Valladolid es tierra de vistas interminables de viñedo y cereal, de horizontes infinitos, que esconde grandes sorpresas. Conocida como la ciudad del Pisuerga, Valladolid capital se asienta en la confluencia de este río con el Esgueva, en el centro de la meseta septentrional. Fundada en 1104 por el conde Ansúrez, fue elegida en numerosas ocasiones por los reyes de Castilla para instalar su corte itinerante. En ella contrajeron matrimonio Pedro I el Cruel y los Reyes Católicos, y en ella se desarrollaron algunos de los principales actos de la rebelión comunera contra Carlos V. Aquí nació y fue coronado Felipe II, quien, a pesar de ello, trasladó la capital a Madrid. Con Felipe III recuperó la capitalidad entre 1603 y 1606, y vio nacer a sus hijos Ana de Austria y Felipe IV. Hoy es la capital de la comunidad autónoma de Castilla y León. De su mucha historia se conserva fiel registro en el castillo de Simancas (a 11 kilómetros al suroeste de la capital), convertido por Carlos V en archivo de la corona de Castilla, donde se guardan los documentos de la política y la administración de España desde el siglo XV al XIX; y también son testigos de ella los hermosos monumentos que salpican el casco antiguo de Valladolid, levantado en torno a la catedral y la Universidad. Otros lugares plagados de historia en la provincia de Valladolid son Medina de Rioseco, capital de la comarca cerealista de Tierra de Campos, granero de Castilla; la mudéjar Tordesillas, residencia de varios reyes y prisión de Juana la Loca; Medina del Campo, sede del más importante mercado de la España medieval; y Peñafiel, famoso por su altivo castillo. Tierra consagrada casi por entero al viñedo y los cereales, no es Valladolid una provincia que destaque dentro del conjunto de España por su agreste naturaleza, si bien cabe mencionar la existencia de viejos bosques de pino negral y resinero en las proximidades del Duero –como el pinar que se extiende a las afueras de Tordesillas, o los de Antequera y Esparragal, cerca de la capital– que tienen su valor ecológico y recreativo. Casco antiguo de Valladolid Valladolid puede presumir de albergar dos de las expresiones más bellas del arte isabelino, estilo surgido a finales del siglo XV en España como resultado de la fusión del gótico flamígero con las tradiciones mudéjares, y caracterizado por una abundantísima decoración de las fachadas, la cual se dispone en una gran placa rectangular, a la manera de un retablo. Se trata de la fachada de la iglesia de San Pablo y de la –más hermosa si cabe– portada del colegio de San Gregorio, atribuida a Gil de Siloé y a Simón de Colonia, que maravilla por su ornamentación fantástica y exuberante. Este último edificio es la sede del Museo Nacional de Escultura, que reúne el mejor conjunto español de esculturas religiosas en madera policromada desde finales de la Edad Media hasta el siglo XVIII, con obras de Berruguete, Gregorio Fernández, Juan de Juni, Mena y Pompeyo Leoni. Parte de la gran colección se extiende al vecino palacio de Villena. En 2012, el Museo Nacional inauguró la Casa del Sol, su nueva sede. El centro alberga los fondos del antiguo Museo Nacional de Reproducciones Artísticas que expone 270 piezas, réplicas centenarias de antigüedades clásicas como Laocoonte, el Discóbolo, los retratos del Fayum o la Máscara de Agamenón. La catedral, iniciada hacia 1580 por Juan de Herrera sobre una colegiata del siglo XI, permanece inconclusa tras haber pasado por las manos de Alberto de Churriguera y Ventura Rodríguez. El interior, clásico y grandioso, es quizá la obra más hermosa de Herrera, contrastando su traza austera con el retablo de Juan de Juni, dorado y policromado, en el que se aprovechan todos los efectos de la perspectiva y del relieve. También de Juni es la magistral talla de la Virgen de los Siete Puñales, que se custodia en la cercana iglesia de Nuestra Señora de las Angustias. Otros monumentos de la capital que merecen una visita son la iglesia de Santa María la Antigua –con preciosa torre románica de estilo lombardo, del siglo XII–, la Universidad –fachada barroca de Narciso y Antonio Tomé–, el colegio de Santa Cruz –del siglo XV, una de las primeras obras españolas plenamente renacentistas–, la iglesia de San Benito (siglo XV), el Museo Oriental –valiosa colección de arte chino y filipino–; la Casa de Cervantes, donde el escritor vivió sus últimos años y la Casa Museo Colón. En uno de los claustros del antiguo monasterio de San Benito el Real se sitúa el Museo Patio Herreriano del Arte Contemporáneo Español, con una colección de casi mil obras del arte contemporáneo de nuestro país, desde el año 1918 hasta la actualidad. Un lugar clave y principal punto de encuentro para viajeros y vallisoletanos es la plaza Mayor, una de las más grandes de España. Presidida por el monumento al repoblador de la ciudad, el Conde Ansúrez, se caracteriza por sus soportales y el ambiente que se respira siempre. Hay dos momentos especiales y únicos para visitar Valladolid: Semana Santa, en marzo o abril, dependiendo del año; y la Semana Internacional de Cine de Valladolid (Seminci), en octubre. Ambas son manifestaciones culturales muy dispares pero que definen el talante cultural de la capital castellana. La Semana Santa vallisoletana, declarada fiesta de Interés Turístico Internacional y con más de 500 años de historia, transforma la ciudad en un verdadero museo al aire libre al sacar a las calles algunas de las tallas barrocas más bellas del mundo, obras de Gregorio Fernández, Juan de Juni o Francisco del Rincón. Hermandades y cofradías, ataviadas con sus característicos ropajes, recorren las calles ante la atenta y respetuosa mirada de vallisoletanos y turistas. El domingo de Ramos sale el paso de la Borriquilla, preámbulo del gran día, el Viernes Santo, cuando se celebra el Sermón de las Siete Palabras y la Procesión General, en la que participan 20 cofradías y 33 pasos; entre los más antiguos, el de La Elevación de la Cruz, que data del año 1604. Otro desfile, que nada tiene que ver con el anterior, es el de actores, actrices, directores, productores y todo tipo de personalidades del mundo del arte, la cultura y el espectáculo que visitan Valladolid para disfrutar de la Seminci, centrada en el cine de autor, y que pone un toque de cosmopolitismo a la capital castellana. Creado en 1956, se ha convertido en un festival con personalidad propia y amplio prestigio internacional, con una programación de más de 200 películas, 80.000 espectadores y 1.000 acreditados. Medina de Rioseco La angosta Rúa, con sus pórticos sostenidos por columnas, es uno de los enclaves con más encanto de esta población situada a 40 kilómetros al noroeste de la capital, en plena Tierra de Campos, y declarada Conjunto Histórico Artístico. La ciudad debió su prosperidad a sus ferias y mercados durante el siglo XVI, época en la que se construyeron la mayoría de sus iglesias y en la que trabajaron para ellas varios famosos escultores de la escuela de Valladolid, como Juni o Jordán. En la iglesia de Santa María, destacan el retablo mayor, de Esteban Jordán, y la capilla de los Benavente, con retablo de Juan de Juni. También sobresalen las ricas yeserías de la cúpula, esculpidas por Jerónimo del Corral con temas del Juicio Final. El museo exhibe orfebrería y marfiles. Digna de admiración es asimismo la iglesia de Santiago, con tres ábsides agrupados cubiertos por un espectacular retablo churrigueresco. Tordesillas Esta ciudad situada a 30 kilómetros al suroeste de Valladolid, a orillas del Duero –río fronterizo entre musulmanes y cristianos, entre leoneses y castellanos–, ha sido desde antiguo encrucijada de caminos, escenario de un famoso acuerdo por el que España y Portugal se repartieron las tierras descubiertas y por descubrir (tratado de Tordesillas, 1494) y residencia de varios reyes, entre ellos la reina Juana la Loca, quien, tras la muerte de su marido Felipe el Hermoso en 1506, vivió aquí durante 46 años dominada por su desvarío. Fue enterrada en el convento de Santa Clara, donde permaneció hasta que Felipe II decidió trasladar sus restos a Granada. El real monasterio de Santa Clara se alza sobre el antiguo palacio que mandara construir Alfonso XI (1350) para conmemorar la batalla del Salado. Su hijo Pedro I el Cruel lo transformó en convento para alojar a María de Padilla, con la que se murmuraba que se había casado en secreto, pese a estarlo ya con Blanca de Borbón. Para ella, que añoraba las bellezas árabes de Sevilla, el rey construyó este precioso edificio mudéjar en el corazón de Castilla. Entre sus muchas hermosuras, destacan el patio, de arcos lobulados y de herradura, con decoración de lacerías y azulejos, y el artesonado de la iglesia, antiguo salón del trono, artísticamente labrado. Medina del Campo Famosa por sus ferias durante la Edad Media, Medina del Campo (a 54 kilómetros al suroeste de la capital) llegó a ser en los siglos XV y XVI la ciudad más rica de Castilla. Se dice que la palabra banco proviene de las bancas de madera de aquel mercado donde se efectuaban las transacciones comerciales, bancas que se rompían cuando se faltaba al acuerdo –de ahí, bancarrota– y bancas en las que se firmaron las primeras letras de cambio de que hay noticia en el mundo. Medina vio nacer a Bernal Díaz del Castillo y morir a Isabel la Católica, y en su castillo de la Mota (siglos XIII al XV) penaron Francisco I de Francia, Hernando Pizarro y el siniestro César Borgia. La colegiata de San Antolín (siglo XVI), el palacio de los Dueñas, edificio renacentista-plateresco con bello artesonado y claustro, la iglesia mudéjar de San Miguel, la de la Magdalena (siglo XVI), el Ayuntamiento (siglo XVII), el palacio de los Almirantes y el hospital de Simón Ruiz son otros monumentos notables de esta villa que continúa celebrando todos los domingos su mercado, ahora agrícola y ganadero. Olmedo A 21 kilómetros al este de Medina, se halla Olmedo, villa que tuvo tanta importancia estratégica durante la Edad Media que de ella llegó a decirse: “Quien señor de Castilla quiera ser, a Olmedo de su parte ha de tener”. Los artífices mudéjares, hábiles en sacarle el máximo partido artístico al ladrillo, dejaron buena muestra de su saber hacer en las iglesias de San Miguel, San Andrés (ambas del siglo XIII) y Santa María (siglo XV). La antigua muralla y los restos del castillo medieval pertenecen al mismo estilo. En sus cercanías se encuentra el Parque Temático Mudéjar. Peñafiel A 55 kilómetros al este de Valladolid, en la encrucijada de tres valles, se alza el formidable castillo de Peñafiel (siglo XIV), que era parte importantísima de la línea defensiva del Duero construida por los castellanos durante la reconquista. Consta de dos recintos sucesivos que forman, en la cresta del cerro, un rectángulo muy alargado. En el centro se levanta la poderosa torre del homenaje, reforzada con airosas torrecillas. Esta soberbia fortaleza es la sede del Museo del Vino de Valladolid, una tierra de gran renombre por la calidad de sus caldos, señaladamente los acogidos a las denominaciones de origen de Ribera de Duero y Rueda. El vino y todo lo que gira en torno a su cultura es un reclamo turístico más en esta provincia, en la que el río Duero parece ir bendiciendo con su agua los grandes caldos que se desarrollan en sus orillas o en las cercanías de ellas. La Ribera del Duero es una de las denominaciones de origen con más fieles entre los aficionados al enoturismo, y todas las comarcas y bodegas han ido adaptando su oferta a este público amante de los buenos caldos. Los viñedos adornan los páramos y laderas de esta tierra vallisoletana, con más de 250 bodegas adscritas a esta denominación, de las que más del 50% abren sus puertas al turista que quiere empaparse de su cultura y disfrutar de distintas actividades. La oferta abarca desde cursos de cata hasta sesiones de vinoterapia para relajar cuerpo y mente con tratamientos a base del vino y sus derivados, o inolvidables fines de semana en una bodega con alojamiento como es el caso del hotel de la bodega Abadía Retuerta, un refinado y lujoso establecimiento cinco estrellas, a 30 km de la ciudad de Valladolid, situado en un antiguo monasterio del siglo XII. Otros ejemplos de bodegas que apuestan por el viaje vitivinícola son Bodegas Cepa 21, en Castrillo de Duero; Bodegas Protos, diseñadas por el arquitecto ganador del Premio Priztker Sir Richard Rogers, o Bodegas Portia, proyectada por Norman Foster, Premio Príncipe de Asturias de las Artes, ya en tierras burgalesas, pero dentro de la denominación Ribera del Duero. Volviendo de nuevo a Peñafiel, no hay que olvidar que en esta localidad vivió el infante don Juan Manuel –aquí escribió El conde Lucanor–, cuyos restos reposan en el convento de San Pablo, mudéjar con rasgos platerescos. La plaza del Coso, típicamente castellana, es un amplio cuadrilátero rodeado de casas con grandes ventanales para presenciar las corridas que, aún hoy, en ella se celebran. http://clubcliente.aena.es