cayetano núñez rivero El control constitucional de los tratados internacionales. El caso del derecho comunitario europeo. La doctrina del tribunal constitucional español al respecto* Constitutional control treaties. The case of european community law. The doctrine of the constitutional court about spanish Cayetano núñez rivero** Resumen Los Tratados prevalecen sobre las normas internas de los Estados firmantes y éstos no podrán invocar su derecho propio para justificar su incumplimiento, lo que supone un sometimiento de los ordenamientos jurídicos de los Estados. Actualmente el caso más significativo es el de la Unión Europea, donde el Derecho Comunitario ha alcanzado un alto grado de desarrollo. En el presente trabajo se analizan las sentencias del Tribunal Constitucional español al respecto Palabras clave: Derecho Comunitario; Control constitucional; Ordenamiento Jurídico; Tratado; Tribunal Constitucional. Abstract The treaties prevail over domestic rules of the signatories and they may not invoke its own right to justify their failure, which is a surrender of the legal systems of the States. Currently the most significant case is that of the European Union, where Community law has reached a high degree of development. This paper analyzes the Spanish Constitutional Court rulings thereon. Key words. Community Law, Control constitutional; Legal system; Treaty, the Constitutional Court Fecha de recepción: 27 de julio de 2012 Fecha de evaluación del Par: 23 de septiembre de 2012 Fecha de aprobación: 3 de diciembre de 2012 * El presente trabajo de investigación se incardina dentro del Proyecto “Constitución y globalización de espacios supranacionales”. Número de referencia del Proyecto: DER2009-10375 (Subprograma JURI).Entidad financiadora Ministerio de Educación y Ciencia de España. ** Universidad libre (colombia), uned (españa). Juan manuel goig martínez. Uned. (España) Verba Iuris 28 • p. 153-169 • Julio - Diciembre 2012 • Bogotá D.C. Colombia • ISSN: 0121-3474 153 el control constitucional de los tratados internacionales. El caso del derecho comunitario europeo Los tratados Internacionales Los Estados no son entidades aisladas. La posibilidad de que los mismos celebren Tratados internacionales que tras su íntegra publicación se incorporan al ordenamiento interno de cada uno de ellos, son aspectos que tienen una incidencia decisiva en el actual sistema de fuentes, tanto en lo que se refiere a las relaciones internacionales, como a las relaciones internas entre los distintos centros de producción normativa. El tema del rango normativo de los Tratados se deberá plantear de distinta manera dependiendo del plano desde el cual sea abordado, puesto que en el ámbito Internacional, no cabe duda, como claramente ha indicado el Convenio de Viena sobre el Derecho de los Tratados, que los mismos prevalecen sobre las normas internas de los Estados firmantes, y éstos no podrán invocar su propio derecho para justificar su incumplimiento. Sin embargo, en el plano interno, la posición del Tratado es distinta si su rango normativo se toma respecto de la Constitución o respecto del resto del ordenamiento jurídico. Como la propia Constitución española reconoce de forma directa en su artículo 95, -La celebración de un tratado internacional que contenga estipulaciones contrarias a la Constitución exigirá la previa revisión constitucional- y en su artículo 9.1, la consideración de la Constitución como Norma Suprema supone la subordinación a ella de los Tratados. A pesar de que la dicción literal del precepto pueda dar a entender que es la Constitución la que se somete al Tratado, en realidad ocurre lo contrario, puesto que mientras que la Constitución no sea reformada, dicho Tratado no puede ser celebrado, y si inadvertidamente lo fuera, puede ser declarado inconstitucional y expulsado del ordenamiento interno, pero como el Tribunal Constitucional de un Estado, no tiene, ni puede tener, jurisdicción internacional, el Tratado sigue siendo válido en este ámbito y el Estado correspondiente tendría que hacer frente a las responsabilidades internacionales en que incurriera como consecuencia de su incumplimiento. Precisamente para evitar 154 esto, el art. 95.2 de la Constitución española permite al Gobierno o al Parlamento requerir al TC para que declare si existe o no contradicción entre el Tratado concluido pero no ratificado y la Constitución. Ello permite otorgar una doble finalidad a este precepto: Mediante la vía prevista en su art. 95.2, la Norma Fundamental atribuye al Tribunal Constitucional la doble tarea de preservar la Constitución y de garantizar, al tiempo, la seguridad y estabilidad de los compromisos a contraer por España en el orden internacional. Como intérprete supremo de la Constitución, el Tribunal es llamado a pronunciarse sobre la posible contradicción entre ella y un Tratado cuyo texto, ya definitivamente fijado, no ha recibido aún el consentimiento del Estado (art. 78.1 LOTC). Si la duda de constitucionalidad se llega a confirmar, el Tratado no puede ser objeto de ratificación sin la previa revisión constitucional (art. 95.1 CE). De este modo, la Constitución ve garantizada, a través del procedimiento previsto en su Título X, su primacía, adquiriendo también el Tratado, en la parte del mismo que fue objeto de examen, una estabilidad jurídica plena, por el carácter vinculante de la Declaración del Tribunal (art. 78.2 LOTC) como corresponde al sentido de este examen preventivo (Declaración del TC de 1 de julio de 1992) Respecto a la propia Constitución, los Tratados tienen rango infraconstitucional, puesto que su fuente de validez no es otra que la misma Constitución a través del Capítulo III del Título III (STC 28/1991), mediante el cual se establece la competencia y el procedimiento para su celebración, dependiendo de cuál sea el contenido de los mismos. Ello no permite olvidar, sin embargo, que el precepto constitucional –art. 93 CE, de índole orgánico-procedimental, se limita a regular el modo de celebración de una determinada clase de Tratados Internacionales, lo que determina que únicamente tales Tratados puedan ser confrontados con el art. 93 de la Constitución en un juicio de constitucionalidad, por el hecho de ser dicha norma suprema la fuente de validez formal de los mismos (STC 28/1991, de 14 de febrero) Verba Iuris 28 • p. 153-169 • Julio - Diciembre 2012 • Bogotá D.C. Colombia • ISSN: 0121-3474 cayetano núñez rivero El art. 93 permite atribuciones o cesiones para el ejercicio de competencias derivadas de la Constitución y su actualización comporta una determinada limitación o constricción, a ciertos efectos, de atribuciones y competencias de los poderes públicos españoles (limitación de “derechos soberanos” en expresión del TJCE, caso Costa/Enel . (Sentencia de 15 de julio de 1964) Para que esa limitación se opere es indispensable, sin embargo, que existiera efectivamente una cesión del ejercicio de competencias (no de su titularidad) a organizaciones o instituciones internacionales. (Declaración del TC de 1 de julio de 1992), y al propio tiempo limita las potestades derivadas del ejercicio de las atribuciones enunciadas: “Por lo demás, tampoco el art. 93 CE se prestaría a ser empleado como instrumento para contrariar o rectificar mandatos o prohibiciones contenidos en la Norma Fundamental, pues, ni tal precepto es cauce legítimo para la reforma implícita o tácita constitucional, ni podría ser llamada atribución del ejercicio de competencias, en coherencia con ello, una tal contradicción, a través del Tratado, de los imperativos constitucionales. (…) En virtud del art. 93 las Cortes Generales pueden, en suma, ceder o atribuir el ejercicio de competencias derivadas de la Constitución, no disponer de la Constitución misma, contrariando o permitiendo contrariar sus determinaciones, pues, ni el poder de revisión constitucional es una competencia cuyo ejercicio fuera susceptible de cesión, ni la propia Constitución admite ser reformada por otro cauce que sea de su Título X, esto es, a través de los procedimientos y con las garantías allí establecidas(…)” (Declaración del TC de 1 de julio de 1992) La posición de los Tratados en el sistema de fuentes es una cuestión polémica que los textos constitucionales no parecen no haber resuelto de forma definitiva en lo que a su relación con la ley respecta. Sin embargo, como ha indicado De Otto (1987), la compleja relación entre los Tratados y la ley puede observarse desde el prisma de las reglas referentes a la aplicación y la eficacia, cuya combinación puede proporcionar una relación especial que no se haga depender del principio de jerarquía. Cuando el art. 96.1 CE dispone que los Tratados sólo pueden ser derogados, modificados o suspendidos en la forma prevista en los mismos o de acuerdo con las normas del Derecho Internacional, parece atribuirles una fuerza que les sitúa en una posición superior a las leyes, puesto que este precepto empieza por acoger el principio “pacta sunt recipienda”, para seguidamente, asumir el principio “pacta sunt servanda”, del que se deduce la especial situación de superioridad en que se encuentran situados los Tratados y Convenios Internacionales en nuestro sistema de fuentes, Rodríguez-Zapata, J.- (1997, p. 608). Las normas anteriores que se opongan a los Tratados son derogadas por éstos porque absorben la materia. Las normas posteriores, además de tener que interpretar los derechos y libertades de acuerdo con las obligaciones internacionales contraídas por el Estado español, y además interpretadas de la forma más favorable, no pueden en ninguna forma modificar, suspender o derogar los Tratados o su contenido. Los Tratados Internacionales se sitúan, en principio, por encima de la normativa unilateral interna, la cual no podrá afectar el contenido dispositivo de los Tratados. “Ningún tratado internacional recibe del art. 96.1 de la Constitución más que la consideración de norma que, dotada de la fuerza pasiva que el precepto le otorga, forma parte del ordenamiento interno; de manera que la supuesta contradicción de los tratados por las leyes o por otras disposiciones normativas posteriores no es cuestión que afecte a la constitucionalidad de éstas y que, por tanto deba ser resuelto por el Tribunal Constitucional…sino que, como puro problema de selección del Derecho aplicable al caso concreto, su resolución corresponde a los órganos judiciales en los litigios de que conozcan. En suma, la eventual infracción de la legislación comunitaria europea por leyes o normas estatales o autonómicas posteriores no convierte en litigio constitucional lo que sólo es un conflicto de normas infraconstitucionales que ha de resolverse en el ámbito de la jurisdicción ordinaria. Problema ligeramente distinto sería que la contradicción aludida sirviera para fundamentar la pretensión de inconstitucionalidad de una ley por oposición a un derecho fundamental, puesto que las normas constitucionales que reconocen los derechos y libertades han de interpretarse “de conformidad Verba Iuris 28 • p. 153-169 • Julio - Diciembre 2012 • Bogotá D.C. Colombia • ISSN: 0121-3474 155 el control constitucional de los tratados internacionales. El caso del derecho comunitario europeo con la Declaración Universal de Derechos Humanos y los Tratados y acuerdos internacionales sobre las mismas materias ratificados por España (art. 10.2 CE).Sin embargo, tampoco en un supuesto de esta naturaleza se convertiría per ser el tratado en medida de la constitucionalidad de la ley examinada, pues tal medida seguiría estando integrada por el precepto constitucional definidor del derecho o libertad, si bien interpretado, en cuanto a los perfiles exactos de su contenido, de conformidad con el tratado o acuerdo internacional”. (STC 28/1991, de 14 de febrero) Respecto al control de constitucionalidad de los Tratados: Si los Tratados Internacionales son susceptibles de ser declarados inconstitucionales, nada se opone a que dicha declaración se produzca por el mecanismo previsto en el art. 55.2 de la LOTC. Ello no altera la naturaleza del recurso de amparo que –como se ha declarado reiteradamente… “ha de seguirse tramitando y resolviendo como remedio que es frente a vulneraciones singulares de derechos fundamentales, ya que la eventual inaplicación de la ley para la concesión del amparo limita sus efectos al caso concreto decidido, sin que este Tribunal deba entonces, juzgando en amparo, hacer pronunciamiento general alguno sobre la contradicción entre dicha ley y la Constitución, pronunciamiento al que sólo cabrá llegar en estos supuestos, a través del procedimiento establecido en el citado art. 55.2 LOTC” (STC 187/1991, de 3 de octubre) Especial importancia adquieren los Tratados Internacionales en materia de Derechos y Libertades ratificados por el Estado, en especial la Declaración Universal de los Derechos Humanos, del Pacto Internacional de Derecho Civiles y Políticos, y del Convenio Europeo para la Protección de los Derechos Humanos y Libertades Fundamentales, y el hecho de que éstos, en virtud del art. 10.2 CE, se pudieran convertir en canon de la constitucionalidad de las leyes españolas. La jurisprudencia constitucional española ha afirmado en reiteradas ocasiones la utilidad de los textos internacionales ratificados por España 156 “para configurar el sentido y alcance de de los derechos fundamentales, de conformidad con lo establecido en el art. 10.2 CE” (SSTC 38/1981, de 23 de noviembre; 84/1989, de 10 de mayo). Sin embargo, también el TC ha precisado: En concreto, hemos explicado el significado de la interpretación a la que alude el art. 10.2 CE señalando que “no convierte a tales tratados y acuerdos internacionales en canon autónomo de validez de las normas y actos de los poderes públicos desde la perspectiva de los derechos fundamentales. Si así fuera, sobraría la proclamación constitucional de tales derechos, bastando con que el constituyente hubiera efectuado una remisión a las Declaraciones internacionales de derechos humanos o, en general, a los tratados que suscriba al Estado español sobre derechos fundamentales y libertades públicas. Por el contrario, realizada la mencionada proclamación, no puede haber duda de que la validez de las disposiciones y actos impugnados en amparo debe medirse sólo por referencia a los preceptos constitucionales que reconocen los derechos y libertades susceptibles de protección en esta clase de litigios, siendo los textos y acuerdos internacionales del art. 10.2 una fuente interpretativa que contribuye a la mejor identificación del contenido de los derechos cuya tutela se pide a este Tribunal Constitucional” (STC 64/1991, de 22 de marzo). El art. 10.2 CE se limita a establecer una conexión entre el propio sistema de derechos fundamentales y libertades español, de un lado, y los Convenios y Tratados internacionales sobre las mismas materias en los que sea parte España, de otro, y no da rango constitucional a los derechos y libertades internacionalmente proclamados en cuanto no estén también consagrados por Constitución española, pero: (..) obliga a interpretar los correspondientes preceptos de ésta de acuerdo con el contenido de dichos Tratados o Convenios, de modo que en la práctica este contenido se convierte en cierto modo en el contenido constitucionalmente declarado de los derechos y libertades que enuncia el capítulo segundo del título I de nuestra Constitución. Es evidente, no obstante, que cuando el legislador o cualquier otro poder público adopta decisiones que, en relación con uno de los derechos fundamentales o las libertades que la Constitución enmarca, limita Verba Iuris 28 • p. 153-169 • Julio - Diciembre 2012 • Bogotá D.C. Colombia • ISSN: 0121-3474 cayetano núñez rivero o reduce el contenido que al mismo atribuyen los citados Tratados o Convenios, el precepto constitucional directamente infringido será el que enuncia ese derecho o libertad, sin que a ello añada nada la violación indirecta y mediata del art. 10.2 CE, que por definición no puede ser nunca autónoma, sino dependiente de otra, que es la que este Tribunal habrá de apreciar en su caso.” (STC 36/1991, de 14 de febrero). Una eventual contradicción de los Tratados por las leyes, o por otras disposiciones normativas, tampoco puede fundamentar la pretensión de inconstitucionalidad de una ley por oposición a un derecho fundamental, “puesto que las normas constitucionales que reconocen los derechos y libertades han de interpretarse ‘de conformidad con la Declaración Universal de Derechos Humanos y los Tratados y acuerdos internacionales sobre las mismas materias ratificados por España’ (art. 10.2 CE). Sin embargo, tampoco en un supuesto de esta naturaleza se convertiría per se el tratado en medida de la constitucionalidad de la ley examinada, pues tal medida seguiría estando integrada por el precepto constitucional definidor del derecho o libertad, si bien interpretado, en cuanto a los perfiles exactos de su contenido, de conformidad con el tratado o acuerdo internacional.” (STC 28/1991, de 14 de febrero). El legislador español, al regular los derechos de los extranjeros, resulta limitado ex art. 10.2 CE por los Tratados Internacionales ratificados por España. El art. 13 CE autoriza al legislador a establecer restricciones y limitaciones a los derechos de los extranjeros en España, pero sin afectar “al contenido delimitado para el derecho por (..) los Tratados Internacionales” (STC 242/1994), que debe observar para configurar el sentido y alcance de los derechos fundamentales. Como cualquier otro poder público, también el legislador está obligado a interpretar los correspondientes preceptos constitucionales de acuerdo con el contenido de dichos Tratados o Convenios, que se convierte así en el “contenido constitucionalmente declarado” de los derechos y libertades que enuncia el capítulo segundo del título I de la Constitución (SSTC 94/1993; 242/1994; 24/2000), pues de los Tratados en materia de derechos y libertades, se derivan límites a las posibilidades abiertas al legislador, pero no convierte a estos Tratados en “canon de constitucionalidad”. En suma pues: (...) al enjuiciar la Ley impugnada en este proceso, nos corresponde determinar si el legislador ha respetado los límites impuestos ex art. 10.2 CE por las normas internacionales, que le obligan a interpretar de acuerdo con ellas los derechos y libertades consagrados en nuestra Constitución. Pero el tratado o convenio internacional invocado no se convierten en sí mismos en canon de constitucionalidad de los concretos preceptos recurridos, como pretende el Parlamento recurrente. Las normas legales impugnadas deben ser contrastadas con los correspondientes preceptos constitucionales que proclaman los derechos y libertades de los extranjeros en España, interpretados de acuerdo con el contenido de dichos Tratados o Convenios. En consecuencia, sólo podrá declararse su inconstitucionalidad si aquellas normas con rango de ley vulneran el contenido constitucionalmente declarado de tales derechos y libertades. (STC 36/2007, de 7 de noviembre) El Derecho Comunitario En lo que al Derecho Comunitario respecta, el principio de primacía , como ha indicado Rodríguez Zapata, “requiere una interpretación de la Constitución amplia y favorable al Derecho Comunitario para evitar conflictos entre éste y los principios que rigen el sistema interno de fuentes del Derecho en nuestro sistema constitucional. España ha aceptado el derecho Comunitario como un todo, sometiendo su ordenamiento a todas las exigencias del sistema de fuentes del Derecho Comunitario. Por eso se puede afirmar que el artículo 93 CE es una fuente del Derecho que establece otras fuentes del mismo”. (…) el ordenamiento jurídico establecido por los Tratados Constitutivos de las Comunidades se caracteriza esencialmente por la aplicabilidad directa de determinadas de sus disposiciones y de determinados actos adoptados por las instituciones de las Comunidades, la primacía del Derecho comunitario sobre aquellas disposiciones nacionales contrarias al mismo y la existencia de procedimientos que permitan asegurar la uniformidad de interpretación del Verba Iuris 28 • p. 153-169 • Julio - Diciembre 2012 • Bogotá D.C. Colombia • ISSN: 0121-3474 157 el control constitucional de los tratados internacionales. El caso del derecho comunitario europeo Derecho comunitario…” (Dictamen de la Comisión Europea de 31 de mayo de 1985) En este sentido se ha manifestado la STJCE Costa/ Enel de 15 de julio de 1964 al afirmar que: Constituye este, uno de los temas que de forma más importante inciden en la configuración actual del Derecho Constitucional. Y es que ninguna organización Internacional ni ningún Tratado Internacional suponen un cúmulo de obligaciones para los diversos Estados que lo suscriben como las que se derivan de los Tratados de la Unión Europea, sin embargo, no podemos olvidar que: “(…) los Tratados constitutivos han creado una Comunidad de duración ilimitada, dotada de instituciones propias, de personalidad y capacidad jurídicas, con capacidad de representación internacional y con poderes efectivos que emanan de una limitación de competencias o de una trasferencia de atribuciones de los Estados a la Comunidad, de forma que se produce una cierta limitación de los derechos soberanos de los Estados.” “Este precepto –art. 93 CE- al establecer el procedimiento y determinar los órganos correspondientes para la celebración válida de los tratados de cesión de competencias a ciertas instituciones u organizaciones –lo que ha permitido nuestra integración en la Comunidad Europea-, no produce la constitucionalización del Derecho Comunitario ni convierte en infracción de dicho artículo 93 CE cualquier incumplimiento de dicho Derecho (…)” (STC 64/1991) Al amparo de dicho precepto constitucional –art. 93 CE-, la Ley Orgánica 10/1985, de 2 de agosto autorizó la ratificación del Tratado de Adhesión de España a las Comunidades Europeas, firmado el día 12 de junio anterior y que habría de entrar en vigor el 1 de enero de 1986. De acuerdo con el Acta relativa a las condiciones de adhesión, adjunta al Tratado, desde el momento de tal adhesión las disposiciones de los Tratados originarios (los constitutivos de las Comunidades Europeas) y los actos adoptados por las instituciones comunitarias anteriores a la adhesión obligan al Estado español y son en él aplicables (art. 2). En los arts. 3, 4 y 5 del Acta referida se precisan detalladamente otras consecuencias de la adhesión en lo concerniente a los diferentes tipos de actos y decisiones comunitarias y al carácter vinculante de los mismos. En resumidas cuentas, a partir de la fecha de su adhesión, el reino de España se halla vinculado al Derecho de las Comunidades Europeas, originario y derivado, el cual –por decirlo con palabras del Tribunal de Justicia de las Comunidades Europeas- “constituye un ordenamiento jurídico propio, integrado en el sistema jurídico de los Estados miembros y que se impone a sus órganos jurisdiccionales”. (STC 28/1991, de 14 de febrero) 158 El proceso de integración europea produce efectos importantes sobre los órdenes constitucionales, en tanto que a través de su proceso de regulación -Tratados constitutivos, Tratado de la Unión Europea de 1992, con sus modificaciones, Ámsterdam, Niza y el más reciente Tratado de Lisboa de diciembre de 2007- se observa una importante cesión de soberanía en beneficio de la Unión que se traduce en la eficacia que el ordenamiento jurídico comunitario despliega sobre los distintos ordenamientos constitucionales estatales por sus características de prevalencia y efecto directo (Linde Paniagua) (2007). Efectos que se ven agravados por las obligaciones derivadas de la integración y que se manifiestan en la aceptación de las reglas de articulación entre el ordenamiento comunitario y los ordenamientos estatales, de la estructura organizativa y del modelo de solución de conflictos instaurado. Principios del ordenamiento jurídico comunitario Según el Dictamen de la Comisión Europea de 31 de mayo de 1985, el ordenamiento jurídico establecido por los Tratados Constitutivos de las Comunidades se caracteriza esencialmente por la aplicabilidad directa de sus disposiciones y de determinados actos adoptados por las instituciones de las Comunidades, la primacía del Derecho comunitario sobre aquellas disposiciones nacionales contrarias al mismo y la existencia de procedimientos que permitan asegurar la uniformidad de interpretación del Derecho comunitario. Verba Iuris 28 • p. 153-169 • Julio - Diciembre 2012 • Bogotá D.C. Colombia • ISSN: 0121-3474 cayetano núñez rivero De este pronunciamiento, derivado de la dicción literal de los Tratados constitutivos y de la jurisprudencia del Tribunal de Justicia de las Comunidades Europeas, podemos extraer los tres principios que caracterizan el Derecho Comunitario: el principio de aplicación uniforme del Derecho Comunitario; el principio de eficacia directa, y el principio de primacía del Derecho Comunitario. El principio de aplicación uniforme del Derecho Comunitario se recoge en la STJCE, de 9 marzo de 1978, en el caso Simmenthal, conforme a la cual: “(...) las reglas del Derecho Comunitario deben desplegar la plenitud de sus efectos de manera uniforme en todos los Estados miembros, a partir de su entrada en vigor y a lo largo de toda la duración de su validez”. Este principio, exige al juez nacional, encargado de aplicar las disposiciones de Derecho Comunitario, en el marco de su competencia, que asegure el pleno efecto de las normas comunitarias, inaplicando cualquier disposición interna, anterior o posterior, en principio, sin necesidad de ningún acto que declare la nulidad de la norma nacional. Sin embargo, debemos indicar que el TC, en STC 58/2004, de 19 de abril, ha establecido que: (...) el órgano judicial que inaplique una norma interna por ser contraria al Derecho Comunitario, deberá plantear una cuestión prejudicial, cuando lo requiera la situación, de manera que, de no hacerlo estará violando el derecho a un proceso con todas la garantías.” El principio de efecto directo, predicado del Derecho Originario, de los Reglamentos, Decisiones y las Directivas en ciertos casos, implica que el Derecho Comunitario se aplica directamente, y tiene como destinatarios a los Estados miembros, pero también, incluso las Directivas, cuando cumplan determinados requisitos, a los particulares comunitarios, personas físicas y jurídicas, constituyéndose en fuente directa de derechos y obligaciones para todos los afectados. Todas las normas comunitarias que sean claras y precisas, de manera que no dejen margen a la apreciación, como ha indicado la STJCE de 5 de febrero de 1963, en el caso Van Gend & Loos, tienen efecto directo. El efecto directo del Derecho Comunitario, constituye un elemento preciso para establecer su diferencia respecto al Derecho Internacional de los Tratados y Acuerdos, cuya obligatoriedad está referida a los Estados firmantes. Especial consideración del principio de primacía del Derecho Comunitario Este principio de primacía, ha constituido, sin duda, el que mayores problemas doctrinales y jurisprudenciales ha producido. Su origen podemos encontrarlo en la STJCE, de 15 de julio de 1964, en el caso Costa/Enel. Como ha indicado el TC, el art. 93 permite atribuciones o cesiones para «el ejercicio de competencias derivada de la Constitución» y su actualización comportará -ha comportado ya- una determinada limitación o constricción, a ciertos efectos, de atribuciones y competencias de los poderes públicos españoles (limitación de «derechos soberanos», en expresión del Tribunal de Justicia de las Comunidades, caso Costa/Enel, Sentencia de 15 de julio de 1964). Este principio, implicaría la superioridad del Derecho Comunitario sobre los Derechos nacionales de los Estados miembros, en el caso español, la superioridad del Derecho Comunitario sobre la Constitución española. Desde sus primeros pronunciamientos al respecto , el TC indicó cómo la eventual infracción de las normas comunitarias por leyes o normas estatales o autonómicas posteriores, no convierte en litigio constitucional lo que sólo es un conflicto de normas infraconstitucionales (STC 28/91, de 14 de febrero). Posteriormente, el TC manifestó que: “(…) el art. 93 CE, al establecer el procedimiento y determinar los órganos correspondientes para Verba Iuris 28 • p. 153-169 • Julio - Diciembre 2012 • Bogotá D.C. Colombia • ISSN: 0121-3474 159 el control constitucional de los tratados internacionales. El caso del derecho comunitario europeo la celebración válida de los tratados de cesión de competencias a ciertas instituciones u organizaciones –lo que ha permitido nuestra integración en la Comunidad Europea-, no produce la constitucionalización del Derecho Comunitario ni convierte en infracción de dicho artículo 93 CE cualquier incumplimiento de dicho Derecho” (STC 64/1991, de 22 de marzo). El TC ha tenido varias ocasiones de pronunciarse al respecto, pero ha sido en las dos ocasiones en las que el Gobierno, por vía del art. 95 CE, le ha planteado la compatibilidad entre la Constitución española y la ratificación del Tratado de Maastrich, en un caso, y del Tratado por el que establecía una Constitución para Europa, en el otro, cuando se ha pronunciado con mayor rotundidad. Con el procedimiento establecido en el art. 95.2 de la Constitución , como ha indicado el TC: “(...) se conf ía a este Tribunal un doble cometido, pues al general o común, consistente en la defensa jurisdiccional de la Constitución, se suma el de garantizar la seguridad y estabilidad de los compromisos internacionales que España pueda contraer. Si se prefiere, al cometido jurisdiccional propio de este Tribunal se le añade, en virtud de su ejercicio preventivo, una dimensión cautelar al servicio de la salvaguardia de la responsabilidad internacional del Estado. Se trata, en definitiva, de asegurar la supremacía de la Constitución sin perjuicio alguno para esos compromisos, procurando evitar que la posible contradicción entre una y otros haya de resolverse una vez integradas en el Ordenamiento las normas pactadas; esto es, cuando de la lógica de la supremacía de la Constitución puedan derivar consecuencias incompatibles con la lógica del respeto a lo internacionalmente acordado. El art. 95.2 CE hace posible que las dudas de constitucionalidad que pueda suscitar un tratado se resuelvan con carácter previo a su ratificación, de manera que, de confirmarse aquéllas, ésta queda impedida en tanto no se revise el texto constitucional o se renegocie el tratado en términos que lo hagan compatible con la Constitución. Se pretende evitar, en suma, que la contradicción advertida entre la Norma suprema, de un lado, y una norma todavía no integrada en el sistema regido por aquélla, de otro, llegue a sustanciarse en una contradicción entre la Constitución y una norma internacional incorporada a nuestro Ordenamiento. 160 Con esta defensa jurisdiccional anticipada la Constitución ve asegurada su supremacía frente a las normas internacionales desde el momento mismo de la integración de éstas en el Derecho nacional, tratándose de obviar “la perturbación que, para la política exterior y las relaciones internacionales del Estado, implicaría la eventual declaración de inconstitucionalidad de una norma pactada” (DTC 1/1992, de 1 de julio, FJ 1). Como indica el TC en su Dictamen 1/1992, los poderes públicos españoles no están menos sujetos a la Constitución cuando actúan en las relaciones internacionales o supranacionales que al ejercer ad intra sus atribuciones, y no otra cosa ha querido preservar el art. 95: “(...) precepto cuya función de garantía no debe resultar contrariada o disminuida por lo prevenido en el art. 93 de la misma Norma fundamental. Se ha de procurar, más bien, una interpretación que concilie ambas previsiones constitucionales; lo que supone afirmar, de una parte, que los enunciados de la Constitución no pueden ser contradichos sino mediante su reforma expresa (por los cauces del Título X) y reconocer también, de la otra, que cabe autorizar, mediante Ley Orgánica, la ratificación de Tratados que, según quedó dicho, transfieran o atribuyan a organizaciones internacionales al ejercicio de competencias ex Constitutione, modulándose así, por lo tanto, el ámbito de aplicación, no el enunciado, de las reglas que las han instituido y ordenado. Este es, sin duda, un efecto previsto por la Constitución y, en cuanto tal, legítimo, pero ninguna relación guarda con el que depararía la colisión textual y directa entre la propia Norma fundamental y una o varias de las estipulaciones de un Tratado. Tal hipótesis -la del tratado contra Constitutionem- ha sido, en definitiva, excluida por el art. 95. En virtud del art. 93 las Cortes Generales pueden, en suma, ceder o atribuir el ejercicio de «competencias derivadas de la Constitución», no disponer de la Constitución misma, contrariando o permitiendo contrariar, sus determinaciones, pues, ni el poder de revisión constitucional es una «competencia» cuyo ejercicio fuera susceptible de cesión, ni la propia Constitución admite ser reformada por otro cauce que no sea el de su Título X, esto es, a través de los procedimientos y con las garantías allí establecidas y mediante la modificación expresa de su propio texto. Esta es la conclusión que impone el dictado del art. Verba Iuris 28 • p. 153-169 • Julio - Diciembre 2012 • Bogotá D.C. Colombia • ISSN: 0121-3474 cayetano núñez rivero 95.1, sin que sea ocioso recordar que la operación consistente en excepcionar enunciados constitucionales a través de un Tratado, quebrando así la generalidad de las disposiciones de la Constitución. (…)” Ahora bien, lo que el TC dijo en la DTC 1/1992, por la cual se decretó que era preciso reformar previamente el artículo 13 CE, se situaba en unas coordenadas precisas, consistentes entonces en la existencia de una contradicción entre el art. 8.B del Tratado constitutivo de la Comunidad Europea y el texto de la Constitución española, su art. 13.2. En el caso del Dictamen del Tribunal Constitucional 1/2004, de 13 de diciembre, en el que se resuelve sobre la posible modificación constitucional por entrar en contradicción con el Tratado por el que se establece una Constitución para Europa, que no llegó a entrar en vigor, el TC se sitúa en un marco bien distinto, en el que, tal contradicción con el texto no se da. El TC, en este segundo Dictamen, establece: “Producida la integración debe destacarse que la Constitución no es ya el marco de validez de las normas comunitarias, sino el propio Tratado cuya celebración instrumenta la operación soberana de cesión del ejercicio de competencias derivadas de aquélla, si bien la Constitución exige que el Ordenamiento aceptado como consecuencia de la cesión sea compatible con sus principios y valores básicos. Como se deriva del mecanismo contenido en el propio precepto constitucional, tampoco cabe ignorar la necesidad de proporcionar a los organismos internacionales en cuyo favor se ha cedido el ejercicio de las competencias los instrumentos indispensables para garantizar el cumplimiento del Derecho por ellos creado, función que sólo puede verse obstaculizada por un entendimiento inadecuado del citado precepto constitucional y de su sustancia integracionista. De ahí que sea imprescindible una interpretación que atienda a la insoslayable dimensión de integración comunitaria que el precepto constitucional comporta. Esa interpretación debe partir del reconocimiento de que la operación de cesión del ejercicio de competencias a la Unión europea y la integración consiguiente del Derecho comunitario en el nuestro propio imponen límites inevitables a las facultades soberanas del Estado, aceptables únicamente en tanto el Derecho europeo sea compatible con los principios fundamentales del Estado social y democrático de Derecho establecido por la Constitución nacional. Por ello la cesión constitucional que el art. 93 CE posibilita tiene a su vez límites materiales que se imponen a la propia cesión. Esos límites materiales, no recogidos expresamente en el precepto constitucional, pero que implícitamente se derivan de la Constitución y del sentido esencial del propio precepto, se traducen en el respeto de la soberanía del Estado, de nuestras estructuras constitucionales básicas y del sistema valores y principios fundamentales consagrados en nuestra Constitución, en el que los derechos fundamentales adquieren sustantividad propia (art. 10.1 CE), límites, que se respetan escrupulosamente en el Tratado. El artículo I-6 del Tratado, establece: “La Constitución y el Derecho adoptado por las instituciones de la Unión en el ejercicio de las competencias que se le atribuyen a ésta primarán sobre el Derecho de los Estados miembros.” Esta estipulación del Tratado, tal y como ha hecho constar formalmente la Conferencia de los Representantes de los Gobiernos de los Estados Miembros por medio de Declaración anexa al Tratado (Declaración anexa al art. I-6), “refleja la jurisprudencia existente del Tribunal de Justicia de las Comunidades Europeas y del Tribunal de Primera Instancia”, y en su expresa proclamación acota la primacía del Derecho de la Unión al ámbito del ejercicio de las competencias atribuidas a las instituciones europeas. Tal primacía no se afirma como superioridad jerárquica sino como una “exigencia existencial” de ese Derecho, a fin de lograr en la práctica el efecto directo y la aplicación uniforme en todos los Estados. Las coordenadas que así se establecen para la definición del ámbito de vigencia de ese principio son, como veremos, determinantes para su entendimiento a la luz de las categorías constitucionales que nos son propias. Para interpretar correctamente la primacía proclamada y el marco en que se desenvuelve, es que el Tratado por el que se establece una Constitución para Europa parte del respeto a la identidad de los Estados integrados en ella y de sus estructuras constitucionales básicas, y se funda en los valores que están en la base de las Constituciones de dichos Estados. La primacía que para el Tratado y su Derecho derivado se establece en el cuestionado art. I-6 se contrae expresamente al ejercicio de las competencias atribuidas a la Unión Europea. No es, por tanto, una primacía de alcance general, sino referida exclusivamente a las Verba Iuris 28 • p. 153-169 • Julio - Diciembre 2012 • Bogotá D.C. Colombia • ISSN: 0121-3474 161 el control constitucional de los tratados internacionales. El caso del derecho comunitario europeo competencias propias de la Unión. Tales competencias están delimitadas con arreglo al principio de atribución (art. I-11.1 del Tratado), en cuya virtud “la Unión actúa dentro de los límites de las competencias que le atribuyen los Estados miembros en la Constitución [europea] para lograr los objetivos que ésta determina” (art. I-11.2). La primacía opera, por tanto, respecto de competencias cedidas a la Unión por voluntad soberana del Estado y también soberanamente recuperables a través del procedimiento de “retirada voluntaria” previsto en el artículo I-60 del Tratado. Al propio tiempo se ha de destacar que la Unión debe ejercer sus competencias no exclusivas de conformidad con los principios de subsidiariedad y proporcionalidad (art. I-11.3 y 4), de manera que se racionaliza y limita el fenómeno de la expansividad competencial, propiciada anteriormente por la naturaleza funcional y dinámica del Derecho comunitario, pues en lo sucesivo, y en virtud de la “cláusula de flexibilidad” tal y como es hoy recogida en el artículo I-18 del Tratado, a falta de poderes específicos para emprender acciones necesarias para la consecución de sus objetivos, la Unión sólo podrá actuar a través de medidas adoptadas por el Consejo de Ministros, por unanimidad, a propuesta de la Comisión y previa aprobación del Parlamento Europeo, previéndose la participación de los Parlamentos nacionales en el marco del procedimiento de control del principio de subsidiariedad mencionado en el artículo I-11.3 del Tratado. Que la Constitución es la norma suprema del Ordenamiento español es cuestión que, aun cuando no se proclame expresamente en ninguno de sus preceptos, se deriva sin duda del enunciado de muchos de ellos, entre otros de sus arts. 1.2, 9.1, 95, 161, 163, 167, 168 y disposición derogatoria, y es consustancial a su condición de norma fundamental; supremacía o rango superior de la Constitución frente a cualquier otra norma, y en concreto frente a los tratados internacionales, que afirmamos en la Declaración 1/1992 (FJ 1). Pues bien, la proclamación de la primacía del Derecho de la Unión por el art. I-6 del Tratado no contradice la supremacía de la Constitución. Primacía y supremacía son categorías que se desenvuelven en órdenes diferenciados. Aquélla, en el de la aplicación de normas válidas; ésta, en el de los procedimientos de normación. La supremacía se sustenta en el carácter jerárquico superior de una norma y, por ello, es fuente de validez de las que le 162 están infraordenadas, con la consecuencia, pues, de la invalidez de éstas si contravienen lo dispuesto imperativamente en aquélla. La primacía, en cambio, no se sustenta necesariamente en la jerarquía, sino en la distinción entre ámbitos de aplicación de diferentes normas, en principio válidas, de las cuales, sin embargo, una o unas de ellas tienen capacidad de desplazar a otras en virtud de su aplicación preferente o prevalente debida a diferentes razones.” La jurisprudencia constitucional ha venido reconociendo pacíficamente la primacía del Derecho comunitario europeo sobre el interno en el ámbito de las “competencias derivadas de la Constitución”, cuyo ejercicio España ha atribuido a las instituciones comunitarias con fundamento, como hemos dicho, en el art. 93 CE. En concreto, se ha referido expresamente a la primacía del Derecho comunitario como técnica o principio normativo destinado a asegurar su efectividad en nuestra STC 28/1991, de 14 de febrero, FJ 6, con reproducción parcial de la Sentencia Simmenthal del Tribunal de Justicia, de 9 de marzo de 1978, y en la posterior STC 64/1991, de 22 de marzo, FJ4 En posteriores, SSTC 130/1995, de 11 de septiembre, FJ 4, 120/1998, de 15 de junio, FJ 4, y 58/2004, de 19 de abril, FJ 10, reiterando el reconocimiento de esa primacía de las normas del Ordenamiento comunitario, originario y derivado, sobre el interno, y su efecto directo para los ciudadanos, asumiendo la caracterización que de tal primacía y eficacia había efectuado el Tribunal de Justicia, entre otras, en sus conocidas y ya antiguas Sentencias Vand Gend & Loos, de 5 de febrero de 1963, y Costa/ ENEL, de 15 de julio de 1964, ya citada. En definitiva, lo que viene a afirmar el TC, es que, en materias comunitarias, prima el Derecho Comunitario, porque así lo han querido los poderes públicos españoles en virtud de competencias cedidas a la UE, sin que ello implique predicar la supremacía del Derecho Comunitario sobre nuestra Constitución que es la norma suprema de nuestro ordenamiento. Las relaciones entre el Derecho Comunitario y la Constitución española se rigen por el principio de competencia. Verba Iuris 28 • p. 153-169 • Julio - Diciembre 2012 • Bogotá D.C. Colombia • ISSN: 0121-3474 cayetano núñez rivero Efectos de la aplicación del ordenamiento jurídico comunitario. El proceso complejo de integración ha dado lugar a una organización que posee instituciones dotadas de poderes propios, nacidos de una atribución voluntaria de competencias hecha por los Estados en su favor y que cuenta con un ordenamiento jurídico propio, integrado en los sistemas jurídicos de los Estados miembros y que se impone a sus órganos jurisdiccionales, cuyos sujetos no son sólo los Estados, sino también los ciudadanos. Así, la UE va mucho más allá del ámbito puramente económico, porque tiene un fundamental componente político que se ha ido incrementando conforme se ha ido avanzando en su desarrollo. Este componente ha hecho que todos los Estados miembros hayan tenido que ajustar su funcionamiento a la existencia del nuevo centro de poder político representado por la UE, y entre ellos, algunos como Alemania, España, Italia o Bélgica, presentan la necesidad añadida de encontrar cauces para hacer efectiva la participación de los órganos descentralizados en los asuntos comunitarios que afectan a sus competencias, especialmente por el riesgo de que el reforzamiento de la unificación europea favoreciera en notable medida la erosión de dichas competencias, o por la posibilidad de ser un instrumento utilizado por las autoridades estatales a fin de conseguir dicho resultado. En España, la Constitución española de 1978 abrió un doble proceso. En el interior se pasó de un Estado fuertemente centralizado a uno compuesto, articulado alrededor de Comunidades Autónomas dotadas de autonomía política. En el exterior, posibilitó la adhesión de España a las Comunidades Europeas, y ambos procesos, aun con sus dificultades han coincido en el tiempo y se han mostrado compatibles. La UE y sus instituciones son un nuevo centro de poder político, añadido, para el caso español, al estatal y autonómico, cuestión esta ya prevista por nuestra Constitución , especialmente en los artículos 2 y 93. De ello se derivan importantes consecuencias entre las que podríamos destacar: 1. La integración provoca trasformaciones en el ejercicio de los poderes del Estado. La estructura institucional diseñada por el ordenamiento comunitario no coincide con el diseño estatal. En la Unión se ha abandonado la concepción del Parlamento como órgano representativo de la soberanía1 y el poder normativo se ha residenciado en un órgano representativo de los ejecutivos estatales -El Consejo de Ministros-, lo que, en España, se traduce en que la potestad legislativa de las Cortes Generales se comparta, en cierta medida, con el Consejo de Ministros y con la Comisión, en tanto que el Consejo no puede legislar si no hay propuesta previa de la Comisión. E igualmente se debe observar la incidencia que la actuación del Tribunal de la Unión ejerce sobre la práctica jurisdiccional. 2. El desarrollo expansivo de los poderes de la Unión Europea sobre los distintos sectores se ha traducido en que no existan ya, casi materias constitucionales sobre las que la Unión no sea competente. 3. Relacionado con los límites materiales al poder de integración también se encuentra la dimensión autonómica del Estado. Sin negar la competencia del Estado para las relaciones internacionales (art. 149.3), la cesión de competencias que supone la integración incide de manera directa en las competencias atribuidas a las CCAA, que al carecer de derechos participativos efectivos -puesto que la vía emprendida a través de las Conferencias Sectoriales no ha alcanzado un grado de eficacia satisfactorio- en las Instituciones comunitarias, como elemento equilibrador de 1 El Parlamento Europeo no es el único órgano legislativo de la unión. A pesar de esta afirmación, las modificaciones contenidas en el Acta Única y en el Tratado de la Unión han introducido algunas novedades importantes que permiten al Parlamento participar en el proceso legislativo a través de la consulta, la cooperación, dictamen conforme y codecisión. Mayores cotas de poder le ha otorgado al Parlamento los Tratados de Ámsterdam y Niza, y más recientemente el Tratado de Lisboa. Verba Iuris 28 • p. 153-169 • Julio - Diciembre 2012 • Bogotá D.C. Colombia • ISSN: 0121-3474 163 el control constitucional de los tratados internacionales. El caso del derecho comunitario europeo la cesión de competencias, puede reducir el papel de las CCAA al de meras ejecutoras de la Administración europea. Y es que el Estado no puede ampararse, por principio, en su competencia exclusiva sobre relaciones internacionales para extender su ámbito competencial a toda actividad que constituya desarrollo, aplicación o ejecución de los Convenios y Tratados, y en especial, y por la propia naturaleza de éste, del derecho Comunitario derivado, puesto que, como ha indicado el TC (STC 79/92), si así fuera, la progresiva ampliación de la esfera material de intervención de la UE, habría de producirse un vaciamiento notable del área de competencias que la Constitución y los Estatutos de autonomía atribuyen a las CCAA. Serán las normas de Derecho Interno las encargadas de determinar el órgano y el procedimiento adecuados para la aplicación del Derecho Comunitario, y ello es acorde, de un lado con el llamado “principio de indiferencia del Derecho Comunitario a la estructura interna constitucional de los Estados miembros”, y de otro con la naturaleza de este tipo de normas puesto que son los Estados los destinatarios directos, y no un órgano o entidad determinada. Así se ha manifestado el Tribunal de Justicia de la Comunidad Europea (TJCE): “Entendido que, en este caso, en el cual la aplicación de un Reglamento Comunitario incumbe a las autoridades nacionales, es necesario afirmar que en principio esta aplicación se hace dentro del respeto de las formas y procedimientos del derecho nacional. Que, sin embargo, la aplicación uniforme de las disposiciones comunitarias no permite el recurso a las reglas nacionales nada más que en la medida necesaria a la ejecución de los reglamentos (STJCE de 11 de febrero de 1971, Caso Fleischkontor) “Cuando las disposiciones del Tratado o de los reglamentos reconozcan poderes a los Estados miembros o les impongan obligaciones al objeto de la aplicación del Derecho Comunitario, la cuestión de saber de que forma el ejercicio de esos poderes y la ejecución de esas obligaciones pueden estar confiadas por los Estados a órganos internos determinados, se desprende únicamente del sistema constitucional 164 de cada Estado” (STJCE de 15 de diciembre de 1971, Caso International Fruti Company NV) Criterio adoptado y reiterado por el Tribunal Constitucional español “Por ello, y en relación ya directa con la problemática de la ejecución del Derecho Comunitario, son las reglas internas de delimitación competencial las que, en todo caso, han de fundamentar la respuesta a los conflictos de competencia surgidos entre el Estado y las CCAA…tal y como reconoce el propio Derecho Comunitario, en el que consolidada jurisprudencia del Tribunal de Justicia ha consagrado el principio de autonomía institucional y procedimental, en virtud del cual, cuando las disposiciones de los tratados o demás normas comunitarias reconocen poderes a los Estados miembros o les imponen obligaciones en orden a la aplicación del Derecho Comunitario, la cuestión de saber de qué forma el ejercicio de esos poderes y la ejecución de las obligaciones pueden ser confiadas por los Estados miembros a determinados órganos internos depende únicamente del sistema constitucional de cada Estado miembro…(STC 80/1993, de 8 de marzo) “(…) El orden competencial establecido no resulta alterado por el ingreso de España en la Comunidad Europea ni por la promulgación de normas comunitarias, y así lo ha señalado reiteradamente este Tribunal…En consecuencia serán las reglas internas de delimitación competencial las que deban de fundamentar la respuesta a los presentes conflictos” (STC 21/1999, de 25 de febrero.) El reconocimiento del principio de autonomía institucional y de procedimiento, viene a significar que la adopción de medidas de aplicación del Derecho Comunitario debe adecuarse a las reglas que se desprenden de su derecho interno, y sobre todo de su Derecho Constitucional, en lo relativo a la determinación de los órganos competentes y los procedimientos a utilizar, Isaac, G (1995),de forma que la determinación de las instituciones corresponde hacerla de acuerdo con el sistema constitucional del Estado miembro, y la aplicación se hará dentro del respeto a las formas y procedimientos del derecho nacional, (STJCE de 15-121971) En esta materia deberá tenerse presente los criterios constitucionales y estatutarios de reparto de competencias entre el Estado y las CCAA, Verba Iuris 28 • p. 153-169 • Julio - Diciembre 2012 • Bogotá D.C. Colombia • ISSN: 0121-3474 cayetano núñez rivero puesto que ni el ingreso de España en la UE, ni la promulgación de normas comunitarias pueden alterar el criterio de reparto competencial, ya que la cesión del ejercicio de competencias en favor de organismos comunitarios no implica que las autoridades nacionales dejen de estar sometidas, en tanto poderes públicos, a la Constitución y al resto del ordenamiento jurídico, como establece el art. 9.1 CE (STC 252/88; STC 115/91; STC 236/91), como tampoco dejan de estarlo las CCAA en sus obligaciones, entre las que se encuentra la aplicación del Derecho Comunitario derivado, asunto, en el que por proximidad, están especialmente interesadas (López Castillo, A.)-(1992) No obstante, en contrapartida con el reconocimiento en el Derecho Internacional del principio de auto organización del Estado, debido a la unidad del Estado para el Derecho Internacional, la conducta de sus órganos y de las entidades públicas territoriales se atribuyen al Estado a efectos de responsabilidad internacional con motivo de actos u omisiones, y la jurisprudencia comunitaria respecto a la exclusiva responsabilidad estatal en la aplicación del Derecho Comunitario, tanto en lo que se refiere a dificultades internas suscitadas en el nivel central por mecanismos de distribución de poderes, como en lo que se refiere a distribución de competencias entre diferentes centros territoriales de imputación es reiterada: “Según una jurisprudencia constante de este Tribunal, un Estado miembro no puede ampararse en disposiciones, prácticas o situaciones de orden interno para justificar el incumplimiento de las obligaciones resultantes de las directivas comunitarias” (STJCE de 2 de marzo de 1982, Caso Comisión vs. Italia) (…) La responsabilidad de un Estado miembro, a la vista del art. 169 viene establecida, sea cual sea el órgano del Estado cuya acción u omisión constituye el origen de su exigencia, incluso aun cuando se trate de una institución constitucionalmente independiente” (STJCE, de 5 de mayo de 1970, Caso Comisión vs. Bélgica) Además, la protección de los derechos que la normativa comunitaria ha establecido en beneficio de los particulares ha cobrado una gran importancia en el sistema comunitario europeo, puesto que no podemos olvidar que el principio de responsabilidad del Estado por daños causados a los particulares como consecuencia de la violación del Derecho Comunitario ha sido reconocido, desde 1991 por el Tribunal de Justicia de la Comunidad Europea: “Cuando un Estado miembro incumple la obligación que le incumbe, en virtud del párrafo tercero del art. 189 del Tratado, de adoptar todas las medidas necesarias para conseguir el resultado prescrito por una Directiva, la plena eficacia de esa norma de Derecho comunitario impone un derecho de indemnización siempre y cuando el resultado prescrito por la Directiva implique la atribución, a favor de particulares, de derechos cuyo contenido pueda ser identificado basándose en las disposiciones de la Directiva y exista, además una relación de causalidad entre el incumplimiento de la obligación que incumbe al Estado y el daño sufrido por las personas cuyos derechos han sido lesionados” (STJCE de 19 de noviembre de 1991, Caso Francovich y otros). Criterio reiterado jurisprudencialmente, en lo que se refiere a la responsabilidad patrimonial del Estado, en íntima relación con los principios de eficacia directa y primacía del Derecho comunitario: “El Tribunal de Justicia ha declarado que el principio de responsabilidad del Estado por daños causados a los particulares por violaciones del Derecho Comunitario que le son imputables es inherente al sistema del Tratado (...) Además, el Tribunal de Justicia ha señalado que los requisitos necesarios para que la responsabilidad del Estado genere un derecho de indemnización dependen de la naturaleza de la violación del Derecho comunitario que origine el perjuicio causado (...) ...una violación es suficientemente caracterizada cuando una Institución o Estado miembro, en el ejercicio de la facultad normativa, vulnera, de manera manifiesta y grave, los límites impuestos al ejercicio de sus facultades (...) y, por otra parte, en el supuesto de que el Estado miembro de que se trate, en el momento en que cometió la infracción, no estuviera confrontado a opciones normativas y dispusiera de un margen de apreciación considerable reducido, incluso inexistente, la mera infracción del Derecho Comunitario puede bastar para la demostrar Verba Iuris 28 • p. 153-169 • Julio - Diciembre 2012 • Bogotá D.C. Colombia • ISSN: 0121-3474 165 el control constitucional de los tratados internacionales. El caso del derecho comunitario europeo la existencia de una violación suficientemente caracterizada(...) Por consiguiente, cuando un Estado miembro, infringiendo el párrafo tercero del art. 189 del Tratado, no adopta ninguna de las medidas necesarias para conseguir el resultado prescrito por una Directiva dentro del plazo señalado por ésta, dicho Estado vulnera, de manera manifiesta y grave, los límites impuestos al ejercicio de sus competencias. Por consiguiente, tal violación engendra a favor de los particulares un derecho a obtener reparación si el resultado prescrito por la Directiva implica la atribución, a su favor, de derechos cuyo contenido pueda ser identificado basándose en las disposiciones de la Directiva y existe, una relación de causalidad entre el incumplimiento de la obligación que incumbe al Estado y el daño sufrido por las personas cuyos derechos han sido lesionados, sin que proceda tener en consideración otros requisitos” (STJCE de 8 de octubre de 1996, Caso Dillenkofer y otros) Sin embargo, el principio de responsabilidad , incluso en el supuesto de responsabilidad patrimonial, del Estado, no implica, según el TC español que se pueda alterar el sistema competencial constitucional: “(…) en estrecha relación con la responsabilidad internacional del Estado, no puede dejarse de señalar que la plena garantía del cumplimiento y ejecución de las obligaciones internacionales y, en particular ahora, del Derecho comunitario que al Estado encomiendo el art, 93 CE, a pesar de que necesariamente ha de dotar al Gobierno de la Nación de los instrumentos necesarios para desempeñar esa función garantista (STC 252/1988) articulándose la cláusula de responsabilidad por medio de una serie de poderes que permitan al Estado llevar a la práctica los compromisos internacionales adoptados, tampoco puede tener una incidencia o proyección interna que venga a alterar la distribución de poderes entre el Estado y las CCAA operada por el bloque de constitucionalidad. Y es que, aun cuando en el art. 93 CE se localiza una clara manifestación del monopolio competencial del Estado en orden a la garantía del cumplimiento de los compromisos adquiridos frente a otros sujetos de Derecho Internacional, ya que esa garantía de la ejecución –no desde luego, la ejecución misma- sí puede integrarse en el contenido del art. 149.1.3 CE, ello no quiere decir que la previsión del art. 93 CE configure por sí sola un 166 título competencial autónomo a favor del Estado, sino que, ineludiblemente, ha de serlo por conexión con las competencias exteriores del Estado. En cualquier caso, los poderes de control y vigilancia que, para el aseguramiento de la ejecución, deban corresponder al Estado, lo que no pueden es afectar a la competencia misma que constitucionalmente deban desarrollar y ejercer las CCAA, desplazándola o sustituyéndola anticipadamente por el ejercicio de poderes, que, en este caso, no serán ya de control y vigilancia”. (STC 80/1993, de 8 de marzo). Para, más adelante añadir que: “En efecto, el Derecho Comunitario no es canon de constitucionalidad…De suerte que la incorporación de España a las Comunidades Europeas como Estado miembro el 1 de enero de 1986 no ha modificado dicha distribución competencial. Y por ello hemos declarado… que la ejecución de las normas comunitarias en el Ordenamiento Jurídico español corresponde a quien, materialmente, ostente la competencia específica para la ejecución del Derecho Comunitario… Si bien no cabe ignorar que la propia interpretación del sistema de distribución competencial entre el Estado y las CCAA tampoco se produce en vacío y por tanto, no sólo es útil sino también obligado para su correcta aplicación el prestar atención al modo en que una determinada institución jurídica ha sido configurada por la normativa comunitaria” (STC 208/1999, de 11 de noviembre) Sin embargo, no debemos obviar que para la garantía de esta responsabilidad del Estado, el ordenamiento interno de los Estados tiene que tener los instrumentos necesarios para desempeñar la función garantista que le atribuye la Constitución (STC 252/1988). En España, durante mucho tiempo, el Estado recurrió a la supletoriedad para justificar la actividad legislativa estatal, aun en materias cuya competencia correspondía a las CCAA, en garantía de la aplicación de las normas de la UE, recurso que obtuvo la bendición inicial del TC. Así en la STC 79/1992, de 28 de mayo, el Tribunal entendió que la falta de la consiguiente actividad legislativa o reglamentaria de las CCAA permitía la normativa estatal supletoria para garantizar el cumplimiento del Derecho derivado europeo. Verba Iuris 28 • p. 153-169 • Julio - Diciembre 2012 • Bogotá D.C. Colombia • ISSN: 0121-3474 cayetano núñez rivero Esta actitud, sin embargo, fue prohibida por el TC mediante SSTC 118/96 y 61/97,( Goig Martínez, J.M) (2000),dejando en vacío la regla del art. 149.3 CE. El TC establece en estas sentencias que el Estado no puede recurrir a la regla de supletoriedad sobre competencias autonómicas, para hacer frente al cumplimiento de las funciones que el ordenamiento constitucional le impone. Ante esta doctrina constitucional, nos planteamos si el Estado debería recurrir a otras medidas constitucionales para asegurar el cumplimiento de las obligaciones normativas que el Derecho Comunitario impone a las CCAA, evitando el Estado incurrir en responsabilidad internacional en casos de incumplimiento autonómico. Se trataría de la legislación de armonización, la ampliación de las bases estatales, lo la ejecución forzosa que reconoce el art. 155 CE. Sin embargo, también en este caso, la satisfacción de los intereses generales que pudieran resultar afectados por la inactividad de las CCAA implicaría invasión de competencias autonómicas. Entendemos, que estos instrumentos pueden generar mayor conflictividad que la generada por la cláusula de supletoriedad, que hubiera podido ser un instrumento adecuado para, toda vez que se asegura la unidad del ordenamiento jurídico, asegurar el cumplimiento de la propia Constitución. Sin embargo, la jurisprudencia constitucional sobre la materia ha desvirtuado la cláusula de supletoriedad, y ha situado al Estado en una posición difícil ante el Derecho Comunitario, puesto que las soluciones que impone la Constitución no siempre son cómodas. Todo ello, sin embargo, debe ser entendido dentro de los propios límites que el ordenamiento comunitario ha establecido, como una especie de manifestación del principio de autocontención, y que se manifiesta en el respeto a la identidad nacional de sus Estados miembros y a los derechos fundamentales tal y como resultan de las tradiciones constitucionales comunes a los Estados miembros, Artículo F.1 y F.2 del Tratado de Maastricht y con los propios límites establecidos en el artículo 93 y reconocidos por el Consejo de Estado al afirmar que por la vía del artículo 93 CE no pueden alterarse los valores superiores del ordenamiento, ni la forma y la estructura del Estado, ni sus bases institucionales, ni los derechos y libertades reconocidos en la Sección Primera del Capítulo II del Título I DCE 850/1991 de 20 de julio y DCE 421/1992 de 9 de abril El efecto directo y la primacía, que caracterizan a las fuentes del Derecho Comunitario respecto a las fuentes del Derecho interno, con la única salvedad de la Constitución, no suponen un enfrentamiento. Como ha indicado Pérez Royo, el Derecho Comunitario y el Nacional son dos Derechos que no simplemente se yuxtaponen, sino que se integran de un modo peculiar y entre los que se da una relación determinada por la intensidad de la convivencia, que se debe caracterizar por la colaboración y la relación entre ambos ordenamientos. En lo que al control del Derecho Comunitario, y su adecuación al derecho interno se refiere, al no haber configurado la Constitución al Tribunal Constitucional como un Tribunal superior en todos los órdenes, sino únicamente en materia de garantías constitucionales: “(…) ni la Constitución ni ninguna ley orgánica han atribuido a este Tribunal competencia para conocer de la adecuación del ordenamiento interno al comunitario, por lo que dicha competencia deben entenderse comprendida dentro de la genérica y privativa del Poder Judicial… no corresponde al Tribunal Constitucional controlar la adecuación de la actividad de los poderes públicos nacionales al Derecho comunitario europeo. Este control compete a los órganos de la jurisdicción ordinaria, en cuanto aplicadores que son del ordenamiento comunitario, y, en su caso, al Tribunal de Justicia de las Comunidades Europeas a través del recurso por incumplimiento”. (STC 213/1994, de 14 de julio). Criterio reiterado constantemente por el TC: “(…) este Tribunal ha declarado que no nos corresponde controlar la adecuación de la actividad de los poderes públicos nacionales al Derecho comunitario europeo, pues este control compete a los órganos de la jurisdicción ordinaria, en cuanto aplicadores que Verba Iuris 28 • p. 153-169 • Julio - Diciembre 2012 • Bogotá D.C. Colombia • ISSN: 0121-3474 167 el control constitucional de los tratados internacionales. El caso del derecho comunitario europeo son del Ordenamiento comunitario, y, en su caso, al TJCE a través del recurso por incumplimiento” (antiguo art. 170 TCEE, en la actualidad art. 227 del Tratado. La tarea de garantizar la recta aplicación del Derecho Comunitario europeo por los poderes públicos nacionales es, así pues, una cuestión de carácter infraconstitucional, y por ello excluida tanto del ámbito del proceso de amparo como de los demás procesos constitucionales. Como ya hemos tenido ocasión de señalar, la integración de España en la CEE no significa que por mor del art. 93 CE se haya dotado a las normas del Derecho comunitario europeo de rango y fuerza constitucionales, ni quiere en modo alguno decir que la eventual infracción de aquellas normas por una disposición española entraña necesariamente a la vez una conculcación del citado art. 93 CE” (STC 41/2002, de 25 de febrero) Por tratarse de cuestiones de legalidad, y no de inconstitucionalidad, corresponde a los tribunales ordinarios la aplicación e interpretación del Derecho Comunitario. Sólo cuando la actividad jurisdiccional de selección, interpretación y aplicación del Derecho Comunitario vulnere un derecho fundamental, podrá el TC, mediante el recurso de amparo, entrar a conocer a cerca de la actuación jurisdiccional. • • • • Es de señalar, por consiguiente, que no puede privarse a los Tribunales nacionales de la facultad de interpretar tanto las normas internas como las comunitarias “(…) pues, como de aplicación directa entre nosotros (art. 189.2 Tratado Constitutivo de la CEE) les corresponde su selección e interpretación (art. 117.3 CE) aun sin perjuicio de las competencias que al efecto ostenten las instancias jurisdiccionales comunitarias” (STC 45/1996, de 25 de marzo) • • Conclusiones • El procedimiento para la celebración de los Tratados y competencias de los mismos se derivan del texto constitucional y Derecho interno de los respectivos Estados. • La jurisdicción constitucional de cada Estado cuenta con la doble tarea de preservar la 168 • Constitución y garantizar al tiempo la seguridad y estabilidad de los compromisos contraídos por los Estrados en el orden internacional. Cuando la jurisdicción constitucional advierta la existencia de contradicciones de un Tratado y el texto constitucional, antes de la celebración del mismo se debe proceder a una revisión del texto constitucional. Cuando en el supuesto previsto en el punto anterior, el tratado ya se hubiera firmado por el Estado, sin perjuicio de que las obligaciones internacionales del Estado deben cumplirse, debe llevarse a cabo una revisión constitucional, de tal forma que el texto resultante resulte adecuado a las obligaciones estales contraídas por el Estado. En caso contrario a este procedimiento, el Tratado sólo podrá ser modificado, en virtud de las cláusulas del mismo, o de acuerdo con las normas del Derecho Internacional. Los Tratados prevalecen sobre las normas internas de los Estados firmantes y éstos no podrán invocar su derecho propio para justificar su incumplimiento. Cuando mediante un Tratado, caso de la Unión Europea, se cediesen determinadas funciones y atribuciones de los Estados a organismos de carácter internacional, ha de entenderse que lo cedido son las competencias, no la titularidad de las mismas, siendo consecuencia de un acto de soberanía de los Estados. El Derecho Comunitario Europeo, implica un sometimiento de los ordenamientos estatales a las exigencias del sistema de fuentes del mismo. El Derecho Comunitario, en virtud de los Tratados constitutivos de la Unión Europea, supone la aplicabilidad directa del mismo, sobre aquellas disposiciones nacionales contrarias, asegurando la existencia de procedimientos que permitan asegurar la uniformidad de interpretación del Derecho Comunitario. El complejo proceso de integración europeo, ha dado lugar a una organización que posee instituciones dotadas de poderes propios, que Verba Iuris 28 • p. 153-169 • Julio - Diciembre 2012 • Bogotá D.C. Colombia • ISSN: 0121-3474 cayetano núñez rivero cuenta con un ordenamiento jurídico propio, integrado en los sistemas jurídicos de los Estados miembros y que se impone a sus órganos jurisdiccionales, cuyos sujetos no son sólo los Estados, sino también los ciudadanos. Referencias De Otto, I.- Derecho Constitucional. Sistema de fuentes, Ariel, Barcelona, 1987, págs 126 y ss. Goig Martínez, J.M.- “La supletoriedad como instrumento de garantía en el cumplimiento de funciones constitucionales” en Revista Teoría y Realidad Constitucional, nº 5, 2000, págs. 177 a 202 Isaac, G.- Manual de Derecho Comunitario General, Ariel, Barcelona, 1995, págs. 224 y 225. Linde Paniagua, E y Mellado Prado, P;- Iniciación al de Derecho de la Unión Europea. Adaptado al Tratado de Lisboa de 13 de diciembre de 2007, 4ª Ed. Madrid, Colex, 2008. Mellado Prado, P.- “El sistema político de la Unión Europea” en Sánchez González, S. y Mellado Prado, P.- Sistemas políticos actuales, CEURA, Madrid, 1995. 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