La Genealogía Humana según Darwin Darwin tomó de la geología, algunas de las pruebas del origen natural del hombre, utilizando los testimonios de aquélla sobre la historia de la Tierra y el desarrollo de la vida en ésta. En este respecto tuvieron una gran importancia las obras de Lyell, aun cuando éste tardó bastante en reconocer la gran antigüedad de la especie humana. En cuanto a los antiguos seres humanos, los antropólogos de la época de Darwin ya disponían de algunos vestigios fósiles de los mismos. Se trataba del cráneo de Gibraltar, la bóveda craneana de Neandertal y la mandíbula inferior de la Naulette. Las peculiaridades morfológicas de estos fósiles ponían de manifiesto la existencia de un grupo especial de seres antiguos con un tipo primitivo de estructura. De no menor importancia eran los entonces y abundantes hallazgos arqueológicos de utensilios de piedra, descubiertos por ese entonces y cuya gran antigüedad había sido demostrada en Francia por Jacques Boucher de Perthes. Estos hallazgos debilitaron grandemente las posiciones de los creacionistas, quienes no admitían una antigüedad del hombre en la Tierra superior a los seis o siete mil años. Darwin tomó de la anatomía y fisiología comparadas otras pruebas, mediante las cuales fue posible comprender los rasgos de semejanza y diferencia de los organismos por su forma, estructura, funciones y desarrollo. La ciencia que trata del desarrollo del embrión --la embriología--, le facilitó datos importantísimos que demostraban la semejanza del hombre con los animales. Darwin recurrió también a los aportes de la taxonomía, que clasifica todos los organismos, actuales o fósiles, por su grado de semejanza y determina la presencia o ausencia de afinidad entre sus diversos grupos. Pero esto es sólo posible merced a la paleontología, que estudia los fósiles de animales y plantas, su distribución y desarrollo. Los datos que facilitan estas ciencias, así como también los de la zoología, parasitología, patología y psicología, una vez que fueron agrupados por Darwin, le permitieron a éste afirmar con toda seguridad que los antepasados inmediatos del hombre habían sido monos fósiles de la Era Terciara, habitantes de las regiones tropicales del Viejo Mundo. "Los simios, escribe Darwin, se dividieron entonces en dos grandes ramas: los monos del Nuevo Mundo y los del Viejo, de últimos surgió, en un remoto, el Hombre, maravilla y gloria del Universo". Según Darwin, nuestros antepasados, los monos vivían en manadas en los árboles, sus orejas eran puntiagudas, estaban cubiertos de pelo, ambos sexos tenían barba. Evidentemente, se trataba de monos inferiores y primitivos. Los antecesores más inmediatos, señala Darwin, fueron monos antropomorfos. Entre los antropoides fósiles que él conocía menciona al antropoides fósiles que él conocía menciona al driopiteco. En virtud de cambios en las condiciones naturales, en particular la disminución de la superficie boscosa, estos antepasados nuestros, los antropoides extinguidos, en busca de sustento se vieron obligados a pasar de los árboles al suelo, en zonas donde los bosques alteraban con las llanuras, más tarde habitaron lugares completamente desprovistos de bosques. Estos cambios radicales no pudieron menos de reflejarse en la forma de desplazamiento: el andar semicuadrúpedo-semibípedo fue sustituido por la locomoción bípeda. Esto, claro está, fue un proceso muy largo, pero aparejó el importante resultado de que las manos se liberaron de su función de apoyo o sostén del peso del cuerpo durante los desplazamientos. El hombre sólo pudo provenir de un animal de andar erguido, cuyas manos estuvieran libres y de cerebro altamente desarrollado. Al continuar perfeccionándose, el hombre llegó a ocupar el primer puesto entre todos los seres. Merced a sus notables facultades intelectuales, escribe Darwin, nuestros antepasados pudieron comenzar a elaborar instrumentos y a emplear el leguaje articulado; de este modo adquirieron poder sobre la naturaleza. Todo el desarrollo ulterior de la ciencia ha confirmado la exactitud de la tesis darviniana acerca del origen del hombre a partir de los antropoides fósiles. Pero éstos sólo fueron los antepasados inmediatos del hombre. Si retrocedemos más y más encontraremos entre los antecesores del hombre a los monos inferiores, los prosimios, mamíferos inferiores placentarios, los marsupiales primitivos, monotremas, reptiles, anfibios, dipnoos, peces ganoideos, cordados primitivos como la lanceta (Amphioxus lanceolatus) y, finalmente el invertebrado del que derivaron ésta y las ascidias. El cigoto humano recapitula, en cierto modo, este estadio de la evolución filogénica. Durante su desarrollo ontogénico, el hombre parece repetir, abreviadamente, el desarrollo histórico de sus antepasados. Darwin, ya en 1844, había hecho una serie de observaciones muy profundas acerca de la conexión entre ontogenia y filogenia, vemos en ellas una anticipación a la llamada ley biogenética de Müller y Haeckel. Otro sabio Alemán, el descollante darvinista Ernst Haeckel, desarrolló el problema y formuló en 1868 su famosa "ley biogenética fundamental". Según Haeckel "la ontogenia es una recapitulación rápida y breve de la filogenia, determinada por las funciones fisiológicas de la herencia (reproducción) y de la adaptación (nutrición). El individuo orgánico repite, en el transcurso rápido y breve de su desarrollo, los más importantes de los cambios que, con arreglo a las leyes de la herencia y la adaptación, experimentaros sus antepasados en el curso lento y prolongado de su desarrollo paleontológico". Alexéi Nikoláievich Siévertsov, señaló que el desarrollo del embrión de un vertebrado moderno indica no tanto cuáles fueron las formas adultas de los antecesores de los vertebrados, sino más bien cuáles fueron sus formas embrionarias, ya que en la estructura de un cuerpo muchas variaciones esenciales, de carácter hereditario, acechen durante el desarrollo embrionario y se reflejan en la estructura de las formas adultas en las generaciones siguientes. No obstante, es indudable que el estudio de las formas embrionarias nos permite también apreciar una serie de peculiaridades estructurales de las formas adultas precedentes, tanto más cuando que la reproducción y transmisión de los caracteres ocurre a través de las formas adultas y no de los embriones. La ontogenia humana comienza con el óvulo. Una vez fecundado por el espermatozoide y fijado a la pared de la matriz, el cigoto es ya en sí un embrión primitivo del hombre. Aquí continúa produciéndose el proceso de segmentación en células hijas ya iniciado en la trompa de Falopio (donde generalmente se produce la fecundación). En las etapas iníciales del desarrollo embrionario, el proceso de división se asemeja al del surgimiento de los animales pluricelulares a partir de los unicelulares, ocurrido, posiblemente, ya en la Era Proterozoica: en todo caso en los estratos de la corteza terrestre correspondientes a final de esa era y que se sedimentaron hace unos quinientos millones de años, los científicos encuentran vestigios de los principales tipos de los invertebrados. Las primeras fases del desenvolvimiento embrionario de los monos se conocen mejor que las del hombre. En los macacos, por ejemplo, Adolf Schultz estudió embriones en la etapa en que tenían muy pocas células, y llegó a observar la segmentación hasta la fase de ocho blastómeros. Las primeras etapas de la segmentación del cigoto humano se han conocido hace muy poco: en 1954, Hertig, Rock, Adams y Milligan (EE.UU.) estudiaron cuatro cigotos de 2, 12, 58, y 99 blastómeros. Los embriones humanos de cinco o seis poseen ya segmentos mesodérmicos. La segmentación en la estructura del sistema muscular del embrión humano pone de manifiesto la etapa de los procordados, de la cual ha heredado, también, el notocordio, rudimentos renales primarios (riñones delanteros) y vestigios del rabo. Cuando cuentan con unas pocas semanas, los embriones del hombre y de los demás mamíferos muestran muchos rasgos de semejanza con los peces. El sistema circulatorio es análogo al característico de los peces: corazón de dos cavidades, arteria caudal, vasos sanguíneos similares los seis arcos aórticos que conducen a los arcos branquiales. A esto se suman la forma general del cuerpo embrionario, el rabo, las hendeduras branquiales y una prolongación filiforme de la parte inferior de la médula espinal. Todo esto nos lleva a la convicción de que entre los antepasados más antiguos del hombre y de los demás vertebrados superiores se contaban los peces. Algunas peculiaridades específicas de la " etapa íctica" del desarrollo pueden manifestarse en el hombre bajo la forma de atavismos, como las fístulas cervicales, que se comunican con la faringe. En esta fase temprana, el encéfalo humano posee todavía una estructura muy primitiva, al igual que en los demás vertebrados. La epífisis es un órgano que desde el punto de vista de la filogenia, está estrechamente vinculado a otro, a saber, el ojo pineal. Este puede captar los rayos luminosos, en ciertos vertebrados actuales se desarrolla como un órgano en los impares. Entre los ciclóstomos se le encuentra en las lampreas, y entre los reptiles, en los esfeno dones (arterias). En los cráneos de la mayoría de los peces antiguos, anfibios y reptiles fósiles, se observa el orificio correspondiente al ojo pineal. Esto nos permite suponer, también que en nuestros lejanos antepasados, los vertebrados inferiores. Mayor interés aun presenta la hipófisis. A juzgar por la estructura de este órgano en los ciclóstomos (especialmente en los mixínidos, en los cuales un extremo del conducto de la hipófisis comunica con el exterior mediante un orificio en la cabeza, delante de los ojos, y en el extremo desemboca en el intestino). La hipófisis está íntimamente relacionada con el segmento craneal del tuvo digestivo (incluyendo la cavidad bucal) y el sistema branquial: su parte anterior es una derivación de un saliente de la cavidad bucal primaria. Anteriormente se consideraba que la hipófisis y la epífisis eran órganos sumamente misteriosos, en su época, Descartes llegó a suponer que la epífisis era el asiento del alma, en la actualidad estos antiquísimos órganos han experimentado una intensa transformación y en la actualidad son glándulas de secreción interna. Las peculiaridades de su desarrollo en el hombre ponen de manifiesto la afinidad de éste con los vertebrados más simples. ¿Qué ha heredado el hombre de la etapa de los anfibios? En opinión de algunos investigadores, deben atribuirse a este estadio las membranas natatorias que se desarrollan entre los dedos del embrión humano. Los tendones de los músculos rectos, en la parte inferior de la pared del abdomen, han sido heredados de los anfibios. También de ellos procede la arteria isquiática (rama de la arteria glútea inferior). Los hallazgos de un hueso central libre en el carpo de algunos adultos constituyen, ejemplos de regresión al tipo de estructura de nuestros antepasados anfibios. En la región olfatoria, el hombre ha heredado de los anfibios un divertículo, el órgano de Jacobson, que desarrolla hacia el quinto mes de vida uterina, en forma de conducto que conecta las cavidades nasal y bucal, aun cuando este órgano se reduce el término del desarrollo fetal, se le puede apreciar en el hombre adulto, bajo la forma de un corto y pequeño conducto ciego al que se fijan las terminaciones de unos nervios especiales. El órgano de Jacobson presenta un considerable desarrollo en los rumiantes. Finalmente, el hombre ha heredado también de los antiguos anfibios un vestigio de la membrana nictitante, en forma del llamado pliegue semilunar o carúncula lagrimal en el ángulo interno del ojo. Este pliegue corresponde a la membrana nictitante, perfectamente desarrollada en los anfibios, reptiles y aves actuales, que también se presenta en algunos peces. En la mayor parte de estos mamíferos esta membrana se ha reducido considerablemente, ante todo en los cetáceos y la mayor parte de los primates, pero está muy desarrollada en otros, como por ejemplo los conejos, gatos y algunos monos. El hombre también heredó de sus antepasados reptinianos algunos rasgos que se manifiestan más claramente en el feto de pocos meses, por ejemplo en el desenvolvimiento del encéfalo y en la estructura y característica de las extremidades. En el embrión, además el cartílago de Merckel forma parte del primer arco branquial, el cual posteriormente se transforma en la mandíbula inferior. Más tarde este cartílago, al igual que en todos los mamíferos, origina dos huesillos del oído, a saber, el martillo y el yunque. En cambio en nuestros antepasados, el cartílago de Meckel, después de pasar por un proceso de osificación, formaba un eslabón intermedio del complejo enlace entre el maxilar inferior y el cráneo, lo que todavía se observa en los reptiles actuales. El tercer huesillo del oído (el estribo), que surge del arco branquial sublingual (hioideo), existe actualmente, bajo una u otra forma, en los anfibios y reptiles. La distribución del vello (lanugo) en el cuerpo del feto, por grupos de tres o cinco unidades, corresponde en cierta medida a la forma en que estaban situadas las escamas en la piel de los antiguos reptiles, antepasados de los mamíferos. Finalmente, la peculiaridad fisiológica consistente en una débil regulación térmica en el cuerpo del recién nacido (y en los niños hasta los cinco años), puede también deberse a que nuestros antepasados derivaron de animales de un tipo intermedio, transicional entre reptiles y los mamíferos. Estos animales poseían meramente un rudimentario mecanismo neurovascular, regulador del desarrollo y distribución de energía térmica en el organismo. Entre los antepasados más tardíos del hombre, se cuentan diversos mamíferos extinguidos, como lo pone de manifiesto una gran cantidad de hechos. El cerebro del feto humano, en las fases tempranas de su desarrollo, recuerda estrechamente, por su superficie lisa y estructura primitiva, al cerebro de los mamíferos inferiores actuales (según todas las posibilidades, el hombre ha heredado de una forma mesozoica estas características). Otros rasgos primitivos que se ponen de manifiesto en la ontogenia del hombre, también revelan la afinidad entre éste y los mamíferos inferiores. Por ejemplo, en el embrión humano aparecen, a las seis semanas, varios pares de glándulas mamarias rudimentarias. Por todo el cuerpo (a excepción de las palmas de las manos y las plantas de los pies) se desarrolla un vello bastante espeso, aunque corto: el llamado lanugo. En el velo del paladar se forman prominencias apreciables, muy señaladas, que son sumamente características de los monos, los carnívoros y otros mamíferos. En el embrión de seis a doce semanas, la región caudal es claramente manifiesta. En ella se puede descubrir la parte terminal de la espina dorsal embrionaria, con ocho o nueve rudimentos de vértebras. Al finalizar este período, la región externa de la cola se reduce, se atrofia. En el sector interno de la región En sector interno de la región coccígea quedan de 6 a 2 vértebras - las vértebras coccígeas-- que por lo general están soldadas entre sí formando el coxis; este hueso, en los seres humanos jóvenes, comúnmente no está soldado al sacro. Estos tres últimos rasgos, junto con algunos otros también heredados de nuestros antepasados mamíferos, sólo excepcionalmente se conservan y desarrollan en individuos adultos, constituyendo casos de atavismo. Esta cuenta, por ejemplo, la ausencia, en muchos fetos humano, del hélix (reborde del pabellón de la oreja). Algunos adultos conservan la forma puntiaguda de la oreja, llamada oreja de macaco. Esta forma del pabellón de la oreja es propia de los fetos humanos a los cinco o seis meses de desarrollo, y se hereda, evidentemente, de los monos inferiores fósiles, similares a los macacos actuales y uno de los eslabones de nuestra genealogía. Cuando el hélix no es completo, la piel forma en su sector externo superior una pequeña prominencia, la "prominencia de Darwin". Entre los atavismos de la etapa de los mamíferos se cuentan también los siguientes: un fuerte desarrollo de los músculos d la oreja en algunos individuos, lo que le permite moverla; el desarrollo de los ventrículos de la laringe (ventrículos de Morgagni) a una profundidad de más de un centímetro; pares supernumerarios de glándulas mamarias o de pezones; rudimentos de dientes superfluos; vellosidad excesiva en el cuerpo y la cara; rabo rudimentario. Todos los seres humanos poseen el apéndice vermiforme del intestino ciego, o apéndice, simplemente; este órgano rudimentario es testimonio irrefutable de que nuestros antepasados de la etapa de los mamíferos inferiores poseían un intestino ciego bastante largo. En algunos mamíferos actuales, como, por ejemplo, los roedores y ungulados, en el intestino ciego ocurre un intenso proceso digestivo. El apéndice es sólo uno de los numerosos órganos rudimentarios del cuerpo humano. Una notable característica de estos vestigios u órganos rudimentarios es la gran variabilidad de su forma, dimensiones y estructura. Así, aunque el apéndice del hombre tiene una longitud media 8 ó 9 cm., alcanza a veces los 20 ó 25 cm., como en los monos antropomorfos; otras veces tiene dimensiones muy reducidas, de 1 a 2 cm., y en casos rarísimos no existe. El apéndice vermiforme es muy rico en tejido linfoideo, ante todo en los individuos jóvenes, y corresponde seguramente a cierto sector del intestino ciego de otros mamíferos que carecen de apéndice; posiblemente cumpla alguna función aún desconocida. Se puede afirmar que los antepasados de los seres humanos, en el curso de la evolución, perdieron total o parcialmente los siguientes rasgos: la extrema sensibilidad olfatoria, la capa de pelo que recubría el cuerpo, la casi totalidad de los músculos dérmicos, el rabo, el carácter prensil de los pies, aquellos rasgos de la mandíbula y el intestino vinculados al género herbívoro de vida, los sacos laríngeos, el útero bicorne, la oreja puntiaguda. A consecuencia de la disminución del número de crías por preñez, se redujo la mayor parte de glándulas mamarias en las hembras de los antepasados inmediatos del hombre, prosimios y simios; esta reducción según Darwin, se transmitió también a los machos de estos animales. Resulta sorprendente, en los seres humanos recién nacidos, la extraordinaria capacidad prensil de las manos. Esta peculiaridad constituye una prueba indirecta de que el hombre desciende de animales arborícolas, y pone de manifiesto la etapa símica de la genealogía humana. Hay que tener presente que las crías de la mayoría de los mamíferos se agarran prensilmente por el vello al cuerpo de la madre. Gran importancia tenían, para Darwin, las pruebas de la afinidad entre el hombre y los animales tomadas de la patología y parasitología comparadas. Nos limitaremos a referirnos tan sólo a una de las pruebas que la parasitología moderna aporta en favor de la teoría darviniana: dieciocho especies de protozoarios de las veinticinco que parasitan a los monos, han sido encontradas también en el hombre, pero no en los demás mamíferos. En vísperas de la publicación de la obra de Darwin, Engels señalaba la gran importancia que tiene el estudio de la fisiología humana y animal para confirmar la concepción materialista relativa al origen del hombre y a su lugar en la naturaleza. El escribía: "De cualquier modo que se mire, al estudiar la fisiología comparada se comienza a sentir el desprecio más absoluto por el ensalzamiento idealista del hombre frente a los demás animales. A cada paso uno se tropieza con la más completa coincidencia estructural con los mamíferos restantes; en sus rasgos generales, esta coincidencia se observa en todos los vertebrados y hasta < en forma más encubierta> en los insectos, crustáceos, tenias, etc... El asunto hegeliano del salto cualitativo en la serie cuantitativa se presenta, también aquí, con mucha belleza. Darwin prestó mucha atención a la demostración de la identidad filogénica de las emociones y del modo de expresarlas; le dedicó una obra especial estrechamente ligada al "Origen del hombre". En su trabajo " La expresión de las emociones en el hombre y los animales", demostró convincentemente que, por los rasgos de la actividad psíquica elemental y por el modo de expresar las emociones, el hombre está, sin duda relacionado genéticamente con los monos. Otra importante conclusión darviniana fue la inexistencia de diferencias psíquicas entre las razas humanas. El estudio de hechos de esta naturaleza, junto con el de los rudimentos y atavismos, llevó a Darwin a la convicción de que el hombre tenía una extensa genealogía, cuyos orígenes coincidían con los del reino animal, y de que el último eslabón anterior a los primeros hombres había estado constituido por antropoides fósiles. Para determinar las últimas etapas de la genealogía humana, Darwin sólo pudo basarse en muy pocos vestigios óseos de mamíferos fósiles (incluidos monos). A pesar de ello, establecido en forma bastante exacta las etapas generales en la evolución de nuestros antepasados más próximos, a los simios. Señalo también los rasgos principales del desarrollo de la postura erecta en el hombre a partir de los antropoides fósiles del terciario superior, nuestros predecesores directos. Darwin procuró hallar las causas del surgimiento de la postura erguida, supuso que habría tenido una gran importancia el cambio en la nutrición de nuestros antepasados, cuando éstos, en busca de alimentos, comenzaron a abandonar los árboles y frecuentar cada vez más el suelo. Pero señala Darwin, probablemente existieron otras causas que los obligaron a cambiar el modo de vida arbóreo por el terrestre y a adoptar la locomoción bípeda en el campo abierto. La transición del simio al hombre fue facilitada, según Darwin, por la existencia de diversas peculiaridades tales como el encéfalo sumamente desarrollado y a la diferenciación entre las extremidades anteriores y las posteriores (las primeras ya se habían transformado en órganos especializados para agarrarse de las ramas, coger frutos y otros objetos, mientras que las segundas habían pasado a ejercer, primordialmente, la función de sostén). La postura erguida, el elevado desarrollo intelectual y el instinto gregario facilitaron grandemente, afirma Darwin, la invención de herramientas, la aparición del lenguaje articulado y de los procedimientos de obtener el fuego, y todo esto a su vez, en el curso de su ulterior, desarrollo, situó al hombre a un nivel inconmensurablemente más elevado sobre los demás animales. Darwin consideraba que nuestros antepasados, al descender de los árboles durante el transcurso d e la lucha por la existencia, tuvieron que comenzar a desplazarse por sobre sus cuatro extremidades (como sucedió con los antepasados de los cinocéfalos). En relación con esto es interesante la opinión de Arthur Keith, quien sostiene que nuestros predecesores arborícolas desarrollaron un tipo especial de locomoción, consistente en apoyar las plantas de los pies sobre las ramas inferiores de los árboles, más gruesas y horizontales, mientras las manos se aferraban a las ramas más altas. Este modo de desplazamiento pudo favorecer la transformación de nuestros antepasados en bípedos, al trasladarse al suelo. A propuesta de Keith, este tipo de locomoción por las ramas ha sido denominado curación. Tan sólo el hombre se convirtió en bípedo, escribe Darwin; esto se debió a que las manos y pies de sus antepasados -- los monos--, ya se habían diferenciado en distintas direcciones cuando aún habitaban en los árboles. A su vez, el andar erguido aparejó, inevitablemente, el que se intensificase el proceso de diferenciación de las extremidades, durante el cual el pie del simio, con su función en parte de apoyo, se transformó en el pie humano, útil exclusivamente como apoyo. ¿Qué factores biológicos coadyuvaron a la transformación del mono en el hombre? Según Darwin, los principales fueron la selección natural, la influencia del ejercicio y no ejercicio y la selección sexual, a los que ha de agarrarse la variabilidad, las influencias del medio, la reproducción, la herencia, las variaciones correlativas y otros factores aún desconocidos. Como biólogo, Darwin pudo enfocar el origen del hombre preferentemente desde el punto de vista de las leyes biológicas, con particularidad de que exageraba su papel e importancia. Si bien ponía de relieve la enorme diferencia que existe entre el hombre y el antropoide, no pudo llegar a una visión clara de la antropogenia como algo esencialmente diferente de la evolución biológica de los monos y demás animales. Al interpretar este proceso como una transformación gradual del mono en hombre, Darwin no trazó con suficiente precisión la frontera entre el antepasado símico y el primer hombre, establecida por la aparición de las formas más antiguas de trabajo. Darwin intentó incluir consideraciones de carácter social en su explicación de cómo evolucionó el hombre. Concedió un lugar de privilegio, por ejemplo, al análisis de la influencia de los hábitos sociales humanos sobre el desarrollo del sentido moral y del deber, así como de otras muchas cualidades características del hombre. No obstante, prisionero de las concepciones burguesas acerca del desarrollo de la sociedad, no pudo valorar acertadamente la influencia de los factores sociales y se mantuvo muy distante de la teoría del papel del trabajo en la transformación de la antropogenia. Los obvios defectos en la solución de Darwin al problema de la antropogenia no pueden disminuir en nada la importancia enorme de sus dos libros clásicos consagrados a este tema. Darwin traza en rasgos generales la extraordinariamente extensa genealogía humana, cuyo último eslabón fueron los antropoides fósiles, altamente desarrollados, al final del terciario superior. El estudio de sus parientes actuales nos permitirá hacer revivir en nuestra imaginación los simios fósiles, juzgar acerca de su estructura y peculiaridades biológicas, de su modo de vivir, desplazarse y nutrirse. De este modo será más fácil saber cómo fueron los antepasados inmediatos del hombre. Al mismo tiempo, podremos responder a la pregunta de por qué sólo una especie de antropoides dio origen a la humanidad, mientras que centenares de otras especies simiescas no pudieron transformarse en hombres.