Reinserción y pos-conflicto Reinserción y Post-conflicto Reinserción y post-conflicto LECCIONES DESDE LA EXPERIENCIA COLOMBIANA Por: Antonio Sanguino Páez PRESENTACIÓN Reconocer como inevitable la negociación política del conflicto armado, y preguntarse por sus modelos, actores y agendas, debería tener como correlato una reflexión sobre el postconflicto, sobre el país que nos espera luego del pacto de paz, sobre las condiciones para su sostenibilidad y durabilidad. Aproximarse al escenario del post-conflicto colombiano puede ser útil para dimensionar los alcances de una eventual negociación e incluso para superar sus obstáculos o puntos muertos. Esa es la primera propuesta que quisiéramos hacer : pensar el conflicto armado y la negociación política desde el post-conflicto. Un segundo asunto que queremos proponer y desarrollar así sea de manera inicial es asumir esta perspectiva desde la experiencia colombiana, desde los acuerdos de paz realizados en Colombia en la década de los noventa y los posteriores procesos de reinserción de organizaciones y excombatientes a la vida civil. Así estos procesos se hayan adelantado en medio de la continuidad y generalización del conflicto armado, existe en ellos un legado de limitaciones y aprendizajes que pueden servir de referentes para identificar desafíos y problemas futuros o para proponer caminos y dispositivos que contribuyan a la pacificación del país. Un tercer asunto tiene que ver con la identificación de los nuevos polos de conflicto y tensión que emergen en el proceso mismo de la reincorporación de excombatientes y organizaciones armadas o para no apegarnos al modelo hasta ahora ensayado los que hipotéticamente emergerán en una situación post-conflicto. LOS ACUERDOS DE PAZ DE LOS NOVENTA: APUESTA POLÍTICA E INSINUACIÓN DEL POST-CONFLICTO Fue el Movimiento 19 de Abril quien inauguró la perspectiva de la solución política negociada del conflicto armado en Colombia y América Latina, cuando aún circulaba en el discurso revolucionario dominante el paradigma de la violencia como camino para el cambio social. Recordemos el episodio de la toma de la Embajada de la República Dominicana en Bogotá, apenas comenzando la década de los ochenta, su desenlace negociado en la camioneta de la Cruz Roja, y la propuesta de Dialogo Nacional lanzada como una herejía por su entonces Comandante Jaime Bateman Cayón. Luego vino el período frustrado de la Tregua y el Dialogo Nacional con el Gobierno del presidente Betancur y su triste final en el Holocausto del Palacio de Justicia. Fue precisamente el M-19 quien también inauguró un itinerario de negociación que condujo a su desarme en marzo de 1.990, seguido luego por el Ejército Popular de Liberación, el Movimiento Armado Quintín Lame, el Partido Revolucionario de los Trabajadores, los Comandos Ernesto Rojas, la Corriente de Renovación Socialista, las Milicias de Medellín y el Frente Francisco Garnica. Este ciclo de negociaciones de paz, más allá de los acuerdos mismos, significan una ruptura sin precedentes en la vida de las guerrillas latinoamericanas surgidas en la década de los sesentas. A este periplo de negociaciones debemos, en buena parte, la tesis de la solución política negociada, el pacto constituyente del 91 y la extraordinaria irrupción del movimiento ciudadano por la paz. 1 Pero este ciclo de negociaciones no fue el resultado de una oferta generosa de paz del establecimiento. Más aún, la Iniciativa Para la Paz del entonces presidente Virgilio Barco1 que constituyó su política de negociación y el marco en el cual se adelantaron las conversaciones con el M-19, redujo el problema del conflicto armado al desarme de la insurgencia, ignoró las transformaciones económicas y sociales en la agenda de paz, insistió en el tratamiento de la pobreza con políticas sociales residuales a través del Plan Nacional de Rehabilitación y redujo la oferta de cambios en el sistema político a una reforma constitucional vía Congreso que naufragó en las sesiones de diciembre de 1.989 dejando en vilo el proceso de paz mismo. Para el establecimiento, el post-conflicto fue la simple reincorporación y el desarme de las guerrillas sin que ello implicara cambios sustanciales en la vida nacional. La negociación política y los acuerdos de paz fueron más bien el resultado de una decisión unilateral de las organizaciones pactantes de los acuerdos, en una suerte de cambio radical y de ruptura en estos de sus estrategias y tácticas políticas. Allí emerge intuitivamente una noción distinta del post-conflicto, que aplazaba las tareas programáticas del cambio social para su conquista en el terreno de la lucha política legal. Ello, el aplazamiento de las aspiraciones programáticas, en el entendido de que no era posible conquistarlas ni en la guerra ni en la mesa de negociaciones, requería de fuerzas políticas poderosas que se sintonizaran con las mayorías nacionales y rompieran las resistencias al cambio por parte de las élites. Ese, a juicio de los protagonistas de la paz hecha, era el papel que le correspondía jugar a la insurgencia y su acumulado de lucha y organización. En efecto, a pesar del hundimiento de la reforma constitucional del 89, el M-19 continuó el proceso de negociación y firmó su acuerdo de paz en marzo de 1.990, bajo el compromiso de los pactantes (Gobierno Nacional, Partidos 2 Políticos, M-19 y la Iglesia Católica en calidad de tutora del proceso) de hacer posible los consensos en materia de reformas, logrados en las mesas de dialogo que con participación de los diversos sectores de la sociedad colombiana se instalaron a lo largo del proceso de conversaciones2. Aún cuando el conjunto de los acuerdos de paz definieron unas características generales y un modelo global de paz y reinserción, cada uno tiene sus particularidades, énfasis y aportes al rediseño de una política de paz y negociación para futuros procesos. Mientras el M-19 insistió en la democratización de la vida política nacional y en las necesarias reformas que propiciaran la emergencia de nuevas expresiones partidarias; el PRT, el EPL y el Quintín Lame, apresuraron las negociaciones para articularse a la Asamblea Nacional Constituyente en curso y para apostarle a proyectos políticos partidarios como la AD-M19 y la Alianza Social Indígena - ASI- en el entendido de que allí estaba resuelto el componente político de sus acuerdos, lo que les permitió identificar, destacar y desarrollar el componente de reinserción de los y las excombatientes muy poco visible en el acuerdo del M-19. Otras fueron las contribuciones de cada uno de los acuerdos : el PRT enfatizó en el tema de los Derechos Humanos, logrando un diseño que integrara acciones gubernamentales y de la comunidad en sus zonas de influencia. El Quintín Lame incorporó en sus acuerdos compromisos gubernamentales para la realización de obras de beneficio para las comunidades indígenas del centro del Cauca. El EPL, además de negociar aspectos jurídicos y políticos relativos a la reinserción de sus combatientes, incluyó el desarrollo de planes regionales que beneficiaran a las comunidades de sus áreas de influencia y la creación de la Comisión Para la Superación de la Violencia que produjo importantes recomendaciones en materia de derechos humanos y DIH.. Reinserción y pos-conflicto Por su parte la CRS, asumió la Constitución de 1.991 como un marco normativo propicio para la materialización de reformas políticas y sociales, pactó algunas favorabilidades para la acción política legal, afinó los componentes de reinserción y rehabilitación, pero sobre todo, insistió en la participación comunitaria como elemento esencial de la democracia y el desarrollo regional en zonas de conflicto como eje del Acuerdo Final suscrito en 1.994. En el caso de las Milicias de Medellín, el Acuerdo de Paz contempló aspectos propios de la reinserción de milicianos, planes de inversión social en las Comunas y un modelo de seguridad comunitaria con participación directa de los exmilicianos. El post-conflicto fue entendido en estos procesos desde la insurgencia pactante de los acuerdos como la apuesta por la política y ese es quizás su principal contribución, aún cuando visibilizó el problema territorial y su relación con el conflicto armado interno, y puso de relieve el problema mismo de la reinserción de excombatientes. La experiencia de la Alianza Democrática M19 demostró la pertinencia de la actividad pública para la lucha por los cambios que el país requería y los limites que la guerra y la clandestinidad le imponía a los propósitos de transformación social. Se empezó a demostrar que la guerra ya no era sinónimo de revolución. Pero haciendo una mirada retrospectiva, el conjunto de los acuerdos permite leer una noción de la sociedad post-conflicto en sus protagonistas, que tiene muchas distancias de los originales planteamientos políticos de las organizaciones insurgentes : ❒ El asunto de las armas, se asumió desde la tesis del monopolio de la fuerza en manos del Estado. Ello argumentó el desarme de las organizaciones insurgentes, la aceptación de un Cuerpo Armado Estatal, pero insistiendo en el control civil sobre este y su acatamiento irrestricto a los Derechos humanos. ❒ La situación post-conflicto se entendió como un conjunto de condiciones que garantizaran la competencia política civilizada, el pluralismo político y la existencia de partidos políticos distintos al bipartidismo tradicional. En tales circunstancias los esfuerzos de la reincorporación a la vida civil de los agrupamientos guerrilleros se dirigieron a la configuración de proyectos políticos partidarios, al logro de cambios en el sistema político o de favorabilidades y garantías de seguridad para el ejercicio de la vida pública. ❒ El post-conflicto constituía un escenario para poner en juego los diversos proyectos históricos, incluido el de la insurgencia desmovilizada. Los contenidos de estos proyectos históricos tenían que ver con asuntos como el modelo económico y social y el modelo de Estado, principalmente. ❒ Mientras se conquistaban en la lucha legal los cambios que afectaran las variables estructurales que originaron la confrontación armada, en el postconflicto se debían resarcir los efectos de la violencia en las poblaciones y territorios que fueron asiento de la insurgencia desmovilizada que al mismo tiempo le permitieran estabilizar una base social y electoral. Pero muy pronto se evidenció que el post-conflicto era un asunto más amplio y vinculante que el cambio de una táctica y una estrategia política. Las realidades de la reinserción se hicieron más visibles, una vez pasó la euforia de los éxitos políticos de la AD-M19 y esta empezó a languidecer como proyecto partidario. El viacrucis de los excombatientes de base para reincorporarse a la vida civil, el drama de las víctimas de décadas de confrontación y el reclamo de las comunidades asiento de la exguerrilla que no sentían suficientemente resueltos sus problemas de marginalidad y pobreza no se hicieron esperar, ante una política pública de paz y reinserción construida a retazos que marchaba detrás de los acontecimientos. Todo ello en un marco de continuidad del 3 conflicto armado y de estigmatización tanto desde la insurgencia que se mantuvo en armas, como de sectores de la derecha militar y paramilitar. Lo que empezó como una vergüenza, esto es, la resistencia de los excombatientes a ser considerados como población objeto de políticas especificas y focalizadas, terminó como una necesidad apremiante de sobrevivencia para amplios grupos de esta población. Ello obligó a funcionarios gubernamentales y organizaciones desmovilizadas a poner atención en los otros asuntos hasta ahora invisibles en el transito a la vida civil de las organizaciones y excombatientes : el problema de la reinserción de los excombatientes, la atención a las víctimas de la confrontación y de la reinserción misma (viudas, huérfanos, desplazados y lisiados de guerra), la acción hacia los territorios asiento de la exguerrilla que en virtud de los insuficientes recursos y la débil y marginal acción estatal fueron copados por los diversos actores armados. Como apuesta política se pretendió ganar el acumulado de la reinserción a favor de la lucha por la paz y en la realización de experiencias de convivencia ciudadana. Esta política se estructuró a partir de una acción concertada entre voceros gubernamentales y representantes de las organizaciones desmovilizadas a partir de la conformación de un dispositivo institucional para la atención y desarrollo de los acuerdos en lo que se conoció como el Programa Especial para la Reinserción y la firma de un nuevo Pacto por la Consolidación de los Procesos de Paz entre el Gobierno de Cesar Gaviria y el M-19, el EPL, el PRT, los Comandos Ernesto Rojas y el Quintín Lame3. Lo propio aconteció entre la CRS y el Gobierno de Ernesto Samper a través de la firma del pacto de Consolidación del Acuerdo Político Final en septiembre de 1.996 y recientemente se ha hecho con el MIR-COAR de Medellín. 4 Tal política sin embargo, no superó sustancialmente el esquema de reinserción plasmado en los Acuerdos de Paz, que entre otras cosas, relegaba los asuntos políticos al acontecer de la competencia pública y a la iniciativa de los propios desmovilizados, mientras que los asuntos económicos y sociales resultaban atrapados en contextos políticos adversos para garantizar la reinserción de personas y regiones. LOS LÍMITES ESTRUCTURALES DE LOS ACUERDOS Vistos de conjunto y desde la visión del postconflicto de las mismas organizaciones desmovilizadas, los acuerdos de paz y su posterior ejecución acusan serias limitaciones estructurales que aún no han sido resueltas satisfactoriamente. Este bloqueo estructural no solo ha contribuido a debilitar el alcance e impacto de los procesos de paz, sino que además ha servido de argumento y escenario en algunas regiones para la continuación y escalamiento de la confrontación. Veamos : ❒ Aún cuando la negociación fue por sobre todo una apuesta política, ha sido evidente el divorcio entre la dimensión política de los acuerdos y los componentes de desarrollo y convivencia territorial y reinserción de excombatientes. Primero porque la transición en fuerzas políticas civiles fue un asunto que corrió por cuenta y riesgo de las organizaciones desmovilizadas sin la ocurrencia de cambios significativos en el régimen político. Segundo, porque los acuerdos y procesos de paz se hicieron en un marco de continuidad de la confrontación, debilitando sus implicaciones en una perspectiva de reconciliación nacional, por lo que el papel de los desmovilizados y sus organizaciones se concentró en una persistente presencia en los escenarios de la lucha por la paz y la solución política negociada. Finalmente el posicionamiento político de las organizaciones surgidas en los acuerdos casi nunca es- Reinserción y pos-conflicto tuvo acompañado e integrado a la atención de los demás componentes de los acuerdos y viceversa. ❒ El énfasis individualista y economicista de la reinserción que privilegió la reincorporación individual de los excombatientes desde una oferta de asistencia social y un programa de micro créditos que, salvo algunas excepciones, tampoco significaron una reinserción estable y definitiva al mundo del trabajo. Más aún, el componente de la reinserción económica y social se hizo al margen de los contextos y políticas macroeconómicas, condenando las iniciativas empresariales de los desmovilizados a naufragar en mercados abiertos y competitivos. ❒ Un precario compromiso del sector privado y la comunidad internacional en materia de asistencia técnica y financiera a los procesos de reinserción y a la asistencia de las víctimas o las regiones escenarios del conflicto. La importancia de la participación de estos actores en el proceso de negociación misma contrastó con su total ausencia en los momentos posteriores a la dejación de las armas. ❒ Ante la ausencia tanto en las agendas de negociación como en los acuerdos mismos de transformaciones económicas y sociales, se pactaron programas residuales llamados de desarrollo regional que no atendieron variables estructurales del conflicto armado, reduciéndose a un programa de inversiones públicas con escasos compromisos de los entes territoriales. LOS CONFLICTOS DE LA REINSERCIÓN Tal como se ha dicho, la contribución de los pactos de paz de los noventa a la vida nacional son insoslayables: la constitución política de 1.991, experiencias de gobernabilidad democrática territorial en regiones y municipios, la irrupción del movimiento de paz y de iniciativas de convivencia ciudadana en todo el país, la aparición con demostrada viabilidad de proyectos políticos que contribuyen a romper el monopolio de la política en manos del bipartidismo tradicional, entre los más importantes. Sin embargo, el transito a la vida civil trajo consigo nuevos conflictos. Desde los ámbitos más públicos hasta los más privados las tensiones emergieron sin que se encontraran respuestas adecuadas en el aparato público y en menor medida en las organizaciones desmovilizadas. Entre los más importantes podemos señalar: El desafío de la reconstrucción del ideario y las practicas políticas. El dilema entre el apego a la tradición de las izquierdas y el afán por la renovación a cualquier costo. Sin duda el transito a la civilidad exigió una ruptura paradigmática en las organizaciones pactantes de los acuerdos. La renuncia a la lucha armada y a la actuación clandestina implicó una critica al autoritarismo armado; las expectativas frente a un nuevo pacto social con los anteriores adversarios implicó repensar el calado y profundidad de las reformas propuestas originalmente; las nuevas exigencias de la lucha política obligaba a un proceso de reconstrucción de la insurgencia como actor político. Pero aún mas, esta transición para las guerrillas colombianas ocurrió en medio del derrumbe del mundo socialista, la inviabilidad de la revolución armada en Centroamérica y la derrota electoral del Sandinismo en Nicaragua. Había que reconstruir el ideario, renovar las prácticas políticas y rediseñar los dispositivos organizativos, en un contexto de perplejidad y desconcierto. Este desafío no se abordó colectivamente y más bien su tratamiento estuvo signado por el peso de liderazgos individuales fuertes que imponían perspectivas unilaterales que negaban 5 otras posibilidades de actuar en la vida pública. El enfrentamiento de nociones, estrategias y prácticas configuró un escenario en cuyos extremos se colocaron dos polos de tensión : por un lado, quienes argumentaban la reconstrucción de los proyectos políticos volviendo a las tradiciones de las izquierdas o a las de su propia organización en una suerte de reacción nostálgica; por el otro, quienes para ponerse a tono con los tiempos y las nuevas realidades insistían en construir proyectos políticos ideológicamente plurales que condujo al desdibujamiento y la perdida de perfil propio. Esta polarización condujo al rompimiento de la unidad interna de los nuevos agrupamientos, cuyo caso más notorio fue la AD-M19, pero hay que decir también que el sistema político colombiano actuó como un contexto que ayudó a estimular la irrupción y proliferación de pequeñas empresas electorales y a la fragmentación política. El cambio de roles y la pugna por los liderazgos. Unas son las exigencias y condiciones para ejercer roles de conducción en la vida militar y clandestina y otras son las que se requieren en la vida civil. La conducción de los procesos de negociación y los inicios de la reinserción estuvo a cargo de quienes desempeñaban roles de liderazgo en las organizaciones, pero muy pronto se evidenció que la continuidad en este papel estaba determinado por la capacidad de adaptación o de movilidad en los nuevos escenarios, a riesgo de que fueran desplazados por quienes se destacaran con mayor capacidad para afrontar las nuevas tareas, así no hubiesen tenido un papel destacado en el pasado insurgente. Ayudado quizás por el contexto de contradicciones políticas, esta disputa de liderazgos unas veces se personalizó y en otras ocasiones contribuyó a la configuración de una situación de tensión entre los dirigentes históri6 cos y los liderazgos emergentes, en una suerte de pugna por el reclamo de titularidades y derechos. La crisis de representación de los y las desmovilizadas. La transición a la vida civil acudió a un modelo de representación de la población desmovilizada que no se correspondía con las nuevas realidades. Ello, porque rota la disciplina cerrada del pasado, los anteriores agrupamientos no estaban en capacidad de representar los intereses de sus anteriores militantes y combatientes, mientras que las ONGs, los partidos y movimientos derivadas de los acuerdos , aún cuando fueron un referente importante en el cumplimiento y ejecución de los mismos, sus preocupaciones estaban puestas en la incursión en nuevos temas o en la construcción de relaciones con nuevos actores sociales. Finalmente, la representación de la población desmovilizada ha recaído en los voceros nombrados en los inicios de los procesos de reinserción con una conexión muy débil con sus representados. Los proyectos de vida y las asimetrías en los recursos disponibles. Desaparecido el cuerpo organizativo que proveía a los individuos todas sus necesidades económicas, políticas, afectivas y de identidad, la vida civil puso al descubierto las asimetrías en capacidades y condiciones de los desmovilizados. En efecto, la población desmovilizada tuvo que afrontar en contextos económicos y sociales adversos y sometida al estigma por su pasado, la reconstrucción de su proyecto de vida que implicaba la recuperación del nombre, el diseño de un futuro personal y familiar que antes no existía, la reconstrucción de los afectos, la reinserción económica y social y la identificación de su nuevo rol político. Reinserción y pos-conflicto A MANERA DE CONCLUSIONES La superación negociada de la actual confrontación armada exige visualizar un posible escenario del post-conflicto e imaginar la transición entre la guerra y la paz. Ambas cosas, el postconflicto y la transición, para el caso de una eventual negociación de paz muy seguramente tendrá una dimensión y unos rasgos distintos a los acuerdos de paz de los noventa. Pero muy seguramente también, el transito a la paz o al post-conflicto tendrá algunas de las características o enfrentará algunos de los desafíos de los anteriores procesos de paz. Un asunto que ayuda a visualizar el escenario del postconflicto es el de las agendas. A diferencia de las anteriores negociaciones un futuro proceso de paz con las guerrillas debería incorporar acuerdos de orden estructural de la sociedad colombiana, al tiempo que incida en factores territoriales y también estructurales que explican la existencia de cada una de las organizaciones insurgentes. A mi juicio, son cinco los grandes asuntos que debería tener una agenda de negociaciones que conduzca a la sociedad colombiana a una situación post-conflicto: los necesarios cambios en el modelo económico y social y en particular el problema agrario, los cultivos de uso ilícito y el narcotráfico; el modelo de desarme del conflicto : las fuerzas armadas, las armas y estructuras de las guerrillas y el monopolio en uso de la fuerza; las reformas al régimen político; el reordenamiento del territorio y las estrategias de desarrollo de las regiones escenarios de la confrontación; y el tratamiento a los crímenes de guerra y en general a los actos violatorios a los derechos humanos cometidos en desarrollo del conflicto. Pero no menos importante en la agenda de paz es el de la transición. Allí habrá que recoger las lecciones y enseñanzas de los anteriores procesos de paz y anticiparse a futuros conflictos. La pregunta por la transición de la so- ciedad colombiana de la guerra a la paz implicará examinar el modelo de transición a la vida civil de los y las excombatientes de los diversos actores armados: su articulación al mundo laboral, su asentamiento territorial, su formación técnica y profesional, el tratamiento de los impactos de la guerra en su vida individual y familiar, asunto que no puede ser marginal ni accesorio y que requerirán un lugar destacado en la política pública de paz. Por supuesto que, la reconversión o reconstrucción en proyectos político civiles y el marco de garantías y favorabilidades para el ejercicio de la actividad pública será un asunto prioritario, pero no menos importante será el de establecer mecanismos de representación directa de los excombatientes más allá de los aparatos partidarios, que les permita tramitar sus demandas y problemas específicos como población. Pero la guerra tampoco podrá superarse si no se asume adecuadamente el problema de las víctimas que esta produjo. Viudas, huérfanos, lisiados de guerra y comunidades afectadas por masacres y acciones de guerra indiscriminadas requerirán de esfuerzos especiales y específicos que van desde la recuperación de la memoria y el conocimiento público de las circunstancias de los crímenes y violaciones a los Derechos Humanos y al DIH, el castigo o perdón a los mismos, y la atención integral a los afectados. Pero la transición de la sociedad colombiana al post-conflicto y en particular, el de los protagonistas de la guerra, requerirá unos dispositivos institucionales en el aparato público y el mundo de las organizaciones no gubernamentales que supere el actual modelo con el que se han atendido los anteriores procesos. Cerrado definitivamente el ciclo de la reinserción de los noventa habrá que rediseñar los mecanismos institucionales para afrontar un proceso que promete ser más complejo y de un tamaño que aún no precisamos con exactitud. En cualquier caso, estos dispositivos institucionales por la magnitud de la función 7 que les corresponde asumir, deben tener un lugar importante en la institucionalidad pública. Finalmente, hay que corregir la ausencia de compromiso del sector privado y de la comunidad internacional que ha caracterizado la paz de los noventa. La transición que tenemos como desafío en el futuro próximo, exige la definición de claros compromisos del sector público y privado, de asistencia técnica y financiera de la comunidad internacional que permita acompañar y rodear tanto el tránsito a la vida civil de los excombatientes, como la materialización del conjunto de los acuerdos. 1 Para un mayor detalle ver : Iniciativa Para la Paz. Presidencia de la República de Colombia. Septiembre de 1.988. En efecto, en la introducción al Acuerdo Político entre el Gobierno Nacional, Los Partidos Políticos, el M-19 y la Iglesia Católica en calidad de tutora del proceso, suscrito el 9 de marzo de 1.990 se reconoce textualmente que el pacto político por la Paz y la Democracia, suscrito el 2 de noviembre de 1.989, consigna aspectos fundamentales para lograr la reconciliación nacional. Los temas que más preocupan hoy a la nación fueron abordados en la discusión que llevó a las conclusiones de consenso plasmadas en dicho pacto : la administración de justicia, el narcotráfico, la reforma electoral, las inversiones públicas en zonas de conflicto y por supuesto, la paz, el orden público y la normalización de la vida ciudadana. Con el objetivo de culminar exitosamente el proceso de paz y reconciliación con el M-19, se hace necesario refrendar esos acuerdos e incorporar elementos adicionales que sustituyan aquellos que formaban parte de la Reforma Constitucional que no culminó su trámite en 1.989. Ver Acuerdos de Paz. Colección Tiempos de Paz. Programa para la Reinserción, Centro de Documentación para la Paz Compaz. Bogotá, 1.995. 2 Ver Pacto por la Consolidación de los Procesos de Paz. Plan Nacional de Rehabilitación. Programa Presidencial. Bogotá 1.993. 3 8