nota de aula del compendio de historia militar

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COMPENDIO DE HISTORIA MILITAR PARA FINES EXCLUSIVAMENTE
DIDÁCTICOS, PARA SER UTILIZADOS EN LA ACADEMIA DE GUERRA DE LA
FUERZA TERRESTRE DE ECUADOR.
COORDINADOR - RESPONSABLE: CRNL. EMC. EDUARDO VACA RODAS
PROGRAMA DE CLASES
MATERIA:
HISTORIA MILITAR
CURSO:
II AÑO DE ESTADO MAYOR
CARGA HORARIA: 16 HORAS
PROFESOR TITULAR: CRNL. EMC. EDUARDO VACA RODAS
TEMA GENERAL
 INTRODUCCIÓN AL ESTUDIO DE LA HISTORIA MILITAR Y DE LA GUERRA.
 EVOLUCIÓN DEL ARTE DE LA GUERRA DESDE LA ANTIGÜEDAD HASTA
EL PRESENTE.
1. OBJETIVO
Al término de la materia los alumnos quedarán en condiciones de:
a.- Tener una comprensión clara del planeta tierra con sus diferentes elementos,
como el espacio geográfico y social en donde el ser humano escribe su historia.
b.- Tener una aproximación antropológica a los orígenes y evolución del ser
humano y su naturaleza agresiva como el germen para el conflicto y la guerra.
c.- Tener claro lo que es la historia militar en el ámbito de la historia general.
d.- Tener la concepción de las causas de la guerra desde diferentes teorías y sus
efectos en la sociedad humana.
e.- Conocer en los diferentes períodos históricos desde la antigüedad hasta
nuestros días los principales hechos bélicos, los escenarios geográficos y los
grandes conductores militares.
f.- Conocer y discutir la obra el “Porvenir de una ilusión” de Sigmund Freud, y
obtener conclusiones sobre el pasado y el futuro de la humanidad.
2.
METODOLOGÍA A EMPLEAR
Las clases serán de discusión de las exposiciones y/o presentaciones realizadas
por el profesor y de análisis de lecturas entregadas previamente las mismas que
serán expuestas por los grupos de trabajo.
Para la evaluación conceptual cada grupo de trabajo presentará un análisis de las
lecturas entregadas y/o un hecho bélico empleando la modalidad dada conocer por
el profesor de la materia durante las primeras horas de clases.
1
3. ORGANIZACIÓN DE LOS CONTENIDOS TEMÁTICOS Y CALENDARIO
Sesión número uno
04- diciembre 2006.
1 hora
Tema: Introducción a la materia:
a.-
Visión general desde un punto de vista geográfico acerca del planeta
Tierra.
b.-
Los grandes conjuntos de la Tierra.
c.-
Evolución de la población y su distribución geográfica.
d.-
Teoría evolucionista del ser humano y las primeras civilizaciones..
Sesión número dos
05- diciembre2006.
2 horas
Tema: El comportamiento agresivo del ser humano:
a.Extracto de los libros “nuestra especie” y “el mono desnudo”, que desde un
enfoque antropológico, sociológico, psicológico y etológico explican la conducta
agresiva del ser humano.
Análisis y discusión de la lectura presentada sobre el tema a cargo del grupo
número uno.
Sesión número tres
07-diciembre2006.
1 hora
Tema: La importancia del estudio de la historia militar.
a.Presentación de dos lecturas de la importancia del estudio de la historia
militar y su relación con el conflicto.
Análisis y discusión de la lectura presentada sobre el tema a cargo del grupo
número dos.
Sesión número cuatro
11-diciembre2006.
2 horas
Tema: Teorías sobre las causas de la guerra.
a.-
Presentación de la lectura “teorías sobre las causas de la guerra”.
Análisis y discusión de la lectura presentada sobre el tema a cargo del grupo
número tres.
Sesión número cinco
12-diciembre2006.
Tema: La guerra en la antigüedad.
2
a.-
La Batalla de Kadesh.
b.-
La Batalla de Cannas.
2 horas
Presentación a cargo del profesor de la materia.
Sesión número seis
13-diciembre2006.
2 horas
Tema: La guerra en la Edad Media.
Presentación a cargo del grupo número cuatro
Sesión número siete
Tema:
14-diciembre2006.
3 horas
La guerra en la Edad Moderna y época revolucionaria.
Presentación a cargo del grupo número cinco y seis.
Sesión número ocho
15-diciembre2006.
2 horas
Tema: La guerra en el siglo XX.
Presentación a cargo del grupo siete.
Sesión número nueve
18-diciembre2006.
1 hora
Tema: El porvenir de una ilusión.
Presentación a cargo del grupo número ocho.
4. BIBLIOGRAFÍA
a.- Extractos de lecturas seleccionadas, en donde consta la autoría de los
escritores. ( Democracia y Paz: Ensayo sobre las causas de la guerra de Juan
Salgado Brocal, Biblioteca Militar del Ejército de Chile; El Mono Desnudo: un
estudio del animal humano de Desmond Morris de editores PLAZA & JANES,
S.A.; NUESTRA ESPECIE de Marvin Harris, de Alianza Editorial)
b.- Enciclopedia del Arte de la Guerra, de Antonio Martínez Teixidó.
c.- Historia del Arte de la Guerra, del Mariscal Montgomery, Vizconde de Alamein,
EDITORIAL AGUILAR.
5. ASPECTOS A CONSIDERAR PARA LA EXPOSICIÓN DE LOS TRABAJOS.
Cuando se describe un hecho bélico se debe tener en cuenta especialmente estos
aspectos, sin que necesariamente constituya una camisa de fuerza, pueden
incorporarse o eliminarse de acuerdo a las necesidades de los investigadores, una
secuencia también es la del libro Enciclopedia del Arte de la Guerra:
1.
2.
3.
4.
5.
6.
7.
Antecedentes.
Geografía en la que se desarrolló.
Objetivo político.
Estrategia utilizada.
Táctica o medios con los que cuentan los mandos de los contendientes.
Operativo o desarrollo.
Conductores políticos y militares
3
8. Balance de resultados.
9. Bibliografía.
En el caso de las exposiciones de las lecturas se sugiere la siguiente secuencia:
1.
2.
3.
4.
5.
Introducción.
Marco teórico.
Análisis( este punto debe ser dividido en varios enfoques).
Conclusiones.
Enseñanzas concretas para nuestro quehacer.
Para que una acción de guerra sea calificada como batalla debe tratarse del
enfrentamiento de dos o más ejércitos, dotados de todos los principales elementos de
los que en esa época se dispone, (infantería y caballería en la antigüedad; infantería,
caballería y artillería en épocas posteriores; infantería, artillería, carros blindados,
aviación armada, medios de comunicación, servicios sanitarios, en la actualidad).
En las batallas pueden llegar a ser empleados cientos de miles de combatientes (así,
en la Batalla de Iwo Jima, para la toma de un islote de 20 kilómetros cuadrados,
Estados Unidos hizo participar a 250.000 hombres).
Se considera que se ha ganado una batalla cuando el oponente se ha rendido,
dispersado, ha sido obligado a retirarse, o se le ha dejado militarmente inútil para
acciones posteriores.
Pueden ocurrir enfrentamientos previos a una batalla como:
Escaramuza - una lucha a pequeña escala que involucra a un número
relativamente pequeño de combatientes; habitualmente sin un objetivo,
simplemente dos grupos que se enfrentan cuando entran en contacto.
Refriega - una escaramuza que incluye el uso de armas de fuego,
habitualmente de poco calibre, de manera intensa.
"http://es.wikipedia.org/wiki/Batalla"
6. COORDINACIONES PARA EL DESARROLLO DE LAS CLASES
a.
b.
4
El día sábado 02 de diciembre en el canal TELEAMAZONAS en el programa
ECOS, se pasará un documental sobre los orígenes del ser humano, favor
verlo en familia y de ser posible grabarlo, esto nos permitirá comentar el día
05 de diciembre.
Para el día 04 de diciembre, tener repasado la división política de los
continentes, en especial Europa y Asia.
(CONSIDERACIONES ETOLOGICAS Y ANTROPOLÓGICAS RESPECTO A LAS
CAUSAS DE LA AGRESIVIDAD HUMANA)
Con el propósito de adentrarnos en el estudio de las causas de la guerra y debido a
que es un hecho en el cual convergen los tratadistas de este tema a continuación se
exponen algunas consideraciones antropológicas de la conducta humana que
permiten comprender por qué en última instancia es la naturaleza humana la principal
variable en la gestación y desarrollo del fenómeno social llamado guerra.
Por esa razón, a continuación se reproduce un extracto de la obra “NUESTRA
ESPECIE”, de Marvin Harris, editora Alianza Editorial.
¿Les interesa tanto como a mí saber cómo, cuándo y dónde surgió por primera vez la
vida humana, cómo eran las primeras sociedades y los primeros lenguajes humanos,
por qué han evolucionado las culturas por vías diferentes pero a menudo
notablemente convergentes, por qué aparecieron las distinciones de rangos y por qué
las pequeñas bandas y aldeas dieron paso a jefaturas y éstas a poderosos Estados e
Imperios. Siente la misma curiosidad que yo por saber qué aspectos de la condición
humana están inscritos en nuestros genes y cuáles forman parte de nuestra herencia
cultural, en qué medidas son inevitables los celos, la guerra, la pobreza y el sexismo, y
qué esperanzas de sobrevivir tiene nuestra especie?. En tal caso, sigan leyendo.
A juzgar por la difusión universal de los mitos que explican cómo se creó el mundo y
cómo adquirieron los antiguos las facultades del habla y del dominio de las artes útiles,
en todo el mundo las gentes desean conocer las respuestas a estos interrogantes.
Pero quedan advertidos: la historia que voy a contar no va dirigida a ningún grupo ni a
ninguna cultura en particular, sino a los seres humanos de todas partes. ¿Están
dispuestos a mirar más allá del humo de sus propias chimeneas? ¿Están dispuestos a
ver el mundo en primer lugar como miembros de la especie a la que todos
pertenecemos y sólo después como miembros de una tribu, nación, religión, sexo,
clase, raza, tipo o muchedumbre humanos particulares? ¿Si? En tal caso sigan
leyendo.
El descubrimiento de que un buen número de estudiantes universitarios son incapaces
de reconocer los contornos de su propio país en un mapa o de determinar de qué lado
lucharon los rusos en la Primera Guerra Mundial ha suscitado acalorados debates en
torno a los problemas de los conocimientos que cualquier persona debe poseer para
ser considerada culta. Un remedio muy en boga consiste en elaborar listas definitivas
de nombres, lugares, acontecimientos y obras literarias capaces, se garantiza, de
sacar al inculto de su impenetrable ignorancia. Como antropólogo me preocupa tanto
la promulgación de tales listas como el vacío que pretenden formar. Redactadas
fundamentalmente por historiadores y celebridades literarias, se centran en
acontecimientos y logros de la civilización occidental. Además, guardan silencio sobre
las grandes transformaciones biológicas que llevaron a la desaparición de nuestros
antepasados sobre la faz de la tierra y dotaron a nuestra especie de una singular
capacidad para las adaptaciones de base cultural y también guardan silencio sobre
los principios evolutivos que configuraron la vida social de nuestra especie a partir de
un momento en que nuestros antepasados iniciaron “el despegue cultural”. De hecho
por tratarse de listas son intrínsecamente incapaces de enseñar nada acerca de los
procesos biológicos y culturales que condicionan nuestras vidas y enmarcan nuestro
destino. O para expresarme de una forma más positiva, considero, como antropólogo
que la misión mínima de toda reforma educativa moderna consiste en impartir una
perspectiva comparativa, mundial y evolutiva sobre la identidad de nuestra especie y
sobre lo que podemos y no podemos esperar que nuestras culturas hagan por
nosotros.
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Al defender una perspectiva tan humana, biosocial y evolutiva no deseo restarle
importancia al tradicional conocimiento local y particular. Vivimos y actuamos en
contextos locales y particulares y no tenemos más elección que empezar a conocer el
mundo desde dentro hacia fuera pero un exceso de particularismo, no poder ver el
mundo desde fuera hacia dentro, constituye una forma de ignorancia que puede ser
tan peligrosa como no saber las fronteras de los Estados Unidos. ¿Tiene sentido
conocer la historia de unos pocos estados, pero no saber nada de los orígenes de
todos los estados?
¿Debemos estudiar las guerras de unos cuantos países, pero no saber nada de la
guerra de todos los países?.
Ahora que ya he hecho constar mi protesta contra los redactores de listas, permítame
confesar que tenía algo parecido en mente al escribir este libro. En efecto, me he
preguntado qué he aprendido como antropólogo sobre nuestra especie que considere
que todos sus miembros deberían conocer. Y he tratado de presentar los resultados
de esta autorreflexión, ciertamente no en forma de lista, pero sí en forma de narración
concisa y ágil.
Por favor, júzguese este libro por lo que abarca no por lo que deja fuera. Quiero
contarles lo que he aprendido. Por desgracia, no he aprendido todo lo que me gustaría
saber y por eso hay tantas lagunas en mi relato. En particular me hubiera gustado
poder decir más cosas sobre la evolución de la música y las artes, pero éstos son
aspectos de la experiencia humana difíciles de comprender desde el punto de vista de
los procesos evolutivos. No tengo la más remota idea, por ejemplo de por qué algunas
tradiciones artísticas ponen énfasis en las representaciones realistas, en tanto en que
otras lo hacen en el dibujo abstracto o geométrico, ni tampoco de por qué los ritmos
africanos son generalmente más complejos que los de los amerindios. Tal vez
sepamos algún día más sobre las dimensiones emotiva, estética y expresiva de la vida
humana o puede que estas dimensiones resulten ser cosas que solo caben conocer
desde dentro y de manera particular, nunca desde una óptica general. Entre tanto, hay
mundos más que suficientes para explorar. Por lo tanto, permítaseme comenzar.
Comentario: lo anterior es el prefacio de la obra referida en la que el autor nos
posiciona para introducirnos en los orígenes de los actuales seres humanos y derivar a
partir de ahí una serie de comportamientos que desde el ámbito etológico y
psicológico van marcando la vida de los seres humanos.
A continuación se exponen capítulos cortos que son de interés par la materia de
Historia Militar y en particular de la comprensión que se necesita para conocer las
causas de la guerra, en el contexto del instinto de agresión humana.
En un principio
En un principio era el pie. Hace cuatro millones de años, antes de adquirir el uso de la
palabra o de la razón, nuestros antepasados ya caminaban erguidos sobre dos pies.
Otros simios conservaban el pie en forma de mano, propio de nuestro común pasado
trepador y arborícola. Seguía, pues, dotados de cuatro manos. Los dedos de los pies
eran grandes como pulgares y podían tocar todos los demás; servían para colgarse de
rama en rama y alcanzar la fruta alta situada lejos del suelo, pero no para soportar
todo el peso del cuerpo. Cuando abajaban a tierra, para ir de una mata de frutales a
otra caminaban generalmente a cuatro patas, tal vez como los gorilas y chimpancés
modernos que se desplaza con ayuda de patas cortas y gordezuelas, provistas de pies
planos con el dedo gordo muy separado y largos brazos en línea recta desde los
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hombros hasta los nudillos. O quizá utilizaran las manos como los orangutanes
modernos para caminar con los puños, al igual que los grandes simios, podían
permanecer de pie o caminar a dos partas, aunque solo momentáneamente y en
pequeñas distancias. Sus pies no solo eran inapropiados para permanecer o caminar
erguidos, sino que sus patas y nalgas carecían de los músculos que mantienen en
posición vertical a los seres humanos. Así mismo, la columna vertebral describía un
simple arco carente de la convexidad estabilizadora que los humanos presentan en la
región lumbar. A dos patas, más que caminar se tambaleaban, por lo que alzaban los
brazos para guardar el equilibrio, quedando éstos inútiles para transportar objetos,
excepto en distancias cortas.
Nuestros antepasados simios eran diferentes, tenían pie como los nuestros cuyos
dedos no podían doblarse para así, o recoger objetos y que servían principalmente
para permanecer de pie, correr, saltar o dar patadas. Todo lo demás era
responsabilidad de las manos.
Mientras las manos tuvieron que hacer el trabajo de los pies, quedó menguada su
habilidad como tales manos. Los grandes simios tuvieron que desarrollar un pulgar
corto y regordete para no pisárselo al caminar con los nudillos o con los puños.
Cuando el pulgar se hizo más grande y robusto, nuestros antepasados simios,
empezaron a poseer los más poderosos y tenaces, y sin embargo, los más delicados y
precisos cuartos delanteros manipuladores del reino animal.
¿Por qué creó la naturaleza un simio que caminase a dos patas? La respuesta tiene
que encontrarse en la capacidad con que una criatura tal cuente para medrar en el
suelo. Ningún animal grande camina por las ramas de los árboles y, menos aún, salta
con dos patas de rama en rama. Pero el simple hecho de vivir en el suelo no sirve para
explicar que vayamos erguidos. Vivir en el suelo es, ni más ni menos, lo que mejor
hace la mayoría de los mamíferos, que, sin embrago (de los elefantes a los gatos,
caballos y babuinos), se desplazan a cuatro patas. Un simio bípedo y bimano sólo
tiene sentido desde el punto de vista de la evolución, porque podía hacer en el suelo
algo que ninguna otra criatura había hecho nunca tanto ni tan bien: utilizar las manos
para fabricar y transportar herramientas, y utilizar herramientas para satisfacer las
necesidades cotidianas.
La prueba, en parte, se encuentra en nuestra dentadura. Todos los simios actuales
poseen caninos protuberantes “los colmillos” que sirven para abrir frutos de cáscara
dura, para cortar bambú, y también como armas que enseñan para amenazar o que se
emplean en combate contra depredadores o rivales sexuales. Pero nuestros primeros
antepasados bípedos y bimanos, carecían de colmillos. Los incisivos que tenían eran
ya de por sí pequeños; los molares anchos y planos; las mandíbulas funcionaban más
para moler y triturar que para herir y cortar. Luego, estos antepasados descolmillados,
¿eran inofensivos? Lo dudo mucho la dentición humana transmite un mensaje
diferente y más inquietante: son más de temer quienes blanden los palos más grandes
que quienes enseñan los dientes más grandes.
El árbol de la vida
Queda la cuestión de saber dónde y cuándo apareció el afarensis. En el período
comprendido entre cuatro y ocho millones de años, el registro fósil sobre el origen de
los homínidos aparece casi en blanco. Todo lo que sabemos es que hace ocho
millones de años vivieron en África varios tipos de simios extinguidos hace mucho
tiempo, unos grandes, otros pequeños que se caracterizaban por presentar gran
diversidad de mandíbulas y dientes. Losa especialistas en evolución de primates no
humanos ha propuesto de vez en cuando a una u otra de estas criaturas como
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antepasados de los homínidos. Pero no ha podido probarse ninguna de estas
afirmaciones….
Para hacerse una idea de los antepasados del afarensis pueden utilizarse a falta de
fósiles varios métodos de químicos. Un conjunto de procedimientos se basa en el
análisis de las cadenas de aminoácidos presentes en proteínas como la hemoglobina.
Cuanto mayor es el parecido entre las cadenas, más estrecha es la relación entre las
especies. Las técnicas recombinantes que determinan las secuencias reales de
pares básicos presentes en los genes permiten conseguir mediciones más precisas de
las diferencias genéticas entre dos especies. Con otro procedimiento se mide la fuerza
respectiva de las reacciones inmunológicas creadas por la introducción de una
sustancia extraña determinada en la sangre de dos especies diferentes. Cuanto más
parecida es la fuerza de la reacción, más cercano es el parentesco entre las especies.
Como cabía esperar de los datos anatómicos, todos estos procedimientos muestran
que los humanos y los simios vivientes de África (chimpancés y gorilas) tienen entre sí
una relación más estrecha que con otras especies.
Las técnicas inmunológicas pueden utilizarse también para calcular el tiempo
transcurrido desde el comienzo de la separación de dos especies, siempre que las
diferencias inmunológicas se acumulen al mismo ritmo durante un largo período de
tiempo. Basándose en este supuesto, Vincent Sarich, de la Universidad de California
en Berkeley considera que los gorilas, chimpancés y seres humanos tuvieron un
antepasado común hace no más de seis millones de años, lo que significa que el
afarensis nos sitúa a uno o dos millones de años del antepasado común de los
grandes simios y de los homínidos.
El árbol de la vida ha crecido, ramificándose, y echando tallos y retoños durante más
de tres mil millones de años. Entre las ramas que pertenecen al orden de los primates,
existe una con treinta millones de años que corresponde a los simios. En los retoños
que florecen al final de una de las ramificaciones de esta rama se sitúan los grandes
simios vivos de África. Cerca, en un lugar oculto aún por el follaje, las ramas de los
simios da origen a la que ocupa nuestra familia zoológica: los homínidos. Nuestra
especie, género Homo, especie Sapiens (Homo Sapiens), es un retoño de una ramita
situada al final de ésta.
El enigma del hombrecillo habilidoso
La siguiente cuestión consiste en saber de qué modo estaban emparentados los
australopitecus con el género Homo. Los equipos de científicos que trabajan en las
excavaciones del Valle del Rift han realizado los descubrimientos más importantes en
la materia. En primer lugar, descubrieron que los erectus vivían tanto en África como
en el Viejo Mundo, y lo que es más importante. Que vivieron en África hace 1,6
millones de años, mucho antes que cualquier otro lugar.
Además establecieron la existencia de otras especies de homínidos que pudieron
haber constituido el eslabón entre el afarensis y el erectus. Identificadas por primera
vez en el desfiladero de Oldubai (Tanzania), dichas especies florecieron hace 2 a 1,8
millones de años. Poseían un volumen cerebral que oscilaba entre 650 y 775 cm3., a
diferencia de los australopitecus que andaban entre los 450 y 500, y del erectus, entre
900 y 1000 cm3. Cerca de los restos de cráneo del nuevo homínido, se encontró un
yacimiento de toscas herramientas de piedra, que en su mayor parte corresponde a
hachas de mano y lascas, que se fabricaban tallando el extremo de un nódulo de silex
del tamaño de un puño. Convencido de que un australopitecus sería incapaz de
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fabricar herramientas de piedra, Louis Leakey decidió que su nuevo hallazgo y no el
del erectus tendría el honor de ser el primer miembro del género Homo y le dio en el
acto el nombre de Homo hábilis “el humano habilidoso”. Yo, para abreviar, le llamará el
hábilis.
Como la capacidad craneal del habilis se sitúa entre la del afarensis y la del erectus,
todo el mundo supuso que sus dimensiones corporales se situarían también entre las
de ambos. El descubrimiento en 1986 de los huesos de las extremidades de una
hembra habilis en el desfiladero de Oldubai destruyó esta suposición. Así mismo, está
obligándonos a replantearnos completamente si la fabricación de las herramientas de
piedra constituye una base adecuada para clasificar a los miembros del género Homo
El hábilis parece haber medido poco más de 91 cm., exactamente como la diminuta
afarensis bautizada con el nombre de Lucy. Presenta todavía dedos de pies y manos
algo curvos, brazos largos y piernas cortas, que revelan un género de vida en el que
la facultad de trepar a los árboles seguía desempeñando un papel de cierta
importancia. Salvo por su mayor cerebro y aparecer asociado a herramientas líticas
prácticamente no se le puede distinguir de los primeros australopitecus, lo que plantea
dudas sobre si debe considerársele miembro del género Homo. Sólo 200.000 años
(muy poco desde el punto de vista de la Geología) separan la hábiles del erectus, cuya
altura oscilaba entre los 180 cm. o más de los machos y los 150 cm. de las hembras. A
pesar de tener un cerebro algo más pequeño, los australopitecus gráciles,
contemporáneos del hábilis, no pueden descartarse como plausibles antepasados del
erectus. Louis Lakey puso en primer plano al hábilis, esencialmente porque apareció
asociado a herramientas de piedras sencillas. Aunque nunca se han encontrado
herramientas de piedra en asociación estrecha con un australopitecus grácil, existe
una razón de peso para concluir que al menos algunos tipos de australopitecus
fabricaron herramientas semejantes. Las primeras hachas de piedra y lascas
proceden de yacimientos situados en el Valle de Omo y en Gona, en la región de
Hadar (Etiopía). Por el método de potasioargón, los investigadores han establecido
una fecha definitiva de 2,5 millones de años para las herramientas de Omo y una
provisional de 1,3 millones de años para las de Gona. ¿Pero, con qué finalidad
fabrican las herramientas? Si fabricaban herramientas de piedra, sin duda eran
capaces de fabricar herramientas con materiales más perecederos. ¿Cómo eran éstas
y para qué servían?
Se puede concluir por lo dicho y por los experimentos realizados con chimpancés
modernos en estado de cautividad, que nuestros primeros antepasados empleaban
seguramente las herramientas, no de manera ocasional ni por desesperación sino
cotidianamente como parte esencial de su modo de vivir.
Si, una mañana hace 5 millones de año, hubiésemos estado presentes en el confín de
la selva con la sabana, habríamos vislumbrado la siguiente escena: nuestros
antepasados, todavía en las sombras, permanecían de pie, oteando nerviosos el
panorama soleado. A cierta distancia, hubiera podido confundírseles fácilmente con
una familia de chimpancés, excepto que cuando comenzaron a avanzar por la hierba
se mantuvieron erguidos. Todos los adultos sostenían un palo afilado en la mano.
Aquella mañana se había dado cita allí toda nuestra historia: todo lo que íbamos a
hacer y todavía podemos ser.
Desde el punto de vista etológico y psicológico conviene ahora haciendo un viaje en el
tiempo situarnos en aquel momento de la evolución en la que por supervivencia
nuestros predecesores inician a luchar con sus congéneres para esto, se requiere una
aproximación a la comprensión de la naturaleza de nuestros impulsos agresivos, como
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especie nos preocupa tanto la violencia de masas y destructora de masas de los
tiempos actuales.
Los animales luchan entre sí por una de dos razones: para establecer su dominio en
una jerarquía social, o para ser valer sus derechos territoriales sobre un pedazo
determinado de suelo. Algunas especies son puramente jerárquicas, sin territorios
fijos.
Otras, son puramente territoriales, sin problemas de jerarquía. Otras, tienen jerarquía
en sus territorios y han de enfrentarse con ambas formas de agresión.
Nosotros pertenecemos al último grupo: las dos cosas nos atañen. Como primates
heredamos la carga del sistema jerárquico. Este es un elemento básico de la vida de
los primates. El grupo se mueve continuamente y raras veces permanece en un sitio el
tiempo suficiente para fijarse en un territorio. Pueden surgir ocasionales conflictos
entre grupos, pero son conflictos débilmente organizados, espasmódicos y
relativamente poco importantes en la vida del mono corriente. El “orden del picotazo”
(llamado así, porque se estudió por primera vez en relación con los polluelos) tiene,
por otra parte una significación vital en su vida cotidiana, e incluso en todos sus
momentos. En casi todas las especies de cuadrúmanos, existe una jerarquía social
rígidamente establecida, con un macho dominante encargado de gobernar el grupo, y
con todos los demás sometidos a él en diferentes grados de subordinación. Cuando se
hace demasiado viejo o achacoso para mantener su dominio, es derrocado por otro
macho más joven y vigoroso, el cual asume el mando de jefe de la colonia. (En
algunos casos, el usurpador asume literalmente el mando, en forma de capa de largos
pelos) Como sus huestes se mantienen siempre unidas, su papel de tirano del grupo
resulta absolutamente eficaz. Pero, a parte de esto, es invariablemente el mono más
pulcro, más bien educado y más sexual de la comunidad.
No todas las especies de primates son violentamente dictatoriales en su organización
social. Casi siempre hay un tirano, pero éste es a veces benigno y tolerante, como en
el caso del poderoso gorila. Comparte las hembras con los machos inferiores, se
muestra generoso a la hora de comer, y solo impone su autoridad cuando surge algo
que no puede ser compartido, o cuando hay señales de rebelión, o cuando se
producen reyertas entre los miembros más débiles.
Naturalmente, este sistema básico tenía que cambiar cuando el mono desnudo se
convirtió en cazador cooperativo y con una residencia base. Lo mismo que ocurrió con
el comportamiento sexual, el típico sistema primate tenía que modificarse para
adaptarse a su nuevo papel de carnívoro. El grupo tenía que hacerse territorial. Tenía
que defender la región de su base estable. Debido al carácter cooperativo de la caza,
esto tenía que hacerse, más que individualmente, sobre una base de grupo. Dentro del
grupo, el sistema de jerarquía tiránica de la colonia corriente de primates tenía que
modificarse considerablemente, con objeto de asegurarse la plena colaboración de los
miembros más débiles cuando se salía de caza. Pero no podía abolirse
completamente. Si había que tomar alguna decisión enérgica…….
Aunque este capítulo está dedicado al comportamiento de lucha, sólo hemos tratado,
hasta ahora, de los métodos de evitar el verdadero combate. Cuando la situación
degenera, al fin, en contacto físico directo, el mono desnudo –desarmado- se
comporta de un modo que contrasta curiosamente con el que observamos en otros
primates. Para éstos, los dientes son el arma más importante; en cambio, para
nosotros, lo son las manos. Ellos agarran y muerden; nosotros agarramos y
apretamos, o golpeamos con los puños cerrados. Sólo en los niños muy pequeños
juegan los mordiscos, en los combates sin armas, un papel importante. Naturalmente,
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los músculos de sus brazos y de sus manos no están aún lo bastante desarrollados
para producir un gran impacto.
Actualmente, podemos presenciar combates entre adultos desarmados en numerosas
versiones altamente estilizadas, tales como la lucha libre, el judo y el boxeo; pero, en
su forma primitiva y no modificada, son bastante raros. En el momento en que se inicia
un combate en serio, salen a relucir armas artificiales de alguna clase. En su forma
más tosca, éstas son arrojadas o empleadas como prolongación del puño para
descargar terribles golpes. En circunstancias especiales, también los chimpancés han
empleado esta forma de ataque. En efecto, se les ha podido observar, en condiciones
de semicautiverio, asiendo una rama y golpeando con ella el cuerpo de un leopardo
disecado, o bien cogiendo pellas de tierra y arrojándolas a los transeúntes por encima
de una zanja llena de agua. Pero esto no demuestra que empleen los mismos medios
en estado salvaje, y mucho menos que se sirvan de ellos en sus disputas entre rivales.
Sin embargo, ello nos da una indicación sobre la manera en que probablemente
empezó la cosa, cuando se inventaron las primeras armas ratifícales como medios de
defensa contra otras especies o como instrumentos para matar a la presa. Su empleo
para la lucha dentro de la especie fue, casi con toda seguridad un giro secundario;
pero, una vez inventadas las armas, pudieron emplearse para cualquier emergencia,
independientemente de las circunstancias.
La forma más sencilla de arma artificial es el objeto natural, duro, sólido y no
modificado de piedra o de madera. Con un sencillo mejoramiento en la forma de estos
objetos, las primitivas acciones de lanzarlos y golpear con ellos se vieron
incrementadas con movimientos adicionales de alancear, tajar y cortar y apuñalar.
El siguiente paso importante en los métodos propios del comportamiento de ataque
fue el aumento de la distancia entre el atacante y su enemigo, y poco ha faltado para
que este paso fuese nuestra ruina. Las lanzas pueden producir efectos a distancia,
pero su alcance es muy limitado. Las flechas son más eficaces, pero es difícil hacer
puntería con ellas. Las armas de fuego llenan dramáticamente esta laguna, pero las
bombas caídas del cielo tienen todavía mayor alcance, y los cohetes tierra-tierra
pueden llevar aún más lejos el “golpe” del atacante. Resultado de esto es que los
rivales, en vez de ser derrotados, son indiscriminadamente destruidos. Como se ha
explicado anteriormente, la finalidad de la agresión dentro de la misma especie y a
nivel biológico, es el sometimiento, no la muerte, del enemigo. No se llega a las
últimas fases de destrucción de la vida porque el enemigo huye o se rinde. En ambos
casos, se pone fin al choque agresivo: la disputa ha quedado dirimida. Pero desde el
momento en que el ataque se realiza desde tal distancia que los vencedores no
pueden percibir las señales de apaciguamiento de los vencidos, la agresión violenta
prosigue y lo arrastra todo. Ésta sólo puede detenerse ante la sumisión abyecta, o
ante la fuga en desbandada del enemigo. Ninguna de ambas cosas puede ser
observada a la distancia de la agresión moderna, y su resultado es la matanza en
masa, a escala inaudita entre las demás especies.
Nuestro espíritu de colaboración, peculiarmente desarrollados, ayuda y fomenta esta
mutilación. Cuando, en relación con la caza, mejoremos esta importante cualidad, nos
fue de gran utilidad; pero ahora se ha vuelto contra nosotros. El fuerte impulso de
asistencia mutua a que dio origen ha llegado a ser capaz de producir poderosas
excitaciones, en circunstancias de agresión dentro de la especie. La lealtad en la caza
se convirtió en lealtad en la lucha, y así nació la guerra. Por curiosa ironía, la evolución
del impulso, profundamente arraigado, de ayudar a nuestros compañeros fue la causa
principal de todos los grandes horrores de la guerra. Él ha sido el que nos ha
empujado y nos ha dado nuestras letales cuadrillas, chusmas, hordas y ejército. Sin él,
éstos carecerían de cohesión, y la agresión volvería a ser “personalizada”.
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Se ha sugerido que, debido a que evolucionamos como cazadores especializados, nos
convertimos automáticamente en cazadores rivales, y que por esta razón llevamos en
nosotros una tendencia innata a asesinar a nuestros oponentes. Como ya he
explicado, las pruebas lo desmienten. El animal quiere la derrota del enemigo, no su
muerte; la finalidad de la agresión es el dominio, no la destrucción, y, en el fondo, no
parecemos diferentes, a este respecto, de otras especies. No hay razón alguna para
que no sea así. Lo que ocurre es que, debido a la cruel combinación del ataque a
distancia con el cooperativismo del grupo, el primitivo objetivo se ha borrado a los ojos
de los individuos involucrados en la lucha. Ésos atacan, ahora, más para apoyar a sus
camaradas que para dominar a sus enemigos, y su inherente susceptibilidad al
apaciguamiento directo tiene poca o ninguna oportunidad de manifestarse. Este
desgraciado proceso puede llegar a ser nuestra ruina y provocar la rápida extinción de
la especie.
Como es natural, este dilema ha producido grandes quebraderos de cabeza. La
solución más preconizada es el desarme mutuo y masivo; más para que éste fuese
eficaz tendría que llevarse a un extremo casi imposible, que asegurarse que todas las
luchas futuras se realizaran en forma de combates cuerpo a cuerpo, donde pudiesen
operar de nuevo las señales directas y automáticas de apaciguamiento. Otra solución
es “despatriotizar” a los miembros de los diferentes grupos sociales; pero esto sería
actuar contra un rasgo biológico fundamental de nuestra especie. En cuanto se
establecieran alianzas en una dirección, se romperían en otra. La tendencia natural a
formar grupos sociales internos no podría eliminarse nunca sin un importante cambio
genético en nuestra constitución, un cambio que produciría automáticamente la
desintegración de nuestra compleja estructura social.
Una tercera solución es inventar y fomentar sucedáneos inofensivos y simbólicos de la
guerra; pero si éstos fuesen realmente inofensivos servirían muy poco para resolver el
verdadero problema. Vale la pena recordar aquí que este problema, a nivel biológico,
es de defensa territorial de grupo, y, dada la enorme superpoblación de nuestra
especie, también de expansión territorial de grupo. Ningún estrepitoso partido
internacional de fútbol puede solucionar una cosa así.
Una cuarta solución sería el mejoramiento del control intelectual sobre la agresión. Ya
que nuestra inteligencia nos metió en el lío, se dice, a ella toca sacarnos de él.
Desgraciadamente, cuando se trata de cuestiones tan fundamentales como a defensa
territorial, nuestros centros cerebrales superiores son demasiado sensibles a las
presiones de los inferiores. El control intelectual puede llegar hasta aquí, pero no más
lejos. En último término, es poco de fiar, u in solo acto emocional, sencillo e
irrazonable, puede deshacer todo lo bueno que se haya logrado.
La única solución biológica sensata es una despoblación masiva o una rápida invasión
de otros planetas por la especie, combinados, si es posible, con los cuatro sistemas de
acción ya mencionados. Sabemos que si nuestra población sigue creciendo al
terrorífico ritmo actual, aumentará trágicamente la agresividad incontrolable. Esto ha
sido rotundamente probado mediante experimentos de laboratorio. La gran
superpoblación producirá violencias y tensiones sociales que destruirán nuestras
organizaciones comunitarias mucho antes de que nos muramos de hambre. Actuará
directamente contra el mejoramiento del control intelectual y aumentará terriblemente
las probabilidades de la explosión emocional. Esta situación sólo puede evitarse
mediante una sensible reducción de la natalidad. Desgraciadamente, se presentan
para ello dos graves obstáculos. Como ya se ha explicado, la unidad familiar -que
sigue siendo la unidad básica de todas nuestras sociedades- es un aparato de
procreación que ha evolucionado hacia su estado actual, avanzado y complejo como
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un sistema de producción, de protección y de desarrollo de los nuevos retoños. Si esta
función se reduce efectivamente o es totalmente suprimida, se debilitarán los lazos
entre la pareja, y esto producirá también el caos social. Por otra parte, si hacemos un
intento selectivo para contener la marea de la sangre, permitiendo a unas parejas la
libre procreación, y prohibiéndolo a otras, esto será en contra del cooperativismo
esencial de la sociedad.
La cuestión, en simples términos numéricos, que si todos los miembros adultos de la
sociedad forman parejas y procrean, deberían producir únicamente dos retoños por
pareja para que la comunidad se mantuviese en un nivel estable. En tal caso, cada
individuo se sustituiría a sí mismo. Y, sí tenemos en cuenta que un pequeño
porcentaje de la población se abstiene de aparearse y de procrear, y que siempre
habrá muertes prematuras, por accidentes y otras causas,, aquel promedio de hijos
podría ser ligeramente superior. Pero incluso esto significaría un pesado inconveniente
para el mecanismo de la pareja. Al disminuir la carga de los hijos, habría que hacer
mayores esfuerzos en otras direcciones para mantener firmes los lazos entre la pareja.
Pero este peligro es, a largo plazo, mucho menor que el de una superpoblación
agobiante.
En resumidas cuentas, la mejor solución para asegurar la paz mundial es el fomento
intensivo de los métodos anticonceptivos o del aborto. El aborto es una medida
drástica y puede acarrear graves trastornos emocionales. Además, una vez formado el
feto por el acto de la fertilización, existe ya un nuevo individuo que es miembro de la
sociedad, y su destrucción sería un verdadero acto de agresión, que es precisamente
la forma de comportamiento que tratamos de evitar. Los anticonceptivos son,
indudablemente, preferibles, y los grupos religiosos o “moralizadores” que se oponen a
ellos deben comprender que con su campaña se acrecienta el peligro de la guerra.
Sexo, caza y fuerza mortal
Por término medio, los hombres miden 11,6 centímetros más que las mujeres. Éstas
poseen huesos más ligeros y, por lo tanto, pesan menos en relación con su altura (la
grasa pesa menos que el músculo) que los hombres. Dependiendo del grupo de
músculos que se contraste, las mujeres vienen a tener entre dos terceras y tres
cuartas partes de la fuerza de los varones. Las mayores diferencias se concentran en
brazos, pecho y hombros. No hay que extrañarse, pues, de que en las competiciones
atléticas los hombres alcancen mejores resultados que las mujeres. En tiro con arco,
por ejemplo, la marca femenina de distancia con arco manual se halla a un 15% de la
masculina. En las pruebas con arco compuesto, la diferencia es del 30%. En
lanzamiento de jabalina, si sitúa en el 20%. Añádanse a estas diferencias una brecha
del 10% en las diversas categorías de carreras de corta, media y larga distancia.
Como señalé antes, en la maratón la diferencia es del 9%, igual que en los 100
metros, pero menor que en las distancias intermedias, donde se sitúa
aproximadamente en el 12%. Aunque los programas de entrenamiento y los incentivos
psicológicos mejoran las marcas atléticas femeninas, son remotas las perspectivas de
que se llegue algún día a acortar de manera significativa la actual distancia en los
deportes basados en la fuerza y el desarrollo musculares (salvo, quizá, en un
hipotético futuro, mediante ingeniería genética).
Partiendo de lo que saben los antropólogos sobre las sociedades del nivel de las
bandas y aldeas, creo que podemos estar relativamente seguros de que, durante el
período inicial posterior al despegue, estas diferencias fueron responsables de la
selección recurrente del sexo masculino como sexo encargado de la caza mayor.
Existen unas pocas excepciones –en la sociedad agta de Filipinas, por ejemplo,
algunas mujeres cazan cerdos salvajes-, pero en el 95% de los casos los hombres se
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especialización en abatir las piezas de caza mayor. Que las primeras especies
homínidas presapiens y protoculturales presentasen o no esta misma división de
trabajo es una cuestión sobre la que no me he de pronunciar, pues no podemos
extrapolar desde los actuales cazadores-recolectores hasta épocas tan remotas. Los
varones fueron objeto de selección cultural como cazadores de animales de gran
tamaño porque sus ventajas en cuanto a altura, peso y fuerza muscular los hacían en
general más eficaces que las mujeres para este cometido. Además, las ventajas
masculinas en el uso de armas cinegéticas manuales, basadas en las que se acaban
de enumerar, aumentan considerablemente durante los largos meses en que la
movilidad de las mujeres se ve reducida debido al embarazo y la lactancia.
Las diferencias anatómicas y fisiológicas ligadas al sexo no impiden que las mujeres
participen hasta cierto punto en la caza. Pero la opción sistemáticamente racional es
entrenar a los varones, no a las mujeres, para que se encarguen de la caza mayor, en
particular, porque las segundas no sufren jamás desventaja alguna a la hora de cazar
animales de pequeño tamaño o de recolectar frutos, bayas o tubérculos silvestres,
elementos de importancia análoga a la caza mayor en la dieta de muchos grupos
cazadores-recolectores.
La selección de los varones para la caza mayor implica que al menos desde el
Paleolítico éstos han sido los especialistas en la fabricación y uso de armas tales
como lanzas, arcos y flechas, arpones y bumerangs; armas que tienen la capacidad de
herir y matar seres humanos, además de animales. No afirmo que el control
masculino de estas armas lleve automáticamente a la dominación masculina y al doble
rasero en la conducción sexual. Al contrario, en muchas sociedades cazadorasrecolectoras con división sexual del trabajo entre varones cazadores-recolectores se
dan relaciones casi igualitarias entre los sexos. Por ejemplo, Eleanor Leacock observa
a propósito de su trabajo de campo entre los cazadores montagnais-naskapis del
Labrador: “Me permitieron entrever un grado de respeto y consideración por la
individualidad de los demás, independientemente de su sexo, que hasta entonces
nunca había conocido”. Y en su estudio sobre los mbutis, que habitan en las selvas del
Zaire. Colin Turnbull comprobó que existía un elevado nivel de cooperación y
comprensión mutua entre uno y otro sexo y que las mujeres estaban investidas de una
autoridad y un poder muy considerable. El varón Mbuji, pese a sus habilidades con
arcos y flechas, no se estima superior a su esposa: “Ve en sí mismo al cazador; ahora
bien, sin esposa no podría cazar y aunque ser cazador es más divertido que ser
ojeador o recolector, sabe que el grueso de su dieta proviene de los alimentos que
recolectan las mujeres.”
La biografía de Nisa que debemos a Marjorie Shostak muestra que los ¡kung son otra
sociedad cazadora-recolectora en la que prevalecen relaciones prácticamente
igualitarias entre ambos sexos. Shostak afirma que los ¡kung no muestran ninguna
predilección entre niños y niñas. En cuestiones relacionadas con la crianza de los
hijos, ambos progenitores se ocupan de orientar a la prole y la palabra materna tiene
más o menos el mismo peso que la paterna. Las madres desempeñan un papel
importante al elegir cónyuge para los hijos y, después del matrimonio, las parejas
¡kung se instalan cerca de la familia de la esposa con tanta frecuencia como cerca de
la del marido. Las mujeres puede disponer a su antojo de cualquier alimento que
encuentre y lleven al campamento.
“En general, las mujeres ¡kung disfrutan de un grado de autonomía sorprendente tanto
sobre sus propias vidas como sobre las de sus hijos. Educadas en el respecto de su
propia importancia en la vida comunitaria, las mujeres ¡kung llegan a ser adultos
polifacéticos y pueden ser eficaces y agresivas, además de maternales y
cooperativas.”
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Con todo, no puedo estar de acuerdo con Eleanor Leacok y otras antropólogas
feministas que afirman que en las sociedad cazadoras-recolectoras. Como señala
Shostak refiriéndose a los ¡kung: “Los varones ocupan a menudo puestos influyentes –
como portavoces del grupo o curanderos- y su autoridad relativamente mayor en
muchos ámbitos de la vida ¡kung la reconocen hombres y mujeres por igual.” Los ritos
de iniciación masculina se realizan secreto; los de las mujeres, en público. Si una
mujer menstruante toca las flechas de un cazador, las presas de éste escaparán; en
cambio. Los varones nunca contaminan lo que tocan. Por lo tanto, los ¡kung no llegan
a tener un conjunto perfectamente equilibrado de papeles sociosexuales iguales
aunque separados.
Lo mismo cabe decir de los mbutis. Turnbull escrite “que los cazadores (estos es, los
varones) pueden considerarse como los dirigentes políticos del campamento y que en
este aspecto las mujeres son casi, si no del todo, iguales a los hombres”. Ahora bien,
“se considera bueno pegar un poco a la esposa”, aun cuando “se espere que ésta
responda con golpes a los golpes”, y para los niños “la madre está asociada con el
cariño” y “el padre con la autoridad”.
Richard Lee registró treinta y cuatro casos de peleas a mano limpia sin consecuencias
mortales entre los ¡kung. En catorce de ellos se trató de agresiones de hombres contra
mujeres; solamente uno tuvo por objeto una agresión femenina contra un varón. Lee
señala que, pese a la mayor frecuencia de las agresiones iniciadas por varones, “las
mujeres peleaban con fiereza y a menudo propinaban tantos o más golpes de los que
recibían”. Es posible, sin embargo, que en estos incidentes los varones se moderaron
debido a la presencia de un policía del gobierno, recién instalado, y que por ello no
utilizaran sus armas. Buceando en el pasado, Lee descubrió que antes de su trabajo
de campo se había producido unos veintidós homicidios. Ninguno de los homicidas era
mujer, pero si dos de las víctimas. Lee dedujo de estos datos que los varones no
disponían de tanta libertad para cebarse en las mujeres como en las sociedad
machistas auténticamente opresivas. Pero otra interpretación parece más acertada. A
lo mejor, las mujeres ¡kung eran timoratas en el pasado, cuando no había policías por
los alrededores, y se cuidaban de no buscar pelea con los hombres, conscientes del
peligro mortal que corrían si a éstos les daba por utilizar sus lanzas y flechas
envenenadas.
¿Por qué son las mujeres en las sociedades cazadoras-recolectoras casi pero no del
todo iguales a los hombres en los ámbitos de la autoridad política y la resolución de
conflictos? Creo que se debe al monopolio masculino de la fabricación y uso de armas
de caza, combinado con las ventajas del varón en cuanto a peso, altura y fuerza
muscular. Entrenado desde la infancia para cazar animales de gran tamaño, el hombre
puede ser más peligroso y, por lo tanto, desplegar una mayor capacidad de coerción
que la mujer cuando estallan conflictos entre ambos. “Soy un hombre. Poseo mis
flechas. No me da miedo morir”, afirma el cazador ¡kung cuando las discusiones
empiezan a salirse de madre. Si esta es la reacción de unos hombres entrenados para
matar animales, ¿cuál será la de unos que hayan sido entrenados para matar seres
humanos? ¿Qué destino les espera a las mujeres cuando los cazadores de caza entre
sí?
¿Guerreras?
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Siempre que las condiciones han favorecido la intensificación de las actividades
bélicas en las sociedades del nivel de las bandas y aldeas, también se ha intensificado
la subordinación política y doméstica de las mujeres. El antropólogo Brian Hayden y
sus colaboradores de la Universidad Simon Frazer contrastaron esta teoría sobre una
muestra de treinta y tres sociedades cazadoras-recolectoras. La correlación entre bajo
status femenino y aumento de las muertes en choques armados fue “inesperadamente
elevada”. “Las razones de la abrumadora dominación masculina en sociedades en que
la guerra tiene gran peso –observaba Hayden y los demás coautores- parecen
relativamente claras. Las vidas de los miembros del grupo dependen en mayor medida
de los varones y de su elevación de las condiciones sociales y políticas. En tiempos de
guerra, las funciones confiadas a los varones son sencillamente más decisivas para la
supervivencia del colectivo que el trabajo femenino. Además, la agresividad masculina
y el uso de la fuerza que fomentan la guerra y el combate convierten la oposición
femenina a las decisiones del varón en algo no solamente inútil sino también
peligroso.”
Los hombres, no las mujeres, recibían entrenamiento para ser guerrero y, por lo tanto,
para mostrar mayor arrojo y agresividad, y ser más capaces de dar caza y muerte, sin
piedad ni remordimiento, a otros seres humanos. Los varones fueron seleccionados
para el papel de guerreros porque las diferencias anatómicas y fisiológicas vinculadas
al sexo, que favorecieron su selección como cazadores de animales, también
favorecieron su selección como cazadores de hombres. En el combate con armas
manuales, dependientes de la fuerza muscular, la ligera ventaja del 10 al 15% de que
disfrutan los varones sobre las mujeres en las competiciones atléticas pasa a ser una
cuestión de vida o muerte, mientras que las limitaciones que el embarazo impone a la
mujer constituyen una desventaja todavía mayor en la guerra que en la caza, sobre
todo en sociedades preindustriales que carecen de técnicas anticonceptivas eficaces.
No, no he olvidado que en sociedades más evolucionadas las mujeres han formado
brigadas de combate y luchado al lado de los hombres como guerrilleras y terroristas y
que en la actualidad gozan de cierto grado de aceptación como agentes de policía,
funcionarios de prisiones y cadetes de academias militares. Es cierto que miles de
mujeres sirvieron en unidades de combate en la revolución rusa y en la Segunda
Guerra Mundial, en el frente ruso, así como en el Vietcong y otros muchos
movimientos guerrilleros. Pero esto no altera la importancia de la guerra como factor
estructurados de las jerarquías sexuales en las poblaciones organizadas en bandas y
aldeas. Las armas utilizadas en todos estos ejemplos son armas de fuego, no armas
accionadas por la fuerza muscular. Lo mismo se aplica al célebre cuerpo de guerreras
que lucharon por el reino africano occidental de Dahomey durante el siglo XIX. De los
aproximadamente 20.000 soldados del ejército de Dahomey, 15.000 eran varones y
5.000 mujeres. Ahora bien, muchas de ellas no iban armadas y desempeñaban
funciones no tanto de combatientes director como de exploradores, porteadores,
tambores y portaliteras. La élite de la fuerza militar femenina –integrada por unas
1.000 a 2.000 mujeres- vivía dentro del recinto real y actuaba como guardia de corps
del monarca. Según parece, en varias batallas documentadas, este cuerpo femenino
se batió con tanto arrojo y eficacia como los hombres. Pero sus principales armas eran
mosquetes y trabucos, no lanzas ni arcos y flechas, con los cual se reducían al
mínimo las diferencias físicas entre ellas y sus adversarios. Además, el rey Dahomey
consideraba el embarazo de sus soldados de sexo femenino como una seria amenaza
para su seguridad. Técnicamente, sus guerreras se hallaban casadas con él, aunque
el rey no mantenía relaciones sexuales con ellas. Las quedaban embarazadas eran
acusadas de adulterio y ejecutadas. Es claro que las circunstancias que permitieron al
rey Dahomey utilizar guerrero de sexo femenino, aunque fuera en grado limitado, no
se daban en las sociedades en las sociedades belicosas organizadas en bandas y
aldeas. Las poblaciones de este tipo de sociedades eran demasiado pequeñas para
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mantener un ejército profesional permanente; carecían de una dirección política
centralizada y de los recursos económicos necesarios para entrenar, alimentar, alojar
e imponer disciplina a un ejército permanente, estuviera éste compuesto de hombres o
de mujeres, y por encima de todo dependían en lo militar de arcos, flechas y mazas,
no de armas de fuego. A consecuencia de ello, cuanto más intensa era la actividad
bélica en las bandas y aldeas, mayores eran los padecimientos femeninos causados
por la opresión del varón. Permítaseme ofrecer unos cuantos ejemplos.
Guerra y sexismo
Para que haya guerra, tiene que haber equipos de combatientes armados. Ninguna de
las muertes violentas reseñadas por Richard Lee se produjo durante ataque realizados
por equipos de combate; por consiguiente, no fueron acciones bélicas. Dos de los
informantes de Lee señalaron que, en otras épocas, antes de que la policía del
protectorado de Bechuanalandia apareciera en la región, si se producían incursiones
bélicas por parte de equipos armados. En tal caso, esta actividad no debía ser muy
frecuente o intensa porque si no la habrían recordado más personas. Por lo tanto, la
virtual ausencia de ataques por sorpresa o de cualquier otra manifestación bélica entre
los ¡kung encaja a la perfección con el carácter eminentemente igualitario de los
papeles asignados a cada sexo.
Con todo, aunque rara vez recurren al conflicto armado organizado, los ¡kung están
lejos de ser esos dechados de pacifismo que Elizabeth Thomas describe en su obra
The Harmell People (El pueblo inofensivo)). El cálculo de Lee de veintidós homicidios
en cincuenta años que mencionábamos hace poco arroja una tasa de 29.3 homicidios
anuales por cada 100.000 habitantes, considerablemente inferior a los 58.2 de Detroit,
pero muy superior al promedio golear de los estados Unidos, estimado en 10,7 por el
FBI. Reconozco que el desierto del Kalahari no es el Edén, pero, como subraya Lee, la
tasa de homicidios en los modernos estados industriales es mucho más elevada de lo
que reflejan las cifras oficiales debido a un peculiar engaño semántico: las muertes
causadas en tiempo de guerra entre el “enemigo” por los estados contemporáneos no
se contabilizaban como homicidios. Las muertes de combatientes y civiles que
ocasionan las acciones militares elevan la tasa de homicidios en las modernas
sociedades estatales muy por encima de la de los ¡kung, con su virtual
desconocimiento de la guerra.
A diferencia de éstos, muchas sociedades del nivel de las bandas si registran una
actividad bélica moderadamente intensa y presentan formas correlativamente más
pronunciadas de sexismo masculino. Este era el caso de los pueblos autóctonos de
Australia cuando los descubrieron y estudiaron por primera vez científicos europeos.
Por ejemplo, los aborígenes de Queensland, en la Australia nororiental, que estaban
organizados en bandas de cuarenta a cincuenta individuos y basaban su subsistencia
exclusivamente en la recolección y caza de especies vegetales y animales, solían
enviar equipos de guerreros para vengar las afrentas de bandas enemigas. Los relatos
de testigos oculares dan cuenta de un nivel moderadamente elevado de muertes como
resultado de la violencia intergrupal organizada, la cual culminaba en la operación de
guisar y devorar a los cautivos, recompensa exclusivamente reservada para los
guerreros de sexo masculino y destino que sufrían principalmente mujeres y niños.
Junto a estos intereses bélicos, los aborígenes poseían una forma, lejos de extrema
pero bien desarrollada, de supremacía masculina. La poliginia era común entre los
varones maduros y algunos llegaban a adquirir hasta cuatro esposas. Los hombres
discriminaban a las mujeres a la hora de distribuir los alimentos. “A menudo, el varón”,
reseña Carl Lumholtz, “guarda para sí los alimentos de origen animal, en tanto que la
mujer tiene que depender principalmente de alimentos de origen vegeta para su
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sustento y la de su hijo”. En la conducta sexual prevalecía la doble moral. Los hombres
golpeaban o mataban a las esposas adúlteras, pero éstas no podían recurrir a un
expediente análogo. Y la división del trabajo entre uno y otro sexo era todo menos
equitativo. Lumholtz consigna lo siguiente al respecto:
(La mujer) tiene que efectuar todos los trabajos duros, salir con la cesta y el bastón a
recoger frutos, desenterrar raíces o abrir los troncos a golpe de hacha para extraer
larvas (….) . Frecuentemente (ella) se ve en la obligación de transportar a hombros a
su criatura durante todo el día, posándola en el suelo sólo cuando tiene que excavar la
tierra o escalar un árbol (…). Al regresar a cada, debe realizar normalmente grandes
preparativos para batir, tostar y macerar los frutos, que muchas veces son venenosos.
También es su deber construir la cabaña y reunir los materiales necesarios para tal fin
(…). Asimismo, se ocupa del suministro de agua y combustible (…). Cuando se
desplazan de unos lugares a otros, la mujer debe acarrear toda la impedimenta. Por
eso, siempre se ve al marido adelantado, sin más carga que algunas armas ligeras,
tales como lanzas. Mazas o bumerangs, seguido de las esposas, cargadas como
mulas hasta con cinco cestos de provisiones. Con frecuencia un niño de corta edad
ocupa uno los cestos y puede que otro algo mayor cabalgue a hombres de su madres.
Nada de esto, sin embargo llega a constituir una pauta de subordinación despiadada
de las mujeres. Lo que Lloyd Warner señalara a propósito de los murngin, otro
belicoso grupo de cazadores-recolectores del norte de Australia, probablemente se
aplicaba también a los aborígenes de Queensland:
Una esposa posee considerable independencia. No es esa mujer maltratada de las
primeras teoría de los etnólogos australianos. Normalmente hace valer sus derechos.
En la sociedad murngin las mujeres alzan la voz más que los hombres. A menudo
castigan a sus maridos, negándose a darles de comer, cuando éstos se han
ausentado durante demasiado tiempo y sus esposas barruntan que tienen algún lío
amoroso.
Las sociedades organizadas en aldeas cuya subsistencia se basa parcialmente en
formas rudimentarias de agricultura llevan muchas veces la guerra y la dominación
masculina a extremos desconocidos en las sociedades cazadoras-recolectorasPermítaseme ilustrar este contraste mediante el caso de los yanomamis, pueblo objeto
de numerosos estudios que habita la región fronteriza entre el Brasil y Venezuela. Los
muchachos yanomamis comienzan su entrenamiento bélico a una tierna edad. Según
el antropólogo Jacques Lizot, cuando los chicos se pelean, sus madres les alientan a
devolver golpe por golpe. Hasta cuando un muchacho es derribado accidentalmente,
la madre grita desde lejos: “¡Véngate, vamos, véngate!”. Lizor vio a un chaval morder a
otro. La madre de la víctima llegó corriendo, le conminó a dejar de llorar, agarró la
mano del otro chico y metiéndola en la boca de su hijo le dijo: “¡Ahora muérdele tú!” Si
el otro niño golpea al hijo con un palo, la madres “le pone (a éste) el palo en la mano y,
si es necesario, moverá ella misma el brazo.” Los muchachos yanomamis aprenden a
ser crueles practicando con animales. Lizot observó cómo un grupo de adolescentes
de sexo masculino, reunidos en torno a un mono herido, hurgaban con los dedos en
sus heridas y le introducían afiladas astillas en los ojos. A medida que el mono iba
muriéndose, poco a poco, “cada una de sus contorsiones les excita y provoca risa”. En
fases posteriores de la vida, los hombres darán el mismo trato al enemigo en combate.
En un incidente armado, una partida de asaltantes hirió a un hombre que había
intentado escapar arrojándose al agua. Lizot afirma que sus perseguidores se
zambulleron para atraparlo, lo arrastraron hasta la orilla, lo laceraron con las puntas de
sus flechas, le clavaron astilla en las mejillas y le sacaron los ojos haciendo palanca
Econ. el extremo del arco.
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Para los yanomamis, la forma preferida de agresión armada es el ataque por sorpresa
al amanecer. Amparados en la oscuridad, los miembros de la partida atacante
escogen un sendero en las afueras de la aldea enemiga y sexo, al romper el día.
Matan a tantos varones como pueden, se llevan prisioneras a las mujeres y procuran
abandonar la escena antes de que pueda despertarse todo la aldea. Otras veces se
acercan a la aldea lo suficiente como para arrojar una lluvia de flechas sobre ella antes
de retirarse. Las visitas que unas aldeas realizan a otras con fines ostensiblemente
pacíficos dan ocasión a modos de agresión particularmente mortíferos. Una vez que
los invitados se acomodan y deja a un lado las armas, sus anfitriones los atacan. Pero
también puede ocurrir a la inversas; unos anfitriones confiados se ven convertidos en
víctimas de sus invitados, supuestamente amistosos. Estos ataques, contraataques y
emboscadas se cobran un elevado precio en vidas humanas entre los yanomamis:
aproximadamente el 33% de las muertes de varones adultos resulta de choques
armados, lo que da lugar a una tasa global de 166 homicidios anuales por cada
100.000 habitantes.
En consecuencia con esta intensa actividad bélica, las relaciones entre hombres y
mujeres son marcadamente jerárquicas y androcéntricas. Para empezar, los
yanomamis son polígonos. Los hombres a quienes ha sonreído el éxito suelen tener
más de una esposa; algunos llegan a tener seis a la vez. En ocasiones se puede
imponer un segundo marido a una esposa como favor al hermano del marido. Los
esposos golpean a sus mujeres en caso de desobediencia, pero especialmente en
caso de adulterio. En las disputas domésticas, los maridos dan tirones de los trozos de
caña que las mujeres llevan a modo de pendientes en los lóbulos perforados de sus
orejas. El antropólogo Napoleón Chagnon reseña los casos de un marido que le cortó
las orejas a la esposa y de otro que arrancó una gran tajada del brazo de su mujer. En
otros casos documentados, los maridas apalearon a sus esposas con leños, les
lanzaron machetazos y hachazos, o les produjeron quemaduras con teas. Uno clavó
una flecha con lengüeta en la pierna de su esposa; otro erró el tiro e hirió a la esposa
en el vientre.
El padre yanomami elige marido para su hija cuando ésta es todavía una niña. Los
responsables, sin embargo, pueden ser alterados e impugnados por pretendientes
rivales. Jacques Lizot y Judith Shapiro describen, independientemente, escenas de
esposos en potencia rivales que agarran cada uno un brazo de la muchacha y tiran en
direcciones opuestas mientras ésta se deshace en gritos de dolor.
Con todo, los yanomamis están lejos de ser el pueblo más belicos y fervientemente
machista del mundo. Esta dudosa distinción recae en ciertas sociedades organizadas
en aldeas y asentadas a lo largo y ancho de las tierras altas de Papúa Nueva Guinea
cuya institución central es el nama, culto de iniciación masculina que forma a los
varones para ser bravos guerreros a la vez que para dominar a las mujeres. Dentro de
la casa de cultos, donde jamás puede entrar ninguna mujer, los hombres guardan las
flautas sagradas cuyos sones siembran el terror entre mujeres y niños. Sólo a los
iniciados de sexo masculino se les revela que los autores de estos sonidos son sus
padres y hermanos, y no aves carnívoros de índole sobrenatural. Los iniciados juran
matar a cualquier mujer o niño que descubra el secreto, aunque sea de manera
accidental, y periódicamente se provocan hemorragias nasales y vómitos para librarse
de los efectos contaminadores del contacto con las mujeres. Tras un período de
reclusión en la casa de cultos, el iniciado reaparece convertido en adulto y recibe una
esposa a la que inmediatamente dispara un flechazo en el muslo “para demostrar (…)
su poder inflexible sobre ella”. Las mujeres cultivan los huertos, se ocupan de la cría
de los cerdos y realizan todos los trabajos sucios, mientras los hombres holgazanean
dedicados a cotillear, pronunciar discursos y adornarse con pinturas, plumas y
conchas. Según Daryl Fiel de la Universidad de Sydney:
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En caso de adulterio, las mujeres recibían castigos severísimos consistentes en
introducirles palos ardientes en la vagina o eran muertas por sus esposos; si hablaban
cuando no les correspondía o se sospechaba que manifestaban sus opiniones en
reuniones públicas, se les azotaba con una caña, y en las disputas matrimoniales eran
objeto de violencia física. Los hombres no podían mostrarse nunca débiles o blandos
en sus relaciones con las mujeres. Tampoco les hacían falta incidentes o razones
concretas para insultarlas o maltratarlas; ello formaba parte del curso natural de los
acontecimientos; de hecho en rituales y mitos, esta situación se presenta como si
fuera el orden esencial de las cosas.
Caso extremo entre los extremistas es el de los sambias, grupos de las tierras altas
orientales de Nueva Guinea cuya obsesión con el semen y la homosexualidad describí
en páginas anteriores. Aquí, los hombres no sólo excluyen a las mujeres de su casa
sagrada, sino que sienten tal miedo desaliento femenino y de los olores vaginales que
dividen las aldeas en zonas para hombres y para mujeres, con senderos separados
incluso para cada sexo. Los sambias agraden verbal y físicamente a sus esposas, las
equiparan al enemigo y la traición, y las tratan como seres inferiores desprovistos de
todo valor. Para muchas mujeres, el suicidio era la única salida. Como sucede en
general en las tierras altas de Nueva Guinea, los varones sambias se enfrentaban a
multitud de peligros físicos. Podían car en emboscadas, perecer en combate o morir a
hachazos en sus huertos; su única defensa consistía en pasarse la vida ejercitando la
fuerza física, el valor y la supremacía fálica. Las mujeres eran su víctima principal.
Por lo que respecta a la guerra, ésta era “general”, absorbente y perpetua”. Aunque las
gentes vivían en aldeas protegidos por empalizadas, los ataques y contraataques por
sorpresa eran tan endémicos que un hombre no podía comer sin volver
constantemente la cabeza ni salir de su casa por la mañana para orinar sin temor a
que le disparasen. Entre los bena benas, los ataques por sorpresa eran tan frecuentes
que los hombres, armados hasta los dientes, escoltaban cautelosamente a las mujeres
cuando éstas abandonaban la empalizada por la mañana y montaban guardia para
protegerlas mientras trabajaban en los huertos hasta la hora de regresar. No puedo
citar estadísticas fiables sobre las muertes por homicidio en estas sociedades.
Probablemente la mortandad superaba el caso yanomami ya que de vez en cuando
aldeas enteras de 200 habitantes eran completamente exterminadas. Si son aplicables
las cifras relativas a otras parte de las tierras altas de Nueva Guinea, es posible que la
tasa de homicidios de los sambias superara los 500 anuales por cada 100.000
habitantes, es decir, diecisiete vece más elevada que la de los ¿kung.
Aquí se fundamentan mis razones para pensar que la guerra es una variable en las
jerarquías sexuales…, al menos en las sociedades organizadas en bandas y aldeas.
Pero esta conclusión me deja una sensación de insatisfacción ya que únicamente
responde a una pregunta sumamente importante a costa de suscitar otra de análoga
trascendencia; si la guerra explica el sexismo en las sociedades del nivel de bandas y
aldeas, ¿cómo se explica la guerra en este tipo de sociedades?
El por qué de la guerra
Para explicar la guerra, las teorías de la agresividad innata poseen, a mi entender, tan
poco valor como para explicar el sexismo. Indiscutiblemente, las potencialidades
congénitas para la agresividad deben formar parte de la naturaleza humana para que
pueda existir cualquier grado de sexismo o de actividad bélica, pero la selección
cultural tiene el poder de activar o desactivar estas potencialidades en bruto y las
encauza hacia expresiones culturales específicas. (¿O hemos de creer que los ¡kung
llevan la paz y la igualdad codificadas en sus genes y los sambias las guerra y la
desigualdad?)
20
Propongo, en resumidas cuentas, que las bandas y aldeas hacen la guerra porque se
hallan inmersas en una competencia por recursos, tales como tierras, bosques y caza,
de los que depende su subsistencia. Estos recursos se vuelven escasos como
resultado de su progresivo agotamiento o del aumento de las densidades de
población, o como resultado de una combinación de estos dos factores. En tales
casos, los grupos se enfrentan normalmente a la perspectiva de tener que disminuir, o
bien el crecimiento de su población, o bien de su nivel de consumo de recursos.
Reducir la población es un proceso en sí mismo costoso, dada la falta de técnicas
anticonceptivas y abortivas propias de la era industrial. Y los recortes cualitativos y
cuantitativos en el consumo de recursos deterioran inevitablemente la salud y el vigor
de la población, ocasionando muertes adicionales por subalimentación, hambre y
enfermedades.
Para las sociedades organizadas en bandas y aldeas que se enfrentan a estas
disyuntivas, la guerra brinda una solución tentadora. Si un grupo consigue expulsar a
sus vecinos o diezmar sus efectivos, habrá más territorio, árboles, tierra cultivable,
pescado, carne y otros recursos a disposición de los vencedores. Como la guerra que
practican las bandas y aldeas no garantiza la destrucción mutua, los grupos pueden
aceptar racionalmente el riesgo de las muertes en combate a cambio de la oportunidad
de mejorar sus condiciones de vida reduciendo por la fuerza la densidad demográfica
del vecino.
En su estudio de la guerra entre los mae engas de las tierras altas occidentales de
Papúa Nueva Guinea, Mervyn Meggitt estima que en el 75% de los conflictos bélicos
los grupos agresores conseguían ganar porciones importantes del territorio enemigo.
“Teniendo en cuenta que a los agresores les suele compensar iniciar la guerra –
comenta Meggitt-, no es sorprendente que la sociedad mae considere que ésta bien
vale su coste en bajas humanas”. Basándose en su estudio de una muestra
representativa cuidadosamente seleccionada de 186 sociedades, los antropólogos
Carol y Melvin Ember establecieron que los pueblos preindustriales hacen la guerra
fundamentalmente para moderar o amortiguar las repercusiones de crisis alimentarias
impredecibles (más que crónicas) y que el lado vencedor casi siempre arrebata
algunos recursos a los perdedores. A las sociedades humanas les resulta difícil
prevenir los descensos recurrentes pero impredecibles en la producción alimentaria
causados por sequía, tormentas, inundaciones, heladas y plagas de insectos, y
reajustar los niveles de población en consonancia con tales descensos. Dicho sea de
paso, Carol y Melvin Ember tienen lo siguientes que señalar, a propósito de la difusión
de la guerra: “En la mayoría de las sociedades antropológicamente documentadas se
han dado guerras, esto es, combates entre unidades territoriales (bandas, aldeas y
agregados de éstas). Y probablemente la guerra era un fenómeno mucho más
frecuente de lo que estamos acostumbrados en el mundo contemporáneo; entre las
sociedades objeto de examen que fueron descritas antes de su pacificación, cerca del
75% tenían guerra cada dos años”.
Pero el problema de equilibrar la población y los recursos no se puede resolver
sencillamente diezmando la población vecina y arrebatándole sus recursos. La
fertilidad de la hembra humana es tal que, aunque las incursiones bélicas reduzcan a
la mitad la densidad de un territorio, sólo se requieren veinticinco años de
reproducción no sujeta a restricciones para que la población recupere su nivel anterior.
Por lo tanto, la guerra no exime de la necesidad de controlar la población por otros
medios onerosos, tales como la continencia sexual, la prolongación de la lactancia, el
aborto y el infanticidio. Al contrario, en realidad es muy posible que la guerra consiga
uno de sus efectos demográficos más importantes no al eliminar, sino al intensificar
una práctica particularmente onerosa: el infanticidio femenino.
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Sin la guerra y su sesgo androcéntrico, no habría preferencias pronunciadas en lo que
respecta a criar más niños de un sexo que de otro y las tasas de infanticidio de los
recién nacidos de uno y otro sexo tenderían a ser iguales. Sin embargo, la guerra
prima la maximización del número de futuros guerreros, que lleva a un trato
preferencial de los descendientes de sexo masculino y a tasas más elevadas de
infanticidio femenino directo e indirecto. Así, en muchas sociedades organizadas en
bandas y aldeas es posible que las consecuencias más importantes de la guerra,
desde el punto de vista de la regulación del crecimiento demográfico, lo que cuenta no
es el número de varones –uno o dos bastarán si existe poliginia-, sino el número de
mujeres.
Un estudio que William Divale y yo realizamos sobre una muestra de 112 sociedades
abona indirectamente la tesis de que la guerra ocasiona tasas elevadas de infanticidio
femenino directo e indirecto. Divale y yo comprobamos que en el grupo de edades
comprendidas entre el nacimiento y los catorce años, había 127 muchachos por cada
100 muchachas antes de que las autoridades coloniales eliminaran las actividades
bélicas. Una vez reprimida la guerra, la tasa de masculinidad para el mismo grupo
descendió a 104/100, más o menos la normal en las poblaciones contemporáneas.
En otras palabras, la guerra entre los pueblos organizados en bandas y aldeas no es
meramente una forma de dar salida a los miedos y frustraciones causados por la
presión demográfica. Al disminuir la densidad humana en relación con los recursos y
frenar las tasas de reproducción con los recursos y frenar las tasas de reproducción, la
guerra contribuye por derecho propio a frenar o invertir el aumento de la presión
demográfica regional. Y el hecho de que haya sido objeto de reiterada selección
positiva a lo largo de la evolución de estos pueblos obedece a estas ventajas
ecológicas de carácter sistémico, no a ningún imperativo genético.
Mi intención aquí no es alabar la guerra, sino sencillamente condenarla menos que
alguna de sus alternativas cuando prevalecen determinadas condiciones. Tal como lo
practicaban este tipo de pueblos, la guerra era una forma derrochadora y brutal de
combatir la presión demográfica. Pero a falta de anticonceptivos eficaces o de
posibilidades de abortar bajo control médico, la alternativa era también derrochadora y
brutal; subalimentación, hambre, enfermedades y una vida breve, pobre y mezquina
para todo el mundo. Naturalmente, esto del saldo favorable en el balance de las
respectivas consecuencias de las distintas alternativas se refiere mucho más a los
vencedores que a los vencidos. Y quizá ni siquiera puede hablarse de saldo positivo
en aquellos casos en que el conflicto se tornaba tan endémico, despiadado e
implacable que no había vencedores y morían más individuos por efecto de la
subalimentación. Pero también hay que reconocer que ningún sistema es infalible.
Permítaseme que me detenga un instante para ocuparme de algunos problemas
conceptuales suplementarios. En primer lugar, debo señalar que la presión
demográfica no es un factor estático, sino un proceso de deterioro progresivo de la
balanza entre el esfuerzo humano en la producción de alimentos y la satisfacción de
otras necesidades, por una parte, y el resultado de tal esfuerzo por otra. El proceso se
inicia a partir del momento en que los rendimientos empiezan ser decrecientes, por
ejemplo, cuando los cazadores descubren que deben buscar durante más tiempo y
más laboriosamente para poder cobrarse tantas piezas como solían. Si no se hace
nada para frenarlo o invertirlo, el proceso alcanza al final un punto en que la
degradación del hábitat, en forma de extinciones de la flora y fauna o del agotamiento
de recursos no renovables, es permanente y las gentes de ven obligadas a buscar
otros medios de subsistencia.
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Otra cuestión es cómo se relacionan los indicios de hambre y subalimentación con la
presión demográfica. No se debe esperar una correlación matemática entre los
primeros y la segunda. Intensificando sus esfuerzos y limitando la descendencia, los
miembros de las sociedades organizadas en banda y aldeas pueden evitar la aparición
de síntomas clínicos de hambre o subalimentación. En tales casos, los únicos
indicadores de la presión demográfica pueden ser los medios empleados para limitar
el número de descendientes, en la hipótesis de que no se recurriría a prácticas
onerosas tales como el infanticidio, el aborto y la continencia sexual a menos que el
grupo estuviera ejerciendo una presión –como mínimo moderada- sobre los límites de
sus recursos. Lógicamente, si una población practica el infanticidio, el aborto y la
continencia sexual prolongada y, al mismo tiempo, presenta síntomas de
subalimentación y hambre agudas, cabría colegir que experimenta un grado más
intenso de presión demográfica.
El último punto se refiere a la relación entre la presión demográfica y la densidad
demográfica global de una sociedad. El sociólogo Gregory Leavitt comprobó que
existía una elevada correlación entre tamaño del asentamiento y guerra en una
muestra de 133 sociedades de todos los tipos. Pero hay que tener la precaución de no
suponer que un mayor tamaño de los asentamientos y un mayor número de habitantes
por kilómetro cuadrado indican siempre una mayor presión sobre los recursos básicos.
Esta correlación sólo se cumple al comparar sociedades que tienen modos de
subsistencia semejantes. En los Países Bajos, con una densidad demográfica superior
a los 600 habitantes por kilómetro cuadrado, la presión demográfica –medida con
arreglo a los índices de subalimentación y hambre –es menor que en el Zaire, con sus
30 habitantes por kilómetro cuadrado, o incluso que en algunas sociedades
cazadoras-recolectoras de densidades inferiores a un habitante por kilómetro
cuadrado. Los grupos que disponen de animales y plantas domesticados tienen, en
general, densidades demográficas más altas que los cazadores-recolectores. Pero
tanto los unos como los otros son igual de vulnerables a la presión demográfica, si
bien normalmente a densidades diferentes.
Debido a estas advertencias y complicaciones, no puedo presentar mediciones
precisas de los respectivos grados de presión demográfica observados en diferentes
sociedades. Debemos contentarnos con aproximaciones generales. Pero de la
agregación de los distintos indicios de tensiones y presiones se desprende claramente
que las sociedades organizadas en bandas y aldeas deben pagar un precio muy alto
para mantener el equilibrio entre población y oferta alimentaria, y la guerra está
incluida en ese precio. ¿Hasta qué punto encaja esta explicación con los casos objeto
de examen?
¿Había vida antes de los jefes?
¿Puede existir la humanidad sin gobernantes ni gobernados? Los fundadores de la
ciencia política creían que no. “Creo que existe una inclinación general en todo el
género humano, un perpetuo y desazonador deseo de poder por el poder, que sólo
cesa con la muerte”, declaró Hobbes. Éste creía que, debido a este innato anhelo de
poder, la vida anterior (o posterior) al Estado constituía una “guerra de todos contra
todas”, “solitaria, pobre, sórdida, bestial y breve”. ¿Tenía razón Hobbes? ¿Anida en el
hombre una insaciable sed de poder que, a falta de un jefe fuerte, conduce
inevitablemente a una guerra de todos contra todos?. A juzgar por los ejemplos de
bandas y aldeas que sobreviven en nuestros días, durante la mayor parte de la
prehistoria nuestra especie se manejó bastante bien sin jefe supremo, y menos aún
ese todopoderoso y leviatánico Rey Dios Mortal de Inglaterra, que Hobbes creía
necesario para el mantenimiento de la ley y el orden entre sus díscolos compatriotas.
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Los Estados modernos organizados en gobiernos democráticos prescinden de
leviatantes hereditarios, pero no han encontrado la manera de prescindir de las
desigualdades de riqueza y poder respaldadas por un sistema penal de enorme
complejidad. Con todo, la vida del hombre transcurrió durante 30.000 años sin
necesidad de reyes ni reinas, primeros ministros, presidentes, parlamentos,
congresos, gabinetes, gobernadores, alguaciles, jueces, fiscales, secretarios de
juzgado, coches patrulla, furgones celulares, cárceles ni penitenciarías. ¿Cómo se las
arreglaron nuestros antepasados sin todo esto?
Las poblaciones de tamaño reducido nos dan parte de la respuesta. Con 50 persona
por anda o 150 por aldea, todo el mundo se conocía íntimamente, y así los lazos del
intercambio recíproco vinculaban a las gentes. La gente ofrecía porque esperaba
recibir y recibía porque esperaba ofrecer. Dado que el azar intervenía de forma tan
importante en la captura de animales, en la recolecta de alimentos silvestres y en el
éxito de las rudimentarias formas de agricultura, los individuos que estaban de suerte
un día, al día siguiente necesitaban pedir. Así, la mejor manera de asegurarse contra
el inevitable día adverso consistía en ser generoso. El antropólogo Richard Gould lo
expresa así: “Cuando mayor sea el índice de riesgo, tanto más se comparte”. La
reciprocidad es la banca de las sociedades pequeñas.
En el intercambio recíproco no se especifica cuánto o qué exactamente se espera
recibir a cambio ni cuándo se espera conseguirlo, cosa que enturbiaría la calidad de la
transacción, equiparándola al trueque o a la compra y venta. Esta distinción sigue
subyaciendo en sociedades dominadas por otras formas de intercambio, incluso las
capitalistas, pues entre parientes cercanos y amigos es habitual dar y tomar de forma
desinteresada y sin ceremonia, en un espíritu de generosidad. Los jóvenes no pagan
con dinero por sus comidas en casa ni por el uso del coche familiar, las mujeres no
pasan factura a sus maridos por cocinar, y los amigos se intercambian regalos de
cumpleaños y Navidad. No obstante, hay en ello un lado sombrío, la expectativa de
que nuestra generosidad sea reconocida con muestras de agradecimiento. Allí donde
la reciprocidad prevalece realmente en la vida cotidiana, la etiqueta exige que la
generosidad se dé por sentada. Como descubrió Robert Dentan en sus trabajos de
campo entre los semais de Malasia central, nadie da jamás las gracias por la carne
recibida de otro cazador. Después de arrastrar durante todo un día el cuerpo de un
cerdo muerto por el calor de la jungla para llevarlo a la aldea, el cazador permite que
su captura sea dividida en partes iguales que luego distribuye entre todo el grupo.
Dentan explica que expresar agradecimiento por la ración recibida indica que se es el
tipo de persona mezquina que calcula lo que da y lo que recibe. “En este contexto
resulta ofensivo dar las gracias, pues se da a entender que se ha calculado el valor de
lo recibido y, por añadidura, que no se esperaba del donante tanta generosidad”.
Llamar la atención sobre la generosidad propia equivale a indicar que otros están en
deuda contigo y que esperas resarcimiento. A los pueblos igualitarios les repugna
sugerir siquiera que han sido tratados con generosidad.
Richard Lee nos cuenta cómo se percató de este aspecto de la reciprocidad a través
de un incidente muy revelador. Para complacer a los ¡kung, decidió comprar un buey
de gran tamaño y sacrificarlo como presente. Después de pasar varios días
buscando por las aldeas rurales bantúes el buey más grande y hermoso de la región,
adquirió uno que le parecía un espécimen perfecto. Pero sus amigos le llevaron aparte
y le aseguraron que se había dejado engañar al comprar un animal son valor alguno.
“Por supuesto que vamos a comerlo”, le dijeron, pero no nos va a saciar; comeremos y
regresaremos a nuestras casas con rugir de tripas”. Pero cuando sacrificaron la res de
Lee, resultó estar recubierta de una gruesa grasa. Más tarde sus amigos le explicaron
la razón por la cual habían manifestado menosprecio por su regalo, aun cuando
sabían mejor que él lo que había bajo el pellejo del animal:
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Sí, cuando un hombre joven sacrifica mucha carne llega a creerse un gran jefe o gran
hombre, y se imagina al resto de nosotros como servidores o inferiores suyos. No
podemos aceptar esto, rechazamos al que alardea, pues algún día su orgullo le llevará
a matar a alguien. Por esto siempre decimos que su carne no vale nada. De esta
manera atemperamos su corazón y hacemos de él un hombre pacífico.
Lee observó a grupos de hombres y mujeres regresar a casa todas las tardes con los
animales y las frutas y plantas silvestres que habían cazado y recolectado. Lo
compartían todo por un igual, incluso con los compañeros que se habían quedado en
el campamento o habían pasado el día durmiendo o reparando sus armas y
herramientas.
No sólo juntan las familias la producción del día, sino que todo el campamento, tanto
residentes como visitantes, participan a partes iguales del total de comida disponible.
La cena de todas las familias se compone de porciones de comida de cada una de las
otras familias residentes. Los alimentos se distribuyen crudos o son preparados por los
recolectores y repartidos después. Hay un trasiego constante de nueces, bayas, raíces
y melones de un hogar a otro hasta que cada habitante ha recibido una porción
equitativa. Al día siguiente son otros los que salen en busca de comida y cuando
regresan al campamento al final del día, se repite la distribución de alimentos.
Lo que Hobbes no comprendió fue que en las sociedades pequeñas y preestatales
redundaba un interés de todos mantener abierto a todo el mundo el acceso al hábitat
natural. Supongamos que un ¡kung con un ansia de poder como la descrita por
Hobbes se levantara un buen día y le dijera al campamento: “A partir de ahora, todas
estas tierras y todo lo que hay en ellas es mío. Os dejaré usarlo, pero sólo con mi
permiso y a condición de que yo reciba lo más selecto de todo lo que capturéis,
recolectéis o cultivéis”. Sus compañeros, pensando que seguramente se habría vuelto
loco, recogerían sus escasas pertenencias, se pondrían en camino y, cuarenta o
cincuenta kilómetros más allá, erigirían un nuevo campamento para reanudar su vida
habitual de reciprocidad igualitaria, dejando al hombre que quería ser rey ejercer su
inútil soberanía a solas.
Si en las simples sociedades del nivel de las bandas y las aldeas existe algún tipo de
liderazgo político, éste es ejercido por individuos llamados cabecillas que carecen de
poder para obligar a otros a obedecer sus órdenes. Pero, ¿puede un líder carecer de
poder y aun así dirigir?.
Cómo ser cabecilla
Cuando un cabecilla da una orden, no dispone de medios físicos certeros para castigar
a aquellos que le desobedecen. Por consiguiente, si quiere mantener su puesto, dará
pocas órdenes. El poder político genuino dependen de su capacidad para expulsar o
exterminar cualquier alianza previsible de individuos o grupos insumisos. Entre los
esquimales, un grupo seguirá a un cazador destacado y acatará su opinión con
respecto a la selección de cazaderos; pero en todos los demás asuntos, la opinión del
“líder” no pesará más que la de cualquier otro hombre. De manera similar, entre los
¡kung cada banda tiene sus “líderes” reconocidos, en su mayoría varones. Estos
hombres toman la palabra con mayor frecuencia que los demás y se les escucha con
algo más de deferencia, pero no poseen ninguna autoridad explícita y sólo pueden
usar su fuerza de persuasión, nunca dar órdenes. Cuando Lee preguntó a los ¡kung si
tenían “cabecillas” en el sentido de jefes poderosos, le respondieron: “Naturalmente
que tenemos cabecillas. De hecho somos todos cabecillas… cada uno es su propio
cabecilla”.
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Ser cabecilla puede resultar una responsabilidad frustrante y tediosa. Los cabecillas de
los grupos indios brasileños como los mehinacus del Parque Nacional de Xingu nos
traen a la memoria la fervorosa actuación de los jefes de tropa de los boy scouts
durante una acampada de fin de semana. El primero en levantarse por la mañana, el
cabecilla intenta despabilar a sus compañeros gritándoles desde la plaza de la aldea.
Si hay que hacer algo, es él quien acomete la tarea y trabaja en ella con más ahínco
que nadie. Da ejemplo no sólo de trabajador infatigable, sino también de generosidad.
A la vuelta de una expedición de pesca o de caza, cede una mayor porción de la
captura que cualquier otro, y cuando comercia con otros grupos, pone gran cuidado en
no quedarse con lo mejor.
Al anochecer reúne a las gentes en el centro de la aldea y les exhorta a ser buenos.
Hace llamamientos para que controlen sus apetitos sexuales, se esfuercen en el
cultivo de sus huertos y tomen frecuentes baños en el río. Les dice que no duerman
durante el día y que no sean rencorosos. Y siempre evitará formular acusaciones
contra individuos en concreto.
Robert Dentan describe un modelo de liderazgo parecido entre los semais de Malasia,
Pese a los intentos por parte de forasteros de reforzar el poder del líder semai, su
cabecilla no dejaba de ser otra cosa que la figura más prestigiosa entre un grupo de
iguales. En apalabras de Dentan, el cabecilla evalúa el sentimiento generalizado sobre
un asunto y basa en ello sus decisiones, de manera que es más portavoz que
formador de la opinión pública.
Así pues, no se hable más de la necesidad innata que siente nuestra especie de
formar grupos jerárquicos. El observador que hubiera contemplado la vida humana al
poco de arrancar el despegue cultural habría concluido fácilmente que nuestra especie
estaba irremediablemente destinada al igualitarismo salvo en las distinciones de sexo
y edad. Que un día el mundo iba a verse dividido en aristócratas y plebeyos, amos y
esclavos, millonarios y mendigos, le habría parecido algo totalmente contrario a la
naturaleza human a juzgar por el estado de cosas imperantes en las sociedades
humana que por aquel entonces poblaban la Tierra.
Hacer frente a los abusones
Cuando prevalecían el intercambio recíproco y los cabecillas igualitarios, ningún
individuo, familia u otro grupo de menor tamaño que la banda o la aldea podría
controlar el acceso a los ríos, lagos, playas, mares, plantas y animales, o al suelo y
subsuelo. Los datos en contrario no han resistido un análisis detallado. Los
antropólogos creyeron en un tiempo que entre los cazadores-recolectores canadienses
había familiar e incluso individuos que poseían territorios de caza privados, pero estos
modelos de propiedad resultaron estar relacionados con el comercio colonial de pieles
y no existían originariamente.
Entre los ¡kung, un núcleo de personas nacidas en un territorio particular afirma ser
dueño de las charcas de agua y los derechos de caza, pero esta circunstancia no tiene
ningún efecto sobre la gente qie está de visita o convive con ellas en cualquier
momento dado. Puesto que los ¡kung de bandas vecinas se hallan emparentadas por
matrimonio, a menudo se hacen visitas que pueden durar meses; sin necesidad de
pedir permiso, pueden hacer libre uso de todos los recursos que necesiten Si bien las
gentes pertenecientes a bandas distantes entre sí tienen que pedir permiso para usar
el territorio de otra banda, los “dueños” raramente les deniegan este permiso.
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La ausencia de posesiones particulares en forma de tierras y otros recursos básicos
significa que entre las bandas y pequeñas aldeas cazadoras y recolectoras de la
prehistoria probablemente existía alguna forma de comunismo. Quizá debería señalar
que ello no excluía del todo la existencia de propiedad privada. Las gentes de las
sociedades sencillas del nivel de las bandas y aldeas poseen efectos personales tales
como armas, ropa, vasijas, adornos y herramientas. ¿Qué interés podría tener nadie
en apropiarse de objetos de este tipo? Los pueblos que viven en campamentos al aire
libre y se trasladan con frecuencia no necesitan posesiones adicionales. Además, al
ser pocos y conocerse todo el mundo, los objetos robados no se pueden utilizar de
manera anónima. Si se quiere algo, resulta preferible pedirlo abiertamente puesto que,
en razón de las normas de reciprocidad, tales peticiones no se pueden denegar.
No quiero dar la impresión de que la vida en las sociedades igualitarias del nivel de las
bandas y aldeas se desarrollaba sin asomo de disputas sobre las posesiones. Como
en cualquier grupo social, había inconformistas y descontentos que intentaban utilizar
el sistema en provecho propio a costa de sus compañeros. Era inevitable que hubiera
individuos aprovechados que sistemáticamente tomaban más de lo que daban y que
permanecían echador en sus hamacas mientras los demás realizaban el trabajo. A
pesar de no existir un sistema penal a la larga este tipo de comportamiento acababa
siendo castigado. Una creencia muy extendida entre los pueblos del nivel de las
bandas y aldeas atribuye la muerte y el infortunio a la conspiración malévola de los
brujos. El cometido de identificar a estos malhechores recaía en un grupo de
chamanes que en sus trances adivinatorios se hacían eco de la opinión pública. Los
individuos que gozaban de la estima y del apoyo firme de sus familiares no debían
temer las acusaciones del chamán. Pero los individuos pendencieros y tacaños, más
dados a tomar que a ofrecer, o los agresivos e insolentes, habían de andar con
cuidado.
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De los cabecillas a los grandes hombres
La reciprocidad no era la única forma de intercambio practicada por los pueblos
igualitarios organizados en bandas y aldeas. Hace tiempo que nuestra especie
encontró otras formas de dar y recibir. Entre ellas, la forma de intercambio conocida
como redistribución desempeñó un papel fundamental en la creación de distinciones
de rango en el marco de la evolución de las jefaturas y los estados.
Se habla de redistribución cuando las gentes entregan alimentos y otros objetos de
valor a una figura de prestigio como, por ejemplo, el cabecilla, para que sean juntados,
divididos en porciones y vueltos a distribuir. En su forma primordial probablemente iba
emparejada con las cacerías y cosechas estacionales, cuando se disponía de más
alimentos que de costumbre. Como ilustra la práctica de los aborígenes australianos,
cuando maduraban las semillas silvestres y abundaba la caza. Las bandas vecinas se
juntaban para celebrar sus festividades nocturnas llamadas corroborees. Eran estas
ocasiones para cantar, bailar y renovar ritualmente la identidad del grupo. Es posible
que al entrar en el campamento más gente, más carne y más manjares, los cauces
habituales del intercambio recíproco no bastaron para garantizar un trato equitativo
para todos. Tal vez los varones de más edad se encargaran de dividir y repartir los
porciones consumidas por la gente. Sólo un paso muy pequeño separa a estos
redistribuidores rudimentarios de los afanosos cabecillas de tipo jefe de boy-scouts
que exhortan a sus compañeros y parientes a cazar y cosechar con mayor densidad
para que todos puedan celebrar festines mayores y mejores. Fieles a su vocación, los
cabecillas-redistribuidores no sólo trabajan más duro que sus seguidores, sino que
también dan con mayor generosidad y reservan para sí mismos las raciones más
modestas y menos deseables. Por consiguiente, en un principio la redistribución servía
estrictamente para consolidar la igualdad política asociada al intercambio recíproco. La
compensación de los redistribuidores residía meramente en la admiración de sus
congéneres, la cual estaba en proporción con su éxito a la hora de organizar los más
grandes festines y fiestas, contribuir personalmente más que cualquier otro y pedir
poco o nada a cambio de sus esfuerzos; todo ello parecía, inicialmente, una extensión
inocente del principio básico de reciprocidad. ¡Poco imaginaban nuestros antepasados
las consecuencias que ello iba a acarrear!
Si es buena cosa que un cabecilla ofrezca festines, ¿por qué no hacer que varios
cabecillas organicen festines? O, mejor aún, ¿por qué no hacer que su éxito en la
organización y donación de festines constituya la medida de su legitimidad como
cabecillas?. Muy pronto, allí donde las condiciones lo permiten o favorecen –más
adelante explicaré lo que quiero decir con esto-, una serie de individuos deseos de ser
cabecillas compiten entre sí para celebrar los festines más espléndidos y redistribuir la
mayor cantidad de viandas y otros bienes preciados. De esta manera se desarrollo la
amenaza contra la que habían advertido los informantes de Richar Lee: el joven que
quiere ser un “gran hombre”.
Douglas Oliver realizó un estudio antropológico clásico sobre el gran hombre entre los
siuais, un pueblo del nivel de aldea que vive en la isla de Bougainville, una de las islas
de Salomón, situadas en el Pacífico Sur. En el idioma siuai el gran hombre se
denominaba mumi. La mayor aspiración de todo muchacho siuai era convertirse en
mumi. Empezaba casándose, trabajando muy duramente y limitando su consumo de
carne y nueces de coco. Su esposa y sus padres, impresionados por la seriedad de
sus intenciones, se comprometía a ayudarle en la preparación de su primer festín. El
círculo de sus partidarios se iba ampliando rápidamente, y el aspirante a mumi
empezaba a construir un local donde sus seguidores de sexo masculino pudieran
entretener sus ratos de ocio y donde pudiera recibir y agasajar a los invitados. Luego
daba una fiesta de inauguración del club y, si ésta constituía un éxito, crecía el círculo
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de personas dispuestas a colaborar con él y se empezaba a hablar de él como de un
mumi. La organización de festines cada vez más aparatosos significaba que crecían
las exigencias impuestas por el mumi a sus partidarios. Éstos, aunque se quejaban de
lo duro que les hacía trabajar, le seguían siendo fieles mientras continuara
manteniendo o acrecentando su renombre como “gran abastecedor”.
Por último, llegaba el momento en que el nuevo mumi debía desafiar a los más
veteranos. Para ello organizaba un festín, el denominado muminai, ene. Que ambas
partes llevaban un registro de los cerdos, las tortas de coco y los dulces de sagú y
almendra ofrecidos por cada mumi y sus seguidores al mumi invitado y a los
seguidores de éste. Si en el plazo de un año los invitados no podrían corresponder con
un festín tan espléndido como el de sus retadores. Su mumi sufría una gran
humillación social y perdía de inmediato su calidad de mumi.
Al final de un festín coronado por el éxito, a los mumi más grandes aún les esperaba
una vida de esfuezo personal y dependencia de los humores e inclinación de sus
seguidores. Ser mumi no confería la facultad de obligar a los demás a cumplir sus
deseos ni situaba su nivel de vida por encima del de los demás. De hecho, puesto que
desprenderse de cosas constituía la esencia misma de la condición de mumi, los
grandes mumis consumían menos carne y otros manjares que los hombres comunes.
H. Ian Hogbin relata que entre los kaokas, habitantes de otro grupo de las ilsas
Salomón, “el hombre que ofrece el banquete se queda con los huesos y los pasteles
secos; la carne y el tocino son para los demás”. Con ocasión de un gran festín con
1.100 invitados, el mumi anfitrión, de nombre Soni, ofreció treinta y dos cerdos y gran
número de pasteles de sagú y almendra. Soni y algunos de sus seguidores más
inmediatos se quedaron con hambre. “Nos alimentará la fama de Soni”, dijeron.
El umbral del Estado
Los primeros Estados evolucionaron a partir de jefaturas, pero no todas las jefaturas
pudieron evolucionar hasta convertirse en Estados. Para que tuviera lugar la transición
tenían que cumplirse dos condiciones. La población no sólo tenía que ser numerosa
(de unas 10.000 a 30.000 personas), sino que también tenía que estar “circunscrita”,
esto es, estar confrontada a una falta de tierras no utilizadas a soportar impuestos,
reclutamientos y órdenes. La circunscripción no estaba sólo en función de la cantidad
de territorio disponible, sino que también dependía de la calidad de los suelos y de los
recursos naturales y de si los grupos de refugiados podían mantenerse con un nivel de
vida no inferior, básicamente, del que cupiera esperar bajo sus jefes opresores. Si las
únicas salidas para una facción disidente eran altas montañas, desiertos, selvas
tropicales u otros hábitats indeseables, éste tendría pocos incentivos para emigrar.
La segunda condición estaba relacionada con la naturaleza de los alimentos con lo
que había que contribuir al almacén central de redistribución. Cuando el depósito del
jefe estaba lleno de tubérculos perecederos como ñames y batatas, su potencial
coercitivo era mucho menor que si lo estaba de arroz, trigo, maízu otros cereales
domésticos que se podían conservar sin problemas de una cosecha a otra. Las
jefaturas no circunscritas o que carecían de reservas alimenticias almacenables a
menudo estuvieron a punto de convertirse en reinos, para luego desintegrarse como
consecuencia de éxodos masivos o sublevaciones de plebeyos desafectos.
Las Hawai de los tiempos que precedieron la llegada de los europeos nos
proporcionan el ejemplo de una sociedad que se desarrolló hasta alcanzar el umbral
del reino, aunque sin llegar nunca a franquearlo realmente. Todas las islas del
archipiélago hawaiano estuvieron deshabitadas hasta que los navegantes polinesios
arribaron a ellas cruzando los mares en canoas durante el primer milenio de nuestra
29
era. Estos primeros pobladores probablemente procedían de las islas Marquesas,
situadas a unos 3.200 km. Al sureste. De ser así, es muy posible que estuvieran
familiarizados con el sistema de organización social del gran hombre o la jefatura
igualitaria. Mil años más tarde, cuando los observaron los primeros europeos que
entraron en contacto con ellos, los hawaianos vivían en sociedades sumamente
estratificadas que presentaban todas las características del Estado, salvo que la
rebelión y la usurpación estaban tan a la orden del día como la guerra contra el
enemigo del exterior. La población de estos estados o protoestados variaba entre
10.000 y 100.000 habitantes. Cada uno de ellos estaba dividido en varios distritos y
cada distrito se componía a su vez, de varias comunidades de aldeas. En la cumbre
de la jerarquía política había un rey o aspirante al trono llamado ali’i nui. Los jefes
supremos, llamados ali’i, gobernaban distritos y sus agentes. Jefes menores llamados
konohiki, estaban a cargo de las comunidades locales. La mayor parte de la población,
es decir, las gentes dedicadas a la pesca, agricultura y artesanía, pertenecían al
común.
Algo antes de que llegaran los primeros europeos, el sistema redistributivo hawaiana
pasó el rubicón que separa la donación desigual de regalos de la pura y simple
tributación. El común se veía despojado de alimentos y productos artesanos, que
pasaban a manos de los jefes de distrito y los ali’i nui. Los konohiki estaban
encargados de velar por que cada aldea produjera lo suficiente para satisfacer al jefe
del distrito, que, a su vez, tenía que satisfacer al ali’i nui . Los ali’i nui distrito usaban
los alimentos y productos artesanales que circulaban por su red de redistribución para
alimentar y mantener séquitos de sacerdotes y guerreros. Estos productos llegaban al
común en cantidades escasísimas, salvo en tiempo de sequía y hambruna en que las
aldeas más industriosas y leales podían esperar verse favorecidas con los víveres de
reserva que distribuían los ali’i nui y lis jefes de distrito. Como dijo David Malo, un jefe
hawaiano que vivió en el siglo pasado, los almacenes de los ali’i nui estaban pensados
para tener contenta a la gente y asegurar su lealtad: “Así como la rata no abandonará
la despensa, la gente no abandonará al rey mientras crea en la existencia de la
comida en su almacén”.
¿Cómo llegó a formarse este sistema? Las pruebas arqueológicas muestran que, a
medida que crecía la población, los asentamientos se fueron extendiendo de una isla a
otra. Durante casi un milenio las principales zonas pobladas se hallaban cerca del
litoral, cuyos resultados marinos podían aportar un suplemento al ñame, la batata, el
taro plantados en los terrenos más fértiles. Por último en el siglo XV, los
asentamientos empezaron a extenderse tierra adentro, hacia ecozonas más elevadas,
donde predominaban los terrenos pobres y escaseaban las lluvias. A media que
seguía aumentando la población se talaron o quemaron los bosques del interior y
extensas zonas se perdieron por la erosión o se convirtieron en pastos. Atrapados
entre el mar, por un lado, y las laderas peladas por otro, la población ya no tenía
escapatoria de los jefes que querían ser reyes. Había llegado la circunscripción. La
tradición oral y las leyendas cuentan el resto de la historia. A partir del año 1600 varios
distritos sostuvieron entre sí incesantes guerras como consecuencia de las cuales
determinados jefes llegaron a controlar todas las islas durante un cierto tiempo. Si bien
estos ali’i nui tenían un gran poder sobre el común, su relación con los jefes supremos,
sacerdotes y guerreros era muy inestables, como ya se ha dicho con anterioridad. Las
facciones disidentes fomentaban rebeliones o trataban guerras, destruyendo la frágil
unidad política hasta que una nueva coalición de aspirantes a reyes instauraba una
nueva configuración de alianzas igual de inestables. Esta era más o menos la
situación cuando el capitán James Cook entró en el puerto de Waimea en 1778 e inició
la venta de armas de fuego alos jefes hawaianos. El ali’i nui Kamehameha I obtuvo el
monopolio de la compra de estas nueve armas y las utilizó de inmediato contra sus
30
rivales, que blandían lanzas. Tras derrotarlos de una vez por todas, en 1810 se erigió
en el primer rey de todo el archipiélago hawaiano.
Cabe preguntarse si los hawaianos hubieran llegado a crear una sociedad de nivel
estatal si hubieran permanecido aislados. Yo lo dudo. Tenían agricultura, grandes
excedentes agrícolas, redes distributivas complejas y muy jerarquizadas, tributación,
cuotas de trabajo, densas poblaciones circunscritas y guerras externas. Pero los
faltaba algo: un cultivo cuyo fruto pudiera almacenarse de un año a otro. El ñame, la
batata y el taro son alimentos ricos en calorías pero perecederos. Sólo se podían
almacenar durante unos meses, de manera que no se podía contar con los almacenes
de los jefes para alimentar a gran número de seguidores en tiempo de escasez como
consecuencia de sequía o por los estragos causados por las guerras ininterrumpidas.
En término de David Malo, la despensa estaba vacía con demasiada frecuencia como
para que los jefes pudieran convertirse en reyes.
Y ahora ha llegado el momento de contar qué pasaba en otros sitios cuando la
despensa estaba vacía.
Los primeros Estados
Fue en el Próximo Oriente donde por primera vez una jefatura se convirtió en Estado.
Ocurrió en Sumer, en el sur de Irán e Irak, entre los años 3.500 u 3.200 a.C. ¿Por qué
en el Próximo Oriente? Probablemente porque esta región estaba mejor dotada de
gramíneas silvestres y especies salvajes de animales aptas para la domesticación que
otros antiguos centros de formación del Estado. Los antecesores del trigo, la cebada,
el ganado ovino, caprino, vacuno y porcino crecían en las tierras altas del Levante y
las estribaciones de la cordillera del Zagros, lo que facilitó el abandono temprano de
los modos de subsistencia de caza y recolección a favor de la vida sedentaria en
aldeas.
La razón que impulsó al hombre de finales del período glaciar a abandonar su
existencia de cazador-recolector sigue siendo objeto de debate entre los arqueólogos.
Sin embargo, parece probable que el calentamiento de la Tierra después del 12.000
a.c., la combinación de cambios medioambientales y el exceso de caza provocaron la
extinción de numerosas especies de caza mayor y redujeron el atractivo de los medios
de subsistencia tradicionales. En varias regiones del Viejo y Nuevo Mundo, los
hombres compensaron la pérdida de especies de caza mayor yendo en busca de una
mayor variedad de plantas y animales, entre los que figuraban los antepasados
silvestres de nuestros cereales y animales de corral actuales.
En el Próximo Oriente, donde nunca abundó la caza mayor como en otras regiones
durante el período glaciar, los cazadores-recolectores comenzaron hace más de trece
milenios a explotar las variedades silvestres de trigo y cebada que allí crecían. A
medida que aumentaba su dependencia de estas plantas, se vieron obligados a
disminuir su nomadimos y había que almacenarlas para el resto del año. Puesto que la
cosecha de semillas silvestres no se podía transportar de campamento en
campamento algunos pueblos como los natufienses, que tuvieron su apogeo en el
Levante hacia el décimo milenio a.C., se establecieron, construyeron almacenes y
fundaron aldeas de carácter permanente.. Entre el asentamiento junto a matas
prácticamente silvestres de trigo y cebada y la propagación de las semillas de mayor
tamaño y que no se desprendían al menor roce, sólo medió un paso relativamente
corto. Y a medida que las variedades silvestres cedían terreno a campos cultivados,
atraían a animales como ovejas y cabras hacia una asociación cada vez más estrecha
con los seres humanos, quienes pronto reconocieron que resultaba más práctico
encerrar a estos animales en rediles, alimentarlos y criar aquellos que reunieran las
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características más deseables, que limitarse a cazarlos hasta que no quedara ninguno.
Y así comenzó lo que los arqueólogos denominan el Neolítico.
Los primeros asentamientos rebasaron con gran rapidez el nivel de las aldeas de los
cabecillas o grandes hombres para convertirse en jefaturas sencillas. Jericó, situada
en un oasis de la Jordania actual, por ejemplo, 8.000 años antes de nuestra era ya
ocupaba una superficie de 40 kilómetros cuadrados y contaba con 2.000 habitantes;
2.000 años más tarde Catal Hüyük, situada al sur de Turquía, tenía una superficie de
128 km2. y una población de 6.000 habitantes. Sus ruinad albergan una importante
colección de objetos de arte, tejidos, pinturas y relieves murales. Las pinturas murales
(las más antiguas que se conocen en el interior de edificios) representan un enorme
toro, escenas de caza, hombres danzando y aves de rapiña atacando cuerpos
humanos de color rojo, rosado, malva, negro y amarillo. Los hombres de Catal Hüyük
cultivaban cebada y tres variedades de trigo. criaban ovejas, vacas, cabras y perros, y
vivían en casas adosadas con patio. No había puertas, sólo se podía entrar en las
casas a través de aberturas practicadas en los techos planos.
Al igual que todas las jefaturas, los primeros pueblos neolíticos parecían preocupados
por la amenaza de ataques de merodeadores venidos de lejos. Jericó estaba rodeada
de fosos y murallas (muy anteriores a las bíblicas) y contaba con una torre de
vigilancia en lo alto de una de sus murallas. Otros asentamientos neolíticos antiguos
como Tell.es Sawwan y Mahzaliyah en Irak, también estaban rodeados de murallas.
Hay que señalar que al menos un arqueólogo sostiene que las primeras murallas
construidas en Jericó estaban destinadas ante todo a la protección contra corrimientos
de tierra más que contra ataques armados. No obstante, la torres con sus estrecha
rendijas de vigilancia servía para funciones claramente defensivas. Tampoco cabe la
menor duda de que las murallas que guardaban Tell.es Sawwan y Mahzaliyah eran el
equivalente de las empalizadas de madera características de las jefaturas situadas en
tierras de bosques abundantes. No se trataba de agricultores pacíficos, armoniosos e
inofensivos preocupados tan sólo por el cultivo de sus tierras y el cuidado de su
ganado. En Cayöpnü, en la Turquía meridional, no lejos de Catal Hüyük, James
Mellaart excavó una gran losa de piedra con restos de sangre humana. Cerca de allí
encontró varios centenares de calaveras humanas, sin el resto de sus esqueletos.
¿Para que habían de construir los hombres de Catal Hüyük casas sin aberturas al
nivel del suelo, sino para protegerse contra merodeadores forasteros?
Al igual que todas las Jefaturas, las sociedades neolíticas entablaron comercio de
larga distancia. Sus objetos de intercambio favoritos era la obsidiana, una especie de
vidrio volcánico que servía para fabricar cuchillos y otras herramientas de corte, y la
cerámica. Catal Hüyük parece haber sido un centro de domesticación, cría y
exportación de ganado vacuno, que importaba a cambio de gran variedad de
artefactos y materias primas (entre éstas, cincuenta y cinco minerales diferentes).
El grado de especialización observado dentro y entre los distintos asentamientos
neolíticos también es indicativo de una gran actividad comercial y de otras formas de
intercambio. En Beida, Jordania, había una casa dedicada a la fabricación de cuentas,
mientras que otras se concentraban en la confección de hachas de sílex y otras en el
sacrificio de animales. En Cayönü se descubrió todo un grupo de talleres de
fabricación de cuentas. En Umm Dabajioua, en el norte de Irak, parece que la aldea se
dedicaba por entero al curtido de pieles de animales, mientras que los habitantes de
Yarim Tepe y Tell.esSawwan se especializaron en la producción en masa de
cerámica.
También se han encontrado indicios de redistribución y de distinciones de rango. Así,
por ejemplo, en Bougras, Siria, la mayor casa de la aldea tiene adosada una estructura
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de almacenamiento, y en Tell.es Sawwan las cámaras mortuorias difieren en tamaño y
en la cuantía del ajuar funerario enterrado con los diferentes individuos.
Los primeros centros agrícolas y ganaderos dependían de las lluvias para la
aportación de agua a sus cultivos. Al crecer la población comenzaron a experimentar
con el regadío, con el fín de ganar y colonizar tierras más secas. Sumer, situada en el
delta, falto de lluvias pero pantanoso y propenso a inundaciones frecuentes de los ríos
Tigiris y Éufrates, se fundó de esta manera. Limitados en un principio a permanecer en
las márgenes de una corriente de agua natural, los sumerios pronto llegaron a
depender totalmente del regadío para abastecer de agua sus campos de trigo y
cebada, quedando así inadvertidamente atrapados en la condición final para la
transición hacia el Estado. Cuando los aspirantes a reyes empezaron a ejercer
presiones para exigirles más impuestos y mano de obra para la realización de obras
pública, los plebeyos de Sumer vieron que habían perdido la opción de marcharse a
otro lugar. ¿Cómo iban a llevarse consigo sus acequias, sus campos irrigados,
jardines y huertas, en las que habían invertido el trabajo de generaciones?. Para vivir
alejados de los ríos hubieran tenido que adoptar modos de vida pastorales y nómadas
en los que carecían de la experiencia y la tecnología necesarias.
Los arqueólogos no han podido determinar con exactitud dónde y cuándo tuvo lugar la
transición sumeria, pero en 4350 a.C. empezaron a erigirse en los asentimientos de
mayor tamaño unas estructuras de adobe con rampas y terrazas, llamadas zigurat,
que reunían las funciones de fortaleza y templo. Al igual que los túmulos, las tumbas,
los megalitos y las pirámides repartidas por todo el mundo, los zigurat atestiguan la
presencia de jefaturas avanzadas capaces de organizar prestaciones laborales a gran
escala, y fueron precursores de la gran torre de Babilonia, de más de 90 metros de
altura, y de la torre de Babel bíblica. Hacia 3500 a.C. las calles, casas y templos,
palacios y fortificaciones ocupaban varias decenas de kilómetros cuadrados en Uruk.
Irak. Acaso fue allí donde se produjo la transición; y si no, fue en Lagash, Eridu, Urd o
Nippur, que en el año 3200 a.C. florecían como reinos independientes.
Impulsado por las mismas presiones internas que enviaron a la guerra alas jefaturas,
el reino sumerio tenía a su favor una ventaja importante. Las jefaturas era propensas a
intentar exterminar a sus enemigos y a matar y comerse a sus prisioneros de guerra.
Sólo los estados poseían la capacidad de gestión y el poderoso militar necesarios para
arrancar trabajos forzados y recursos de los pueblos sometidos. Al integrar a las
poblaciones derrotadas en la clase campesina, los Estados alimentaron una ola
creciente de expansión territorial. Cuanto más populosos y productivos se hacían,
tanto más aumentaba su capacidad para derrotar y explotar a otros pueblos y
territorios. En varios momentos después del tercer milenio a.C. dominaba Sumer uno u
otro de los reinos sumerios. Pero no tardaron en formarse otros Estados en el curso
alto del Éufrates. Durante el reinado de Sargón I, en 2350 a.C., uno de estos estados
conquistó toda Mesopotamia, incluida Sumer. Así como territorios que se extendían
desde el Éufrates hasta el Mediterráneo. Durante los 4.300 años siguientes se
sucedieron los imperios: babilonio, asirio, hicso, egipcio, persa, griego, romano, árabe,
otomano y británico. Nuestra especie había creado y montado una bestia salvaje que
devoraba continentes. ¿Seremos alguna vez capaces de domar esta creación del
hombre de la misma manera que domamos las ovejas y las cabras de la naturaleza?.
33
LA IMPORTANCIA DEL ESTUDIO DE LA HISTORIA MILITAR
Dr. Duncan Anderson
Presentado en la conferencia “La importancia del Estudio de la Historia Militar y su
Impacto en la Sociedad Contemporánea”, organizada por la ACAGUE el día 24 de
noviembre de 2004.
El Dr. Duncan Anderson es Jefe del Departamento de Estudios de la Guerra en la Real
Academia Militar de Sandhurst. Es Doctorado en la Universidad de Oxford en Historia
Militar en 1981, y Bachiller y Magíster en Estudios de la Guerra. Ha realizado
numerosas investigaciones y ha publicado más de una veintena de libros, entre ellos
“La Guerra de Manila”. Su particular especialidad es la Segunda Guerra Mundial en el
Pacífico, la campaña de las Falklands / Malvinas en 1982, el impacto de la logística, la
importancia de los medios de comunicación en las operaciones y aspectos
relacionados con las fuerzas especiales.
Buenas tardes damas y caballeros, es un gran honor estar aquí esta tarde y haber sido
invitado a hablarles sobre un tema al cual he dedicado toda mi vida. Es especialmente
grato estar en Chile. Yo nací a miles de kilómetros hacia el oeste, en las lejanas costas
del océano Pacífico. Recuerdo cuando niño estar en las playas de Queensland y mirar
desde la orilla hacia el este por sobre las inmensas olas y ver el increíble azul del mar
y del cielo, y preguntarme si ese mar tenía fin, y si así era, qué habría al otro lado. Y
ahora lo sé. Hace dos semanas, su agregado militar en Londres, el Coronel Béjares y
yo, nos sentamos en Sandhurst a escuchar a los cadetes contarnos de sus aventuras
en los ejercicios de entrenamiento que se habían llevado a cabo en el verano. Un
grupo fue a Las Dolomitas en donde parecía que habían ido a pasear por senderos
bien marcados y se habían detenido ocasionalmente en posadas bien señalizadas. La
Plana Mayor militar de pronto comenzó a mostrar su desagrado.
“¿Y eso los sacó de su “habitat natural”?” le preguntó un coronel cada vez más
escéptico a uno de los cadetes. El Coronel Béjares también estaba un poco escéptico.
Me dijo al oído – “Las Dolomitas – ¡Las Dolomitas son cerros! Espere a que llegue a
Chile, ahí si que va a ver montañas – ¡montañas que sí van a sacar a sus cadetes de
su “habitat natural!” Que razón tenía - nunca he visto algo tan imponente.
Hace cuarenta años cuando era alumno de la Universidad de Queensland quería
estudiar historia militar. Mi padre me había contado historias del tiempo en que
luchaba contra Rommel, en los desiertos de Libia y Egipto, y mi madre tenía sus
propias anécdotas de los años de la guerra – no sólo de la ocupación estadounidense
de Australia, pero más específicamente de su trabajo como funcionaria de criptografía
en los Cuarteles Generales de Douglas MacArthur en Brisbane, en el Sudoeste
Pacífico.
Nombres como Montgomery y MacArthur no pertenecían a un pasado remoto
imposible – correspondían a personas que mis padres habían visto, incluso habían
conversado con MacArthur. Dondequiera que uno fuera, había monumentos a la
guerra – algunos muy modestos – para los contingentes australianos que habían ido a
Sud África entre 1899 y 1902 – o a Corea entre 1950 y 1953. Otros eran gigantescos,
como los obeliscos y cenotafios que se encuentran incluso en el centro de los pueblos
australianos más pequeños, testimoniando que más de 60.000 australianos muertos
en la Primera Guerra Mundial pertenecían a esos pueblos. Había incluso recordatorios
más tangibles -las playas del sudeste de Queensland estaban sembradas de
obstáculos (pillboxes), y en las dunas de arena uno aún podía encontrarse con restos
de alambre de púa oxidado, monumentos a una invasión japonesa que gracias a la
armada estadounidense nunca ocurrió. No sólo supe que la guerra era importante –
34
supe que mi vida había sido modelada por la guerra – y que si los estadounidenses no
hubiesen dejado caer las bombas atómicas sobre Japón, habría existido la
probabilidad de que mi padre hubiese muerto en la invasión de Japón, y de que yo
nunca habría existido.
Yo quería estudiar historia militar pero no pude. Hace cuarenta años no había ni una
sola institución en toda Australia que ofreciera un curso de historia militar. Y esto no
era mucho mejor en América del Norte ni en Europa. Fuera de Sandhurst con su
Departamento de Historia Militar fundado en 1959, y un par de profesores del Kings
College, de la Universidad de Londres, quienes estaban planificando establecer un
departamento destinado al estudio de la guerra, no había nada. Esto no quiere decir
que no había historia militar. Las tiendas de libros y las bibliotecas estaban atiborradas
con historias de guerras y campañas, biografías de generales y almirantes, etc. Es
sólo que los departamentos de historia de las universidades habían decidido no incluir
ninguna referencia a la guerra en sus mallas curriculares. En la universidad yo estudié
cursos como por ejemplo la Historia Europea entre 1815 y 1914, y la Historia Británica
Moderna desde 1919 a 1939. El argumento era que la guerra creaba condiciones
excepcionales y anormales, y que si uno quería entender las tendencias evolutivas a
largo plazo, entonces tendría que concentrarse en periodos de paz. Sin embargo,
existían excepciones. El departamento de política dictaba un curso sobre la
Revolución Rusa porque este movimiento era el resultado de contradicciones
económicas y de clases que se habían acumulado en la sociedad rusa. Estudié la
Revolución Rusa, y recuerdo que la Primera Guerra Mundial era considerada como un
evento que estaba sucediendo simultáneamente, pero de ninguna manera se
observaba una conexión con lo que estaba por ocurrir en Rusia. Realmente no
importaba el color político del historiador que enseñaba –progresista, o marxista
determinista – todos eran reacios a admitir el estudio de la guerra en los
departamentos universitarios.
El más grande de los historiadores militares británicos con vida es el profesor Sir
Michael Howard, quien ha escrito extensamente sobre la situación que yo, y cientos
(quizá miles) de estudiantes experimentamos. A comienzos de los años ’60, cuando
estaba creando el nuevo Departamento de Estudios sobre la guerra en Kings, recordó
que a la mayoría de los historiadores les parecía que era muy difícil pensar en el
término “historia militar” sin darle un sentido más bien peyorativo. Se acordó de alguien
que decía que la “historia militar es a la historia, como la música militar es a la música”.
Sir Michael creía que existían dos razones para esta actitud. Primero, muchas
personas equiparaban la historia militar con la historia operacional, de la cual la mayor
parte de lo que se había escrito y estudiado tenía la finalidad de que los soldados
cumpliesen mejor con sus tareas. Gran parte se había centrado en lo didáctico, en
donde el análisis objetivo ocupaba un segundo lugar para apoyar las doctrinas
vigentes. Por ejemplo, los estudios franceses de la guerra franco-prusiana de 1870,
escrita en los cuarenta años entre mediados de los ’70 y 1914, identificaban que la
búsqueda de un espíritu ofensivo en sus ejércitos era la causa principal de su derrota.
Aún cuando se mencionaba el trabajo superior del personal prusiano, y la descollante
artillería prusiana, se les consignaba una insignificancia relativa. De manera similar,
los trabajos durante el último cuarto del siglo diecinueve de mi ilustre predecesor en
Sandhurst, el
Coronel GFR Henderson2, trataban de probar la superioridad de maniobra en
operaciones de guerra alternadas. El estudio de Henderson de la Guerra Civil de los
EE.UU. que se convirtió en la Biblia del British Army Staff College en las décadas
anteriores a la Primera Guerra Mundial, se concentraba en las campañas de las
columnas de caballería de Stonewall Jackson3 en el valle de Shenandoah, a costa del
estudio de la reducción paulatina de efectivos en la guerra de trincheras alrededor de
35
Petersburgo en Virginia del Norte. Un ejemploaún peor aparece en el estudio de
Henderson acerca de la Guerra Franco-Prusiana, en el cual Henderson detiene su
estudio el 1 de septiembre de 1870 con la capitulación de Francia en Sedán,
ignorando completamente el hecho de que una nueva República – la tercera – se
había proclamado en París, la cual prosiguió la guerra hasta la primavera siguiente. Y
cuando la Tercera República buscó finalmente condiciones para una negociación, esto
fue repudiado por una república comunista en París, la cual juró seguir luchando. Si
Hendersonestuviera escribiendo y estudiando hoy la Operación Libertad para Irak, se
habría detenido sin dudas a mediados de abril de 2003 con los estadounidenses en
Bagdad, y habría ignorado el largo e inacabado desenlace. Henderson era malo, pero
de ninguna manera el peor. El Comité Británico de Defensa Imperial encargó un
inmenso estudio de tres volúmenes acerca de la Guerra Ruso-Japonesa, el primero de
los cuales apareció en 1911. Concluyó que la razón de que los japoneses no hubiesen
sido capaces de conseguir una victoria decisiva sobre los rusos en Mukden, no había
sido por la potencia de fuego rusa, sino por el deseo de los japoneses de “demostrar
valentía”. Ya en ese entonces era claro que los británicos también habían adherido la
doctrina francesa de la ofensiva a cualquier costo. Habría sido fantástico que estas
historias operacionales con una visión tan estrecha hubiesen finalizado con la Primera
Guerra Mundial, pero no fue así.
La devoción del ejército británico al estudio de la Operación Goodwood, y la obsesión
del ejército estadounidense con la Batalla de Bulge después de 1945, se pueden
explicar como una búsqueda desesperada por descubrir los medios por los cuales la
infantería no-mecanizada podría detener una ofensiva blindada masiva. Una segunda
objeción a la historia militar, y que está estrechamente relacionada con la primera, era
su ámbito tan restringido. Los eruditos británicos, estadounidenses, alemanes, y
soviéticos, pudieron producir historias de la Primera y Segunda Guerra Mundial,
concentrándose casi exclusivamente en las actividades de sus propios ejércitos, como
si no hubiesen tenido aliados.
Además, aunque los soviéticos, gracias a la disciplina de la teoría histórica Marxista,
estaban mucho más conscientes de la importancia de la sociedad civil y de los
aparatos logísticos, los británicos, estadounidenses, y alemanes, tendían a ver la
guerra en términos de duelos personalizados, de modo que los generales se
convertían en la personificación de sus ejércitos. Esta tendencia era particularmente
marcada en las historias de la Segunda Guerra Mundial, en las cuales Montgomery y
Rommel luchan en África del Norte, Manstein derrota a la ofensiva soviética posEstalingrado, Patton cruza el norte de Francia, y Eisenhower y MacArthur realizan sus
cruzadas en Europa y el Pacífico respectivamente. Incluso, la mejor de las historias
operacionales de la Segunda Guerra Mundial Defeat into Victory (De la Derrota a la
Libertad) de Slim no es completamente inmune a la muy sutil pero muy real auto
heroización del autor.
El ver la guerra como una serie de duelos entre héroes nacionales era sólo una forma
de esta visión restringida. Otra forma de historia militar – la historia de una formación o
de una unidad – podía igualmente reducir más el enfoque. Este tipo de visión
restringida fue (y es) particularmente marcado en Gran Bretaña, en donde el punto
focal no eran los ejércitos, los cuerpos de divisiones, sino el regimiento – esa
institución británica única, que es una mezcla entre un clan, una familia, una tribu, un
club, y una asociación política. Los regimientos del ejército británico tienen sus propios
museos, librerías, y sus propios archivos – algunos son muy grandes y
extremadamente buenos – y sus propias historias, cuya publicación es apoyada por
asociaciones de los regimientos que son muy influyentes y adineradas. Las historias
de regimientos son esencialmente ejercicios de creación de mitos. No importa si la
cantidad no es tan vasta – un anexo completo de la biblioteca de la Royal Military
36
Academy en Sandhurst está destinada a ellos – ni tan influyente. De esas historias de
regimientos, sólo ocasionalmente emerge algo que se aproxima a una verdad objetiva,
generalmente cuando se utiliza para ajustar cuentas. Les voy a dar un ejemplo, uno
con el que la mayoría de ustedes está familiarizado. La única batalla más
intensamente estudiada en la historia militar británica es la batalla de Darwin-Goose
Green, que tuvo lugar en las Malvinas entre el 26-28 de mayo de 1982.
La razón por la que ha sido tan intensamente estudiada, es porque dos asociaciones
de regimientos llegaron prácticamente a las manos debido a la interpretación de la
batalla – el Regimiento de Paracaidistas y el Regimiento de Devon y Dorset que tenían
interpretaciones muy distintas de lo que había ocurrido en la batalla, una disputa que
involucró a generales, y a partir de esto, emergió algo parecido a una verdad objetiva.
La historia militar es imperfecta, pero a pesar de todas estas imperfecciones, siempre
se ha considerado como una parte necesaria en la educación de los soldados. Es
difícil pensar en un comandante de primer rango que no haya sido un estudioso serio
de la historia militar. Hasta la generación actual, habría sido difícil encontrar oficiales
superiores que no estuviesen familiarizados con los trabajos de Xenophon, Tacitus, y
Julio César, las bases de una valoración de la historia militar, así como de muchos
textos modernos. Esta afirmación es ciertamente válida para los ejércitos con los que
estoy más familiarizado, los de Gran Bretaña y de la Commonwealth británica, los de
Estados Unidos, y Alemania. Algunos generales han formado grandes bibliotecas
durante toda su vida. Mi propia institución se ha beneficiado enormemente de
donaciones de distintos generales y oficiales superiores de Wellington – Hill, Hardinge,
Scovell, Napier – y muchos otros durante el siglo veinte – Haig, Rawlinson, Plumer,
Wavell, Alanbrooke, Montgomery y Carver –quienes legaron sus bibliotecas militares
personales a la Academia. También sé de muchas instituciones estadounidenses que
se han beneficiado de la misma forma – West Point, la Citadel, y VMI que están entre
las más conocidas. Una de las menores tragedias que ocurrió durante la liberación de
Manila por los EE.UU. fue la destrucción de más de 4.000 volúmenes de la biblioteca
de historia militar de Douglas MacArthur, que los japoneses habían conservado
intactos como una atracción turística en el penthouse que él había ocupado en el Hotel
Manila.
Muchos generales han reconocido abiertamente la influencia que ha tenido la lectura
de la historia militar en la conducción de sus campañas. Por ejemplo, el soldado
británico más grande del siglo veinte, el Mariscal de Campo Lord Slim, escribió que
sus intentos de contrataque a los japoneses durante la retirada de los británicos de
Burma en la primavera de 1942, estuvo directamente inspirada
por lo que había leído de Napoleón de la defensa del Norte de Francia en la primavera
de 1814. Más recientemente, el General Norman Schwarzkopf agradeció
personalmente al ex director del Departamento de Estudios sobre la Guerra en
Sandhurst, el Dr. David Chandler, por su monumental obra Las Campañas de
Napoleón; el estudio que lo inspiró a intentar llevar a cabo una operación, para
envolver al ejército de Saddam en febrero de 1991, al estilo de la efectuada en Ulm.
Hasta mediados del siglo veinte, la historia militar, tanto en su forma clásica como
moderna, también sirvió como parte del proceso por medio del cual los estadistas y
altos directivos fueron educados - o más bien, se educaron a sí mismos. La
fascinación inicial de Winston Churchill por la historia militar, se convirtió en su amor
para toda la vida, luego de ser estimulado por las clases de GFR Henderson, cuando
era cadete en Sandhurst. Luego Churchill escribió muchas historias, incluyendo la
monumental History of the English Speaking People (Historia del Pueblo
Angloparlante) que es realmente una narrativa de las operaciones navales y militares
que involucran a los pueblos de las Islas Británicas y sus colonias en ultramar durante
37
la mejor parte del siglo veinte. Está claro que el manejo de la crisis de 1940 por parte
de Churchill estuvo bien documentada con el conocimiento que él obtuvo de la forma
en que los líderes británicos manejaron crisis similares en el pasado, por ejemplo las
de 1588, 1692, 1745, y 1805. En 1940 y 1941, su Ministro de Relaciones Exteriores,
Antony Eden, también un lector voraz de la historia militar, buscó políticas para Europa
oriental y sur oriental que recreaban las condiciones que dieron origen al conflicto
entre la Prusia de Federico y la Rusia de Caterina en 1756, y entre el imperio alemán
basado en la Prusia del Káiser Wilheim, y la Rusia del zar Nicolás en 1914. En este
evento Eden recibió la gran ayuda de Adolfo Hitler, pero al menos Edén tuvo la
imaginación histórica de saber lo que podría ser posible.
Hasta este momento hemos descrito el estudio de la historia militar por parte de
oficiales superiores y estadistas en el pasado, a la luz de hechos positivos. Sin
embargo, sería erróneo pretender que dicho estudio no representó también muchos
peligros. La mayor parte de las personas que han estudiado la historia militar han sido
autodidactas, algunos de los cuales no han entendido la complejidad de lo estudiado,
o lo han utilizado en forma tendenciosa. Por ejemplo, los generales británicos no han
sido particularmente exitosos en comandar las guarniciones sitiadas. lo cual es
sorprendente considerando el orgullo de los británicos en su capacidad de resistir
tenazmente hasta el final.
En 1916 el comandante que dirigió el ataque de los británicos en Mesopotamia, el
General Townshend, se las ingenió para quedar rodeado en Kut el Amara, y resistió
todos los intentos que lo persuadían a salir mientras el bloque de fuerzas turcas aún
era débil. Como lector asiduo de la historia militar, Townshend, cuya carrera se había
estancado, sabía que los comandantes de las guarniciones sitiadas recibían mucha
atención de los medios, e intentó emular a Charles Gordon en Khartoum o a Baden
Powell en Mafeking, quienes habían sido elevados a la calidad de héroes. Se
equivocó, y fue forzado a rendirse a los turcos después de un siglo. El Teniente
General Arthur Percival, comandante en la península malaya justificó su rechazo a
permitir la construcción de fortificaciones en la costa norte de la isla de Singapur sobre
la base de que su lectura de la historia militar lo había convencido de que el elemento
más importante en la defensa exitosa de una ciudad era el mantenimiento de la moral
civil, y que las fortificaciones serían negativas para ese propósito. Cuando el ingeniero
jefe de Singapur Brigadier Ivan Simpson escuchó al general desarrollar este
argumento, supo que todo estaba perdido. Los políticos y los estadistas son
igualmente culpables de interpretar malamente las lecciones de la historia. En el
verano de 1940, el Ministro de Relaciones Exteriores británico, Lord Halifax, defendió
férreamente la paz negociada con la Alemania nazi, utilizando como precedente la
decisión británica de aceptar un armisticio con Francia en 1802, ignorando al mismo
tiempo la evidencia abrumadora de que Hitler y Napoleón tenían ideas muy distintas
en cuanto al carácter sagrado de los acuerdos internacionales. Más recientemente, el
Ministro de Relaciones Exteriores británico, Sir Douglas Hurd, discutió enérgicamente
en contra de la intervención británica en los Balcanes, sobre la base de que todos los
ejércitos del Eje que habían sido desplegados en la región a comienzos de los años
’40, habían sido destruidos. De hecho, los alemanes nunca desplegaron más de cuatro
divisiones de rango relativamente bajo, y sufrieron bajas que a su vez fueron
relativamente pocas con relación al Frente Oriental o Normandía.
Los peores ejemplos de la mala utilización – en realidad del malentendido voluntarioso
de la historia militar – no provienen de Gran Bretaña sino de Alemania. La obsesión de
los líderes nazi por las campañas de Federico el Grande, particularmente el anus
mirabilis de 1762, y el milagro de la Casa de Brandemburgo, les permitió tener la
esperanza de una liberación, cuando todos los cálculos racionales indicaban que lo
cuerdo era aceptar cualquiera de las condiciones que los Aliados estuviesen
38
dispuestos a ofrecer. De manera similar, los japoneses arrastraron su propia historia
en el verano de 1945, y se consolaron con los “vientos divinos” que habían salvado a
Japón en distintas ocasiones de la invasión de los mongoles y coreanos.
Estos eran – y hasta cierto punto aún son – los problemas asociados con el estudio de
la historia militar. Es por estas razones, que los historiadores de “primera línea”,
trataron el tema con tanto recelo. Por un lado, resentían la influencia claramente
demostrable de la historia militar. Por otra parte, ellos menospreciaban el rigor
intelectual, o la falta de él, que era demasiado evidente, particularmente en los
sectores más populares. Tal era la situación a comienzos de los ’60 cuando emergió
esta disciplina de Estudios sobre la Guerra esencialmente nueva y resumió
gradualmente lo mejor de la historia militar. El primer profesor de Estudios sobre la
guerra en Gran Bretaña, Sir Michael Howard, decidió que como la guerra abarcaba
toda la actividad humana, no había límites para sentar bases más amplias para esta
disciplina. Él escribió “yo podía enseñar la historia de la guerra, que era todo lo que yo
sabía, pero también recopilaba, y lo máximo posible, de otras disciplinas: Relaciones
Internacionales, naturalmente; estudios estratégicos, un tema cuyo nacimiento se
había precipitado por la invención de las armas nucleares; economía y ciencias
sociales en general; derecho, internacional y constitucional; antropología; teología; de
hecho, cualquier cosa que se me ocurriera y que pudiera ser de interés para estos
profesionales. Si en esa época hubiesen existido estudios sobre la gente de color,
sobre género, el homosexualismo, o los medios de comunicación, ciertamente también
los habría adoptado ....” En efecto, lo que Howard hizo, fue cambiar el estudio de la
guerra en un sistema de educación que lo abarcara todo.
Desde comienzos de los años ’60 los cursos de Estudios sobre la Guerra han crecido
en cantidad y han desarrollado su complejidad. Hoy en día, los Estudios sobre la
Guerra son ampliamente reconocidos en Gran Bretaña, como un medio de entregar
una educación ideal no sólo para el soldado, sino también útil para el administrador
civil, el político, el periodista tanto del medio escrito como electrónico, y los capitanes
del comercio y la industria. La amplia utilidad de los Estudios sobre la Guerra es el
resultado de la amalgama de disciplinas que uno debe estudiar en cualquier curso.
Examinaré lo que yo creo son los componentes claves, yendo de lo general a lo
particular, mostrando como cada uno puede desarrollar sus capacidades intelectuales.
Primero, el estudio serio de la guerra debe estar basado en el estudio del pensamiento
militar, y cualquier estudio de este tipo expondrá a los alumnos a las ideas de los
grandes filósofos, los creadores de los sistemas intelectuales, que pertenecen no sólo
a la tradición militar en Europa como Nicolo Machiavelli y Carl von Clausewitz, sino
también a las tradiciones militares de otras culturas, particularmente la del Asia
Oriental, con el estudio de Sun Tzu y Mao Tse-tung.
Al más alto nivel, la filosofía militar considera la naturaleza de la guerra, el proceso del
empleo de la fuerza en todas sus formas para lograr objetivos políticos. El alumno
aprende a pensar en la guerra como el empleo de una violencia estructurada u
organizada, que debería ser racional, pero que está sujeta a emociones y pasiones
violentas que amenazan constantemente con subvertir la racionalidad.
Yo no creo que algún filósofo de la guerra lo haya definido más claramente que von
Clausewitz, cuando desarrolló la idea de su notable trinidad, explorando la relación
entre fuerza, voluntad, y racionalidad, o las fuerzas armadas, el pueblo, y el gobierno.
Todos los estadistas, todos los administradores civiles, que están encargados de los
asuntos de Estado deberían estudiar a Clausewitz y la trinidad, pero muy pocos lo
hacen. Si el almirante Anaya la hubiese entendido, no habría subestimado de manera
tan catastrófica la predecible reacción británica cuando instó a Galtieri a invadir las
39
islas Malvinas. Pero incluso quienes estudian a Clausewitz intensamente, lo pueden
malinterpretar. Nadie es más culpable de esto que los estadounidenses.
Muchos de ustedes habrán estudiado en los Estados Unidos, posiblemente en Carlisle
o Leavenworth, y sabrán lo que quiero decir – los cursos de estudios sobre la guerra
que se crean alrededor de Clausewitz – con un pobre entendimiento de lo que
Clausewitz trataba de decir. Si Robert MacNamara hubiese comprendido la notable
trinidad, no habría presionado a Lyndon Johnson para que se embarcara en la
escalada en Vietnam, si Collin Powell lo hubiese entendido ........ pero luego pienso
que quizá sí lo entendió!
Los estudios sobre la guerra también involucran el análisis del reclutamiento,
equipamiento, y sustento de las fuerzas armadas. Aspectos intrínsecos del tema son la
administración de personal, y el manejo de la logística, dentro de las restricciones
económicas y de mano de obra que están siempre presentes. Yo diría que una de las
mejores introducciones al análisis de caminos críticos sería estudiar la forma por
medio de la cual algunos ejércitos han empleado la flexibilidad e ingenuidad para
evitar desastres logísticos.
Siempre he admirado enormemente la pericia de los japoneses en Burma y en el
Pacífico durante la Segunda Guerra Mundial, ya que fueron capaces de alimentarse y
seguir luchando en ambientes en los cuales muchos otros soldados se hubiesen
desesperado y deseado morir. El estudio de la logística y administración siempre
arroja las mismas lecciones – si uno no planifica y prepara en profundidad, quizá salga
indemne, pero probablemente no. El éxito en las operaciones requiere de una
capacidad de multiplicación en el abastecimiento, no sólo de pertrechos, sino de
transporte y mano de obra entrenada para mantener toda la maquinaria de la guerra
moderna. Los desastres logísticos más espectaculares del siglo veinte, el de la
Wehrmacht en Rusia en el otoño de 1941, y el 8º Ejército de los EE.UU. en Corea en
el otoño de 1950, fueron esencialmente el resultado del envío de columnas
mecanizadas a territorio enemigo con muy pocos mecánicos y talleres para vehículos.
En ambos casos el remedio estaba en los programas de entrenamiento para producir
personal con las habilidades necesarias. Los graduados de los cursos de guerra se
horrorizaron hace diez años cuando los graduados de las escuelas de negocios
angloamericanas comenzaron a ensalzar las virtudes del sistema de abastecimiento
de la empresa Toyota, la ahora célebre logística del “Justo-a- Tiempo”. Este concepto
se introdujo a la fuerza en los ejércitos estadounidenses y británicos, a pesar de las
protestas de los más vehementes, y el resultado se vio en la primavera de 2003 frente
a un ejército estadounidense que carecía de la infraestructura logística para restaurar
los sistemas básicos en Bagdad. ¡Si tan sólo los defensores del “Justo-a-Tiempo”
hubiesen tenido la oportunidad de ampliar y profundizar sus conocimientos en un
curso de Estudios sobre la Guerra.
Los Estudios sobre la guerra también nos dicen mucho acerca de cómo pueden crecer
los cuarteles generales, y como se pueden tomar decisiones. Es una ley de la
naturaleza que todas las burocracias tienen la tendencia de aumentar su tamaño, pero
algunas han crecido en forma desproporcionada de la noche a la mañana debido a la
falta de control y de un clima político favorable al crecimiento. Los Cuarteles Generales
de comando de Mountbatten en el Sudeste de Asia, por ejemplo, crecieron desde unos
pocos cientos en septiembre de 1943, a más de 7.000 en septiembre de 1944; en
tanto los cuarteles generales de división duplicaron su tamaño entre la operación
Tormenta del Desierto en 1991, y la Operación Telic en 2003. Tal como los Cuarteles
Generales SEAC hace sesenta años, nuestros modernos cuarteles generales son
lugares muy atareados, aunque el rendimiento real pareciera ser el mismo.
40
El análisis del liderazgo es también intrínseco al estudio de la guerra .... el tipo de
cultura que un comandante trata de crear dentro de la organización, y su capacidad de
tomar decisiones inteligentes aun cuando se encuentre bajo presión extrema. He
conocido funcionarios públicos y CEOs particularmente interesados en este aspecto
de los Estudios sobre la Guerra. Por más difíciles que puedan ser las situaciones que
ellos enfrentan, son insignificantes comparadas con las presiones a las que se ven
sometidos los oficiales en las operaciones. Ellos admiran los ejemplos en que se
expresa la habilidad para centrarse en lo más esencial, en situaciones en que
apremian presiones y ansiedades. Y estos ejemplos pueden ser de comandantes que
serían exitosos como Wellington en Salamanca, cuando se dio cuenta en una fracción
de segundo, que las divisiones francesas en su frente ya no eran capaces de
proporcionarse apoyo mutuo, y que tenía una ventana de tiempo de treinta minutos
para destruirlas. O de comandantes que fracasaron gloriosamente como Napoleón en
Waterloo, quien cuando fue informado que Blucher estaba a sólo una hora de marcha
de su flanco izquierdo, anunció calmadamente que iba a luchar contra los británicos
como si los prusianos estuvieran en la superficie de la luna.
Los Estudios sobre la Guerra no tienen relación solamente con la conducción del
comando a nivel táctico y operacional. Desde el comienzo de los “problemas” en
Irlanda del Norte, hemos estado cada vez más conscientes de la importancia de las
acciones de los comandantes de pelotón, e incluso de los comandantes de sección.
Quienes hayan estudiado en Gran Bretaña habrán escuchado el término “Strategic
Corporal” (cabo estratégico), un reconocimiento al hecho de que en el ambiente
creado por los medios de comunicación modernos, las acciones de un solo soldado
pueden tener un efecto que hagan tambalear a un gobierno. Este efecto está
haciéndose cada vez más pronunciado, como lo confirman las actuales operaciones
en Irak. En respuesta a ello, la mayoría de los cursos de Estudios sobre la Guerra
tienen actualmente componentes de medios de comunicación. Hace diez años,
Sandhurst tomó el liderazgo en este aspecto en Gran Bretaña, popularizando el
término operaciones de los medios de comunicación, e inventando los términos “medio
ambiente de los medios” y “flanco de los medios”.
Por supuesto que los Estudios sobre la Guerra también involucran la historia militar
táctica y operacional, acerca de la cual ya he hablado. Existe un aspecto del estudio
de la historia militar que es peculiarmente efectivo al tratar de transmitir las lecciones
esenciales de una operación en una forma tal que es siempre entretenida, instructiva,
y lo mejor de todo, inolvidable. Las salidas de la plana mayor y los recorridos por el
campo de batalla fueron iniciados por el Estado Mayor prusiano en el último tercio del
siglo diecinueve con propósitos estrictamente profesionales. En Gran Bretaña hoy en
día estamos inundados de solicitudes de líderes de negocios, funcionarios públicos
superiores, políticos, y muchos otros, para expandir nuestros programas de
excursiones al campo de batalla. Ellos reconocen que estas salidas son un excelente
vehículo para impartir las lecciones esenciales de liderazgo y manejo en un ambiente
en el cual han ocurrido hechos reales. También son excelentes vehículos para la
formación de equipos. De hecho, cuando vuelva al Reino Unido una de las primeras
cosas que tengo que hacer es salir con los CEO de la Asociación Internacional de
Presidentes a los campos de batalla de Normandía.
En los últimos días he tenido la oportunidad de visitar la Academia de Guerra, revisar
su malla curricular, y hablar con sus profesores. Puedo darme cuenta de que ya están
haciendo estas cosas. La Academia de Guerra de Chile está entregando una
educación que va a beneficiar a los líderes y a los líderes potenciales de cada sector
de la sociedad chilena. Ninguna otra disciplina entrega una educación tan amplia como
el estudio de la guerra llevado a cabo adecuadamente. Nosotros hemos comenzado
41
una relación entre la Academia de Guerra de Chile y Sandhurst. El próximo año, Chile
enviará a un cadete a Sandhurst, y espero que muy pronto los cadetes de Sandhurst
vengan a Chile en su viaje de estudios. Tal como dijo el coronel Béjares, Chile tiene
realmente montañas que los van a poner a prueba. También espero que pronto
veamos los intercambios académicos entre la Academia de Guerra y Sandhurst.
Señoras y señores, espero muy sinceramente que esta noche sea sólo el comienzo.
42
RELACIÓN ENTRE LA HISTORIA MILITAR Y LOS CONFLICTOS.
Dr. Cristián Garay Vera
El autor transita por un profundo recorrido histórico para explorar la especificidad
de la Historia Militar y el diálogo interdisciplinario entre la Historia y las Ciencias
Sociales.
Presenta las perspectivas centrales sobre los beneficios de la historia en la
formación del conductor militar y las áreas de estudio, que como centro tienen la
guerra y dentro de ella el combate; temáticas que han evolucionado hacia
aspectos de la paz y otros enfoques como el que presenta Keegan, quien hace
hincapié en el hombre en combate. En el proceso se ha revalorizado al sujeto
humano, imposible de disociar de la política.
En el texto se observa que en la medida en que se ha consolidado la integración
de teorías de sicología, ciencia política, y relaciones internacionales con la historia,
se ha consolidado un diálogo entre la Historia y las Ciencias Sociales. De este
modo entonces, la Historia Militar ha evolucionado hacia el estudio de las
consecuencias de la historia política y de su forma más violenta, el conflicto.
Sumario.
Considerada por largo tiempo apenas un apéndice de la historiografía, la historia
militar suscita dudas respecto de su estatus. Hay quien, despectivamente, la compara
a la relación entre la música y la música militar, reducida a marchas y retretas. Por ello
la historiografía, es decir la producción de historia como narración crítica, y ya no como
saber erudito, ha sido mirada siempre con sospecha. Actitud que nace del propósito
instrumental que para la profesión militar tiene la historia afín, como una pequeña
“ciencia de laboratorio”, donde hasta antes de la simulación computacional, se
entrenaban los oficiales en las complejidades de las operaciones bélicas.
Bajo esta mirada hemos querido aproximar el problema de este artículo. Es decir,
cómo el estudio de los conflictos puede hacerse desde la historia militar, y cómo la
narración clásica, destinada a ensalzar al caudillo, ha cedido paso a visiones más
cercanas a una historia colectiva. En la historia militar los usos de la historia como
supuesta experiencia se han desvirtuado en la medida que se convirtió en campo de
debate de los estrategas. La visión del positivismo, la presión de las visiones
científicas, ha hecho que la historia sea uno de los instrumentos más adecuados para
analizar los conflictos, si bien se reconoce que lo específico militar nace de un
conocimiento técnico acerca de cómo conducir unidades y comprender la maniobra
correctamente.
Pero la narración histórica ha sufrido cambios y embates. En el curso del siglo XX la
historia militar dejó de ser considerada por los especialistas y sólo ha recuperado su
peso a través del aporte de revisionistas que se dieron cuenta que la exclusión de la
historia política y militar y las biografías generaba un vacío llenado sólo a medias por
las restantes ciencias sociales.
Como tal, la historia militar ha dejado de ser un coto cerrado de especialistas militares,
y ha aceptado un diálogo con las demás ciencias sociales sobre la regularidad,
anticipada por las leyes de la estrategia. Actualmente, la historia militar ha renacido,
como parte de un proceso que busca reivindicar la acción humana en los procesos
históricos en el corto y mediano plazo.
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El estudio de los conflictos
Hace ya largo tiempo se ha instalado la tesis que el estudio de los conflictos requiere
sobretodo una aproximación sociológica. Esto tiene que ver, indudablemente, con el
prestigio de una exégesis que manifiesta que los fenómenos sociales tienen
regularidades y que de aquellas se pueden deducir leyes o estadios del
comportamiento. Por lo demás la base positivista de esta argumentación es la misma
que dió origen al desarrollo moderno de las ciencias y especialmente del área
científica. En este sentido la sociología ha derivado en dos grandes líneas: una de
tendencia francesa y continental, que argumenta mediante prototipos o modelos, cada
uno con su casuística. La otra, la anglosajona, que privilegia la base numérica como
base de sus interpretaciones y que ofrece una visión pragmática como en Lewis
Coser.
Modernamente el intento por constituir una “ciencia del conflicto”, una polemología,
debido a la pluma de Gastón Bouthoul (1953), ha estado signado por la determinación
de identificar modelos que puedan ser útiles al cientista político y al conductor con
base científica. Lo que importa es la frecuencia y las características de los conflictos.
Estos son tipificados y jerarquizados hasta alcanzarse ciertos grados de convicción
respecto de su entidad. Para Bouthoul la polemología es el estudio de “fenómenoguerra” que tiene por rasgos el carácter colectivo, el elemento subjetivo, la intención, y
el elemento político –la organización-. El fenómeno sería la guerra, definida como “una
lucha armada y sangrienta entre agrupaciones organizadas”.
De hecho, la convicción inversa suele surgir entre los historiadores de escuela clásica.
John Keegan, en su Máscara del Mando, hace notar varias veces lo específico de
cada hecho histórico. “Soy un historiador, no un investigador social, y soy, por tanto,
libre de creer que el mando de una época y un lugar determinado pueden no
parecerse a ningún otro”.
El problema de la singularidad versus la regularidad ha sido la piedra de tope en el
diálogo interdisciplinario de la Historia (historiografía) con las Ciencias Sociales.
Fernand Braudel, adalid de la Escuela francesa de los Annales, ha hecho notar que el
límite para muchos historiadores está en salir de lo singular, en tanto que para los
sociólogos la inutilidad (sic) de la historia consistiría precisamente en no ser capaz de
entregar reglas o regularidades. Pero el propio Braudel argumenta que si bien el hecho
es singular, hay un contexto de regularidades. Esto lo han sabido por cierto los
historiadores militares antes que el resto, porque los historiadores han sido
sistematizados por los estrategas, en su afán –imbuidos del modelo positivista- por
encontrar reglas de la guerra. El objetivo de los estrategas “es reducir el fenómeno
caótico de la guerra a un sistema de factores esenciales lo suficientemente escaso
para establecer un pensamiento ordenado a su propósito”. La explicación de esta
colonización de las generalidades es producto que, como dice Braudel, no hay una
historia monolítica, sino muchas miradas y procedimientos.
La historia, ¿maestra de vida?
Una de las primeras justificaciones de la historiografía fue su aparente carácter
modélico y ejemplarizador. De hecho fueron los griegos los que crearon el concepto
que la historia era maestra de la vida. Este concepto modernamente reacuñado por el
filósofo Georges Santayana en la forma de los pueblos que repetían su historia están
condenados a repetirla, en realidad se avenía con la íntima conciencia que la historia
se repetía y que la vida colectiva se regía por ciclos incesantes.
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De todas maneras es indudable que la historia militar tiene un modelo inequívoco en
Jenofonte (430-355 A.C.), autor de Anábasis, la historia de la retirada de los 10.000.
Pinto Cebrián puntualiza que su relato de diario de campaña, “fue el modelo de
Alejandro el Magno, Escipión el africano”, y obra de consulta por autores militares y
políticos de los siglos XVII y XVIII.7 Jenofonte dio al relato una descripción del espacio
geográfico, la organización militar, mandos, planes y decisiones, táctica y logísticas,
máximas y consejos, de los que emergía la ejemplaridad del texto. Importantes
autores de este tipo fueron también Heródoto de Halicarnaso (490 –424 A.C.) y Polibio
(210-128 A.C.).
También la historia mítica fue parte de la épica, que fundamentó tradiciones
nacionales en toda Europa e incluso en países como India. El valor de la historia como
experiencia de vida fue un tópico corriente durante siglos y en tiempos aún muy
cercanos del siglo XX el filósofo alemán Hermann Schneider en su obra Filosofía de la
Historia, llamó a la historia “maestra de todos" y argumentó que permitía conocer la
vida humana y las leyes que la regían.
Bajo esa premisa la historia, como fuente inspiradora de ejemplos y forma de evitar
errores, fue considerada una forma de educación o instrucción. Especialmente entre
los militares, que desde antiguo recalcaron el poder benéfico que para la formación del
conductor militar era conocer la historia.
Napoleón, por ejemplo decía “Leed, releed las campañas de Alejandro, Aníbal, César,
Gustavo Adolfo, Turena, el príncipe Eugenio, Federico y modelaos sobre ellas. He
aquí el único medio de llegar a ser gran capitán, y de sorprender los secretos del arte
de la guerra”. No menos pensaron los modernos impulsores del método prusiano.
Clausewitz decía en su obra fundamental, de La Guerra, que “Los ejemplos históricos
aclaran todo y son la prueba de mayor fuerza en las ciencias experimentales”.
Hindenburg a su vez afirmaba que “No hay otro maestro mejor, para la conducción de
los ejércitos, que la Historia de las guerras”.
Por ello no hay que extrañarse que Vicente Martínez manifestara finalmente, “un oficial
de guerra necesita estar en absoluto compenetrado de todo lo que concierne a la
profesión –compenetración de erudito, no de aficionado- lo que no llegarán a lograr,
jamás sin el conocimiento profundo de la Historia Militar”.
En 1916, en las páginas del Memorial del Ejército, el entonces Teniente Coronel
Francisco Javier Díaz Valderrama, Jefe de la Sección Historia, hizo explícito
significado de la historia militar en un artículo.
“La historia de la guerra es la más alta y la más importante de todas ciencias militares
en que se funda el arte de la conducción de las tropas”.
“Ella comprende la aplicación de la estrategia, de la táctica, de la fortificación y del
conocimiento de armas; ella es la única que permite un juicio sobre la organización
militar de los pueblos en lucha, suministrando así una colaboración importante a la
historia de la civilización”.
“En este sentido, la historia es una fuente de provechosas enseñanzas, pues de las
guerras pasadas pueden hacerse deducciones de orden táctico y estratégico; pero en
esto es preciso proceder con las mayores precauciones, porque las experiencias
obtenidas en circunstancias completamente diversas a las actuales muy rara vez se
pueden adaptar a lo que existe en el tiempo presente. Por otra parte, con frecuencia
no es este el aprovechamiento directo de la historia de la guerra como generalmente
se cree”.
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A diferencia del general Díaz, Martínez no pretende escribir ni hacer historia, sino
conocerla. Esta dimensión de distinguir las lecciones de la historia es quizás reflejo de
esa vieja concepción griega de la historia como maestra de la vida11. No se pretende,
en suma, que el oficial sea un competente historiador militar, sino que lea
correctamente y conozca en detalle aquella.
Esta discrepancia nos parece fundamental, ya que la historia militar se ha justificado
más por sus usos y lectores, que por su naturaleza y especificidad. La historia militar la
pueden hacer, por cierto, militares y civiles, pero lo específico de su utilidad social ha
recaído tradicionalmente como un medio pedagógico en la formación de los oficiales.
Por otra parte se suele confundir el aprendizaje de la historia militar con hacer historia
militar. Uno es objeto de la erudición; el otro de la historiografía.
Por ello el cultivo de la historia militar ha tenido pues un carácter esencialmente
expositivo y divulgativo. Aunque existió dentro del Estado Mayor General del Ejército
(EMGE), dependiente del Sub Jefe del mismo, la Sección Historia, una tendencia en
contrario, lo tradicional era la conservación de la memoria institucional, no obstante
que podía redactar hechos históricos, “de acuerdo con el material que proporcionaba
el archivo”. Sólo modernamente ha surgido la intención de hacer historia militar, de
acuerdo a las reglas de la disciplina, decisión expresada en el proyecto de crear el
Departamento Historia Militar. Enfatizando las cuestiones que tienen que ver con la
coherencia interna y externa del documento, con la posición del historiador, y con los
materiales y fuentes que hoy se disponen para dar una mirada variada al pasado.
La historia militar
La definición canónica de la Academia de Guerra de Chile ha sido sintetizada por el
entonces Mayor Vicente Martínez Aranda en sus apuntes de clases, editados bajo el
título de Introducción al Estudio de la Historia Militar, “La Historia Militar se deriva de la
Historia General, esa rama del saber humano que narra y expone los acontecimientos
memorables del pasado, en especial aquellos que se relacionan con la existencia de
los hombres”.
En rigor no es distinta a la disciplina que cultivan los especialistas. El General F.F.C.
Fuller, autor de la monumental obra Batallas decisivas del mundo occidental (1953)
hace notar que la guerra –ese “apasionado drama” segúnJomini- es inseparable de la
historia humana: “No existe un sólo período en la Historia libre por completo de
guerras y muy raramente ha transcurrido más de una generación sin que se produjera
algún grave conflicto”.16 Si algo distingue a la historia militar es su primera
especificidad de narrar conflictos militares y de dar a sus jefes y combatientes una
centralidad en el relato.
Tanto es así que resulta difícil a veces distinguir qué es la historia militar, pues sería
semejante a la historia eclesiástica, marítima, empresarial o sindical, es decir
primeramente historia y accidentalmente militar. Lo militar en este caso añadiría
conocimientos tácticos, estratégicos, logísticos y de armas y equipos. Pero la
autonomía de la estrategia ha hecho muchas veces a la propia historia militar
dependiente del análisis estratégico, lo que ha venido a introducir otro elemento.
Esto no ha ocurrido en cambio con la táctica o las armas o equipos militares, que
parecen asimilables por observadores de otras vertientes profesionales. Lo
estratégico ha sido, pues, coto cerrado de los historiadores militares, más que de la
propia historia militar.
46
Finalmente, Pinto Cebrián (1992) ha precisado que la historia militar suele fijar tres
aspectos del conflicto en su estudio: el origen (causa-efecto); el hecho bélico (el
durante); y los resultados-efectos (el después). Del mismo modo, los historiadores
militares actualmente dan casi la misma importancia que a las operaciones mismas al
contenido político de la guerra, es decir cómo y por qué se originó.
La fase heroica
El centro de la historia militar es la guerra y dentro de ella el combate. A finales el siglo
XIX Charles Ardant du Picq (1821-1870), resumió el propósito de su obra fundamental,
diciendo que “Estudiamos, pues, al hombre, dentro del combate, ya que es el quién lo
realiza en la realidad”. Modernamente, el énfasis en aspectos de la paz y otros
enfoques, han promovido trabajos como los de Keegan, que hacen hincapié en el
hombre en combate. En sus libros El rostro de la batalla y ejércitos en Normandía,
recalcó el trance del individuo en el campo de batalla como eje de su relato. Pero el
asunto no paraba en ello, pues la convicción fundamental que asistía a estos
historiadores de la guerra, era que se trataba de un fenómeno no sólo inevitable sino
acorde al progreso humano y muestra de la vitalidad de un pueblo.
En una época en que como en Thomas Carlyle se exaltaba el individualismo y la
voluntad de vencer, como una muestra de la inevitable selección de los mejores.
Lógicamente, mirados desde el siglo XXI estas frases resuenan como apologías de la
guerra, insostenibles lo mismo que la eugenesia, el racismo o el darwinismo social.
Ejemplo moderado de la actitud antes mencionada, Francisco Villamartín, autor
español, en un excelente tratado sobre el combate antiguo, no dejó de advertir que en
su concepto, “la historia de la guerra, es la historia de los pasos adelante que el
mundo ha dado, y para dar esos pasos ha sido precisa la función de todos los
elementos constitutivos de la sociedad”.
En la sociedad antigua, “había guerreros pero no ejércitos, faltaba el Estado y faltaban
los órdenes tácticos”. Por ende la historia de la civilización era la historia de la guerra y
del Estado como modelo de organización social.
“Examinando el arte militar en cada uno de estos dos períodos (griegos y romanos) le
vemos con el distinto carácter que le imprime el estado de la sociedad, y nos
convencemos una vez más de las íntimas analogías que existen entre el progreso del
arte (militar) y el progreso social”. En este mismo sentido se incluye la sentencia que la
contemplación de la historia confirma la existencia de los ejércitos, como lo dice al
examinar la historia militar el general Díaz Valderrama, “mediante el estudio de la
historia nos convencemos de la necesidad de los ejércitos fuertes, bien armados y
equipados; y con la contemplación de los grandes hechos despertamos en nosotros
mismos el deseo de igualarlos o superarlos. De esta manera, dicho estudio libera el
ánimo del peligro de las preocupaciones que ocasionan las pequeñeces del servicio y
despierta el honrado entusiasmo por la profesión militar...”.
La simulación
Fueron las mallas docentes las que fijaron el rol de la historia militar en la formación
militar. De hecho, el cultivo de la historia militar fue paralelo al desarrollo de los “juegos
de gabinete” (de Guerra o Kriegspiel) que tradujeron en certeza la falta de experiencia
militar. Sin guerras o experiencias concretas de conflagración, el conocimiento de
historia militar, lo mismo que de la geografía física, se volvieron más y más imperiosos
en el transcurso del siglo XIX.
47
En la formación del oficial de Estado Mayor el requisito pedagógico relacionado con la
historia fue estimado esencial para una correcta comprensión de la ciencia de la
guerra. De la historia emergían las tipologías como el repliegue, el combate dilatorio,
etc. estrechamente ligadas al desarrollo de la estrategia.
Si el ajedrez, los soldados de plomo o similares artilugios fueron privilegio de príncipes
y nobles, el juego de la guerra sistematizado por la Escuela de Estado Mayor prusiana,
fue sometido a reglas que permitieran en paz, reproducir las exigencias de una
campaña y una guerra.
En el caso chileno el primer texto docente de historia militar, debido a los generales
Emilio Korner y Jorge Boonen, Estudios sobre historia militar (1887), manifestaba sin
ambages:
“La historia es la base de toda ciencia militar; los principios sobre que ésta se funda
están deducidos de las campañas de los grandes capitanes, y su estudio, por
consiguiente, constituye el único medio, como lo dice Napoleón, de sorprender los
secretos del arte de la guerra”. En consecuencia, no es extraño que la historia militar
tuviera un lugar importante en la formación docente, no tanto como generación de
conocimiento nuevo, sino como transmisión y fuente de análisis militar.
Los nuevos rumbos
La historiografía militar tendió, igualmente, a la exaltación de las glorias nacionales,
interviniendo de modo decisivo en las imágenes que cada Estado promovió para situar
a su Estado. Bajo esta perspectiva, la nueva historiografía militar, usando nuevas
metodologías, se abrió en los años 30 en Universidades como Oxford, Cambridge y
Princeton, haciendo del intercambio de la historiografía con otras disciplinas su sello
característico.
A ello contribuía además la personificación de la historia militar, sobre todo en la
narración de la II Guerra Mundial, donde los líderes de cada campaña eran mostrados
en razón de estudios nacionales. Duncan Anderson, ha manifestado que “ver una serie
de duelos entre héroes nacionales era sólo una forma de esta visión restringida”. El
Reino Unido disponía de otra variedad tribal, que eran las historias regimentales,
donde todo giraba en torno a la documentación de una unidad, que tejía una compleja
serie de convenciones para sus miembros.
Algo similar sucedió en el continente europeo. En Francia el impacto de la Nouvelle
Histoire, si bien acrecentó el diálogo con las Ciencias Sociales, expulsó del trabajo
universitario la corta duración. Con ella salieron las biografías, la historia política y
militar. Los acontecimientos de carácter bélico se restringieron para analistas militares
sin mayor contacto con las universidades. Para este último ámbito la consecuencia fue
su ausencia en el ámbito académico y su reducción a instituciones muy precisas por
ejemplo en el Reino Unido, quedó reducida a la Academia Militar de Sandhurst y al
Kings College de la Universidad de Londres, bajo el nombre de “Estudios de la
Guerra”. Sir Michael Howard creó en los 60 los “Estudios sobre la Guerra” que
incorporaban la historia militar, sobre la base de los estudios de la guerra, a los que
interrelacionó con derecho, ciencias sociales, estrategia, economía, antropología,
teología y estudios internacionales.
A esto habría que añadirse que la importancia de la épica como fuente histórica, que
fue usada a pesar de sus problemas como material histórico. Fue el caso del Mío Cid
Campeador, que contiene mucha información militar de la época.
48
Actualmente los estudios sobre la guerra se componen del estudio del pensamiento
militar; el reclutamiento, equipamiento y sustento de las fuerzas armadas; los estudios
sobre el ejercicio de comando y liderazgo en todos los niveles; historia táctica y
operacional. Con todo hay que considerar que este reciente auge de la historia militar
contrasta con el aislamiento de la misma en buena parte del siglo XX. “La historia
militar es imperfecta, pero a pesar de todas estas imperfecciones, siempre se ha
considerado como una parte necesaria en la educación de los soldados. Es difícil
pensar en un comandante de primer rango que no haya sido un estudioso serio de la
historia militar”24. Del mismo modo, muchos conductores usaron ejemplos y estudios
de la historia militar para sus propias campañas: el mariscal Slim se inspiró en la
defensa del norte de Francia en 1814, para efectuar contraataques a los japoneses en
la retirada de Birmania. El general Schwarzkopf se inspiró en el libro de David
Chandler, Las Campañas de Napoleón, para planificar el envolvimiento del ejército
iraqí en febrero de 1991, inspirado en la batalla de Ulm.
Pero igualmente tanta multiplicidad ha desviado la atención respecto del núcleo de la
historia militar: el comportamiento del hombre en combate. Es que la historia militar
sufrió directamente el embate de la Nouvelle Histoire que desautorizó la historia militar
como militarista, masculina, etnocéntrica (occidentalizada) y radicada en el corto
tiempo –un periodo de apenas 40 días- que desechaba de su mirada. La NH sólo
aportó a la historia militar la revitalización del concepto de visión de mundo, que ha
hecho fortuna en los cambios de paradigma militar. Pero sólo en los 90 ha venido a
revalorizarse con estudios acerca de la incompetencia militar, de la constitución de la
hegemonía occidental en el terreno militar, y del liderazgo militar con relación a otros
tipos de liderazgo. Regan, Parker y Keegan son los nombres señeros en este aspecto.
Por su parte hay que tener en cuenta el desarrollo autónomo de la historia naval y de
la guerra aérea. La primera de ellas tiene una larga data y estudios pormenorizados de
la estrategia, campañas y batallas navales. Aunque no siempre incluida en la historia
militar, lo cierto es que la historia naval sobre todo tiene un status propio, ligado a las
peculiaridades del combate marítimo, y tiene un pensamiento estratégico propio,
ejemplificado en Mahan.
Ahora bien. ¿Qué rol juega actualmente la relación entre el conflicto y la Historia
Militar? Nos parece que en tiempos de multidisciplinariedad se ha consolidado un
diálogo entre la Historia y las Ciencias Sociales que ha acentuado la integración de
teorías de la sicología, la ciencia política o las relaciones internacionales –entre otras-,
con la historia. La mayor novedad ha sido la inclusión y discusión de hipótesis. Otro ha
sido el mayor relieve a los sujetos olvidados de la guerra: en vez de los capitanes, los
soldados; en vez de las grandes estrategias, la dura lucha por sobrevivir el día a día.
Si bien los historiadores en general, no sólo los militares, mantienen su posición de
considerar cada situación como única, es cierto que se han ido allanando a considerar
tipologías emanadas de la ciencia política y la sociología, actitud ya asumida por los
historiadores militares por su largo contacto con las teorías estratégicas. Si bien puede
asumirse que hay un cierto grado de singularidad en la experiencia, por ejemplo, de la
vida en las trincheras en los años 1917 y 1918, se acepta que hay modelos de
combate más o menos similares y estrategias que tienen una misma matriz.
El combate entre la generalización y la singularidad ha marcado los desencuentros
entre la Ciencia Social y la Historia, pero en el caso de la historia militar ha permitido
aplicar al estudio de casos, que normalmente no admite generalizaciones, una cierta
tendencia o matriz. A la inversa, el estudio en el tiempo (histórico en lenguaje vulgar),
aún a veces sin una investigación propiamente original de fuentes, se cierne como una
49
posibilidad para el cuentista social que busca probar una hipótesis. A la inversa, el
historiador sólo procede con documentación y le cuesta admitir generalizaciones.
Pero entre medio de este bosque de posibilidades y alternativas es claro que la
historia militar tiene convenciones propias. Si en los años 60 fue fruto del ataque – lo
mismo que la historia política y la biografía- de los ataques inmisericordes de la
Nouvelle Histoire que sólo reconocía como genuinamente histórica la larga duración
aplicada a los ciclos económicos, las civilizaciones y los modos de vida en los 90 ha
venido a revalorizarse al sujeto humano, sometido a una media cronológica bastante
más exigua, en el corto plazo. Han reaparecido las biografías, con elementos tomados
también de la sicología y de la ciencia política (el liderazgo); la historia militar y la
historia política. En ese punto estamos, en la bienvenida del tiempo corto y de las
dimensiones no tan monumentales que nos propusieron los promotores del estudio de
las estructuras y las formas de civilización, que hablaban de cientos de años para
estudiar los grandes procesos. En este aspecto, y retomando nuestra preocupación
esencial, es evidente que el retorno de la historia militar, es el retorno del sujeto a las
lides historiográficas, y es un sujeto que -guste o no- es imposible de disociar de la
política, ya que el origen del conflicto, como lo enseñan todos los grandes estrategas,
surge de la política y no de la milicia. En suma, estudiamos la historia militar para
entender las consecuencias de la historia política y de su forma más virulenta, el
conflicto.
Para ello hemos transitado desde las formas apologéticas, la historia nacionalista o
étnica, y de la apropiación de la estrategia de la historia militar, a un campo más
diverso, donde el sujeto humano y el corto tiempo tienen su validez. Por ello, en suma,
se puede hablar de historia militar en un contexto académico, contexto del que había
salido hace unas décadas atrás, merced a una crítica integral de la historiografía al
uso.
50
DE LA GUERRA Y SUS CAUSAS
“Muchos desearíamos eliminar la guerra o
al menos controlar sus destructivas
consecuencias, pero ello requiere que
primero entendamos sus causas”
Jack Levi
EL FENOMENO DE LA GUERRA Y SU ESTUDIO
Cada día, los periódicos y la televisión reportan que la actividad humana se
mueve alrededor del uso de la fuerza para zanjar las disputas. Desde 1945 no ha
habido un solo día sin guerra. No es sorprendente que mucha gente asimile la política
mundial con violencia.
Aunque tribus, imperios y Estados han sostenido guerras por milenios, ha
evolucionado en forma creciente la moda de sugerir que el término de las guerras
internacionales está a la vista. Muchos han pensado que el desarrollo de armas
nucleares y de sistemas de lanzamiento intercontinentales han hecho a la guerra tan
destructiva como obsoleta en cuanto a instrumentos de la política nacional.
Esta no es la primera vez, sin embargo, que prominentes estudiosos e
intelectuales han pronosticado el fin de la guerra durante este siglo. La creencia fue
difundida antes de la Primera Guerra Mundial, cuando se pensó que los costos
económicos de la guerra habían llegado a ser tan grandes que ésta ya no era más un
instrumento racional de la política de Estado. Aunque la frecuencia de las guerras
internacionales fue, en todo caso, mayor que durante el período del desarrollo de las
armas nucleares
Cuando se produjo “La Gran Guerra”, fue, al menos para WOODROW WILSON
y muchos otros norteamericanos, “La guerra para terminar con todas las guerras”.
Puede que haya habido una “larga paz” después de la Segunda Guerra
Mundial, pero está “paz” estuvo confinada a las grandes potencias, mientras que gran
parte del denominado Tercer Mundo estuvo comprometido en guerra. Aun el peligro de
una guerra nuclear no evitó que las Grandes Potencias se comprometieran en una
costosa guerra armamentista; intensa conducta competitiva en todos los niveles y
ocasionales crisis internacionales, con riesgos de una escalada a una catástrofe
nuclear. Más aún, muchos sostienen que la rivalidad entre Estados Unidos y la Unión
Soviética influyó directamente en los altos niveles de conflicto en el Tercer Mundo y
que muchas guerras menores fueron esencialmente conflictos bélicos por encargo,
para favorecer los intereses de las superpotencias.
Esas y otras consideraciones llevaron a algunos a esperar que el término de la
Guerra Fría reduciría la frecuencia de las guerras internacionales en el mundo.
Aunque esas esperanzas fueron hechas pedazos por la invasión de Irak a Kuwait y la
Guerra del Golfo Pérsico. La decisiva derrota de Irak llevó a muchos a pronosticar el
comienzo de una nueva era y una generación de paz. Este “nuevo orden” ha hecho
muy poco por prevenir confrontaciones raciales en Bosnia o guerra entre repúblicas de
la ex Unión Soviética; sin embargo, de hecho, el término de la Guerra Fría ha
experimentado un aumento más que un descenso de la frecuencia de las guerras
internacionales. Por ahora hay esperanzas de que las dramáticas negociaciones de
paz en el Medio Oriente puedan terminar con el ciclo de violencia en, al menos una de
las áreas más críticas del mundo. Podemos esperar que los optimistas estén
51
acertados esta vez, pero no debemos olvidar que la historia no ha sido favorable a los
pronósticos del término de las guerras mundiales.
Puede que hayan cambiado las áreas del mundo en que la guerra es más
probable y los tipos de Estados que son más proclives a ella, pero existen pocas
evidencias para sugerir que la guerra misma dejará pronto de existir como un patrón
regular de esas guerras, a la luz del incremento de sofisticados sistemas de armas,
disponibles para muchos Estados del mundo y la posibilidad real de la proliferación de
sistema de armas químicas, biológicas y nucleares.
Aunque filósofos, historiados, teóricos sociales y otros han intentado entender
por qué ocurren las guerra, desde que TUCÍDIDES relató las Guerra del Peloponeso,
entre Esparta y Atenas, aproximadamente veinticinco siglos atrás, no ha emergido
ningún consenso para responder a esta vital interrogante.
Algunos estudiosos argumentan que las causas subyacentes de la guerra
pueden encontrarse en la estructura del poder y alianzas en el sistema internacional o
en la forma en que la estructura cambia en el tiempo.
Otros, encuentran las raíces de la guerra en factores internos del EstadoNación de tipo político, económico, social y psicológico. IMMANUEL KANT y muchos
teóricos liberales argumentan que los regímenes democráticos son inherentemente
pacíficos, en tanto que los regímenes autoritarios son más proclives a la guerra. Los
Marxistas, Leninistas argumentan que la guerra resulta, principalmente, de la
tendencia de los Estados capitalistas a expandirse en busca de mercados externos,
oportunidades de inversión y materias primas. También algunos sostienen que las
causas de la guerra deben buscarse en los intentos de algunos líderes políticos por
resolver sus problemas políticos internos a través de la adopción de una política
exterior hostil, bajo la suposición de que los conflictos internos promoverán la unidad
interna. Otros teóricos sostienen que la guerra se produce por errores de percepción,
los efectos del estrés en el manejo de crisis, rigideces burocráticas y otros defectos en
los procesos de toma de decisiones que impiden la selección de políticas que
favorezcan en mejor forma el interés nacional. Finalmente otros, en contrapartida,
insisten en que las decisiones de hacer la guerra están basadas en cuidadosos
cálculos de costo-beneficio que incluyen intereses, restricciones e incertidumbres.
Además de la identificación de las más importantes causas de la guerra, los
estudiosos tampoco están de acuerdo con otros aspectos. Algunos creen que una sola
teoría explica todas las guerras, normalmente la propia. Otros, por el contrario,
sostienen que cada guerra es única y en tal sentido obedece a un conjunto singular de
causas o que existen varias causas que conducen a la guerra y que éstas emergen
bajo diferentes y a menudo impredecibles circunstancias. Ciertos teóricos sostienen
que debido a que se producen enormes cambios de una era histórica a otra en
tecnología militar y formas de organizaciones políticas y sociales, las causas de la
guerra cambian con el tiempo. Por su parte, hay quienes argumentan que patrones de
conducta internacional en general y de la guerra en particular, han demostrado una
profunda continuidad a través del tiempo, y que las causas de la guerra en la era
nuclear no difieren de las causas de la guerra en los tiempos de TUCÍDIDES.
Estos desacuerdos se aplican no sólo respecto al tema de las causas de la
guerra en general, sino que también en relación con las propias de una guerra en
particular. Los historiadores están casi tan divididos en relación con los orígenes de
guerras específicas, como los cientistas políticos lo están para dar una explicación
para el fenómeno de la guerra en general.
52
En su ya clásica obra sobre la teoría del conflicto, DOUGHERTY y
PFALTZGRAFF comienzan el capítulo 5 reconociendo que el problema de la guerra es
un aspecto central de todos los teóricos de las Relaciones Internacionales. De esta
forma, la estabilidad del sistema internacional es generalmente definida en términos de
su proximidad o lejanía de la ocurrencia o probabilidad de las guerras a gran escala.
Antes de la Gran Guerra de 1914, agregan los autores –citando a MICHAEL
HOWARD- los historiadores estaban interesados en las causas de conflictos
específicos pero dedicaban muy poca atención a la cuestión de las causas de la
guerra en general. “La guerra como un fenómeno recurrente se daba por hecho”. De
acuerdo con la visión de HOWARD, las causas de la guerra no han cambiado
fundamentalmente a través de los siglos. La guerra no sucede por accidente, ni surge
del subconsciente ni por fuerzas emocionales, sino que más bien de una “super
abundante racionalidad analítica”
El temor de quienes toman la decisión de ir a la guerra puede ser racional o
irracional o ambos en combinación. Si el miedo es la causa básica de la guerra,
entonces estamos forzados a concluir que ésta es el producto de factores irracionales
como racionales y que una comprensión de sus causas –así como los fines de
prevenirla, controlarla, limitarla, regularla y terminarla- pareciera inferir un enfoque
comprensivo al problema. Si la guerra, como una forma institucionalizada de la
conducta del Estado, puede ser totalmente abolida para siempre del sistema
internacional, es una cuestión mayor que no puede ser contestada antes de
comprender las causas de la guerra.
Desafortunadamente, aún no sabemos cuáles son esas causas y, si las
conocemos, estamos lejos de llegar a un acuerdo respecto de ellas. No existe una
teoría general del conflicto y la guerra, que sea aceptable para todos los cientistas
sociales en sus respectivas disciplinas o para las autoridades en otros campos de las
que los primeros obtienen sus visiones. Si ha de desarrollarse alguna vez una teoría
comprensiva, probablemente requerirá fundamentos de la biología, psicología,
psicología social, antropología, historia, ciencia política, economía, geografía, teorías
de la comunicación, organización, juegos, toma de decisiones, estrategia (militar),
integración funcional y sistemas, así como de la filosofía, teología y religión. Tan vasta
síntesis del conocimiento humano parece ser imposible de alcanzar. Simplemente el
considerar la necesidad de ello, sin embargo, sirve para advertirnos contra lo que
ALFRED NORTH WITHEHEAD llamó “la falacia de un solo factor”. No podemos
identificar una sola causa de conflicto o guerra, “las causas de la guerra no sólo son
múltiples, sino que se han multiplicado a través de la historia”.
LEWIS A. COSER define el conflicto como “una lucha sobre valores y rechazos
sobre status, poder y recursos escasos en el que los objetivos de los oponentes son
neutralizar, herir o eliminar a sus rivales”.
La definición de COSER corresponde a una de tipo psicológico, que se refiere
a los conflictos entre grupos. Otros analistas insisten en que el término debe incluir no
sólo fenómenos intergrupales, sino que también interpersonales. La sociedad no
tendría que estar preocupada acerca de los conflictos entre los individuos. Si no fuera
por la razonable asunción de que existe una significativa relación entre la estructura
interna de los individuos y el orden externo. Ninguna teoría del conflicto puede ignorar
esta relación. Lo interno y lo externo no pueden ser separados completamente.
Sociológicamente los Estados no pueden explicar por sí solos el conflicto social y las
condiciones sociales no pueden tampoco explicar por sí mismas la conducta individual.
53
El conflicto es un fenómeno ubicuo y permanente dentro y entre las
sociedades. No necesariamente es continuo o uniformemente intenso. Muchas
sociedades experimentan períodos de relativa paz, tanto interna como externa. Los
conflictos no necesariamente envuelven conductas violentas; pueden manejarse por
medios políticos, económicos, psicológicos o sociales. La política misma es un medio
para resolver conflictos.
Si la guerra a gran escala puede ser eliminada de la conducta humana –como
fueron las instituciones de la esclavitud y sacrificio humano, también consideradas
“normales” en un tiempo- permanece aún como tema de debate.
Quizás lo que más se puede esperar para el presente, realistamente, es que
las formas más destructivas de la violencia internacional organizada (tales como la
guerra nuclear y las guerras convencionales que podrían escalar a una guerra nuclear)
puedan ser disuadidas indefinidamente, como resultado de políticas inteligentes de
mutua restricción de parte de los gobiernos, hasta que emerjan métodos efectivos de
limitación de armamentos. Pero es mucho esperar que todos los conflictos puedan ser
obviados o aún que la violencia política a todos los niveles pueda ser
permanentemente descartada.
H.L. NIEBURG ha sostenido que la violencia es una forma natural de conducta
política; que la amenaza de infligir daño a través del recurso de la violencia será
siempre un medio útil de la negociación política dentro de las sociedades domésticas e
internacional y que la amenaza de recurrir a la fuerza demuestra la seriedad con que
una parte insatisfecha expone sus demandas en contra de la parte satisfecha, el
“establisment”, el defensor o el statu quo que puede enfrentar descarnadamente a este
último como alternativas de hacer ajustes o arriesgar una peligrosa escalada de la
violencia.
Muchos cientistas sociales, incluyendo varios que se identifican con los
movimientos pacifistas, han reconocido que la eliminación total del conflicto de la
condición humana, no sólo es imposible sino que indeseable, porque el conflicto en
algunas formas es una condición de cambio social y progreso.
Según DOUGHERTY y PFALTZGRAFF, la mayoría de las ciencias sociales
pueden ser divididas, aproximadamente, en dos grupos, dependiendo de si ellas
adoptan un enfoque “micro” o “macro” del estudio del universo humano.
La pregunta es ¿debemos buscar orígenes del conflicto en la naturaleza de los
seres humanos o en sus instituciones? En términos generales, psicólogos, psicólogos
sociales, biólogos, teóricos de los juegos y teóricos de la toma de decisiones toman
como punto de partida las conductas individuales, y de éstas extraen inferencias para
la conducta de las especies. Por otra parte, los sociólogos, antropólogos, geógrafos,
técnicos de organización y comunicación, cientistas políticos, analistas de relaciones
internacionales y servicios de sistemas, examinan los conflictos a nivel de grupos,
colectividades, instituciones sociales, clases sociales, movimientos políticos, religiosos
o entidades étnicas, estados-naciones y sistemas culturales.
Algunos estudiosos, los economistas por ejemplo, pueden dividir sus esfuerzos
entre dimensiones “macro” y “micro”. Un historiador puede preferir estudiar el choque
entre estados-naciones, mientras que otro puede preferir concentrarse sobre factores
únicos de la personalidad, pasado y conducta ante crisis de un estadista individual que
lo impulsan a optar por la guerra o la paz en un conjunto específico de circunstancias.
54
Históricamente, el debate intelectual entre las perspectivas “macro” y “micro”
del conflicto humano ha sido ilustrado mejor que en ninguna otra parte por la polaridad
entre psicólogos y sociólogos. Los primeros analizan el conflicto a partir del
conocimiento del individuo; en tanto que los segundos, del conocimiento de la
conducta colectiva. En el siglo XX, especialmente en las dos últimas décadas, la
distancia entre ambos campos se ha estrechado. Los psicólogos han reconocido la
importancia de integrar la vida psíquica de los individuos, de las instituciones y del
ambiente cultural total. Por su parte, los sociólogos han puesto creciente atención al
rol de los factores psíquicos en los procesos sociales.
Aun cuando no podría decirse que la brecha ha sido completamente cubierta,
un creciente número de cuentistas sociales están convencidos de que es imposible
construir una adecuada teoría del conflicto sin fusionar las dimensiones “macro” y “
micro” dentro de una coherencia general.
MICHAEL HAAS ha observado que cientistas sociales, apoyados en métodos
estadísticos y ayudados por computadores, han comenzado por primera vez a estudiar
los conflictos internacionales sistemáticamente y a acumular un cuerpo definitivo de
conocimiento científico acerca del tema. Pero, concluye, la teoría sobre el conflicto
internacional permanece en un nivel primitivo, en parte porque “muchos investigadores
empíricos han estado avasallando con las estadísticas sin intentar poner el tema
analíticamente en orden”.
TEORIAS SOBRE LAS CAUSAS DE LA GUERRA
No resulta posible examinar en este ensayo todas las teorías sobre las causas
de la guerra o alcanzar una conclusión definitiva que sea la más consistente con la
historia. En lugar de ello, limitaremos nuestra atención a algunas teorías más
importantes y recurrentes que han propuesto eminentes estudiosos del fenómeno de
la guerra y que recurren a un enfoque multidisciplinario que aporta valiosos elementos
desde las perspectivas antropológicas, filosóficas, históricas, psicológicas,
sociológicas, económicas, geopolíticas, políticas, estratégicas y otras, siguiendo la
línea sugerida por DOUGHERTY y PFALTZGRAFF DE LAS TEORÍAS “micro” y
“macro” del conflicto en general.
Conscientes de la dificultad de ordenar las distintas teorías sin un marco de
referencia que de cierta coherencia y orden a tan compleja tarea, recurriremos a un
autor cuyo texto ha pasado a constituir un clásico de las relaciones internacionales. En
“Hombre, el Estado y la Guerra”, KENNETH WALTZ ofrece un útil enfoque para
comprender las causas de la guerra. De acuerdo con él, existen tres imágenes o
factores que ayudan a explicar las causas de la guerra: los individuos, los Estados y el
sistema mundial. Un resumen de las diferentes teorías sobre el tema se presenta en
anexo al final del presente capítulo.
Según WALTZ la guerra tiene sus raíces en las imperfecciones e insuficiencias
morales de los hombres, la injusta conducta de los gobiernos nacionales y en el
carácter anárquico de la comunidad internacional. Las guerras ocurren en el sistema
global no sólo porque las personas y los Estados se comportan injustamente, sino
porque no existe nada que los pueda detener. Agrega que la conducta agresiva de los
individuos y las políticas injustas de los estados son la causa inmediata de la guerra.
Pero ya que no hay instituciones en el sistema internacional capaces de prevenirlas,
éste sirve como una causa permisiva de la guerra. Utilizando el enfoque de WALTZ
examinaremos algunas de las principales hipótesis acerca de la fuente de las guerras.
55
El Individuo
De acuerdo con la primera imagen de las relaciones internacionales propuesta
por KENNETH WALTZ, un factor importante de las causas de la guerra se encuentra
en la conducta humana. Siguiendo su idea,”las guerras resultarían del egoísmo, de
errados impulsos agresivos, de la estupidez. Otras causas son secundarias y tienen
que ser interpretadas a la luz de estos factores”.
Si ellas son las principales causas de la guerra, entonces la eliminación de esta última
dependería de la elevación y progreso de los hombres o asegurando su reajuste
psicosocial. Esta estimación de las causas de la guerra ha sido dominante en los
escritos de muchos estudiosos serios de los asuntos humanos, desde Confucio hasta
los pacifistas de nuestros tiempos.
En 1929, una conferencia de “amigos”, que no estaban dispuestos, a
descansar sólo en el desarrollo intelectual, llamaron a los pueblos del mundo a
reemplazar el egoísmo por el espíritu de sacrificio, la cooperación y la verdad.
BERTTRAN RUSELL, casi en la misma época y con la misma óptica, vio, en la
declinación de los instintos posesivos un primer requisito para la paz. Para otros, sin
embargo, aumentar las oportunidades de paz no requiere de muchos cambios en los
“instintos”, sino canalizar las energías que se gastan en la locura de la guerra. Si hay
algo que los hombres deberían hacer, más bien que pelear, es terminar de pelear.
Aristófanes visualizó este punto. Si las mujeres de Atenas se negaran a sus esposos y
amantes, sus hombres deberían elegir entre los placeres de la cama y las excitantes
experiencias del campo de batalla. WILLIAMS JAMES participaba de la misma idea; la
guerra, bajo su punto de vista, está basada en la naturaleza belicosa del hombre, que
es producto de una tradición de siglos de antigüedad. Su naturaleza no puede ser
cambiada o suprimidas sus inclinaciones, pero pueden ser derivadas. Como
alternativa a los servicios militares sugería una serie de actividades productivas y
domésticas.
Entre aquellos que aceptan la primera imagen de la guerra están los optimistas
y los pesimistas, aquellos que piensan que las posibilidades de progreso son tan
grandes que la guerra terminará antes de que la próxima generación esté muerta y
aquellos que piensan que las guerras continuarán aunque para entonces todos
podríamos estar muertos”. Aunque los términos “optimista” y “pesimista”, de acuerdo
con el uso común, son ambiguos si se definen en términos de las expectativas.
Existen grados de optimismo, pesimismo, y una misma persona puede adoptar una u
otra actitud de esta naturaleza frente a distintas cosas. Por ello, WALTZ sugiere el
significado filosófico de los términos. Pesimismo en filosofía es la creencia de que la
realidad es imperfecta, un pensamiento expresado por MILTON y MALTHUS.
Momentáneamente. En determinadas circunstancias, con restricciones más o menos
apropiadas, las fuerzas del mal pueden ser constreñidas; sin embargo, las esperanzas
de un bien general y permanente son impedidas por una constante consciencia de los
efectos viciosos de un defecto esencial. El optimista, por otra parte, cree que la
realidad es buena y la sociedad básicamente armoniosa. Los problemas que han
acosado a los hombres son superficiales y momentáneos. Las dificultades, para la
historia, son una sucesión de momentos; pero la calidad de la historia puede ser
cambiada, y los más optimistas creen que esto puede ser cambiado de una vez por
todas y más bien de forma fácil.
Como ya lo hemos mencionado anteriormente, muchos prominentes teóricos
creen que los individuos –no los Estados o el sistema mundial- son los principales
responsables de la guerra-. Aquellos que privilegian el rol de los individuos en causar
la guerra han desarrollado numerosas hipótesis y teorías. Algunas de ellas enfatizan la
56
naturaleza fundamental de las personas; otros la naturaleza, rol y restricciones de los
gobernantes. Examinaremos cinco diferentes teorías relacionadas con el individuo: la
naturaleza humana, los líderes políticos, el error de percepción, la pérdida de
control y la esperada utilidad de la guerra.
Naturaleza humana.
Esta perspectiva asume que la causa básica de la guerra deriva de la naturaleza
esencial de las personas. Las guerras ocurren por las conductas injustas y agresivas
de las personas, atribuidas a factores tales como motivaciones biológicas, impulsos
psicológicos e imperfecciones morales. Aunque los humanistas y filósofos políticos
tradicionales enfatizan el rol de la naturaleza humana en fomentar los conflictos, los
estudiosos contemporáneos de las relaciones internacionales ponen poca atención a
este factor, en gran parte porque creen que existen muy pocos nuevos
descubrimientos sobre esta característica del hombre que los ayude a promover un
mundo más pacífico.
A comienzos del siglo XX, el famoso psiquiatra SIGMUND FREUD creía que la
raíz de la causa del conflicto humano era el impulso agresivo dentro de las personas.
“Acepto el punto de vista que la tendencia a la agresión es una disposición innata,
independiente e instintiva en el hombre. Ya que esos impulsos están arraigados en la
naturaleza humana, es imposible eliminarlos.
El eminente biólogo KONRAD LORENZ ha popularizado también una creencia
en la agresión humana innata, basado en sus investigaciones sobre animales;
concluyó que los hombres, al igual que otros animales, son instintivamente agresivos.
Sin embargo, mientras los animales usan la amenaza más que la violencia para
establecer una jerarquía dentro de sus especies, la agresión humana conduce a herir y
aún a matar. A pesar de su pesimismo sobre la naturaleza humana, el autor concluye
su obra con una nota de esperanza: “los hombres pueden promover la paz y la
armonía si desarrollan un mayor conocimiento de sí mismos y dirigen sus instintos
agresivos hacia otros objetos no humanos”.
La doctrina cristiana sostiene que el conflicto y la agresión provienen del
interior de las personas. Teólogos cristianos como SAN AGUSTÍN, SANTO TOMÁS
DE AQUINO y JUAN CALVINO han enseñado que las personas cometen agresión
debido a su naturaleza pecadora. De acuerdo con la Biblia, la corrupción de los
hombres es universal y afecta a todas las personas sin distinción de raza, inteligencia
o posición social. La creencia en la pecaminosidad humana no implica, sin embargo,
que los seres humanos son completamente carentes de bondad. La Biblia enseña que
la esencia de los hombres es buena, porque Dios creó al hombre a su imagen y
semejanza. Como REINHOLD NIEBUHR ha señalado “la pecaminosidad humana no
destruye la verdadera esencia de las personas, sólo las corrompe.
Mientras que los cristianos concuerdan con FREUD y LORENZ en cuanto a
que el individuo es fuente de conflictos, difieren de ellos en el sentido de afirmar que la
agresión está basada sobre las condiciones morales imperfectas del hombre y no en
una precondición biológica y psicológia heredada.
Los Líderes Políticos
Algunos teóricos sostienen que las guerras pueden resultar por caprichos e
impulsos de los gobernantes. Esta teoría, sustentada en la historia de los grandes
líderes, se aplica fundamentalmente a los regímenes autocráticos y otros tipos de
gobiernos en que la autoridad ejecutiva enfrenta limitados controles a su poder. Es
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menos relevante en las democracias, donde las facciones opositoras pueden controlar
el poder entre ellas. Así, afirman que mientras más democrático es un gobierno, es
más probable que una decisión de ir a la guerra representará los deseos de todos los
ciudadanos.
Actualmente se cita el caso de SADDAM HUSSEIN para explicar el fundamento
de esta teoría. Primero lanzó un ataque sobre Irán, en gran parte sobre la base de su
personal animosidad en contra del Ayatolah KHOMEINI. Una década más tarde,
nuevamente, recurrió a la guerra para invadir al vecino país de Kuwait. Ya que es
dudoso que el conflicto pudiera ser explicado por imperativos estratégicos o por la
agresividad innata del pueblo iraquí, la explicación más convincente yace, a juicio de
AMSTUTZ, en la ambición personal del dictador iraquí, basado en que las razones del
presidente norteamericano BUSH para combatir a Irak fueron que HUSSEIN había
llegado a constituirse personalmente en una amenaza para el Medio Oriente. Sin
embargo, como veremos, existen otras explicaciones para las motivaciones de las
citadas guerras, que se originan en causas estructurales.
Independientemente de las conclusiones a las que puedan llegar los estudiosos
de esta teoría, permanece como una explicación favorita para aquellos que, para
entender el origen de las guerras, no aceptan causas estructurales o sistémicas.
Error de Percepción
Otra explicación dentro de la categoría “individual” de las causas de la guerra es
la falta de una adecuada comunicación debido a errores de percepción. Para quienes
sostienen esta teoría, a pesar de los numerosos factores que contribuyen a
distorsionar la realidad –incluyendo el temor, desconfianza y ausencia de adecuada
información- una mayor fuente de error de percepción es la creencia de los individuos
acerca del sistema o de su visión política mundial. De esta forma, cada individuo
mantiene “imágenes” preconcebidas acerca del sistema internacional, las que sirven
como aparatos filtrantes para procesar e interpretar la información.
Según LEVI, existen tres tipos de errores de percepción que afectan la toma de
decisiones: la exageración o subestimación de las intenciones de un potencial
adversario, la exageración o subestimación de las capacidades de un potencial
adversario y el error de percepción de terceros Estados.
JOHN STOESSINGER, en su estudio histórico sobre las guerras del siglo XX,
sugiere que el más peligroso error de percepción es la distorsión del poder del
adversario. En este sentido explica que no es la real distribución del poder la que
precipita la guerra, sino que es la forma en que un líder piensa que está distribuido.
Concluye que las guerras comienzan cuando las naciones no concuerdan respecto de
su poder percibido y terminan sólo cuando las naciones en conflicto perciben su mutua
influencia más acertadamente. Visto así, las guerras servirían como disputas sobre
evaluación del poder.
En dos análisis realizados por tres estudiosos de las Relaciones Internacionales
sobre el estallido de la Primera Guerra Mundial y la Crisis de los Misiles Cubanos se
concluyó que las percepciones diplomáticas jugaron un rol central en ambos conflictos.
En el primer caso, encontraron que la mayor fuente de la escalada del conflicto podía
encontrarse en la distorsión de las comunicaciones entre los gobernantes de las
principales potencias europeas. En el segundo caso, por el contrario, hallaron que la
resolución pacífica de la crisis fue facilitada por un escaso error de percepción entre
los gobiernos norteamericano y soviético.
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Pérdida de Control
Otra teoría sobre las causas de la guerra se relaciona con la pérdida de control
de los decidores políticos durante el manejo de una crisis internacional. Esta pérdida
de control se puede deber, entre otros factores, a los intereses organizacionales de los
militares, la preferencia de los líderes militares por estrategias de carácter ofensivo y la
rigidez de la doctrina y planes de guerra. Debido a las dificultades para controlar la
movilización militar, una vez que ésta se ha iniciado, algunos estudiosos han sugerido
que la pérdida de control sobre ésta puede contribuir a la guerra. Por ejemplo, algunos
sostienen que la principal causa de la Primera Guerra Mundial fue la confianza de los
militares en estrategias ofensivas, junto con la pérdida de control político una vez que
la movilización militar comenzó.
Expectativas de la Utilidad de la Guerra
Una de las teorías estrechamente vinculadas con la explicación de la guerra dice
relación con las expectativas de su utilidad. Al respecto, BRUCE BUENO DE
MESQUITA sostiene que una de las mejores explicaciones de la guerra puede ser a
través de un proceso racional de toma de decisiones en que los líderes políticos se
arriesgan a la guerra sólo cuando sus expectativas de ganancias sobrepasan las
expectativas de pérdidas. En tal sentido, su teoría discrepa de las que buscan explicar
la guerra en términos de la diferente distribución del poder. Bajo su visión, ni el
equilibrio ni el desequilibrio de poder pueden explicar por sí solos la guerra. Usando
los datos de “Correlatos of War Proyect”, concluye que “ninguna distribución de poder
en particular tiene un dominio exclusivo de predecir paz o guerra, ya sea en teoría o en
los datos empíricos dentro del período 1816-1965. Aunque muchos comúnmente,
creen ver la iniciación de la guerra como un acto irracional, BUENO de MESQUITA
asume que la decisión de los líderes de ir a la guerra está basada en sus cálculos de
probables pérdidas y ganancias.
Según el mismo autor, mientras mayor sea el total de las utilidades esperadas de
la guerra, mayor será la probabilidad de guerra. Al contrastar su teoría con los datos
empíricos encontró que de, setenta y seis guerras, desde 1816 a 1974, sesenta y
cinco de ellas (es decir un 86%) fueron iniciadas por Estados que tenían positivas
expectativas de ganancias.
En un sentido, por supuesto, todas las guerras se originan en la decisión de los
líderes nacionales. Las elecciones que ellos hacen finalmente determinan si habrá
guerra. Es, por lo tanto, común en las discusiones respecto a las raíces de la guerra,
considerar la relación entre la guerra y los individuos. Debido a ellos las cuestiones
acerca de la naturaleza humana son centrales.
Muchos cuestionan estas teorías sobre bases empíricas y lógicas. Si la agresión
es un impulso inevitable derivado de la naturaleza humana, se preguntan entonces:
¿no deberían todos los humanos exhibir esta determinada conducta genética? Si
embargo, algunas personas son consistentemente no agresivas. La genética tampoco
explica por qué algunas personas se comportan en forma beligerante y pacífica en
diferentes tiempos.
Muchos cientistas sociales concluyen que la guerra es una conducta aprendida,
que es parte de la herencia cultural de la humanidad y no de su naturaleza biológica.
Por ejemplo el “Seville Statemente de 1986”, respaldado por más de una docena de
asociaciones profesionales de académicos, sostiene que es “científicamente
incorrecto” decir que “hemos heredado de nuestros antecesores animales una
tendencia a hacer la guerra y que la guerra o cualquier otra conducta violenta está
59
genéticamente programada en nuestra naturaleza humana”, que “ los humanos tienen
un cerebro violento” o que “la guerra es causada por instinto o una sola motivación”.
Sin embargo, la voluntad de la gente por participar entusiastamente en la
guerra, motivada por un sentido del deber a sus líderes y a su país, es un puzzle de la
historia. No debe confundirse con las raíces genéticas de la guerra, porque los
ciudadanos individualmente considerados –no inician la guerra, aun cuando participan
en las que los líderes inician.
Los estudiosos también cuestionan la creencia de que naciones completas están
predispuestas a la guerra, que el “carácter nacional” predeterminan la agresión
vecinal. Dicho carácter nacional puede expresarse en diferentes formas. Y puede
cambiar; se cita como ejemplo a Suecia desde 1809 y Suiza, que desde 1815 han
manejado conflictos sin recurrir a la guerra, mientras anteriormente fueron agresivos.
Esto sugiere que la violencia no es una característica innata que predetermina
periódicos estallidos de agresión nacional. Según SIVARD. Muchos países han
escapado a la tragedia de la guerra, para ello se basa en que desde 1500 más de una
nación entre cinco no ha tenido nunca una experiencia de guerra.
El Premio Nobel RALPH BUNCHE sostuvo, en un discurso ante la Asamblea de
las Naciones Unidad, que “no hay personas proclives a la guerra, sólo líderes
belicosos”. Similarmente, St. THOMAS MORE aseguraba, en el siglo XVI, que “la
gente común no va a la guerra por su propia voluntad, pero es conducida a ella por la
locura de los reyes”. Pero explicar el rol de los líderes en hacer la guerra no es tan
simple. Los líderes, generalmente, hacen la política exterior dentro de grupos. Tanto el
estamento social como el burocrático toman parte en las decisiones y el ambiente
general puede ejercer “una influencia independiente de las acciones y creencias de los
políticos… la guerra parece más algo propio de las circunstancias que una cosa de los
decidores políticos.
Del análisis de las diferentes teorías e hipótesis sobre las causas de la guerra
que se basan en la naturaleza y conductas humanas, queda en evidencia que el
hombre juega un rol fundamental. Sin embargo, no resultan suficientes para explicar el
fenómeno por sí solo, toda vez que los hombres no viven actualmente en el “Estado de
naturaleza”, que imaginaron muchos filósofos. Su decisión de transitar a un Estado
civil tendría mucho que ver con la necesidad de evitar una guerra de todos contra
todos y transitar a una mejor forma de convivencia pacífica. Después de pasar por
diferentes tipos de organización política, el fenómeno de la guerra no ha podido ser
erradicado, por ello resulta necesario analizar de qué manera la actual organización en
unidades políticas independientes o relativamente independientes, bajo la forma del
Estado-Nación moderno, constriñe o estimula la naturaleza conflictiva de los hombres.
El Estado
La segunda “imagen” de las relaciones internacionales vinculada al fenómeno de
la guerra, de acuerdo con la proposición de WALTZ es el Estado-Nación. Según esta
perspectiva, diversos autores plantean que si se desea promover la paz en el mundo,
la naturaleza y conducta de los Estados debe ser cambiada.
De acuerdo con la primera imagen, según WALTZ, decir que “el Estado actúa es
hablar metonímicamente. Decimos que el Estado actúa cuando queremos decir que la
gente de él actúa, así como decimos que la tetera hierve cuando queremos decir que
el agua que está dentro de ella hierve”. Siguiendo esta idea, las guerras no existirían
donde la naturaleza humana no fuera lo que es. Ya que todo está relacionado con
dicha condición del hombre, para explicar cualquier cosa se debe considerar tal
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característica del ser humano. Sin embargo, los eventos que se deben explicar son
tantos y tan variados que la naturaleza humana no puede ser la única determinante.
Una teoría convencional sostiene que las variaciones en el tamaño de los
Estados, ideología, ubicación geográfica, dinámica de la población, homogeneidad
étnica. Riqueza, desarrollo económico, instituciones políticas, capacidades militares y
nivel de educación influyen para determinar si los Estados entrarán en una guerra.
Ante la imposibilidad de hacernos cargo de todas las variables que han servido
de base para formular innumerables hipótesis sobre las condiciones internas de los
Estados que promueven o limitan la propensión a las guerras, recurriremos a algunas
de las más usadas en los estudios contemporáneos sobre el tema.
Antigüedad de Independencia de los Estados
Según QUINCY WRIGHT, es más probable que la guerra sea iniciada por
nuevos Estados que por los más antiguos. Los Estados recientemente independizados
generalmente pasan por períodos de inestabilidad política interna. Ello habría servido
a menudo como un catalizador de agresiones externas, como indica la reciente
realidad al interior de los nuevos Estados independientes y entre ellos de la disuelta
Unión Soviética, que contribuyó a zanjar antiguas rivalidades internas y disputas
territoriales por la fuerza.
Entre 1945 y 1992, de las 16 guerras civiles, excepto una, todas ocurrieron en
naciones emergentes y aproximadamente cuatro de ellas se internacionalizaron. No es
una coincidencia que las guerras, a partir de la Segunda Guerra Mundial, hayan
ocurrido prevalecientemente entre Estados recién independizados del denominado
“Tercer Mundo”.
Determinantes Culturales y la Decadencia de las Limitaciones Morales
La conducta internacional de los países modernos está fuertemente influenciada
por las tradiciones culturales y éticas de sus pueblos. En el sistema de Estados
gobernados por las reglas que abogan por un realismo político, las limitaciones
morales sobre el uso de la fuerza no gozan de una amplia aceptación. En cambio,
muchos gobernantes han alentado a su población a aceptar cualquier decisión que sus
líderes consideran necesaria para la seguridad nacional, incluyendo la guerra contra
los adversarios.
Pobreza Nacional
El nivel de desarrollo económico de los países también afecta la probabilidad de
su envolvimiento en la guerra. Sociedades industriales avanzadas, con un estándar de
vida comparativamente alto, tienden a ser Estados satisfechos, menos aptos para
iniciar una guerra que pueda arriesgar su valioso estatus; una excepción la constituyó
Alemania en la Segunda Guerra Mundial.
Por otra parte, los Estados más belicosos han sido pobres y este patrón existe,
ya que la localización de las guerras ha cambiado, a partir de 1945, desde los países
desarrollados a la periferia. Esta relación la resumió el Secretario de Defensa
norteamericano ROBERT MCNAMARA, cuando expresó, en 1966, que “no hay duda
sino que evidencia de la relación entre violencia y retraso económico”. Cuando las
expectativas de los pueblos respecto de lo que merecen crecen más rápidamente que
sus recompensas materiales, la probabilidad de conflicto aumenta. Ello se aplica, por
supuesto, a la mayoría del “Tercer Mundo”.
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Sin embargo, las estadísticas han demostrado que los países más empobrecidos
han sido los menos proclives a iniciar las guerras. Estos no pueden ventilar sus
frustraciones en forma agresiva, porque carecen de recursos militares y económicos
para sostener sus costos. Así, tanto los países más pobres como los más ricos no
pueden asumir los costos de las guerras, pero por muy distintas razones. Los primeros
carecen de medios; los segundos poseen armas demasiado destructivas para ser
usadas.
Este patrón no significa que los países con menos recursos permanecerán
siempre pacíficos. En efecto, si el pasado es una guía para el futuro, entonces este
tipo de Estados que se desarrollan económicamente serán los que más
probablemente adquirirán armas y entrarán en guerras. Muchos estudiosos sugieren
que los Estados experimentan guerras después de sostenidos períodos de crecimiento
económico; esto es, en períodos de creciente prosperidad en que se generan las
condiciones para que puedan asumirlas.
Transición de Poder
Otra teoría sobre las causas de la guerra establece que las guerras son más
probables cuando la proporción del poder de los Estados –las diferencias entre sus
capacidades- se estrecha.
Según ORGANSKY y KRUGLER, “una distribución uniforme de las capacidades
políticas, militares y económicas entre grupos de Estados en competencias es
probable que aumente la posibilidad de ocurrencia de una guerra; la paz es mejor
preservada cuando hay un desequilibrio de las capacidades nacionales entre naciones
aventajadas y desventajadas; el agresor provendrá de un pequeño grupo de países
fuertes insatisfechos, y será el más débil, y no el más fuerte, el que posiblemente sea
el agresor.
Durante la transición del subdesarrollo al desarrollo, emergen retadores que
pueden alcanzar, a través de la fuerza, el poder y reconocimiento que su nuevo
estatus les confiere. Por el contrario, potencias ya establecidas, a menudo están
dispuestas a emplear la fuerza para detener su relativa declinación. Así, cuando
Estados en crecimiento y en descenso buscan enfrentar los cambios en su poder
relativo, las guerras entre retadores y poderes dominantes llegan a ser especialmente
factibles. Así, por ejemplo, los rápidos cambios en cuanto a poder y estatus que
produjo la división de Europa entre siete potencias, en gran medida equivalentes en
fuerza militar, suelen ser interpretados como “el polvorín” del inicio de la Primera
Guerra Mundial.
Otros comentarios sobre esta teoría los haremos dentro de la “tercera imagen”
por cuanto algunos autores la ubican como una situación originada por la estructura
del sistema internacional.
Militarización
Muchos líderes asumen que existe una estrecha relación entre el poder militar de
un país y su probable uso de la fuerza. Por tal razón, pasan mucho tiempo evaluando
el poder militar relativo de sus rivales.
La antigua cuestión de si el poder militar es un correlato de la guerra o de la paz
ha asumido un renovado énfasis en la era de Post Guerra Fría.
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SIVARD sostiene que “la carrera por la más avanzada tecnología empezó en los
países altamente industrializados y por un tiempo se mantuvo confinada allí. Ahora se
está expandiendo rápidamente al Tercer Mundo, en gran medida con asistencia en
equipamiento y ayuda tecnológica de… los países desarrollados”. Hasta aquí el tema
es si la transferencia de las armas a los países en vías de desarrollo también aumenta
la probabilidad de la guerra.
En la medida en que los países del Tercer Mundo acumulen recursos
económicos para equipar sus instituciones militares, muchos expertos creen que la
incidencia de la guerra aumentará en el futuro. La predicción nace de la evidencia de
que cambios fundamentales en la capacidad militar son un factor determinante de la
aparición de la guerra.
Sistemas y Estructuras Económicas
En el siglo XIX, el economista político KARL MARX argumentó que la expansión
del capitalismo conduciría inevitablemente a conflictos económicos dentro de las
sociedades. Aunque MARX aludió a la relación entre capitalismo y las relaciones
internacionales, el desarrollo de la explicación marxista de la guerra fue dejada a su
discípulo VLADIMIR LENIN, el fundador de la Unión Soviética. Mientras MARX había
pronosticado que el capitalismo empezaría a ahogarse por sus inherentes
contradicciones, el capitalismo en realidad comenzó a principios de este siglo a
fortalecerse y no a debilitarse. LENIN sostenía que la razón para este fenómeno era
que los Estados capitalistas estaban extendiendo la existencia del capitalismo
mediante la exportación al extranjero de excedentes de capital y mediante el
descubrimiento de nuevas fuentes de mano de obra barata y materias primas, así
como de nuevos mercados para una producción industrial excesiva.
En “Imperialismo: La Etapa más alta del Capitalismo”, LENIN escribió que la
extensión del capitalismo conduce a una intensa competencia entre los Estados
capitalistas líderes e, inevitablemente, a la guerra. La causa inicial de los conflictos era
el monopolio capitalista, caracterizado por una creciente concentración de la riqueza,
controlado por monopolios industriales y de la banca. Como los monopolios financieros
ejercen influencia política, los gobiernos inevitablemente llegar a ser instrumento de
los intereses de los primeros, dominando y explotando a los trabajadores, pero
también conquistando y controlando territorios extranjeros. El establecimiento de
colonias en Asia y África por los Imperios Europeos fue un inexorable producto del
monopolio capitalista. Como los Estados buscaban extender internacionalmente su
control político a nombre de las firmas capitalistas, las guerras finalmente estallarían
entre los Estados líderes capitalistas. Tales guerras resultarían como consecuencia de
las disputas entre las potencias imperialistas por nuevos mercados y por nuevas
zonas en donde invertir el capital excedente. Para LENIN, el estallido de la Primera
Guerra Mundial ilustraría esta teoría.
En resumen, bajo esta teoría, la guerra es principalmente el resultado de las
políticas imperialistas de los Estados capitalistas. Consecuentemente, la causa original
de las guerras no sería la naturaleza humana o ni siquiera la avaricia económica más
bien, la fuente es el sistema económico capitalista, que perpetúa los conflictos de
clases interna e internacionalmente. El camino de la paz requiere promover una
sociedad sin clases y donde las fronteras territoriales terminen de ser importantes.
El tema del tipo de sistema económico ha provocado controversias por siglos.
Más recientemente, desde que el marxismo se entronó en Rusia después de la
Revolución Bolchevique en 1917, los teóricos comunistas afirmaron que el capitalismo
es la principal causa de la guerra; estos es, prácticas coloniales e imperialistas. De
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acuerdo con esta teoría, tal como ya lo dijimos anteriormente, el capitalismo produce
un excedente de capital. La necesidad de exportarlo estimula las guerras para captar y
proteger mercados extranjeros. Los marxistas creían que la única forma de terminar
con la guerra internacional era poner fin al capitalismo.
Contraria a la teoría marxista se encuentra la teoría liberal, que sostiene que el
libre mercado promueve la paz y no la guerra. Los defensores del capitalismo han
asumido en gran medida que los países de libre mercado, que practican el libre
comercio son más pacíficos. Las razones que esgrimen son múltiples, pero la premisa
central es que las empresas comerciales son naturalmente propiciadoras de la paz,
porque sus ganancias dependen de ella. Las guerras interfieren el comercio, impiden
las ganancias, destruyen la propiedad, causa inflación, consumen recursos escasos y
fomentan intervenciones y regulaciones por parte de los gobiernos. Por extensión
continúan, en la medida de que las regulaciones de los mercados internos por parte de
los gobiernos declinan, la prosperidad aumentará y ocurrirá menos guerras.
La evidencia de la rivalidad de estas teorías está mezclada. Las conclusiones
dependen en parte de las percepciones acerca de la influencia de la economía sobre
la conducta internacional, porque las perspectivas alternativas enfocan diferentes
dimensiones de relación. La controversia estuvo en el centro del debate ideológico
entre Este y Oeste durante la Guerra Fría; cuando las relativas virtudes y vicios de dos
sistemas económicos radicalmente diferentes -comunismo y capitalismo- fue lo que
más preocupaba a los pueblos. Entonces, los comunistas citaban los récords
anteriores de guerras iniciadas por países capitalistas (Alemania, Japón y Estados
Unidos en Vietnam, por ejemplo) para dar credibilidad a la interpretación marxista,
mientras ignoraban el pacifismo de países capitalistas como Suecia, Suiza y otros.
La teoría comunista tampoco explicaba la embarazosa frecuencia con que los
Estados comunistas usaban la fuerza. La Unión Soviética invadió Finlandia en 1939 y
Afganistán en 1979; Corea del Norte atacó a Corea del Sur en 1950; China comunista
atacó el Tíbet en 1959; Vietnam invadió Cambodia en 1975 y Cuba intervino
militarmente en África en los años 80. Más aún, los Estados comunistas chocaron
repetidamente entre ellos durante la Guerra Fría, como el caso de China y la Unión
Soviética en 1969, China y Vietnam en 1974 y nuevamente en 1987; la Unión
Soviética y Hungría en 1956, etc. De los sesenta y un conflicto investigados por
CASHMAN, entre 1945 y 1967, los países socialistas participaron en quince,
aproximadamente el 25%. Ello en comparación con el hecho de que el 15% de todas
las economías correspondía a las de tipo socialista. De esta forma, la teoría marxista
de que los Estados socialistas o comunistas eran inherentemente no agresivos mostró
una falla empírica.
Más aún, el fracaso del comunismo para generar crecimiento económico
apresuró su rechazo en Europa del Este y en el propio corazón del experimento
comunista, como ya vimos anteriormente, la Unión Soviética. Con el triunfo del
capitalismo sobre el comunismo terminó una fase de la historia. En la actualidad sólo
Cuba y Corea del Norte aún mantienen los principios económicos comunistas; todos
los restantes, si no repudiaron completamente el comunismo, prefirieron economías de
libre mercado.
Sin embargo, el término del comunismo, como sistema político-económico, no
puso fin al histórico debate que relaciona las guerras con la economía. El tema de las
influencias económicas en la conducta internacional aún permanece vigente. Con el
término de la Guerra Fría, esta cuestión teórica, es probable que aún demande un
creciente interés, especialmente dado “el cambio en la relevancia y utilidad de
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diferentes fuentes de poder con el poder militar en declinación y el poder económico
en creciente importancia”
Sistemas de Gobierno.
La teoría más difundida que relaciona los sistemas de gobierno con la guerra es
la que sostiene que ésta se presenta más probable cuando los primeros son
regímenes no democráticos. Una de las primeras tesis que sustentan esta teoría fue
articulada por IMMANUEL KANT en “La Paz Perpetua”, publicada por primera vez en
1795. De acuerdo con KANT, los gobiernos constitucionales son mucho menos
proclives a la guerra que los regímenes autoritarios, porque cuando el pueblo tiene
una oportunidad de expresar sus intereses elige paz y tranquilidad antes que la guerra.
Kan escribió:
“Así, en lo que en derecho concierne, el republicanismo es la fundación original
de todas las formas de constitución civil. Por lo tanto la única cuestión que
resta es ésta: ¿proporciona también la única fundación para la paz perpetua?...
si (como debe ser inevitablemente el caso, dada esta forma de constitución) se
requiere el consentimiento de los ciudadanos para decidir si habrá guerra o no,
es más natural que ellos consideren todas sus calamidades antes de
comprometerse a tan arriesgado juego; entre éstas están hacer la guerra ellos
mismos, pagar los costos de la guerra con sus propios recursos, tener que
reparra con gran sacrificio las devastaciones de la guerra y finalmente el último
que podría hacer mejor la paz por sí mismo, nunca será capaz –debido a
nuevas y constantes guerras- de eliminar la carga de las deudas. En contraste,
bajo una constitución no republicana y bajo la cual los sujetos no son
ciudadanos, una declaración de guerra es la cosa más fácil de decidir en el
mundo. Aquí el gobernante no es un conciudadano pero (sí) el dueño de la
nación, y la guerra no le requiere ni el más mínimo sacrificio de sus placeres de
la mesa, la caza, sus casas de campo, sus tertulias de la corte y otros”.
El récord de la historia parece confirmar la tesis de KANT. En tal sentido, R.J.
RUMMEL concluye que de todas las guerras desde 1814 al presente, ninguna fue
entre democracias estables. Algunas democracias, tales como Gran Bretaña y
Francia, estuvieron envueltas en guerras coloniales o imperialistas en el siglo XIX,
pero ninguna guerra ha sido llevada a cabo entre dos Estados democráticos
“maduros”. En palabras de RUMMEL: “Los estados democráticos no hacen la guerra
entre ellos”. Sin embargo, el manejo de los datos estadísticos respecto de este tema,
como veremos en el próximo capítulo, puede arrojar diferentes resultados. BRUCE
RUSSETT reunió doce casos que, según la literatura especializada, corresponderían a
guerra entre Estados democráticos. El criterio con que se mida la calidad de un
régimen democrático tiene mucha incidencia en las apreciaciones que se tengan de
estos conflictos.
Por el contrario, muchos autores creen que los gobiernos totalitarios o
autoritarios son más proclives a recurrir a la guerra, porque no tienen contrapesos
políticos internos, porque se usa como una política de “engrandecimiento nacional” o
de expansión ideológica o como una forma de desviar tensiones internas. Sin
embargo, la relación de un gobierno autoritario con la propensión al conflicto también
debe ser examinada bajo la luz de la participación del estamento militar. En este
contexto, LLOYD JENSEN acota que en los regímenes en que el estamento militar es
prominente, como en el caso de gobiernos militares, éstos tienden a ser claramente
conservadores y no están dispuestos a tomar riesgos en materias de política exterior.
“El militar está muy consciente de lo que significa la muerte y la destrucción. Es
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también vacilante en usar armamento sofisticado, reconociendo que tal uso conduciría
a la destrucción de armamento extremadamente caros”.
El uso de problemas internos para explicar aquellos actos externos que traen
como consecuencia la guerra puede tomar muchas formas. La explicación que se
relaciona con el tipo de gobierno se cree que es generalmente mala. Por ejemplo, a
menudo se piensa que las privaciones impuestas por déspotas sobre sus súbditos
producen tensiones que pueden encontrar expresiones en aventuras externas. O la
explicación puede ser dada en términos de defectos en un gobierno no considerado
malo en sí mismo. Así, se ha argumentado que las restricciones puestas sobre un
gobierno para proteger los derechos de sus ciudadanos, actúan como un impedimento
a la elaboración y ejecución de la política exterior. Esta restricción, laudable en su
propósito original, puede tener desafortunados efectos al hacer difícil o imposible la
efectiva acción de ese gobierno por el mantenimiento de la paz en el mundo. Quizá el
caso cubano podría estar entre los ejemplos más persistentes de esta creencia en la
era contemporánea. Como ejemplo final, la explicación puede ser hecha en términos
de privaciones geográficas o económicas. Así una nación puede argumentar que no
ha obtenido sus “fronteras naturales”, que son necesarias para su seguridad o
desarrollo, en que la guerra para expandir el Estado como se merece, por razones
históricas o geopolíticas, se justifica o es aún necesaria.
Los ejemplos recién señalados ilustran una abundante variedad de una parte de
la segunda imagen, la idea de que los defectos en los Estados causan guerras entre
ellos. Es posible, sin embargo, pensar que las guerras pueden ser explicadas por
defectos en algunos o todos los Estados sin creer que la simple remoción de dichos
defectos establecería las bases para la paz perpetua.
Retomaremos este tema en el próximo capítulo, que estará centrado a
establecer la relación que se atribuye a la democracia con la paz y que, por lo tanto,
tiene mucho que ver con el tipo de gobierno y la propensión a las guerras.
El Sistema Internacional
La tercera “imagen” propuesta por WALTZ, que explica las causas de la
guerra está relacionada con la naturaleza y características del sistema internacional.
Expresa: “Con tantos Estados soberanos, sin un sistema legal al cual deban
someterse, cada Estado juzga sus agravios y ambiciones de acuerdo con los dictados
de su propia razón o deseo, los conflictos conducen a veces a la guerra…. En cierto
sentido la misma idea había sido anticipada por TUCÏDIDES cuando escribió sobre las
Guerras del Peloponeso “el crecimiento del poder ateniense atemorizó a los
lacedomonios y los forzó a la guerra”.
Las teorías que parten de la naturaleza del sistema internacional como
explicación para las causas de la guerra, están vinculadas a la concepción de
“anarquía internacional”. Tal como vimos en el capítulo II, es parte de la controversia
entre neorrealistas y neoliberales. En un sentido literal, la “anarquía” implica la
carencia de un gobierno, situación que evidentemente se da en el sistema
internacional. En un sentido más amplio, puede interpretarse como una situación de
caos en que impera un absoluto desorden; situación extrema que no se da en el
sistema internacional. Al respecto, GILPIN, considerado un neorrealista, sostiene que
las relaciones entre los actores internacionales tienen un cierto grado de orden y que
aun cuando “el sistema internacional es uno de tipo anárquico”, el sistema sí ejerce un
control sobre la conducta de los actores. Hasta aquí, la diferencia entre neorrealistas y
neoliberalistas, sobre la naturaleza del sistema internacional, no es sustantiva; sin
embargo, para los primeros es una de las causas fundamentales de la existencia de
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las guerras. La reinterpretación que WALTZ hizo del realismo clásico está basada en
gran medida en la condición anárquica del sistema internacional; es decir, en
consideraciones estructurales; de ahí que, como hemos dicho, también se denomine al
neorrealismo como “realismo estructural”.
Otra interpretación que se da al sistema internacional y su relación
con el conflicto sostiene que en un nivel fundamental, las guerras ocurren porque no
existen instituciones o estructuras que las detengan; el sistema anárquico permite las
guerras aunque no las causa directamente. En otras palabras, las guerras suceden
porque no hay nada que las prevenga. Esto no contradice la explicación general sobre
el origen de las guerras, basado en la condición en que los Estados coexisten; en la
cual no existe un gobierno entre ellos capaz de obligarlos a mantener la cooperación y
una conducta pacífica. En ausencia de un poder central, de tiempo en tiempo, las
diferencias de intereses o contraposición de objetivos entre los Estados pueden crecer
y generar violentos conflictos, simplemente porque puede no haber otra forma de
resolver las diferencias vitales.
Pero la probabilidad de que la guerra también está influida por la
distribución del poder dentro del sistema internacional. En efecto, la mayoría de los
estudiosos de las causas de la guerra en las dos décadas pasadas muchos de los
cuales se basaron en datos empíricos del “Correlatos Of War Proyects”, citado
anteriormente, han buscado descubrir las condiciones sistémicas y patrones de poder
que está asociados con la guerra. Debido a la complejidad envuelta en esta
investigación, muchas de las conclusiones son marcadamente tenues y aún
contradictorias.
La teoría del “equilibrio del poder” es una de las ideas más
ampliamente aceptadas en las relaciones internacionales. De acuerdo con esta teoría,
la paz y la estabilidad son consecuencia de un equilibrio fundamental del poder.
Cuando el poder de uno o más Estados aumenta y, por lo tanto, amenaza el equilibrio
de poder, los Estados se alinean (entre ellos) contra la potencia que busca alterar el
equilibrio. Esta teoría fue revisada, a apropósito de los modelos del sistema
internacional analizados en el capítulo III.
Examinaremos tres teorías apoyadas en el equilibrio de poder: la teoría
asimétrica de poder, la teoría de transición de poder y la carrera de armamentos.
Las dos primeras son teorías sistémicas de la guerra, esto es que explican la guerra
desde la naturaleza del sistema internacional mismo, la tercera teoría está basada en
la interacción entre dos Estados.
Asimetría de Poder
La teoría asume que la probabilidad de guerra aumenta cuando el poder
está distribuido en forma desigual entre los Estados y cuando movimientos agresivos
no son contenidos por una acción militar individual y colectiva. El fracaso para
enfrentar un aumento del poder nacional y especialmente una agresión militar puede
alentar la paz en el corto plazo, pero inevitablemente conducirá a aumentar una futura
inestabilidad. La clásica ilustración de esta teoría es “apaciguamiento” de los aliados
respecto de ADOLPH HITLER antes de la Segunda Guerra Mundial. En la
“Conferencia de Munich” de 1938, donde los líderes de Gran Bretaña, Francia, Italia y
Alemania, se habían reunido para discutir la demanda alemana para que
Checoeslovaquia entregara parte de su territorio (Sudetes) los ministros de relaciones
exteriores francés y británico cedieron a las demandas de HITLER con la esperanza
de que lo apaciguarían y traerían paz a Europa. Aunque NEVILLE CHAMBERLAIN, el
Primer Ministro británico, anunció a su regreso a Londres que la “paz estaba en la
67
mano”, sus esperanzas fueron hechas pedazos un año más tarde cuando Alemania,
después de tomar los Sudetes invadió Polonia en 1939 y por lo tanto precipitó la
Segunda Guerra Mundial.
De acuerdo con la “teoría asimétrica de Poder”, si Francia y Gran Bretaña
hubieran tenido una oposición más resuelta en contra de los primeros movimientos
agresivos de HITLER, la posibilidad de guerra podría haber sido reducida.
En relación a este último aspecto, es interesante destacar que algunos teóricos
importantes argumentan justamente lo contrario. Su teoría, llamada la “Teoría de la
Estabilidad Hegemónica”, sostiene que la paz está mejor asegurada cuando un Estado
tiene un poder superior. En tal sistema, donde el líder o potencia hegemónica tiene la
capacidad para imponer su voluntad a los demás, la estabilidad y el orden son
mantenidos por el poder hegemónico; dicho poder permite establecer y mantener
estructuras internacionales, formales o informales. De acuerdo con estos teóricos, el
punto más peligroso se alcanza cuando dos o más Estados logran un poder
comparable. En tal caso, cada Estado, temeroso de su posición, está más inclinado a
iniciar una guerra de rivalidad con otro. Sólo cuando una potencia emerge victoriosa se
puede restaurar el orden mundial.
Transición de Poder
La “teoría de transición de Poder”, que también fue considerada dentro de la
“segunda imagen”, El Estado-Nación, asume que la distribución de poder entre los
Estados está siempre en evolución; afirma que los cambios repentinos o radicales en
la dispersión del poder son desestabilizantes y pueden contribuir a la guerra. Un factor
clave de esta teoría es el énfasis sobre una valorización dinámica de la distribución del
poder más que un análisis estático. Debido a que el poder militar está basado en
capacidades económicas, promedios de crecimiento diferentes a través del tiempo
pueden originar cambios de las capacidades militares entre las grandes potencias. En
atención a que los Estados son incapaces de mantener indefinidamente su posición
relativa de poder, el peligro acecha cuando una transición de poder significativa
empieza a ocurrir.
De acuerdo con A.F.K. ORGANSKI, uno de los principales sostenedores
de esta teoría, la probabilidad de guerra aumenta en la medida que disminuye la
“brecha de poder” entre dos Estados rivales.
Los cambios del poder relativo de las grandes potencias pueden amenazar
la paz y la estabilidad, especialmente cuando un Estado rival aumenta su poder y
comienza a retar el rol del país dominante. Cuando el Estado-retador está convencido
que la victoria militar es posible, puede recurrir a la guerra para obtener beneficios
económicos e influencia política acordes con sus capacidades recientemente
alcanzadas. La guerra no se produce por la igualdad de capacidades per se, ni por los
cambios en esas capacidades; más bien está enraizada en la interacción entre las
condiciones originales y los cambios recientes. Más aún, las guerras no solamente
comienzan con desafíos, sino que pueden también ser iniciadas por el poder
dominante. Cuando la potencia rectora percibe la declinación de su estatus, puede
recurrir a una “guerra preventiva”, a fin de evitar una confrontación militar en el futuro,
en momentos en que su poder esté aún más deteriorada. En “The War Ledger”,
ORGANSKY y KUGLER reclaman que su teoría está confirmada por datos de la
Guerra Franco-Prusiana, la Ruso-Japonesa y las dos Guerras Mundiales.
Otra teoría relacionada con la “transición de poder” es la “Teoría de los
grandes ciclos”. De acuerdo con MODELSKI, las guerras aparecen cuando el poder
68
del Estado dominante declina y le sigue una lucha por la sucesión. Como en el caso
de las guerras originadas por transiciones de poder, éstas estallan al término de un
largo ciclo histórico, cuando los retadores buscan desplazar a la potencia rectora en el
sistema internacional.
Carrera Armamentista
Debido a que la seguridad nacional es, finalmente, una responsabilidad de
cada Estado, los países buscan aumentar su poder nacional, especialmente en cuanto
a capacidades militares. Al tratar de maximizar el potencial militar, Estados adversarios
inevitablemente entran a una “carrera de armas”, ya que cada uno compite por
alcanzar una supremacía militar.
Uno de los principales esfuerzos para examinar sistemáticamente la dinámica e
impacto de las adquisiciones de armamento entre dos Estados rivales fue la que llevó
a cabo el matemático inglés LEWIS RICHARDSON, en su obra “Armas and
Insecurity”, quien estableció una fórmula para predecir gastos militares para dos
Estados adversarios. Existen dos tipos de procesos de acción-reacción: estable e
inestable.
Según éste, existen cuando los Estados en competencia buscan responder en
igual forma las acciones tomadas por su oponente, es probable que la interacción sea
estable, porque un aumento en las capacidades militares y gastos conducirán a una
respuesta similar por parte del Estado enemigo. Por otra parte, si la relación entre dos
Estados implica un alto nivel de hostilidad y desconfianza, la interacción entre ambos
probablemente será inestable, envolviendo reacciones en escalada. Por ejemplo. Si un
Estado cree que necesita mayores capacidades militares que las de su adversario
para garantizar su seguridad nacional, cualquier aumento de las correspondientes a su
enemigo producirían, a su turno, un mayor aumento en sus propias capacidades,
dando como resultado el escalamiento de una carrera de armas que podría llegar a la
guerra.
Aunque la relación matemática de RICHARDSON llama la atención sobre
los peligros de las carreras armamentistas, su teoría no explica satisfactoriamente ni
éstas ni la guerra, ya que la competencia militar puede deberse a factores distintos a la
creciente capacidad militar de un adversario.
Dentro de las distintas explicaciones respecto a las carreras armamentistas
se pueden citar tres que reflejan otros tipos de competencias. La primera, sostiene que
una militarización continua puede deberse a una competencia ideológica y política
entre las potencias rectoras. La confrontación entre las alianzas Atlántico Norte y de
Varsovia son un ejemplo de esta explicación. Cuando en 1978 la URSS decidió
desplegar los nuevos misiles SS-20, de rango intermedio, la OTAN amenazó con
instalar nuevos misiles si la URSS no retiraba los mencionados SS-20; como ello no
ocurrió, la alianza occidental instaló los Pershing II, en el mes de noviembre de 1983.
Una segunda explicación sostiene que las carreras de armamento derivan
en conflictos en las áreas de influencia que históricamente han mantenido las
principales potencias. Por ejemplo, durante la Guerra Fría, la URSS consideró a los
países de Europa Oriental como su esfera de influencia, mientas que Estados Unidos
vio a Latinoamérica como sus dominios de especial interés. Cuando las grandes
potencias buscan extender su influencia hacia las áreas de control de otras, el conflicto
aparece inevitablemente. Así, cuando la URSS introdujo misiles de alcance intermedio
en Cuba en 1962, Estados Unidos consideró este acto como un cambio inaceptable
69
del statu quo y se arriesgó a un conflicto nuclear para obtener el retiro de los misiles
de la isla.
La tercera explicación está relacionada con la dinámica de la política
interna. GRAHAM T. ALLISON, por ejemplo, encontró que el desarrollo y adquisición
de armas sofisticadas, tales como MIRVed ICBM (misiles de mediano alcance y
misiles balísticos intercontinentales) requerían de tal largo plazo para su planificación y
desarrollo, que una carrera armamentista no podría ser atribuida a la dinámica de
acción y reacción. Más bien, las decisiones para obtener sofisticadas armas están
vinculadas, sugiere ALLISON, en gran medida con las políticas burocráticas internas.
Mientras la tesis de la “carrera de armas” llama acertadamente la atención
en cuanto a los efectos potencialmente desestabilizadores de escalar una
competencia militar, el militarismo no explica adecuadamente la guerra. Como lo
sostiene DOUGHERTY y PFALTZGRAFF, es virtualmente imposible mostrar que las
carreras armamentistas sean una causa principal de la guerra. Las armas permiten o
facilitan una guerra, pero no son la única, ni aún la principal fuente de conflictos
internacionales.
Esta breve revisión de las teorías sobre las causas de la guerra sugiere
que no existe un factor único que pueda dar una explicación de dicho fenómeno.
Como pasa con todos los principales problemas políticos y sociales, la guerra se
origina en una multiplicidad de fuentes. Una explicación adecuada de sus causas
debe, por lo tanto, tomar en cuenta el rol de los individuos, las naciones y el sistema
internacional.
LAS GUERRAS INTERESTATALES
¿Qué es la Guerra?
Llegado a este momento del ensayo, resulta obvio que nuestra
preocupación se ha centrado en un tipo de conflicto específico, las guerras entre
Estados-Naciones, resulta necesario hacer algunas precisiones.
Sin entrar a un análisis e interpretación de las múltiples y variadas
definiciones que estudiosos de distintas disciplinas han dado respecto a la guerra,
parece conveniente distinguir entre qué se entiende por ésta y qué constituye guerra.
Para este fin, tomaremos de HEDLEY BULL algunas de sus ideas centrales.
Según el citado autor, guerra es la violencia organizada llevada a cabo
entre unidades políticas. La violencia no es guerra, a menos que sea llevada a cabo en
nombre de una unidad política; lo que distingue matar en la guerra, de asesinar, es su
carácter vicario y oficial, la responsabilidad simbólica de la unidad a la que pertenece
quien mata. Igualmente, la violencia realizada de una unidad política no es guerra, a
menos que esté dirigida hacia otra unidad política; la violencia empleada por el Estado
en la ejecución de criminales o la supresión de piratas tampoco cualifica como guerra,
porque está dirigida contra individuos.
También resulta necesario distinguir entre la guerra, en el sentido amplio
de violencia organizada que puede realizar cualquier unidad política (una tribu, un
antiguo imperio, un principado feudal, etc.) y la guerra en el estricto sentido de una
guerra internacional o interestatal, que corresponde a la violencia cometida por
Estados soberanos. Dentro del sistema moderno de Estados, solamente la guerra en
este último sentido, el estricto, ha sido legítimo. Los Estados soberanos han buscado
preservar para ellos el monopolio del uso legítimo de la violencia o la fuerza.
70
El desarrollo del concepto moderno de la guerra como “violencia
organizada” entre Estados soberanos fue el resultado de un proceso de limitación o
confinamiento de la violencia. En el mundo moderno estamos acostumbrados a
contrastar, guerra entre Estados, con paz entre Estados, pero la histórica alternativa
de la guerra ha sido más ubicua.
Necesitamos también distinguir la guerra en un sentido material; esto es,
real hostilidad y guerra en el uso normativo o legal, como por ejemplo, que sea
reconocida o declarada por autoridades competentes. En el sentido material, éstas a
menudo toman la forma de guerras que no obedecen a las de un sentido legal. La
mayoría de las guerras ocurridas desde 1945 han sido descritas por los que las
realizan bajo cualquier otro nombre. Por otra parte, puede sostenerse que la guerra en
su sentido legal existe aun en los momentos en que no se presentan realmente
hostilidades –lo que en jerga militar se conoce como el período de “cese de
hostilidades” – como por ejemplo, en el intervalo entre la cesación de hostilidades y el
término de una guerra y la conclusión de un tratado de paz. Esta distinción es
relevante para establecer la duración de las guerras y la situación de los beligerantes.
Conocidos son los casos de las guerras árabe-israelíes, que se separan
cronológicamente con fechas bien determinadas, aun cuando entre 1958 y 1982 no
existió entre las mismas nunca un tratado de paz. Si hablamos de guerra en el sentido
legal, su distinción con la paz es absoluta. Tal distinción es muy difícil en el sentido
material de la guerra.
Finalmente, debemos distinguir entre una guerra racional, inteligente o con
un propósito definido y una guerra que es ciega, impulsiva o irracional. La definición de
CLAUSEWITZ, de que la guerra “es un acto dirigido a obligar a nuestro oponente a
cumplir nuestra voluntad”, representa la concepción que fue dominante en Europa bajo
la influencia de la doctrina de razón de Estado. Según BULL, “la guerra muy a menudo
no ha estado al servicio de propósitos racionales e inteligentes; ha sido llevada a cabo
por tribus primitivas como un ritual, por los cristianos y Caballeros Sarracenos en
cumplimiento a un código de caballeros, por los Estados modernos para probar su
cohesión y sentido de identidad, y a través de la historia desde la completa codicia al
derramamiento de sangre y conquistas.
Complementando los anteriormente detallados conceptos sobre el término
guerra, resumiremos en el siguiente cuadro otras definiciones sobre este fenómeno
sustentadas por diferentes autores:
OTRAS DEFINICIONES DE GUERRA
Autor
Gastón Bouthoul
Quince Wright
Von Clausewitz
Von Bogulslawski
Definiciones de Guerra
“La guerra es una lucha armada y sangrienta entre
agrupaciones organizadas”
Guerra, en su concepto más amplio, es el “contacto violento
entre dos distintas pero similares entidades”.
El mismo autor expresa que “la guerra es la condición legal
que permite a dos o varios grupos hostiles dirigir un conflicto
por medio de fuerzas armadas”, a la vez señala que “la guerra
puede ser considerada como un conflicto simultáneo de
fuerzas armadas, de sentimientos populares, de dogmas
jurídicos y de culturas nacionales”.
Para él “la guerra es un acto de violencia, cuyo objetivo es
forzar al adversario a ejecutar nuestra voluntad”
Manifiesta que “la guerra es el combate dirigido por una
agrupación determinada de hombres, tribus, naciones,
71
Lagorgette
Alvin y Heidi Tofler
Grotius
Cicerón
Herbert C. Keiman
pueblos o Estados, contra otra agrupación igual o similar”.
Puntualiza que “la guerra es el estado de lucha violenta
surgida, entre dos o varias agrupaciones de seres
perteneciente a la misma especie, de su deseo o de su
voluntad”.
“Un conflicto violento (sangriento) entre estados organizados”.
Opina que la guerra es “la condición de antagonismo
(contienda) por la fuerza propiamente tal”.
“Una contienda por la fuerza”
La define como “una acción de la sociedad o entre
sociedades, llevada a cabo en un contexto político nacional e
internacional”.
Las Funciones de la Guerra
Siempre tomando como referencia a BULL, podemos distinguir tres
funciones principales de la guerra en el sistema moderno de Estados: la del Estado
individual; la del sistema de Estados y la de la sociedad de Estados.
Desde el punto de vista individual de los Estados, la guerra ha aparecido
como un instrumento de la política, uno de los medios por los cuales los objetivos de
los Estados pueden ser obtenidos. En este sentido, coincide con la máxima de
CLAUSEWITZ “… la guerra no es solamente un acto de la política, sino que un
verdadero instrumento político, una continuación de la relación política llevada a cabo
por otros medios”. No obstante, BULL afirma que es verdad que cuando un Estado
emprende una guerra, no siempre refleja un intento deliberado o calculado de usar
ésta como un medio para obtener un objetivo deseado. Los Estados son llevados a la
guerra algunas veces por accidente o por error de cálculo o han sido impulsados por
una real cólera o sentimiento público. Es verdad también que, cuando en agostoseptiembre de 1914, los Estados decidieron participar en una guerra como un medio
deliberadamente elegido para obtener algunos fines concretos, durante su desarrollo
los Estados beligerantes transformaron los objetivos originales por los cuales fueron a
dicha guerra. No obstante, la idea de que esta última puede servir como un
instrumento deliberado de la política, tiene numerosos ejemplos históricos.
Desde el punto de vista del sistema internacional, debido al simple
mecanismo o campo de fuerza que los Estados constituyen en virtud de su interacción,
la guerra aparece como un determinante básico de la forma que asume el sistema en
un momento dado. La guerra y la amenaza de la misma ayuda a establecer si
determinados Estados sobrevivirán o serán eliminados; si crecen o declinan; si sus
fronteras permanecen iguales o son cambiadas; si sus pueblos son regidos por uno u
otro gobierno; si las disputas son zanjadas o arrastradas; si hay un equilibrio de poder
en el sistema internacional o un Estado llega a ser preponderante.
Las guerras o su amenaza no son las únicas determinantes de la estructura del
sistema internacional, pero, como ya dijimos al comienzo del Capítulo II, son
elementos tan claves que aún los términos que usamos para describir el sistema –
grandes potencias, pequeñas potencias, bipolaridad, multipolaridad, equilibrio de
poder y hegemonías- son difícilmente inteligibles, excepto en relación con la guerra y
la amenaza de la guerra.
Desde el punto de vista de la sociedad internacional, considerada como la
visión de valores comunes y reglas e instituciones aceptadas por los Estados, las
guerras tienen un aspecto dual. Por una parte, la guerra es una manifestación de un
desorden en la “sociedad internacional”, trayendo consigo el quebrantamiento de la
72
sociedad internacional misma, en “un estado de pura enemistad o guerra de todos
contra todos”. La “sociedad de Estados”, consecuente con lo anterior, se preocupa de
limitar y contener la guerra, mantenerla dentro de ciertas reglas establecidas por ella
misma. Por otra parte, como un instrumento de la política de Estado y determinante
básica de la forma del sistema internacional, es un medio por el cual la sociedad
internacional siente una necesidad de explotarla para así alcanzar sus propios
propósitos. Específicamente, la guerra es un medio para hacer cumplir la ley
internacional, de preservar el equilibrio de poder y, posiblemente, de promover
cambios en la ley considerada generalmente como justa.
La Frecuencia de las Guerras y sus impactos.
A lo largo de la historia de la civilización occidental los conflictos interestatales
han sido un fenómeno frecuente. Sin embargo, el número de guerras depende del
criterio utilizado para definir lo que se entiende por este fenómeno. En la Tabla No. 1
se muestra un resumen de distintos autores sobre la cantidad de guerras en diferentes
períodos de la historia.
VARIACIONES EN EL NÚMERO DE GUERRAS
Autor
Cantidad
Período
de guerras
registradas
Quince Wright
278
Desde fines del siglo XV
hasta mediados del siglo
XX
Lewis Richardson
300
Desde 1820 a 1949
Pitirim Soroski
862
Desde1100 a 1925
William Eckhardt
589
Desde 1500 a1992
R. Paul Shaw y
14.500
Durante los últimos 5.600
Yuwa Wong
años
Otros
Antecedentes
Aproximadamente
una guerra cada dos
años
La paz comprende
solo el 8% del total
de la historia de la
humanidad
Tabla No. 1
La más exhaustiva investigación empírica contemporánea sobre las guerras
internacionales ha sido llevada a cabo por MELVIN SMALL y DAVID SINGER. De
acuerdo con ellos, desde 1816 a 1980 ha habido 118 guerras. De éstas, 67 fueron
conflictos entre dos o más Estados y, las restantes, guerras imperiales o coloniales
que envolvieron a entidades que no reunían los requisitos completos para ser
considerados como miembros del sistema internacional; es decir, Estados. Los
Estados más involucrados en guerras imperiales o coloniales, de acuerdo con estos
autores son: Francia, con 22; Inglaterra, con 19; Turquía y Rusia, con 18 cada uno;
Italia, con 12; China, con 11; España; con 10 y Estados Unidos con 8, según la
muestra en la Figura No. 1.
73
ESTADOS MÁS INVOLUCRADOS EN GUERRA SIMPERIALES O COLONIALES,
PERIODO 1816-1980
74
CHARLES KIGLEY y EUGENE WITTKOPF realizaron un estudio de la
frecuencia y carácter de la guerra entre los Estados, para lo cual dividieron el
sistema de estos últimos en seis períodos históricos, a partir de las Guerras
Napoleónicas, tomando como referencia los años 1816, 1849, 1882, 1915,
1945 y 1989, que marcan “momentos cruciales”, que los estudiosos
convencionalmente consideran como los momentos de transición más
importantes en la historia contemporánea. La Tabla No. 2 resume los datos que
permiten la comparación de estos seis períodos sucesivos.
216 GUERRAS EN SEIS PERÍODOS HISTÓRICOS
(1816 – 1992)
Período
Tipo de Sistema
No. de
Guerras
1816 –
1848
1849 –
1881
1882 –
1914
1915 –
1944
1945 –
1988
1989 1992
Concierto de Europa
Guerras de Unificación
Europea
Resurgimiento
del
Imperialismo
La Gran Depresión
La Guerra Fría
Post Guerra Fría
33
43
38
24
43
35
Tamaño del
Sistema
(Promedio No.
Estados)
28
39
40
59
117
172
Tabla No. 2
La muestra sólo mide guerras importantes entre Estados soberanos cuyos
resultados arrojaron, al menos, mil muertes de combate, basada en estudios
realizados por los ya citados SMALL y SINGER.
Considerados en esta forma restrictiva, los datos muestran que entre
1816 y 1992 estallaron 216 guerras interestatales y que su frecuencia ha sido
bastante estable a través de todo este período. En adición, si tomamos como
referencia la proliferación de Estados independientes en el sistema
internacional, considerando la frecuencia en el estallido de las guerras por cada
década, desde 1816, declina de cuatro por Estado, antes de la Segunda
Guerra Mundial, a dos por estado a partir de esta última. Si el análisis se
realiza no por Estados, sino por parejas de éstos, la declinación aparece aún
más drástica. Así, cuando nos ajustamos al creciente número de Estados
independientes, la etapa posterior a la Segunda Guerra Mundial aparece
comparativamente más pacífica que los períodos precedentes.
75
Sin embargo, cuando enfocamos nuestra atención sobre el número de
guerra en curso, más que en aquella que se inician, aparece un cuadro
diferente. En efecto, las guerras interestatales han estado en desarrollo casi
continuamente desde el Congreso de Viena, en 1815. Aunque transcurrieron
ochenta y dos años, entre 1816 y 1992, en que no se inició ninguna guerra,
pasaron sólo veinte en que no existió alguna de ellas en desarrollo. Según
KEGLEY y WITTKOPF, el llamado “estallido de la paz” en la era de Post
Guerra Fría es un mito en relación con los hechos, ya que no menos de
diecinueve guerras a gran escala estaban en desarrollo entre 1989 y 1992.
Al examinar el período de la Guerra Fría, después de 1945, definiendo la
guerra en un sentido más amplio, de manera de incluir en ella todas las
instancias de conflictos armados que involucraron a uno o más países y que
causaron la muerte de mil personas cada año, KEGLEY y WITTKOPF
encontraron 149 de ellos entre 1945 y 1992. Por su tamaño, en 1992 hubo 29
guerras mayores en desarrollo y en 1993, 42 países participaron en 52
conflictos mayores. Así, el número de guerras iniciadas y en desarrollo, a
través de todo el mundo, desde el término de la Guerra Fría, se ha mantenido
alto, existiendo, por tanto una escasa evidencia de que el mundo ha llegado a
ser más seguro.
Al analizar la frecuencia de la guerra y su carácter destructivo, de acuerdo
con JACK LEVI, la histórica tendencia a la guerra entre las grandes potencias
ha declinado, mientras que la violencia ha aumentado en extensión, gravedad e
intensidad, definida en términos absolutos y por muertes per cápita en
combate. Basado en este análisis, LEVI concluye que la guerra entre las
grandes potencias ha llegado a ser menos frecuente, pero más destructiva,
como lo muestra la Figura No. 2.
FRECUENCIA DE LAS GUERRAS Y SU RELACIÓN CON MUERTES EN
COMBATE
76
ALGUNAS TEORÍAS SOBRE LAS CAUSAS DE LA GUERRA
ACTORES
FUENTES DE LA
GUERRA
CAUSAS DE LA
GUERRA
Naturaleza humana
Los líderes políticos
El individuo
Error de percepción
La guerra
origina en
condiciones
humanas
se
las
Pérdida de control
Expectativas de la
utilidad de la guerra
Antigüedad
de
independencia de los
Estados
Determinantes
culturales
y
la
decadencia de las
limitaciones morales
Pobreza nacional
El Estado
Transición de poder
La guerra se origina
en el
comportamiento
imperfecto de los
Estados
Militarización
Sistemas y estructuras
económicas
Sistemas de gobiernos
Asimetría del poder
El Sistema
Internacional
Transición del Poder
La guerra se origina
en el
sistema
internacional
anárquico
Carrera Armamentista
77
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