Literatura y Holocausto El dilema de escribir sobre el Holocausto1 “El campo de concentración sólo es imaginable como literatura, no como realidad” (Imre Kertész) El conocimiento solo no es suficiente para describir el “terror” que infectó toda la vida de la posguerra, lo que ahora llamamos “la sombra del Holocausto. La creciente aparición en el mercado español de literatura sobre el Holocausto ofrece con toda crudeza una profunda reflexión sobre la esencia del ser humano. La Shoá se ha expandido desde la esfera privada de la comunidad judía al reino público de los medios de comunicación y las artes populares. Pero esto no quiere decir que estemos más cerca de entender las consecuencias del Holocausto para la sociedad contemporánea, sobre cómo define su vida religiosa, su identidad comunitaria o sus acciones políticas. El principal problema que tenemos al enfrentarnos al Holocausto es darle una dimensión correcta a unos acontecimientos que escapan de nuestra comprensión, así como nuestra aceptación de los hechos, imágenes y testimonios del Holocausto. El dilema ya no se encuentra en el tabú de aquello sobre lo que no se puede hablar, sino en la parálisis provocada por una cultura saturada de medios de comunicación, en la que todo parece haber sido dicho ya. Para los autores de segunda y tercera generación, el acceso al pasado no puede ser directo, sino que sólo puede producirse mediante la memoria de otros, lo que Ellen Fine ha denominado el problema de la “memoria ausente”. Pero la inmediatez de la memoria postmoderna no ha disminuido el hecho do la necesidad de rehacer el pasado. Por el contrario, la necesidad de testificar ha ganado una gran urgencia, frente a los vergonzosos llamamientos de los negadores del Holocausto y la desaparición de los supervivientes, los únicos que pueden dar testimonios de primera mano sobre la Shoá. Los relatores contemporáneos de la Shoá tuvieron que inventar un léxico que unificase tanto la realidad de Auschwitz como el enredado proceso de redescubrir el pasado que nos atormenta y nos evita. El trauma de la historia: el Holocausto en la literatura ¿Cuánto tiempo necesita una cultura para asimilar el trauma de su historia? Holocausto es el término que utilizamos cotidianamente para referirnos al gran problema del siglo XX. Pero no siempre es un término utilizado correctamente, porque no hace referencia al conjunto de las víctimas: la definición del término Holocausto se refiere, específicamente, a un concepto religioso: el sacrificio entre judíos. Muchas veces recurrimos a la literatura para poder expresarnos sobre la experiencia más traumática del siglo XX. La literatura se ha convertido en una especie de filtro para evitar los problemas que nos provoca el horror del acto en sí. Así, la literatura se convierte en un intento de traspasar los límites del lenguaje y como una forma de lograr representar ese horror en toda su amplitud. Algunos autores, generalmente supervivientes del horror, han desafiado todos los límites de la escritura para transmitirnos así sus experiencias y convertirse en testimonios de su propia supervivencia. Es interesante ver que no son tantos los libros que sobre este tema se han publicado en nuestro país, hasta fechas relativamente recientes. De los diferentes modelos de la representación del horror de los campos de concentración, destacan aspectos tales como la literatura autobiográfica (Primo Levi, Elie Wiesel), la autobiografía novelada (Imre Kertész, Wladyslaw Szpilman), la elaboración literaria (Ruth Krüger, Paul Steinberg), la investigación histórica (Erich Hackl), el lenguaje cinematográfico (Claude Lanzmann), etc. Primo Levi logró condensar en sus escritos el máximo de pensamiento con el mínimo estilo, en un ejercicio de austeridad, a pesar del cual el horror no deja de calarnos en los huesos al leerlo. Considera que la supervivencia no fue la regla de los campos, sino la excepción: de ahí que hable de la vergüenza 1 Artículo publicado en: http://xavier.balearweb.net/get/Literatura%20y%20Holocausto.pdf y la culpa que sentían los que se salvaban (Los hundidos y los salvados). Elie Wiesel, Premio Nóbel de la Paz en 1986, en su obra La Noche, nos habla sobre sus experiencias en Auschwitz (sobre todo la desaparición de su madre), junto a su padre y cómo se va transformando la relación existente entre ellos, poco antes de la liberación. Imre Kertész, en su obra más conocida, Sin destino, nos habla también (como Levi en La Tregua) de su regreso a Budapest, donde se encontró con otro régimen totalitario y un inmenso campo de concentración, Hungría, del que tampoco podía salir. La experiencia concentracionaria “Ya no podemos escribir un poema después de Auschwitz” (T. Adorno) En 1947, Thomas Mann se planteaba cual sería el papel histórico de los alemanes a partir de ese momento: el país de la Kultur había sido el responsable del peor crimen cometido en toda la historia de la humanidad. Gracias a muchos supervivientes se expusieron los crímenes cometidos desde 1933. Levi y decenas de supervivientes han sentido la necesidad de contarnos lo que sucedió durante esos años, momentos en los que su cometido era morir. Paul Celan nos expone la incapacidad de asumir como propia la lengua de sus torturadores. Robert Antelme muestra cómo los hombres se destruían, sin poder hacer nada excepto morir en silencio, mostrando su condición humana. Imre Kertész nos ha contado sus experiencias de niño superviviente en Auschwitz. Todos ellos, y muchos más, han querido dar testimonio de lo sucedido con distintos medios, pero todos querían que se recordase. Pero no debían ser recordados como héroes, sino como personajes anónimos que sobrevivieron al infierno y que debían legar a la humanidad evidencias de lo sucedido. Algunos han relatado sus experiencias en los ghettos o, como Viktor Klemperer, la reclusión en su propia casa. Gracias al esfuerzo de todos ellos, hoy tenemos, además de las evidencias archivísticas detalladas, fuentes orales, gráficas y escritas que nos pueden arrojar luz sobre lo sucedido en aquellos lugares. Zygmunt Bauman (Modernidad y Holocausto, 1998), señala que los funcionarios nazis que eran contratados para llevar a cabo el exterminio, si mostraban una animadversión demasiado marcada, eran despedidos, porque lo que se buscaba eran buenos gestores, disciplinados y eficientes, que no odiaran al objeto de su represión. No se buscaba el odio de esos funcionarios, sino la gestión moderna de los elementos a eliminar. Para muchos pensadores, como Adorno, la matanza de millones de seres humanos constata que las condiciones a partir de las cuales era posible pensar han sido completamente destruidas. No han sido sólo personas físicas las que han sufrido el exterminio, sino también la idea misma de humanidad. Auschwitz significa la destrucción de la idea misma de humanidad. Por eso, después de ese acontecimiento la poesía así como el mero pensamiento creativo son totalmente absurdos y vanos. Lo que desapareció en los campos de concentración y exterminio es la idea de hombre como la “medida de todas las cosas” y, en particular, de nuestro pensamiento, porque “pensar” significa intentar comprender la relación entre el hombre y el mundo. “No podemos pensar más” significaría que ya no podemos sentar el conjunto de reflexiones particulares sobre la sólida creencia de la perfectibilidad del hombre: si la humanidad (aquella que creíamos la más civilizada, técnica y moralmente) ha sido capaz de perpetrar este crimen contra sí misma, cómo podemos creer que pueda servir de referente del camino a seguir. Por eso es necesario encontrar otra vía y mostrar que es posible pensar con auténtico humanismo, a pesar de Auschwitz, porque el horror de los campos no constituye una derrota para el pensamiento crítico. Una pregunta fundamental que debemos hacernos es ¿cómo pudo la humanidad ser eliminada en Auschwitz? Los testimonios literarios El crimen contra la humanidad comienza con una palabra común: desprecio. Se trata de un estado de ánimo llevado al extremo, programado y elevado al rango de concepción ideológica. El desprecio está en todos los elementos que forman ese proceso: el del guardián de las SS, del civil hacia el detenido, del recién llegado a los presos más antiguos, etc. El desprecio y el temor serán los elementos de la normalidad de las relaciones humanas en los campos. Allí, los hombres son privados de su identidad, de aquello que les confiere su individualidad, que los designa como seres humanos. La identidad del detenido, su cara, no expresa nada humano, ningún sentimiento. El proceso de desnudar a los prisioneros, afeitarlos, vestirlos con el traje rayado, convertirlos en una masa homogénea, tiene como finalidad plantear una duda en la mente de todos: ¿se trata realmente de un ser humano? Por eso, los prisioneros se ven físicamente transformados físicamente desde el mismo momento en que llegan al campo: su individualidad queda suspendida a través de la privación de los signos externos del ser humano. Primo Levi describe este proceso al recordar su llegada a Auschwitz: “Hemos llegado al fondo. Más bajo no puede llegarse: una condición humana más miserable no existe, y no puede imaginarse. No tenemos nada nuestro: nos han quitado la ropa, los zapatos, hasta los cabellos; si hablamos no nos escucharán, y si nos escuchasen no nos entenderían. Nos quitarán hasta el nombre” (Si esto es un hombre). Estos presos tienen ante sus ojos su futuro, el modelo en que están condenados a convertirse, en la figura de aquellos que llevan más tiempo en el campo. Lo que más les asusta es el parecido de los prisioneros más antiguos con animales, que pasa a ser una evidencia de su propio futuro. La lógica del campo va más allá de este elemento, a la hora de deshumanizar a los presos. Los SS buscan rebajar a los presos al estado más bajo en la escala, hasta convertirlos en meros parásitos. La dominación brutal no es posible, ni siquiera para esos SS, si siguen considerando al esclavo del campo como un ser humano. Por eso, si sus gestos confirman que se trata de un animal y no un hombre, porque estamos condicionados socialmente a tratar al prójimo como un ser humano, es más fácil someterlo al dominio. Es necesario descender hasta el último grado de la deshumanización de los presos, para considerar que la eliminación no tenía más consecuencia que la propia de un animal. Los campos de concentración respondían al proyecto político nazi de construcción de una nueva comunidad racial alemana, de creación de una comunidad homogénea de miembros de una Comunidad Nacional homogénea, donde los conflictos de clase hubieran desaparecido. La esclavitud en el interior de los campos se convirtió en una garantía de libertad para los que estaban fuera. Una de las primeras cuestiones que debemos plantearnos en relación al trabajo de los presos es por qué el trabajo era tan degradante y absurdo. En realidad, la absurdidad de ese trabajo es el último grado de la alienación: el que transportaba ladrillos de un lado al otro del campo no podía encontrar la más mínima dignidad en lo que hacía, los esclavos no tendrían conciencia de ser explotados y la indignidad del trabajo sólo podía convertirlos en bestias. Así se evitaba que se convirtieran en proletariados. El único vínculo social que podía existir en los campos era la explotación de los prisioneros por otros prisioneros. Así se evitaba que apareciese un embrión de solidaridad colectiva que pudiera unificar a los presos. No se impedía sólo la reconstrucción de una clase social, sino que se lograba matar la humanidad que había en cada uno de los prisioneros. En los campos de concentración se mata a los hombres, pero también se mata la humanidad que hay en ellos, para garantizar una libertad para los humanos que están fuera del campo. Podemos pensar después de Auschwitz. También debemos pensar sobre Auschwitz. Pero algunas de las ideas sobre el hombre han perdido parte de su validez por la experiencia límite que ha supuesto un crimen como Auschwitz. Los testimonios literarios: el trauma de la historia Los testimonios literarios de los supervivientes de los campos de concentración no son menos dignos de confianza que los relatos o las investigaciones históricas objetivas sin ninguna ambición literaria. Muchos de los que sobrevivieron a los campos han señalado lo importante que era para ellos transmitir sus vivencias de forma literaria. A sus ojos, se puede acercar la realidad de los campos de concentración a aquellos que no los han experimentado en sus propias carnes, sin necesidad de hacerlo sólo a través de investigaciones sobre los hechos: la estética no disminuye la autenticidad. Los hechos no se pueden integrar en una imagen “normal” del mundo: el conocimiento del Holocausto no explica nada, mientras que la literatura puede abrir y hacer accesible una realidad que parece incomprensible (Ruth Klüger, Weiter leben, 1992). La escritura literaria también expone aquellos procesos que en las investigaciones históricas se dan por evidentes. En el campo de concentración también existía una vida cotidiana, una “normalidad” que no aparece en esas investigaciones, mientras que para el texto literario casi todo es digno de mención, incluso aquellos detalles que pueden parecer más insignificantes: los sufrimientos, las impresiones físicas (hambre, sed, frío, dolor) son transmisibles literariamente, de forma aproximada. Otro elemento que a menudo se pasa por alto, y que también se refleja en el relato literario, es que algunos supervivientes (Ruth Klüger, Jorge Semprun, Robert Antelme), señalan repetidamente la necesidad de mantener viva su voluntad de sobrevivir a través del recuerdo literario (poesía, lectura de libros, etc.). Esta forma de mantener viva la escritura equivalía a un “exorcismo” de la situación del campo, pero también posteriormente, cuando se tuvieron que enfrentar de nuevo a la vida fuera del campo, aunque algunos de ellos (Jean Améry, Primo Levi) optaron, finalmente, por el suicidio. De entre la multitud de narraciones y testimonios personales, destacan algunos cuya calidad literaria atrapa al lector, ya sea en forma de autobiografía, novela, ensayo literario u otras formas mixtas. En su mayoría, sus autores han dejado una obra global que no se limita a sus vivencias en el campo de concentración. Algunas fueron escritas poco después de lo vivido, como las primeras obras de Primo Levi (Se questo è un uomo, 1946) o de Robert Antelme (L’espèce humaine, 1946-1947). Pero la mayoría hicieron balance de sus relatos al cabo de veinte o treinta años, como Jorge Semprún (Le grand voyage, 1960), Jean Améry (Jenseits von Schuld und Sühne, 1964-1966), Imre Kertész (Srostalanság, Sin destino, 19611975), etc. En estos manuscritos tardíos se aprecia la distancia temporal con lo vivido, porque la distancia añade a la experiencia personal de los distintos autores dimensiones de memoria, reflexión y toma de conciencia. E incluso de madurez. La forma en que el tiempo entrelaza los recuerdos con la actualidad se pone especialmente de manifiesto en autores como Levi o Semprún, cuando vuelven sobre estos temas con la distancia de unos cuantos años. En las obras de Semprún, el pasado y el presente están entrelazados por una red de complejas referencias, con constantes retrocesos temporales y anticipaciones al momento pasado. En casi todos los autores, la reflexión sobre lo vivido desemboca en síntesis muy similares, a menudo literariamente idénticas. Primo Levi habla de la lucha por la vida, reducida a sus formas más primitivas; Paul Steinberg esboza la maquinaria de la deshumanización y admite que se habían convertido en animales. Otro punto de conexión son las descripciones de los contactos con los civiles, fuera del campo: los presos no eran seres humanos como ellos, y algunos no les dedicaban ni una sola mirada, como si su existencia pudiese ser obviada. El interno del campo de concentración encarna la figura del hombre expulsado de la sociedad en la que, hasta aquellos momentos, había vivido: ya no goza de la protección de las leyes. El campo de concentración, a pesar de sus numerosas normas y prohibiciones, se ha convertido en un mundo sin ley, sin un espacio para el derecho de los que allí están encerrados. El poder absoluto que se refleja en los campos, no es un medio para obtener un fin, sino un fin en sí mismo, no necesita ninguna legitimación ideológica. Este poder absoluto, el terror absoluto, no produce nada: se trata de una acción enteramente negativa, una obra destinada a desaparecer sin huellas. Por eso, muchos de estos autores otorgan a la suerte un espacio mucho más importante de o imaginable. Jean Améry adopta una actitud inequívoca: se muestra irreconciliable y se permite, como víctima, tener un permanente resentimiento. Sin duda, el pueblo alemán no tiene ninguna culpa colectiva, pero desde el punto de vista estadístico sí tiene una “culpa global”, y perdonar esta culpa sería “inmoral”. Primo Levi presenta una visión extremadamente provocadora, que a él mismo le estremece: no habían sobrevivido los mejores en el sentido moral, sino los peores, los más egoístas, los de menos escrúpulos. Gracias a la “lógica absurda” que imperaba en Auschwitz, se llevó a cabo una selección negativa, porque no era posible sobrevivir sin violar las reglas y llevar a cabo actos ilegítimos. Imre Kertész ha logrado reconstruir de manera increíble una novela sobre el Holocausto como un elemento de formación contemporáneo. En su obra “Sin destino”, sitúa al lector en el mundo sentimental e intelectual de un muchacho de quince años, la edad en la que fue transportado desde Budapest a Auschwitz, en la primavera de 1944. Se trata de una lectura dura, con la que el autor consigue indignar al lector, herirlo en su moral y, dentro de lo que cabe, escandalizarlo. Kertész recuerda nostálgico: “incluso allí, entre las chimeneas, había en las pausas entre los tormentos algo parecido a la felicidad”. Aunque su grado de conocimiento público no alcanza en su conjunto al de los autores varones, muchas mujeres, judías en su mayoría, dan testimonio del infierno de los campos de concentración. A los sesenta años, Ruth Klüger, experta en literatura y contraria a la “cultura de museo de los campos” comenzó a escribir su libro “Seguir viviendo”, dedicado a su juventud. Se trata de un libro destinado, especialmente, a las lectoras. Un campo de concentración no era igual a otro, y para cada uno de ellos existía una realidad distinta. Liana Millu, en las seis narraciones que se engloban en “El humo de Birkenau” (1947), centra el núcleo de cada episodio en un destino de mujer, casi todos ellos determinados por la muerte de la protagonista. El estilo que emplea de forma muy lograda y consecuente, refleja el espantoso mundo del campo, su vida diaria, el desconsuelo, pero también la cohesión y la solidaridad entre las mujeres. Este tipo de relatos arroja una luz sobre las situaciones típicas que se daban en la cotidianidad del campo. El infierno nazi en la literatura El campo de exterminio nazi representa una dimensión única y extraordinaria en la historia de los lugares marcados por la barbarie humana. Günther Grass señala que Auschwitz, “aunque se rodee de explicaciones, nunca se podrá entender”, porque traspasa el límite de la racionalidad humana (Gunter Grass, Escribir después de Auschwitz, Barcelona, Paidos, 1999, pág. 12). Todos los adjetivos que podamos aplicarle al sistema de campos de exterminio sólo se acercan a la dimensión de lo que fue el mayor exponente del desarrollo de la inhumanidad, un exponente de la capacidad de un colectivo que fue capaz de construir y hacer funcionar un sistema de producción destinado a la destrucción masiva de vidas humanas. Los memoriales históricos de los campos de concentración han pasado a formar parte de nuestro patrimonio cultural colectivo a través de los testimonios de aquellos que, siendo víctimas, quisieron también ser testigos y narradores de sus experiencias. Es indispensable volver a los viejos relatos, a los episodios que nos han explicado los supervivientes, para que nunca sean olvidados por las generaciones futuras. Estos relatos deben ser incorporados a los manuales que se acercan al tema de los campos de concentración, porque son relatos sin sombra de ficción, que reflejan el infierno dantesco con más realismo a la hora de mostrarnos el horror que cualquier manual histórico. Javier Aristu Mondragón ha señalado que, aunque algunos hablan del Holocaustos y otros de la Shoá, no es el mejor momento para polemizar sobre la terminología de lo que estamos tratando. Lo que debemos hacer es abordar toda la crónica testimonial de los testigos del exterminio judío, que en muchas ocasiones se escapa de nuestra comprensión. Un elemento común en todos los relatos sobre el infierno nazi es la trilogía del viaje, el lugar y la transformación de los personajes, aunque la perspectiva de cada uno de los autores es diferente. A partir de 1933, el hombre construye de forma literaria el más terrible infierno de la historia, el campo de exterminio. Cuando los opositores comunistas y socialdemócratas pasaron a los campos de concentración o a las cárceles, fueron nuevos grupos de ciudadanos los que se incorporaron a las listas de enemigos perseguidos: gitanos, homosexuales, Testigos de Jehová, delincuentes habituales, etc. Pero fueron los judíos, especialmente tras las Leyes de Nürnberg, en 1935, los que sufrieron la peor parte de esa persecución. A partir de 1936 se ampliaron y perfeccionaron todos los campos, siguiendo el modelo de Dachau. También se creó una poderosa administración estatal, gestionada por las SS, para planificar y gestionar la empresa persecutoria. En el transcurso de la guerra se fueron añadiendo nuevos y cada vez más numerosos adversarios al régimen, y el sistema de campos se fue extendiendo y multiplicando. Los construidos en Polonia y la Unión Soviética se constituyeron en la maquinaria más colosal de destrucción masiva de seres humanos, campos diseñados específicamente para el exterminio de los judíos. Conocemos el infierno de los campos de concentración y exterminio por los testimonios transmitidos por aquellos que lograron sobrevivir. Algunos nos han contado cómo en unos casos el azar y en otros la agudeza los salvó de morir, pero otros muchos no tuvieron ocasión para ello. En realidad, no tuvieron ocasión de prepararse para morir, porque no sabían que iban a morir: cientos de miles de judíos húngaros, polacos, rumanos, griegos, rusos, etc., fueron eliminados, después de su llegada del ghetto, directamente desde los trenes, sin tener certeza de que iban camino de la muerte. El internado que sobrevive un tiempo conoce la naturaleza del humo que sale de la chimenea o el olor que desprende el campo. Es consciente de que la muerte está presente en cada rincón y que en cualquier momento puede alcanzarle. Pero el anónimo deportado que no pasa la selección inicial sólo sabe que le han separado de sus familiares y conocidos. La selección es el momento álgido que determina quién se salva y quién se condena. En los testimonios, el momento de la selección representa, para el lector, el intervalo de angustia y sufrimiento de mayor emotividad: la llegada al campo supone para el testigo la iniciación en una nueva vida; para otros, para los que no son seleccionados para ello, supone el momento final, la consumación del viaje. Temas recurrentes en la literatura sobre el Holocausto El viaje Jorge Semprún dedica su primer relato a la experiencia iniciática que supone el viaje hacia los campos de concentración, a la que se enfrentan todos los deportados. La circulación de aquellos trenes de ganado, cerrados y sellados, llevando en su interior a cientos de personas detenidas, ha sido uno de los temas recurrentes en la gran mayoría de los relatos testimoniales. “Aquí estaba, ante nuestros ojos, bajo nuestros pies, uno de los famosos trenes de guerra alemanes, los que no vuelven, aquellos de los cuales, temblando y siempre un poco incrédulos, habíamos oído hablar con tanta frecuencia. Exactamente así, punto por punto, vagones de mercancías, cerrados desde el exterior, y dentro hombres, mujeres, niños, comprimidos sin piedad, como mercancías en docenas, en un viaje hacia la nada” (P. Levi Si esto es un hombre, pág. 17) . Este viaje es la primera experiencia que anuncia la posterior deshumanización, la institucionalización de la humillación y el dolor moral. El campo El campo de exterminio ha pasado a ser una de las imágenes más reveladoras de la civilización industrial del siglo XX. El campo se convierte en un mundo, en un sistema, una realidad que no tiene nada que ver con la que experimentan otros seres humanos a lo largo de su existencia vital. Este mundo independiente viene reflejado en la mayoría de los testimonios, y se desarrolla a lo largo de las manifestaciones concretas. Auschwitz se convierte, así, en un ensayo de las nuevas formas de hábito social y de ejercicio de poder completamente nuevas y desconocidas hasta aquellos momentos, en el que se desarrollan nuevos y variados experimentos, marcados por el sufrimiento humano. El hambre En todos los recuerdos memorialísticos, el hambre es el estado natural del deportado. Los testimonios vuelven obsesivamente a la preocupación del hombre por la comida, la lucha, incluso la muerte, del ser humano en busca de alimento que le permita sobrevivir. Esa hambre no es una circunstancia, no es un accidente que se experimenta en un momento determinado: es lo que le da sentido y esencia a la experiencia en el campo. El Lager es el hambre. La planificación alimenticia estaba pensada para mantener en sus mínimos vitales a los deportados que trabajaban, para poder sacar de él la mínima energía prevista para el trabajo, pensada para mantener vivo al deportado hasta su agotamiento, hasta que sea repuesto por otro esclavo que llega en otro tren. “A todas horas el peso del estómago vacío, las mandíbulas inmóviles, la pesadez de los huesos. Los dientes se mantienen blancos. Listo para engullir lo que le echen, el aparato se mantiene atado y tranquilo como las máquinas paradas. Sólo arrancará para morir” (R. Antelme, La especie humana, pág. 89). El trabajo El sistema de campos de concentración construye una nueva forma de trabajo, basado en la esclavitud, sustentada no por la necesidad de mano de obra esclava sino por un proyecto social de creación de un mundo de señores y otro de esclavos, para justificar el proyecto de una nueva civilización racialmente pura. “El Lager no es un castigo; para nosotros no se prevé un término, y el Lager no es otra cosa que el género de existencia a nosotros asignado, sin límites de tiempo, en el seno del organismo social germánico” (P. Levi, Si esto es un hombre, pág, 89). La función del deportado es producir lo que necesita el amo para proseguir su guerra. Pero, con frecuencia, se trata de una producción completamente irracional, un trabajo sin sentido, destinado únicamente a degradar al preso. Primo Levi explica que en su Kommando no se llegó a fabricar el producto para el que estaba destinado (caucho). Pero eso es indiferente: lo importante es que el deportado trabaje, sufra un castigo físico constante y degradante. La deshumanización “(…) en este lugar está prohibido todo, no por ninguna razón oculta sino porque el campo se ha creado para ese propósito” (P. Levi, Si esto es un hombre, pág, 31). El propósito del campo era deshumanizar a las personas a partir de extraerles su búsqueda de conocimiento, de preguntas, de conciencia. El campo se ha constituido así para evitar que los presos desarrollen su propia conciencia, como paso previo a la ausencia de racionamiento y de pensamiento propio. La figura que expresa esta categoría especial del habitante del Lager es el “musulmán”, el término que nos aproxima al máximo deterioro físico y espiritual del preso, a la ausencia de voluntad humana, a la eliminación del deseo de vivir. El musulmán es resultado de lo que ha creado el Lager. El análisis que se hace de esta categoría de preso condensa la esencia de su destrucción física y moral como hombre y ser inquieto. “(…) son ellos, los Muselmänner, los hundidos, los cimientos del campo; ellos, la masa anónima, continuamente renovada y siempre idéntica (…), apagada en ellos la llama divina, demasiado vacíos ya para sufrir verdaderamente. Se duda en llamarlos vivos” (P. Levi, Si esto es un hombre, pág. 96). Elie Wiesel plantea el campo de concentración como un paradigma religioso, después de su estrecha relación desde adolescente con la religión judaica. La experiencia del ghetto y la deportación marcarán el momento de la crisis religiosa, lo que denomina “el silencio de Dios”. (E. Wiesel, La noche, pág. 44) Uno de los peores momentos de la experiencia del deportado, además de la llegada al campo de concentración, es el desnudamiento, el afeitado de la cabeza y la imposición del uniforme de rayas que lo convierte en un preso más, en un habitante más del infierno. Este momento marca la pérdida definitiva de cualquier rasgo de personalidad, de individualidad, de humanidad, porque ya no les queda nada, ni siquiera el instinto de conservación. “En un último momento de lucidez me pareció que éramos almas malditas errantes en el mundo-de-lanada, almas condenadas a errar a través de los espacios hasta el fin de las generaciones en busca de su redención, en busca del olvido, sin esperanza de encontrarlo” (E. Wiesel, La noche, pág. 46) . La raza de señores El nuevo infierno creado por el nazismo es un lugar concebido como expresión de la lucha de unos contra otros. Tiene sus jerarquías, los amos y los esclavos. La referencia al SS o a alguno de sus asistentes en el campo como el rostro de la figura demoníaca es un motivo de alusión permanente en los testimonios. La representación del ángel de la muerte, encarnación del mal en el campo, recae, finalmente, en la figura del SS. Es significativo que la mayoría de los relatos que testimonian el internamiento en un campo de concentración no aparece, en ningún momento, un diálogo directo entre un deportado y un SS. Esta ausencia es la representación del poder absoluto, inaccesible al tacto, indigno a la mirada del infrahombre, del esclavo, del deportado. El preso es una especie de enfermedad, una peste para el SS: no puede acercarse a él, no puede mirarlo directamente, no puede hablarle. “En Buchenwald, durante el recuento, lo esperábamos durante horas. Miles de tipos de pie. Después lo anunciaban: ‘¡Qué llega! ¡Qué llega!’. Aún estaba lejos. Entonces, ya no ser nada, sobre todo no ser otra cosa que uno más entre los otros mil. ‘¡Qué llega!’. Todavía no está aquí, pero vacía el aire, lo enrarece, lo absorbe a distancia. (…) Pasa ante los miles. Ha pasado. Desierto. Ya no está aquí. El mundo se repuebla” (R. Antelme, La especie humana, págs. 25-26). La muerte La muerte es el tema más presente en todos los instantes de la existencia del campo de concentración. Toda la literatura memorialística está impregnada por este tema. Toda la vivencia de los deportados gira en torno a este tema. Por ejemplo, Wiesel reflexiona sobre el ser humano y la muerte en la parte final de su relato, en el momento en el que relata los días de marcha y de transporte desde Auschwitz hacia Buchenwald, en enero y febrero de 1945: las caminatas por las carreteras heladas, las agonías de amigos y compañeros que no pueden continuar, la lucha por el pan, la muerte de su padre (E. Wiesel, La noche, págs. 88-108) Primo Levi, "Si esto es un hombre", "La tregua", "Los hundidos y los salvados, "Si no ahora, ¿cuándo?” “Si comprender es imposible, conocer es necesario” . Biografía Nació en 1919, en el seno de la pequeña comunidad judía de Turín, donde cursó estudios de química. A finales de 1943, junto a otros judíos, intentó constituir un grupo de resistencia judía a la ocupación alemana del norte de Italia, pero fue capturado por la Gestapo, y deportado, debido a sus orígenes judíos. En el campo de Auschwitz, fue destinado a las factorías de la IG-Farben de Monowitz, donde trabajó como esclavo en una fábrica de productos químicos. De los 650 judíos italianos de su grupo, Levi fue uno de los 20 que sobrevivió. Después de ser liberado del campo, volvió a Turín y estudió literatura. También trabajó como directivo en una empresa de resinas. En 1974, después de jubilarse, pudo dedicarse plenamente a la literatura. Además de sus obras sobre el Holocausto, también escribió memorias, historias cortas, poemas y novelas. Se suicidó en 1987. Obra Todos sus libros tienen un gran componente autobiográfico, reflexiones a partir de la experiencia concentracionaria. Particularmente perturbadora es la lectura de las páginas que Levi escribe sobre la “zona gris”, la que define los pasos de los presos que vivían tan lejos e la vida como cerca de la muerte, los denominados “musulmanes”. Sus tres obras sobre el Holocausto tienen una continuidad que permiten una lectura unificada, como si fuesen un todo; también permiten seguir la evolución del autor a lo largo de los años en su reflexión sobre los campos de exterminio y la experiencia del mal, porque no hay nada tan violento como el mal inexplicable. Sus libros se caracterizan por una prosa viva y nada afectada, y proporciona una lectura que emociona al lector y, al mismo tiempo, le permite revivir y analizar en las grandezas y miserias de la existencia humana. Por eso, Levi, aunque reclama justicia para los criminales y responsables del exterminio, como todos los supervivientes, busca cierto nivel de reconciliación con Alemania. Cuenta los hechos con el razonamiento propio de un científico, sin concesiones para la emotividad, dejando que los hechos hablen por sí solos, para que sea el lector el que pueda juzgar lo que el autor le cuenta. Se trata de un testimonio que muestra la deshumanización progresiva del ser humano cuando se restringen sus necesidades primarias e intenta luchar por la supervivencia. Esboza también el afán de sobrevivir, que está por encima del suicidio en una situación tan extrema como la del campo de concentración. Si esto es un hombre Escrita poco después de volver a Italia (1947), en este libro se rebela contra las atrocidades vividas en Auschwitz, relatadas pese al dolor y la vida nueva, asumiendo el compromiso de la supervivencia. Levi escribió esta obra con la intención de legar a la humanidad un material de primer orden para el estudio del comportamiento humano. Es un testimonio de la vida y la supervivencia en el infierno del Lager. Pero también es, sobre todo, un análisis de la dignidad del hombre enfrentado al exterminio. Cuenta la existencia cotidiana de los presos, la crueldad de las normas, el proceso de aniquilación mental y físico de los deportados. “Entre las cuarenta y cinco personas de mi vagón tan sólo cuatro han vuelto a ver su hogar, y fue con mucho el vagón más afortunado. Sufríamos sed y frío. (…) Menos terrible era para todos el hambre, el cansancio y el insomnio que la tensión y los nervios hacían menos penosos: pero las noches eran una pesadilla interminable”. La llegada a Auschwitz, el tren entrando en el campo, los guardianes y los perros, la selección. Los niños y los viejos enviados inmediatamente al exterminio. “Hoy sabemos que con aquella selección rápida y sumaria se había decidido de todos y cada uno de nosotros si podía o no trabajar útilmente para el Reich (…) no entraron, de nuestro convoy, más de noventa y siete hombres y veintinueve mujeres y que todos los demás, que eran más de quinientos, ninguno estaba vivo dos días más tarde”. “Aquí nadie tiene tiempo, nadie tiene paciencia, nadie te escucha; los que hemos llegado los últimos nos reunimos instintivamente en los rincones, contra las paredes, para sentirnos con la espalda materialmente resguardada (…). El Lager es el hambre: nosotros somos el hambre, un hambre viviente”. Se trata de una novela que ha dejado helados a los lectores, por la objetividad y frialdad del relato, y por su veracidad y sinceridad. Es una cronología del horror y el aniquilamiento del cuerpo y el alma humana hasta que el hombre queda reducido a una nada alejada del instinto de supervivencia La tregua Publicado en 1963, explica la odisea que vivieron los prisioneros para volver a sus hogares, después de la liberación de los campos. Este largo y doloroso viaje es también una incursión en la profundidad del alma transformada, un regreso a lo que fue conocido alguna vez, pero, después de los campos, es nuevamente una tierra desconocida. Los hundidos y los salvados Publicado en 1986, es la mayor reflexión del autor sobre los campos de exterminio, la división entre víctimas y verdugos (no tan fácil de discernir en casos extremos), el comportamiento de la población alemana, los sentimientos de culpa de los supervivientes, etc. Es una reflexión sobre el descenso del alma humana a los infiernos, su pérdida o salvación en el infierno del Holocausto. Si no ahora, ¿cuándo? Obra de 1982 en la que se describe un grupo de Resistencia al que perteneció, y mediante el cual intenta refutar la idea de la pasividad de los judíos frente al nazismo. Elie Wiesel, "La Noche” Biografía Elie Wiesel nació en 1928, en una zona que actualmente forma parte de Rumanía. Durante la Segunda Guerra Mundial, fue deportado con toda su familia y la mayoría de los judíos de su barrio, a Auschwitz, donde murieron sus padres y su hermana menor. Después de ser liberado de Buchenwald, se estableció en París, donde estudio periodismo y trabajó como corresponsal de prensa. En 1963 obtuvo la ciudadanía estadounidense, y dio clases de humanidades en la Universidad de Boston en 1976. Entre 1980 y 1986 fue Secretario de la comisión sobre el Holocausto, dependiente de la presidencia de los Estados Unidos, y recibió la Medalla de Honor del Congreso, en 1985. En 1986 recibió el Premio Nobel de la Paz. En 1987 creó la Fundación Elie Wiesel para la Humanidad. Obra La Noche, libro publicado en 1958, es el escalofriante relato de un adolescente deportado a los campos de exterminio nazis, que se convierte en el testimonio de la muerte de su familia y de su Dios. Ante el horror absoluto que supone Auschwitz, el protagonista, un ferviente creyente, se pregunta cómo puede Dios permitir que ocurran esas atrocidades. Narrada en forma de novela, cuenta las experiencias de su autor en los campos de concentración y exterminio de Auschwitz-Birkenau-Monowitz y Buchenwald. Se trata de una novela que cuenta con la inmediatez del Diario de Ana Frank y la concreción de las obras de Primo Levi. Se trata de un testimonio literario y memorialístico de primer orden. Ha escrito diversas novelas que, de un modo u otro, tratan sobre los horrores que sufrieron los prisioneros en los campos de concentración nazis. Algunas de estas novelas son Amanecer (1960), El accidente (1961), La ciudad de después del muro (1962), Un mendigo en Jerusalén (1968), El testamento (1980), El olvidado (1992) y Todos los ríos van al mar (1994). Anne Frank, El Diario de Ana Frank” “La vida y muerte de Anne era su propio destino, un destino individual que se repitió seis millones de veces. Anne no puede, y no debe, representar a los muchos individuos a los que los nazis robaron sus vidas… Pero su destino nos ayuda a aceptar la inmensa pérdida que sufrió el mundo por culpa del Holocausto” (Miep Gies, encontró y guardó el Diario, después de la detención de la familia Frank). Biografía Anneliese Marie Frank, nacida el 12 de junio de 1929 en Alemania, fue una adolescente común de su época. En 1933, huyendo del ascenso del nazismo, se trasladó con toda su familia a Holanda, desde hicieron esfuerzos fallidos para poder emigrar a Gran Bretaña. Tras la ocupación de Holanda, las medidas antisemitas limitaban cada vez más las vidas de los judíos. En 1942, los más de 100.000 judíos de Ámsterdam tenían prohibido ir en bicicleta, coger el autobús, salir por la noche, recibir visitas de arios, poseer empresas, etc. Ante la inminencia de la deportación y una citación de las SS para Margot, la hermana de Ana, la familia decide encerrarse en un viejo caserón anexo a la empresa de Otto Frank. Se les une otro matrimonio con su hijo, los Pels, y un amigo, el Dr. Pfeffer, todos ellos judíos y de origen alemán. Para conseguir esconderse, cuentan con algunos amigos empleados de la empresa. Durante 25 meses, el mundo de Ana se redujo al escondite de “la casa de atrás” de la empresa de su padre, en el que transcurrieron horas y días, mientras Ana registraba sus vivencias, temores y deseos, en un cuaderno de tapas rojas. Ana escribió su diario entre el 12 de junio de 1942 y el 1 de agosto de 1944. El 4 de agosto de 1944, un oficial de las SS, Karl Josef Silberbauer, junto a cuatro policías más, detiene a las ocho personas que se esconden en la casa, debido a la denuncia de alguien que nunca pudo ser identificado: de las 10.000 familias judías que vivían escondidas en Ámsterdam, más de 5.000 fueron delatadas a la Gestapo. Todos ellos son enviados al campo de tránsito de Westerbork y desde allí son deportados al campo de Auschwitz, desde donde serán enviados a diferentes campos de concentración: de los 1.019 pasajeros del transporte que llevó a la familia Frank a Auschwitz, 549 fueron seleccionados y enviados directamente a la cámara de gas. En octubre de 1944, Ana y Margot fueron seleccionadas para ser transportadas a Bergen-Belsen, junto a otras 8.000 mujeres; a medida que la población de ese campo crecía, el índice de mortalidad crecía rápidamente. En marzo de 1945, pocos días antes del final de la guerra, falleció junto a su hermana Margot, víctima del tifus, durante una epidemia que, se estima, acabó con la vida de 17.000 prisioneros de ese campo. Su madre, Edith murió de hambre en Auschwitz; Hermann van Pels murió gaseado en ese mismo campo. Auguste van Pels murió en el campo de Theresienstadt. Meter van Pels, el hijo de ambos, murió en Mauthausen. Sólo Otto Frank sobrevivió a la guerra, el único de los habitantes de la Acterhuis (“la casa de atrás”): de los 110.000 judíos holandeses deportados durante la ocupación nazi, sólo 5.000 sobrevivieron. En 1957, un grupo de ciudadanos, incluido Otto Frank, establecieron la Fundación Anne Frank en un esfuerzo por salvar el edificio que los escondió y hacerlo accesible al público. El propósito de la Fundación era fomentar el contacto y la comunicación entre jóvenes de diferentes culturas, religiones y razas, y oponerse a la intolerancia y la discriminación racial. La Casa de Anne Frank abrió sus puertas en mayo de 1960, consistente en los almacenes de la empresa Opekta, las oficinas y la Achterhuis, donde se conservan algunas reliquias personales de sus antiguos inquilinos. La Casa lleva a cabo exposiciones no permanentes que describen diferentes aspectos del Holocausto y muestras más contemporáneas de intolerancia racial. Se ha convertido en uno de los principales centros de interés de Holanda y cada año la visitan más de medio millón de personas. Tras el fallecimiento del padre de Ana, en 1980, legó los escritos al Instituto Holandés para la Documentación de Guerra, y el Fondo Anne Frank de Suiza es el heredero de todos los derechos de autor de los textos. En 1998 se publicaron cinco páginas más desconocidas hasta el momento del citado diario. Ana Frank ha sido elegida entre las cien personas más influyentes del siglo XX por la revista Time. La tumba de Ana y Margot está en el lugar donde estaba el antiguo emplazamiento de Bergen-Belsen. Obra “El Diario de Ana Frank” ha sido traducido a más de 50 idiomas. Se trata de una obra de fama mundial, aunque la paradoja es que su autora apenas tenía entre 13 y 15 años cuando la escribió. En 1947 fue publicado por primera vez, y hoy constituye uno de los libros más leídos del mundo. Escribe su diario en forma de cartas a una amiga imaginaria, Kitty. Es una obra impresionante, todo un monumento a la sensibilidad y a la vida, en la que dos hechos se superponen: la dificultad de la vida y del tránsito de la niñez a la madurez, y un mundo atroz y salvaje en una Europa devastada por el racismo y el antisemitismo. El diario se inicia como una expresión privada de los pensamientos más íntimos de Ana, que señala su intención de no permitir que otros lo lean. Describe su vida, su familia y compañeros y su situación, mientras reconoce su ambición de escribir novelas y publicarlas. Los primeros escritos del Diario muestran que su vida era, de muchas formas, la típica de una escolar, pero también reseña los cambios que se van implantando desde la ocupación alemana. Algunas referencias parecen casuales y sin gran énfasis, aunque en otros momentos describe con detalle la opresión que cada día va en aumento: la estrella que deben llevar los judíos, las restricciones y persecuciones de la vida cotidiana, etc. Una vez en su escondite, Ana escribió sobre lo bueno que era tener otras personas con quién hablar, pero también describió las tensiones que rápidamente se presentaron en un grupo obligado a compartir un confinamiento obligatorio. Ana pasó la mayor parte del encierro leyendo y estudiando, al tiempo que escribía el diario. Además de narrar los eventos que ocurrían en el escondite, también escribía sobre sus sentimientos, creencias y ambiciones. Su madurez y crecimiento se refleja en su escritura y en los temas que trataba, que pasaron a ser más abstractos, como sus creencias en Dios o su concepto de la naturaleza humana. Desde su publicación, se ha puesto empeño en desacreditar el Diario, y desde mediados de los años 1970 David Irving (y otros revisionistas del Holocausto) ha sido constante al señalar que el Diario no es auténtico. El Diario ha crecido en popularidad con el transcurso de los años, y es de lectura obligatoria en los colegios de diferentes países del mundo. Jorge Semprún, "El largo viaje", "Viviré con su nombre, morirá con el mío", "La escritura o la vida” Biografía Jorge Semprún nació en Madrid, en 1923. En 1939, al final de la guerra civil española, su familia se trasladó a París, donde inició sus estudios universitarios. Después de la ocupación alemana, se unió a la Resistencia francesa y, capturado por la Gestapo, fue enviado al campo de concentración de Buchenwald, donde permaneció prisionero hasta 1945. Tras su liberación, ya afiliado al Partido Comunista de España en el exilio, se entregó a una intensa actividad clandestina. En noviembre de 1964 fue expulsado del Partido. Y es también el momento en el que comienza su carrera literaria, una actividad que lo ha situado entre los autores memorialísticos más leídos de los últimos años. Esta labor ha merecido un amplísimo reconocimiento a nivel internacional. No dejó nunca de lado la política, siempre muy presente en toda su obra. En 1988 se unió al gobierno socialista de Felipe González, como Ministro de Cultura, puesto que ocupó hasta 1991. Obra Tras la liberación de Buchenwald, en 1945, Semprún se vio en la disyuntiva de escoger entre contar o vivir, entre la escritura o la vida. Durante casi veinte años, fue madurando sus experiencias en los campos de concentración, para encontrar una forma de explicar lo inexplicable. No fue hasta mucho después de esta traumática experiencia que Semprún decidió afrontar la experiencia de forma directa y en profundidad. La vida y la obra de Jorge Semprún están íntimamente relacionadas, porque sus novelas son en gran medida autobiográficas y constituyen una reflexión profunda sobre los hechos históricos más relevantes del siglo XX. Entre estos hechos tuvo gran importancia, tanto personal como históricamente, su detención por la Gestapo en Francia y su confinamiento en el campo de Buchenwald. De ese cautiverio emergen algunas de sus obras sobre el tema concentratario: “La escritura o la vida”, “El largo viaje” y “Viviré con su nombre, morirá con el mío”. En 1963 publicó “El largo viaje” en Francia, como una forma de describir el largo camino hacia el horror del sistema concentracionario, a partir de sus experiencias. En 1943, en un angosto vagón de mercancías precintado, ciento veinte deportados cruzan Francia camino del campo de concentración. Es un viaje vejatorio por sus características: claustrofóbico, hacinamiento, suciedad, agotamiento. Se pierde la cuenta de los días que llevan allí, y ni siquiera se sabe cuándo o dónde acabará el viaje. A pesar de todo, a veces una simple palabra pronunciada por un compañero despierta los recuerdos, lo único que aún queda. Mediante esos saltos al pasado y al futuro de la liberación, Semprún traza los itinerarios de esas vidas atrapadas, algunas de ellas truncadas para siempre por la muerte, por el torbellino fatal de la historia del internamiento. Frente a la experiencia concentracionaria, la razón más sólida para no suicidarse fue la idea de no doblegarse, con el conocimiento de que la mayoría de los que se suicidaron lo hicieron ante la imposibilidad de vivir con la memoria. El suicidio de Primo Levi le impulsará a escribir “Viviré con su nombre, morirá con el mío”. Buchenwald pasará constantemente por la esencia de su trabajo literario, porque será un episodio obsesivo al que el autor volverá de forma compulsiva. En todos sus libros se mezclan, inevitablemente, las voces del pasado y del presente (en ocasiones incluso del futuro). La obra “Viviré con su nombre, morirá con el mío”, versa sobre su estancia en el campo de Buchenwald, en 1944. La novela es una magnífica descripción del universo concentracionario, aunque no carga excesivamente sobre el tema de las crueldades del campo, algo que algunos críticos le han reprochado. Las duras condiciones de trabajo no se ocultan, ni la mortalidad, ni el hambre, ni las enfermedades; pero tampoco oculta los momentos de esparcimiento, las válvulas de escape que aliviaban algunos momentos. Su obra es un eficaz remedio contra la amnesia, porque se convierte en una memoria exhaustiva del siglo XX, un período repleto de acontecimientos terribles que, a pesar de todo, han dejado algún lugar para la nostalgia. “[En Buchenwald] se arriesgaba todo en cada momento. Todo, porque no sabías nunca cuál iba a ser no sólo el mañana sino el más allá de unas horas después, porque siempre podía ocurrir algo: o de flaqueza personal, que de derrumbase, o el accidente de tropezar con un guardián de la SS borracho, dispuesto a ejercer su sadismo ese día contigo, contra ti. (…) Eso siempre va mezclado con su contrario: de repente un cielo azul, o una chica que pasa a lo lejos, o una conversación con un amigo, o dos frases de un libro, cosas que antes tenían su importancia, pero relativizada y ahora tienen un valor absoluto, una belleza absoluta”. Como testigo privilegiado del universo concentracionario, Semprún considera que lo más terrible es la privación de la libertad y las miserias que esta privación conlleva. Pero considera que no debe cebarse en el resto de los aspectos del confinamiento: para qué mencionar el consabido listado de horrores del campo. El texto se halla continuamente interrumpido por reflexiones personales que saltan del pasado al futuro, reflexiones que recuerdan los detalles del oficio de escritor o reconstruyen algún episodio autobiográfico. Jean Améry: “Más allá de la culpa y la expiación. Tentativas de superación de una víctima de la violencia” Quien ha sufrido la tortura, ya no puede sentir el mundo como su hogar. Biografía Toda su carrera estuvo dedicada a explorar la noción de judío y de víctima. Cuando el Nacionalsocialismo llegó al poder en Alemania (1933) Améry estaba estudiando en Viena; desde ese momento, se inició en los escritos del antisemitismo y del nazismo. Por primera vez comenzó a entenderse como un extraño dentro de la cultura en la que había vivido. El elemento decisivo de este proceso fue la promulgación de las Leyes de Nürnberg (1935). “La inmensa mayoría, no sólo del pueblo alemán, sino también de mi propio pueblo austriaco, me había excluido de su comunidad”. Pero tampoco encontró su lugar entre la comunidad judía. Algunas de las páginas más dolorosas para Améry son las que se centran en la pérdida de identidad, de la patria, de la propia lengua. Convertirse en un extraño en su propio hogar, en su país, dejar de ser reconocido. Esa sensación es otro de los centros del ensayo de Améry. Cuando, tras su huída a Bélgica, se unió a la Resistencia, lo hizo más que nada para poder ser detenido por algo más que por ser meramente judío, sino por ser miembro de la Resistencia contra la ocupación alemana. En julio de 1943 fue detenido por la Gestapo, por distribuir propaganda opositora entre las fuerzas de ocupación alemanas en Bélgica. Después de su detención, fue torturado y encarcelado en Breendonk, donde fue interrogado por las SS durante mucho tiempo. Posteriormente, Améry fue deportado por la Gestapo a Auschwitz. Améry pasó un año en el campo de Auschwitz IIIMonowitz, en el centro de producción de la IG-Farben. Améry fue evacuado primero a Buchenwald y, posteriormente, a Bergen-Belsen, debido al avance del Ejército Rojo. Améry era un intelectual, pero tuvo que enfrentarse con la realidad de que no podía interpretar nada más que el horror. Se encontró que el intelecto había perdido su calidad fundamental de trascendencia. Tras la liberación, regresó a Bruselas, donde se mantuvo fuera de los principales círculos culturales. El pseudónimo que adoptó, en lugar de su nombre original de Hans Maier, significaba su rechazo a la cultura alemana y su identificación con la francesa. A pesar de todo, Améry continuó escribiendo en alemán, aunque rechazó viajar a Alemania durante dos décadas, después del final de la guerra. En octubre de 1978, Améry se suicidó en Salzburg, y fue enterrado en el Zentralfriedhof de Viena. Su número de deportado en Auschwitz fue inscrito en su lápida. Obra Su único ensayo sobre el tema del Holocausto, Jenseits von Schuld und Sühne (“Más allá de la culpa y la expiación. Tentativas de superación de una víctima de la violencia”), no explica su propia historia. Tampoco es un tratamiento sistemático o cronológico de su experiencia durante el Holocausto, sino que se trata de cinco ensayos, ordenados según su composición. No están agrupados siguiendo una cuidadosa organización, sino por una temática común, que Améry describe como “el estado subjetivo de la víctima”. La principal contribución de Améry para la comprensión del Holocausto es su concepto de la “pérdida de confianza en el mundo”, demostrando, probablemente mejor que cualquier otro autor, que los pilares liberales de la civilización occidental no están demasiado arraigados en la sociedad. Para Améry, el Holocausto es un elemento central para el entendimiento humano, porque no representa una función accidental del régimen nazi, sino su esencia misma. Améry quería la introducción de ciertos libros sobre Auschwitz en las clases superiores de la escuela secundaria, como una lectura obligatoria, porque introducían a los estudiantes en la idea de que era indispensable, para el currículum humanista en la era posterior al Holocausto. La principal ambición de Améry era hablar desde el punto de vista de la víctima, intentando mostrar el sufrimiento desde dentro, en lugar de pedir una atención especial para las víctimas. Para Améry, las víctimas no pueden admitir nada que no sea la justicia. Y si ésta no llega, a los supervivientes sólo les queda el resentimiento: la sociedad que produce el crimen se convierte en una sociedad enferma, porque no debe olvidarse a aquellos que actuaron con la complicidad de algunos y la pasividad de muchos. Améry considera que, a falta de justicia, también es posible el mantenimiento de la memoria. Sólo puede apostarse por la negativa a aceptar la reconciliación de las víctimas con el crimen. La reflexión singular sobre los campos de exterminio, no da lugar a una ceremonia de reconciliación entre las víctimas y la sociedad. De acuerdo con Améry, el Holocausto asume su importancia sólo posteriormente (una generación después de la liberación de los campos), porque las víctimas judías de los nazis no encontraron ningún tipo de sentimiento de victoria en la derrota de Alemania. La rehabilitación de la nación que había creado el Tercer Reich fue más rápida que la de las propias víctimas. Durante los años sesenta, cuando empezó a hablar públicamente de los campos, la reacción del mundo hacia Alemania e Israel hizo esas evidencias aún más evidentes a los ojos de Améry: mientras Alemania se había reintegrado en Europa, normalizando su situación, Israel se mantenía como una nación aislada y condenada en muchos aspectos. Robert Antelme, "La especie humana” Biografía Nacido en Córcega en 1917, fue una singular figura del mundo intelectual francés, tentado siempre por la literatura y la política. Al estallar la guerra entró en la Resistencia contra la ocupación alemana, como militante comunista, en el grupo que dirigía clandestinamente François Mitterrand. También se casó con la escritora Marguerite Duras, de la que se divorció en 1947. Trabajó en el Ministerio de Información del gobierno colaboracionista de Vichy, al mismo tiempo que se integraba en la Resistencia. Detenido por la Gestapo, en 1944, junto a otros miembros del grupo, entre ellos su hermana Marie Louise (que murió en el campo de Ravensbrück), estuvo internado en varios campos de concentración (Dachau, Buchenwald y Gandersheim). De este último fue liberado al final de la guerra. Al volver a Francia, comenzó a escribir su memoria de ese período en el infierno. Desde su primera aparición, el libro fue recibido por la crítica como una obra de gran importancia. Tras la publicación de su obra, la influencia de Antelme no dejará de crecer hasta el día de su muerte, en 1990. En 1985, Marguerite Duras publicó El Dolor, que narra la espera y la búsqueda de información para conocer el destino de su esposo. Obra La especie humana, publicada en España en 2001, narra la experiencia personal de Antelme en los campos de concentración nazis. Este relato, de un “horror peor que la muerte” es un testimonio de lo que significa la destrucción y la supervivencia del hombre. Es el testimonio de la estremecedora historia de un superviviente de los campos de concentración nazis. Antelme regresó de entre los muertos y nos cuenta sus experiencias, gracias a su testimonio autobiográfico, donde se refleja la experiencia personal en los campos, en los que no había sólo judíos, sino todo tipo de personas a la que se encarcelaba por diferentes motivos. Esta obra, mezcla de autobiografía y ensayo es la crónica de un militante de la resistencia francesa y de su estancia en los campos de concentración. Pero también es una de las más profundas reflexiones sobre la barbarie y la opresión. El libro, publicado en 1947, se reeditó en 1957, momento en que se produjo su descubrimiento. Antelme muestra que la historia ha creado un nuevo género de seres humanos, que internan a los “enemigos” en un campo de concentración. Pero su obra no es una reconstrucción de sus experiencias en el infierno, sino una narración de la miseria que es horror por su reiterado devenir. Es un relato que transcurre en dos planos paralelos: el de la miseria, el frío, el cansancio, el hambre, la suciedad, la enfermedad y la muerte; y en un plano moral, el de la insistencia por erradicar lo humano del hombre, de ese “enemigo”. Y están aquellos en los que se consigue ese objetivo, los “musulmanes”, que han dejado de luchar, a los que todos dan la espalda, que no tiene un espacio en su conciencia para reconocer el bien o el mal, el que ha dejado de luchar. La gran importancia de este libro es el testimonio verdadero de cómo luchar y cómo poder resistir en el horror. Antelme recoge cuidadosamente todo lo humano, la identidad de aquello que no puede perderse: “La diversidad de las relaciones entre los hombres, su color, sus hábitos, su repartición en clases, ocultan una realidad que aquí resulta manifiesta, en el punto extremo de la naturaleza, cerca ya de nuestros límites: no hay especies humanas, hay una especie humana”. Un libro como este tiene importancia por lo que Auschwitz representa en la historia de la humanidad: la enorme vulnerabilidad del ser humano y de la propia humanidad. La moral de los vencidos tiene un papel que cumplir en la historia, y es demostrar el empobrecimiento moral de la sociedad. Es imprescindible el testimonio de este gran escritor, porque Antelme comprendió que no bastaba con dar testimonio. Los hombres y mujeres que acababan de vivir la experiencia de los campos no podían ser creídos ni comprendidos si no inventaban un lenguaje para expresar lo inexpresable. Por eso escribió un libro duro, seco, desnudo y preciso, al mismo tiempo que extraordinariamente sereno, de una gran lucidez Imre Kertész, "Un instante de silencio en el paredón", "Sin destino” "El escenario número uno del holocausto, Auschwitz, se convirtió para todos los tiempos en el nombre colectivo de los campos nazis, aunque funcionaran cientos de otros campos y aunque sepamos que en el propio Auschwitz fueron recluidas y exterminadas decenas de miles de personas no judías". Biografía El escritor húngaro Imre Kertész obtuvo el Premio Nobel de Literatura el año 2002, otorgado a “una obra que expone la experiencia frágil del individuo contra la arbitrariedad bárbara de la historia”. Nacido en el seno de una familia judía de Budapest, el 9 de noviembre de 1929, sólo tenía 15 años cuando fue deportado al campo de concentración de Auschwitz. A comienzos de 1945 fue trasladado a Buchenwald, donde fue liberado, al final de la guerra. Con el final de la Segunda Guerra Mundial tampoco le llegó la paz y la libertad: Kertész sufrió la represión de la dictadura comunista húngara. En 1951, el Partido Comunista absorbió el diario en el que trabajaba Kertész fue despedido. A partir de ese momento trabajó haciendo traducciones, escribiendo musicales y guiones radiofónicos. Su negativa a la autocensura le condenó al ostracismo, por lo que la publicación de su primera novela, Sin destino, en 1975, pasó completamente desapercibida. Kertész es un escritor comprometido, que ha centrado su obra en el Holocausto y la lucha contra la dictadura, aunque se tratase de una producción que se mantuvo arrinconada hasta la caída de las dictaduras comunistas y del Muro de Berlín. Pero es un autor que se aleja de los sentimentalismos propios de otros escritores. La concesión del Nobel de literatura supuso el empuje definitivo para la difusión de sus trabajos. Es uno de los grandes intelectuales húngaros, un pensador crítico e independiente, superviviente del horror nazi y estalinista, decidido a superar esas experiencias gracias a la literatura y la razón. Habla del Holocausto desde una racionalidad aparentemente fría, pero su rostro amable contradice la actitud racional de sus textos. El horror del Holocausto y la persecución del nazismo han marcado el conjunto de su obra, desde su primera novela, “Sin destino”, publicada en 1975, que de modo autobiográfico narra la historia de una masa indiscriminada, “gente a la que no sólo se le arrebató la vida, sino también perdió toda ambición, todo destino, la razón, el deseo. Todo”. Esta novela se convirtió, posteriormente, en una trilogía, junto a “Fracaso” (1988) y “Kaddish por un niño que nunca nació” (1992). Esta última supone una plegaria por un niño nonato, que no asistirá por ello a la realidad de un mundo generador de monstruosidades como los campos de concentración y exterminio. Actualmente, es un militante de la independencia del hombre frente a los poderes políticos y afronta la batalla individual frente a las banderas ideológicas. Obra Los ensayos de Kertész constituyen una aproximación radical a la realidad europea del siglo XX, vivida desde muy cerca. De esta forma, el autor contribuye al debate sobre uno de los momentos más dramáticos de la historia contemporánea, como es el Holocausto. Este siglo, que algunos vivieron como el de los grandes avances científicos y revoluciones sociales, para Kertész fue el siglo de los totalitarismos, de los campos de exterminio y de las dictaduras. "(…) Quiero plantear la pregunta de por qué Auschwitz ha llegado a ser lo que es en la conciencia europea: un símbolo universal que lleva el sello de lo perdurable, que encierra en su mero nombre todo el mundo de los campos de concentración nazis y la conmoción del espíritu universal ante ellos, y cuyo escenario elevado a un plano mítico debe conservarse para que puedan visitarlo los peregrinos. (…) En primer lugar, el requisito básico de todo gran símbolo es la sencillez. En Auschwitz, en ningún momento se mezclan lo bueno y lo malo. La narración sabe –algo que por lo demás es cierto- que millones de personas inocentes fueron transportadas a Auschwitz, engañadas allí de manera terrible y luego asesinadas bestialmente. Esta imagen no se ve perturbada por ningún matiz extraño, de carácter, por ejemplo, político: esta historia no se complica con menudencias tales como que unos dirigentes nazis leales al partido, pero condenados aun siendo inocentes desde el punto de vista del movimiento – exclusivamente del movimiento-, hubieran estado encarcelados en Auschwitz, con lo cual el espíritu de la narración debería luchar con una difícil ambivalencia. Auschwitz es, en segundo lugar, una estructura totalmente desvelada y por eso mismo cerrada e intocable. Esto vale tanto para la dimensión espacial como para la temporal. (…) En cuanto al aspecto espacial, conocemos todos los rincones de esta historia, desde el muro negro hasta los barracones familiares checos, desde el Sonderkommando hasta la marca de los ventiladores que hacían funcionar los crematorios. (…) Son conocidos sus detalles, su lógica, su horror y vergüenza éticos, la inconmensurabilidad de los sufrimientos, su lección terrorífica que en cierta medida ya nunca podrá ser expulsada del espíritu europeo de la narración. Todo esto, sin embargo, no es suficiente para que un crimen se convierta en un mazazo en la historia del espíritu, en una llaga viva, en un trauma que queda en la memoria como quedan en el cuerpo las heridas de un accidente grave. (…) Para ser así, la catástrofe ha tenido que interesar a ciertos órganos vitales". Un instante de silencio en el paredón. El Holocausto como cultura. Este conjunto de ensayos de Kertész es una aproximación a la realidad europea del siglo XX, vivida desde muy cerca. Al analizar el Holocausto, el acontecimiento central de ese siglo, el autor se basa en su propia experiencia, pero desde la perspectiva de décadas de reflexión, contribuyendo de manera decisiva al debate sobre uno de los momentos más dramáticos de la historia contemporánea. En este libro no sólo habla una voz que ha vivido esa experiencia, sino una persona que la ha vivido dentro de un ámbito geográfico que comparte su espacio cultural y espiritual. También reflexiona sobre los acontecimientos de su país, Hungría, sobre el concepto de patria, sobre algunas figuras de la literatura húngara, etc. Sin destino. En esta novela, Kertész se centra en el año y medio de la vida de un adolescente en diversos campos de concentración nazis, aunque no se trate de un texto autobiográfico. Es un testimonio desapasionado. En su historia, nos muestra la realidad de los campos de concentración y exterminio, en sus aspectos más eficazmente perversos: los que confunden justicia y humillación, la cotidianidad más inhumana con una forma extraña de felicidad. Se trata, por encima de todo, de una gran obra literaria, una de las mejores novelas del siglo XX, que deja una huella profunda e imperecedera en el lector, una marca difícil de borrar Victor Klemperer, “Quiero dar testimonio hasta el final. Diarios 19331945”, “LTI. La lengua del Tercer Reich” Biografía Victor Klemperer nació en 1881 en Landsberg an der Warthe (Polonia), aunque se familia se trasladó a Berlín en 1891. Interrumpió sus estudios de bachillerato para trabajar durante tres años como aprendiz de comercio pero, posteriormente, estudia filología románica y germánica, entre 1902 y 1905. En 1906 se casó con la pianista Eva Schlemmer, y se alistó voluntario en el ejército alemán, al estallar la Primera Guerra Mundial; fue condecorado con la Medalla del Mérito de Baviera. Durante los años 1920 fue profesor en la Universidad de Dresde, se bautizó en la religión protestante, militando también como nacionalista alemán. Cuando el régimen nazi llegó al poder, fue perseguido y humillado por su ascendencia judía, aunque su matrimonio con una mujer aria le permitió salvar la vida. A pesar de todo, no se libró de sufrir el envilecimiento que el régimen deparó a todos los judíos de los matrimonios mixtos. Pero tuvo suerte, porque el régimen nazi mostró cierta condescendencia con los matrimonios mixtos. Trabajó en diversas fábricas y residió en una “casa de judíos”. Después de la guerra, se mantuvo afín al régimen de la antigua República Democrática alemana, donde alcanzó altos honores académicos. Murió en 1960. Obra Diarios. Durante su marginación en Alemania, como judío dentro de un matrimonio mixto, Klemperer anotó con una gran regularidad todas las vejaciones del terror nazi contra los judíos, dejando un testimonio de la vida cotidiana de los judíos “privilegiados” en el Tercer Reich. Con un estilo conciso y efectivo, demuestra que estaba dotado de una brillante capacidad de observación y análisis. Sabiendo el peligro que corrían las personas que le rodeaban, a causa de los Diarios, se impuso el deber de dar testimonio exacto de la monstruosa existencia de los judíos de Dresde, que sentían el miedo cada vez que sonaba un timbre, sufrían malos tratos, ignonimia, hambre, esclavitud y degradaciones cada vez peores, en la más absoluta indefensión. Se trataba de personas a las que habían desposeído de todos los derechos civiles. A través de su obra, nos da cuenta de la aniquiladora intensificación del odio institucionalizado contra los judíos, la expropiación material de todos sus bienes, la desaparición de sus derechos, la deportación y el exterminio. Y también nos ofrece una visión de su propia transformación personal, como alemán y como ser humano. Al mismo tiempo nos ofrece observaciones sobre aspectos casi imperceptibles de la vida diaria bajo el Tercer Reich: encerrado en su limitado mundo, relató en sus diarios el implacable aumento de la represión, hasta en los detalles más nimios, de forma que arroja nueva luz sobre una realidad menos conocida que la de las cámaras de gas, aunque sea, si cabe, más monstruosa. Klemperer señala que lo más monstruoso de todo el proceso es que los 60 millones de habitantes de un pueblo europeo, el más culto, se pusieran al servicio de aquella banda de psicópatas y criminales, que consiguieran ensordecer al individuo en el colectivismo y sólo dejaron en Alemania lo no alemán, la idea de sangre, lo animal. Así se desarrolló esta obra, más de 1.500 páginas que contemplan unos diarios llevados en riguroso secreto durante los años del Nacionalsocialismo, salvados milagrosamente de la guerra. Traducidos a más de 17 idiomas y publicados por las más importantes editoriales del mundo, se ha convertido en un documento histórico de gran valor sobre el Tercer Reich. Porque no se centra en los horrores de los campos de exterminio, como la mayoría de los textos, sino que habla de la vida cotidiana de la Alemania nazi. "(...) Yo me pregunto siempre: ¿Qué alemán ‘ario’ no ha sufrido ningún contagio del nacionalsocialismo? La epidemia los ha afectado a todos, tal vez no sea una epidemia sino idiosincrasia alemana" . LTI Su pasión por la filología le indujo, durante la redacción de sus Diarios, a estudiar el sentido de la terminología utilizada por los nazis. La necesidad de anclar el régimen nazi provocó la creación de un lenguaje de la disciplina, de la obediencia al Führer, con la progresiva intrusión de “lo militar” en todos los campos de la vida, la política, la literatura, el entorno económico y cotidiano. Este libro es una brillante crítica y análisis del lenguaje del Tercer Reich, la principal referencia de toda reflexión sobre el lenguaje totalitario. Klemperer comenzó a recopilar información para este libro ya en 1933, y llevó a cabo la redacción clandestinamente. Pone de manifiesto la habilidad de este filólogo alemán para plantear cuestiones complejas de forma inspirada y emotiva. Más de cincuenta años después de su primera publicación, sigue siendo tan actual y provocador como entonces, en la medida en que muestra como ninguna sociedad permanece ajena a los peligros de la manipulación del lenguaje. "Lengua: a tener en cuenta: Machtübernahme [‘toma del poder’], no ‘entrada en el gobierno’ ni ‘asunción de la soberanía’, sino justamente eso, ‘poder’ (...)". Liana Millu, "El humo de Birkenau” Biografía Liana Millu nació en Pisa, en 1914 y murió en Génova, en 2005, en el seno de una familia judía. Apenas conoció a su padre y su madre murió cuando ella tenía un año, por lo que fue criada por sus abuelos maternos y una tía. A los 17 años publicó sus primeros artículos. Con la llegada de la guerra, se unió a la Resistencia, donde fue detenida por la Gestapo, en marzo de 1944, y deportada a Auschwitz-Birkenau. Obra Se trata de una obra que recoge seis relatos sobre las condiciones de vida en los campos de concentración nazis, presentando la historia de seis mujeres diferentes. Es uno de los testimonios literarios del Holocausto desde el punto de vista femenino, que muestra una percepción de lo inhumano, algo que se encuentra en los relatos de Ana Frank. En el texto hay una ausencia total de patetismo sobre la experiencia femenina en las condiciones extremas del campo. Con una objetividad desprovista de retórica, Millu recoge seis relatos sobre las condiciones de vida llevadas al límite de lo humano. En el prólogo, Primo Levi afirma que el libro es uno de los “testimonios europeos más intensos” sobre los campos de concentración. Wladyslaw Szpilman, "El pianista del gueto de Varsovia” Biografía Wladyslaw Szpilman nació en 1911, y estudió piano en Varsovia y Berlín. Tenía 27 años cuando estalló la guerra y ya era conocido como uno de los pianistas polacos más destacados. Tras la ocupación alemana, Szpilman y su familia fueron desalojados de su apartamento e internados en el ghetto de Varsovia, donde se ganó la vida interpretando en bares, en los que se reunían colaboradores y traficantes del mercado negro. Fue uno de estos colaboradores judíos quien salvó a Szpilman del tren que llevó a su familia a la muerte en los campos de concentración. Gracias a una red de conocidos de antes de la guerra, miembros de la resistencia y a la ayuda de un oficial alemán, Szpilman sobrevivió a la guerra. Después de la guerra, la radio polaca volvió a funcionar, con grandes dificultades. Entre 1945 y 1963 fue director musical de Radio Varsovia y, posteriormente, siguió su carrera como compositor y concertista. El pianista escribió sus memorias en 1946, pero las autoridades comunistas polacas prohibieron en libro. Fue el hijo de Szpilman, que nunca había hablado con su padre de la guerra, el que encontró el manuscrito y reeditó las memorias en 1999, que recibieron una gran aclamación internacional. Szpilman murió el 6 de julio de 2000, antes de que empezara el rodaje de la película basada en sus memorias. Obra Ha pasado más de medio siglo antes de que se haya publicado en Europa este diario donde se recogen las notas y apuntes de lo que fue el ghetto de la capital polaca. Relata cómo fueron levantados los muros, como en 1942 empezaron los “reasentamientos” hacia Treblinka, donde fue trasladada la familia Szpilman, de lo que el autor se libró casualmente, aunque no volvió a tener noticias de su familia. Estas memorias relatan cómo sobrevivió a la destrucción de la comunidad judía de Polonia. Se trata de un vivo relato de la vida del ghetto y de cómo, sorprendentemente, logró escapar y sobrevivir. La fuerza del tema y de las emociones que genera, convirtieron esta obra en una inspiración para el director de cine Roman Polanski, que llevó el libro al cine. En estas páginas se muestra el deseo irrenunciable e inextinguible de libertad. El libro consta de tres documentos distintos. En primer lugar, el diario de Szpilman, que nos hace un recorrido por el día a día de la construcción del ghetto y los intentos de supervivencia del protagonista y su familia, con un tono de fría descripción de los hechos. El segundo reproduce extractos del diario del capitán del Ejército alemán Wilm Hosenfeld, desde enero de 1942 hasta agosto de 1944, que nos da juicios críticos sobre el totalitarismo nazi y la responsabilidad de todo su pueblo. La unidad de estos dos personajes, a través de sus diarios, sólo se conoce al final y a través de la nota explicativa de Wolf Biermann, en el epílogo. Los horrores que se cuentan en la primera parte sólo son soportables por la sobriedad de quien y por el asombro del narrador y protagonista, sobre lo que va sucediendo. No se dan detalles, sino que parece buscarse un tono discreto, frío ante el horror difícil de imaginar. El diario del capitán Hosenfeld, desde las primeras fases, reflexiona sobre el infierno nazi, creado por medio de una sociedad construida sin Dios, y constata dos consecuencias que nacen de esta raíz: el odio a lo diferente (los judíos) y el intento de aniquilar la libertad. Pero la conciencia y la mentalidad crítica no se queda en el pensamiento, sino que sus palabras se hacen gesto al salvar a un judío. Hosenfeld murió siete años más tarde en un campo de concentración soviético, sin que Szpilman pudiera hacer nada por salvarle. Szpilman refiere en primera persona, con un lenguaje directo y conciso, lo que vivió en primera persona: la abyección humana, el dolor, el hambre, la enfermedad, la humillación y la muerte. Pero en el relato no hay acusaciones o venganzas, sino una simple descripción de increíble fuerza. No es un relato de buenos y malos, ni un libro sobre el ghetto de Varsovia. Aparecen las atrocidades cometidas por alemanes, lituanos y ucranianos, pero también por policías judíos y polacos. Creditos : http://xavier.balearweb.net/get/Literatura%20y%20Holocausto.pdf