NOTAS 1. 2. “Memorial de la política necesaria y útil restauración de la república de E spañ a”. Valladolid, 1600, la. parte, f. 29r (Citado por P. Vilar en Crecimiento y Desarrollo. Barcelona, 1964, p. 340). Sevilla, 1571, IV, p. 67. (Citado por el mismo Vilar en la p. 342.) Carta de Sor Juana Inés de la Cruz a su confesor. Autodefensa espiritual, Monterrey, 1986, 55 TAPIA MENDEZ, Aureliano, págs., “en cuarto mayor”. La bibliografía en torno a Sor J u a n a Inés de la Cruz se h a visto acrecentada en los últimos años por una serie de obras, estudios y tesis im portantes. Tanto, que parecía tener razón Alfonso Reyes cuando hace cuarenta años decía: “J u a n a se nos presenta todavía como una persona viva e inquietante... Es popular y actual... No es fácil estudiarla sin enam orarse de ella.” (Letras de la Nueva E sp a ñ a , f c e , México, 19844, p. 88.) Entre nosotros, b a sta ría n los trabajos de Octavio Paz, Antonio Alatorre, F ernando Benítez, E lias Trabulse, José Pascual Buxó, entre muchos otros, p ara confirmarlo. En el sorjuanism o internacional, en cambio, si hubiera de mencio­ n a r a alguien, me referiría, sin dudarlo, a la investigadora de la Sorbonne Nouvelle, Marié-Cécile Benassy-Berling y a su deliciosa obra H um anism o y religión en Sor Juana Inés de la Cruz ( u n a m , México, 1983) cuya bibliografía puede servir de indicador de la actualidad de la Décima Musa. No hace mucho ( E studios, i t a m , México, Invierno 1986, n. 7, p. 7) Antonio Alatorre, en un brillante y suculento artícu­ lo, se refería —en la expresión de la sorjuanista norteam eri­ cana Dorothy Schons— a “los tres misterios de la vida de Sor J u a n a ’’ aún no resueltos en la década de los veinte. En expre­ sión de Alatorre: “por qué se metió en un convento; cómo se llam aba antes de hacerse monja; y por qué, estando en plena actividad y rodeada de fam a, de pronto colgó la plum a y no escribió m ás.” De los tres, sólo queda el tercer “m isterio” alrededor del cual parece descansar buena parte de la actuali­ dad de Sor Ju an a. Como bien se sabe, la vida religiosa de la poetisa giró en torno al jesuita Antonio Núñez de M iranda, su confesor: él “metió” de monja a J u a n Inés, fue su censor durante un a decena de años, de él se distancia la monja a principos de la década de los ochenta, con él se reconcilia a principios de la década de los noventa con ocasión de la renovación de votos por los veinticinco años de vida religiosa de la poetisa, él estuvo en el ojo de la torm enta suscitada por el hecho de que un a monja escribiera versos; él parece ser la clave del “tercer m isterio” al que está ligado el no menos misterioso asunto de la biblioteca y los estudios de la monja. Se puede decir, sin mucho riesgo de errar, que el periodo más fecundo de la poetisa fue precisamente cuando logró desem­ barazarse del jesuita en la década de los ochenta y principios de la de los noventa. Pues bien, el texto que ahora reseñamos es la edición facsim ilar del manuscrito —con su correspon­ diente transcripción paleográfica, presentación, contrastación con la Respuesta a Sor Filetea de la Cruz, “el asunto de fondo” y comentarios suscitados por el hallazgo del docu­ mento— de un a carta que Sor J u a n a Inés de la Cruz dirige al jesuita Antonio Núñez de M iranda, su confesor, a principios de la década de los ochenta en el siglo XVII, para defenderse de una serie de acusaciones que el jesuita había andado divulgando sobre ella. El documento fue encontrado en la biblioteca del Semi­ nario Arquidiocesano de Monterrey por Aureliano Tapia Méndez, “el hombre sacerdote, el escritor-investigador, el poeta que tam bién es, el autor de hallazgos documentales...” como dijera Raúl Rangel Frías en la presentación de la edi­ ción publicada en 1981, la primera que se hizo del documento, por parte de la dirección general de estudios hum anísticos de la U niversidad A utónom a de Nuevo León. Octavio Paz re­ produjo la carta en un apéndice a su libro Sor Juan Inés de la Cruz, o Las tram pas de la fe ( f c e , México) a p artir de la tercera edición aparecida en 1983. La edición que reseñamos, pues, sería la tercera que se hace del documento. Sin em bar­ go, la novedad de ella estriba en el hecho de que es la primera ocasión que se publica un facsim ilar del m anuscrito encon­ trado en Monterrey. Se tra ta de una edición con un tiraje de 500 ejemplares hecha por el mismo Tapia en Impresora Mon­ terrey. Las 55 páginas de la publicación, son divididas en seis apartados antes de la “conclusión” : “U na carta inédita de Sor J u a n ”, “texto de la Autodefensa E spiritual” , “para en­ tra r a la comparación de las dos c a rta s ”, “concordancia entre la Autodefensa Espiritual y la Respuesta de la poetisa a Sor Filotea de la Cruz”, “el asunto de fondo” y “juicios sobre la C arta de M onterrey”. Como ya he dicho, recién descubierta la carta, el mismo Aureliano Tapia Méndez —jaconense, por cierto— la hizo publicar con el nombre de Autodefensa espiri­ tual de Sor Juana en un librito de unas cien p áginas en nueve apartados. Es evidente la relación del texto que ahora reseña­ mos con la Autodefensa Espiritual de Sor Juana: la Carta de Sor Juana Inés de la Cruz a su confesor, nuestro texto, debe cinco de sus seis apartados a la Autodefensa sin que se pueda decir que h a n sido simplemente reproducidos. De la edición de 1981 extrañam os el apartado en que Tapia in ten ta retra­ ta r al “d estinatario” . La propuesta de datación del m anuscri­ to hecha por Tapia fue integrado —con m ás lógica— al pri­ mer apartado: “u na carta inédita de Sor J u a n a ”. Con todo, lo m ás im portante es la publicación facsimilar de la carta. Ello, sin duda y sin fetichismos, puede consi­ derarse u na indudable aportación al sorjuanism o internacion a l a u n q u e y a n o p u e d a o s t e n t a r —e s t r i c t a m e n t e hab lan do — la aureola de “inédita” que lucia, con razón, cuando apareció por prim era vez. E sta reseña tiene —ante un acontecimiento de esta índole— un p anoram a ciertam ente m ás amplio que el corto espacio de que dispone por razones de su propia textualidad. Nos contentamos, pues, con centrar­ nos en el documento sorjuaniano y con algunas observacio­ nes de forma a la edición, luego de una calurosa felicitación al inventor-editor. Como dice T apia en am bas ediciones, la carta de Sor J u a n a fue encontrada en “un grueso infolio, en cuarto m a­ yor, encuadernado en pergam ino y con un título grabado en el lomo v a r i o s y n f o r m e s ” (Carta... p. 9). Ocupa, dentro del volumen en cuestión, “de la foja 161 a la 163, vuelta” (ibid). Pues bien, el m anuscrito es reproducido respetando esas ca­ racterísticas. En cuanto a la transcripción paleogràfica, T a­ pia introduce la novedad de dividir el texto. ¡Lástima que no indique los criterios que p ara ello empleó ni justifique su división!: treinta y siete lexías, para usar el término acuñado por Roland Barthes, de muy desigual tam año. La prim era aprovecha, ciertamente, un punto y aparte en la línea 18 del manuscrito: coincide, en grandes líneas, con la introducción de la carta en que Sor J u a n a explica al jesuíta por qué, finalmente, se decidió contestar a la cam paña que Núñez había emprendido contra ella presentándola como un escándalo público. En la segunda lexía, parece que Tapia se fue buscando nuevam ente el punto: lo encontró catorce lí­ neas m ás abajo. Le resultaron, así, dos lexías demasiado largas y, por tanto, muy im prácticas p ara m anejarlas en el análisis minucioso del texto. En lo sucesivo, el inventor-edi­ tor parece com binar el criterio de la puntuación del m anuscri­ to con el del sentido del texto. El resultado son unas divisio­ nes en donde la argum entación se queda a la m itad del camino, a veces. Así, por ejemplo, las lexías 3 y 4 forman parte de una sola argumentación-: Sor J u a n a se defiende del escándalo promovido por el jesuíta con ocasión del arco de bienvenida que le mandó hacer el Cabildo de la Catedral de México con motivo de la llegada de los nuevos virreyes, el 30 de noviembre de 1680, cuando compuso el Neptuno Alegórico: Sor J u a n a le contesta refiriéndole cuánto se rehusó y cómo le insistieron todas las autoridades; concluye con un raciocinio por exclusión en donde muestra que lo único que le quedó fue obedecer. U n caso parecido lo constituyen las lexías 7 a 9. El tema de la relación mujer-hombre y los respectivos ideales, es tr a ­ tado por Sor J u a n a en la lexía 7. La lexía 8 continúa el mismo tem a cuando Sor J u a n a refiere la “pesada persecusión” de que fue objeto por “hacer esta forma de letra algo razonable”: le dijeron “que parecía letra de hom bre” y la “obligaron a m alearla adrede”. Se tra ta del mismo asunto que había em­ pezado en la lexía 7. Al menos ella así lo considera cuando lo concluye a m itad de la lexía 8: “en fin esta no será m ateria p ara una carta, sino para muchos volúmenes muy copiosos”. Allí term ina el asunto y pasa a otro con la pregunta un tanto recopiladora: “¿Qué dichos son estos ta n culpables?”. El tex­ to supone que Núñez h ab ía andado diciendo que a la monja le g u staban los aplausos y las celebraciones tanto como los “favores y h o n ra s” de los marqueses. La defensa de ello la encuentra el lector al final de la lexía 8 bajo la pregunta de la religiosa al jesuita: “¿los procuré yo?” Ju stam ente la respues­ ta a esta pregunta retórica es dada a lo largo de la lexía 9. P reguntaría yo a Tapia Méndez si no hubiera sido mejor haber juntado las lexías 7 con la m itad de la 8 en una sola y haber integrado la siguiente con la segunda m itad de la 8 (empezándola en “pues, ¿qué dichos...?”) y todas las lexías 9, 10 y 11 donde concluye el asunto de las visitas de los m arque­ ses a la religiosa y empieza el de sus estudios. El asunto de los estudios de la m onja —a quien repugna la “sa n ta ig norancia” que como a buena mujer de su tiempo le pedía el jesuita— abarca desde la lexía 12 h a s ta la 22 y concluye con la exclamación de la monja: “Sálvese San A nto­ nio, con su ignorancia santa, norabuena que San A gustín va por otro camino, y ninguno va errado”. La estructuración que hace Tapia del contenido del texto en esta parte podría suge­ rir que la división es totalm ente arb itraria y sólo tiene como finalidad una estética creación de espacios a un manuscrito que no hace pausas. Mas, si así fuera, ¿por qué no hacer m ás parejas las lexías? Las lexías 23 a 29, por su parte, tienen tam bién una cierta unidad temática: la m onja reclam a al jesuita con qué derecho pretende él dom inar y controlar su vida. Lo mismo p asa en las lexías 35-37: “si no gusta... no se acuerde de mí” (35), “si no gusta de favorecerme no se acuer­ de de m í” (37). De hecho el texto sugiere la división en un id a­ des mayores de tipo temático. El manejo minucioso del texto podría haberse resuelto numerando, simplemente, las líneas en cada una de esas partes temáticas. El documento, por supuesto, en la medida en que es textualm ente una “respuesta” como lo será, diez años m ás tarde, la Respuesta a Sor Pilotea de la Cruz permite adivinar el texto supuesto: las habladurías del jesuita sobre Sor J u a ­ na. Núñez h ab ría andado por allí difam ando a la poetisa, presentándola como un “escándalo público, y otros epítetosno menos horrorosos” por los versos que la poetisa escribe y, muy particularm ente, por su participación en el arco de la Catedral de México con la composición del N eptuno Alegóri­ co —la gota que derram ó el vaso—. Le recrimina, igualmente, la facilidad con que siendo monja dedica versos a particula­ res con ocasión de sus cumpleaños y fiestas así. U na m onja no debe hacer versos ni debe, como mujer, aspirar a saber nada: la mujer y, en particular, la religiosa debe buscar la salvación en la “s a n ta ignorancia” pues el saber es cosa de hombres. La h um anidad de la monja, recrim inada por Núñez, es causada tam bién por la fam iliaridad que cultiva con los marqueses. Finalm ente, parece que Núñez h ab ría dicho que si hubiera sabido que Sor J u a n a iba a hacer versos siendo monja, la hubiera casado en vez de meterla de religio­ sa. Esos, pues, serían los crímenes de la monja y esas las hab ladas del jesuíta al respecto. No es función de esta reseña analizar la personalidad m isógina de Núñez de quien su biógrafo, el tam bién jesuíta, J u a n de Oviedo, dice: “con las señoras gran cautela en los ojos; no dejarme tocar ni besar la mano, ni m irarlas al rostro, o traje, ni visitar a n in g u n a ” (citado por Tapia en Autodefen­ sa, p. 52). El mismo Oviedo, empero, (Vida ejemplar, heroicas virtudes y apostólicos ministerios del V.P. Antonio N úñez de M iranda, cap. V, citado por M.C. Benassy-Berling, op. cit., anexo 5) dice que el padre Antonio (quería) que tan singulares prendas (de Sor Juana) se dedicasen solo a Dios, y que entendimiento tan sublime tuviese sólo por pasto las divinas perfecciones del esposo que había tomado. Y aunque se han engañado muchos, persuadidos, a que el padre Antonio le prohibía a la madre Juana el exercicio decente de la poesía... estorvabale si cuanto podía la publicidad, y continuadas correspondencias de pala­ bra y por escrito con los de afuera; y temiendo también que el afecto a los estudios por demasiado no declinase al extremo vicioso, y le robase el tiempo que el estado santo de la religión pide de derecho... No pelean las letras con la santidad, ni el estudio de las ciencias con la perfección religiosa aun en el sexo de las mugeres; pero quien podrá dudar, que cuando el estudio, y las letras son estorbo para caminar, y llegar a la cumbre de la perfección... Viendo pues el padre Antonio, que no podía conseguir lo que deseaba, se retiró totalmente de la asistencia a la madre Juana... Y sin duda fue effecto de sus misas, y oraciones la admirable mudanza de la Madre Juana dos años antes de su muerte... hizo por su dirección una confe­ sión general de toda su vida; y en testimonio, y prueva de las veras conque trataba ya de amar sólo a su esposo se deshizo de la copiosa librería que tenía, sin reservar para su uso sino unos pocos libritos espirituales que la ayudassen en sus santos intentos. Echó también de la celda todos los instrumentos músicos, y mathemáticos singulares, y exquisitos que tenía, y cuantas alhajas de valor... (pp. 452-453). Es, ciertamente, muy probable que al redactar este capí­ tulo V, J u a n de Oviedo hubiera echado mano a la carta de Sor J u a n a a Núñez de M iranda, su confesor, objeto de esta rese­ ña: la estructura del texto citado y su evidente paralelism o con el documento reseñado lo sugieren firmemente. Oviedo publicó su libro en 1702, a unos cuantos años de 1695 en que murieron tanto Sor J u a n a como Núñez. El hallazgo, pues, de T apia y su aportación al sorjuanism o con estos trabajos editoriales son muy im portantes. Quedan por señalar algunas cuestiones de forma y que, ciertamente, no quitan los méritos que Tapia h a conquistado. El texto está plagado de erratas. La edición, herm osa en muchos aspectos, es afectada por la abu ndan cia y abuso de las cursivas: Tapia pone en cursiva cualquier cita. Hubiera sido mucho mejor seguir la costumbre prevalente en la tipo­ grafía académica de s a n g ra r las citas o, en todo caso, usar las comillas. Las citas bibliográficas y referencias de esa índole podrían haber seguido alguno de los sistem as en boga y que ciertam ente hacen m ás fácil la lectura. Por lo dem ás algunas referencias incompletas impiden un aprovecham iento m a­ yor y mejor de la investigación de Tapia. El apartado 4 que Tapia dedica a la contrastación entre la Autodefensa y la Respuesta aunque señala un im portante camino, no lo anda. La mera yuxtaposición de textos no es contrastación de ellos. El texto, en general, es excesivamente parco en especificar objetivos o propósitos. ¿Qué conclusión saca T apia de la con­ trastación? ¿P ara qué la hace? El texto en torno al documen­ to no escapa a la sensación de haber sido cocinado al vapor a pesar de lo sugerente que, indudablem ente, es. ¿Cabría es­ perar en un futuro próximo un estudio completo del im por­ tante documento? U na cosa más: el apartado seis de la edición reseñada —“Juicios sobre la carta de M onterrey”— deja la impresión de una autopromoción y de un autoelogio que aunque po- drían pensarse en consonancia textual con la “autodefensa” de Sor J u a n a están fuera de lugar en la edición crítica de un documento en el contexto de la textualidad científica contem­ poránea. Al fin de cuentas no hace falta: el haber hallado, identificado y ponderado con precisión un documento inédito de Sor J u a n a Inés de la Cruz, fechable entre 1681 y 1682, que m arca y explica la ruptura de la poetisa con quien la había introducido en el convento, es motivo m ás que suficiente para im pulsar el ego a continuar por los terrenos austeros de la investigación. Así, pues, con ese apartado sexto o sin él, gracias a Aureliano Tapia Méndez por habernos entregado el facsim ilar del m anuscrito hallado. Herón Pérez Martínez El Colegio de Michoacán EFFENTERRE, Van Henri, La Cité grecque des origines a la défaite de Marathon. Paris 1985, 340 p. El especialista en historia antigua griega y arqueólogo H. V an Effenterre nos convida, en unas páginas brillantes, a reconsiderar severam ente nuestra cultura histórica o más bien lo que creemos saber de la antigüedad. N uestra civiliza­ ción hace sus deleites de la antigüedad helénica y tom a la ciudad griega como el modelo de la libertad cívica que su­ puestam ente define a nuestras repúblicas por ambos lados del Atlántico. El despotismo sería asiático (persa) y la liber­ tad, la democracia, nuestras (griegas). El autor pone en duda la validez del modelo, de la reconstrucción que hicimos del modelo sobre la base de la A tenas clásica, p atria de la demo­ cracia aunque inseparable de la esclavitud y del imperialis­ mo. El primer error fue considerar a la sola A tenas de Pericles, la A tenas clásica del siglo V. La ciudad griega es muy anterior y múltiple. Encontram os a la “polis” en muchas comunidades cuyas raíces rem ontan a la protohistoria, para no decir a la prehistoria. Poco a poco, en Asia menor, en