Leyendas de Xalapa

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Leyendas de Xalapa
Dr. Gustavo A. Rodríguez y Sáinz
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UMBRAL.
En un viejo cofre arrinconado dentro de humilde
casucha, al abrirlo casualmente, nos encontramos guardados
en su fondo, en medio de otros objetos inútiles, un tubo de
hojalata ya enmohecido, conteniendo enrollados manuscritos
casi ilegibles y apolillados y faltándoles partículas, por el
“Cronos” inclemente. Tales pergaminos amarillentos y
entintados por manos sapientes ¿pertenecían a Julio Zárate, a
Manuel Rivera Cambas, a José María Roa Bárcena, triángulo
luminoso de historiadores xalapeños?¿a literatos de la talla
de José María Esteva, Eduardo Zárate o del propio Roa
Bárcena, que también era poeta? ¿Quién sabe? Mas, de todos
modos, nos creemos obligados a darlos a la luz pública YA
QUE ALGUNA FUERZA DESCONOCIDA, ora llámese
DIOS o NATURALEZA, nos señaló tal cosa, al elegirnos
para hallarlos en el fondo de la vetusta arca.
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Algún psiquiatra, conocedor profundo del alma
humana, que estudiara psico gramáticamente estos escritos,
sin vacilar afirmaría que la persona que los estampó en albo
papel era sin duda un “ANORMAL”, maravilloso y sublime.
Escritas estas palabras prologantes, dimos manos a la
obra, reconstruyendo, no sin esfuerzos, algunas frases o
vocablos, adivinando otros, pero siempre procurando
conservar el sentido y “el encanto de las cosas viejas”, como
dijera un poeta de esta ciudad encantadora.
El título de los manuscritos es puesto por nosotros, que
las tales narraciones no las tenían, por lo que pedimos
perdón a nuestros lectores, y válganos para disculpa nuestra,
lo que expresara el Divino Dante: “Válgame el gran estudio
y el gran amor”.
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Xalapa-Enríquez, Veracruz-Llave, 1948
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CALLE DE ROJANO,
ANTES “CALLEJÓN DEL PERRO”.
Sólo tres animales: dos racionales y uno irracional,
aunque éste con más sentimientos y alma que los dos
primeros, al decir de algunos sabios, habitaban una antigua
casucha del “Callejón del Perro”, hoy Calle de Rojano, en
memoria de uno de los combatientes en la invasión
Norteamericana del 47.
La mujer, una completa dama: virtud, laboriosidad,
decencia y, más que estas brillantes cualidades, afecto
acendrado al esposo.
El hombre, un carpintero especializado, casi un
ebanista; tahúr empedernido.
El perro, un cuadrúpedo trompudo, orejón, patilargo y
feo; pero profundamente cariñoso con sus amos. Noche con
noche, esperaba al jugador tras de la puerta; y cuando oía los
pasos de su dueño, pues los reconocía a distancia, ladraba
quedamente como si no quisiera despertar a su ama.
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Una vez, al llegar el trasnochador y recibirlo el animal,
lamiéndole los pies y con arrumacos y meneos de cola, lo
acompañó a su lecho y tendiéndose a su lado, se quedó
profundamente dormido, arrullado por los ronquidos del jefe
de casa, a quien muchas veces se les pasaban las copas que
acostumbraba en el “tapete verde”.
Al día siguiente, en la casucha señalada, se encontraron
tres cadáveres. Los de los cónyuges, cosidos a puñaladas,
yacían en su cama ensangrentados y en actitud de coraje
defensivo; y el de “izcuintli”, con las patas rígidas hacia el
cielo, la cabeza deshecha y sangrante y, en el hocico, un
pedazo de tela de mezclilla con colgajos de epidermis. Todo
se explicaba: al ser agredidos los amos del can por el ladrón,
se abalanzó con rabia sobre sus piernas, arrancándole lo que
después fue “el cuerpo del delito”.
La gente hacía comentarios sobre la fidelidad del
animal, que había luchado valientemente en defensa de sus
amos, dejando su vida en la brega; y proporcionando a la
Justicia el medio para la aprehensión del criminal, que fue
castigado duramente.
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El vecindario, admirado por la acción del fiel “amigo
del hombre”, bautizó al callejón, hasta entonces anónimo,
con el nombre del “Callejón del Perro”.
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PRIMERA CALLE DE ANTONIO MARÍA DE
RIVERA,
ANTAÑO “CALLEJÓN DEL DIAMANTE”
Al ilustre escritor Don Rafael Heliodoro Valle
En los tiempos coloniales, el “Callejón del Diamante” _
que en su parte media desembocaba el “Callejón de las
Flores” que partía de la primera calle de Lucio, llamada
entonces de Belén_ , era y es sumamente estrecho, antójase
una verdadera sierpe: angostísimo, casi se tocan sus costado
y refiere la leyenda que: En una de sus viejas casonas vivía
un
matrimonio:
Ella,
una
criolla
de
hermosura
desconcertante, esbelta, blanca, garbosa y joven; cabellera
como el azabache, sus labios y mejillas rubicundos, dos
esmeraldas entre sus largas pestañas y, arriba de ellas,
maravillosamente bellas, las cejas gruesas y pobladas; pues
en la época de “Xalapa de la Feria”, aún no se pensaba en
depilarse esas regiones. Tal su retrato físico; en cuanto al
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moral: sentimiento, virtud y, más que nada, amor a su
esposo.
Este, un caballero español de grandes recursos
económicos, bien formado, fuerte y mocetón, y todo alma,
idolatraba a su dulce compañera.
Cuando aún eran prometidos, él habíale obsequiado un
anillo, en cuyo engarce lucía un hermoso diamante negro:
que fingía un ojo diabólico en el blanquísimo anular derecho
de la dama. El diamante brotó a la superficie de la tierra por
la vanidad humana; da realce a la belleza de la fémina y
quizá buenaventura; pues la tríada de ansias del hombre
inteligente y culto es: ¡un brillante, una mujer y un libro!; y
es por este trío de anhelos, por lo que lucha despiadadamente
en su vida.
La dama había jurado al galán, al recibir la joya, jamás
separarse de él, ni aun en la tumba; mas, ¡oh juramentos
femeninos!, ¡oh hábiles mujeres…!
El recio ibero tenía un amigo, a quien consideraba como
hermano, que logró penetrar al hogar y a quien se le veía
como familiar; aun en ausencia del amo, tenía francas las
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puertas; pero, “entre santa y santo, pared de cal y canto”, y
“el hombre es yesca y la mujer estopa, llega el diablo, y
sopla”; surgió lo inevitable: la pasión erótica entre la dama y
el fraterno amigo. Y teniendo escrúpulos; de mancillar el
hogar extremando el pecado, aprovecharon un viaje del
esposo a la Capital de la Nueva España; ella fue a la casa del
amante y, por razones que se ignoran, quizá la superstición,
el anillo fue quitado del dedo y colocado en el buró, que se
hallaba junto al lecho pecaminoso. Por motivos también
desconocidos, tal vez el apresuramiento y la zozobra, fue
olvidada la alhaja en el mueble. Llegó el esposo, y como a
veces las coincidencias son frecuentes en tales casos, en
lugar de dirigirse a su domicilio, fue primero al de su amigo,
a quien encontró en su alcoba durmiendo la siesta y, ¡oh
sorpresa!, lo primero que vio en la mesilla de noche, fue el
diamante negro de su esposa. Controlándose hasta lo
imposible, disimuladamente se apoderó de la joya fatal y
despidiéndose de su amigo, se apresuró a salir y se dirigió a
su casa.
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Ya en ésta llamó a su bella compañera y, saludándola,
al besdarle la mano, comprobó que el anillo no estaba en
ella.
Como el destello de relámpago, saltó la daga toledana
de empuñadura de oro incrustada de rubíes, al pecho de la
infiel, y dejando sobre el yerto cadáver de la esposa el anillo
de diamante negro, desapareció para siempre el homicida.
La gente que habitaba por ahí, exclamaba ¡Vamos a ver
“el cadáver del diamante”! Después, sólo dijeron: ¡Vamos al
“Callejón del Diamante”!, que la tradición ha mantenido a
través de largos siglos.
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CALLE DE CUAUHTEMOC,
ANTES DE “JESUS TE AMPARE”
Al Sr. Don Gabriel Garzón Cossa,
talentoso clínico
Los pintores y poetas, han tenido predilección por este
corto y raro Callejón, quizá por el aspecto bellísimo que
desde su parte baja, al quedar en su salida norte el imponente
templo de San José, en donde recibió las aguas bautismales
el “Tenorio de las Revoluciones de México”, don Antonio
López de Santa-Anna Pérez de Lebrón.
Este famoso Callejón es uno de los más legendarios de
Xalapa, su nombre, que es toda una frase, proviene de que en
una de sus añosas casas, habitó en la época en que la Urbe
era Villa, una familia compuesta de matrimonio recién
llegado de España y una criollita, hija de ambos.
La joven, de diecisiete abriles, era una joya de luz y
carne aunque la tez de su cara algo apiñonada, luciendo
sobre el carnoso granate superior un bocillo duraznal. Sus
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cejas negras y sus ojos expresivos y brillantes, de mirada
triste, como afirmarse lo tienen los genios.
No podía dejar de tener novio semejante especímen de
flor rara y divina en el pensil xalapeño; el afortunado, era un
simpático mozo de dieciocho años, que ya con permiso de
los padres de ambos, considerábase oficialmente el
prometido.
Todas las noches, salía de la tienda el joven Cosme de
Taboada, que tal era su nombre y apellido; y partía presuroso
a ver a su hermosa “Dulcinea”. Y hasta ya tarde, la ventana
de la casa vieja y fea de la niña, era testigo fiel de promesas,
suspiros, juramentos; nunca ósculos, que el respeto mutuo
entre ambos jóvenes era ley. Pero una noche de esas
nubladas y de lluvia _ que son tan frecuentes en la “Ciudad
de las Flores” y que hizo exclamar, con malestar quizá, al
más sutil novelista del Nuevo Continente, don Rafael
Delgado y Sáinz, que la ciudad era “el orinal del cielo”_,
apagase la luz del único farol de la callejuela y vino la
tragedia.
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Un ebrio energúmeno, acertó a pasar por ahí; y al ver a
los tórtolos románticos, aparecieron en su cerebro loco, de
serpiente venenosa en celo, monstruosos deseos de asesinar;
y sacando filoso puñal, agredió al indefenso mancebo,
asestándole tremendas heridas. Al caer muerto, su prometida,
la hermosísima joven, se desplomó, gritando en el paroxismo
de la angustia y de dolor: _ ¡Cosme, Jesús te ampare!
Desde entonces, el populacho comenzó a llamar a la
callejuela: “Callejón de la muchacha de Jesús te ampare”; y
más tarde, acortando la frase, únicamente quedó: “Callejón
de Jesús te ampare”.
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“CALLEJÓN DE LA CALAVERA”
EN LA ACTUALIDAD
SEGUNDA DE MORELOS
Esta calle fue el lugar en donde se llevó al cabo uno de
los más espeluznantes crímenes de carácter erótico, llamados
pasionales.
Los celos son siempre la manifestación del amor
en loca y ciega pasión, como todas las pasiones morbosas;
pues el vocablo se deriva del griego “Pathos”, que significa
enfermedad.
La mujer, profundamente celosa de su albañil, le
espiaba por todas partes, llegando a colmarse su locura, al
entrar el marido en su casa por la noche, muchas veces en
completo estado de ebriedad alcohólica, “azotando” en su
cama y guardando instintivamente su “estaca” debajo de sus
“trapos”, para quedarse profundamente dormido, sin fijarse
siquiera en las miradas felinas de la vesánica compañera.
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Mas, una noche, la mujer se apoderó del cuchillo y
tranquilamente se lo hundió en el corazón, haciéndole pasar
del sueño etílico al eterno. Después, con gran facilidad,
cercenó la cabeza del amante y, envolviéndola en hilachos,
la metió en un tenate con cal y la guardó en un rincón debajo
de su lecho; y el tronco humano lo enterró en medio de la
pieza, no dejando huella de su crimen.
Transcurrido un corto lapso, ella, a su vez,
desapareció de la Villa, ignorándose su paradero.
El propietario de la casa, con autorización judicial,
la abrió y la autoridad hizo un inventario de los “triques”,
encontrando con sorpresa debajo de la cama, el famoso
“tenate” con la calavera, perfectamente conservada por la cal
con que la asesina la había guardado.
Desde entonces, la callejuela llevó el nombre de
“Callejón de la Calavera” y, en la actualidad, “Calle de
Morelos”, en recuerdo de nuestro epónimo héroe criollo,
también conocido como “Siervo de la Nación”.
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PASEO DE HIDALGO,
ANTES DE “LOS BERROS”
En el libro “Ensayo Político de la Nueva España”, del
sabio Alejandro Humboldt, al ocuparse de Xalapa, habla del
Paseo de “Los Berros” y escribe que ahí existía un pantano
en donde se producía exuberante esa yodosa verdura, de ahí
el nombre de la famosa Alameda xalapeña que ha
conservado siempre.
La leyenda que recuerda al notable paseo, que todos los
estudiantes de la ciudad de Xalapa, en particular los
preparatorianos, recuerdan con gran cariño, porque todos sin
excepción, tienen un gaje de romances clavado en sus bancas
y arriates cabe sus añosos árboles “reza”, ya resulta muy
lejos el verbo del sujeto, mas culpa es de la añoranza que, a
trasluz, vimos con los ojos de la imaginación; decimos reza,
que en la Villa, allá en la época colonial, había un médico de
fama bien lograda, que a las veces, le agradaba la disciplina
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de Clío y la Botánica; y hasta muy entrada la noche tenía su
luz encendida, haciendo sus búsquedas históricas e
investigaciones de las plantas. Y de tal manera tan huraña y
antisocial se conducía, que la gente mal pensada, murmuraba
que poseía hábiles ardides en hechicería.
Una vez, un pobre enfermo ictérico, consumido y
destruido en su salud, fue a verle para consultarle;
examinándole
el
“Físico”,
comprendió
que
algún
padecimiento hepático mataba a aquel hombre; y entonces, y
con énfasis y sin admitir réplica o comentos, le dijo: “Coma
berros del pantano que está al Sur del pueblo”.
Aquél paciente, dióse a ingerir la verdura diariamente y,
transcurrido algún tiempo, volvió a ver al viejo médico,
curado por completo.
En la Villa se supo del caso, y desde entonces se
hicieron famosísimos los berros del pantano; y han tenido la
suerte de legarle su nombre al lugar, aun cuando ellos hayan
desaparecido para siempre.
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LEYENDA DE XALITIC
Al jurista,
Sr. Lic. Don Luis Garrido
En la Monografía de la “Historia Precortesiana de
Xalapa” (Dr. Gustavo A. Rodríguez), se escribe: “En la
región que los mexicas llamaron Xalapam, había cuatro
núcleos: uno al Norte, que llamaron los aztecas Xallitic; otro
al Oriente, Techacapam; el tercero al Sur, Tehuampam; y el
cuarto al Sureste, Tlalmecapam.”
El pueblo totonaca al Norte, Xallitic que, en nuestro
concepto se derivó de Xalac, “lugar de agua arenosa”, y
Caxtli, “vasija honda”, por apócope Xitli, quedando
Xalacxitli y después Xallitic, “agua cuya fuente está en
arena”. En este sitio, que es hondonada o, más bien,
desbarrancadero arenoso, se construyeron en tiempo de la
Colonia unos lavaderos, en donde se desarrolló la leyenda
que copiamos del manuscrito.
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¿Qué cuerpo escultural de blanco mármol y cabellera de
azabache, está encorvado sobre el viejo lavadero de Xalitic?
¿Qué Ixtaccihuatl bella es tan laboriosa que no le bastan las
horas alumbradas por Helios y roba las de Selene? Era el
pensamiento que jugueteaba en el espíritu bohemio,
trasnochador de mirar sombrío, al pasar por los vetustos
lavaderos coloniales del barrio de Xalitic.
Y no faltaba alguno que, valiente y atrevido, se acercara
a la fémina, cuyo talle se antojaba forjado por Miguel Ángel;
y al vibrar su corazón con ansias tremendas de sensualidad,
ésta brotaba de sus labios en elocuencia pasional, al servicio
de exquisito orador de barriada; y eran preciosas gemas:
brillantes, rubíes, esmeraldas, amatistas… las palabras que
salían de su boca, anhelando llegar al alma de aquella
hembra estupenda que emulaba a Cleopatra por su diabólica
hermosura.
De las palabras aladas, se pasaba al beso apasionado del
azabache que cubría su cabeza y cuello; y del ósculo
pecaminoso en intención, a los tocamientos suaves y locos
en deseos y entonces _ reza la leyenda_ volvía la mujer la
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cara convertida en horrible calavera y lanzaba un ¡ay!
lastimero que infundía calosfríos al más audaz que los
escuchara y el desmayo en el osado galanteador, quien era
recogido al día siguiente sobre los carcomidos lavaderos y
recordando a la “Llorona”.
Esta leyenda, creemos corrobora lo que escribimos en la
Monografía “Doña Marina”. “Pero olvidada o casi
desaparecida la conceja de la “Llorona”, es antiquísima y se
generalizó en muchos lugares de nuestro país (hasta en la
propia Xalapa), transformada o asociándola a crímenes
pasionales, y aquella vagadora y blanca sombra de mujer
parecía gozar del don de la ubicuidad, pues recorría caminos,
penetraba por aldeas, pueblos y ciudades, se hundía en las
aguas de los lagos, vadeaba ríos, subía a las cimas, donde se
encontraban cruces para llorar al pie de ellas, se desvanecía
al entrar a las grutas o al acercarse a las tapias de un
cementerio”.
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“EL RINCÓN BRUJO”, HOY ÁNGULO
FORMADO POR LA ÚLTIMA CALLE
DE MANLIO FABIO ALTAMIRANO
Y PRIMERA DE BUSTAMANTE
Cuando la ciudad de Xalapa aún era Villa, las gentes del
Barrio en donde se encontraba el antes “Rincón Brujo”,
observaban, a ciertas horas del día y también de la noche, un
cordón de personas que se dirigían hacia ese rumbo. Eran
ricachonas, que sorteando dificultades y procurando no ser
vistas, lanzaban bajo sus ricos atavíos miradas ardientes de
soslayo, a muchachas hermosas y de suaves movimiento de
caderas y paso garbosísimo, ora iban hombres maduros de
canicie en las sienes, ora, de último, jóvenes melancólicos y
románticos, algunos de los cuales musitaban versos de su
musa inquieta; pero todos sentían profundamente, y era el
factor común, el motivo poderosos, que los llevaba hacia ese
rumbo: el Amor.
Buscaban alivio a su libido insatisfecha o rechazada por
el sexo opuesto, y rara vez también por el mismo. Llevaban
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monedas contantes y sonantes suficientes, para poder
comprar el talismán, el amuleto o el filtro que destruyera su
angustia y, en cambio, les volviera el bienestar y la alegría.
El hombre omnipotente, el semidiós para esos
apasionados, cuya tranquilidad de alma buscaban, era
corporalmente horrible, un gorila verdadero, y sólo por
complacer al lector, vamos a procurar retratar a grandes
rasgos, pero con la comparación al simio, bastaría:
patizambo, pies enormes y el hueco normal de la planta del
pie, casi no existía; los miembros torácicos, larguísimos y las
manos enormes; velludo, la barba crecida y el cabello sin
cortar, le llegaba casi a la cintura; sus dientes deformes y
gigantes; en cambio, sus ojos negrísimos, microscópicos,
entre las pestañas ralas y las cejas muy pobladas.
Producía temor al que lo veía. Sin embargo, era adorado
por aquellas personas anormales y enfermas de la mente. Su
voz era insinuante, su conversación sugestiva y cautivadora,
hipnotizaba a los pocos momentos de escucharle. Tal era el
secreto de la influencia tremenda que ejercía en el alma de
aquellos individuos erotómanos.
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Y a todos los despedía contentos y esperanzados en sus
decepciones; pero eso sí, nadie se le escapaba de ser
sangrado de sus bolsillos. Unos curaban su erotismo, otros
no; pero unánimamente se consolaban y salían de la pocilga
con la dulce ilusión de resolver sus problemas y conflictos
amorosos.
“Lasciate ogni speranza, voi che intrate” (Dejad toda
esperanza, vosotros que entráis), escribe en la puerta del
infierno el Divino Dante. Terrible apotegma para el que
ingresa a los dominios de Lucifer. Genial fue el maravilloso
poeta, al concebir esta frase, es lo más horrendo en unas
cuantas palabras; pero el brujo fue también tremendamente
genial al poner en la entrada de su puerta inmunda: ¡Ten fe
en mí! ¡No pierdas la esperanza! ¿Qué es lo que está en el
fondo de la caja de Pandora?
Mas una vez, todo encantamiento se acaba, cuando no
es sustentado en bases morales o científicas. Llegó a su jacal
un bandido que no creía ni en Dios ni en el Diablo y que
sabía que en este pícaro mundo, llamado por algunos “Valle
de lágrimas”, suele ser el dinero la fuerza principal, quien
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pretextando la compra de un amuleto mareó al hechicero
_¡todos tenemos nuestro cuarto de hora!_, y cuando más
descuidado se hallaba el adivino, recibió tremenda puñalada
en la espalda que lo dejó sin vida en un instante, no
ayudándole en nada sus poderes sobrenaturales.
El criminal huyó llevándose el oro y las joyas que
guardaba el embaucador, no dejando rastro alguno de su
persona. La Dactiloscopía era aún desconocida, las huellas
digitales y demás “yerbas” de la identidad legal moderna, se
desconocían.
Desde aquella época, ese lugar de la Villa de Xalapa fue
conocida con el nombre del “Rincón Brujo”, y después sólo
con el de “Rincón Brujo”.
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CALLEJÓN DE “LOS NEGRITOS”
HOY CALLE DE LUIS J. JIMÉNEZ
Estaba muy colérico. Un energúmeno. El esposo de la
señora que había dado a luz a los gemelos negritos, se
hallaba inconforme con que siendo su esposa y él blancos,
los infantes fuesen de color oscuro.
Los vecinos del Callejón estaban admirados y no
faltaban los chascarrillos y guasas a costa del pobre cónyuge.
Pero alguien le aconsejó que antes de tomar una
determinación de consecuencias fatales para ambos esposos,
consultara al señor cura de la parroquia, sacerdote sabio y
profundo conocedor del alma humana. Así lo hizo, y éste a
su vez le indicó que viera al Médico Ojeda de la Villa,
sapiente en asuntos de atavismo.
Corriendo fue al domicilio del facultativo, viejo
investigador de la herencia animal, el cual estudió el caso y
llegó a la conclusión de que la señora durante el embarazo,
había estado mirando a un muñeco negro que tenía en una
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mesita de su alcoba. _La influencia psíquica que estudió Feré
en
su
interesante
y
profundo
libro
“Sensación
y
Movimiento”, estaba demostrado en un caso concreto_. Él
explicó el problema al esposo, y éste, teniendo en cuenta la
sapiencia del facultativo, quedó conforme y todo volvió a su
sitio.
Mas la Calleja que tomó el nombre de “Callejón de los
Negritos”, hoy se denomina de Luis J. Jiménez, en memoria
de este ilustre pedagogo.
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“CALLEJÓN DEL OBISPO”
HOY
DE FAUSTO VEGA SANTANDER
Casi enfrente del “Cementerio Viejo” de la ciudad
“Xalapa de la Feria”, desemboca en el antiguo “Camino
Real” _después “Nacional” y hoy “Avenida 20 de
Noviembre”_, un Callejón, en la actualidad, casi calleja, que
comunica al Norte con el famoso “Cerro de Macuuiltépetl”,
en cuya falda se anida la hermosa urbe de las Flores.
Como a la mitad del mencionado callejoncillo existió,
en tiempos de la Colonia, una casilla en donde habitaba un
tipo que, sin duda, era esquizofrénico, esto es, un demente,
cuya
anomalía
psiquiátrica
consistía
en
una
doble
personalidad: “hendida o disgregada”, como diría Eugenio
Bleuler, ya era un exquisito floricultor, ya un obispo
completo.
La casa consistía en una sala, una recámara, una cocina
y un corredor. La huerta le seguía, dividida en dos partes: en
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la primera, estaba el jardín, y en la segunda, un sembrado de
árboles frutales; pues el dueño de la finca, además de
cultivar maravillosamente las flores, también lo hacía con
frutos.
Don Dámaso de la Flor, tenía claveles de todas clases y
colores, rosales, cuya variedad llegaba a más de veinte;
camelias blancas y rojas, gardenias, margaritas, violetas y
gladiolos. El jardín, en su conjunto, antojábase una joyería
llena de piedras preciosas, con toda la gama del color y todos
los tonos del aroma. Se extasiaban la vista y el olfato, en
medio de esa maravilla de las “Mil y una Noches”. Los
frutos, ni se diga. ¡A dónde llegaba la maestría del cultor de
flores! ¡Era sorprendente su habilidad en esas cosas!
Pero algunas veces su espíritu, sus maneras, su
indumento y hasta su voz, se trocaban en las del clérigo de
alta graduación católica cristiana: la del Obispo.
Más, sus caracterizaciones eran perfectas. Diríamos un
Paul Muní de la Villa xalapeña.
En una gustaba de cultivar flores y frutos, venderlos
baratos y escuchar sus alabanzas bien ganadas de sus
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marchantes. Ahí cifraba su vanidad. “¡El hombre es el más
vanidoso de los animales…!” Y, en la otra, le agradaba
rezar, dar consejos, bendiciones, limosnas, escribir órdenes a
sus Vicarios y Curas y lucir su raído y mantecoso hábito
eclesiástico. Toda la Villa sabía tal cosa y mucha gente iba a
ver al Señor Obispo, y se oía con frecuencia la frase:
“Vamos al Callejón del Obispo”, que la tradición ha
mantenidohasta estos tiempos de inquietudes bélicas y
angustias de hambre, no obstante el nombre de Fausto Vega
Santander* que oficialmente se le diera recientemente.
(*) NOTA. Subteniente P.A. Fausto Vega Santander. ¿Por qué
Calle de Fausto Vega Santander? Porque este joven mexicano,
nacido en el puerto de Tuxpan, Ver., después de haberse graduado
como Piloto Aviador, en la Fuerza Aérea Mexicana, es llamado para
participar en combate, durante la Segunda Guerra Mundial, con el
Escuadrón 201 (1945). Después de haber mostrado su valor y pericia
contra el enemigo, cae abatido en cumplimiento de su deber. Por lo
tanto, su nombre ha pasado a engrosar la fila de los HEROES DE
NUESTRA PATRIA.
¡LOOR ETERNO!
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LA IGLESIA DE
“LOS CORAZONES”
_ Bueno, ¡pero usted no tiene ni en qué caerse muerto!
_ Pero nos amamos, ¡y “ambos corazones” son uno
solo!
_ ¡Otra vez “LOS CORAZONES”…! Eso no basta.
_ Está bien señor, saldré de aquí, haré fortuna y volveré
a casarme con mi amada.
_ ¡Hágalo!
Así se desarrolló la última entrevista que tuvieron el
padre de María y el galán de ésta, quien desapareció y, “en la
lucha por la vida” y con ansias irrefrenables de hacer dinero,
murió en las tierras tropicales, en donde mataba inclemente
el vómito.
María, la dulce y linda niña, ferviente católica y devota
de la Virgen, madre de Jesús, murió piadosamente de
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tuberculosis pulmonar; siempre esperando a su prometido,
que nunca escribió ni supo nada de él.
Don Mateo, español de las Asturias, emigró a México
en busca de oro. Duro, severo y áspero como el que más,
pero en tratándose de su hijita única, se dulcificaba y hasta
su físico sufría transformaciones.
Estuvo como loco. Su María había muerto, no obstante
sus cuidados y los de las eminencias médicas locales y de la
Metrópoli.
El obseso recordaba la conversación con el muchacho, y
las palabras que más se le clavaron en el alma y que repetía
constantemente, eran: “Los corazones”.
Recibió el auxilio espiritual de un sacerdote, psicólogo,
gran conocedor de las flaquezas humanas, el cual se propuso
curarlo… ¿Cómo? Ordenándole, como penitencia, que
construyera una Iglesia que llevara el nombre de “LOS
CORAZONES”, y que debía hacer el Templo en donde una
mariposa se posara.
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El pobre viejo potentado, esperó largo tiempo, hasta que
en uno de los días del mes de abril, acertó a volar sobre su
vieja casona, el esperado insecto.
La casa estaba situada cerca del Mercado; y desde allí
comenzó a correr el caballero detrás de la mariposa divina
_flor de raros y bellísimos colores, como símbolo de la
almita de María_ , hasta pararse en una cerca de “mal
hombres” que había en el lado Sur de lo que hoy es Cuarta
calle de Altamirano. Y, obedeciendo la indicación del sabio
sacerdote, curador de pecados, construyó la capillita que,
como mole blanca, se yergue al Noroeste de la hermosa
“Ciudad de las Flores”.
Desde entonces don Mateo se tranquilizó y desapareció
la angustia que llevaba en lo más profundo de su alma.
Tal es la leyenda de la “IGLESIA DE LOS
CORAZONES”, y tal la explicación del alivio del anciano
caballero; bienestar que, científicamente explicaría el
Psicoanálisis de Freud, coincidente en muchas facetas y,
sobre todo, en sus resultados, con la bendita y útil confesión
cristiana.
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