Temas de Astronomía

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Temas de Astronomía – Tercera parte
“Algunas nociones de la astronomía”
EL CIELO NOCTURNO
La ilustración siguiente reproduce un cuadro del artista Martín Malharro (1865-1911), se llama “Nocturno” y
es una pintura al óleo realizada sobre tela.
Se trata, efectivamente, de un paisaje nocturno, pero enfocado particularmente en la Tierra. En primer plano
se ve un claro donde brilla la luz de la luna que ingresa por el ángulo superior izquierdo.
Más atrás, sobre la derecha, bajo un sauce llorón, un caballo atado a un palenque presenta su grupa al espectador. En un tercer plano hay una arboleda que cubre un rancho, un horno de barro y unos corrales.
En la parte superior, un cielo azul violáceo oscuro, que conjuga con los colores quebrados de la obra, produce un efecto de nocturnidad.
Este bello cuadro de Malharro se puede apreciar en el Museo de Artes Plásticas Eduardo Sívori (1). Contemporáneamente, en cambio, la siguiente pintura de Vincent van Gogh (1853-1890), hecha en 1889 y titulada
“La noche estrellada”, tiene su foco en el cielo nocturno, no en la tierra.
En una carta a su hermano Theo, Van Gogh comentó, hablando sobre esa pintura, que podía expresar aún
más de lo que aparece en la naturaleza, tan sólo mediante el color y el dibujo.
En ese cuadro el pintor da rienda suelta a su imaginación; se centró en un tema nocturno para plasmar su
obra y ello tendrá sus inconvenientes y desventajas; por un lado la falta de luz a la hora de pintar pero por
otro lado se basará en sus recuerdos para llevarla a cabo.
Emplea el contraste de colores complementarios y juega con el efecto de luminosidad a través de unas pinceladas muy apropiadas para crear esta sensación.
Múltiples versiones giran en torno a este lienzo lo que le otorgan un cierto "misterio" a la obra; lo que es cierto
es que claramente queda reflejada, a través de sus pinceladas, su personalidad y su sensibilidad como artista y como persona.
El Museo Sívori está ubicado en la Avenida Infanta Isabel 555, frente al puente del Rosedal, en el Parque Tres de
Febrero de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
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Los artistas, los pensadores, los artesanos, y todos los individuos de
todas las profesiones han desarrollado un lazo íntimo con el cielo y,
en particular, con el cielo nocturno. La noche en general y el cielo
estrellado en particular es un patrimonio de la humanidad. Un fenómeno natural puesto en valor desde la más remota antigüedad que,
lamentablemente, hemos ido degradando y perdiendo con los siglos.
Pero no es sólo la contaminación lumínica o la polución ambiental, los
factores que enturbian nuestra mirada, también influyen otros, como
el menosprecio por lo natural, la falta de tiempo para disfrutar un
paisaje nocturno o bien la asociación de la noche al riesgo o el descontrol.
Una forma de recuperación (sólo una, no la única) es la educación.
Enseñar a mirar el cielo es una forma de redimir la mirada, de valorar el pasado y de prever un futuro nuevo,
con un cielo recuperado del olvido.
La principal característica de la noche es la ausencia del Sol en el cielo. Sin su luz, el fondo de cielo es oscuro, negro (1).
No obstante, cuando en el cielo nocturno brilla la Luna, las tonalidades del cielo son cambiantes, ya no es
totalmente oscuro, sino presenta tonos grises en el entorno lunar y, dependiendo de la cantidad de superficie
lunar iluminada ( 2) el fondo del cielo puede adquirir una tonalidad azul muy oscura.
Pero en la Tierra sucede que la transición del día a la noche no es instantánea, sino progresiva, y se debe a
que nuestro planeta sostiene en su exterior una atmósfera de tamaño considerable (3).
Entre la llegada de la noche y la finalización del día, hay un lapso en el que el cielo presenta un auténtico
espectáculo de colores; esos lapsos reciben el nombre genérico de crepúsculos (4).
Obviamente, hablamos siempre de un cielo diáfano, sin nubes ni grandes vientos.
Esto es, depende de qué fase lunar. No es el mismo fondo de cielo una noche con Luna Llena, que con una Luna muy
cercana a su fase Nueva.
3 Si la Tierra no tuviese atmósfera, la luz solar alcanzaría nuestros ojos directamente desde el disco solar, no recibiríamos luz difundida y el cielo aparecería semejante al nocturno, incluso de día. En el cielo de la Luna, un mundo que no
tiene atmósfera, los astronautas podían observar, durante el día lunar, las estrellas y los planetas. Algo semejante les
ocurre a los astronautas que salen de la atmósfera terrestre.
4 Muchas veces la palabra crepúsculo se usa para identificar el momento de la puesta de Sol. Sin embargo se considera
que los crepúsculos son dos: el matutino (cuando se hace visible el Sol) y el vespertino (cuando se oculta).
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Los crepúsculos
Cuando comienza el atardecer y el Sol se acerca al horizonte, su luz, antes de impresionar nuestros ojos,
recorre un camino tortuoso dentro de la atmósfera. Esto se puede entender recordando que en la atmósfera
las partículas más pesadas se hallan cerca de la superficie sólida del planeta, mientras que las volátiles se
elevan más fácilmente. De esta manera, un rayo de luz solar que llega
cuando el Sol se halla a una gran altura sobre el horizonte, atraviesa
capas atmosféricas de diferente densidad (1) siendo sólo una de esas
capas significativamente más densa que las demás: la más cercana al
suelo, donde se halla el observador.
Pero cuando el Sol está muy bajo, cerca del horizonte, su luz atraviesa
casi únicamente esa capa densa de la atmósfera.
Así, la luz solar blanca, debido a los rebotes sucesivos en las numerosas partículas de la baja atmósfera genera que la parte de luz choque
con partículas absorbentes y, directamente, desaparezca (es absorbida
parcial o totalmente), de modo tal que no sólo los rayos azules son afectados (difundidos) sino incluso los
amarillos, y resulta entonces que sólo los rayos rojos siguen un camino casi rectilíneo.
El observador, entonces, percibe al Sol bajo una coloración rojiza cerca y durante su poniente. En realidad, a
medida que el Sol va ocultándose por Occidente, primero verán el índigo, luego morado, después verde, más
tarde amarillos y naranjas (que se dan más o menos cuando el Sol se pone) hasta llegar a los rojos, inclusive
después de que el Sol ya se ha puesto, cuando la luz directa del Sol ya no nos llega, sino la luz muy refractada (quebrada) por la atmósfera en ángulos muy grandes.
Tratemos al fenómeno crepuscular, multicolor, con algo más de
detalle. Los colores que ofrece el
cielo durante esos momentos se
originan gracias a la intervención
cuerpos minúsculos (2) que dispersan y desdoblan la luz solar de
múltiples maneras.
Antes de que el Sol se oculte
totalmente en el horizonte, se puede observar cómo las tonalidades del cielo se tornan más intensas y más
saturadas.
Mientras la luz que aparece en los alrededores del disco solar cambia hacia los amarillos y rojizos mientras
que en el horizonte aparecen verdes y amarillos, el tono azul del cielo, cerca del cenit, se vuelve más intenso.
Los astrónomos suelen hablar de la “luz crepuscular” para referirse a la luz solar durante estos fenómenos.
La secuencia es la siguiente. Cuando el Sol se halla apenas a 1º o 2º del horizonte, comienza a aparecer la
luz crepuscular. De a poco el resplandor amarillo característico del Sol se convierte en una luz rojo/anaranjada y, finalmente, en una luminosidad semejante a la del
fuego (incluso, flameante, titilante) que, algunas veces, llega a presentar un color rojo sanguíneo.
Más tarde, cuando el Sol se ha ocultado totalmente bajo el horizonte,
se observa hacia Occidente un resplandor púrpura que alcanza su
máxima intensidad cuando el Sol ha descendido unos 5° por debajo del
horizonte.
Ahora bien, exactamente sobre el poniente solar suele verse un semicírculo cuya tonalidad varia entre el rosa y el púrpura, separado del
horizonte por una estrecha franja de matices rojizos y ocres; en esenAquí hablamos de densidad de partículas, una magnitud que da cuenta de la cantidad de partículas que existen por
unidad de volumen.
2 Se trata de partículas en suspensión (cuyo colectivo se llama "aerosol atmosférico") y también de moléculas del aire.
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cia, esa peculiar coloración del cielo se debe a la refracción de la luz solar en las partículas que enturbian el
aire situadas entre los 10 km y los 20 km de altura sobre el suelo.
Dicha coloración desaparece cuando el Sol se halla a unos 7° debajo del horizonte. En ciertas ocasiones, ya
sea el amanecer como el atardecer, cuando la cantidad de aerosol atmosférico es anormalmente elevada, la
luz solar es especialmente roja. Esto ocurre cuando la presión atmosférica es muy alta, ya que la concentración de partículas de polvo en el aire es mayor cuando mayor es la presión.
Finalmente, en casos excepcionales pueden apreciarse coloraciones especiales debido a la contribución de
las cenizas expulsadas por volcanes en actividad (1).
Por último, el color negruzco del cielo nocturno es debido a que en la porción de atmósfera que rodea al
observador, apenas llega luz solar y, por tanto, no se puede producir suficiente difusión. Tampoco luz combinada de otros astros (por ejemplo, la reflejada por la Luna ( 2) y la luz propia de las estrellas) alcanzan para
iluminar la superficie terrestre en forma semejante a lo que provoca el Sol.
En el crepúsculo matutino, sucede lo contrario al del atardecer: primero la atmósfera, mediante el fenómeno
de refracción, eleva la luz solar, mientras el mismo Sol está debajo el horizonte (hacia el Oriente). Luego, la
luz solar pasa por colores naranja, amarillo, verde e índigo hasta llegar otra vez al azul del cielo, cuando ya el
Sol se alejó del horizonte.
En 1883, cuando se produjo la erupción del volcán Krakatoa (en la isla homónima, entre Sumatra y Java), lanzó al aire
un volumen de materiales rocosos estimado en unos 18 km 3. Piedras del tamaño de una cabeza humana salieron despedidos con velocidades iniciales de 600 m/s a 1000 m/s y el estruendo de la explosión se oyó hasta en Isla de Madagascar, a casi 5000 km de distancia. El cielo permaneció oscuro durante varios días. Las partículas mas finas de ceniza
volcánica expulsadas por el volcán se esparcieron hasta los 80 km de altura, fueron arrastradas por las corrientes y
dieron dos vueltas a la Tierra. Se produjeron en el cielo diversos fenómenos cromáticos, algunos espectaculares, que
continuaron durante meses después de la erupción; entre otros, se observaron asombrosas coloraciones durante las
salidas y puestas de So. También se registró la visión de “soles” de casi todos los colores, particularmente rojo-cobre y
verde. También se vio un Sol de color azul, como se ha registrado en algunas raras ocasiones en Europa, cuando en el
Canadá, por ejemplo, se produce un gran incendio forestal y los vientos arrastran hasta el viejo continente finísimas
partículas de la ceniza producida.
2 La Luna no tiene luz propia. Brilla al ser iluminada el Sol. La luz solar inciden sobre la superficie lunar y parte de los
mismos se reflejan y alcanzan a llegar a la Tierra.
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