COMENCEMOS POR EL PRINCIPIO. PERO..... ¿EXISTE? Eratóstenes nació hacia el 275 a. C. en la antigua ciudad de Cirene, enclavada en la costa norteafricana al oeste de Egipto. Hacia el 244 a. C. se traslada definitivamente a Alejandría para desempeñar los cargos de miembro del museo y tutor del príncipe Philopator. A algunos de sus colegas les debemos algunos de sus apodos por los cuales le conocían: pentathlos y beta. Pentatlón es como todos sabemos una disciplina de atletismo que en la antigüedad integraba cinco disciplinas. El no era un atleta, como resulta evidente, pero sabía un poco de todo. Beta significa “B” o también se refiere al número dos, el segundo. Aprendiz de todo y maestro de nada. Si se trataba de sarcasmos o de apelativos cariñosos eso no esta muy claro, pero lo que si se sabe es que en esta época la erudición se había especializado, y los especialistas despreciaban a quienes no lo eran. En cualquier caso ¿como podía una persona a cuyo cargo se hallaba la biblioteca concentrarse en una sola disciplina? Sean cuales fueren las criticas que tuvo que soportar, su eclecticismo obtuvo recompensa. Hoy recordamos a “BETA” mientras que algunos de sus detractores hace ya mucho tiempo que fueron pasto del olvido. La habilidad de Eratóstenes para el cálculo de la longitud y la latitud no tuvo parangón ni en la suya ni en épocas anteriores. Realizo mapas del mundo conocido más detallados, recopilo información de viajeros, estableció y midió varias zonas geográficas dividiendo así el mundo en franjas horizontales: el trópico, la zona templada y los círculos polares. Arquímedes, tenaz matemático del cual conocemos su famoso grito de “eureka” tras encontrar la solución a un problema matemático mientras se estaba bañando saliendo desnudo a la calle, simpatizaba con Eratóstenes. Le comunicaba todos sus avances, descubrimientos y métodos. Aristóteles había barajado que la Tierra podría ser “una esfera no excesivamente grande”, pero un suceso casi trivial que a la postre resultó trascendental hizo que Eratóstenes midiera exitosamente la circunferencia de la Tierra. Se trataba del hombre adecuado en el tiempo y lugar adecuados. En un pozo ubicado en Syene (la Assuan moderna), el día del solsticio de verano, un haz de luz penetró hasta alcanzar el fondo del mismo. Para Eratóstenes este dato no resultó en absoluto baladí. Significaba que el sol brillaba directamente sobre Syene, y no a un ángulo, hecho que implicaba que la localidad de Syene se hallaba en el trópico. Así, un palo clavado a mediodía en Syene el mismo día del solsticio de verano no proyectaría sombra alguna. Por el contrario, otro palo situado en Alejandría sí proyectaría sombra. Eratóstenes colocó un palo en Alejandría en el día de solsticio estival y midió el ángulo formado por la sombra cuando alcanzó su longitud mínima. Eratóstenes halló que el ángulo formado por la sombra en Alejandría era de 7,2 º, y de este modo supo que el ángulo formado entre las líneas “Syene y Alejandría” (que se cruzaban en el centro de la Tierra) era asimismo de 7,2 º. Un círculo tiene 360 º. Dividamos 360 entre 7,2 y obtenemos 50. Si la distancia que separa Syene de Alejandría sobre la superficie terrestre (a lo largo de la costra exterior) es de 5000 stadia, y multiplicamos 5000 por 50 podemos concluir que la circunferencia de la Tierra es de 250.000 stadia. ¿Pero en que consiste tan extraña unidad de medida, el stadium? Ya sé que eso puede ser fundamental para evaluar el resultado obtenido de Eratóstenes desde un punto de vista actual, pero no es cierto, como más tarde explicaré. Si cada stadium equivale a 157, 5 metros, el resultado de Eratóstenes queda cifrado en 39.690 Km. para la circunferencia de la Tierra. Una vez obtenida la circunferencia, Eratóstenes calculo el diámetro terrestre en unos 12.631 Km. La medida real de la circunferencia terrestre es de 40.079 Km. en el ecuador lo cual significa una aproximación increíble. Otra manera para elucidar el valor exacto de un stadium consiste en interpretarla como la octava o la décima parte de una milla romana, opción que dispararía las magnitudes obtenidas por Eratóstenes, alejándolas en suma de los datos correctos. Todavía existe una dificultad añadida. Eratóstenes supuso que Syene se hallaba sobre la misma línea de longitud que Alejandría, cosa que, de hecho, no sucede. Pero no hay motivos para ser tan quisquillosos. En primer lugar, sus cálculos fueron insólitamente certeros. En segundo lugar, fue capaz de resolver el problema mediante un empleo imaginativo de las rudimentarias herramientas de que disponía. Tenemos que ponernos en pie ante este brillantísimo geógrafo de inequívoca talla intelectual. Intentó también mediciones de distancias a la Luna y al Sol, pero no obtuvo tan buenos resultados como con la Tierra. Aristarco de Samos (310-230 a. C) también lo intento. Escribió unos textos titulados “de las dimensiones y distancias de la Luna y el Sol”. Como es lógico se equivoco en varios postulados pero avanzo en muchos aspectos. Postuló por ejemplo que la Luna recibe la luz del Sol, que la Luna en su movimiento describe una esfera cuyo centro es la Tierra y tras la observación de un eclipse dedujo que el tamaño de la Tierra debía ser el doble que el de la Luna ajustando dicho calculo a una cuarta parte y que la distancia a la Luna era unas 60 veces el radio de la Tierra. Ambas cifras son de hecho muy cercanas a las mediciones actuales. Pero fue otra la idea que le garantizó su presencia en los anales de la astronomía. Al oírla, uno percibe la sensación de estar ante una visión casi profética. Aristarco sugirió, 17 siglos antes que Copérnico, que la Tierra no constituía el centro inmóvil de nuestro sistema; afirmó que la Tierra se desplazaba alrededor del Sol y que el Universo fuese, tal vez, infinitamente grande. Si la Tierra girara alrededor del Sol, entonces nosotros, desde la Tierra, deberíamos percibir variaciones relativas en las posiciones de las estrellas. Aristarco se percató de que esta objeción quedaría invalidada en caso de que las estrellas estuvieran a mucha distancia. El hecho de que la posición de las estrellas, en relación con las demás, cambie a medida que la Tierra orbita (paralaje estelar), no se confirmo hasta el siglo XIX. Pero había temas que quedaban sin mucha explicación. La Tierra gira sobre su eje a razón de una revolución cada 24 horas, cosa en la que ya repararon en la Antigüedad, entonces ¿no debería ser la velocidad en cada punto muy grande? ¿Como podrían las nubes y las cosas arrojadas sobreponerse a semejante movimiento?. Si todos los cuerpos son atraídos por el centro de la Tierra también sería el centro de gravedad de todos los pesos del Universo. Sería inexacto, así como injusto para los contemporáneos de Aristarco, afirmar que su modelo centrado en el Sol fue reprimido merced a la ignorancia de la época. En honor a la verdad esta inspiradísima suposición la podemos confirmar hoy gracias a los medios que hoy tenemos a nuestro alcance. La versión egocéntrica había prevalecido durante cientos de años y Ptolomeo la impuso e impulsó cuatro siglos después de la muerte de Aristarco. Esta teoría dominaría la cosmología hasta el siglo XVI. Hiparco de Nicea vivió en el siglo II a de C. y fue un gran astrónomo. Hiparco tenía a su disposición una ingente colección de manuscritos babilónicos legado de las conquistas de Alejandro Magno. Comparó posiciones de estrellas en fechas del año iguales a lo largo del tiempo. Uno de sus logros más importantes es, sin duda, el descubrimiento del cambio en las posiciones relativas de los equinoccios y las estrellas fijas. Las estrellas no guardaban la misma posición. Dentro de 30.000 años ¡ no estarán en la misma disposición ! Así, el romano Plinio el Viejo escribió de Hiparco: “Hiparco hizo una cosa muy audaz, algo que incluso en un dios sería meritoria: numeró las estrellas para beneficio de sus descendientes y nombró las constelaciones. Para ello hubo de inventar instrumentos con los que poder señalar sus diversas posiciones y magnitudes de tal suerte que pudiera descubrirse con facilidad no sólo si las estrellas nacen y perecen, sino también si algunas de ellas cambian de posición o si se mueven, y si su magnitud crece o decrece. Los cielos fueron su legado para la humanidad, si es que alguien puede reclamar semejante herencia. ” PERO...... ¿ LA TIERRA SE MUEVE ? Hace pocos años, el astrofísico de Harvard Owen Gingerich recibió en su buzón un folleto publicitario en el que se ofrecía un premio 1.000 dólares a cambio de una pruebe científica que demostrara que la Tierra se mueve. Si no sabemos eso, ¿que sabemos? A decir verdad, el movimiento de la Tierra podría catalogarse como uno de los más grandes misterios que a la ciencia le restan por resolver. En nuestra infancia aceptamos que habitamos un planeta que gira alrededor de su propio eje y orbita en torno al Sol. Caso cerrado. Podemos medir el movimiento de un objeto en relación con otros objetos situados en el universo. Mejor todavía resulta imaginar que todo se mueve y nada se halla en el centro. Podríamos elegir la Tierra como centro, tal como hicieron nuestros antepasados, y describir todo lo demás correctamente con relación a punto central, elaborando un modelo centrado en la Tierra y en donde nuestro planeta constituiría el único cuerpo inmóvil del universo. Si contáramos con suficientes conocimientos matemáticos, podríamos sin duda defender nuestra tesis y nadie probaría su falsedad. Ni que decir tiene que tampoco podríamos demostrar nuestra hipótesis puesto que podríamos trasladar nuestro centro inmóvil a Venus, a Sirio o a la Nebulosa de Orión. Si debido al concepto de movimiento relativo resulta imposible probar que la Tierra se mueve, ¿ aprendimos algo de Copérnico ? Demos un paso hacia atrás. Aristóteles, Platón, Aristarco y Ptolomeo observaron los movimientos del Sol, las estrellas y los planetas sin telescopio. Sus unicas herramientas eran básicamente sus ojos. Las pequeñas luces se deslizan suavemente durante un tiempo, luego se detienen y reculan, parecen incrementar su brillo y tornarse más tenues, acelerarse y decelerarse....y había que interpretar estos datos. Sin querer extenderme, Ptolomeo desarrollo un modelo muy elaborado de los movimientos celestes con el que obtuvo gran éxito. Razonó los movimientos de los cinco planetas conocidos en su época, los del Sol y la Luna; todo esto sin desplazar a la Tierra del centro del Universo. Cada planeta, el Sol y la Luna se desplazaban por esferas transparentes, como burbujas dentro de burbujas. Entre dichas esferas no hay espacios vacíos, están “llenas”. Cada esfera empuja a la otra esfera creando así el movimiento y causando por ende su desplazamiento circular. De todas formas es evidente que algunas respuestas eran “encajadas” en las teorías cuando lo observado se escapaba, por decirlo de alguna manera, a la comprensión humana. Uno de los grandes “tormentos”, así me gusta a mi llamarlo, de los astrónomos fue siempre el aparente movimiento de retroceso de los planetas. El planeta llevaba un movimiento de avance en su orbita, pero de repente, este retrocedía aparentemente para luego volver con su paulatino avance; todo esto sin contar con el cambio de velocidad en su desplazamiento. Bueno, tomemos un descaso y pensemos. Supongamos que estamos en un carrusel. Los planetas pueden ser los caballitos del carrusel. Ahora colocamos una luz sobre la cabeza de los caballos y nos colocamos en el centro del carrusel (aun pensamos que la Tierra es el centro del Universo). Lo ponemos en marcha. La luz se mueve constantemente a nuestro alrededor sin variar su dirección. Si la Tierra no rotara, todos los planetas se desplazarían describiendo órbitas circulares más o menos como el Sol y la Luna. Pero sus movimientos presentan irregularidades que no se pueden explicar satisfactoriamente. Dejemos el carrusel a oscuras. Supongamos que una luz se desplaza hacia delante, luego se detiene, recula y avanza de nuevo. Este comportamiento entonces se repite. ¿Por que? Alguien podría sugerir que la luz no esta fija sobre la cabeza del caballo. En lugar de ello, se encuentra sobre la gorra de un muchacho que recoge los billetes mientras sortea los caballitos. No obstante, el movimiento parece demasiado regular para que así sea. Podría ser que el caballo tuviese un jinete que le hiciese girar sobre su cabeza como si de una piedra se tratara antes del lanzamiento con una honda. Esto si podría explicar el retroceso aparente sin modificar la rotación circular. Algo así vieron nuestros pensadores de la antigüedad y así lo justificaron. La disposición compuesta por carruseles pequeños montados sobre otros carruseles más grandes se asemeja a uno de los modelos que Ptolomeo creó. En el siglo XIV Nicolás de Oresme critico duramente en unos escritos las conclusiones de Aristóteles sobre una Tierra inmóvil, aunque no lo fue con Ptolomeo. De Oresme no postulo que la Tierra se moviera. En honor a la verdad, seguramente ni lo pensó. Tampoco concluyo que rotara, simplemente que Aristóteles no había demostrado que no lo hacía. El cardenal Nicolás de Cusa sugirió que la Tierra no podía hallarse inmóvil en el centro del Universo. El siguiente y más contundente desafío a Aristóteles y Ptolomeo surgiría de la mano de Copérnico. La historia de Polonia había sido abundante en cambios y turbulencias. Había quedado dividida y sobrevivido a la dominación extranjera. Sin embargo el periodo en el que nació y vivió Copérnico fue bastante pacifico. Su padre fue un comerciante prospero y su madre procedía de una familia prominente de Torún. A la edad de 10 años su padre murió y se hizo cargo de su educación su tío. Este tío suyo ascendió a obispo de Warmia, una influyente posición. A los 18 años ingreso en la Universidad de Cracovia, una de las más importantes de Europa sobre todo en el campo de la Astronomía. Copérnico adquirió un conjunto de Tablas Astronómicas Alfonsinas. Estas tablas se empleaban para determinar las posiciones del Sol, la Luna y los Planetas según las teorías ptolomaicas y las observaciones derivadas de los astrónomos islámicos, y fueron calculadas en el siglo XIII por Alfonso X el Sabio, rey de Castilla. Copérnico estudio medicina para crearse un futuro, ya que los médicos escaseaban; esto unido a sus estudios de Leyes y a la gran influencia de su tío le proporciono un puesto en el obispado de Warmia. Fue secretario y médico personal de su tío y tuvo un gran peso político. En 1507 con un texto de 20 páginas afirmó que el modelo de Ptolomeo era erróneo y puso el Sol en el centro del universo. Una astronomía heliocéntrica no resolvía de modo alguno los problemas, pero el paso adelante fue realmente extraordinario. Resumiendo, Copérnico propuso: - Todas las esferas celestiales no poseen un centro común. El centro de la Tierra no es el centro del universo. Todas las esferas menos la lunar giran alrededor del Sol. El firmamento de estrellas queda muy distante. La distancia de la Tierra al Sol es insignificante comparada con la que separa la Tierra del universo. Lo que percibimos como movimientos del firmamento no son su movimiento sino el de la Tierra. El firmamento permanece inmóvil. El Sol no se mueve. Su movimiento aparente es el de la Tierra. Los movimientos de retroceso y avance de los planetas no son en realidad su movimiento sino los de la Tierra. La esfera más alta es la de las estrellas fijas. Por debajo se encuentra Saturno, Júpiter y Marte; luego la esfera donde nos movemos nosotros y luego Venus y Mercurio. La esfera lunar gira alrededor del centro de la Tierra. Parecería en buena lógica que Copérnico acabara de activar una bomba, pero no fue así. Poquísima gente supo de este libro. La Iglesia católica supo de su existencia pero no se sintió amenazada por ello. De hecho, la iglesia había mantenido en los dos siglos precedentes una actitud tolerante y no se injería en temas astronómicos. Por ello tampoco reaccionó ante las afirmaciones de Nicolás de Cusa, a la sazón uno de sus cardenales. Copérnico efectuó numerosas observaciones astronómicas, con menor precisión que aquellas realizadas por los griegos, ya que no era especialmente diestro en el campo de la observación. Era un hombre meticuloso, preocupado por los detalles, que procuraba contrastar y solucionar los problemas que surgían con los datos astronómicos que manejaba. Se sintió profundamente frustrado, por citar un ejemplo, al descubrir que la orbita total de la Tierra parecía oscilar. Llamó a estos movimientos oscilatorios “trepidaciones” e intentó explicarlas. Más tarde los astrónomos descubrirían que estas trepidaciones respondían a una ilusión. A finales de la década de 1530, 1.700 años después de Aristarco, Copérnico por fin se aproximaba a la conclusión del libro “De Revolutionibus Orbium Coelestium (Acerca de las revoluciones de las esferas celestiales). En 1536 Nicolaus Schönberg, cardenal de Capua, mantuvo correspondencia con Copérnico e inquirió acerca de sus teorías. El astrónomo le hizo llegar algunas explicaciones acompañadas por varias tablas. El cardenal se alineo con gran determinación en el bando copernicano. Exhortó a Copérnico para que permitiera que su libro viera la luz y se ofreció para correr con todos los gastos derivados de su impresión y posterior publicación. Desafortunadamente, el cardenal falleció antes de que pudiera poner en práctica su oferta. Un joven matemático llamado Rhaeticus finalmente persuadió a Copérnico para que publicara el texto. Rhaeticus no tuvo una adolescencia envidiable. Su padre fue decapitado acusado de hechicería. Trabajaba en la Universidad de Wittenberg donde ocupaba el cargo de profesor subalterno, y quedó muy impresionado por lo que había escuchado en referencia a las ideas copernicanas. La Universidad de Wittenberg era el centro del luteranismo mientras que en Warmia, Copérnico era canónigo de la catedral, además de buen católico y profundamente antiluterano. Así y todo, los dos hombres, uno de 66 y el otro de 22 años de edad, parecieron congeniar espléndidamente. Finalmente Copérnico accedió a publicar su gran obra. El 24 de mayo de 1543, alrededor de un mes después de la impresión de “De Revolutionibus”, Copérnico murió. Su libro logró sentar las bases para una astronomía que situara al Sol en el centro del universo. Quedaron multitud de cabos sueltos. Con todo, el nuevo sistema aportaba definitivamente algunas ventajas. Permitía a Copérnico esclarecer la misteriosa “retrogradación” o el retroceso que evidenciaba el movimiento de los planetas. El movimiento de retrogradación ocurre cuando un planeta se encuentra en “oposición”, queriendo decir con ello que se encuentra en la cara opuesta de la Tierra si se toma el Sol como punto de referencia. Solo Marte, Júpiter, Saturno y los restantes planetas exteriores descubiertos desde tiempos de Copérnico pueden hallarse en oposición. Mercurio y Venus, cuyas órbitas están cercanas al Sol que la terrestre, nunca podrán estar en oposición. La mayor parte del tiempo, los planetas se mueven de oeste a este sobre el fondo de estrellas. No obstante, cerca de la oposición, un planeta parece durante un cierto tiempo desplazarse de este a oeste. En el modelo copernicano, donde todos los planetas incluyendo la Tierra orbitan alrededor del Sol, cuando uno se encuentra en oposición, la Tierra alcanza y se desplaza por delante del otro planeta. Imaginemos dos automóviles de competición en carrera, uno circulando en una pista interior y el otro en la exterior. Nosotros nos encontramos en la interior. El circuito se halla completamente a oscuras exceptuando una luz situada encima del coche situado en la pista exterior y algunas luces de la calle que se aprecian a mucha distancia de nosotros (para los despistados equivaldría a el fondo de estrellas). Cuando nuestro coche alcanza al que porta la luz y lo rebasa, dicha luz parecerá retroceder (respecto al alumbrado público). Si el avance de nuestro vehículo permanece tan constante como para pensar que no nos movemos, concluiremos que el otro coche se ha detenido unos instantes, luego ha retrocedido, y se ha detenido nuevamente antes de proseguir una vez más su avance. Copérnico explicó que la Tierra sostiene la atmósfera y la arrastra en su giro, e insistió, como ya hiciera Aristarco, que el hecho de que no se observe paralaje estelar prueba que las estrellas están extremadamente distantes. Copérnico pensó que las estrellas se encontraban estacionarias. Algunos pensadores aceptaron estas ideas, otros preferían que los planetas orbitaran alrededor del Sol al tiempo que este lo hacia alrededor de la Tierra portando su carga planetaria. El padre de esta configuración fue el astrónomo danés Tycho Brahe. Se produjo un amplio debate sobre De Revolutionibus que excedió los círculos exclusivamente astronómicos. La astronomía heliocéntrica desafiaba la estructura cósmica que hombres y mujeres habían interpretado como verdadera desde siglos antes de Cristo. El mundo intelectual todavía profesaba una profunda veneración al genio de Aristóteles. Tycho Brahe proporciono argumentos frescos para dudar de la imagen aristotélica del universo tras demostrar que una nova en 1572, el gran cometa de 1577 y otros cinco cometas que surcaron los cielos durante los veinte años siguientes se hallaban todos más allá de la Luna. Estas afirmaciones produjeron una gran conmoción puesto que Aristóteles nos había enseñado que el nacimiento, la muerte y el cambio sólo se producían en la región sublunar del universo, y que más allá únicamente encontrábamos las esferas celestiales, eternas e inmutables. ¿Por qué aferrarse entonces, con tanta tenacidad, a la noción de que habitamos en el ombligo del universo? La cuestión acerca de una posible existencia de vida extraterrestre surgió y pronto se erigió en tema fundamental de debate religioso. Si convenimos que la Tierra es un planeta, ¿no podrían los demás planetas estar igualmente habitados? ¿Murió Cristo también por ellos? Durante los años finales del siglo XVI y principios del XVII la Iglesia católica no se opuso a las ideas de Copérnico. En el frente protestante, Lutero no profirió ningún otro comentario hostil. Calvino observó a su vez que el Espíritu Santo “no albergaba la más mínima intención de enseñar astronomía”. Copérnico descubrió el punto de asalto a la cumbre. Otros pronto tomarían el relevo y se encaminarían en pos de la cima. Y yo os pregunto: ¿fue casualidad que las tres personas más importantes para la astronomía coincidieran? ¿Cuánto tiempo hubiésemos tenido que esperar para conocer “la verdad” si Kepler no hubiese conocido a Tycho Brahe? ¿Qué habría ocurrido si Galileo no hubiese sido condenado por la Iglesia? ¿Se habrían evitado tantos años de edad oscura y daño irreparable? Sería difícil imaginar dos hombres del mismo período historico tan distintos como Johannes Kepler y Galileo Galilei. Kepler era un hombre silencioso. Galileo era un personaje colorista y combativo, que fue aclamado tanto en Florencia como en Pisa cuando ambas ciudades eran destacados centros de poder político, sedes principales de la clase adinerada. La familia de Kepler tenía unos orígenes respetables, pero su padre tenia un temperamento diabólico y los abandonó. La madre de Kepler era maliciosa y se entretenía en las ciencias ocultas y a duras penas evitó la hoguera tras ser acusada de brujería. El padre de Galileo era un comerciante cultivado, con una gran reputación como teórico musical. Kepler era un hombre reservado que no hacia amigos fácilmente, que con esfuerzo vivía de la enseñanza, disciplina en la que no destacaba y que hacia horóscopos, cosa que hacia bastante mejor. Simultaneaba ambas actividades con sus verdaderas pasiones: las matemáticas y la astronomía. Galileo se granjeaba amistades y enemistades con gran facilidad, disfrutaba estando en boca de todos y le gustaba llevar una vida pública. Tenía un alto concepto de si mismo y poseía el don de la autopromoción. Kepler era un protestante devoto, Galileo un católico leal. Kepler se movía a golpes de intuición y capricho y le perdía la extrema fe cristiana que le impedía creer en un universo que no fuese de una armonía perfecta. Al margen de su propia genialidad, cada uno de estos hombres se vio favorecido por el fruto de la casualidad. En el caso de Kepler se trató de las observaciones del gran astrónomo danés Tycho Brahe; para Galileo fue el telescopio. Kepler nació en 1571. De joven rara vez tenía buena salud, pero pronto se hizo evidente sus dotes intelectuales y una honda religiosidad, cualidades que no creaban precisamente simpatía en sus compañeros de escuela. A los 23 años quedo vacante una plaza en Graz para impartir matemáticas y astronomía, Kepler aceptó el puesto. Kepler no era buen profesor y dos años después de que iniciara su carrera docente escribió Mysterium (misterio cosmográfico). Si, ya sé que el título nos hace sonreír. Kepler trato de explicar el número de planetas y el tamaño de sus órbitas en términos que relacionaban las esferas planetarias y los cinco sólidos regulares de la geometría, a saber, el cubo, el tetraedro, el dodecaedro, el icosaedro y el octaedro. Aquello no le acababa de encajar con sus observaciones, pero Dios no podía haber creado un universo que no fuese perfecto. Su extremada fe le condujo sin duda por caminos equivocados y estoy convencido de que se hubiese perdido para siempre en uno de esos caminos de no haber conocido a Tycho Brahe. Su situación se complico cuando el archiduque Fernando empezó a complicar la vida a los líderes luteranos. En 1598 Kepler abandonó Graz bajo pena de muerte si no lo hacía. Tycho era orgulloso y excéntrico. Había perdido la nariz en una pelea pero era asimismo y sin discusión el mejor astrónomo de la época.... y Kepler necesitaba de su trabajo. Ambos desconfiaban mutuamente pero esta situación no duro mucho tiempo porque Tycho murió dos años después y Kepler ocupó el cargo de Matemático Imperial. Aunque gozaba de un titulo impresionante, casi nunca cobraba y tenía que dedicar mucho tiempo a reclamar lo que se le adeudaba. Pero vamos al grano. Lo realmente importante es que Kepler heredó todas las observaciones realizadas por Tycho Brahe. Tycho había descubierto que las órbitas circulares no podían explicar el desplazamiento real de los planetas y había prestado especial atención al planeta Marte. Fueron estas observaciones las que sirvieron para que Kepler se diese cuenta que con orbitas elípticas las observaciones de Tycho parecían encajar. El descubrimiento de Kepler y las anteriores observaciones de Tycho (sin la ayuda del telescopio) aun inspiran admiración entre los astrónomos modernos. La elipse sobre la cual la Tierra orbita es tan circular que no resulta suficientemente evidente. Pero es algo mas obvio con Marte. Con esa simple alteración geométrica todo encajaba. Kepler era consciente de su gran descubrimiento y comentó irónicamente que “ había puesto un gran huevo ”. Pero era un huevo difícil de digerir. Galileo, por ejemplo, nunca lo acepto. Kepler formulo: Un planeta se desplaza describiendo una órbita elíptica y el Sol esta situado en uno de los dos focos de dicha elipse. La línea recta imaginaria que une el centro de un planeta con el centro del Sol describe áreas iguales en tiempos iguales. Esta ley explica la variación de velocidad de un planeta dependiendo de la distancia que se encuentre del Sol. La razón de los cuadrados de los periodos orbitales correspondientes a dos planetas es igual a la razón de los cubos de sus distancias promedio al Sol. En otras palabras, los cuadrados de los tiempos de revolución de los planetas son proporcionales a los cubos de su distancia media al Sol. Medí los cielos y ahora mido las sombras. En el cielo se hallaba la mente y en la Tierra el cuerpo descansa. Este fue su epitafio. Murió sin poder ver que su última predicción era correcta. Mercurio cruzó el disco solar el 7 de noviembre de 1631. Acertó. En comparación con la sombría infancia de Kepler, la de Galileo fue más placentera y transcurrió en el seno de una familia que valoraba las aspiraciones intelectuales. Nació siete años antes de Kepler, en el año 1564, en la ciudad de Pisa. A los 17 años ingresó en la Universidad de Pisa a estudiar medicina. Dos años más tarde quedo claro que su fuerte eran las matemáticas y la mecánica; su padre le permitió alterar sus estudios. Uno de los descubrimientos más trascendentales atribuidos a Galileo tuvo lugar durante sus años de estudiante. Una lámpara pendía de un largo cordel anudado en lo alto del interior de una catedral. Galileo se fijo en ella. Reparó en que, con independencia de la longitud (en el espacio) de cada balanceo, parecía que el tiempo que invertía en completar una oscilación permanecía invariable. Curioso como era, experimentó por cuenta propia y encontró que el tiempo que invierte un péndulo en completar una oscilación depende no solo de la dimensión del balanceo sino también de la longitud de la cuerda que lo sostiene. Su padre se vio en apuros económicos y tuvo que dejar la Universidad. A los 25 años Galileo abandona la Universidad de Pisa sin haber obtenido un titulo y se dedica a las conferencias. Aunque no esta muy claro, según algunos textos, se interpretaba que Aristóteles era de la opinión que si dos objetos se dejaban caer a cierta altura, el más pesado llegaría antes al suelo. Esto acabo por destruir la pobre opinión que ya tenía Galileo de Aristóteles. Galileo había dejado caer pesos desde la Torre de Pisa. También los había hecho rodar por una rampa. Lo cierto es que estableció para su satisfacción que el más pesado y el más ligero topaban contra el suelo a la vez. Huelga decir que se trataba de un experimento que no podía llevar a cabo en ausencia de la resistencia debida al aire. En el siglo XX los astronautas ejecutaron el mismo experimento en la Luna, en ausencia de aire. Galileo estaba en lo cierto. “Aristóteles era un ignorante”.... dijo Galileo. Cometió la temeridad de desacreditar al todo venerado Aristóteles. A mediados de la década de 1590 estaba convencido de que la teoría copernicana era la correcta. En la primavera de 1609, el mismo año que Kepler publicó sus leyes, llegó a oídos de Galileo la existencia de un invento holandés. Se trataba de un tubo provisto con varias lentes dispuestas de tal manera que podían contemplarse objetos muy distantes como si se hallaran muy cerca. Queda claro que Galileo no inventó el telescopio, pero supo sacarle más partido que ninguno de sus contemporáneos. Galileo advirtió el gran potencial de dicho invento, lo mejoró y aventajo rápidamente a sus inventores. No fue plagio pero Galileo recibió todos los honores. Galileo un verdadero maestro de la autopromoción, presentó en el Senado de Venecia, su versión mejorada del tubo de lentes. Persuadió a varios miembros a que subieran a lo alto del campanario y les mostró que era posible otear el mar y divisar barcos que a simple vista solo podían verse dos horas más tarde. Las ventajas comerciales y militares de dicho invento resultaron obvias. Así obtuvo un puesto permanente en la Universidad de Padua y una mejora en su sueldo. Galileo tenía otras ideas para aplicar a su invento. Inició observaciones astronómicas sistemáticas. Apuntó su telescopio más allá de la Luna. Galileo vio como había tres puntos de luz alineados al lado de Júpiter, pero días más tarde vio que no eran tres sino cuatro, y que cambiaban su posición. Observó que cuando el planeta iniciaba su movimiento de retroceso estos puntos de luz se quedaban junto al planeta, que cuando se hallan más alejadas de Júpiter nunca se agrupan demasiado, pero que en sus cercanías a veces sucede lo contrario. Galileo razonó que solo podían ser satélites que orbitan alrededor de Júpiter igual que la Luna orbita alrededor de la Tierra. Os recuerdo a los que habéis observado alguna vez conmigo, que esos cuatro satélites que Galileo vio son los mismos que vemos en nuestras “salidas nocturnas”: Io, Ganímedes, Europa y Calixto. Nunca más sería posible suponer que un solo cuerpo constituya el centro de todo el movimiento que se produce en el universo. Galileo enseguida quiso sacar provecho de su descubrimiento y publicó un libro titulado “El mensaje sideral”. Galileo se dio cuenta de la cantidad de estrellas que observaba nunca vistas, de la inmensidad de la Vía Láctea, en fin, de la inmensidad de universo. Galileo pidió la opinión de Kepler y su respuesta en forma de una extensa carta que posteriormente fue publicada como “Conversación con el Mensajero Sideral”, fue de aquiescencia. Galileo escribió de vuelta: “se lo agradezco puesto que ha sido usted el primero y prácticamente el único, que ha demostrado tener fe en mis aseveraciones.” Ahora quiero haceros un planteamiento: Volvamos al parque de atracciones. Supongamos que esta a oscuras, pero vamos a poner unas luces en las cabezas de unos pocos jinetes. Supongamos que algunas fuentes de luz pueden ser brillos de luz reflejada. Quizá alguna de las baratijas, de las que no emana luz, que adornan las cabezas de los caballitos del carrusel podría reflejar la luz emitida por un punto instalado en la cabeza de uno de los jinetes. ¿Cómo podríamos distinguirlo? Este fue grosso modo el planteamiento que siguió Galileo en 1610, cuando estudio el planeta Venus a través de telescopio. En la astronomía ptolemaica, Venus se situaba invariablemente entre la Tierra y el Sol,. Por este motivo, si Venus no irradia luz propia sino que brilla debido a la luz solar reflejada, un observador en la Tierra nunca debería distinguir la imagen de Venus completamente iluminada. Desde agosto hasta octubre de 1610, Venus debió atisbarse como un disco borroso en el telescopio de Galileo, En octubre el disco se aplanaría hasta parecer una tableta. Entonces supo que Venus reflejaba la luz solar, que no brillaba con luz propia. Desde noviembre hasta enero, Venus habría menguado y crecido tal como le ocurre a la Luna. Sin mayores rodeos, Galileo nunca hubiera observado lo que observó en caso de que la astronomía ptolemaica fuera correcta. Finalmente Galileo había dado con una prueba determinante para demostrar que la astronomía ptolemaica era inferior a la copernicana. “La Escritura enseña cómo ir al cielo y no como va el cielo”, comentaba Galileo. La Iglesia intentaba mantenerse al margen pero algunos de sus contemporáneos replicaron que su “evidencia” no era prueba de nada. Los jesuitas apuntaron que mientras la astronomía copernicana en efecto podía explicar los descubrimientos de Galileo, no era menos cierto que también lo explicaba Tycho Brahe, igualmente bien y sin necesidad de cambiar el centro del universo. En justeza, Galileo no tenía demasiados seguidores y sus teorías científicas no constituían la razón única. Nunca aprendió a moderar su arrogante lengua, ni soportaba la oposición más razonada. Para el lo importante era que el peso de la autoridad eclesiástica cayera de su lado. Galileo irrumpió como un elefante en una cacharrería. Era sumamente impaciente. Galileo escribió varias cartas. Las Escrituras no podían tomarse en sentido literal porque estaban escritas de modo que fueran asequibles a la gente corriente, maleducada e ignorante. Bajo presión el Santo Oficio estudió el asunto y este se salvo, pero cuando siguió divulgando sus teorías copernicanas, sus enemigos forzaron a una clara resolución por parte de la Iglesia: desde el punto de vista científico erraba y era herético en el plano filosófico. Las teorías copernicanas eran “contrarias a la Sagradas Escrituras”. Cuando el cardenal Barberini se convirtió en el nuevo papa Urbano VIII, Galileo pensó que su suerte había cambiado, pues eran muy amigos. Galileo escribe Dialogo sobre los sistemas máximos. Era una obra maestra de la divulgación. Entretenida y escrita en italiano y no en latín erudito, estaba concebida para un gran número de lectores. Adopta la forma de una animada conversación a lo largo de cuatro jornadas y la entablan tres amigos. Durante el primer día refutan a Aristóteles. El segundo y el tercero están dedicados a probar que la Tierra gira sobre su propio eje y orbita alrededor del Sol. El cuarto aborda la teoría de las mareas (de forma errónea porque cabe señalar que Galileo tildo de pueril a Kepler por suponer que la Luna tenia influencia sobre las mareas). El personaje que aboga por las teorías aristotélicas/ ptolemaicas se llama Simplicio y habla en ultima instancia pero es poco más que un bufón, lento y muy confundido. Galileo era sin duda un maestro del ridículo, arma que empleo despiadadamente en su Dialogo. Barberini, el papa Urbano VIII, cambio de bando. Aun hoy, no se sabe por qué. Una explicación muy difundida dice que los consejeros más próximos al Papa le convencieron de que el personaje de Simplicio suponía una caricatura del mismísimo Barberini. Cuando el impresor de Dialogo recibió la inesperada orden de enviar a Roma todos los ejemplares no vendidos del libro, no pudo acatarla. No quedaba uno solo. El Santo Oficio llamo a Galileo. Lograron procesarlo. Dijo en el juicio que quienes le acusaban habían interpretado mal Dialogo. Hasta el menos astuto de los inquisidores jamás creería algo semejante, puesto que en el mismo Dialogo había calificado de “estúpidos idiotas” a los defensores de Ptolomeo. No se torturo a Galileo ni se le condeno a muerte, pero sufrió una severa humillación. Fue condenado a abjurar de sus teorías copernicanas a través de un extenso y denigrante escrito leído frente a una muchedumbre de resplandecientes dignatarios. Dicen que finalizó su alocución musitando las palabras “y aun así se mueve”. Fue sentenciado a vivir el resto de sus días en total aislamiento. Barberini será recordado como un ser cruel y terrible para la historia. Tras el proceso Italia se sumió en una edad oscura y la ciencia abandonó para siempre aquellas tierras y el centro de la iniciativa y los logros científicos fue al norte de Europa. Gian Domenico Cassini Antes de seguir, quiero hacer una pequeña parada en este hombre. No se muy bien en que momento empieza a ser importante para la astronomía, pero no quiero ser pesado. En la Catedral de San Petronio en Bolonia hay un pequeño orificio por el que penetra un rayo de sol y va a parar al suelo del interior del templo. Allí, un saliente parecido a un reloj de sol, posibilita la medición de la imagen cambiante del mismo. A mediados del siglo XVII unas obras lo dejaron inservible y Cassini fue el encargado de hacer uno nuevo. Como sabéis, el rey Luis XIV construyo Versalles, cultivando su imagen de Rey Sol y se llamo a Cassini para que trabajara en el nuevo Observatorio Real edificado en Paris. Bueno, no quiero extenderme. Cassini gracias a la loca carrera que había en Europa por construir telescopios cada vez más grandes descubrió varias lunas alrededor de saturno y una división oscura en sus anillos. Pero vamos más allá. Cassini y otros astrónomos sabían que en agosto y septiembre de 1672 Marte se encontraría en su posición más cercana a la Tierra dándose por tanto las condiciones óptimas para la medición de la distancia que nos separa al planeta rojo. El método que planeaba usar era un truco muy común entre los viejos cartógrafos, conocido como triangulación, según el cual dos observadores situados en dos puntos distantes entre si deben medir la distancia que los separa de un mismo cuerpo lejano, en el mismo momento y contra un mismo fondo. Dado que están alejados el uno del otro, sus ángulos de visión serán distintos. Os voy a poner un ejemplo más familiar. Colocamos un dedo delante de los ojos. Nuestros ojos son DOS OBSERVADORES. Cierra un ojo y luego el otro. El dedo parece cambiar de posición relativa con el fondo, aunque es evidente que no se ha movido. No os voy a aburrir con un extenso cálculo con ejemplos, entre otras cosas, porque necesitaría varias paginas. Os creo listos y se que habéis comprendido la esencia del método. Concretando, el cambio de la posición aparente de un objeto en relación con un fondo determinado, tal como se aprecia desde dos puntos diferentes, se denomina cambio de paralaje. Cassini envió a un joven colega llamado Jean Richer a Cayenne con lo cual ya tenia los tres vértices del triangulo: Paris, Cayenne y Marte. Pero la medición a Marte no era tan sencilla como estoy seguro ya estáis suponiendo. Marte no era un punto fijo, se mueve. Ya, ya lo sé. Cassini y Richer no podían sincronizar exactamente sus mediciones. Cassini no podía dar la orden “sincronicemos nuestros relojes”, primero porque los mejores relojes de la época eran los péndulos y después de una larga travesía el reloj no creo yo que estuviese muy sincronizado; segundo Cassini no podía coger el teléfono y decir “ahora majete”, en fin un problema. Pero Cassini se dio cuenta que las lunas de Júpiter estaban lo suficientemente próximas a este como para que su apariencia desde detrás de Júpiter fuera visible simultáneamente desde cualquier punto de la Tierra. Reconozcamos que no era mala sincronización dentro del margen de error. Pero había más problemas y Cassini lo sabia. La refracción de la luz a su paso por la atmósfera, sin ir más lejos. Cassini, como podéis suponer, no obtuvo consenso entre los astrónomos de la época. Pero puso las bases para la paralaje. Gracias a la paralaje de Marte obtuvo una distancia de la Tierra al Sol de 140 millones de kilómetros. Ahora podían por fin emplearse las leyes de Kepler con el fin de calcular las distancias que nos separan al Sol y los planetas. Copérnico había calculado la distancia entre la Tierra y el Sol en 3,2 millones de Kilómetros; Tycho Brahe en 8 millones y Kepler en no más de 22,4 millones. La nueva medida ascendía a 140 millones. La medición moderna es de 149,5 millones. Así pues, el universo más allá del astro rey debía ser vastísimo, grandioso. Dejemos a Cassini y hablemos un poco de Ole Roemer, Newton, Halley y Bradley. Con este cuarteto es imposible el desanimo. LA ANTESALA DEL FUTURO En 1676, las lunas de Júpiter posibilitaron otra medición que se revelaría esencial para la astronomía venidera. Ole Roemer, un astrónomo danés estudió los eclipses de las lunas de Júpiter y notó que el tiempo transcurrido entre sus desapariciones detrás de Júpiter variaba según la distancia a la que este planeta se hallaba de la Tierra. Roemer pensó que la velocidad de la luz era responsable de lo que parecían ser retrasos en los eclipses. Cuando Júpiter estaba muy alejado de la Tierra, la imagen de un eclipse tardaba más en llegar a las lentes de los telescopios en nuestro planeta. Roemer midió tales retrasos y procedió a calcular la velocidad de la luz, cifrándola en cerca de 225.000 Kilómetros por segundo. Esta cifra dista mucho de los 299.727 Kilómetros por segundo, pero esto fue debido a que la distancia a Júpiter que barajo Roemer no era exacta. Mas la paralaje no constituía la única esperanza para medir la distancia a las estrellas. De acuerdo con “la ley de la inversa del cuadrado” , el brillo de una estrella disminuye con la distancia de acuerdo con ciertas operaciones matemáticas. La intensidad de la luz disminuye a razón del cuadrado de la distancia a su fuente de origen. Vamos con los ejemplos que se que os gustan: Imaginemos que tenéis dos bombillas de 100 vatios. Colocamos una de ellas a una distancia doble de la otra. La más lejana parecerá que brilla una cuarta parte, es decir unos 25 vatios. Ahora de otra manera. Supongamos que situamos una de las bombillas de 100 vatios relativamente cerca de nosotros y pedimos a alguien que se lleve la otra a una distancia desconocida. Si la bombilla lejana parece tener una potencia de escasos 25 vatios, tendremos la certeza de que se halla a una distancia doble de la primera. La comparación de brillos nos ayuda a conocer la distancia. ¿Como aplicar esta ley a las estrellas? Si todas las estrellas presentan idéntico brillo y conocemos la distancia que nos separa a una de ellas, podremos averiguar la distancia a cualquier otra estrella a partir de la comparación de sus respectivos brillos aparentes. Aun desconociendo el razonamiento matemático, tu y yo podemos utilizar el método de manera intuitiva, pese a la imprecisión que ello supone. Si viéramos un elefante en una extensión de terreno, y este nos pareciera muy pequeño, nosotros sabríamos que esta muy lejos, pues no hay elefantes pigmeos. Los elefantes son grandes y su pequeñez aparente es debido a la distancia. Es decir, el haber experimentado su tamaño real nos ayuda a determinar la distancia. ¿ Es el tenue faro de una bicicleta emplazada a unos cuantos metros de distancia, o se trata de las luces largas de un automóvil situado a un kilómetro de distancia ?. Los astrónomos conocían la distancia a una estrella: el Sol. Podía ser que todas las estrellas fueran igualmente brillantes, y existían garantías suficientes para pensar que el Sol fuera una estrella típica. Bajo esta premisa, el ingles Isaac Newton decidió intentar medir las distancias a las estrellas más cercanas. Newton, nacido en 1642, el mismo año que murió Galileo, había cumplido 30 años cuando Cassini y Flamsteed midieron la distancia a Marte. No voy a hablaros de su vida pero Newton encabezó la revolución copernicana al descubrir la ley de la gravitación universal. La influencia de la atracción gravitacional de los cuerpos sobre un cuerpo concreto depende de sus masas respectivas y de la distancia que los separa. La fuerza de la gravedad entre dos cuerpos cualesquiera es directamente proporcional al producto de sus masas e inversamente proporcional al cuadrado de las distancias que los separa. Newton dijo que esa misma fuerza , la gravedad , evita que las personas volemos, rige la trayectoria de una pelota lanzada y determina la manera en que aterrizaron a los pies de la Torre de Pisa los objetos que dejó caer Galileo. El intento de Newton por estimar las distancias a las estrellas constituye una de sus empresas menos célebres. En tiempos de Newton la mayoría de los expertos no consideraban que el Sol fuese una estrella. Pero, ¿era una estrella típica? Newton procedió de un modo muy ingenioso aunque un poco intrincado. Razonó que Saturno solo reflejaba una cuarta parte de la luz que recibía del Sol. Esto suponía ( siempre que los brillos del Sol y de las estrellas sean iguales ) que una estrella que desde la Tierra presenta el mismo brillo que Saturno se encontrará a una distancia de nosotros cien mil veces superior a la que nos separa del Sol. Algunas de las mediciones que hizo a estrellas cercanas se aproximaron relativamente pero como sabéis muy bien este método no es fiable. Algunas de las estrellas que por la noche presentan un brillo mayor están muy lejos, mientras que otras más cercanas no son en absoluto tan llamativas. Un pársec es algo más de 30 billones de kilómetros, o 3,26 años luz. Un año luz es la distancia que recorre la luz en un año: cerca de 9, 46 billones de Km. El brillo que presentaría una estrella en caso de encontrarse a solo 10 pársec de distancia de nosotros sería la magnitud absoluta. El brillo que una estrella presenta en su visión nocturna desde la Tierra es su magnitud aparente. Edmund Halley, joven amigo de Newton, descubrió una nueva pista para determinar la distancia a las estrellas. Halley sentía especial curiosidad por averiguar si las estrellas habían alterado sus posiciones desde tiempos de Hiparco y Ptolomeo. Halley nació en 1656. Abandonó Oxford antes de obtener su diploma y viajo a la isla de Santa Helena en el Atlántico Sur con la misión de trazar mapas del cielo según su visión desde el hemisferio sur. A su regreso a Inglaterra ingresó en la Royal Society. Tan solo tenía 22 años. Ni que decir tiene que el trabajo que más repercusión tuvo fue su estudio de los cometas. El cometa “Halley” recibió este nombre en su honor cuando reapareció tras su muerte en el año 1758, justo cuando el lo había vaticinado. En 1718 Halley informó que tres de las estrellas que estaba estudiando, Sirio, Arturo y Aldebarán, habían variado su posición respecto a los mapas celestes trazados por Ptolomeo. Sospechaba que esas diferencias no podían deberse a errores en las mediciones antiguas. Halley procedió a medir el cambio experimentado por Sirio en los últimos 100 años transcurridos desde las observaciones de Tycho Brahe, dicha medición confirmó sus sospechas. El cambio había sido tan paulatino que solo podía ser detectado en el lapso de varias generaciones. “Movimiento Propio” es el nombre que recibe este movimiento de las estrellas en relación con las demás y sufrido a lo largo de siglos. En 1720 y cuando contaba con 64 años de edad, Halley ocupo el cargo de Astrónomo Real de Inglaterra. Halley falleció a los 85 años. Una de sus aportaciones más descollantes no daría frutos hasta 20 años después. Halley durante su juventud midió el transito de Mercurio frente a la superficie del Sol aunque reconoció que las mediciones realizadas por Cassini eran mejores que las suyas. Los tránsitos de un planeta sobre el disco solar vistos desde puntos distintos, como ya sabéis, sirven para obtener distancias por medio de la paralaje. Al filo de 1700 el único consenso entre los astrónomos era la distancia al Sol: 88,5 millones de Km. Halley tenia el convencimiento que el transito de Venus podría proporcionar mediciones más exactas. Un transito constituye un evento relativamente raro, si bien Halley sabía que el transito de Venus frente al Sol iba a producirse en el año 1761. El sabía que no viviría suficiente para verlo así que redacto y público instrucciones para emplear los datos derivados de la observación de ese transito en distintos puntos del globo. Debido al retorno del cometa, su nombre estaba en boca de todos, cosa que sucedió nuevamente con el primer transito de Venus en 1761 y se repitió posteriormente con el segundo transito en 1769. En ambas ocasiones, el globo entero se aprestó a observarlo. No se repetiría hasta el año 1874. El descubrimiento del movimiento propio atribuible a Halley también daría sus frutos después de su muerte. Sirio, Aldebarán y Arturo, son algunas de las estrellas más brillantes entre cuantas pueblan la bóveda celeste. ¿Es esto mera coincidencia? Puede que una estrella sea más brillante porque realmente lo sea, o también porque se encuentre más próxima a nosotros. Los objetos que se mueven y atraviesan nuestra línea de visión cercana parecen desplazarse más rápidamente en relación con el fondo de estrellas que aquellos situados a gran distancia. Un niño que se desplaza sobre una bicicleta cerca de nosotros bien puede aventajar a un automóvil que circula a mucha distancia en el horizonte. Al menos que todas las estrellas se hallen a igual distancia, deberíamos encontrar que son las más cercanas las que aparentemente se mueven respecto al fondo constituido por las estrellas más distantes. En su mayoría, las estrellas no evidencian un cambio de posición desde tiempos de Ptolomeo. ¿Acaso significa eso que están emplazadas a una distancia mucho mayor que las que si han cambiado su posición? Un hombre que trato de detectar la paralaje estelar fue James Bradley, nacido en Inglaterra en 1693. La estrella conocida como Gamma Draconis pasa casi por encima de la ciudad de Londres, hecho que propició que Bradley junto con su amigo Samuel Molyneux, acometieran la tarea de medir su movimiento de paralaje. Sujetaron su telescopio de casi 8 metros de longitud a una chimenea de ladrillo donde Molyneux habitaba. Con la ayuda de un tornillo pudieron fijar el telescopio en dirección a la estrella. El resultado de la observación fue desconcertante. En vez de ajustar su inclinación en diciembre y en junio como tenían previsto, el ajuste en los meses de marzo y septiembre adoptaba tal inclinación, que existían pocas posibilidades de que fuese causado por la paralaje. Bradley se aprovecho de una tía suya excepcionalmente comprensiva que le permitió perforar el suelo y el tejado de su casa con objeto de instalar un telescopio mayor y de más sofisticadas prestaciones. Las observaciones con este otro telescopio se limitaron a confirmar los inauditos hallazgos anteriores. Cuenta la leyenda que la explicación de este fenómeno sobrevino a Bradley durante un crucero por el Tamesis. Cuando la embarcación modifico el rumbo, la veleta montada en el mástil alteró su dirección. No se trataba de que la dirección del viento hubiera cambiado. El cambio se produjo en la dirección de la marcha del barco respecto de la dirección que soplaba el viento. Bradley cayó entonces en la cuenta de que el desplazamiento de las estrellas que estaba estudiando se producía de manera similar, causado por los cambios del propio desplazamiento de la Tierra. De igual forma que la dirección del viento parecía cambiar según el rumbo adoptado por el barco, la luz de una estrella también sufría cambios de acuerdo con la dirección de la Tierra en su movimiento. Bradley era consciente de que no había demostrado la paralaje estelar. Sus observaciones demostraban que la Tierra orbita alrededor del Sol y que la velocidad de la luz no es infinita. Bautizo este efecto como “aberración”. La aberración produce un cambio aparente de 20,5 segundos de arco en las posiciones de las estrellas en el transcurso de un año. Bradley encontró también que la Tierra tiembla ligeramente por el simple hecho de que su forma no es perfectamente esférica (nutación). Había demostrado que las paralajes de las estrellas no superaban la magnitud de un segundo de arco. En caso de alcanzar dicha cifra, sabía que habría podido detectarlos. De ello se dedujo que las estrellas se encontraban a más distancia de la que por entonces se suponía. En el año 1742 Bradley sucedió a Halley en el cargo de Astrónomo Real. Más tarde en la década de 1830, las mejoras en tecnología se habían desarrollado a tal extremo que tres astrónomos pudieron detectar la paralaje estelar anual. Eso supuso el tener conciencia de lo realmente lejos que se encontraban las estrellas, aunque con errores. M 101. ESPECTRO LUMINOSO Y EFECTO DOPPLER Desde los estudios sobre óptica realizados por Isaac Newton, los científicos y el publico en general sabían cómo emplear un prisma de cristal para descomponer un rayo de luz en sus diversos componentes. Cuando la luz blanca atraviesa el prisma, los colores que la componen se dispersan definiendo una secuencia ordenada, el tan familiar arco iris. Este orden se mantiene siempre constante: rojo, anaranjado, amarillo, verde, azul añil y violeta. En términos de longitud de onda, las más largas son las más próximas al rojo y dichas longitudes disminuyen a medida que nos aproximamos al violeta. La luz que el ojo humano puede detectar, el espectro visible, constituye una pequeña parte del mucho mayor espectro electromagnético. Todo lo que se halla más allá del rojo en un extremo y del violeta en el opuesto nos resulta invisible. Cuando la luz atraviesa un prisma, el espectro resultante proporciona información sobre la fuente que la origina, aunque esté situada a miles de millones de años luz. Von Fraunhofer era el undécimo y más joven hijo de un maestro vidriero y trabajador del vidrio decorativo. Huérfano a los 12 años, se convirtió en aprendiz de un cristalero de la ciudad de Munich que no le pagaba por su trabajo, le ofrecía una instrucción mínima y que le impedía acudir a la escuela. La mala suerte de Fraunhofer mejoró cuando contaba con 14 años y la casa de su maestro se desplomó, enterrando al muchacho entre sus ruinas. Resultó herido pero un travesaño lo salvó de una muerte cierta. Su milagrosa supervivencia llamó la atención de un abogado y financiero llamado Utzschneider que al poco tiempo lo contrató para que trabajara en su establecimiento dedicado a la fabricación de vidrio. Tales eran su habilidad innata y su celo para esta artesanía que, apenas superada la veintena, ya figuraba al frente del negocio de Utzschneider. Fraunhofer formaba parte de un puñado de hombres que a principios del siglo XIX emergieron desde el seno de la clase trabajadora para convertirse en astrónomos de bandera. En su corta vida, diseñó y construyo telescopios de gran calidad, entre los mejores fabricados en su tiempo. Fraunhofer encontró que el espectro continuo del Sol aparecía interrumpido por multitud de líneas oscuras, líneas que descubrió en toda la luz solar, ya fuera directa o producto del reflejo de otros objetos en la Tierra, o también procedente de la Luna y los planetas. Identificó las diez líneas más marcadas del espectro solar y detectó otras 574 más tenues. Su investigación le llevó a encontrar que estas líneas aparecían también en el espectro de las estrellas, aunque con una disposición diferente. Concluyó entonces que las líneas debían tener su origen en la naturaleza misma del Sol y las estrellas. Fraunhofer estuvo muy cerca de percatarse de estas implicaciones cuando detectó que dos líneas oscuras del espectro solar coincidían con sendas líneas brillantes presentes en el espectro de su lámpara de sodio. Murió de tuberculosis a los 39 años de edad. Poco antes había sido nombrado caballero, quedando así exento de sus impuestos como ciudadano de Munich. Diez años después lograron explicar la relevancia de dicho descubrimiento: el Sol es un cuerpo incandescente rodeado por una atmósfera gaseosa de menor temperatura. Las líneas significan que el elemento sodio esta presente en la atmósfera solar. La década de 1840 trajo consigo un avance técnico que beneficiaria tanto a la astronomía como a la astrofísica a muy largo plazo. El físico austriaco Christian Doppler descubrió lo que hoy conocemos como “efecto Doppler”. En la vida cotidiana lo experimentamos más con el sonido que con la luz, como una disminución en la frecuencia de las sirenas de los coches de bomberos cuando el vehículo se aproxima, pasa frente a nosotros, y deja atrás nuestra posición. A medida que se acercan, las ondas sonoras que nos alcanzan se agrupan, en otras palabras, se acortan. Cuando se alejan ocurre lo contrario, es decir, se estiran. Doppler pensó que lo mismo debía ocurrir con la luz. Cuanto más largas sean las longitudes más se aproximaran al extremo “rojo” del espectro. Por causa del efecto Doppler un observador percibe la luz proveniente de una estrella que se aleja desviada hacia el extremo rojo del espectro, es decir un desplazamiento al rojo; y a su vez la luz de una estrella que se aproxima desviada hacia el extremo azul del espectro, un desplazamiento al azul. CHARLES MESSIER Ya me parece estar escuchando un murmullo de risitas. Si, en efecto es nuestro “amigo” Messier. El de las “emes”. Era para mi obligado dedicar un pequeño apartado a este hombre que nos acompaña todas las noches cuando observamos el cielo. A veces os digo: “mirar el M-13 ó mirar el M-57 ...”. Otras veces os añado la coletilla...es el cúmulo globular de Hércules o la nebulosa planetaria de Lira. Sea como fuere el catalogo que elaboro Messier nos sirve para conocer y nombrar a muchos de los objetos más destacados del cielo. Messier nació en 1730. Huérfano en 1751 acudió a Paris en busca de fortuna. Su mayor habilidad era el dibujo. Al fin, quizá por casualidad, lo contrató el astrónomo real, Joseph Nicolás Delisle. No nos extrañe la relación del dibujo con la astronomía. Entonces los mapas celestes habían de ser trazados a mano (para luego copiarlos en planchas y grabarlos en la imprenta). Se necesitaba una gran precisión y una limpieza absoluta. En aquella época era necesario calcular lo más exacto posible cualquier objeto del cielo, y si este se movía entre las llamadas “estrellas fijas”, calcular con suma exactitud sus movimientos para determinar su orbita y adelantar sus efemérides. Pero al mismo tiempo que esta absoluta precisión de puntos y líneas sobre el papel, se mantenía la costumbre clásica de superponer sobre el mapa de las constelaciones las figuras simbólicas o mitológicas que representaban. Vamos, que había que ser un dibujante fabuloso. Por eso Messier además de dar las coordenadas exactas de los objetos celestes muchas veces añadía cosas como: “M-46, entre la cabeza de Can Mayor y las dos patas de atrás del Unicornio”, etc. Esto como sabéis es muy frecuente hoy en día, sobre todo los astrónomos aficionados. Cuantas veces yo os digo: “M-42 debajo del cinturón de Orión” o “allí al lado de la cola de la Osa Mayor”. Casi todos los que llegaban al mundo de la Astronomía tenían una preparación científica. Messier carecía de esta formación. Descubrió 21 cometas y redescubrió más de 50, pero, aunque podía representar su posición en el mapa, entregaba los datos a los calculistas para que determinaran la órbita y predijeran las efemérides. Esta falta de base fue un lastre para Messier, pero la fue corrigiendo con el tiempo. En 1755 casi todos los astrónomos esperaban la llegada del cometa de 1682, que Halley había previsto para 1758. si las predicciones se cumplían quedaría demostrado que los cometas eran cuerpos celestes como otros cualquiera y se demostraría de paso la Ley de Gravitación Universal de Newton. Una noche de agosto de 1758 Messier descubrió un cometa, que muy pronto, por su trayectoria demostró que nada tenía que ver con el de Halley. Pero en la madrugada del 28 de agosto ocurrió algo inesperado buscando “su” cometa. Messier descubrió otro de bien desarrollada cabellera, entre Tauro y Géminis. Cuando en noches sucesivas tomó la posición del nuevo cometa, observo con asombro que no se movía. Al cabo de una semana concluyó que se trataba de una nebulosa y se centro en la observación del verdadero cometa. El chasco quedó medio olvidado pero resultaría decisivo en la vida de Messier y en la historia de la Astronomía. En cambio, el cometa más buscado, el Halley, no acudía a su cita. Messier trabajaba junto a su maestro Delisle. Este había realizado unos cálculos en la orbita del Halley. Una de dos, o los cometas aparecían arbitrariamente o los cálculos de Delisle eran equivocados. Messier empezó a sospechar más bien lo segundo. Así que empezó a observar zonas contiguas del cielo. Al fin el cometa fue descubierto por un granjero de Sajonia en las navidades de 1759, pero a causa de la guerra de los siete años, la noticia no se supo en Francia hasta dos meses después. Por fin en enero de 1759 Messier descubrió el cometa, pero Delisle, molesto tal vez por la humillación, le prohibió terminantemente que diera la noticia para poder determinar cuanto antes su trayectoria y dar a conocer sus efemérides; pero no pudo lograr su propósito porque el cometa se acercaba rápidamente y dejo pronto de ser observable. Entretanto llego la noticia del granjero y ellos perdieron la gloria. El viejo maestro incluso le hizo ocultar el descubrimiento de dos cometas más en meses sucesivos. El nuevo paso del Halley produjo una histeria colectiva en la búsqueda de nuevos cometas. Tras el retiro de Delisle, Messier quedo como astrónomo principal de la torre del Hotel de Cluny. En septiembre de 1760, cuando observaba la zona de Acuario, encontró otro cometa, este de cabellera perfectamente redonda, que en noches sucesivas demostró seguir el mismo comportamiento (o falta del mismo), que el de dos años antes en Tauro: no se movía. Otra maldita nebulosa. Por fin, en 1764, descubrió un hermoso cometa, luego famoso, que le lleno de orgullo; pero semanas más tarde, el 3 de Mayo, encontró otra cabellera redondeada en Coma Bernices (M-3), que le recordó la de Acuario. Sospechó que se trataba de otra nebulosa y acertó. Fue entonces cuando decidió hacer un catalogo de objetos nebulosos para evitar futuras confusiones. Así otros colegas no perderían el tiempo observando estos “objetos inútiles”. Sin embargo como era un cazador nato, puso tanto empeño en la búsqueda de estos objetos, que acabó encariñándose de esta nueva tarea. Primero anotó solo nebulosas y cúmulos que pudiesen confundirse con cometas, pero más tarde añadió objetos que no podían confundirse con cometas. El parecido con cometas acabó siendo un pretexto. Llegó a incluir en su catalogo a las “Pléyades”, porque cuando están próximas al horizonte se pueden confundir con un objeto difuso. Sin ser consciente dio un paso importantísimo en la historia de la Astronomía. Se analizaban objetos celestes fijos y se describían. Fue el primer paso para la Astrofísica. El segundo paso lo daría William Herchel. Nuestro amigo era un cazador de cometas, que era la misión que por entonces daba fama. Descubrió 21 y aportó datos de otros 50. Sin embargo, hubo un honor que tardó en alcanzar: el ingreso en la Real Academia de Ciencias de Paris, la meca de los sabios. Siempre que se presentaba su candidatura aparecía en la famosa bolsa de los votos alguna bola negra. Ya fuese por envidia o por su falta de una autentica carrera científica o por su origen modesto se le negaba sistemáticamente su entrada. Este cambio de táctica. Comenzó a comunicar sus descubrimientos y a enviar artículos y mapas a la Royal Society de Londres, a la academia de Berlín y a la academia Imperial de San Petesburgo, asociaciones que se apresuraron en nombrarle Socio de Honor. En vista de lo cual, los franceses comprendieron que no podían ser menos, y lo admitieron en la Academia en 1770. Se convirtió en el astrónomo más celebre de Francia y Luis XV le concedió humorísticamente el titulo de “el hurón de las estrellas”. Mechain, colaborador suyo, le ayudo a completar el catalogo. Messier tuvo un accidente con un pozo y ya no volvió a ser el mismo. La Revolución de 1789 fue para Messier una desgracia. No pudo ordenar su catalogo como tenia previsto, cerró la Academia, perdió sus instalaciones del Hotel Cluny, se suprimió el Observatorio de Marina y se vio expulsado y sin sueldo. Hubo de huir de Paris en 1793, el año del terror. Se le fue rehabilitando poco a poco y Napoleón le nombro Caballero de la Legión de Honor. Eso sí, siguió sin dinero y con poca salud. Cuando en 1802 le visitó Herschel, gran admirador suyo, Messier se quejo de que no le reponían ni los cristales rotos de su observatorio y que pasaba mucho frío. “El merito no siempre es reconocido como debiera”, escribió el gran observador ingles. Messier murió en 1817, a los 87 años de edad. Casi todos los grandes astrónomos fueron longevos. Yo, en mi modestia, espero también serlo. DE WILLIAM HERSCHEL A HENRIETTA LEAVITT Thomas Wright, en Inglaterra, fue pionero en proponer una disposición del Universo a gran escala. Wright dedicó gran parte de su adolescencia, en sus tiempos de aprendiz de relojero, a su gran pasión: la astronomía. Tanto disgustaba a su padre esta afición que optó por quemar todos sus libros de astronomía. Se hizo marinero, lo dejo, y posteriormente siendo maestro de matemáticas se vio envuelto en un escándalo con la hija de un clérigo. También tuvo que dejarlo. En su libro “Una teoría original o nueva hipótesis acerca del universo” publicado en 1750, Wright bosquejó la idea de que la Vía Láctea, el Universo o la Creación, como él solía llamarla, era un conjunto de estrellas cuyo centro estaba integrado por una fuente sobrenatural de energía, bondad, moralidad y sabiduría. William Herschel poseía un ejemplar del texto de Wright. Herschel era un prestigioso compositor y músico. Fue director de Music for the City en la localidad de Bath. Entre sus obras más destacadas cabe mencionar 24 sinfonías, 7 conciertos para violín y 2 para órgano. Así y todo, la historia lo recuerda únicamente como astrónomo puesto que, a los 35 años de edad, cuando los demás dormían y aprovechando un periodo vacacional, retomó con ahínco su vieja pasión de mocedad. En 1781, mientras observaba el cielo con su telescopio y en compañía de su hermana menor Caroline, Herschel descubrió el planeta Urano. A resultas de ello, Jorge III lo designó su astrónomo personal. En el año 1787 el rey fijó un salario para su hermana Caroline. Comenzó a construir y vender telescopios. Los de Herschel eran telescopios de reflexión. El más grande entre sus telescopios tenia una envergadura de más de 13 metros e incorporaba un espejo de 16 centímetros. El tubo alcanzaba un diámetro de 1,5 metros. Pese a que el tamaño del telescopio llenaba de orgullo a su creador y al propio rey, tan bien constituía un serio estorbo. Tan inseguro era aquel monstruo que los operarios no querían maniobrar con el. Y para mayor INRI, Herschel perdía un tiempo precioso y noches de buena visibilidad (tan raras en suelo ingles) explicando las virtudes de su “maravilla” a los curiosos. Herschel ansiaba aprender y descifrar la arquitectura del Universo a gran escala. Herschel selecciono hasta 700 regiones distintas del cielo. En cada una de ellas procedía meticulosamente y hacia el recuento de estrellas de diferente brillo, catalogando las dobles que encontraba, puesto que albergaba esperanzas de medir su paralaje anual. Así dio inicio al primer proyecto para el trazado de un mapa del Universo en tres dimensiones, tarea ésta en la que todavía trabajan los astrónomos 300 años después. El mapa de Herschel resultó muy parecido al forjado en el siglo XX, hecho muy remarcable dado que él, como le sucediera a Newton en su medición de las distancias a las estrellas, trabajo a partir de supuestos erróneos. Escogido la estrella Sirio, la más brillante del cielo nocturno, como patrón. Es decir, trabajó regido por el supuesto de que si todas las estrellas se encontraban a igual distancia, todas presentarían idéntico brillo, de modo que los diferentes brillos aparentes pueden usarse como calibradores de sus distancias. Herschel no puede ser excusado de este error tan fácilmente como Newton porque conocía los argumentos de un joven contemporáneo suyo llamado John Michell. Michell fue el primero en apuntar la existencia de las “estrellas oscuras” que ahora denominamos agujeros negros. Michell señalo que las estrellas que conforman las Pléyades definitivamente no presentan el mismo brillo y puesto que están agrupadas, deben encontrarse a igual distancia de nosotros. El mapa de Herschel disponía las estrellas a modo de una “piedra de afilar”, una piedra de afilar dentada. Los extremos puntiagudos responden a las hendiduras oscuras que Herschel observo en la Vía Láctea. Herschel se mostró tan audaz como para estimar la dimensión total de la piedra de afilar. Había empleado la estrella Sirio como patrón de medida, de tal manera que decidió nombrar la distancia a Sirio como un “siriometro”. Calculó que la piedra de afilar media 1000 siriometros de longitud y 100 de grosor. Hoy podemos establecer cifras para su esquema. Dado que Sirio se encuentra a poco menos de 9 años luz, esto supondría que la longitud de la piedra de afilar sería de 9.000 años luz y un grosor de 900 años luz. Los cálculos modernos consideran que las dimensiones de nuestra galaxia son diez veces superiores a las estimadas por Herschel. William y Caroline Herschel asimismo escrutaron las nebulosas. El gran interrogante era si se trataba o no de grupos compuestos por muchas estrellas. Y los Herschel disponían del mejor equipo del mundo para dirimir tan importante cuestión. Muchas podían resolverse en forma de estrellas, pero había otra categoría de nebulosas en las que una nube de gas luminoso rodea a una sola estrella central. También encontró que aun contando con los instrumentos más sofisticados no lograba resolver todas las nebulosas en términos de estrellas ni encontrar estrellas en ellas. Algunas, pues, deben ser nubes gaseosas. Al tiempo, su telescopio mayor revelaba que más allá de los límites que previamente había supuesto para el universo seguían apareciendo estrellas y más estrellas. No encontraban su final. William Parsons, tercer conde de Rosse y residente en el castillo de Birr en Irlanda, era señor feudal de la villa de Parsonstown. Había sido educado en Dublín y en Oxford y ya era miembro del parlamento antes de su graduación en la universidad. En 1841, a los 41 años de edad, accedió al gobierno del condado, situación que le proporcionaba tiempo libre y disfrutar de su pasión por la astronomía. La intención de Lord Rosse era ni más ni menos que construir un reflector más grande que los utilizados por Herschel. Lord Rosse se curtió y depuró su técnica progresivamente con la construcción de telescopios de mayor tamaño. Finalmente alcanzó su objetivo: un tubo de casi 19 metros de longitud y 2,6 metros de diámetro que incorporaba un espejo de 2 metros cuyo peso ascendía a 4 toneladas. Así, apuntó su cañón celestial hacia las nebulosas. Los Herschel habían catalogado miles de nebulosas. Cuando Lord Rosse las contempló a mediados del siglo XIX, las nebulosas seguían siendo uno de los grandes enigmas de la astronomía. Persistía la controversia en torno a su composición: ya se tratara de conglomeraciones de gas tal vez situadas no muy lejos, que podían dar origen a nuevas estrellas y planetas, o bien de enormes agrupaciones de estrellas demasiado distantes para ser descifradas mediante un telescopio terrestre. Lord Rosse contempló las nebulosas como nadie las había contemplado hasta la fecha. No se trataban de simples nubes. Algunas poseían una estructura compleja y, a medida que observaba y dibujaba lo observado, una cantidad creciente de ellas parecían ser formaciones espirales. Se hizo imposible no sospechar que podían ser formaciones de estrellas similares a las nuestras, y extremadamente distantes. Pareció asimismo probable que nuestro sistema estelar fuera, como ellas, espiral y lenticular, una configuración afín al modelo de “piedra de afilar” postulado por Herschel. En 1885, los cielos brindaron a los astrónomos una oportunidad en verdad espectacular, o eso fue al menos lo que muchos pensaron. Habían ya ponderado que la nebulosa de Andrómeda, una de las más grandes, era probablemente la más cercana. En esta nebulosa apareció súbitamente una nueva estrella que se hizo lo suficientemente brillante como para detectarla a simple vista. Los astrónomos solo sabían de una clase de estrella que hacia explosión: la nova. La comparación de brillo con otras novas previas indicaba que la nova de Andrómeda estaba relativamente cerca de nosotros. Eso significaba que sin lugar a dudas toda la nebulosa de Andrómeda estaba cerca. En el último cuarto de siglo los astrónomos empezaron a caer en la cuenta del fabuloso potencial que apuntaba una herramienta nueva: la fotografía. Pero se necesitaban demasiadas horas de exposición para lograr una fotografía normal. En la década de los 1870 el uso de las placas de gelatina seca redujo el tiempo de exposición requerido para la fotografía terrestre, en torno a una decimoquinta fracción de segundo. La astronomía se adentro en una nueva época. Se hicieron fotografías con tiempos largos de exposición, confirmando los brazos espirales de Andrómeda, pero siguió siendo un misterio su naturaleza real. Henrietta Swan Leavitt nació en 1868 y estudio en un centro docente conocido por el nombre de Sociedad para la Instrucción Universitaria de las Mujeres. Entre los astrónomos emergentes escaseaban las mujeres, entre otras razones, porque muchas veces se las daban trabajos “poco creativos”. En 1908, Leavitt estaba buscando estrellas con brillo variable, esperaba dar con un grupo donde todos sus componentes mantuvieran una distancia aproximadamente igual con respecto de la Tierra. Parecía lógico suponer que todas las estrellas integradas en una de las Nubes de Magallanes estaban, en términos de distancias cósmicas, aproximadamente a la misma distancia. El razonamiento de Leavitt era el siguiente: si las estrellas de las Nubes de Magallanes estaban todas a la misma distancia de la Tierra, entonces no había diferencias suficientes en la distancia que pudieran causar que unas brillen más que otras. Consecuentemente, podía concluirse que las estrellas brillantes en efecto tenían una mayor magnitud absoluta que las que allí parecían más tenues, de modo que podían establecerse comparaciones significativas entre sus magnitudes aparentes. Las Nubes de Magallanes estaban suficientemente cerca y daban pie a la identificación y al estudio de estrellas individuales, aunque no tanto como para recurrir al método de la paralaje directo y medir su distancia. Leavitt encontró que algunas de estas estrellas variables presentaban un acusado incremento de su brillo máximo seguido por un descenso más gradual en su rutilancia. Algunas requerían más tiempo que otra en completar dicho patrón. Leavitt notó que, cuanto más brillante era una estrella de este tipo, más tiempo necesitaba para completar dicho patrón. Las más rutilantes invertían casi un mes y las más mortecinas tan solo un día. Cotejo estas “curvas de luminosidad”con las correspondientes a las estrellas variables cercanas a la Tierra que previamente había descubierto en la Vía Láctea y halló una coincidencia en la estrella Delta Cephei. Así pues “Cefeidas” es el nombre que reciben estas estrellas variables. En 1912 Leavitt había recopilado pruebas más que suficientes para afirmar que las Cefeidas podrían conducir a la obtención de un modo mucho más fiable para concretar las distancias tanto dentro como fuera de nuestra galaxia. Veámoslo de la siguiente manera: Supongamos que tengo un chalecito. Si miro a través de mi ventana desde aquí, en España, podré afirmar que mi valla se halla a una distancia que dobla la que me separa de mi garaje. Si hago lo propio desde la ciudad de Tokio, no podría decir lo mismo. A todos los efectos, desde Tokio la valla y el garaje están a la misma distancia. Lo mismo ocurre con las Nubes de Magallanes. Tal es la distancia que nos separa de las estrellas que podemos considerar que para todas ellas es la misma. A modo de ejemplo: En su muestra Leavitt encontró que si una Cefeida tenía un periodo de 3 días y otro un periodo de 30, la segunda era seis veces más brillante que la primera. Así pues, allí donde descubriera una estrella variable Cefeida podría también determinar su periodo de variación y con ello tener seguridad para afirmar cuan brillante sería la estrella si estuviera ubicada entre las componentes de la Pequeña Nube de Magallanes y cual es su distancia en relación con las demás estrellas de su entorno. En definitiva, esto supuso un gran avance en la medición de distancias estelares aunque, lo que Leavitt tenía era un sistema de relaciones y no medidas absolutas de las distancias. Nadie en aquellos días conocía la distancia exacta a las Nubes de Magallanes, ni tampoco la distancia o la magnitud absoluta de ninguna Cefeida de la Vía Láctea. Ninguna Cefeida, ni tan siquiera Polaris, también conocida como la estrella del Norte (Polar), la más cercana a la Tierra, estaba lo suficientemente próxima a nuestro planeta para medir su distancia por medio de la paralaje. UN PASEO POR LAS CEFEIDAS HASTA LLEGAR A MONTE WILSON El astrónomo danés Hertzsprung puso remedio a esta situación. Aplicó una variación del método de la paralaje estadístico y estimó la distancia a dos de las Cefeidas. Usando las relaciones entre el periodo y la magnitud absoluta que Leavitt había establecido, calculo que la distancia a la pequeña Nube de Magallanes era de 30.000 años luz. Esta distancia, aunque evidentemente corta en relación con la cifra de 169.000 años luz que actualmente barajan los científicos, superaba con creces todas las previsiones. Las “candelas”, como solía apodar Leavitt a las variables Cefeidas, casi de inmediato llamaron la atención de otros colegas astrónomos, entre los cuales destaca Harlow Shapley. Shapley llegó a la astronomía de una manera muy afortunada. Quería estudiar periodismo, pero cuando llego a la Universidad de Missouri, la facultad aun estaba sin construir. Volvió un año más tarde, pero nada había cambiado. Lo que si había cambiado era que se estaba quedando sin dinero, así que abrió el prospecto de la Universidad e inicio la lectura de los cursos que se ofrecían, empezando por la letra A. La arqueología no le atrajo, pero en la pagina siguiente figuraba la astronomía. Los astrónomos de hoy saben que las Cefeidas son estrellas ancianas que han superado la fase correspondiente a su “secuencia principal” (la fase prolongada durante la cual una estrella constantemente convierte su hidrógeno en helio) para transformarse en “gigantes rojos”. Cuando finaliza la fase de la secuencia principal, la estrella empieza a encogerse. A medida que se calienta, y el calor fluye camino de las capas más externas de la estrella, insuflando energía a los átomos del helio convertidos en “iones de carga única”. Como resultado de tal absorción, la atmósfera de la estrella se hace opaca, retiene calor como una sabana térmica, se calienta más si cabe, y se expande. Las capas exteriores de la estrella se hinchan, incrementando casi cien veces su tamaño original. Se infla y se encoge y varía su brillo repetidamente con una periodicidad constante. Discurrió Shapley que los grupos globulares de estrellas podían constituir el contorno del esqueleto de la Vía Láctea. Así, nuestro Sol no estaba situado ni tan siquiera cerca del centro. Lo que verdaderamente contrarió a los astrónomos y levantó una gran polvareda fue su medición del tamaño del sistema de la Vía Láctea. Era tan enorme que Shapley conjeturó que el sistema y su periferia integrada por grupos globulares de estrellas (una envergadura total, según sus cálculos, de 300.000 años luz) conformaban el universo entero. Nebulosas como Andrómeda no constituían sistemas independientes. A lo sumo eran satélites menores de la Vía Láctea. Hoy sabemos que Shapley se excedió en sus cálculos para la dimensión de la Vía Láctea debido esencialmente a que no tomó en consideración el modo en que el polvo interestelar afecta a la luz procedente de los grupos globulares de estrellas. El polvo interpuesto y las partículas atenúan la luz, de suerte que sus fuentes se perciben más apagadas y más lejanas. En la actualidad los astrónomos cifran el tamaño de nuestra galaxia en unos 100.000 años luz. La oposición más consistente a dicha estimación vino de manos de Herber Curtis. Curtis insistía en que las nebulosas espirales eran sistemas alejados e independientes del nuestro, que nuestro sistema era mucho más pequeño que lo que aseveraba Shapley, y que el sistema solar era en efecto el centro de la Vía Láctea. Supuso Curtis que la aparición de la nova de 1885 en Andrómeda, cuya magnitud aparente se había interpretado como indicativa de que la nebulosa de Andrómeda estaba situada dentro del sistema de la Vía Lacta, podía de hecho tener una magnitud absoluta muy superior a la nova de 1901, con la que se la comparaba (y hallarse por ende mucho más lejos de lo imaginado por la inmensa mayoría de los astrónomos). Shapley se burló abiertamente de esta conjetura: si la nebulosa Andrómeda era otro sistema estelar como el nuestro, y en absoluto cercano, la nova de 1885 debería haber tenido una magnitud absoluta igual a la de mil millones de estrellas ordinarias. Era absurdo imaginar que hubiera podido ser hasta ese extremo brillante, o que el universo fuera lo suficientemente grande para contener un ingente número de sistemas independientes tan grandes como el nuestro. Es más, si nebulosas como la de Andrómeda rotaba a la velocidad indicada por algunas observaciones, y se hallaban tan distantes como Curtis proclamaba, tendrían que rotar a una velocidad superior a la velocidad de la luz. Y eso era imposible. No desanimado por ello, Curtis inició la búsqueda de otras novas en Andrómeda con objeto de poder compararlas con la aparecida en 1885 y con la nova de 1901. Descubrió varias. Así pues, tras comparar sus brillos, determinó que Andrómeda se encontraba a miles de años luz, allende los límites de la Vía Láctea. En 1920 el tira y afloja entre Shapley y Curtis culmino en un debate publico organizado por la Academia Nacional de las Ciencias y presenciado por Albert Einstein. Los dos tenían en parte razón y desde la perspectiva de hoy entre los dos podrían haber armado una aceptable imagen del universo. Edwin Hubble tenia estudios universitarios pero de Derecho. Era un abogado consumado y de gran prestigio, pero unos estudios de Slipher sobre los espectros producidos por la luz de distintas nebulosas llamó su atención. Casi todas las nebulosas presentaban desviaciones hacia el rojo. Curiosamente casi todas se alejaban o parecían alejarse a grandes velocidades de nosotros. Aquello nunca resulto muy obvio. No se sabía si nosotros nos alejábamos de las nebulosas o ellas de nosotros. Hubble se dio cuenta que solo le importaba la astronomía. Como el dijo: “antes preferiría ser un astrónomo de segunda fila que un abogado eminente”. Después de luchar en la Primera Guerra Mundial, arribó en Monte Wilson justo antes de que Shapley lo abandonara para continuar su tarea en Harvard. Durante el otoño de 1923, Hubble se encontraba trabajando con el telescopio de 2,5 metros y fotografiaba Andrómeda noche tras noche. Casi de inmediato Hubble encontró un par de novas acompañado por otro objeto más apagado que inicialmente interpreto como otra tercera. En ese instante decidió hurgar en los archivos del observatorio para identificar esta estrella a partir de placas fotográficas antiguas. Fruto de esta comparación concluyó que se trataba de una estrella variable, una Cefeida con un periodo de un mes aproximadamente, cosa que significaba que su magnitud absoluta en su momento de máximo brillo era 7.000 veces superior al Sol. Para presentar semejante debilidad en su brillo, precisaba estar situada a unos 900.000 años luz de distancia. Hubble examino de nuevo las fotografías que había tomado recientemente de la nebulosa NGC6822 y reconoció esta vez que las estrellas variables eran Cefeidas, situación que le permitió evaluar la lejanía de la NGC6822 en unos 700.000 años luz. Ese borrón ovalado y confuso que se aprecia desde el hemisferio norte era definitivamente otra galaxia, una colección de millones de estrellas. Los astrónomos hoy en día establecen que dista de nosotros unos 2,25 millones de años luz. Así pues, la galaxia Andrómeda es el objeto visible más lejano que se puede distinguir a simple vista. Así pues, la nova que se produjo en 1885 tuvo que ser extraordinaria y excepcional. En los años 40, las brillantes luces de la ciudad de los Ángeles menoscabaron la idea de que el Monte Wilson fuera la ubicación ideal para un telescopio. No obstante, en plena Segunda Guerra Mundial, esas luces a menudo tuvieron que apagarse ante la amenaza de las incursiones aéreas. Aquello supuso un inesperado golpe de fortuna para el astrónomo Walter Baade. Dada la idoneidad de las condiciones de visibilidad que se producían durante los apagones, Baade se dispuso a estudiar las estrellas de la galaxia Andrómeda con el telescopio de 2,5 metros. Encontró que las centrales y las que conformaban su halo, tendían a ser rojas o amarillas, mientras que aquellas que componían sus brazos espirales eran blancas o de un color azul intenso. Las estrellas azules eran jóvenes y de mediana edad; las rojas eran mucho más viejas. Hubble solo había trabajado con Cefeidas del primer grupo, las situadas en los brazos espirales de Andrómeda. Pero al estudiar las Cefeidas del segundo grupo se dieron cuenta que la distancia estimada por Hubble a Andrómeda era corta y por otro que la edad del universo tenia que ser mucho mayor. En 1958, cinco años después de la muerte de Hubble, se descubrió que algunas estrellas que Hubble había utilizado como baremos pertenecientes a galaxias lejanas, eran nebulosas iluminadas por multitud de estrellas. Dicho descubrimiento triplicaba el tamaño de universo y estiraba la estimación para su edad hasta una cifra cercana a los 13.000 millones de años. Pero demos un paso atrás. Hubble perseveraba en sus observaciones en colaboración con Milton Humason cuya formación, al igual que la de Hubble, no era científica. Humason fue conserje y conductor de tractores en el Monte Wilson. Tan obvio e innato resultaba su talento para la manipulación de instrumentos delicados y los grandes telescopios que George Ellery Hale, a pesar de una gran oposición, decidió nombrarle Astrónomo Asistente. Hubble y Humason habían encontrado que, con la excepción de las galaxias agrupadas en las inmediaciones de la nuestra, cada galaxia del universo parecía retroceder o alejarse de nosotros. Es más, a una escala mayor todavía, cada galaxia parecía retroceder con respecto a todas las demás. Albert Einstein se resistía a aceptar la idea de un universo en expansión. Después de postular su teoría general de la relatividad, Einstein cayó en la cuenta que las soluciones obtenidas para las ecuaciones de su teoría implicaban que el universo se expandía o se contraía. Introdujo una nueva constante en la naturaleza, la “constante cosmologica”, un término matemático que posibilitaba la condición estática del universo. Posteriormente se retractaría de esta acción, a la que calificó como “el mayor patinazo de toda mi vida”. Con todo, la constante cosmologica no desapareció con el paso atrás de Einstein. Todavía hoy atormenta a los físicos. En caso de haber una constante cosmológica su valor tenía que ser cero (en opinión de algunos físicos). Inflemos un poco un globo. Pintemos un punto más gordo (nuestra posición), y a continuación pintemos otros puntos en la superficie del globo de modo aleatorio. Inflemos más el globo. Cuanto más lo inflemos más se alejaran de nuestro punto central los restantes puntos. Algo similar supone la expansión del universo. Espero que os sea ilustrativo. ¿Cuándo comenzó pues la expansión del universo? ¿Desde que punto central se retira el universo? El Big Bang fue una explosión que arrojó todo volando por los aires, en expansión perpetua. Incluso dando por hecho la inexistencia de direcciones absolutas en el universo, parecería que los seres que viajan sobre los escombros resultantes de semejante estallido deberían tener derecho a suponer que existe una respuesta a esta pregunta: ¿dónde tuvo lugar la explosión en relación con nuestra posición actual? Paradójicamente, vivir en un universo que se expande significa que existe una dirección en la que podemos mirar con atención y vislumbrar algo distinto, quizá una suerte de “limite”. Tal dirección es el pasado. Esto es cierto no solo cuando miramos a través de un telescopio. El retraso de cualquier imagen hasta que alcanza mis ojos es evidente, puesto que la luz viaja a 300.000 Km. por segundo. El texto que estáis leyendo es pasado, aunque lo leyerais en el mismo momento que lo tecleaba en mi ordenador. Einstein no era precisamente partidario de un universo en expansión. En 1936 Stalin inició una purga que tenia como objetivo deshacerse de aquellos científicos cuyas conclusiones y descubrimientos no comulgaran con la doctrina política de su régimen. Kozyrev era un astrofísico que trabajaba en el observatorio de Pulkovo. En noviembre de ese año fue arrestado. En mayo de 1937 se le juzgó. Ingreso en un campo de trabajo. Se le acuso de mantener la expansión del universo contraria a la doctrina soviética. Fue sentenciado a 10 años de cárcel. En 1947 consiguió su puesta en libertad. Otros científicos fueron ejecutados. LA TEORIA DE LA RELATIVIDAD Me es totalmente imposible saltarme este capitulo. El problema es que tampoco me siento del todo capacitado como para explicar la Teoría de la Relatividad en toda su dimensión. Así pues, he optado por una visión más divulgativa. Carl Sagan en su obra “Cosmos” nos da algunas pinceladas interesantes de lo que supone dicha teoría más allá de su explicación meramente matemática. Aunque ya, en las primeras páginas os he mostrado un pequeño avance de dicha teoría, dejemos que Carl Sagan nos conduzca por esta difícil senda. El espacio y el tiempo están entretejidos. No podemos mirar hacia el espacio sin mirar hacia atrás en el tiempo. La luz se desplaza con mucha rapidez. Pero el espacio esta muy vacío y las estrellas están muy separadas. Del Sol al centro de la Vía Láctea hay 30.000 años luz. De nuestra galaxia a la galaxia espiral más cercana M31, en la constelación de Andrómeda, hay 2.000.000 de años luz. Cuando la luz que vemos actualmente de M31 partió de allí hacia la Tierra no había hombres en nuestro planeta. Esta situación no es exclusiva del espacio. Si uno mira a una amiga a tres metros de distancia, no la ve como “ahora” sino como “era” hace una centésima de millonésima de segundo. Pero esa diferencia es muy pequeña para que cuente. Las dos naves interestelares Voyager, las máquinas más rápidas que se hayan lanzado nunca desde la Tierra, se están desplazando ahora a una diezmilésima parte de la velocidad de la luz. Necesitarían 40.000 años para situarse en la estrella más próxima. ¿Podemos hacer algo para aproximarnos a la velocidad de la luz? ¿Y más rápido? Quien hubiese paseado por el paisaje campestre de la Toscana en los años 1890, hubiese podido encontrarse, quizás, con un adolescente de cabellos algo largos que había dejado la escuela. Sus maestros en Alemania le habían asegurado que no llegaría nunca a nada y que lo mejor era que se fuera. En consecuencia se fue y se dedico a vagabundear por el norte de Italia. Su nombre era Albert Einstein y sus meditaciones cambiaron el mundo. El se preguntó que aspecto tendría el mundo si uno pudiese desplazarse sobre una onda de luz (ver primeras páginas). ¡Viajar a la velocidad de la luz! ¡Que pensamiento más atractivo y fascinante para un chico de excursión por una carretera en el campo salpicado con la luz del Sol! Si uno partía sobre la cresta de una onda, permanecería sobre la cresta y perdería toda noción de que aquello era una onda. ¿Qué significa exactamente que dos acontecimientos son simultáneos? Supongamos que voy en bicicleta y me acerco hacia ti. Al acercarme a un cruce estoy a punto de chocar, o así me lo parece, con un carro arrastrado por un caballo. Hago una ese y consigo por los pelos que no me atropelle. Ahora imaginemos de nuevo este acontecimiento y supongamos que el carro y la bicicleta van a velocidades cercanas a la luz. Tu estas mirando desde el fondo de la carretera y el carro se desplaza en ángulo recto a tu visual. Tu ves que me acerco hacia ti gracias a la luz solar que reflejo. ¿No es lógico que mi velocidad se añada a la velocidad de la luz, de modo que mi imagen te llegaría mucho antes que la imagen del carro?¿No deberías verme hacer una ese antes de ver llegar al carro?¿Es posible que el carro y yo nos acerquemos simultáneamente al cruce desde mi punto de vista pero no desde el tuyo?¿Es posible que yo evite por los pelos la colisión con el carro pero que tu me veas dar una ese alrededor de nada y continuar pedaleando alegremente? Estas preguntas son curiosas y sutiles. Ponen en tela de juicio lo evidente. Es comprensible que nadie pensara en ellas antes que Einstein. Einstein codificó algunas reglas en la teoría especial de la relatividad. La luz (reflejada o emitida) por un objeto se desplaza a idéntica velocidad tanto si el objeto se mueve como si esta estacionario. No sumaras tu velocidad a la velocidad de la luz. Además, ningún objeto material puede desplazarse a velocidad superior a la luz. No hay nada en física que te impida desplazarte a una velocidad tan próxima a la luz como quieras; el 99,9% de la velocidad de la luz seria un buen tanto. Pero por mucho interés que pongas no conseguirás ganar este último punto decimal. Para que el mundo sea consistente tiene que haber una velocidad cósmica límite. A veces oímos hablar de cosas que pueden desplazarse a velocidad superior a la luz. Se pone como ejemplo, a veces, algo llamado “la velocidad del pensamiento”. La velocidad de nuestros impulsos a través de las neuronas de nuestros cerebros es más o menos la misma que la de un carro de burro. El hecho de que los hombres hayan sido lo suficientemente listos para idear la “relatividad” demuestra que pensamos bien, pero no creo que podamos enorgullecernos de pensar rápido. La relatividad especial, elaborada por Einstein a sus veinticinco años, esta confirmada por todos los experimentos realizados para comprobarla. Quizás mañana alguien tire por tierra toda esta teoría y demuestre que se puede viajar más rápido que la velocidad de la luz. Pero lo dudo mucho. La prohibición de Einstein contra un desplazamiento más rápido que la luz puede chocar con nuestro sentido común. Pero ¿tenemos que confiar en nuestro sentido común? Supongamos que hay un lugar donde la velocidad de la luz no tiene un valor real de 300.000 kilómetros por segundo, sino un valor muy modesto: 40 kilómetros por hora. Conducimos una moto pequeña. A medida que nuestra velocidad aumenta empezamos a ver por detrás de los objetos que adelantamos. Si estamos mirando con la cabeza hacia delante, las cosas que estaban detrás irán apareciendo dentro del campo delantero de visión. Al acercarnos a la velocidad de la luz, el mundo toma desde nuestro punto de vista un aspecto muy raro: todo acaba comprimido en una pequeña ventana circular que esta constantemente delante de nosotros. Desde el punto de vista del observador estacionario, la luz que nosotros reflejamos se enrojece cuando partimos y se azulea cuando volvemos. Todas estas predicciones a primera vista sorprendentes, son ciertas en un sentido más profundo que cualquier otra cosa en física. Dependen de nuestro movimiento relativo. Pero son reales, no ilusiones ópticas. También están de acuerdo con muchos experimentos. Relojes muy precisos transportados en aviones retrasan un poco en comparación con relojes estacionarios. Los aceleradores nucleares están diseñados de modo que se tengan en cuenta el aumento de masa producido por el aumento de velocidad. Una velocidad es una distancia dividida por el tiempo. Al aproximarnos a la velocidad de la luz no podemos sumar simplemente las velocidades, como solemos hacer en el mundo de cada día, y los conceptos familiares de espacio absoluto y de tiempo absoluto, han de hacerse a un lado. Por esto nos encogemos. Por esto se produce una dilatación temporal. Al viajar a una velocidad próxima a la de la luz uno apenas envejece, pero los amigos y parientes que se han quedado en casa siguen envejeciendo a su ritmo normal. Puesto que el tiempo va más lento a una velocidad próxima a la luz, la relatividad especial nos proporciona un medio para alcanzar las estrellas. ¿Pero es posible desde el punto de vista de la ingeniería práctica? El viaje espacial y el viaje por el tiempo están relacionados. Podemos viajar rápido por el espacio porque viajamos rápido hacia el futuro. Pero, y del pasado ¿qué?. Nos estamos desplazando continuamente al futuro a una velocidad de un día por día. Con naves espaciales relativistas podríamos ir hacia el futuro a mayor velocidad. Pero muchos físicos creen que un viaje al pasado es imposible. Según ellos, aunque dispusiéramos de un aparato capaz de ir hacia atrás en el tiempo, no podríamos hacer nada importante. Si alguien viaja al pasado e impide que sus padres se casen, evitara haber nacido, lo cual es en cierto modo una contradicción, porque es evidente que este alguien existe. Pero otros físicos proponen la posible coexistencia, una al lado de la otra, de dos historias alternativas, dos realidades igualmente validas: la que uno conoce y otra en la que uno no ha nacido nunca. Supongamos que viajamos al pasado y convencemos a la reina Isabel que no diera su apoyo a Cristóbal Colon. Sin extendernos, esto supone un cambio absoluto en los acontecimientos históricos. ¿Qué pasaría si la ciencia y el método experimental y la dignidad de los oficios hubiesen sido cultivados 2.000 años antes de la Revolución Industrial?¿Qué pasaría si la tradición científica de los antiguos griegos jonios hubiese sobrevivido y florecido? A veces pienso que podríamos habernos ahorrado muchos siglos. Quizás las contribuciones de Leonardo hubiesen llegado hace mil años y las de Albert Einstein hace quinientos años. Como es lógico en esta otra Tierra Leonardo y Einstein no habrían nacido nunca. OTRO MOMENTO DECISIVO Arno Penzias nació en el seno de una familia judía afincada en la ciudad de Munich. Cuando tenía seis años de edad, él, sus padres y su hermano fueron de los últimos judíos en abandonar la Alemania nazi. Penzias obtuvo su licenciatura en Física y aceptó en 1961 una oferta de empleo en los Laboratorios Bell, y dos años más tarde se integró en el equipo de expertos encabezado por el tejano Robert Wilson. Las instalaciones de Bell disponían de una antena con forma de trompa diseñada para su empleo en conjunción con el satélite de comunicaciones Echo I. Durante la primavera de 1964, Penzias y Wilson estaban utilizando la antena con el propósito de estudiar los niveles de ruido que obstaculizaban las transmisiones del satélite. Los científicos encargados de la operación debían realizar algunos ajustes y ceñirse a las señales más potentes que el “ruido”. Se trataba de una molestia que podía ser ignorada, pero Penzias y Wilson optaron por no hacerlo así. Repararon en que el ruido no sufría alteraciones por más que variaran la orientación de la antena. Si en efecto la atmósfera terrestre causaba el ruido, una antena orientada en dirección al horizonte debería recibir más ruido, debido principalmente a que enfrenta una porción mayor de atmósfera que una antena apuntada en vertical. Por eso os digo, cuando salimos con mi telescopio, que un objeto que esta sobre el horizonte se ve peor que cuando el mismo se encuentra a cierta altura. Penzias y Wilson concluyeron que o bien el ruido procedía desde más allá de la atmósfera terrestre o bien se producía en la misma antena. Estaban desconcertados. En aquel tiempo, si la teoría de la gran explosión era correcta, el universo estaba muy caliente, pero actualmente la temperatura de radiación habría descendido hasta situarse unos 5 grados por encima del cero absoluto. Tal predicción no fue verificada, fundamentalmente porque resultaba extremadamente difícil observar dicha radiación. Paralelamente, en la Unión Soviética, se había llegado a la conclusión de que, en virtud de la abundancia de hidrógeno, helio y deuterio que se observaba hoy en día, el universo debería haberse originado tras una gran explosión ocurrida a muy altas temperaturas, registrando actualmente una temperatura de fondo escasos grados por encima del cero absoluto. ¿Cuál es la fuente de esa radiación? Según la teoría de la gran explosión, el universo en sus primeros estadios estaba completamente lleno de radiación electromagnética. Su temperatura era excesivamente elevada, alcanzando valores de billones de grados. Con la expansión del espacio y el consiguiente estiramiento de las longitudes de onda, sufrió desviaciones en su espectro. El universo se fue enfriando paulatinamente. Penzias y Wilson habían descubierto la radiación cósmica de fondo y compartieron el Premio Nobel por el descubrimiento. Todo parecía encajar y avalar la teoría de la gran explosión. El descubrimiento de que los quasares, que los teóricos consideran galaxias en un estado de formación incipiente, solo existen a enormes distancias de la Tierra asimismo contribuyo a favorecerla. De acuerdo con los postulados de la teoría del estado estacionario, las galaxias mueren periódicamente y son reemplazadas por otras galaxias formadas a partir de materia nueva. Si así fuera, y los cuásares constituyen una parte del proceso de formación de una galaxia, deberían hallarse uniformemente distribuidos en las zonas cercanas y en las más alejadas de la Tierra, así como en todo el Universo. El hecho de que no ocurra así habla en contra del estado estacionario y favorece la teoría de la gran explosión. La distancia que nos separa de los quasares en el espacio tiempo indica que solo existieron cuando el universo era mucho más joven, de lo cual deducimos que tan particular fase de la formación de una galaxia únicamente aconteció en un pasado muy remoto, que no ha vuelto a darse en periodos posteriores de la historia del universo y que en la actualidad tampoco se produce. En fin, que el universo no se repite. En un tiempo pequeñísimo con posterioridad a la gran explosión, algo causó que la gravedad se convirtiera en una fuerza de repulsión enorme. En lugar de retener la materia frente al movimiento expansivo del universo, habría acelerado dicha expansión durante un periodo brevísimo, una fracción de segundo casi inimaginable, provocando una inflación violentamente expansiva. Una vez finalizado el periodo de inflación, el universo seguiría expandiéndose de una más familiar y sosegada. Infla ligeramente un globo. Así queda representada la expansión del universo antes del periodo inflacionario. Detente un instante para marcar un punto rojo en la superficie del globo. A continuación coloca el globo en una bomba de hinchado rápido y acciónala hasta que alcance la potencia máxima. El globo adquiere un tamaño reseñable. El pequeño punto rojo se habrá magnificado. Imagina ahora que el globo en su totalidad no representa todo lo que observamos ni incluso lo que observamos del universo. Lo hace el punto rojo. Así, la teoría de la inflación nos pide que creamos que aquello que normalmente llamamos “el universo” tan solo se corresponde con una fracción mínima de todo lo que existe. Un tercer y pertinaz problema que sembró el desconcierto entre los teóricos partidarios de la teoría de la gran explosión tras el descubrimiento de Wilson y Penzias consistía en dar respuesta a como un universo aparentemente tan uniforme cuando contaba 300.000 años de edad se había transformado en algo tan diverso y atomizado. En mediciones sucesivas los investigadores hallaron que la radiación cósmica de fondo que se resolvía en forma de microondas presentaba temperaturas frustrantemente uniformes. La temperatura era la misma en lecturas tomadas al límite de la observabilidad y en todas las direcciones. Esto significaba que el universo primitivo debía haber sido extremadamente liso, carente de protuberancias, agrupamientos e irregularidades que, de haber existido, indefectiblemente se revelarían en forma de fluctuaciones térmicas. ¿Cómo pudo haber evolucionado entonces el universo hasta presentar galaxias, estrellas y planetas? Para resumir su historia tal como se deduce de esta teoría y pasada por el tamiz de la teoría de la inflación diremos que todo lo que observamos o lo que podemos observar se inicio en un estado de compresión de inusitada densidad. Se produjo un gran estallido y todo, el espacio en si mismo, comenzó a expandirse. Tras un breve intervalo de rapidísima inflación, la expansión se ralentizó y prosiguió de manera más reposada. Todo se disperso y se enfrió. Todo era liso y virtualmente homogéneo a excepción de algunas arrugas muy tenues o “fluctuaciones en su densidad”. Al tiempo que la expansión persistía, la atracción gravitacional en aquellas regiones donde ya se habían producido concentraciones de materia, con el consiguiente aumento de la densidad, acumuló más y más materia y así, en el decurso del tiempo, se formaron las estrellas, las galaxias, las constelaciones y los supergrupos de galaxias unidos entre si en virtud de la fuerza gravitacional. FOTO LUNAR SACADA DESDE EL APOLLO X HAWKING, AGUJEROS NEGROS Y OTRAS HISTORIAS PARA NO DORMIR Y LEER DE NOCHE. De todos es conocida la historia de Stephen Hawking. Una enfermedad de las neuronas motoras le impide todo movimiento y lo mantiene postrado en una silla de ruedas, lo cual no es óbice para que posea la más preclara y ágil de todas las mentes. A los 17 años ingresó en Oxford, donde tardó en integrarse. Estudió Ciencias Naturales en la especialidad de Física. Decidió presentarse para la Universidad de Cambridge, lo cual le permitiría trabajar con Hoyle, el gran cosmólogo del momento, y fue aceptado siempre que sacase un sobresaliente. Ningún problema. Solo en el ultimo momento le fallo la confianza en si mismo. Paso la noche en blanco y se equivoco en algunas respuestas. Su nota estaba entre el notable y el sobresaliente, así que se le llamo para hacerle una entrevista. Cuando se le pregunto sobre sus proyectos respondió: “Si consigo un sobresaliente, iré a Cambridge; si me dan un notable seguiré en Oxford, así que confío en que me den un sobresaliente”. Su llegada a Cambridge fue aun peor. No fue incluido en el equipo de Hoyle, desprecio que jamás olvidaría y por encima Hawking ya no era un estudiante estrella. Para colmo, ese año se le diagnosticó la ELA (Esclerosis Lateral Amiotrófica) que le marcaría para el resto de su vida. En 1965, con 23 años se casó con Jane, su gran apoyó y con la que tuvo tres hijos. Los grandes descubrimientos de principios de los años veinte, la relatividad y la teoría de la mecánica cuántica, habían transformado nuestra visión del mundo subatómico. ¿Quién podría haber concebido la existencia de agujeros negros, agujeros invisibles en el universo, dentro de los cuales el espacio y el tiempo sencillamente desaparecían? Hawking había observado que la relatividad no armonizaba con la física en el nivel de la mecánica cuántica, y que era incapaz de explicar los agujeros negros. Su investigación en este campo iba a producir un gran resultado. Cuando una estrella se colapsaba bajo la fuerza de su propia gravedad, ocurrían ciertas cosas. De acuerdo con la teoría de Einstein sobre el efecto de la gravedad sobre la luz, a partir de un cierto grado el efecto de la fuerza de la gravedad se incrementa hasta el punto de que nada, ni siquiera la luz, es capaz de escapar de su campo gravitatorio. Este punto se alcanza cuando la estrella se colapsa hasta el límite de un radio determinado, que depende de su masa. Este radio es el punto en el que una estrella que se colapsa se convierte en un agujero negro. (En el caso del Sol cuyo radio actual es de 700.000 km, se convertirla en un agujero negro si su radio se contrajese hasta una longitud de 3 km). Einstein rechazó estos hallazgos de Schwarzschild. Hubble empezó a estudiar en Monte Wilson los desplazamientos hacia el rojo de más de una docena de galaxias diferentes. Hubble descubrió que la velocidad a la que aquellas galaxias se alejaban era mayor cuanto más alejadas estaban de la Tierra. Esta fue la primera prueba directa de un universo en expansión. Para entonces las purgas de Stalin estaban en pleno apogeo. Muchos científicos rusos fueron condenados a muerte o a cárcel por defender estas teorías. Volvíamos otra vez a la cerrazón que ya sufrió Galileo y sus contemporáneos. Según Oppenheimer, cuando una gran estrella deja escapar su carburante nuclear y arde, entonces implosióna bajo su propia fuerza gravitatoria. Llega un momento en que se contrae hasta su radio crítico, de donde ni siquiera los rayos de luz pueden escapar de su superficie. En este punto la estrella se aísla del resto del universo y se crea el llamado “horizonte de sucesos de un sentido”: las partículas y la radiación pueden entrar, pero nada puede escapar de ella. Se forma una singularidad espacio-tiempo, según la cual la dimensión espacial y la dimensión temporal asociada sencillamente desaparecen. No hay forma de saber que ocurriría dentro de este horizonte. John Wheeler publicaba un artículo sobre el modo de obtener la fisión nuclear, es decir, el mecanismo necesario para producir la bomba atómica. Wheeler acabaría trabajando en la bomba atómica, pero cuando acabo de estudiar como destruir el planeta Tierra, dirigió su atención al Universo. Wheeler era un extremista de derechas, en tiempos de la caza de brujas anticomunista que había emprendido MacCarthy. Wheeler iba a dar un paso más y bautizaría a este objeto totalmente colapsado con el nombre de “agujero negro”. Para él, si era posible saber que ocurría allí dentro. Allí tenía lugar una unión de la relatividad con la física cuántica. En los años 50. Hoyle había rechazado irónicamente la idea de la gran explosión con un despreciativo “la teoría del Big Bang”, nombre que ha permanecido hasta nuestros días. Hoyle, como ya sabéis estaba a favor de la teoría del estado estacionario. En una celebre ocasión dio una conferencia en la Royal Society de Londres antes de haber realizado los cálculos que apoyaban sus aseveraciones. Hawking decidió acudir. Cuando Hoyle pregunto al auditorio si alguien tenia alguna duda, un frágil joven con gafas, recién licenciado, se puso trabajosamente en pie con la ayuda de un bastón. Los más de cien asistentes, se volvieron para mirar a quien se atrevía a interrogar a la celebridad. - La cantidad de la que usted habla diverge, dijo Hawking. Si esto era así, la conferencia era una tontería. - Por supuesto que no diverge. - Si lo hace. - ¿Cómo lo sabe? - Porque he encontrado una solución. Algunas risitas se escucharon en el auditorio. Según Roger Penrose, una gran estrella implosiona hasta su horizonte de sucesos, donde se convierte en un agujero negro, pero esta seguiría comprimiéndose. A medida que aumentaba la intensidad del campo gravitatorio, la luz, la materia y el espacio-tiempo serían atraídos dentro de él con cada vez mayor intensidad que alcanzaría un volumen cero y densidad infinita. En otras palabras, desafiaría las leyes de la gravedad hasta el punto de tener masa, pero no dimensión. Todo esto ocurriría dentro del horizonte de sucesos, y sería, por tanto, inobservable. Hawking se preguntó que ocurriría si, de alguna forma un agujero negro se volviese del revés. Entonces aplicó esta idea al universo entero. ¿No seria el universo en expansión una gigantesca estrella que implosionaba al revés?. El tiempo desaparece en el interior de un agujero negro: si se invierte este proceso, supondría la creación del tiempo. En este punto se produciría el Big Bang, el mismo acto de la creación, ni más ni menos. Hawking logró demostrar que en el pasado se produjo una singularidad que dio origen al tiempo. Y si el universo detenía su expansión y comenzaba a contraerse, acabaría por implosionar y terminar en una singularidad, el llamado Big Crunch. A sus 32 años, Hawking tuvo su famoso momento “eureka”, que le puso en el camino de su mayor descubrimiento. Hawking se empezó a preguntar sobre que les ocurriría a los rayos de luz en el horizonte de sucesos de un agujero negro. Sabía que los rayos de luz que forman el horizonte de sucesos, la superficie de un agujero negro, no pueden jamás aproximarse unos a otros porque están en suspensión. No puede escapar ni ser absorbido por el agujero negro. El área de la superficie de un agujero negro nunca disminuye. Incluso si dos de ellos se juntan, nunca se absorberán el uno al otro; por el contrario, su superficie total permanecerá igual o aumentará, pero nunca podrá disminuir. Sus implicaciones iban a cambiar de arriba abajo la noción de lo que era un agujero negro. El comportamiento de la superficie de los agujeros negros guardaba una sorprendente relación con la segunda ley de la termodinámica. Según esta ley, la entropía (o el desorden) dentro de un sistema aislado siempre será igual o aumentará, por lo que cuando dos de estos sistemas se unen, la entropía del sistema combinado es mayor que la suma de las entropías de los sistemas individuales. El caos permanecerá igual o aumentara, pero nunca disminuirá. Por ejemplo, en una casa si no se arregla habitualmente el desorden aumenta; si se nos cae un vaso, los cristales rotos no se unen por si solos. La entropía determina la dirección que un proceso irreversible debe seguir. La mecánica cuántica proporcionaba una clave fundamental para explicar la verdadera naturaleza de los agujeros negros. En primer lugar, es necesario entender algo de mecánica cuántica. El gran descubrimiento de Heisenberg fue el principio de incertidumbre, que establece que es imposible determinar simultáneamente la posición e impulso de un electrón . Esto ocurre cuando intentamos determinar la posición precisa de un electrón. Esta partícula es tan pequeña que solo puede detectarse mediante algo que tenga una longitud de onda suficientemente pequeña, como los rayos gamma. Pero cuando estos rayos chocan con el electrón, afectan a su velocidad de un modo impredecible. Este principio produce asombrosos resultados cuando los aplicamos al espacio: - El espacio también es un campo Probablemente el espacio esta por definición vacío, es un vacío. De acuerdo con el principio de incertidumbre esto no puede ser así. Ningún campo puede medir exactamente cero, porque representaría una medida exacta de su valor y de su velocidad, lo cual es imposible según el principio de incertidumbre. Sin embargo, si queremos un espacio vacío, el campo ha de ser exactamente cero. En el espacio siempre habrá una mínima incertidumbre. Ya que no podemos tener nada, en su lugar tenemos pares de partículas virtuales. Estos pares consisten en una partícula y una antipartícula, una positiva y la otra negativa. Eso explica las pequeñas oscilaciones por encima y por debajo de cero. Basándose en esto, Hawking especuló sobre lo que ocurría en la superficie de un agujero negro, en el horizonte de sucesos. Este espacio contendría también pares de partículas virtuales, pero antes de anularse unas a las otras, serian afectadas por el agujero negro, que atraería a la partícula negativa expulsando simultáneamente la partícula positiva. Pero Hawking llegó a más. “Un agujero negro tenía tiempo, entropía, y esta entropía aumentaba como cualquier otra. Esto significa que un agujero negro acabaría evaporándose en radiación pura o, en otras palabras, al final explosionaría” Un mes después apareció en la revista Nature un articulo bajo el titulo “¿Estallan los agujeros Negros?”. Fue comparado con el artículo de Einstein sobre la teoría general de la relatividad. Su enfermedad empeoró y su situación económica debido al aumento de gastos se hizo imposible. Así pues a Hawking no le quedo más remedio que escribir libros de divulgación y dejarse ayudar por distintas asociaciones que se prestaron a ello al conocer su caso. A principios de los años ochenta, Hawking comenzó a dictar algunas ideas para un libro divulgativo sobre cosmología con el que pretendía ganar algún dinero para pagar la matricula del colegio de su hija. En 1985 había terminado el primer borrador. Pero Hawking tendría una recaída. Los doctores descubrieron que tenia bloqueado uno de sus conductos respiratorios y que sufría una neumonía. Hawking necesitaba ventilación para respirar. No podría vivir si no se le practicaba una traqueotomía. Salvaría su vida pero perdería el habla. Jane decidió que la vida de su marido era más importante que nada de lo que tendría que decir, por mucho que temblaran los cimientos del universo. Hawking actualmente habla a través de un sintetizador. En 1987. Hawking terminó su famoso libro sobre la cosmología. Historia del tiempo: del big bang a los agujeros negros. El libro obtuvo ventas millonarias. En 1990 el matrimonio de Hawking se rompió. A este hombre que en su juventud le dieron “meses de vida”, le ha dado tiempo, no solo ha sorprendernos con sus teorías, sino a sorprendernos con su fortaleza. A Hawking jamás le darán el Premio Nobel. Cuando se creo este premio la ciencia se limitaba a algo que podía probarse mediante observación o experimento. El trabajo de Hawking no puede probarse. El no puede decir “yo estuve allí, yo vi el principio del universo” “yo estuve dentro de un agujero negro”. Actualmente Hawking, postrado en su silla de ruedas, pegado a la pantalla de su ordenador, sin poder sujetar su cabeza, trabaja en el Departamento de Matemática Aplicada y Física Teórica. Allí tiene un póster de Marilyn Monroe y cada poco tiempo una enfermera pasa a su despacho para comprobar que todo va bien. A las cuatro de la tarde, tiene lugar el ritual diario de la hora del té. Hawking es conducido hasta la sala de reuniones. Los jóvenes investigadores allí reunidos charlan animadamente e intercambian impresiones. La figura central de este grupo se sienta en una silla de ruedas con un babero. Una enfermera le sostiene la taza con una mano y la cabeza con la otra, inclinándosela de vez en cuando para que beba. Alguien del grupo suelta el típico comentario estudiantil de mal gusto y la figura de la silla de ruedas deja asomar su sonrisa de oreja a oreja. Está en su elemento. No podía ser de otra manera. Existen muchas más historias. Pero me he prometido ceñirme solamente a aquello que sea destacable, o que yo así lo crea. Debo reconocer, de todas maneras, que tengo tendencia a pensar que casi todo en astronomía lo es. Pero como estáis comprobando estoy siendo muy riguroso conmigo. Sigamos preguntándonos más cosas. ¿Qué edad tiene el universo? ¿Cuál es su futuro? La densidad de la masa del universo alude a la cantidad de materia presente por metro cúbico, promediada en todo el universo observable. Obviamente la materia se distribuye de manera irregular. Una manera de determinar la densidad promedio consistiría en contabilizar la masa total del universo y luego dividirla por el número de metros cúbicos que suma su volumen. A primera vista podría parecer una empresa ridículamente difícil. Otra manera para acometer el cálculo de la densidad de masa promedio requiere el estudio del funcionamiento aparente del universo, en otras palabras, establecer cuán rápida es su expansión, si aumenta su velocidad o si se ralentiza, como parece afectar la gravedad a diferentes partes del universo y que otras fuerzas al margen de la gravedad entran en juego. Llamemos a la densidad de masa, omega. Veamos como la densidad de masa (Omega) afecta al futuro del universo. Si Omega supera la unidad (más de un átomo de hidrógeno por una decena de metros cúbicos en todo el espacio), el universo finalmente detendrá su expansión y empezará a contraerse. Si Omega es inferior a la unidad... el universo se expande indefinidamente. Si Omega es igual a uno.... el universo se expande exactamente a la velocidad necesaria para evitar su repliegue. Wendy Freedman nació en Toronto, Canadá, y obtuvo su doctorado en astrofísica y astronomía también en Toronto. Seguidamente obtuvo una beca de investigación para trabajar en los Observatorios Carnegie. En 1987 fue la primera mujer que consiguió entrar a formar parte del cuerpo docente estable de dicha institución, donde lleva a cabo su trabajo a fecha de hoy. El Extragalactic Distance Scale Key Project, capitaneado por Freedman, tiene entre sus objetivos principales la medición de las distancias Cefeidas a 20 galaxias mediante el telescopio Hubble (si esa maravilla que esta en el espacio y que nos manda fotografías tan bonitas). En 1994 Freedman y sus colaboradores estaban enfrascados en la medición más exacta de la distancia al centro de la superconstelación de Virgo. Hallaron 20 Cefeidas en la galaxia espiral M100 de la constelación de Virgo. Los datos del Hubble revelaban que estas Cefeidas distan aproximadamente 56 millones de años luz de la Tierra. A partir de esta nueva medición de la distancia y de la velocidad de retroceso de la M100 (deducida de su desviación al rojo), Freedman y sus colegas calcularon un nuevo valor para la constante de Hubble, en torno a los 80 km por segundo por magapársec. Allan Sandage había calculado un valor de 50. Así comenzó uno de los más acalorados debates de la astronomía moderna. El nuncio de Freedman produjo gran convulsión. Los hallazgos del Hubble generaban una situación bochornosa. Si en verdad el universo se expande a una velocidad notablemente superior a la que se había dado por buena, consecuentemente no habrá transcurrido tanto tiempo desde el momento de la gran explosión, sin duda menos de los 10.000-20.000 millones de años que la mayoría de los expertos establece. Dependiendo de la densidad de la materia del universo, una constante de Hubble de 80 comporta que la edad del universo será entre 8.000 y 12.000 millones de años, muy probablemente cercana a los 8.000. Si algunas de las estrellas más ancianas tienen 14.000 años de edad, resulta evidente que algo no encaja. El universo no puede ser más joven que las estrellas que en él habitan. En 1929, el propio Hubble calculó la constante que lleva su nombre atribuyéndole un valor de 500 km por segundo por megapársec, hecho que hacia un universo excesivamente joven. En los ochenta, se habían estabilizado los cálculos cerca de los 50 y la edad del universo entre 15.000 y 20.000 millones de años. En Chile, se logró medir los restos en expansión correspondientes a cinco supernovas y se ponderó el universo entre 9.000 y 14.000 millones de años. Los astrónomos otorgan un amplio margen de error en cálculos de esta índole. Sin embargo, las estrellas no cobraron vida en el preciso instante en que se originó el universo. Estimar que las estrellas poseen la misma edad que el universo es algo del todo insatisfactorio. Un colchón de al menos 1.000 millones de años tras el principio les proporcionaría un periodo cómodo en el que formarse. A modo aclaratorio os diré que una constante de Hubble de 50 sitúa la edad del universo alrededor de los 15.000 millones de años; valores en torno a 70 u 80 describen un universo mucho más joven, de 10.000 millones de años o menos. También se cuestiono que la razón a la que Virgo se mueve alejándose de nosotros constituyera un indicador dependiente de la velocidad de retroceso global del universo. Todo indica que Virgo se aleja más rápidamente que el resto del universo. ¿Cómo extraer de tan complicado escenario la proporción exacta del movimiento directamente atribuible a la expansión del universo? Pero supongamos que la constante de Hubble en última instancia bosqueja un universo más joven que algunas de sus estrellas. Tal vez nos parezca fácil imaginar la rapidez con que el universo se expande, siendo ésta el resultado entre la gravedad (que trabaja en pos de la contracción del universo) y la energía de expansión provocada por la gran explosión (que lo dispersa). Puede haber o no haber un tercer componente: el viejo “error” de Einstein. Si la constante cosmologica es un número positivo, será cierto que contrarresta la gravedad, si es de signo negativo, entonces el efecto se decantará del lado de la gravedad. En caso de ser cero, no hará ni una cosa ni la otra. La constante cosmologica parece trabajar simultáneamente en ambos sentidos, favoreciendo tanto la contracción como la expansión. Con todo, lo que parece una contradicción no lo es en realidad, debido fundamentalmente a la manera en que la constante cosmologica se integra en la ecuación para Omega. Las teorías de la mecánica cuántica (el estudio de las partículas más pequeñas: átomos, moléculas y demás partículas minúsculas) dicen que en todos los puntos del universo las partículas cobran vida y dejan de existir espontáneamente. Su periplo vital es inusitadamente breve. No obstante, el “espacio vacío” rebosa energía. Y la expresión “espacio vacío” no solo alude a esa oscuridad remota que copa el espacio interestelar. La energía cuantica llena la enorme cantidad de espacio vacío. Para Einstein, la constante cosmologica tan solo era un artificio matemático, para eludir la disyuntiva que se planteaba entre un universo en expansión o bien en contracción. Decidió que se trataba de un error. Dado que el universo se esta expandiendo. Después de su visita a Hubble en el Monte Wilson en el año 1931. Einstein opto por desechar la idea, tildándola de “teóricamente insatisfactoria”. Pero esta no se desvaneció. Al cabo de no mucho tiempo resultó evidente que, si Einstein estaba en lo cierto al señalar a la masa como principal causante de la curvatura del espacio tiempo, y si en efecto existe la energía del vacío, entonces hace ya mucho tiempo que la energía del espacio debería haber enroscado el universo hasta convertirlo en una bola diminuta o en algo incluso menor, o también, en su defecto, haber dirigido la expansión de tal modo que los átomos ( y mucho menos las galaxias) jamás hubieran podido haberse formado. Aun confiriendo valores muy pequeños a la constante cosmologica ¿cómo se habría formado el universo tal como lo conocemos hoy? Así pues se podía pensar que su valor debía ser cero. Por cierto ese cero no descalifica la existencia de la energía del vacío, únicamente significa que, por causa de alguna extraña coincidencia, las magnitudes positivas y negativas correspondientes a dicha energía del vacío se cancelan exactamente. Incluso antes de que recientes descubrimientos determinaran que el universo puede estar expandiéndose a una velocidad superior a la prevista, los astrofísicos de finales del siglo XX volvieron a sentir ese escozor que provoca el dial de la constante cosmologica. Existía la posibilidad de que solucionara algunos problemas hasta ahora inabordables como, por ejemplo, la cuestión de la materia oscura, todavía en paradero desconocido. En 1990, Michael Turner propuso una fórmula para aproximarse a la densidad crítica: a grandes rasgos estipulaba un 5% de materia ordinaria, un 25% de materia oscura fría (incluyendo las materias de naturaleza invisible), y un 70% de la constante cosmologica. En opinión de Turner, la energía de la constante cosmologica podría compensar parte de la masa desaparecida y funcionaria a modo de freno para la expansión cósmica, equilibrando así las cosas de tal manera que el universo no llegaría nunca a replegarse ni podría expandirse hasta producir una inmensidad aun más oscura, diluida y fría. Tras los descubrimientos de Freedman, los físicos empezaron a considerar seriamente la posibilidad de que la constante cosmologica no fuera de magnitud cero. El ajuste del dial y de la energía de la constante cosmologica con respecto al tiempo bien podría causar alteraciones en la velocidad de expansión del universo. Si la expansión era más lenta en el universo joven, las estrellas y otras estructuras de mayor tamaño habrían dispuesto de más tiempo para su formación y desarrollo. Posteriormente, la energía de la constante cosmologica podría haber influido en el hecho de que la expansión se acelerara. Así las cosas y pese a que una constante cosmologica distinta de cero parecía cada vez más tentadora dado su poder aclaratorio, todavía existía un obstáculo muy importante: nadie hasta la fecha había logrado encontrar la evidencia observacional directa de que su valor fuera distinto de cero. En 1996 un equipo internacional llevo a cabo varias simulaciones con el propósito de elucidar si las fluctuaciones en la temperatura observadas en el universo primitivo podrían proceder de la bola de fuego de la gran explosión, donde todo presentaba una uniformidad casi absoluta, y haber originado las galaxias, las constelaciones y los vacíos del presente. El punto de partida en estos simulacros es el universo tal como se supone que era 300.000 años después de la gran explosión (Big Bang). Entonces se originaron las microondas de la radiación cósmica de fondo (radiación que Penzias y Wilson detectaron en 1964). En el año 1992 George Smoot y sus colegas habían sido capaces de distinguir arrugas en el cosmos, fluctuaciones mínimas de energía pronosticada por la teoría de la gran explosión. De no existir estas irregularidades, hubiera constituido un tejido completamente liso. El equipo internacional simuló el crecimiento de estas arrugas iniciales. Los resultados obtenidos reforzaban la posibilidad de que la constante cosmologica debería en verdad convocarse desde un estado de incertidumbre. Si tiene o no tiene límite el universo, y qué hay más allá, en caso de que lo haya, son cuestiones que se remontan a épocas muy antiguas. Si el espacio no tiene límites y es por tanto infinito, y contiene un número infinito de estrellas, el cielo nocturno debería brillar tanto como el Sol. Y no es así. No seremos los primeros en preocuparnos por este asunto ni seremos los últimos. Supongamos que el universo es infinito pero no el número de estrellas, y que las estrellas están limitadas dentro de una suerte de sistema localizado en el “interior” del espacio infinito. Ello suscitaría otro problema: su sistema acabaría por replegarse como consecuencia de su atracción gravitacional mutua. Intentemos solventar este obstáculo diciendo que el sistema de estrellas rota y que su fuerza centrífuga evita el desplome. Sin duda alguien se preguntará: ¿Alrededor de qué rota si se trata de lo único que contiene el universo infinito? En un universo donde a muy gran escala todo se mueve alejándose de todo lo demás, si invertimos el sentido de la marcha del tiempo y viajamos hasta el principio, hallaremos que las cosas se concentran más y más. A finales de la década de los sesenta, Hawking, partiendo del trabajo acerca de los agujeros negros, demostró que “si la relatividad general es correcta, cualquier modelo razonable de universo debe empezar con una singularidad”, esto es, un punto en el que todo lo que podemos observar luego en el universo se hallaba comprimido y presentaba una densidad infinita. En dicha singularidad la curvatura del espacio tiempo también habría sido infinita. Una singularidad constituye un callejón sin salida. Las teorías físicas no pueden trabajar con valores infinitos. Huelga decir que ante semejante obstáculo, los físicos, se sienten sumamente incómodos. Ahora surge un nuevo desafío: el índice de expansión parece acelerarse. ¿Podría esto suceder en un universo sin limites como el que postulan Hartle y Hawking? ¿O acaso descarta su modelo?. Un índice de expansión que se acelera tal vez implique que nuestro universo es “abierto” y que se expandirá siempre. Un universo sin limites análogo (aunque con más dimensiones) a la forma de una esfera (como la Tierra) no se expandirá indefinidamente. Es un universo “cerrado”, un sistema que finalmente se repliega e inicia la “gran contracción”. Procedimos a inflar ligeramente un globo imaginario que representaba la expansión del universo previa al inicio del periodo inflacionario, hicimos una pausa para marcar la superficie del globo con un punto rojo muy pequeño, y entonces se infló el globo hasta que alcanzó una dimensión considerable. El punto rojo creció enormemente. Era el punto rojo, y no el globo, que representaba la totalidad del universo observable. Nuestro “universo” resultó ser solo una ínfima fracción de todo lo existente. Dibujar un gran número de puntos rojos por la superficie del globo. Cada uno responderá de diferente manera. Algunos ni responderán. Quizá solo uno de ellos se expanda. En caso de que esto ocurra, ese punto será nuestro universo. ¿Qué sucedió entonces con los puntos restantes? ¿Acaso constituyen universos? ¿Existe alguna manera para viajar desde un globo o desde un punto a otro? La idea de los “agujeros de gusano” no es nueva, así como tampoco lo es la noción de que tal vez permitan viajar hasta regiones y tiempos muy distantes en el universo o incluso otros universos. Los hay, incluyendo el propio Hawking, que gustan de citar la máxima de la teoría cuantica que asegura que aquello que no esta prohibido puede ocurrir y de hecho ocurrirá algún día. El globo cósmico podría desarrollar en su interior un cúmulo minúsculo, que a su vez se convertiría en otro globo pequeño unido a su globo progenitor a través de un cuello muy estrecho. Este cuello es un agujero de gusano y el globo un universo bebe. Así hasta existir un laberinto sin fin de ellos. Einstein dijo que el don de la fantasía era esencial para su trabajo. Pero estas propuestas no son ciencia-ficción. Muy al contrario, se trata de la fantasía atada al mundo conocido por medio de esos fornidos tensores que son las ecuaciones matemáticas. En cualquier caso, nadie sabe si estas teorías serán recordadas como meras curiosidades científicas, como ya sucediera con la relación que estableció Kepler entre las orbitas planetarias y las líneas melódicas, o si al igual que sus leyes del movimiento planetario llegaran a convertirse en algunos de los avances más significativos de toda la historia de la ciencia. LA IMPRESIONANTE CABEZA DE CABALLO EN ORION EPILOGO Este “paseo por el cosmos” no ha sido en absoluto mérito mío. El único mérito que se me puede otorgar son las muchas horas que he pasado resumiendo y recopilando diversos textos. Espero que, después de leerlo, os pueda llevar al “horizonte de sucesos” del conocimiento astronómico. Cuando yo leí, hace ya tiempo, algunas de estas cosas, me quede desconcertado. Y reflexione mucho. Si esta es la sensación que habéis tenido en algún momento, ya no me cabe la menor duda, que cuando se os exponga alguna teoría de astronomía “difícil de comprender en un primer momento”, ya no diréis: “no puede ser”. Vuestra respuesta igual que la mía será: ¿Y por qué no? Luis Alonso González