Los franceses en Chinchón

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AÑO 2006 - SEGUNDO PREMIO
MANUEL CARRASCO MORENO
LOS FRANCESES EN CHINCHÓN
(29 DE DICIEMBRE DE 1808)
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ÍNDICE:
ESTUDIO HISTÓRICO:
LOS FRANCESES EN CHINCHÓN. AÑO 1808.
I. INTRODUCCIÓN.
II.ANTECEDENTES.
III. EL ATAQUE A LOS FRANCESES.
IV. REPRESALIAS.
V. CONSECUENCIAS.
VI. LAS PENALIDADES CONTINUARON.
VII. CONCLUSIÓN.
NARRACIÓN NOVELADA:
LA COLUMNA DE LOS FRANCESES.
(CRÓNICA LUCTUOSA DE LOS
ÚLTIMOS DÍAS DE 1808
EN LA VILLA DE CHINCHÓN)
BIBLIOGRAFÍA.
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ESTUDIO HISTÓRICO:
LOS FRANCESES EN CHINCHÓN: AÑO 1808
I. INTRODUCCIÓN:
Afrontar, desde el punto de vista de un historiador, los hechos ocurridos en los
últimos días del año 1808, cuando las tropas francesas asolaron Chinchón,
supone rastrear todos los vestigios que nos han quedado de esos acontecimientos, teniendo que recurrir a fuentes no habituales y por ello de dudosa verosimilitud, dado que los documentos que nos han quedado de esos hechos son parciales y, en ocasiones, poco ilustrativos de aquellos tremendos acontecimientos.
Lógicamente había que visitar el archivo histórico y allí hay documentos, a los
que iremos haciendo mención en el trascurso de este trabajo, que nos aportan
datos importantes, pero claramente insuficientes para conocer “toda” la verdad
de lo ocurrido.
En segundo lugar había que consultar los libros que narran aquellos hechos,
que se reducen a sólo dos: “Chinchón desde el siglo XV” de don Narciso del
Nero, y “Chinchón” de don Simón Viñas Roy. Las menciones que se pueda
encontrar en otros libros son meras referencias a estas dos publicaciones.
El primero de ellos nos ofrece una descripción bastante extensa de lo sucedido
en aquellas fechas. Para ello tomó datos del archivo histórico, de los libros
parroquiales y de los testimonios del notario y escribanos de Chinchón, pero
también hay datos que, sin duda, parecen estar tomados de la tradición oral que
le pudieron llegar al autor de sus antepasados.
Esta circunstancia es mucho más acusada en la publicación de Viñas Roy, ya
que se trata de un librito dedicado a los niños, para contarles la historia del pueblo. Está escrito en el año 1890, cuarenta y cinco años antes que el de Narciso
del Nero. En toda esta obra podemos encontrar muchos errores históricos y se
puede deducir que lo escribió tomando notas de lo que él le contaron algunas
personas del pueblo, ya que el autor era un maestro que fue comisionado por la
Diputación Provincial de Madrid, para escribir una serie de libros sobre la historia de distintos pueblos de la provincia. Concretamente, al referirse a los
hechos que nos ocupan, los sitúa en el día 25 de diciembre de 1809, y está claramente influido por leyendas populares, muy difíciles de contrastar. Leyendas,
por otro lado, que han llegado hasta nosotros por trasmisión oral, a las que también después iremos haciendo mención.
Otra fuente de información son, sin duda, los monumentos, que en forma de
lápidas, monolitos o, incluso, ruinas, nos das información de algunas circunstancias de lo que ocurrió.
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Actualmente la información gráfica es una fuente muy importante para conocer
los hechos de cualquier acontecimiento. Las hemerotecas nos ofrecen fotografías que describen con extraordinaria exactitud detalles que pudieron pasar por
alto los cronistas de los hechos. En el año 1808 no había fotógrafos pero, afortunadamente, disponemos de un cronista gráfico de excepción, que tuvo conocimiento directo de todo lo acontecido. Francisco de Goya, unos años después,
se encargo de legar al futuro toda una colección de grabados con detalles minuciosos de las atrocidades que él titulo “Los desastres de la guerra”. Las tremendas impresiones de la guerra, directamente vividas -o escuchadas de primera
mano- comenzaron a ser pasadas a planchas hacia 1810. Goya no adopta una
posición partidista o “patriotera”. No ve la guerra como algo en que los papeles
de buenos y malos estén claramente repartidos. Lo que censura, lo que le duele
en los más hondo, es la guerra misma, la violencia en sí, venga de donde venga.
Tan odiosos le aparecen los franceses -ejecutores sin rostro, violadores salvajescomo algunos españoles a los que despacha en una ocasión con el vocablo despectivo de “populacho”.
Los desastres de la Guerra de Francisco de Goya y Lucientes
Francisco de Goya era hermano de uno de los capellanes de la Iglesia de
Chinchón. Camilo Goya vivió los hechos y sin duda que se los detalló a su hermano cuando éste le visitase en Chinchón, como hacía con frecuencia.
Una demostración fehaciente de lo dicho es el grabado nº 37 titulado oficialmente como “Esto es peor”, pero en el que, al dorso de una de las pruebas, el
mismo autor puso de su puño y letra: “El de Chinchón”. Si nos fijamos detenidamente en todos estos grabados podemos llegar a la conclusión de que algunos de los hechos que recoge pudieron estar inspirados directamente por las
narraciones de su hermano de lo ocurrido en Chinchón.
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Para conocer detalles del asedio y asalto del pueblo, disponemos de algunos
documentos y tendremos que recurrir a leyendas trasmitidas oralmente y que
han llegado hasta nuestros días, como el asesinato de toda una familia que se
había refugiado en una tinaja y fue descubierta por los ladridos de un perro.
A la hora de concretar las perdidas que se ocasionaron, solo cabe la descripción
detallada que se hizo a los distintos escribanos que levantaron acta de las pérdidas. En el archivo histórico podemos encontrar algunos documentos muy
exhaustivos y pormenorizados detallando estas pérdidas y los destrozos ocasionados en casas particulares y edificios públicos y religiosos.
Otra cuestión es determinar las pérdidas y destrozos en las iglesias. No queda
claro si las obras de arte que allí existían fueron pasto del fuego o si fueron
saqueadas por los franceses. Esta segunda hipótesis parece la más plausible, si
tenemos en cuenta lo que ocurrió en el resto de España y cómo los generales
franceses se encargaban de hacerse con todas las pinturas que podían, sobre
todo de artistas italianos, para después trasladarlas a Francia, lo que les suponía una importante fuente de ingresos, como está suficientemente documentado por infinidad de publicaciones que se han interesado en este asunto.
De lo que sí tenemos documentación es de los hechos ocurridos en los días posteriores al asalto. Tenemos documentos en los que se detallan las distintas misivas de las autoridades de Chinchón a los militares franceses y la contestación de
éstos autorizando la vuelta al pueblo de la población que había huido a distintos pueblos de los alrededores.
Tenemos también constancia de los libros de los archivos eclesiásticos que se
perdieron en los incendios, y el detalle, con nombres y edades de todos los
muertos de aquellos días, ya que con ellos se inició el nuevo libro de registro de
fallecimientos en la parroquia de Chinchón.
Vamos a intentar reconstruir detalladamente los hechos:
II. ANTECEDENTES.
El 30 de julio de 1803 el Cardenal Luis María de Borbón y Vallábriga renuncia
a sus derechos sobre el condado de Chinchón y se los cede a su hermana María
Teresa, que hereda el Mayorazgo, el Condado con las villas que comprende y el
Señorío de Bobadilla con sus propiedades y jurisdicciones.
Años después, el 17 de marzo de 1808, cuando estalla el Motín de Aranjuez, que
conduce al encarcelamiento de Godoy y a la abdicación de su primo Carlos IV,
María Teresa, la ya Condesa de Chinchón, ve la oportunidad de abandonar a su
esposo después de tantos años de humillación, deja a su hija Carlota, a la que
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nunca había querido porque le recordaba a su padre, con los depuestos reyes y
se traslada a Toledo junto a su hermano el Cardenal.
El 2 de mayo de 1808 se inicia en Madrid el alzamiento popular contra los franceses; el 10 de mayo Fernando VII abdica en favor de Napoleón y éste en su hermano José I. El Cardenal Luis María de Borbón se ve obligado a reconocer al
rey José. Entre mayo y junio, sin autoridades legítimas, el pueblo asume el ejercicio de su soberanía mediante la creación de las juntas provinciales, que se
ocuparon de dirigir y organizar la resistencia al invasor. En julio la tropas del
general Castaños vencen en Bailén y en agosto recuperan Madrid, los franceses
pierden en todos los frentes.
Don Luis A. de Borbón
La Condesa de Chinchón
Manuel Godoy
El 25 de septiembre de 1808, los delegados de las Juntas se reunieron en
Aranjuez y decidieron asumir el poder con el nombre de Junta Central
Suprema, presidida por el conde de Floridablanca. En noviembre, Napoleón
llega al frente de un importante ejército y durante 1809 ocupa toda la península a excepción de Cádiz (protegida por la Armada española y británica). Luis
María y su hermana María Teresa huyen de Toledo a Andalucía con la comitiva
de la Junta Central y toman parte activa en los acontecimientos liberales.
Por tanto, a partir de noviembre de 1808 las tropas francesas habían tomado el
control de todo el territorio de los alrededores de Madrid. Se había acantonado
en Arganda y Aranjuez el primer Cuerpo de Ejército de España, al mando del
Mariscal Víctor.
Claudio Víctor Perrín, Duque de Bellune, que había sido nombrado Mariscal
de Francia por su comportamiento en la batalla de Friedland, desempeñó el
cargo de Gobernador de Berlín, hasta que fue trasladado a combatir en la guerra con España como Comandante en Jefe del primer cuerpo del Ejército.
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Años después, tuvo un enfrentamiento personal con el mismísimo Napoleón
por lo que fue destinado a la campaña de Rusia en el año 1812. A la caída de
Napoleón volvió a desempeñar importantes cargos en el ejército francés.
A finales del año 1808, le acompañaba el General Femelle, como Jefe de
Estado Mayor del primer cuerpo de Ejército de España.
Los pueblos cercanos a los acuartelamiento de los soldados estaban obligados
a suministrar a éstos los víveres y suministros necesarios para su abastecimiento. Esta obligación era efectiva y periódicamente los soldados encargados de la intendencia del ejército pasaban por los pueblos a recoger estos
suministros. Estaba establecido que los ciudadanos cobrarían del ejército el
precio fijado para cada uno de los productos, pero en muchas ocasiones estos
pagos se dilataban más de lo esperado. Según consta en un documento del
archivo histórico los ciudadanos se veían obligados a dirigirse a las autoridades locales para que éstas reclamasen el pago al ejército, lo que llegaba a producir tensiones entre los particulares y los responsables municipales.
Pero los soldados no se conformaban con estas provisiones y aprovechaban
cualquier oportunidad para saquear corrales y graneros, lo que ocasionaba
frecuentes denuncias de los sufridos campesinos que veían cómo tampoco las
autoridades podían poner freno a tales desmanes.
Al ser Chinchón cabeza del condado siempre vivieron en el pueblo las personas que se ocupaban de gestionar los intereses de los condes. Además, desde
mediados del siglo XVIII algunas familias de alcurnia se asentaron en
Chinchón, para estar cerca de la corte de verano en Aranjuez, ya que la familia real no les permitía vivir en el Real Sitio. Entre estas familias no faltarían
afines a los intereses de los invasores, y aquí vivía Pedro Casagne, de origen
francés, que tuvo una participación activa en los hechos que estamos estudiando.
Todas estas circunstancias, sobre todo el malestar de los ciudadanos por las
tropelías de los franceses, abonaban la posibilidad de cualquier altercado
entre ellos. Y desgraciadamente ocurrió.
III. EL ATAQUE A LOS FRANCESES.
No existe en el archivo histórico ningún documento que narre los hechos que
iban a ser el desencadenante de todo lo ocurrido. Tampoco se dice nada en los
libros capitulares. Sin embargo, la tradición oral nos ha trasmitido lo ocurrido en la plaza mayor de Chinchón, el día 26 de diciembre de 1808. Y recogiendo esta trasmisión oral, así lo narra Narciso del Nero:
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“El miércoles 26 de diciembre, aproximadamente a las cuatro y cuarto de la
tarde, llegó a Chinchón una partida de soldados franceses para tomar el camino de Aranjuez, a los que servía de guía un guarda de la vega de Colmenar de
Oreja, seguidos en actitud hostil por un grupo de vecinos de dicho pueblo
hasta la plaza pública que por ser día festivo se hallaba muy concurrida.
Entonces el guarda, a voces, dijo: “A ellos que vienen de huida”, al mismo
tiempo que con su escopeta mataba a dos. A la vista de los odiados invasores
y enardecidos con este suceso, a tiempo que un soldado desenvainaba el acero,
estos habitantes se lanzaron sobre ellos y a pedradas acabaron con otros dos,
logrando huir los restantes, sin que para desgracia de la villa lograran evitar
tales hechos las diversas personas, entre ellas el párroco don José Robles, que
desde los primeros momentos se personaron en la plaza tratando, aunque
inútilmente, de apaciguar los ánimos”.
De forma similar lo narra Simón Viñas Roy:
“Obscurecía uno de estos días, cuando entraron en Chinchón ocho franceses
que se dirigían a Aranjuez, en donde se concentraban para dar la desgraciada batalla de Ocaña(1), pero habiendo llegado a Colmenar de Oreja, los
vecinos de esta villa, en vez de dirigirlos al real sitio, los dirigieron a
Chinchón con el fin de desorientarlos. Estos vecinos llevados por la indignación producida por la inmotivada invasión, los acometieron y mataron dos
soldados, escapando los demás a uña de caballo y llegando a Aranjuez contaron lo que les había sucedido y la suerte cabida a sus dos compañeros”.
(1) La batalla de Ocaña, a la que hace referencia se produjo un año después,
en el año 1809. En ella las tropas francesas derrotaron a las españolas, lo que
supuso dejar abierto el camino hacia Andalucía. Este error es lógico, puesto
que, como hemos indicado anteriormente, Viñas Roy sitúa los hechos un año
después de cuando realmente ocurrieron.
Tanto en estas descripciones, como en la tradición oral, siempre se ha hecho
hincapié en que el instigador de la matanza fue un guarda de la Vega de
Colmenar de Oreja, y en esta circunstancia se basaba el tradicional encono y
rivalidad entre los habitantes de los dos pueblos. Esta contienda se acentuó
años después, cuando en 1834 se hizo la organización administrativa de la
provincia, quedando Chinchón como cabeza de partido judicial, título que
reclamaba para si Colmenar de Oreja. En la actualidad está, afortunadamente, superada y olvidada esta rivalidad.
Tenemos además un testimonio gráfico de lo que allí pudo ocurrir. En el grabado número 3 de los desastres de la guerra, titulado: “Lo mismo”, Goya retrata el ataque de un grupo de paisanos a un patrulla de franceses. En el mismo se
puede apreciar el ensañamiento de unos pueblerinos, armados con hachas y
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piedras, con unos soldados franceses que intentan defenderse con sus sables.
No hay ningún detalle que identifique esta escena con Chinchón. Goya siempre
evitó esos detalles identificativos para hacer más universal sus dibujos, pero es
muy posible que cuando lo estaba pintando oía las palabras de su hermano
Camilo narrando lo ocurrido en la plaza, esa fría tarde de invierno.
La repercusión de estos hechos estaba ya prevista por las ordenanzas militares francesas y se contemplaba en el bando que había publicado el General
Murat a raíz del alzamiento popular del 2 de mayo de 1808 en Madrid, que en
su artículo 5º decía textualmente: “Toda villa o aldea donde sea asesinado
un francés, será incendiada”.
Sin duda que también las autoridades de Chinchón conocían el contenido de
este bando y, por tanto, las consecuencias previsibles. No queda constancia
del envío de ninguna misiva de solicitud de perdón, aunque posiblemente se
hiciese. Lo que sí se comenta en alguna publicación, recogida de la trasmisión
oral y por documentos posteriores, es la huida de algunos hombres, de las
mujeres y de los niños a los pueblos cercanos, sobre todo a Valdelaguna. Por
lo que sabemos también huyeron del pueblo las autoridades civiles y religiosas, quedando la población totalmente desguarnecida e indefensa.
En otros dos grabados de Goya tenemos la imagen de esta huida. Son los
números 44 , titulado “Yo lo vi” y el 45 con el título de“Y esto también” En
ellos podemos apreciar a mujeres que huyen, incluso con animales domésticos, el terror de un niño y la desesperación de la madre, junto a un clérigo que
huye abrazado a su bolsa. En el horizonte queda el pueblo que han tenido que
abandonar precipitadamente huyendo de los franceses.
IV REPRESALIA.
Los mandos franceses no dudaron en tomar las medidas necesarias para ejecutar inmediatamente lo estipulado en el bando del día 2 de Mayo. Tampoco
hay documentos en el archivo histórico que narren lo ocurrido en aquellos
días. Tenemos que recurrir a la narración de los dos libros ya reseñados:
Así continúa el relato Narciso del Nero;
“Al tener noticia de esta agresión por uno de los soldados que logró huir, el
Mariscal Víctor, Duque de Bellume, que tenía acantonadas su tropas en
Aranjuez y Arganda, donde a la sazón se hallaba con su cuartel general, dispuso la salida de una fuerte columna que en cumplimiento del artículo 5º del
Bando del 2 de mayo, marchara contra Chinchón, para tomar venganza de
la ofensa inferida a las armas francesas.
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Avanzando sobre esta villa, a tiro de cañón emplazaron su artillería, compuesta de piezas de a dieciséis y de veinticuatro ( de cuyas piezas aún se conservan proyectiles en algunas casas) comenzando el cañoneo de la población.
Viendo que no se le contestaba y dándose cuenta de que la villa se encontraba desguarnecida y completamente indefensa, entraron en ella la tarde del
29 de diciembre, entregándola a todos los horrores de la guerra y de una
plaza tomada al asalto”.
Viñas Roy hace un relato al gusto decimonónico, con una literatura grandilocuente, a la que ya no estamos acostumbrados:
“El Jefe francés se propuso tomar venganza a la agresión a sus subordinados
y con una división, que algunos hacen ascender a 6.000 hombres, se puso a
tiro de cañón de la villa por la parte de Villaconejos, y emplazando algunas
piezas de artillería, empezó a bombardear la población.
Estos habitantes, con el fin de intimidar y contener al enemigo y en espera de
algún eventual socorro, empezaron a simular la existencia de tropas en el castillo, menudeando en él los toques de corneta y haciendo resonar el parche de
los tambores; y por espacio de cuatro días el enemigo permaneció sin avanzar de sus primeras posiciones; pero el día 25, cuando ya el francés se persuadió de que aquello no era más que un ardid de guerra, avanzó decidido hacia
la población, dando la orden de degüello y saqueo.
!Terrible noche, queridos niños, fue la del 25 de diciembre de 1809! La pluma
no puede describir con su verdadero colorido las horrorosas escenas que en
Chinchón tuvieron lugar. Como perros rabiosos entraron por estas calles,
incendiando y acuchillando sin compasión. Las hachas hacían crujir y caer las
puertas; las casas se desplomaban en remolinos de fuego, los ayes de los moribundos se mezclaban con las maldiciones de sus verdugos; los cuerpos eran
traspasados por las bayonetas y las cabezas rodaban al golpe de las hachas
enemigas; los que huían de una manada de lobos sangrientos, caían en otra
de tigres carniceros; ni bastaban súplicas, ni las canas infundían respeto, ni
la tímida doncella despertaba compasión. Como nueva Numancia, sufría, no
la ruina voluntaria, sino la terrible agresión extraña. Los padres buscando a
sus hijos, las mujeres a sus maridos y los hijos a sus amorosos padres, encontraban la muerte allí a donde a sus deudos pretendían salvar la vida; arroyos
de sangre corrían por estas calles al tiempo que su corriente era contenida por
los escombros del incendio, y por todas partes se oían ecos lastimeros pidiendo compasión y socorro.
No es posible, hijos míos, describir tanta desolación y estrago sin que se levante en el corazón un sentimiento repulsivo hacia los verdugos, y sin que en
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nuestro pecho levantemos un altar a tantos mártires de la independencia de
la patria; así como tampoco se puede dar con la pluma a ta horrible cuadro
las tétricas tintas de una idea verdadera de tan lúgubres escenas”.
V CONSECUENCIAS:
Las consecuencias de este asalto sí están suficientemente documentadas.
Disponemos de los testimonios notariales de don Gabriel González Rey,
Notario de Chinchón y los testimonios de don Pedro Ortiz de Zárate, don Pedro
Antonio Rubio y don Pedro de Fominaya, escribanos públicos de Chinchón en
aquellas fechas. También está el libro parroquial de defunciones que, al ser quemados los antiguos, se inicia con la relación de los muertos del día 29 de
diciembre de 1808, que ascienden a un total de 56 en sólo ese día. Años después, en la contestación a un cuestionario enviado por la Capitanía General de
Castilla, el Ayuntamiento de Chinchón, con fecha 16 de mayo de 1846, contesta
que el número total de muertos durante estos días a manos de los franceses
ascendió a un total de 103 personas, todos ellos varones.
Según el libro parroquial de defunciones, los muertos en el día 29 de diciembre
de 1808, fueron los siguientes:
Angel Castillo, 88 años; Gabino Montes, 50; Pedro Montero, 22; Pedro
Francisco de Bustos, 16; Silvestre Rivera, 62; José Miguel Cachorro, 23;
Antonio Manuel Candelas, 40; Pedro de las Olivas, 38; Antonio Colmenar, 40;
Miguel Villalba, 42; Antonio Aguado, 40; Antonio Rincón, 25; Manuel
Rodriguez, 75; Isidro Montero, 58; Juan Bellón, 35; Ignacio Parrilla, 34;
Isidro López, 24; Elias García, 42; Matías Bravo, 30; Marcelo Ruiz, 61;
Joaquín Sánchez del Prado, 63; Pedro Sánchez del Prado, 39; Eugenio García,
53; Francisco Moreno, 54; Manuel García Sagasta, 83; Francisco García, 48;
José Gaitero, 40; Jacobo González, 33; Francisco Cortés, 38; Andrés
Barranco, 54; Vicente Perogordo, 23; Tomás González, 67; Isidro Trigo, 27;
Antonio de la Peña, 61; Antonio García, 60; Juan Antonio Peña, 70; José
Sanchez, 65; Francisco de Ortega, 77; Manuel Díaz del Portal, 87; Dionisio
Díaz, 50; Blas José López, 32; Francisco Martínez, 17; Pedro Rubio; Matías
Sánchez, 60; Victoriano Ontalva, 60; Julián García, 72; Joaquín Santillana,
44; Francisco del Valle, 56; Julián Ramirez, 40; Manuel de Mora, 40; Lorenzo
Luarte, 44; Diego Gómez, 58; Isidro Romero, 55, Victoriano Parrilla, 26;
Casiano Cuesta y Agustín Moreno.
En los incendios de las iglesias se perdieron 29 tomos de partidas de
Bautismos, el más antiguo de 1530; dos libros de confirmaciones desde 1546;
1o libros de desposorios y velaciones, desde 1584 a 1808; 13 libros de difuntos con datos desde 1622, 25 libros de entablaciones de memorias, 7 libros
viejos de cuentas de fábrica, así como numerosos libros en los que se recogían las memorias y las cuentas de diversas obras pías, como las del Doctor
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Álvarez Gato, Bonilla, Fominaya, Portilla, Bendicho y Alonso Jimenez.
También se perdieron los libros en los que se recogían todas las actividades
de las Hermandades de las hermanitas de Nuestra Señora de la Concepción,
Santa Ana, San José y de Santiago y San Juan de la Vega; 1 libro de cuentas
del cabildo de San Pedro y 7 libros más de las cofradías del Cristo de Gracia,
Nuestra Señora de Gracia, del Rosario, San Antonio Abad, San Isidro, las Ánimas y la Sacramental. Una pérdida imposible de valorar en la que había desaparecido una parte fundamental de la historia de Chinchón. La existencia de
todos estos libros se conoce por estar detallados en el nuevo libro parroquial
de bautismos que se inició unos días después.
Hecho el recuento final de daños económicos, el escribano don Pedro Antonio
Rubio los cuantificó en un total de 8.618.000 de reales de vellón, con el
siguiente detalle:
- Se quemaron 103 casas, ocasionando daños valorados en 618.000 reales en
granos, frutos, muebles, alhajas, etc.
- La quema de las dos iglesias, con sus ornamentos, vasos sagrados, y alhajas,
todo ello valorado en 6.000.000 reales de vellón.
- Por el saqueo de las tropas francesas se considera que los daños causados en
el interior de las casas y tiendas se estiman en 2.000.000 reales.
Pero vamos a dejar que nuestros historiadores sigan con su narración:
Continúa Narciso del Nero: “Tres días sufrió Chinchón la barbarie de la soldadesca,matando cuantas personas encontraron, todas del sexo masculino,
pues el resto de los vecinos, al comenzar el cañoneo, aterrados porque sabían la ferocidad con que procedían los invasores, habían huido refugiándose
gran parte en el vecino pueblo de Valdelaguna.
Violentadas las puertas de las casas, fueron saqueadas, robando cuanto de
algún valor encontraron, incendiando varias después.
Donde más se ensañaron fue en los edificios religiosos: en la Iglesia
Parroquial de Santa María de Gracia, profanaron y destruyeron las imágenes, llevándose cuanto de algún valor había en ella, entregándola después a
las llamas, que solo respetaron la torre, aunque también quedó malparada,
derribando las campanas y destruyendo el capitel (cuya aislada torre aún
sirve de campanario).
La Iglesia nueva o de la Piedad (hoy la parroquia) sufrió igual suerte, si
bien por ser de muy sólida construcción sus muros quedaron intactos, pereciendo en esta iglesia sus archivos.
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Las ermitas fueron también saqueadas y en la de Santiago, después de
robarlo y saquearlo todo, quemaron la imagen y las puertas.
Dejando tras de sí solo muerte y ruinas , abandonaron los enemigos
Chinchón dirigiéndose a Arganda en los primeros días de 1809. Volviendo a
la población algunos de sus habitantes y los que formaban su ayuntamiento, que se dirigen al Mariscal Víctor, como también lo hizo el alcalde de
Valdelaguna, pidiéndose deje volver al saqueado pueblo a sus moradores.”
Y así continuaba Viñas Roy: “Según las tradiciones de los ancianos, murieron en aquellas horrible noche 156 personas, a parte de un considerale
número de heridos, algunos de los cuáles se salvaron por parecer que estaban muertos, y otros por fingirse tales; murieron también varios en las
casas incendiadas, pues que se quemaron una gran parte de las de la plaza,
además de la parroquia que existía contigua a la torre, que quedó sola y
erguida en medio de la devastación como queda erguido el honor nacional
cuando por se defensa se sucumbe; y he aquí por qué Chinchón tiene torre
sin iglesia e iglesia sin torre.
Con el incendio de la parroquia quedó destruida toda la historia de
Chinchón, puesto que se quemó completamente el archivo que contenía
todos los documentos que se salvaran de las vicisitudes de ocho siglos de
guerra que España sostuviera para arrojar de su suelo al agareno que por
la parte de las Andalucías lo habían invadido; y la destrucción de este archivo produjo trastornos sin cuento, tanto para acreditar la propiedad de cada
uno, como para comprobar las edades que tantas veces ha de necesitarse en
los diferentes usos de la vida. Así es que Chinchón, a pesar de su antigüedad
no dudosa, no tiene casi más historia que desde el año 1810 hasta nuestros
días”.
Ni en los documentos del archivo histórico, ni en estos relatos se hace mención
concreta a las obras de arte que existían en las iglesias de Chinchón. Aunque no
podemos documentar lo ocurrido con los cuadros, sí podemos conocer cuáles
eran estas obras. Para ello disponemos de una detallada relación que hace el
párroco de Chinchón, en el año 1772, como contestación al cuestionario del
Cardenal Lorenzana, obispo de Toledo, en el que hace la siguiente descripción:
"Esta capilla se fundó con motivo de haberse aumentado el vecindario por los
años de mil quinientos cuarenta, habiendo determinado los vecinos hacer a su
costa y a la de partícipes en diezmos una iglesia poco distante de la antigua
para que sirviese de ayuda de parroquia, como lo es al presente, la que, en
efecto, principiaron con una arquitectura gótica; pero faltando los medios
para seguirla, estuvo suspensa la obra por espacio de cuarenta años, hasta
que el conde don Diego, bajo ciertas condiciones, ofreció concluir la capilla
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mayor, adornarla y poner con dotación competente capellanes que la sirviesen, siendo de cuenta de los vecinos acabar el cuerpo de la iglesia y la torre.
Siguiendo la descripción que hace el Párroco de Chinchón, don Miguel Ramón Linacero, en
estas contestaciones al cuestionario del Cardenal Lorenzana, Raúl Alonso Sáez ha confeccionado este montaje por el que podemos deducir cómo era el altar mayor de la Iglesia de la
Piedad cuando la destruyeron los soldados franceses.
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En efecto, el conde trajo los mejores maestros que habían trabajado en el
Escorial y en el año mil seiscientos veinte y seis concluyeron uno de los mejores edificios que hay en el Reino. Es de una nave y el presbiterio, magnífico en
todas sus partes, porque el retablo es un precioso conjunto de arquitectura,
pintura y escultura.
Se compone de tres altos o consignaciones. El primero es de tres intercolumnios de orden dórico; en el del medio está el tabernáculo en figura octogonal;
en cada lado se presenta una fachada de orden corintio con frontispicio en
punta; remata con una cúpula con linterna rodeada de una balaustrada en
medio de las fachadas y sobre otros remates están las figuras del apostolado
de mármol blanco. En el de la derecha hay una pintura pasmosa del nacimiento, hecha por Alexandro Branchini, célebre pintor de
Florencia, donde vivía por los años de mil quinientos setenta; y en el de la
izquierda, una copia de la Anunciata del mismo pintor, que hizo por la
devoción particular que tenían los condes a esta imagen.
El segundo alto es de tres intercolumnios de orden jónico; en el del medio hay
una pintura de María Santísima con el título de la Piedad, que es la
advocación de la capilla; tiene a Jesucristo en los brazos, después de haberle
bajado de la cruz; en el de la izquierda, otro de la Resurrección y aparición del Señor a la Santísima Madre; y en el de la derecha otro de la
Ascensión, hechos todos tres por Leandro Brasis, que murió loco en
Florencia arrojándose por una ventana, después de haberse hecho admirar
por el primor de su pincel.
El tercer cuerpo es de un intercolumnio con frontispicio en punta del orden
corintio que se levanta solo en medio del retablo, guarnecido a los dos lados
de dos faldones que van a parara dos acróteras, sobre las cuáles hay dos
estatuas de San Pedro y San Pablo perfectamente acabadas, y en medio,
un principesco crucifijo de escultura con María Santísima y San
Juan al pie de la cruz.
En el crucero hay dos altares colaterales, cuyos retablos representan una
fachada con frontispicios cerrados en punta, todos de orden toscano. En la
puerta del de la derecha, que se abre en dos hojas, hay dos pinturas por el
exterior, una de Santo Tomás de Aquino y la otra de Santo
Domingo y la de San Pedro mártir. En el tímpano del frontispicio hay
otra pintura del Espíritu Santo, y abiertas las puertas, se descubren
andanas donde hay muchos bustos de cabezas y brazos en que se guardan las
reliquias de los santos que representan. Entre todas las de este altar, la más
insigne es una espina de la corona de Nuestro Señor Jesucristo, que
dio el Papa al Conde don Diego para cabeza de su mayorazgo, pero pidió
otro breve para dejarla en su capilla. En la principal andana hay también un
crucifijo de marfil, que era del oratorio de San Pió Quinto.
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En todo es lo mismo el colateral de la izquierda, excepto en que las pinturas
don de San Diego de Alcalá, de San Antonio, de San Francisco, de
San Buenaventura y Nuestra Señora de Guadalupe y las reliquias son
todas de santas. Más abajo de este retablo y en la parte lateral está el mausoleo del Arzobispo de Zaragoza, hermano del conde don Diego. Representa una
facha de orden dórico con frontispicio roto para recibir un escudo de armas,
que es el pendón genealógico; en medio de la fachada está la estatua del arzobispo de mármol blanco, de estatura a lo natural, y como las otras, todo el
mausoleo es de mármoles de diversos colores, principalmente en las metopas,
triglifos y capiteles, pero domina el negro, que es de San Pablo. Debajo hay
una inscripción colocada en el año 1592.
En la parte colateral opuesta está la tribuna, que tenía comunicación con el
palacio, del cual sólo han quedado los cimientos. Encima de la tribuna hay un
escudo de armas dividido en pal; a la diestra están las de don Diego de
Cabrera, y a la siniestra las de doña Inés Pacheco, su mujer; sobre la corona
tienen un águila naciente y cruz de Santiago detrás del escudo, y por trofeos,
a los lados, unas áncoras, que son las excusabarajas que dieron los Reyes
Católicos a don Andrés de Cabrera, aludiendo a que excusó barajas y turbaciones en el reino.
Debajo de la tribuna está la sacristía, que es una pieza capaz y hermosa, desde
donde se sube a la sala capitular y otras del uso de la capilla. En los luneros
que forman los cuatro arcos que sostienen la media naranja están las armas
de los Serenísimos Señores Infantes de España.
En el ámbito de la misma iglesia hay cuatro capillas y en la una un cuadro
el retablo de un intercolumnio de orden jónico que representa la
cena y es excelente; en otra que es del patronato del señor Laguna, hay
otro cuadro de Santa Teresa, pintura de Julio César Procacini,
natural de Bolonia, cuyas obras son primorosas y muy raras en España, esta
pintura está en el retablo y a un lado de la misma capilla hay otro cuadro
grande de San Isidro Labrador, de la propia mano; y en otra capilla
se va a poner el cuadro grande de la Asunción y Coronación de
Nuestra Señora, que antes sirvió en el retablo mayor de la iglesia
antigua, pintura de Claudio Coello."
En esta descripción tenemos un detallado inventario de todas las obras de arte
que había en las iglesias de Chinchón. Como hemos visto, en la cuantificación
de los daños se hace una valoración global de las perdidas pero no se indica si
las obras de arte fueron quemadas o robadas. Hemos oído cómo Narciso del
Nero indica que saquearon las iglesias llevándose todo lo que había de valor,
aunque no hace tampoco mención concretamente a los cuadros. Si nos fijamos
en cual fue la pauta que tuvieron los franceses durante todos los años que duró
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la guerra de la independencia, podremos asegurar que todos los cuadros a los
que hacía mención el párroco don Miguel Ramón Linacero, fueron robados por
las tropas francesas y algunos de ellos formarán parte en la actualidad de algunos de los museos de ese país.
En un documento fechado un año después, encontramos la descripción que
hace el Alcaide de la Cárcel de Chinchón, de los daños ocasionados por los franceses en la ermita de San Roque. Nos cuenta que arrancaron las varas de plata
del estandarte del santo, destrozaron un Cristo rompiéndole las piernas con
los palos de las andas, requisaron los pocos objetos de valor que encontraron
y con el resto formaron una pira en el centro de la ermita y lo prendieron
fuego. Allí debió quedar también destruida la imagen del santo que había
regalado al pueblo el cura natural de esta villa, don Antonio Álvarez Gato, en
el año 1716.
La misma suerte corrió la ermita de Santiago, a extramuros del pueblo, que
ya nunca sería reconstruida.
Entre los testimonios personales en la declaración de daños ocasionados por
los franceses, aparece un escrito de Francisco Núñez Arévalo, Administrador
de la Casa de la Renta del Tabaco en el que presenta un pormenorizado informe indicando que además del robo de alhajas, prendas de vestir y dinero propio destruyeron el ajuar de su casa y se apropiaron del tabaco, papel timbrado, mazos de naipes y dinero en metálico tanto de la casa central como de los
dos estancos, valorando todo ello en 139.627 reales de vellón.
También podemos conocer las consecuencias de lo ocurrido por las ruinas
que aún perduran, como las del castillo y las que ya han desaparecido como
las de la Iglesia de Santa María de Gracia, de la que solo se mantuvo en pie la
torre. Sobre esto escribía Viñas Roy: “Y así como Madrid tiene un monumento que cobijando con su base las cenizas de los mártires y señalando con su
aguja la morada de sus espíritus es indicio continuo de protesta y signo de
arrogancia patria, así Chinchón, en su solitaria torre funda también el signo
de su indomable valor, por cuya razón cuando se pregunta la causa de este
aislamiento contestan señalándola con el dedo: “Ese es el honor nacional”.
Las ruinas de esta iglesia se terminaron de cubrir en el año 1890 cuando se terminó de construir la tapia que sube a la plaza de Palacio, según consta en una
de sus piedra. De las ruinas de esta iglesia se aprovecharon la portada que
actualmente luce en la entrada sur de la Iglesia parroquial y la puerta principal
del Ayuntamiento que fue traslada a su nuevo emplazamiento en el año 1863.
Todavía perduran dos recuerdos en piedra de estos hechos. Uno es la cruz que
hay en la cuesta de la torre, en memoria de la muerte de Andrés Barranco,
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muerto el día 29 de diciembre de 1808 y otro es un pequeño mojón, situado en
el camino de Ocaña, donde fue arcabuceado un soldado portugués apellidado
Herrera, que mandó colocar su amigo Antonio Castillo, en el año 1812. A este
mojón también hace mención Viñas Roy, aunque comete, como en otras ocasiones algún error al definirlo: “En la parte alta de la población habréis visto una
piedra que se llama la cruz del portugués; es también, aunque sencillo, un
monumneto a aquella terrible epopeya: es la memoria de un portugués fusilado por los franceses, monumento con que un hermano de la víctima quiso honrar la memoria del que murió en extraño suelo por defenderle de una agresión
a todas luces injusta y violenta”.
Mariscal Víctor
Ruinas del Castillo de Chinchón
Mariscal Víctor
De pequeño oía contar a mi abuelo Nicasio la historia de una familia que se
había escondido en un tinaja de la bodega para ocultarse de los franceses.
Cuando llegaron los soldados a la casa salió a su encuentro un pequeño perro
que les terminó llevando hasta donde estaban escondidos sus amos, que fueron
asesinados allí mismo. Él no pudo conocer los hechos, pero es posible que su
abuelo se lo contase por hacer conocido personalmente a los fallecidos.
Hay algunos personajes que tuvieron una intervención protagonista en estos
hechos. Don José Robles, Párroco de Chinchón, pudo ser testigo de la matanza
de los franceses en la plaza de Chinchón, viéndose impotente para impedirlo.
Después se encargó de redactar la misiva de súplica de perdón a las autoridades francesas, como consta en varios documentos del archivo histórico.
Otros personajes con nombre y apellidos eran don José de Fominaya, Alcalde
ordinario por el Estado noble, don Vicente Gervasio López, Alcalde ordinario
por el Estado general; el Notario don Gabriel González Rey y los escribanos
don Pedro Ortiz de Zárate, don Pedro Antonio Rubio y don Pedro de
Fominaya.
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Pero hay un personaje del que nos han llegado noticias contradictorias. Era
Pedro Casagne. Como su apellido indica, era de origen francés y conocía este
idioma. En el archivo histórico hay una carta suya manuscrita, fechada en
Colmenar de Oreja, el 3 de enero de 1809, que dice textualmente:
“Sr. Cura y Señores de Justicia de la Villa de Chinchón.
Su convecino Pedro Casagne, con los vivos y sinceros deseos del bien a todos
los vecinos, hace a V.m. presente que con motivo de poseer el idioma francés
se halló obligado a acompañar al General de las tropas de la Nación en los
días desgraciados del final del año último. Advertí para aplacar en algún
momento el furor de las tropas.
Solicitaba al Señor cura y demás a quienes va dirigida ésta, habiéndome
encargado cuando me separé del General que no dejase de buscar a V.m. y les
encargase se presentasen a solicitar el perdón para todo el pueblo, pues de lo
contrario perecería todo él, en cualquier parte donde se hallasen.
Con esta intención, aunque me hallo en cama herido y maltratado, no puedo
menos, por el amor que profeso a mis convecinos, separados mis intereses que
considero arruinados, de dar a V.m. este aviso para que, sin pérdida de tiempo, hagan su presentación pidiendo misericordia.
También espero mirarán V.m. como es de su obligación para su desgraciado
pueblo, y queda de V.m. su desgraciado convecino que los ama.
Firmado: Pedro Casagne.
P.D. También me dijo dicho General que no tuviesen V.m. temor alguno para
presentarse y también me dijo que se resarcirían los perjuicios causados
mediante la súplica de V.m. y que de lo contrario se acabaría de arruinar la
población. Casagne”.
En esta carta, indica que fue obligado a colaborar con los franceses por conocer
su idioma, pero que su actitud fue siempre la de interceder en favor de los habitantes de Chinchón. No cabe duda que no tuvo éxito en este cometido, y posiblemente por esta colaboración fue agredido por sus vecinos por lo que tuvo
que refugiarse en Colmenar de Oreja.
Hay otro dato que nos hace pensar en su inocencia. Su casa también fue asaltada y allí murió su criado Pedro Rubio, que era natural de Santander.
Las autoridades municipales y religiosas de Chinchón, sí hicieron caso a lo que
les indicaba este vecino y se apresuraron a enviar una carta al Mariscal francés,
solicitando el perdón para el pueblo y la autorización para que regresasen los
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vecinos que habían huido a los pueblos cercanos. Esta carta se encargó de escribirla el párroco don José Robles y fue traducida al francés, posiblemente por el
propio Pedro Casagne; según consta en una certificación firmada por el propio
párroco unos meses después, y que aún se conserva en el archivo histórico.
Simultáneamente salía otra carta dirigida al Mariscal Víctor, firmada por el
alcalde de Valdelaguna. En ella también se pedía clemencia para los vecinos
de Chinchón, y solicitaba autorización a los mandos del ejército para que
pudiesen volver a sus casas con la garantía de que no se volvería a repetir la
expedición punitiva.
El día 16 de enero y como contestación a la solicitud de las autoridades de
Chinchón, se recibió un comunicado del Cuartel General de Arganda, en que
se decía:
“A los señores miembros de la Junta de Chinchón.
Señores: He recibido la carta que Vms me han enviado. Ya había yo hecho
saber al alcalde de Valdelaguna la anterior conmiseración del señor
Mariscal Comandante en Jefe, por los habitantes de la villa de Chinchón,
ellos pues quedan libres desde luego de volver a sus hogares en los que se les
concede toda seguridad y protección, porque su Excelencia espera que su
arrepentimiento será sincero y que no le volverán a dar ningún motivo de
queja.
Yo no puedo señores dejar de recomendar a Vms. con la mayor expresión, la
gran vigilancia con que conviene examinar a todo forastero que se presente
en ese pueblo, arrestando a cualquiera que sin justificar el objeto que le conduce, cause recelo de excitar la turbación y el desorden.
Tiene el honor de saludar a Vms. el Jefe de Estado Mayor del primer Cuerpo
de Ejército de España. Femelle. Rubricado”.
Con el original de esta carta se abre el libro capitular del año 1809. Escrita en
francés, hay otro documento adjunto que es la traducción al español. Las podemos leer en el archivo histórico.
VI LAS PENALIDADES CONTINUARON.
Chinchón había quedado totalmente destruido. Habían muerto muchos hombres, lo que suponía haber perdido un gran potencial de mano de obra que que
iba a tener repercusión en la capacidad para la reconstrucción del pueblo. Pero
es que además Chinchón seguía en territorio ocupado por las tropas francesas
y en estado de guerra permanente.
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Las autoridades militares francesas seguían reclamando la obligación del pueblo a suministrar víveres y otros productos para la tropa. Ya no era sólo una
labor de abastecimiento teóricamente remunerado, era una obligación de
entregar lo que los soldados necesitaban bajo amenazas incluso de cárcel a los
que no lo cumpliesen.
Esta situación fue permanente durante el año 1809, y se agravó a partir del mes
de Agosto. Las tropas francesas se preparaban para iniciar la campaña de
Andalucía. Durante ese verano y hasta el mes de octubre se fueron concentrando un gran contingente de tropas en las cercanías de Aranjuez y Arganda, donde
tenían su cuartel general de la zona, para preparar la ofensiva que después fue
conocida como la batalla de Ocaña.
Las instalaciones que disponían eran insuficientes para albergar a todos los soldados que llegaban y tuvieron que acantonar las tropas en los distintos pueblos
de la comarca. Concretamente en Chinchón, durante la segunda quincena del
mes de agosto estuvo acantonada la división alemana. Al mes siguiente se concentró también la división polaca.
Encontramos en los libros capitulares del ayuntamiento diversas actas de estas
fechas en las que se puede apreciar la situación de desesperación de las autoridades que eran incapaces de dar satisfacción a las demandas de los franceses.
Ya el 13 de junio se había recibido un requerimiento del Comandante de Armas
del Real Sitio de Aranjuez, a los Alcaldes ordinarios del pueblo, reclamando el
suministro de víveres, amenazándoles incluso con la prisión si no atendían el
compromiso de abastecimiento diario a la tropa. Ante la situación de carencia
que había en el pueblo se acuerda hacer uso de los diezmos pontificios para
hacer frente a la manutención de los soldados.
Pero la situación más desesperada se produjo cuando el ejército se acantonó en
Chinchón. Durante el mes de Septiembre las reuniónes de los responsables
municipales eran casi diarias. Encontramos el detalle de los acuerdos tomados
en el libro capitular, donde se indica el 3 de septiembre que por haberse consumido toda la leña que había tanto en casas particulares como en las distintas
fábricas de Chinchón para tender las necesidades de la tropa, se autorizaba a
cortar leña en el Bosque de Valdemorera, con la indicación de que se hiciese el
menor daño posible a las plantas.
Una semana después, el 9 de septiembre se da cuenta de que es imposible abastecer al ejército imperial con el trigo disponible en las casas, con lo que se tiene
que tomar la penosa decisión de disponer del que había en el Pósito, destinado
al préstamo para la siembra a los agricultores.
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Al día siguiente tienen que afrontar la necesidad de recaudar la cebada que
reclamaban las tropas francesas, y el día 13 de ese mismo mes la situación se
hace desesperada y el pueblo se concentra en la plaza, ante la casa consistorial,
por no poder soportar la presión a que es sometido para abastecer a la tropa.
Ante la carencia de materias primas sólo era posible disponer de dinero para
comprarlas, pero tampoco se podía grabar más a los pobres vecinos después de
tantas calamidades como habían sufrido. Cada uno de los responsables municipales hace sus propuestas y la decisión final es hacer una cuestación entre los
principales contribuyentes del pueblo para recaudar fondos. En esta cuestación
participa también la Confradía del Santísimo Cristo de Gracia que aporta 45
reales y 8 maravedíes. También se acuerda disponer de los 13.833 reales que en
el mes de agosto se habían recibido de la aportación de los impuestos de mojona correspondientes al primer semestre del año 1809.
Desde mediados de octubre se inician los movimientos de las tropas para tomar
posiciones en los pueblos de Toledo hasta que a primeros de noviembre empiezan las maniobras previas a la batalla de Ocaña que tiene lugar a mediados de
ese mes. Las tropas francesas vencen a los españoles lo que les abre las puertas
para avanzar hacia Andalucía. A partir de ese momento disminuyó sensiblemente la presión sobre Chinchón.
Disponemos de un testimonio de un gran valor, por tratarse de la aportación de
un francés. El Coronel Morín, Comandante del 5º Regimiento de Dragones, que
tomó parte en las batallas de Almonacid y de Ocaña en el año 1809, escribió sus
memorias que tituló “JOURNAL D'ESPAGNE DU COLONEL MORIN, COMANDANT LE 5E
REGIMENT DE DRAGONS”. Estas memorias fueron recogidas por Jérôme Croyet,
doctor adjunto en historia y archivística del Departamento de L’Ain, y colaborador del Magazín “Napoleón 1º”.
Como suele ocurrir en las memorias hay algunas imprecisiones en las fechas,
pero lo verdaderamente importante es encontrar una referencia del bando enemigo, que relate los acontecimientos ocurridos, reconociendo que en Chinchón
se produjo una masacre. En las memorias podemos leer:
“Le 30 l'armée fait un mouvement pour se concentrer en arrière du Tage ; la
division part d'Ocana et fait halte à Aranjuès où elle passe ce fleuve. Cette résidence royale qui, autrefois, était un séjour enchanteur est presque entièrement
dévastée, on a abattu à cause des nombreux bivouacs et pour le service de l'artillerie une partie des plus beaux arbres ; les jolies habitations des personnes
attachées à la Cour sont la plupart démolies, le peuple fait chaque jour de
nombreux dégâts pour avoir les fers et les plombs ; le château seul a été respecté jusqu'à ce moment ; il n'a rien de bien extraordinaire, mais cependant
avec toutes ses dépendances, ce séjour devait autrefois être digne de sa destination. Nous séjournons le 31 à Colmenar de Oreja et nous nous établissons le
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1er avril à une lieue en arrière du village de Chinchon, qui autrefois présentait
de grandes ressources mais qui a été saccagé en 1811 pour avoir fait feu sur un
régiment français qui y passait ; il y a eu plus de 200 habitants massacrés par
les soldats”
Esta puede ser la traducción:
El día 30, la armada hace un movimiento para concentrarse en la parte de
atrás del Tajo; la división militar parte de Ocaña y acampa en Aranjuez, por
donde pasa el río. Está residencia real que antes era un lugar encantador,
ahora está casi enteramente aniquilado, se han cortado para abastecer a los
numerosos campamentos militares y para el uso de la artillería, una parte de
los árboles más hermosos; los edificios mas bonitos de las personas asignadas a la Corte, están la mayoría destrozados, el pueblo hace cada día nuevos
saqueos y destrozos para conseguir hierro y plomo. Sólo ha quedado el
Palacio hasta hoy; no hay nada más que destaca en la zona pero ha debido de
ser antes un lugar digno de visita. Estaremos el 31 en Colmenar de Oreja y nos
vamos a establecer el primero de Abril a una legua del pueblo de Chinchón,
que en el pasado tenía grandes recursos, pero que fue destrozado en 1811 por
abrir fuego sobre una patrulla de infantería francesa que pasaba; hubo más
de 200 ciudadanos masacrados por los soldados.
Como indicaba anteriormente hay un evidente error en la fecha, posiblemente
debido a que estas memorias se escribieron años después, y ya sabemos que el
tiempo siempre es engañoso en el recuerdo. Pero hay datos que confirman todo
lo que hemos relatado sobre las repercusiones que tuvo la estancia del ejército
francés en la zona. Nos cuenta cómo en Aranjuez también agotaron las existencias de leña para el suministro de las tropas, quedando el sitio real totalmente
destruido, a excepción del Palacio Real.
También confirma los daños que se ocasionaron en Chinchón, que describe
como un pueblo de grandes recursos y detalla la causa de la represión llevada a
cabo por los franceses, reconociendo que más de 200 ciudadanos fueron masacrados por los soldados. También hay un error en esta cifra, pues como hemos
indicado las muertos contabilizados fueron 103 varones.
VII CONCLUSIÓN.
Estos son los hechos, estos son los trágicos sucesos ocurridos en Chinchón los
últimos días del año 1808 que han alentado siempre la imaginación popular y
han dejado en el acervo común leyendas y narraciones de las atrocidades cometidas por los franceses. Hecho el estudio histórico y documentado de lo ocurrido, llegué a la conclusión de que los datos fidedignos y documentados de que se
disponía, eran claramente insuficientes para describir todo lo que entonces
ocurrió.
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Por eso era necesario recurrir a otras fuentes, como las referencias a estos
hechos en publicaciones que no estaban suficientemente documentadas pero
que, por la fecha en que estaban escritas, podían estar basadas en testimonios
orales de personas que tuvieron un conocimiento más o menos directo de los
hechos. También, aún hoy, podemos encontrar los vestigios que habían quedado de aquellas fechas, como testimonios mudos, por las calles y en distintos edificios del pueblo, como los contrafuertes de la Iglesia de Santa María de Gracia,
que aparecen en las tapias de la plazuela de Palacio; la cruz de la cuesta de la
Torre que nos da noticia de la muerte de Andrés Barranco; el mojón en el camino de Ocaña, donde murió un soldado portugués; la desaparición de la Ermita
de Santiago que estaba junto al mojón de caminos que aún perdura; la ruina del
castillo de los condes, y un sinfín de referencias de los destrozos ocasionados
por las fuerzas francesas.
A la vista de todos estos datos, pensé que la única posibilidad que había para
trasmitir con fidelidad lo ocurrido, era afrontarlo desde un punto de vista diferente, sin duda más arriesgado, como era la dramatización histórica. Sólo permitiéndome algunas licencias literarias podría acercarme someramente a la
realidad de lo ocurrido del 26 de diciembre de 1808 al 16 de enero de 1809.
Partiendo de los datos constatados en los documentos del archivo histórico de
Chinchón, de las narraciones que aparecen en publicaciones como las de
Narciso del Nero y de Simón Viñas Roy, de las huellas que se pueden encontrar
en distintos edificios y monumentos de Chinchón, añadiendo las leyendas y los
hechos que han llegado hasta nosotros, por trasmisión oral, de generación en
generación, era posible construir una atractiva historia novelada. Pensé que
sólo así se podía reflejar con bastante fidelidad lo que realmente debió ocurrir
en aquellos días de principios del siglo XIX.
Y esta es la historia. Todas las fechas, que se indican son reales, como pueden
comprobar por los datos aportados anteriormente, así como los personajes
principales: los jefes franceses, las autoridades civiles y religiosas de Chinchón,
el nombre de los fallecidos y los datos económicos que se reseñan referidos a los
daños ocasionados. Las peripecias que se detallan, algunas son inventadas y
otras tomadas de leyendas populares pero, en todo caso, he pretendido dar una
visión realista de los hechos y aventurar una hipótesis lógica del expolio que los
soldados franceses hicieron de las obras de arte que entonces existían en
Chinchón. Todos los cuadros de pintura a los que se hace mención existían realmente y es lógico pensar que no fueron quemados sino que formaron parte del
ingente catálogo de obras que se trasladaron a Francia durante la guerra de la
Independencia.
También son reales la descripción de la destrucción de la Ermita de San Roque,
tomada del testimonio de Pablo García, Alcaide de la Real Cárcel de la Villa de
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Chinchón, en un escrito de 12 de diciembre de 1809, que se conserva en el
Archivo Histórico de Chinchón; el catálogo de libros de registro que se perdieron en los incendios, y las cartas que aparecen en la narración, tanto las que se
copian literalmente, como las que se citan.
El protagonista de mi historia es un soldado portugués apellidado Herrera que
fue arcabuceado por los franceses en el camino de Ocaña, cerca del pueblo. Su
existencia lo prueba un mojón en ese camino, al que hemos hecho referencia,
que su amigo Antonio Castillo colocó en su memoria en el año 1812. De su nombre, actualmente, solo se pueden distinguir algunas letras sueltas, como una
“M”, posiblemente una “A” y la terminación “DO”. Yo he deducido que podría
ser Armando y me he inventado sus amores con la hermana pequeña de su
amigo.
Son licencias literarias que en nada menoscaban la historia de unos días fatídicos que marcaron la historia de Chinchón.
Es una triste historia. Posiblemente la historia más triste que se puede contar de Chinchón. Eran los últimos días del año 1808. Las tropas francesas
habían invadido España por la ineptitud de un rey que era capaz de ceder
ante Napoleón la soberanía de un país.
En Mayo de ese mismo año se habían producido en Madrid unos acontecimientos que iban a marcar el futuro de toda una nación. El pueblo se había
levantado contra los invasores, mientras las autoridades se escondían atemorizadas.
Chinchón era un pequeño pueblo perdido a poco más de diez leguas de la
capital. Según el censo, realizado por orden de Manuel Godoy en el año
1797, contaba con 744 vecinos, lo que representaba alrededor de 3000 habitantes.
No fue un levantamiento popular, más bien unos hechos lamentables e
inconscientes de un grupo de incontrolados. Pero las autoridades tampoco
fueron capaces de encontrar soluciones y, como siempre, lo pagó el pueblo.
103 vecinos inocentes eran brutalmente asesinados por las tropas francesas
al mando del Mariscal Víctor.
Se había diezmado la población y se habían perdido sus mejores obras de
arte. Era, sin duda, la historia más triste jamás contada de Chinchón.
Es la historia titulada:
71
LA COLUMNA DE LOS FRANCESES
(CRÓNICA LUCTUOSA DE LOS ÚLTIMOS DÍAS DE 1808 EN LA VILLA DE CHINCHÓN)
I
Cruzaban la plaza embozados en sus capas para defenderse del frío y no ser
reconocidos, cuando el reloj de la torre empezó a desgranar las doce solemnes campanadas que anunciaban el inicio de la misa del gallo. Armando y
Antonio, acompañados por la pequeña Juanita, aceleraron el paso y no tardaron en alcanzar la entrada de la iglesia de la Piedad que esa noche estaba
totalmente llena para celebrar la Nochebuena. Don José Robles, el cura
párroco, oficiaba con don Camilo y otros tres capellanes.
La familia Castillo había celebrado la cena de nochebuena festejando la llegada de su hijo acompañado de su amigo y compañero Armando Herrera, un
portugués que sirvió de fusilero en el Cuartel de Monteleón con el Teniente
Ruiz, y al que conoció en los enfrentamientos del dos de mayo en Madrid.
Cuando volvieron las tropas francesas a finales del otoño, por temor a las
represalias, se habían escondido en las cuevas de la vega del Salitral, pero los
fríos del invierno les animaron a llegar hasta el pueblo donde se sintieron a
salvo de los franceses, aunque permanecían ocultos la mayor parte del tiempo; pero esa noche consideraron que no había peligro en asistir a los oficios
religiosos.
En el altar mayor, la presidencia municipal la formaban el señor Alcalde por
el Estado noble, don José de Fominaya y don Vicente Gervasio López, Alcalde
ordinario por el Estado general; acompañados por el Notario don Gabriel
González Rey y los escribanos don Pedro Ortiz de Zárate, don Pedro Antonio
72
Rubio y don Pedro de Fominaya. El sitial reservado a la familia de la Condesa
lo ocupaba doña Mercedes Patiño y Carrasco, acompañada por su marido y
por el escritor y dramaturgo don Antonio Valladares y Sotomayor que había
aceptado la invitación para cenar esa noche con sus amigos los Marqueses de
la Corona.
Los villancicos alegraban la celebración y se vivía una noche de fiesta sin
importar demasiado la vigilancia distante de un destacamento del ejército
francés que esa noche procuraba no hacerse demasiado visible. Se había colocado, a los pies del presbiterio, el precioso belén que regaló el infante don
Luis, traído de Nápoles, en agradecimiento por las atenciones que tuvo el
pueblo de Chinchón, cuando enterraron a su pequeño hijo Antonio María en
la cripta de la iglesia. Esa noche también se inauguraba el nuevo emplazamiento que se había dado en la Iglesia de la Piedad, al cuadro de la Asunción
y Coronación de la Virgen, del famoso pintor Claudio Coello que, hasta entonces, había presidido el altar mayor de la Iglesia de Santa María de Gracia.
Cuando terminó la misa del gallo se fueron concentrando en la puerta de la
iglesia grupos de jóvenes con zambombas y panderetas y el silencio de la
noche de la nochebuena de Chinchón se rompió con los cánticos y villancicos
y empezó a correr de mano en mano la botella del aguardiente anisado que
daba el calor necesario para soportar el gélido relente que parecía caer de las
estrellas.
Uno de los jóvenes se atrevió a acercarse a la patrulla de los franceses, que
seguía manteniéndose alerta pero alejada del bullicio, para ofrecerles la botella de anís. Aunque al principio rehusaron, ante la insistencia del muchacho
consintieron en echar un trago cada uno, agradeciéndolo con un conciso
"merci" y manteniendo su vigilancia distante.
La presencia francesa en el pueblo era más efectiva que apreciable. Las tropas estaban acantonadas en Arganda y Aranjuez y eran constantes los traslados de fuerzas que muchas veces pasaban por Chinchón. Los pueblos estaban
obligados a facilitar víveres, leña y alimentos para las tropas, y aunque, en
teoría, debían recibir el pago por estos suministros, la realidad es que el cobro
se dilataba más de lo deseado y las quejas de los particulares se dirigían a las
autoridades que se veían impotentes para conseguir los pagos del ejército.
Eran frecuentes, además, los robos de gallinas en los corrales y de trigo y
cebada en los graneros, y éstos coincidían frecuentemente con el paso de
algún destacamento de las tropas francesas cerca del pueblo. Pero estos traslados se efectuaban muy de mañana o a la caída de la tarde y durante el día
apenas si se podía ver a los soldados patrullando por las calles.
Por otro lado, entre las personas ilustradas del pueblo había una cierta tirantez, pues aunque la mayoría se mostraba contraria a la presencia de los fran73
ceses, no faltaban afrancesados que no se recataban a la hora de hacer alarde
de sus preferencias políticas. Incluso presumían de recibir en sus casas al
mismísimo Mariscal Víctor, Duque de Bellune, que estaba al mando del
Ejército acantonado cerca de Chinchón.
Nadie se sentía a salvo por el temor de ser denunciado como subversivo. El
pueblo llano odiaba a los franceses. Ya se conocían con detalle los hechos ocurridos en Madrid en el mes de mayo, por la narración que habían hecho el hijo
de los Castillo y su amigo el portugués, que habían sido protagonistas luchando por las calles, en el alcázar y el Cuartel del Monteleón, y salvándose milagrosamente de la carga de los Mamelucos. Aunque permanecían ocultos en la
casa, eran frecuentes las visitas de familiares y amigos que querían escuchar
de primera mano los atroces sucesos de aquellos días. Casi todas las noches,
en casa de Manolo Castillo se improvisaba una pequeña tertulia en la que su
hijo Antonio y su amigo, el soldado portugués, iban narrando las mil y una
aventuras que habían vivido desde que los franceses llegaron a Madrid. Todos
escuchaban con interés las hazañas de Armando quien, con un gracioso acento parecido al gallego, se hacía protagonista de todas las historias vividas por
él y las que le habían contado sus camaradas.
Sobre todo la pequeña Juanita se quedaba embobada escuchando las asombrosas aventuras del amigo y compañero de armas de su hermano. Ella iba a
cumplir los dieciséis, el portugués ya tenía los veinticinco y sus extraordinarias narraciones iban, poco a poco, enamorando a la pequeña que nunca
había salido del pueblo y veía en él al más arrojado de los héroes. Antonio
advirtió pronto la admiración de Juanita por su amigo, al que le hizo prometer que nunca se aprovecharía de su inocencia. Armando que se consideraba
un caballero y un soldado le prometió solemnemente que siempre la respetaría. Sin embargo él también se iba prendado de la sonrisa y de la alegría de la
joven y pronto empezó a olvidar a la novia que había dejado en Sintra, hacía
ya cuatro años y cuya imagen le había obsesionado en las noches largas y aburridas pasadas en las cuevas de la vega, cuando se escondían de los franceses.
Cuando las miradas de los dos jóvenes se cruzaban, el rubor arrebolaba sus
mejillas y apartaban de inmediato sus miradas por el temor de que también
los padres se enterasen del amor que empezaba a crecer entre ellos. Poco a
poco se iban haciendo ajenos al ambiente de opresión que se vivía en el pueblo.
II
La situación de rechazo era similar en los demás pueblos de la comarca, pues
todos tenían que padecer los inconvenientes de la dominación francesa. El
orgullo nacional había sido herido y cualquier altercado era posible. Sin
embargo, las fiestas navideñas parecían marcar un paréntesis, el ambiente
era festivo y nadie parecía dar demasiada importancia a la presencia de los
74
gabachos. El día de Navidad continuaron las celebraciones y las familias se
reunieron para comer y festejar el nacimiento del Hijo de Dios. Incluso al día
siguiente, miércoles, eran muchos los que seguían haciéndole fiesta y, después de comer, la plaza se iba poblando con los que se acercaban a tomar
unos vinos en las tabernas o simplemente a tomar el sol al abrigo de los balcones y charlar con los amigos.
De pronto, algo interrumpió las conversaciones de los hombres que formaban los corrillos en el centro de la plaza, y les hizo volverse hacia la calle
Grande por donde se empezó a escuchar un murmullo que poco a poco se fue
convirtiendo en tumulto con voces y gritos amenazantes. Debían ser poco
más de las cuatro de la tarde, por detrás del pilón de la fuente de arriba, apareció un pelotón de soldados franceses con evidentes signos de estar realmente asustados. Eran siete jovenzuelos al mando de un cabo, y se podía adivinar
su bisoñez por el terror que reflejaban sus rostros. Detrás de ellos un grupo
de unos veinte paisanos con algunas estacas les insultaban y amenazaban animados por un hombre que portaba una pequeña escopeta. Alguien dijo que
eran de Colmenar y el cabecilla un guarda de la vega.
El cabo dio orden de parar y autorizó a los soldados para beber en la fuente.
Los alborotadores hicieron un círculo a su alrededor al que se iban acercando los curiosos que hasta entonces estaban tomando el sol y los que habían
salido de las tabernas por el alboroto que se había formado en la plaza.
También empezaron a poblarse los balcones alertados con tanta algarabía.
Aprovechando que los soldados había dejado sus arcabuces en el suelo para
beber con más comodidad, el guarda de Colmenar se echó a la cara la escopeta y disparó contra el cabo francés, mientras gritaba:
- ¡A ellos, que vienen de huida!
El francés se desplomó mientras sus soldados intentaban coger las armas. El
odio a los franceses que había permanecido escondido durante tantos meses
se convirtió en estacas, palos, piedras y hachas y los, hasta entonces, pacíficos pueblerinos se tomaron venganza de los crimenes cometidos por los franceses. Los esfuerzos de los jóvenes soldados por librarse de la lluvia de palos
y piedras eran en vano. Uno cayó degollado y su sangre se empezó a diluir en
el agua que rebosaba del pilón al caer dentro otro de los soldados mortalmente herido con una piedra en la cabeza.
Aprovechando que uno logró disparar su arcabuz, lo que hizo retroceder a los
asaltantes, cuatro de los soldados desenvainaron sus sables y lograron librarse del cerco y corrieron hacia la Puerta de la Villa, perdiéndose por la calle de
los Huertos camino de Aranjuez. Algunos hicieron intención de perseguirles
pero desistieron porque los jóvenes, a pesar de ir contusionados, corrían despavoridos a gran velocidad. Entre todos lograron desarmar al soldado que
75
Entre todos lograron desarmar al soldado y se ensañaron con él...
había disparado y se ensañaron con él, dándole patadas y golpes con estacas
y piedras. Alguien cogió otro de los arcabuces y disparó contra él. Poco después, el cabo y los tres soldados franceses yacían muertos, tendidos en el
suelo de la plaza mayor de Chinchón que en pocos minutos había quedado
totalmente desierta.
Solo, junto a los cadáveres, don José Robles el cura párroco, que había llegado corriendo desde su casa en la calle del Convento al escuchar los disparos y
se vio impotente para disuadir a sus exaltados feligreses. Ahora, con lágrimas
en los ojos, porque conocía las terribles repercusiónes que podían traer estos
actos, daba la extremaunción a los cuatro desdichados franceses.
No tardó en llegar don José de Fominaya y varios miembros más del consistorio municipal, que oyeron aterrados los hechos que narraba el señor cura.
Dieron orden inmediata de trasladar los cadáveres al lazareto y se reunieron
en el Ayuntamiento para analizar la situación y decidir las acciones a tomar
para intentar paliar las consecuencias de tan insensata acción. Todos apoyaron la propuesta de don José Robles que sugirió la conveniencia de enviar al
Jefe de las tropas francesas una misiva de súplica de perdón y clemencia con
el ofrecimiento de poner a su disposición a los responsables de este acto. Se
acordó enviarlo al cuartel del Arganda, donde él tenía la residencia, con la
esperanza de que le llegase la misiva antes de que tuviese noticias de lo ocurrido por los soldados que habían huido hacia Aranjuez.
La noticia se propagó rápidamente por todas las calles de Chinchón y nadie
quería creer lo que escuchaba. Varios testigos corroboraron la noticia y cuan76
do el sol se escondió por el horizonte y las sombras se apoderaron del pueblo,
todo quedó en un siniestro silencio que no auguraba nada bueno para los
habitantes de Chinchón. La noticia también llegó a la casa de los Castillo.
Juanita se atrevió a coger la mano de su enamorado y un escalofrío le recorrió todo el cuerpo como presagio de que algo grave iba a suceder. Aquella
noche nadie salió de sus casas y con la huida de los soldados franceses se
escapó también el espíritu navideño.
Mientras tanto, los soldados franceses que habían logrado escapar, después
de correr campo a través algo más de dos leguas y comprobar que nadie los
seguía, ralentizaron sus pasos pero prosiguieron su camino hacia Aranjuez,
que era su destino inicial. Serían cerca de las diez de la noche cuando llegaron al cuartel, doloridos, ensangrentados y ateridos de frío. A duras penas
podían dar noticia de lo ocurrido y sus explicaciones eran confusas para el
jefe del acuartelamiento. Ordenó que fuesen atendidos los cuatro soldados
heridos, redactó un detallado informe para el Mariscal Víctor y mandó formar
un pequeño batallón a caballo para hacer llegar la noticia hasta el Cuartel
General de Arganda, lo antes posible. Uno de los soldados que habían llegado heridos se ofreció voluntario para acompañar al batallón y poder narrar
los hechos al propio Mariscal si lo estimaba necesario. Al mediodía del día 27
de diciembre el Mariscal Víctor escuchaba atónito la narración del soldado
que había logrado salvarse de la matanza de la plaza de Chinchón.
III
Esa misma mañana había salido de Chinchón un carta firmada por el señor
cura y el señor alcalde, con destino al Mariscal, escrita en castellano porque
no hubo tiempo de buscar un traductor. Las autoridades acordaron aconsejar
a todos los habitantes del pueblo que debían abandonar sus casas y refugiarse en otras localidades para evitar la previsible furia de los franceses. Los
lugares más idóneos pensaron que eran los pequeños pueblos de Valdelaguna
y Pozuelo de Tajo, ya que Colmenar de Oreja también podía ser represaliado
por la participación en el hecho de algunos de sus vecinos.
El Duque de Bellune, que por su comportamiento en la Batalla de Friedland
había recibido el bastón de mariscal de Francia, tuvo que aceptar, muy a su
pesar, el traslado a España, dejando el gobierno de Berlín. Por este motivo
odiaba a los españoles, a los que consideraba zafios, maleducados e insoportablemente altaneros. Los hechos que acababa de escuchar del joven soldado
le enfurecieron y le hicieron perder la tradicional compostura de su noble
linaje. Mandó llamar a todos los capitanes y dio las órdenes oportunas para
llevar a cabo una acción de castigo que sirviese de escarmiento de una vez
para siempre a cualquiera que osase levantarse contra su autoridad.
77
En cumplimiento del artículo 5º del Bando del 2 de mayo, dio orden de marchar contra Chinchón para tomar venganza de la ofensa inferida a las armas
francesas. Un ordenanza entró en la sala donde se celebraba la reunión para
entregarle una misiva que iba dirigida a su nombre. Firmaba la carta un tal
José Robles que decía ser el cura párroco de la Villa de Chinchón. No la quiso
leer, se limitó a estrujarla entre sus dedos y musitó algo como:
- ¡Estos españoles! Lo mínimo que se les podía haber ocurrido es buscar un
intérprete para escribirlo en francés.
Y tiró la carta a una papelera que estaba debajo de su mesa de trabajo. Ahí se
terminaban las pocas opciones que Chinchón tenía para librarse del castigo.
La operación se planteó como una acción de campaña en la que un ejército
enemigo esperase al acecho para hacerles frente. Saldrían dos destacamentos,
uno desde Arganda y otro desde Aranjuez, que se unirían a la entrada del pueblo para realizar una maniobra envolvente y lograr el cerco total. En la operación participaría un batallón de caballería, una compañía de infantería y
otra de artillería formada por diez piezas de a dieciséis y veinticuatro.
También participaría la brigada polaca al mando directo del Mariscal. Un
contingente total de más de mil quinientos soldados.
Desde que el ejército francés había reconquistado Madrid, la vida de la tropa
era demasiado tranquila, pues a excepción de algunas pequeñas escaramuzas,
su rutina se reducía a pequeñas maniobras, limpieza de armamento y poco
más. En el fondo todos echaban de menos algo de acción, que además de
entretenerles les diese opción a conseguir algún botín con que incrementar su
menguada paga de soldado.
Cuando llegó, de vuelta a Chinchón, el alguacil que había sido el encargado de
llevar la carta para el Mariscal Víctor, corroboró los temores de las autoridades y les contó cómo había sido testigo de los preparativos de guerra que se
estaban ultimando en Arganda y cómo habían salido un correo a caballo con
destino a Aranjuez con órdenes para preparar una operación de castigo. Tuvo
que reconocer que le había informado el ordenanza militar que el Mariscal
Víctor no había querido leer la carta y se había limitado a tirarla a la papelera.
El frío seguía siendo intenso, el sol se empezaba a ocultar tras los cerros de
las "Cabezas" y en muchas casas de Chinchón se empezaban a hacer los preparativos para salir de huida con lo más imprescindible. La mayoría había
decidido obedecer las órdenes de las autoridades y dejar el pueblo hasta ver
lo que ocurría. Algunos, en cambio, decidieron permanecer en sus casas, dispuestos a defenderlas si fuese necesario.
78
Otros, como en la casa de los Castillo, pensaron que las mujeres y los niños
debían marcharse a los pueblos vecinos y los hombres permanecerían en casa
mientras fuese posible. En unas alforjas pusieron provisiones para ocho o
diez días; chorizos, morcillas, un buen trozo de jamón y tocino; patatas, cebollas y ajos; dulce de membrillo recién hecho, judías, garbanzos, lentejas y el
pan que aún quedaba de la última cochura. En un hatillo pusieron las ropas
de la madre y las tres hermanas, que serían las que, a la mañana siguiente saldrían hacia Valdelaguna a casa de una prima lejana de la abuela. En la faltriquera guardaron los cuarenta reales que era el ahorro de la familia y se fueron a dormir porque la salida sería de madrugada.
Juanita dormía en el mismo cuarto que sus hermanas mayores y sabía que era
difícil poder escaparse para ver a su Armando. En el revuelo de la noche sólo
había podido susurrarle que la esperase en las cuadras. Ninguna de las tres
jóvenes podía dormir y la más pequeña se consumía viendo que le iba a ser
imposible salir sin ser vista.
Armando se había ofrecido voluntario para aviar esa noche el ganado, pero
por más que pausó las tareas, después de poner la paja y la cebada a las caballerías, llenar el tinillo del agua, hacer el pienso al cerdo, incluso de limpiar la
basura de la cuadra, no había ni rastro de Juanita por ningún lado. Fue
Antonio el que se acercó a las cuadras por la tardanza de su amigo.
- No te preocupes, estoy recogiendo un poco la basura, Ya no tardo, tú vete
acostando...
La niña no resistió más. Se levantó resuelta y cogió la toquilla de lana que
tenía a los pies de la cama.
- ¿Qué pasa, Juanita?
- No, nada, que tengo que ir al corral.
- Con el frío que hace, ten cuidado que vas a coger una pulmonía...
No encendió ninguna luz.
Ni la luna lucía esa noche. Sólo el pálido resplandor de las estrellas que también parecían tiritar de frío.
Allí estaba él, a la puerta de las cuadras. Corrió a sus brazos y sus cuerpos se
unieron palpitantes con la certeza de que esa era la primera y la última vez
que iban a sentir su calor. También sus bocas se buscaron hasta saborear el
salado de sus lágrimas que fluían copiosas de sus ojos que poco a poco se iban
acostumbrando a la oscuridad. Se refugiaron en el calor de la cuadra, junto a
79
los animales y se dejaron caer en la pajera. Los hados se debieron aliar con
ellos, porque todos los de la casa se habían dormido, sin duda que agotados
por los terribles acontecimientos que se estaban viviendo esos días.
Ellos, olvidados del tiempo, vivieron la única oportunidad que les iba a brindar el destino para conocer de verdad el amor. Ella se ofrecía virgen a su
amado, consciente de que jamás otras manos vigorosas volverían a acariciar
sus pechos y todo su cuerpo se estremeció al sentir la fogosa virilidad de su
amante. Sus gemidos mezcla de dolor y placer se perdieron entre los resoplidos de las caballerías, ajenas al amor desesperado de los dos jóvenes. Sus
cuerpos reclamaban más tiempo, sus corazones pedían la eternidad, pero la
razón les decía que debían volver a sus cuartos. Se despidieron con el beso
que mañana ya no se darían y sus manos se fueron separando hasta que de
sus dedos se deslizó una leve caricia.
Ella se acurrucó en la cama, sus hermanas dormían profundamente y no les
despertó ni el tumultuoso palpitar de su corazón. Durante mucho tiempo sintió el río de lágrimas que recorría sus mejillas hasta desembocar en el mar de
su almohada. Poco después el sopor, el cansancio y la emoción vivida se fueron convirtiendo en sueño y se quedó plácidamente dormida.
IV
Con las primeras luces del amanecer las calles y caminos se fueron poblando
de peregrinos que emprendían el éxodo incierto a los pueblos cercanos sin
saber cuando podrían regresar a sus hogares. Juanita y sus hermanas acompañaban a su madre que montada en un borrico emprendía el camino de
Valdelaguna. Las abundantes lágrimas de la joven, que eran sólo patrimonio
de su amado, pasaron desapercibidas entre tanto llanto que ese día regó las
calles de Chinchón.
También las autoridades decidieron ocultarse en los pueblos de los alrededores. No hubo ninguno que se atreviese a permanecer en el pueblo, no ya para
hacer frente a los franceses, ni siquiera para salir al encuentro de los soldados y solicitar la conmiseración y el perdón para sus indefensos paisanos.
Todos se apresuraron a dejar el pueblo esa misma mañana.
Los que habían preferido quedarse en el pueblo se encerraron en sus casas sin
atreverse a salir a la calle.
Solo Francisco Martínez de 17 años, José Miguel Cachorro de 22, con sus amigos Antonio Rincón de 25, Isidro López de 24 y Vicente Perogordo de 23, a
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pesar de los consejos de sus familiares, no estaban dispuestos a morir sin
defenderse y acordaron hacerse fuertes en el castillo que estaba casi en rui-
Peregrinos que emprendían el éxodo incierto a los pueblos cercanos...
nas. Sabían que poco podían hacer contra la artillería de los franceses, pero
querían retardar su ataque el mayor tiempo posible.
Sólo tenían tres arcabuces y dos escopetas y apenas tres docenas de cartuchos. Cogieron también varios tambores con sus mazas correspondientes.
Querían hacer pensar a los asaltantes que había una tropa acantonada en el
castillo dispuesta a hacerles frente. A última hora se les unió Nicasio Moreno,
de tan solo 15 años, que se había enterado de su intención y con su tambor,
un viejo trabuco, una docena de balas y un saquito de pólvora les alcanzó por
la calle del Alamillo.
Los seis jóvenes llegaron al castillo y buscaron distintos emplazamiento para
sus tambores y sus armas al resguardo de las almenas. Atrancaron la puerta
con varias vigas de madera que estaban semienterradas entre los escombros.
Prepararon algunos escondites para el caso de que los franceses lograsen
asaltar el castillo. Incluso dejaron expedito el camino para llegar hasta una de
las poternas para poder escapar sin ser vistos aprovechando la oscuridad de
la noche, si fuese necesario. No se olvidaron de coger algunas provisiones y
agua suficiente por si tenían que permanecer algunos días sitiados en el castillo. Ahora solo quedaba esperar los acontecimientos.
Las dos columnas de soldados franceses que habían salido de Arganda y
Aranjuez se encontraron, a media mañana, en el camino de Bayona. Durante
todo ese día fueron tomando posiciones cerrando un cerco alrededor del pueblo a una distancia de tiro de cañón. Emplazaron su artillería y pusieron vigí81
as para advertir cualquier movimiento que se produjese en el pueblo. Todo
era calma y silencio. El Mariscal ordenó hacer varios tiros de advertencia y
nadie contestó. Volvía a caer la tarde y la orden fue de mantener las posiciones. Chinchón era un pueblo fantasma en el que no se advertía ninguna actividad, aunque los mandos franceses no se confiaban porque podía ser una
estrategia enemiga.
Llegó la mañana del sábado día 29 de diciembre de 1808.
Con las primeras luces del alba el sonido acompasado de unos tambores que
parecían provenir del castillo del pueblo, alentó a los vigías franceses. Los
jóvenes se habían colocado estratégicamente cubriendo todo el contorno de
las almenas. De esta forma todo parecía indicar que un batallón organizado
estaba tomando posiciones en las defensas de las atarazanas del castillo. La
respuesta no se hizo esperar, a la orden del Mariscal, empezaron a tronar los
cañones y durante horas la artillería fue asolando sistemáticamente el pueblo. El fuego más intenso estaba dirigido al castillo, que era el único baluarte
en la defensa del pueblo. Nadie respondía al fuego de artillería, pero los tambores no dejaban de sonar con su ritmo machaconamente monótono. Se
podían distinguir algunos fuegos que producían los proyectiles disparados
por los franceses.
Al tronar de los cañonazos le seguían períodos de silencio absoluto, que solo
rompían los tambores del castillo. El sol de mediodía había disipado completamente la niebla persistente con que se había abrigado la mañana. El
Mariscal dio la orden de repartir el rancho a los soldados con ración doble de
vino.
Después de comer, se ordenó otra andanada de disparos dirigidos al castillo.
Se escucharon algunos disparos desde las almenas que fueron contestados
por las piezas de a veinticuatro de la compañía de artillería. Parecía que se
hundía el cielo y una densa lluvia de bombas hizo imposible la huida de los
jóvenes. Uno a uno iban siendo alcanzados por los proyectiles franceses. Sólo
el más joven logró escabullirse hasta la galería de la planta inferior y desde
allí hasta el interior de uno de los aljibes de piedra donde se acurrucó en un
rincón, abrazado a su trabuco que no dudaría en utilizar para defenderse, si
era descubierto por los soldados.
Después se hizo el silencio.
Entre los escombros de la torre del homenaje encontrarían después los cuerpos destrozados de los cinco jóvenes que habían logrado retrasar el asalto de
los franceses durante toda una mañana.
82
Cuando terminó el fuego de los cañones, viendo que ya nadie les contestaba
y dándose cuenta de que la villa se encontraba desguarnecida y completamente indefensa, se dio la orden de atacar. La primera columna avanzó por la
calle de los Huertos. La segunda, que estaba acantonada en el Llano, rodeó el
castillo. Una tercera tomó posiciones desde el camino de Valdelaguna y la
cuarta se adentró por la calle de Morata. Todos los soldados llevaban las
bayonetas caladas y los arcabuces prestos para disparar.
Empezaron a escucharse disparos aislados que significaban, cada uno de
ellos, la muerte de un vecino de Chinchón que había cometido el error a asomarse a la calle. Ninguna de las columnas encontró resistencia hasta que llegaron a confluir en la plaza, después de mantener patrullas de reconocimiento por todas las calles del pueblo. El Mariscal Víctor, cuando tuvo el camino
expedito, avanzó con su caballo desde el campamento de mando en el camino de Aranjuez, hasta llegar al Ayuntamiento, donde mandó instalar el
Cuartel General.
-Excelencia, un paisano que dice llamarse Pedro Casagne, solicita audiencia.
-¿Casagne.., es francés?
-No, es vecino de Chinchón, sus antepasados eran franceses y habla perfectamente nuestro idioma.
-Puede sernos de provecho. ¡Hacedlo pasar!
El Mariscal Víctor avanzó con su caballo desde el campamento...
83
Estaba aterrorizado. Había visto desde una de las ventanas de las cámaras de
su casa cómo habían entrado las tropas francesas. Incluso había sido testigo
de cómo abatían a uno de sus vecinos que se dejó ver detrás de la puerta
entreabierta. Sacó un trapo blanco atado al palo de una esteva y, en francés,
llamó la atención de la patrulla que en ese momento pasaba delante de su
casa.
El Mariscal le pidió información de donde estaban ubicadas las casas de los
señores principales y los edificios más significativos del pueblo. La orden fue
tajante: Ley de saco y fuego. La tropa tenía libertad para entrar en las casas,
apoderarse de lo que hubiese de valor y matar a todos los hombres que se
encontrasen. Sin embargo, tenían que respetar las casas de las autoridades y
las iglesias y conventos hasta que fuesen revisados por el propio Mariscal. Dio
órdenes para que fuesen marcadas con pintura roja las puertas de las casas
principales, y Pedro Casagne tuvo que acompañar a los soldados para identificarlas. Nadie podía entrar en las casas y edificios con la mancha roja en la
puerta.
La orden del Jefe fue acogida con entusiasmo por los soldados. Ahora los disparos eran mucho más frecuentes y se mezclaban con los gritos de pavor que
la mayor parte de las veces eran sofocados por otras detonaciones.
Andrés Barranco estaba escondido en su casa de la calle de Morata, muy cerca
de la plaza. Vio cómo una de las patrullas derribaba la puerta de sus vecinos.
Sabía que la suya sería la siguiente. Pensó que la única posibilidad de salvación estaba en refugiarse en sagrado, porque pensaba que los franceses respetarían las iglesias. Salió corriendo de su casa y enfiló la cuesta de la torre,
camino de la Iglesia de Santa María de Gracia. Apenas había logrado pasar de
la columna de entrada a la plaza, uno de los soldados de la patrulla dio la voz
de alerta. Una descarga le destrozó la pierna izquierda y cayó al suelo retorciéndose de dolor. El soldado le apuntó con su arcabuz con intención de
rematarle allí mismo. Otro le disuadió:
- No malgastes la munición innecesariamente, dijo.
Él mismo le degolló con su sable.
El pueblo se había convertido en una orgía de sangre y fuego. Por todas las
calles de Chinchón se repetían las macabras escenas de las ejecuciones despiadadas de los indefensos paisanos. Los soldados iban asaltando las casas
que no habían sido marcadas por indicación de Pedro Casagne, de acuerdo
con lo ordenado por el Mariscal francés.
Afortunadamente pronto empezó a oscurecer y los mandos franceses dieron
orden a los soldados de cesar los asaltos y replegarse al improvisado cuartel
84
general. En el parte de guerra se detallaba que habían sido abatidos 56 enemigos de Francia y que habían sido asaltadas treinta y dos casas del pueblo.
Se habían requisado suficientes provisiones para la cena de la tropa en la que
el vino y el aguardiente, que tanta fama tenía, corrió en abundancia hasta
saciar su sed de venganza y ahogar cualquier conato de remordimiento que
pudiese tener algún soldado.
Una de las casas marcadas era el estanco de la plaza, enfrente del
Ayuntamiento. Los soldados pidieron autorización al capitán para hacer provisión de tabaco, del que estaban escasos. Lo autorizó con la condición de no
hacer destrozos. El botín fueron 7 cuarterones de tabaco en hebra, 10 paquetes de exquisita "Virginia" picada, 12 mazas de naipes, cuatro botes de rapé
en polvo, 15 pliegos de papel timbrado y 12.347 reales que estaban escondidos en una lata metálica debajo de unos fardos de cartones.
La tregua de la tropa se convirtió en silencio sepulcral, sólo perturbado por el
crepitar de las hogueras que los soldados habían encendido con los muebles
y las puertas de las casas que habían saqueado, para que se pudiesen calentar
las patrullas y para conseguir una mejor visibilidad, a pesar de que la luna,
hoy sí, lucía en plenitud y el cielo estaba cuajado de estrellas que asistían atónitas a lo que allí estaba sucediendo.
Manolo Castillo, su hijo Antonio y Armando, el portugués, habían permanecido ocultos durante todo el día en el pajar, parapetados tras unos haces de
paja con los que se podían cubrir totalmente en caso necesario. Su casa era
una de las que aún no había sido asaltada y después de varias horas de silencio y amparados por la oscuridad de la noche se atrevieron a bajar hasta las
cuadras para dar de comer al ganado que se rebullía inquieto barruntando,
posiblemente, lo que estaba sucediendo. Subieron algunas provisiones de la
alacena y repusieron fuerzas aunque ninguno de los tres tenía ganas de
comer.
Armando estaba decidido; quería marcharse. Si permanecían en la casa, tarde
o temprano, serían descubiertos y no tendrían escape. El padre pensaba que
era posible permanecer escondidos y allí no les encontrarían; además la
situación no podía prolongarse muchos días. Antonio también pensaba que
era posible escapar, aunque él se quedaría con su padre. Durante unas horas
estuvieron controlando el paso de las patrullas por su calle. La frecuencia era
de unos veinte minutos y en ese tiempo se podía alcanzar la Ronda por la
puerta de la Cerca y llegar hasta el camino de Ocaña que le llevaría a
Colmenar de Oreja y después seguir camino hacia Toledo, bordeando
Aranjuez donde era mayor la presencia de las tropas francesas. Prepararon el
caballo, le liaron unos sacos en las pezuñas para mitigar el ruido de los cascos, pusieron en las alforjas algunas provisiones y esperaron a que pasara la
patrulla. Los tres hombres se abrazaron deseándose suerte. Armando prome85
tió que volvería cuando todo hubiera pasado. Pidió a su amigo que dijese a
Juanita que se acordaría siempre de ella y que pronto volverían a verse. Se
apostaron detrás del portón de la casa y cuando los soldados se perdieron por
la esquina camino de la plaza, el portugués montó en el caballo y partió camino de la salvación.
El padre y el hijo permanecieron unos minutos detrás de la puerta. Todo estaba en silencio y volvieron a su escondite para intentar dormir un rato. En
todas las casas de Chinchón la situación era similar pero era imposible ponerse en contacto con los otros vecinos. No había ninguna posibilidad de planificar una defensa, ni incluso organizar una huida. Sólo se podía esperar,
rezando para salir ilesos de la masacre.
V
Apenas despuntaba el alba cuando en el Ayuntamiento se improvisó una reunión del alto mando para planificar las acciones del día. Presidía el Mariscal
Víctor, Comandante en Jefe del Ejército, con la asistencia del General
Femelle, Jefe del estado Mayor del primer Cuerpo del Ejército de España, y
los capitanes de todas las compañías que formaban parte del contingente
punitivo que habían tomado la villa de Chinchón.
El Mariscal estaba preocupado por la contundencia de sus tropas. La cifra de
56 muertos en una sola tarde, y sin haber opuesto ninguna resistencia, era
demasiado elevada. Había que dar otra imagen y era fundamental ofrecer, al
menos, la apariencia de aplicar la justicia. Las órdenes cambiaron y se dio la
Serían ejecutados públicamente para el general escarmiento...
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consigna de hacer prisioneros para ser juzgados, aunque fuese en consejos
sumarísimos de guerra. Después serían ejecutados públicamente para el
general escarmiento. Sólo en caso de que alguien opusiese resistencia podían
disparar a matar. El Mariscal dispuso que haría una inspección personal de
los edificios principales del pueblo. Acompañado por el General y dirigidos
por Pedro Casagne se dirigieron a la Iglesia de la Piedad, que había sido la
capilla de los condes.
Estaba desierta. También todos los sacerdotes habían abandonado el pueblo,
el día anterior, emulando a las autoridades civiles. De todos era conocido el
anticlericalismo de los franceses y estaban seguros de que no respetarían los
lugares sagrados. Por eso, antes de marcharse, trataron de ocultar apresuradamente los vasos sagrados y los pequeños objetos de valor.
Claudio Víctor Perrín, Duque de Bellune, tenía cuarenta y dos años, era persona culta y sabía distinguir las obras de arte. Allí había piezas de gran valor.
Mandó descolgar los cuadros que adornaban los altares. Un cuadro que
representaba el nacimiento del Niño Jesús y otro de la Anunciación, del pintor florentino Alexandro Branchini; tres cuadros del pintor Leandro Brasis
que representaban a la Santísima Virgen de la Piedad, la Resurrección del
Señor y la Ascensión de la Virgen; dos pinturas de Julio César Procacini, pintor de Boloña, que representaban a Santa Teresa y a San Isidro Labrador y el
impresionante cuadro de la Asunción y Coronación de Nuestra Señora de
Claudio Coello, que sin duda era la joya de la colección.
Había otras pinturas que representaban a Santo Tomás de Aquino, Santo
Domingo, San Pedro mártir y al Espíritu Santo, en las puertas de un frontispicio cerrado que guardaban las reliquias y exvotos de varios santos, entre las
En la Iglesia de Santa María de Gracia el botín fue más escaso. Sólo
algunos vasos sagrados y algunas cruces de plata.
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que sobresalía una espina de la corona de Cristo que había sido donada al
conde por el mismísimo Papa; pensó que eran difícil de trasportar y tenían
escaso valor artístico.
Los cuadros elegidos fueron apilados en el centro del templo. Ordenó que allí
mismo fuesen desclavados los lienzos de sus bastidores y enrollados convenientemente para poderlos trasportar sin dañarlos. Después fueron separados los objetos de valor que iban siendo descubiertos en los armarios de la
sacristía y escondidos entre los ornamentos litúrgicos. Mandó que fuese retirado de uno de los altares un precioso crucifijo de marfil, que tenía una inscripción según la cual procedía del Oratorio de San Pío Quinto que se lo había
regalado al Conde don Diego.
Las estatuas de San Pedro y San Pablo, y los bustos de los distintos condes
que adornaban el presbiterio, aunque eran de mármol y estaban perfectamente acabadas, no llamaron su atención. Mandó retirar con sigilo todos los
objetos seleccionados y dio orden de quemar y destruir todo lo que allí quedaba para que nadie pudiese echar de menos el producto de su rapiña.
Cuando entraron los soldados aún se fueron apropiando de los objetos que
podían tener algún valor antes de encender el fuego.
En la Iglesia de Santa María de Gracia el botín fue más escaso. Sólo algunos
vasos sagrados y algunas cruces de plata. Poco después todo el templo fue
pasto de las llamas que en pocos minutos hicieron tambalear los viejos
muros. Sólo la torre que había sido restaurada unos años antes pudo permanecer en pie, aunque los soldados destrozaron capitel de pizarra, rompieron
el reloj y arrojaron las campanas desde lo alto. Estaban haciendo un trabajo
concienzudo que garantizaba un recuerdo imperecedero de estos acontecimientos.
El siguiente objetivo era el castillo.
Antes se detuvieron en el convento de los padres agustinos que habían permanecido escondidos en los sótanos del edificio. El Mariscal dio orden de
mantener vigilancia en la puerta del convento para impedir que nadie pudiese entrar o salir del edificio. Por ahora se iba a respetar la vida de los frailes.
El castillo también había sido abandonado y su aspecto era desolador. Los
efectos de los bombardeos del día anterior casi pasaban inadvertidos en la
situación de abandono que presentaba toda la edificación. Apenas si se habían efectuado algunas reparaciones de los desperfectos ocasionados casi cien
años antes por las tropas del Archiduque Carlos en la guerra de Sucesión.
Allí estaban los cuerpos de los jóvenes sobre los tambores destrozados por la
metralla de su artillería y entonces descubrieron el engaño. Aunque era escaso el botín que se podía obtener, las órdenes fueron de saqueo y destrucción
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total. Había que destruir el símbolo de la defensa de la villa. Las rejas de las
ventanas fueron arrancadas, las puertas destruidas y todo el edificio incendiado. La brigada polaca fue la encargada de ejecutar las órdenes del Mariscal
para lo cual necesitaron casi todo el día. A la caída de la tarde todo el castillo
era una luminaria que iluminaba el atardecer de aquel frío día de diciembre.
El joven Nicasio Moreno había permanecido escondido en el aljibe sin ser
descubierto por los polacos. Allí disponía de agua que le servía para beber y
refrescarse de las altas temperaturas que se alcanzaban por el fuego del exterior. No había más remedio que permanecer escondido hasta que se marchasen los franceses. Sólo así podría salvar la vida.
El Mariscal estaba cansado y consideraba suficiente el botín personal que
había conseguido en esa fructífera mañana. Se retiró a su cuartel general y
encomendó el mando al general Femelle.
Mientras tanto, las tropas habían reiniciado el asalto a las casas y ya eran más
de treinta los prisioneros que se hacinaban, atados de pies y manos, en las
dependencias de la cárcel del pueblo, a la entrada de la calle de Morata.
Algunos habían intentado oponer alguna resistencia y habían sido liquidados
en sus propias casas. El Mariscal pensó que era el momento de ejecutar públicamente a varios de los prisioneros para escarmiento de todos los vecinos. Se
formó el consejo de guerra y los prisioneros fueron interrogados con la ayuda
de Pedro Casagne que actuaba de intérprete.
Diez fueron condenados a muerte y se dispuso la ejecución inmediata. El
batallón de fusilamiento se colocó frente a la columna de la entrada a la calle
de Morata, enfrente de la cárcel. Los reos fueron arrastrados hasta allí y el
resto de prisioneros fueron obligados a presenciar la ejecución. Detrás de las
ventanas de los balcones de la plaza se podía adivinar la presencia de algunos
vecinos que permanecían escondidos. La orden del Mariscal no se hizo esperar. Diez vecinos más de Chinchón yacían sobre la escarcha de la arena de la
plaza, a los pies de la columna que ya siempre sería conocida como "de los
franceses".
Un carro tirado por dos caballos se encargó de trasportar los cadáveres hasta
el lazareto del camposanto donde ya reposaban los muertos del día anterior.
El general Femelle, al frente de un pequeño destacamento entró en el convento de Santa Clara, a la salida del pueblo. La puerta de la iglesia estaba abierta y tenían el paso expedito incluso a la clausura. Todo estaba en orden pero
no se veía ningún rastro de las monjitas. Pensó el General que habían abandonado el pueblo con todos los demás. Llegaron al patio central del convento
donde los rayos del sol vespertino empezaban a derretir el hielo en el pilón de
la fuente. Las monjas no habían huido, estaban escondidas en los desvanes
donde tenían sus nidos las palomas. La madre superiora se acerco a unas de
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La orden del Mariscal no se hizo esperar. Diez vecinos más de Chinchón yacían sobre la
escarcha de la arena de la plaza, a los pies de la columna que ya siempre sería conocida
como "de los franceses".
las ventanas para ver lo que estaba ocurriendo fuera. Un rayo de sol reflejó el
crucifijo, que pendía de su cuello, en el agua de la fuente. El general francés
no advirtió la presencia de la monja e interpretó ese reflejo como una señal
divina. Ordenó salir del recinto sagrado inmediatamente y no permitió que
nadie ocasionase ningún daño.
De vuelta a la plaza se encontraron con una pequeña capilla. El guía le informó que era la de San Roque, patrono del pueblo. Ahora las órdenes fueron
distintas. Arrancaron las varas de plata del estandarte del santo, destrozaron
un Cristo rompiéndole las piernas con los palos de las andas, requisaron los
pocos objetos de valor que encontraron y con el resto formaron una pira en el
centro de la ermita y lo prendieron fuego. Allí quedó también destruida la
imagen del santo que había regalado al pueblo el cura natural de esta villa,
don Antonio Álvarez Gato, en el año 1716.
La misma suerte corrió la ermita de Santiago, a extramuros del pueblo, que
ya nunca sería reconstruida. Después les llegaría el turno a las casas principales que habían sido señaladas con la pintura roja.
El saqueo se estaba realizando con una cruel minuciosidad. La mayoría de las
casas estaban abandonadas y entonces la búsqueda era concienzuda, llevándose los soldados todo lo que encontraban de valor. Si sospechaban que había
alguien escondido, después de la requisa, la prendían fuego para hacerlos
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salir. El número de muertos y detenidos iba aumentando con el paso de las
horas.
Todos eran varones. La mayoría de las mujeres habían huido, y eran muy
pocas las que permanecían escondidas en sus casas. Si encontraban a alguna,
la orden era de no detenerlas ni matarlas. Nada se decía de otras acciones.
Aunque no se recogió en ninguna estadística, varias fueron violadas. Las más
jóvenes. A las viejas se contentaban con desnudarlas y dejarlas a la intemperie para obligarles a decir donde habían escondido lo poco de valor que
hubiese en la casa. Después abandonaban a unas y otras, llevándose detenidos a los hombres que habían sido obligados a presenciar el atropello de sus
mujeres.
Antonio Castillo y su padre continuaban escondidos en el pajar. Oyeron unas
voces que les sobresaltaron, pero no tardaron en reconocer la voz de Hilario,
su vecino. Había saltado las tapias del corral que dividía las dos casas. Venía
huyendo de los soldados que estaban ahora registrando su casa. Preguntó por
el portugués y dijo que le había parecido oír cuando salió al amanecer con el
caballo. También les dijo que había oído comentar a los soldados, entre risotadas, algo sobre uno que huía a caballo y había sido arcabuceado a las afueras del pueblo. La noticia sobresaltó a los dos hombres aunque su vecino se
apresuró a decir que posiblemente no hubiese entendido bien lo que decían
los franceses. De todas formas no tenían demasiado tiempo para pensar en lo
que le pudiese haber ocurrido a su amigo. Tenían que pensar deprisa lo que
iban a hacer para librarse de los soldados.
Se apostaron junto a las tapias del corral, escondidos en una leñera. Hilario
se había cuidado de esconder la escalera que había utilizado para saltar.
Pensaron que si volvían a la casa del vecino cuando se hubiesen marchado los
franceses, ya nadie les buscaría allí. Durante unos minutos se hizo el silencio
hasta que unos golpes resonaron en el portón de la casa. Era el momento de
saltar la tapia, recoger de nuevo la escalera y correr a esconderse detrás de
unas tinas vacías de la bodega. Por ahora estaban a salvo de los franceses.
Peor suerte iban a correr Manuel Díaz y sus dos hijos. Ellos también habían
mandado a las mujeres a Valdelaguna y habían decidido esconderse en casa.
El lugar elegido, una tinaja al fondo de la bodega que utilizaban como silo
para la cebada. Cuando los franceses entraron en la casa salió a hacerles frente un perro pequeño y asustadizo que gemía más que ladraba. Uno de los soldados atinó a darle una patada que le hizo retroceder con el rabo entre las
patas. Con su ladrar lastimero fue buscando el amparo de sus amos y sus
gemidos iban cobrando mayor intensidad a medida que se acercaba a la tinaja donde estaban escondidos. Un soldado subió a las talanqueras y descubrió
a los tres hombres sobre la cebada de la tinaja. El más pequeño de los hijos se
había llevado al escondite una escopeta de caza; su disparo dejó maltrecho al
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francés. Unos minutos después el perrito lamía la sangre de sus amos que
habían sido arrastrados hasta la puerta de la casa para que sus cadáveres fuesen trasladados al cementerio, mientras el fuego iba borrando todas las huellas de la matanza.
Para que sus cadáveres fuesen trasladados al cementerio...
De nuevo caía la noche y el parte de guerra ya contabilizaba setenta y dos
muertos, cuarenta y cinco detenidos y ochenta y tres casas saqueadas. Las dos
iglesias habían sido expoliadas e incendiadas, el castillo totalmente arrasado
por la brigada polaca, y dos ermitas asaltadas. El botín era rico en obras de
arte, alhajas, reliquias y vasos sagrados. También se habían confiscado suficientes víveres y provisiones para el mantenimiento de la tropa durante
varios meses. No se había podido contabilizar lo que los propios soldados
habían conseguido por su cuenta en las iglesias y en las casas particulares.
Los mandos militares preferían hacer la vista gorda con el comportamiento
de los soldados.
El silencio de la noche apagó la voracidad de los franceses y los pocos vecinos
que aún permanecían escondidos pudieron descansar unas horas esperando
angustiados el amanecer del último día del año 1808.
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VI
En la reunión del Alto Mando que se celebró en el Ayuntamiento a la mañana siguiente, se acordó no demorar la expedición de castigo más de lo necesario. Era importante terminar lo antes posible, por las fechas navideñas en
que se encontraban y por la llegada del año nuevo. No obstante había que terminar con la requisa de todas las casas del pueblo y con la eliminación de los
enemigos de Francia.
A las doce de la mañana se repitió en la plaza la ejecución de otros diez prisioneros que habían sido declarados culpables en el consejo de guerra sumarísimo que se había celebrado momentos antes. Esa noche, el General
Femelle hizo balance al Mariscal Víctor, Duque de Bellune y Comandante en
Jefe del Ejército: 103 casas registradas, 94 enemigos muertos, y cincuenta
prisioneros. Todos ellos varones. Nada informó de las mujeres que habían
sido violadas o vejadas. El botín era cuantioso pero el Mariscal le ordenó que
lo anulase del informe. A media mañana del día primero de enero de 1809 se
dio la orden de replegar las fuerzas a sus cuarteles de origen.
Antes de partir se habían enterrado a los muertos en una fosa común del
cementerio. Se habían celebrado varios juicios en el transcurso de la tarde del
día anterior y de esa misma mañana y los quince prisioneros que habían sido
declarados culpables serían trasladados a Aranjuez donde serían ejecutados,
junto con los que habían sido trasladados el día anterior, para que sirviese de
escarmiento en toda la comarca. Los demás serían puestos en libertad cuando se marchasen las tropas.
Después de la comida que se sirvió a los soldados, el Mariscal Víctor dio la
orden de partida. A las tres de la tarde ya no quedaba en Chinchón ningún
soldado. Nicasio Moreno, desde la plaza de armas del castillo pudo divisar la
columna que iba dirección de Aranjuez, perdiéndose por los altos del
Montecillo. La otra columna bajaba por las cuestas de la vega camino de
Morata de Tajuña con dirección a Arganda.
Detrás sólo quedaba muerte y desolación.
Los que habían sido liberados corrieron a sus casas para comprobar lo poco
que había quedado y alertar a los vecinos de la marcha de los franceses. Unos
y otros iban sofocando los fuegos que aún prendían en algunas casas y buscaban afanosamente por si había algún herido entre los escombros o escondidos en las cámaras, bodegas, cuevas o leñeras. Se iban dando noticias de lo
que cada uno conocía y la lista de muertos y desaparecidos iba creciendo alarmantemente.
El caballo de los Castillo había vuelto a su cuadra, lo que confirmaba los
temores del fin del soldado portugués; era uno más a engrosar la macabra
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lista de bajas. Muchos hombres salieron hacia Valdelaguna y Pozuelo para
reunirse con sus familias y narrar los terribles sucesos que había ocurrido en
los días anteriores.
Estaba anocheciendo cuando la columna de soldados con sus prisioneros
divisaron Aranjuez. El espectáculo era dantesco. Los árboles de la calle de la
Reina se habían convertido en improvisados patíbulos en los que habían sido
colgados los prisioneros trasladados el día anterior. Todos quedaron horrorizados cuando reconocieron a su convecino Agustín Moreno que había sido
empalado en un pequeño árbol ya cerca del pueblo, después de cortarle los
brazos. Incluso los propios soldados volvían la cara para no contemplar la
tremebunda estampa que ponía de manifiesto la crueldad con que se habían
empleado los franceses.
Pedro Casagne acompañó al Mariscal y a sus tropas hasta la vega. Allí pidió
autorización para volver. Era de noche cuando llegó al pueblo y pudo esconderse en su casa sin que nadie lo advirtiera. Era consciente de que había sido
visto los días anteriores acompañando a las tropas por las calles y señalando
las casas más principales. Nadie dudaría que había sido un colaborador de los
malditos franceses, que, al fin y al cabo, casi eran sus compatriotas. Todos
pensarían que era un afrancesado. Cuando entró en la casa quedó horroriza
do, en la alacena estaba semiescondido el cadáver de su criado Pedro Rubio,
un buen mozo de Santander que se había equivocado al pensar que estaría a
Agustín Moreno que había sido empalado en un pequeño árbol ya cerca del pueblo...
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salvo de los franceses, quedandose en la casa de su amo que estaba colaborando con ellos.
VII
A la mañana siguiente fueron regresando algunos de los que se habían escondido en los pueblos cercanos. Don José Robles y su capellán don Camilo Goya
fueron los primeros en llegar a la Iglesia. Las llamas había terminado con
todo lo que habían dejado los franceses en su saqueo. Habían desaparecido
todas las obras de arte, pero también el fuego había terminado con los archivos en que se guardaban los hechos más importantes de la historia del pueblo y de sus gentes.
En el incendio se habían perdido 29 tomos de partidas de Bautismos, el más
antiguo de 1530; dos libros de confirmaciones desde 1546; 1o libros de desposorios y velaciones, desde 1584 a 1808; 13 libros de difuntos con datos desde
1622, 25 libros de entablaciones de memorias, 7 libros viejos de cuentas de
fábrica, así como numerosos libros en los que se recogían las memorias y las
cuentas de diversas obras pías, como las del Doctor Álvarez Gato, Bonilla,
Fominaya, Portilla, Bendicho y Alonso Jimenez. También se perdieron en el
incendio los libros en los que se recogían todas las actividades de las
Hermandades de las hermanitas de Nuestra Señora de la Concepción, Santa
Ana, San José y de Santiago y San Juan de la Vega; 1 libro de cuentas del
cabildo de San Pedro y 7 libros más de las cofradías del Cristo de Gracia,
Nuestra Señora de Gracia, del Rosario, San Antonio Abad, San Isidro, las Ánimas y la Sacramental. Una pérdida imposible de valorar en la que había desaparecido una parte fundamental de la historia de Chinchón.
La Iglesia de la Piedad había resistido al fuego por su robusta edificación pero
la de Santa María de Gracia se había desplomado y sólo quedaban los muros
calcinados que apenas si lograban cobijar los altares y las imágenes reducidos
a cenizas y cubiertos de escombros. Los dos curas lloraron impotentes ante la
incomprensible sinrazón a la que había llegado la venganza del francés.
También llegaron los alcaldes y los justicias del Ayuntamiento que contemplaban, incrédulos, la situación en que había quedado el pueblo. Estaban
horrorizados con lo que les contaban y se resistían a reconocer el número de
sus vecinos que habían sido asesinados. También llegaron el Notario don
Gabriel González Rey y los escribanos don Pedro Ortiz de Zárate, don Pedro
Antonio Rubio y don Pedro de Fominaya que se organizaron para dejar constancia de todo lo que había ocurrido en Chinchón en los últimos días del año
1808.
A media mañana Pedro Casagne se atrevió a salir de casa para avisar de la
muerte de su criado. Tal y como había temido, alguien le había reconocido
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acompañando a los franceses y llamó la atención de los vecinos. Sólo la intervención de uno de los justicias le libró del linchamiento. Golpeado y maltrecho logró escapar hasta Colmenar de Oreja y refugiarse en casa de un amigo.
Al día siguiente escribió una carta dirigida al señor cura párroco don José
Robles y a las autoridades del pueblo, en la que decía:
Colmenar de Oreja, 3 de enero de 1809.
Sr. Cura y Señores de Justicia de la Villa de Chinchón.
Su convecino Pedro Casagne, con los vivos y sinceros deseos del bien a todos
los vecinos, hace a V.m. presente que con motivo de poseer el idioma francés
se halló obligado a acompañar al General de las tropas de la Nación en los
días desgraciados del final del año último. Advertí para aplacar en algún
momento el furor de las tropas.
Solicitaba al Señor cura y demás a quienes va dirigida ésta, habiéndome
encargado cuando me separé del General que no dejase de buscar a V.m. y les
encargase se presentasen a solicitar el perdón para todo el pueblo, pues de lo
contrario perecería todo él, en cualquier parte donde se hallasen.
Con esta intención, aunque me hallo en cama herido y maltratado, no puedo
menos, por el amor que profeso a mis convecinos, separados mis intereses que
considero arruinados, de dar a V.m. este aviso para que, sin pérdida de tiempo, hagan su presentación pidiendo misericordia.
También espero mirarán V.m. como es de su obligación para su desgraciado
pueblo, y queda de V.m. su desgraciado convecino que los ama.
Firmado: Pedro Casagne.
P.D. También me dijo dicho General que no tuviesen V.m. temor alguno para
presentarse y también me dijo que se resarcirían los perjuicios causados
mediante la súplica de V.m. y que de lo contrario se acabaría de arruinar la
población. Casagne.
Al mismo tiempo salía otra carta dirigida al Mariscal Víctor, firmada por el
alcalde de Valdelaguna. En ella pedía clemencia para los vecinos de
Chinchón, y solicitaba autorización a los mandos del ejército para volver a sus
casas con la garantía de que no se volvería a repetir la expedición punitiva.
Había escuchado horrorizado las narraciones de los que habían llegado desde
Chinchón a buscar a sus familiares y no dudó en poner lo que estaba de su
parte para que terminasen estas atrocidades.
Las escenas que se vivían en el pequeño pueblo eran estremecedoras. Muchas
familias esperaban en vano la llegada de sus familiares hasta que se entera96
ban por algún vecino del fatal desenlace de sus padres y hermanos. Cuando
aparecieron por la puerta de la casa Manolo Castillo y su hijo Antonio, el
corazón de Juanita quedó paralizado al no ver a su querido Armando. Sólo
con mirar la cara de su hermano supo lo que había pasado. Para ella no había
consuelo; de nada sirvió que le dijesen que nadie había visto su cuerpo y que
posiblemente habría podido huir; la aparición del caballo en las cuadras era
la demostración de que había sido interceptado por los franceses y que ahora
reposaría en la fosa común del cementerio, junto a las ruinas de la vieja iglesia de Santa María de Gracia. También sus hermanas y su madre lloraron al
portugués que había logrado, en los pocos días de estancia en Chinchón,
ganarse el afecto de todos. Pero ninguna sabía que las lágrimas de Juanita le
salían de lo más profundo de su alma y que su pérdida no era la de un amigo
de su hermano, sino la del ser amado que nunca podría olvidar. Ese día se
prometió que nunca más se entregaría a otro hombre y que guardaría su
ausencia durante toda su vida.
El dolor y el llanto se extendía por todo el pueblo. Allí estaba también la viuda
de Andrés Barranco que lloraba la muerte de su esposo. Todos habían perdido algún ser querido y estaban decididos a volver a Chinchón lo antes posible, pero la sensatez aconsejaba demorar la partida unos días hasta no tener
la certeza de que no volverían los franceses.
Cuando las autoridades de Chinchón escucharon la lectura de la carta de
Pedro Casagne, no dudaron en hacer lo que había recomendado el General y
delegaron en don José Robles para que escribiese la carta de solicitud de clemencia. El párroco pensó que debía estar redactada en francés como muestra
de buena voluntad, que sin duda causaría un buen efecto al Mariscal.
Consiguió la colaboración del mismo Pedro Casagne que ya había vuelto a su
casa de Chinchón con la garantía de que no sería represaliado, y el día 6 de
enero de 1809 salía una nueva carta con destino a Arganda dirigida al Excmo.
General Femelle, Jefe de Estado Mayor del primer Cuerpo de Ejército de
España.
Diez días después y como contestación a la solicitud de las autoridades de
Chinchón, se recibió un comunicado del Cuartel General de Arganda, en que
se decía:
A los señores miembros de la Junta de Chinchón.
Señores: He recibido la carta que Vms me han enviado. Ya había yo hecho
saber al alcalde de Valdelaguna la anterior conmiseración del señor
Mariscal Comandante en Jefe, por los habitantes de la villa de Chinchón,
ellos pues quedan libres desde luego de volver a sus hogares en los que se les
concede toda seguridad y protección, porque su Excelencia espera que su
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arrepentimiento será sincero y que no le volverán a dar ningún motivo de
queja.
Yo no puedo señores dejar de recomendar a Vms. con la mayor expresión, la
gran vigilancia con que conviene examinar a todo forastero que se presente
en ese pueblo, arrestando a cualquiera que sin justificar el objeto que le conduce, cause recelo de excitar la turbación y el desorden.
Tiene el honor de saludar a Vms. el Jefe de Estado Mayor del primer Cuerpo
de Ejército de España. Femelle. Rubricado.
A la vista de estas garantías terminaron de volver todos los habitantes de
Chinchón que habían abandonado sus casas.
VIII
Y ahora era el momento de hacer balance de los daños ocasionados y, sobre
todo, de hacer el recuento de las personas desaparecidas. Esta fue la más
penosa de las tareas en la que se ocupó personalmente el señor cura párroco.
Como habían desaparecido en el incendio de la Iglesia todos los libros de
registro, se inició en esa fecha el nuevo libro de defunciones con la relación
de los que habían muerto en estos días. El recuento final fue de 103 personas
asesinadas desde el día 29 de diciembre al 2 de enero. Así constaría en un
documento que envió el Ayuntamiento como contestación a un cuestionario
de la Capitanía General de Castilla en el año 1846.
Se solicitó a todos los vecinos que se personasen en el Ayuntamiento para
hacer relación de los daños que se habían causados en sus casas y patrimonios. Aquellos fueron días de gran trabajo para los escribanos y funcionarios
municipales. Uno a uno iban pasando los vecinos detallando los daños que
habían causado los franceses. Entre ellos, Francisco Núñez Arévalo,
Administrador de la Casa de la Renta del Tabaco presentó un pormenorizado
informe en el que indicaba que además del robo de alhajas, prendas de vestir
y dinero propio destruyeron el ajuar de su casa y se apropiaron del tabaco,
papel timbrado, mazos de naipes y dinero en metálico tanto de la casa central
como de los dos estancos, valorando todo ello en 139.627 reales de vellón.
Hecho el recuento final de daños, el escribano don Pedro Antonio Rubio los
cuantificó en un total de 8.618.000 de reales de vellón, con el siguiente detalle:
- Se quemaron 103 casas, ocasionando daños valorados en 618.000 reales en
granos, frutos, muebles, alhajas, etc.
- La quema de las dos iglesias, con sus ornamentos, vasos sagrados, y alhajas,
todo ello valorado en 6.000.000 reales de vellón.
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- Por el saqueo de las tropas francesas se considera que los daños causados en
el interior de las casas y tiendas se estiman en 2.000.000 reales.
La situación de ruina generalizada en todo el pueblo, el estado de guerra que
se vivía en España, la falta de mano de obra por la muerte de tantos hombres
y la precariedad en que habían quedado casi todas las familias de Chinchón
por la rapiña de los franceses, obligaron a tomar penosas decisiones a los responsables municipales y a las autoridades religiosas.
No se reconstruiría la iglesia de Santa María de Gracia, de la que sólo se salvaría su torre, ni la ermita de Santiago. Las obras de reparación de la iglesia
no se podrían iniciar hasta pasados varios años, en el 1819. Las realizó el
maestro Antonio Jiménez, con un coste de medio millón de reales y se prolongaron casi durante una década. Durante este tiempo el culto se trasladó a
la capilla del convento de los padres agustinos y después a la pequeña ermita
de San Antón cuando, por orden de José Bonaparte en ese mismo año de
1809, se ordenó la clausura de todos los conventos adueñándose de todos sus
bienes. Todos los frailes del convento de San Agustín de Chinchón, tuvieron
que abandonar por primera vez su convento. Fue el invierno más triste de la
historia de Chinchón.
Y pasaron los años. La situación política en España estaba pasando por grandes vaivenes. A principios de 1810, ante los fracasos militares, la Junta
Central convoca elecciones de diputados a unas nuevas cortes y se disuelve
dejando un Consejo de Regencia constituido el día 29 de enero y presidido
por el obispo de Orense.
El 24 de septiembre de 1810 se constituyen, en Cádiz, las nuevas cortes,
donde, tras la misa del Espíritu Santo celebrada por el cardenal Luis María de
Borbón, el hermano de la Condesa de Chinchón, la Regencia cede a las Cortes
el destino del país. Allí se dictaron numerosas leyes de corte liberal, Luis
María de Borbón firmó el histórico decreto de abolición del tribunal de la
inquisición. El 19 de marzo de 1812 las Cortes aprueban la Constitución, en la
que debería basarse toda la vida del país, empezando por el rey. El 7 de agosto de 1812, el obispo de Orense, presidente del Consejo de Regencia, se niega
a acatarla y es expulsado del país. Luis María, siendo el único miembro de la
familia real en suelo español, fue reconocido regente del reino hasta el regreso de Fernando VII.
El día 29 de septiembre de 1812, en la Iglesia del Convento de los padres
agustinos, se celebró la ceremonia de juramento la nueva Constitución en
Chinchón.
99
Pero su hermano tenía un encargo más personal. Había que reponer la imagen de la
Virgen en el retablo de la iglesia...
La normalidad iba devolviendo a Chinchón el ambiente necesario para su
reconstrucción. Hasta aquí habían llegado distintos personajes para interesarse por la situación del pueblo después de la incursión de los franceses.
Don Francisco de Goya, el pintor de la Corte, había visitado a su hermano don
Camilo y había escuchado aterrado los detalles de lo que había sucedido. Él
100
había presenciado personalmente los sucesos del 2 de mayo en Madrid y estaba realizando la serie de aguafuertes que había titulado "Los desastres de la
guerra". Mientras escuchaba a su hermano iba tomando apuntes. Uno de
ellos, el que después llevaría el número 37 y sería titulado como "Esto es
peor", recogía la imagen de Agustín Moreno, empalado en la calle de la Reina
de Aranjuez, y que Goya, de su puño y letra, anotó "El de Chinchón".
Pero su hermano tenía un encargo más personal. Había que reponer la imagen de la Virgen en el retablo de la iglesia. Había desaparecido el cuadro de
la Asunción y coronación de la Virgen de Claudio Coello, y nadie mejor que él
para poderlo realizar. Durante unos meses fue su ocupación. La modelo, una
joven de Chinchón que se llamaba Anita de la familia de los "Grajos". La iglesia estaba aún sin restaurar pero pensaron que sólo la presencia del nuevo
cuadro de la Asunción de la Virgen podía conseguir que la restauración de la
iglesia pudiese ser una realidad. Se efectuaron algunas obras de limpieza en
el retablo y se colocó el cuadro. Al dorso, para que constase, se escribió:
"Se colocó esta pintura el día 19 de julio de 1812, siendo cura de esta iglesia
el señor don José Robles. La hizo don Francisco de Goya, pintor de Cámara
de S.M.D. Fernando VII".
Las sencillas gentes de Chinchón seguían llorando a sus familiares fallecidos.
Poco a poco se habían ido enterando de los detalles de sus muertes.
Juanita Castillo se había recluido en su casa y se había planteado ingresar en
la clausura de las monjas clarisas. Seguía dispuesta a ser consecuente con la
promesa que se hizo de no volver a fijarse en ningún otro hombre. Supo que
Armando había logrado salir del pueblo a caballo, pero al llegar al camino de
Ocaña fue interceptado por una patrulla de soldados que le abatieron de un
tiro, siendo rematado allí mismo, a poco menos de una legua del pueblo.
Su hermano Antonio mando hacer un pequeño mojón para colocarlo en el
lugar donde había muerto su amigo. Debajo de una cruz mandó poner la
siguiente inscripción:
AQUÍ ARCABUCEARON A
ARMANDO HERRERA. SOLDADO PORTUGUÉS. ESTO LO HIZO
ANTONIO CASTILLO. AÑO DE 1812.
101
La Cruz del Portugés. Monolito en el camino del Llano.
Durante muchos años nunca faltó junto al pequeño monumento un ramito de
flores silvestres que Juanita se encargaba de renovar, en recuerdo de un amor
en ciernes truncado por la irracional barbarie de unos franceses mandados
por un tal Claudio Víctor Perrín, Duque de Bellune y Mariscal del ejército,
que en esos días partía de España con destino a Rusia, en castigo por su
enfrentamiento con el mismísimo Napoleón.
MANUEL CARRASCO MORENO.
102
ILUSTRACIONES:
FRANCISCO DE GOYA Y LUCIENTES.
GRABADOS:
LOS DESASTRES DE LA GUERRA:
Nº
2. CON RAZÓN O SIN ELLA.
Nº 3. LO MISMO.
Nº 17. NO SE CONVIENEN.
Nº 36. TAMPOCO.
Nº 37. ESTO ES PEOR. “EL DE CHINCHÓN”
Nº 44. YO LO VI.
Nº 47. ASÍ SUCEDIÓ.
Nº 64. CARRETADAS AL CEMENTERIO.
OLEO:
LA ASUNCIÓN DE LA VIRGEN.
103
BIBLIOGRAFÍA:
NARCISO DEL NERO CARRETERO. “CHINCHÓN DESDE EL SIGLO XV”.
SIMÓN VIÑAS ROY. “CHINCHÓN”.
MANUEL CARRASCO MORENO. “PIEDRAS CON HISTORIA”.
JÉRÔME CROYET: “JOURNAL D’ESPAGNE DU CORONEL MORIN,
COMMANDANT 5e REGIMENT DE DRAGONS”
FUENTES MANUSCRITAS:
ARCHIVO HISTÓRICO DE CHINCHÓN.
SIGNATURAS:
9.208, 16.577, 4.334, 4.040, 4.292,
4.381, 4.337, 4.307, 4.104, 4.297,
16.585, 8.687, 12.288, 13.692, 4.104.
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