Literatura y Holocausto

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Literatura y Holocausto
El dilema de escribir sobre el Holocausto1
“El campo de concentración sólo es imaginable como literatura, no como realidad” (Imre Kertész)
El conocimiento solo no es suficiente para describir el “terror” que infectó toda la vida de la posguerra,
lo que ahora llamamos “la sombra del Holocausto. La creciente aparición en el mercado español de
literatura sobre el Holocausto ofrece con toda crudeza una profunda reflexión sobre la esencia del ser
humano.
La Shoá se ha expandido desde la esfera privada de la comunidad judía al reino público de los medios
de comunicación y las artes populares. Pero esto no quiere decir que estemos más cerca de entender
las consecuencias del Holocausto para la sociedad contemporánea, sobre cómo define su vida
religiosa, su identidad comunitaria o sus acciones políticas.
El principal problema que tenemos al enfrentarnos al Holocausto es darle una dimensión correcta a
unos acontecimientos que escapan de nuestra comprensión, así como nuestra aceptación de los
hechos, imágenes y testimonios del Holocausto.
El dilema ya no se encuentra en el tabú de aquello sobre lo que no se puede hablar, sino en la parálisis
provocada por una cultura saturada de medios de comunicación, en la que todo parece haber sido
dicho ya. Para los autores de segunda y tercera generación, el acceso al pasado no puede ser directo,
sino que sólo puede producirse mediante la memoria de otros, lo que Ellen Fine ha denominado el
problema de la “memoria ausente”.
Pero la inmediatez de la memoria postmoderna no ha disminuido el hecho do la necesidad de rehacer
el pasado. Por el contrario, la necesidad de testificar ha ganado una gran urgencia, frente a los
vergonzosos llamamientos de los negadores del Holocausto y la desaparición de los supervivientes, los
únicos que pueden dar testimonios de primera mano sobre la Shoá.
Los relatores contemporáneos de la Shoá tuvieron que inventar un léxico que unificase tanto la realidad
de Auschwitz como el enredado proceso de redescubrir el pasado que nos atormenta y nos evita.
El trauma de la historia: el Holocausto en la literatura
¿Cuánto tiempo necesita una cultura para asimilar el trauma de su historia?
Holocausto es el término que utilizamos cotidianamente para referirnos al gran problema del siglo XX.
Pero no siempre es un término utilizado correctamente, porque no hace referencia al conjunto de las
víctimas: la definición del término Holocausto se refiere, específicamente, a un concepto religioso: el
sacrificio entre judíos.
Muchas veces recurrimos a la literatura para poder expresarnos sobre la experiencia más traumática
del siglo XX. La literatura se ha convertido en una especie de filtro para evitar los problemas que nos
provoca el horror del acto en sí. Así, la literatura se convierte en un intento de traspasar los límites del
lenguaje y como una forma de lograr representar ese horror en toda su amplitud.
Algunos autores, generalmente supervivientes del horror, han desafiado todos los límites de la escritura
para transmitirnos así sus experiencias y convertirse en testimonios de su propia supervivencia.
Es interesante ver que no son tantos los libros que sobre este tema se han publicado en nuestro país,
hasta fechas relativamente recientes.
De los diferentes modelos de la representación del horror de los campos de concentración, destacan
aspectos tales como la literatura autobiográfica (Primo Levi, Elie Wiesel), la autobiografía novelada
(Imre Kertész, Wladyslaw Szpilman), la elaboración literaria (Ruth Krüger, Paul Steinberg), la
investigación histórica (Erich Hackl), el lenguaje cinematográfico (Claude Lanzmann), etc.
Primo Levi logró condensar en sus escritos el máximo de pensamiento con el mínimo estilo, en un
ejercicio de austeridad, a pesar del cual el horror no deja de calarnos en los huesos al leerlo. Considera
que la supervivencia no fue la regla de los campos, sino la excepción: de ahí que hable de la vergüenza
1
Artículo publicado en: http://xavier.balearweb.net/get/Literatura%20y%20Holocausto.pdf
y la culpa que sentían los que se salvaban (Los hundidos y los salvados).
Elie Wiesel, Premio Nóbel de la Paz en 1986, en su obra La Noche, nos habla sobre sus experiencias
en Auschwitz (sobre todo la desaparición de su madre), junto a su padre y cómo se va transformando la
relación existente entre ellos, poco antes de la liberación.
Imre Kertész, en su obra más conocida, Sin destino, nos habla también (como Levi en La Tregua) de su
regreso a Budapest, donde se encontró con otro régimen totalitario y un inmenso campo de
concentración, Hungría, del que tampoco podía salir.
La experiencia concentracionaria
“Ya no podemos escribir un poema después de Auschwitz” (T. Adorno)
En 1947, Thomas Mann se planteaba cual sería el papel histórico de los alemanes a partir de ese
momento: el país de la Kultur había sido el responsable del peor crimen cometido en toda la historia de
la humanidad.
Gracias a muchos supervivientes se expusieron los crímenes cometidos desde 1933. Levi y decenas de
supervivientes han sentido la necesidad de contarnos lo que sucedió durante esos años, momentos en
los que su cometido era morir.
Paul Celan nos expone la incapacidad de asumir como propia la lengua de sus torturadores. Robert
Antelme muestra cómo los hombres se destruían, sin poder hacer nada excepto morir en silencio,
mostrando su condición humana. Imre Kertész nos ha contado sus experiencias de niño superviviente
en Auschwitz. Todos ellos, y muchos más, han querido dar testimonio de lo sucedido con distintos
medios, pero todos querían que se recordase. Pero no debían ser recordados como héroes, sino como
personajes anónimos que sobrevivieron al infierno y que debían legar a la humanidad evidencias de lo
sucedido. Algunos han relatado sus experiencias en los ghettos o, como Viktor Klemperer, la reclusión
en su propia casa.
Gracias al esfuerzo de todos ellos, hoy tenemos, además de las evidencias archivísticas detalladas,
fuentes orales, gráficas y escritas que nos pueden arrojar luz sobre lo sucedido en aquellos lugares.
Zygmunt Bauman (Modernidad y Holocausto, 1998), señala que los funcionarios nazis que eran
contratados para llevar a cabo el exterminio, si mostraban una animadversión demasiado marcada,
eran despedidos, porque lo que se buscaba eran buenos gestores, disciplinados y eficientes, que no
odiaran al objeto de su represión. No se buscaba el odio de esos funcionarios, sino la gestión moderna
de los elementos a eliminar.
Para muchos pensadores, como Adorno, la matanza de millones de seres humanos constata que las
condiciones a partir de las cuales era posible pensar han sido completamente destruidas. No han sido
sólo personas físicas las que han sufrido el exterminio, sino también la idea misma de humanidad.
Auschwitz significa la destrucción de la idea misma de humanidad. Por eso, después de ese
acontecimiento la poesía así como el mero pensamiento creativo son totalmente absurdos y vanos. Lo
que desapareció en los campos de concentración y exterminio es la idea de hombre como la “medida
de todas las cosas” y, en particular, de nuestro pensamiento, porque “pensar” significa intentar
comprender la relación entre el hombre y el mundo.
“No podemos pensar más” significaría que ya no podemos sentar el conjunto de reflexiones particulares
sobre la sólida creencia de la perfectibilidad del hombre: si la humanidad (aquella que creíamos la más
civilizada, técnica y moralmente) ha sido capaz de perpetrar este crimen contra sí misma, cómo
podemos creer que pueda servir de referente del camino a seguir.
Por eso es necesario encontrar otra vía y mostrar que es posible pensar con auténtico humanismo, a
pesar de Auschwitz, porque el horror de los campos no constituye una derrota para el pensamiento
crítico.
Una pregunta fundamental que debemos hacernos es ¿cómo pudo la humanidad ser eliminada en
Auschwitz?
Los testimonios literarios
El crimen contra la humanidad comienza con una palabra común: desprecio. Se trata de un estado de
ánimo llevado al extremo, programado y elevado al rango de concepción ideológica. El desprecio está
en todos los elementos que forman ese proceso: el del guardián de las SS, del civil hacia el detenido,
del recién llegado a los presos más antiguos, etc.
El desprecio y el temor serán los elementos de la normalidad de las relaciones humanas en los
campos. Allí, los hombres son privados de su identidad, de aquello que les confiere su individualidad,
que los designa como seres humanos. La identidad del detenido, su cara, no expresa nada humano,
ningún sentimiento.
El proceso de desnudar a los prisioneros, afeitarlos, vestirlos con el traje rayado, convertirlos en una
masa homogénea, tiene como finalidad plantear una duda en la mente de todos: ¿se trata realmente de
un ser humano? Por eso, los prisioneros se ven físicamente transformados físicamente desde el mismo
momento en que llegan al campo: su individualidad queda suspendida a través de la privación de los
signos externos del ser humano. Primo Levi describe este proceso al recordar su llegada a Auschwitz:
“Hemos llegado al fondo. Más bajo no puede llegarse: una condición humana más miserable no existe,
y no puede imaginarse. No tenemos nada nuestro: nos han quitado la ropa, los zapatos, hasta los
cabellos; si hablamos no nos escucharán, y si nos escuchasen no nos entenderían. Nos quitarán hasta
el nombre” (Si esto es un hombre).
Estos presos tienen ante sus ojos su futuro, el modelo en que están condenados a convertirse, en la
figura de aquellos que llevan más tiempo en el campo. Lo que más les asusta es el parecido de los
prisioneros más antiguos con animales, que pasa a ser una evidencia de su propio futuro. La lógica del
campo va más allá de este elemento, a la hora de deshumanizar a los presos. Los SS buscan rebajar a
los presos al estado más bajo en la escala, hasta convertirlos en meros parásitos.
La dominación brutal no es posible, ni siquiera para esos SS, si siguen considerando al esclavo del
campo como un ser humano. Por eso, si sus gestos confirman que se trata de un animal y no un
hombre, porque estamos condicionados socialmente a tratar al prójimo como un ser humano, es más
fácil someterlo al dominio. Es necesario descender hasta el último grado de la deshumanización de los
presos, para considerar que la eliminación no tenía más consecuencia que la propia de un animal.
Los campos de concentración respondían al proyecto político nazi de construcción de una nueva
comunidad racial alemana, de creación de una comunidad homogénea de miembros de una
Comunidad Nacional homogénea, donde los conflictos de clase hubieran desaparecido. La esclavitud
en el interior de los campos se convirtió en una garantía de libertad para los que estaban fuera.
Una de las primeras cuestiones que debemos plantearnos en relación al trabajo de los presos es por
qué el trabajo era tan degradante y absurdo. En realidad, la absurdidad de ese trabajo es el último
grado de la alienación: el que transportaba ladrillos de un lado al otro del campo no podía encontrar la
más mínima dignidad en lo que hacía, los esclavos no tendrían conciencia de ser explotados y la
indignidad del trabajo sólo podía convertirlos en bestias. Así se evitaba que se convirtieran en
proletariados.
El único vínculo social que podía existir en los campos era la explotación de los prisioneros por otros
prisioneros. Así se evitaba que apareciese un embrión de solidaridad colectiva que pudiera unificar a
los presos. No se impedía sólo la reconstrucción de una clase social, sino que se lograba matar la
humanidad que había en cada uno de los prisioneros.
En los campos de concentración se mata a los hombres, pero también se mata la humanidad que hay
en ellos, para garantizar una libertad para los humanos que están fuera del campo.
Podemos pensar después de Auschwitz. También debemos pensar sobre Auschwitz. Pero algunas de
las ideas sobre el hombre han perdido parte de su validez por la experiencia límite que ha supuesto un
crimen como Auschwitz.
Los testimonios literarios: el trauma de la historia
Los testimonios literarios de los supervivientes de los campos de concentración no son menos dignos
de confianza que los relatos o las investigaciones históricas objetivas sin ninguna ambición literaria.
Muchos de los que sobrevivieron a los campos han señalado lo importante que era para ellos transmitir
sus vivencias de forma literaria. A sus ojos, se puede acercar la realidad de los campos de
concentración a aquellos que no los han experimentado en sus propias carnes, sin necesidad de
hacerlo sólo a través de investigaciones sobre los hechos: la estética no disminuye la autenticidad. Los
hechos no se pueden integrar en una imagen “normal” del mundo: el conocimiento del Holocausto no
explica nada, mientras que la literatura puede abrir y hacer accesible una realidad que parece
incomprensible (Ruth Klüger, Weiter leben, 1992).
La escritura literaria también expone aquellos procesos que en las investigaciones históricas se dan por
evidentes. En el campo de concentración también existía una vida cotidiana, una “normalidad” que no
aparece en esas investigaciones, mientras que para el texto literario casi todo es digno de mención,
incluso aquellos detalles que pueden parecer más insignificantes: los sufrimientos, las impresiones
físicas (hambre, sed, frío, dolor) son transmisibles literariamente, de forma aproximada.
Otro elemento que a menudo se pasa por alto, y que también se refleja en el relato literario, es que
algunos supervivientes (Ruth Klüger, Jorge Semprun, Robert Antelme), señalan repetidamente la
necesidad de mantener viva su voluntad de sobrevivir a través del recuerdo literario (poesía, lectura de
libros, etc.). Esta forma de mantener viva la escritura equivalía a un “exorcismo” de la situación del
campo, pero también posteriormente, cuando se tuvieron que enfrentar de nuevo a la vida fuera del
campo, aunque algunos de ellos (Jean Améry, Primo Levi) optaron, finalmente, por el suicidio.
De entre la multitud de narraciones y testimonios personales, destacan algunos cuya calidad literaria
atrapa al lector, ya sea en forma de autobiografía, novela, ensayo literario u otras formas mixtas. En su
mayoría, sus autores han dejado una obra global que no se limita a sus vivencias en el campo de
concentración.
Algunas fueron escritas poco después de lo vivido, como las primeras obras de Primo Levi (Se questo è
un uomo, 1946) o de Robert Antelme (L’espèce humaine, 1946-1947). Pero la mayoría hicieron balance
de sus relatos al cabo de veinte o treinta años, como Jorge Semprún (Le grand voyage, 1960), Jean
Améry (Jenseits von Schuld und Sühne, 1964-1966), Imre Kertész (Srostalanság, Sin destino, 19611975), etc.
En estos manuscritos tardíos se aprecia la distancia temporal con lo vivido, porque la distancia añade a
la experiencia personal de los distintos autores dimensiones de memoria, reflexión y toma de
conciencia. E incluso de madurez. La forma en que el tiempo entrelaza los recuerdos con la actualidad
se pone especialmente de manifiesto en autores como Levi o Semprún, cuando vuelven sobre estos
temas con la distancia de unos cuantos años. En las obras de Semprún, el pasado y el presente están
entrelazados por una red de complejas referencias, con constantes retrocesos temporales y
anticipaciones al momento pasado.
En casi todos los autores, la reflexión sobre lo vivido desemboca en síntesis muy similares, a menudo
literariamente idénticas. Primo Levi habla de la lucha por la vida, reducida a sus formas más primitivas;
Paul Steinberg esboza la maquinaria de la deshumanización y admite que se habían convertido en
animales. Otro punto de conexión son las descripciones de los contactos con los civiles, fuera del
campo: los presos no eran seres humanos como ellos, y algunos no les dedicaban ni una sola mirada,
como si su existencia pudiese ser obviada.
El interno del campo de concentración encarna la figura del hombre expulsado de la sociedad en la
que, hasta aquellos momentos, había vivido: ya no goza de la protección de las leyes. El campo de
concentración, a pesar de sus numerosas normas y prohibiciones, se ha convertido en un mundo sin
ley, sin un espacio para el derecho de los que allí están encerrados.
El poder absoluto que se refleja en los campos, no es un medio para obtener un fin, sino un fin en sí
mismo, no necesita ninguna legitimación ideológica. Este poder absoluto, el terror absoluto, no produce
nada: se trata de una acción enteramente negativa, una obra destinada a desaparecer sin huellas. Por
eso, muchos de estos autores otorgan a la suerte un espacio mucho más importante de o imaginable.
Jean Améry adopta una actitud inequívoca: se muestra irreconciliable y se permite, como víctima, tener
un permanente resentimiento. Sin duda, el pueblo alemán no tiene ninguna culpa colectiva, pero desde
el punto de vista estadístico sí tiene una “culpa global”, y perdonar esta culpa sería “inmoral”.
Primo Levi presenta una visión extremadamente provocadora, que a él mismo le estremece: no habían
sobrevivido los mejores en el sentido moral, sino los peores, los más egoístas, los de menos
escrúpulos. Gracias a la “lógica absurda” que imperaba en Auschwitz, se llevó a cabo una selección
negativa, porque no era posible sobrevivir sin violar las reglas y llevar a cabo actos ilegítimos.
Imre Kertész ha logrado reconstruir de manera increíble una novela sobre el Holocausto como un
elemento de formación contemporáneo. En su obra “Sin destino”, sitúa al lector en el mundo
sentimental e intelectual de un muchacho de quince años, la edad en la que fue transportado desde
Budapest a Auschwitz, en la primavera de 1944. Se trata de una lectura dura, con la que el autor
consigue indignar al lector, herirlo en su moral y, dentro de lo que cabe, escandalizarlo. Kertész
recuerda nostálgico: “incluso allí, entre las chimeneas, había en las pausas entre los tormentos algo
parecido a la felicidad”.
Aunque su grado de conocimiento público no alcanza en su conjunto al de los autores varones, muchas
mujeres, judías en su mayoría, dan testimonio del infierno de los campos de concentración. A los
sesenta años, Ruth Klüger, experta en literatura y contraria a la “cultura de museo de los campos”
comenzó a escribir su libro “Seguir viviendo”, dedicado a su juventud. Se trata de un libro destinado,
especialmente, a las lectoras.
Un campo de concentración no era igual a otro, y para cada uno de ellos existía una realidad distinta.
Liana Millu, en las seis narraciones que se engloban en “El humo de Birkenau” (1947), centra el núcleo
de cada episodio en un destino de mujer, casi todos ellos determinados por la muerte de la
protagonista. El estilo que emplea de forma muy lograda y consecuente, refleja el espantoso mundo del
campo, su vida diaria, el desconsuelo, pero también la cohesión y la solidaridad entre las mujeres. Este
tipo de relatos arroja una luz sobre las situaciones típicas que se daban en la cotidianidad del campo.
El infierno nazi en la literatura
El campo de exterminio nazi representa una dimensión única y extraordinaria en la historia de los
lugares marcados por la barbarie humana. Günther Grass señala que Auschwitz, “aunque se rodee de
explicaciones, nunca se podrá entender”, porque traspasa el límite de la racionalidad humana (Gunter
Grass, Escribir después de Auschwitz, Barcelona, Paidos, 1999, pág. 12).
Todos los adjetivos que podamos aplicarle al sistema de campos de exterminio sólo se acercan a la
dimensión de lo que fue el mayor exponente del desarrollo de la inhumanidad, un exponente de la
capacidad de un colectivo que fue capaz de construir y hacer funcionar un sistema de producción
destinado a la destrucción masiva de vidas humanas.
Los memoriales históricos de los campos de concentración han pasado a formar parte de nuestro
patrimonio cultural colectivo a través de los testimonios de aquellos que, siendo víctimas, quisieron
también ser testigos y narradores de sus experiencias. Es indispensable volver a los viejos relatos, a
los episodios que nos han explicado los supervivientes, para que nunca sean olvidados por las
generaciones futuras. Estos relatos deben ser incorporados a los manuales que se acercan al tema de
los campos de concentración, porque son relatos sin sombra de ficción, que reflejan el infierno
dantesco con más realismo a la hora de mostrarnos el horror que cualquier manual histórico.
Javier Aristu Mondragón ha señalado que, aunque algunos hablan del Holocaustos y otros de la Shoá,
no es el mejor momento para polemizar sobre la terminología de lo que estamos tratando. Lo que
debemos hacer es abordar toda la crónica testimonial de los testigos del exterminio judío, que en
muchas ocasiones se escapa de nuestra comprensión.
Un elemento común en todos los relatos sobre el infierno nazi es la trilogía del viaje, el lugar y la
transformación de los personajes, aunque la perspectiva de cada uno de los autores es diferente. A
partir de 1933, el hombre construye de forma literaria el más terrible infierno de la historia, el campo de
exterminio.
Cuando los opositores comunistas y socialdemócratas pasaron a los campos de concentración o a las
cárceles, fueron nuevos grupos de ciudadanos los que se incorporaron a las listas de enemigos
perseguidos: gitanos, homosexuales, Testigos de Jehová, delincuentes habituales, etc. Pero fueron los
judíos, especialmente tras las Leyes de Nürnberg, en 1935, los que sufrieron la peor parte de esa
persecución. A partir de 1936 se ampliaron y perfeccionaron todos los campos, siguiendo el modelo de
Dachau. También se creó una poderosa administración estatal, gestionada por las SS, para planificar y
gestionar la empresa persecutoria.
En el transcurso de la guerra se fueron añadiendo nuevos y cada vez más numerosos adversarios al
régimen, y el sistema de campos se fue extendiendo y multiplicando. Los construidos en Polonia y la
Unión Soviética se constituyeron en la maquinaria más colosal de destrucción masiva de seres
humanos, campos diseñados específicamente para el exterminio de los judíos.
Conocemos el infierno de los campos de concentración y exterminio por los testimonios transmitidos
por aquellos que lograron sobrevivir. Algunos nos han contado cómo en unos casos el azar y en otros
la agudeza los salvó de morir, pero otros muchos no tuvieron ocasión para ello. En realidad, no tuvieron
ocasión de prepararse para morir, porque no sabían que iban a morir: cientos de miles de judíos
húngaros, polacos, rumanos, griegos, rusos, etc., fueron eliminados, después de su llegada del ghetto,
directamente desde los trenes, sin tener certeza de que iban camino de la muerte.
El internado que sobrevive un tiempo conoce la naturaleza del humo que sale de la chimenea o el olor
que desprende el campo. Es consciente de que la muerte está presente en cada rincón y que en
cualquier momento puede alcanzarle. Pero el anónimo deportado que no pasa la selección inicial sólo
sabe que le han separado de sus familiares y conocidos.
La selección es el momento álgido que determina quién se salva y quién se condena. En los
testimonios, el momento de la selección representa, para el lector, el intervalo de angustia y sufrimiento
de mayor emotividad: la llegada al campo supone para el testigo la iniciación en una nueva vida; para
otros, para los que no son seleccionados para ello, supone el momento final, la consumación del viaje.
Temas recurrentes en la literatura sobre el Holocausto
El viaje
Jorge Semprún dedica su primer relato a la experiencia iniciática que supone el viaje hacia los campos
de concentración, a la que se enfrentan todos los deportados. La circulación de aquellos trenes de
ganado, cerrados y sellados, llevando en su interior a cientos de personas detenidas, ha sido uno de
los temas recurrentes en la gran mayoría de los relatos testimoniales.
“Aquí estaba, ante nuestros ojos, bajo nuestros pies, uno de los famosos trenes de guerra alemanes,
los que no vuelven, aquellos de los cuales, temblando y siempre un poco incrédulos, habíamos oído
hablar con tanta frecuencia. Exactamente así, punto por punto, vagones de mercancías, cerrados
desde el exterior, y dentro hombres, mujeres, niños, comprimidos sin piedad, como mercancías en
docenas, en un viaje hacia la nada” (P. Levi Si esto es un hombre, pág. 17) .
Este viaje es la primera experiencia que anuncia la posterior deshumanización, la institucionalización de
la humillación y el dolor moral.
El campo
El campo de exterminio ha pasado a ser una de las imágenes más reveladoras de la civilización
industrial del siglo XX.
El campo se convierte en un mundo, en un sistema, una realidad que no tiene nada que ver con la que
experimentan otros seres humanos a lo largo de su existencia vital. Este mundo independiente viene
reflejado en la mayoría de los testimonios, y se desarrolla a lo largo de las manifestaciones concretas.
Auschwitz se convierte, así, en un ensayo de las nuevas formas de hábito social y de ejercicio de poder
completamente nuevas y desconocidas hasta aquellos momentos, en el que se desarrollan nuevos y
variados experimentos, marcados por el sufrimiento humano.
El hambre
En todos los recuerdos memorialísticos, el hambre es el estado natural del deportado. Los testimonios
vuelven obsesivamente a la preocupación del hombre por la comida, la lucha, incluso la muerte, del ser
humano en busca de alimento que le permita sobrevivir. Esa hambre no es una circunstancia, no es un
accidente que se experimenta en un momento determinado: es lo que le da sentido y esencia a la
experiencia en el campo. El Lager es el hambre.
La planificación alimenticia estaba pensada para mantener en sus mínimos vitales a los deportados que
trabajaban, para poder sacar de él la mínima energía prevista para el trabajo, pensada para mantener
vivo al deportado hasta su agotamiento, hasta que sea repuesto por otro esclavo que llega en otro tren.
“A todas horas el peso del estómago vacío, las mandíbulas inmóviles, la pesadez de los huesos. Los
dientes se mantienen blancos. Listo para engullir lo que le echen, el aparato se mantiene atado y
tranquilo como las máquinas paradas. Sólo arrancará para morir” (R. Antelme, La especie humana,
pág. 89).
El trabajo
El sistema de campos de concentración construye una nueva forma de trabajo, basado en la esclavitud,
sustentada no por la necesidad de mano de obra esclava sino por un proyecto social de creación de un
mundo de señores y otro de esclavos, para justificar el proyecto de una nueva civilización racialmente
pura.
“El Lager no es un castigo; para nosotros no se prevé un término, y el Lager no es otra cosa que el
género de existencia a nosotros asignado, sin límites de tiempo, en el seno del organismo social
germánico” (P. Levi, Si esto es un hombre, pág, 89).
La función del deportado es producir lo que necesita el amo para proseguir su guerra. Pero, con
frecuencia, se trata de una producción completamente irracional, un trabajo sin sentido, destinado
únicamente a degradar al preso. Primo Levi explica que en su Kommando no se llegó a fabricar el
producto para el que estaba destinado (caucho). Pero eso es indiferente: lo importante es que el
deportado trabaje, sufra un castigo físico constante y degradante.
La deshumanización
“(…) en este lugar está prohibido todo, no por ninguna razón oculta sino porque el campo se ha creado
para ese propósito” (P. Levi, Si esto es un hombre, pág, 31).
El propósito del campo era deshumanizar a las personas a partir de extraerles su búsqueda de
conocimiento, de preguntas, de conciencia. El campo se ha constituido así para evitar que los presos
desarrollen su propia conciencia, como paso previo a la ausencia de racionamiento y de pensamiento
propio. La figura que expresa esta categoría especial del habitante del Lager es el “musulmán”, el
término que nos aproxima al máximo deterioro físico y espiritual del preso, a la ausencia de voluntad
humana, a la eliminación del deseo de vivir. El musulmán es resultado de lo que ha creado el Lager.
El análisis que se hace de esta categoría de preso condensa la esencia de su destrucción física y moral
como hombre y ser inquieto. “(…) son ellos, los Muselmänner, los hundidos, los cimientos del campo;
ellos, la masa anónima, continuamente renovada y siempre idéntica (…), apagada en ellos la llama
divina, demasiado vacíos ya para sufrir verdaderamente. Se duda en llamarlos vivos” (P. Levi, Si esto
es un hombre, pág. 96).
Elie Wiesel plantea el campo de concentración como un paradigma religioso, después de su estrecha
relación desde adolescente con la religión judaica. La experiencia del ghetto y la deportación marcarán
el momento de la crisis religiosa, lo que denomina “el silencio de Dios”. (E. Wiesel, La noche, pág. 44)
Uno de los peores momentos de la experiencia del deportado, además de la llegada al campo de
concentración, es el desnudamiento, el afeitado de la cabeza y la imposición del uniforme de rayas que
lo convierte en un preso más, en un habitante más del infierno. Este momento marca la pérdida
definitiva de cualquier rasgo de personalidad, de individualidad, de humanidad, porque ya no les queda
nada, ni siquiera el instinto de conservación.
“En un último momento de lucidez me pareció que éramos almas malditas errantes en el mundo-de-lanada, almas condenadas a errar a través de los espacios hasta el fin de las generaciones en busca de
su redención, en busca del olvido, sin esperanza de encontrarlo” (E. Wiesel, La noche, pág. 46) .
La raza de señores
El nuevo infierno creado por el nazismo es un lugar concebido como expresión de la lucha de unos
contra otros. Tiene sus jerarquías, los amos y los esclavos. La referencia al SS o a alguno de sus
asistentes en el campo como el rostro de la figura demoníaca es un motivo de alusión permanente en
los testimonios.
La representación del ángel de la muerte, encarnación del mal en el campo, recae, finalmente, en la
figura del SS. Es significativo que la mayoría de los relatos que testimonian el internamiento en un
campo de concentración no aparece, en ningún momento, un diálogo directo entre un deportado y un
SS. Esta ausencia es la representación del poder absoluto, inaccesible al tacto, indigno a la mirada del
infrahombre, del esclavo, del deportado. El preso es una especie de enfermedad, una peste para el SS:
no puede acercarse a él, no puede mirarlo directamente, no puede hablarle.
“En Buchenwald, durante el recuento, lo esperábamos durante horas. Miles de tipos de pie. Después lo
anunciaban: ‘¡Qué llega! ¡Qué llega!’. Aún estaba lejos. Entonces, ya no ser nada, sobre todo no ser
otra cosa que uno más entre los otros mil. ‘¡Qué llega!’. Todavía no está aquí, pero vacía el aire, lo
enrarece, lo absorbe a distancia. (…) Pasa ante los miles. Ha pasado. Desierto. Ya no está aquí. El
mundo se repuebla” (R. Antelme, La especie humana, págs. 25-26).
La muerte
La muerte es el tema más presente en todos los instantes de la existencia del campo de concentración.
Toda la literatura memorialística está impregnada por este tema. Toda la vivencia de los deportados
gira en torno a este tema. Por ejemplo, Wiesel reflexiona sobre el ser humano y la muerte en la parte
final de su relato, en el momento en el que relata los días de marcha y de transporte desde Auschwitz
hacia Buchenwald, en enero y febrero de 1945: las caminatas por las carreteras heladas, las agonías
de amigos y compañeros que no pueden continuar, la lucha por el pan, la muerte de su padre (E.
Wiesel, La noche, págs. 88-108)
Primo Levi, "Si esto es un hombre", "La tregua", "Los hundidos y los
salvados, "Si no ahora, ¿cuándo?”
“Si comprender es imposible, conocer es necesario” .
Biografía
Nació en 1919, en el seno de la pequeña comunidad judía de Turín, donde cursó estudios de química.
A finales de 1943, junto a otros judíos, intentó constituir un grupo de resistencia judía a la ocupación
alemana del norte de Italia, pero fue capturado por la Gestapo, y deportado, debido a sus orígenes
judíos. En el campo de Auschwitz, fue destinado a las factorías de la IG-Farben de Monowitz, donde
trabajó como esclavo en una fábrica de productos químicos. De los 650 judíos italianos de su grupo,
Levi fue uno de los 20 que sobrevivió.
Después de ser liberado del campo, volvió a Turín y estudió literatura. También trabajó como directivo
en una empresa de resinas. En 1974, después de jubilarse, pudo dedicarse plenamente a la literatura.
Además de sus obras sobre el Holocausto, también escribió memorias, historias cortas, poemas y
novelas.
Se suicidó en 1987.
Obra
Todos sus libros tienen un gran componente autobiográfico, reflexiones a partir de la experiencia
concentracionaria. Particularmente perturbadora es la lectura de las páginas que Levi escribe sobre la
“zona gris”, la que define los pasos de los presos que vivían tan lejos e la vida como cerca de la muerte,
los denominados “musulmanes”.
Sus tres obras sobre el Holocausto tienen una continuidad que permiten una lectura unificada, como si
fuesen un todo; también permiten seguir la evolución del autor a lo largo de los años en su reflexión
sobre los campos de exterminio y la experiencia del mal, porque no hay nada tan violento como el mal
inexplicable.
Sus libros se caracterizan por una prosa viva y nada afectada, y proporciona una lectura que emociona
al lector y, al mismo tiempo, le permite revivir y analizar en las grandezas y miserias de la existencia
humana. Por eso, Levi, aunque reclama justicia para los criminales y responsables del exterminio,
como todos los supervivientes, busca cierto nivel de reconciliación con Alemania. Cuenta los hechos
con el razonamiento propio de un científico, sin concesiones para la emotividad, dejando que los
hechos hablen por sí solos, para que sea el lector el que pueda juzgar lo que el autor le cuenta.
Se trata de un testimonio que muestra la deshumanización progresiva del ser humano cuando se
restringen sus necesidades primarias e intenta luchar por la supervivencia. Esboza también el afán de
sobrevivir, que está por encima del suicidio en una situación tan extrema como la del campo de
concentración.
Si esto es un hombre
Escrita poco después de volver a Italia (1947), en este libro se rebela contra las atrocidades vividas en
Auschwitz, relatadas pese al dolor y la vida nueva, asumiendo el compromiso de la supervivencia. Levi
escribió esta obra con la intención de legar a la humanidad un material de primer orden para el estudio
del comportamiento humano. Es un testimonio de la vida y la supervivencia en el infierno del Lager.
Pero también es, sobre todo, un análisis de la dignidad del hombre enfrentado al exterminio.
Cuenta la existencia cotidiana de los presos, la crueldad de las normas, el proceso de aniquilación
mental y físico de los deportados.
“Entre las cuarenta y cinco personas de mi vagón tan sólo cuatro han vuelto a ver su hogar, y fue con
mucho el vagón más afortunado. Sufríamos sed y frío. (…) Menos terrible era para todos el hambre, el
cansancio y el insomnio que la tensión y los nervios hacían menos penosos: pero las noches eran una
pesadilla interminable”.
La llegada a Auschwitz, el tren entrando en el campo, los guardianes y los perros, la selección. Los
niños y los viejos enviados inmediatamente al exterminio. “Hoy sabemos que con aquella selección
rápida y sumaria se había decidido de todos y cada uno de nosotros si podía o no trabajar útilmente
para el Reich (…) no entraron, de nuestro convoy, más de noventa y siete hombres y veintinueve
mujeres y que todos los demás, que eran más de quinientos, ninguno estaba vivo dos días más tarde”.
“Aquí nadie tiene tiempo, nadie tiene paciencia, nadie te escucha; los que hemos llegado los últimos
nos reunimos instintivamente en los rincones, contra las paredes, para sentirnos con la espalda
materialmente resguardada (…). El Lager es el hambre: nosotros somos el hambre, un hambre
viviente”.
Se trata de una novela que ha dejado helados a los lectores, por la objetividad y frialdad del relato, y
por su veracidad y sinceridad. Es una cronología del horror y el aniquilamiento del cuerpo y el alma
humana hasta que el hombre queda reducido a una nada alejada del instinto de supervivencia
La tregua
Publicado en 1963, explica la odisea que vivieron los prisioneros para volver a sus hogares, después de
la liberación de los campos. Este largo y doloroso viaje es también una incursión en la profundidad del
alma transformada, un regreso a lo que fue conocido alguna vez, pero, después de los campos, es
nuevamente una tierra desconocida.
Los hundidos y los salvados
Publicado en 1986, es la mayor reflexión del autor sobre los campos de exterminio, la división entre
víctimas y verdugos (no tan fácil de discernir en casos extremos), el comportamiento de la población
alemana, los sentimientos de culpa de los supervivientes, etc. Es una reflexión sobre el descenso del
alma humana a los infiernos, su pérdida o salvación en el infierno del Holocausto.
Si no ahora, ¿cuándo?
Obra de 1982 en la que se describe un grupo de Resistencia al que perteneció, y mediante el cual
intenta refutar la idea de la pasividad de los judíos frente al nazismo.
Elie Wiesel, "La Noche”
Biografía
Elie Wiesel nació en 1928, en una zona que actualmente forma parte de Rumanía. Durante la Segunda
Guerra Mundial, fue deportado con toda su familia y la mayoría de los judíos de su barrio, a Auschwitz,
donde murieron sus padres y su hermana menor. Después de ser liberado de Buchenwald, se
estableció en París, donde estudio periodismo y trabajó como corresponsal de prensa.
En 1963 obtuvo la ciudadanía estadounidense, y dio clases de humanidades en la Universidad de
Boston en 1976. Entre 1980 y 1986 fue Secretario de la comisión sobre el Holocausto, dependiente de
la presidencia de los Estados Unidos, y recibió la Medalla de Honor del Congreso, en 1985. En 1986
recibió el Premio Nobel de la Paz. En 1987 creó la Fundación Elie Wiesel para la Humanidad.
Obra
La Noche, libro publicado en 1958, es el escalofriante relato de un adolescente deportado a los campos
de exterminio nazis, que se convierte en el testimonio de la muerte de su familia y de su Dios. Ante el
horror absoluto que supone Auschwitz, el protagonista, un ferviente creyente, se pregunta cómo puede
Dios permitir que ocurran esas atrocidades.
Narrada en forma de novela, cuenta las experiencias de su autor en los campos de concentración y
exterminio de Auschwitz-Birkenau-Monowitz y Buchenwald. Se trata de una novela que cuenta con la
inmediatez del Diario de Ana Frank y la concreción de las obras de Primo Levi. Se trata de un
testimonio literario y memorialístico de primer orden.
Ha escrito diversas novelas que, de un modo u otro, tratan sobre los horrores que sufrieron los
prisioneros en los campos de concentración nazis. Algunas de estas novelas son Amanecer (1960), El
accidente (1961), La ciudad de después del muro (1962), Un
mendigo en Jerusalén (1968), El testamento (1980), El olvidado (1992) y Todos los ríos van al mar
(1994).
Anne Frank, El Diario de Ana Frank”
“La vida y muerte de Anne era su propio destino, un destino individual que se repitió seis millones de
veces. Anne no puede, y no debe, representar a los muchos individuos a los que los nazis robaron sus
vidas… Pero su destino nos ayuda a aceptar la inmensa pérdida que sufrió el mundo por culpa del
Holocausto” (Miep Gies, encontró y guardó el Diario, después de la detención de la familia Frank).
Biografía
Anneliese Marie Frank, nacida el 12 de junio de 1929 en Alemania, fue una adolescente común de su
época. En 1933, huyendo del ascenso del nazismo, se trasladó con toda su familia a Holanda, desde
hicieron esfuerzos fallidos para poder emigrar a Gran Bretaña.
Tras la ocupación de Holanda, las medidas antisemitas limitaban cada vez más las vidas de los judíos.
En 1942, los más de 100.000 judíos de Ámsterdam tenían prohibido ir en bicicleta, coger el autobús,
salir por la noche, recibir visitas de arios, poseer empresas, etc. Ante la inminencia de la deportación y
una citación de las SS para Margot, la hermana de Ana, la familia decide encerrarse en un viejo
caserón anexo a la empresa de Otto Frank. Se les une otro matrimonio con su hijo, los Pels, y un
amigo, el Dr. Pfeffer, todos ellos judíos y de origen alemán. Para conseguir esconderse, cuentan con
algunos amigos empleados de la empresa.
Durante 25 meses, el mundo de Ana se redujo al escondite de “la casa de atrás” de la empresa de su
padre, en el que transcurrieron horas y días, mientras Ana registraba sus vivencias, temores y deseos,
en un cuaderno de tapas rojas. Ana escribió su diario entre el 12 de junio de 1942 y el 1 de agosto de
1944.
El 4 de agosto de 1944, un oficial de las SS, Karl Josef Silberbauer, junto a cuatro policías más, detiene
a las ocho personas que se esconden en la casa, debido a la denuncia de alguien que nunca pudo ser
identificado: de las 10.000 familias judías que vivían escondidas en Ámsterdam, más de 5.000 fueron
delatadas a la Gestapo. Todos ellos son enviados al campo de tránsito de Westerbork y desde allí son
deportados al campo de Auschwitz, desde donde serán enviados a diferentes campos de
concentración: de los 1.019 pasajeros del transporte que llevó a la familia Frank a Auschwitz, 549
fueron seleccionados y enviados directamente a la cámara de gas.
En octubre de 1944, Ana y Margot fueron seleccionadas para ser transportadas a Bergen-Belsen, junto
a otras 8.000 mujeres; a medida que la población de ese campo crecía, el índice de mortalidad crecía
rápidamente. En marzo de 1945, pocos días antes del final de la guerra, falleció junto a su hermana
Margot, víctima del tifus, durante una epidemia que, se estima, acabó con la vida de 17.000 prisioneros
de ese campo. Su madre, Edith murió de hambre en Auschwitz; Hermann van Pels murió gaseado en
ese mismo campo. Auguste van Pels murió en el campo de Theresienstadt. Meter van Pels, el hijo de
ambos, murió en Mauthausen. Sólo Otto Frank sobrevivió a la guerra, el único de los habitantes de la
Acterhuis (“la casa de atrás”): de los 110.000 judíos holandeses deportados durante la ocupación nazi,
sólo 5.000 sobrevivieron.
En 1957, un grupo de ciudadanos, incluido Otto Frank, establecieron la Fundación Anne Frank en un
esfuerzo por salvar el edificio que los escondió y hacerlo accesible al público. El propósito de la
Fundación era fomentar el contacto y la comunicación entre jóvenes de diferentes culturas, religiones y
razas, y oponerse a la intolerancia y la discriminación racial. La Casa de Anne Frank abrió sus puertas
en mayo de 1960, consistente en los almacenes de la empresa Opekta, las oficinas y la Achterhuis,
donde se conservan algunas reliquias personales de sus antiguos inquilinos. La Casa lleva a cabo
exposiciones no permanentes que describen diferentes aspectos del Holocausto y muestras más
contemporáneas de intolerancia racial. Se ha convertido en uno de los principales centros de interés de
Holanda y cada año la visitan más de medio millón de personas.
Tras el fallecimiento del padre de Ana, en 1980, legó los escritos al Instituto Holandés para la
Documentación de Guerra, y el Fondo Anne Frank de Suiza es el heredero de todos los derechos de
autor de los textos. En 1998 se publicaron cinco páginas más desconocidas hasta el momento del
citado diario.
Ana Frank ha sido elegida entre las cien personas más influyentes del siglo XX por la revista Time.
La tumba de Ana y Margot está en el lugar donde estaba el antiguo emplazamiento de Bergen-Belsen.
Obra
“El Diario de Ana Frank” ha sido traducido a más de 50 idiomas. Se trata de una obra de fama mundial,
aunque la paradoja es que su autora apenas tenía entre 13 y 15 años cuando la escribió. En 1947 fue
publicado por primera vez, y hoy constituye uno de los libros más leídos del mundo.
Escribe su diario en forma de cartas a una amiga imaginaria, Kitty. Es una obra impresionante, todo un
monumento a la sensibilidad y a la vida, en la que dos hechos se superponen: la dificultad de la vida y
del tránsito de la niñez a la madurez, y un mundo atroz y salvaje en una Europa devastada por el
racismo y el antisemitismo.
El diario se inicia como una expresión privada de los pensamientos más íntimos de Ana, que señala su
intención de no permitir que otros lo lean. Describe su vida, su familia y compañeros y su situación,
mientras reconoce su ambición de escribir novelas y publicarlas.
Los primeros escritos del Diario muestran que su vida era, de muchas formas, la típica de una escolar,
pero también reseña los cambios que se van implantando desde la ocupación alemana. Algunas
referencias parecen casuales y sin gran énfasis, aunque en otros momentos describe con detalle la
opresión que cada día va en aumento: la estrella que deben llevar los judíos, las restricciones y
persecuciones de la vida cotidiana, etc. Una vez en su escondite, Ana escribió sobre lo bueno que era
tener otras personas con quién hablar, pero también describió las tensiones que rápidamente se
presentaron en un grupo obligado a compartir un confinamiento obligatorio.
Ana pasó la mayor parte del encierro leyendo y estudiando, al tiempo que escribía el diario. Además de
narrar los eventos que ocurrían en el escondite, también escribía sobre sus sentimientos, creencias y
ambiciones. Su madurez y crecimiento se refleja en su escritura y en los temas que trataba, que
pasaron a ser más abstractos, como sus creencias en Dios o su concepto de la naturaleza humana.
Desde su publicación, se ha puesto empeño en desacreditar el Diario, y desde mediados de los años
1970 David Irving (y otros revisionistas del Holocausto) ha sido constante al señalar que el Diario no es
auténtico. El Diario ha crecido en popularidad con el transcurso de los años, y es de lectura obligatoria
en los colegios de diferentes países del mundo.
Jorge Semprún, "El largo viaje", "Viviré con su nombre, morirá con el
mío", "La escritura o la vida”
Biografía
Jorge Semprún nació en Madrid, en 1923. En 1939, al final de la guerra civil española, su familia se
trasladó a París, donde inició sus estudios universitarios. Después de la ocupación alemana, se unió a
la Resistencia francesa y, capturado por la Gestapo, fue enviado al campo de concentración de
Buchenwald, donde permaneció prisionero hasta 1945.
Tras su liberación, ya afiliado al Partido Comunista de España en el exilio, se entregó a una intensa
actividad clandestina. En noviembre de 1964 fue expulsado del Partido. Y es también el momento en el
que comienza su carrera literaria, una actividad que lo ha situado entre los autores memorialísticos más
leídos de los últimos años. Esta labor ha merecido un amplísimo reconocimiento a nivel internacional.
No dejó nunca de lado la política, siempre muy presente en toda su obra. En 1988 se unió al gobierno
socialista de Felipe González, como Ministro de Cultura, puesto que ocupó hasta 1991.
Obra
Tras la liberación de Buchenwald, en 1945, Semprún se vio en la disyuntiva de escoger entre contar o
vivir, entre la escritura o la vida. Durante casi veinte años, fue madurando sus experiencias en los
campos de concentración, para encontrar una forma de explicar lo inexplicable. No fue hasta mucho
después de esta traumática experiencia que Semprún decidió afrontar la experiencia de forma directa y
en profundidad.
La vida y la obra de Jorge Semprún están íntimamente relacionadas, porque sus novelas son en gran
medida autobiográficas y constituyen una reflexión profunda sobre los hechos históricos más relevantes
del siglo XX. Entre estos hechos tuvo gran importancia, tanto personal como históricamente, su
detención por la Gestapo en Francia y su confinamiento en el campo de Buchenwald.
De ese cautiverio emergen algunas de sus obras sobre el tema concentratario: “La escritura o la vida”,
“El largo viaje” y “Viviré con su nombre, morirá con el mío”.
En 1963 publicó “El largo viaje” en Francia, como una forma de describir el largo camino hacia el horror
del sistema concentracionario, a partir de sus experiencias. En 1943, en un angosto vagón de
mercancías precintado, ciento veinte deportados cruzan Francia camino del campo de concentración.
Es un viaje vejatorio por sus características: claustrofóbico, hacinamiento, suciedad, agotamiento. Se
pierde la cuenta de los días que llevan allí, y ni siquiera se sabe cuándo o dónde acabará el viaje. A
pesar de todo, a veces una simple palabra pronunciada por un compañero despierta los recuerdos, lo
único que aún queda.
Mediante esos saltos al pasado y al futuro de la liberación, Semprún traza los itinerarios de esas vidas
atrapadas, algunas de ellas truncadas para siempre por la muerte, por el torbellino fatal de la historia
del internamiento.
Frente a la experiencia concentracionaria, la razón más sólida para no suicidarse fue la idea de no
doblegarse, con el conocimiento de que la mayoría de los que se suicidaron lo hicieron ante la
imposibilidad de vivir con la memoria. El suicidio de Primo Levi le impulsará a escribir “Viviré con su
nombre, morirá con el mío”. Buchenwald pasará constantemente por la esencia de su trabajo literario,
porque será un episodio obsesivo al que el autor volverá de forma compulsiva. En todos sus libros se
mezclan, inevitablemente, las voces del pasado y del presente (en ocasiones incluso del futuro).
La obra “Viviré con su nombre, morirá con el mío”, versa sobre su estancia en el campo de
Buchenwald, en 1944. La novela es una magnífica descripción del universo concentracionario, aunque
no carga excesivamente sobre el tema de las crueldades del campo, algo que algunos críticos le han
reprochado. Las duras condiciones de trabajo no se ocultan, ni la mortalidad, ni el hambre, ni las
enfermedades; pero tampoco oculta los momentos de esparcimiento, las válvulas de escape que
aliviaban algunos momentos.
Su obra es un eficaz remedio contra la amnesia, porque se convierte en una memoria exhaustiva del
siglo XX, un período repleto de acontecimientos terribles que, a pesar de todo, han dejado algún lugar
para la nostalgia.
“[En Buchenwald] se arriesgaba todo en cada momento. Todo, porque no sabías nunca cuál iba a ser
no sólo el mañana sino el más allá de unas horas después, porque siempre podía ocurrir algo: o de
flaqueza personal, que de derrumbase, o el accidente de tropezar con un guardián de la SS borracho,
dispuesto a ejercer su sadismo ese día contigo, contra ti. (…) Eso siempre va mezclado con su
contrario: de repente un cielo azul, o una chica que pasa a lo lejos, o una conversación con un amigo, o
dos frases de un libro, cosas que antes tenían su importancia, pero relativizada y ahora tienen un valor
absoluto, una belleza absoluta”.
Como testigo privilegiado del universo concentracionario, Semprún considera que lo más terrible es la
privación de la libertad y las miserias que esta privación conlleva. Pero considera que no debe cebarse
en el resto de los aspectos del confinamiento: para qué mencionar el consabido listado de horrores del
campo.
El texto se halla continuamente interrumpido por reflexiones personales que saltan del pasado al futuro,
reflexiones que recuerdan los detalles del oficio de escritor o reconstruyen algún episodio
autobiográfico.
Jean Améry: “Más allá de la culpa y la expiación. Tentativas de
superación de una víctima de la violencia”
Quien ha sufrido la tortura, ya no puede sentir el mundo como su hogar.
Biografía
Toda su carrera estuvo dedicada a explorar la noción de judío y de víctima.
Cuando el Nacionalsocialismo llegó al poder en Alemania (1933) Améry estaba estudiando en Viena;
desde ese momento, se inició en los escritos del antisemitismo y del nazismo. Por primera vez
comenzó a entenderse como un extraño dentro de la cultura en la que había vivido. El elemento
decisivo de este proceso fue la promulgación de las Leyes de Nürnberg (1935). “La inmensa mayoría,
no sólo del pueblo alemán, sino también de mi propio pueblo austriaco, me había excluido de su
comunidad”. Pero tampoco encontró su lugar entre la comunidad judía. Algunas de las páginas más
dolorosas para Améry son las que se centran en la pérdida de identidad, de la patria, de la propia
lengua. Convertirse en un extraño en su propio hogar, en su país, dejar de ser reconocido. Esa
sensación es otro de los centros del ensayo de Améry.
Cuando, tras su huída a Bélgica, se unió a la Resistencia, lo hizo más que nada para poder ser
detenido por algo más que por ser meramente judío, sino por ser miembro de la Resistencia contra la
ocupación alemana. En julio de 1943 fue detenido por la Gestapo, por distribuir propaganda opositora
entre las fuerzas de ocupación alemanas en Bélgica. Después de su detención, fue torturado y
encarcelado en Breendonk, donde fue interrogado por las SS durante mucho tiempo. Posteriormente,
Améry fue deportado por la Gestapo a Auschwitz. Améry pasó un año en el campo de Auschwitz IIIMonowitz, en el centro de producción de la IG-Farben. Améry fue evacuado primero a Buchenwald y,
posteriormente, a Bergen-Belsen, debido al avance del Ejército Rojo.
Améry era un intelectual, pero tuvo que enfrentarse con la realidad de que no podía interpretar nada
más que el horror. Se encontró que el intelecto había perdido su calidad fundamental de trascendencia.
Tras la liberación, regresó a Bruselas, donde se mantuvo fuera de los principales círculos culturales. El
pseudónimo que adoptó, en lugar de su nombre original de Hans Maier, significaba su rechazo a la
cultura alemana y su identificación con la francesa. A pesar de todo, Améry continuó escribiendo en
alemán, aunque rechazó viajar a Alemania durante dos décadas, después del final de la guerra.
En octubre de 1978, Améry se suicidó en Salzburg, y fue enterrado en el Zentralfriedhof de Viena. Su
número de deportado en Auschwitz fue inscrito en su lápida.
Obra
Su único ensayo sobre el tema del Holocausto, Jenseits von Schuld und Sühne (“Más allá de la culpa y
la expiación. Tentativas de superación de una víctima de la violencia”), no explica su propia historia.
Tampoco es un tratamiento sistemático o cronológico de su experiencia durante el Holocausto, sino que
se trata de cinco ensayos, ordenados según su composición. No están agrupados siguiendo una
cuidadosa organización, sino por una temática común, que Améry describe como “el estado subjetivo
de la víctima”.
La principal contribución de Améry para la comprensión del Holocausto es su concepto de la “pérdida
de confianza en el mundo”, demostrando, probablemente mejor que cualquier otro autor, que los pilares
liberales de la civilización occidental no están demasiado arraigados en la sociedad.
Para Améry, el Holocausto es un elemento central para el entendimiento humano, porque no
representa una función accidental del régimen nazi, sino su esencia misma. Améry quería la
introducción de ciertos libros sobre Auschwitz en las clases superiores de la escuela secundaria, como
una lectura obligatoria, porque introducían a los estudiantes en la idea de que era indispensable, para
el currículum humanista en la era posterior al Holocausto. La principal ambición de Améry era hablar
desde el punto de vista de la víctima, intentando mostrar el sufrimiento desde dentro, en lugar de pedir
una atención especial para las víctimas.
Para Améry, las víctimas no pueden admitir nada que no sea la justicia. Y si ésta no llega, a los
supervivientes sólo les queda el resentimiento: la sociedad que produce el crimen se convierte en una
sociedad enferma, porque no debe olvidarse a aquellos que actuaron con la complicidad de algunos y
la pasividad de muchos.
Améry considera que, a falta de justicia, también es posible el mantenimiento de la memoria. Sólo
puede apostarse por la negativa a aceptar la reconciliación de las víctimas con el crimen. La reflexión
singular sobre los campos de exterminio, no da lugar a una ceremonia de reconciliación entre las
víctimas y la sociedad.
De acuerdo con Améry, el Holocausto asume su importancia sólo posteriormente (una generación
después de la liberación de los campos), porque las víctimas judías de los nazis no encontraron ningún
tipo de sentimiento de victoria en la derrota de Alemania. La rehabilitación de la nación que había
creado el Tercer Reich fue más rápida que la de las propias víctimas. Durante los años sesenta,
cuando empezó a hablar públicamente de los campos, la reacción del mundo hacia Alemania e Israel
hizo esas evidencias aún más evidentes a los ojos de Améry: mientras Alemania se había reintegrado
en Europa, normalizando su situación, Israel se mantenía como una nación aislada y condenada en
muchos aspectos.
Robert Antelme, "La especie humana”
Biografía
Nacido en Córcega en 1917, fue una singular figura del mundo intelectual francés, tentado siempre por
la literatura y la política. Al estallar la guerra entró en la Resistencia contra la ocupación alemana, como
militante comunista, en el grupo que dirigía clandestinamente François Mitterrand. También se casó con
la escritora Marguerite Duras, de la que se divorció en 1947. Trabajó en el Ministerio de Información del
gobierno colaboracionista de Vichy, al mismo tiempo que se integraba en la Resistencia. Detenido por
la Gestapo, en 1944, junto a otros miembros del grupo, entre ellos su hermana Marie Louise (que murió
en el campo de Ravensbrück), estuvo internado en varios campos de concentración (Dachau,
Buchenwald y Gandersheim). De este último fue liberado al final de la guerra.
Al volver a Francia, comenzó a escribir su memoria de ese período en el infierno. Desde su primera
aparición, el libro fue recibido por la crítica como una obra de gran importancia.
Tras la publicación de su obra, la influencia de Antelme no dejará de crecer hasta el día de su muerte,
en 1990. En 1985, Marguerite Duras publicó El Dolor, que narra la espera y la búsqueda de información
para conocer el destino de su esposo.
Obra
La especie humana, publicada en España en 2001, narra la experiencia personal de Antelme en los
campos de concentración nazis. Este relato, de un “horror peor que la muerte” es un testimonio de lo
que significa la destrucción y la supervivencia del hombre. Es el testimonio de la estremecedora historia
de un superviviente de los campos de concentración nazis. Antelme regresó de entre los muertos y nos
cuenta sus experiencias, gracias a su testimonio autobiográfico, donde se refleja la experiencia
personal en los campos, en los que no había sólo judíos, sino todo tipo de personas a la que se
encarcelaba por diferentes motivos.
Esta obra, mezcla de autobiografía y ensayo es la crónica de un militante de la resistencia francesa y
de su estancia en los campos de concentración. Pero también es una de las más profundas reflexiones
sobre la barbarie y la opresión. El libro, publicado en 1947, se reeditó en 1957, momento en que se
produjo su descubrimiento.
Antelme muestra que la historia ha creado un nuevo género de seres humanos, que internan a los
“enemigos” en un campo de concentración. Pero su obra no es una reconstrucción de sus experiencias
en el infierno, sino una narración de la miseria que es horror por su reiterado devenir.
Es un relato que transcurre en dos planos paralelos: el de la miseria, el frío, el cansancio, el hambre, la
suciedad, la enfermedad y la muerte; y en un plano moral, el de la insistencia por erradicar lo humano
del hombre, de ese “enemigo”. Y están aquellos en los que se consigue ese objetivo, los “musulmanes”,
que han dejado de luchar, a los que todos dan la espalda, que no tiene un espacio en su conciencia
para reconocer el bien o el mal, el que ha dejado de luchar.
La gran importancia de este libro es el testimonio verdadero de cómo luchar y cómo poder resistir en el
horror. Antelme recoge cuidadosamente todo lo humano, la identidad de aquello que no puede
perderse: “La diversidad de las relaciones entre los hombres, su color, sus hábitos, su repartición en
clases, ocultan una realidad que aquí resulta manifiesta, en el punto extremo de la naturaleza, cerca ya
de nuestros límites: no hay especies humanas, hay una especie humana”.
Un libro como este tiene importancia por lo que Auschwitz representa en la historia de la humanidad: la
enorme vulnerabilidad del ser humano y de la propia humanidad. La moral de los vencidos tiene un
papel que cumplir en la historia, y es demostrar el empobrecimiento moral de la sociedad. Es
imprescindible el testimonio de este gran escritor, porque Antelme comprendió que no bastaba con dar
testimonio. Los hombres y mujeres que acababan de vivir la experiencia de los campos no podían ser
creídos ni comprendidos si no inventaban un lenguaje para expresar lo inexpresable. Por eso escribió
un libro duro, seco, desnudo y preciso, al mismo tiempo que extraordinariamente sereno, de una gran
lucidez
Imre Kertész, "Un instante de silencio en el paredón", "Sin destino”
"El escenario número uno del holocausto, Auschwitz, se convirtió para todos los tiempos en el nombre
colectivo de los campos nazis, aunque funcionaran cientos de otros campos y aunque sepamos que en
el propio Auschwitz fueron recluidas y exterminadas decenas de miles de personas no judías".
Biografía
El escritor húngaro Imre Kertész obtuvo el Premio Nobel de Literatura el año 2002, otorgado a “una
obra que expone la experiencia frágil del individuo contra la arbitrariedad bárbara de la historia”.
Nacido en el seno de una familia judía de Budapest, el 9 de noviembre de 1929, sólo tenía 15 años
cuando fue deportado al campo de concentración de Auschwitz. A comienzos de 1945 fue trasladado a
Buchenwald, donde fue liberado, al final de la guerra. Con el final de la Segunda Guerra Mundial
tampoco le llegó la paz y la libertad: Kertész sufrió la represión de la dictadura comunista húngara. En
1951, el Partido Comunista absorbió el diario en el que trabajaba Kertész fue despedido. A partir de ese
momento trabajó haciendo traducciones, escribiendo musicales y guiones radiofónicos. Su negativa a la
autocensura le condenó al ostracismo, por lo que la publicación de su primera novela, Sin destino, en
1975, pasó completamente desapercibida.
Kertész es un escritor comprometido, que ha centrado su obra en el Holocausto y la lucha contra la
dictadura, aunque se tratase de una producción que se mantuvo arrinconada hasta la caída de las
dictaduras comunistas y del Muro de Berlín. Pero es un autor que se aleja de los sentimentalismos
propios de otros escritores. La concesión del Nobel de literatura supuso el empuje definitivo para la
difusión de sus trabajos.
Es uno de los grandes intelectuales húngaros, un pensador crítico e independiente, superviviente del
horror nazi y estalinista, decidido a superar esas experiencias gracias a la literatura y la razón. Habla
del Holocausto desde una racionalidad aparentemente fría, pero su rostro amable contradice la actitud
racional de sus textos.
El horror del Holocausto y la persecución del nazismo han marcado el conjunto de su obra, desde su
primera novela, “Sin destino”, publicada en 1975, que de modo autobiográfico narra la historia de una
masa indiscriminada, “gente a la que no sólo se le arrebató la vida, sino también perdió toda ambición,
todo destino, la razón, el deseo. Todo”. Esta novela se convirtió, posteriormente, en una trilogía, junto a
“Fracaso” (1988) y “Kaddish por un niño que nunca nació” (1992). Esta última supone una plegaria por
un niño nonato, que no asistirá por ello a la realidad de un mundo generador de monstruosidades como
los campos de concentración y exterminio.
Actualmente, es un militante de la independencia del hombre frente a los poderes políticos y afronta la
batalla individual frente a las banderas ideológicas.
Obra
Los ensayos de Kertész constituyen una aproximación radical a la realidad europea del siglo XX, vivida
desde muy cerca. De esta forma, el autor contribuye al debate sobre uno de los momentos más
dramáticos de la historia contemporánea, como es el Holocausto. Este siglo, que algunos vivieron como
el de los grandes avances científicos y revoluciones sociales, para Kertész fue el siglo de los
totalitarismos, de los campos de exterminio y de las dictaduras.
"(…) Quiero plantear la pregunta de por qué Auschwitz ha llegado a ser lo que es en la conciencia
europea: un símbolo universal que lleva el sello de lo perdurable, que encierra en su mero nombre todo
el mundo de los campos de concentración nazis y la conmoción del espíritu universal ante ellos, y cuyo
escenario elevado a un plano mítico debe conservarse para que puedan visitarlo los peregrinos. (…) En
primer lugar, el requisito básico de todo gran símbolo es la sencillez. En Auschwitz, en ningún momento
se mezclan lo bueno y lo malo. La narración sabe –algo que por lo demás es cierto- que millones de
personas inocentes fueron transportadas a Auschwitz, engañadas allí de manera terrible y luego
asesinadas bestialmente. Esta imagen no se ve perturbada por ningún matiz extraño, de carácter, por
ejemplo, político: esta historia no se complica con menudencias tales como que unos dirigentes nazis
leales al partido, pero condenados aun siendo inocentes desde el punto de vista del movimiento –
exclusivamente del movimiento-, hubieran estado encarcelados en Auschwitz, con lo cual el espíritu de
la narración debería luchar con una difícil ambivalencia. Auschwitz es, en segundo lugar, una estructura
totalmente desvelada y por eso mismo cerrada e intocable. Esto vale tanto para la dimensión espacial
como para la temporal. (…) En cuanto al aspecto espacial, conocemos todos los rincones de esta
historia, desde el muro negro hasta los barracones familiares checos, desde el Sonderkommando hasta
la marca de los ventiladores que hacían funcionar los crematorios. (…) Son conocidos sus detalles, su
lógica, su horror y vergüenza éticos, la inconmensurabilidad de los sufrimientos, su lección terrorífica
que en cierta medida ya nunca podrá ser expulsada del espíritu europeo de la narración. Todo esto, sin
embargo, no es suficiente para que un crimen se convierta en un mazazo en la historia del espíritu, en
una llaga viva, en un trauma que queda en la memoria como quedan en el cuerpo las heridas de un
accidente grave. (…) Para ser así, la catástrofe ha tenido que interesar a ciertos órganos vitales".
Un instante de silencio en el paredón. El Holocausto como cultura.
Este conjunto de ensayos de Kertész es una aproximación a la realidad europea del siglo XX, vivida
desde muy cerca. Al analizar el Holocausto, el acontecimiento central de ese siglo, el autor se basa en
su propia experiencia, pero desde la perspectiva de décadas de reflexión, contribuyendo de manera
decisiva al debate sobre uno de los momentos más dramáticos de la historia contemporánea. En este
libro no sólo habla una voz que ha vivido esa experiencia, sino una persona que la ha vivido dentro de
un ámbito geográfico que comparte su espacio cultural y espiritual. También reflexiona sobre los
acontecimientos de su país, Hungría, sobre el concepto de patria, sobre algunas figuras de la literatura
húngara, etc.
Sin destino.
En esta novela, Kertész se centra en el año y medio de la vida de un adolescente en diversos campos
de concentración nazis, aunque no se trate de un texto autobiográfico. Es un testimonio
desapasionado. En su historia, nos muestra la realidad de los campos de concentración y exterminio,
en sus aspectos más eficazmente perversos: los que confunden justicia y humillación, la cotidianidad
más inhumana con una forma extraña de felicidad. Se trata, por encima de todo, de una gran obra
literaria, una de las mejores novelas del siglo XX, que deja una huella profunda e imperecedera en el
lector, una marca difícil de borrar
Victor Klemperer, “Quiero dar testimonio hasta el final. Diarios 19331945”, “LTI. La lengua del Tercer Reich”
Biografía
Victor Klemperer nació en 1881 en Landsberg an der Warthe (Polonia), aunque se familia se trasladó a
Berlín en 1891. Interrumpió sus estudios de bachillerato para trabajar durante tres años como aprendiz
de comercio pero, posteriormente, estudia filología románica y germánica, entre 1902 y 1905. En 1906
se casó con la pianista Eva Schlemmer, y se alistó voluntario en el ejército alemán, al estallar la
Primera Guerra Mundial; fue condecorado con la Medalla del Mérito de Baviera. Durante los años 1920
fue profesor en la Universidad de Dresde, se bautizó en la religión protestante, militando también como
nacionalista alemán.
Cuando el régimen nazi llegó al poder, fue perseguido y humillado por su ascendencia judía, aunque su
matrimonio con una mujer aria le permitió salvar la vida. A pesar de todo, no se libró de sufrir el
envilecimiento que el régimen deparó a todos los judíos de los matrimonios mixtos. Pero tuvo suerte,
porque el régimen nazi mostró cierta condescendencia con los matrimonios mixtos. Trabajó en diversas
fábricas y residió en una “casa de judíos”.
Después de la guerra, se mantuvo afín al régimen de la antigua República Democrática alemana,
donde alcanzó altos honores académicos. Murió en 1960.
Obra
Diarios.
Durante su marginación en Alemania, como judío dentro de un matrimonio mixto, Klemperer anotó con
una gran regularidad todas las vejaciones del terror nazi contra los judíos, dejando un testimonio de la
vida cotidiana de los judíos “privilegiados” en el Tercer Reich. Con un estilo conciso y efectivo,
demuestra que estaba dotado de una brillante capacidad de observación y análisis.
Sabiendo el peligro que corrían las personas que le rodeaban, a causa de los Diarios, se impuso el
deber de dar testimonio exacto de la monstruosa existencia de los judíos de Dresde, que sentían el
miedo cada vez que sonaba un timbre, sufrían malos tratos, ignonimia, hambre, esclavitud y
degradaciones cada vez peores, en la más absoluta indefensión. Se trataba de personas a las que
habían desposeído de todos los derechos civiles.
A través de su obra, nos da cuenta de la aniquiladora intensificación del odio institucionalizado contra
los judíos, la expropiación material de todos sus bienes, la desaparición de sus derechos, la
deportación y el exterminio. Y también nos ofrece una visión de su propia transformación personal,
como alemán y como ser humano. Al mismo tiempo nos ofrece observaciones sobre aspectos casi
imperceptibles de la vida diaria bajo el Tercer Reich: encerrado en su limitado mundo, relató en sus
diarios el implacable aumento de la represión, hasta en los detalles más nimios, de forma que arroja
nueva luz sobre una realidad menos conocida que la de las cámaras de gas, aunque sea, si cabe, más
monstruosa.
Klemperer señala que lo más monstruoso de todo el proceso es que los 60 millones de habitantes de
un pueblo europeo, el más culto, se pusieran al servicio de aquella banda de psicópatas y criminales,
que consiguieran ensordecer al individuo en el colectivismo y sólo dejaron en Alemania lo no alemán, la
idea de sangre, lo animal.
Así se desarrolló esta obra, más de 1.500 páginas que contemplan unos diarios llevados en riguroso
secreto durante los años del Nacionalsocialismo, salvados milagrosamente de la guerra. Traducidos a
más de 17 idiomas y publicados por las más importantes editoriales del mundo, se ha convertido en un
documento histórico de gran valor sobre el Tercer Reich. Porque no se centra en los horrores de los
campos de exterminio, como la mayoría de los textos, sino que habla de la vida cotidiana de la
Alemania nazi.
"(...) Yo me pregunto siempre: ¿Qué alemán ‘ario’ no ha sufrido ningún contagio del
nacionalsocialismo? La epidemia los ha afectado a todos, tal vez no sea una epidemia sino
idiosincrasia alemana" .
LTI
Su pasión por la filología le indujo, durante la redacción de sus Diarios, a estudiar el sentido de la
terminología utilizada por los nazis. La necesidad de anclar el régimen nazi provocó la creación de un
lenguaje de la disciplina, de la obediencia al Führer, con la progresiva intrusión de “lo militar” en todos
los campos de la vida, la política, la literatura, el entorno económico y cotidiano.
Este libro es una brillante crítica y análisis del lenguaje del Tercer Reich, la principal referencia de toda
reflexión sobre el lenguaje totalitario. Klemperer comenzó a recopilar información para este libro ya en
1933, y llevó a cabo la redacción clandestinamente. Pone de manifiesto la habilidad de este filólogo
alemán para plantear cuestiones complejas de forma inspirada y emotiva. Más de cincuenta años
después de su primera publicación, sigue siendo tan actual y provocador como entonces, en la medida
en que muestra como ninguna sociedad permanece ajena a los peligros de la manipulación del
lenguaje.
"Lengua: a tener en cuenta: Machtübernahme [‘toma del poder’], no ‘entrada en el gobierno’ ni
‘asunción de la soberanía’, sino justamente eso, ‘poder’ (...)".
Liana Millu, "El humo de Birkenau”
Biografía
Liana Millu nació en Pisa, en 1914 y murió en Génova, en 2005, en el seno de una familia judía.
Apenas conoció a su padre y su madre murió cuando ella tenía un año, por lo que fue criada por sus
abuelos maternos y una tía. A los 17 años publicó sus primeros artículos.
Con la llegada de la guerra, se unió a la Resistencia, donde fue detenida por la Gestapo, en marzo de
1944, y deportada a Auschwitz-Birkenau.
Obra
Se trata de una obra que recoge seis relatos sobre las condiciones de vida en los campos de
concentración nazis, presentando la historia de seis mujeres diferentes. Es uno de los testimonios
literarios del Holocausto desde el punto de vista femenino, que muestra una percepción de lo
inhumano, algo que se encuentra en los relatos de Ana Frank.
En el texto hay una ausencia total de patetismo sobre la experiencia femenina en las condiciones
extremas del campo. Con una objetividad desprovista de retórica, Millu recoge seis relatos sobre las
condiciones de vida llevadas al límite de lo humano. En el prólogo, Primo Levi afirma que el libro es uno
de los “testimonios europeos más intensos” sobre los campos de concentración.
Wladyslaw Szpilman, "El pianista del gueto de Varsovia”
Biografía
Wladyslaw Szpilman nació en 1911, y estudió piano en Varsovia y Berlín. Tenía 27 años cuando estalló
la guerra y ya era conocido como uno de los pianistas polacos más destacados. Tras la ocupación
alemana, Szpilman y su familia fueron desalojados de su apartamento e internados en el ghetto de
Varsovia, donde se ganó la vida interpretando en bares, en los que se reunían colaboradores y
traficantes del mercado negro.
Fue uno de estos colaboradores judíos quien salvó a Szpilman del tren que llevó a su familia a la
muerte en los campos de concentración. Gracias a una red de conocidos de antes de la guerra,
miembros de la resistencia y a la ayuda de un oficial alemán, Szpilman sobrevivió a la guerra.
Después de la guerra, la radio polaca volvió a funcionar, con grandes dificultades. Entre 1945 y 1963
fue director musical de Radio Varsovia y, posteriormente, siguió su carrera como compositor y
concertista.
El pianista escribió sus memorias en 1946, pero las autoridades comunistas polacas prohibieron en
libro. Fue el hijo de Szpilman, que nunca había hablado con su padre de la guerra, el que encontró el
manuscrito y reeditó las memorias en 1999, que recibieron una gran aclamación internacional.
Szpilman murió el 6 de julio de 2000, antes de que empezara el rodaje de la película basada en sus
memorias.
Obra
Ha pasado más de medio siglo antes de que se haya publicado en Europa este diario donde se
recogen las notas y apuntes de lo que fue el ghetto de la capital polaca. Relata cómo fueron levantados
los muros, como en 1942 empezaron los “reasentamientos” hacia Treblinka, donde fue trasladada la
familia Szpilman, de lo que el autor se libró casualmente, aunque no volvió a tener noticias de su
familia.
Estas memorias relatan cómo sobrevivió a la destrucción de la comunidad judía de Polonia. Se trata de
un vivo relato de la vida del ghetto y de cómo, sorprendentemente, logró escapar y sobrevivir. La fuerza
del tema y de las emociones que genera, convirtieron esta obra en una inspiración para el director de
cine Roman Polanski, que llevó el libro al cine. En estas páginas se muestra el deseo irrenunciable e
inextinguible de libertad.
El libro consta de tres documentos distintos. En primer lugar, el diario de Szpilman, que nos hace un
recorrido por el día a día de la construcción del ghetto y los intentos de supervivencia del protagonista y
su familia, con un tono de fría descripción de los hechos. El segundo reproduce extractos del diario del
capitán del Ejército alemán Wilm Hosenfeld, desde enero de 1942 hasta agosto de 1944, que nos da
juicios críticos sobre el totalitarismo nazi y la responsabilidad de todo su pueblo. La unidad de estos dos
personajes, a través de sus diarios, sólo se conoce al final y a través de la nota explicativa de Wolf
Biermann, en el epílogo.
Los horrores que se cuentan en la primera parte sólo son soportables por la sobriedad de quien y por el
asombro del narrador y protagonista, sobre lo que va sucediendo. No se dan detalles, sino que parece
buscarse un tono discreto, frío ante el horror difícil de imaginar.
El diario del capitán Hosenfeld, desde las primeras fases, reflexiona sobre el infierno nazi, creado por
medio de una sociedad construida sin Dios, y constata dos consecuencias que nacen de esta raíz: el
odio a lo diferente (los judíos) y el intento de aniquilar la libertad. Pero la conciencia y la mentalidad
crítica no se queda en el pensamiento, sino que sus palabras se hacen gesto al salvar a un judío.
Hosenfeld murió siete años más tarde en un campo de concentración soviético, sin que Szpilman
pudiera hacer nada por salvarle.
Szpilman refiere en primera persona, con un lenguaje directo y conciso, lo que vivió en primera
persona: la abyección humana, el dolor, el hambre, la enfermedad, la humillación y la muerte. Pero en
el relato no hay acusaciones o venganzas, sino una simple descripción de increíble fuerza. No es un
relato de buenos y malos, ni un libro sobre el ghetto de Varsovia. Aparecen las atrocidades cometidas
por alemanes, lituanos y ucranianos, pero también por policías judíos y polacos.
Creditos : http://xavier.balearweb.net/get/Literatura%20y%20Holocausto.pdf
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