concurso
de los votos de otras
fracciones.
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Los promotores del plebiscito, nucleados en torno a la Coordinadora Nacional por la Nulidad de la
Ley3, esgrimían a favor de su realización los cambios en el contexto mundial,
continental y nacional en materia de derechos humanos, la aparición de nuevas fuentes
documentales sobre el terror de Estado inexistentes en 1989, la presencia de una generación
ciudadana que no había logrado expresarse antes y a la que se le legaba un futuro no saneado.
Este emprendimiento enfrentó una férrea oposición de algunos sectores frenteamplistas. Los
argumentos manejados nada tuvieron que ver con una oposición ilustrada a la restauración de un
marco punitivo para los criminales de lesa humanidad. Quizá el más doctrinario de los
fundamentos tuvo que ver con el acatamiento a la voluntad ciudadana expresada en el
referendum de 1989. Los demás fueron mucho más vulgares y coyunturales. El de más peso
quizá haya sido el electoral, pues como se había expresado en el IV Congreso la coalición
progresista, “podía renunciar a todo menos a la victoria” (Fernández Huidobro, 2005) en la
convicción de que la evocación de los crímenes del pasado restaba votos al FA. Corresponde
establecer que V Congreso Ordinario del FA “Líber Seregni”, en diciembre 2007 revisó su posición
y apoyó el plebiscito. Aunque la decisión significaba un giro radical, en pocos casos las fuerzas
políticas frenteamplistas se incorporaron a la campaña de recolección de firmas para plebiscitar la
anulación y menos aún se pronunciaron en sus actos en torno al tema de derechos humanos, que
fueron grandes ausentes en la campaña electoral, considerados como un competidor inválido y
espurio a los propósitos del FA por mantenerse en el poder.
Como es sabido este plebiscito tampoco consiguió anular la ley, aunque logró casi un 48% del
electorado. Hubieran hecho falta 46.000 voluntades más para lograr el objetivo. Excede el espacio
de este artículo el análisis de las características de ambos emprendimientos, el del 89 y el del 09 y
de sus resultados. Se pudo comprobar que el voto por la nulidad fue mayoritario aunque no
exclusivamente
frenteamplista.
El
escrutinio
reveló
un
importante
cruce
de
votos,
lamentablemente no cuantificados con exactitud, entre los votantes de los partidos tradicionales y
3
La Coordinadora, presidida por Eduardo Galeano, fue conformada por una serie de organizaciones sociales, políticas, el PIT-SNT,
SERPAJ, la FEUU, el FUCVAN, Amnistía Internacional, personalidades de la cultura y las artes, legisladores frenteamplista,
personalidades provenientes de los partidos Nacional y Colorado e integrantes de Familiares a nivel individual pues no esta
organización no logró consenso para un pronunciamiento pleno.
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la papeleta rosa por la anulación de la ley. En sentido contrario mostró también una alta cantidad
de votantes frenteamplistas que sustrajeron la papeleta rosada (correspondiente a la anulación de
la ley) del sobre de votación.
Este hecho podría dar lugar a una apreciación equivocada de la independencia del votante frente
a su partido, más bien parecería demostrar una sumisión del votante a los lineamientos sectoriales
de la coalición donde muchas fuerzas políticas instruyeron a sus
votantes en torno a la peligrosidad de votar este emprendimiento. Una aproximación cuantitativa y
cualitativa a estos resultados pueden consultarse en un reciente trabajo (Buriano, 2011: 185-192).
No puede desestimarse tampoco el papel que jugó en este nuevo
fracaso el carácter confuso de las normas que la Corte Electoral uruguaya estableció para este
plebiscito. El votante no pudo expresarse en torno a su voluntad de NO anular la ley. Simplemente
se estableció que la omisión de la papeleta rosa en el sobre de votación equivalía a la expresión
de esta voluntad negativa. Existió así un número indeterminado de votantes que frente a esta
forma insólita pueden haber pensado que simplemente se abstenía cuando realmente expresaban
un voto negativo a anular la ley.
Muchas miradas de los emprendedores se centraron entonces hacia dentro de las propias filas
partidarias y no exclusivamente en la campaña mediática, la derecha o el temor ciudadano, como
había ocurrido veinte años antes. Ello introdujo los gérmenes de un lento alejamiento de las
organizaciones sociales y la coalición; cuestionó el ámbito de gestión de las demandas relativas a
los derechos humanos y la esencia ético-doctrinal de la izquierda partidaria que mostró algunas
aristas en “voto enojado” de las elecciones municipales de 2010 y cuyo alcance podrá en todo
caso ser valorado en su real dimensión en la próximas elecciones nacionales de 2014 (Buriano,
11:195).
La extensión alcanzada por la votación en torno a la anulación donde casi la mitad de los
ciudadanos habían expresado su voluntad afirmativa sentaba un ánimo social diferente al de
1989.
Pocos
días
antes
la
Suprema
Corte
de
Justicia
(SCJ)
había
declarado
la
inconstitucionalidad de la ley para un caso concreto y ello habría un panorama estimulante para
poder fincar en ese antecedente los reclamos de justicia. Al mismo tiempo el fallo de la Corte
uruguaya
admitía
los
pactos sobre la dignidad humana aprobados
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por la comunidad internacional como comprendidos dentro del artículo 72 de la Carta Magna. Esta
misma Corte nacional, por cierto antes que la Interamericana, se expresó también en torno al valor
nulo reafirmante que tenían las consultas ciudadanas para dar cobertura de constitucionalidad a
una ley viciada de origen “por transgredir normas o principios sagrados o reconocidos por la
Carta" (Proyecto, 2010).
Uruguay y la sentencia del caso Gelman
Es en este clima y ante los resultados negativos del plebiscito que la CIDH dio curso a la demanda
de Juan y Macarena Gelman y la situó a la Corte Interamericana de Derechos
Humanos. Realmente Uruguay pudo nuevamente haber evitado la condena si hubiera tomado las
medidas parlamentarias necesarias para hacerlo. Pero una vez más obturó esta salida airosa. En
el seno de la coalición frenteamplista se manejó un proyecto de ley Interpretativa de la Caducidad
que dejaba sin efecto los artículos inconstitucionales de la ley
15 848. Esta ley tuvo un trámite desafortunado en las Cámaras y cayó en parálisis legislativa a
partir del momento en que algunos senadores de la coalición FA, pertenecientes a las mismas
fracciones que se encargaron de sustraer la papeleta rosada en el plebiscito de 2009, se negaron
a aprobar sus cláusulas.
En medio de estas vacilaciones el país recibió la sentencia de la Corte Interamericano de
Derechos Humanos, el 24 de febrero de 2011, que está en la base de la crítica de los teóricos del
antipunitivismo (OEA. Corte Interamericana de Derechos Humanos, 2011). Escapa al objetivo de
este artículo analizar la sentencia, labor que cumplen ampliamente los especialistas referidos en el
artículo. El objeto del mismo es mostrar su efecto sobre la realidad uruguaya.
En meses anteriores, y de forma paralela a la sentencia condenatoria del sistema interamericano,
la SCJ apresuró algunos juicios y declaró la inconstitucionalidad de la ley para 25 casos de
desaparición forzada y muerte en tortura. Los juzgados penales decretaron el procesamiento de
ocho militares, entre ellos un general en actividad al mando de una región militar del país. El
apresuramiento en los juicios tenía que ver con el peligro de prescripción de los crímenes cuyo
plazo extremo se cumplía el 30 de noviembre de 2011 ya que finalmente el marco político
humanitario
interamericano no está plenamente integrado
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a la legislación nacional.
Al mismo tiempo el FA -motivado por la tan criticada sentencia de la Corte Interamericana de
Derechos Humanos que lo instaba a garantizar que le ley de Caducidad “no vuelva a representar
un obstáculo para la investigación de los hechos materia de autos y para la identificación y, si
procede, sanción de los responsables de los mismos” (OEA, Corte Interamericano de Derechos
Humanos, 2011)_ reactivó los intentos parlamentarios para hacer las modificaciones que
permitieran algún grado de cumplimiento. Nuevamente ellas se vieron truncadas en este caso por
la intervención directa del Presidente de la República y el Vicepresidente que se presentaron ante
la bancada en el propio recinto de las Cámaras
para presionar a los parlamentarios en el sentido de no votar la ley con el consiguiente incremento
de la crisis política dentro de la coalición. Ello coincidió también con una marcada actividad
corporativa de las Fuerzas Armadas, a través de amenazas a jueces, fiscales y abogados y
fundamentalmente por medio
de chantajes a través de la
publicación de documentos
comprometedores para las más altas figuras del gobierno. Corresponde señalar también que el
presidente Mujica anuló todos los actos administrativos con que sus predecesores ampararon las
denuncias en la ley de Caducidad y que ello abrió curso a una verdadera lluvia de acciones
judiciales que no han prosperado hasta el momento.
Finalmente, al filo de la prescripción de los delitos, el 27 de octubre de 2011 se arbitró una
solución a través de la ley 18 831 que restablece la pretensión punitiva del Estado, extiende los
plazos procesales restando de su cómputo el periodo en que la justicia estuvo impedida de actuar
entre diciembre de 1986 y la fecha de la entrada en vigor de la nueva ley y califica los delitos
cometidos durante el periodo dictatorial como crímenes de lesa humanidad de acuerdo a los
tratados internacionales reconocidos por la República (Uruguay. Ley 18 831, 2011). Durante el
presente año de 2012, el Estado uruguayo cumplió gran parte de los requisitos de la sentencia, a
través de un reconocimiento público de responsabilidad del Ejecutivo y estableciendo otros
medios de reparación moral y material, hechos que valora Filippini (2011) como altamente
positivos (Filippini, 2011).
Lejos de una visión optimista se aprecian verdaderos obstáculos que devienen tanto de un
gobierno no proclive a la
aplicación de la justicia, de un Poder Judicial
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que actúa con distintas trabas y voluntad fluctuante y que no ha incorporado plenamente el marco
jurídico del sistema internacional a su legislación interna. Con
pocas y muy honrosas
excepciones, las sedes penales siguen aplicando el derecho interno, condenan delitos de lesa
humanidad bajo la figura de “homicidio especialmente agravado” susceptible de prescripción, pese
a que Uruguay adhirió, en 1995, a la Convención Interamericana sobre Desaparición Forzada de
Personas cuyo artículo III establece el carácter continuado o permanente del delito mientras no se
establezca el destino o paradero de la víctima. El Estado también reconoció lo establecido en el
Estatuto de Roma en lo relativo a crímenes de lesa humanidad.
Así, a pesar de la ley 18 831 la mayoría de los Tribunales de Apelaciones han revertido fallos y si
bien algunas sedes han aplicado la imprescriptibilidad ella se encuentra sometida a casación ante
la SCJ sin que este órgano se expida al respecto. Esas apelaciones
congelan los juicios y no es exagerado afirmar que se vive un periodo de impunidad de facto. Una
verdadera contraofensiva judicial se libra en el país en estos momentos destinada a resistir la
imprescriptibilidad de los delitos y a oponerse a tipificarlos como desaparición forzada. Otros
signos preocupantes oscurecen más aún el panorama nacional. Desde altos cargos del Poder
Ejecutivo aparecen signos claros de obstrucción a la justicia. Entre ellos negativas a habilitar
pruebas u obtener fotos de los lugares de tortura, lentitud en la puesta a disposición de los
archivos e insólitas exculpaciones de militares procesados. No se arbitra tampoco una ley de
archivos que permita su consulta expedita. En tanto continuaron las investigaciones históricas y
las excavaciones de los antropólogos forenses hallaron una víctima más, con visibles signos de
haber sido ajusticiada.
Los déficits del debate democrático uruguayo
La sentencia de la Corte IDH en Gelman vs. Uruguay hizo una contribución importante a la salud
del sistema democrático uruguayo, más allá de las reparaciones concretas para el caso: obligó al
Estado a reconocer su responsabilidad internacional, impulsó al Ejecutivo a desarchivar las
denuncias, promovió la continuidad de la búsqueda de los cuerpos y en su marco, el 4 de junio del
presente año, el Estado reconoció su actuación ilegítima durante el periodo de excepción a través
de la entrega de un certificado de reconocimiento a cada una de las víctimas o sus familiares.
Estas y otras acciones de reparación están claramente al margen de la justicia penal y ninguna de
ellas
estaba
impedida
por ley alguna. Fue sin embargo necesario
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que se emitiera la sentencia para poner fin a la inacción de más de un cuarto de siglo.
En el plano de la punitividad la aprobación de la ley 18 831 parece culminar un largo y
pesadillesco proceso para dar curso al pleno restablecimiento del Estado de Derecho
condicionado, claro está, a que la SCJ no declare su inconstitucionalidad. Como lo muestran
algunos estudios estadísticos, como los de Sikkink, los juicios contra las violaciones a los
derechos humanos están asociados a la consolidación de la democracia, al fortalecimiento del
Estado de Derecho, la disminución de los conflictos y mejoran el tratamiento de los derechos en
un ámbito regional e internacional mediante mecanismos complejos en los que se mezclan, en
dosis variadas, tanto la disuasión y sanción como la socialización y las huellas inscritas en la
memoria colectiva. (Sikkink, 2011, a y Sikkink, 2011, b: 61)
Existen sin embargo marcadas evidencias de una voluntad de revertir el proceso de avances.
Ellas no devienen solamente de la demora de algunos órganos del Judicial para expedirse en
torno a las apelaciones de los abogados defensores sino en la ausencia sostenida de un clima
deliberativo. Con distinta intencionalidad, a través de las décadas transcurridas desde el
restablecimiento de la democracia, el discurso del poder presentó el pasado de horror como una
carga de la que había que deshacerse rápido para dar curso a un presente de reconciliación.
Sanguinetti fue el principal promotor de estas propuestas con sus reiterados llamados a “no tener
los ojos en la nuca” y a “dar vuelta la página” sin verdad
ni justicia. En 2000, cuando Jorge Batlle instauró la Comisión para la Paz y ella emitió su Informe
Final estableció que contenía “las conclusiones definitivas”, expresión de una voluntad
gubernamental por cerrar el pasado doloroso con esas páginas y esas verdades. “Verdades” que
en muchos casos fueron desmentidas y desacreditadas por nuevos hallazgos.
Aunque la primera administración frenteamplista cambió radicalmente la política en materia de
derechos humanos, también participó de la obsesión de la clase política uruguaya de cerrar el
pasado con la poca verdad y justicia alcanzada en medio de las trabas de la Caducidad. Nos
referimos a un desafortunado intento del presidente Vázquez de establecer, con sentido de
reconciliación nacional, el Día del Nunca más en la acepción de “nunca más intolerancia y
violencia
entre
uruguayos”. La iniciativa no prosperó, generó
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incomodidad en múltiples sectores y aclaraciones de la organización de Familiares que debieron
recordarle que Nunca más hacía referencia al terror de Estado.
Esta obsesión se reiteró en la actual presidencia de José Mujica quien proyectó un discurso que
alude a su escasa vocación de cargar las pesadas “mochilas del pasado”, en la intención de
otorgar prisión domiciliaria a los procesados mayores de 70 años (la absoluta mayoría de ellos),
que manifiesta preferencias temporales por los derechos del futuro frente a los del pasado, que
subordina los derechos a la suerte electoral de la coalición frenteamplista y otras expresiones
indicativas de que Uruguay no ha logrado hacer la ecuación hacia el futuro que propone Arendt
(1996). El país no ha podido “resemantizar la temporalidad y percibir el pasado como fuerza y no
como carga, a fin de sumar el tiempo y sus valores a la tarea de la reconstitución democrática del
tejido social”. (Buriano, 2012: 106)
Uruguay sigue sin saber qué hacer con su pasado traumático y se debe como sociedad un debate
abierto que, pese a las dos instancias de democracia directa, no pudo tener una sociedad
atenazada ya por las amenazas de la restauración militar en el referéndum de 1989 o por el temor
inducido a hipotecar la victoria del FA en el plebiscito de 2009. Las expresiones de democracia
directa por sí mismas no son garantía de deliberación ciudadana. Ni tampoco capaces de
salvaguardar el respeto de unas minorías (el 48% del electorado) que, aun hoy, siguen
reclamando verdad y justicia.
Seguramente ese debate no le permitirá alcanzar un consenso ni la sociedad uruguaya podrá
articular un único relato nacional. Logrará en cambio alguna decantación de ese pasado y extraerá
premisas que serán socialmente más útiles que las reconciliaciones impuestas o el silencio de la
abstinencia acusatoria que promueven los teóricos del antipunitivismo y que por otra parte, ha sido
la mala solución que ha primado en el país. La sociedad uruguaya podrá debatir entre las
bondades de la justicia reparadora o de la retributiva. Ojalá pueda lograr este objetivo hacia el
plebiscito de octubre de 2014 y ojalá también las voces antipunitivistas hacia los delitos de lesa
humanidad se escuchen entonces en beneficio de la minoridad infractora.
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Palabras clave
Key words
Delitos de lesa humanidad
Crimes against humanity
Antipunitivismo
Anti-criminalization
Democracia
Democracy
Uruguay
Uruguay
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