un reporte de supervisión académica. psicoanálisis aplicado

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Yubiza Zárate de Escartín
UN REPORTE DE SUPERVISIÓN ACADÉMICA
PSICOANÁLISIS APLICADO1
Yubiza Zárate de Escartín2
Resumen
Este es un reporte a dos manos, uno es la supervisión académica de un pasante del décimo semestre de Psicología asignado a la Unidad de Cuidados Intensivos Pediátricos
(UCIP), basado en la técnica psicoanalítica y otro es la elaboración que hace la pasante de su experiencia. El reporte de supervisión se asemeja al de un análisis, en cuanto
se considera metafóricamente el material a supervisar como un tejido que evidencia los
nudos, fisuras emocionales, discordancias entre otros aspectos que registra la escucha
del supervisor y que trabaja con el pasante. El trabajo “está basado en la contratransferencia, en la respuesta emocional, la habilidad de reconocer la respuesta emocional y el
encontrar el lenguaje para expresarla” (Berman de Oelsner, 1999, p. 14) Cabe mencionar
que este tipo de supervisión académica, se diferencia del análisis y supervisión oficial en
cuanto a objetivos y alcance. La elaboración de la pasante reporta la lucha entre la vida y
la muerte que se vive a diario en la UCI; la constante es el dolor exacerbado que se visibiliza en el soma del infante; la vida peligra, se deteriora, se termina, paradójicamente,
cuando recién comienza la vida aérea. Cuando la muerte sucede, tanto en los padres como
en el personal de la UCI, el dolor psíquico es mayor al corporal y es importante “hablar en
ese momento con una palabra plena o callarse cuando la verdad del silencio no engaña”.
Palabras clave
Contratransferencia, supervisión, psiquismo temprano, dolor, Eros, Tánatos.
Abstract
A Report of academic supervision. Applied psychoanalysis
This report encompasses two different perspectives of the academic supervision process carried on by an intern in 10th Semester of Psychology assigned at the Pediatric Intensive Care
Unit (ICU), the first based on the psychoanalytic technique and the second is the experience
description by the intern. The supervision report resembles a psychoanalytical process, when
the material under supervision is metaphorically considered as a thread that shows tangles,
emotional fissures, and discords, among others aspects listened by the supervisor who works
them out with the intern. The work “is based on counter-transference: on the emotional response, and the ability to recognize the emotional response, and thirdly, on the ability to find
a language with which to express it” (Berman de Oelsner, 1999, p. 14). It is worth to mention
1 Trabajo presentado en reunión científica Asociación Psicoanalítica Chilena, (APCH) el 27 de Agosto de 2015
2 Psiquiatra - Psicoanalista. Miembro Asociación Venezolana de Psicoanálisis
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that this kind of supervision, academic, differs from psychoanalysis and official supervision in
regards to the objectives and scope. The description by the intern relates the struggle among
life and death that takes place on a daily basis at the ICU, where the exacerbated pain visible
on the infant soma is a constant, where life is at risk, it deteriorates and ends, paradoxically,
when the aerial life just begins. Once death occurs, both parents and ICU employees experiment a psychic pain stronger than the corporal one, and in that moment it becomes important
to speak out a full word or keep quiet inasmuch as the truth of the silence fools nobody.
Key words
Countertransference, supervision, early psychism, pain, Eros, Thanatos.
INTRODUCCIÓN
Realizar un reporte del quehacer como supervisor no es tarea fácil, pues es posicionarse como un observador de la interacción supervisor/supervisando y reportar el suceder
contratransferencial de un discurso que tiene una diversidad de actores. Se asemeja al
reporte de un análisis, en cuanto se toma el material a supervisar como el tejido representacional que ha realizado el pasante de su experiencia con cada una de las personas
con quien hizo intervención terapéutica; este tejido por lo general muestra los nudos,
fisuras emocionales, discordancias entre otros puntos que registra la escucha del supervisor y que trabaja con el pasante. El trabajo “está basado en la contratransferencia,
en la respuesta emocional, la habilidad de reconocer la respuesta emocional y el encontrar el
lenguaje para expresarla” (Berman de Oelsner, 1999, p. 14). Cabe mencionar que este tipo
de supervisión, académica, se diferencia del análisis y supervisión oficial en cuanto a
objetivos, alcance y método.
El trabajo de supervisión académica consta de un encuadre de 45 minutos semanales
durante un semestre, y el eje de la supervisión es el suceder con los bebés en estado
crítico en conjunción con el estado de los padres. Es el qué y cómo vivencia la pasante el
vínculo con la diada. La pasante es una alumna en formación, cursa el décimo semestre
de Psicología, Mención Clínica Dinámica, se selecciona considerando desempeño académico, indicadores de personalidad, asistencia a psicoterapia, y la aprobación de la
alumna. Este trabajo requiere, además, que la pasante envíe por mail a la supervisora
los Registros Observacionales diarios de su experiencia con los bebés en incubadora;
de su trabajo con los padres; de su trabajo con las enfermeras y médicos.
La supervisión consiste en un espacio creativo de interacción sustentado en una transferencia de confianza, alianza, y ética. En ese espacio de interacción, como se mencionó
ut supra, la función analítica de escucha permite notar los nudos contra-transferencia-
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les que se suceden en la interacción afectiva de la pasante con los integrantes que hacen vida en la Unidad de Cuidados Intensivos Pediátricos (UCIP) y se trabajan en cuanto
a necesidades detectadas y objetivos con cada uno de los integrantes. La movilización
afectiva de la pasante se trabaja para comprender “el suceder” y lo personal de esta experiencia lo trabaja en su psicoterapia o análisis. Soy de la idea, que la experiencia de
supervisión es, al igual que el análisis, una experiencia creativa, más que técnica y/o seguir un método específico, que singulariza la relación con cada pasante/paciente. Estoy
de acuerdo con algunos autores como Tubert-Oklander (2006), que la supervisión es un
espacio de formación más que de entrenamiento, y que a través del vínculo que se crea
(supervisor/supervisando) se transmite la sensibilidad al dolor humano, el quehacer
ético, la involucración afectiva en la tarea, el repensarse después de cada encuentro, lo
que permitirá que la experiencia sea transformadora para ambos. En este momento de
formación, la académica, es lo esperable.
A continuación reseño algunos eventos que se desarrollan en el trabajo:
Lo que se observa continuamente en la UCIP es realizar una tarea persistente, que consiste en luchar por la vida aún cuando la muerte está muy presente. En ocasiones, este
trabajo llega a buen puerto y en condiciones favorables para que el bebé emprenda la
vida; otras veces, vence la muerte dejando en silencio a la Unidad, entendiendo a éste,
como la desvitalización que cubre el espacio y al equipo multidisciplinario que pulula
por la UCIP. Este equipo multiprofesional tiene un dinamismo acelerado cuando están
trabajando como unidad para lograr que un recién nacido se estabilice; no obstante, su
movimiento se reduce al punto cero cuando ha ocurrido lo inevitable: la muerte.
Vivir la experiencia como supervisor del suceder en la UCIP, a través de la experiencia
de la pasante resulta ser un reto enriquecedor. Es crear en conjunto modos de abordaje
para cada situación nueva, ajustar y evaluar su eficacia. Tiene similar peso el abordar
bebés en situación crítica que requieren, dependiendo de su condición, una atención
sustituta materna, un abordaje de vinculación sensorial, de apego; acompañar a los padres de estos bebés a compartir sus temores de pérdida, orientarlos en la importancia
de su vinculación afectiva con el hijo, apoyándose en lo sensorio motor, acompañarlos,
junto con la enfermera, a sentirse confiados en sostener a su bebé siguiendo el método
canguro (Mathelin, 1998). Por otro lado, es importante trabajar con los médicos para
que su interacción con los padres y familiares refleje una comunicación clara, al igual
que en su interacción con el equipo multiprofesional; y otro tanto es el abordaje con las
problemáticas que presenta el equipo de enfermeras.
Comprender este dinamismo diario permite, por ejemplo, ubicarse en el lugar de los
médicos intensivistas, que desde una observación externa se caracterizan por ciertos
rasgos de personalidad, como la omnipotencia, la proactividad, la distancia afectiva, la
racionalidad exacerbada entre otros rasgos; sin embargo, cuando se observa su trabajo
contemplando el contexto, e involucrándose en la experiencia, su quehacer adquiere
otra dimensión, porque pareciera que todo su entorno demanda y espera una actuación al estilo de DIOSES; y celebran cuando el quehacer médico accede a salvar una vida,
a veces sin medir consecuencias futuras; y por el contrario, los devalúan con elevada
hostilidad cuando “no se pudo” lograr que ese “ser” viviera. Posicionados en ese lugar,
se puede sentir con bastante claridad que el mundo afectivo que circunda la UCIP, es de
una afectividad densa primaria, al estilo esquizoparanoide.
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Lo paradójico de vivir esta experiencia como supervisor, a través de la contratransferencia del pasante, es descubrir, con sorpresa, que a pesar que el equipo multiprofesional libre la batalla entre la vida y la muerte ocurren casos en los que el recién nacido
tiende a la muerte. Resulta enigmática la búsqueda de la muerte, si se pudiera decir
así, salvando las distancias de complicaciones orgánicas, que el bebé involucione. La
experiencia del grupo multiprofesional en estos casos se subjetiva y se comparte con la
interpretación de que el bebé da muestras de cierta “intención” de huir de la vida. Los
autores que registran esta intención, la describen como una manera desconocida e incontrolable, a nivel inconsciente. Jacobo (2010) expresa que es una especie de “no saber”
que se da en un yo incipiente somático que busca protegerse a toda costa del dolor somato psíquico que su condición produce y que toda intervención médica la profundiza, en un
principio, perturbando un anhelado estado de “equilibrio intacto”. Esta extraña condición,
donde el dolor que se percibe en el recién nacido en estado crítico, por la expresión de
su cuerpo, es intolerable teniendo que padecer mayor dolor por la intervención (la mayoría de las veces quirúrgica) que, paradójicamente, promete una cura.
En ese estado, se podría pensar entonces, que un recién nacido al estar en situación
de dolor somato psíquico podría activar la involución, el “desconectarse de la vida” como
una forma de escape al dolor; pues no hay un referente aún que le transmita que el
dolor sentido se difuminará con el tiempo. Desde el punto de vista teórico explicativo,
siguiendo a Freud, se ha roto la membrana protectora anti-estímulo y se ha registrado
la experiencia de dolor que interrumpe el balance del principio del placer/displacer.
Esa acción de huida se expresa la mayoría de las veces, en forma de dormir excesivo,
el soma abandonado que no reacciona a la manipulación, como formas de defenderse
de lo que percibe doloroso, sin tener aún noción de adentro/afuera, transformándose,
su no acción, en una huida de lo insoportable percibido por su sensorio rudimentario.
Una de las manifestaciones de la involución se expresa en el discurso médico “se ha
hecho todo lo humanamente posible”, y se espera una reacción de vitalidad del recién
nacido y, por el contrario, éste se va empeorando irremediablemente; lo que genera
impotencia médica y el encuentro con la incertidumbre de no saber.
¿Se podría pensar que la búsqueda de la muerte en un recién nacido corresponde a la
acción de la pulsión de muerte? Freud, en “Más allá del principio del placer”, introduce
el concepto de pulsión de muerte, que representa la tendencia fundamental de todo ser
vivo a volver a la estabilidad de lo inorgánico, es “el retorno de un estado anterior”, se trata
de una “tendencia a la reducción completa de las tensiones”. Freud explica, además: “…todo lo
vivo muere, regresa a lo inorgánico, por razones internas (...) La meta de toda vida es la muerte,
y retrospectivamente: lo inanimado estuvo ahí antes que lo vivo” (Freud, 1920, p. 38). Sin embargo, aquí, recién comienza la vida aérea.
Siguiendo con esta línea de eventos, en la que el médico tratante anuncia la muerte inevitable de un recién nacido, diciendo que “ya se hizo todo lo que se podría hacer y ahora hay
que dejar morir”, y el equipo en pleno percibe con cierta sensación de impotencia cómo
el bebé ha ido cambiando de color corporal de morado a verde; donde las enfermeras
reaccionan retirando su presencia y contacto de él. Esta situación llevó a actuar a una
doctora, movilizando al personal para que el bebé fuera trasladado a una unidad de
aislamiento para que la madre permaneciera día y noche con él: Inexplicablemente, ese
bebé “desahuciado” se apegó a la vida bajo condiciones delicadas a futuro, lo que eviden-
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cia que a veces lo afectivo, visto en el contacto cuerpo a cuerpo, el hablarle, sostiene
la vida. El médico tratante lo registra con sorpresa, como un “descubrimiento” y los
padres lo viven como “una bendición divina, un acto misterioso y mágico”. De estos hechos
trata este reporte, mostrándolos a través del trabajo de supervisión.
Marco de referencia
En este apartado, presento una breve reseña de los componentes que interaccionan en
la supervisión; mi concepción de supervisión acompañada de la técnica y un reporte de
la pasante que refleja el trabajo de supervisión en la práctica.
La Situación de Supervisión Académica:
Como se reseñó en párrafos anteriores, el acto de supervisión ocurre en un encuadre
que contempla un espacio y un tiempo, que en este caso es académico. La Mención de
Psicología Dinámica, tiene una base eminentemente psicoanalítica y el pasante de noveno y décimo semestre tiene asignado un Centro Hospitalario Asistencial donde atiende
pacientes que son asignados por un Supervisor Institucional. En este caso, la Unidad de
Cuidados Intensivos Pediátricos tiene un servicio de Psicología que provee las tareas de
la pasante. El plan de estudios contempla además de otras materias de Clínica Psicoanalítica, dos semestres de Principios de Psicoterapia, además de Técnicas de Entrevista
que dan la base teórico-técnica para trabajar en Intervención con pacientes.
En cuanto al proceso que ocurre en la supervisión, el objetivo fundamental es que el supervisando comience a desarrollar su estilo de abordaje de un paciente, con sensibilidad humana, involucración afectiva, ética y experimente la interacción de la transferencia/contratransferencia; aun cuando, en la Unidad de Cuidados Intensivos del Hospital
(UCI) se registra un predominio de reacciones primitivas, que se comprenden mejor a
través del interjuego de la identificación proyectiva y contra identificación proyectiva.
La supervisión es no sólo un acto creativo sino que tiene un método (Fleming & Benedek, 1970). En opinión de Fleming & Benedek el evento pedagógico del proceso de
supervisión psicoanalítico tiene aplicación a cualquier campo clínico donde el aprender
por la experiencia es el objetivo principal. ¿Cómo alguien aprende desde la experiencia?
Es una de las preguntas más difíciles de responder y sólo se puede contestar parcialmente. Estos autores piensan que lo que se aprende tiene que ver con la diferencia
entre experiencia e integrar la experiencia, entre haciendo y sabiendo el qué, el cómo y
el por qué del hacer. Es una mezcla entre arte y ciencia.
La supervisión académica tiene un aspecto formal que se inicia cuando se establece el
encuadre con sus normas procedimentales que consisten básicamente en traer el material clínico, transcrito o no, sobre el suceder en la UCIP, el cual debe ser un relato honesto que contemple las emociones que registra la pasante en sí misma en su interacción con el ambiente. Otro aspecto, es el relacional supervisor/supervisando, basado en
la empatía, en la confianza básica que sostiene el aprendizaje mutuo por la experiencia.
La tarea inicial de esta díada es diseñar las dimensiones que forman parte del contexto
dinámico a intervenir en la UCIP, personal profesional: enfermeras, médicos intensivistas, psicólogo de planta; padres y familiares de los infans, de este modo se bosqueja la
tetradimensionalidad que da la profundidad a la tarea.
La supervisión académica:
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El abordaje con un recién nacido hospitalizado en la UCI es complejo, primero porque
se comunica por la vía sensorio motora que por su condición crítica está sobrecargada
a causa de la persistencia del dolor en el soma; comprender ese lenguaje primario es
difícil; segundo, porque en su malestar busca a un algo, que lo representamos en un
otro, preferiblemente maternante, que lo calme, lo contenga, a veces esto se traduce
en el ritmo acunante de la voz del adulto, otras veces se manifiesta en el aferrarse con
la manito a un dedo que se presenta en el ambiente. Tercero, porque los padres están
emocionalmente saturados y requieren contención terapéutica para poder “estar disponibles” para el hijo/hija.
La propuesta de trabajo va orientada entonces a acompañar al padre y a la madre del
recién nacido en situación crítica, para que contacte con sus emociones de angustia,
temores de muerte y pérdida, facilitando el trabajo de hilación histórica donde se actualiza lo transgeneracional de la vida emocional ya que la experiencia los conecta con
materiales psíquicos enterrados en alguna parte de la psique inconsciente. La mayoría
de los padres se aferran a sus creencias religiosas en busca de consuelo, también para
darle sentido a lo que están viviendo, las más de las veces para culparse por lo que está
pasando su bebé, preguntándose ¿Por qué les sucede a ellos esta situación de tener un
bebé en situación crítica?, sintiéndose impotentes para afrontarlo y no sabiendo qué hacer. Al apoyarse en el vínculo con el terapeuta en formación, el padre puede hacer una
labor comprensiva de una porción de su tejido psíquico que se había quedado deshilado
o anudado, sin posibilidad de comerciar con otras representaciones.
Este trabajo se hace partiendo de la base que la psique es dinámica, contiene contenidos vivos atemporales que están en continuo movimiento y reordenación, la psique
no es un acabado definitivo, y la elaboración de sentido que ocurre en un momento por
medio del trabajo terapéutico no es un acabado absoluto, sino que puede sufrir otras
transformaciones en el tiempo, cada vez que surge la interrogante sobre lo tratado. Si
bien momentáneamente se elabora un sentido coherente, consistente, en otro tiempo
puede actualizarse y ser mirado con otros elementos de una forma diferente. Aun así,
la tarea se emprende, si nos posicionamos a observar el proceso desde el lugar “puente” o espacio virtual que se crea en la interacción entre el terapeuta en formación y el
paciente. Donde éste tiene clara conciencia de que el trabajo en el que se embarca se
hace bajo frustración, a veces sin brújula clara, dejándose guiar por los fenómenos
inconscientes, teniendo fe -en lo inconsciente que se muestra- y que surgirá la clarividencia de la situación, porque hay un trabajo que está sucediendo mientras se escucha
al otro, un instrumento psíquico activo, la mente del pasante que inicia su formación en
la escucha, que se presta para anotar, registrar, (incoherencias del discurso, divergencias, palabras combinadas, las rarezas que se perciben) y con ayuda de la supervisión
poder intervenir para dar una aproximación comprensiva al suceder que es modificable
y transformador de la cadena asociativa de pensamientos. La supervisión contiene y
provee la brújula que acerca el sentido o significado por la palabra. Es importante tener
en cuenta que la mayoría de la población que consulta requiere un alivio inmediato,
similar a un tratamiento médico, y que lo “psíquico” se acalle, moleste lo menos posible
en el día a día. Lidiar con esos prejuicios/creencias culturales lleva su tiempo, para que
la psicoterapia conquiste un lugar en los servicios hospitalarios asistenciales.
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Remito la experiencia de la alumna supervisada Victoria Izquierdo, quien cursa el décimo semestre, equivalente al 5º Año, de Psicología Mención Clínica Dinámica, que refleja el trabajo de supervisión Académica: “En la UCIP existe, desde mi perspectiva, un
conflicto (a veces existencial), que se plantea en forma distinta que en otros contextos;
es una lucha entre la vitalidad intrínseca de los niños, viéndose truncada por la enfermedad (en muchos casos crónica) que trae consigo la evidencia de que la vida peligra,
se deteriora, se termina. Esto último trae consigo, un constante encuentro con la pérdida, es un diario encuentro con los duelos, con las faltas; todo esto produce reacciones
diversas en todos los que nos encontramos dentro de este ambiente: Comenzando por
los pacientes dentro de la unidad, sobre todo después de los 6 meses de edad, es notorio un miedo abrumador y constante ante el acercamiento del personal médico y de
enfermería, bien sea por los procedimientos médicos que les realizan (que en muchas
oportunidades les genera dolor) o por la ansiedad ante lo desconocido (enfermeras,
médicos, aparatos, etc.); se perciben también sentimientos abrumadores de abandono
que surgen ante la separación de sus padres. Es ver, finalmente, el desafío en que estos niños se encuentran al tener que afrontar, aún siendo tan pequeños, el hecho de la
pérdida de su madre ambiente, al tener que lidiar con el dolor, sin tener la capacidad de
detenerlo y la posibilidad de rehusarse a la manipulación médica. Además, es percibir
su lucha, aun cuando en estas edades -0 mes a meses de edad- no conciban el significado siquiera de la vida y de la muerte.
Recuerdo el caso de Romina, de 1 año de edad, que a lo largo de su estadía en la UCIP,
mostró una reactividad y aversión muy notoria al acercamiento de enfermeras y doctores: el solo hecho de verlos, producía en ella un llanto intenso e incluso respuestas
corporales que mostraban un intenso temor (temblores, agitación); esta paciente había
tenido que pasar por múltiples procedimientos que le resultaban finalmente invasivos
(desde tactos anales, hasta repetidas intubaciones). En uno de los procedimientos de
intubación, hablábamos con la supervisora acerca de lo traumáticas que suelen ser
ciertas experiencias para algunos niños y fue entonces cuando comprendí más profundamente las reacciones sumamente aversivas y de temor intenso que tenía la paciente
a diario, incluso en los cuidados de rutina (baño, cambio de pañal, etc.). Al observar su
desesperación y su lucha entre lograr respirar para poder vivir y a la vez percibir una
cierta resignación al ver a un grupo de personas invadiendo su cuerpo, pude entender
que psíquicamente esto causa un impacto indiscutible, y deja huellas en la memoria
de amenaza a su integridad, lo que era mostrado y expresado por ella a través de su
mirada y de su llanto, a través de lo cual intentaba de alguna manera pedir ayuda y la
mayoría de las veces buscaba en mí una especie de sostén, de soporte, el cual necesitaba cuando sentía terror de ver aproximarse al personal médico, y no contaba con la presencia de su madre para protegerla. Todas estas experiencias, sin duda alguna, dejan
en Romina una huella emocional y psíquica que me atrevería a decir, no se borrará en
el tiempo. Los pacientes de admisión en la UCIP, más frecuente, son los recién nacidos
pre-término y a término, quienes ingresan generalmente por malformaciones (intestinales, cardíacas), dificultad respiratoria, entre otras complicaciones. Estos pacientes,
aun cuando se pueda pensar que no muestran reacciones afectivas o “no entienden
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porque son muy pequeños”, fueron los que de alguna manera me hicieron comprender
cuánto realmente “entienden” o sienten. A partir de la experiencia con ellos comprendí
cuán importante es el vínculo que se establece con las primeras figuras (padres, generalmente), que aun cuando en este contexto se ve truncado, al no poder desplegarse
en su totalidad (por el límite de tiempo, espacio y demás condiciones), era importante y
muy significativo el hecho de establecerlo durante los pocos minutos de las visitas, ya
sea desde el contacto, las miradas, el tono de voz, el canto, los juegos, etc., en donde
era notoria la respuesta por parte del paciente (hijo/a) al reducir la tensión corporal,
mostrar mayor movimiento (vitalidad), incluso lograr mayor porcentaje de saturación y
en un punto, tal vez simbólico, mostrar respuestas de agarre que podrían ser interpretadas como una intención del niño de aferrarse a sus padres, de sostenerse en ellos.
En este punto y a partir de lo anterior, resulta primordial destacar la importancia de la
labor psicológica con los padres dentro de estos contextos, en donde el objetivo principal es el de brindarles un espacio en el cual la palabra y la escucha sean posibles, un
lugar que les permita darle sentido, y poder verbalizar lo que ellos están viviendo; y a la
vez, orientarlos a que durante el encuentro con el paciente, es primordial que tengan la
capacidad de recibir las ansiedades, temores y miedos del bebé y devolvérselos resignificados en tonos y ritmo de voz que le brinden tranquilidad, y bienestar. Es expresarles
y explicarles que los recién nacidos, prematuros o no, demandan palabras, demandan
sentido, para de esta forma sentirse vinculados, sentirse contenidos y así sentirse en
un ambiente amigable que disminuya la ansiedad. Tomando lo planteado por Mathelin
(1998) “debe hacerse posible una simbolización para que los padres sigan imaginando a este
hijo, para que él no sea para ellos un pedazo de carne que debe ser reanimado, objeto de la medicina, sino que es más bien un hijo, su hijo”.
La experiencia con estos pacientes fue útil para darme cuenta que a medida que los padres despliegan (así sea de manera breve) sus roles paternos con el paciente, al mismo
tiempo el bebé pareciera acercarse a la vitalidad. La calidad del vínculo que desplieguen los padres con sus hijos parece ser lo único que los acerca a la vida, aun a pesar de
la muerte (enfermedad); esto me hace recordar la relación tan estrecha de Rubí con su
madre: era alentador observar que aun cuando la paciente tenía un diagnóstico crónico
e incluso en los días en los que parecía decaída, por complicaciones físicas, al llegar
el momento de la visita, ante la presencia de su madre, se evidenciaba una vitalidad
excepcional, Rubí reía, se movía, jugaba, sin parar de ver a su madre; este era un vínculo
realmente enternecedor: “ella le envía en un espejo la prueba de su existencia, sin esto el bebé
no puede ser” Mathelin (1998). En este sentido, y haciendo referencia a lo anterior, resulta
oportuno resaltar lo siguiente: “las palabras de las madres, marcan indefectiblemente los
cuerpos de sus hijos” (…) “el lenguaje ejercerá efectos sobre el cuerpo del sujeto, se unirá a él
para ser uno y a menudo lo arrastrará hacia las puertas de muerte”, o a la vida agregaría yo.
En estos niños pareciera que existe algo en el vínculo con sus padres, sobre todo con su
madre, que se manifiesta de manera inconsciente y que marca sus vidas de alguna forma y los dirige hacia el progreso (vida), hacia el final (muerte) y en ocasiones pareciera
dejarlos pendulando entre la vida y la muerte.
Traigo a colación tres casos que muestran esto último: Juan José, recién nacido pre-término de parto gemelar, que estuvo en condiciones críticas durante sus primeros meses
de estadía en la unidad, en los cuales su madre pasaba por un duelo por haber perdido
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a su otro bebé y se encontraba angustiada por la posible pérdida del otro paciente, con
quien se mostraba muy ansiosa durante las visitas, emotiva y triste en oportunidades;
a medida que transcurrió el tiempo la mamá logra “sobreponerse” al duelo por el hijo
perdido y se dedica a afrontar la situación con Juan José, se percibe mucho más afectiva, más cercana, le habla más al bebé, lo acaricia etc., posterior a esto, el paciente
evoluciona paulatinamente hasta que egresa de la unidad, fuera de la condición de gravedad.
El segundo caso, Sarah, recién nacida a término que ingresa a la unidad por hernia diafragmática y cardiopatía congénita, la situación con sus padres era realmente muy conflictiva y durante las visitas era visible la tensión entre ellos que no permitía que se
abocaran a interactuar con la niña, es decir, sus roles paternos se veían truncados además de por la situación limitante en la UCIP, por sus problemas de pareja; la paciente
empeora su estado con diagnóstico de insuficiencia renal e hipertensión pulmonar, la
situación con los padres continuaba igual; luego de una semana de estos nuevos diagnósticos, la paciente fallece. El tercer caso, Juan Diego, recién nacido pre-término que
ingresa a la unidad por síndrome respiratorio y al pasar del tiempo va empeorando su
estado hasta llegar incluso a esperar su muerte en días determinados; su madre por
un lado, impresiona ser una mujer con recursos yóicos muy frágiles, que ante la situación actual ha desarrollado rasgos y tendencias psicóticas, su padre, por otro lado,
una persona con recursos yóicos estables, defensas maduras y con un afrontamiento
de la situación que pudiera decirse esperado y normal para lo que ha sucedido; el niño
en los últimos días de mi estadía en la unidad mostraba mejorías y al día siguiente parecía retroceder, de alguna forma interpreto esta inestabilidad en el estado físico del
niño, como un desequilibrio precisamente en su psiquismo que es formado cuando sus
padres van a visitarlo demostrándole por parte de la madre, una poca capacidad para
atenderlo, cuidarlo e incluso darle afecto genuino y por parte del padre, una cercanía y
un afecto que es muy notorio y sentido; a mi parecer, este paciente no muestra mejorías
absolutas porque de alguna forma no encuentra el vínculo necesario para aferrarse finalmente a la vida, debido a que su madre, principal figura de afecto, pareciera no estar
preparada para cuidar de él en caso de egresar.
Sin desligarme de todo lo anterior, pasaré a reflejar la experiencia en el trabajo con los
padres, en quienes se centró la mayor parte de la labor durante el proceso de pasantías.
Durante el trabajo con ellos, pude darme cuenta que tras la situación de ingreso de un
hijo dentro de la UCIP, estos padres se encuentran siempre frente a pérdidas importantes y por ende frente a duelos constantes: de las expectativas que se tenían al momento
del embarazo cuando el bebé naciera vb. Mamá de Hannah: “es llegar a la casa y ver todo
su cuartico que hicimos para ella, las cositas ya preparadas (...) ella era una niña muy esperada”;
de la cotidianidad y la vida habitual que llevaban antes de la situación vb. Papá de Juan
Diego: “con esto la vida te cambia de un momento a otro, nada es como antes y es algo que uno
no se espera nunca”; y en ocasiones, el duelo por la pérdida física de su hijo/a vb. Mamá
de Sarah: “esto es horrible, es muy duro, es horrible”.
La enfermedad en el niño es un hecho que les muestra a estos padres que la vida peligra, que está en riesgo, es un hecho inevitablemente visible que los acerca a la muerte,
con la finitud de la vida vista en un ser que irónicamente acaba de comenzarla. Esta
cercanía con la muerte produce en ellos diversas reacciones que son la base de me-
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canismos de defensa que cumplen con el fin último de alejarlos de esta realidad tan
abrumadora, ayudarlos a negar de alguna forma la mortalidad de su hijo, que en un
punto, visto desde el narcisismo, se trata de la muerte de una parte de ellos mismos. Se
observa entonces como mecanismo de defensa predominante, la negación, a partir del
cual los padres (sobre todo las madres) parecen rechazar cualquier tipo de información
médica que indique gravedad o cercanía a la pérdida, parecen no entender las explicaciones que le dan médicos y enfermeras acerca de la condición de su hijo/hija e incluso
en ocasiones pueden evaluarlas como falsas; se escuchan entonces expresiones como
“bueno, no importa, él ya está mejorando, ya pronto vamos a salir de aquí”, cuando el médico
realmente lo que dice es “ya no hay más nada que hacer, el escenario se nos pone cada
vez más pequeño y el niño no mejora”. Son notorios, tras conversar con ellos y explorar
un poco la historia de enfermedad del paciente, profundos sentimientos de culpa por
el ingreso del niño/a en la unidad, bien sea por pensar que pudieron hacer algo mal
durante el embarazo, que no lo cuidaron mientras estaba con ellos, que pudieron haber pedido una segunda opinión y como estas muchas otras fantasías culpabilizadoras
que surgen en este contexto que abruman a estos padres (sobre todo a las madres) de
manera significativa; estos sentimientos con los que deben lidiar estos padres son, la
mayoría de las veces, desplazados hacia otros (médicos, enfermeras, cónyuges, entre
otros) y expresados en comentarios como “si me hubiesen atendido a tiempo, mi hija no estaría aquí”; “yo siento que esa enfermera no lo cuida bien”; “son unos irresponsables en el cuidado
de mi hija”, entre otros.
En otros casos, estos sentimientos podrían tornarse más dolorosos, debido a que la
culpa aparece de forma más contundente y en ocasiones mostrando algo de realidad,
es decir, en ocasiones es posible que por un descuido real, el paciente haya ingresado
a la UCIP o nacido con algún padecimiento, lo que exacerba este sentido de culpa de
una forma más consciente y en estos casos aparecen mecanismos compensatorios que
ayudan a disminuir el peso de la carga que llevan por la enfermedad de su hijo/a y sobre
todo la posible muerte.
Recuerdo en esta ocasión a la mamá de Rubí, quien se mostraba muy colaboradora cuando se trataba de encontrar algo para su hija, e incluso el equipo se refería a esto diciendo “si a ella la mandan para China a buscar algo para su hija, ella va y lo consigue”,
además, se convirtió en una investigadora acérrima acerca de la causa biológica de la
enfermedad de Rubí, todo esto para buscar formas que la ayudaran a alejar de sí misma
y de alguna forma controlar los sentimientos tan abrumadores que surgieron tras la
enfermedad de su hija y la posibilidad de su muerte.
El trabajo con los padres me permitió percibir un dolor que en ocasiones moviliza aún
más que el dolor físico, y es el dolor psíquico, mostrándose como algo complejo, como
un dolor que traspasa lo representable, lo manifiesto, la palabra. Un dolor del que la
persona busca escapar a toda costa, llegando incluso al uso de mecanismos de defensas patológicos, siempre y cuando lo alejen de este dolor “aunque sea momentáneamente”.
Ante este dolor tan abrumador tuve la oportunidad de observar padres que eran regresivos, desde la agresividad hasta el aislamiento y la dependencia, situaciones que sin
duda fueron difíciles de manejar y con el pasar del tiempo se volvieron intensas, penetrantes y en ocasiones dolorosas de ver (por las mismas características de la persona
en estas condiciones). Traigo a colación en este momento a la madre de Juan Diego, quien
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desde el ingreso del paciente a la unidad impresionaba ser una persona con recursos
yóicos muy frágiles, muy propensa a fracturarse ante la situación de su hijo, y precisamente, así sucedió, esta mamá se quebró, se desmoronó ante la situación de su hijo,
haciendo uso de mecanismos primitivos como la escisión, la negación hasta llegar en
ocasiones a un aislamiento sumamente regresivo que impresionaba incluso psicótico
en oportunidades; todo esto como muestra de un movimiento psíquico muy abrumador
en donde la situación actual de Juan Diego, la pone en contacto con una pérdida propia, se trata de algo narcisista, en donde ella de alguna forma no podía encontrarse en
ese hijo dentro de la incubadora, al perder al hijo que idealizaba, de alguna manera se
perdió parte de ella misma y desde el inicio esta desarticulación produjo un quiebre en
esta mamá, como si se tratara metafóricamente de un “espejo roto” en el que no podía
encontrarse a sí misma al ver a este bebé, y a la vez, por supuesto, no lograba hacer que
Juan Diego se encontrara en ella.
Desde este punto de vista y tras mi experiencia con los padres dentro de la UCIP, mi
recomendación amplia y enfática es la de abrir espacios que le permitan a estos padres
expresarse, hacer catarsis, ya sea a través de la palabra, de medios artísticos (Arte
terapia), del llanto, etc., que de alguna forma les permita afrontar, procesar y en el
tiempo verbalizar lo que están viviendo. Además de esto, resulta primordial tomar en
cuenta que estos padres, sobre todo la madre, se encuentra inmersa en sentimientos de
culpa muy abrumadores, ya que de alguna forma la situación de UCIP coloca al niño en
un lugar que “lo aleja del peligro”, y en ese lugar no está ella; tras esto, es importante
continuar permitiendo el acceso de la madre a su hijo: sacarlo de la incubadora para
que ella lo cargue, integrarla en los cuidados diarios, cuando no sea contraindicado
por su condición, (cambiarle el pañal, peinarlo, etc.) y de esta forma ir desmontando
las creencias de que ella es una fuente de peligro o amenaza para el bebé, sino todo lo
contrario; el equipo debe renunciar, tal y como lo plantea Mathelin (1998) a la posición
de “buena madre, omnipotente”, mostrándose de algún modo como la única que “sabe y
puede” servir al niño; se debe interactuar con estas madres desde la invitación a que
conozcan a sus hijos, a que se les acerquen e incluso a que ayuden al equipo a saberlos
comprender, ya que ellas son las que mejor los conocen. Es importante lograr que las
madres (y los padres también) entiendan y piensen que si su hijo está vivo, ellas tienen
algo que hacer, desplegar su rol de madre trae consigo vida para el paciente.
Ahora bien, mi experiencia con el equipo médico y de enfermería, me mostró que dentro
de estos contextos y por la labor que realizan, se les exige (y ellos mismos se exigen)
muchísima eficiencia, una capacidad rápida en la toma de decisiones precisas y concretas y una dedicación casi exclusiva; se requiere de su parte, perfección. Con esto, es
notorio que la labor que realizan viene acompañada de mucha presión y tensiones tanto
para doctores como para enfermeras: el hecho de lidiar con pocas horas de descanso,
los riesgos que pueden causar un mínimo error, sus angustias y preocupaciones personales, la lucha constante contra el dolor y la muerte, y muy a menudo los padres que
vienen a “fastidiar con tanta preguntadera” (opinión de las enfermeras).
Se percibe también una lucha contra ciertas incomodidades que se producen entre los
médicos por una parte, cuando por ejemplo no se comprende o no se comparte la decisión tomada por el coordinador de la unidad, que para ese momento tendrá la responsabilidad de explicar el por qué de sus razones médicas para tomarla y para que de esta
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manera no se pierda la confianza y continúe la comunicación, la cohesión y el entendimiento dentro del equipo; esto se vio cuando la Dra. Carmen José, decide enviar a Juan
Diego a aislamiento y el equipo de psicología estaba en desacuerdo: la doctora explica
de manera muy clara sus razones al igual que el equipo de psicología, y a partir de eso,
se toma una decisión. Con esto, se hace evidente la gran responsabilidad de los doctores, sobre todo de los coordinadores de unidad, cuando deben tomar decisiones importantes, que en oportunidades no son comprendidas o compartidas, como por ejemplo,
el bebé: “¿está realmente en condiciones para egresar?”, “¿cuál es el sentido de mantenerlo
aquí si su condición no va a cambiar?”, son unos de los cuestionamientos que aparecen en
el centro del equipo tras esas decisiones; aun cuando no se dude de su conocimiento y
sobre todo de su capacidad de sanar y de, como ellos mismos dicen “lograr que el paciente salga”, siempre existe una duda que cae sobre ellos, y no sólo por las preguntas
que les hacen los otros, sino por unas que pesan más: las que se hacen a ellos mismos,
las interrogantes y dudas acerca de sí mismo, de su labor e incluso de su experiencia.
En este sentido, se topan con cuestionamientos que ni la misma ciencia puede responder o con casos que aun con más de 30 años de experiencia no habían tenido la oportunidad de evidenciar; recuerdo los comentarios de los médicos con la condición de Rubí:
“de verdad que en todos los años que tengo en el área, nunca había visto una cosa como esa,
pude evidenciar aganglianosis parciales, pero totales, nunca”, “más bien hemos dado mucho,
nunca habíamos tenido aquí este tipo de casos”, parece que en estos casos, la seguridad que
da la ciencia médica se vuelve relativa o incluso se desvanece, dejándoles una especie
de mensaje: que aun con todo el conocimiento y la experiencia, no se tiene la respuesta
y la solución a todo; esto fue evidente cuando Rubí falleció (después de varios intentos
con tratamientos alternativos, incluso) y se escuchaba en la voz de los médicos: “parece
mentira, la que más pensamos que iba a salir a pesar de su condición, se fue, y el que tenía todos
los boletos para irse, ahí está todavía”, con esto último hacían referencia a Juan Diego, que
también fue un caso que rompió con todos los esquemas que esperaban los médicos,
dejándolos sin explicación científica para su avance, su forma de luchar y finalmente su
egreso, cuando el pronóstico era el de una muerte inminente.
Por otro lado, en ocasiones, con el grupo de enfermería, se perciben igualmente incomodidades que en este caso son resultado de conflictos personales entre miembros del
equipo, que interfieren en muchas oportunidades con la armonía grupal e incluso en el
disfrute del trabajo; esto era notorio en el grupo de enfermería del turno de la mañana,
donde por problemas personales entre sus miembros, se hace visible la tensión, el
conflicto, una tensión que desarticula, alterando el clima del trabajo, manifestando una
separación entre ellas que suma un monto adicional de tensión a la labor que ellas realizan. Su misión es a veces más intensa que la que tienen los doctores: además de los
cuidados diarios, ellas deben cuidar al niño, estar con él, atenderlo y entenderlo, estas
mujeres los conocen muy bien, saben qué sienten, qué quieren, cómo es su personalidad, cuándo están molestos, decaídos, tristes e incluso saben cuándo se altera el ritmo
de su respiración sin necesidad de ver el monitor; el momento del baño de los niños, sobre todo de los bebés, era un momento que disfrutaba ver: jugaban con ellos, les hablaban, los miraban y hacían que de alguna forma los bebés no vivieran esto como algo tan
traumático; era muy placentero ver la calma y la quietud de los bebés, luego del baño.
Las enfermeras tienen una perspectiva del dolor y de la muerte diferente, son experien-
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cias y sensaciones que palpan a diario tras el vínculo que construyen con sus pacientes;
y cuando digo “vínculo”, es porque realmente así lo percibo, es una complicidad que aún
a pesar de la aversión que a veces generan en los bebés por los procedimientos que les
realizan las enfermeras, era visible el vínculo que creaban con el bebé que cuidaban;
esta relación que establecen las enfermeras con sus pacientes me hizo comprender la
forma a veces tan dura con la que se manejan al hablar de su condición, de su egreso
o incluso de la muerte. Estas mujeres deben defenderse de la idea de que este vínculo
va a perderse, ya sea porque el paciente egresará, o lo que es más doloroso para ellas,
porque el paciente fallezca; en estos casos, optan por mecanismos que las distancian
de sus afectos, de la sensación de pérdida y se escuchan comentarios (a veces llenos de
humor): “este chino está bien feíto, como que este no va”, “bueno, decídete papito, o te quedas o
te vas, pero decídete, no nos puedes tener así”, “este no va pal’ baile, está raspa’o”, con esto, de
alguna forma “controlan” sus afectos para negar el dolor que produce la pérdida.
En este sentido, vemos cómo el personal (médicos, enfermeras e incluso el mismo
equipo de psicología) que se encuentra en este medio profesional, debe hacer frente
constantemente a limitaciones, temores y angustias que cada uno enfrenta a su manera. No cabe duda que este trabajo genera situaciones que nos ponen de frente con la
problemática de la pérdida, del duelo, de la muerte, que en muchas ocasiones generan
ansiedades que no son fáciles de sobrellevar. Y a propósito de la díada vida-muerte, que
planteé al inicio, en el personal de la UCIP se ve claramente: se mantienen por su lucha
constante por la vida, que es la que les sirve de guía, sin embargo, inconscientemente,
se encuentra también su lucha interna, que los pone de frente con la muerte, con la
pérdida. En relación con esto último, no se podía dejar de lado el asunto de la muerte
en la UCIP, con la cual me topé en cinco oportunidades durante el proceso de pasantías,
estando presente en el fallecimiento de uno de estos pacientes, Sarah.
Cuando aparecía la muerte dentro de la unidad, eran disimuladas o cubiertas las profundas heridas y quiebres de las ideas omnipotentes de cuidar, sanar y salvar que surgen cuando el paciente ingresa a la unidad; se escuchaban siempre tras este hecho
comentarios como: “bueno, pero era lo mejor, eso era lo que iba a pasar, ya lo sabíamos”,
“bueno, eso ya se estaba esperando”, y puede que sea cierto en la mayoría de los casos, sin
embargo, estos comentarios guardaban un profundo sentimiento de dolor y de fracaso
tal vez, los cuales debían ser negados, alejados y silenciados de alguna forma, porque
parece necesario en este tipo de contextos ya que si estuviesen siempre conscientes
estas heridas no sería posible sostenerse en esta labor.
Ante el asunto de la muerte, parecía que no habían palabras, esta situación parecía no
existir al día siguiente; aunque suene contradictorio, aparecía en el discurso como algo
innombrable; cuando los médicos al darle noticias a los padres que llevaban consigo
este hecho, lo evadían: “ya el cuadro se nos está haciendo cada vez más chiquito, ya no hay
mucho que hacer”, “estamos hablando de dificultades y complicaciones en varios sistemas de su
organismo que son primordiales, se está haciendo lo posible pero su cuadro es verdaderamente
crítico, cada vez se complica más”, “solo podemos esperar, pero está muy grave”, en todas estas expresiones estaba de fondo el hecho de la muerte, pero no era dicho con claridad.
Incluso dar la noticia de muerte, situación que pude evidenciar con la muerte de Sarah,
para el doctor encargado fue muy difícil decírsela a los padres, lo que resultó revelador
pues este doctor, paradójicamente, con frecuencia hacía comentarios muy fríos al re-
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ferirse a la posible muerte de algún paciente “ese se va a morir”, y cuando en la realidad
tuvo que dar la noticia a los padres de la muerte de Sarah, comenzó explicando la situación previa a la muerte y culminó con la frase: “la niña no resistió, lo siento”, ante esto
sólo hubo un silencio abrumador pero había algo que aún no quedaba claro, hasta que
el doctor agrega: “la niña falleció en horas de la mañana”, tras esta última frase, el silencio
se rompió, lo que estaba relegado del discurso fue dicho y produjo un efecto, que si
bien es doloroso, también es liberador: se grita, se llora pero está, se dice, existe. En el
contenido de la muerte dentro de la unidad está presente un conflicto que resulta de la
consideración de su contraparte: la vida, que en estos casos está implícita en el procedimiento de reanimación. Es claro que la reanimación implica el impedimento de que la
muerte se produzca (porque es así, al decidir por reanimar, se está optando y decidiendo por la vida del paciente), sin embargo, en muchas oportunidades se hace presente
un conflicto que lleva consigo aristas éticas y muy personales, cuando en algunos casos
se decide no hacer la reanimación o detenerla, lo que implica la muerte del paciente
(cuando pudo detenerse). Estos parecieran ser los casos más dolorosos y frustrantes,
en los cuales se toma esta decisión, que siempre es difícil de tomar: aparecen entonces
los cuestionamientos: “¿se hace la reanimación si hay un paro?”, “es cierto que la cirugía lo
va a ayudar, pero ¿hasta qué punto es útil alargarle la vida si eso implica alargar su agonía y su
sufrimiento”, “¿hasta cuándo se va a tener a esta niña aquí, en estas condiciones, viva sólo porque
está intubada”, hasta que finalmente se escucha la decisión: “lamentablemente, aquí no hay
nada que hacer, si hay un paro la orden es que no se reanime”.
Se percibe entonces cómo la muerte resulta un asunto complejo y un tanto contradictorio, al mostrar por un lado, el “fracaso” del equipo médico e incluso de los padres,
quienes sufren desconsoladamente tras la pérdida, pero al mismo tiempo, pareciera
convertirse en la opción de esperanza, de liberación y de fin del sufrimiento para aquel
que fallece e irónicamente se muestra también como una posibilidad para los padres de
comenzar a vivir nuevamente, luego de luchar arduamente con la muerte que era visible
a diario en cada nuevo diagnóstico, en cada visita”.
Conclusión
No hay más palabras para describir la experiencia de supervisión de una Unidad de
Cuidados Intensivos Pediátricos, (UCIP), sólo queda compartir la experiencia y seguir
trabajando con la finalidad de poner en papel la importancia de un servicio de psicología
en la UCIP, que haga más humano y comprensivo el quehacer que se lleva a cabo allí.
Es momento también de subrayar lo fundamental que es la supervisión clínica en una
unidad de cuidados intensivos hospitalario, pues el clima que se vive es de incertidumbre, de emocionalidad intensa, y dinamismo en picos, pues en ocasiones es de júbilo,
llegando a la euforia debido a que la vida le gana la batalla a la muerte y, en otras, de
sentida frustración, impotencia y silencio desvitalizante. El grupo de trabajo de una UCI,
es decir todos los involucrados, equipo multidisciplinario, familia del bebé hospitalizado y sobre todo el bebé, están en un continuo estrés, tensión; el dolor, en síntesis, la
vivencia traumática los traspasa a cada uno diferencialmente. Como conclusión teórica
hago mención a algunos trabajos sobre el dolor: Nasio, refiriéndose al dolor en la obra
de Freud, cita:
“Freud afirma que el bebé experimenta angustia y siente dolor. En ciertas circunstan-
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cias […] vive los dos afectos confundidos porque no sabe aún distinguir la ausencia temporaria de la madre de su desaparición definitiva. …en ese momento, es presa de un
sentimiento híbrido de angustia y dolor” (Freud, 1914, p. 79).
Nasio comenta este extracto señalando que es la expresión del rostro y la reacción de
llanto del bebe que hacen suponer que además de angustia siente dolor. Que Freud, aquí
hace mención a la presencia/ausencia de la percepción de la madre, por momentos.
Con respecto al contexto de la UCIP la madre y el padre sólo tienen horas prefijadas
para visitar a su hijo, y a veces los padres no van diariamente. Es por ello que en la
detección de necesidades que se mencionó en la situación de supervisión, el trabajo de
apoyo psicológico a los diferentes integrantes de la UCIP, se considera fundamental:
realizar actividades de difusión del apego, y de psiquismo temprano tanto a los padres
como al personal de la Unidad.
“Freud considera que el dolor físico resulta de la irrupción violenta de grandes cantidades de energía que alcanzan el corazón del yo, donde se sitúan las neuronas del
recuerdo, es decir, en el nivel del inconsciente. El dolor en el cuerpo se inscribe en el inconsciente” (Freud, (1950[1895], p.351). Siguiendo las palabras de Freud, se podría pensar que un recién nacido en estado crítico de salud, experimenta como trauma no sólo
el nacimiento, como pérdida del continente uterino protector, si no la falta de la madre
contenedora, del calor humano, del tono de voz acariciador, de unos brazos firmes que
lo sostengan y le den el limite necesario para sentirse seguro. Estar en una incubadora
sintiendo dolor y siendo manipulado por unas manos especializadas mas no afectivas
puede ahondar en la perturbación de la membrana protectora anti estimulo, generándole una perforación a ésta que facilita la irrupción de dolor en forma continua, que
se inscribe en las memorias, y toda experiencia similar evoca la huella del dolor; pues
estar en la UCIP puede ser vivido por el recién nacido como un trauma que perturba su
economía energética que activará sus maniobras defensivas. Y el principio del placer, el
que mantiene el equilibrio psíquico estará anulado (Freud, 1920).
Bibliografía
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8.- Nasio JD (1998). El libro del dolor y del amor. Barcelona: Gedisa
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Psicoanálisis 39(3/4):76-106.
Email: [email protected]
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