CUADERNOS HISPANOAMERICANOS DE PSICOLOGÍA, Vol. 12 No. 2, 35-46 La noción de justicia como herramienta explicativa de los vínculos entre las prácticas discursivas educativas y las políticas sociales María Nohemí González-Martínez1 Universidad Simón Bolivar Resumen Este artículo presenta una reflexión y una lectura alternativa al concepto de justicia educativa conducente a respaldar innovaciones educativas en torno a una nueva concepción de justicia social para todas las identidades y sujetos participantes en dicho proceso. La propuesta consiste en adaptar el enfoque de Nancy Fraser y su modelo tridimensional de justicia para convertirlo en un acercamiento crítico que permita redefinir la misión y la visión de la educación en referencia a la justicia social, con el fin de generar nuevas conceptualizaciones que lleve a modificar las instituciones y las estructuras sociales para lograr nuevas respuestas a las necesidades educativas actuales. Palabra claves: Educación, políticas educativas, justicia social, América Latina Abstract This article presents a reflection as well as an alternative reading regarding the concept of educational justice in order to support educational innovations about a new conception of social justice for all the identities and subjects who participate in such a process. This proposal involves adapting Nancy Fraser’s approach and its tridimensional model of justice to make a critical approach. Such an approach would make it possible to redefine the mision and vision of education regarding social justice. In doing so, it is aimed to create new conceptualizations to modify institutions and social structures. Finally, it must be said that new answers to current educational needs can emerge from those conceptualizations. Key words: education, educational policies, social justice, Latin America 1 Docente-Investigadora Instituto de Investigaciones de la Universidad Simón Bolívar. Barranquilla, Colombia.(Grupo Educación, pedagogía y cultura en el Caribe Colombiano), Investigadora grupo HUM 536 El problema de la alteridad en el mundo actual.Universidad de Cádiz. Cádiz España. Correspondencia: [email protected] Recibido: 16 de octubre de 2012 Aceptado: 04 de diciembre de 2012 Cuadernos Hispanoamericanos de Psicología 35 María Nohemí González-Martínez Introducción Para pretender que la Pedagogía se convierta en una forma de traducción cultural en donde el texto educativo se escenifique como una actuación política, se necesita un acercamiento directo a la acción educativa y a su relación con las políticas sociales. De tal modo, se podrá reflexionar sobre una nueva perspectiva política que permita un cambio educativo con el objeto de identificar y reconducir las injusticias que generan tales prácticas. Dicha acción educativa, en primera instancia, se entiende como el conjunto de actividades que se realizan en el ámbito de los contextos educativos; es decir, todo aquello que es llevado a cabo y cuyo objetivo es la creación de un escenario para la formación de los sujetos. La pregunta que guía los referentes teóricos para esta reflexión es: ¿Es posible incentivar la justicia social mediante la identificación de las prácticas educativas que hagan posible un reconocimiento pleno de la heterogeneidad, evitando caer en la representatividad simbólica de los sujetos excluidos? Esta reflexión está generada de una forma contextual y tiene como punto de partida los países latinoamericanos. Al utilizar como telón de fondo los asuntos de justicia social y educación en América Latina, se puede decir que los sistemas educativos tienen una forma piramidal; por lo tanto, el número de personas que obtienen beneficios es menor en la medida en que se acercan al vértice de la pirámide. De esta situación se deduce la existencia de una distribución desigual de los recursos para la educación. Por lo tanto, el acceso social a la educación, como bien público, es desequilibrado. Sumado a lo anterior, cabe señalar que educar se ha descrito como una “empresa moral”. Esto quiere decir que el proceso educativo contempla propósitos y criterios para la acción, aplicación de recursos (incluidos la autoridad y el conocimiento) y siempre se plantean cuestiones sobre la responsabilidad y las consecuencias de la acción. Con estos elemen- 36 tos como referentes, las instituciones educativas cuentan con un “currículo oculto” (Beyer y Liston, 2001; Torres, 2005; Apple, 2005) que entraña la forma en que las instituciones educativas tratan a sus estudiantes. En consecuencia, la calidad de la educación se ve afectada por el carácter moral de las instituciones educativas. Así pues, si el sistema educativo trata injustamente a alguno de sus alumnos, no son éstos los únicos que lo padecen; al contrario, con estas acciones, se ve afectada la calidad de la educación en su conjunto (Torres, 2011; Connell, 1997). En este sentido, el concepto de justicia educativa en América Latina se ha planteado principalmente en términos de escolarización; es decir, como justicia distributiva. Esto se traduce en la provisión gratuita de educación primaria a toda la población y la igualdad de oportunidades en lo que respecta al acceso a los niveles superiores de enseñanza formal. La región se ha enfrentado en los últimos años a una vocación reformista distributiva en materia educativa. Numerosas razones confluyeron para buscar un cambio: la constatación de lo pendiente en materia escolar. La cobertura, la permanencia y las desigualdades hicieron evidente la necesidad de generar formas escolares accesibles a todos (Martínez, 2004). Pese a esto, uno de los problemas que encontramos al analizar la noción de justicia en el sector educativo en los países estudiados tiene su génesis; por un lado, en la falta de espacios de discusión y; por otro, en la fragmentación de los pocos espacios existentes donde se generan las discusiones sobre qué es un servicio educativo justo, quiénes deben ser los sujetos de justicia en el proceso educativo y cómo se aplica la justicia educativa. Si bien la justicia educativa se discute en ámbitos como las Facultades de Educación, los foros educativos o las comunidades discursivas de la academia, los resultados de estos análisis no trascienden. El espacio académico tiende a construir propuestas que encuentran escasa posibilidad de impacto en Cuadernos Hispanoamericanos de Psicología LA NOCIÓN DE JUSTICIA COMO HERRAMIENTA EXPLICATIVA las decisiones políticas y en los programas que les sirven de sustento. Dichas propuestas, en muchos casos, operan como legitimadoras del discurso político o son aplicadas en su dimensión puramente técnica (Fernández, 1998). Asimismo, el análisis sobre quiénes deben ser destinatarios de la justicia distributiva, quién debe recibir el servicio educativo, la educación compensatoria y de igualdad de oportunidades, se discute en espacios políticos, fuera del contexto educativo, y las decisiones finales corresponden al Estado. En el caso de América Latina, cuyo modelo económico regional es neoliberal, las decisiones están limitadas a las recomendaciones de las entidades asociadas al espacio económico mundial (FMI, BIC). Ante este panorama, influenciado por una constelación de nociones (entre ellas la globalización, la competitividad y las agencias de préstamo), se reduce el papel del Estado a un mero mecanismo de gestión de recursos y prestador de servicios (Gentili, 2007). Desde el ámbito institucional de las políticas educativas, espacio cada vez más profesionalizado y tecnificado, los procesos de adopción de decisiones, tanto en sus contenidos como en sus mecanismos, están predominantemente impregnados de racionalidad instrumental. Dichos procesos tienen escasa relación con la posibilidad de que las políticas educativas orienten proyectos colectivos porque las políticas son cada vez más extrañas a las necesidades y expectativas de las escuelas y, sobre todo, porque no abordan los orígenes estructurales de la desigualdad. La manera de operar los procesos y la aplicación de la justicia educativa es responsabilidad de los docentes en las aulas de las clases, donde se observa que las decisiones parecen oscilar entre la impotencia para asumir la complejidad de la realidad, ―efectuando análisis reduccionistas sustentados en visiones lineales y simplificadoras― y la dificultad de proponer respuestas comprensivas, por lo que los docentes recurren a fórmulas ensayadas en el pasado. Generalmente, estas decisiones son traducidas a planificaciones de corto plazo ―particular Cuadernos Hispanoamericanos de Psicología combinación de posibilismo y pragmatismo― y se adoptan en función de la emergencia de necesidades y urgencias coyunturales. Por tanto, no fomentan reflexiones que lleven a generan cambios estructurales. El defecto que subyace en esta visión de la justicia educativa es la indiferencia hacia la propia naturaleza de la educación (Rodríguez, 2003). La educación es un proceso social en el que no se puede separar el qué (significado de la justicia), del quién (el sujeto de la justicia) y del cómo (aplicación de la justicia) porque se entiende que la educación conduce simultáneamente hacia los “recién llegados”, a los nuevos sujetos de un siempre viejo mundo (Arendt, 1993, p.81). A su vez, la educación es un espacio simbólico de filiación, y educar es el verbo que da cuenta de la actividad de constituir al “cachorro humano” (Aulagnier, 1988, p. 32) “en sujeto de la palabra” (Steiner, 2003, p. 64). Se puede, entonces, decir que educar es el nombre de los “imperativos de inscripción social y de transmisión” que se vuelven “imperativos de reparto y distribución con justicia”. En este caso, la transmisión es entendida como aquello que excede a toda pedagogía, que implica y conlleva una ética; es decir, una posición frente a la propia vida y a la propia muerte (Hassoun, 1996). De ninguna manera se significa transmitir como un acto de pasaje que presupone sujetos pasivos y algo inconmovibles. Transmisión es el nombre que recibe el acto de compartir el relato, es lo que hace posible un acto de relectura y asegura el pasaje de las biografías singulares a las gramáticas plurales propias de las sociedades. Y, a partir de este referente, se utiliza la noción de justicia curricular, teniendo como argumento que, en el lenguaje de la pedagogía, este término permite realizar deconstrucciones y, a su vez, evita las confusiones de las nociones de caridad, paternalismo y asistencialismo curricular. Sin embargo, la fragmentación existente en la justicia educativa hace necesario preguntarse: ¿En función de qué lógicas se entiende y hace efectiva la justicia en el espacio de los discursos educativos? 37 María Nohemí González-Martínez Tradicionalmente, las demandas de justicia se han centrado en el contenido de la misma y se han elaborado desde dos perspectivas: la económica y la cultural. En cualquiera de estos dos casos, el debate se ha desarrollado en torno a la idea de cuál es el objeto de la justicia; pero hasta ahora se ha obviado la pregunta sobre quiénes deben ser los destinatarios de la misma. El discurso normal de la justicia se ha preguntado hasta ahora: ¿Qué tipo de actores reclaman justicia? ¿Qué tipo de instituciones deben hallar soluciones? ¿Hacia qué círculos deben dirigirse las reivindicaciones? ¿Qué intereses y preocupaciones merecen consideración? ¿En qué espacios pueden plantearse inteligiblemente cuestiones de justicia de redistribución y reconocimiento? (Leyva y Alarcón, 2005). Para dar respuesta a estas reivindicaciones de justicia, se ha utilizado la gramática tradicional, pero en el contexto actual, los discursos se están saliendo de los límites establecidos. A partir del conjunto de los supuestos constitutivos, se puede ver cómo los espacios educativos no sólo presentan una multiplicidad de arenas discursivas que reclaman cambios y nuevas formas de abordar la educación, sino también diversos grupos y participantes que demandan las reivindicaciones de reconocimiento y redistribución (mujeres, indígenas, afrodescendientes, discapacitados/as, marginados/as desplazados/as y reinsertados/as, en el caso de la guerra en Colombia). Todo ello se suma a la necesidad de apertura de nuevos espacios alternativos de educación debido a la presencia de nuevas formas y estilos de vida, la inmigración y los nuevos grupos juveniles, que interactúan conjuntamente en el espacio educativo. Ahora bien, la visión de la justicia en el espacio educativo es limitada. Esto se observa en las reclamaciones de redistribución y reconocimiento que se hacen desde la educación. Las demandas de justicia se han contemplado casi siempre desde los límites que tiene la institución educativa. Ésta cuenta con un discurso normativo, jerarquizado y disciplinario, así como con referentes teórico-prácticos y políticos 38 para solucionar las injusticias, y unos recursos de aplicación, como son las leyes educativas (los reglamentos escolares, los manuales de funcionamiento y procedimientos, y los manuales de convivencia). Por lo tanto, las reclamaciones de redistribución y reconocimiento que no corresponden a la escuela, por estar fuera de su escala y de sus intervenciones, se han desviado bien al ámbito privado (la familia, a quien se la ha señalado como responsable), o bien al Estado. De tal modo, cuando se presentan situaciones que la escuela no puede resolver, ésta opta por convivir con ellas como anomalías. Hay que reconocer que, en el espacio escolar, las presiones de redistribución igualitaria, el reconocimiento de las identidades que conviven en los espacios escolares y la necesidad de representación igualitaria, se han acumulado y han desestructurado el discurso educativo. Esto ha llevado a que se generen frentes de conflicto que, para la educación, no habían tenido forma reconocible hasta ahora. Estas nuevas situaciones hacen que la escuela se reconozca como un espacio que se ha llenado de anormalidad, ya que las consideraciones y reclamaciones se han salido de su control. Por lo tanto, se requiere revisar el concepto de justicia desde lo “anormal”, como antítesis de la normalidad a la que se recurre en el escenario educativo para nombrar lo habitual, lo común. Para evidenciar lo que se considera [in] justicia en tiempos anormales, siguiendo a Fraser (2008), se debe observar que existe una ausencia de visión compartida, una falta de consenso de lo que es justicia, de quién cuenta como sujeto de justicia en un determinado asunto. Además, se observa que hay una falta de comprensión compartida de criterios y/o procedimientos de decisión. Dicha ausencia es un indicador de que se debe llegar a una reformulación del concepto de justicia educativa, el cual ofrezca nuevos valores y procedimientos y, a su vez, logre explicar el significado de las demandas de justicia social en los nuevos espacios. Este planteamiento está relacionado con la postura que Nancy Fraser Cuadernos Hispanoamericanos de Psicología LA NOCIÓN DE JUSTICIA COMO HERRAMIENTA EXPLICATIVA asume en sus obras sobre el análisis de los reclamos centrados en la redistribución económica y en la “clase social”, que han constituido los principales objetivos del discurso de “la izquierda” y el desplazamiento de éstos en los últimos años por los reclamos de reconocimiento y por las políticas de la identidad. Es así que la autora reflexiona desde la década de los noventa sobre las consecuencias de este giro de la redistribución al reconocimiento y sobre el efecto que las políticas de la identidad pueden tener en el propio discurso feminista. Para abordar los problemas de las políticas de identidad (reconocimiento), las desigualdades redistributivas (materiales, contenidos, oportunidades) y la representación (capacidad de participar como igual), se requiere de una reinterpretación de la gramática de la justicia en términos educativos. De tal modo, se podrá lograr una redefinición de la misión de la educación, propiciando una reflexión sobre lo que se considera justo y /o injusto en el discurso educativo para generar una teoría de la justicia educativa democrática. Si se retoma como referente la noción de injusticia de la teoría crítica, se puede observar que se han planteado dos concepciones distintas: la primera de ellas concibe la injusticia como un problema relativo a una mala distribución de bienes, y la segunda como una afectación en el reconocimiento político, social o cultural de ciertas personas o grupos. (Rawls, 2010, págs. 12-31) define la justicia como “honestidad en la distribución, cuyo criterio normal es la igualdad”; pero el mismo autor afirma que justicia es un término que también se emplea en otro sentido para referirse a la obtención de aquello que uno se merece (en el caso de un grupo social, es difícil imaginar qué puede merecer más o menos educación; por lo tanto, este concepto también apunta hacia la igualdad). Estas definiciones nos permiten acercarnos a una forma de entender la justicia que, en el caso de la justicia social en educación, revela la convergencia de los usos mencionados. Ya Fraser (2000) ha logrado argumentar que encarar la justicia social Cuadernos Hispanoamericanos de Psicología en la actualidad exige considerar simultáneamente la redistribución de los bienes, el reconocimiento de la diferencia y las formas de representación. Solamente al identificar las opresiones en las que se entrecruzan desigualdad económica y ausencia de respeto cultural sería posible reconciliar ambas facetas de la justicia social. Por tanto, resulta imprescindible coordinar los esfuerzos relacionados con las opresiones provenientes de injusticias socioeconómicas y culturales. Para el análisis conjunto de categorías como las de identidad, raza-clase social, género- sexosexualidades y su interacción en contextos escolares, se presupone contar con un recurso teórico sobre la justicia que permita identificar las principales formas que coartan la libertad y la reprimen. Por lo tanto, es preciso caracterizar las estructuras sociales y los mecanismos que generan esas injusticias, decir algo sobre las tensiones y conflictos que se producen en el entorno escolar y en la sociedad. Además, se debe poner de relieve el carácter equívoco y contradictorio de las relaciones entre minoría y mayoría en educación y captar las variaciones del peso que tienen la raza, la clase social, el género, el sexo y la sexualidad en unos contextos de mutua influencia. Esta falta del sustento teórico que requiere la educación se puede superar utilizando y aplicando la noción de justicia anormal elaborada por Fraser (2008). Esta noción presenta una nueva interpretación del concepto de justicia, así como alternativas que quiebran la interpretación hegemónica sobre lo que debe entenderse por justicia. La justicia, desde esta noción, se define como la forma de alcanzar acuerdos sociales que permitan a todos los miembros de la sociedad participar como iguales en la vida social. Superar la injusticia significa desmantelar los obstáculos institucionalizados que impiden a algunas personas participar en condiciones de igualdad con el resto; esto es, como partes de pleno derecho en el proceso de interacción social. Ahora bien, tomar la justicia desde un enfoque dialógico requiere que las teorías de la justicia in- 39 María Nohemí González-Martínez troduzcan una nueva dimensión en sus argumentos e incorporen la dimensión política de la representación, junto a la dimensión económica de la distribución y la dimensión cultural del reconocimiento. Lo anterior porque la representación nos dice quién está incluido y quién, excluido del círculo de los titulares del derecho a una distribución justa y a un reconocimiento mutuo. Por lo tanto, una comprensión tridimensional de la justicia es necesaria. En este sentido, Fraser (2008) revisa su concepción bidimensional de justicia ―la económica y la cultural― y agrega una tercera dimensión: la política, para dar cabida a la reparación de la injustica producida por la falta de representación. Este nuevo modelo tridimensional queda representado por la redistribución, el reconocimiento y la representación.Tras esta tesis, descansa su proyecto teórico-práctico; a saber, su propuesta tridimensional de la justicia. Se trata de una concepción normativa que toma en consideración tanto el reconocimiento como la redistribución y la representación de los individuos. Así bien, Fraser (2008) invita a definir y a ampliar los marcos más adecuados para las demandas de justicia, los cuales que integren un justo reconocimiento y una justa redistribución, garantizando a las personas una plena representación política. Esta estrategia permite aunar esfuerzos para confrontar la desigualdad común en grupos desfavorecidos, y tendría como objetivo el reconocimiento de formas públicas de una pluralidad de diferencias, igualmente valiosas, del ser humano. La noción de justicia anormal requiere, a su vez, políticas de formulación de marcos adecuados, centradas en la cuestión de quién cuenta como sujeto de la justicia y cuál es el marco apropiado para la misma. También, constituyen un intento de establecer y consolidar, así como de cuestionar y revisar, la división oficial del espacio político. Esa noción de justicia anormal está para superar limitaciones conceptuales en torno a qué es justicia, quién debe ser sujeto de justicia, cómo debe definirse un marco de pertenencia y los procesos de toma de decisiones 40 en el discurso educativo; propongo incluir esta noción como una herramienta explicativa que permita comprender las demandas de justicia social en los espacios educativos, en tanto esta propuesta pueda mostrar nuevas perspectivas teóricas que articulen una concepción de justicia educativa democrática para que se llegue a acuerdos sociales y todos los participantes puedan actuar como pares (Sacristan, 2006). Lograr lo anterior requiere una teorización que sea reflexiva y determinativa, un nuevo tipo de discurso que Fraser (2008) denomina “justicia reflexiva”. Ésta tiene las siguientes características: considera el principio de paridad participativa, entendido en varios sentidos: por un lado, como un principio sustantivo de justicia a través del cual pueden evaluarse los acuerdos sociales; por otro, como una noción procesal que permite evaluar la legitimidad de las normas. Este principio utiliza como medida común las diferentes reivindicaciones del objeto de la justicia. En cuanto a la forma de determinar el quién, la justicia se caracteriza por servirse del principio de todos los sujetos. Esto se basa en el pensamiento de Nancy Fraser, quien ha procurado buscar distinciones que definan en el sujeto la construcción de los derechos mediante la libre opción. Esto es, que los derechos siempre sean incluyentes, pero optativos. En este marco, la construcción política de imaginarios colectivos no puede confundirse con etiquetas de moda que terminan considerando a cierto tipo de prácticas, en apariencia como su opuesto, cuando en realidad terminan siendo sólo una versión modificada de lo mismo que critican. Este principio precisa quién es el sujeto de la justicia, lo cual es definido por Fraser (2008) de la siguiente manera: Lo que convierte a un conjunto de conciudadanos en sujetos de justicia no es la ciudadanía compartida o la nacionalidad, como tampoco la posesión común de una personalidad abstracta, ni el puro hecho de la interdependencia causal, sino más bien la sujeción conjunta a una estructura de Cuadernos Hispanoamericanos de Psicología LA NOCIÓN DE JUSTICIA COMO HERRAMIENTA EXPLICATIVA gobernación que establece las normas básicas que rigen su interacción (Fraser, 2008). De este modo, los individuos son sujetos de justicia por su participación en un marco institucional compartido que regula su interacción social, que se concreta a través de una teorización dialógica, a fin de que el debate público sea complementado por decisiones vinculantes. Las estrategias conceptuales para una justicia reflexiva son la audición imparcial de las reivindicaciones de los que reclaman, las reivindicaciones que presupongan puntos de vistas no normalizados y la necesidad de que la justicia adopte numerosas formas y ningún punto de vista en particular para que puedan abarcar varias dimensiones. Para los puntos de vista no normalizados de los demandantes sobre el “qué” de la justicia se debe aplicar la compasión hermenéutica, concediendo la presunción de inteligibilidad y potencial validez y comprobando si estos puntos de vista hacen visibles formas auténticas de injusticias que la gramática previa impedía. Aunque Fraser (2008) sólo propone estas estrategias conceptuales, es necesario comprobar los puntos de vista contemplando el origen histórico de las injusticias, para analizar las razones por las que se han producido. Abordar la noción de justicia anormal que pueda acercarnos a un discurso teórico en torno a una justicia reflexiva en la teoría educativa presente en América Latina requiere localizar el discurso de lo que sería una justicia reflexiva en dicho contexto. A grandes rasgos, se puede decir que tanto la clase como el género y la etnia requieren reconocimiento, redistribución y representación. En el contexto latinoamericano, hay grupos que demandan, en primera instancia, la reparación de la justicia redistributiva, más que la justicia de reconocimiento, y viceversa. Los dos tipos de justicia son necesarios para todas/ os las/los sujetos y colectivos. En el primer caso, se encuentran los grupos afectados por la pobreza, tanto urbana como rural, las/los desplazadas/os víctimas de la guerra y las/los reinsertadas/os de Cuadernos Hispanoamericanos de Psicología la misma. El segundo caso es apremiante para las comunidades LGBTI. Tanto la clase como el género y la etnia requieren de reconocimiento y redistribución. Aunque las mujeres han alcanzado paridad en el sistema educativo, no han logrado disminuir la división sexual del trabajo, igualar las condiciones salariales ni desmitificar las labores de cuidado, entre otras tareas pendientes. Los intentos por flexibilizar los mandatos de género, de manera consciente o no, no han generado transformaciones sustanciales para las mujeres. Desde un contexto intercultural, las comunidades afrodescendientes e indígenas, aun siendo parte del proceso histórico de construcción de los países americanos, requieren reconocimiento sustantivo como colectivo, redistribución económica y un espacio representativo que reconozca las sensibilidades socioculturales, la forma de vida y el conocimiento elaborado por estas comunidades. Sin embargo, la justicia cultural, en este caso, no se alcanza a través de la supresión de las diferencias, porque esas comunidades, al contrario de otras posiciones de sujeto y/o sujetos colectivos, no requieren renunciar a su identidad. Aun cuando el tema del reconocimiento se ha traducido en los programas educativos en contenidos que promueven el respeto a la diversidad, la pluralidad y la multiculturalidad como medidas encaminadas a reparar la falta de respeto mediante la revalorización de las identidades de grupos injustamente devaluadas, lo que se observa es una representatividad simbólica de los sujetos excluidos; pero la jerarquización y la estabilidad del orden jerárquico y hegemónico siguen intactas. Para lograr desestabilizar el orden hegemónico en la educación, deben contemplarse estrategias educativas con aplicaciones transformadoras y deconstructivas, en las que temas como los de la redistribución deben ser historizados, analizados e incorporados en las propuestas curriculares. No obstante, se debe tener como referente que la trans- 41 María Nohemí González-Martínez formación en términos materiales le corresponde al Estado. Por su parte, en la vía del reconocimiento desde la acción educativa, se requiere un trabajo de revisión curricular que lleve a visibilizar grupos, sectores y sujetos emergentes que han logrado un espacio propio gracias a sus luchas y demandas constantes en términos de inclusión, no discriminación y ciudadanía plena. Esta visibilización también se logra mediante la historización de los procesos, el reconocimiento de los aportes y la transformación discursiva que promueva nuevas figuraciones, sumando la implementación para desnaturalizar los sexos y las sexualidades, la reconstrucción de representaciones, conceptos e imágenes del sistema sexo/género imperantes en la sociedad. Todo ello con el fin de revertir las relaciones de poder verticales para promover la reutilización de los espacios y la revisión de las relaciones que tienen lugar dentro y fuera del entorno educativo. Así mismo, es necesario tomar en cuenta aspectos sobre los que insiste la teoría feminista en la educación: la reformulación de los currículos formales, la visibilización del currículo oculto, la revisión de las prácticas pedagógicas, la formación y el perfeccionamiento docente, los mecanismos y las condiciones de intervención de las políticas educativas. Cabe anotar que la teoría feminista ha analizado de forma amplia estos temas y, junto a estos, ha propuesto la co-educación como método de intervención educativa. Dicho método, contextualizado, puede potenciar, en claves igualitarias, las capacidades de todos los miembros de la comunidad educativa. A manera de reflexión final, es necesario delinear algunos elementos conceptuales a tener en cuenta para una justicia reflexiva en el discurso educativo. En América Latina ―asociado al logro de la paridad―, las políticas educativas de la igualdad deben constituirse en un ámbito de convergencia para los campos enfocados hacia la cuestión de la diferencia que respondan a formas alternativas 42 de justicia. Una forma alternativa de justicia es la justicia curricular, por lo que las reformas para la igualdad deben implicar cambios significativos en el currículo común. Un análisis inicial del currículo educativo puede partir de la pregunta: ¿Quiénes deben ser los destinatarios de un currículo justo en un contexto de justicia anormal en América Latina? Una forma de determinar quiénes deben ser los destinatarios puede estar orientada a partir de los dos principios de justicia planteados por Fraser (2008) el principio de participación de todos los sujetos afectados y el principio de todos los sujetos. En el primero de ellos, todos aquellos que se ven afectados por una institución o por una estructura social determinada ostentan una posición moral como sujetos de la justicia respecto a aquellas. Bajo este prisma, lo que convierte a un conjunto de personas en cosujetos de la justicia no es la proximidad geográfica, sino su combinación en una arquitectura estructural o institucional común que establece las reglas fundamentales que gobiernan su interacción social cincelando, de este modo, las respectivas posibilidades de vida conforme a una estructura de oportunidades diferenciales (Fraser, 2008). En el segundo, el principio de todos los sujetos se define de la siguiente manera: “[...] lo que convierte a un conjunto de conciudadanos en sujetos de justicia no es la ciudadanía compartida o la nacionalidad, como tampoco la posesión común de una personalidad abstracta, ni el puro hecho de la interdependencia causal, sino más bien su sujeción conjunta a una estructura de gobernación, que establece las normas básicas que rigen su interacción” (Fraser, 2008, p. 126). Estos dos principios, en conjunto, pueden constituir un modelo operativo de justicia curricular con un sentido de justicia social. Los dos principios se hacen necesarios por cuanto el principio de participación de todos los afectados permite análisis e interpretaciones razonables sobre las necesidades de justicia de acuerdo a cada contexto y espacio educativo. En consecuencia, su sentido no puede determinarse de manera monológica mediante Cuadernos Hispanoamericanos de Psicología LA NOCIÓN DE JUSTICIA COMO HERRAMIENTA EXPLICATIVA la imposición de una regla filosófica. Por regla general, el principio de la intervención de todos los afectados debe ser interpretado de manera dialógica, a través de una discusión en el seno de una deliberación democrática. Sin embargo, algo debe quedar claro: las injusticias derivadas de la ausencia de un marco adecuado sólo pueden evitarse si la concesión de una posición moral concreta no se limita a las personas que ya están acreditadas como miembros oficiales de una determinada institución o como participantes autorizados de una actividad determinada. En aras de evitar estas injusticias, tal posición también debe ser conferida a otras personas que no son miembros ni participantes, pero que se ven afectadas de manera significativa por esa actividad o institución. El segundo principio de justicia de todos los sujetos amplia el marco de justicia, permitiendo actualizar de manera igualitaria la justicia educativa para las necesidades actuales, (los flujos migratorios, la movilidad escolar), ya que extiende las fronteras territoriales de la justicia al reconocer que los individuos son sujetos de justicia no por el hecho de convivir en un mismo territorio, sino por su participación en un marco institucional compartido que regula su interacción social. Si se tiene en cuenta que una de las ideas básicas sobre la misión de la justicia es la protección de los más necesitados, entonces el criterio ideal para la elaboración de un currículo educativo justo debe estar conectado con la misión de la justicia. Esto significa plantear en concreto temas y contenidos educativos y marcos de gestión (administrativo, académico, comunitario) desde la posición y el principio de los afectados y de los menos favorecidos. Por ejemplo, plantear la cuestión de la distribución desde la situación de los pobres y no desde los ricos, establecer las cuestiones de género desde la posición de las mujeres, plantear las relaciones raciales desde la perspectiva de los indígenas y la negritud, exponer la sexualidad desde la posición de los homosexuales, transexuales y transgéneros, etc. El principio de todos los afectados tiene posibilidades de análisis para los currículos porque logra Cuadernos Hispanoamericanos de Psicología hacer evidente a la luz de la historia social las voces silenciadas e invisibilizadas y el principio de todos los sujetos. Se suma a esta estrategia la oportunidad para abrir la puerta a un proceso dialógico en el que las reivindicaciones pueden probar su legitimidad y pueden ser encuadradas adecuadamente dentro del marco de justicia curricular. Es necesario reconocer que la aceptación de esta clase de transformaciones por parte de la escuela y la comunidad educativa presenta obstáculos. Uno de ellos, el proceso de negociación por parte de la comunidad educativa. No obstante, para superar esta dificultad, debe estar claro que el marco dialógico no puede darse sin entender qué implica el incremento de políticas educativas de igualdad pero, a su vez, debe mostrar umbrales de tolerancia. Son estos umbrales los márgenes donde se pueden localizar zonas de mediación en las que se podrían alcanzar acuerdos para definir zonas alternativas para el abordaje de la diferencia. A su vez, se debe reconocer que esta zona de mediación también se ve limitada en función de las restricciones impuestas por las normativas y las presiones políticas a escala local, nacional y global que interactúan para delimitarlas. Un marco curricular de justicia reflexiva también debe tener en cuenta que la especificidad de las reformas dirigidas a la igualdad se explica por sus núcleos y no por su magnitud. La desigualdad, como ya se advirtió hablando de la justicia curricular, está fuertemente enraizada en las instituciones sociales y, concretamente, la desigualdad en la educación es un terreno reacio al cambio por la presión de los que se apropian del capital cultural y la selección social, racial y de género. Estas desigualdades favorecen y encubren a la escuela como diferencias de mérito y capacidad, logrando que los dominados la reconozcan como legítima (Bourdieu, 2005). Para que el cambio sea significativo en términos de aumento de igualdad, es necesario posicionarse en el ámbito local, ampliando las zonas de mediación a través de normativas administrativas (locales, nacionales, internacionales ―las declaraciones―, 43 María Nohemí González-Martínez el marco de Derechos Humanos, etc.) que lleven hacia una transformación, que difícilmente surgirá de manera espontánea o de los grupos que controlan la escuela. Estas tácticas de presión externa, habitualmente no muy bien vistas por la escuela y el profesorado, deben ir acompañadas de innovaciones internas para evitar el peligro de la burocratización de las reformas que buscan la equidad. De igual manera, también se requiere de un tipo de reformas que generen una renegociación de los términos de mediación con las fuerzas externas, como lo son las familias y otros grupos sociales más amplios presentes en la comunidad. Es necesario tener en cuenta que las reformas enfocadas hacia la igualdad se conviertan en una acción moral. Entonces, resulta imposible sostener una perspectiva neutral y se requiere un tipo especial de compromiso, el cual se conecte adecuadamente con la tradición crítica. Por lo tanto, las reformas que buscan la equidad deben aplicar la indagación crítica sobre las creencias del profesorado y sus prácticas pedagógicas, en relación con la inteligencia, las diferencias étnicas, la estratificación social, la supremacía blanca, los privilegios de las élites y las preferencias sexuales. La pregunta crucial para guiar esta indagación sería: ¿A qué intereses está sirviendo el cambio? Ya que una muestra clara y manifiesta es que la promoción de la igualdad pone de manifiesto la existencia de un tipo de cambio que se caracteriza por alterar las creencias normativas esenciales sobre la raza, el sexo, la sexualidad, la clase social, la inteligencia y educabilidad sostenidas por los educadores, las familias y demás personas involucradas en la educación. Para el logro de un nuevo marco de justicia educativa se requieren dos elementos estructurales: que las reformas sean situadas y que estén basadas en una democracia crítica. Un eje de convergencia de una reforma situada es la democracia radical. La democracia como forma de vida se presenta como un ideal en el que las reformas continuas pueden avanzar en ámbitos de 44 acción, como pueden ser la creación de estructuras y procesos democráticos al interior de la escuela y la configuración de currículos que aporten experiencias democráticas. La democracia permite apoyar el proceso porque en sus principales directrices se pueden encontrar afinidades con las políticas de la diferencia, como la preocupación por la dignidad y los derechos de los seres humanos, el uso de la reflexión crítica y el análisis para valorar las ideas, problemas y políticas, la libre circulación de ideas y la preocupación por el bienestar de los otros. A su vez, se encuentran postulados que ayudan a tener presentes los intereses públicos, lo cual se manifiesta en la referencia al bien común y a la organización de las instituciones sociales para promover y ampliar las formas de vida democrática, dando sentido al principio de paridad participativa como medida común a los diferentes sujetos y sus reivindicaciones de justicia. Tomando como punto de convergencia la promoción democrática en los currículos, es posible proponer programas de cambios, específicamente enfocados en la diferencia. La educación multicultural, la educación decolonial, las políticas educativas de la diversidad sexual, las reformas desencauzadoras, entendidas éstas últimas como aquellas que tratan de desmontar los mecanismos de canalización selección y reclusión de los estudiantes en determinados tramos educativos que están multiplicándose por obras de las prácticas que respaldan las reformas de excelencia, la elección escolar, las evaluaciones estandarizadas, la implantación de itinerarios educativos y los agrupamientos según méritos (Rodríguez, 2003) . Así bien, las reformas situadas deben estar unidas a la protección de ciertas virtudes democráticas como el respeto a los derechos y a la libertad de los sujetos, la promoción de la igualdad en relación con las oportunidades culturales y los bienes económicos, el respeto por las diferencias sociales y el desarrollo de relaciones de cuidado y apoyo. De igual modo, dichas reformas se deben comprometer con el cuestionamiento de visiones Cuadernos Hispanoamericanos de Psicología LA NOCIÓN DE JUSTICIA COMO HERRAMIENTA EXPLICATIVA esencialistas de categorías sociales, como género, identidad, identidad sexual, raza o clase social. Además, parte del esfuerzo de las reformas situadas debe ser perturbar la visión natural de la identidad humana. Esto tiene que ver con la pretensión de negarse a clasificar a las personas en campos y categorías netos. Por el contrario, se debe integrar la percepción de una identidad multifacética para todos los seres humanos. Una reforma situada es aquella que puede observar los hilos conductores que enlazan propósitos y estrategias específicas con principios esenciales de reformas críticas, para lograr espacios públicos heterogéneos. El talante inclusivo de la democracia crítica exige la configuración de la escuela como un espacio público heterogéneo, donde las personas son reconocidas en su diferencia y aceptadas por el resto, incluso cundo no son totalmente comprendidas. Son dos los principios que rigen la construcción de un espacio público heterogéneo (Young, 2000, p.32). En primer lugar, ninguna persona, acción o aspecto de la vida de una persona deberían ser obligados a permanecer en la privacidad. En segundo lugar, no debería consentirse que ninguna institución o práctica social fuera descartada a priori de la expresión y discusión públicas. Esto exige tener en cuenta las necesidades y deseos personales, determinando las condiciones institucionales que permitan a los estudiantes y profesores satisfacer sus necesidades y expresar sus deseos. Para fijar esas condiciones, es necesario incluir en la discusión pública la expresión colectiva y las decisiones democráticas sobre las prácticas y actividades sociales asociadas con la satisfacción de las necesidades y la expresión de los deseos de las personas, por inadecuados que inicialmente parezcan. Ahora bien, para hacer efectiva la configuración de un espacio democrático heterogéneo, deben establecerse dentro de la escuela procedimientos institucionales para facilitar la representación de las voces y perspectivas específicas de aquellos grupos que, formando parte de lo público, se hallan Cuadernos Hispanoamericanos de Psicología en desventaja o en condiciones de opresión. Esto implica apoyar mediante mecanismos públicos la autoorganización de los miembros de estos grupos, para conseguir una comprensión reflexiva de sus intereses y tener una voz colectiva organizada que haga posible la representación específica. Un ejemplo de ello son los Proyectos Educativos Institucionales (PEI), los cuales son considerados en el discurso educativo como una herramienta de organización de la gestión y práctica educativa que se sustenta en el argumento de que la planificación educativa debe ser situada. Los actores que coexisten en una realidad pueden tener diversas explicaciones de ella, por lo que no se puede pensar en un diagnóstico único, y de su reflexión colectiva, se abren posibilidades a la autonomía docente y a la elaboración de currículos contextualizados (Maturana, 1997; Tedesco, 2000). La creación de espacios públicos heterogéneos se debe advertir en aquellas iniciativas de cambio que buscan alterar las estructuras sociales, transformando las instituciones educativas mediante la introducción del punto de vista de los grupos silenciados en el currículo. (Torres, 1993) Así sucede con la justicia curricular, que explícitamente requiere del uso de procedimientos democráticos en la toma de decisiones de la escuela y en la configuración de los currículos contrahegemónicos. También, está presente la defensa de la democracia en la reivindicación del aprendizaje cooperativo. Esto facilita la educación para la democracia radical, porque ayuda a impulsar la construcción de alianzas entre grupos sociales y la interconexión entre políticas de identidad y políticas de igualdad económica (García, 2006). En conclusión, La exigencia de participación de todos los grupos sociales en la educación implica que todas las voces sean escuchadas y todas las opciones comprendidas como parciales y posicionadas. Así pues, no es posible mantener una posición neutral respecto de la constitución social de las diferencias y del modo en que la escuela contribuye a perpetuarlas o subvertirlas, ya se 45 María Nohemí González-Martínez trate de género, sexualidad, raza o clase social. El objetivo de la participación democrática no es alcanzar el consenso respecto de una verdad o una visión, sino clarificar divergencias y acuerdos para edificar posibles puntos en encuentros basados en la justicia, el cuidado a los/las otros/as y la equidad. Referencias Apple, M. (2005). Ideología y Currículo. Madrid: Akal. Arendt, H. (1993). La condición Humana. Madrid: Paidós. Aulagnier, P. (1988). La violencia de la interpretación. Buenos Aires: Amarrourto. Beyer, L. & Liston, D. (2001). El currículo en conflicto. Madrid: Akal. Bourdieu, P. (2005). Capital cultural, escuela y espacio social. Buenos Aires: Siglo XXI Editores. Bourdieu, P. (2005). Capital cultural, escuela y espacio social. 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