COMPENDIO DE HISTORIA MILITAR PARA FINES EXCLUSIVAMENTE DIDÁCTICOS, PARA SER UTILIZADOS EN LA ACADEMIA DE GUERRA DE LA FUERZA TERRESTRE DE ECUADOR. COORDINADOR - RESPONSABLE: CRNL. EMC. EDUARDO VACA RODAS PROGRAMA DE CLASES MATERIA: HISTORIA MILITAR CURSO: II AÑO DE ESTADO MAYOR CARGA HORARIA: 16 HORAS PROFESOR TITULAR: CRNL. EMC. EDUARDO VACA RODAS TEMA GENERAL INTRODUCCIÓN AL ESTUDIO DE LA HISTORIA MILITAR Y DE LA GUERRA. EVOLUCIÓN DEL ARTE DE LA GUERRA DESDE LA ANTIGÜEDAD HASTA EL PRESENTE. 1. OBJETIVO Al término de la materia los alumnos quedarán en condiciones de: a.- Tener una comprensión clara del planeta tierra con sus diferentes elementos, como el espacio geográfico y social en donde el ser humano escribe su historia. b.- Tener una aproximación antropológica a los orígenes y evolución del ser humano y su naturaleza agresiva como el germen para el conflicto y la guerra. c.- Tener claro lo que es la historia militar en el ámbito de la historia general. d.- Tener la concepción de las causas de la guerra desde diferentes teorías y sus efectos en la sociedad humana. e.- Conocer en los diferentes períodos históricos desde la antigüedad hasta nuestros días los principales hechos bélicos, los escenarios geográficos y los grandes conductores militares. f.- Conocer y discutir la obra el “Porvenir de una ilusión” de Sigmund Freud, y obtener conclusiones sobre el pasado y el futuro de la humanidad. 2. METODOLOGÍA A EMPLEAR Las clases serán de discusión de las exposiciones y/o presentaciones realizadas por el profesor y de análisis de lecturas entregadas previamente las mismas que serán expuestas por los grupos de trabajo. Para la evaluación conceptual cada grupo de trabajo presentará un análisis de las lecturas entregadas y/o un hecho bélico empleando la modalidad dada conocer por el profesor de la materia durante las primeras horas de clases. 1 3. ORGANIZACIÓN DE LOS CONTENIDOS TEMÁTICOS Y CALENDARIO Sesión número uno 04- diciembre 2006. 1 hora Tema: Introducción a la materia: a.- Visión general desde un punto de vista geográfico acerca del planeta Tierra. b.- Los grandes conjuntos de la Tierra. c.- Evolución de la población y su distribución geográfica. d.- Teoría evolucionista del ser humano y las primeras civilizaciones.. Sesión número dos 05- diciembre2006. 2 horas Tema: El comportamiento agresivo del ser humano: a.Extracto de los libros “nuestra especie” y “el mono desnudo”, que desde un enfoque antropológico, sociológico, psicológico y etológico explican la conducta agresiva del ser humano. Análisis y discusión de la lectura presentada sobre el tema a cargo del grupo número uno. Sesión número tres 07-diciembre2006. 1 hora Tema: La importancia del estudio de la historia militar. a.Presentación de dos lecturas de la importancia del estudio de la historia militar y su relación con el conflicto. Análisis y discusión de la lectura presentada sobre el tema a cargo del grupo número dos. Sesión número cuatro 11-diciembre2006. 2 horas Tema: Teorías sobre las causas de la guerra. a.- Presentación de la lectura “teorías sobre las causas de la guerra”. Análisis y discusión de la lectura presentada sobre el tema a cargo del grupo número tres. Sesión número cinco 12-diciembre2006. Tema: La guerra en la antigüedad. 2 a.- La Batalla de Kadesh. b.- La Batalla de Cannas. 2 horas Presentación a cargo del profesor de la materia. Sesión número seis 13-diciembre2006. 2 horas Tema: La guerra en la Edad Media. Presentación a cargo del grupo número cuatro Sesión número siete Tema: 14-diciembre2006. 3 horas La guerra en la Edad Moderna y época revolucionaria. Presentación a cargo del grupo número cinco y seis. Sesión número ocho 15-diciembre2006. 2 horas Tema: La guerra en el siglo XX. Presentación a cargo del grupo siete. Sesión número nueve 18-diciembre2006. 1 hora Tema: El porvenir de una ilusión. Presentación a cargo del grupo número ocho. 4. BIBLIOGRAFÍA a.- Extractos de lecturas seleccionadas, en donde consta la autoría de los escritores. ( Democracia y Paz: Ensayo sobre las causas de la guerra de Juan Salgado Brocal, Biblioteca Militar del Ejército de Chile; El Mono Desnudo: un estudio del animal humano de Desmond Morris de editores PLAZA & JANES, S.A.; NUESTRA ESPECIE de Marvin Harris, de Alianza Editorial) b.- Enciclopedia del Arte de la Guerra, de Antonio Martínez Teixidó. c.- Historia del Arte de la Guerra, del Mariscal Montgomery, Vizconde de Alamein, EDITORIAL AGUILAR. 5. ASPECTOS A CONSIDERAR PARA LA EXPOSICIÓN DE LOS TRABAJOS. Cuando se describe un hecho bélico se debe tener en cuenta especialmente estos aspectos, sin que necesariamente constituya una camisa de fuerza, pueden incorporarse o eliminarse de acuerdo a las necesidades de los investigadores, una secuencia también es la del libro Enciclopedia del Arte de la Guerra: 1. 2. 3. 4. 5. 6. 7. Antecedentes. Geografía en la que se desarrolló. Objetivo político. Estrategia utilizada. Táctica o medios con los que cuentan los mandos de los contendientes. Operativo o desarrollo. Conductores políticos y militares 3 8. Balance de resultados. 9. Bibliografía. En el caso de las exposiciones de las lecturas se sugiere la siguiente secuencia: 1. 2. 3. 4. 5. Introducción. Marco teórico. Análisis( este punto debe ser dividido en varios enfoques). Conclusiones. Enseñanzas concretas para nuestro quehacer. Para que una acción de guerra sea calificada como batalla debe tratarse del enfrentamiento de dos o más ejércitos, dotados de todos los principales elementos de los que en esa época se dispone, (infantería y caballería en la antigüedad; infantería, caballería y artillería en épocas posteriores; infantería, artillería, carros blindados, aviación armada, medios de comunicación, servicios sanitarios, en la actualidad). En las batallas pueden llegar a ser empleados cientos de miles de combatientes (así, en la Batalla de Iwo Jima, para la toma de un islote de 20 kilómetros cuadrados, Estados Unidos hizo participar a 250.000 hombres). Se considera que se ha ganado una batalla cuando el oponente se ha rendido, dispersado, ha sido obligado a retirarse, o se le ha dejado militarmente inútil para acciones posteriores. Pueden ocurrir enfrentamientos previos a una batalla como: Escaramuza - una lucha a pequeña escala que involucra a un número relativamente pequeño de combatientes; habitualmente sin un objetivo, simplemente dos grupos que se enfrentan cuando entran en contacto. Refriega - una escaramuza que incluye el uso de armas de fuego, habitualmente de poco calibre, de manera intensa. "http://es.wikipedia.org/wiki/Batalla" 6. COORDINACIONES PARA EL DESARROLLO DE LAS CLASES a. b. 4 El día sábado 02 de diciembre en el canal TELEAMAZONAS en el programa ECOS, se pasará un documental sobre los orígenes del ser humano, favor verlo en familia y de ser posible grabarlo, esto nos permitirá comentar el día 05 de diciembre. Para el día 04 de diciembre, tener repasado la división política de los continentes, en especial Europa y Asia. (CONSIDERACIONES ETOLOGICAS Y ANTROPOLÓGICAS RESPECTO A LAS CAUSAS DE LA AGRESIVIDAD HUMANA) Con el propósito de adentrarnos en el estudio de las causas de la guerra y debido a que es un hecho en el cual convergen los tratadistas de este tema a continuación se exponen algunas consideraciones antropológicas de la conducta humana que permiten comprender por qué en última instancia es la naturaleza humana la principal variable en la gestación y desarrollo del fenómeno social llamado guerra. Por esa razón, a continuación se reproduce un extracto de la obra “NUESTRA ESPECIE”, de Marvin Harris, editora Alianza Editorial. ¿Les interesa tanto como a mí saber cómo, cuándo y dónde surgió por primera vez la vida humana, cómo eran las primeras sociedades y los primeros lenguajes humanos, por qué han evolucionado las culturas por vías diferentes pero a menudo notablemente convergentes, por qué aparecieron las distinciones de rangos y por qué las pequeñas bandas y aldeas dieron paso a jefaturas y éstas a poderosos Estados e Imperios. Siente la misma curiosidad que yo por saber qué aspectos de la condición humana están inscritos en nuestros genes y cuáles forman parte de nuestra herencia cultural, en qué medidas son inevitables los celos, la guerra, la pobreza y el sexismo, y qué esperanzas de sobrevivir tiene nuestra especie?. En tal caso, sigan leyendo. A juzgar por la difusión universal de los mitos que explican cómo se creó el mundo y cómo adquirieron los antiguos las facultades del habla y del dominio de las artes útiles, en todo el mundo las gentes desean conocer las respuestas a estos interrogantes. Pero quedan advertidos: la historia que voy a contar no va dirigida a ningún grupo ni a ninguna cultura en particular, sino a los seres humanos de todas partes. ¿Están dispuestos a mirar más allá del humo de sus propias chimeneas? ¿Están dispuestos a ver el mundo en primer lugar como miembros de la especie a la que todos pertenecemos y sólo después como miembros de una tribu, nación, religión, sexo, clase, raza, tipo o muchedumbre humanos particulares? ¿Si? En tal caso sigan leyendo. El descubrimiento de que un buen número de estudiantes universitarios son incapaces de reconocer los contornos de su propio país en un mapa o de determinar de qué lado lucharon los rusos en la Primera Guerra Mundial ha suscitado acalorados debates en torno a los problemas de los conocimientos que cualquier persona debe poseer para ser considerada culta. Un remedio muy en boga consiste en elaborar listas definitivas de nombres, lugares, acontecimientos y obras literarias capaces, se garantiza, de sacar al inculto de su impenetrable ignorancia. Como antropólogo me preocupa tanto la promulgación de tales listas como el vacío que pretenden formar. Redactadas fundamentalmente por historiadores y celebridades literarias, se centran en acontecimientos y logros de la civilización occidental. Además, guardan silencio sobre las grandes transformaciones biológicas que llevaron a la desaparición de nuestros antepasados sobre la faz de la tierra y dotaron a nuestra especie de una singular capacidad para las adaptaciones de base cultural y también guardan silencio sobre los principios evolutivos que configuraron la vida social de nuestra especie a partir de un momento en que nuestros antepasados iniciaron “el despegue cultural”. De hecho por tratarse de listas son intrínsecamente incapaces de enseñar nada acerca de los procesos biológicos y culturales que condicionan nuestras vidas y enmarcan nuestro destino. O para expresarme de una forma más positiva, considero, como antropólogo que la misión mínima de toda reforma educativa moderna consiste en impartir una perspectiva comparativa, mundial y evolutiva sobre la identidad de nuestra especie y sobre lo que podemos y no podemos esperar que nuestras culturas hagan por nosotros. 5 Al defender una perspectiva tan humana, biosocial y evolutiva no deseo restarle importancia al tradicional conocimiento local y particular. Vivimos y actuamos en contextos locales y particulares y no tenemos más elección que empezar a conocer el mundo desde dentro hacia fuera pero un exceso de particularismo, no poder ver el mundo desde fuera hacia dentro, constituye una forma de ignorancia que puede ser tan peligrosa como no saber las fronteras de los Estados Unidos. ¿Tiene sentido conocer la historia de unos pocos estados, pero no saber nada de los orígenes de todos los estados? ¿Debemos estudiar las guerras de unos cuantos países, pero no saber nada de la guerra de todos los países?. Ahora que ya he hecho constar mi protesta contra los redactores de listas, permítame confesar que tenía algo parecido en mente al escribir este libro. En efecto, me he preguntado qué he aprendido como antropólogo sobre nuestra especie que considere que todos sus miembros deberían conocer. Y he tratado de presentar los resultados de esta autorreflexión, ciertamente no en forma de lista, pero sí en forma de narración concisa y ágil. Por favor, júzguese este libro por lo que abarca no por lo que deja fuera. Quiero contarles lo que he aprendido. Por desgracia, no he aprendido todo lo que me gustaría saber y por eso hay tantas lagunas en mi relato. En particular me hubiera gustado poder decir más cosas sobre la evolución de la música y las artes, pero éstos son aspectos de la experiencia humana difíciles de comprender desde el punto de vista de los procesos evolutivos. No tengo la más remota idea, por ejemplo de por qué algunas tradiciones artísticas ponen énfasis en las representaciones realistas, en tanto en que otras lo hacen en el dibujo abstracto o geométrico, ni tampoco de por qué los ritmos africanos son generalmente más complejos que los de los amerindios. Tal vez sepamos algún día más sobre las dimensiones emotiva, estética y expresiva de la vida humana o puede que estas dimensiones resulten ser cosas que solo caben conocer desde dentro y de manera particular, nunca desde una óptica general. Entre tanto, hay mundos más que suficientes para explorar. Por lo tanto, permítaseme comenzar. Comentario: lo anterior es el prefacio de la obra referida en la que el autor nos posiciona para introducirnos en los orígenes de los actuales seres humanos y derivar a partir de ahí una serie de comportamientos que desde el ámbito etológico y psicológico van marcando la vida de los seres humanos. A continuación se exponen capítulos cortos que son de interés par la materia de Historia Militar y en particular de la comprensión que se necesita para conocer las causas de la guerra, en el contexto del instinto de agresión humana. En un principio En un principio era el pie. Hace cuatro millones de años, antes de adquirir el uso de la palabra o de la razón, nuestros antepasados ya caminaban erguidos sobre dos pies. Otros simios conservaban el pie en forma de mano, propio de nuestro común pasado trepador y arborícola. Seguía, pues, dotados de cuatro manos. Los dedos de los pies eran grandes como pulgares y podían tocar todos los demás; servían para colgarse de rama en rama y alcanzar la fruta alta situada lejos del suelo, pero no para soportar todo el peso del cuerpo. Cuando abajaban a tierra, para ir de una mata de frutales a otra caminaban generalmente a cuatro patas, tal vez como los gorilas y chimpancés modernos que se desplaza con ayuda de patas cortas y gordezuelas, provistas de pies planos con el dedo gordo muy separado y largos brazos en línea recta desde los 6 hombros hasta los nudillos. O quizá utilizaran las manos como los orangutanes modernos para caminar con los puños, al igual que los grandes simios, podían permanecer de pie o caminar a dos partas, aunque solo momentáneamente y en pequeñas distancias. Sus pies no solo eran inapropiados para permanecer o caminar erguidos, sino que sus patas y nalgas carecían de los músculos que mantienen en posición vertical a los seres humanos. Así mismo, la columna vertebral describía un simple arco carente de la convexidad estabilizadora que los humanos presentan en la región lumbar. A dos patas, más que caminar se tambaleaban, por lo que alzaban los brazos para guardar el equilibrio, quedando éstos inútiles para transportar objetos, excepto en distancias cortas. Nuestros antepasados simios eran diferentes, tenían pie como los nuestros cuyos dedos no podían doblarse para así, o recoger objetos y que servían principalmente para permanecer de pie, correr, saltar o dar patadas. Todo lo demás era responsabilidad de las manos. Mientras las manos tuvieron que hacer el trabajo de los pies, quedó menguada su habilidad como tales manos. Los grandes simios tuvieron que desarrollar un pulgar corto y regordete para no pisárselo al caminar con los nudillos o con los puños. Cuando el pulgar se hizo más grande y robusto, nuestros antepasados simios, empezaron a poseer los más poderosos y tenaces, y sin embargo, los más delicados y precisos cuartos delanteros manipuladores del reino animal. ¿Por qué creó la naturaleza un simio que caminase a dos patas? La respuesta tiene que encontrarse en la capacidad con que una criatura tal cuente para medrar en el suelo. Ningún animal grande camina por las ramas de los árboles y, menos aún, salta con dos patas de rama en rama. Pero el simple hecho de vivir en el suelo no sirve para explicar que vayamos erguidos. Vivir en el suelo es, ni más ni menos, lo que mejor hace la mayoría de los mamíferos, que, sin embrago (de los elefantes a los gatos, caballos y babuinos), se desplazan a cuatro patas. Un simio bípedo y bimano sólo tiene sentido desde el punto de vista de la evolución, porque podía hacer en el suelo algo que ninguna otra criatura había hecho nunca tanto ni tan bien: utilizar las manos para fabricar y transportar herramientas, y utilizar herramientas para satisfacer las necesidades cotidianas. La prueba, en parte, se encuentra en nuestra dentadura. Todos los simios actuales poseen caninos protuberantes “los colmillos” que sirven para abrir frutos de cáscara dura, para cortar bambú, y también como armas que enseñan para amenazar o que se emplean en combate contra depredadores o rivales sexuales. Pero nuestros primeros antepasados bípedos y bimanos, carecían de colmillos. Los incisivos que tenían eran ya de por sí pequeños; los molares anchos y planos; las mandíbulas funcionaban más para moler y triturar que para herir y cortar. Luego, estos antepasados descolmillados, ¿eran inofensivos? Lo dudo mucho la dentición humana transmite un mensaje diferente y más inquietante: son más de temer quienes blanden los palos más grandes que quienes enseñan los dientes más grandes. El árbol de la vida Queda la cuestión de saber dónde y cuándo apareció el afarensis. En el período comprendido entre cuatro y ocho millones de años, el registro fósil sobre el origen de los homínidos aparece casi en blanco. Todo lo que sabemos es que hace ocho millones de años vivieron en África varios tipos de simios extinguidos hace mucho tiempo, unos grandes, otros pequeños que se caracterizaban por presentar gran diversidad de mandíbulas y dientes. Losa especialistas en evolución de primates no humanos ha propuesto de vez en cuando a una u otra de estas criaturas como 7 antepasados de los homínidos. Pero no ha podido probarse ninguna de estas afirmaciones…. Para hacerse una idea de los antepasados del afarensis pueden utilizarse a falta de fósiles varios métodos de químicos. Un conjunto de procedimientos se basa en el análisis de las cadenas de aminoácidos presentes en proteínas como la hemoglobina. Cuanto mayor es el parecido entre las cadenas, más estrecha es la relación entre las especies. Las técnicas recombinantes que determinan las secuencias reales de pares básicos presentes en los genes permiten conseguir mediciones más precisas de las diferencias genéticas entre dos especies. Con otro procedimiento se mide la fuerza respectiva de las reacciones inmunológicas creadas por la introducción de una sustancia extraña determinada en la sangre de dos especies diferentes. Cuanto más parecida es la fuerza de la reacción, más cercano es el parentesco entre las especies. Como cabía esperar de los datos anatómicos, todos estos procedimientos muestran que los humanos y los simios vivientes de África (chimpancés y gorilas) tienen entre sí una relación más estrecha que con otras especies. Las técnicas inmunológicas pueden utilizarse también para calcular el tiempo transcurrido desde el comienzo de la separación de dos especies, siempre que las diferencias inmunológicas se acumulen al mismo ritmo durante un largo período de tiempo. Basándose en este supuesto, Vincent Sarich, de la Universidad de California en Berkeley considera que los gorilas, chimpancés y seres humanos tuvieron un antepasado común hace no más de seis millones de años, lo que significa que el afarensis nos sitúa a uno o dos millones de años del antepasado común de los grandes simios y de los homínidos. El árbol de la vida ha crecido, ramificándose, y echando tallos y retoños durante más de tres mil millones de años. Entre las ramas que pertenecen al orden de los primates, existe una con treinta millones de años que corresponde a los simios. En los retoños que florecen al final de una de las ramificaciones de esta rama se sitúan los grandes simios vivos de África. Cerca, en un lugar oculto aún por el follaje, las ramas de los simios da origen a la que ocupa nuestra familia zoológica: los homínidos. Nuestra especie, género Homo, especie Sapiens (Homo Sapiens), es un retoño de una ramita situada al final de ésta. El enigma del hombrecillo habilidoso La siguiente cuestión consiste en saber de qué modo estaban emparentados los australopitecus con el género Homo. Los equipos de científicos que trabajan en las excavaciones del Valle del Rift han realizado los descubrimientos más importantes en la materia. En primer lugar, descubrieron que los erectus vivían tanto en África como en el Viejo Mundo, y lo que es más importante. Que vivieron en África hace 1,6 millones de años, mucho antes que cualquier otro lugar. Además establecieron la existencia de otras especies de homínidos que pudieron haber constituido el eslabón entre el afarensis y el erectus. Identificadas por primera vez en el desfiladero de Oldubai (Tanzania), dichas especies florecieron hace 2 a 1,8 millones de años. Poseían un volumen cerebral que oscilaba entre 650 y 775 cm3., a diferencia de los australopitecus que andaban entre los 450 y 500, y del erectus, entre 900 y 1000 cm3. Cerca de los restos de cráneo del nuevo homínido, se encontró un yacimiento de toscas herramientas de piedra, que en su mayor parte corresponde a hachas de mano y lascas, que se fabricaban tallando el extremo de un nódulo de silex del tamaño de un puño. Convencido de que un australopitecus sería incapaz de 8 fabricar herramientas de piedra, Louis Leakey decidió que su nuevo hallazgo y no el del erectus tendría el honor de ser el primer miembro del género Homo y le dio en el acto el nombre de Homo hábilis “el humano habilidoso”. Yo, para abreviar, le llamará el hábilis. Como la capacidad craneal del habilis se sitúa entre la del afarensis y la del erectus, todo el mundo supuso que sus dimensiones corporales se situarían también entre las de ambos. El descubrimiento en 1986 de los huesos de las extremidades de una hembra habilis en el desfiladero de Oldubai destruyó esta suposición. Así mismo, está obligándonos a replantearnos completamente si la fabricación de las herramientas de piedra constituye una base adecuada para clasificar a los miembros del género Homo El hábilis parece haber medido poco más de 91 cm., exactamente como la diminuta afarensis bautizada con el nombre de Lucy. Presenta todavía dedos de pies y manos algo curvos, brazos largos y piernas cortas, que revelan un género de vida en el que la facultad de trepar a los árboles seguía desempeñando un papel de cierta importancia. Salvo por su mayor cerebro y aparecer asociado a herramientas líticas prácticamente no se le puede distinguir de los primeros australopitecus, lo que plantea dudas sobre si debe considerársele miembro del género Homo. Sólo 200.000 años (muy poco desde el punto de vista de la Geología) separan la hábiles del erectus, cuya altura oscilaba entre los 180 cm. o más de los machos y los 150 cm. de las hembras. A pesar de tener un cerebro algo más pequeño, los australopitecus gráciles, contemporáneos del hábilis, no pueden descartarse como plausibles antepasados del erectus. Louis Lakey puso en primer plano al hábilis, esencialmente porque apareció asociado a herramientas de piedras sencillas. Aunque nunca se han encontrado herramientas de piedra en asociación estrecha con un australopitecus grácil, existe una razón de peso para concluir que al menos algunos tipos de australopitecus fabricaron herramientas semejantes. Las primeras hachas de piedra y lascas proceden de yacimientos situados en el Valle de Omo y en Gona, en la región de Hadar (Etiopía). Por el método de potasioargón, los investigadores han establecido una fecha definitiva de 2,5 millones de años para las herramientas de Omo y una provisional de 1,3 millones de años para las de Gona. ¿Pero, con qué finalidad fabrican las herramientas? Si fabricaban herramientas de piedra, sin duda eran capaces de fabricar herramientas con materiales más perecederos. ¿Cómo eran éstas y para qué servían? Se puede concluir por lo dicho y por los experimentos realizados con chimpancés modernos en estado de cautividad, que nuestros primeros antepasados empleaban seguramente las herramientas, no de manera ocasional ni por desesperación sino cotidianamente como parte esencial de su modo de vivir. Si, una mañana hace 5 millones de año, hubiésemos estado presentes en el confín de la selva con la sabana, habríamos vislumbrado la siguiente escena: nuestros antepasados, todavía en las sombras, permanecían de pie, oteando nerviosos el panorama soleado. A cierta distancia, hubiera podido confundírseles fácilmente con una familia de chimpancés, excepto que cuando comenzaron a avanzar por la hierba se mantuvieron erguidos. Todos los adultos sostenían un palo afilado en la mano. Aquella mañana se había dado cita allí toda nuestra historia: todo lo que íbamos a hacer y todavía podemos ser. Desde el punto de vista etológico y psicológico conviene ahora haciendo un viaje en el tiempo situarnos en aquel momento de la evolución en la que por supervivencia nuestros predecesores inician a luchar con sus congéneres para esto, se requiere una aproximación a la comprensión de la naturaleza de nuestros impulsos agresivos, como 9 especie nos preocupa tanto la violencia de masas y destructora de masas de los tiempos actuales. Los animales luchan entre sí por una de dos razones: para establecer su dominio en una jerarquía social, o para ser valer sus derechos territoriales sobre un pedazo determinado de suelo. Algunas especies son puramente jerárquicas, sin territorios fijos. Otras, son puramente territoriales, sin problemas de jerarquía. Otras, tienen jerarquía en sus territorios y han de enfrentarse con ambas formas de agresión. Nosotros pertenecemos al último grupo: las dos cosas nos atañen. Como primates heredamos la carga del sistema jerárquico. Este es un elemento básico de la vida de los primates. El grupo se mueve continuamente y raras veces permanece en un sitio el tiempo suficiente para fijarse en un territorio. Pueden surgir ocasionales conflictos entre grupos, pero son conflictos débilmente organizados, espasmódicos y relativamente poco importantes en la vida del mono corriente. El “orden del picotazo” (llamado así, porque se estudió por primera vez en relación con los polluelos) tiene, por otra parte una significación vital en su vida cotidiana, e incluso en todos sus momentos. En casi todas las especies de cuadrúmanos, existe una jerarquía social rígidamente establecida, con un macho dominante encargado de gobernar el grupo, y con todos los demás sometidos a él en diferentes grados de subordinación. Cuando se hace demasiado viejo o achacoso para mantener su dominio, es derrocado por otro macho más joven y vigoroso, el cual asume el mando de jefe de la colonia. (En algunos casos, el usurpador asume literalmente el mando, en forma de capa de largos pelos) Como sus huestes se mantienen siempre unidas, su papel de tirano del grupo resulta absolutamente eficaz. Pero, a parte de esto, es invariablemente el mono más pulcro, más bien educado y más sexual de la comunidad. No todas las especies de primates son violentamente dictatoriales en su organización social. Casi siempre hay un tirano, pero éste es a veces benigno y tolerante, como en el caso del poderoso gorila. Comparte las hembras con los machos inferiores, se muestra generoso a la hora de comer, y solo impone su autoridad cuando surge algo que no puede ser compartido, o cuando hay señales de rebelión, o cuando se producen reyertas entre los miembros más débiles. Naturalmente, este sistema básico tenía que cambiar cuando el mono desnudo se convirtió en cazador cooperativo y con una residencia base. Lo mismo que ocurrió con el comportamiento sexual, el típico sistema primate tenía que modificarse para adaptarse a su nuevo papel de carnívoro. El grupo tenía que hacerse territorial. Tenía que defender la región de su base estable. Debido al carácter cooperativo de la caza, esto tenía que hacerse, más que individualmente, sobre una base de grupo. Dentro del grupo, el sistema de jerarquía tiránica de la colonia corriente de primates tenía que modificarse considerablemente, con objeto de asegurarse la plena colaboración de los miembros más débiles cuando se salía de caza. Pero no podía abolirse completamente. Si había que tomar alguna decisión enérgica……. Aunque este capítulo está dedicado al comportamiento de lucha, sólo hemos tratado, hasta ahora, de los métodos de evitar el verdadero combate. Cuando la situación degenera, al fin, en contacto físico directo, el mono desnudo –desarmado- se comporta de un modo que contrasta curiosamente con el que observamos en otros primates. Para éstos, los dientes son el arma más importante; en cambio, para nosotros, lo son las manos. Ellos agarran y muerden; nosotros agarramos y apretamos, o golpeamos con los puños cerrados. Sólo en los niños muy pequeños juegan los mordiscos, en los combates sin armas, un papel importante. Naturalmente, 10 los músculos de sus brazos y de sus manos no están aún lo bastante desarrollados para producir un gran impacto. Actualmente, podemos presenciar combates entre adultos desarmados en numerosas versiones altamente estilizadas, tales como la lucha libre, el judo y el boxeo; pero, en su forma primitiva y no modificada, son bastante raros. En el momento en que se inicia un combate en serio, salen a relucir armas artificiales de alguna clase. En su forma más tosca, éstas son arrojadas o empleadas como prolongación del puño para descargar terribles golpes. En circunstancias especiales, también los chimpancés han empleado esta forma de ataque. En efecto, se les ha podido observar, en condiciones de semicautiverio, asiendo una rama y golpeando con ella el cuerpo de un leopardo disecado, o bien cogiendo pellas de tierra y arrojándolas a los transeúntes por encima de una zanja llena de agua. Pero esto no demuestra que empleen los mismos medios en estado salvaje, y mucho menos que se sirvan de ellos en sus disputas entre rivales. Sin embargo, ello nos da una indicación sobre la manera en que probablemente empezó la cosa, cuando se inventaron las primeras armas ratifícales como medios de defensa contra otras especies o como instrumentos para matar a la presa. Su empleo para la lucha dentro de la especie fue, casi con toda seguridad un giro secundario; pero, una vez inventadas las armas, pudieron emplearse para cualquier emergencia, independientemente de las circunstancias. La forma más sencilla de arma artificial es el objeto natural, duro, sólido y no modificado de piedra o de madera. Con un sencillo mejoramiento en la forma de estos objetos, las primitivas acciones de lanzarlos y golpear con ellos se vieron incrementadas con movimientos adicionales de alancear, tajar y cortar y apuñalar. El siguiente paso importante en los métodos propios del comportamiento de ataque fue el aumento de la distancia entre el atacante y su enemigo, y poco ha faltado para que este paso fuese nuestra ruina. Las lanzas pueden producir efectos a distancia, pero su alcance es muy limitado. Las flechas son más eficaces, pero es difícil hacer puntería con ellas. Las armas de fuego llenan dramáticamente esta laguna, pero las bombas caídas del cielo tienen todavía mayor alcance, y los cohetes tierra-tierra pueden llevar aún más lejos el “golpe” del atacante. Resultado de esto es que los rivales, en vez de ser derrotados, son indiscriminadamente destruidos. Como se ha explicado anteriormente, la finalidad de la agresión dentro de la misma especie y a nivel biológico, es el sometimiento, no la muerte, del enemigo. No se llega a las últimas fases de destrucción de la vida porque el enemigo huye o se rinde. En ambos casos, se pone fin al choque agresivo: la disputa ha quedado dirimida. Pero desde el momento en que el ataque se realiza desde tal distancia que los vencedores no pueden percibir las señales de apaciguamiento de los vencidos, la agresión violenta prosigue y lo arrastra todo. Ésta sólo puede detenerse ante la sumisión abyecta, o ante la fuga en desbandada del enemigo. Ninguna de ambas cosas puede ser observada a la distancia de la agresión moderna, y su resultado es la matanza en masa, a escala inaudita entre las demás especies. Nuestro espíritu de colaboración, peculiarmente desarrollados, ayuda y fomenta esta mutilación. Cuando, en relación con la caza, mejoremos esta importante cualidad, nos fue de gran utilidad; pero ahora se ha vuelto contra nosotros. El fuerte impulso de asistencia mutua a que dio origen ha llegado a ser capaz de producir poderosas excitaciones, en circunstancias de agresión dentro de la especie. La lealtad en la caza se convirtió en lealtad en la lucha, y así nació la guerra. Por curiosa ironía, la evolución del impulso, profundamente arraigado, de ayudar a nuestros compañeros fue la causa principal de todos los grandes horrores de la guerra. Él ha sido el que nos ha empujado y nos ha dado nuestras letales cuadrillas, chusmas, hordas y ejército. Sin él, éstos carecerían de cohesión, y la agresión volvería a ser “personalizada”. 11 Se ha sugerido que, debido a que evolucionamos como cazadores especializados, nos convertimos automáticamente en cazadores rivales, y que por esta razón llevamos en nosotros una tendencia innata a asesinar a nuestros oponentes. Como ya he explicado, las pruebas lo desmienten. El animal quiere la derrota del enemigo, no su muerte; la finalidad de la agresión es el dominio, no la destrucción, y, en el fondo, no parecemos diferentes, a este respecto, de otras especies. No hay razón alguna para que no sea así. Lo que ocurre es que, debido a la cruel combinación del ataque a distancia con el cooperativismo del grupo, el primitivo objetivo se ha borrado a los ojos de los individuos involucrados en la lucha. Ésos atacan, ahora, más para apoyar a sus camaradas que para dominar a sus enemigos, y su inherente susceptibilidad al apaciguamiento directo tiene poca o ninguna oportunidad de manifestarse. Este desgraciado proceso puede llegar a ser nuestra ruina y provocar la rápida extinción de la especie. Como es natural, este dilema ha producido grandes quebraderos de cabeza. La solución más preconizada es el desarme mutuo y masivo; más para que éste fuese eficaz tendría que llevarse a un extremo casi imposible, que asegurarse que todas las luchas futuras se realizaran en forma de combates cuerpo a cuerpo, donde pudiesen operar de nuevo las señales directas y automáticas de apaciguamiento. Otra solución es “despatriotizar” a los miembros de los diferentes grupos sociales; pero esto sería actuar contra un rasgo biológico fundamental de nuestra especie. En cuanto se establecieran alianzas en una dirección, se romperían en otra. La tendencia natural a formar grupos sociales internos no podría eliminarse nunca sin un importante cambio genético en nuestra constitución, un cambio que produciría automáticamente la desintegración de nuestra compleja estructura social. Una tercera solución es inventar y fomentar sucedáneos inofensivos y simbólicos de la guerra; pero si éstos fuesen realmente inofensivos servirían muy poco para resolver el verdadero problema. Vale la pena recordar aquí que este problema, a nivel biológico, es de defensa territorial de grupo, y, dada la enorme superpoblación de nuestra especie, también de expansión territorial de grupo. Ningún estrepitoso partido internacional de fútbol puede solucionar una cosa así. Una cuarta solución sería el mejoramiento del control intelectual sobre la agresión. Ya que nuestra inteligencia nos metió en el lío, se dice, a ella toca sacarnos de él. Desgraciadamente, cuando se trata de cuestiones tan fundamentales como a defensa territorial, nuestros centros cerebrales superiores son demasiado sensibles a las presiones de los inferiores. El control intelectual puede llegar hasta aquí, pero no más lejos. En último término, es poco de fiar, u in solo acto emocional, sencillo e irrazonable, puede deshacer todo lo bueno que se haya logrado. La única solución biológica sensata es una despoblación masiva o una rápida invasión de otros planetas por la especie, combinados, si es posible, con los cuatro sistemas de acción ya mencionados. Sabemos que si nuestra población sigue creciendo al terrorífico ritmo actual, aumentará trágicamente la agresividad incontrolable. Esto ha sido rotundamente probado mediante experimentos de laboratorio. La gran superpoblación producirá violencias y tensiones sociales que destruirán nuestras organizaciones comunitarias mucho antes de que nos muramos de hambre. Actuará directamente contra el mejoramiento del control intelectual y aumentará terriblemente las probabilidades de la explosión emocional. Esta situación sólo puede evitarse mediante una sensible reducción de la natalidad. Desgraciadamente, se presentan para ello dos graves obstáculos. Como ya se ha explicado, la unidad familiar -que sigue siendo la unidad básica de todas nuestras sociedades- es un aparato de procreación que ha evolucionado hacia su estado actual, avanzado y complejo como 12 un sistema de producción, de protección y de desarrollo de los nuevos retoños. Si esta función se reduce efectivamente o es totalmente suprimida, se debilitarán los lazos entre la pareja, y esto producirá también el caos social. Por otra parte, si hacemos un intento selectivo para contener la marea de la sangre, permitiendo a unas parejas la libre procreación, y prohibiéndolo a otras, esto será en contra del cooperativismo esencial de la sociedad. La cuestión, en simples términos numéricos, que si todos los miembros adultos de la sociedad forman parejas y procrean, deberían producir únicamente dos retoños por pareja para que la comunidad se mantuviese en un nivel estable. En tal caso, cada individuo se sustituiría a sí mismo. Y, sí tenemos en cuenta que un pequeño porcentaje de la población se abstiene de aparearse y de procrear, y que siempre habrá muertes prematuras, por accidentes y otras causas,, aquel promedio de hijos podría ser ligeramente superior. Pero incluso esto significaría un pesado inconveniente para el mecanismo de la pareja. Al disminuir la carga de los hijos, habría que hacer mayores esfuerzos en otras direcciones para mantener firmes los lazos entre la pareja. Pero este peligro es, a largo plazo, mucho menor que el de una superpoblación agobiante. En resumidas cuentas, la mejor solución para asegurar la paz mundial es el fomento intensivo de los métodos anticonceptivos o del aborto. El aborto es una medida drástica y puede acarrear graves trastornos emocionales. Además, una vez formado el feto por el acto de la fertilización, existe ya un nuevo individuo que es miembro de la sociedad, y su destrucción sería un verdadero acto de agresión, que es precisamente la forma de comportamiento que tratamos de evitar. Los anticonceptivos son, indudablemente, preferibles, y los grupos religiosos o “moralizadores” que se oponen a ellos deben comprender que con su campaña se acrecienta el peligro de la guerra. Sexo, caza y fuerza mortal Por término medio, los hombres miden 11,6 centímetros más que las mujeres. Éstas poseen huesos más ligeros y, por lo tanto, pesan menos en relación con su altura (la grasa pesa menos que el músculo) que los hombres. Dependiendo del grupo de músculos que se contraste, las mujeres vienen a tener entre dos terceras y tres cuartas partes de la fuerza de los varones. Las mayores diferencias se concentran en brazos, pecho y hombros. No hay que extrañarse, pues, de que en las competiciones atléticas los hombres alcancen mejores resultados que las mujeres. En tiro con arco, por ejemplo, la marca femenina de distancia con arco manual se halla a un 15% de la masculina. En las pruebas con arco compuesto, la diferencia es del 30%. En lanzamiento de jabalina, si sitúa en el 20%. Añádanse a estas diferencias una brecha del 10% en las diversas categorías de carreras de corta, media y larga distancia. Como señalé antes, en la maratón la diferencia es del 9%, igual que en los 100 metros, pero menor que en las distancias intermedias, donde se sitúa aproximadamente en el 12%. Aunque los programas de entrenamiento y los incentivos psicológicos mejoran las marcas atléticas femeninas, son remotas las perspectivas de que se llegue algún día a acortar de manera significativa la actual distancia en los deportes basados en la fuerza y el desarrollo musculares (salvo, quizá, en un hipotético futuro, mediante ingeniería genética). Partiendo de lo que saben los antropólogos sobre las sociedades del nivel de las bandas y aldeas, creo que podemos estar relativamente seguros de que, durante el período inicial posterior al despegue, estas diferencias fueron responsables de la selección recurrente del sexo masculino como sexo encargado de la caza mayor. Existen unas pocas excepciones –en la sociedad agta de Filipinas, por ejemplo, algunas mujeres cazan cerdos salvajes-, pero en el 95% de los casos los hombres se 13 especialización en abatir las piezas de caza mayor. Que las primeras especies homínidas presapiens y protoculturales presentasen o no esta misma división de trabajo es una cuestión sobre la que no me he de pronunciar, pues no podemos extrapolar desde los actuales cazadores-recolectores hasta épocas tan remotas. Los varones fueron objeto de selección cultural como cazadores de animales de gran tamaño porque sus ventajas en cuanto a altura, peso y fuerza muscular los hacían en general más eficaces que las mujeres para este cometido. Además, las ventajas masculinas en el uso de armas cinegéticas manuales, basadas en las que se acaban de enumerar, aumentan considerablemente durante los largos meses en que la movilidad de las mujeres se ve reducida debido al embarazo y la lactancia. Las diferencias anatómicas y fisiológicas ligadas al sexo no impiden que las mujeres participen hasta cierto punto en la caza. Pero la opción sistemáticamente racional es entrenar a los varones, no a las mujeres, para que se encarguen de la caza mayor, en particular, porque las segundas no sufren jamás desventaja alguna a la hora de cazar animales de pequeño tamaño o de recolectar frutos, bayas o tubérculos silvestres, elementos de importancia análoga a la caza mayor en la dieta de muchos grupos cazadores-recolectores. La selección de los varones para la caza mayor implica que al menos desde el Paleolítico éstos han sido los especialistas en la fabricación y uso de armas tales como lanzas, arcos y flechas, arpones y bumerangs; armas que tienen la capacidad de herir y matar seres humanos, además de animales. No afirmo que el control masculino de estas armas lleve automáticamente a la dominación masculina y al doble rasero en la conducción sexual. Al contrario, en muchas sociedades cazadorasrecolectoras con división sexual del trabajo entre varones cazadores-recolectores se dan relaciones casi igualitarias entre los sexos. Por ejemplo, Eleanor Leacock observa a propósito de su trabajo de campo entre los cazadores montagnais-naskapis del Labrador: “Me permitieron entrever un grado de respeto y consideración por la individualidad de los demás, independientemente de su sexo, que hasta entonces nunca había conocido”. Y en su estudio sobre los mbutis, que habitan en las selvas del Zaire. Colin Turnbull comprobó que existía un elevado nivel de cooperación y comprensión mutua entre uno y otro sexo y que las mujeres estaban investidas de una autoridad y un poder muy considerable. El varón Mbuji, pese a sus habilidades con arcos y flechas, no se estima superior a su esposa: “Ve en sí mismo al cazador; ahora bien, sin esposa no podría cazar y aunque ser cazador es más divertido que ser ojeador o recolector, sabe que el grueso de su dieta proviene de los alimentos que recolectan las mujeres.” La biografía de Nisa que debemos a Marjorie Shostak muestra que los ¡kung son otra sociedad cazadora-recolectora en la que prevalecen relaciones prácticamente igualitarias entre ambos sexos. Shostak afirma que los ¡kung no muestran ninguna predilección entre niños y niñas. En cuestiones relacionadas con la crianza de los hijos, ambos progenitores se ocupan de orientar a la prole y la palabra materna tiene más o menos el mismo peso que la paterna. Las madres desempeñan un papel importante al elegir cónyuge para los hijos y, después del matrimonio, las parejas ¡kung se instalan cerca de la familia de la esposa con tanta frecuencia como cerca de la del marido. Las mujeres puede disponer a su antojo de cualquier alimento que encuentre y lleven al campamento. “En general, las mujeres ¡kung disfrutan de un grado de autonomía sorprendente tanto sobre sus propias vidas como sobre las de sus hijos. Educadas en el respecto de su propia importancia en la vida comunitaria, las mujeres ¡kung llegan a ser adultos polifacéticos y pueden ser eficaces y agresivas, además de maternales y cooperativas.” 14 Con todo, no puedo estar de acuerdo con Eleanor Leacok y otras antropólogas feministas que afirman que en las sociedad cazadoras-recolectoras. Como señala Shostak refiriéndose a los ¡kung: “Los varones ocupan a menudo puestos influyentes – como portavoces del grupo o curanderos- y su autoridad relativamente mayor en muchos ámbitos de la vida ¡kung la reconocen hombres y mujeres por igual.” Los ritos de iniciación masculina se realizan secreto; los de las mujeres, en público. Si una mujer menstruante toca las flechas de un cazador, las presas de éste escaparán; en cambio. Los varones nunca contaminan lo que tocan. Por lo tanto, los ¡kung no llegan a tener un conjunto perfectamente equilibrado de papeles sociosexuales iguales aunque separados. Lo mismo cabe decir de los mbutis. Turnbull escrite “que los cazadores (estos es, los varones) pueden considerarse como los dirigentes políticos del campamento y que en este aspecto las mujeres son casi, si no del todo, iguales a los hombres”. Ahora bien, “se considera bueno pegar un poco a la esposa”, aun cuando “se espere que ésta responda con golpes a los golpes”, y para los niños “la madre está asociada con el cariño” y “el padre con la autoridad”. Richard Lee registró treinta y cuatro casos de peleas a mano limpia sin consecuencias mortales entre los ¡kung. En catorce de ellos se trató de agresiones de hombres contra mujeres; solamente uno tuvo por objeto una agresión femenina contra un varón. Lee señala que, pese a la mayor frecuencia de las agresiones iniciadas por varones, “las mujeres peleaban con fiereza y a menudo propinaban tantos o más golpes de los que recibían”. Es posible, sin embargo, que en estos incidentes los varones se moderaron debido a la presencia de un policía del gobierno, recién instalado, y que por ello no utilizaran sus armas. Buceando en el pasado, Lee descubrió que antes de su trabajo de campo se había producido unos veintidós homicidios. Ninguno de los homicidas era mujer, pero si dos de las víctimas. Lee dedujo de estos datos que los varones no disponían de tanta libertad para cebarse en las mujeres como en las sociedad machistas auténticamente opresivas. Pero otra interpretación parece más acertada. A lo mejor, las mujeres ¡kung eran timoratas en el pasado, cuando no había policías por los alrededores, y se cuidaban de no buscar pelea con los hombres, conscientes del peligro mortal que corrían si a éstos les daba por utilizar sus lanzas y flechas envenenadas. ¿Por qué son las mujeres en las sociedades cazadoras-recolectoras casi pero no del todo iguales a los hombres en los ámbitos de la autoridad política y la resolución de conflictos? Creo que se debe al monopolio masculino de la fabricación y uso de armas de caza, combinado con las ventajas del varón en cuanto a peso, altura y fuerza muscular. Entrenado desde la infancia para cazar animales de gran tamaño, el hombre puede ser más peligroso y, por lo tanto, desplegar una mayor capacidad de coerción que la mujer cuando estallan conflictos entre ambos. “Soy un hombre. Poseo mis flechas. No me da miedo morir”, afirma el cazador ¡kung cuando las discusiones empiezan a salirse de madre. Si esta es la reacción de unos hombres entrenados para matar animales, ¿cuál será la de unos que hayan sido entrenados para matar seres humanos? ¿Qué destino les espera a las mujeres cuando los cazadores de caza entre sí? ¿Guerreras? 15 Siempre que las condiciones han favorecido la intensificación de las actividades bélicas en las sociedades del nivel de las bandas y aldeas, también se ha intensificado la subordinación política y doméstica de las mujeres. El antropólogo Brian Hayden y sus colaboradores de la Universidad Simon Frazer contrastaron esta teoría sobre una muestra de treinta y tres sociedades cazadoras-recolectoras. La correlación entre bajo status femenino y aumento de las muertes en choques armados fue “inesperadamente elevada”. “Las razones de la abrumadora dominación masculina en sociedades en que la guerra tiene gran peso –observaba Hayden y los demás coautores- parecen relativamente claras. Las vidas de los miembros del grupo dependen en mayor medida de los varones y de su elevación de las condiciones sociales y políticas. En tiempos de guerra, las funciones confiadas a los varones son sencillamente más decisivas para la supervivencia del colectivo que el trabajo femenino. Además, la agresividad masculina y el uso de la fuerza que fomentan la guerra y el combate convierten la oposición femenina a las decisiones del varón en algo no solamente inútil sino también peligroso.” Los hombres, no las mujeres, recibían entrenamiento para ser guerrero y, por lo tanto, para mostrar mayor arrojo y agresividad, y ser más capaces de dar caza y muerte, sin piedad ni remordimiento, a otros seres humanos. Los varones fueron seleccionados para el papel de guerreros porque las diferencias anatómicas y fisiológicas vinculadas al sexo, que favorecieron su selección como cazadores de animales, también favorecieron su selección como cazadores de hombres. En el combate con armas manuales, dependientes de la fuerza muscular, la ligera ventaja del 10 al 15% de que disfrutan los varones sobre las mujeres en las competiciones atléticas pasa a ser una cuestión de vida o muerte, mientras que las limitaciones que el embarazo impone a la mujer constituyen una desventaja todavía mayor en la guerra que en la caza, sobre todo en sociedades preindustriales que carecen de técnicas anticonceptivas eficaces. No, no he olvidado que en sociedades más evolucionadas las mujeres han formado brigadas de combate y luchado al lado de los hombres como guerrilleras y terroristas y que en la actualidad gozan de cierto grado de aceptación como agentes de policía, funcionarios de prisiones y cadetes de academias militares. Es cierto que miles de mujeres sirvieron en unidades de combate en la revolución rusa y en la Segunda Guerra Mundial, en el frente ruso, así como en el Vietcong y otros muchos movimientos guerrilleros. Pero esto no altera la importancia de la guerra como factor estructurados de las jerarquías sexuales en las poblaciones organizadas en bandas y aldeas. Las armas utilizadas en todos estos ejemplos son armas de fuego, no armas accionadas por la fuerza muscular. Lo mismo se aplica al célebre cuerpo de guerreras que lucharon por el reino africano occidental de Dahomey durante el siglo XIX. De los aproximadamente 20.000 soldados del ejército de Dahomey, 15.000 eran varones y 5.000 mujeres. Ahora bien, muchas de ellas no iban armadas y desempeñaban funciones no tanto de combatientes director como de exploradores, porteadores, tambores y portaliteras. La élite de la fuerza militar femenina –integrada por unas 1.000 a 2.000 mujeres- vivía dentro del recinto real y actuaba como guardia de corps del monarca. Según parece, en varias batallas documentadas, este cuerpo femenino se batió con tanto arrojo y eficacia como los hombres. Pero sus principales armas eran mosquetes y trabucos, no lanzas ni arcos y flechas, con los cual se reducían al mínimo las diferencias físicas entre ellas y sus adversarios. Además, el rey Dahomey consideraba el embarazo de sus soldados de sexo femenino como una seria amenaza para su seguridad. Técnicamente, sus guerreras se hallaban casadas con él, aunque el rey no mantenía relaciones sexuales con ellas. Las quedaban embarazadas eran acusadas de adulterio y ejecutadas. Es claro que las circunstancias que permitieron al rey Dahomey utilizar guerrero de sexo femenino, aunque fuera en grado limitado, no se daban en las sociedades en las sociedades belicosas organizadas en bandas y aldeas. Las poblaciones de este tipo de sociedades eran demasiado pequeñas para 16 mantener un ejército profesional permanente; carecían de una dirección política centralizada y de los recursos económicos necesarios para entrenar, alimentar, alojar e imponer disciplina a un ejército permanente, estuviera éste compuesto de hombres o de mujeres, y por encima de todo dependían en lo militar de arcos, flechas y mazas, no de armas de fuego. A consecuencia de ello, cuanto más intensa era la actividad bélica en las bandas y aldeas, mayores eran los padecimientos femeninos causados por la opresión del varón. Permítaseme ofrecer unos cuantos ejemplos. Guerra y sexismo Para que haya guerra, tiene que haber equipos de combatientes armados. Ninguna de las muertes violentas reseñadas por Richard Lee se produjo durante ataque realizados por equipos de combate; por consiguiente, no fueron acciones bélicas. Dos de los informantes de Lee señalaron que, en otras épocas, antes de que la policía del protectorado de Bechuanalandia apareciera en la región, si se producían incursiones bélicas por parte de equipos armados. En tal caso, esta actividad no debía ser muy frecuente o intensa porque si no la habrían recordado más personas. Por lo tanto, la virtual ausencia de ataques por sorpresa o de cualquier otra manifestación bélica entre los ¡kung encaja a la perfección con el carácter eminentemente igualitario de los papeles asignados a cada sexo. Con todo, aunque rara vez recurren al conflicto armado organizado, los ¡kung están lejos de ser esos dechados de pacifismo que Elizabeth Thomas describe en su obra The Harmell People (El pueblo inofensivo)). El cálculo de Lee de veintidós homicidios en cincuenta años que mencionábamos hace poco arroja una tasa de 29.3 homicidios anuales por cada 100.000 habitantes, considerablemente inferior a los 58.2 de Detroit, pero muy superior al promedio golear de los estados Unidos, estimado en 10,7 por el FBI. Reconozco que el desierto del Kalahari no es el Edén, pero, como subraya Lee, la tasa de homicidios en los modernos estados industriales es mucho más elevada de lo que reflejan las cifras oficiales debido a un peculiar engaño semántico: las muertes causadas en tiempo de guerra entre el “enemigo” por los estados contemporáneos no se contabilizaban como homicidios. Las muertes de combatientes y civiles que ocasionan las acciones militares elevan la tasa de homicidios en las modernas sociedades estatales muy por encima de la de los ¡kung, con su virtual desconocimiento de la guerra. A diferencia de éstos, muchas sociedades del nivel de las bandas si registran una actividad bélica moderadamente intensa y presentan formas correlativamente más pronunciadas de sexismo masculino. Este era el caso de los pueblos autóctonos de Australia cuando los descubrieron y estudiaron por primera vez científicos europeos. Por ejemplo, los aborígenes de Queensland, en la Australia nororiental, que estaban organizados en bandas de cuarenta a cincuenta individuos y basaban su subsistencia exclusivamente en la recolección y caza de especies vegetales y animales, solían enviar equipos de guerreros para vengar las afrentas de bandas enemigas. Los relatos de testigos oculares dan cuenta de un nivel moderadamente elevado de muertes como resultado de la violencia intergrupal organizada, la cual culminaba en la operación de guisar y devorar a los cautivos, recompensa exclusivamente reservada para los guerreros de sexo masculino y destino que sufrían principalmente mujeres y niños. Junto a estos intereses bélicos, los aborígenes poseían una forma, lejos de extrema pero bien desarrollada, de supremacía masculina. La poliginia era común entre los varones maduros y algunos llegaban a adquirir hasta cuatro esposas. Los hombres discriminaban a las mujeres a la hora de distribuir los alimentos. “A menudo, el varón”, reseña Carl Lumholtz, “guarda para sí los alimentos de origen animal, en tanto que la mujer tiene que depender principalmente de alimentos de origen vegeta para su 17 sustento y la de su hijo”. En la conducta sexual prevalecía la doble moral. Los hombres golpeaban o mataban a las esposas adúlteras, pero éstas no podían recurrir a un expediente análogo. Y la división del trabajo entre uno y otro sexo era todo menos equitativo. Lumholtz consigna lo siguiente al respecto: (La mujer) tiene que efectuar todos los trabajos duros, salir con la cesta y el bastón a recoger frutos, desenterrar raíces o abrir los troncos a golpe de hacha para extraer larvas (….) . Frecuentemente (ella) se ve en la obligación de transportar a hombros a su criatura durante todo el día, posándola en el suelo sólo cuando tiene que excavar la tierra o escalar un árbol (…). Al regresar a cada, debe realizar normalmente grandes preparativos para batir, tostar y macerar los frutos, que muchas veces son venenosos. También es su deber construir la cabaña y reunir los materiales necesarios para tal fin (…). Asimismo, se ocupa del suministro de agua y combustible (…). Cuando se desplazan de unos lugares a otros, la mujer debe acarrear toda la impedimenta. Por eso, siempre se ve al marido adelantado, sin más carga que algunas armas ligeras, tales como lanzas. Mazas o bumerangs, seguido de las esposas, cargadas como mulas hasta con cinco cestos de provisiones. Con frecuencia un niño de corta edad ocupa uno los cestos y puede que otro algo mayor cabalgue a hombres de su madres. Nada de esto, sin embargo llega a constituir una pauta de subordinación despiadada de las mujeres. Lo que Lloyd Warner señalara a propósito de los murngin, otro belicoso grupo de cazadores-recolectores del norte de Australia, probablemente se aplicaba también a los aborígenes de Queensland: Una esposa posee considerable independencia. No es esa mujer maltratada de las primeras teoría de los etnólogos australianos. Normalmente hace valer sus derechos. En la sociedad murngin las mujeres alzan la voz más que los hombres. A menudo castigan a sus maridos, negándose a darles de comer, cuando éstos se han ausentado durante demasiado tiempo y sus esposas barruntan que tienen algún lío amoroso. Las sociedades organizadas en aldeas cuya subsistencia se basa parcialmente en formas rudimentarias de agricultura llevan muchas veces la guerra y la dominación masculina a extremos desconocidos en las sociedades cazadoras-recolectorasPermítaseme ilustrar este contraste mediante el caso de los yanomamis, pueblo objeto de numerosos estudios que habita la región fronteriza entre el Brasil y Venezuela. Los muchachos yanomamis comienzan su entrenamiento bélico a una tierna edad. Según el antropólogo Jacques Lizot, cuando los chicos se pelean, sus madres les alientan a devolver golpe por golpe. Hasta cuando un muchacho es derribado accidentalmente, la madre grita desde lejos: “¡Véngate, vamos, véngate!”. Lizor vio a un chaval morder a otro. La madre de la víctima llegó corriendo, le conminó a dejar de llorar, agarró la mano del otro chico y metiéndola en la boca de su hijo le dijo: “¡Ahora muérdele tú!” Si el otro niño golpea al hijo con un palo, la madres “le pone (a éste) el palo en la mano y, si es necesario, moverá ella misma el brazo.” Los muchachos yanomamis aprenden a ser crueles practicando con animales. Lizot observó cómo un grupo de adolescentes de sexo masculino, reunidos en torno a un mono herido, hurgaban con los dedos en sus heridas y le introducían afiladas astillas en los ojos. A medida que el mono iba muriéndose, poco a poco, “cada una de sus contorsiones les excita y provoca risa”. En fases posteriores de la vida, los hombres darán el mismo trato al enemigo en combate. En un incidente armado, una partida de asaltantes hirió a un hombre que había intentado escapar arrojándose al agua. Lizot afirma que sus perseguidores se zambulleron para atraparlo, lo arrastraron hasta la orilla, lo laceraron con las puntas de sus flechas, le clavaron astilla en las mejillas y le sacaron los ojos haciendo palanca Econ. el extremo del arco. 18 Para los yanomamis, la forma preferida de agresión armada es el ataque por sorpresa al amanecer. Amparados en la oscuridad, los miembros de la partida atacante escogen un sendero en las afueras de la aldea enemiga y sexo, al romper el día. Matan a tantos varones como pueden, se llevan prisioneras a las mujeres y procuran abandonar la escena antes de que pueda despertarse todo la aldea. Otras veces se acercan a la aldea lo suficiente como para arrojar una lluvia de flechas sobre ella antes de retirarse. Las visitas que unas aldeas realizan a otras con fines ostensiblemente pacíficos dan ocasión a modos de agresión particularmente mortíferos. Una vez que los invitados se acomodan y deja a un lado las armas, sus anfitriones los atacan. Pero también puede ocurrir a la inversas; unos anfitriones confiados se ven convertidos en víctimas de sus invitados, supuestamente amistosos. Estos ataques, contraataques y emboscadas se cobran un elevado precio en vidas humanas entre los yanomamis: aproximadamente el 33% de las muertes de varones adultos resulta de choques armados, lo que da lugar a una tasa global de 166 homicidios anuales por cada 100.000 habitantes. En consecuencia con esta intensa actividad bélica, las relaciones entre hombres y mujeres son marcadamente jerárquicas y androcéntricas. Para empezar, los yanomamis son polígonos. Los hombres a quienes ha sonreído el éxito suelen tener más de una esposa; algunos llegan a tener seis a la vez. En ocasiones se puede imponer un segundo marido a una esposa como favor al hermano del marido. Los esposos golpean a sus mujeres en caso de desobediencia, pero especialmente en caso de adulterio. En las disputas domésticas, los maridos dan tirones de los trozos de caña que las mujeres llevan a modo de pendientes en los lóbulos perforados de sus orejas. El antropólogo Napoleón Chagnon reseña los casos de un marido que le cortó las orejas a la esposa y de otro que arrancó una gran tajada del brazo de su mujer. En otros casos documentados, los maridas apalearon a sus esposas con leños, les lanzaron machetazos y hachazos, o les produjeron quemaduras con teas. Uno clavó una flecha con lengüeta en la pierna de su esposa; otro erró el tiro e hirió a la esposa en el vientre. El padre yanomami elige marido para su hija cuando ésta es todavía una niña. Los responsables, sin embargo, pueden ser alterados e impugnados por pretendientes rivales. Jacques Lizot y Judith Shapiro describen, independientemente, escenas de esposos en potencia rivales que agarran cada uno un brazo de la muchacha y tiran en direcciones opuestas mientras ésta se deshace en gritos de dolor. Con todo, los yanomamis están lejos de ser el pueblo más belicos y fervientemente machista del mundo. Esta dudosa distinción recae en ciertas sociedades organizadas en aldeas y asentadas a lo largo y ancho de las tierras altas de Papúa Nueva Guinea cuya institución central es el nama, culto de iniciación masculina que forma a los varones para ser bravos guerreros a la vez que para dominar a las mujeres. Dentro de la casa de cultos, donde jamás puede entrar ninguna mujer, los hombres guardan las flautas sagradas cuyos sones siembran el terror entre mujeres y niños. Sólo a los iniciados de sexo masculino se les revela que los autores de estos sonidos son sus padres y hermanos, y no aves carnívoros de índole sobrenatural. Los iniciados juran matar a cualquier mujer o niño que descubra el secreto, aunque sea de manera accidental, y periódicamente se provocan hemorragias nasales y vómitos para librarse de los efectos contaminadores del contacto con las mujeres. Tras un período de reclusión en la casa de cultos, el iniciado reaparece convertido en adulto y recibe una esposa a la que inmediatamente dispara un flechazo en el muslo “para demostrar (…) su poder inflexible sobre ella”. Las mujeres cultivan los huertos, se ocupan de la cría de los cerdos y realizan todos los trabajos sucios, mientras los hombres holgazanean dedicados a cotillear, pronunciar discursos y adornarse con pinturas, plumas y conchas. Según Daryl Fiel de la Universidad de Sydney: 19 En caso de adulterio, las mujeres recibían castigos severísimos consistentes en introducirles palos ardientes en la vagina o eran muertas por sus esposos; si hablaban cuando no les correspondía o se sospechaba que manifestaban sus opiniones en reuniones públicas, se les azotaba con una caña, y en las disputas matrimoniales eran objeto de violencia física. Los hombres no podían mostrarse nunca débiles o blandos en sus relaciones con las mujeres. Tampoco les hacían falta incidentes o razones concretas para insultarlas o maltratarlas; ello formaba parte del curso natural de los acontecimientos; de hecho en rituales y mitos, esta situación se presenta como si fuera el orden esencial de las cosas. Caso extremo entre los extremistas es el de los sambias, grupos de las tierras altas orientales de Nueva Guinea cuya obsesión con el semen y la homosexualidad describí en páginas anteriores. Aquí, los hombres no sólo excluyen a las mujeres de su casa sagrada, sino que sienten tal miedo desaliento femenino y de los olores vaginales que dividen las aldeas en zonas para hombres y para mujeres, con senderos separados incluso para cada sexo. Los sambias agraden verbal y físicamente a sus esposas, las equiparan al enemigo y la traición, y las tratan como seres inferiores desprovistos de todo valor. Para muchas mujeres, el suicidio era la única salida. Como sucede en general en las tierras altas de Nueva Guinea, los varones sambias se enfrentaban a multitud de peligros físicos. Podían car en emboscadas, perecer en combate o morir a hachazos en sus huertos; su única defensa consistía en pasarse la vida ejercitando la fuerza física, el valor y la supremacía fálica. Las mujeres eran su víctima principal. Por lo que respecta a la guerra, ésta era “general”, absorbente y perpetua”. Aunque las gentes vivían en aldeas protegidos por empalizadas, los ataques y contraataques por sorpresa eran tan endémicos que un hombre no podía comer sin volver constantemente la cabeza ni salir de su casa por la mañana para orinar sin temor a que le disparasen. Entre los bena benas, los ataques por sorpresa eran tan frecuentes que los hombres, armados hasta los dientes, escoltaban cautelosamente a las mujeres cuando éstas abandonaban la empalizada por la mañana y montaban guardia para protegerlas mientras trabajaban en los huertos hasta la hora de regresar. No puedo citar estadísticas fiables sobre las muertes por homicidio en estas sociedades. Probablemente la mortandad superaba el caso yanomami ya que de vez en cuando aldeas enteras de 200 habitantes eran completamente exterminadas. Si son aplicables las cifras relativas a otras parte de las tierras altas de Nueva Guinea, es posible que la tasa de homicidios de los sambias superara los 500 anuales por cada 100.000 habitantes, es decir, diecisiete vece más elevada que la de los ¿kung. Aquí se fundamentan mis razones para pensar que la guerra es una variable en las jerarquías sexuales…, al menos en las sociedades organizadas en bandas y aldeas. Pero esta conclusión me deja una sensación de insatisfacción ya que únicamente responde a una pregunta sumamente importante a costa de suscitar otra de análoga trascendencia; si la guerra explica el sexismo en las sociedades del nivel de bandas y aldeas, ¿cómo se explica la guerra en este tipo de sociedades? El por qué de la guerra Para explicar la guerra, las teorías de la agresividad innata poseen, a mi entender, tan poco valor como para explicar el sexismo. Indiscutiblemente, las potencialidades congénitas para la agresividad deben formar parte de la naturaleza humana para que pueda existir cualquier grado de sexismo o de actividad bélica, pero la selección cultural tiene el poder de activar o desactivar estas potencialidades en bruto y las encauza hacia expresiones culturales específicas. (¿O hemos de creer que los ¡kung llevan la paz y la igualdad codificadas en sus genes y los sambias las guerra y la desigualdad?) 20 Propongo, en resumidas cuentas, que las bandas y aldeas hacen la guerra porque se hallan inmersas en una competencia por recursos, tales como tierras, bosques y caza, de los que depende su subsistencia. Estos recursos se vuelven escasos como resultado de su progresivo agotamiento o del aumento de las densidades de población, o como resultado de una combinación de estos dos factores. En tales casos, los grupos se enfrentan normalmente a la perspectiva de tener que disminuir, o bien el crecimiento de su población, o bien de su nivel de consumo de recursos. Reducir la población es un proceso en sí mismo costoso, dada la falta de técnicas anticonceptivas y abortivas propias de la era industrial. Y los recortes cualitativos y cuantitativos en el consumo de recursos deterioran inevitablemente la salud y el vigor de la población, ocasionando muertes adicionales por subalimentación, hambre y enfermedades. Para las sociedades organizadas en bandas y aldeas que se enfrentan a estas disyuntivas, la guerra brinda una solución tentadora. Si un grupo consigue expulsar a sus vecinos o diezmar sus efectivos, habrá más territorio, árboles, tierra cultivable, pescado, carne y otros recursos a disposición de los vencedores. Como la guerra que practican las bandas y aldeas no garantiza la destrucción mutua, los grupos pueden aceptar racionalmente el riesgo de las muertes en combate a cambio de la oportunidad de mejorar sus condiciones de vida reduciendo por la fuerza la densidad demográfica del vecino. En su estudio de la guerra entre los mae engas de las tierras altas occidentales de Papúa Nueva Guinea, Mervyn Meggitt estima que en el 75% de los conflictos bélicos los grupos agresores conseguían ganar porciones importantes del territorio enemigo. “Teniendo en cuenta que a los agresores les suele compensar iniciar la guerra – comenta Meggitt-, no es sorprendente que la sociedad mae considere que ésta bien vale su coste en bajas humanas”. Basándose en su estudio de una muestra representativa cuidadosamente seleccionada de 186 sociedades, los antropólogos Carol y Melvin Ember establecieron que los pueblos preindustriales hacen la guerra fundamentalmente para moderar o amortiguar las repercusiones de crisis alimentarias impredecibles (más que crónicas) y que el lado vencedor casi siempre arrebata algunos recursos a los perdedores. A las sociedades humanas les resulta difícil prevenir los descensos recurrentes pero impredecibles en la producción alimentaria causados por sequía, tormentas, inundaciones, heladas y plagas de insectos, y reajustar los niveles de población en consonancia con tales descensos. Dicho sea de paso, Carol y Melvin Ember tienen lo siguientes que señalar, a propósito de la difusión de la guerra: “En la mayoría de las sociedades antropológicamente documentadas se han dado guerras, esto es, combates entre unidades territoriales (bandas, aldeas y agregados de éstas). Y probablemente la guerra era un fenómeno mucho más frecuente de lo que estamos acostumbrados en el mundo contemporáneo; entre las sociedades objeto de examen que fueron descritas antes de su pacificación, cerca del 75% tenían guerra cada dos años”. Pero el problema de equilibrar la población y los recursos no se puede resolver sencillamente diezmando la población vecina y arrebatándole sus recursos. La fertilidad de la hembra humana es tal que, aunque las incursiones bélicas reduzcan a la mitad la densidad de un territorio, sólo se requieren veinticinco años de reproducción no sujeta a restricciones para que la población recupere su nivel anterior. Por lo tanto, la guerra no exime de la necesidad de controlar la población por otros medios onerosos, tales como la continencia sexual, la prolongación de la lactancia, el aborto y el infanticidio. Al contrario, en realidad es muy posible que la guerra consiga uno de sus efectos demográficos más importantes no al eliminar, sino al intensificar una práctica particularmente onerosa: el infanticidio femenino. 21 Sin la guerra y su sesgo androcéntrico, no habría preferencias pronunciadas en lo que respecta a criar más niños de un sexo que de otro y las tasas de infanticidio de los recién nacidos de uno y otro sexo tenderían a ser iguales. Sin embargo, la guerra prima la maximización del número de futuros guerreros, que lleva a un trato preferencial de los descendientes de sexo masculino y a tasas más elevadas de infanticidio femenino directo e indirecto. Así, en muchas sociedades organizadas en bandas y aldeas es posible que las consecuencias más importantes de la guerra, desde el punto de vista de la regulación del crecimiento demográfico, lo que cuenta no es el número de varones –uno o dos bastarán si existe poliginia-, sino el número de mujeres. Un estudio que William Divale y yo realizamos sobre una muestra de 112 sociedades abona indirectamente la tesis de que la guerra ocasiona tasas elevadas de infanticidio femenino directo e indirecto. Divale y yo comprobamos que en el grupo de edades comprendidas entre el nacimiento y los catorce años, había 127 muchachos por cada 100 muchachas antes de que las autoridades coloniales eliminaran las actividades bélicas. Una vez reprimida la guerra, la tasa de masculinidad para el mismo grupo descendió a 104/100, más o menos la normal en las poblaciones contemporáneas. En otras palabras, la guerra entre los pueblos organizados en bandas y aldeas no es meramente una forma de dar salida a los miedos y frustraciones causados por la presión demográfica. Al disminuir la densidad humana en relación con los recursos y frenar las tasas de reproducción con los recursos y frenar las tasas de reproducción, la guerra contribuye por derecho propio a frenar o invertir el aumento de la presión demográfica regional. Y el hecho de que haya sido objeto de reiterada selección positiva a lo largo de la evolución de estos pueblos obedece a estas ventajas ecológicas de carácter sistémico, no a ningún imperativo genético. Mi intención aquí no es alabar la guerra, sino sencillamente condenarla menos que alguna de sus alternativas cuando prevalecen determinadas condiciones. Tal como lo practicaban este tipo de pueblos, la guerra era una forma derrochadora y brutal de combatir la presión demográfica. Pero a falta de anticonceptivos eficaces o de posibilidades de abortar bajo control médico, la alternativa era también derrochadora y brutal; subalimentación, hambre, enfermedades y una vida breve, pobre y mezquina para todo el mundo. Naturalmente, esto del saldo favorable en el balance de las respectivas consecuencias de las distintas alternativas se refiere mucho más a los vencedores que a los vencidos. Y quizá ni siquiera puede hablarse de saldo positivo en aquellos casos en que el conflicto se tornaba tan endémico, despiadado e implacable que no había vencedores y morían más individuos por efecto de la subalimentación. Pero también hay que reconocer que ningún sistema es infalible. Permítaseme que me detenga un instante para ocuparme de algunos problemas conceptuales suplementarios. En primer lugar, debo señalar que la presión demográfica no es un factor estático, sino un proceso de deterioro progresivo de la balanza entre el esfuerzo humano en la producción de alimentos y la satisfacción de otras necesidades, por una parte, y el resultado de tal esfuerzo por otra. El proceso se inicia a partir del momento en que los rendimientos empiezan ser decrecientes, por ejemplo, cuando los cazadores descubren que deben buscar durante más tiempo y más laboriosamente para poder cobrarse tantas piezas como solían. Si no se hace nada para frenarlo o invertirlo, el proceso alcanza al final un punto en que la degradación del hábitat, en forma de extinciones de la flora y fauna o del agotamiento de recursos no renovables, es permanente y las gentes de ven obligadas a buscar otros medios de subsistencia. 22 Otra cuestión es cómo se relacionan los indicios de hambre y subalimentación con la presión demográfica. No se debe esperar una correlación matemática entre los primeros y la segunda. Intensificando sus esfuerzos y limitando la descendencia, los miembros de las sociedades organizadas en banda y aldeas pueden evitar la aparición de síntomas clínicos de hambre o subalimentación. En tales casos, los únicos indicadores de la presión demográfica pueden ser los medios empleados para limitar el número de descendientes, en la hipótesis de que no se recurriría a prácticas onerosas tales como el infanticidio, el aborto y la continencia sexual a menos que el grupo estuviera ejerciendo una presión –como mínimo moderada- sobre los límites de sus recursos. Lógicamente, si una población practica el infanticidio, el aborto y la continencia sexual prolongada y, al mismo tiempo, presenta síntomas de subalimentación y hambre agudas, cabría colegir que experimenta un grado más intenso de presión demográfica. El último punto se refiere a la relación entre la presión demográfica y la densidad demográfica global de una sociedad. El sociólogo Gregory Leavitt comprobó que existía una elevada correlación entre tamaño del asentamiento y guerra en una muestra de 133 sociedades de todos los tipos. Pero hay que tener la precaución de no suponer que un mayor tamaño de los asentamientos y un mayor número de habitantes por kilómetro cuadrado indican siempre una mayor presión sobre los recursos básicos. Esta correlación sólo se cumple al comparar sociedades que tienen modos de subsistencia semejantes. En los Países Bajos, con una densidad demográfica superior a los 600 habitantes por kilómetro cuadrado, la presión demográfica –medida con arreglo a los índices de subalimentación y hambre –es menor que en el Zaire, con sus 30 habitantes por kilómetro cuadrado, o incluso que en algunas sociedades cazadoras-recolectoras de densidades inferiores a un habitante por kilómetro cuadrado. Los grupos que disponen de animales y plantas domesticados tienen, en general, densidades demográficas más altas que los cazadores-recolectores. Pero tanto los unos como los otros son igual de vulnerables a la presión demográfica, si bien normalmente a densidades diferentes. Debido a estas advertencias y complicaciones, no puedo presentar mediciones precisas de los respectivos grados de presión demográfica observados en diferentes sociedades. Debemos contentarnos con aproximaciones generales. Pero de la agregación de los distintos indicios de tensiones y presiones se desprende claramente que las sociedades organizadas en bandas y aldeas deben pagar un precio muy alto para mantener el equilibrio entre población y oferta alimentaria, y la guerra está incluida en ese precio. ¿Hasta qué punto encaja esta explicación con los casos objeto de examen? ¿Había vida antes de los jefes? ¿Puede existir la humanidad sin gobernantes ni gobernados? Los fundadores de la ciencia política creían que no. “Creo que existe una inclinación general en todo el género humano, un perpetuo y desazonador deseo de poder por el poder, que sólo cesa con la muerte”, declaró Hobbes. Éste creía que, debido a este innato anhelo de poder, la vida anterior (o posterior) al Estado constituía una “guerra de todos contra todas”, “solitaria, pobre, sórdida, bestial y breve”. ¿Tenía razón Hobbes? ¿Anida en el hombre una insaciable sed de poder que, a falta de un jefe fuerte, conduce inevitablemente a una guerra de todos contra todos?. A juzgar por los ejemplos de bandas y aldeas que sobreviven en nuestros días, durante la mayor parte de la prehistoria nuestra especie se manejó bastante bien sin jefe supremo, y menos aún ese todopoderoso y leviatánico Rey Dios Mortal de Inglaterra, que Hobbes creía necesario para el mantenimiento de la ley y el orden entre sus díscolos compatriotas. 23 Los Estados modernos organizados en gobiernos democráticos prescinden de leviatantes hereditarios, pero no han encontrado la manera de prescindir de las desigualdades de riqueza y poder respaldadas por un sistema penal de enorme complejidad. Con todo, la vida del hombre transcurrió durante 30.000 años sin necesidad de reyes ni reinas, primeros ministros, presidentes, parlamentos, congresos, gabinetes, gobernadores, alguaciles, jueces, fiscales, secretarios de juzgado, coches patrulla, furgones celulares, cárceles ni penitenciarías. ¿Cómo se las arreglaron nuestros antepasados sin todo esto? Las poblaciones de tamaño reducido nos dan parte de la respuesta. Con 50 persona por anda o 150 por aldea, todo el mundo se conocía íntimamente, y así los lazos del intercambio recíproco vinculaban a las gentes. La gente ofrecía porque esperaba recibir y recibía porque esperaba ofrecer. Dado que el azar intervenía de forma tan importante en la captura de animales, en la recolecta de alimentos silvestres y en el éxito de las rudimentarias formas de agricultura, los individuos que estaban de suerte un día, al día siguiente necesitaban pedir. Así, la mejor manera de asegurarse contra el inevitable día adverso consistía en ser generoso. El antropólogo Richard Gould lo expresa así: “Cuando mayor sea el índice de riesgo, tanto más se comparte”. La reciprocidad es la banca de las sociedades pequeñas. En el intercambio recíproco no se especifica cuánto o qué exactamente se espera recibir a cambio ni cuándo se espera conseguirlo, cosa que enturbiaría la calidad de la transacción, equiparándola al trueque o a la compra y venta. Esta distinción sigue subyaciendo en sociedades dominadas por otras formas de intercambio, incluso las capitalistas, pues entre parientes cercanos y amigos es habitual dar y tomar de forma desinteresada y sin ceremonia, en un espíritu de generosidad. Los jóvenes no pagan con dinero por sus comidas en casa ni por el uso del coche familiar, las mujeres no pasan factura a sus maridos por cocinar, y los amigos se intercambian regalos de cumpleaños y Navidad. No obstante, hay en ello un lado sombrío, la expectativa de que nuestra generosidad sea reconocida con muestras de agradecimiento. Allí donde la reciprocidad prevalece realmente en la vida cotidiana, la etiqueta exige que la generosidad se dé por sentada. Como descubrió Robert Dentan en sus trabajos de campo entre los semais de Malasia central, nadie da jamás las gracias por la carne recibida de otro cazador. Después de arrastrar durante todo un día el cuerpo de un cerdo muerto por el calor de la jungla para llevarlo a la aldea, el cazador permite que su captura sea dividida en partes iguales que luego distribuye entre todo el grupo. Dentan explica que expresar agradecimiento por la ración recibida indica que se es el tipo de persona mezquina que calcula lo que da y lo que recibe. “En este contexto resulta ofensivo dar las gracias, pues se da a entender que se ha calculado el valor de lo recibido y, por añadidura, que no se esperaba del donante tanta generosidad”. Llamar la atención sobre la generosidad propia equivale a indicar que otros están en deuda contigo y que esperas resarcimiento. A los pueblos igualitarios les repugna sugerir siquiera que han sido tratados con generosidad. Richard Lee nos cuenta cómo se percató de este aspecto de la reciprocidad a través de un incidente muy revelador. Para complacer a los ¡kung, decidió comprar un buey de gran tamaño y sacrificarlo como presente. Después de pasar varios días buscando por las aldeas rurales bantúes el buey más grande y hermoso de la región, adquirió uno que le parecía un espécimen perfecto. Pero sus amigos le llevaron aparte y le aseguraron que se había dejado engañar al comprar un animal son valor alguno. “Por supuesto que vamos a comerlo”, le dijeron, pero no nos va a saciar; comeremos y regresaremos a nuestras casas con rugir de tripas”. Pero cuando sacrificaron la res de Lee, resultó estar recubierta de una gruesa grasa. Más tarde sus amigos le explicaron la razón por la cual habían manifestado menosprecio por su regalo, aun cuando sabían mejor que él lo que había bajo el pellejo del animal: 24 Sí, cuando un hombre joven sacrifica mucha carne llega a creerse un gran jefe o gran hombre, y se imagina al resto de nosotros como servidores o inferiores suyos. No podemos aceptar esto, rechazamos al que alardea, pues algún día su orgullo le llevará a matar a alguien. Por esto siempre decimos que su carne no vale nada. De esta manera atemperamos su corazón y hacemos de él un hombre pacífico. Lee observó a grupos de hombres y mujeres regresar a casa todas las tardes con los animales y las frutas y plantas silvestres que habían cazado y recolectado. Lo compartían todo por un igual, incluso con los compañeros que se habían quedado en el campamento o habían pasado el día durmiendo o reparando sus armas y herramientas. No sólo juntan las familias la producción del día, sino que todo el campamento, tanto residentes como visitantes, participan a partes iguales del total de comida disponible. La cena de todas las familias se compone de porciones de comida de cada una de las otras familias residentes. Los alimentos se distribuyen crudos o son preparados por los recolectores y repartidos después. Hay un trasiego constante de nueces, bayas, raíces y melones de un hogar a otro hasta que cada habitante ha recibido una porción equitativa. Al día siguiente son otros los que salen en busca de comida y cuando regresan al campamento al final del día, se repite la distribución de alimentos. Lo que Hobbes no comprendió fue que en las sociedades pequeñas y preestatales redundaba un interés de todos mantener abierto a todo el mundo el acceso al hábitat natural. Supongamos que un ¡kung con un ansia de poder como la descrita por Hobbes se levantara un buen día y le dijera al campamento: “A partir de ahora, todas estas tierras y todo lo que hay en ellas es mío. Os dejaré usarlo, pero sólo con mi permiso y a condición de que yo reciba lo más selecto de todo lo que capturéis, recolectéis o cultivéis”. Sus compañeros, pensando que seguramente se habría vuelto loco, recogerían sus escasas pertenencias, se pondrían en camino y, cuarenta o cincuenta kilómetros más allá, erigirían un nuevo campamento para reanudar su vida habitual de reciprocidad igualitaria, dejando al hombre que quería ser rey ejercer su inútil soberanía a solas. Si en las simples sociedades del nivel de las bandas y las aldeas existe algún tipo de liderazgo político, éste es ejercido por individuos llamados cabecillas que carecen de poder para obligar a otros a obedecer sus órdenes. Pero, ¿puede un líder carecer de poder y aun así dirigir?. Cómo ser cabecilla Cuando un cabecilla da una orden, no dispone de medios físicos certeros para castigar a aquellos que le desobedecen. Por consiguiente, si quiere mantener su puesto, dará pocas órdenes. El poder político genuino dependen de su capacidad para expulsar o exterminar cualquier alianza previsible de individuos o grupos insumisos. Entre los esquimales, un grupo seguirá a un cazador destacado y acatará su opinión con respecto a la selección de cazaderos; pero en todos los demás asuntos, la opinión del “líder” no pesará más que la de cualquier otro hombre. De manera similar, entre los ¡kung cada banda tiene sus “líderes” reconocidos, en su mayoría varones. Estos hombres toman la palabra con mayor frecuencia que los demás y se les escucha con algo más de deferencia, pero no poseen ninguna autoridad explícita y sólo pueden usar su fuerza de persuasión, nunca dar órdenes. Cuando Lee preguntó a los ¡kung si tenían “cabecillas” en el sentido de jefes poderosos, le respondieron: “Naturalmente que tenemos cabecillas. De hecho somos todos cabecillas… cada uno es su propio cabecilla”. 25 Ser cabecilla puede resultar una responsabilidad frustrante y tediosa. Los cabecillas de los grupos indios brasileños como los mehinacus del Parque Nacional de Xingu nos traen a la memoria la fervorosa actuación de los jefes de tropa de los boy scouts durante una acampada de fin de semana. El primero en levantarse por la mañana, el cabecilla intenta despabilar a sus compañeros gritándoles desde la plaza de la aldea. Si hay que hacer algo, es él quien acomete la tarea y trabaja en ella con más ahínco que nadie. Da ejemplo no sólo de trabajador infatigable, sino también de generosidad. A la vuelta de una expedición de pesca o de caza, cede una mayor porción de la captura que cualquier otro, y cuando comercia con otros grupos, pone gran cuidado en no quedarse con lo mejor. Al anochecer reúne a las gentes en el centro de la aldea y les exhorta a ser buenos. Hace llamamientos para que controlen sus apetitos sexuales, se esfuercen en el cultivo de sus huertos y tomen frecuentes baños en el río. Les dice que no duerman durante el día y que no sean rencorosos. Y siempre evitará formular acusaciones contra individuos en concreto. Robert Dentan describe un modelo de liderazgo parecido entre los semais de Malasia, Pese a los intentos por parte de forasteros de reforzar el poder del líder semai, su cabecilla no dejaba de ser otra cosa que la figura más prestigiosa entre un grupo de iguales. En apalabras de Dentan, el cabecilla evalúa el sentimiento generalizado sobre un asunto y basa en ello sus decisiones, de manera que es más portavoz que formador de la opinión pública. Así pues, no se hable más de la necesidad innata que siente nuestra especie de formar grupos jerárquicos. El observador que hubiera contemplado la vida humana al poco de arrancar el despegue cultural habría concluido fácilmente que nuestra especie estaba irremediablemente destinada al igualitarismo salvo en las distinciones de sexo y edad. Que un día el mundo iba a verse dividido en aristócratas y plebeyos, amos y esclavos, millonarios y mendigos, le habría parecido algo totalmente contrario a la naturaleza human a juzgar por el estado de cosas imperantes en las sociedades humana que por aquel entonces poblaban la Tierra. Hacer frente a los abusones Cuando prevalecían el intercambio recíproco y los cabecillas igualitarios, ningún individuo, familia u otro grupo de menor tamaño que la banda o la aldea podría controlar el acceso a los ríos, lagos, playas, mares, plantas y animales, o al suelo y subsuelo. Los datos en contrario no han resistido un análisis detallado. Los antropólogos creyeron en un tiempo que entre los cazadores-recolectores canadienses había familiar e incluso individuos que poseían territorios de caza privados, pero estos modelos de propiedad resultaron estar relacionados con el comercio colonial de pieles y no existían originariamente. Entre los ¡kung, un núcleo de personas nacidas en un territorio particular afirma ser dueño de las charcas de agua y los derechos de caza, pero esta circunstancia no tiene ningún efecto sobre la gente qie está de visita o convive con ellas en cualquier momento dado. Puesto que los ¡kung de bandas vecinas se hallan emparentadas por matrimonio, a menudo se hacen visitas que pueden durar meses; sin necesidad de pedir permiso, pueden hacer libre uso de todos los recursos que necesiten Si bien las gentes pertenecientes a bandas distantes entre sí tienen que pedir permiso para usar el territorio de otra banda, los “dueños” raramente les deniegan este permiso. 26 La ausencia de posesiones particulares en forma de tierras y otros recursos básicos significa que entre las bandas y pequeñas aldeas cazadoras y recolectoras de la prehistoria probablemente existía alguna forma de comunismo. Quizá debería señalar que ello no excluía del todo la existencia de propiedad privada. Las gentes de las sociedades sencillas del nivel de las bandas y aldeas poseen efectos personales tales como armas, ropa, vasijas, adornos y herramientas. ¿Qué interés podría tener nadie en apropiarse de objetos de este tipo? Los pueblos que viven en campamentos al aire libre y se trasladan con frecuencia no necesitan posesiones adicionales. Además, al ser pocos y conocerse todo el mundo, los objetos robados no se pueden utilizar de manera anónima. Si se quiere algo, resulta preferible pedirlo abiertamente puesto que, en razón de las normas de reciprocidad, tales peticiones no se pueden denegar. No quiero dar la impresión de que la vida en las sociedades igualitarias del nivel de las bandas y aldeas se desarrollaba sin asomo de disputas sobre las posesiones. Como en cualquier grupo social, había inconformistas y descontentos que intentaban utilizar el sistema en provecho propio a costa de sus compañeros. Era inevitable que hubiera individuos aprovechados que sistemáticamente tomaban más de lo que daban y que permanecían echador en sus hamacas mientras los demás realizaban el trabajo. A pesar de no existir un sistema penal a la larga este tipo de comportamiento acababa siendo castigado. Una creencia muy extendida entre los pueblos del nivel de las bandas y aldeas atribuye la muerte y el infortunio a la conspiración malévola de los brujos. El cometido de identificar a estos malhechores recaía en un grupo de chamanes que en sus trances adivinatorios se hacían eco de la opinión pública. Los individuos que gozaban de la estima y del apoyo firme de sus familiares no debían temer las acusaciones del chamán. Pero los individuos pendencieros y tacaños, más dados a tomar que a ofrecer, o los agresivos e insolentes, habían de andar con cuidado. 27 De los cabecillas a los grandes hombres La reciprocidad no era la única forma de intercambio practicada por los pueblos igualitarios organizados en bandas y aldeas. Hace tiempo que nuestra especie encontró otras formas de dar y recibir. Entre ellas, la forma de intercambio conocida como redistribución desempeñó un papel fundamental en la creación de distinciones de rango en el marco de la evolución de las jefaturas y los estados. Se habla de redistribución cuando las gentes entregan alimentos y otros objetos de valor a una figura de prestigio como, por ejemplo, el cabecilla, para que sean juntados, divididos en porciones y vueltos a distribuir. En su forma primordial probablemente iba emparejada con las cacerías y cosechas estacionales, cuando se disponía de más alimentos que de costumbre. Como ilustra la práctica de los aborígenes australianos, cuando maduraban las semillas silvestres y abundaba la caza. Las bandas vecinas se juntaban para celebrar sus festividades nocturnas llamadas corroborees. Eran estas ocasiones para cantar, bailar y renovar ritualmente la identidad del grupo. Es posible que al entrar en el campamento más gente, más carne y más manjares, los cauces habituales del intercambio recíproco no bastaron para garantizar un trato equitativo para todos. Tal vez los varones de más edad se encargaran de dividir y repartir los porciones consumidas por la gente. Sólo un paso muy pequeño separa a estos redistribuidores rudimentarios de los afanosos cabecillas de tipo jefe de boy-scouts que exhortan a sus compañeros y parientes a cazar y cosechar con mayor densidad para que todos puedan celebrar festines mayores y mejores. Fieles a su vocación, los cabecillas-redistribuidores no sólo trabajan más duro que sus seguidores, sino que también dan con mayor generosidad y reservan para sí mismos las raciones más modestas y menos deseables. Por consiguiente, en un principio la redistribución servía estrictamente para consolidar la igualdad política asociada al intercambio recíproco. La compensación de los redistribuidores residía meramente en la admiración de sus congéneres, la cual estaba en proporción con su éxito a la hora de organizar los más grandes festines y fiestas, contribuir personalmente más que cualquier otro y pedir poco o nada a cambio de sus esfuerzos; todo ello parecía, inicialmente, una extensión inocente del principio básico de reciprocidad. ¡Poco imaginaban nuestros antepasados las consecuencias que ello iba a acarrear! Si es buena cosa que un cabecilla ofrezca festines, ¿por qué no hacer que varios cabecillas organicen festines? O, mejor aún, ¿por qué no hacer que su éxito en la organización y donación de festines constituya la medida de su legitimidad como cabecillas?. Muy pronto, allí donde las condiciones lo permiten o favorecen –más adelante explicaré lo que quiero decir con esto-, una serie de individuos deseos de ser cabecillas compiten entre sí para celebrar los festines más espléndidos y redistribuir la mayor cantidad de viandas y otros bienes preciados. De esta manera se desarrollo la amenaza contra la que habían advertido los informantes de Richar Lee: el joven que quiere ser un “gran hombre”. Douglas Oliver realizó un estudio antropológico clásico sobre el gran hombre entre los siuais, un pueblo del nivel de aldea que vive en la isla de Bougainville, una de las islas de Salomón, situadas en el Pacífico Sur. En el idioma siuai el gran hombre se denominaba mumi. La mayor aspiración de todo muchacho siuai era convertirse en mumi. Empezaba casándose, trabajando muy duramente y limitando su consumo de carne y nueces de coco. Su esposa y sus padres, impresionados por la seriedad de sus intenciones, se comprometía a ayudarle en la preparación de su primer festín. El círculo de sus partidarios se iba ampliando rápidamente, y el aspirante a mumi empezaba a construir un local donde sus seguidores de sexo masculino pudieran entretener sus ratos de ocio y donde pudiera recibir y agasajar a los invitados. Luego daba una fiesta de inauguración del club y, si ésta constituía un éxito, crecía el círculo 28 de personas dispuestas a colaborar con él y se empezaba a hablar de él como de un mumi. La organización de festines cada vez más aparatosos significaba que crecían las exigencias impuestas por el mumi a sus partidarios. Éstos, aunque se quejaban de lo duro que les hacía trabajar, le seguían siendo fieles mientras continuara manteniendo o acrecentando su renombre como “gran abastecedor”. Por último, llegaba el momento en que el nuevo mumi debía desafiar a los más veteranos. Para ello organizaba un festín, el denominado muminai, ene. Que ambas partes llevaban un registro de los cerdos, las tortas de coco y los dulces de sagú y almendra ofrecidos por cada mumi y sus seguidores al mumi invitado y a los seguidores de éste. Si en el plazo de un año los invitados no podrían corresponder con un festín tan espléndido como el de sus retadores. Su mumi sufría una gran humillación social y perdía de inmediato su calidad de mumi. Al final de un festín coronado por el éxito, a los mumi más grandes aún les esperaba una vida de esfuezo personal y dependencia de los humores e inclinación de sus seguidores. Ser mumi no confería la facultad de obligar a los demás a cumplir sus deseos ni situaba su nivel de vida por encima del de los demás. De hecho, puesto que desprenderse de cosas constituía la esencia misma de la condición de mumi, los grandes mumis consumían menos carne y otros manjares que los hombres comunes. H. Ian Hogbin relata que entre los kaokas, habitantes de otro grupo de las ilsas Salomón, “el hombre que ofrece el banquete se queda con los huesos y los pasteles secos; la carne y el tocino son para los demás”. Con ocasión de un gran festín con 1.100 invitados, el mumi anfitrión, de nombre Soni, ofreció treinta y dos cerdos y gran número de pasteles de sagú y almendra. Soni y algunos de sus seguidores más inmediatos se quedaron con hambre. “Nos alimentará la fama de Soni”, dijeron. El umbral del Estado Los primeros Estados evolucionaron a partir de jefaturas, pero no todas las jefaturas pudieron evolucionar hasta convertirse en Estados. Para que tuviera lugar la transición tenían que cumplirse dos condiciones. La población no sólo tenía que ser numerosa (de unas 10.000 a 30.000 personas), sino que también tenía que estar “circunscrita”, esto es, estar confrontada a una falta de tierras no utilizadas a soportar impuestos, reclutamientos y órdenes. La circunscripción no estaba sólo en función de la cantidad de territorio disponible, sino que también dependía de la calidad de los suelos y de los recursos naturales y de si los grupos de refugiados podían mantenerse con un nivel de vida no inferior, básicamente, del que cupiera esperar bajo sus jefes opresores. Si las únicas salidas para una facción disidente eran altas montañas, desiertos, selvas tropicales u otros hábitats indeseables, éste tendría pocos incentivos para emigrar. La segunda condición estaba relacionada con la naturaleza de los alimentos con lo que había que contribuir al almacén central de redistribución. Cuando el depósito del jefe estaba lleno de tubérculos perecederos como ñames y batatas, su potencial coercitivo era mucho menor que si lo estaba de arroz, trigo, maízu otros cereales domésticos que se podían conservar sin problemas de una cosecha a otra. Las jefaturas no circunscritas o que carecían de reservas alimenticias almacenables a menudo estuvieron a punto de convertirse en reinos, para luego desintegrarse como consecuencia de éxodos masivos o sublevaciones de plebeyos desafectos. Las Hawai de los tiempos que precedieron la llegada de los europeos nos proporcionan el ejemplo de una sociedad que se desarrolló hasta alcanzar el umbral del reino, aunque sin llegar nunca a franquearlo realmente. Todas las islas del archipiélago hawaiano estuvieron deshabitadas hasta que los navegantes polinesios arribaron a ellas cruzando los mares en canoas durante el primer milenio de nuestra 29 era. Estos primeros pobladores probablemente procedían de las islas Marquesas, situadas a unos 3.200 km. Al sureste. De ser así, es muy posible que estuvieran familiarizados con el sistema de organización social del gran hombre o la jefatura igualitaria. Mil años más tarde, cuando los observaron los primeros europeos que entraron en contacto con ellos, los hawaianos vivían en sociedades sumamente estratificadas que presentaban todas las características del Estado, salvo que la rebelión y la usurpación estaban tan a la orden del día como la guerra contra el enemigo del exterior. La población de estos estados o protoestados variaba entre 10.000 y 100.000 habitantes. Cada uno de ellos estaba dividido en varios distritos y cada distrito se componía a su vez, de varias comunidades de aldeas. En la cumbre de la jerarquía política había un rey o aspirante al trono llamado ali’i nui. Los jefes supremos, llamados ali’i, gobernaban distritos y sus agentes. Jefes menores llamados konohiki, estaban a cargo de las comunidades locales. La mayor parte de la población, es decir, las gentes dedicadas a la pesca, agricultura y artesanía, pertenecían al común. Algo antes de que llegaran los primeros europeos, el sistema redistributivo hawaiana pasó el rubicón que separa la donación desigual de regalos de la pura y simple tributación. El común se veía despojado de alimentos y productos artesanos, que pasaban a manos de los jefes de distrito y los ali’i nui. Los konohiki estaban encargados de velar por que cada aldea produjera lo suficiente para satisfacer al jefe del distrito, que, a su vez, tenía que satisfacer al ali’i nui . Los ali’i nui distrito usaban los alimentos y productos artesanales que circulaban por su red de redistribución para alimentar y mantener séquitos de sacerdotes y guerreros. Estos productos llegaban al común en cantidades escasísimas, salvo en tiempo de sequía y hambruna en que las aldeas más industriosas y leales podían esperar verse favorecidas con los víveres de reserva que distribuían los ali’i nui y lis jefes de distrito. Como dijo David Malo, un jefe hawaiano que vivió en el siglo pasado, los almacenes de los ali’i nui estaban pensados para tener contenta a la gente y asegurar su lealtad: “Así como la rata no abandonará la despensa, la gente no abandonará al rey mientras crea en la existencia de la comida en su almacén”. ¿Cómo llegó a formarse este sistema? Las pruebas arqueológicas muestran que, a medida que crecía la población, los asentamientos se fueron extendiendo de una isla a otra. Durante casi un milenio las principales zonas pobladas se hallaban cerca del litoral, cuyos resultados marinos podían aportar un suplemento al ñame, la batata, el taro plantados en los terrenos más fértiles. Por último en el siglo XV, los asentamientos empezaron a extenderse tierra adentro, hacia ecozonas más elevadas, donde predominaban los terrenos pobres y escaseaban las lluvias. A media que seguía aumentando la población se talaron o quemaron los bosques del interior y extensas zonas se perdieron por la erosión o se convirtieron en pastos. Atrapados entre el mar, por un lado, y las laderas peladas por otro, la población ya no tenía escapatoria de los jefes que querían ser reyes. Había llegado la circunscripción. La tradición oral y las leyendas cuentan el resto de la historia. A partir del año 1600 varios distritos sostuvieron entre sí incesantes guerras como consecuencia de las cuales determinados jefes llegaron a controlar todas las islas durante un cierto tiempo. Si bien estos ali’i nui tenían un gran poder sobre el común, su relación con los jefes supremos, sacerdotes y guerreros era muy inestables, como ya se ha dicho con anterioridad. Las facciones disidentes fomentaban rebeliones o trataban guerras, destruyendo la frágil unidad política hasta que una nueva coalición de aspirantes a reyes instauraba una nueva configuración de alianzas igual de inestables. Esta era más o menos la situación cuando el capitán James Cook entró en el puerto de Waimea en 1778 e inició la venta de armas de fuego alos jefes hawaianos. El ali’i nui Kamehameha I obtuvo el monopolio de la compra de estas nueve armas y las utilizó de inmediato contra sus 30 rivales, que blandían lanzas. Tras derrotarlos de una vez por todas, en 1810 se erigió en el primer rey de todo el archipiélago hawaiano. Cabe preguntarse si los hawaianos hubieran llegado a crear una sociedad de nivel estatal si hubieran permanecido aislados. Yo lo dudo. Tenían agricultura, grandes excedentes agrícolas, redes distributivas complejas y muy jerarquizadas, tributación, cuotas de trabajo, densas poblaciones circunscritas y guerras externas. Pero los faltaba algo: un cultivo cuyo fruto pudiera almacenarse de un año a otro. El ñame, la batata y el taro son alimentos ricos en calorías pero perecederos. Sólo se podían almacenar durante unos meses, de manera que no se podía contar con los almacenes de los jefes para alimentar a gran número de seguidores en tiempo de escasez como consecuencia de sequía o por los estragos causados por las guerras ininterrumpidas. En término de David Malo, la despensa estaba vacía con demasiada frecuencia como para que los jefes pudieran convertirse en reyes. Y ahora ha llegado el momento de contar qué pasaba en otros sitios cuando la despensa estaba vacía. Los primeros Estados Fue en el Próximo Oriente donde por primera vez una jefatura se convirtió en Estado. Ocurrió en Sumer, en el sur de Irán e Irak, entre los años 3.500 u 3.200 a.C. ¿Por qué en el Próximo Oriente? Probablemente porque esta región estaba mejor dotada de gramíneas silvestres y especies salvajes de animales aptas para la domesticación que otros antiguos centros de formación del Estado. Los antecesores del trigo, la cebada, el ganado ovino, caprino, vacuno y porcino crecían en las tierras altas del Levante y las estribaciones de la cordillera del Zagros, lo que facilitó el abandono temprano de los modos de subsistencia de caza y recolección a favor de la vida sedentaria en aldeas. La razón que impulsó al hombre de finales del período glaciar a abandonar su existencia de cazador-recolector sigue siendo objeto de debate entre los arqueólogos. Sin embargo, parece probable que el calentamiento de la Tierra después del 12.000 a.c., la combinación de cambios medioambientales y el exceso de caza provocaron la extinción de numerosas especies de caza mayor y redujeron el atractivo de los medios de subsistencia tradicionales. En varias regiones del Viejo y Nuevo Mundo, los hombres compensaron la pérdida de especies de caza mayor yendo en busca de una mayor variedad de plantas y animales, entre los que figuraban los antepasados silvestres de nuestros cereales y animales de corral actuales. En el Próximo Oriente, donde nunca abundó la caza mayor como en otras regiones durante el período glaciar, los cazadores-recolectores comenzaron hace más de trece milenios a explotar las variedades silvestres de trigo y cebada que allí crecían. A medida que aumentaba su dependencia de estas plantas, se vieron obligados a disminuir su nomadimos y había que almacenarlas para el resto del año. Puesto que la cosecha de semillas silvestres no se podía transportar de campamento en campamento algunos pueblos como los natufienses, que tuvieron su apogeo en el Levante hacia el décimo milenio a.C., se establecieron, construyeron almacenes y fundaron aldeas de carácter permanente.. Entre el asentamiento junto a matas prácticamente silvestres de trigo y cebada y la propagación de las semillas de mayor tamaño y que no se desprendían al menor roce, sólo medió un paso relativamente corto. Y a medida que las variedades silvestres cedían terreno a campos cultivados, atraían a animales como ovejas y cabras hacia una asociación cada vez más estrecha con los seres humanos, quienes pronto reconocieron que resultaba más práctico encerrar a estos animales en rediles, alimentarlos y criar aquellos que reunieran las 31 características más deseables, que limitarse a cazarlos hasta que no quedara ninguno. Y así comenzó lo que los arqueólogos denominan el Neolítico. Los primeros asentamientos rebasaron con gran rapidez el nivel de las aldeas de los cabecillas o grandes hombres para convertirse en jefaturas sencillas. Jericó, situada en un oasis de la Jordania actual, por ejemplo, 8.000 años antes de nuestra era ya ocupaba una superficie de 40 kilómetros cuadrados y contaba con 2.000 habitantes; 2.000 años más tarde Catal Hüyük, situada al sur de Turquía, tenía una superficie de 128 km2. y una población de 6.000 habitantes. Sus ruinad albergan una importante colección de objetos de arte, tejidos, pinturas y relieves murales. Las pinturas murales (las más antiguas que se conocen en el interior de edificios) representan un enorme toro, escenas de caza, hombres danzando y aves de rapiña atacando cuerpos humanos de color rojo, rosado, malva, negro y amarillo. Los hombres de Catal Hüyük cultivaban cebada y tres variedades de trigo. criaban ovejas, vacas, cabras y perros, y vivían en casas adosadas con patio. No había puertas, sólo se podía entrar en las casas a través de aberturas practicadas en los techos planos. Al igual que todas las jefaturas, los primeros pueblos neolíticos parecían preocupados por la amenaza de ataques de merodeadores venidos de lejos. Jericó estaba rodeada de fosos y murallas (muy anteriores a las bíblicas) y contaba con una torre de vigilancia en lo alto de una de sus murallas. Otros asentamientos neolíticos antiguos como Tell.es Sawwan y Mahzaliyah en Irak, también estaban rodeados de murallas. Hay que señalar que al menos un arqueólogo sostiene que las primeras murallas construidas en Jericó estaban destinadas ante todo a la protección contra corrimientos de tierra más que contra ataques armados. No obstante, la torres con sus estrecha rendijas de vigilancia servía para funciones claramente defensivas. Tampoco cabe la menor duda de que las murallas que guardaban Tell.es Sawwan y Mahzaliyah eran el equivalente de las empalizadas de madera características de las jefaturas situadas en tierras de bosques abundantes. No se trataba de agricultores pacíficos, armoniosos e inofensivos preocupados tan sólo por el cultivo de sus tierras y el cuidado de su ganado. En Cayöpnü, en la Turquía meridional, no lejos de Catal Hüyük, James Mellaart excavó una gran losa de piedra con restos de sangre humana. Cerca de allí encontró varios centenares de calaveras humanas, sin el resto de sus esqueletos. ¿Para que habían de construir los hombres de Catal Hüyük casas sin aberturas al nivel del suelo, sino para protegerse contra merodeadores forasteros? Al igual que todas las Jefaturas, las sociedades neolíticas entablaron comercio de larga distancia. Sus objetos de intercambio favoritos era la obsidiana, una especie de vidrio volcánico que servía para fabricar cuchillos y otras herramientas de corte, y la cerámica. Catal Hüyük parece haber sido un centro de domesticación, cría y exportación de ganado vacuno, que importaba a cambio de gran variedad de artefactos y materias primas (entre éstas, cincuenta y cinco minerales diferentes). El grado de especialización observado dentro y entre los distintos asentamientos neolíticos también es indicativo de una gran actividad comercial y de otras formas de intercambio. En Beida, Jordania, había una casa dedicada a la fabricación de cuentas, mientras que otras se concentraban en la confección de hachas de sílex y otras en el sacrificio de animales. En Cayönü se descubrió todo un grupo de talleres de fabricación de cuentas. En Umm Dabajioua, en el norte de Irak, parece que la aldea se dedicaba por entero al curtido de pieles de animales, mientras que los habitantes de Yarim Tepe y Tell.esSawwan se especializaron en la producción en masa de cerámica. También se han encontrado indicios de redistribución y de distinciones de rango. Así, por ejemplo, en Bougras, Siria, la mayor casa de la aldea tiene adosada una estructura 32 de almacenamiento, y en Tell.es Sawwan las cámaras mortuorias difieren en tamaño y en la cuantía del ajuar funerario enterrado con los diferentes individuos. Los primeros centros agrícolas y ganaderos dependían de las lluvias para la aportación de agua a sus cultivos. Al crecer la población comenzaron a experimentar con el regadío, con el fín de ganar y colonizar tierras más secas. Sumer, situada en el delta, falto de lluvias pero pantanoso y propenso a inundaciones frecuentes de los ríos Tigiris y Éufrates, se fundó de esta manera. Limitados en un principio a permanecer en las márgenes de una corriente de agua natural, los sumerios pronto llegaron a depender totalmente del regadío para abastecer de agua sus campos de trigo y cebada, quedando así inadvertidamente atrapados en la condición final para la transición hacia el Estado. Cuando los aspirantes a reyes empezaron a ejercer presiones para exigirles más impuestos y mano de obra para la realización de obras pública, los plebeyos de Sumer vieron que habían perdido la opción de marcharse a otro lugar. ¿Cómo iban a llevarse consigo sus acequias, sus campos irrigados, jardines y huertas, en las que habían invertido el trabajo de generaciones?. Para vivir alejados de los ríos hubieran tenido que adoptar modos de vida pastorales y nómadas en los que carecían de la experiencia y la tecnología necesarias. Los arqueólogos no han podido determinar con exactitud dónde y cuándo tuvo lugar la transición sumeria, pero en 4350 a.C. empezaron a erigirse en los asentimientos de mayor tamaño unas estructuras de adobe con rampas y terrazas, llamadas zigurat, que reunían las funciones de fortaleza y templo. Al igual que los túmulos, las tumbas, los megalitos y las pirámides repartidas por todo el mundo, los zigurat atestiguan la presencia de jefaturas avanzadas capaces de organizar prestaciones laborales a gran escala, y fueron precursores de la gran torre de Babilonia, de más de 90 metros de altura, y de la torre de Babel bíblica. Hacia 3500 a.C. las calles, casas y templos, palacios y fortificaciones ocupaban varias decenas de kilómetros cuadrados en Uruk. Irak. Acaso fue allí donde se produjo la transición; y si no, fue en Lagash, Eridu, Urd o Nippur, que en el año 3200 a.C. florecían como reinos independientes. Impulsado por las mismas presiones internas que enviaron a la guerra alas jefaturas, el reino sumerio tenía a su favor una ventaja importante. Las jefaturas era propensas a intentar exterminar a sus enemigos y a matar y comerse a sus prisioneros de guerra. Sólo los estados poseían la capacidad de gestión y el poderoso militar necesarios para arrancar trabajos forzados y recursos de los pueblos sometidos. Al integrar a las poblaciones derrotadas en la clase campesina, los Estados alimentaron una ola creciente de expansión territorial. Cuanto más populosos y productivos se hacían, tanto más aumentaba su capacidad para derrotar y explotar a otros pueblos y territorios. En varios momentos después del tercer milenio a.C. dominaba Sumer uno u otro de los reinos sumerios. Pero no tardaron en formarse otros Estados en el curso alto del Éufrates. Durante el reinado de Sargón I, en 2350 a.C., uno de estos estados conquistó toda Mesopotamia, incluida Sumer. Así como territorios que se extendían desde el Éufrates hasta el Mediterráneo. Durante los 4.300 años siguientes se sucedieron los imperios: babilonio, asirio, hicso, egipcio, persa, griego, romano, árabe, otomano y británico. Nuestra especie había creado y montado una bestia salvaje que devoraba continentes. ¿Seremos alguna vez capaces de domar esta creación del hombre de la misma manera que domamos las ovejas y las cabras de la naturaleza?. 33 LA IMPORTANCIA DEL ESTUDIO DE LA HISTORIA MILITAR Dr. Duncan Anderson Presentado en la conferencia “La importancia del Estudio de la Historia Militar y su Impacto en la Sociedad Contemporánea”, organizada por la ACAGUE el día 24 de noviembre de 2004. El Dr. Duncan Anderson es Jefe del Departamento de Estudios de la Guerra en la Real Academia Militar de Sandhurst. Es Doctorado en la Universidad de Oxford en Historia Militar en 1981, y Bachiller y Magíster en Estudios de la Guerra. Ha realizado numerosas investigaciones y ha publicado más de una veintena de libros, entre ellos “La Guerra de Manila”. Su particular especialidad es la Segunda Guerra Mundial en el Pacífico, la campaña de las Falklands / Malvinas en 1982, el impacto de la logística, la importancia de los medios de comunicación en las operaciones y aspectos relacionados con las fuerzas especiales. Buenas tardes damas y caballeros, es un gran honor estar aquí esta tarde y haber sido invitado a hablarles sobre un tema al cual he dedicado toda mi vida. Es especialmente grato estar en Chile. Yo nací a miles de kilómetros hacia el oeste, en las lejanas costas del océano Pacífico. Recuerdo cuando niño estar en las playas de Queensland y mirar desde la orilla hacia el este por sobre las inmensas olas y ver el increíble azul del mar y del cielo, y preguntarme si ese mar tenía fin, y si así era, qué habría al otro lado. Y ahora lo sé. Hace dos semanas, su agregado militar en Londres, el Coronel Béjares y yo, nos sentamos en Sandhurst a escuchar a los cadetes contarnos de sus aventuras en los ejercicios de entrenamiento que se habían llevado a cabo en el verano. Un grupo fue a Las Dolomitas en donde parecía que habían ido a pasear por senderos bien marcados y se habían detenido ocasionalmente en posadas bien señalizadas. La Plana Mayor militar de pronto comenzó a mostrar su desagrado. “¿Y eso los sacó de su “habitat natural”?” le preguntó un coronel cada vez más escéptico a uno de los cadetes. El Coronel Béjares también estaba un poco escéptico. Me dijo al oído – “Las Dolomitas – ¡Las Dolomitas son cerros! Espere a que llegue a Chile, ahí si que va a ver montañas – ¡montañas que sí van a sacar a sus cadetes de su “habitat natural!” Que razón tenía - nunca he visto algo tan imponente. Hace cuarenta años cuando era alumno de la Universidad de Queensland quería estudiar historia militar. Mi padre me había contado historias del tiempo en que luchaba contra Rommel, en los desiertos de Libia y Egipto, y mi madre tenía sus propias anécdotas de los años de la guerra – no sólo de la ocupación estadounidense de Australia, pero más específicamente de su trabajo como funcionaria de criptografía en los Cuarteles Generales de Douglas MacArthur en Brisbane, en el Sudoeste Pacífico. Nombres como Montgomery y MacArthur no pertenecían a un pasado remoto imposible – correspondían a personas que mis padres habían visto, incluso habían conversado con MacArthur. Dondequiera que uno fuera, había monumentos a la guerra – algunos muy modestos – para los contingentes australianos que habían ido a Sud África entre 1899 y 1902 – o a Corea entre 1950 y 1953. Otros eran gigantescos, como los obeliscos y cenotafios que se encuentran incluso en el centro de los pueblos australianos más pequeños, testimoniando que más de 60.000 australianos muertos en la Primera Guerra Mundial pertenecían a esos pueblos. Había incluso recordatorios más tangibles -las playas del sudeste de Queensland estaban sembradas de obstáculos (pillboxes), y en las dunas de arena uno aún podía encontrarse con restos de alambre de púa oxidado, monumentos a una invasión japonesa que gracias a la armada estadounidense nunca ocurrió. No sólo supe que la guerra era importante – 34 supe que mi vida había sido modelada por la guerra – y que si los estadounidenses no hubiesen dejado caer las bombas atómicas sobre Japón, habría existido la probabilidad de que mi padre hubiese muerto en la invasión de Japón, y de que yo nunca habría existido. Yo quería estudiar historia militar pero no pude. Hace cuarenta años no había ni una sola institución en toda Australia que ofreciera un curso de historia militar. Y esto no era mucho mejor en América del Norte ni en Europa. Fuera de Sandhurst con su Departamento de Historia Militar fundado en 1959, y un par de profesores del Kings College, de la Universidad de Londres, quienes estaban planificando establecer un departamento destinado al estudio de la guerra, no había nada. Esto no quiere decir que no había historia militar. Las tiendas de libros y las bibliotecas estaban atiborradas con historias de guerras y campañas, biografías de generales y almirantes, etc. Es sólo que los departamentos de historia de las universidades habían decidido no incluir ninguna referencia a la guerra en sus mallas curriculares. En la universidad yo estudié cursos como por ejemplo la Historia Europea entre 1815 y 1914, y la Historia Británica Moderna desde 1919 a 1939. El argumento era que la guerra creaba condiciones excepcionales y anormales, y que si uno quería entender las tendencias evolutivas a largo plazo, entonces tendría que concentrarse en periodos de paz. Sin embargo, existían excepciones. El departamento de política dictaba un curso sobre la Revolución Rusa porque este movimiento era el resultado de contradicciones económicas y de clases que se habían acumulado en la sociedad rusa. Estudié la Revolución Rusa, y recuerdo que la Primera Guerra Mundial era considerada como un evento que estaba sucediendo simultáneamente, pero de ninguna manera se observaba una conexión con lo que estaba por ocurrir en Rusia. Realmente no importaba el color político del historiador que enseñaba –progresista, o marxista determinista – todos eran reacios a admitir el estudio de la guerra en los departamentos universitarios. El más grande de los historiadores militares británicos con vida es el profesor Sir Michael Howard, quien ha escrito extensamente sobre la situación que yo, y cientos (quizá miles) de estudiantes experimentamos. A comienzos de los años ’60, cuando estaba creando el nuevo Departamento de Estudios sobre la guerra en Kings, recordó que a la mayoría de los historiadores les parecía que era muy difícil pensar en el término “historia militar” sin darle un sentido más bien peyorativo. Se acordó de alguien que decía que la “historia militar es a la historia, como la música militar es a la música”. Sir Michael creía que existían dos razones para esta actitud. Primero, muchas personas equiparaban la historia militar con la historia operacional, de la cual la mayor parte de lo que se había escrito y estudiado tenía la finalidad de que los soldados cumpliesen mejor con sus tareas. Gran parte se había centrado en lo didáctico, en donde el análisis objetivo ocupaba un segundo lugar para apoyar las doctrinas vigentes. Por ejemplo, los estudios franceses de la guerra franco-prusiana de 1870, escrita en los cuarenta años entre mediados de los ’70 y 1914, identificaban que la búsqueda de un espíritu ofensivo en sus ejércitos era la causa principal de su derrota. Aún cuando se mencionaba el trabajo superior del personal prusiano, y la descollante artillería prusiana, se les consignaba una insignificancia relativa. De manera similar, los trabajos durante el último cuarto del siglo diecinueve de mi ilustre predecesor en Sandhurst, el Coronel GFR Henderson2, trataban de probar la superioridad de maniobra en operaciones de guerra alternadas. El estudio de Henderson de la Guerra Civil de los EE.UU. que se convirtió en la Biblia del British Army Staff College en las décadas anteriores a la Primera Guerra Mundial, se concentraba en las campañas de las columnas de caballería de Stonewall Jackson3 en el valle de Shenandoah, a costa del estudio de la reducción paulatina de efectivos en la guerra de trincheras alrededor de 35 Petersburgo en Virginia del Norte. Un ejemploaún peor aparece en el estudio de Henderson acerca de la Guerra Franco-Prusiana, en el cual Henderson detiene su estudio el 1 de septiembre de 1870 con la capitulación de Francia en Sedán, ignorando completamente el hecho de que una nueva República – la tercera – se había proclamado en París, la cual prosiguió la guerra hasta la primavera siguiente. Y cuando la Tercera República buscó finalmente condiciones para una negociación, esto fue repudiado por una república comunista en París, la cual juró seguir luchando. Si Hendersonestuviera escribiendo y estudiando hoy la Operación Libertad para Irak, se habría detenido sin dudas a mediados de abril de 2003 con los estadounidenses en Bagdad, y habría ignorado el largo e inacabado desenlace. Henderson era malo, pero de ninguna manera el peor. El Comité Británico de Defensa Imperial encargó un inmenso estudio de tres volúmenes acerca de la Guerra Ruso-Japonesa, el primero de los cuales apareció en 1911. Concluyó que la razón de que los japoneses no hubiesen sido capaces de conseguir una victoria decisiva sobre los rusos en Mukden, no había sido por la potencia de fuego rusa, sino por el deseo de los japoneses de “demostrar valentía”. Ya en ese entonces era claro que los británicos también habían adherido la doctrina francesa de la ofensiva a cualquier costo. Habría sido fantástico que estas historias operacionales con una visión tan estrecha hubiesen finalizado con la Primera Guerra Mundial, pero no fue así. La devoción del ejército británico al estudio de la Operación Goodwood, y la obsesión del ejército estadounidense con la Batalla de Bulge después de 1945, se pueden explicar como una búsqueda desesperada por descubrir los medios por los cuales la infantería no-mecanizada podría detener una ofensiva blindada masiva. Una segunda objeción a la historia militar, y que está estrechamente relacionada con la primera, era su ámbito tan restringido. Los eruditos británicos, estadounidenses, alemanes, y soviéticos, pudieron producir historias de la Primera y Segunda Guerra Mundial, concentrándose casi exclusivamente en las actividades de sus propios ejércitos, como si no hubiesen tenido aliados. Además, aunque los soviéticos, gracias a la disciplina de la teoría histórica Marxista, estaban mucho más conscientes de la importancia de la sociedad civil y de los aparatos logísticos, los británicos, estadounidenses, y alemanes, tendían a ver la guerra en términos de duelos personalizados, de modo que los generales se convertían en la personificación de sus ejércitos. Esta tendencia era particularmente marcada en las historias de la Segunda Guerra Mundial, en las cuales Montgomery y Rommel luchan en África del Norte, Manstein derrota a la ofensiva soviética posEstalingrado, Patton cruza el norte de Francia, y Eisenhower y MacArthur realizan sus cruzadas en Europa y el Pacífico respectivamente. Incluso, la mejor de las historias operacionales de la Segunda Guerra Mundial Defeat into Victory (De la Derrota a la Libertad) de Slim no es completamente inmune a la muy sutil pero muy real auto heroización del autor. El ver la guerra como una serie de duelos entre héroes nacionales era sólo una forma de esta visión restringida. Otra forma de historia militar – la historia de una formación o de una unidad – podía igualmente reducir más el enfoque. Este tipo de visión restringida fue (y es) particularmente marcado en Gran Bretaña, en donde el punto focal no eran los ejércitos, los cuerpos de divisiones, sino el regimiento – esa institución británica única, que es una mezcla entre un clan, una familia, una tribu, un club, y una asociación política. Los regimientos del ejército británico tienen sus propios museos, librerías, y sus propios archivos – algunos son muy grandes y extremadamente buenos – y sus propias historias, cuya publicación es apoyada por asociaciones de los regimientos que son muy influyentes y adineradas. Las historias de regimientos son esencialmente ejercicios de creación de mitos. No importa si la cantidad no es tan vasta – un anexo completo de la biblioteca de la Royal Military 36 Academy en Sandhurst está destinada a ellos – ni tan influyente. De esas historias de regimientos, sólo ocasionalmente emerge algo que se aproxima a una verdad objetiva, generalmente cuando se utiliza para ajustar cuentas. Les voy a dar un ejemplo, uno con el que la mayoría de ustedes está familiarizado. La única batalla más intensamente estudiada en la historia militar británica es la batalla de Darwin-Goose Green, que tuvo lugar en las Malvinas entre el 26-28 de mayo de 1982. La razón por la que ha sido tan intensamente estudiada, es porque dos asociaciones de regimientos llegaron prácticamente a las manos debido a la interpretación de la batalla – el Regimiento de Paracaidistas y el Regimiento de Devon y Dorset que tenían interpretaciones muy distintas de lo que había ocurrido en la batalla, una disputa que involucró a generales, y a partir de esto, emergió algo parecido a una verdad objetiva. La historia militar es imperfecta, pero a pesar de todas estas imperfecciones, siempre se ha considerado como una parte necesaria en la educación de los soldados. Es difícil pensar en un comandante de primer rango que no haya sido un estudioso serio de la historia militar. Hasta la generación actual, habría sido difícil encontrar oficiales superiores que no estuviesen familiarizados con los trabajos de Xenophon, Tacitus, y Julio César, las bases de una valoración de la historia militar, así como de muchos textos modernos. Esta afirmación es ciertamente válida para los ejércitos con los que estoy más familiarizado, los de Gran Bretaña y de la Commonwealth británica, los de Estados Unidos, y Alemania. Algunos generales han formado grandes bibliotecas durante toda su vida. Mi propia institución se ha beneficiado enormemente de donaciones de distintos generales y oficiales superiores de Wellington – Hill, Hardinge, Scovell, Napier – y muchos otros durante el siglo veinte – Haig, Rawlinson, Plumer, Wavell, Alanbrooke, Montgomery y Carver –quienes legaron sus bibliotecas militares personales a la Academia. También sé de muchas instituciones estadounidenses que se han beneficiado de la misma forma – West Point, la Citadel, y VMI que están entre las más conocidas. Una de las menores tragedias que ocurrió durante la liberación de Manila por los EE.UU. fue la destrucción de más de 4.000 volúmenes de la biblioteca de historia militar de Douglas MacArthur, que los japoneses habían conservado intactos como una atracción turística en el penthouse que él había ocupado en el Hotel Manila. Muchos generales han reconocido abiertamente la influencia que ha tenido la lectura de la historia militar en la conducción de sus campañas. Por ejemplo, el soldado británico más grande del siglo veinte, el Mariscal de Campo Lord Slim, escribió que sus intentos de contrataque a los japoneses durante la retirada de los británicos de Burma en la primavera de 1942, estuvo directamente inspirada por lo que había leído de Napoleón de la defensa del Norte de Francia en la primavera de 1814. Más recientemente, el General Norman Schwarzkopf agradeció personalmente al ex director del Departamento de Estudios sobre la Guerra en Sandhurst, el Dr. David Chandler, por su monumental obra Las Campañas de Napoleón; el estudio que lo inspiró a intentar llevar a cabo una operación, para envolver al ejército de Saddam en febrero de 1991, al estilo de la efectuada en Ulm. Hasta mediados del siglo veinte, la historia militar, tanto en su forma clásica como moderna, también sirvió como parte del proceso por medio del cual los estadistas y altos directivos fueron educados - o más bien, se educaron a sí mismos. La fascinación inicial de Winston Churchill por la historia militar, se convirtió en su amor para toda la vida, luego de ser estimulado por las clases de GFR Henderson, cuando era cadete en Sandhurst. Luego Churchill escribió muchas historias, incluyendo la monumental History of the English Speaking People (Historia del Pueblo Angloparlante) que es realmente una narrativa de las operaciones navales y militares que involucran a los pueblos de las Islas Británicas y sus colonias en ultramar durante 37 la mejor parte del siglo veinte. Está claro que el manejo de la crisis de 1940 por parte de Churchill estuvo bien documentada con el conocimiento que él obtuvo de la forma en que los líderes británicos manejaron crisis similares en el pasado, por ejemplo las de 1588, 1692, 1745, y 1805. En 1940 y 1941, su Ministro de Relaciones Exteriores, Antony Eden, también un lector voraz de la historia militar, buscó políticas para Europa oriental y sur oriental que recreaban las condiciones que dieron origen al conflicto entre la Prusia de Federico y la Rusia de Caterina en 1756, y entre el imperio alemán basado en la Prusia del Káiser Wilheim, y la Rusia del zar Nicolás en 1914. En este evento Eden recibió la gran ayuda de Adolfo Hitler, pero al menos Edén tuvo la imaginación histórica de saber lo que podría ser posible. Hasta este momento hemos descrito el estudio de la historia militar por parte de oficiales superiores y estadistas en el pasado, a la luz de hechos positivos. Sin embargo, sería erróneo pretender que dicho estudio no representó también muchos peligros. La mayor parte de las personas que han estudiado la historia militar han sido autodidactas, algunos de los cuales no han entendido la complejidad de lo estudiado, o lo han utilizado en forma tendenciosa. Por ejemplo, los generales británicos no han sido particularmente exitosos en comandar las guarniciones sitiadas. lo cual es sorprendente considerando el orgullo de los británicos en su capacidad de resistir tenazmente hasta el final. En 1916 el comandante que dirigió el ataque de los británicos en Mesopotamia, el General Townshend, se las ingenió para quedar rodeado en Kut el Amara, y resistió todos los intentos que lo persuadían a salir mientras el bloque de fuerzas turcas aún era débil. Como lector asiduo de la historia militar, Townshend, cuya carrera se había estancado, sabía que los comandantes de las guarniciones sitiadas recibían mucha atención de los medios, e intentó emular a Charles Gordon en Khartoum o a Baden Powell en Mafeking, quienes habían sido elevados a la calidad de héroes. Se equivocó, y fue forzado a rendirse a los turcos después de un siglo. El Teniente General Arthur Percival, comandante en la península malaya justificó su rechazo a permitir la construcción de fortificaciones en la costa norte de la isla de Singapur sobre la base de que su lectura de la historia militar lo había convencido de que el elemento más importante en la defensa exitosa de una ciudad era el mantenimiento de la moral civil, y que las fortificaciones serían negativas para ese propósito. Cuando el ingeniero jefe de Singapur Brigadier Ivan Simpson escuchó al general desarrollar este argumento, supo que todo estaba perdido. Los políticos y los estadistas son igualmente culpables de interpretar malamente las lecciones de la historia. En el verano de 1940, el Ministro de Relaciones Exteriores británico, Lord Halifax, defendió férreamente la paz negociada con la Alemania nazi, utilizando como precedente la decisión británica de aceptar un armisticio con Francia en 1802, ignorando al mismo tiempo la evidencia abrumadora de que Hitler y Napoleón tenían ideas muy distintas en cuanto al carácter sagrado de los acuerdos internacionales. Más recientemente, el Ministro de Relaciones Exteriores británico, Sir Douglas Hurd, discutió enérgicamente en contra de la intervención británica en los Balcanes, sobre la base de que todos los ejércitos del Eje que habían sido desplegados en la región a comienzos de los años ’40, habían sido destruidos. De hecho, los alemanes nunca desplegaron más de cuatro divisiones de rango relativamente bajo, y sufrieron bajas que a su vez fueron relativamente pocas con relación al Frente Oriental o Normandía. Los peores ejemplos de la mala utilización – en realidad del malentendido voluntarioso de la historia militar – no provienen de Gran Bretaña sino de Alemania. La obsesión de los líderes nazi por las campañas de Federico el Grande, particularmente el anus mirabilis de 1762, y el milagro de la Casa de Brandemburgo, les permitió tener la esperanza de una liberación, cuando todos los cálculos racionales indicaban que lo cuerdo era aceptar cualquiera de las condiciones que los Aliados estuviesen 38 dispuestos a ofrecer. De manera similar, los japoneses arrastraron su propia historia en el verano de 1945, y se consolaron con los “vientos divinos” que habían salvado a Japón en distintas ocasiones de la invasión de los mongoles y coreanos. Estos eran – y hasta cierto punto aún son – los problemas asociados con el estudio de la historia militar. Es por estas razones, que los historiadores de “primera línea”, trataron el tema con tanto recelo. Por un lado, resentían la influencia claramente demostrable de la historia militar. Por otra parte, ellos menospreciaban el rigor intelectual, o la falta de él, que era demasiado evidente, particularmente en los sectores más populares. Tal era la situación a comienzos de los ’60 cuando emergió esta disciplina de Estudios sobre la Guerra esencialmente nueva y resumió gradualmente lo mejor de la historia militar. El primer profesor de Estudios sobre la guerra en Gran Bretaña, Sir Michael Howard, decidió que como la guerra abarcaba toda la actividad humana, no había límites para sentar bases más amplias para esta disciplina. Él escribió “yo podía enseñar la historia de la guerra, que era todo lo que yo sabía, pero también recopilaba, y lo máximo posible, de otras disciplinas: Relaciones Internacionales, naturalmente; estudios estratégicos, un tema cuyo nacimiento se había precipitado por la invención de las armas nucleares; economía y ciencias sociales en general; derecho, internacional y constitucional; antropología; teología; de hecho, cualquier cosa que se me ocurriera y que pudiera ser de interés para estos profesionales. Si en esa época hubiesen existido estudios sobre la gente de color, sobre género, el homosexualismo, o los medios de comunicación, ciertamente también los habría adoptado ....” En efecto, lo que Howard hizo, fue cambiar el estudio de la guerra en un sistema de educación que lo abarcara todo. Desde comienzos de los años ’60 los cursos de Estudios sobre la Guerra han crecido en cantidad y han desarrollado su complejidad. Hoy en día, los Estudios sobre la Guerra son ampliamente reconocidos en Gran Bretaña, como un medio de entregar una educación ideal no sólo para el soldado, sino también útil para el administrador civil, el político, el periodista tanto del medio escrito como electrónico, y los capitanes del comercio y la industria. La amplia utilidad de los Estudios sobre la Guerra es el resultado de la amalgama de disciplinas que uno debe estudiar en cualquier curso. Examinaré lo que yo creo son los componentes claves, yendo de lo general a lo particular, mostrando como cada uno puede desarrollar sus capacidades intelectuales. Primero, el estudio serio de la guerra debe estar basado en el estudio del pensamiento militar, y cualquier estudio de este tipo expondrá a los alumnos a las ideas de los grandes filósofos, los creadores de los sistemas intelectuales, que pertenecen no sólo a la tradición militar en Europa como Nicolo Machiavelli y Carl von Clausewitz, sino también a las tradiciones militares de otras culturas, particularmente la del Asia Oriental, con el estudio de Sun Tzu y Mao Tse-tung. Al más alto nivel, la filosofía militar considera la naturaleza de la guerra, el proceso del empleo de la fuerza en todas sus formas para lograr objetivos políticos. El alumno aprende a pensar en la guerra como el empleo de una violencia estructurada u organizada, que debería ser racional, pero que está sujeta a emociones y pasiones violentas que amenazan constantemente con subvertir la racionalidad. Yo no creo que algún filósofo de la guerra lo haya definido más claramente que von Clausewitz, cuando desarrolló la idea de su notable trinidad, explorando la relación entre fuerza, voluntad, y racionalidad, o las fuerzas armadas, el pueblo, y el gobierno. Todos los estadistas, todos los administradores civiles, que están encargados de los asuntos de Estado deberían estudiar a Clausewitz y la trinidad, pero muy pocos lo hacen. Si el almirante Anaya la hubiese entendido, no habría subestimado de manera tan catastrófica la predecible reacción británica cuando instó a Galtieri a invadir las 39 islas Malvinas. Pero incluso quienes estudian a Clausewitz intensamente, lo pueden malinterpretar. Nadie es más culpable de esto que los estadounidenses. Muchos de ustedes habrán estudiado en los Estados Unidos, posiblemente en Carlisle o Leavenworth, y sabrán lo que quiero decir – los cursos de estudios sobre la guerra que se crean alrededor de Clausewitz – con un pobre entendimiento de lo que Clausewitz trataba de decir. Si Robert MacNamara hubiese comprendido la notable trinidad, no habría presionado a Lyndon Johnson para que se embarcara en la escalada en Vietnam, si Collin Powell lo hubiese entendido ........ pero luego pienso que quizá sí lo entendió! Los estudios sobre la guerra también involucran el análisis del reclutamiento, equipamiento, y sustento de las fuerzas armadas. Aspectos intrínsecos del tema son la administración de personal, y el manejo de la logística, dentro de las restricciones económicas y de mano de obra que están siempre presentes. Yo diría que una de las mejores introducciones al análisis de caminos críticos sería estudiar la forma por medio de la cual algunos ejércitos han empleado la flexibilidad e ingenuidad para evitar desastres logísticos. Siempre he admirado enormemente la pericia de los japoneses en Burma y en el Pacífico durante la Segunda Guerra Mundial, ya que fueron capaces de alimentarse y seguir luchando en ambientes en los cuales muchos otros soldados se hubiesen desesperado y deseado morir. El estudio de la logística y administración siempre arroja las mismas lecciones – si uno no planifica y prepara en profundidad, quizá salga indemne, pero probablemente no. El éxito en las operaciones requiere de una capacidad de multiplicación en el abastecimiento, no sólo de pertrechos, sino de transporte y mano de obra entrenada para mantener toda la maquinaria de la guerra moderna. Los desastres logísticos más espectaculares del siglo veinte, el de la Wehrmacht en Rusia en el otoño de 1941, y el 8º Ejército de los EE.UU. en Corea en el otoño de 1950, fueron esencialmente el resultado del envío de columnas mecanizadas a territorio enemigo con muy pocos mecánicos y talleres para vehículos. En ambos casos el remedio estaba en los programas de entrenamiento para producir personal con las habilidades necesarias. Los graduados de los cursos de guerra se horrorizaron hace diez años cuando los graduados de las escuelas de negocios angloamericanas comenzaron a ensalzar las virtudes del sistema de abastecimiento de la empresa Toyota, la ahora célebre logística del “Justo-a- Tiempo”. Este concepto se introdujo a la fuerza en los ejércitos estadounidenses y británicos, a pesar de las protestas de los más vehementes, y el resultado se vio en la primavera de 2003 frente a un ejército estadounidense que carecía de la infraestructura logística para restaurar los sistemas básicos en Bagdad. ¡Si tan sólo los defensores del “Justo-a-Tiempo” hubiesen tenido la oportunidad de ampliar y profundizar sus conocimientos en un curso de Estudios sobre la Guerra. Los Estudios sobre la guerra también nos dicen mucho acerca de cómo pueden crecer los cuarteles generales, y como se pueden tomar decisiones. Es una ley de la naturaleza que todas las burocracias tienen la tendencia de aumentar su tamaño, pero algunas han crecido en forma desproporcionada de la noche a la mañana debido a la falta de control y de un clima político favorable al crecimiento. Los Cuarteles Generales de comando de Mountbatten en el Sudeste de Asia, por ejemplo, crecieron desde unos pocos cientos en septiembre de 1943, a más de 7.000 en septiembre de 1944; en tanto los cuarteles generales de división duplicaron su tamaño entre la operación Tormenta del Desierto en 1991, y la Operación Telic en 2003. Tal como los Cuarteles Generales SEAC hace sesenta años, nuestros modernos cuarteles generales son lugares muy atareados, aunque el rendimiento real pareciera ser el mismo. 40 El análisis del liderazgo es también intrínseco al estudio de la guerra .... el tipo de cultura que un comandante trata de crear dentro de la organización, y su capacidad de tomar decisiones inteligentes aun cuando se encuentre bajo presión extrema. He conocido funcionarios públicos y CEOs particularmente interesados en este aspecto de los Estudios sobre la Guerra. Por más difíciles que puedan ser las situaciones que ellos enfrentan, son insignificantes comparadas con las presiones a las que se ven sometidos los oficiales en las operaciones. Ellos admiran los ejemplos en que se expresa la habilidad para centrarse en lo más esencial, en situaciones en que apremian presiones y ansiedades. Y estos ejemplos pueden ser de comandantes que serían exitosos como Wellington en Salamanca, cuando se dio cuenta en una fracción de segundo, que las divisiones francesas en su frente ya no eran capaces de proporcionarse apoyo mutuo, y que tenía una ventana de tiempo de treinta minutos para destruirlas. O de comandantes que fracasaron gloriosamente como Napoleón en Waterloo, quien cuando fue informado que Blucher estaba a sólo una hora de marcha de su flanco izquierdo, anunció calmadamente que iba a luchar contra los británicos como si los prusianos estuvieran en la superficie de la luna. Los Estudios sobre la Guerra no tienen relación solamente con la conducción del comando a nivel táctico y operacional. Desde el comienzo de los “problemas” en Irlanda del Norte, hemos estado cada vez más conscientes de la importancia de las acciones de los comandantes de pelotón, e incluso de los comandantes de sección. Quienes hayan estudiado en Gran Bretaña habrán escuchado el término “Strategic Corporal” (cabo estratégico), un reconocimiento al hecho de que en el ambiente creado por los medios de comunicación modernos, las acciones de un solo soldado pueden tener un efecto que hagan tambalear a un gobierno. Este efecto está haciéndose cada vez más pronunciado, como lo confirman las actuales operaciones en Irak. En respuesta a ello, la mayoría de los cursos de Estudios sobre la Guerra tienen actualmente componentes de medios de comunicación. Hace diez años, Sandhurst tomó el liderazgo en este aspecto en Gran Bretaña, popularizando el término operaciones de los medios de comunicación, e inventando los términos “medio ambiente de los medios” y “flanco de los medios”. Por supuesto que los Estudios sobre la Guerra también involucran la historia militar táctica y operacional, acerca de la cual ya he hablado. Existe un aspecto del estudio de la historia militar que es peculiarmente efectivo al tratar de transmitir las lecciones esenciales de una operación en una forma tal que es siempre entretenida, instructiva, y lo mejor de todo, inolvidable. Las salidas de la plana mayor y los recorridos por el campo de batalla fueron iniciados por el Estado Mayor prusiano en el último tercio del siglo diecinueve con propósitos estrictamente profesionales. En Gran Bretaña hoy en día estamos inundados de solicitudes de líderes de negocios, funcionarios públicos superiores, políticos, y muchos otros, para expandir nuestros programas de excursiones al campo de batalla. Ellos reconocen que estas salidas son un excelente vehículo para impartir las lecciones esenciales de liderazgo y manejo en un ambiente en el cual han ocurrido hechos reales. También son excelentes vehículos para la formación de equipos. De hecho, cuando vuelva al Reino Unido una de las primeras cosas que tengo que hacer es salir con los CEO de la Asociación Internacional de Presidentes a los campos de batalla de Normandía. En los últimos días he tenido la oportunidad de visitar la Academia de Guerra, revisar su malla curricular, y hablar con sus profesores. Puedo darme cuenta de que ya están haciendo estas cosas. La Academia de Guerra de Chile está entregando una educación que va a beneficiar a los líderes y a los líderes potenciales de cada sector de la sociedad chilena. Ninguna otra disciplina entrega una educación tan amplia como el estudio de la guerra llevado a cabo adecuadamente. Nosotros hemos comenzado 41 una relación entre la Academia de Guerra de Chile y Sandhurst. El próximo año, Chile enviará a un cadete a Sandhurst, y espero que muy pronto los cadetes de Sandhurst vengan a Chile en su viaje de estudios. Tal como dijo el coronel Béjares, Chile tiene realmente montañas que los van a poner a prueba. También espero que pronto veamos los intercambios académicos entre la Academia de Guerra y Sandhurst. Señoras y señores, espero muy sinceramente que esta noche sea sólo el comienzo. 42 RELACIÓN ENTRE LA HISTORIA MILITAR Y LOS CONFLICTOS. Dr. Cristián Garay Vera El autor transita por un profundo recorrido histórico para explorar la especificidad de la Historia Militar y el diálogo interdisciplinario entre la Historia y las Ciencias Sociales. Presenta las perspectivas centrales sobre los beneficios de la historia en la formación del conductor militar y las áreas de estudio, que como centro tienen la guerra y dentro de ella el combate; temáticas que han evolucionado hacia aspectos de la paz y otros enfoques como el que presenta Keegan, quien hace hincapié en el hombre en combate. En el proceso se ha revalorizado al sujeto humano, imposible de disociar de la política. En el texto se observa que en la medida en que se ha consolidado la integración de teorías de sicología, ciencia política, y relaciones internacionales con la historia, se ha consolidado un diálogo entre la Historia y las Ciencias Sociales. De este modo entonces, la Historia Militar ha evolucionado hacia el estudio de las consecuencias de la historia política y de su forma más violenta, el conflicto. Sumario. Considerada por largo tiempo apenas un apéndice de la historiografía, la historia militar suscita dudas respecto de su estatus. Hay quien, despectivamente, la compara a la relación entre la música y la música militar, reducida a marchas y retretas. Por ello la historiografía, es decir la producción de historia como narración crítica, y ya no como saber erudito, ha sido mirada siempre con sospecha. Actitud que nace del propósito instrumental que para la profesión militar tiene la historia afín, como una pequeña “ciencia de laboratorio”, donde hasta antes de la simulación computacional, se entrenaban los oficiales en las complejidades de las operaciones bélicas. Bajo esta mirada hemos querido aproximar el problema de este artículo. Es decir, cómo el estudio de los conflictos puede hacerse desde la historia militar, y cómo la narración clásica, destinada a ensalzar al caudillo, ha cedido paso a visiones más cercanas a una historia colectiva. En la historia militar los usos de la historia como supuesta experiencia se han desvirtuado en la medida que se convirtió en campo de debate de los estrategas. La visión del positivismo, la presión de las visiones científicas, ha hecho que la historia sea uno de los instrumentos más adecuados para analizar los conflictos, si bien se reconoce que lo específico militar nace de un conocimiento técnico acerca de cómo conducir unidades y comprender la maniobra correctamente. Pero la narración histórica ha sufrido cambios y embates. En el curso del siglo XX la historia militar dejó de ser considerada por los especialistas y sólo ha recuperado su peso a través del aporte de revisionistas que se dieron cuenta que la exclusión de la historia política y militar y las biografías generaba un vacío llenado sólo a medias por las restantes ciencias sociales. Como tal, la historia militar ha dejado de ser un coto cerrado de especialistas militares, y ha aceptado un diálogo con las demás ciencias sociales sobre la regularidad, anticipada por las leyes de la estrategia. Actualmente, la historia militar ha renacido, como parte de un proceso que busca reivindicar la acción humana en los procesos históricos en el corto y mediano plazo. 43 El estudio de los conflictos Hace ya largo tiempo se ha instalado la tesis que el estudio de los conflictos requiere sobretodo una aproximación sociológica. Esto tiene que ver, indudablemente, con el prestigio de una exégesis que manifiesta que los fenómenos sociales tienen regularidades y que de aquellas se pueden deducir leyes o estadios del comportamiento. Por lo demás la base positivista de esta argumentación es la misma que dió origen al desarrollo moderno de las ciencias y especialmente del área científica. En este sentido la sociología ha derivado en dos grandes líneas: una de tendencia francesa y continental, que argumenta mediante prototipos o modelos, cada uno con su casuística. La otra, la anglosajona, que privilegia la base numérica como base de sus interpretaciones y que ofrece una visión pragmática como en Lewis Coser. Modernamente el intento por constituir una “ciencia del conflicto”, una polemología, debido a la pluma de Gastón Bouthoul (1953), ha estado signado por la determinación de identificar modelos que puedan ser útiles al cientista político y al conductor con base científica. Lo que importa es la frecuencia y las características de los conflictos. Estos son tipificados y jerarquizados hasta alcanzarse ciertos grados de convicción respecto de su entidad. Para Bouthoul la polemología es el estudio de “fenómenoguerra” que tiene por rasgos el carácter colectivo, el elemento subjetivo, la intención, y el elemento político –la organización-. El fenómeno sería la guerra, definida como “una lucha armada y sangrienta entre agrupaciones organizadas”. De hecho, la convicción inversa suele surgir entre los historiadores de escuela clásica. John Keegan, en su Máscara del Mando, hace notar varias veces lo específico de cada hecho histórico. “Soy un historiador, no un investigador social, y soy, por tanto, libre de creer que el mando de una época y un lugar determinado pueden no parecerse a ningún otro”. El problema de la singularidad versus la regularidad ha sido la piedra de tope en el diálogo interdisciplinario de la Historia (historiografía) con las Ciencias Sociales. Fernand Braudel, adalid de la Escuela francesa de los Annales, ha hecho notar que el límite para muchos historiadores está en salir de lo singular, en tanto que para los sociólogos la inutilidad (sic) de la historia consistiría precisamente en no ser capaz de entregar reglas o regularidades. Pero el propio Braudel argumenta que si bien el hecho es singular, hay un contexto de regularidades. Esto lo han sabido por cierto los historiadores militares antes que el resto, porque los historiadores han sido sistematizados por los estrategas, en su afán –imbuidos del modelo positivista- por encontrar reglas de la guerra. El objetivo de los estrategas “es reducir el fenómeno caótico de la guerra a un sistema de factores esenciales lo suficientemente escaso para establecer un pensamiento ordenado a su propósito”. La explicación de esta colonización de las generalidades es producto que, como dice Braudel, no hay una historia monolítica, sino muchas miradas y procedimientos. La historia, ¿maestra de vida? Una de las primeras justificaciones de la historiografía fue su aparente carácter modélico y ejemplarizador. De hecho fueron los griegos los que crearon el concepto que la historia era maestra de la vida. Este concepto modernamente reacuñado por el filósofo Georges Santayana en la forma de los pueblos que repetían su historia están condenados a repetirla, en realidad se avenía con la íntima conciencia que la historia se repetía y que la vida colectiva se regía por ciclos incesantes. 44 De todas maneras es indudable que la historia militar tiene un modelo inequívoco en Jenofonte (430-355 A.C.), autor de Anábasis, la historia de la retirada de los 10.000. Pinto Cebrián puntualiza que su relato de diario de campaña, “fue el modelo de Alejandro el Magno, Escipión el africano”, y obra de consulta por autores militares y políticos de los siglos XVII y XVIII.7 Jenofonte dio al relato una descripción del espacio geográfico, la organización militar, mandos, planes y decisiones, táctica y logísticas, máximas y consejos, de los que emergía la ejemplaridad del texto. Importantes autores de este tipo fueron también Heródoto de Halicarnaso (490 –424 A.C.) y Polibio (210-128 A.C.). También la historia mítica fue parte de la épica, que fundamentó tradiciones nacionales en toda Europa e incluso en países como India. El valor de la historia como experiencia de vida fue un tópico corriente durante siglos y en tiempos aún muy cercanos del siglo XX el filósofo alemán Hermann Schneider en su obra Filosofía de la Historia, llamó a la historia “maestra de todos" y argumentó que permitía conocer la vida humana y las leyes que la regían. Bajo esa premisa la historia, como fuente inspiradora de ejemplos y forma de evitar errores, fue considerada una forma de educación o instrucción. Especialmente entre los militares, que desde antiguo recalcaron el poder benéfico que para la formación del conductor militar era conocer la historia. Napoleón, por ejemplo decía “Leed, releed las campañas de Alejandro, Aníbal, César, Gustavo Adolfo, Turena, el príncipe Eugenio, Federico y modelaos sobre ellas. He aquí el único medio de llegar a ser gran capitán, y de sorprender los secretos del arte de la guerra”. No menos pensaron los modernos impulsores del método prusiano. Clausewitz decía en su obra fundamental, de La Guerra, que “Los ejemplos históricos aclaran todo y son la prueba de mayor fuerza en las ciencias experimentales”. Hindenburg a su vez afirmaba que “No hay otro maestro mejor, para la conducción de los ejércitos, que la Historia de las guerras”. Por ello no hay que extrañarse que Vicente Martínez manifestara finalmente, “un oficial de guerra necesita estar en absoluto compenetrado de todo lo que concierne a la profesión –compenetración de erudito, no de aficionado- lo que no llegarán a lograr, jamás sin el conocimiento profundo de la Historia Militar”. En 1916, en las páginas del Memorial del Ejército, el entonces Teniente Coronel Francisco Javier Díaz Valderrama, Jefe de la Sección Historia, hizo explícito significado de la historia militar en un artículo. “La historia de la guerra es la más alta y la más importante de todas ciencias militares en que se funda el arte de la conducción de las tropas”. “Ella comprende la aplicación de la estrategia, de la táctica, de la fortificación y del conocimiento de armas; ella es la única que permite un juicio sobre la organización militar de los pueblos en lucha, suministrando así una colaboración importante a la historia de la civilización”. “En este sentido, la historia es una fuente de provechosas enseñanzas, pues de las guerras pasadas pueden hacerse deducciones de orden táctico y estratégico; pero en esto es preciso proceder con las mayores precauciones, porque las experiencias obtenidas en circunstancias completamente diversas a las actuales muy rara vez se pueden adaptar a lo que existe en el tiempo presente. Por otra parte, con frecuencia no es este el aprovechamiento directo de la historia de la guerra como generalmente se cree”. 45 A diferencia del general Díaz, Martínez no pretende escribir ni hacer historia, sino conocerla. Esta dimensión de distinguir las lecciones de la historia es quizás reflejo de esa vieja concepción griega de la historia como maestra de la vida11. No se pretende, en suma, que el oficial sea un competente historiador militar, sino que lea correctamente y conozca en detalle aquella. Esta discrepancia nos parece fundamental, ya que la historia militar se ha justificado más por sus usos y lectores, que por su naturaleza y especificidad. La historia militar la pueden hacer, por cierto, militares y civiles, pero lo específico de su utilidad social ha recaído tradicionalmente como un medio pedagógico en la formación de los oficiales. Por otra parte se suele confundir el aprendizaje de la historia militar con hacer historia militar. Uno es objeto de la erudición; el otro de la historiografía. Por ello el cultivo de la historia militar ha tenido pues un carácter esencialmente expositivo y divulgativo. Aunque existió dentro del Estado Mayor General del Ejército (EMGE), dependiente del Sub Jefe del mismo, la Sección Historia, una tendencia en contrario, lo tradicional era la conservación de la memoria institucional, no obstante que podía redactar hechos históricos, “de acuerdo con el material que proporcionaba el archivo”. Sólo modernamente ha surgido la intención de hacer historia militar, de acuerdo a las reglas de la disciplina, decisión expresada en el proyecto de crear el Departamento Historia Militar. Enfatizando las cuestiones que tienen que ver con la coherencia interna y externa del documento, con la posición del historiador, y con los materiales y fuentes que hoy se disponen para dar una mirada variada al pasado. La historia militar La definición canónica de la Academia de Guerra de Chile ha sido sintetizada por el entonces Mayor Vicente Martínez Aranda en sus apuntes de clases, editados bajo el título de Introducción al Estudio de la Historia Militar, “La Historia Militar se deriva de la Historia General, esa rama del saber humano que narra y expone los acontecimientos memorables del pasado, en especial aquellos que se relacionan con la existencia de los hombres”. En rigor no es distinta a la disciplina que cultivan los especialistas. El General F.F.C. Fuller, autor de la monumental obra Batallas decisivas del mundo occidental (1953) hace notar que la guerra –ese “apasionado drama” segúnJomini- es inseparable de la historia humana: “No existe un sólo período en la Historia libre por completo de guerras y muy raramente ha transcurrido más de una generación sin que se produjera algún grave conflicto”.16 Si algo distingue a la historia militar es su primera especificidad de narrar conflictos militares y de dar a sus jefes y combatientes una centralidad en el relato. Tanto es así que resulta difícil a veces distinguir qué es la historia militar, pues sería semejante a la historia eclesiástica, marítima, empresarial o sindical, es decir primeramente historia y accidentalmente militar. Lo militar en este caso añadiría conocimientos tácticos, estratégicos, logísticos y de armas y equipos. Pero la autonomía de la estrategia ha hecho muchas veces a la propia historia militar dependiente del análisis estratégico, lo que ha venido a introducir otro elemento. Esto no ha ocurrido en cambio con la táctica o las armas o equipos militares, que parecen asimilables por observadores de otras vertientes profesionales. Lo estratégico ha sido, pues, coto cerrado de los historiadores militares, más que de la propia historia militar. 46 Finalmente, Pinto Cebrián (1992) ha precisado que la historia militar suele fijar tres aspectos del conflicto en su estudio: el origen (causa-efecto); el hecho bélico (el durante); y los resultados-efectos (el después). Del mismo modo, los historiadores militares actualmente dan casi la misma importancia que a las operaciones mismas al contenido político de la guerra, es decir cómo y por qué se originó. La fase heroica El centro de la historia militar es la guerra y dentro de ella el combate. A finales el siglo XIX Charles Ardant du Picq (1821-1870), resumió el propósito de su obra fundamental, diciendo que “Estudiamos, pues, al hombre, dentro del combate, ya que es el quién lo realiza en la realidad”. Modernamente, el énfasis en aspectos de la paz y otros enfoques, han promovido trabajos como los de Keegan, que hacen hincapié en el hombre en combate. En sus libros El rostro de la batalla y ejércitos en Normandía, recalcó el trance del individuo en el campo de batalla como eje de su relato. Pero el asunto no paraba en ello, pues la convicción fundamental que asistía a estos historiadores de la guerra, era que se trataba de un fenómeno no sólo inevitable sino acorde al progreso humano y muestra de la vitalidad de un pueblo. En una época en que como en Thomas Carlyle se exaltaba el individualismo y la voluntad de vencer, como una muestra de la inevitable selección de los mejores. Lógicamente, mirados desde el siglo XXI estas frases resuenan como apologías de la guerra, insostenibles lo mismo que la eugenesia, el racismo o el darwinismo social. Ejemplo moderado de la actitud antes mencionada, Francisco Villamartín, autor español, en un excelente tratado sobre el combate antiguo, no dejó de advertir que en su concepto, “la historia de la guerra, es la historia de los pasos adelante que el mundo ha dado, y para dar esos pasos ha sido precisa la función de todos los elementos constitutivos de la sociedad”. En la sociedad antigua, “había guerreros pero no ejércitos, faltaba el Estado y faltaban los órdenes tácticos”. Por ende la historia de la civilización era la historia de la guerra y del Estado como modelo de organización social. “Examinando el arte militar en cada uno de estos dos períodos (griegos y romanos) le vemos con el distinto carácter que le imprime el estado de la sociedad, y nos convencemos una vez más de las íntimas analogías que existen entre el progreso del arte (militar) y el progreso social”. En este mismo sentido se incluye la sentencia que la contemplación de la historia confirma la existencia de los ejércitos, como lo dice al examinar la historia militar el general Díaz Valderrama, “mediante el estudio de la historia nos convencemos de la necesidad de los ejércitos fuertes, bien armados y equipados; y con la contemplación de los grandes hechos despertamos en nosotros mismos el deseo de igualarlos o superarlos. De esta manera, dicho estudio libera el ánimo del peligro de las preocupaciones que ocasionan las pequeñeces del servicio y despierta el honrado entusiasmo por la profesión militar...”. La simulación Fueron las mallas docentes las que fijaron el rol de la historia militar en la formación militar. De hecho, el cultivo de la historia militar fue paralelo al desarrollo de los “juegos de gabinete” (de Guerra o Kriegspiel) que tradujeron en certeza la falta de experiencia militar. Sin guerras o experiencias concretas de conflagración, el conocimiento de historia militar, lo mismo que de la geografía física, se volvieron más y más imperiosos en el transcurso del siglo XIX. 47 En la formación del oficial de Estado Mayor el requisito pedagógico relacionado con la historia fue estimado esencial para una correcta comprensión de la ciencia de la guerra. De la historia emergían las tipologías como el repliegue, el combate dilatorio, etc. estrechamente ligadas al desarrollo de la estrategia. Si el ajedrez, los soldados de plomo o similares artilugios fueron privilegio de príncipes y nobles, el juego de la guerra sistematizado por la Escuela de Estado Mayor prusiana, fue sometido a reglas que permitieran en paz, reproducir las exigencias de una campaña y una guerra. En el caso chileno el primer texto docente de historia militar, debido a los generales Emilio Korner y Jorge Boonen, Estudios sobre historia militar (1887), manifestaba sin ambages: “La historia es la base de toda ciencia militar; los principios sobre que ésta se funda están deducidos de las campañas de los grandes capitanes, y su estudio, por consiguiente, constituye el único medio, como lo dice Napoleón, de sorprender los secretos del arte de la guerra”. En consecuencia, no es extraño que la historia militar tuviera un lugar importante en la formación docente, no tanto como generación de conocimiento nuevo, sino como transmisión y fuente de análisis militar. Los nuevos rumbos La historiografía militar tendió, igualmente, a la exaltación de las glorias nacionales, interviniendo de modo decisivo en las imágenes que cada Estado promovió para situar a su Estado. Bajo esta perspectiva, la nueva historiografía militar, usando nuevas metodologías, se abrió en los años 30 en Universidades como Oxford, Cambridge y Princeton, haciendo del intercambio de la historiografía con otras disciplinas su sello característico. A ello contribuía además la personificación de la historia militar, sobre todo en la narración de la II Guerra Mundial, donde los líderes de cada campaña eran mostrados en razón de estudios nacionales. Duncan Anderson, ha manifestado que “ver una serie de duelos entre héroes nacionales era sólo una forma de esta visión restringida”. El Reino Unido disponía de otra variedad tribal, que eran las historias regimentales, donde todo giraba en torno a la documentación de una unidad, que tejía una compleja serie de convenciones para sus miembros. Algo similar sucedió en el continente europeo. En Francia el impacto de la Nouvelle Histoire, si bien acrecentó el diálogo con las Ciencias Sociales, expulsó del trabajo universitario la corta duración. Con ella salieron las biografías, la historia política y militar. Los acontecimientos de carácter bélico se restringieron para analistas militares sin mayor contacto con las universidades. Para este último ámbito la consecuencia fue su ausencia en el ámbito académico y su reducción a instituciones muy precisas por ejemplo en el Reino Unido, quedó reducida a la Academia Militar de Sandhurst y al Kings College de la Universidad de Londres, bajo el nombre de “Estudios de la Guerra”. Sir Michael Howard creó en los 60 los “Estudios sobre la Guerra” que incorporaban la historia militar, sobre la base de los estudios de la guerra, a los que interrelacionó con derecho, ciencias sociales, estrategia, economía, antropología, teología y estudios internacionales. A esto habría que añadirse que la importancia de la épica como fuente histórica, que fue usada a pesar de sus problemas como material histórico. Fue el caso del Mío Cid Campeador, que contiene mucha información militar de la época. 48 Actualmente los estudios sobre la guerra se componen del estudio del pensamiento militar; el reclutamiento, equipamiento y sustento de las fuerzas armadas; los estudios sobre el ejercicio de comando y liderazgo en todos los niveles; historia táctica y operacional. Con todo hay que considerar que este reciente auge de la historia militar contrasta con el aislamiento de la misma en buena parte del siglo XX. “La historia militar es imperfecta, pero a pesar de todas estas imperfecciones, siempre se ha considerado como una parte necesaria en la educación de los soldados. Es difícil pensar en un comandante de primer rango que no haya sido un estudioso serio de la historia militar”24. Del mismo modo, muchos conductores usaron ejemplos y estudios de la historia militar para sus propias campañas: el mariscal Slim se inspiró en la defensa del norte de Francia en 1814, para efectuar contraataques a los japoneses en la retirada de Birmania. El general Schwarzkopf se inspiró en el libro de David Chandler, Las Campañas de Napoleón, para planificar el envolvimiento del ejército iraqí en febrero de 1991, inspirado en la batalla de Ulm. Pero igualmente tanta multiplicidad ha desviado la atención respecto del núcleo de la historia militar: el comportamiento del hombre en combate. Es que la historia militar sufrió directamente el embate de la Nouvelle Histoire que desautorizó la historia militar como militarista, masculina, etnocéntrica (occidentalizada) y radicada en el corto tiempo –un periodo de apenas 40 días- que desechaba de su mirada. La NH sólo aportó a la historia militar la revitalización del concepto de visión de mundo, que ha hecho fortuna en los cambios de paradigma militar. Pero sólo en los 90 ha venido a revalorizarse con estudios acerca de la incompetencia militar, de la constitución de la hegemonía occidental en el terreno militar, y del liderazgo militar con relación a otros tipos de liderazgo. Regan, Parker y Keegan son los nombres señeros en este aspecto. Por su parte hay que tener en cuenta el desarrollo autónomo de la historia naval y de la guerra aérea. La primera de ellas tiene una larga data y estudios pormenorizados de la estrategia, campañas y batallas navales. Aunque no siempre incluida en la historia militar, lo cierto es que la historia naval sobre todo tiene un status propio, ligado a las peculiaridades del combate marítimo, y tiene un pensamiento estratégico propio, ejemplificado en Mahan. Ahora bien. ¿Qué rol juega actualmente la relación entre el conflicto y la Historia Militar? Nos parece que en tiempos de multidisciplinariedad se ha consolidado un diálogo entre la Historia y las Ciencias Sociales que ha acentuado la integración de teorías de la sicología, la ciencia política o las relaciones internacionales –entre otras-, con la historia. La mayor novedad ha sido la inclusión y discusión de hipótesis. Otro ha sido el mayor relieve a los sujetos olvidados de la guerra: en vez de los capitanes, los soldados; en vez de las grandes estrategias, la dura lucha por sobrevivir el día a día. Si bien los historiadores en general, no sólo los militares, mantienen su posición de considerar cada situación como única, es cierto que se han ido allanando a considerar tipologías emanadas de la ciencia política y la sociología, actitud ya asumida por los historiadores militares por su largo contacto con las teorías estratégicas. Si bien puede asumirse que hay un cierto grado de singularidad en la experiencia, por ejemplo, de la vida en las trincheras en los años 1917 y 1918, se acepta que hay modelos de combate más o menos similares y estrategias que tienen una misma matriz. El combate entre la generalización y la singularidad ha marcado los desencuentros entre la Ciencia Social y la Historia, pero en el caso de la historia militar ha permitido aplicar al estudio de casos, que normalmente no admite generalizaciones, una cierta tendencia o matriz. A la inversa, el estudio en el tiempo (histórico en lenguaje vulgar), aún a veces sin una investigación propiamente original de fuentes, se cierne como una 49 posibilidad para el cuentista social que busca probar una hipótesis. A la inversa, el historiador sólo procede con documentación y le cuesta admitir generalizaciones. Pero entre medio de este bosque de posibilidades y alternativas es claro que la historia militar tiene convenciones propias. Si en los años 60 fue fruto del ataque – lo mismo que la historia política y la biografía- de los ataques inmisericordes de la Nouvelle Histoire que sólo reconocía como genuinamente histórica la larga duración aplicada a los ciclos económicos, las civilizaciones y los modos de vida en los 90 ha venido a revalorizarse al sujeto humano, sometido a una media cronológica bastante más exigua, en el corto plazo. Han reaparecido las biografías, con elementos tomados también de la sicología y de la ciencia política (el liderazgo); la historia militar y la historia política. En ese punto estamos, en la bienvenida del tiempo corto y de las dimensiones no tan monumentales que nos propusieron los promotores del estudio de las estructuras y las formas de civilización, que hablaban de cientos de años para estudiar los grandes procesos. En este aspecto, y retomando nuestra preocupación esencial, es evidente que el retorno de la historia militar, es el retorno del sujeto a las lides historiográficas, y es un sujeto que -guste o no- es imposible de disociar de la política, ya que el origen del conflicto, como lo enseñan todos los grandes estrategas, surge de la política y no de la milicia. En suma, estudiamos la historia militar para entender las consecuencias de la historia política y de su forma más virulenta, el conflicto. Para ello hemos transitado desde las formas apologéticas, la historia nacionalista o étnica, y de la apropiación de la estrategia de la historia militar, a un campo más diverso, donde el sujeto humano y el corto tiempo tienen su validez. Por ello, en suma, se puede hablar de historia militar en un contexto académico, contexto del que había salido hace unas décadas atrás, merced a una crítica integral de la historiografía al uso. 50 DE LA GUERRA Y SUS CAUSAS “Muchos desearíamos eliminar la guerra o al menos controlar sus destructivas consecuencias, pero ello requiere que primero entendamos sus causas” Jack Levi EL FENOMENO DE LA GUERRA Y SU ESTUDIO Cada día, los periódicos y la televisión reportan que la actividad humana se mueve alrededor del uso de la fuerza para zanjar las disputas. Desde 1945 no ha habido un solo día sin guerra. No es sorprendente que mucha gente asimile la política mundial con violencia. Aunque tribus, imperios y Estados han sostenido guerras por milenios, ha evolucionado en forma creciente la moda de sugerir que el término de las guerras internacionales está a la vista. Muchos han pensado que el desarrollo de armas nucleares y de sistemas de lanzamiento intercontinentales han hecho a la guerra tan destructiva como obsoleta en cuanto a instrumentos de la política nacional. Esta no es la primera vez, sin embargo, que prominentes estudiosos e intelectuales han pronosticado el fin de la guerra durante este siglo. La creencia fue difundida antes de la Primera Guerra Mundial, cuando se pensó que los costos económicos de la guerra habían llegado a ser tan grandes que ésta ya no era más un instrumento racional de la política de Estado. Aunque la frecuencia de las guerras internacionales fue, en todo caso, mayor que durante el período del desarrollo de las armas nucleares Cuando se produjo “La Gran Guerra”, fue, al menos para WOODROW WILSON y muchos otros norteamericanos, “La guerra para terminar con todas las guerras”. Puede que haya habido una “larga paz” después de la Segunda Guerra Mundial, pero está “paz” estuvo confinada a las grandes potencias, mientras que gran parte del denominado Tercer Mundo estuvo comprometido en guerra. Aun el peligro de una guerra nuclear no evitó que las Grandes Potencias se comprometieran en una costosa guerra armamentista; intensa conducta competitiva en todos los niveles y ocasionales crisis internacionales, con riesgos de una escalada a una catástrofe nuclear. Más aún, muchos sostienen que la rivalidad entre Estados Unidos y la Unión Soviética influyó directamente en los altos niveles de conflicto en el Tercer Mundo y que muchas guerras menores fueron esencialmente conflictos bélicos por encargo, para favorecer los intereses de las superpotencias. Esas y otras consideraciones llevaron a algunos a esperar que el término de la Guerra Fría reduciría la frecuencia de las guerras internacionales en el mundo. Aunque esas esperanzas fueron hechas pedazos por la invasión de Irak a Kuwait y la Guerra del Golfo Pérsico. La decisiva derrota de Irak llevó a muchos a pronosticar el comienzo de una nueva era y una generación de paz. Este “nuevo orden” ha hecho muy poco por prevenir confrontaciones raciales en Bosnia o guerra entre repúblicas de la ex Unión Soviética; sin embargo, de hecho, el término de la Guerra Fría ha experimentado un aumento más que un descenso de la frecuencia de las guerras internacionales. Por ahora hay esperanzas de que las dramáticas negociaciones de paz en el Medio Oriente puedan terminar con el ciclo de violencia en, al menos una de las áreas más críticas del mundo. Podemos esperar que los optimistas estén 51 acertados esta vez, pero no debemos olvidar que la historia no ha sido favorable a los pronósticos del término de las guerras mundiales. Puede que hayan cambiado las áreas del mundo en que la guerra es más probable y los tipos de Estados que son más proclives a ella, pero existen pocas evidencias para sugerir que la guerra misma dejará pronto de existir como un patrón regular de esas guerras, a la luz del incremento de sofisticados sistemas de armas, disponibles para muchos Estados del mundo y la posibilidad real de la proliferación de sistema de armas químicas, biológicas y nucleares. Aunque filósofos, historiados, teóricos sociales y otros han intentado entender por qué ocurren las guerra, desde que TUCÍDIDES relató las Guerra del Peloponeso, entre Esparta y Atenas, aproximadamente veinticinco siglos atrás, no ha emergido ningún consenso para responder a esta vital interrogante. Algunos estudiosos argumentan que las causas subyacentes de la guerra pueden encontrarse en la estructura del poder y alianzas en el sistema internacional o en la forma en que la estructura cambia en el tiempo. Otros, encuentran las raíces de la guerra en factores internos del EstadoNación de tipo político, económico, social y psicológico. IMMANUEL KANT y muchos teóricos liberales argumentan que los regímenes democráticos son inherentemente pacíficos, en tanto que los regímenes autoritarios son más proclives a la guerra. Los Marxistas, Leninistas argumentan que la guerra resulta, principalmente, de la tendencia de los Estados capitalistas a expandirse en busca de mercados externos, oportunidades de inversión y materias primas. También algunos sostienen que las causas de la guerra deben buscarse en los intentos de algunos líderes políticos por resolver sus problemas políticos internos a través de la adopción de una política exterior hostil, bajo la suposición de que los conflictos internos promoverán la unidad interna. Otros teóricos sostienen que la guerra se produce por errores de percepción, los efectos del estrés en el manejo de crisis, rigideces burocráticas y otros defectos en los procesos de toma de decisiones que impiden la selección de políticas que favorezcan en mejor forma el interés nacional. Finalmente otros, en contrapartida, insisten en que las decisiones de hacer la guerra están basadas en cuidadosos cálculos de costo-beneficio que incluyen intereses, restricciones e incertidumbres. Además de la identificación de las más importantes causas de la guerra, los estudiosos tampoco están de acuerdo con otros aspectos. Algunos creen que una sola teoría explica todas las guerras, normalmente la propia. Otros, por el contrario, sostienen que cada guerra es única y en tal sentido obedece a un conjunto singular de causas o que existen varias causas que conducen a la guerra y que éstas emergen bajo diferentes y a menudo impredecibles circunstancias. Ciertos teóricos sostienen que debido a que se producen enormes cambios de una era histórica a otra en tecnología militar y formas de organizaciones políticas y sociales, las causas de la guerra cambian con el tiempo. Por su parte, hay quienes argumentan que patrones de conducta internacional en general y de la guerra en particular, han demostrado una profunda continuidad a través del tiempo, y que las causas de la guerra en la era nuclear no difieren de las causas de la guerra en los tiempos de TUCÍDIDES. Estos desacuerdos se aplican no sólo respecto al tema de las causas de la guerra en general, sino que también en relación con las propias de una guerra en particular. Los historiadores están casi tan divididos en relación con los orígenes de guerras específicas, como los cientistas políticos lo están para dar una explicación para el fenómeno de la guerra en general. 52 En su ya clásica obra sobre la teoría del conflicto, DOUGHERTY y PFALTZGRAFF comienzan el capítulo 5 reconociendo que el problema de la guerra es un aspecto central de todos los teóricos de las Relaciones Internacionales. De esta forma, la estabilidad del sistema internacional es generalmente definida en términos de su proximidad o lejanía de la ocurrencia o probabilidad de las guerras a gran escala. Antes de la Gran Guerra de 1914, agregan los autores –citando a MICHAEL HOWARD- los historiadores estaban interesados en las causas de conflictos específicos pero dedicaban muy poca atención a la cuestión de las causas de la guerra en general. “La guerra como un fenómeno recurrente se daba por hecho”. De acuerdo con la visión de HOWARD, las causas de la guerra no han cambiado fundamentalmente a través de los siglos. La guerra no sucede por accidente, ni surge del subconsciente ni por fuerzas emocionales, sino que más bien de una “super abundante racionalidad analítica” El temor de quienes toman la decisión de ir a la guerra puede ser racional o irracional o ambos en combinación. Si el miedo es la causa básica de la guerra, entonces estamos forzados a concluir que ésta es el producto de factores irracionales como racionales y que una comprensión de sus causas –así como los fines de prevenirla, controlarla, limitarla, regularla y terminarla- pareciera inferir un enfoque comprensivo al problema. Si la guerra, como una forma institucionalizada de la conducta del Estado, puede ser totalmente abolida para siempre del sistema internacional, es una cuestión mayor que no puede ser contestada antes de comprender las causas de la guerra. Desafortunadamente, aún no sabemos cuáles son esas causas y, si las conocemos, estamos lejos de llegar a un acuerdo respecto de ellas. No existe una teoría general del conflicto y la guerra, que sea aceptable para todos los cientistas sociales en sus respectivas disciplinas o para las autoridades en otros campos de las que los primeros obtienen sus visiones. Si ha de desarrollarse alguna vez una teoría comprensiva, probablemente requerirá fundamentos de la biología, psicología, psicología social, antropología, historia, ciencia política, economía, geografía, teorías de la comunicación, organización, juegos, toma de decisiones, estrategia (militar), integración funcional y sistemas, así como de la filosofía, teología y religión. Tan vasta síntesis del conocimiento humano parece ser imposible de alcanzar. Simplemente el considerar la necesidad de ello, sin embargo, sirve para advertirnos contra lo que ALFRED NORTH WITHEHEAD llamó “la falacia de un solo factor”. No podemos identificar una sola causa de conflicto o guerra, “las causas de la guerra no sólo son múltiples, sino que se han multiplicado a través de la historia”. LEWIS A. COSER define el conflicto como “una lucha sobre valores y rechazos sobre status, poder y recursos escasos en el que los objetivos de los oponentes son neutralizar, herir o eliminar a sus rivales”. La definición de COSER corresponde a una de tipo psicológico, que se refiere a los conflictos entre grupos. Otros analistas insisten en que el término debe incluir no sólo fenómenos intergrupales, sino que también interpersonales. La sociedad no tendría que estar preocupada acerca de los conflictos entre los individuos. Si no fuera por la razonable asunción de que existe una significativa relación entre la estructura interna de los individuos y el orden externo. Ninguna teoría del conflicto puede ignorar esta relación. Lo interno y lo externo no pueden ser separados completamente. Sociológicamente los Estados no pueden explicar por sí solos el conflicto social y las condiciones sociales no pueden tampoco explicar por sí mismas la conducta individual. 53 El conflicto es un fenómeno ubicuo y permanente dentro y entre las sociedades. No necesariamente es continuo o uniformemente intenso. Muchas sociedades experimentan períodos de relativa paz, tanto interna como externa. Los conflictos no necesariamente envuelven conductas violentas; pueden manejarse por medios políticos, económicos, psicológicos o sociales. La política misma es un medio para resolver conflictos. Si la guerra a gran escala puede ser eliminada de la conducta humana –como fueron las instituciones de la esclavitud y sacrificio humano, también consideradas “normales” en un tiempo- permanece aún como tema de debate. Quizás lo que más se puede esperar para el presente, realistamente, es que las formas más destructivas de la violencia internacional organizada (tales como la guerra nuclear y las guerras convencionales que podrían escalar a una guerra nuclear) puedan ser disuadidas indefinidamente, como resultado de políticas inteligentes de mutua restricción de parte de los gobiernos, hasta que emerjan métodos efectivos de limitación de armamentos. Pero es mucho esperar que todos los conflictos puedan ser obviados o aún que la violencia política a todos los niveles pueda ser permanentemente descartada. H.L. NIEBURG ha sostenido que la violencia es una forma natural de conducta política; que la amenaza de infligir daño a través del recurso de la violencia será siempre un medio útil de la negociación política dentro de las sociedades domésticas e internacional y que la amenaza de recurrir a la fuerza demuestra la seriedad con que una parte insatisfecha expone sus demandas en contra de la parte satisfecha, el “establisment”, el defensor o el statu quo que puede enfrentar descarnadamente a este último como alternativas de hacer ajustes o arriesgar una peligrosa escalada de la violencia. Muchos cientistas sociales, incluyendo varios que se identifican con los movimientos pacifistas, han reconocido que la eliminación total del conflicto de la condición humana, no sólo es imposible sino que indeseable, porque el conflicto en algunas formas es una condición de cambio social y progreso. Según DOUGHERTY y PFALTZGRAFF, la mayoría de las ciencias sociales pueden ser divididas, aproximadamente, en dos grupos, dependiendo de si ellas adoptan un enfoque “micro” o “macro” del estudio del universo humano. La pregunta es ¿debemos buscar orígenes del conflicto en la naturaleza de los seres humanos o en sus instituciones? En términos generales, psicólogos, psicólogos sociales, biólogos, teóricos de los juegos y teóricos de la toma de decisiones toman como punto de partida las conductas individuales, y de éstas extraen inferencias para la conducta de las especies. Por otra parte, los sociólogos, antropólogos, geógrafos, técnicos de organización y comunicación, cientistas políticos, analistas de relaciones internacionales y servicios de sistemas, examinan los conflictos a nivel de grupos, colectividades, instituciones sociales, clases sociales, movimientos políticos, religiosos o entidades étnicas, estados-naciones y sistemas culturales. Algunos estudiosos, los economistas por ejemplo, pueden dividir sus esfuerzos entre dimensiones “macro” y “micro”. Un historiador puede preferir estudiar el choque entre estados-naciones, mientras que otro puede preferir concentrarse sobre factores únicos de la personalidad, pasado y conducta ante crisis de un estadista individual que lo impulsan a optar por la guerra o la paz en un conjunto específico de circunstancias. 54 Históricamente, el debate intelectual entre las perspectivas “macro” y “micro” del conflicto humano ha sido ilustrado mejor que en ninguna otra parte por la polaridad entre psicólogos y sociólogos. Los primeros analizan el conflicto a partir del conocimiento del individuo; en tanto que los segundos, del conocimiento de la conducta colectiva. En el siglo XX, especialmente en las dos últimas décadas, la distancia entre ambos campos se ha estrechado. Los psicólogos han reconocido la importancia de integrar la vida psíquica de los individuos, de las instituciones y del ambiente cultural total. Por su parte, los sociólogos han puesto creciente atención al rol de los factores psíquicos en los procesos sociales. Aun cuando no podría decirse que la brecha ha sido completamente cubierta, un creciente número de cuentistas sociales están convencidos de que es imposible construir una adecuada teoría del conflicto sin fusionar las dimensiones “macro” y “ micro” dentro de una coherencia general. MICHAEL HAAS ha observado que cientistas sociales, apoyados en métodos estadísticos y ayudados por computadores, han comenzado por primera vez a estudiar los conflictos internacionales sistemáticamente y a acumular un cuerpo definitivo de conocimiento científico acerca del tema. Pero, concluye, la teoría sobre el conflicto internacional permanece en un nivel primitivo, en parte porque “muchos investigadores empíricos han estado avasallando con las estadísticas sin intentar poner el tema analíticamente en orden”. TEORIAS SOBRE LAS CAUSAS DE LA GUERRA No resulta posible examinar en este ensayo todas las teorías sobre las causas de la guerra o alcanzar una conclusión definitiva que sea la más consistente con la historia. En lugar de ello, limitaremos nuestra atención a algunas teorías más importantes y recurrentes que han propuesto eminentes estudiosos del fenómeno de la guerra y que recurren a un enfoque multidisciplinario que aporta valiosos elementos desde las perspectivas antropológicas, filosóficas, históricas, psicológicas, sociológicas, económicas, geopolíticas, políticas, estratégicas y otras, siguiendo la línea sugerida por DOUGHERTY y PFALTZGRAFF DE LAS TEORÍAS “micro” y “macro” del conflicto en general. Conscientes de la dificultad de ordenar las distintas teorías sin un marco de referencia que de cierta coherencia y orden a tan compleja tarea, recurriremos a un autor cuyo texto ha pasado a constituir un clásico de las relaciones internacionales. En “Hombre, el Estado y la Guerra”, KENNETH WALTZ ofrece un útil enfoque para comprender las causas de la guerra. De acuerdo con él, existen tres imágenes o factores que ayudan a explicar las causas de la guerra: los individuos, los Estados y el sistema mundial. Un resumen de las diferentes teorías sobre el tema se presenta en anexo al final del presente capítulo. Según WALTZ la guerra tiene sus raíces en las imperfecciones e insuficiencias morales de los hombres, la injusta conducta de los gobiernos nacionales y en el carácter anárquico de la comunidad internacional. Las guerras ocurren en el sistema global no sólo porque las personas y los Estados se comportan injustamente, sino porque no existe nada que los pueda detener. Agrega que la conducta agresiva de los individuos y las políticas injustas de los estados son la causa inmediata de la guerra. Pero ya que no hay instituciones en el sistema internacional capaces de prevenirlas, éste sirve como una causa permisiva de la guerra. Utilizando el enfoque de WALTZ examinaremos algunas de las principales hipótesis acerca de la fuente de las guerras. 55 El Individuo De acuerdo con la primera imagen de las relaciones internacionales propuesta por KENNETH WALTZ, un factor importante de las causas de la guerra se encuentra en la conducta humana. Siguiendo su idea,”las guerras resultarían del egoísmo, de errados impulsos agresivos, de la estupidez. Otras causas son secundarias y tienen que ser interpretadas a la luz de estos factores”. Si ellas son las principales causas de la guerra, entonces la eliminación de esta última dependería de la elevación y progreso de los hombres o asegurando su reajuste psicosocial. Esta estimación de las causas de la guerra ha sido dominante en los escritos de muchos estudiosos serios de los asuntos humanos, desde Confucio hasta los pacifistas de nuestros tiempos. En 1929, una conferencia de “amigos”, que no estaban dispuestos, a descansar sólo en el desarrollo intelectual, llamaron a los pueblos del mundo a reemplazar el egoísmo por el espíritu de sacrificio, la cooperación y la verdad. BERTTRAN RUSELL, casi en la misma época y con la misma óptica, vio, en la declinación de los instintos posesivos un primer requisito para la paz. Para otros, sin embargo, aumentar las oportunidades de paz no requiere de muchos cambios en los “instintos”, sino canalizar las energías que se gastan en la locura de la guerra. Si hay algo que los hombres deberían hacer, más bien que pelear, es terminar de pelear. Aristófanes visualizó este punto. Si las mujeres de Atenas se negaran a sus esposos y amantes, sus hombres deberían elegir entre los placeres de la cama y las excitantes experiencias del campo de batalla. WILLIAMS JAMES participaba de la misma idea; la guerra, bajo su punto de vista, está basada en la naturaleza belicosa del hombre, que es producto de una tradición de siglos de antigüedad. Su naturaleza no puede ser cambiada o suprimidas sus inclinaciones, pero pueden ser derivadas. Como alternativa a los servicios militares sugería una serie de actividades productivas y domésticas. Entre aquellos que aceptan la primera imagen de la guerra están los optimistas y los pesimistas, aquellos que piensan que las posibilidades de progreso son tan grandes que la guerra terminará antes de que la próxima generación esté muerta y aquellos que piensan que las guerras continuarán aunque para entonces todos podríamos estar muertos”. Aunque los términos “optimista” y “pesimista”, de acuerdo con el uso común, son ambiguos si se definen en términos de las expectativas. Existen grados de optimismo, pesimismo, y una misma persona puede adoptar una u otra actitud de esta naturaleza frente a distintas cosas. Por ello, WALTZ sugiere el significado filosófico de los términos. Pesimismo en filosofía es la creencia de que la realidad es imperfecta, un pensamiento expresado por MILTON y MALTHUS. Momentáneamente. En determinadas circunstancias, con restricciones más o menos apropiadas, las fuerzas del mal pueden ser constreñidas; sin embargo, las esperanzas de un bien general y permanente son impedidas por una constante consciencia de los efectos viciosos de un defecto esencial. El optimista, por otra parte, cree que la realidad es buena y la sociedad básicamente armoniosa. Los problemas que han acosado a los hombres son superficiales y momentáneos. Las dificultades, para la historia, son una sucesión de momentos; pero la calidad de la historia puede ser cambiada, y los más optimistas creen que esto puede ser cambiado de una vez por todas y más bien de forma fácil. Como ya lo hemos mencionado anteriormente, muchos prominentes teóricos creen que los individuos –no los Estados o el sistema mundial- son los principales responsables de la guerra-. Aquellos que privilegian el rol de los individuos en causar la guerra han desarrollado numerosas hipótesis y teorías. Algunas de ellas enfatizan la 56 naturaleza fundamental de las personas; otros la naturaleza, rol y restricciones de los gobernantes. Examinaremos cinco diferentes teorías relacionadas con el individuo: la naturaleza humana, los líderes políticos, el error de percepción, la pérdida de control y la esperada utilidad de la guerra. Naturaleza humana. Esta perspectiva asume que la causa básica de la guerra deriva de la naturaleza esencial de las personas. Las guerras ocurren por las conductas injustas y agresivas de las personas, atribuidas a factores tales como motivaciones biológicas, impulsos psicológicos e imperfecciones morales. Aunque los humanistas y filósofos políticos tradicionales enfatizan el rol de la naturaleza humana en fomentar los conflictos, los estudiosos contemporáneos de las relaciones internacionales ponen poca atención a este factor, en gran parte porque creen que existen muy pocos nuevos descubrimientos sobre esta característica del hombre que los ayude a promover un mundo más pacífico. A comienzos del siglo XX, el famoso psiquiatra SIGMUND FREUD creía que la raíz de la causa del conflicto humano era el impulso agresivo dentro de las personas. “Acepto el punto de vista que la tendencia a la agresión es una disposición innata, independiente e instintiva en el hombre. Ya que esos impulsos están arraigados en la naturaleza humana, es imposible eliminarlos. El eminente biólogo KONRAD LORENZ ha popularizado también una creencia en la agresión humana innata, basado en sus investigaciones sobre animales; concluyó que los hombres, al igual que otros animales, son instintivamente agresivos. Sin embargo, mientras los animales usan la amenaza más que la violencia para establecer una jerarquía dentro de sus especies, la agresión humana conduce a herir y aún a matar. A pesar de su pesimismo sobre la naturaleza humana, el autor concluye su obra con una nota de esperanza: “los hombres pueden promover la paz y la armonía si desarrollan un mayor conocimiento de sí mismos y dirigen sus instintos agresivos hacia otros objetos no humanos”. La doctrina cristiana sostiene que el conflicto y la agresión provienen del interior de las personas. Teólogos cristianos como SAN AGUSTÍN, SANTO TOMÁS DE AQUINO y JUAN CALVINO han enseñado que las personas cometen agresión debido a su naturaleza pecadora. De acuerdo con la Biblia, la corrupción de los hombres es universal y afecta a todas las personas sin distinción de raza, inteligencia o posición social. La creencia en la pecaminosidad humana no implica, sin embargo, que los seres humanos son completamente carentes de bondad. La Biblia enseña que la esencia de los hombres es buena, porque Dios creó al hombre a su imagen y semejanza. Como REINHOLD NIEBUHR ha señalado “la pecaminosidad humana no destruye la verdadera esencia de las personas, sólo las corrompe. Mientras que los cristianos concuerdan con FREUD y LORENZ en cuanto a que el individuo es fuente de conflictos, difieren de ellos en el sentido de afirmar que la agresión está basada sobre las condiciones morales imperfectas del hombre y no en una precondición biológica y psicológia heredada. Los Líderes Políticos Algunos teóricos sostienen que las guerras pueden resultar por caprichos e impulsos de los gobernantes. Esta teoría, sustentada en la historia de los grandes líderes, se aplica fundamentalmente a los regímenes autocráticos y otros tipos de gobiernos en que la autoridad ejecutiva enfrenta limitados controles a su poder. Es 57 menos relevante en las democracias, donde las facciones opositoras pueden controlar el poder entre ellas. Así, afirman que mientras más democrático es un gobierno, es más probable que una decisión de ir a la guerra representará los deseos de todos los ciudadanos. Actualmente se cita el caso de SADDAM HUSSEIN para explicar el fundamento de esta teoría. Primero lanzó un ataque sobre Irán, en gran parte sobre la base de su personal animosidad en contra del Ayatolah KHOMEINI. Una década más tarde, nuevamente, recurrió a la guerra para invadir al vecino país de Kuwait. Ya que es dudoso que el conflicto pudiera ser explicado por imperativos estratégicos o por la agresividad innata del pueblo iraquí, la explicación más convincente yace, a juicio de AMSTUTZ, en la ambición personal del dictador iraquí, basado en que las razones del presidente norteamericano BUSH para combatir a Irak fueron que HUSSEIN había llegado a constituirse personalmente en una amenaza para el Medio Oriente. Sin embargo, como veremos, existen otras explicaciones para las motivaciones de las citadas guerras, que se originan en causas estructurales. Independientemente de las conclusiones a las que puedan llegar los estudiosos de esta teoría, permanece como una explicación favorita para aquellos que, para entender el origen de las guerras, no aceptan causas estructurales o sistémicas. Error de Percepción Otra explicación dentro de la categoría “individual” de las causas de la guerra es la falta de una adecuada comunicación debido a errores de percepción. Para quienes sostienen esta teoría, a pesar de los numerosos factores que contribuyen a distorsionar la realidad –incluyendo el temor, desconfianza y ausencia de adecuada información- una mayor fuente de error de percepción es la creencia de los individuos acerca del sistema o de su visión política mundial. De esta forma, cada individuo mantiene “imágenes” preconcebidas acerca del sistema internacional, las que sirven como aparatos filtrantes para procesar e interpretar la información. Según LEVI, existen tres tipos de errores de percepción que afectan la toma de decisiones: la exageración o subestimación de las intenciones de un potencial adversario, la exageración o subestimación de las capacidades de un potencial adversario y el error de percepción de terceros Estados. JOHN STOESSINGER, en su estudio histórico sobre las guerras del siglo XX, sugiere que el más peligroso error de percepción es la distorsión del poder del adversario. En este sentido explica que no es la real distribución del poder la que precipita la guerra, sino que es la forma en que un líder piensa que está distribuido. Concluye que las guerras comienzan cuando las naciones no concuerdan respecto de su poder percibido y terminan sólo cuando las naciones en conflicto perciben su mutua influencia más acertadamente. Visto así, las guerras servirían como disputas sobre evaluación del poder. En dos análisis realizados por tres estudiosos de las Relaciones Internacionales sobre el estallido de la Primera Guerra Mundial y la Crisis de los Misiles Cubanos se concluyó que las percepciones diplomáticas jugaron un rol central en ambos conflictos. En el primer caso, encontraron que la mayor fuente de la escalada del conflicto podía encontrarse en la distorsión de las comunicaciones entre los gobernantes de las principales potencias europeas. En el segundo caso, por el contrario, hallaron que la resolución pacífica de la crisis fue facilitada por un escaso error de percepción entre los gobiernos norteamericano y soviético. 58 Pérdida de Control Otra teoría sobre las causas de la guerra se relaciona con la pérdida de control de los decidores políticos durante el manejo de una crisis internacional. Esta pérdida de control se puede deber, entre otros factores, a los intereses organizacionales de los militares, la preferencia de los líderes militares por estrategias de carácter ofensivo y la rigidez de la doctrina y planes de guerra. Debido a las dificultades para controlar la movilización militar, una vez que ésta se ha iniciado, algunos estudiosos han sugerido que la pérdida de control sobre ésta puede contribuir a la guerra. Por ejemplo, algunos sostienen que la principal causa de la Primera Guerra Mundial fue la confianza de los militares en estrategias ofensivas, junto con la pérdida de control político una vez que la movilización militar comenzó. Expectativas de la Utilidad de la Guerra Una de las teorías estrechamente vinculadas con la explicación de la guerra dice relación con las expectativas de su utilidad. Al respecto, BRUCE BUENO DE MESQUITA sostiene que una de las mejores explicaciones de la guerra puede ser a través de un proceso racional de toma de decisiones en que los líderes políticos se arriesgan a la guerra sólo cuando sus expectativas de ganancias sobrepasan las expectativas de pérdidas. En tal sentido, su teoría discrepa de las que buscan explicar la guerra en términos de la diferente distribución del poder. Bajo su visión, ni el equilibrio ni el desequilibrio de poder pueden explicar por sí solos la guerra. Usando los datos de “Correlatos of War Proyect”, concluye que “ninguna distribución de poder en particular tiene un dominio exclusivo de predecir paz o guerra, ya sea en teoría o en los datos empíricos dentro del período 1816-1965. Aunque muchos comúnmente, creen ver la iniciación de la guerra como un acto irracional, BUENO de MESQUITA asume que la decisión de los líderes de ir a la guerra está basada en sus cálculos de probables pérdidas y ganancias. Según el mismo autor, mientras mayor sea el total de las utilidades esperadas de la guerra, mayor será la probabilidad de guerra. Al contrastar su teoría con los datos empíricos encontró que de, setenta y seis guerras, desde 1816 a 1974, sesenta y cinco de ellas (es decir un 86%) fueron iniciadas por Estados que tenían positivas expectativas de ganancias. En un sentido, por supuesto, todas las guerras se originan en la decisión de los líderes nacionales. Las elecciones que ellos hacen finalmente determinan si habrá guerra. Es, por lo tanto, común en las discusiones respecto a las raíces de la guerra, considerar la relación entre la guerra y los individuos. Debido a ellos las cuestiones acerca de la naturaleza humana son centrales. Muchos cuestionan estas teorías sobre bases empíricas y lógicas. Si la agresión es un impulso inevitable derivado de la naturaleza humana, se preguntan entonces: ¿no deberían todos los humanos exhibir esta determinada conducta genética? Si embargo, algunas personas son consistentemente no agresivas. La genética tampoco explica por qué algunas personas se comportan en forma beligerante y pacífica en diferentes tiempos. Muchos cientistas sociales concluyen que la guerra es una conducta aprendida, que es parte de la herencia cultural de la humanidad y no de su naturaleza biológica. Por ejemplo el “Seville Statemente de 1986”, respaldado por más de una docena de asociaciones profesionales de académicos, sostiene que es “científicamente incorrecto” decir que “hemos heredado de nuestros antecesores animales una tendencia a hacer la guerra y que la guerra o cualquier otra conducta violenta está 59 genéticamente programada en nuestra naturaleza humana”, que “ los humanos tienen un cerebro violento” o que “la guerra es causada por instinto o una sola motivación”. Sin embargo, la voluntad de la gente por participar entusiastamente en la guerra, motivada por un sentido del deber a sus líderes y a su país, es un puzzle de la historia. No debe confundirse con las raíces genéticas de la guerra, porque los ciudadanos individualmente considerados –no inician la guerra, aun cuando participan en las que los líderes inician. Los estudiosos también cuestionan la creencia de que naciones completas están predispuestas a la guerra, que el “carácter nacional” predeterminan la agresión vecinal. Dicho carácter nacional puede expresarse en diferentes formas. Y puede cambiar; se cita como ejemplo a Suecia desde 1809 y Suiza, que desde 1815 han manejado conflictos sin recurrir a la guerra, mientras anteriormente fueron agresivos. Esto sugiere que la violencia no es una característica innata que predetermina periódicos estallidos de agresión nacional. Según SIVARD. Muchos países han escapado a la tragedia de la guerra, para ello se basa en que desde 1500 más de una nación entre cinco no ha tenido nunca una experiencia de guerra. El Premio Nobel RALPH BUNCHE sostuvo, en un discurso ante la Asamblea de las Naciones Unidad, que “no hay personas proclives a la guerra, sólo líderes belicosos”. Similarmente, St. THOMAS MORE aseguraba, en el siglo XVI, que “la gente común no va a la guerra por su propia voluntad, pero es conducida a ella por la locura de los reyes”. Pero explicar el rol de los líderes en hacer la guerra no es tan simple. Los líderes, generalmente, hacen la política exterior dentro de grupos. Tanto el estamento social como el burocrático toman parte en las decisiones y el ambiente general puede ejercer “una influencia independiente de las acciones y creencias de los políticos… la guerra parece más algo propio de las circunstancias que una cosa de los decidores políticos. Del análisis de las diferentes teorías e hipótesis sobre las causas de la guerra que se basan en la naturaleza y conductas humanas, queda en evidencia que el hombre juega un rol fundamental. Sin embargo, no resultan suficientes para explicar el fenómeno por sí solo, toda vez que los hombres no viven actualmente en el “Estado de naturaleza”, que imaginaron muchos filósofos. Su decisión de transitar a un Estado civil tendría mucho que ver con la necesidad de evitar una guerra de todos contra todos y transitar a una mejor forma de convivencia pacífica. Después de pasar por diferentes tipos de organización política, el fenómeno de la guerra no ha podido ser erradicado, por ello resulta necesario analizar de qué manera la actual organización en unidades políticas independientes o relativamente independientes, bajo la forma del Estado-Nación moderno, constriñe o estimula la naturaleza conflictiva de los hombres. El Estado La segunda “imagen” de las relaciones internacionales vinculada al fenómeno de la guerra, de acuerdo con la proposición de WALTZ es el Estado-Nación. Según esta perspectiva, diversos autores plantean que si se desea promover la paz en el mundo, la naturaleza y conducta de los Estados debe ser cambiada. De acuerdo con la primera imagen, según WALTZ, decir que “el Estado actúa es hablar metonímicamente. Decimos que el Estado actúa cuando queremos decir que la gente de él actúa, así como decimos que la tetera hierve cuando queremos decir que el agua que está dentro de ella hierve”. Siguiendo esta idea, las guerras no existirían donde la naturaleza humana no fuera lo que es. Ya que todo está relacionado con dicha condición del hombre, para explicar cualquier cosa se debe considerar tal 60 característica del ser humano. Sin embargo, los eventos que se deben explicar son tantos y tan variados que la naturaleza humana no puede ser la única determinante. Una teoría convencional sostiene que las variaciones en el tamaño de los Estados, ideología, ubicación geográfica, dinámica de la población, homogeneidad étnica. Riqueza, desarrollo económico, instituciones políticas, capacidades militares y nivel de educación influyen para determinar si los Estados entrarán en una guerra. Ante la imposibilidad de hacernos cargo de todas las variables que han servido de base para formular innumerables hipótesis sobre las condiciones internas de los Estados que promueven o limitan la propensión a las guerras, recurriremos a algunas de las más usadas en los estudios contemporáneos sobre el tema. Antigüedad de Independencia de los Estados Según QUINCY WRIGHT, es más probable que la guerra sea iniciada por nuevos Estados que por los más antiguos. Los Estados recientemente independizados generalmente pasan por períodos de inestabilidad política interna. Ello habría servido a menudo como un catalizador de agresiones externas, como indica la reciente realidad al interior de los nuevos Estados independientes y entre ellos de la disuelta Unión Soviética, que contribuyó a zanjar antiguas rivalidades internas y disputas territoriales por la fuerza. Entre 1945 y 1992, de las 16 guerras civiles, excepto una, todas ocurrieron en naciones emergentes y aproximadamente cuatro de ellas se internacionalizaron. No es una coincidencia que las guerras, a partir de la Segunda Guerra Mundial, hayan ocurrido prevalecientemente entre Estados recién independizados del denominado “Tercer Mundo”. Determinantes Culturales y la Decadencia de las Limitaciones Morales La conducta internacional de los países modernos está fuertemente influenciada por las tradiciones culturales y éticas de sus pueblos. En el sistema de Estados gobernados por las reglas que abogan por un realismo político, las limitaciones morales sobre el uso de la fuerza no gozan de una amplia aceptación. En cambio, muchos gobernantes han alentado a su población a aceptar cualquier decisión que sus líderes consideran necesaria para la seguridad nacional, incluyendo la guerra contra los adversarios. Pobreza Nacional El nivel de desarrollo económico de los países también afecta la probabilidad de su envolvimiento en la guerra. Sociedades industriales avanzadas, con un estándar de vida comparativamente alto, tienden a ser Estados satisfechos, menos aptos para iniciar una guerra que pueda arriesgar su valioso estatus; una excepción la constituyó Alemania en la Segunda Guerra Mundial. Por otra parte, los Estados más belicosos han sido pobres y este patrón existe, ya que la localización de las guerras ha cambiado, a partir de 1945, desde los países desarrollados a la periferia. Esta relación la resumió el Secretario de Defensa norteamericano ROBERT MCNAMARA, cuando expresó, en 1966, que “no hay duda sino que evidencia de la relación entre violencia y retraso económico”. Cuando las expectativas de los pueblos respecto de lo que merecen crecen más rápidamente que sus recompensas materiales, la probabilidad de conflicto aumenta. Ello se aplica, por supuesto, a la mayoría del “Tercer Mundo”. 61 Sin embargo, las estadísticas han demostrado que los países más empobrecidos han sido los menos proclives a iniciar las guerras. Estos no pueden ventilar sus frustraciones en forma agresiva, porque carecen de recursos militares y económicos para sostener sus costos. Así, tanto los países más pobres como los más ricos no pueden asumir los costos de las guerras, pero por muy distintas razones. Los primeros carecen de medios; los segundos poseen armas demasiado destructivas para ser usadas. Este patrón no significa que los países con menos recursos permanecerán siempre pacíficos. En efecto, si el pasado es una guía para el futuro, entonces este tipo de Estados que se desarrollan económicamente serán los que más probablemente adquirirán armas y entrarán en guerras. Muchos estudiosos sugieren que los Estados experimentan guerras después de sostenidos períodos de crecimiento económico; esto es, en períodos de creciente prosperidad en que se generan las condiciones para que puedan asumirlas. Transición de Poder Otra teoría sobre las causas de la guerra establece que las guerras son más probables cuando la proporción del poder de los Estados –las diferencias entre sus capacidades- se estrecha. Según ORGANSKY y KRUGLER, “una distribución uniforme de las capacidades políticas, militares y económicas entre grupos de Estados en competencias es probable que aumente la posibilidad de ocurrencia de una guerra; la paz es mejor preservada cuando hay un desequilibrio de las capacidades nacionales entre naciones aventajadas y desventajadas; el agresor provendrá de un pequeño grupo de países fuertes insatisfechos, y será el más débil, y no el más fuerte, el que posiblemente sea el agresor. Durante la transición del subdesarrollo al desarrollo, emergen retadores que pueden alcanzar, a través de la fuerza, el poder y reconocimiento que su nuevo estatus les confiere. Por el contrario, potencias ya establecidas, a menudo están dispuestas a emplear la fuerza para detener su relativa declinación. Así, cuando Estados en crecimiento y en descenso buscan enfrentar los cambios en su poder relativo, las guerras entre retadores y poderes dominantes llegan a ser especialmente factibles. Así, por ejemplo, los rápidos cambios en cuanto a poder y estatus que produjo la división de Europa entre siete potencias, en gran medida equivalentes en fuerza militar, suelen ser interpretados como “el polvorín” del inicio de la Primera Guerra Mundial. Otros comentarios sobre esta teoría los haremos dentro de la “tercera imagen” por cuanto algunos autores la ubican como una situación originada por la estructura del sistema internacional. Militarización Muchos líderes asumen que existe una estrecha relación entre el poder militar de un país y su probable uso de la fuerza. Por tal razón, pasan mucho tiempo evaluando el poder militar relativo de sus rivales. La antigua cuestión de si el poder militar es un correlato de la guerra o de la paz ha asumido un renovado énfasis en la era de Post Guerra Fría. 62 SIVARD sostiene que “la carrera por la más avanzada tecnología empezó en los países altamente industrializados y por un tiempo se mantuvo confinada allí. Ahora se está expandiendo rápidamente al Tercer Mundo, en gran medida con asistencia en equipamiento y ayuda tecnológica de… los países desarrollados”. Hasta aquí el tema es si la transferencia de las armas a los países en vías de desarrollo también aumenta la probabilidad de la guerra. En la medida en que los países del Tercer Mundo acumulen recursos económicos para equipar sus instituciones militares, muchos expertos creen que la incidencia de la guerra aumentará en el futuro. La predicción nace de la evidencia de que cambios fundamentales en la capacidad militar son un factor determinante de la aparición de la guerra. Sistemas y Estructuras Económicas En el siglo XIX, el economista político KARL MARX argumentó que la expansión del capitalismo conduciría inevitablemente a conflictos económicos dentro de las sociedades. Aunque MARX aludió a la relación entre capitalismo y las relaciones internacionales, el desarrollo de la explicación marxista de la guerra fue dejada a su discípulo VLADIMIR LENIN, el fundador de la Unión Soviética. Mientras MARX había pronosticado que el capitalismo empezaría a ahogarse por sus inherentes contradicciones, el capitalismo en realidad comenzó a principios de este siglo a fortalecerse y no a debilitarse. LENIN sostenía que la razón para este fenómeno era que los Estados capitalistas estaban extendiendo la existencia del capitalismo mediante la exportación al extranjero de excedentes de capital y mediante el descubrimiento de nuevas fuentes de mano de obra barata y materias primas, así como de nuevos mercados para una producción industrial excesiva. En “Imperialismo: La Etapa más alta del Capitalismo”, LENIN escribió que la extensión del capitalismo conduce a una intensa competencia entre los Estados capitalistas líderes e, inevitablemente, a la guerra. La causa inicial de los conflictos era el monopolio capitalista, caracterizado por una creciente concentración de la riqueza, controlado por monopolios industriales y de la banca. Como los monopolios financieros ejercen influencia política, los gobiernos inevitablemente llegar a ser instrumento de los intereses de los primeros, dominando y explotando a los trabajadores, pero también conquistando y controlando territorios extranjeros. El establecimiento de colonias en Asia y África por los Imperios Europeos fue un inexorable producto del monopolio capitalista. Como los Estados buscaban extender internacionalmente su control político a nombre de las firmas capitalistas, las guerras finalmente estallarían entre los Estados líderes capitalistas. Tales guerras resultarían como consecuencia de las disputas entre las potencias imperialistas por nuevos mercados y por nuevas zonas en donde invertir el capital excedente. Para LENIN, el estallido de la Primera Guerra Mundial ilustraría esta teoría. En resumen, bajo esta teoría, la guerra es principalmente el resultado de las políticas imperialistas de los Estados capitalistas. Consecuentemente, la causa original de las guerras no sería la naturaleza humana o ni siquiera la avaricia económica más bien, la fuente es el sistema económico capitalista, que perpetúa los conflictos de clases interna e internacionalmente. El camino de la paz requiere promover una sociedad sin clases y donde las fronteras territoriales terminen de ser importantes. El tema del tipo de sistema económico ha provocado controversias por siglos. Más recientemente, desde que el marxismo se entronó en Rusia después de la Revolución Bolchevique en 1917, los teóricos comunistas afirmaron que el capitalismo es la principal causa de la guerra; estos es, prácticas coloniales e imperialistas. De 63 acuerdo con esta teoría, tal como ya lo dijimos anteriormente, el capitalismo produce un excedente de capital. La necesidad de exportarlo estimula las guerras para captar y proteger mercados extranjeros. Los marxistas creían que la única forma de terminar con la guerra internacional era poner fin al capitalismo. Contraria a la teoría marxista se encuentra la teoría liberal, que sostiene que el libre mercado promueve la paz y no la guerra. Los defensores del capitalismo han asumido en gran medida que los países de libre mercado, que practican el libre comercio son más pacíficos. Las razones que esgrimen son múltiples, pero la premisa central es que las empresas comerciales son naturalmente propiciadoras de la paz, porque sus ganancias dependen de ella. Las guerras interfieren el comercio, impiden las ganancias, destruyen la propiedad, causa inflación, consumen recursos escasos y fomentan intervenciones y regulaciones por parte de los gobiernos. Por extensión continúan, en la medida de que las regulaciones de los mercados internos por parte de los gobiernos declinan, la prosperidad aumentará y ocurrirá menos guerras. La evidencia de la rivalidad de estas teorías está mezclada. Las conclusiones dependen en parte de las percepciones acerca de la influencia de la economía sobre la conducta internacional, porque las perspectivas alternativas enfocan diferentes dimensiones de relación. La controversia estuvo en el centro del debate ideológico entre Este y Oeste durante la Guerra Fría; cuando las relativas virtudes y vicios de dos sistemas económicos radicalmente diferentes -comunismo y capitalismo- fue lo que más preocupaba a los pueblos. Entonces, los comunistas citaban los récords anteriores de guerras iniciadas por países capitalistas (Alemania, Japón y Estados Unidos en Vietnam, por ejemplo) para dar credibilidad a la interpretación marxista, mientras ignoraban el pacifismo de países capitalistas como Suecia, Suiza y otros. La teoría comunista tampoco explicaba la embarazosa frecuencia con que los Estados comunistas usaban la fuerza. La Unión Soviética invadió Finlandia en 1939 y Afganistán en 1979; Corea del Norte atacó a Corea del Sur en 1950; China comunista atacó el Tíbet en 1959; Vietnam invadió Cambodia en 1975 y Cuba intervino militarmente en África en los años 80. Más aún, los Estados comunistas chocaron repetidamente entre ellos durante la Guerra Fría, como el caso de China y la Unión Soviética en 1969, China y Vietnam en 1974 y nuevamente en 1987; la Unión Soviética y Hungría en 1956, etc. De los sesenta y un conflicto investigados por CASHMAN, entre 1945 y 1967, los países socialistas participaron en quince, aproximadamente el 25%. Ello en comparación con el hecho de que el 15% de todas las economías correspondía a las de tipo socialista. De esta forma, la teoría marxista de que los Estados socialistas o comunistas eran inherentemente no agresivos mostró una falla empírica. Más aún, el fracaso del comunismo para generar crecimiento económico apresuró su rechazo en Europa del Este y en el propio corazón del experimento comunista, como ya vimos anteriormente, la Unión Soviética. Con el triunfo del capitalismo sobre el comunismo terminó una fase de la historia. En la actualidad sólo Cuba y Corea del Norte aún mantienen los principios económicos comunistas; todos los restantes, si no repudiaron completamente el comunismo, prefirieron economías de libre mercado. Sin embargo, el término del comunismo, como sistema político-económico, no puso fin al histórico debate que relaciona las guerras con la economía. El tema de las influencias económicas en la conducta internacional aún permanece vigente. Con el término de la Guerra Fría, esta cuestión teórica, es probable que aún demande un creciente interés, especialmente dado “el cambio en la relevancia y utilidad de 64 diferentes fuentes de poder con el poder militar en declinación y el poder económico en creciente importancia” Sistemas de Gobierno. La teoría más difundida que relaciona los sistemas de gobierno con la guerra es la que sostiene que ésta se presenta más probable cuando los primeros son regímenes no democráticos. Una de las primeras tesis que sustentan esta teoría fue articulada por IMMANUEL KANT en “La Paz Perpetua”, publicada por primera vez en 1795. De acuerdo con KANT, los gobiernos constitucionales son mucho menos proclives a la guerra que los regímenes autoritarios, porque cuando el pueblo tiene una oportunidad de expresar sus intereses elige paz y tranquilidad antes que la guerra. Kan escribió: “Así, en lo que en derecho concierne, el republicanismo es la fundación original de todas las formas de constitución civil. Por lo tanto la única cuestión que resta es ésta: ¿proporciona también la única fundación para la paz perpetua?... si (como debe ser inevitablemente el caso, dada esta forma de constitución) se requiere el consentimiento de los ciudadanos para decidir si habrá guerra o no, es más natural que ellos consideren todas sus calamidades antes de comprometerse a tan arriesgado juego; entre éstas están hacer la guerra ellos mismos, pagar los costos de la guerra con sus propios recursos, tener que reparra con gran sacrificio las devastaciones de la guerra y finalmente el último que podría hacer mejor la paz por sí mismo, nunca será capaz –debido a nuevas y constantes guerras- de eliminar la carga de las deudas. En contraste, bajo una constitución no republicana y bajo la cual los sujetos no son ciudadanos, una declaración de guerra es la cosa más fácil de decidir en el mundo. Aquí el gobernante no es un conciudadano pero (sí) el dueño de la nación, y la guerra no le requiere ni el más mínimo sacrificio de sus placeres de la mesa, la caza, sus casas de campo, sus tertulias de la corte y otros”. El récord de la historia parece confirmar la tesis de KANT. En tal sentido, R.J. RUMMEL concluye que de todas las guerras desde 1814 al presente, ninguna fue entre democracias estables. Algunas democracias, tales como Gran Bretaña y Francia, estuvieron envueltas en guerras coloniales o imperialistas en el siglo XIX, pero ninguna guerra ha sido llevada a cabo entre dos Estados democráticos “maduros”. En palabras de RUMMEL: “Los estados democráticos no hacen la guerra entre ellos”. Sin embargo, el manejo de los datos estadísticos respecto de este tema, como veremos en el próximo capítulo, puede arrojar diferentes resultados. BRUCE RUSSETT reunió doce casos que, según la literatura especializada, corresponderían a guerra entre Estados democráticos. El criterio con que se mida la calidad de un régimen democrático tiene mucha incidencia en las apreciaciones que se tengan de estos conflictos. Por el contrario, muchos autores creen que los gobiernos totalitarios o autoritarios son más proclives a recurrir a la guerra, porque no tienen contrapesos políticos internos, porque se usa como una política de “engrandecimiento nacional” o de expansión ideológica o como una forma de desviar tensiones internas. Sin embargo, la relación de un gobierno autoritario con la propensión al conflicto también debe ser examinada bajo la luz de la participación del estamento militar. En este contexto, LLOYD JENSEN acota que en los regímenes en que el estamento militar es prominente, como en el caso de gobiernos militares, éstos tienden a ser claramente conservadores y no están dispuestos a tomar riesgos en materias de política exterior. “El militar está muy consciente de lo que significa la muerte y la destrucción. Es 65 también vacilante en usar armamento sofisticado, reconociendo que tal uso conduciría a la destrucción de armamento extremadamente caros”. El uso de problemas internos para explicar aquellos actos externos que traen como consecuencia la guerra puede tomar muchas formas. La explicación que se relaciona con el tipo de gobierno se cree que es generalmente mala. Por ejemplo, a menudo se piensa que las privaciones impuestas por déspotas sobre sus súbditos producen tensiones que pueden encontrar expresiones en aventuras externas. O la explicación puede ser dada en términos de defectos en un gobierno no considerado malo en sí mismo. Así, se ha argumentado que las restricciones puestas sobre un gobierno para proteger los derechos de sus ciudadanos, actúan como un impedimento a la elaboración y ejecución de la política exterior. Esta restricción, laudable en su propósito original, puede tener desafortunados efectos al hacer difícil o imposible la efectiva acción de ese gobierno por el mantenimiento de la paz en el mundo. Quizá el caso cubano podría estar entre los ejemplos más persistentes de esta creencia en la era contemporánea. Como ejemplo final, la explicación puede ser hecha en términos de privaciones geográficas o económicas. Así una nación puede argumentar que no ha obtenido sus “fronteras naturales”, que son necesarias para su seguridad o desarrollo, en que la guerra para expandir el Estado como se merece, por razones históricas o geopolíticas, se justifica o es aún necesaria. Los ejemplos recién señalados ilustran una abundante variedad de una parte de la segunda imagen, la idea de que los defectos en los Estados causan guerras entre ellos. Es posible, sin embargo, pensar que las guerras pueden ser explicadas por defectos en algunos o todos los Estados sin creer que la simple remoción de dichos defectos establecería las bases para la paz perpetua. Retomaremos este tema en el próximo capítulo, que estará centrado a establecer la relación que se atribuye a la democracia con la paz y que, por lo tanto, tiene mucho que ver con el tipo de gobierno y la propensión a las guerras. El Sistema Internacional La tercera “imagen” propuesta por WALTZ, que explica las causas de la guerra está relacionada con la naturaleza y características del sistema internacional. Expresa: “Con tantos Estados soberanos, sin un sistema legal al cual deban someterse, cada Estado juzga sus agravios y ambiciones de acuerdo con los dictados de su propia razón o deseo, los conflictos conducen a veces a la guerra…. En cierto sentido la misma idea había sido anticipada por TUCÏDIDES cuando escribió sobre las Guerras del Peloponeso “el crecimiento del poder ateniense atemorizó a los lacedomonios y los forzó a la guerra”. Las teorías que parten de la naturaleza del sistema internacional como explicación para las causas de la guerra, están vinculadas a la concepción de “anarquía internacional”. Tal como vimos en el capítulo II, es parte de la controversia entre neorrealistas y neoliberales. En un sentido literal, la “anarquía” implica la carencia de un gobierno, situación que evidentemente se da en el sistema internacional. En un sentido más amplio, puede interpretarse como una situación de caos en que impera un absoluto desorden; situación extrema que no se da en el sistema internacional. Al respecto, GILPIN, considerado un neorrealista, sostiene que las relaciones entre los actores internacionales tienen un cierto grado de orden y que aun cuando “el sistema internacional es uno de tipo anárquico”, el sistema sí ejerce un control sobre la conducta de los actores. Hasta aquí, la diferencia entre neorrealistas y neoliberalistas, sobre la naturaleza del sistema internacional, no es sustantiva; sin embargo, para los primeros es una de las causas fundamentales de la existencia de 66 las guerras. La reinterpretación que WALTZ hizo del realismo clásico está basada en gran medida en la condición anárquica del sistema internacional; es decir, en consideraciones estructurales; de ahí que, como hemos dicho, también se denomine al neorrealismo como “realismo estructural”. Otra interpretación que se da al sistema internacional y su relación con el conflicto sostiene que en un nivel fundamental, las guerras ocurren porque no existen instituciones o estructuras que las detengan; el sistema anárquico permite las guerras aunque no las causa directamente. En otras palabras, las guerras suceden porque no hay nada que las prevenga. Esto no contradice la explicación general sobre el origen de las guerras, basado en la condición en que los Estados coexisten; en la cual no existe un gobierno entre ellos capaz de obligarlos a mantener la cooperación y una conducta pacífica. En ausencia de un poder central, de tiempo en tiempo, las diferencias de intereses o contraposición de objetivos entre los Estados pueden crecer y generar violentos conflictos, simplemente porque puede no haber otra forma de resolver las diferencias vitales. Pero la probabilidad de que la guerra también está influida por la distribución del poder dentro del sistema internacional. En efecto, la mayoría de los estudiosos de las causas de la guerra en las dos décadas pasadas muchos de los cuales se basaron en datos empíricos del “Correlatos Of War Proyects”, citado anteriormente, han buscado descubrir las condiciones sistémicas y patrones de poder que está asociados con la guerra. Debido a la complejidad envuelta en esta investigación, muchas de las conclusiones son marcadamente tenues y aún contradictorias. La teoría del “equilibrio del poder” es una de las ideas más ampliamente aceptadas en las relaciones internacionales. De acuerdo con esta teoría, la paz y la estabilidad son consecuencia de un equilibrio fundamental del poder. Cuando el poder de uno o más Estados aumenta y, por lo tanto, amenaza el equilibrio de poder, los Estados se alinean (entre ellos) contra la potencia que busca alterar el equilibrio. Esta teoría fue revisada, a apropósito de los modelos del sistema internacional analizados en el capítulo III. Examinaremos tres teorías apoyadas en el equilibrio de poder: la teoría asimétrica de poder, la teoría de transición de poder y la carrera de armamentos. Las dos primeras son teorías sistémicas de la guerra, esto es que explican la guerra desde la naturaleza del sistema internacional mismo, la tercera teoría está basada en la interacción entre dos Estados. Asimetría de Poder La teoría asume que la probabilidad de guerra aumenta cuando el poder está distribuido en forma desigual entre los Estados y cuando movimientos agresivos no son contenidos por una acción militar individual y colectiva. El fracaso para enfrentar un aumento del poder nacional y especialmente una agresión militar puede alentar la paz en el corto plazo, pero inevitablemente conducirá a aumentar una futura inestabilidad. La clásica ilustración de esta teoría es “apaciguamiento” de los aliados respecto de ADOLPH HITLER antes de la Segunda Guerra Mundial. En la “Conferencia de Munich” de 1938, donde los líderes de Gran Bretaña, Francia, Italia y Alemania, se habían reunido para discutir la demanda alemana para que Checoeslovaquia entregara parte de su territorio (Sudetes) los ministros de relaciones exteriores francés y británico cedieron a las demandas de HITLER con la esperanza de que lo apaciguarían y traerían paz a Europa. Aunque NEVILLE CHAMBERLAIN, el Primer Ministro británico, anunció a su regreso a Londres que la “paz estaba en la 67 mano”, sus esperanzas fueron hechas pedazos un año más tarde cuando Alemania, después de tomar los Sudetes invadió Polonia en 1939 y por lo tanto precipitó la Segunda Guerra Mundial. De acuerdo con la “teoría asimétrica de Poder”, si Francia y Gran Bretaña hubieran tenido una oposición más resuelta en contra de los primeros movimientos agresivos de HITLER, la posibilidad de guerra podría haber sido reducida. En relación a este último aspecto, es interesante destacar que algunos teóricos importantes argumentan justamente lo contrario. Su teoría, llamada la “Teoría de la Estabilidad Hegemónica”, sostiene que la paz está mejor asegurada cuando un Estado tiene un poder superior. En tal sistema, donde el líder o potencia hegemónica tiene la capacidad para imponer su voluntad a los demás, la estabilidad y el orden son mantenidos por el poder hegemónico; dicho poder permite establecer y mantener estructuras internacionales, formales o informales. De acuerdo con estos teóricos, el punto más peligroso se alcanza cuando dos o más Estados logran un poder comparable. En tal caso, cada Estado, temeroso de su posición, está más inclinado a iniciar una guerra de rivalidad con otro. Sólo cuando una potencia emerge victoriosa se puede restaurar el orden mundial. Transición de Poder La “teoría de transición de Poder”, que también fue considerada dentro de la “segunda imagen”, El Estado-Nación, asume que la distribución de poder entre los Estados está siempre en evolución; afirma que los cambios repentinos o radicales en la dispersión del poder son desestabilizantes y pueden contribuir a la guerra. Un factor clave de esta teoría es el énfasis sobre una valorización dinámica de la distribución del poder más que un análisis estático. Debido a que el poder militar está basado en capacidades económicas, promedios de crecimiento diferentes a través del tiempo pueden originar cambios de las capacidades militares entre las grandes potencias. En atención a que los Estados son incapaces de mantener indefinidamente su posición relativa de poder, el peligro acecha cuando una transición de poder significativa empieza a ocurrir. De acuerdo con A.F.K. ORGANSKI, uno de los principales sostenedores de esta teoría, la probabilidad de guerra aumenta en la medida que disminuye la “brecha de poder” entre dos Estados rivales. Los cambios del poder relativo de las grandes potencias pueden amenazar la paz y la estabilidad, especialmente cuando un Estado rival aumenta su poder y comienza a retar el rol del país dominante. Cuando el Estado-retador está convencido que la victoria militar es posible, puede recurrir a la guerra para obtener beneficios económicos e influencia política acordes con sus capacidades recientemente alcanzadas. La guerra no se produce por la igualdad de capacidades per se, ni por los cambios en esas capacidades; más bien está enraizada en la interacción entre las condiciones originales y los cambios recientes. Más aún, las guerras no solamente comienzan con desafíos, sino que pueden también ser iniciadas por el poder dominante. Cuando la potencia rectora percibe la declinación de su estatus, puede recurrir a una “guerra preventiva”, a fin de evitar una confrontación militar en el futuro, en momentos en que su poder esté aún más deteriorada. En “The War Ledger”, ORGANSKY y KUGLER reclaman que su teoría está confirmada por datos de la Guerra Franco-Prusiana, la Ruso-Japonesa y las dos Guerras Mundiales. Otra teoría relacionada con la “transición de poder” es la “Teoría de los grandes ciclos”. De acuerdo con MODELSKI, las guerras aparecen cuando el poder 68 del Estado dominante declina y le sigue una lucha por la sucesión. Como en el caso de las guerras originadas por transiciones de poder, éstas estallan al término de un largo ciclo histórico, cuando los retadores buscan desplazar a la potencia rectora en el sistema internacional. Carrera Armamentista Debido a que la seguridad nacional es, finalmente, una responsabilidad de cada Estado, los países buscan aumentar su poder nacional, especialmente en cuanto a capacidades militares. Al tratar de maximizar el potencial militar, Estados adversarios inevitablemente entran a una “carrera de armas”, ya que cada uno compite por alcanzar una supremacía militar. Uno de los principales esfuerzos para examinar sistemáticamente la dinámica e impacto de las adquisiciones de armamento entre dos Estados rivales fue la que llevó a cabo el matemático inglés LEWIS RICHARDSON, en su obra “Armas and Insecurity”, quien estableció una fórmula para predecir gastos militares para dos Estados adversarios. Existen dos tipos de procesos de acción-reacción: estable e inestable. Según éste, existen cuando los Estados en competencia buscan responder en igual forma las acciones tomadas por su oponente, es probable que la interacción sea estable, porque un aumento en las capacidades militares y gastos conducirán a una respuesta similar por parte del Estado enemigo. Por otra parte, si la relación entre dos Estados implica un alto nivel de hostilidad y desconfianza, la interacción entre ambos probablemente será inestable, envolviendo reacciones en escalada. Por ejemplo. Si un Estado cree que necesita mayores capacidades militares que las de su adversario para garantizar su seguridad nacional, cualquier aumento de las correspondientes a su enemigo producirían, a su turno, un mayor aumento en sus propias capacidades, dando como resultado el escalamiento de una carrera de armas que podría llegar a la guerra. Aunque la relación matemática de RICHARDSON llama la atención sobre los peligros de las carreras armamentistas, su teoría no explica satisfactoriamente ni éstas ni la guerra, ya que la competencia militar puede deberse a factores distintos a la creciente capacidad militar de un adversario. Dentro de las distintas explicaciones respecto a las carreras armamentistas se pueden citar tres que reflejan otros tipos de competencias. La primera, sostiene que una militarización continua puede deberse a una competencia ideológica y política entre las potencias rectoras. La confrontación entre las alianzas Atlántico Norte y de Varsovia son un ejemplo de esta explicación. Cuando en 1978 la URSS decidió desplegar los nuevos misiles SS-20, de rango intermedio, la OTAN amenazó con instalar nuevos misiles si la URSS no retiraba los mencionados SS-20; como ello no ocurrió, la alianza occidental instaló los Pershing II, en el mes de noviembre de 1983. Una segunda explicación sostiene que las carreras de armamento derivan en conflictos en las áreas de influencia que históricamente han mantenido las principales potencias. Por ejemplo, durante la Guerra Fría, la URSS consideró a los países de Europa Oriental como su esfera de influencia, mientas que Estados Unidos vio a Latinoamérica como sus dominios de especial interés. Cuando las grandes potencias buscan extender su influencia hacia las áreas de control de otras, el conflicto aparece inevitablemente. Así, cuando la URSS introdujo misiles de alcance intermedio en Cuba en 1962, Estados Unidos consideró este acto como un cambio inaceptable 69 del statu quo y se arriesgó a un conflicto nuclear para obtener el retiro de los misiles de la isla. La tercera explicación está relacionada con la dinámica de la política interna. GRAHAM T. ALLISON, por ejemplo, encontró que el desarrollo y adquisición de armas sofisticadas, tales como MIRVed ICBM (misiles de mediano alcance y misiles balísticos intercontinentales) requerían de tal largo plazo para su planificación y desarrollo, que una carrera armamentista no podría ser atribuida a la dinámica de acción y reacción. Más bien, las decisiones para obtener sofisticadas armas están vinculadas, sugiere ALLISON, en gran medida con las políticas burocráticas internas. Mientras la tesis de la “carrera de armas” llama acertadamente la atención en cuanto a los efectos potencialmente desestabilizadores de escalar una competencia militar, el militarismo no explica adecuadamente la guerra. Como lo sostiene DOUGHERTY y PFALTZGRAFF, es virtualmente imposible mostrar que las carreras armamentistas sean una causa principal de la guerra. Las armas permiten o facilitan una guerra, pero no son la única, ni aún la principal fuente de conflictos internacionales. Esta breve revisión de las teorías sobre las causas de la guerra sugiere que no existe un factor único que pueda dar una explicación de dicho fenómeno. Como pasa con todos los principales problemas políticos y sociales, la guerra se origina en una multiplicidad de fuentes. Una explicación adecuada de sus causas debe, por lo tanto, tomar en cuenta el rol de los individuos, las naciones y el sistema internacional. LAS GUERRAS INTERESTATALES ¿Qué es la Guerra? Llegado a este momento del ensayo, resulta obvio que nuestra preocupación se ha centrado en un tipo de conflicto específico, las guerras entre Estados-Naciones, resulta necesario hacer algunas precisiones. Sin entrar a un análisis e interpretación de las múltiples y variadas definiciones que estudiosos de distintas disciplinas han dado respecto a la guerra, parece conveniente distinguir entre qué se entiende por ésta y qué constituye guerra. Para este fin, tomaremos de HEDLEY BULL algunas de sus ideas centrales. Según el citado autor, guerra es la violencia organizada llevada a cabo entre unidades políticas. La violencia no es guerra, a menos que sea llevada a cabo en nombre de una unidad política; lo que distingue matar en la guerra, de asesinar, es su carácter vicario y oficial, la responsabilidad simbólica de la unidad a la que pertenece quien mata. Igualmente, la violencia realizada de una unidad política no es guerra, a menos que esté dirigida hacia otra unidad política; la violencia empleada por el Estado en la ejecución de criminales o la supresión de piratas tampoco cualifica como guerra, porque está dirigida contra individuos. También resulta necesario distinguir entre la guerra, en el sentido amplio de violencia organizada que puede realizar cualquier unidad política (una tribu, un antiguo imperio, un principado feudal, etc.) y la guerra en el estricto sentido de una guerra internacional o interestatal, que corresponde a la violencia cometida por Estados soberanos. Dentro del sistema moderno de Estados, solamente la guerra en este último sentido, el estricto, ha sido legítimo. Los Estados soberanos han buscado preservar para ellos el monopolio del uso legítimo de la violencia o la fuerza. 70 El desarrollo del concepto moderno de la guerra como “violencia organizada” entre Estados soberanos fue el resultado de un proceso de limitación o confinamiento de la violencia. En el mundo moderno estamos acostumbrados a contrastar, guerra entre Estados, con paz entre Estados, pero la histórica alternativa de la guerra ha sido más ubicua. Necesitamos también distinguir la guerra en un sentido material; esto es, real hostilidad y guerra en el uso normativo o legal, como por ejemplo, que sea reconocida o declarada por autoridades competentes. En el sentido material, éstas a menudo toman la forma de guerras que no obedecen a las de un sentido legal. La mayoría de las guerras ocurridas desde 1945 han sido descritas por los que las realizan bajo cualquier otro nombre. Por otra parte, puede sostenerse que la guerra en su sentido legal existe aun en los momentos en que no se presentan realmente hostilidades –lo que en jerga militar se conoce como el período de “cese de hostilidades” – como por ejemplo, en el intervalo entre la cesación de hostilidades y el término de una guerra y la conclusión de un tratado de paz. Esta distinción es relevante para establecer la duración de las guerras y la situación de los beligerantes. Conocidos son los casos de las guerras árabe-israelíes, que se separan cronológicamente con fechas bien determinadas, aun cuando entre 1958 y 1982 no existió entre las mismas nunca un tratado de paz. Si hablamos de guerra en el sentido legal, su distinción con la paz es absoluta. Tal distinción es muy difícil en el sentido material de la guerra. Finalmente, debemos distinguir entre una guerra racional, inteligente o con un propósito definido y una guerra que es ciega, impulsiva o irracional. La definición de CLAUSEWITZ, de que la guerra “es un acto dirigido a obligar a nuestro oponente a cumplir nuestra voluntad”, representa la concepción que fue dominante en Europa bajo la influencia de la doctrina de razón de Estado. Según BULL, “la guerra muy a menudo no ha estado al servicio de propósitos racionales e inteligentes; ha sido llevada a cabo por tribus primitivas como un ritual, por los cristianos y Caballeros Sarracenos en cumplimiento a un código de caballeros, por los Estados modernos para probar su cohesión y sentido de identidad, y a través de la historia desde la completa codicia al derramamiento de sangre y conquistas. Complementando los anteriormente detallados conceptos sobre el término guerra, resumiremos en el siguiente cuadro otras definiciones sobre este fenómeno sustentadas por diferentes autores: OTRAS DEFINICIONES DE GUERRA Autor Gastón Bouthoul Quince Wright Von Clausewitz Von Bogulslawski Definiciones de Guerra “La guerra es una lucha armada y sangrienta entre agrupaciones organizadas” Guerra, en su concepto más amplio, es el “contacto violento entre dos distintas pero similares entidades”. El mismo autor expresa que “la guerra es la condición legal que permite a dos o varios grupos hostiles dirigir un conflicto por medio de fuerzas armadas”, a la vez señala que “la guerra puede ser considerada como un conflicto simultáneo de fuerzas armadas, de sentimientos populares, de dogmas jurídicos y de culturas nacionales”. Para él “la guerra es un acto de violencia, cuyo objetivo es forzar al adversario a ejecutar nuestra voluntad” Manifiesta que “la guerra es el combate dirigido por una agrupación determinada de hombres, tribus, naciones, 71 Lagorgette Alvin y Heidi Tofler Grotius Cicerón Herbert C. Keiman pueblos o Estados, contra otra agrupación igual o similar”. Puntualiza que “la guerra es el estado de lucha violenta surgida, entre dos o varias agrupaciones de seres perteneciente a la misma especie, de su deseo o de su voluntad”. “Un conflicto violento (sangriento) entre estados organizados”. Opina que la guerra es “la condición de antagonismo (contienda) por la fuerza propiamente tal”. “Una contienda por la fuerza” La define como “una acción de la sociedad o entre sociedades, llevada a cabo en un contexto político nacional e internacional”. Las Funciones de la Guerra Siempre tomando como referencia a BULL, podemos distinguir tres funciones principales de la guerra en el sistema moderno de Estados: la del Estado individual; la del sistema de Estados y la de la sociedad de Estados. Desde el punto de vista individual de los Estados, la guerra ha aparecido como un instrumento de la política, uno de los medios por los cuales los objetivos de los Estados pueden ser obtenidos. En este sentido, coincide con la máxima de CLAUSEWITZ “… la guerra no es solamente un acto de la política, sino que un verdadero instrumento político, una continuación de la relación política llevada a cabo por otros medios”. No obstante, BULL afirma que es verdad que cuando un Estado emprende una guerra, no siempre refleja un intento deliberado o calculado de usar ésta como un medio para obtener un objetivo deseado. Los Estados son llevados a la guerra algunas veces por accidente o por error de cálculo o han sido impulsados por una real cólera o sentimiento público. Es verdad también que, cuando en agostoseptiembre de 1914, los Estados decidieron participar en una guerra como un medio deliberadamente elegido para obtener algunos fines concretos, durante su desarrollo los Estados beligerantes transformaron los objetivos originales por los cuales fueron a dicha guerra. No obstante, la idea de que esta última puede servir como un instrumento deliberado de la política, tiene numerosos ejemplos históricos. Desde el punto de vista del sistema internacional, debido al simple mecanismo o campo de fuerza que los Estados constituyen en virtud de su interacción, la guerra aparece como un determinante básico de la forma que asume el sistema en un momento dado. La guerra y la amenaza de la misma ayuda a establecer si determinados Estados sobrevivirán o serán eliminados; si crecen o declinan; si sus fronteras permanecen iguales o son cambiadas; si sus pueblos son regidos por uno u otro gobierno; si las disputas son zanjadas o arrastradas; si hay un equilibrio de poder en el sistema internacional o un Estado llega a ser preponderante. Las guerras o su amenaza no son las únicas determinantes de la estructura del sistema internacional, pero, como ya dijimos al comienzo del Capítulo II, son elementos tan claves que aún los términos que usamos para describir el sistema – grandes potencias, pequeñas potencias, bipolaridad, multipolaridad, equilibrio de poder y hegemonías- son difícilmente inteligibles, excepto en relación con la guerra y la amenaza de la guerra. Desde el punto de vista de la sociedad internacional, considerada como la visión de valores comunes y reglas e instituciones aceptadas por los Estados, las guerras tienen un aspecto dual. Por una parte, la guerra es una manifestación de un desorden en la “sociedad internacional”, trayendo consigo el quebrantamiento de la 72 sociedad internacional misma, en “un estado de pura enemistad o guerra de todos contra todos”. La “sociedad de Estados”, consecuente con lo anterior, se preocupa de limitar y contener la guerra, mantenerla dentro de ciertas reglas establecidas por ella misma. Por otra parte, como un instrumento de la política de Estado y determinante básica de la forma del sistema internacional, es un medio por el cual la sociedad internacional siente una necesidad de explotarla para así alcanzar sus propios propósitos. Específicamente, la guerra es un medio para hacer cumplir la ley internacional, de preservar el equilibrio de poder y, posiblemente, de promover cambios en la ley considerada generalmente como justa. La Frecuencia de las Guerras y sus impactos. A lo largo de la historia de la civilización occidental los conflictos interestatales han sido un fenómeno frecuente. Sin embargo, el número de guerras depende del criterio utilizado para definir lo que se entiende por este fenómeno. En la Tabla No. 1 se muestra un resumen de distintos autores sobre la cantidad de guerras en diferentes períodos de la historia. VARIACIONES EN EL NÚMERO DE GUERRAS Autor Cantidad Período de guerras registradas Quince Wright 278 Desde fines del siglo XV hasta mediados del siglo XX Lewis Richardson 300 Desde 1820 a 1949 Pitirim Soroski 862 Desde1100 a 1925 William Eckhardt 589 Desde 1500 a1992 R. Paul Shaw y 14.500 Durante los últimos 5.600 Yuwa Wong años Otros Antecedentes Aproximadamente una guerra cada dos años La paz comprende solo el 8% del total de la historia de la humanidad Tabla No. 1 La más exhaustiva investigación empírica contemporánea sobre las guerras internacionales ha sido llevada a cabo por MELVIN SMALL y DAVID SINGER. De acuerdo con ellos, desde 1816 a 1980 ha habido 118 guerras. De éstas, 67 fueron conflictos entre dos o más Estados y, las restantes, guerras imperiales o coloniales que envolvieron a entidades que no reunían los requisitos completos para ser considerados como miembros del sistema internacional; es decir, Estados. Los Estados más involucrados en guerras imperiales o coloniales, de acuerdo con estos autores son: Francia, con 22; Inglaterra, con 19; Turquía y Rusia, con 18 cada uno; Italia, con 12; China, con 11; España; con 10 y Estados Unidos con 8, según la muestra en la Figura No. 1. 73 ESTADOS MÁS INVOLUCRADOS EN GUERRA SIMPERIALES O COLONIALES, PERIODO 1816-1980 74 CHARLES KIGLEY y EUGENE WITTKOPF realizaron un estudio de la frecuencia y carácter de la guerra entre los Estados, para lo cual dividieron el sistema de estos últimos en seis períodos históricos, a partir de las Guerras Napoleónicas, tomando como referencia los años 1816, 1849, 1882, 1915, 1945 y 1989, que marcan “momentos cruciales”, que los estudiosos convencionalmente consideran como los momentos de transición más importantes en la historia contemporánea. La Tabla No. 2 resume los datos que permiten la comparación de estos seis períodos sucesivos. 216 GUERRAS EN SEIS PERÍODOS HISTÓRICOS (1816 – 1992) Período Tipo de Sistema No. de Guerras 1816 – 1848 1849 – 1881 1882 – 1914 1915 – 1944 1945 – 1988 1989 1992 Concierto de Europa Guerras de Unificación Europea Resurgimiento del Imperialismo La Gran Depresión La Guerra Fría Post Guerra Fría 33 43 38 24 43 35 Tamaño del Sistema (Promedio No. Estados) 28 39 40 59 117 172 Tabla No. 2 La muestra sólo mide guerras importantes entre Estados soberanos cuyos resultados arrojaron, al menos, mil muertes de combate, basada en estudios realizados por los ya citados SMALL y SINGER. Considerados en esta forma restrictiva, los datos muestran que entre 1816 y 1992 estallaron 216 guerras interestatales y que su frecuencia ha sido bastante estable a través de todo este período. En adición, si tomamos como referencia la proliferación de Estados independientes en el sistema internacional, considerando la frecuencia en el estallido de las guerras por cada década, desde 1816, declina de cuatro por Estado, antes de la Segunda Guerra Mundial, a dos por estado a partir de esta última. Si el análisis se realiza no por Estados, sino por parejas de éstos, la declinación aparece aún más drástica. Así, cuando nos ajustamos al creciente número de Estados independientes, la etapa posterior a la Segunda Guerra Mundial aparece comparativamente más pacífica que los períodos precedentes. 75 Sin embargo, cuando enfocamos nuestra atención sobre el número de guerra en curso, más que en aquella que se inician, aparece un cuadro diferente. En efecto, las guerras interestatales han estado en desarrollo casi continuamente desde el Congreso de Viena, en 1815. Aunque transcurrieron ochenta y dos años, entre 1816 y 1992, en que no se inició ninguna guerra, pasaron sólo veinte en que no existió alguna de ellas en desarrollo. Según KEGLEY y WITTKOPF, el llamado “estallido de la paz” en la era de Post Guerra Fría es un mito en relación con los hechos, ya que no menos de diecinueve guerras a gran escala estaban en desarrollo entre 1989 y 1992. Al examinar el período de la Guerra Fría, después de 1945, definiendo la guerra en un sentido más amplio, de manera de incluir en ella todas las instancias de conflictos armados que involucraron a uno o más países y que causaron la muerte de mil personas cada año, KEGLEY y WITTKOPF encontraron 149 de ellos entre 1945 y 1992. Por su tamaño, en 1992 hubo 29 guerras mayores en desarrollo y en 1993, 42 países participaron en 52 conflictos mayores. Así, el número de guerras iniciadas y en desarrollo, a través de todo el mundo, desde el término de la Guerra Fría, se ha mantenido alto, existiendo, por tanto una escasa evidencia de que el mundo ha llegado a ser más seguro. Al analizar la frecuencia de la guerra y su carácter destructivo, de acuerdo con JACK LEVI, la histórica tendencia a la guerra entre las grandes potencias ha declinado, mientras que la violencia ha aumentado en extensión, gravedad e intensidad, definida en términos absolutos y por muertes per cápita en combate. Basado en este análisis, LEVI concluye que la guerra entre las grandes potencias ha llegado a ser menos frecuente, pero más destructiva, como lo muestra la Figura No. 2. FRECUENCIA DE LAS GUERRAS Y SU RELACIÓN CON MUERTES EN COMBATE 76 ALGUNAS TEORÍAS SOBRE LAS CAUSAS DE LA GUERRA ACTORES FUENTES DE LA GUERRA CAUSAS DE LA GUERRA Naturaleza humana Los líderes políticos El individuo Error de percepción La guerra origina en condiciones humanas se las Pérdida de control Expectativas de la utilidad de la guerra Antigüedad de independencia de los Estados Determinantes culturales y la decadencia de las limitaciones morales Pobreza nacional El Estado Transición de poder La guerra se origina en el comportamiento imperfecto de los Estados Militarización Sistemas y estructuras económicas Sistemas de gobiernos Asimetría del poder El Sistema Internacional Transición del Poder La guerra se origina en el sistema internacional anárquico Carrera Armamentista 77