Resumen de investigación: La concepción de la felicidad en

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Resumen de investigación: La concepción de la felicidad en Aristóteles
XII Jornadas de Investigación UAZ, 2008
Autora: Dra. María del Rocío Cázares Blanco.
Adscripción: Unidad Académica de Filosofía.
Correo electrónico: [email protected], [email protected]
Teléfono celular: 492 132 71 55
Proyecto registrado en la Coordinación de Investigación y Posgrado: Concepciones
aristotélicas y neo-aristotélicas de la buena vida, UAZ-2007-35485. (La investigación,
de la que presento un resumen, es parte de este proyecto.)
PALABRAS CLAVE: felicidad, intelectualismo, inclusivismo.
OBJETIVO.- Evaluar, desde un punto de vista filosófico, la teoría de la felicidad formulada por Aristóteles.
METODOLOGÍA.- Análisis de conceptos y argumentos, que es lo propio de la investigación filosófica.
RESULTADOS.El término griego “eudaimonia” suele traducirse como “felicidad” y en este texto utilizo
indistintamente ambos términos. Sin embargo, hay que tener en cuenta que en la filosofía antigua “eudaimonia” se utilizó para referir a aquello que constituye el sumo bien
para los humanos, lo que de hecho constituye el bien más deseable para las personas,
mientras que en el lenguaje cotidiano de nuestros días es muy común que “felicidad” se
utilice con otros sentidos, por ejemplo, para hacer referencia simplemente a un sentimiento subjetivo de satisfacción o de contento.
¿En qué consiste la eudaimonia, según Aristóteles? Para responder a esta pregunta hay que tener presente que, con base en la Ética Nicomaquea, se pueden defender por lo menos dos interpretaciones distintas de la felicidad: Primero, la interpretación
inclusivista o comprehensiva, según la cual la felicidad incluye el ejercicio excelente de
la actividad de la razón en sus dos modalidades —teórica y práctica—, así como la excelencia corporal y el disfrute de algunos de los bienes externos. Segundo, la interpretación intelectualista, la cual hace consistir a la felicidad —ya sea de manera exclusiva
o dominante— en el ejercicio excelente del pensamiento teórico.
Ahora bien, independientemente de que se siga la interpretación inclusivista o la
intelectualista, la felicidad es algo objetivo para Aristóteles, puesto que él afirma que el
criterio que determina en qué consiste la eudaimonia es la naturaleza propia de los se-
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res humanos, la cual, por supuesto, concibe como igual en todas las personas. Afirmar
que para Aristóteles la felicidad es algo objetivo no significa, sin embargo, afirmar que
sea algo inflexible o que no admita variaciones debidas a los gustos, las aptitudes, las
posibilidades, las circunstancias, etc., de cada agente en particular. Así, de acuerdo con
la interpretación inclusivista la vida feliz es aquella en la que se han alcanzado los diversos tipos de excelencia que son propios de cada uno de los elementos constitutivos
de la naturaleza humana, es decir, la excelencia del cuerpo, la excelencia del carácter y
la excelencia de la inteligencia; pero es evidente que, por ejemplo, la forma y el grado
en que se desarrollen cada uno de estos tipos de excelencia no será igual en el caso de
un indígena agricultor del Amazonas, un diplomático de la ONU y un obrero de la Ciudad de México. De manera similar, desde el punto de vista de la interpretación intelectualista la felicidad se identifica con el ejercicio de la parte más perfecta de la naturaleza
humana, que, según Aristóteles, es la razón teórica y contemplativa; pero sin duda que,
por ejemplo, habrá variaciones entre la vida contemplativa de un monje budista y la vida
de un astrónomo de la NASA que vive consagrado a su investigación.
Además de ser objetiva, la concepción de la eudaimonia de Aristóteles es una
concepción compuesta, puesto que —ya sea que se le interprete intelectualista o inclusivistamente— él sostiene que para ser feliz se requiere de una multiplicidad de bienes.
Aunque es cierto que de acuerdo con la interpretación intelectualista la felicidad se
identifica con un único bien, a saber la vida intelectual, también es cierto que dicha interpretación considera que los bienes corporales y exteriores son condiciones necesarias para la realización de tal tipo de vida; la persona que se dedica a la teoría y a la
contemplación no puede prescindir, por ejemplo, de bienes tales como un organismo
saludable, alimento suficiente, vestido adecuado, cierta educación, un lugar donde vivir,
libros requeridos por su investigación, etc. Desde el punto de vista del inclusivismo es
aún más claro que la felicidad requiere de la diversidad de los bienes existentes —es
decir los de la inteligencia, los del carácter, los del cuerpo y los exteriores— puesto que
éstos son los elementos que la constituyen y no únicamente medios para alcanzarla.
El que Aristóteles conciba a la felicidad como algo que requiere de la multiplicidad de bienes a los que se ha hecho referencia, permite constatar que para él la vida
feliz es algo que involucra a los estados internos de los agentes y a las condiciones externas de su existencia, aunque, por supuesto, la importancia y el valor de cada uno de
estos aspectos es distinto según se asuma la interpretación inclusivista o la intelectualista. Entre las condiciones externas que son relevantes para la felicidad se encuentran,
por ejemplo, tener comida suficiente, disponer de una casa para vivir, tener un vestido
digno que no le haga a uno avergonzarse, no estar bajo la influencia de las drogas o en
estado de coma, tener cierta educación, gozar de nuestros derechos ciudadanos, etc. Y
entre los estados internos importantes para la felicidad de cualquier individuo tenemos,
por ejemplo, la salud mental, la ausencia de dolor, la tranquilidad de ánimo, la disposición interna para actuar racionalmente, el tener ciertas creencias verdades acerca del
mundo, etc.
Uno de los aciertos de tomar en cuenta los estados internos del agente y las
condiciones externas de su vida, como factores relevantes para su felicidad, es que
permite explicar dos de nuestras intuiciones más comunes: Primero, el que nos parezca
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contra-intutivo juzgar como feliz a quien vive en condiciones externas absolutamente
miserables, pese a que disfrute de muchos e importantes bienes internos; solemos
pensar, por ejemplo, que no tiene la mejor de las vidas posibles quien sufre de pobreza
extrema, ha sido traicionado por sus amigos, padece la persecución y tortura de un
régimen represor, etc., pese a que mantenga un estado de ánimo tranquilo, goce pensando en la recompensa divina, se sienta satisfecho por actuar de acuerdo con sus
convicciones, etc. Segundo, el que también nos parezca contra-intuitivo juzgar como
feliz a quien padece graves sufrimientos anímicos, pese a lo magníficas que pudieran
ser las circunstancias externas de su vida; solemos pensar, por ejemplo, que no tiene la
mejor de las vidas posibles quien tiene dinero, buenos amigos, una familia que lo ama,
un trabajo que le gusta, etc., pero que no puede dejar de sufrir pensado en la traición
que cometió contra alguien a quien amaba, vive angustiado porque cree que el mal
enorme que ha hecho se le regresará tarde o temprano, duda continuamente de la lealtad de sus amigos, se siente manipulado por su familia aunque realmente no haya motivos para que él se sienta así, etc.
Aunque Aristóteles acierta en reconocer dentro de su teoría de la eudaimonia el
rol de los estados internos del agente y de las circunstancias externas de su vida, creo,
sin embargo, que él no le da la suficiente importancia a uno de los bienes internos indispensables para la vida feliz, a saber, el sentimiento de contento o satisfacción con la
propia vida; y téngase en cuenta que no me estoy refiriendo al disfrute de diversos tipos
de placeres propios de la vida feliz, del cual Aristóteles sí habla en repetidas ocasiones,
sino a la necesidad de que la persona se sienta contenta con cómo es su vida considerada globalmente. Por supuesto que el reconocimiento de las cosas objetivamente valiosas que se tienen debe de ser uno de los motivos principales por el cual la persona
feliz se siente contenta o satisfecha con su propia vida, en vez de que este sentimiento
surja a partir de constatar que se tiene la vida que a uno le gusta o le complace, independientemente de si es o no valiosa objetivamente. Pero igualmente importante es
reconocer que cualquiera que sea la cantidad e importancia de bienes objetivamente
valiosos que se tengan, no se puede ser feliz si uno se siente descontento o insatisfecho con la vida que tiene.
Hasta aquí se han hecho observaciones generales que valen tanto para la interpretación inclusivista, como para la interpretación intelectualista de la teoría aristotélica
de la felicidad; consideremos, ahora, algunas cuestiones relacionadas con esta última
en particular. La concepción intelectualista de la felicidad descansa en gran medida sobre el argumento aristotélico del ergon o la función propia de los seres humanos, sin
embargo, éste tiene varios defectos entre los que destaca el tener una forma inválida —
como todo argumento por eliminación. A la concepción intelectualista también se le
puede objetar el conducirnos a conclusiones contraintuitivas como la siguiente: Si la
felicidad consiste en ejercer de manera perfecta o excelente la actividad de la razón
teórica, entonces, una persona que dedica su vida a actividades objetivamente valiosas
distintas a ésta no podrá, bajo ninguna circunstancia, ser feliz. Así, por ejemplo, no
podría considerarse feliz a una gran bailarina que goza profundamente con su arte, que
es madre de familia y es amada por sus hijos, que disfruta de los viajes que puede
hacer en sus giras artísticas, que tiene amigos y seguridad económica, que actúa de
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manera honesta y justa, etc., pero que, sin embargo, no tiene interés alguno en la
búsqueda y la contemplación de la verdad.
Además, la concepción intelectualista de la eudaimonia resulta muy poco democrática en el sentido de que, si es correcta, entonces la felicidad es algo que muy
pocas personas pueden alcanzar. ¿Cuántos de quienes conocemos, por ejemplo, podrían —por su situación económica, sus capacidades intelectuales, sus necesidades familiares, sus inclinaciones personales, etc.— llevar una vida consagrada a la actividad
teórica? Y suponiendo que hubiera mucha gente que pudiera dedicarse casi por completo a la actividad teórica y alcanzar la excelencia en ésta, ¿qué tipo de sociedad
tendríamos? ¿Qué tan efectivamente podrían resolverse las necesidades básicas de los
miembros de la comunidad? ¿Qué pasaría con la creación artística, el desarrollo tecnológico y muchas otras expresiones culturales no específicamente teóricas?... Por supuesto que se puede objetar que la felicidad parece ser, efectivamente, algo que muy
pocas personas alcanzan: ¿De cuántas de las personas que conocemos diríamos que
son realmente felices o que tienen una vida verdaderamente plena? Nosotros mismos,
¿tenemos una vida plena y feliz? Sin embargo, hay que tener en cuenta que las razones por las que solemos juzgar a los demás o a nosotros mismos como “infelices” o
“poco felices” nunca o casi nunca tienen que ver con el hecho de que nos dediquemos
de manera insuficiente al desarrollo de nuestra razón teórica.
La felicidad concebida inclusivistamente parece estar más cercana a nuestras intuiciones acerca de lo que constituye la mejor vida para los seres humanos. Sin embargo, resulta exagerada la exigencia, presente en la teoría de Aristóteles, de un desarrollo
de absolutamente todas las capacidades humanas (físicas, creativas, morales, intelectuales, etc.,), pues dicha exigencia lleva a conclusiones contraintuitivas como las siguientes: A la bailarina del ejemplo mencionado anteriormente tendría que juzgársele
como alguien no completamente feliz o como alguien feliz en grado secundario, pese a
la gran variedad de bienes que posee, debido a que entre todos éstos no se encuentra
el ejercicio del pensamiento teórico y contemplativo. De manera similar, tendría que
afirmarse que es imposible que sea feliz un gran científico apasionado con su labor, que
es apreciado por sus colegas, que ha recibido reconocimientos social por sus contribuciones a la ciencia, que tiene una familia a la que ama y por la cual se siente amado,
que es generoso y honesto, que recibe un buen sueldo y no tiene preocupaciones
económicas, etc., pero que, sin embargo, no posee excelencia física debido a un grave
problema cardiaco que le imposibilita hacer casi cualquier esfuerzo físico.
Alguien podría intentar quitarle peso a la objeción planteada en el párrafo anterior, señalando que la teoría aristotélica de la felicidad establece determinados requerimientos en el entendido de que éstos plasman un ideal y no suponen, de ninguna manera, un rechazo de la manera en que las personas realmente vivimos. Pero, ¿por qué
habría de considerarse que está más cerca de la vida ideal una bailarina-filósofa (que,
por supuesto, tiene que dividir su tiempo entre estas dos actividades), que una bailarina
cien por ciento entregada a su arte o una filósofa completamente dedicada a la actividad contemplativa?
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CONCLUSIONES.Desde un punto de vista filosófico, la concepción inclusivista de la felicidad que se puede encontrar en la Ética Nicomaquea es menos problemática que la concepción intelectualista, porque esta última no sólo descansa en un argumento inválido acerca del ergon o la función propia de los seres humanos, sino que supone también una visión antidemocrática y contraintuitiva de lo que constituye una vida buena o deseable. No obstante, si se pretende sostener una concepción inclusivista de la felicidad de corte aristotélico, es necesario plantearla de tal manera que no se comprometa con una visión
exageradamente perfeccionista acerca de la vida buena, esto es, que no se comprometa con la tesis de que para ser feliz hay que alcanzar la virtud o excelencia de todas y
cada una de las capacidades humanas: físicas, creativas, morales, intelectuales, etc.
En todo caso, que sea filosóficamente sostenible una concepción inclusivista de
la felicidad de corte aristotélico es algo que, por supuesto, no puede determinarse sin
hacer un análisis de las fortalezas y las limitaciones que una concepción de este tipo
tendría en comparación con otras concepciones rivales de la felicidad —como, son por
ejemplo, la concepción naturalista de los estoicos o la utilitarista de Mill.
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