Memoria - Diputación de Albacete

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FECHA:
1 y 2 de octubre de 2011
ETAPAS:
Sábado 1: Cotillas, Torca de los Melojos, El Masegar, Villaverde de Guadalimar.
Domingo 2: Villaverde de Guadalimar, Los Picarazos, Villaverde de Guadalimar.
ORGANIZA:
Centro Excursionista de Albacete
MONITORES:
Antonio Matea Martínez
Pascual Valls Cantos
José Manuel Jiménez Juárez
A José Antonio Blanco García, vecino de Villaverde de Guadalimar, por su labor en
las dos últimas ediciones de la Ruta del Pernales, con la que ha contribuido a
engrandecerla enormemente y a que participen en ella los demás vecinos del
pueblo.
Quien no inventa no vive.
Ana María Matute
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Cuenta la historia de la mitología clásica que Pigmalión fue un rey legendario
de la isla de Chipre que buscaba a la mujer perfecta con quien casarse. Pero
cansado de buscar y rebuscar, sin encontrar jamás lo que buscaba, decidió crearla
él mismo, para lo que esculpió una estatua de marfil a la que dio el nombre de
Galatea. Era tan bonita y tan increíblemente perfecta esta escultura, que su mismo
autor se enamoró de ella, aunque se daba cuenta de que estaba inerme, a pesar de
su perfección, sin ningún tipo de movimiento o gesto que la hiciese parecer un ser
humano, por lo que el rey chipriota pidió en rogatoria entristecido a la diosa Afrodita
que le infundiera el don de la vida. La diosa de la belleza y el amor, compungida por
la pena del artista, accedió al deseo de Pigmalión, pensando que su amor por la
estatua le hacía merecedor de la felicidad, por lo que el monarca pudo casarse con
su adorada estatua y vivir una larga y feliz vida con ella.
No pretendemos los organizadores de esta Ruta del Pernales buscar con ella
la perfección que buscaba Pigmalión, pues errare humanun est, dijo el gran Séneca.
Y si su organización no nos sale cada año demasiado buena, al menos esperamos
no nos salga tan mala como otros piensan, máxime cuando no la hacemos con el
deseo de ganarnos el pan. Aunque no dudamos de la utilidad que nos proporciona
esta ruta para alcanzar durante un par de días ese don divino de la felicidad,
felicidad que buscamos en Villaverde de Guadalimar, como el rey chipriota pretendía
buscarla con la vida de su idolatrada escultura. Una felicidad que tiene su génesis en
el paso por nuestra serranía de un bandolero andaluz, cuyas huellas quedaron
impresas en los recuestos de nuestra sierra para admiración y goce de los que
andamos tras sus pasos, y que cada año nos proporciona dos jornadas de ocio, que
valoramos como las mayores riquezas del hombre.
Es verdad que no todo el mundo sigue el mismo camino en busca de la
felicidad, fin último de toda vida humana según el saber de algunos, ni las mismas
realidades producen los mismos efectos en diferentes personas. Pero, como
predicaba Séneca, siempre pretendemos decir lo que sentimos y sentir lo que
decimos, sin intentar fundirnos con aquellas cosas que nos confunden, ni hacer
mudamiento o confusión alguna de la verdad. Aunque la verdad, para rizar el rizo y
enrevesar aún más esta plática, no nace del mismo manantial para todos los
humanos, ni está modelada de la misma forma, ni del mismo tejido.
Lo que realmente es cierto, verdadero e irrefutable, al menos así lo creemos y
nos lo dicta nuestra experiencia, sin querer ser con ello cabalísticos, es que cada
año con esta ruta aumentamos nuestra admiración por nuestra serranía, por los
valles profundos y altas cimas que envuelven a la villa verde del Guadalimar. Una
villa rica en historias y leyendas, con las que pretendemos infundirnos de
conocimientos que nos guían al deseo de profundizar en su naturaleza y cultura,
pues de la cultura forman parte las tradiciones de nuestra sierra, inmersas y
confundidas muchas veces con la misma naturaleza.
Así de esta manera, sin pretender ser extemporáneos, ni procurar ser
diferentes a como realmente queremos ser, queremos con esta VII Ruta del
Pernales, iniciada por el Centro Excursionista hace ya seis años, guardar la leyenda
de un bandido legendario, Francisco Ríos González, el Pernales, que, buscando
nuevas sendas y nuevos caminos, vino a quedar para siempre, mortis causa, en la
Sierra de Alcaraz, donde sus huesos y espíritu reposan para la eternidad. De la
misma manera intentamos cada año buscar nuevos caminos y nuevas sendas, que
nos permitan guardar en nuestra memoria nuevos recuerdos y nuevas experiencias,
aunque ya nuestros hábitos están unidos irremediablemente a la estructura de
nuestro cerebro, como un río se une inexorablemente a la estructura de su cauce. El
agua del río cambia continuamente y nunca vemos el mismo caudal cuando
miramos el curso de la corriente, pero esta agua sigue siempre el mismo curso,
porque las lluvias anteriores abrieron un canal, como así seguimos cada año el paso
abierto en esta singular ruta por los primeros iniciadores de este proyecto. Los que
seguimos en esta Ruta del Pernales sólo tenemos que dejarnos llevar por este
canal, tratando de agrandarlo cada vez más, y que sea nueva gente y nuevas aguas
los que recorran su cauce, esperando año tras año que la experiencia vivida les lleve
de nuevo en su búsqueda de la felicidad a regresar a este camino abierto hace ya
seis años en los montes de nuestra serranía.
Quien no inventa no vive, dijo la galardonada Ana María Matute tras recibir
este año el mayor premio de las letras españolas. Y por ello, para sentirnos vivos y
no anquilosarnos en el pasado, y puesto que natura humana non est inmobilis sicut
divina, en lugar de buscarle tres pies al gato o andar haciendo galimatías o
enrevesadas filosofías, inventamos esta Ruta del Pernales, sin artificio ni traza
alguna. Pero los verdaderos inventores de la misma son los habitantes de Villaverde
de Guadalimar, a los que el Centro Excursionista de Albacete quiere expresar con
estas palabras, dichas sin ornato y sin rebusco alguno, un expresivo y efusivo
agradecimiento, pues sin su colaboración sería imposible la realización de esta ruta.
Así queremos mencionar a Antonio Peinado, que hasta mayo pasado fue el primer
edil del pueblo, a Valentín Sánchez, guarda del Masegar, que nos ha abierto las
puertas de esta finca año tras año y nos ha mostrado los hermosos alazanes que se
crían en ella, a Esteban y Eduardo, responsables del bar Guadalimar, y en fin a
Domingo Herreros, gran poeta amigo nuestro y antiguo alcalde de Villaverde de
Guadalimar, persona que nos comenzó a guiar altruistamente y sin interés alguno
por los caminos y sendas que antaño transitó Pernales.
Y como tantas letras tiene un sí como un no, no decimos más, porque más no
decir queremos, aunque sí queremos expresar a continuación, en unas pocas
palabras, lo que fue el recorrido de este año, que esperamos haya sido del agrado
de todos y del disgusto de ninguno.
He dicho.
Antonio Matea Martínez
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Cuando el Centro Excursionista de Albacete inició esta Ruta del Pernales en
2005, incluyó en la misma a algunas de las localidades que históricamente han
pertenecido a la Sierra de Alcaraz, como Cotillas, Bienservida, Vianos, Villaverde de
Guadalimar, Salobre y por supuesto la propia Alcaraz. Se trataba con ella de dar a
conocer los paisajes, leyendas, historia y demás valores culturales de estos
municipios albaceteños, y así realizar su promoción turística, animando a la gente
que no los conozca a que venga a conocerlos. Cotillas era el único de estos
municipios que quedaba por visitar, por lo que esta edición de la Ruta del Pernales
partió el día 1 de octubre de esta localidad.
Cotillas fue de Alcaraz tras su conquista a los moros y más tarde de los
Condes de Paredes de Nava, que tuvieron un mayorazgo en nuestra sierra
denominado Señorío de las Cinco Villas de la Sierra de Alcaraz. Este señorío tuvo
su origen tras la conquista de la villa de Huéscar en 1434 al reino nazarí de Granada
por Rodrigo Manrique, Comendador de Segura y Capitán Mayor de la Frontera, por
lo que el rey Juan II le concedió en premio, por medio de una Carta de Privilegio de
20 de diciembre de 1436 Matilla, Cenilla, El Pozo (Villapalacios), Robledillo
(Villarrobledo) y Balazot (Balazote), poblaciones que habían pertenecido al amplio
alfoz de Alcaraz desde su reconquista a los musulmanes. Dentro de esta donación
iban también incluidos 300 vasallos y una cantidad en metálico de 20.000
maravedís. Estos territorios, que se pueden considerar como el origen del Señorío
de las Cinco Villas, se vieron luego ampliados con la localidades de Villaverde de
Guadalimar y Bienservida, que, aunque no se sabe con certeza cómo se
incorporaron al señorío, se cree que Rodrigo Manrique las arrebataría a Alcaraz por
medio de las armas.
Pero a los pocos años de haber conseguido estos lugares, el I Conde de
Paredes tuvo que desprenderse de ellos ante los diversos problemas económicos y
políticos que le surgieron. Villarrobledo fue vendida en 1454 al Marqués de Villena,
Juan Pacheco, aunque posteriormente se independizó y en 1475 pasó a ser villa de
realengo. Balazote se vendió a Gonzalo de Tapia en 1461, Villapalacios fue
entregada al comendador Alvaro de Madrid y Bienservida fue cedida a Alfonso
Torres, caballero y criado de don Rodrigo. Cenilla y Matilla, dos lugares cercanos a
Villapalacios, se despoblaron y Villaverde se cedió igualmente, aunque se
desconoce a quien.
Rodrigo Manrique falleció en Ocaña el 11 de noviembre de 1476,
sucediéndole su hijo Pedro como II Conde de Paredes, quien heredó también el
título de Comendador de Segura. Enseguida quiso recuperar el señorío que había
perdido su padre y para ello compró las villas de Villapalacios, Bienservida y
Villaverde, incorporando también Cotillas y Riópar en 1477, aunque esta última
había sido conquistada al Marqués de Villena dos años antes. Con esta
incorporación de Riópar y Cotillas y la compra de Villapalacios, Bienservida y
Villaverde, quedaría configurado el Señorío de las Cinco Villas, que formaría parte
del Mayorazgo de Paredes hasta el siglo XVIII en que sería vendido al Conde de las
Navas de Amores.
Desde la población de Cotillas, tras tomar un café en el bar Sierra del Calar,
los casi cincuenta participantes de esta VII Ruta del Pernales comenzaron una lenta,
pero continua ascensión hacia el Calar del Mundo, que forma parte del Parque
Natural de los Calares del Mundo y la Sima. Este espacio fue declarado parque
natural por Ley 3/2005, de 5 de mayo y queda dentro de los términos municipales de
Cotillas, Molinicos, Riópar, Vianos, Villaverde del Guadalimar y Yeste. Contiene un
karst de extraordinario desarrollo y riqueza en formas, así como una gran diversidad
botánica y paisajística y sus ecosistemas presentan un excelente grado de
conservación, lo que le otorga una excepcional importancia desde el punto de vista
de la conservación del patrimonio geológico, la biodiversidad y el paisaje de CastillaLa Mancha.
Este Calar del Mundo es una gran
plataforma caliza con grandes paredes
verticales, de dirección NE-SO, de unos 20
Km. de longitud y una anchura que varía
entre los 3 y los 7 Km. Se desarrolla en el
sur de la comarca de Alcaraz, entre el río
Mundo y el río Tus, y su mayor altura es el
pico Argel de 1.694 m. de altitud. A lo largo
de sus más de 120 km2 de superficie
aparecen representadas multitud de formas
kársticas, originadas por la disolución de los
materiales calizos que forman esta montaña
y por los fenómenos atmosféricos, que le
han dado un aspecto extraordinariamente
fantástico.
De las formas kársticas externas destacan las más de 960 dolinas o torcas,
grandes embudos formados por la disolución del carbonato cálcico que constituye la
roca caliza por la acción del agua de lluvia. Estas dolinas se unen formando las
uvalas, que a su vez forman los poljés, que son formas superficiales de gran
evolución y tamaño y de máxima absorción kárstica. Existen tres poljés importantes
en el Calar del Mundo: la Cañada de los Mojones, la Fuente del Espino y el poljé de
la Laguna del Cortijo del Pocico.
Pero si los modelados kársticos externos son importantes, los internos no lo
son menos. Éstos se muestran en una amplia red de simas, grutas y galerías
recorridas, en algunos casos, por profundos arroyos subterráneos, como es el caso
de la cueva de Los Chorros, por donde el agua corre silenciosa hasta explotar
ruidosamente despeñándose por la pared norte del calar, produciendo el curioso
fenómeno del “Reventón” que se escucha en
todo el valle, en el que se han llegado a
contabilizar en alguna ocasión hasta 100.000
litros de agua por segundo. Otras cuevas
importantes son la cueva de la Pedorrilla, la
cueva del Estrecho, la cueva de las Grajas, o la
cueva del Farallón, en la que existe una amplia
representación de estalactitas y estalagmitas que
crean un paisaje subterráneo de increíble
belleza. Como sima destacable se puede citar la
sima del Barranco de los Pinos, que presenta un
recorrido vertical de más de 100 metros.
En cuanto a fauna están catalogadas 174
especies de vertebrados, de los que 6 son
peces, 8 anfibios, 17 reptiles, 109 aves y 34
mamíferos. Destacan el águila real, el águila
perdicera, el búho real, el halcón peregrino, el
buitre leonado, la cabra montés, el ciervo, el
muflón, el Jabalí, etc. En cuanto a invertebrados
se han catalogado más de 140 especies de interés, de los que hay que citar a la
Graellsia isabellae, o mariposa isabelina, el Saga pedo, tres especies de mantis, la
Cincidela campestris, la hormiga león, etc.
Existen dentro del parque natural unas 1.300 especies de flora vascular, dos
especies en peligro de extinción (Coincya rupestris y Sarcocapnos baetica), doce
vulnerables y veintidós de interés especial. Además hay 35 especies de árboles
silvestres y 135 plantas endémicas, es decir, que sólo crecen en este espacio
natural. Las especies botánica más destacadas del Parque Natural son la grasilla de
los Chorros, una pequeña planta carnívora, las arenarias, el pino salgareño, el
rodeno o resinero, el tejo, el arce, el quejigo, el fresno, el sauce y el melojo o rebollo.
Tras dejar la Torca de los Melojos, donde se han calculado que existen unos
6.000 ejemplares de roble melojo, se continuó hacia la Fuente de las Raigadas, uno
de los lugares más selváticos de este parque natural. Crecen también algunos
melojos, numerosos arces, quejigos, pinos salgareños de gran tamaño, tejos,
acebos y una importante colección de plantas arbustivas. También pudimos ver
algunos peonías, torviscos machos y numerosos eléboros fétidos o hierbas del
ballestero, plantas tóxicas que durante el medioevo eran utilizadas por los
ballesteros para untar la punta de sus flechas, para así matar más y mejor.
Por el arroyo de la Puerta se bajó hasta la carretera de Riópar a Siles,
continuando hasta el cortijo de Cueva Ahumada. Desde este punto dejamos la
carretera y seguimos hacia las Cabañas del Pernales y el Masegar, donde Valentín,
responsable de la finca, nos atendió muy amablemente, como todas las veces que lo
hemos visitado.
Desde esta finca del Masegar, dedicada sobre todo a la cría de caballos y
actividades cinegéticas, subimos en poco más de un cuarto de hora a la Cruz del
Pernales, donde se rindió un homenaje a este famoso bandolero estepeño.
Seguidamente se bajó a Villaverde por la pista forestal del Arroyo del Tejo, donde se
cenó en el bar pensión Guadalimar, un potaje de bacalao y unas chuletas de cordero
serrano. La noche la pasaron algunos en el Centro Cultural y otros en las Cabañas
Pinares del Guadalimar, en la Resinera de Cotillas o danzando y contando
chascarrillos en el pub hasta altas horas de la madrugada.
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Villaverde de Guadalimar está indisolublemente unida al nombre del Pernales,
famoso bandolero andaluz, muerto por la Guardia Civil el 31 de agosto de 1907 en
Las Morricas, dentro de su término municipal. Para Julio Caro Baroja, Francisco
Ríos González, Pernales, distinguido como caballista, fue el último bandolero
popular español, con cuya muerte comenzaron a correr los pliegos de cordel, que
dieron fe de su vida y su muerte como convenía a sus autores. Brujas echadoras de
cartas, damas enamoradas de la apostura del bandolero, una condesa –dice Baroja–
rieptos y desafíos, rasgos de generosidad increíbles, nada falta en la vida de
Francisco Ríos para hacerle émulo de los bandoleros más románticos, según su
historia.
La muerte de este bandolero estepeño
en las cercanías de Villaverde y la celebración
del centenario de su muerte en 2007, llevó al
Centro Excursionista de Albacete a la creación
de la Ruta del Pernales, en la que Villaverde
de Guadalimar es el principal de los municipios
recorridos. Participaron en ese proyecto, entre
otros, Gerardo González y Paco Noguero, por
parte del Centro Excursionista de Albacete, y
José García Lanciano por la Diputación
Provincial. El Consistorio de Villaverde decidió,
por su parte, crear el Museo del Pernales,
donde se podrá conocer un poco más de la
vida y leyenda de este bandido, que debe su
apodo a la dureza de sus sentimientos, que no
dudaba en mostrar con aquellos a los que
aligeraba de sus bienes, según cuenta
Florentino Hernández Girbal en sus escritos.
Sin embargo José María de Mena, en
su excelente obra sobre el bandolerismo “Los
últimos bandoleros”, dice que este apodo era
heredado de un abuelo suyo que vendía
“piedras
de
chispa”
de
contrabando,
pedernales, que servían para encender la
pólvora de las escopetas antiguamente.
El fenómeno del bandolerismo está muy unido a la historia de nuestro país,
aunque se le relaciona, sobre todo, con el final de la Guerra de la Independencia y la
invasión napoleónica de 1808.
¿Qué hay de verdad en la generosidad y romanticismo de los bandoleros?
¿Fueron héroes populares, defensores de las clases más débiles? ¿Todos se
echaron al monte por causa de algún agravio o injusticia?
Para el pueblo la figura del bandolero siempre tuvo un cariz romántico,
muestra de ello es el cariño que se siente por Pernales entre las gentes mayores de
la Sierra de Alcaraz. Para la plebe, los bandoleros eran hombres valerosos que se
echaban al monte para robar al rico y dar al pobre, héroes populares que se
apartaban de la sociedad para llevar una vida libre y montaraz. Aún a costa de saber
que su vida pendería de un hilo, y que en cualquier momento el disparo certero de
un guardia atajaría sus pasos por este mundo.
“Er cuerpo me güele a plomo
y er corazón a puñales,
y la sangre está en mis benas
rabiando porque no sale”.
Manuel Pérez Regordán, investigador y cronista de la ciudad gaditana de
Arcos de la Frontera, asesor histórico del Museo del Bandolero de Ronda, y autor de
la obra El bandolerismo andaluz, considera que hubo bandoleros y bandidos.
Bandolero era aquél que, en unión de varios, forma partida o cuadrilla, con la
finalidad de robar en caminos o despoblados, mientras que el bandido es el
delincuente que llamado a través de bandos, edictos o pregones elude su
comparecencia ante los jueces para dar cuenta de sus actos delictivos. El bandolero
nace de una situación política inestable o de una falta de seguridad social, de la que
se siente redentor para salvar a las clases deprimidas; de ahí viene la simpatía con
la que fueron acogidos por el pueblo.
Algunos bandoleros fueron famosos por su generosidad y otros por sus
actuaciones sanguinarias y malévolas, como Luis Muñoz García, conocido como el
Bizco del Borje, a quien no le temblaba la mano al dar muerte a sus víctimas. Este
bandido fue muerto a traición por un cortijero en 1889, que entregó su cadáver a los
miembros de la Guardia Civil, que simularon haberle dado muerte en un lugar
diferente. La casa de su nacimiento, un antiguo molino harinero, ha sido restaurada
y reconvertida en hotel rural, restaurante y museo.
Algo parecido recordamos de Ramón García Montes, antiguo carlista,
conocido como Roche, a quien mató la Guardia Civil, según la versión oficial, en la
Rambla de Maturras, cerca de Liétor. La versión popular dice, sin embargo, que fue
muerto por el guarda del Castillarejo, amigo suyo, para cobrar la recompensa que
por él se ofrecía. De Roche la gente que lo conoció hablaba siempre de su
generosidad y gentileza.
Como dice también Julio Caro Baroja en su “Ensayo sobre la literatura de
cordel”, hay bandidos y bandidos, que la tipología es demasiado abigarrada como
para poder generalizar.
Uno de los más famosos y más generosos bandoleros fue Diego Corriente,
ladrón de caballos padres, ajusticiado tras ser extraditado de Portugal, en un
proceso extrasumarísimo, el Viernes Santo día 30 de marzo de 1781, en la plaza de
San Francisco de Sevilla. Tras su muerte, su cuerpo fue llevado a la llamada Mesa
del Rey, donde fue hecho cuartos, que se colocaron en los caminos más concurridos
para escarmiento público.
Los Siete Niños de Écija, que fueron mucho más de siete y de otras muchas
localidades ajenas a Écija, comenzaron su vida bandolera tras haber luchado como
guerrilleros contra los franceses. Algunos de sus miembros fueron ejecutados en la
horca, otros en el garrote vil y otros más consiguieron esquivar a la justicia y
desaparecer para siempre.
José María Pelagio Hinojosa, llamado "el Tempranillo" porque empezó la vida
bandolera con tan sólo quince años, al parecer por cometer un crimen pasional, fue
ensalzado por algunos autores como un auténtico héroe legendario. Destacado por
su majeza en el vestir y por su caballerosidad con las damas, no perdía jamás las
buenas maneras y generosidad, con aquellas personas a las que aligeraba de sus
pertenencias.
El Rey de Sierra Morena fue el apodo que recibió de algún escritor, como
Prosper Merimée, que seguía contando sus crónicas en algún periódico francés
mucho tiempo después de muerto. Indultado por Fernando VII en agosto de 1832, se
convirtió en comandante de un escuadrón franco de Protección y Seguridad pública
de Andalucía, con el que luchó contra todos los bandoleros que no aceptaron el
indulto del rey. Pero un año más tarde, el día 23 de septiembre de 1833, "el
Tempranillo", cayó abatido a tiros de un antiguo compañero, "el Barberillo", quien le
disparó hiriéndole mortalmente, poniendo fin a su vida con 28 años.
Ya en el siglo XI, durante la dominación árabe, otro bandido famoso, el
Halcón Gris, había sido indultado por el rey poeta de Sevilla Al-Motamid, tras haber
llevado a cabo su ejecución de crucifixión, poniéndolo después al frente de una
guardia personal que custodiaba el alfoz de la ciudad. Cuentan que este bandido fue
detenido y condenado a morir en la cruz por agotamiento, por los numerosos delitos
cometidos contra la propiedad y contra la vida e integridad física de las personas.
Pero cuando estaba en la misma cruz, con su familia llorando su cercana muerte y
su miseria, por desaparecer para siempre su primer sustentador, acertó a pasar por
el lugar un trajinante montado en una mula con numerosas mercaderías.
El bandido desde la cruz fue capaz de convencer al trajinante para que se
introdujera en un pozo en busca de un supuesto tesoro, de manera que alentó a la
familia para que se llevasen las mercaderías y así pudiesen vivir durante un buen
tiempo. Llegada a noticias del rey esta “hazaña”, no dudó un momento en indultar y
curar de sus heridas a tan audaz maleante, a quien puso además al frente de una
guardia personal para custodiar los alfoces de la ciudad.
En el siglo XVI, Felipe II indultaría a la célebre banda de Pedro Machuca que
actuaba con 300 hombres desde la Sauceda de Ronda y contra la que había
enviado a don Gonzalo Argote de Molina.
Muestra de la repercusión de este suceso es
su presencia en el Coloquio de los perros de
Cervantes y en el Marcos de Obregón de
Vicente Espinel. Francisco Pacheco cuenta
cómo Argote de Molina gestionó, a petición de
Machuca, el perdón real y cómo, llegado el día
de San Juan, bajaron de la sierra los
bandoleros a encontrarse con las tropas reales
“i haziendo apunto sus salvas, los cogieron en
medio, i besando las manos a los juezes con
muestra de Obediencia i umildad, Caminaron
por entre muchos Arcos Triunfales a su Cueva
i asentandose por orden en sus gradas,
informó Argote en favor de los Delinquentes, i
el Alcalde leyó la Carta de Perdón general, de
parte CM Rei nuestro Señor. La cual oyeron
todos de rodillas, clamando viva el Rei Filipo”.
José Ulloa Navarro, Tragabuches,
gitano, matador de toros y contrabandista, tuvo
que huir a la Serranía de Ronda tras asesinar a
su mujer y al sacristán con quien la descubrió adornándole la cabeza con dos
apéndices no deseados. Cuentan que en 1814, para festejar el regreso a España de
Fernando VII, las autoridades de Málaga organizaron varios festejos taurinos, en uno
de los cuales se contrató a José Ulloa. Pero al salir de Ronda hacia Málaga, no
llevaba ni tres leguas de camino cuando tuvo la mala fortuna de caer del caballo y
fracturarse el brazo izquierdo, por lo que tuvo que regresar de nuevo a su pueblo.
Pero al llegar a casa de madrugada encontró a su mujer, La Nena, muy
nerviosa, por lo que sospechó que en la casa escondía a alguien. Al poco de iniciar
el registro encontró en una tinaja escondido a un sacristancillo, al que no dio tiempo
a salir del recipiente, pues allí le dio el pasaporte hacia la muerte. Después cogió a
La Nena y la arrojó por el balcón de la casa, por lo que una vez cometidas las dos
muertes no le quedó más remedio que huir a la serranía. El apodo de Tragabuches
le venía de su abuelo, que por una apuesta se había comido un borriquillo recién
nacido, un buche, que es como le llaman en Ronda.
Tragabuches empezó como bandolero con los Siete Niños de Écija, a las
órdenes de Juan Palomo, pero tras la desarticulación de la banda desapareció y
nunca se supo más de él. A Tragabuches se refiere la famosa copla flamenca
cantada por otro bandido compañero suyo, El Miños, al que ahorcaron el 13 de
noviembre de 1818:
“Una mujer fue la causa de mi perdición primera,
pues no hay perdición de hombres que de mujeres no venga”.
Otro bandido, que vivió a caballo entre los siglos XIX y XX, fue Francisco
Villaescusa Anuedo, nacido en la localidad gaditana de Zahara de la Sierra y
conocido como el Cristo. Cazador furtivo en sus inicios, tuvo que echarse al monte
tras dar muerte a un guardia civil que andaba enamoradizo de su madre y fue
famoso por los disfraces y engaños que empleaba en sus asaltos, todos ellos llenos
de originalidad. Cuentan que en una ocasión se disfrazó de obispo para robar a un
sacerdote rico de Arcos de la Frontera, a quien desplumó a pocos metros de un par
de carabineros.
Hasta dicen que fue capaz de simular su muerte y poner su nombre, auxiliado
por sus familiares y amigos, a un infeliz muerto en su pueblo, a quien pusieron las
ropas que solía usar el propio Francisco. De esta manera pudo tranquilamente
marcharse a Argentina con el nombre del muerto y volver con su familia pasados
unos años, cuando ya su verdadero nombre estaba desaparecido de la memoria de
la gente.
Jaime Alfonso el Barbudo fue un bandolero nacido en Crevillente en 1788,
que había participado también en la guerrilla contra las tropas napoleónicas.
Acabada la invasión francesa colaboró con Fernando VII en su lucha particular
contra los liberales, aunque este auxilio no impidió que acabase en el patíbulo en
aquella época en que el rey español daba golpes a “blancos y negros”, según la
copla popular. Los Hermanos fueron unos bandoleros de la sierra cordobesa de La
Cabrilla, que tomaban de los caminantes la justa mitad de los bienes que hallaban,
mientras en largos discursos les persuadían de la bondad de su sistema reformista.
Dicen que el Vizcaya, llamado así Manuel Ramírez, no porque fuera vizcaíno,
pues era natural de Estepa, sino porque era bizco, fue el mejor guardador de la
propiedad de los suyos. Un día aparecieron por el pueblo tres ladronzuelos
sevillanos, con intenciones claras de poner en práctica sus manejes de latrocinio, y
se dirigió a la fonda donde se alojaban y les dijo:
–Caballeros, too está pagao, y cuando acaben, que debe de ser muy pronto,
les aguardo en la puerta.
Al terminar les acompañó a la salida del pueblo y, tras identificarse, les dijo
que cogiesen la carretera de Sevilla sin volver la cabeza atrás.
El Vizcaya fue capturado en la feria de Baena en octubre de 1904, y desde
entonces el Vivillo asumió la dirección de su gente. Un año después, el 20 de
septiembre de 1905, daban el famoso golpe de la carretera de Villamartín,
cortándola durante la mitad del día y despojando a cuantos acertaron a circular en
este tiempo.
Hasta catorce causas tuvo abiertas el Vivillo en las audiencias de Sevilla y de
Córdoba, por las que fue juzgado tras su extradición de Argentina, adonde había
huido en busca de la tranquilidad que no encontraba en Estepa. Pero una tras otra
lograba las correspondientes absoluciones. Habilísimo en la preparación de la
coartada, jamás dio un golpe sin tenerla dispuesta.
El Vivillo fue famoso también porque actuó como picador de toros en la
cuadrilla de Antonio Moreno, “Morenito de Alcalá” en las plazas de Linares y Vista
Alegre de Madrid. Pero la suerte que había tenido esquivando a la justicia le faltó en
la de varas, por lo que tuvo que dejar muy pronto sus malhadadas habilidades
taurinas.
De Estepa y de la partida de José María el Tempranillo había sido Juan
Caballero, el Lero, que tras ser indultado en 1832, al igual que el famoso bandido de
Jauja, formó una tertulia en Estepa, en la que se dedicó a contar todas sus hazañas
como bandolero. Había nacido en 1804 y murió un martes de abril de 1885 con 81
años, tras recibir los últimos sacramentos en la cama. Persona muy supersticiosa, él
mismo había presagiado su muerte en martes, fue uno de los bandoleros que más
larga vida tuvo, siendo el único de los bandidos famosos que no acabó sus días en
la horca o asesinado en algún camino.
Hubo bandoleros de alta cuna, como Francisco de Huertas y Eslava, uno de
los jefes de la cuadrilla de los Berracos que procedía de noble linaje. Ajusticiado el
14 de noviembre de 1798, su familia gastó en la ornamentación del cadalso y en el
traslado del cadáver al cementerio cerca de 20.000 reales y repartió hasta 800
invitaciones para asistir al entierro.
La prensa nacional se esforzó en presentar a Francisco Flores Arocha,
abatido a tiros por la Guardia Civil el 31 de diciembre de 1932 en Mijadilla de la
Encina, a 35 kilómetros de Málaga, como el último bandolero andaluz. Pero otros
consideran que fue Juan Mingolla Gallardo, “Pasoslargos”, el último de los
bandoleros andaluces, muerto dos años después que el anterior.
Pasoslargos había comenzado su vida delictiva con la caza furtiva, como el
Cristo, y tras asesinar a un guarda y a su hijo, que lo habían denunciado a la
Guardia Civil, se hizo bandolero, desplumando a toda la gente que se topaba con él
en la Serranía de Ronda.
Detenido en agosto de 1916, pasó más de quince años en los presidios de
Figueras y el Puerto de Santa María, y fue indultado por el Gobierno de la II
República en 1932, aunque apenas en libertad cogió su escopeta y se echó de
nuevo al monte. El 17 de marzo de 1934 fue descubierto en su guarida por la
Guardia Civil, aunque prefirió morir con la escopeta en la mano antes que volver de
nuevo al frío y sucio penal del Puerto de Santa María.
Mejor quisiera estar muerto
que preso pa toa la vía
en este penal del Puerto,
Puerto de Santa María.
Pero el bandolerismo no fue una “vocación” exclusiva de los hombres, pues
hubo bandoleras famosas que también se echaron al monte por haber sufrido algún
agravio personal. Así cuentan que le ocurrió a la Serrana de la Vera, una mujer de
esta región extremeña de La Vera que fue deshonrada y se marginó de la ley para
tomar venganza en todos los hombres de aquél que la había agraviado. A todo
varón que capturaba dentro de sus dominios lo llevaba a su guarida y después de
amartelarse con él le daba terrible muerte y lo hacía desaparecer.
Con una flecha en sus hombros,
saltando de breña en breña,
salteaba en los caminos
los pasajeros que encuentra.
A su cueva los llevaba,
y después de estar en ella
hacia que la gozasen,
si no de grado, por fuerza.
Y después de todo aquesto,
usando de su fiereza,
a cuchillo los pasaba
porque no la descubrieran.
Otras crónicas hablan de “la Torralba”, que entre 1010 y 1811 capitaneaba
una cuadrilla de ladrones, que so pretexto de defender a Fernando VII, robaban y
mataban a cuantos viajeros caían en su poder. Dicen que era tan cruel que a todos
los jóvenes que citaba a divertirse con ella, les cortaba sus partes con un cuchillo,
disfrutando al ver cómo morían. Esta mujer, alta, rubia y bien parecida, fue
capturada por los franceses y fusilada en Lucena.
Las causas del bandolerismo son variadas y muchas veces contrapuestas,
según las digan unos u otros autores que analizan este fenómeno. Pero la mayor
parte de los mismos coinciden en que sus principales motivos fueron la existencia de
grandes latifundios y grandes despoblados en la Andalucía rural y la concentración
de la propiedad en unas pocas manos, mientras que grandes masas de campesinos
desposeídas de tierras padecían el hambre y la injusticia de aquellos que gozaban
del poder, del ocio y la riqueza.
Muchos bandoleros se echaron al monte por haber cometido algún crimen
pasional. Otros por vengarse de algún cacique u opresor o por injusticias sufridas de
las fuerzas del orden, que muchas veces actuaban al margen de la ley. Otros más
por sus pasiones exacerbadas que los impulsaba al delito, por el juego…. Pero para
muchos bandoleros la principal causa que los impulsó a su rebeldía social fue el
hambre.
¿Qué había de llevar a gentes a echarse al monte, a ponerse al margen de la
ley y arriesgarse a una muerte en la horca humillante, sino otra muerte peor de
inanición?
La pobreza y miseria de los campos andaluces del siglo XIX y principios del
XX impulsó a muchos campesinos a la rebeldía, para obtener la riqueza, el ocio y
poder que otros tenían. El bandolerismo fue una forma de reaccionar contra la
opresión del cacique, contra la injusticia de unos políticos que no pensaban en el
bienestar de las gentes humildes y contra unas fuerzas del orden que mantenían a
los poderosos en sus cetros, alejados y protegidos de los miserables campesinos y
trabajadores andaluces.
La existencia de partidas de bandoleros y la inseguridad que creaban en los
campos andaluces llevó a las autoridades a tomar drásticas medidas en su
persecución. Incluso algunas voces pedían a finales del siglo XIX la recuperación de
leyes ya olvidadas, que habían sido dictadas en tiempos de Felipe IV y recogidas en
la Novísima Recopilación de 1805. Estas leyes permitían el encartamiento de los
bandidos y secuestradores que, citados a comparecer ante el Consejo de Guerra,
dejaren de hacerlo en el término de 9 días, pasado el cual, serían declarados fuera
de la ley y sería permitido a toda persona prenderlos, ofenderlos y matarlos, sin
incurrir en pena alguna. Así se presentó una proposición de ley en el Congreso de
los Diputados en 1876 por el diputado de Málaga don Manuel Casado, que pretendía
restablecer esta pragmática de Felipe IV, aunque el proyecto fue rebatido por el
Ministro de Gracia y Justicia, el señor Martín Herrera, y rechazado por la cámara.
En cuanto a Francisco Ríos González, el Pernales forma ya parte de la
intrahistoria de Villaverde de Guadalimar, a cuyo nombre estará ligado para la
eternidad desde aquel 31 de agosto de 1907. Ese día Pernales y el Niño de Arahal,
llegaron a la provincia de Albacete, ambos vestidos a la manera andaluza, afeitados,
según el diario El país del martes 3 de septiembre de 1907, “con traje de pana color
café, con chaqueta corta estilo andaluz, faja negra, botas de campo nuevas
adquiridas en Cabra, calle de Sagasta y sobreros de fieltro color de ceniza claro”.
En Las Morricas, a vista del monte Padroncillo, dos guardias civiles
esperaban emboscados tras unas peñas a los bandidos sevillanos y de dos disparos
certeros pusieron fin a sus vidas.
¿Les dieron el alto los guardias y los bandidos respondieron disparando como
dice el informe del segundo teniente Juan Haro López, que comandaba la fuerza de
la Benemérita?
¿O simplemente les acribillaron a balazos, como dicen otros?
Sólo quedan los decires de la gente, el testimonio del informe del segundo
teniente de la Benemérita y las crónicas de los diarios de la época. Pero la muerte
trágica y violenta de Pernales, vestido, calzado y sin sacramentos, como debían
morir los valientes, según el saber de algunos autores, le llevó directo al mundo de la
leyenda, la leyenda del bandido generoso que robaba a los ricos para dar a los
pobres.
Y ahí se acabó la historia.
O tal vez no, pues algunos estepeños que fueron llamados a Alcaraz para
identificar el cadáver del bandido y que afirmaron o dudaron ante las autoridades o
fuerzas del orden público que el muerto expuesto ante sus miradas era el celebre
bandido estepeño, atribuyeron más tarde su declaración al producto de su miedo, y
afirmaron, esta vez sin duda alguna, ante sus paisanos que no era él, que no era de
Pernales aquel cuerpo, ya casi descompuesto, que les mostraron. Incluso alguno de
esos testigos afirmó que al Pernales le faltaba el lóbulo de la oreja izquierda, y él
pudo cerciorarse de la integridad de los dos pabellones auriculares del cadáver de
Alcaraz.
Se cuenta que aprovechando la amistad que tenía con Antonio Fuentes, el
torero, se fue con él a Méjico, oculto con su cuadrilla, donde el bandido murió,
víctima de una pulmonía. Y la escena de Alcaraz se atribuye en el pueblo a un
simulacro preparado por la Guardia Civil, para evitar una amenaza de disolución
ante sus repetidos fracasos.
En las coplas populares el nombre del estepeño permanecerá ad eternum,
por los siglos de los siglos, junto a los más famosos bandoleros andaluces. Su
leyenda se seguirá guardando en los rincones de la sierra, como un bandido
generoso que luchó contra la opresión de un pueblo explotado, cuya lucha cotidiana
era por sobrevivir y buscar algo con lo que impedir su muerte de hambre.
Estando Diego Corriente
con el caballo calzado,
su hembra en el pensamiento,
con el trabuco en la mano:
-Sígueme, Luis Candelas,
sígueme por mis pasos,
que vamos a la serranía,
con el trabuco en la mano.
¿Dónde está José María,
José María el Tempranillo?
Francisco Ríos Pernales
que venga con el Vivillo.
Vamos a los cortijos,
vamos todos sin parar
a esa gente egoísta
que come sin trabajar
a costa de los obreros,
que los quieren maltratar.
En cuanto a la segunda jornada de la VII Ruta del Pernales, poco que contar y
no mucho que decir. El día amaneció bueno, aunque no para todos, sobre todo los
que anduvieron hasta últimas horas de la noche en el pub, la ascensión a Los
Picarazos fue tranquila y el descenso por la senda abierta por el Club BTT
Guadalimar sosegado, disfrutando de las increíbles vistas que se abren en el valle
del arroyo del Tejo, uno de los arroyos que forman el río Guadalimar.
Llegamos a las ruinas del viejo convento de San Francisco casi a las dos de
la tarde, casi para llegar a tiempo a la comida preparada por José Antonio, Ángel y,
sobre todo, María, Sara y Mari Carmen, por lo que no pudimos entretenerrnos
mucho tiempo en contar cómo y por qué se construyó este convento, cosa que
haremos aquí. El Conde de Paredes, señor de las Cinco Villas de la Sierra de
Alcaraz, como ya dijimos antes, se encargaba de la administración y gobierno del
señorío, de ejercer la justicia y de recaudar los impuestos, aunque ante la
imposibilidad de realizar directamente esta labor en todos ellos nombraba un
Gobernador o Alcalde Mayor que realizaba las funciones de gobierno, en el caso de
las Cinco Villas, desde Villapalacios, cabeza del señorío.
También participó en la construcción o restauración de los castillos y ermitas
de las diferentes poblaciones u otros edificios notables, como este convento de los
Franciscanos de Villaverde de Guadalimar. Para la fundación de este convento, en
las afueras de Villaverde, el II Conde de Paredes, Pedro Manrique, obtuvo del Papa
Sixto IV una bula en el año 1477, imitando el ejemplo de su abuelo, el Adelantado de
León, que había hecho lo mismo en la población de Paredes de Nava. Este
convento, que se llamó de Nuestra Señora del Corpus Christi, fue reedificado de
nuevo en 1578 por don Luis Manrique, Capellán Mayor de Felipe II y nieto del II
Conde de Paredes, quien cedió el patronato en testamento a los condes de Paredes.
Con el tiempo este convento se abandonó y más tarde cayó en la ruina y en el
olvido. Las últimas piedras que quedaban se las llevaron para construir algunos
muros en el pueblo, aunque se salvaron un par de lienzos de pared que siguen en
pie. También quedan un par de arcos en sillería por encima de la acequia que
abastecía de agua al convento.
El compango en el antiguo bar del teleclub consistió en unos entrantes, una
caldereta de la vaquilla de las fiestas y una paella, cocinada con mucho arte y estilo,
de los que dimos cuenta sin mucho diletantismo. Asistieron a la comida la primera
autoridad de Villaverde de Guadalimar, Félix García, Domingo Herreros, amigo de El
Bellotar, que también fue alcalde durante muchos años, Valentín Sánchez, guarda
del Masegar, y nuestros amigos Lola y Ramón, que llegaron desde Albacete para
pasar un rato con nosotros.
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