El sistema defensivo del Campo de Montiel, en la segunda mitad

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Rev. estud. Campo Montiel, 2015
RECM nº 4, pp. 183-225
El sistema defensivo del Campo de Montiel,
en la segunda mitad del siglo XV
Carlos Fernández-Pacheco Sánchez-Gil y Concepción Moya García*
Licenciados en Geografía e Historia y Diplomados en Estudios Avanzados
Recibido: 31-III-15
Aceptado: 20-X-15
RESUMEN
Las guerras civiles que asolaron Castilla en el siglo XV, provocaron una
revitalización de las fortalezas del Campo de Montiel. Los castillos fueron reparados
y sus guarniciones reforzadas, recuperando su operatividad y ejerciendo un papel
importante en el conflicto. La pacificación conseguida por los Reyes Católicos y
la subordinación de las Órdenes Militares a la Corona, hicieron innecesarios estos
espacios defensivos, provocando su lento y continuo declive.
PALABRAS CLAVE: Castillos, Campo de Montiel, Guerras civiles, Siglo XV.
ABSTRACT
The civil wars ravaged Castilla in the XV century, producing the Campo de
Montiel’s strongholds’ revitalization. The castles were repaired and his guards
reinforced, recovering their activity and playing an important role in the conflict.
The Catholic Monarchs’ pacification and the Military Orders’ subordination to
the Crown, which left useless castles, were the causes of their slow and constant
decline.
KEYWORDS: Castles, Campo de Montiel, civil wars, 15th century.
1. EL SISTEMA DEFENSIVO DEL CAMPO DE MONTIEL Y SU
REVITALIZACIÓN ANTE LAS LUCHAS NOBILIARIAS DEL SIGLO XV
El Campo de Montiel fue desde la toma de Toledo (1085) hasta la batalla de las
Navas de Tolosa (1212), una tierra de nadie, poco poblada y en la que la actividad
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Carlos Fernández-Pacheco Sánchez-Gil y Concepción Moya García
económica se reducía a una ganadería de subsistencia, por las continuas incursiones que realizaban las fuerzas cristianas y musulmanas. De estos enfrentamientos
nos quedó un claro reflejo en la toponimia de la época: la “huessa de los almorávides”, que indicaría el lugar donde un grupo de almorávides, fue emboscado y masacrado por una hueste cristiana; o el río Azuer, que debe su nombre a una batalla
que tuvo lugar el 1 de marzo de 1143, cuando el caballero toledano Munio Alfonso,
derrotó y acabó con la vida de dos caudillos musulmanes, Abenzeta y Azuel, junto
al río Adoro, que cambiaría su nombre desde ese momento por el del segundo de
ellos (Corchado, 1971: 56 y 71).
La derrota del ejército musulmán en las Navas de Tolosa, supuso el empuje
para que las tropas cristianas se hicieran con el control del Campo de Montiel,
aunque fue necesaria más de una década de luchas, hasta que se pudo asegurar la
totalidad del territorio. Alfonso VIII, un año después de la batalla, se apoderó de
Eznavexore y Alcaraz, aunque los musulmanes continuaron controlando el castillo
de Montiel como una posición avanzada, desde la que hostigaban a los cristianos
establecidos en la comarca. En esos años, el citado castillo es descrito como de
moros, y varias zonas del Campo de Montiel, como frontera de aquellos. No fue
hasta noviembre de 1226, cuando las fuerzas cristianas consiguieron apoderarse
del castillo, tras un largo asedio. Un año después, el maestre de la Orden de Santiago, Pedro González, recibió la donación de Montiel con sus términos, sumándose
a la de Eznavexore, realizada en 1214, y Alhambra que aunque cedida al conde
Álvaro Núñez de Lara, a su muerte pasó a la Orden, que se aseguraba el control de
un amplio territorio dotado de continuidad (González, 1975: 354-355).
Tras conquistar el Campo de Montiel, en los primeros años del siglo XIII,
los castillos ejercieron de espacios a partir de los cuales se fueron articulando las
poblaciones que iban surgiendo a lo largo del territorio. El sistema defensivo se
superpuso al existente en el momento de dominio árabe (Gallego, 2015: 30-36).
Los castillos musulmanes de Alhambra, Montiel y El Tocón fueron transformados
en fortalezas cristianas, mediante las adaptaciones necesarias, a los que se sumaron
nuevas construcciones y torres defensivas de apoyo, mientras otras eran abandonadas.
La falta de seguridad en los primeros momentos de ocupación, y la necesidad
de contar con un punto que ejerciera de refugio y almacenamiento de víveres, hizo
que los pueblos surgieran al calor de los castillos y torres del Campo de Montiel. El
castillo junto con la iglesia ubicada en sus proximidades, cuando no en su interior,
configuraron el espacio alrededor del que se establecieron los primeros pobladores
(Molina, 2015: 98, 101-103). La fortaleza fue un referente espacial en la repoblaRev. estud. Campo Montiel, 2015
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ción, y su interior estaba formado por distintos espacios que ejercían una función
determinada.
La constitución del Campo de Montiel como provincia santiaguista, provocó
que algunas de sus estructuras defensivas sufrieran cierto abandono. La gran
inestabilidad en los años centrales del siglo XV, por los continuos conflictos civiles
y nobiliarios, en los que los nobles arrasaron y saquearon el territorio de sus rivales,
revitalizó el papel de los castillos. En ellos se almacenaron, de nuevo, armas para
la defensa de las poblaciones, reparándose las zonas que se encontraban en mal
estado ante la posibilidad de ataques. A ello se sumaba el peligro musulmán, que
aunque lejano no había sido extirpado del todo, pues algunas razzias musulmanas
llegaron a las mismas puertas del Campo de Montiel, sobre todo a las fortalezas
situadas al sur, como ocurrió en 1422 con el sitio del castillo de Terrinches, o en
1434, cuando una expedición de moros de Huéscar, fue respondida con un ataque
a dicha población por parte de Rodrigo Manrique, con tropas procedentes del
Campo, y entre los años 1455 y 1457, en los que el Concejo de Alcaraz sufrió
varias incursiones (Torres y Benítez, 2012: 206).
La importancia estratégica del Campo de Montiel, hizo que durante las guerras
civiles que tuvieron lugar en la década de los cuarenta del siglo XV, entre Álvaro
de Luna y los Manrique, fuera uno de los objetivos atacados por el valido del rey,
que ocupó en 1446 el castillo de Alhambra, durante su campaña contra los Manrique en tierras manchegas y jienenses (Porras, 1997: 26).
En 1465 estalló una nueva guerra civil entre el rey Enrique IV y su hermano
Alfonso, la cual sirvió de fondo para otros múltiples enfrentamientos nobiliarios,
alineándose las distintas familias del reino con un bando u otro, en función de las
alianzas de sus enemigos o para aumentar sus posesiones e influencias a costa de
otros linajes. Dentro de estas luchas, se encuadran los tres asaltos que sufrió la
fortaleza de Montizón entre 1465 y 1467, por parte de los Manrique, para arrebatársela a los Iranzo, y que tras dos asedios infructuosos, fue tomada en 1467 por
Pedro Manrique, antes de que su alcaide recibiera los refuerzos enviados por el
Condestable Miguel Lucas, que tuvieron que volver a Jaén sin cumplir sus objetivos (Mercado, 1995: 96-98).
En esos momentos, el castillo de Alhambra era atacado nuevamente por el
maestre de Calatrava, Pedro Girón, en las luchas que mantuvo junto a su hermano
Juan Pacheco, marqués de Villena y su tío el arzobispo de Toledo, Alfonso Carrillo,
contra los partidarios del rey Enrique IV (Del Val Valdivieso, 1976: 160), siendo
ocupado otra vez, tal y como nos lo indica la visita de 1468: «e aunque no se sy la
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reparo (la fortaleza) quando el maestre de calatrava que la tuvo un tiempo quando
andavan las guerras», aunque los Manrique consiguieron recuperarlo, encomendando Pedro Manrique la defensa a su hermano Garci, que se negó a entregarlo al
comendador legalmente elegido, al no confiar en que pudiera asegurar su defensa.
A la muerte de Enrique IV, la lucha entre los partidarios de Isabel y Juana,
hizo aparecer de nuevo el fantasma de la guerra civil. En ese momento, la Orden
de Santiago contaba con dos maestres, uno de la provincia de Castilla, Rodrigo
Manrique, y otro de la de León, Alonso de Cárdenas, poniéndose ambos del lado
de Isabel de Castilla. El posicionamiento del maestre calatravo a favor de Juana, y
el temor de que atacara los territorios santiaguistas, provocó que se reforzaran las
defensas del Campo de Montiel, dotándolas del armamento necesario para repeler
un posible asalto. Sin embargo, fueron Rodrigo y Jorge Manrique, los que atacaron
las fortalezas calatravas, obligando a su maestre a refugiarse en Almagro, derrotando junto al conde de Cabra, a Rodrigo Téllez Girón en Ciudad Real, en 1475,
capturándole una bandera militar, que fue expuesta como trofeo, en el castillo de
Montizón (Benito, 1984: 140-143).
En la zona oriental del Campo, los Manrique apoyaron con tropas a las milicias
de Alcaraz y El Bonillo, que atacaron y tomaron la población de Villanueva de la
Fuente, que estaba en poder del marqués de Villena, por donación de Enrique IV
en 1440, junto a Lezuza, Munera y El Bonillo, consiguiendo su capitulación tras
un corto asedio en 1476 (Corchado, 1971: 28).
Las fortificaciones del Campo de Montiel en los momentos finales de la Edad
Media ascendían a una veintena de castillos y torres. En la frontera del territorio
calatravo, estaba el castillo del Tocón, en Membrilla, encontrándose más en retaguardia el de Alhambra, que además se hallaba frente a los dominios sanjuanistas,
al norte del Campo. En medio de ellos surgió el cortijo fortificado de La Solana.
En el extremo oriental, se encontraba el Concejo de Alcaraz, con el que la Orden
de Santiago tuvo numerosas disputas, estando formado su cinturón defensivo por
el castillo de la Estrella en Montiel, apoyado por una cadena de fortalezas y torres
defensivas, entre las que podemos citar las de Albaladejo, Terrinches (Álvarez et
al., 2015: 236-249), Puebla de Montiel –Puebla del Príncipe–, Villanueva de la
Fuente, Villanueva de los Infantes (Moya-Maleno, 2015: 151s) y Gorgogí. En el
límite sur, estaba situado el castillo de Montizón, que había sustituido a la fortaleza
árabe de Eznavexore, mientras que en las lagunas de Ruidera, frente al territorio de
la Orden de San Juan, había otro castillo, el de Rochafrida o San Felices (Madrid,
1988b: 331-337), junto a una torre defensiva en el heredamiento. Finalmente, se
encontraban los castillos de Beas y Chiclana de Segura junto al adelantamiento
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de Cazorla, al pie de dicha cadena montañosa (Bastos et al., 2015: 300s). Algunas
fortificaciones del Campo de Montiel, como las de Fuenllana y Alcubillas, habían
sido destruidas por Álvaro de Luna, mientras que la torre de Ruidera fue demolida
por su propio comendador, para evitar su ocupación por algún enemigo.
Tras la pacificación del territorio, los castillos perdieron el carácter militar que
los caracterizaba, aunque no llegaron a adoptar la función económica que comenzaban a esbozar como depósitos de los impuestos y diezmos de las encomiendas,
que con el tiempo dio lugar a la aparición de unas edificaciones mejor adaptadas a
estas necesidades: las casas de bastimento y encomienda.
2. LA DEFENSA FRENTE AL TERRITORIO CALATRAVO:
EL CASTILLO DEL TOCÓN EN MEMBRILLA
La importancia de la población de Membrilla como punto fronterizo frente a la
Orden de Calatrava y la pujanza económica de la villa, provocaron que su fortaleza, el castillo del Tocón, se encontrara operativa en la segunda mitad del siglo XV.
Cuando los visitadores llegaron a ella en 1478, fueron recibidos por el comendador
Pedro Salido. En la entrada, antes de la puerta principal, se hallaba una puerta levadiza de madera, y entre ésta y los muros del castillo, el comendador había hecho
una «cava bien honda» y una barrera de tapiería, para aumentar sus defensas.
Las reparaciones de los desperfectos en esos tiempos eran continuas, así dos
años más tarde, el comendador Pedro Ruiz cambió la puerta por otra nueva, dotándola con sus cerraduras. Sobre el mencionado acceso principal, había una torre de
mampostería almenada con su terrado «que el dicho comendador fizo». Esta torre
conocida como del Miradero, tenía debajo una casa pequeña (Fig. 1).
En el interior del recinto había una iglesia, la ermita de Nuestra Señora del
Castillo, de una nave, con sus paredes de cal y canto y la cubierta de madera acapillada de pino. Tenía un altar mayor, con la imagen de Nuestra Señora de bulto
dorada, en un tabernáculo. La capilla mayor era de bóveda y delante del altar había
una reja de varas, que lo separaba del resto. La imagen era de «mucha devocion», y
por ello recibía numerosas limosnas, donaciones y mandas, teniendo unas cuentas
saneadas. El estado del edificio y su funcionamiento fue una de las preocupaciones
de los visitadores, que en 1498 ordenaron que se trastejase todo, incluida la casa
del santero, situada junto a la ermita, y que alrededor de ésta se hiciese «una reguera por donde vaya el agua llovediza e no se remane las paredes». Además se
buscó un capellán para que dijera misas tres días a la semana.
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A continuación se situaba una «casa de caballeriza», con seis postas de yeso
y unas pesebreras. En 1480 estaba deshecha y mal reparada, al igual que la casa
situada junto a ella. Los visitadores ordenaron que de las rentas de la encomienda
se hiciese «adobar, reparar, cobrir de madera e teja la dicha caballeriza», en un
plazo de cuatro meses. Debajo de la caballeriza pasaba un camino que salía hasta
otra barrera de tapias almenadas, construida poco antes, la cual contaba con una
puerta falsa y una zanja delante. En esta zona había un pozo de agua dulce, con su
torno y una pila, para acumular el agua.
Frente al pozo se hallaba una casa con un horno y encima de ella una cámara
donde dormían los hombres encargados de la custodia del castillo. Al lado del pozo
había otra barrera de tapias almenadas, dotada con sus troneras y saeteras, que cerraba todo el espacio, desde el cual se podía disparar a los posibles atacantes, sin
exponerse a ser heridos.
En la parte delantera, había otra cerca almenada, del ancho de la fortaleza, que
tenía sus buenas puertas con una tranca en su interior y cerradura. Junto a ella se
encontraba una casa con cueva, donde se guardaba el vino y un molino de mano,
y enfrente otra torre sobre la barrera, que hizo el comendador. Esta edificación era
un almacén de víveres del castillo, pues en 1478 había en la cueva catorce tinajas
llenas de vino y otras cuatro vacías. En otra dependencia se hallaban dos tinajas
más, una con vinagre y otra con quesos.
En el centro del castillo, protegido por los muros y barreras citados, se encontraba el cuerpo principal de la fortaleza, el cual contaba con sus propias puertas,
dotadas de postigo y cerraduras. En el interior había un patio mediano, alrededor
del cual se distribuían las dependencias. Una vez que se entraba en él, a mano
izquierda había un portal pequeño, por el que se accedía a unas alacenas, para el
servicio de la cocina, la cual se encontraba situada a continuación. La cocina era
pequeña «e fecha a colgadizo», y al igual que el portal estaba cubierta de madera
y teja, y contaba con su propia puerta.
Después de la cocina, había una sala baja, bien blanqueada, con sus puertas y
una ventana con reja que daba al campo. Todo ello fue realizado por el comendador antes de la visita de 1478. Sobre esta sala se hallaba una cámara con su puerta
hecha a colgadizo, cubierta de madera y teja, en la que se almacenaban las armas
del castillo.
Desde dicha cámara se accedía a la primera torre, hecha de cal y canto y maciza hasta arriba. En lo alto de dicha torre se encontraba una cámara con tres camas,
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Fig. 1: Castillo de Membrilla, en un grabado de Pier María Baldi de 1668.
en las que dormían los escuderos del comendador, y donde éste guardaba las armas
de su propiedad. En la siguiente esquina había otra torre, construida la mitad de
cal y canto, y el resto de tapiería. La última parte fue recrecida por el comendador,
utilizando argamasa por ser de menor coste, aunque todavía no estaba cubierta.
Más allá de las dos torres descritas, había tres garitas de madera, y a mano
derecha de la entrada a la fortaleza, se encontraba una sala baja con su puerta,
enlucida de yeso, cubierta de teja y madera y hecha a colgadizo. En su interior se
encontraba una bodega, en la cual se almacenaban víveres y armas. Subiendo por
una escalera que salía de esta sala, se llegaba a otra cámara tras la cual había una
recámara en la que dormían las mujeres.
Pese a que los comendadores habían realizado importantes mejoras, los visitadores recomendaron que la segunda cerca recientemente construida y la torre de
cal y canto, debían ser recrecidas en «dos estados de omes para que sirviere». La
aparición de las armas de fuego, con su potencia destructora, era una de las causas
del reforzamiento de los muros de los castillos.
En 1478, el arsenal del castillo consistía en: 3 pares de corazas, 5 espingardas,
2 truenos y una media lombarda, una serpentina con sus piedras, una tinaja pequeña con 3 arrobas de pólvora, 8 ballestas fuertes (4 de de acero y 4 de palo) con una
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caja llena de pasadores, una caja de armas, en la que había una espada y un látigo.
Estas armas pertenecían a la encomienda y formaban la dotación del castillo, pero
además había 2 espingardas, 2 ballestas de acero y 2 lanzas, propiedad del anterior
comendador Pedro Salido, pues aunque cuando fue sustituido se llevó la mayoría
de las armas, dejó las que había en la torre, donde se alojaban los escuderos.
En la casa bodega, se almacenaba una importante provisión de víveres, que incluían cinco tinajas grandes de vino, dos más pequeñas de aceite, una con sal y otra
con azúcar, además de otras tres llenas de frutos, granadas y ajos, junto a otras provisiones «para la dicha fortaleza». Junto a estas viandas, había otro arsenal, que
incluía partes de armaduras y algunas armas: 6 pares de corazas, 6 capacetes con
bonetes, 4 pares de gocetes con sus faldas, 2 arneses blancos, 4 ballestas de acero
fuertes, 3 espingardas y una tinaja pequeña con 2 arrobas de pólvora. Estas armas
y provisiones, que estaban en la casa bodega, no aparecieron cuando se realizó la
visita de 1480, contestando el alcaide Martín Vizcaíno, que «el comendador Pero
Salido cuando dejo la dicha fortaleza lo llevo todo porque era suyo».
Además de las armas con las que contaba el castillo, el comendador informó en
1478, que tenía siete u ocho caballos para el servicio del maestre, mientras que en
una fecha tan tardía como 1509, cuando ya se habían relajado las obligaciones militares, ocho de los quince vecinos cuantiosos de la villa poseían caballo. Teniendo
en cuenta todos estos elementos, en caso de amenaza militar, el comendador de
Membrilla podría movilizar una hueste de entre 10 y 20 soldados a caballo y unos
30 peones, la mitad de ellos armados con ballestas y una decena con armas de fuego ligeras, reforzados con cuatro armas de fuego pesadas.
La consolidación de los Reyes Católicos, la sumisión al poder real de las Órdenes Militares y de la nobleza, junto al fin de la guerra civil, trajeron consigo una
limitación de las necesidades defensivas en las tierras interiores del reino de Castilla. La falta de uso, tanto militar como de residencia del castillo, por la pérdida de
su función defensiva, acabó provocando un progresivo abandono del edificio y su
consiguiente ruina.
En el año 1494, se advierte cierto deterioro en algunas dependencias del castillo. Una cámara que estaba situada «en lo bajo» se hallaba desbarata y perdida,
mientras que el aposento situado a mano izquierda, en el que había dos casas, se
encontraba en mal estado. La mayoría de las habitaciones estaban mal reparadas,
incluyendo la cocina. La única sala que se hallaba en un estado razonable, era la
que se localizaba al lado de aquella, que tenía una chimenea. Todo ello nos indica
que la fortaleza había dejado de utilizarse como residencia.
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Si las habitaciones del castillo, que todavía tenían una utilidad habían entrado
en un progresivo deterioro, las murallas que carecían de ella, en un momento de
estabilidad y paz interior en el reino, sufrían un completo abandono. Las reparaciones de las murallas eran costosas y su provecho nulo. El arreglo de la torre del
Homenaje, a la que se le había caído un pedazo, costaba cinco mil maravedíes,
mientras que el del pretil que estaba situado entre dos torres, que también se había
caído y perdido sus almenas, se tasó en otros dos mil. Finalmente, se necesitaban
tres mil maravedíes más, para la compostura de otro pretil que estaba sobre la puerta, el cual, se hundió en tiempos del maestre Alonso de Cárdenas.
La tendencia de no cumplir los mandamientos relacionados con las reparaciones del castillo era clara. Los visitadores del año 1494, observaron cómo la
orden dada por sus antecesores al comendador Martín de Alarcón, para que hiciese ciertos reparos en la caballeriza no se había «fecho ni cumplido». A finales
del siglo XV, la insistencia de los visitadores consiguió que se realizaran algunos
arreglos. La puerta de entrada que era levadiza, fue transformada en un «puente
firme de buena madera», mientras que la caballeriza fue «nuevamente fecha», con
sus pesebreras en una parte y una cámara en la otra. Todo ello fue realizado por los
herederos del comendador Martín de Alarcón.
En el cuerpo principal de la fortaleza se arreglaron algunas dependencias. Dos
«palacios» (habitaciones) situados a mano derecha de la entrada del patio, y que
tenían en su parte superior una cámara y una recámara fueron «bien reparados de
nuevo». Junto a estas habitaciones había una sala bien aderezada con su cocina, que
estaba doblada con ella y dotada de una chimenea de tubo. Estas reformas permitieron que el castillo fuera de nuevo habitable. Pero aunque se habían acondicionado las
habitaciones principales, otras dependencias situadas en las proximidades del muro
exterior continuaban en mal estado y con los tejados hundidos, al igual que el horno.
Por su parte, las murallas presentaban un estado deplorable: «los adarves e muros
desta fortaleza son todos de tierra e barro e estan muy gastados e mal reparados».
3. UNA FORTALEZA EN RETAGUARDIA FRENTE AL TERRITORIO
SANJUANISTA: ALHAMBRA
La fortaleza árabe de Alhambra, fue conquistada definitivamente tras la batalla
de Las Navas de Tolosa por Alfonso VIII, quien la donó a la Orden de Santiago,
que al no poder defenderla en esos momentos, la entregó de forma vitalicia en
1215 al conde Álvaro Núñez de Lara, revertiendo a la Orden dos años más tarde,
tras su muerte (González, 1975: 277).
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La importancia estratégica del castillo de Alhambra, hizo que durante las guerras civiles que tuvieron lugar en las décadas de los cuarenta y cincuenta, entre
Álvaro de Luna y los Manrique, fuera uno de los objetivos atacados por el valido
del rey, que lo ocupó en 1446, durante su campaña contra los Manrique. Con posterioridad fue tomado temporalmente por el maestre de Calatrava, Pedro Girón,
como ya hemos indicado anteriormente.
Los continuos problemas que provocaban los ataques contra la fortaleza de
Alhambra, su ocupación por los Manrique, unidos al mal estado de conservación y
los importantes gastos que ocasionaría su reparación, que ya se solicitó en la visita
de 1468, al indicar que una parte del muro estaba caído y carecía de almenas por lo
que «seria muy necesario que… lo mandase reparar», y el hecho de que el castillo
se hallaba aislado del pueblo, provocaron que el comendador Mosén Diego de
Villegas se desentendiera de él.
La descripción del castillo realizada en 1468 es bastante parca, indicando que
es una buena fortaleza apartada de la villa, situada en un cerro con una barrera delante de ella, de una altura de tapia y media, con una puerta principal fuerte sobre
la que había una garita, encontrándose otra en una puerta secundaria más pequeña.
En el interior del patio había «algunos aposentamientos en que esta una tahona y
unas mazmorras y una buena bodega y un comedero de grano y establos hechos
y paja» y en medio de dicho patio se hallaba un «buen algibe de boveda de buena
agua dulce con su puerta… e una acina de leña». En ese año nos dicen que el castillo «no lo tiene agora el comendador syno Garci Manrique». Por tanto, encontramos que al haber recuperado el castillo Rodrigo Manrique, encargó su defensa a
su hermano Garci Fernández Manrique, el único de sus cuatro hermanos (Gómez,
Diego, Pedro y Garci), y presente cuando hizo su testamento en octubre de 1476.
Esta situación irregular se mantuvo hasta el Capítulo General de 1477, cuando
el maestre Alonso de Cárdenas, decidió acabar con las ocupaciones indebidas de
los castillos, ordenando a Garci Fernández Manrique que abandonara el de Alhambra, y a Iñigo López de Mendoza el de Huélamo. Esta orden tardó en cumplirse,
pues cuando el 3 de diciembre de 1478, los visitadores de la Orden de Santiago
enviaron a Juan Garzón al castillo de Alhambra, con el objeto de reconocerlo, éste
halló como alcaide a Diego Bustos, nombrado por «su señor Garci Manrique».
La falta de cumplimiento de la orden del maestre, constatada por los visitadores,
fue rápidamente subsanada, siendo entregada la fortaleza al comendador Diego
Fernández de Villegas, el cual estaba al frente de ella en la siguiente visita, el 2 de
septiembre de 1480. Como compensación por dejar el castillo, Garci Fernández
Manrique recibió la encomienda de Corral de Almaguer.
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Fig. 2: Castillo de Alhambra.
La fortaleza de Alhambra contaba con una primera puerta, desde la que iba una
barrera de cal y canto hasta la puerta principal. Tras la devolución del castillo a su
legítimo dueño, éste reparó la barrera que se encontraba en mal estado en algunos
puntos, edificando encima de la primera puerta un pretil almenado. En una esquina
de dicho pretil construyó una garita para vigilar la entrada al castillo. Donde terminaba la barrera, se abrió un postigo, que daba acceso al campo (Fig. 2).
La puerta principal contaba con su aldaba y dos buenos cerrojos de hierro, y
una tranca que la atravesaba. A la entrada había un espacio abovedado, en el que
se encontraba la mazmorra, y a continuación la caballeriza, en la que cabían entre
20 y 25 cabalgaduras, «e al cabo desta dicha boveda esta un apartamiento en que
ay paja». Saliendo de dicho lugar, un arco daba acceso al patio de la fortaleza, a
cuya entrada había un portal doblado y un pilar en medio del patio en mal estado.
Más adelante, a mano derecha, se ubicaba una torre con un arco de aposturamiento hundido, que hacía «grandes tiempos que esta derribado», y en su interior
una escalera «perdida e cayda». Por el lado izquierdo del patio, se llegaba a una
bodega, a la que se bajaba por siete escalones, contando dentro de ella con ocho
tinajas de vino, compradas por el alcaide de Garci Manrique. A continuación había
un atajo (cortado), con una puerta de arco, con sus hojas de hierro, que iba alrededor de la casa situada junto a las caballerizas.
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En medio del patio había un buen aljibe, cubierto con una bóveda de yeso y
piedra, y una puerta cerrada con llave. Justo detrás del aljibe salía una escalera, por
la que se subía a unos aposentos. Nada más llegar arriba, enfrente de la escalera
había dos cámaras, una de ellas con sus trojes (silos) para guardar trigo, era tan
grande que también se utilizaba como bodega, mientras que la otra estaba cortada
y tenía una tinaja grande. Las dos cámaras estaban bien reparadas con su madera y
teja. En la última década del siglo se produjeron algunos cambios en estas dependencias, de forma que entrando, a mano derecha, había una cámara en la que se
almacenaba el grano, y a continuación otras dos que se utilizaban para vivienda y
dormitorio de la gente que habitaba en el castillo. Al final había una casilla a modo
de gallinero, favoreciendo el abastecimiento del castillo. Todas estas cámaras y
habitaciones se encontraban situadas sobre las bóvedas de las caballerizas.
A mano izquierda de la escalera, siguiendo por el andamio adelante, estaba un
portal hecho a colgadizo, en el cual se instaló un horno para cocer pan, al lado del
cual salía una escalera de yeso que subía a los andamios más altos. En ellos había
una azotea grande de madera y tierra, junto a otras dos más pequeñas, que había
construido el alcaide de Garci Manrique por ocho mil maravedíes. Desde allí, por
otra escalera se subía hasta lo alto del muro.
Al pie de la escalera se construyó una despensa y un retrete, sobre las bóvedas
bajas. Detrás se encontraba otro portal cubierto y colgadizo, cerrado por ambas
partes, desde el que se entraba a una cocina con su chimenea. A continuación se
pasaba a una salita, que daba acceso a la capilla, situada encima de la bóveda de
la puerta principal. En ella había un altar con sus manteles, donde se encontraba
una imagen de Nuestra Señora, junto a otras dos figuras de bulto, una de Santiago
y otra de San Francisco. Desde el lado contrario al altar, se entraba a una sala, por
la que se salía a un corredor colgadizo, con sus barandas de madera y solado de
yeso, que daba al patio.
Una escalera subía directamente al adarve, y a mano izquierda había un aposentamiento y un corredor cerrado, con una ventana de hierro dotada de su reja del
mismo material, que daba al campo y desde la que se observaba la villa. Encima de
esta escalera había una sala, al fondo de la cual una puerta salía al campo, contaba
con dos ventanas, una que daba al patio y otra al campo. Enfrente de ella se hallaba
una cámara buena con sus puertas, en cuyo interior había otra recamara, y al fondo
de ella un retrete y una escalera que subía al adarve. Al fondo de esta sala se encontraba un portalejo con una puerta por la que se accedía directamente al adarve,
y a mano derecha una cámara, utilizada como dormitorio.
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El sistema defensivo del Campo de Montiel, en la segunda mitad del siglo XV
En los pretiles de la muralla había cuatro garitas, hechas de yeso y cubiertas de
teja, que construyó el comendador Diego Fernández de Villegas, cuando recuperó
el castillo. La fortaleza estaba bien almenada y el adarve razonablemente reparado,
excepto un pedazo al lado de la casa de retraimiento que estaba caído. Algunos
tramos del muro se encontraban en malas condiciones, pues los Manrique habían
entregado la fortaleza en un estado precario, indicando el nuevo comendador «que
no recibio cosa alguna salvo el casco della», y que un «pedazo de barrera de contia de treinta tapias en luengo e dos tapias en alto caidas…que las fizo derribar
Garci Manrique».
Además del espacio citado, en 1480 era necesario reparar varios tramos del
muro: uno situado junto a la puerta falsa que salía al campo, de siete tapias de alto
y dos y media de largo, y el otro en el lado del adarve ubicado en el escarpe de
la fortaleza que daba a la villa, que tenía seis o siete tapias de largo y un estado
de alto, siendo también necesario «adobar» un andamio de madera situado en el
adarve.
El armamento consistía en ocho espingardas con sus pasadores, 2 culebrinas,
10 ballestas, de las cuales cuatro eran de garruchas y el resto de acero, 10 lanzas,
5 lanzones, 4 adargas, 6 pares de corazas con sus barreras, 24 docenas de almacén,
24 pasadores vizcaínos, y un quintal y medio de pólvora. Teniendo en cuenta el
número de cabalgaduras y las armas del castillo, las fuerzas que lo guarnecerían
en esos momentos serían de unos 25 hombres a caballo y otros 30 de a pie, de los
cuales una tercera parte irían armados con ballestas, otro tercio con lanzas y el
resto con armas de fuego.
En 1494, la situación había empeorado, siendo numerosos los desperfectos de
la fortaleza y los costes de reparación muy altos: estaba caído un pedazo de muro
de siete tapias y otro tanto en alto, hundido en tiempos del maestre Alonso de Cárdenas, siendo el coste de reparación de cada tapia de cal y canto de 1.200 maravedíes, al ser el muro «muy alto y aspero», ascendiendo la obra a 58.000 maravedíes;
sobre la puerta principal estaba caído un arco del adarve por fuera, faltando al menos 20 piedras, habiéndose caído la mitad en tiempo de Cárdenas y el resto hacía
unos 30 años, lo que suponía otros 10.800 maravedíes; en la puerta de la barrera
estaba hundido el muro de abajo hacia arriba «e si no se repara es mucho peligro».
Los efectos de un terremoto habían provocado ciertos daños: el muro situado
sobre la puerta de la barrera principal estaba hendido, y junto a dicha puerta se había caído un pedazo de adarve alto «que se cayó quando temblo la tierra en tiempo
de sus altezas», lo que nos indica que el seísmo tuvo lugar entre la muerte de Alon195
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Carlos Fernández-Pacheco Sánchez-Gil y Concepción Moya García
so de Cárdenas y la fecha de la visita (julio 1493-marzo de 1494), valorándose su
arreglo en 21.600 maravedíes. El adarve en la parte de la puerta estaba muy descarnado y las piedras movidas; un pedazo de la barrera, en la esquina de la puerta
falsa, había sido derribado por Diego Fernández de Villegas para hacer una garita
«e no la hizo e quedose cayda la barrera», con un coste de 3.000 maravedíes.
Las reparaciones no se limitaban a los muros, siendo preciso poner en la barrera unas puertas con sus esquinas de hierro; reparar varios terrados, situados en «lo
alto y lo bajo» a los que había que poner buena madera y luego solarlos con cal y
ladrillo «porque estan quebrados e maltratados» y hacer un andén con pasarela de
madera que comunicara el terrado alto con la garita que estaba sobre él, «porque
no tiene por donde se andar».
Como vemos, el deterioro afectaba sobre todo a las defensas del castillo, que
además sufrieron los efectos de un terremoto, y su reparación suponía un coste que
ni los reyes, ni el comendador estaban dispuestos a asumir, por lo que al volver los
visitadores cuatro años más tarde, observaron que los mandatos de que «fiziesen
en la fortaleza ciertas obras e reparos… algunos parecen que sean fecho y otros
quedan por fazer», mientras que el armamento había disminuido contando en la
última década del siglo con seis paveses, tres espingardas, cuatro ballestas y siete
u ocho lanzas.
4. UN NUEVO PUNTO DEFENSIVO: EL CORTIJO FORTIFICADO DE
LA SOLANA
La pérdida del castillo de Alhambra y su control por los Manrique, provocó
que el comendador Mosén Diego de Villegas, tuviera que construir una posición
defensiva en la población que controlaba: La Solana. Este nuevo punto defensivo,
servía de enlace entre el castillo de El Tocón y las fortalezas de la parte oriental del
Campo de Montiel. Para construir este enclave, el comendador buscó un lugar bien
ubicado y con el menor coste posible. Por ello, aprovechó la torre que utilizaba la
iglesia parroquial, situada a los pies de la misma. Esta torre le sirvió de vigía y a su
alrededor construyó una tapia defensiva y un cortijo, que hizo las veces de baluarte, encontrándose situado frente a la casa y bodega donde se almacenaban los alimentos de la encomienda, lo que le aseguraba un rápido y seguro abastecimiento.
La primera referencia que hallamos sobre el cortijo amurallado, aparece en
la visita de 1468, al indicar que La Solana «tiene una torre de cal y canto que
solia ser de la yglesia y tiene la agora el comendador e fortalesçiola». Según la
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El sistema defensivo del Campo de Montiel, en la segunda mitad del siglo XV
Fig. 3: Restos de la antigua torre de la iglesia de La Solana.
descripción, la torre es ancha y maciza hasta tres tapias de alta y desde la puerta
se sube por una «escalera andadisa». Tenía cuatro sobrados (pisos) de madera y
una escalera que subía de uno a otro, estando el más alto cubierto por un tejado a
dos aguas. La torre fue recrecida: «sube un muro de la torre acresçentado de cal y
canto fasta dos tapias por el dicho comendador» (Fig. 3).
La torre estaba rodeada por una cerca o muro de tres tapias de alto, dentro del
cual había varios aposentos y dependencias: una cocina con su chimenea cubierta
de teja y madera, un establo «con su puerta y cerradura para dos bestias» y una
casa pequeña de despensa en la que se acumularían los víveres para alimentar a la
tropa durante un posible ataque. Frente a la torre había un «palacio baxo bueno»,
dependencia donde dormían los servidores y junto a él, un «xarahis (jaraíz) pequeño» cubierto de madera y teja, mientras que delante tenía otro establo grande
donde cabían dos bestias y «al cabo de esta un xarahis con su pila».
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El armamento que contenía la torre era: cuatro ballestas de acero, seis de palo
fuertes con dos tornos y una garrucha, siete espingardas y un trueno quebrado,
junto a pólvora suelta, una arroba de pelotas sueltas y dos docenas de pasadores.
Observando por tanto el número de caballerías en el cortijo y las armas de la torre,
la guarnición encargada de la defensa de La Solana sería de unos cuatro hombres
a caballo y una veintena de peones armados con armas ligeras claramente defensivas, que podían ser tanto los servidores del comendador como los habitantes del
lugar, que en 1468, ya contaba con una población de doscientos vecinos y fácilmente podía aportar esa cantidad de hombres para su defensa.
El fin de los conflictos civiles y la devolución del castillo de Alhambra que volvió al control directo de la encomienda, provocó un enfrentamiento entre el Concejo de La Solana y el comendador, que acabó con la decisión de los visitadores,
en 1480, de que la torre del cortijo fuera derribada, terminando con este enclave
defensivo dentro de la población.
5. MONTIZÓN: LA DEFENSA DE LA FRONTERA SUROCCIDENTAL
El castillo de Montizón fue construido en el siglo XIII por el maestre Pelay
Pérez de Correa, y acabó sustituyendo a la fortaleza árabe de Eznavexore, donada
a la Orden de Santiago, la cual fue abandonada ante el empuje de la villa de Torre
de Juan Abad y del castillo de Montizón, situado una legua al sur (Fig. 4).
Durante las guerras civiles del siglo XV tuvo un destacado papel. Fue ocupado
por el valido Álvaro de Luna, el cual puso de comendador a uno de sus colaboradores más fieles, Gonzalo Chacón, negándose a entregarlo a Juan II, incluso tras
la muerte de su señor. Los Manrique, ayudados por sus parientes, los Benavides,
estaban dispuestos a apoderarse de este estratégico lugar, de forma que entre 1464
y 1467 la fortaleza sufrió tres asedios, siendo ocupada en el último de ellos. Uno de
los capitanes de los sitiadores fue Jorge Manrique, que acabó ejerciendo el cargo
de comendador (Gillman, 2008: 129-130).
En la segunda mitad del siglo XV, el castillo de Montizón contaba con tres
perímetros defensivos. El primero de ellos presentaba una albacara, de cal y canto,
con su pretil y almenas, tenía una puerta principal, con cerradura en el interior, y
en la sobrepuerta un pretil con almenas, también de cal y canto. El adarve estaba
atajado en su parte derecha, donde se encontraba una caballeriza, hecha a colgadizo, encamarada y cubierta de retama, de gran tamaño, pues en ella cabían hasta
sesenta caballos. El cortado estaba cerrado con un muro de dos tapias en alto, con
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El sistema defensivo del Campo de Montiel, en la segunda mitad del siglo XV
Fig. 4: Castillo de Montizón.
sus puertas de roble. Dentro de este atajo, a mano derecha, se hallaban unas casas
con un palacio (habitación) encamarado y una cocina con su establo, y delante de
ellos un portal, hecho a colgadizo. En medio, Jorge Manrique mandó construir un
palomar con siete naves «muy pobladas de palomas», cubierto con madera y teja,
dotado de sus puertas.
La albacara iba desde la primera puerta hasta la torre del Homenaje, con unos
muros anchos y gruesos, y una puerta falsa conocida como de la Higuera que salía
al río, estando en 1478 bien reparados. En esta parte había una mazmorra de cal y
canto, enfrente de la puerta llamada del “Albaysin”, la cual tenía sus buenas puertas de roble, por la que se llegaba a otro recinto, situado antes de la fortaleza. Este
perímetro conocido como el del “Albaysin” fue construido por el comendador para
rodear toda la fortaleza desde la torre del Homenaje, contando con un buen muro
«de cal y canto bien ancho». En una parte del muro se hizo una sala abovedada
para caballeriza, en la que cabían entre treinta y cuarenta caballos, y al fondo se
habilitó otra mazmorra.
Finalmente se encontraban las puertas principales de la fortaleza, en el último muro defensivo, chapadas de hierro, al igual que el postigo, con sus buenas
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cerraduras y cerrojos. A la entrada estaba una «casa puerta», con su sobrepuerta,
y a mano derecha el comendador había hecho una mesa con sus poyos de piedra
alrededor «para comer la gente». De la «casa puerta» salía otra puerta enfrente de
la principal, por la que se accedía al cuerpo de la fortaleza, mientras que a mano
izquierda se hallaban un pajar y un establo.
Una vez cruzado el muro, se accedía a un patio, encontrando a mano izquierda
un bastimento viejo de dos naves, con sus paredes de cal y canto, mal reparadas
con unos arcos de ladrillo y el techo descubierto, en cuyo fondo había una casa de
despensa con sus puertas, y encima otra sala abovedada alta, en la que se construyó
una capilla «muy devota de Nuestra Señora Santa María», la cual tenía un altar y
encima una red de yeso labrado de mazonería y un retablo de Nuestra Señora con
una cruz. La capilla contaba con los utensilios y ornamentos necesarios para decir
misa: un frontal, una casulla de damasco pardillo con una cruz colorada delante y
otra detrás, un cáliz de plata con su patena de marco y medio de peso, un misal, un
arca guarnecida de madera dorada, dos candeleros de azófar, un portapaz de palo,
una caja pequeña forrada de damasco para guardar los corporales, unas ampollas
de vidrio, una imagen de Nuestro Señor con su diadema en la cabeza, un velo de
seda, una capa, un aguamanil valenciano con cuatro caños, un frontal de lienzo
pintado con la imagen de Nuestro Señor y encima de la capilla una seña (estandarte militar) con una cruz dorada de espigas, que ganó Jorge Manrique al maestre
de Calatrava, Rodrigo Téllez Girón. Al fondo de la capilla se había construido un
atajo de yeso con sus puertas de madera y sus poyos alrededor, encima de la puerta
había un crucifijo y delante de la reja, un estrado de Nuestro Señor.
En la bóveda de la capilla se encontraba un apartamiento con sus buenas puertas. El arco del edificio estaba enlucido y contaba con una ventana enrejada del
mismo yeso. En su interior había un cepo y un aljibe con dos brocales de yeso
y dos cisternas, más un cubo y dos pilas de yeso mandadas construir por Jorge
Manrique.
Delante de esta bóveda se hallaba un portal cubierto de teja y madera, y junto
a este otro con su puerta y sus paredes, aunque descubierto. Al lado del segundo
portal había una casa derruida de la que sólo se conservaban las paredes, y de la
que se decía que en tiempos fue iglesia. Sobre el aljibe había otra casa junto a tres
viviendas pequeñas, todas ellas cubiertas, cuyas aguas daban sobre el muro del
adarve, y desde allí caían en el aljibe, que tenía su cisterna y su puerta de madera.
En el muro, al fondo de dichas casas, se había construido una garita aislada,
con su puerta, y sobre la puerta de la Higuera se hallaba otra garita de yeso con
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El sistema defensivo del Campo de Montiel, en la segunda mitad del siglo XV
sus troneras, construida por Jorge Manrique. Delante de la capilla, había un encasamiento hecho a colgadizo, con cubierta de madera y teja, en el que se hallaba un
portal cubierto. Siguiendo hacia adelante, se llegaba a un establo con capacidad
para cuatro o cinco bestias, y a una cocina con su chimenea, más otra casa con un
horno, todo ello construido por el comendador Jorge Manrique, que como podemos observar, realizó importantes obras de mejora en la fortaleza, para facilitar el
abastecimiento y aumentar su capacidad para resistir un largo asedio.
En el lado contrario, a mano derecha de la entrada, se hallaba una estancia abovedada grande, utilizada como cocina, en la «que come la gente en la qual esta un
molino de mano». Al final de ella había un apartamiento con su tahona sin puertas,
por unas escaleras se subía hasta otra sala grande, de cal y canto, su techumbre
era de buena madera, blanca y acapillada, y estaba bien tejada. Antes de la entrada
de la sala, había un corredor con sus barandas de madera y el suelo de tablazón,
realizado con su alfarjía, y las paredes de yeso, que «el dicho don Jorge mando
enluzir e faser».
A la izquierda de la entrada, había una sala con una ventana grande con sus
puertas de madera y una chimenea muy buena. Esta sala se dividió construyendo
en ella una cámara que contaba con su ventana propia, la cual daba al patio del
castillo, sus paredes estaban enlucidas y tenía unas puertas nuevas, así como una
zona destinada a retrete, con su propia puerta y ventana.
Una vez que se traspasaba la puerta de dicha estancia, en su lado derecho se hallaba otra cámara que había sido atajada, dotada de una ventana con sus dos hojas
y contraventanas. Al fondo se encontraba una recámara con las paredes enlucidas
de yeso, y una escalera que subía al adarve.
A continuación había otra recámara, con una chimenea francesa, con sus puertas de madera de dos haces y una ventana de asiento que daba al patio, almacenándose en esta dependencia hasta ciento cincuenta fanegas de trigo, ya que se
encontraba “doblada». Un poco más adelante había otra recámara, con sus paredes
blanqueadas de yeso y los entresuelos del mismo material, aunque tenía dos vigas
quebradas, que los visitadores ordenaron sustituir en 1478, mandato que repitieron
dos años más tarde. Era utilizada también como almacén, pudiendo albergar otras
cincuenta fanegas de trigo, contaba con una escalera de piedra y yeso, por la que
se subía a dos cámaras, atajadas con yeso y adobe, en las que se depositaban treinta
fanegas de trigo y centeno. En ellas se habían instalado dos camas, para dormir las
personas que tuvieran a su cargo la vigilancia del grano. Todo ello, al igual que lo
descrito con anterioridad, lo había mandado construir Jorge Manrique.
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Cerca de la puerta del Homenaje, debajo de un retrete, había un establo en el
que cabían tres o cuatro bestias, y antes de la citada torre una barrera de cal y canto.
Esta barrera contaba con una portada en forma de arco sin puertas y se subía a ella
por una escalera «de palo y pasan por unas tablas de madera donde ay una puerta
de cal y canto» y luego bajaba otra escalera de piedra y yeso, por la que se entraba
a la torre del Homenaje. La barrera era muy buena, tenía dos troneras con bóveda
de ladrillo, y la empezó a construir Jorge Manrique, aunque no llegó a terminarla.
La torre del Homenaje poseía buenas puertas con su postigo y cerraduras. En
su interior había un patio, con un aljibe, el cual se hundió aunque fue reconstruido
por el comendador que lo «torno a adobar e aderezar». A continuación se hallaba
un casa, conocida como de las armas, por almacenarse allí el arsenal de la fortaleza. El armamento consistía en: 16 pares de corazas, 14 capacetes, 12 capacetes
de gualteras, 9 ballestas (6 de acero de pie con sus poleas, 2 de palo fuerte y 1 de
hueso), 12 paveses nuevos con sus lanzas, 5 espingardas con una barrena y dos
atacadores, un barjuleta con pelotas y pólvora, un trueno con carretón y otro de
mano, un pasavolante con dos servidores, un molde de pelotas, un arca con 15
docenas de pasadores vizcaínos, 2 tornos de madera para las ballestas fuertes, un
pavés de Pontevedra, una gruesa de madejas de bramante, un cántaro de pólvora
y otro de salitre. También había otros útiles como una maroma de cáñamo gruesa,
una escala de sogas de esparto, una espuerta de carbón para hacer pólvora, y múltiples herramientas como unos fuelles y una bigornia de hierro, martillos, tenazas
de herrar, dos docenas de herrajes para caballos y mulas, «un herramental con todo
su aparejo», un carrillo de madera guarnecido en sus bajos, una sierra, un par de
grillos, y hasta cuatro alas de buitre para emplumar pasadores.
Cuando la fortaleza fue entregada a Jorge Manrique, no había ningún arma en
la misma, siendo aportadas todas ellas por el comendador, con la voluntad de que
fueran entregadas a la Orden de Santiago, y permanecieran en el castillo.
El armamento almacenado nos permite suponer que la guarnición del castillo
ascendía a unos 50 o 60 soldados de caballería (la fortaleza tenía capacidad para
albergar un centenar de caballerías), más una treintena de peones a pie, la mitad
armados con ballestas o armas de fuego portátiles, y el resto con lanzas, contando
con varias armas de fuego pesadas.
Delante de la casa de armas, había una sala abovedada con sus puertas, «que
puso el dicho don Jorge», la cual tenía dos trojes (silos), utilizados para almacenar
trigo y cinco tinajas de vino. Junto a ella se hallaba una bodega, con otras quince
tinajas de vino, que no siempre estaban llenas, pues en 1478 diez se encontraban
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El sistema defensivo del Campo de Montiel, en la segunda mitad del siglo XV
Fig. 5: Interior del castillo de Montizón.
vacías, aunque dos años más tarde todas contenían vino. Además había otros dos
cueros para vino y una sera (espuerta grande) de pez.
Desde el patio de la torre del Homenaje se subía a la parte alta de la torre por
una escalera, accediendo a una dependencia grande abovedada, que ocupaba las
dos partes de la misma. A su alrededor, el comendador había construido varias habitaciones: entrando a la izquierda, se hallaba una sala pequeña, y desde una puerta
sin hojas, se accedía a una escalera que bajaba hasta una cocina con su chimenea,
en la cual había una ventana con dos miradores, sus puertas y rejas de hierro, que
daba sobre una huerta, situada al lado de la fortaleza. Frente a esta ventana había
un entresuelo y una cámara con otra ventana que daba al patio, con las puertas
encajadas de dos hojas.
Todos los espacios anteriores, sala, cocina, entresuelo y sobrecámara estaban
enlucidos de yeso, tanto en lo alto como en lo bajo, con suelos del mismo material,
habiendo sido construidos todos ellos por Jorge Manrique. El alcaide dormía en
el entresuelo, contando con una campanilla, que utilizaba para despertar las velas
(guardias). El entresuelo de esta cámara estaba a punto de caerse, mandando los
visitadores que se reparara.
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Al lado derecho de la entrada, una puerta daba acceso a la otra mitad de la
bóveda, en la que se encontraba un troje grande para cereales, mientras que debajo
de dos arcos, había dos saleros, almacenando en el primero tres fanegas de sal y
en el segundo una de garbanzos. En un pequeño cubo de ese espacio, se guardaban
seis tocinos.
Desde la escalera que subía a estas salas abovedadas, se accedía a otra de madera que ascendía hasta el suelo de la parte superior, estando todo enladrillado, en
él había un «cubete» en el que dormían las velas. Desde allí una nueva escalera
subía hasta el adarve de la torre, donde había un espacio grande. En él se construyó
una garita de yeso, mientras que en el adarve, sobre la torre, se encontraba otra de
piedra tajada. La parte alta de la torre del Homenaje contaba con una anchura de
cien pies.
El castillo se asentaba sobre piedra tajada, cerca del río Guadalén, y sus torres
y adarves tenían necesidad de ciertas reparaciones, que sobre todo consistían «en
se almenar e pretilar». Cerca del río había una huerta cercada con tapias y una
baranda, poblada de hortalizas y árboles. Al fondo, estaba una alberca de agua
natural y un pedazo de cortinas, cercado para alcacer. Este espacio es visto por Ángela Madrid como un locus amoenus, creado por el poeta para su refugio y retiro
(Madrid, 2000: 159). El castillo contaba con cien gallinas y veinte pavos, y doce
gatos para evitar que los roedores se comieran el grano.
En la última década del siglo, el fin de los conflictos nos va a mostrar claramente los primeros síntomas de abandono y progresivo deterioro de algunas partes
del castillo. El comendador Luís Manrique dejó de invertir en el mantenimiento de
muros, torres y elementos defensivos y el alcaide Alonso Pérez de Albornoz se limitó a conservar las habitaciones, dependencias y almacenes más imprescindibles,
abandonando todo aquello que careciera de funcionalidad, limitando los costes de
mantenimiento de una fortaleza tan imponente.
El arco situado a continuación de la primera puerta se había caído, la albacara
estaba arruinada en algunos puntos, teniendo partes con los pretiles y almenas
derribadas. El pajar, la caballeriza y un portal colgadizo, estaban mal reparados, el
palomar abandonado y «la mazmorra de prision tiene cayda la boveda de encima».
El cuerpo principal se encontraba en mejores condiciones, manteniéndose la
capilla en buen estado. De las cuatro cámaras situadas en los adarves, utilizadas
«para las velas» (guardias), dos de ellas estaban caídas y las otras maltratadas. El
muro, al ser muy grueso de cal y canto, se conservaba pretilado y almenado en muy
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El sistema defensivo del Campo de Montiel, en la segunda mitad del siglo XV
buen estado. Los edificios situados alrededor del patio «de en medio»: una sala de
aposento, una caballeriza, una sala con chimenea, varias cámaras y un retrete se
hallaban bien conservados, salvo la baranda de una escalera que subía al adarve.
Sin embargo, la bodega estaba abandonada, una casa pequeña convertida en gallinero se encontraba «syn puertas e mal reparada», mientras que la casa donde se
hallaba el horno tenía caído un pedazo de tejado y el resto medio hundido con madera vieja. El almacén utilizado como arsenal de armas, otras bodegas y cámaras
de bastimento, varios aposentamientos y cinco cámaras situadas en la parte alta,
eran las zonas mejor conservadas, encontrándose en buen estado, bien soladas y
blanqueadas de yeso.
Los visitadores observaron en 1494, cómo se habían realizado algunas obras y
reparaciones desde la visita anterior, aunque otras muchas no se habían cumplido:
el arreglo de varias vigas quebradas en el aposento de las mujeres situado sobre la
puerta principal, el trasteje y aderezo de la casa del horno, el arreglo del tejado de
las cámaras situadas encima de la iglesia, así como los de la torre del Homenaje
y otras dependencias. Recomendaron «que se pueble de palomas el palomar de
la albacara», y observaron que faltaban bastantes armas en el arsenal desde el
recuento de 1478: dos corazas, dos capacetes, una ballesta de acero, seis poleas,
cinco lanzas, una barjuleta de pólvora y pelotas, un cántaro de pólvora y otro de
salitre, un molde de pelotas y gran cantidad de herramientas, indicando que era
obligación del comendador reponerlas, para que la fortaleza mantuviera su capacidad defensiva. En la capilla faltaban ornamentos: una vestimenta de damasco
pardillo, una cruz y una capa de damasco leonado, los cuales se debían restituir.
Además, encargaron nuevas obras, como limpiar el aljibe de la torre del Homenaje y ponerle un brocal y una puerta, arreglar los «pasos de ladrillo» de la
escalera que subía al aposento de la torre, retejar con caballetes la bóveda de su
tejado, «porque llueve todos los otros tejados de la casa», y construir una escalera
de palo desde dichas bóvedas para que se pudieran arreglar los cubetes que estaban
en las esquinas de la torre.
Otra deficiencia observada era que por el muro que iba desde la torre del Homenaje hasta el cubete del Albaysín, entraba agua en el cuarto de la sala, por lo que
se debía echar hormigón de cal, arena y guijo, para hacer corriente hacia fuera del
muro por sus caños, impidiendo la entrada del agua en el aposentamiento. También
había que reparar el arco de la primera puerta de la albacara que estaba quebrado, revocando todas sus piedras «por de dentro»; arreglar el arco de la puerta del
bastimento situado debajo de la iglesia, revocar los arcos de la bóveda de dicho
bastimento, y cerrar el agujero que salía al aljibe del agua. El alto coste de estas
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reparaciones, provocó que la mayoría de ellas fueran obviadas por el comendador,
sobre todo, las que afectaban a los muros, torres o edificios con poca utilidad en
esos momentos.
6. UN ENCLAVE FRENTE AL CONCEJO DE ALCARAZ: MONTIEL
La fortaleza de Montiel fue conquistada por Alfonso VIII en 1182, perdiéndola
ante el empuje almohade tras la derrota de Alarcos, en 1195. Hubo que esperar a la
victoria de las Navas de Tolosa, en 1212, para que las tropas cristianas conquistasen de nuevo la mayor parte del Campo de Montiel, ocupando en 1213 Eznavexore, Alhambra y Alcaraz, aunque los musulmanes consiguieron mantener el control
del castillo de Montiel, hasta el 1 de noviembre de 1226, cuando fue tomado tras
un largo asedio, en el que fue necesario construir otro castillo, el de San Polo, para
poder asaltar el existente, que fue cedido a la Orden de Santiago al año siguiente,
pasando a denominarse de la Estrella.
En este castillo tuvo lugar uno hecho relevante de la historia española, al morir
el rey Pedro I el Cruel, a manos de su hermanastro Enrique, el 23 de marzo de
1369, lo que supuso el cambio a una nueva dinastía en Castilla: los Trastámara.
La robustez de sus murallas y del cinturón defensivo que lo protegía, hizo que
durante las guerras civiles que tuvieron lugar en el siglo XV, no fuera ocupado por
fuerzas contrarias a la Orden de Santiago, aunque eso no supuso que se descuidara
su defensa.
El castillo tenía una barrera, a la que se accedía por unas puertas reforzadas,
detrás de las cuales había una “casa puerta pequeña”, y sobre ella un cubo, encima
del cual se situaba una cámara, en la que dormían los guardias del castillo («duermen velas»). La barrera era de cal y canto, y rodeaba toda la fortaleza, excepto la
torre del Homenaje, y a lo largo de ella se habían construido siete cubos (torres
defensivas) de cal y canto. En 1478, tanto la barrera como las torres estaban desprovistas de almenas y la cámara situada encima de la puerta «se cayo e le fiso el
dicho comendador algunos cubos». En ese año, se recomendó tanto al comendador
Gonzalo Chacón como a su alcaide que reparasen y renovaran la barrera.
A continuación de la barrera se ubicaba el castillo, propiamente dicho, al que
se accedía a través de una puerta chapada de hierro. Dentro había una casa cubierta
de bóveda con un atrio que daba a un patio, en el que a mano derecha se descubría
una cámara abovedada, situada sobre la sala de la “casa puerta”. A su lado, había
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un corralejo de piedra, con un «pozo manantial» muy bueno, dotado con una rueda de madera para sacar el agua y un carrillo grande, hechos por el comendador.
Más adelante, se encontraba un corral con un aljibe «de agua llovediza» para los
caballos, seguido de otro de gallinas con su cerradura, junto a éste había otro corral
que el comendador transformó en «un palomar bueno», derribando una casa de
servicio del patio, «por que no avia espacio para se mudar».
Junto a ello, se hallaba una bodega con doce tinajas llenas de vino y otra vacía,
dentro de la bodega había una casa de despensa que salía al palomar, y al lado un
patio pequeño con sus poyos. Más adelante, se encontraba otra sala grande abovedada con dos apartamientos, uno utilizado como bastimento de leña y el otro como
pajar, contando con puerta y cerradura sólo el segundo de ellos, mandando los
visitadores que también se le pusieran al primero. En la última década del siglo, se
construyó un jaraíz en el almacén de leña, al caer éste en desuso.
A continuación de esta sala, se accedía a un portal cubierto, hecho a colgadizo,
con un horno de cocer pan y un pequeño establo para cuatro bestias. Frente a él
había una sala abovedada grande, con la capilla del castillo dedicada a Santiago, que tenía «una ara frontero con todo su aderesço» (manteles, ampollas y una
campanilla), una imagen de Nuestra Señora, otra de Santiago y un San Cristóbal
pintado en una tabla. Dentro de la capilla se hallaba una cámara pequeña y al fondo una sacristanía, y al lado de ésta un troje con capacidad para 200 fanegas de
trigo. Delante de la capilla había otro portal «fecho a colgadizo cubierto de teja y
madera en que se asienta una fragua» con todos sus instrumentos, y al fondo una
casa despensa con su puerta «en que avia provisiones e ay otro apartamiento para
amasar».
Delante de la torre del Homenaje, estaba un muro con sus puertas, y dentro de
él un patio con un aljibe cubierto de teja y madera, su brocal y cerradura. En el patio se ubicaba otra cámara, en la que había un troje con cien fanegas de cebada, así
como una escalera de piedra por la que se accedía a lo alto del muro de la fortaleza.
Éste era de cal y canto, ancho, pretilado y almenado, contando con cinco torres y
cinco cubos. Todas las torres necesitaban reparaciones, la segunda, arreglada por
el maestre Lorenzo Suárez, «quedo quando murio baxa de tres tapias», pero el
actual comendador «la levanto e ygualo con el muro e la engarito e fiso su pretil e
almenas alderredor». Las torres tenían «sus camaras de bovedas en que duermen
velas», donde se colocaban los guardias.
El comendador había construido un puente levadizo desde el muro a la torre
del Homenaje y ocho garitas en la muralla, además de tejar las bóvedas situadas
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Fig. 6: Castillo de Montiel (antes de su restauración).
en el patio. La torre del Homenaje «es mucho buena toda de cal y canto e esta
sobre una peña e tiene grueso muro en la qual ay dos bovedas, una sobre otra».
En cada una de ellas había tres apartamientos, estando divididos en la planta baja
en seis trojes, tres de los cuales estaban llenos de trigo, en el cuarto había catorce
tinajas (una grande con leña), en el quinto quince tinajas, dos de aceite y el resto
de vinagre, mientras que el último se utilizaba para almacenar sal. En el piso superior había un molino de mano y un horno, además del arsenal donde se guardaban
las armas. Por una escalera de piedra se subía hasta lo alto de la torre, que estaba
dotada de pretil y almenas, salvo un gran pedazo que estaba caído hacia la villa.
Contaba con una garita y dos campanas. La caída del pedazo de la torre provocó
que corriera el peligro de caerse más, por lo que era preciso repararla, aunque ello
supusiera bastante coste (Fig. 6).
El arsenal estaba formado por 9 espingardas, 14 ballestas (10 de garrucha de
acero y palo, y 4 de acero de pie), 20 pares de corazas con sus capacetes, 6 arneses
cumplidos, 30 paveses con sus lanzas, 80 docenas de almacén grueso y menudo,
una haz de dardos, unos dos mil abrojos, algunas picas de arneses viejas, 6 truenos
y una cerbatana con 12 servidores con su pólvora y pelotas, 15 arrobas de pólvora
y un arca llena de madejas de bramante. Su guarnición estaría formada por unos 20
hombres de caballería y unos 50 peones, de los cuales una veintena estaban dotados con armas defensivas, apoyados por varias armas de fuego pesadas.
El estudio de las reparaciones de la fortaleza, fue encargado en 1478 por los
visitadores a dos alarifes, Martín de Murquía e Ibrahim Moro, los cuales determinaron las obras que era preciso abordar en los muros: acabar una pared que
estaba comenzada desde la puerta de Hierro hasta el torrejón, el cual era preciso
alzar; hacer cimientos nuevos a una torrecilla que estaba algo más delante, porque
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los suyos al ser de tierra, estaban en ruinas, causando que la torre estuviera «muy
gastada e rayda»; reparar, calzar y revocar un pedazo de adarve de la barrera «mal
parado e descarnado», situado delante de la torrecilla, desde una esquina hasta la
torre del Gallo, haciéndole sus almenas; reparar una torre gruesa de tapias de argamasa «y faser almenas e mas adelante estan tres torrejones pequeños que se ha
menester reparar e almenar». Encima de estos tres torrejones, había otro grande
redondo con una garita «malparada…es menester derribar lo que esta de tierra
e repararse el torrejon e almenar». Una torre de tierra muy gastada, situada en la
puerta gruesa «se ordeno haser de nuevo de cal e arena e piedra» así como el paño
del adarve hasta otra torre situada más adelante, a la cual debían hacerle su pretil y
almenas. Era preciso reparar los cimientos desde el palomar hasta la torre del Homenaje «e faser la pared de la barrera fasta un cubo que esta debaxo de la dicha
torre», además de «calçar e adobar» la citada torre desde los cimientos. Todas las
reparaciones de los muros sumaban quinientas tapias de piedra y arena, costando
cada una unos 800 maravedíes, incluyendo «los maestros e piedra e ripio e cal e
arena e agua e todos los otros aparejos y cosas», ascendiendo el montante hasta
los 400.000 maravedíes.
Para las obras de la torre del Homenaje, se precisaba de «faser una grua con
su maroma fuerte», para lo que se necesitaba un mástil de madera, dos vigas de
tres tapias de largo, dos de 20 pies y una de 10, más cinco ripias, dos cabrios de
pino, clavazón y gran cantidad de remos cabriales. También se necesitaban 100
tapias de piedra, de doce palmos de largo por seis de alto, 500 cahíces de cal de a
seis fanegas, así como ripio, agua, arena, madera, hierro y clavazón, ascendiendo
el coste hasta los 120.000 maravedíes, a 1.200 la tapia, con lo que el gasto total se
disparaba, provocando que no se hicieran las obras.
A finales del siglo XV, no sólo no se había reparado el castillo, sino que aumentaron considerablemente los desperfectos, torres y muros caídos. En 1494, los
alarifes Juan de Terrinches, vecino de Albaladejo, y Cristóbal Cantero, de Almedina, tasaron las siguientes obras: un gran pedazo de la torre del Homenaje caído
hacía unos 35 años, había sido valorado con anterioridad en 400.000 maravedíes.
A ello había que sumar: dos pedazos caídos de la torre de la iglesia con pretil y
almenas (36.000 maravedíes), lo mismo que un pedazo de muro entre esta torre y
la de Hierro (2.000), una parte de muro de la citada torre derribado (90.000), una
garita caída sobre la albacara (1.000), otra garita caída en la torre Mocha (40.000),
el cubo de la puerta falsa que estaba desmochado de pretil y almenas (31.000),
una torre llamada de Santiago desmochada (60.000), reparar un lienzo muy grande de la barrera desde la peña junto a la torre del Homenaje hasta la puerta falsa
(139.000) y dos pedazos de muro de albacara desde la puerta falsa hasta la torre
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del Gallo y desde esta hasta un torrejón de la albacara (108.000), una buena parte de la torre del Miradero caída (11.000), una pedazo de muro de veinte tapias,
desde la torre de la iglesia hasta la puerta de la barrera caído (82.500), la torre
del Miradero desmochada y un pedazo de muro entre ésta y la del Homenaje en
mal estado (50.000). A ello había que añadir «todas las hendiduras e cimientos e
descarnaduras que se han menester de reparar en la dicha fortaleza», que ascendían a 122.000 maravedíes, declarando los testigos que todo, excepto la torre del
Homenaje, se había perdido en tiempos del maestre Alonso de Cárdenas. La suma
total ascendía hasta la exorbitante cantidad de 1.172.500 maravedíes, lo que hacía
inasumible su reparación.
Lo que se plantearon realizar fueron pequeños arreglos de los edificios situados en el interior del castillo: el bastimento y la alhóndiga, que estaban en la iglesia
de Santiago, el portal y la torre de la iglesia, la puerta levadiza de la torre del Homenaje, la primera puerta de la barrera y los tejados situados a mano derecha de la
cocina, además de reponer las canales de los tejados que daban al aljibe.
7. EL CINTURÓN DEFENSIVO DE MONTIEL: LAS FORTALEZAS DE
TERRINCHES, ALBALADEJO Y PUEBLA DEL PRÍNCIPE
El castillo de Montiel contaba con un cinturón defensivo exterior, formado por
varias fortalezas y torres, que aseguraban su defensa por el sur y el este. Dentro de
este perímetro destacaban Terrinches, Albaladejo y Puebla del Príncipe, que a mediados del siglo XV se encontraban totalmente operativas, e incluso alguna como
Terrinches, tenía una notable guarnición (Gallego et alii, 2005: 493-496).
La fortaleza de Terrinches contaba con una barrera exterior de piedra con su
puerta, por la que se accedía al baluarte, «questa fecho la mytad de cal y canto e la
mytad de tapias con su pretil e almenas». Este baluarte tenía sus buenas puertas,
que una vez traspasadas daban acceso al recinto, cuya custodia estaba en 1480, en
manos del alcaide Pedro de Villalpando.
La puerta de acceso se situaba entre dos cubos de cal y canto que tenían sus
pretiles y almenas incorporados a la barrera de cal y canto, que rodeaba la torre
principal de la fortaleza, mientras que en las dos esquinas restantes había otros
cubetes. Frente a «la puerta frontera esta una casa de amasar» y más adelante
un espacio de siete tapias de altura, cubierto de paja a colgadizo, que era utilizado
como pajar. En el otro extremo de la torre, tras cruzar un patio pequeño había un
establo para tres o cuatro bestias, cubierto de madera y teja.
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A mano derecha de la entrada se encontraba un portalejo, en cuyo lado derecho
había una cámara «en que tyene casas de bastimento para la fortaleza e encima
della una camara para dormir moços». Como podemos ver, en esta zona se guardaban los víveres y sobre ella se encontraba el dormitorio de sus moradores, desde
donde vigilar fácilmente un espacio básico para su manutención.
Entre la torre y la barrera había «un pozo manantyal» con una profundidad de
diez brazas, que contaba con agua muy buena, asegurando el abastecimiento en el
interior de la estructura defensiva. Desde las espaldas del pozo se entraba a unas
caballerizas, con capacidad para diez o doce bestias.
Continuando por el lado derecho de la barrera, se llegaba a una escalera de
piedra, en medio de la cual había una puerta, por la que se accedía a una cocina con
su chimenea. Más arriba, desde una escalera nueva «que fizo el dicho alcayde entre
los dos cubos de la barrera, que estan en medio de la puerta principal», se llegaba
a un dormitorio. Esta sala tenía dos ventanas que daban encima de la puerta de la
barrera, y otras dos sobre la puerta del baluarte. Saliendo de este aposentamiento
por un andamio de la barrera se entraba en una cocina, situada encima de las caballerizas, dotada de chimenea y poyos de yeso, en cuyo interior había otra cámara.
Al salir de la cocina se llegaba a un puente levadizo de madera, que daba acceso a la torre del Homenaje. Una vez en su interior, en el lado derecho, se situaba
una bodega de piedra y adobe con doce tinajas, mientras que en el izquierdo había
un almacén de cal y canto, utilizado como bastimento de trigo, el cual estaba formado por dos bóvedas de cañón y al fondo había otra habitación con un horno de
pan, y a su izquierda un alholí. Por otra puerta, se accedía a una escalera que subía
al siguiente piso, con dos habitaciones similares a las de la planta baja. En la primera de ellas se almacenaban las armas: 20 pares de corazas, 10 espingardas, 9 ballestas de acero y 5 de palo, 2 docenas de lanzas y una de paveses. Este arsenal nos
muestra cómo la torre tenía una guarnición considerable, formada por unos quince
hombres de caballería y medio centenar de peones, la mitad armados con lanzas, y
el resto con ballestas y armas de fuego, lo que le daba un equilibro entre capacidad
defensiva y ofensiva, apoyados por algunas armas de fuego pesadas: dos truenos,
un pasavolante con dos servidores y dos cerbatanas con sus cuatro servidores.
El resto del piso central estaba formado por una bóveda que cubría dos cámaras, construidas por el alcaide, desde las que se accedía a una escalera que subía a
la planta alta de la torre, en cuyo exterior había un molino de mano, estando toda
ella pretilada y almenada, contando con dos garitas y un cobertizo en medio. El recinto defensivo se encontraba en buen estado, pues los visitadores sólo mandaron
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Fig. 7: Torre de la fortaleza de Terrinches.
en 1480, que se desarmara la cubierta y se hiciera de nuevo, cubriendo las bóvedas
tal y como estaban antes (Fig. 7).
Catorce años más tarde la situación había cambiado, estando arruinadas y destechadas las dos casas situadas a la izquierda de la entrada principal, cerca del
adarve, mientras que una chimenea estaba caída. El cobertizo de la parte alta de
la torre tenía quebrados los tabiques y algunos maderos de la techumbre, mientras
que los tejados de la fortaleza «ansy bajos como altos…estan muy mal reparados»,
ordenando los visitadores que se reparasen los edificios en mal estado, así como
los tejados, poniéndoles sus caballetes de cal y cambiando las maderas quebradas
y podridas. También se debía poner una puerta al pozo del agua. El armamento
había disminuido de forma considerable, limitándose a 15 pares de corazas, 12
capacetes, 13 ballestas (7 de madera y 6 de acero), 2 espingardas, 5 lanzas, 2 truenos, 1 cerbatana y 1 espingardón, así como herramientas y accesorios. Pese a los
mandatos dados, no se arreglaron los desperfectos, pues a comienzos del siglo XVI
volvieron a insistir en el mal estado en que se encontraba la fortaleza.
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Fig. 8: Torre de Albaladejo.
La torre de Albaladejo era más modesta, ejerciendo a la vez de defensa y casa
de la Orden, encontrándose en 1480 en un estado ruinoso. Al entrar en ella había
una sala abovedada grande, que estaba atajada en su lado izquierdo. Dentro de este
cortado se encontraba otro más pequeño, con una cámara alta, almacenándose en
ella los cereales. A mano izquierda había una casa caída, y delante de ella una escalera, mitad de madera y mitad de piedra, por la que se subía a la parte alta. Tenía
tres torres a un lado, dos de ellas macizas y una hueca, encontrándose «todo mal
reparado e maltratado que ni es fortalesa ni casa llana». En las esquinas había dos
garitas derribadas (Fig. 8).
A comienzos del siglo XVI, se indica que era una torre grande con una bóveda y ciertos apartamientos, que necesitaba algunas reparaciones: cubrir el tejado,
arreglar las esquinas de cantería en la parte que daba a la iglesia, reponer veinte
almenas que faltaban, así como repasar varios agujeros de la muralla, tasándose las
obras en unos 10.000 maravedíes. No contaba con ningún tipo de armas por lo que
habría perdido su funcionalidad defensiva.
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La torre de Puebla de Montiel (del Príncipe) formaba parte de la encomienda
del Segura, a cuyo frente se encontraba el Conde de Paredes, siendo alcaide de ella
Álvaro de Moya, el cual era sustituido en algunos momentos por su hijo Jorge.
Estaba construida con sus muros de cal y canto, contando delante con una barrera,
mitad de piedra y mitad de tapias, rodeándola por tres de sus lados, con una altura
de tres tapias. La entrada de la barrera tenía unas buenas puertas con cerradura,
aldaba y cerrojo.
Detrás de la torre había una escalera de madera, que subía al primer piso,
donde se encontraba una sala abovedada con los aposentos del alcaide, y unos
trojes, construidos de yeso, para guardar el trigo. De estas habitaciones salía una
escalera de piedra, por la que se accedía al siguiente piso, que estaba dividido en
tres grandes silos de yeso para almacenar alimentos, con su puerta de madera. En
1478, había en estas dependencias 70 fanegas de trigo, 50 de cebada y una de sal,
una tinaja para guardar aceite y cuatro tocinos.
Por una nueva escalera de
piedra, se llegaba al último piso,
en el cual había un molino de
mano y un horno, así como el
arsenal de la torre, el cual estaba formado por 4 ballestas (2 de
palo con sus garruchas y 2 de
acero con sus poleas), 3 lanzas, 2
adargas y 2 pares de corazas. La
guarnición se limitaría a cinco o
seis hombres de caballería, auxiliados por siete peones, armados
de ballestas o lanzas.
Al encasamiento se entraba
por una puerta de arco, contando con una caballeriza a mano
derecha cubierta de retama, con
capacidad para cinco o seis bestias, y a la izquierda con una casa
de servicio, sin puertas y el tejado
también de retama. En medio de
ellas había un patio, y a continuación una cocina, en cuyo interior
Fig. 9: Torre de Puebla del Príncipe.
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El sistema defensivo del Campo de Montiel, en la segunda mitad del siglo XV
contaba con una cocina francesa y una cámara donde dormía el personal, para
finalizar en un corral grande, cercado de piedra con su puerta (Fig. 9).
En la última década del siglo XV, la situación de las dependencias de la torre
era pésima, estando las casas, cocina y establo «muy caydas e perdidas». Aunque
se le había mandado al comendador Pedro Portocarrero realizar algunas reparaciones, no las había hecho. Por ello ordenaron las obras más precisas para evitar su
deterioro: tejar la torre; enrasar las almenas y un «agujero que esta en medio de la
torre en la tercera buelta de escalera»; adobar todos los escalones de la escalera
de la torre; que las paredes de la cocina y el establo se alcen «para que emparejen
como de antes estava», se cubran y se tejen, y que en la casa que está junto a ellas,
«se derroquen a mano las paredes hasta lo firme e se torne a alçar e se les eche su
buena madera e se tejen con sus cavalletes e aleros».
8. LA DEFENSA FRENTE AL ADELANTAMIENTO DE CAZORLA Y LOS
CONCEJOS DE BAEZA Y ÚBEDA: CHICLANA Y BEAS DE SEGURA
En el extremo sur del Campo de Montiel, en tierras que en la actualidad son
de la provincia de Jaén, se encontraban dos castillos, el de Chiclana de Segura,
cuya encomienda estaba unida a la fortaleza de Montizón, y el de Beas de Segura,
que servían como frontera frente al Adelantamiento de Cazorla, perteneciente al
Arzobispado de Toledo, en poder de Alfonso Carrillo, y próximos a los Concejos
de Baeza y Úbeda, los cuales se alinearon en las guerras civiles con Juan Pacheco,
ambos enemigos declarados de los Manrique, que apoyaban a los Reyes Católicos.
Desde su posición defendían el Campo de Montiel de incursiones enemigas
por el sur, al tiempo que servían de base, junto a Montizón, para atacar la llanura
jienense, como hizo Jorge Manrique, en una de las acciones bélicas más sorprendentes del conflicto, cuando penetró con sus tropas en la ciudad de Baeza en apoyo
de sus aliados, los Benavides. La osada acción acabó en derrota, al impedir la
estrechez de las calles maniobrar a sus tropas, provocando su captura, aunque fue
liberado al poco tiempo. Este hecho militar le enfrentó con la reina Isabel, pero la
reconciliación llegó pronto, y fue nombrado capitán de la Santa Hermandad de Toledo y señor de Belmontejo. En 1478, la encomienda de Chiclana de Segura estaba
en manos de Jorge Manrique, siendo alcaide Alfonso de Torres.
Para acceder a la puerta principal del castillo había que pasar «una puente de
madera e un caracol que se fase agora para una puerta falsa», un cubo de bóveda
almenado muy bien labrado y un aljibe de agua «para el gasto de lavor», que hizo
su comendador. La fortaleza estaba rodeada por una barrera de cal y canto, con
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una puerta de madera dotada de una tranca por dentro, a la que seguía una segunda
puerta similar a la anterior. Esta barrera o adarve cubría sólo algunas partes, pues
«por lo mas dello tyene por adarve la peña mas alta».
A la puerta principal le seguía una «casa puerta» desde la que se accedía a
una despensa, en la que se había construido un poyo de yeso largo y ancho, junto
a una cama para «dormir gente», estando dotada de sus puertas con cerraduras.
Encima de la «casa puerta» había otra dependencia, que servía de dormitorio, y
a continuación un patio pequeño, a la izquierda del cual había una puerta grande,
y «junto con esta puerta entrando a la mano derecha esta una casa», en la que
se almacenaban las armas: 6 pares de corazas, 6 capacetes, 6 capacetes de gualteras, 6 lanzas de mano, 8 ballestas fuertes, 2 espingardas, 2 garruchas, 2 truenos
y pólvora. A esta dependencia se le incorporó una cámara con una chimenea y un
aparador de yeso, así como un almacén para herrería, con herramientas y pertrechos militares. En esta recámara, el comendador había comenzado a construir una
cueva, toda enlucida de yeso. La guarnición del castillo estaría formada por unos
10 soldados de caballería, apoyados por 20 peones, armados algo más de la mitad
con armas defensivas.
Desde el arsenal se accedía a otro patio pequeño, con paredes blanqueadas de
yeso, en el cual había un aljibe con «harta agua», su puerta y cerradura, junto al
que se habían construido dos cisternas. En este patio se encontraban dos saledizos
cubiertos de teja. A mano derecha del patio «que esta fecho debaxo de una peña»,
había una casa blanqueada de yeso, que contaba con una cámara en la que se almacenaban hasta treinta fanegas de trigo, guardadas por una puerta con candado.
En el lado izquierdo del patio, se hallaba una sala grande, con las paredes y el
suelo de yeso, contando al fondo con su chimenea y un poyo para sentarse. A la derecha de esta sala, el comendador había construido una cámara con una ventana de
asientos, que daba a las viñas de la villa, contando la habitación con «muchas baratijas de casa». A su izquierda se encontraba otra cámara muy buena, que incluía
una recámara con su ventana, que daba a la villa, y una cama para dormir gente. En
ella, había una escalera de yeso que conectaba con un pasadizo cubierto de teja y
madera con suelo de yeso, que daba a un callejón, en el cual «a la mano esquerda
esta una camara con sus puertas», con un portal de piedra grueso y una tinaja de
aceite. Al final del callejón se accedía a un corral, situado sobre las viñas, a cuya
derecha estaba otra cámara «para tener pan», y a la derecha una nueva escalera
daba acceso a otra cámara con una chimenea de yeso y su desván.
Saliendo de este lugar había una escalera y a mano derecha una torre almenada,
con suelo de madera, cubierta de madera y teja. En el patio de la fortaleza se había
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construido una cueva, en la que se almacenaban tres tinajas llenas de vino y dos de
harina. Delante estaba una sala «para la gente» con su chimenea de madera y una
cueva muy buena con sus puertas, en la que se guardaban veinte fanegas de cebada
en un troje y varias herramientas –dos maromas, dos garruchas, dos cedazos, tres
picos, tres azadones–.
Delante de ello, se encontraba otra cocina con su chimenea, sus poyos, una
tinaja para agua y un comedero para aves, hecha por Jorge Manrique, desde la
que se entraba a un patio “postrimero” de la casa, a la izquierda del cual había una
dependencia «para poner aparejos de las acemilas», y a la derecha otra cueva con
sus puertas, en la que se almacenaban veinticuatro tinajas llenas de vino y cinco
vacías, además de ajos y cebollas para el uso de la casa. En el patio, había un establo pequeño, un horno encajado en la peña y un pajar, en el que se acumulaba la
leña, y junto al horno un colgadizo de teja y madera «para dormir».
La parte del muro que daba a la villa, así como el situado sobre la puerta y a
mano derecha de la torre, estaba construido de cal y canto con su pretil y almenas,
mientras que la cerca que «esta fasya el campo e un poco fasya la villa esta de
faser de nuevo sobre la peña fasta un estado de ome de cal y canto».
En 1494, debajo de la cámara que tenía una ventana al campo se había construido «una mazmorra de prisyon», y en el patio que estaba debajo de «una peña
cañada», una habitación para gente «fecha en la mysma peña». Más adelante se
situaba una cocina desde la que se entraba a una despensa construida también en
la piedra, y junto a ella una casilla pequeña para un caballo y a continuación unas
caballerizas con tres cortados, dos de ellos hechos en la roca. Sin embargo otras
zonas estaban deterioradas, como el pretil y las almenas de la torre, que se habían
caído «en tiempo del maestre Alonso de Cardenas», calculando el maestro Sebastián Carpintero en 7.000 maravedíes el coste de su reparación. Partes de la torre
estaban «peligrosas de derribo», por lo que se recomendó derribarlas a mano hasta
la mitad y volverlas a levantar, pero al ser necesarios 52.000 maravedíes, se decidió hacer una petición a los reyes para que valoraran su realización, que no se llevó
a cabo. Otras reformas demandadas por los visitadores fueron: rehacer la chimenea
de la cocina que estaba quebrada, construir unas puertas fuertes con sus quicialeras
de hierro para la segunda entrada de la fortaleza y arreglar una escalera que tenía
quebrados algunos pedazos de antepecho.
La fortaleza de Beas de Segura tenía una primera barrera que la rodeaba,
«abraçada por los adarves», con su puerta. Tras traspasarla se llegaba a la entrada
principal, con dos puertas de madera buenas, chapadas de hierro con sus cerrojos y
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una cerradura con su candado. Una vez que se penetraba en ella, estaba una «casa
puerta» con su techumbre de madera y a continuación otra portada sin puerta, por
la que se accedía a un patio pequeño.
En un lado del muro había una torre de tapias llamada de la Abejuela, con
cuatro sobrados –pisos– de madera. Estaba «cobijada de teja e madera, esta torre
esta envestida fasta quatro tapias cubierta de teja e madera que esta por torre
de omenaje». Además, «en otro canto (lado) de la dicha fortalesa esta una torre
de cal y canto hasya fuera e de partes de dentro», construida de tapias y con tres
sobrados de madera, estando dos partes de ella sobre el piso principal. El muro estaba bien reparado y en dos lados poseía su pretil, almenas y andamio, lo cual «fiso
faser el señor Ynfante», mientras que la parte del muro que daba al arrabal carecía
de andamios, contando sólo con dos garitas, construyendo el comendador su pretil
y almenas, desde la torre de la Abejuela hasta las garitas. Junto a la torre del medio
había un pretil almenado, con seis almenas de cal y canto y el resto de cal y ladrillo.
En lo alto de la fortaleza había ciertas cámaras, una cocina con su chimenea y
un corredor sin antepecho. Al fondo se hallaba otra cámara con su retrete, donde
dormía el comendador, que había construido todo ello. La torre de la Abejuela tenía en su planta baja una cámara con dos molinos de mano, así como dos truenos
buenos con sus piedras y pólvora. Había una cámara en lo alto del bastimento,
con garbanzos, miel y «otras posesiones». En la casa baja de la fortaleza se había
instalado un alholí, con tres tinajas llenas de trigo, y contaba con otras dos cámaras
«en la una que duermen omes e en la otra cyertas posesiones», las cuales «fiso el
comendador antes de la visitación pasada».
El castillo tenía tres establos, uno grande para caballos y dos para mulas, y
encima de ellos había un almacén con 50 fanegas de cebada y 20 de trigo, una
cocina con su chimenea, una habitación con dos entresuelos, y a mano izquierda
otra cámara pequeña con su recámara, en la que había un horno y un banco grande
de madera. Desde una puerta se accedía a la torre Mocha por debajo de un atrio
grande, y junto a la puerta se hallaba otra cámara con dos trojes, en los que se
guardaban otras 300 fanegas de cebada.
En la fortaleza había una casa grande «que solia ser bodega» y pegado a ella
un subterráneo con 20 tinajas pequeñas de aceitunas, una de vinagre, y varias de
vino, mientras que en la casa llamada del aceite se encontraban otras doce tinajas.
En medio del patio, se situaba un pozo de agua con cinco cubos y un brocal de cal
y canto.
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El sistema defensivo del Campo de Montiel, en la segunda mitad del siglo XV
En la torre Mocha, había dos arrimadizos de cal y canto, por donde se subía a
un corredor situado sobre la puerta del establo, mientras que en la parte de fuera
«hasya el arrabal que sera las dos partes de la fortalesa esta una cava rasonable e
un pedaço de ella esta ocupado de piedra». Al pie de la torre de la Abejuela, fuera
de la fortaleza, se encontraba una cueva con 29 tinajas llenas de vino, y frente a
ella una bodega y un jaraíz con su pila, tres cubas y tres tinajas. La puerta de la
bodega estaba situada en el hastial del lagar. El número de tinajas de la fortaleza
ascendía a 64.
Cuando el comendador se hizo cargo del castillo sólo recibió dos capellinas
viejas quebradas, un yelmo viejo, tres cascos, dos bacinetes, dos quijotes viejos,
dos ballestas de medio torno viejas, un torno de armar ballestas, un cuerpo de
trueno, 57 tinajas de distinto tamaño para guardar vino, siete para aceite, y otras
herramientas viejas en desuso, por lo que tuvo que llevar sus propias armas, que en
1478 consistían en 2 pares de corazas forradas de seda, 2 capacetes, 2 armaduras
de cabeza, 7 ballestas (2 de palo de garrucha y 5 con sus poleas), 4 pares de corazas
con sus armaduras de cabeza, 10 lanzas de mano y otros pertrechos militares. Con
este armamento apenas tendría una guarnición de unos 10 hombres a caballo y 20
peones, armados la mitad con lanzas y el resto con ballestas.
A finales del siglo XV, la fortaleza de Beas era una excepción dentro del Campo de Montiel, pues su comendador Enrique Enríquez, mayordomo mayor del rey,
se preocupó de mantener la fortaleza operativa, realizando obras de mejora. En
1498, al lado de la puerta principal «esta fecho de nuevo una parte del muro que
comienza desde el suelo hasta arriba el qual ha fecho el señor don Enrique Enriques», aunque todavía quedaba por construir un pedazo de muro, todo el pretil y
las almenas. En el interior de la fortaleza, una caballeriza situada a la derecha del
pozo de agua, estaba «nuevamente fecha grande las paredes de cal y canto e de su
buena tapieria», así como una bodega grande sobre pilares de cantería «lo qual ha
mandado hazer el señor don Enrique». Otras obras realizadas por el comendador
fueron: una cocina sobre la caballeriza con un corredor delante de ella y sus postes
de piedra y ladrillo, un cuarto de aposentamiento con su corredor de barandas, una
sala grande con su balcón situado sobre el río, y su chimenea. El lienzo del muro
que daba al río lo subió dos tapias de alto, a su costa, indicando los visitadores que
«en la fortalesa andavan maestros albañiles y carpinteros labrando en los encasamientos della».
Pese a ello, no toda la muralla se encontraba en buenas condiciones, pues la torre de la Abejuela, estaba caída hasta la mitad, y en lo alto del muro situado junto a
ella, había algunas almenas derruidas «e desarmado mucha parte de dicho muro»,
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Carlos Fernández-Pacheco Sánchez-Gil y Concepción Moya García
mientras que la torre del Velero «que dizen del comendador en la qual esta un
pedaço alto descarnado e hendido e muchas piedras caydas e vieron asimismo un
baluarte que solya estar delante la primera puerta de la barrera el qual esta caydo
al presente». En las indagaciones realizadas por los visitadores descubrieron que
estos reparos estaban tasados, y «heran algunos de ellos a cargo del maestre don
Alonso de Cardenas e sus herederos», con los cuales pleiteaba Enrique Enríquez
para que los realizaran. Por ello, indicaron que no era necesario mandar reparaciones al comendador «porque de continuo labra», salvo hacer unas puertas chapadas
de hierro en la entrada principal, las cuales estaban quebradas.
En cuanto al armamento, al tomar posesión de la fortaleza ésta contaba con:
siete ballestas de palo sin cuerdas, diez armaduras de cabeza, tres pares de quijotes
desguarnecidos, una gleba y algunas corazas viejas.
9. LAS FORTIFICACIONES ABANDONADAS O DESTRUIDAS
Una parte del primitivo sistema defensivo del Campo de Montiel había sido
abandonado, al haber perdido los castillos su función de protección del territorio,
cambiado las condiciones de poblamiento, las fronteras o ser sustituidos por otros
mejor ubicados.
La fortaleza musulmana de Eznavexore, conquistada en 1213 por las huestes
cristianas, que controlaba el valle del alto Guadalén y el acceso desde Andalucía
al Campo de Montiel, dejó de ser un elemento clave de la defensa del Campo, al
ser desplazada por el castillo de Montizón, situado más al sur y en un magnífico
emplazamiento. Este hecho provocó su progresivo deterioro y abandono, siendo
considerada a mediados del siglo XV como un despoblado, por estar derribada
(Corchado, 1971: 78-79).
En la misma situación se encontraba el castillo de Rochafrida o San Felices,
cuya primera referencia documental la encontramos en la donación realizada por
Enrique I a Suero Téllez de la villa de Ossa, el 26 de abril de 1216 (De los Santos,
1975: 27). A mediados del siglo XIII, se llevó a cabo el proceso delimitador de su
término, en un documento del 4 de abril de 1254, compromiso entre la Orden de
Santiago y Gutierre Suárez, hijo del primer propietario, y en él se indica que los
mojones debían estar situados a una legua del castillo («e deven dar una legua de
castiello de Sant Felices a todas partes…e poner mojones en cabo de la legua»).
Cuatro años más tarde, la Orden de Santiago se hizo con él, tras un acuerdo de
permuta con su dueño, al que entregó a cambio la localidad de Dos Barrios. Una
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El sistema defensivo del Campo de Montiel, en la segunda mitad del siglo XV
Fig. 10: Iglesia de Santa Catalina de Fuenllana, construida sobre los restos del castillo.
vez que la Orden controló la totalidad de las lagunas, la importancia del castillo
decayó al alejarse el peligro musulmán, en beneficio de los dos poblamientos de
la zona, Ossa de Montiel y el heredamiento de Ruidera, donde se establecieron los
vecinos para realizar las labores productivas, careciendo de sentido un castillo, en
medio de un territorio sin fronteras o enemigos. Por este motivo, las visitas de la
segunda mitad del siglo XV no hacen ninguna referencia a él, estando abandonado
y posiblemente en ruinas (Madrid, 1988a: 355-357).
El castillo de San Polo, situado en Montiel a un kilómetro y medio al sudeste
del de La Estrella, también vivió un proceso similar de abandono. Construido para
facilitar el asedio al segundo, tras su conquista perdió todo sentido mantener dos
fortalezas tan próximas, por el alto coste que suponía y el riesgo de ocupación,
motivo por el cual fue abandonado poco después (Corchado, 1971: 150).
Los conflictos civiles que tuvieron lugar en el siglo XV provocaron la destrucción de varios castillos y torres del Campo de Montiel. En unos casos fueron
demolidas por sus conquistadores, como sucedió durante la incursión que realizó
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Carlos Fernández-Pacheco Sánchez-Gil y Concepción Moya García
Álvaro de Luna en el Campo de Montiel, en 1446, atacando posiciones y tierras
de Rodrigo Manrique. Antes de retirarse, destruyó los castillos de Fuenllana y
Alcubillas, para evitar que fueran ocupados de nuevo por sus enemigos (Porras,
1997: 34). En Fuenllana, se aprovecharon sus restos para edificar la iglesia de la
localidad.
Igual suerte correría la torre defensiva de Villanueva de la Fuente, aunque posiblemente en un momento posterior, durante las luchas habidas entre 1465 y 1468,
siendo derribada al igual que la torre de Povedilla, en los enfrentamientos de las
huestes del Concejo de Alcaraz y los Manrique, contra los partidarios del marqués
de Villena (Torres y Benítez, 2012: 206-207).
En otras ocasiones, fueron los mismos dueños los que derribaron una torre
defensiva, para evitar que fuera ocupada por sus enemigos. Es el caso de la torre
del heredamiento de Ruidera que protegía la casa principal asentada en la ribera
del Guadiana, que era un cortijo con paredes de cal y canto, tres de ellas con una
altura de cuatro tapias, mientras que la cuarta era sólo de dos. En 1468 había junto
a su entrada, una torre defensiva de tres pisos con dos bóvedas, y una mazmorra
en su interior, a cuyo frente estaba un alcaide, para proteger el edificio de posibles
ataques. Al no contar Gabriel Manrique, conde de Osorno, con fuerzas suficientes
para su defensa, «la fiso derribar en tiempo de las guerras por que no se metiese en
ella algunas gentes», evitando que algún enemigo estuviera tentado de ocuparla y
establecer una guarnición, privándole de la posesión y las rentas del heredamiento.
El derribo se realizó con tan mala fortuna, que afectó al cortijo, provocándole un
grave estado de deterioro estando «la casa hendida por tres o quatro logares».
10. CONCLUSIONES
Como hemos podido ver a través de este trabajo, el Campo de Montiel en el
siglo XV contaba con un amplio cordón defensivo que protegía prácticamente toda
la zona. Este cinturón se había ido estructurando a lo largo de la Edad Media siendo muchos de los castillos que lo formaban de procedencia musulmana (Alhambra,
el Tocón y Montiel). La nueva situación tras la victoria de las Navas de Tolosa en
1212, hizo que estos espacios corrieran distinta suerte, surgiendo algunos nuevos
(Montizón, el cortijo defensivo de La Solana); que otros desaparecieran (Eznavexore, Fuenllana, Alcubillas, o Ruidera) y que otros, la mayoría, se mantuvieran
y restauraran en un primer momento para defenderse de los ataques musulmanes y
después por las luchas nobiliarias y entre Órdenes Militares. La Orden de Santiago
fue la que se encargó de velar por el mantenimiento de estos enclaves. De los casRev. estud. Campo Montiel, 2015
RECM nº 4, pp. 183-225
222
El sistema defensivo del Campo de Montiel, en la segunda mitad del siglo XV
tillos descritos el que al parecer tenía una mayor capacidad defensiva, en cuanto a
su estructura, sería el de Montizón, pues contaba con tres perímetros defensivos.
Este castillo, junto al de Chiclana y el de Beas de Segura, eran de los más cuidados
en su interior, en lo que a sus aposentos y espacios se refiere, ello se debería a que
durante el tiempo que fue comendador Jorge Manrique se ocupó de no descuidar
ningún aspecto del castillo, incluso aportando sus propias armas y dejándolas en
él, hecho que no se da en el del Tocón, pues aunque su comendador Pedro Salido
aportó armas para su defensa, se llevó la mayoría cuando se marchó.
Esta es parte de nuestra historia y hemos visto cómo el Campo de Montiel tuvo
gran importancia, en el periodo estudiado. Por él caminaron y vivieron destacados
miembros de la nobleza castellana: Álvaro de Luna, valido del rey, Rodrigo Manrique y su hijo Jorge, ilustre poeta y gran militar, Gonzalo Chacón, nombrado caballero por Álvaro de Luna a los 17 años, y al que le encargó la defensa de Montizón
tras su conquista, siendo posteriormente mayordomo mayor de la reina Isabel, y
comendador de Montiel de 1468 hasta 1503; mientras que Enrique Enríquez, mayordomo mayor del rey Fernando, lo sería de Beas de Segura.
Por todo ello no nos debe extrañar que Miguel de Cervantes hiciera cabalgar
por esta histórica e importante comarca a su personaje más universal: Don Quijote.
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223
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4
REVISTA DE ESTUDIOS
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Ficha Catalográfica
Revista de Estudios del Campo de Montiel /
Centro de Estudios del Campo de Montiel.- Vol. 4 (2015).–
Almedina: Centro de Estudios del Campo de Montiel, 2015.
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(Estudios Superiores de El Escorial)
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(Universidad de Castilla-La Mancha)
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Dra. Ángela Madrid Medina
(CECEL-CSIC)
Dr. Francisco Parra Luna
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Dr. José Ignacio Ruiz Rodríguez
(Universidad de Alcalá de Henares)
Índice
Págs.
Obituario: Carlos Villar Esparza (1949-2014)
(José María Lozano Cabezuelo y Pedro R. Moya-Maleno)....................................
1
Alejandro-Faustino IDÁÑEZ DE AGUILAR:
Fiesta del Mayo-Cruz en Villanueva del Infante. Aproximación a su estudio...........
35
Esther NAVARRO JUSTICIA:
Reestudio de La Danza del Paloteo a la Virgen de la Cruz en Lezuza......................
71
Alfonso MONSALVE ROMERA y José Manuel DURÁN MORENO:
La Edad del Bronce en el norte del Campo de Montiel (Alhambra, Ciudad Real):
El caso del Cerro Bilanero. Primera valoración a partir de los sistemas de
información geográfica.............................................................................................. 109
Ana Isabel DÍAZ-CACHO MORENO:
La Atlántida del Guadiana: Laminium. Controversias historiográficas y
evidencias arqueológicas..........................................................................................
141
Carlos FERNÁNDEZ-PACHECO SÁNCHEZ-GIL y Concepción MOYA
GARCÍA:
El sistema defensivo del Campo de Montiel, en la segunda mitad del siglo XV....... 183
F. Javier CAMPOS Y FERNÁNDEZ DE SEVILLA:
Pasajeros infanteños a Indias en el siglo XVI........................................................... 227
Juan Carlos GÓMEZ MACÍAS:
Las Dehesas y Terrenos Comunales del Campo de Montiel...................................... 253
José-Carlos VALBUENA CANO:
Estudio histórico-genealógico de la población de Carrizosa. Parte I (1621-1752)
279
CRÓNICAS Y RECENSIONES
El río Azuer desde el origen de su nombre,
de I. Villalta Villalta (Benito Sánchez Moya)........................................................... 321
Págs.
I Taller de Desarrollo de Territorios (TDT): Hacia el desarrollo real de los
entornos rurales. Edición 2015
(Manuel Baena García).......................................................................................... 325
ANUARIO DE PUBLICACIONES DEL CAMPO DE MONTIEL (2013-2014)
Esteban Jiménez González y Pedro R. Moya-Maleno........................................ 335
Summary
Page
Obituary: Carlos Villar Esparza (1949-2014)
(José María Lozano Cabezuelo y Pedro R. Moya-Maleno)....................................
1
Alejandro-Faustino IDÁÑEZ DE AGUILAR:
Mayo-Cruz Festival in Villanueva del Infante. Approach to its study.......................
35
Esther NAVARRO JUSTICIA:
Restudy of the Paloteo a la Virgen de la Cruz dance in Lezuza................................
71
Alfonso MONSALVE ROMERA & José Manuel DURÁN MORENO:
Bronze Age in Northern Campo de Montiel (Alhambra, Ciudad Real):
Cerro Bilanero. First review through GIS...............................................................
109
Ana Isabel DÍAZ-CACHO MORENO:
The Atlantis Of the Guadiana River: Laminium. Historiographical Controversies
and Arcaheological Evidences...................................................................................
141
Carlos FERNÁNDEZ-PACHECO SÁNCHEZ-GIL & Concepción MOYA
GARCÍA:
The Defensive System of Campo de Montiel, in the Second Half of
the XVth Century........................................................................................................ 183
F. Javier CAMPOS Y FERNÁNDEZ DE SEVILLA:
Passengers from Villanueva de los Infantes to the New World.................................. 227
Juan Carlos GÓMEZ MACÍAS:
The Pastureland and Communal lands field of Campo de Montiel........................... 253
José-Carlos VALBUENA CANO: An Historical-Genealogical Study of the
village of Carrizosa. Part I (1621-1752)................................................................... 279
CHRONICLES AND BOOK REVIEWS
Azuer River from the origin of his name,
by I. Villalta Villalta (Benito Sánchez Moya)........................................................... 321
Page
1st Workshop of Development of Territories (TDT): To a real development of the
rural enviroment. 2015 Edition
(Manuel Baena García).......................................................................................... 261
ANNUAL OF PUBLICATIONS FROM CAMPO DE MONTIEL (2013-2014).
Esteban Jiménez González & Pedro R. Moya-Maleno........................................ 273
4
REVISTA DE ESTUDIOS DEL CAMPO DE MONTIEL
CENTRO DE ESTUDIOS DEL CAMPO DE MONTIEL
Nº 4 - AÑO 2015
Índice
Págs.
Obituario: Carlos Villar Esparza (1949-2014)...........................................................................................
1
Alejandro-Faustino IDÁÑEZ DE AGUILAR: Fiesta del Mayo-Cruz en Villanueva del Infante.
Aproximación a su estudio..........................................................................................................................
35
Esther NAVARRO JUSTICIA: Reestudio de La Danza del Paloteo a la Virgen de la Cruz en Lezuza
71
Alfonso MONSALVE ROMERA y José Manuel DURÁN MORENO: La Edad del Bronce
en el norte del Campo de Montiel (Alhambra, Ciudad Real): El caso del Cerro Bilanero. Primera
valoración a partir de los sistemas de información geográfica.................................................................
109
Ana Isabel DÍAZ-CACHO MORENO: La Atlántida del Guadiana: Laminium. Controversias
historiográficas y evidencias arqueológicas...............................................................................................
141
Carlos FERNÁNDEZ-PACHECO SÁNCHEZ-GIL y Concepción MOYA GARCÍA: El sistema
defensivo del Campo de Montiel, en la segunda mitad del siglo XV.........................................................
183
F. Javier CAMPOS Y FERNÁNDEZ DE SEVILLA: Pasajeros infanteños a Indias en el siglo XVI..
227
Juan Carlos GÓMEZ MACÍAS: Las Dehesas y Terrenos Comunales del Campo de Montiel.............
253
José-Carlos VALBUENA CANO: Estudio histórico-genealógico de la población de Carrizosa.
Parte I (1621-1752).....................................................................................................................................
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CRÓNICAS Y RECENSIONES
El río Azuer desde el origen de su nombre, de I. Villalta Villalta (Benito Sánchez Moya)....................
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I Taller de Desarrollo de Territorios (TDT): Hacia el desarrollo real de los entornos rurales. Edición
2015 (Manuel Baena García)..................................................................................................................
325
ANUARIO DE PUBLICACIONES DEL CAMPO DE MONTIEL (2011-2012).
Esteban Jiménez González y Pedro R. Moya-Maleno.........................................................................
335
2015
ISSN: 1989-595X
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