EP1_CAPITULO01

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ÉTICA PÚBLICA 1
capítulo I – ética de lo público
1.1 La ética como concepto
La palabra ética proviene de la raíz griega ethos que hace referencia a palabras como
“costumbre” e incluso “comportamiento”. La Ethika, que en griego alude a la palabra “hábito”,
por lo que la ética se puede definir como una rama de la filosofía que estudia los principios o
pautas de la conducta humana, mediante la comprensión de aquellos acuerdos o principios
básicos que consideramos imprescindibles para la vida en sociedad y sin los cuales la condición
de humanidad no tendría sentido.
La ética no debe ser confundida con el concepto de moral cuya raíz etimológica proviene del
latín “mores”, que significa “costumbre”. La moral entonces, aunque cercana a la ética,
encierra en sí misma un conjunto de valores, principios, actitudes y hábitos que una sociedad
(por efecto de la costumbre) establece a ultranza como deseables y busca inculcarlos en sus
habitantes para mantener a priori lo que se ha considerado como deseable. Por el contrario la
ética, como lo señala Cortina en su texto Ética Mínima, supone la reflexión crítica sobre esas
costumbres y por eso puede ser entendida como una filosofía moral que:
“…tiene que habérselas con un hecho peculiar e irreductible a otros: el hecho de
que nuestro mundo humano resulte incomprensible si eliminamos esa dimensión a
la que llamamos moral… El quehacer ético consiste, pues, a mi juicio, en acoger el
mundo moral en su especificidad y en dar reflexivamente razón de él, con objeto de
que los hombres crezcan en saber acerca de sí mismos, y, por tanto, en libertad.”
(Cortina, 1986; pág. 18 y 19).
Aunque desde una perspectiva antropológica, la moral y la ética comparten una misma raíz
que emerge de la tradición religiosa. La separación surge de la necesidad de promover
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prácticas que no se acojan simplemente a lo que en un momento histórico dado se establece
como bueno, sino que se hace necesario que lo bueno pueda ser fundamentado en la
racionalidad pública, garantizando así valores indispensables para el orden democrático, como
el respeto por las minorías, la igualdad frente al Estado y el debido proceso. Es decir que, como
se diagrama en la Figura 1, la ética y la moral tienen como núcleo común su relación con los
comportamientos sociales vividos y aceptados por una sociedad. La diferencia reside en que la
ética busca que lo bueno sea adoptado como una práctica cotidiana a partir de la reflexión
crítica que parte de la racionalidad pública, mientras que la moral busca que se adopten
prácticas y comportamientos ceñidos a la tradición o a la norma, moral, cívica o religiosa.
Figura 1. La ética y la moral.
Fuente: Elaboración propia.
Pese a estas distinciones importantes de la ética y la moral, algunos discursos políticos y
prácticas institucionales, sitúan la ética dentro de la moral, restringiendo así su significado y
paralizando sus objetivos. Es innegable, sin embargo, que ambos términos están relacionados
entre sí, pues siempre se les asocia con parámetros de comportamiento y costumbres. En esa
medida cuando se habla de lo moral, se suele establecer un vínculo muy estrecho con los
modos o las maneras en que se actúa y se confieren juicios de valor, teniendo como resultado
que dichos comportamientos sean entendidos como costumbres que en últimas son de
preponderante influjo en el carácter, pensamiento y acción de una persona.
En resumen, las reflexiones desde la ética propenden por la consecución de lo que es
catalogado como “bueno”, reflexionando acerca de cuáles son los valores que sirven mejor a la
realización del bienestar común, la construcción de una vida en sociedad equilibrada,
armoniosa, respetuosa, promotora de valores como la solidaridad, la justicia, el respeto por las
minorías, entre otros. En esa medida, desde tiempos inmemoriales, la preocupación por la
ética ha acompañado a la política, que, entendida como el arte, la doctrina u opinión referente
al gobierno de los Estados (García, 1991), debe ser un ejercicio que privilegie la reflexión
constante, el buen hacer, el beneficio común, el cultivo de la labor del pensamiento crítico y
substancioso en lo social.
1.2 Perspectiva histórica de la ética y lo público: fundamentos políticos y filosóficos
Si bien no es absolutamente necesario realizar un recorrido histórico extenso por cada uno de
los postulados de los innumerables pensadores que se preocuparon por la cuestión ética, es
importante enunciar algunos de los pensadores y planteamientos más notables. Este breve
recuento pretende establecer las relaciones que desde la antigüedad se han instaurado entre
ética, política, gobierno, filosofía, en la construcción histórica de lo privado y lo público. Sobre
dichas relaciones, es evidente cómo la filosofía política clásica asume la articulación entre la
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política y la ética como un inamovible.
Las primeras civilizaciones (siglo IV a.C) desarrollaron pautas de comportamiento, más que
modelos éticos, considerando que la supervivencia se facilitaba mucho más como grupo que
como individuos. Tales pautas de comportamiento fueron fundadas en la existencia de dioses y
castigos eternos (Universidad Técnica de Manabí, s. f.).
La civilización griega, conocida por el amplio desarrollo de escuelas de pensamiento filosófico
y grandes pensadores, cuestionaron las explicaciones mitológicas del origen del universo y del
origen del hombre. Sócrates, uno de los grandes filósofos de la Grecia antigua, sentó las bases
para la reflexión ética de todos los tiempos, al señalar que lo más esencial en el hombre,
independientemente de cuál fuese su origen dentro de la naturaleza, era la razón y no los
instintos. Para este pensador la razón es la única característica que puede diferenciar al
hombre de los animales, permitiendo al hombre orientarse por decisiones inteligentes y
sensatas, de allí se desprende un sentido valioso de “la virtud”, que se asimila con el
conocimiento y que le permite diferenciar lo bueno y lo malo.
Platón, discípulo de Sócrates, creyente acérrimo del “bien” como algo eterno e inmutable,
distinguía entre dos mundos: uno incorruptible y perenne; y otro a su vez fútil y corrupto.
Sostenía que la raíz de todas las virtudes no es otra que la razón, cultivar la razón era el camino
seguro para acceder a lo armonioso, a la justicia, a las virtudes y al “bien”. Solamente quienes
cultivaran la virtud de la razón estarían en las condiciones necesarias para el ejercicio político,
preocupados por el bienestar general y nunca cómplices de intereses egoístas. Mostrando así
una importante relación entre la ética y la política, vinculándola no sólo con el que hacer del
gobernante, sino como característica misma del ser ciudadano, de la construcción y
experiencia de lo público.
Aristóteles, al igual que los dos filósofos anteriores, concedía especial importancia a la razón
como elemento diferenciador del hombre frente a los animales y reconocía la felicidad como
un bien superior para los hombres. En tal sentido, el hombre será más feliz en la medida en que
guíe su actuar por la razón y no por los instintos. En segundo lugar, este filósofo asume que el
hombre es por naturaleza un animal político, lo que evidencia una necesidad del hombre por
vivir en comunidad. Por tanto, el fin del Estado para Aristóteles será el bienestar común y para
ello habrá de promover la virtud –razón- entre sus ciudadanos con miras al acatamiento de la
ley.
Otro de los estadios históricos en los que la ética sufrió grandes trasformaciones, fue durante el
auge del cristianismo, luego de la división del Imperio Romano. La ética cristiana no se
encuentra únicamente recogida en los textos bíblicos, es más, algunos de los preceptos más
aceptados se encuentran en las obras de algunos de sus filósofos emblemáticos, San Agustín y
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Santo Tomas. Se pueden ubicar varias diferencias entre San Agustín y Santo Tomas, por
ejemplo el primero era decididamente platónico y el segundo un seguidor de Aristóteles, pero
dada la similitud de sus planteamientos frente a la ética es preferible hablar de ética cristiana.
En el racionamiento cristiano, lo bueno es todo aquello que acerque al hombre a Dios
(Martínez, 2001, p. 93) y el libre albedrío, como la capacidad del ser humano de decidir por sí
mismo; serán características muy importantes establecidas por esta ética filosófica que
soportan algunos de los principios básicos del Derecho. Debido a que sólo mediante el
reconocimiento de la libertad humana para actuar, es posible responsabilizar al individuo por
su conducta, ya que es éste quien decide sin encontrarse determinado externamente.
En términos generales se considera que la edad moderna comprende los periodos conocidos
como renacimiento, barroco e ilustración. El Renacimiento estuvo marcado por el
cuestionamiento de las instituciones católicas y la moral cristiana, condensados en un conjunto
de movimientos sociales conocidos como La Reforma y posteriormente la Contrarreforma. La
Reforma fue un movimiento social y religioso que expresó fuertes críticas al sistema
sacramental impuesto por la Iglesia Católica y se asoció con algunos monarcas para formar
iglesias estatales y otras iglesias, disminuyendo así el poder de la iglesia católica. Dos de sus
más grandes representantes fueron Martín Lutero y Juan Calvino, que pregonaban la bondad y
la fe como virtudes indispensables para la salvación del alma. Calvino hacía hincapié en que la
vida del creyente debía estar rodeada de virtudes diarias más que místicas, virtudes tales como
la austeridad y el ahorro.
Paralelamente la Iglesia Católica emprende el movimiento de la Contrarreforma como
respuesta. Ésta se caracterizó por combatir algunos de los comportamientos que habían dado
lugar a La Reforma, entre estos poner límite a los abusos cometidos por miembros del clero
contra los bienes económicos de los fieles. Pero más allá de las reformas de tipo religioso se
buscaba contener la Reforma para así garantizar la supremacía papal y la alianza entre éste y
algunas de las coronas europeas.
En este contexto religioso también se desarrolló el movimiento intelectual y cultural
denominado humanismo, nombre dado a este movimiento cultural, que reivindicaba el valor
del hombre por el sólo hecho de ser humano, acercándose a los orígenes de la palabra
humanitas que es amor por los semejantes.
Durante este periodo también se dio el tránsito de una sociedad feudal caracterizada por la
concentración de tierras, la servidumbre y el poder monárquico a una de tipo capitalista
marcada por la mecanización e industrialización, el trabajo asalariado y la fe en la ciencia
moderna.
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Diferentes pensadores y filósofos marcaron las ideas éticas y políticas de este tiempo, entre
ellos se cuenta a Nicolás Maquiavelo, Thomas Hobbes, John Locke, Jean-Jacques Rousseau,
Baruch Spinoza, Immanuel Kant, Jeremy Bentham y Friedrich Hegel.
Nicolás Maquiavelo, fue un filósofo y escritor italiano, para quien la política debería estar
rotundamente separada de la ética y la moral, entendiéndola como un arte de las relaciones
que debería guiar la dominación entre sujetos. Maquiavelo aducía que el príncipe debía
responder a las necesidades del pueblo, gozar de su simpatía, tener control sobre éste, porque
su fin último como gobernante es conservar al Estado. Por esto consideraba que “el fin justifica
los medios, siempre y cuando los medios sean necesarios” (Maquiavelo, 1513 (2010)). Tal
razonamiento implicaba que el príncipe guiara su comportamiento únicamente con miras al
sostenimiento de su reinado, sin ser de mayor relevancia que pudiera incurrir en la inmoralidad.
A continuación se presentaran algunos pensadores asociados al contractualismo. Éste aunque
con diferentes matices supone al hombre en un estado de naturaleza carente de cualquier
norma y/o autoridad en donde la sensación de inseguridad es constante, llevándolo a asociarse
con los demás en un contrato en el que crean una autoridad superior a las partes encargada de
dirimir conflicto y asegurar sus derechos.
La consideración ética del hombre por parte de Thomas Hobbes se caracteriza o enmarca en
el determinismo, el ser humano es entendido como un sujeto condicionado por el principio de
autoconservación. Husserl señala que en la ética hobbesiana la única motivación que hace que
el hombre tenga un comportamiento éticamente correcto es la búsqueda de su simple gozo a
través de su conservación. Con tal fin el hombre considerado malo y egoísta se asocia con los
demás para autoconservarse. En este sentido Hobbes presentaba al Estado como la persona
jurídica de la sociedad, porque se le había facultado para concentrar y reunir todo el poder de la
sociedad, cuya función principal es proteger y defender la vida de los participantes en el
contrato social. (Hobbes, 1651 (2009)).
Maquiavelo y Hobbes hablan del estado de naturaleza, como una condición innata del ser
humano, en la que su comportamiento está guiado por intereses egoístas, perversos y
mezquinos. De tal manera que el gobierno y el Estado son fundamentales para garantizar que
los hombres ajusten su comportamiento, haciendo posible que a través de la vida en sociedad
puedan garantizar mejor su supervivencia y trascender el estado de arbitrariedad y desastre
que supone el orden prepolítico.
John Locke, otro de los denominados contractualistas, en oposición a Maquiavelo y Hobbes,
consideraba que el hombre no es malo por naturaleza, en consecuencia, el estado natural del
hombre es la paz y la libertad, gracias a un sentimiento innato de solidaridad y al instinto de
conservación, que constituyen una especie de “moral natural” de los hombres (Universidad
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Técnica de Manabí, s. f.). Locke consideraba también que ante un orden injusto o ineficaz los
ciudadanos tenían derecho a desobedecer al Estado y garantizar para sí el bienestar necesario,
justificando la resistencia civil contra el Estado.
Baruch Spinoza, será una de las grandes influencias en las reflexiones contemporáneas sobre
la ética, su eliminación del dilema cartesiano entre mente y cuerpo le permitió establecer una
ética basada en el conocimiento y la voluntad, no en el castigo. Para Spinoza la mente y el
cuerpo humano son expresiones de una sola cosa: la persona. En este tenor de ideas los
problemas de la ética son problemas de la voluntad y no del capricho del alma como se podría
presentar desde otras perspectivas. Por tanto, la conducta humana sería producto de una serie
de afectos, sentimientos, pasiones y equivocaciones, que no pueden ser simplemente
suprimidas como en el modelo aristotélico; sino que son producto de la propia alma y la
necesidad de sumar aprendizajes para actuar con un mejor conocimiento de las consecuencias.
Así, el trabajo de la reflexión ética consiste en conocer las diferentes pasiones y reconocer la
forma en que actúan en la persona, para poder eliminar esas pasiones tristes que llevan a la
gente a la pasividad y potenciar aquellas pasiones alegres que mueven a la acción y el buen
vivir. En términos generales, la ética sería el estudio de los afectos, propiciando la reflexión
sobre las consecuencias que acarrearía determinado curso de acción y describiendo las formas
de actuar de una persona, para que quienes se enfrenten a la misma situación tengan mejores
elementos para establecer su curso de acción y ser más alegres.
Jean-Jacques Rousseau, una de los pensadores influenciados por el pensamiento de Spinoza,
cambia los presupuestos sobre los que se habían establecido las primeras perspectivas
contractualistas para establecer que el estado de naturaleza no era tal orden de caos y
egoísmo. Por el contrario Rousseau plantearía que el ser humano nacía inevitablemente bueno
y era el orden social el que le corrompía, llevando a unos fuertes debates y posteriores
movilizaciones sobre el orden social y político de su época (se le conoce como uno de los
precursores de la revolución francesa). Rousseau definía el contrato social como una cesión
parcial de derechos naturales de los individuos hacía la comunidad, pues sus bases eran dadas
por la necesidad de supervivencia que experimentaban los miembros de un grupo y que serían
más fácilmente garantizadas por un acuerdo común. Sin embargo el soporte de este contrato
estaría dado por el pueblo, de manera que un buen gobierno sería aquel que reconociera que la
soberanía residía en el pueblo. Así, el Estado debería entenderse como la suma de todas las
voluntades individuales en torno a un interés común (Rousseau, 1772 (1999)).
Immanuel Kant, tal vez uno de los autores más relevantes en la historia de la ética, señalaba
que la ética se fundamentaba en la capacidad de razonamiento abstracto y universal.
Considerando central darle un enfoque científico a los asuntos éticos, Kant se proponía liberar
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la ética de la mera especulación. De esta manera la ética, al igual que la ciencia, debía basarse
en postulados nacidos de la razón.
Sobre el uso de la razón, Kant distinguió entre su uso teórico y su uso práctico. En su uso
teórico, la razón permitía determinar un objeto, es decir que, la razón haría posible el
descubrimiento de las leyes universales o las verdades lógicas que constituyen lo que
percibimos y/o hacemos. Mientras que en su uso práctico, la razón sólo permitiría conocer los
medios que nos permitieron alcanzar determinados fines, es decir que el uso de la razón
práctica sólo permitiría la toma de elecciones o decisiones guiadas por la ley (moral, legal o
religiosa) a partir de las cuales ya se ha determinado previamente el valor positivo que se
alcanza a través de esa acción. Es por esto que para Kant era de extrema importancia que los
individuos hicieran uso de su propia capacidad para pensar y razonar, expresándolo a través de
su máxima separe aude o atrévete a pensar.
Siguiendo este hilo argumentativo Kant señaló que todas las reflexiones sobre la ética y la
moral debían poder reducirse a una sola obligación o mandamiento fundamental, de ahí que
su aporte más mencionado fuera la presentación de los imperativos categóricos e hipotéticos.
De manera general, los imperativos hipotéticos son normas de comportamiento adoptadas
como medio para la consecución de un resultado, impulsando un tipo de actuación relacionado
con la consideración de las circunstancias. Mientras que los imperativos categóricos son
comportamientos puestos en práctica por el simple hecho de ser buenos, sin buscar nada más
que el bien que encierran en sí mismos, los cuales además pueden ser puestos en practica
independientemente de las circunstancias y sólo por la consideración de su bondad en sí
mismo.
Tenemos entonces que para Kant la conducta de todo ser racional debía ser guiada por
imperativos categóricos universales y buenos en sí mismos. Considerando que los imperativos
categóricos podían concentrarse en tres formulaciones, Kant (1990) los presentó así:
1. «Obra sólo de forma que puedas desear que la máxima de tu acción se convierta en una
ley universal».
2. «Obra de tal modo que uses la humanidad, tanto en tu persona como en la de cualquier
otro, siempre como un fin, y nunca sólo como un medio».
3. «Obra como si, por medio de tus máximas, fueras siempre un miembro legislador en un
reino universal de los fines».
A las consideraciones del alemán, siguieron las realizadas por el inglés Jeremy Bentham, quien
también se ocupó de plantear algunas reflexiones sobre la política. Bentham sostenía que
todas las acciones emprendidas por los seres humanos deberían estar motivadas por la
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maximización del placer y el goce de la vida, alejándose del dolor, el sacrificio y el sufrimiento.
De esta manera la ética estaría comprometida con el logro de la felicidad para un mayor
número de personas, entendiendo que lo bueno debe ser útil. Así la ética para Bentham se
convierte en un cálculo, a partir del cual se determinan las consecuencias y se actúa de manera
que se puede maximizar el placer y disminuir el dolor.
Cerramos este apartado, con uno de los pensadores que influyó en muchas de las corrientes
filosóficas y políticas del siglo XIX, el filósofo Friedrich Hegel. Hegel señalaba que la historia
podía ser vista como una serie de estadios que conducen a una realidad tanto racional como
espiritual. Para el alemán la moral, por ejemplo, nace del ambiente familiar, que se va
desarrollando en planos históricos y políticos. Por otra parte, para Hegel la ética no se podría
realizar por el individuo aislado, que se sienta a reflexionar sobre sus normas de una manera
abstracta e imparcial; sino que es necesario ver al hombre como el ser histórico que es, con sus
acciones y las instituciones particulares que ha construido para regular su acción. Así para
Hegel (1993: pp. 257), “El Estado es la realidad de la idea ética” en la medida en que el Estado
es la materialidad histórica de los valores conscientes e inconscientes que componen una
sociedad.
La reflexión ética en la edad moderna es bastante prolífica, aunque algunas corrientes y
autores parten de una concepción negativa del hombre y sus motivaciones para actuar, otras
corrientes sitúan las bases de la conducta individual con factores institucionales y culturales
que es importante tener en cuenta para ampliar nuestras formas de reflexionar sobre el bien
común y el comportamiento individual.
1.1.1.1 Época contemporánea.
Desde finales del siglo XIX hasta nuestros días han surgido grandes corrientes filosóficas dentro
de las que se encuentran pensadores como Karl Marx y Friedrich Nietzsche. Paul Ricoeur en
1965 los denominó los “filósofos de la sospecha”, porque desenmascararon lo que ellos
llamaban:
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“la falsedad escondida tras los valores ilustrados de racionalidad y
pretensión de verdad”. Se trata de desvelar lo que Nietzsche
descubrió acerca de la realidad preguntándose qué hay de
auténtico bajo los valores morales y el concepto de verdad; lo que
Marx indagó acerca de ideología y lo que Freud puso de manifiesto
en torno a las acciones del ser humano y del papel del inconsciente.
En el fondo estos pensadores descubren que algo de la realidad,
algo fundamental no es como nos lo habían contado siempre. A
partir de ellos, se compartan o no sus afirmaciones, hay que
tenerlos en cuenta, no se les puede ignorar si se quiere comprender
el ámbito que cada uno de ellos iluminó para la historia del
pensamiento. (EducaMadrid, s. f.).
Por un lado, Marx señalaba que es la conciencia social la que moldea la conciencia del individuo
y no lo contrario. En tal sentido una sociedad dividida en clases solo puede tener como normas
de conducta y moralidad aquellos valores que sirvan para justificar la dominación de la clase
dominante y mantener la estructura de explotación. Para este pensador la filosofía, la religión,
el arte, la ciencia y la cultura de un determinado momento histórico son la superestructura que
se fundamenta en la estructura económica, por lo cual estas estarán mediadas por los interés
de clase, justificando así la relación de explotación entre opresores y oprimidos.
Nietzsche, otro de los filósofos de la sospecha afirma que “los valores morales transmitidos
por el cristianismo son propios de una moral de esclavos y tienen su origen en el resentimiento
contra la vida” (EducaMadrid, s. f.). Nietzsche propone una ética material basada en el
desarrollo de sí mismo, de la autoafirmación y del juego sin límites de la autocreación. La
propuesta de Nietzsche se basa en la crítica de la moral y la propuesta del nihilismo como
alternativa. La crítica de la ética establece que la moral se ha constituido históricamente como
una fuerza opresora, donde las ideas del bien y del mal han sido construidas para justificar el
ejercicio del poder de un grupo social sobre otro.
En contraposición el autor propone la ética nihilista, donde se acepte la vida y la nada y el
vivir “Más allá del bien y del mal”. Una ética a partir de la cual el hombre pueda crearse y
recrearse, afirmando la voluntad de poder, la fuerza y el dinamismo que arraiga cada cuerpo,
sin buscar un sentido trascendente ni un ideal al que aspirar como progreso; sino más bien una
ética vital, una ética que se disuelve en la estética de la risa y el llanto.
La importancia de los filósofos de la sospecha reside en su capacidad para ofrecer nuevas
perspectivas para pensar en otros modelos capaces de explicar la conducta individual y los
procesos históricos por los cuales la moral de nuestra época puede ser entendida, explicada y
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transgredida. Su importancia explicativa reside sobretodo en su capacidad para cuestionar los
modelos éticos más ampliamente aceptados, poniendo al desnudo los intereses que se
esconden tras la pretendida objetividad de los valores.
Es posible notar que si bien cada periodo histórico ha contado con disímiles vicisitudes y
paradigmas, la ética como una preocupación conectada con la política ha estado presente
desde tiempos remotos y de manera permanente. La ética siempre ha estado ligada a la
sociedad y a la construcción de lo colectivo, aún en las preocupaciones que tenían como centro
la discusión religiosa, la ética y lo político han estado registradas como parte de la discusión
sobre el buen actuar y los valores que pueden garantizar lo común como marco benéfico para
todos.
1.3 La ética de lo público en el marco de la construcción del Estado: una reflexión entre
Ética y política para la defensa de lo público.
“La política es un arte y una técnica del gobierno del
Estado: arte y la técnica de dirigir a los hombres a través de
directivas generales en la dirección de un fin común que es
la realización de condiciones de vida favorables para el
mejor y más pleno desarrollo del hombre” Michel Riquet.
Etimológicamente hablando, lo “público” nos remite a aquello que es del pueblo. En términos
generales lo público ha adquirido significaciones diferentes de acuerdo con las costumbres
sociales y los regímenes políticos imperantes. Lo público puede entenderse en el marco de lo
común y las construcciones históricas que sobre ellos se dan. Así, lo público se conforma por
diferentes elementos, escenarios y contextos históricos, cuyas manifestaciones y realidades
son distintas de acuerdo al tiempo en el que se suscriba y a la experiencia y necesidades de la
sociedad donde se desarrolle. Tales variaciones de lo público están ligadas a la idea de
ciudadanía, de cultura, a las reglas de juego (formales e informales) de una comunidad y a la
existencia del mercado como institución rectora de los intercambios económicos.
En Grecia la noción de lo público se corresponde con la de lo político, así el espacio público es el
terreno de la igualdad, la libertad y la ley, por tanto en este espacio el recurso a la violencia no
está permitido. Se trata además de un espacio para la acción, donde sólo entran quienes están
a salvo de las necesidades de supervivencia, por lo que las mujeres y los esclavos fueron
eliminados de estos espacios. Es un espacio por excelencia masculino, donde se pone lo que la
sociedad considera que debe ser preservado más allá de las futilidades del tiempo, un espacio
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para la inmortalidad de los mortales. Si bien lo público en los griegos se ejerce en la polis
(ciudad), difiere de la noción de gobierno.
En Roma la noción de lo público llega por oposición a lo privado, sin embargo se aleja de la
concepción griega, entendiéndose lo público como un espacio para el interés común y no
según lo presentaban los griegos, como un espacio para la trascendencia. En Roma la libertad
tenía una valoración negativa relacionada con la desprotección, por lo que era libre aquel que
no tenía dueño y estaba expuesto a las necesidades de supervivencia. Pero de manera
fundamental los romanos desarrollaron un esquema de adaptación de la política griega donde
lo público se funda en el peso de la tradición, la legalidad y la autoridad.
En la edad media se produce una indiferenciación entre lo público y lo privado. Territorialmente
el imperio se ha fragmentado y los señores administran su propiedad de acuerdo con leyes y
principios establecidos por ellos, en la mayoría de los casos la administración de justicia es
subjetiva y se garantiza mediante la tradición. En este periodo no hay una distinción entre lo
público y lo privado, porque lo privado ha invadido las demás esferas. Incluso lo público
adquiere connotaciones negativas, marcadas por concepciones en donde lo público se
identifica con lo que no es de nadie, como los caminos y todos aquellos espacios que están más
allá del feudo. La guerra es el elemento fundamental de lo público, debido a que es a partir de
la guerra que se establece la relación del rey con la nobleza y se garantiza la seguridad al
interior de la propiedad del señor feudal. Finalmente, en la edad media tenemos que lo político
pasa a ser una combinación entre el espacio secular y el espacio del monarca, de los cuales
ninguno de los dos es propiamente público.
En la modernidad el espacio público se decanta como la administración de un espacio
proveniente de la separación formal (legal) que media entre la propiedad privada urbana y la
propiedad pública. En este giro aparece lo social como un espacio intermedio entre lo privado y
lo público, donde la lógica de la supervivencia y la discriminación se ha expandido a lo público.
La sociedad es ahora como una gran familia que entiende lo político como la administración
organizada de los bienes necesarios para la supervivencia, donde la labor (como el conjunto de
actividades que garantizan los bienes necesarios para la supervivencia) no acaba nunca porque
la necesidad de consumo no tiene otro propósito sino el consumo mismo. Lo social en la era
moderna ha absorbido lo privado y lo público, lo privado ha quedado confinado al lugar de lo
íntimo y lo político ha sido absorbido por la función de lo social.
Una de las nociones centrales de la relación y transformación entre lo público y lo privado que
deviene con la modernidad, es la idea de sociedad civil. La “sociedad civil” proviene del
posicionamiento de lo social entendido como la acción agrupada que desarrollan los individuos
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para resolver problemas comunes. Los contractualistas (Hobbes, Locke y Rousseau) explican el
surgimiento del Estado desde esta perspectiva, restringiendo las ideas sobre lo público a la
necesidad individual que se puede satisfacer mejor en grupo. Desde otros razonamientos
teóricos y evidencias históricas, Hegel establece que la sociedad civil existe por oposición a lo
político y que en ella se dan una serie de relaciones económicas, familiares y organizativas que
se encargan de administrar el llamado bienestar general y que van más allá del Estado, tales
como las corporaciones gremiales, asociaciones de voluntariado, sindicatos. Para Hegel la serie
de transacciones que ocurren en la sociedad civil no involucran necesariamente al Estado y es
en ella donde se forma la opinión pública. Así, una de las premisas centrales de la discusión
política de la modernidad es la separación entre el Estado y la sociedad civil, que en términos
generales establece que lo público es mucho más amplio que lo estatal. Alexis de Tocqueville
argumentaba a favor de dicha separación señalando que la sociedad es autónoma frente al
poder del Estado, distinción que permite controlar las tiranías de izquierda o de derecha.
En resumen, podemos decir que la relación entre la sociedad civil y la esfera pública en la
modernidad está dada por dos procesos; primero que la sociedad civil es un espacio
independiente del Estado donde se da origen a la opinión pública, y en segundo lugar, que la
esfera pública debería ser el espacio donde se concilia lo estatal y lo político, lo social y lo
económico.
Frente a la relación entre lo público y lo político, Arendt (2001) dirá que la dignidad de lo
político está en el legado de los revolucionarios y no en el de los filósofos, considerando que es
a partir de las revoluciones que se ha hecho posible la recuperación de los fundamentos de lo
político en la modernidad, es decir la restauración de la autoridad del interés común. Por tanto,
aun cuando lo público se relaciona con lo político, lo político no se agota en el proceso
comunicativo que supone la construcción de lo público y va a requerir siempre de la acción
conjunta. Es así como se establece que la esfera de lo público se refiere a un campo de la vida
social, un espacio en el que tienen y deben tener acceso todos los ciudadanos, porque son ellos
quienes la construyen y la transforman (Arendt, 2001).
Tal y como lo hemos planteado hasta aquí, lo público no es una noción universal y abstracta;
por el contrario, está llena de historia y se expresa de maneras diferentes en la
institucionalidad y en las practicas. Sin embargo, la construcción de lo público es central para el
ejercicio de la política, lo que en el Estado de derecho y en el régimen democrático va a
significar una acción permanente por reforzar los procesos comunicativos y de relacionamiento
a partir de los cuales se construye lo común. En ningún caso lo político puede ser restringido al
Estado ni se agota en él, se considera más bien que el Estado es una de las expresiones de lo
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político en nuestros tiempos, más no por ello el lugar único de lo político.
Entendida así la ética de lo público surge como una preocupación y constante reflexión por la
acción individual fundada en la preocupación por el bienestar del otro y la construcción de
bienestar colectivo, fundamentos centrales en el ejercicio de la función pública. La ética
entonces implica una responsabilidad con él otro y con los otros, más aún cuando se hace parte
de una colectividad política que ha asumido un compromiso social para la garantía de los
derechos humanos, el bienestar común y la justicia social. La política entonces se puede
entender como una ética de lo privado y de lo público que implica la construcción del bien
común:
“Un concepto de la relación entre ética y política que da la primacía a lo político
porque considera necesario e inevitable la participación del individuo ético en los
asuntos colectivos, en los asuntos de la ciudad, de la polis. Admitida la separación
de hecho entre ética y política, el individuo aspira a la coherencia, a la integración
de la virtud privada y de la virtud pública con la consideración de que aquélla sólo
puede lograrse en sociedad y, por tanto, políticamente” (Fernández Buey, 1988).
Es preciso mencionar entonces, que la noción de la ética ha sido inseparable de lo público, y su
constante reflexión y ejercicio debe privilegiarse en todos los espacios institucionales y en las
acciones cotidianas de los servidores y del ciudadano común y corriente, que no debe estar
exento de pensar la ética como una filosofía de vida.
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